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3.

UN CASO DE SIGMUND FREUD


Schreber o la paranoia

A. Coriat

Ch. Pisani

Proponemos al lector que al leer este

capítulo se remita al texto de Freud[18]

El caso del presidente Schreber ocupa un lugar particular en los Cinq


psychanalyses. Porque Freud nunca conoció a Schreber personalmente; sólo lo hizo a
través del libro publicado por éste en 1903: Memorias de un neurópata.

Freud estudió esta obra en 1909 y un año después publicó un comentario


sobre ella. Schreber es psicótico. Ahora bien, para Freud, el enfermo psicótico
sustrae gran parte de su carga a los objetos libidinales y al mundo en general; vive
en su espacio interior y, en consecuencia, no puede tener acceso al psicoanálisis. La
meta terapéutica queda, pues, descartada de entrada.

¿Por qué estudiar entonces el caso Schreber? Freud lo hace por tres razones,
cuya esencia es puramente teórica:

— asentar más sólidamente la teoría de las pulsiones;

— elaborar la teoría del narcisismo, teoría ya iniciada y que representa una


de las facetas esenciales del psicoan{lisis el sí mismo tomado como objeto
libidinal;

— construir una teorización de la psicosis.


Con el análisis del caso Schreber, en realidad Freud echa las bases de nuestra
comprensión actual de la paranoia.

Sin que esto implique repasar los aspectos históricos de ese concepto,
observemos, sin embargo, que el término paranoia ya fue utilizado por los
antiguos griegos para indicar desorden del espíritu , sin que se sepa muy bien qué
significaba esta fórmula. Luego, el término reaparece en Alemania en 1918 para
designar el conjunto de los delirios. Hasta fines del siglo XIX, el concepto está tan
mal definido que se lo emplea para describir casi el 70 por ciento de las patologías
detectadas en los manicomios. Sólo a principios del siglo XX, Kraepelin arroja un
poco de claridad en la definición de paranoia.

Desde 1910, Freud se ocupa, pues, resueltamente de esta patología y lo que


aporta a su conocimiento ya no tiene nada que ver con la clínica psiquiátrica de la
época. En efecto, los psiquiatras se sentían por completo desprovistos de
herramientas ante el delirio del paranoico: era la frontera infranqueable, el límite de
su comprensión y el punto final de su acción. Para Freud, por el contrario, es el
punto de partida hacia una mejor comprensión. Él iba a demostrar que el delirio es
legible (aunque el fenómeno se sitúe en un registro diferente del de la neurosis). Es
legible siempre que uno tenga la llave maestra, la clave para descifrarlo.

De modo que Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia


descrito autobiogr{ficamente es el primer gran texto de Freud dedicado a la
psicosis, si bien la unidad estructural de las psicosis está ya presente en sus escritos.

Por nuestra parte, antes de exponer la teorización del caso examinaremos


primeramente la historia y el delirio de Schreber

HISTORIA DEL CASO DE SCHREBER

¿Quién es Schreber?

Daniel Paul Schreber nació en 1842 en el seno de una familia burguesa


protestante. Su padre, un médico y educador ilustre, introdujo en Alemania la
gimnasia médica y fue el promotor del movimiento para la venta de lotes con
jardines para los obreros. Este movimiento, de inspiración social-demócrata, se
mantiene todavía hoy.

El hermano mayor de-Daniel Paul Schreber, aquejado de una psicosis


evolutiva, se había suicidado de un disparo a los 38 años. Su hermana menor,
Sidonie, murió enferma mental. El propio Daniel Paul Schreber es un intelectual de
primer orden: doctor en Derecho y presidente del Tribunal de Apelaciones de
Sajonia, es, evidentemente, un hombre fuera de lo común por su gran cultura, su
viva curiosidad y sus capacidades de observación y de análisis poco corrientes.

A los 42 años se lo interna por primera vez en un hospital.

La crisis que lo aqueja y que dura varios meses se diagnostica como


hipocondría grave. Una vez restablecido, Schreber experimenta un inmenso
reconocimiento por el profesor Flechsig que lo ha curado.

Después de esta primera hospitalización, Schreber, quien ya estaba casado


desde mucho tiempo antes, vive ocho años junto a su esposa, años que califica como
muy felices , sólo ensombrecidos por la decepción de no haber tenido hijos.

En 1893 es nombrado presidente del Tribunal de Apelaciones (a la edad de 51


años). Incluso antes de asumir el cargo, Schreber sueña en varias ocasiones que cae
nuevamente enfermo. Un día, en medio de la duermevela matinal, lo asalta la idea
de que sería muy agradable ser una mujer en el momento del coito ,[19] idea que él rechaza
inmediatamente, según sus propias palabras, con la mayor indignación.

Algunos meses después de su nominación, se le declara un segundo acceso,


acompañado de insomnios cada vez más graves y de sensaciones de
reblandecimiento cerebral. Luego aparecen ideas de persecución y de muerte
inminente, así como una extremada sensibilidad al ruido y a la luz. Más tarde,
surgen alucinaciones visuales y auditivas: Se imaginaba a sí mismo muerto y
descompuesto, atacado por la peste y la lepra, sentía que su cuerpo era sometido a
repugnantes manipulaciones y debía soportar los tratamientos m{s espantosos . Estas
manifestaciones lo hunden, durante horas, en un estado de anonadamiento y de
estupor alucinatorios. Llega a desear la muerte y, en varias ocasiones, intenta
suicidarse. Con el tiempo, las ideas delirantes toman un cariz místico: relaciones
directas con Dios y apariciones milagrosas.

El discurso delirante de Schreber


Las Memorias de un neurópata es un texto verdaderamente extraordinario,
pues la locura se describe en él, no desde el punto de vista del observador, sino
desde el interior, desde el punto de vista del que delira.

Sean cuales fueren los temas del delirio (políticos, religiosos o sexuales),
todos giran alrededor de la persona del propio Schreber y presentan, como
comprobaremos luego, los dos polos clásicos de la paranoia: ideas de prejuicio y
persecución e ideas de sobre valoración personal.

Veremos además que a pesar de las contradicciones a veces flagrantes, el


sistema delirante es completamente ingenioso. De vez en cuando, Schreber destaca
la falta de lógica de sus conceptos y agrega luego comentarios sumamente
pertinentes. Siguiendo a Schreber en su delirio, avanzaremos a lo largo de dos ejes
temáticos principales: uno referente a su persecución; el otro, a su transformación
en mujer.

• Dios persigue a Schreber. Schreber comienza por explicar el orden del


universo: el ser humano, escribe, tiene un cuerpo y un alma. El alma tiene su sede
en los nervios; en cuanto a Dios, éste está constituido únicamente por nervios, una
cantidad infinita de nervios; Dios es, pues, todo alma. Los nervios de Dios se llaman
rayos y est{n en el origen de toda creación. Cuando, por ejemplo, Dios quiere
crear a un hombre, se desprende £e algunos de esos nervios y esos nervios divinos
se transforman en un ser humano.

La cantidad de nervios divinos no disminuye nunca, pues Dios reconstruye


su reserva reintegrando en él los nervios de los seres humanos que mueren.
Precisemos que, una vez cumplida su obra creadora del universo, Dios se retiró en
un inmenso alejamiento y abandonó al mundo a sus propias leyes. Le basta con
atraer hacia si los nervios de los difuntos (la parte espiritual del hombre), después
de purificarlos.

Con todo, algunas veces interviene en la historia del universo a través de los
sueños de los durmientes o para inspirar a los grandes hombres y a los poetas. En
ese caso simplemente hace una reconexión de los nervios de esas personas. Sobre
este movimiento circular se sustenta el orden universal: Dios se despoja de una
parte de sí mismo para crear y recupera luego los nervios (las almas) de los
difuntos.
Todas las intervenciones de Dios, buenas o malas, se llaman milagros . Pero
Dios no es un ser simple; si bien es único, está constituido por dos unidades: un
Dios inferior (Ahriman) y un Dios superior (Ormuzd). El Dios inferior prefiere a los
semitas y el Dios superior a los rubios arios.

Sin embargo, este orden del universo presenta una falla: en determinadas
circunstancias, por una razón no explicada, ocurre que los nervios de un hombre
vivo se encuentran en un estado tal de excitación que atraen los nervios de Dios con
tanta fuerza que éstos no pueden liberarse, de modo que la existencia misma de
Dios se halla comprometida. Éste es un caso por completo extraordinario y hasta
único en la historia de la humanidad y se trata, evidentemente, de la situación del
presidente Schreber.

Amenazado en su integridad, Dios va a promover un complot contra


Schreber con el objeto de aniquilarlo físicamente o destruirlo mentalmente o, al
menos, de distraer su atención, que es el único modo que tiene Dios de sustraer sus
rayos a la influencia centrípeta de Schreber.

Así, aparece Dios por entero ocupado en infligir a nuestro hombre las
pruebas más inhumanas, ya sea mediante una acción directa, ya sea por intermedio
del profesor Flechsig, ya sea, por último, a través de todo lo que rodea a Schreber:
animales, objetos y demás entes. Desde entonces, todo lo que ocurra en su vida será
milagro , puesto que toda intervención divina buena o mala es un milagro. Esto
es lo que sucede durante la segunda crisis, que comienza con insomnios y con la
fantasía de ser una mujer que experimenta la cópula. Esta idea indigna, nos dice
Schreber, nunca se habría presentado en mi espíritu sin una intervención exterior .
Seguidamente, se producen otros milagros crujidos en las paredes de su
dormitorio y voces que le hablan. Lo internan nuevamente en la clínica del profesor
Flechsig, agente divino, que hará todo lo que está a su alcance para hundirlo:
Flechsig realiza en Schreber una nueva conexión de nervios y habla dentro de su
cabeza. Según las palabras de Schreber, practicaba con él un asesinato del alma .
Ésta es una expresión de la lengua fundamental , la lengua de Dios, que significa
volverse amo del alma de su prójimo los nervios y obtener gracias a esta alma una vida m{s
larga o cualquier otra ventaja relacionada con la vida del m{s all{ .

La prueba, agrega Schreber, de que las intenciones de Flechsig no son puras


es que éste no osa mirarme a los ojos.

• El espíritu de Schreber amenazado. Este fenómeno de hablar dentro de su


cabeza o hablarle desde los nervios , no tiene nada que ver con la palabra normal,
escribe Schreber, son palabras que se introducen por la fuerza en el espíritu de uno y que se
desarrollan allí como cuando uno recita una lección de memoria. La voluntad nada puede
hacer contra estas palabras. De modo que uno se ve forzado a pensar sin tregua . Este quizá
sea el castigo divino que más hace sufrir a Schreber. Esas voces lo insultan sin cesar
o le anuncian el fin del mundo a causa del desprendimiento del sol, o en virtud de
la glaciación de la tierra, proceso ya iniciado, o bien, mediante la detención de todos
los relojes del mundo y muchos otros cataclismos cósmicos.

Pero no olvidemos que Dios está constituido por los nervios de los difuntos
(el alma de los difuntos). De modo que, al atraer hacia sí los nervios de Dios,
Schreber atrae al propio tiempo las almas de los muertos. Éstas se acumulan en su
cabeza y adquieren la forma de hombrecillos de unos pocos milímetros. Algunas
noches tales hombrecillos se reúnen por millares que pululan en el interior de su
cráneo y hablan todos al mismo tiempo, sin ahorrarle una sola de sus palabras, en
una monstruosa cacofonía.

Un día, esos personajes se ponen a comentar una supuesta pluralidad de


cabezas que habría en Schreber e insinúan que éste est{ dotado de varias cabezas,
cuando en realidad no es más que un solo hombre. Lo cual, escribe Schreber, no sin
cierto humorismo, los hace huir aterrados gritando En el nombre del cielo, un hombre de
muchas cabezas .

En varias oportunidades se le revela que la tierra está condenada al


aniquilamiento, que él será el único sobreviviente y que las personas que lo rodean
son sólo simples formas humanas, imágenes de hombres enviadas en su honor por
milagro divino y llamadas luego a esfumarse. En la lengua fundamental se los
denomina hombres hechos en un dos por tres, sin gran cuidado .

Al pasear, tiene la sensación de andar, no por una ciudad verdadera, sino por
un decorado de teatro o bien por un vasto cementerio donde hasta llega a ver la
tumba de su esposa. Un día, advierte al pasar un periódico en el que se anuncia su
propia muerte. Schreber descubre en todas esas manifestaciones malas intenciones
en su contra.

Schreber mantiene con Dios relaciones caracterizadas por una mezcla de


adoración y rebeldía: lo acusa de todos sus males, lo considera ridículo y necio, pero,
paralelamente, le atribuye todas las virtudes y todas las glorias.

Además Dios y el sol están en una estrecha relación. Hasta se puede identificar
a Dios con el sol , escribe Schreber. A veces, Dios se le aparece y le habla con voz
grave; otras, es el sol quien se dirige a él con palabras humanas. En ocasiones, el sol
se transforma, su disco se encoge o se desdobla. En todo caso, Schreber es el único
que puede mirarlo sin bajar la mirada y el sol palidece en su presencia.

Todos estos males que lo aquejan tienen por objeto destruirlo o volverlo
idiota o, al menos, distraer su atención a fin de que Dios pueda introducirse en su
cabeza para recuperar sus rayos e impedirle que se apropie de ellos. Con esa
intención, Dios habrá de ensordecerlo mediante pequeños ruidos que se vuelven
atronadores: cada palabra pronunciada en su presencia, cada paso, cada pitar del
tren, retumba como un golpe violento que provoca un dolor intolerable en el
interior de su cabeza.

Para sustraerse a estos milagros divinos que apuntan a su aniquilamiento


mental, Schreber adquiere el hábito, en pleno invierno, de pasar los pies a través de
los barrotes de una ventana y exponerlos a la lluvia helada. Mientras dura la
exposición y Schreber puede sentir dolorosamente los pies, los milagros son
impotentes, no pueden quebrantar su espíritu. Pero, ignorantes de tales
precauciones, los médicos hacen cerrarlos postigos, con lo cual llegan a convertirse,
sin saberlo, en instrumentos del plan que apunta a destruir la razón de Schreber.

• El cuerpo de Schreber amenazado. Ninguna parte de su cuerpo está a salvo.


¿Qué prueba no ha sufrido? Han reducido su tamaño, introducido un gusano en
sus pulmones, pulmones que luego se han retraído hasta casi desaparecer. Le han
extirpado los intestinos. Tiene el esófago hecho trizas. Y las costillas quebradas. Se
ha tragado parte de la laringe. Le han reemplazado el estómago por el de un judío.
Le arrancan los nervios de la cabeza. Cuando toca el piano se le paralizan los dedos
y se lo obliga a cambiar la dirección de la mirada para impedir seguir la partitura.
No obstante, la m{s abominable de las torturas es la m{quina de encorsetar la
cabeza . Una serie de hombrecillos le comprimen el cr{neo haciendo girar una
manivela.

Pero, todo es inútil. Porque Dios, al querer destruirlo, va en contra del orden
del universo, pues a los rayos les corresponde crear y no destruir. Y el orden del
universo, más poderoso que el mismo Dios, está del lado de Schreber.

• El milagro del alarido. A veces, los rayos aprovechan los momentos en que
Schreber no los vigila (cuando éste duerme, por ejemplo, o cuando mantiene una
conversación para escapar. ‚l instante e infaliblemente, se produce el milagro del
alarido . ‚l dar su alarido Schreber le prueba a Dios que no est{ muerto ni se ha
vuelto idiota (es decir que no ha perdido su espíritu). A veces despierta de un
profundo sueño para dar algunos gritos, a fin de mostrar a su perseguidor que, aun
durmiendo, continúa siendo el amo de la situación. Hay días en que esos alaridos se
suceden uno tras otro por centenares y pueden durar entre cinco y diez minutos, lo
cual estremece dolorosamente su cerebro. Durante esos accesos, los rayos divinos
sobrecogidos de angustia, piden auxilio , y vuelven a fluir dócilmente hada su
cuerpo.

Pero todas estas manifestaciones no dejan de inquietar a quienes lo rodean.


‚dem{s, dice Schreber, un testigo estaría persuadido de hallarse ante un loco . Por lo
tanto, se ve obligado a cambiar de táctica para mostrarle a Dios que conserva toda
su fuerza espiritual: así es como se pone a contar durante horas y, al hacerlo, puede
renunciar a su anterior estratagema estrepitosa.

• Por el bien de la humanidad, Schreber acepta ser la mujer de Dios. Llegamos


finalmente al segundo de los dos ejes cruciales del delirio de Schreber, a saber, su
transformación en mujer, mediante una desvirilización. (Desvirilización significa
que los órganos masculinos se invaginan en el cuerpo, al tiempo que los órganos
internos se transforman.) Ningún otro aspecto del delirio aparece tratado con tantos
detalles como esta metamorfosis.

Al comienzo de la dolencia, en el apogeo de la persecución, su emasculación


está destinada a humillarlo, a destruirlo abusando sexualmente de él. En un primer
momento, el profesor Flechsig es un instigador de esta maniobra y, luego, Dios
mismo pasa a formar parte de ese complot destinado a asesinar su alma y a entregar
su cuerpo, como el de una mujer, a la prostitución.

La prueba de que todo esto se hace para humillarme, escribe Schreber, es que
los rayos de Dios me llaman Miss Schreber , o bien me dicen ¡Éste pretende haber
sido presidente del Tribunal y se hace deshonrar! . Pero la maniobra resulta un fracaso,
porque, como las demás, va en contra del orden del universo.

Sólo después de algún tiempo Schreber acepta su transformación en mujer


como algo conforme al orden del universo. La desvirilización hasta llega a
constituir la solución del conflicto de Schreber con Dios y de Schreber consigo
mismo. Entonces declara abiertamente que goza de la sensibilidad sexual de la
mujer y adopta una actitud femenina en relación con Dios. Siente que es la mujer de
Dios. Por ello sus nervios están dotados de una sensibilidad femenina, su piel
adquiere la suavidad particular del cuerpo femenino y los nervios de la
voluptuosidad se concentran especialmente en la parte del pecho donde las mujeres
tienen los senos.
Cada vez que se inclina, se imagina dotado de un trasero femenino. Honni
soit qui mal y pense Verg(enza a quien piense mal , agrega en francés. Cualquiera que
me viera con el torso desnudo ante un espejo, sobre todo si contribuyo a la ilusión
poniéndome algún atuendo femenino, tendría la indudable impresión de ver el busto de una
mujer .

En suma, Schreber sólo comienza a admitir la idea de esta transformación


cuando siente que es el propio Dios quien reclama su femineidad, no para
humillarlo, sino con un designio sagrado. Es pues mi deber, escribe Schreber, ofrecer
a los rayos divinos la voluptuosidad y el goce que esos rayos buscan en mi cuerpo

¿Cuál es, pues, el objetivo sagrado por el cual Schreber acepta ser la mujer de
Dios? Se trata de un proyecto de escala universal: la creación de una nueva
humanidad que aparecerá una vez que ésta se haya extinguido. Una nueva raza de
hombres, nacida del espíritu de Schreber.

A pesar de su grave y evidente estado de perturbación, Schreber, que era un


hombre inteligente, logró que lo liberaran de la clínica de Leipzig después de estar
internado allí durante ocho años y obtuvo además el derecho de publicar sus
memorias.

En 1903, se retira junto con su esposa a una casa que había hecho construir en
Dresde. Pero, cuatro años después, en 1907, regresa al instituto psiquiátrico de
Leipzig donde permanece internado cuatro años hasta el momento de su muerte.
Ningún hombre ha debido soportar pruebas semejantes a las que he sido sometido, escribe
en su libro, en las condiciones que fueron las de mi existencia.

LAS CUESTIONES TEÓRICAS DEL CASO SCHREBER

Con todo, Schreber fue un personaje muy curioso. Es lo menos que se puede
decir después de sumergirse en su universo. Es fácil comprender el interés que
continúa suscitando. Ya en 1955, Huntery Macalpine, quienes tradujeron su obra al
inglés, señalaban que era el enfermo más citado en el campo de la psiquiatría.

Hacer algo nuevo de lo viejo , dice la expresión popular. El analista podría


tomar al pie de la letra esas palabras. La apuesta de la cura es abrir la posibilidad de
lo nuevo partiendo de algo que, sin embargo, ya está allí, crear la sorpresa de la
palabra inesperada. Salvo en este aspecto, el mecanismo temporal en juego no es el
de un proceso lineal —antes, después— sino el de la retroacción. Sólo con
posterioridad el antes puede llegar a ser nuevo. Es también la apuesta forzada,
impuesta, de Schreber que debe afrontar lo absolutamente nuevo, lo que nunca
estuvo allí. Deberá, pues, obrar en consecuencia y encontrar lo nuevo a la altura de
lo que se impone: será el nacimiento de una nueva humanidad, fin del mundo y
redención.

Lo que principalmente impresionó a Freud fue la riqueza de la escritura de


Schreber y su concordancia con las investigaciones que el propio Freud estaba
realizando. Hay que destacar en Freud esa mezcla de orgullo y de gran humildad
que manifiesta al afirmar que había elaborado su teoría de la libido antes de leer a
Schreber. Orgullo de sostener que fue el primero ante el psicótico mismo, pero
humildad y honestidad de reconocer en las teorías de un loco la prolongación de
las suyas, cuando la mayor parte de los estudiosos habría rechazado la suposición
misma de que tal delirio tuviese algún interés.

Antes de entrar en ese texto, propongo al lector un hilo conductor que


Schreber también intenta seguir. El procura cumplir tres objetivos correlativos:

— dar sentido a una experiencia de derrumbe mental que lo deja ante todo
como aniquilado;

— encontrar un vínculo posible con el otro, cuando tal relación parecía haber
desaparecido.

— restablecer una forma de temporalidad, cuando la vorágine que lo


impulsaba fuera del tiempo lo había dejado como muerto.

Freud aborda la presentación que hace Schreber de sus síntomas como es su


costumbre: restituyendo la función de la enfermedad. Allí está justamente la fuerza
del procedimiento analítico. Así como £l inconsciente no es cualquier cosa, no es lo
indecible, sino que obedece a una lógica rigurosa, las manifestaciones clínicas —y la
psicosis no escapa a esta característica— obedecen también a una necesidad propia.

Cuando Bleuler creía que uno no podía fiarse en ningún caso de las
afirmaciones de los enfermos paranoicos, Freud, por el contrario, sostiene la idea de
que en el delirio puede hallarse una coherencia específica. Éste es uno de los
aspectos en los que Freud operará una ruptura en su enfoque de la psicosis.
A través del caso de Schreber, Freud sostiene un punto de vista teórico: el de
su teoría de la libido. Ya en el debate nosográfico se distancia de Jung y de Bleuler
para mantener el interés de una separación entre el campo de las paranoias y el de
las demencias precoces. No obstante, considera que esta última expresión es
inadecuada y propone el término parafrenia en un sentido particular mezcla de
rasgos paranoides y esquizofrénicos.

Para Bleuler, creador del término esquizofrenia, Schreber es un


esquizofrénico paranoide que sufre de alucinaciones y disociaciones. Para Freud, la
evolución de la dolencia, a través de la sistematización del delirio y el predominio
de la proyección sobre la alucinación hacen de Schreber un caso de paranoia.

Aquí es importante destacar cómo ya estaba presente en el espíritu de Freud


la unidad estructural de las psicosis. Sin embargo, en el enfoque del caso Schreber,
se impone la prudencia. Freud sólo tomó algunos elementos del texto publicado
que era ya una reconstitución, además censurada.

Un intento de dar sentido a una experiencia

de derrumbe mental

Con todo, la dolencia de Schreber se puede presentar haciendo hincapié en


un momento —aunque ésta es una decisión discutible—, momento que tomaremos,
a causa de la claridad de la exposición, como punto de partida de la secuencia.

Un día, escribe Schreber, una mañana, hallándome todavía en la cama (ya no sé si


dormía todavía a medias o si estaba despierto) tuve una sensación que, al rememorarla
estando por completo despierto, me perturbó de la manera más extraña. Era la idea de que, a
pesar de todo, debía ser algo singularmente agradable ser una mujer en el momento del coito.
Esta idea era tan ajena a toda mi naturaleza que si me hubiese asaltado estando yo en mi plena
conciencia, la habría rechazado con indignación; puedo asegurarlo; después de todo lo que he
vivido desde entonces, no puedo descartar la posibilidad de que haya mediado alguna
influencia exterior para imponerme tal representación .

Éste es el modo en que, en un segundo tiempo, el de la escritura (que implica


ya cierta distancia), Schreber explica ese momento de intrusión. Es una
representación que lo sorprende —la palabra es débil—, que se le impone, que abre
verdaderamente una brecha. Esta representación, más que inconciliable, según los
términos freudianos, es una intrusión de la libido que lo supera.

Insisto sobre este punto, porque supuestamente a partir de ese momento


comienza la necesidad de resolver el conflicto. Habrá que encontrar una manera de
vincular este elemento inasimilable, contrario a la identidad misma de Schreber. Y
entonces la psicosis se despliega como un intento de vinculación. Pero éste es un
proceso que se irá cumpliendo progresivamente y uno asiste, en el comienzo de la
dolencia, a un traslado al exterior; y así lo expresa Schreber: ‚quello no podía venir
sino del exterior .

Poco después de este episodio se desencadenan las alucinaciones auditivas:


ruidos en la pared que le impiden dormir y Schreber comienza a ver en ellos
—necesidad de encontrar sentido— una intención divina. Se produce, pues, la
segunda internación y el punto culminante de su psicosis, según su propia
expresión. En ese momento, Schreber parece haber perdido todo vínculo con los
demás. Lo atribuye a un derrumbe temporal y lo llama mi tiempo sagrado .
era como si cada noche durara varios siglos, de modo tal que, durante esta inmensidad de
tiempo, bien podían haberse operado en la especie humana, en la tierra misma y en todo el
sistema solar, las transformaciones m{s profundas .

Así es como Schreber tiene que vérselas con fenómenos tan extraños que
superan todo límite, escapan al mismo Dios. Se trata de lo inconmensurable, de la
singularidad extrema. Schreber se siente como si se hallara, pues, ante una alteridad
radical y se descubre a sí mismo inaccesible. Para poder volver a dar sentido a sus
experiencias desconocidas y restablecer una temporalidad, se instaurará, entonces,
un sistema delirante que desembocará en una forma de conciliación.

Enfoque freudiano del delirio de Schreber

Todo el delirio de Schreber se reduce a un intento de comprender. Hasta


podría decirse que Schreber restaura una forma de temporalidad y de realidad
mediante la busca permanente de dar sentido a la experiencia que lo supera. Freud
parte de esta idea en su enfoque de las Memorias.

Es habitual que se le reproche al psicoanálisis su complejidad, reproche que


es muy justo cuando el psicoanálisis abusa con afectación de la complicación. Pero
el texto de Schreber, que pretende ser una contribución a la ciencia, nos muestra
que la complejidad también es, y de conformidad con el sentido etimológico, una
manera de enlazar. El texto de Schreber es complejo pues trata de abarcar datos
incompatibles, de tejer una red donde todo parece desperdigarse. El delirio es un
intento de curación: esta idea, que hizo época, fue la que guió la lectura hecha por
Freud de este frondoso texto.
El derrumbe mental, el aniquilamiento del mundo de Schreber corresponde,
según Freud, al retiro de la libido del interés por los objetos. La reconstrucción
delirante será, pues, una progresiva recatexia libidinal.

• La figura de Dios y el fracaso del Edipo. En Schreber, la reconstrucción pasa por


Dios. Freud ve en ello una manera de sustituir al padre y subraya además que un
padre como el de Schreber se presta fácilmente a una transfiguración divina. En este
sentido, uno puede sorprenderse de que Freud, aunque estaba muy al tanto de las
teorías y prácticas del padre de Schreber, no le dedicara más que unas breves
alusiones y sobre todo de que haya llegado hasta a considerarlo, aparentemente sin
ironía, como un hombre excelente. Sin aproximarnos a las teorías antipsiquiátricas,
en particular la obra de Morton Schatzmann, L Esprit assassiné,[20] en la que se
describe la dolencia de Schreber como una consecuencia directa de la educación
paterna, no podemos dejar de sentimos perturbados por las prácticas educativas del
padre. Éstas llegaban, en efecto, hasta la aplicación de tensores para enderezar los
cuerpos y las almas. En el momento más intenso de su dolencia, Schreber describe a
esos hombrecillos que le apretaban la cabeza y que, indudablemente, recuerdan los
aparatos a los que lo sometía su padre.

Retomemos la posición según la cual Dios es un equivalente paternal. En


realidad, Freud comprueba en Schreber la ausencia o el fracaso de la experiencia de
la castración y del Edipo. El hecho de que la irrupción femenina le resulte
insostenible debe vincularse con la imposibilidad de inscribir psíquicamente la
castración. La representación femenina, afectada de la falta de pene —en el corazón
de la neurosis y del deseo— aquí es rechazada en su totalidad. Según Freud, se trata
del repudio masivo de una representación inconciliable.

Para Schreber, la posición femenina no se puede elaborar sobre el modo


neurótico de la bisexualidad. La pasividad en relación con el padre no adquiere una
forma edípica, ni siquiera la del Edipo invertido. Para él, esta femineidad es
radicalmente inaceptable. No puede mediatizarse. Desde el comienzo buscará una
femineidad de hecho, una transformación real.

Donde el esquizofrénico inscribe el paso al acto, Schreber manifiesta un


tratamiento progresivo mediante el delirio. Procura elaborar una construcción que
reemplace la construcción edípica. El padre se vuelve cósmico —el sol— y divino.
La femineidad sólo es posible si es absoluta: ser la mujer de Dios. Para él, ésta es
una manera de aceptar lo que se le impone desde el exterior, de encontrarle una
razón a esta obligación inscribiéndola en una necesidad universal y divina.
Finalmente, ésa continúa siendo una manera de rechazar la carencia.
Dios tendr{ su lengua, la lengua fundamental , que se supone capaz de
testimoniar una experiencia que no puede expresarse en el lenguaje común. Y
Schreber se relaciona con Dios mediante ese idioma; retomaremos luego esta
cuestión con Lacan.

• La estabilización del delirio en virtud de la reconciliación y del tema de la redención.


Llegamos así a los dos temas que habrían de considerarse como el desenlace del
delirio, aun cuando, como veremos, éste es un proceso que no puede tener fin. Esos
dos temas son la transformación en mujer y la posición de mujer de Dios.

Antes amenaza insoportable, la posición femenina llega a ser, en virtud del


trabajo del delirio, la solución beneficiosa. No se trata de que Schreber quiera que se
opere en él tal transformación; quien lo desea, en nombre de la salvación de la
humanidad, es un Dios que lo ha elegido a él como socio. La redención del mundo
pasa por la emasculación de Schreber, más precisamente por su desvirilización
(reabsorción de los órganos).

Esta solución, aún no alcanzada, restablecerá un vínculo entre Schreber y los


demás, pues está convencido de que un día la desvirilización se producirá. Freud
habla aquí de realización asintótica de su deseo: Schreber acepta esperar y esperar,
seguro como está de esta solución salvadora. Lacan retomará particularmente esta
idea en su esquema de la posición psicótica que entiende el delirio como una
metáfora estabilizada en un futuro indefinido.

Después de haber intentado comprender el delirio de Schreber, Freud tratará


de dar una explicación más global de la paranoia y, sobre todo, abrirá la senda de la
teoría del narcisismo que aún no está elaborada. Éste es el segundo gran aspecto del
texto de Freud, que constituye para él una verdadera apuesta teórica.

• La paranoia es la expresión de una fijación narcisista y también la de la lucha contra


esta fijación. Freud introduce la función del narcisismo a fin de explicar el rol de los
deseos homosexuales —aunque esta expresión es discutible—. Y propone una
secuencia de desarrollo: autoerotismo, narcisismo y amor objetal.

La elección homosexual sería de naturaleza narcisista y sería anterior a la


elección heterosexual: el sujeto se toma primero a sí mismo como objeto de amor.
Estas tendencias homosexuales derivan posteriormente hacia la catexia social:
amistad, camaradería, espíritu de cuerpo. Los paranoicos se defenderían contra una
sexualización de esos intereses sociales siempre unidos a una proximidad narcisista
demasiado importante.
Para explicar esta defensa, Freud declinará, pasando por diferentes personas
verbales, una proposición. Construirá una especie de gramática de la paranoia. Son
fórmulas que desde entonces se han hecho célebres, casi caricaturescas, si uno las
aplicara sistemáticamente.

Ésta es la fórmula madre

Yo (un hombre) lo amo a él, un hombre . Todo el trabajo consistir{ en


contradecir esta frase según diversas modalidades.

1. Cambiando el verbo: No lo amo, lo odio , lo cual, por proyección


—volveremos a hablar de este mecanismo— se transforma en él me odia . La
transformación conduce al delirio de persecución. No lo amo , expresión de
rechazo, lo odio es la inversión en su contrario, porque me persigue , es la
explicación.

2. Ya no es el verbo lo que cambia; ahora se contradice el objeto de la


proposición. No lo amo a él, la amo a ella que, también por proyección, se
transforma en ella es quien me ama , con lo cual se instala la posición eroto-maníaca.

3. Se contradice ahora al sujeto de la proposición, No soy yo quien ama al


hombre es ella quien lo ama . Se presenta, pues, el delirio de celos.

4. Se rechaza por entero la proposición: No lo amo, sólo me amo a mí mismo . Es


el delirio de grandeza.

Más allá de las reversiones, de las inversiones proyectivas de las fórmulas


freudianas de la frase lo amo , lo importante estriba en el tratamiento del lenguaje
que allí se expresa.

A fin de explicar los movimientos psíquicos que se dan en las psicosis, en el


delirio, Freud hace hablar al sujeto, le concede la palabra. Es un modo de poner en
palabras la posición subjetiva. Lo cual es ya un intento de instalar un intercambio
posible. Finalmente, a través de proposiciones, de frases, los lugares se
intercambian y se establece una circulación. Volvemos a encontrar aquí la función
de red. Retomaremos esta cuestión con Lacan.

Los principales mecanismos que se ponen en juego en la paranoia

• La proyección. Freud utiliza a menudo el término proyección. La palabra


aparece en la etapa intermedia de cada una de las cuatro modalidades del yo lo
amo . Una percepción interna reaparece desde el exterior como percepción externa,
pero también deformada. Por ejemplo, el amor por el otro reaparece pero con la
forma de un odio —transformación del afecto— que ese otro siente por mí.

Por ello, conviene ser prudente en el empleo del término proyección. Es un


concepto ambiguo que tiende más a suscitarla comprensión psicológica que a
formalizar una problemática psíquica en el modo analítico.

• Represión y narcisismo. Freud pondrá a prueba el mecanismo central que ha


identificado en la neurosis, a saber, la represión. Pero su teoría de la represión no se
aplica con la misma pertinencia a la paranoia. Sin embargo, Freud construirá aquí
una teoría que combina la represión con el narcisismo.

La represión en la paranoia consistiría en un desprendimiento, parcial o


general, de la libido. La libido que estaba asociada a objetos exteriores se repliega
sobre el yo. Ese proceso, calificado como silencioso, sería la etapa de la represión
propiamente dicha, mientras que el delirio sería la expresión de un retomo de lo
reprimido que vuelve a volcar la libido en los objetos que ésta había abandonado.

Lo que caracterizaría, pues, a la paranoia es, no el retiro de la libido, sino el


retorno de esta libido sobre el sí mismo.

Freud insiste en la fijación narcisista, que desempeña el papel de una moción


reprimida que atrae a la libido liberada. Esta fijación narcisista, unida al retomo de
la libido al sí mismo, daría lugar a la amplificación ilimitada del yo. El delirio
megalomaníaco es la manifestación clínica de este proceso. Se trata, pues, de un yo
que no considera la realidad, ni al otro, una especie de ultrayo, de yo
autoengendrado.

En la esquizofrenia, el retiro de la libido sobre el sí mismo sería también el


mecanismo constitutivo, sólo que en este caso, por un lado, el retorno se cumpliría
hasta la fase prenarcisista y, por otro, la alucinación sería el modo de retomo
privilegiado, cuando en la paranoia es el delirio el que domina, en virtud de la
proyección.

Retomemos nuestro hilo conductor a la luz de estos nuevos elementos. La


catástrofe que corta el vínculo con el otro, que obliga a responder, a encontrar
sentido, es la del retiro de la libido. Freud precisa que ese retiro no suprime el
mundo exterior, sólo lo priva de interés libidinal. Schreber continúa viendo a los
dem{s, pero para él éstos son sólo sombras de hombres, hechos en un dos por tres .
Todo el intento, todo el trabajo, consistirá en restablecer la conexiones libidinales.
Eso es lo que expresan los destellos del delirio. El delirio dispone y combina:
organiza.

El punto de vista de Lacan sobre el caso Schreber

Entre las derivaciones que tuvo el análisis de Freud, vale la pena mencionar,
aunque sólo sea brevemente, el aporte hecho por Jacques Lacan.

Ciertamente, la lectura de las Memorias de Schreber y del estudio de Freud


que hemos propuesto está ya impregnada de las proposiciones de Lacan. Es lo
propio de la visión retrospectiva de la que tampoco nosotros escapamos.

Si bien Freud partió de la histeria para descubrir, sólo más tarde, la psicosis y
al principio únicamente como una cuestión teórica, Lacan, por su parte, partió del
hecho clínico de la locura y particularmente de la paranoia, que lo apasionó desde
muy temprano. Desde que presentó su tesis de psiquiatría sobre el caso Aimée, este
interés por la psicosis nunca fue desmentido. El hecho de que haya continuado
haciendo presentaciones de enfermos durante toda su docencia es una prueba de
ello. Pero Lacan elaboró verdaderamente su concepción de la psicosis comentando
muy exhaustivamente el texto de Schreber y el de Freud. El enfoque inicial fue el
mismo de Freud: dar crédito, otorgar valor a la palabra, en este caso al texto mismo
de Schreber. Hacerse, según su propia expresión, secretario del alienado .

Hasta podría decirse que si Freud encontró en Schreber a un teórico notable


de la libido, Lacan, al tomar al pie de la letra las afirmaciones de Schreber, halló un
apoyo para su teoría de la función simbólica. Así dedicó todo un año de enseñanza
(1955-1956) a Schreber. De modo que no pretendemos restituir aquí la riqueza de tal
enfoque.

• El delirio es una palabra necesaria que hace sufrir. Tratemos sencillamente de


descubrir las pistas y de formularlas luego siguiendo el hilo de nuestra
presentación.

Lo que más impresiona a Lacan es el interés que presta Schreber a la palabra.


Donde Freud diagnostica el retiro de la catexia libidinal del mundo exterior, Lacan
destaca la focalización en los fenómenos de palabra. El psicótico manifiesta una
atención por el registro del lenguaje como tal. De hecho, basta abrir el libro de
Schreber para comprobar que el autor da al lenguaje un tratamiento muy particular.

Schreber tiene que vérselas permanentemente con fenómenos de palabra.


Esas palabras nunca cesan, lo invaden, llegan desde todas partes y, sobre todo, le
conciernen, se dirigen a él. Los rayos de lo divino, boceto del delirio, son ante todo
destellos que hablan. Hablan esa lengua de fondo que Schreber también llama
idioma de la eternidad, de carácter enigmático y externo. Esta lengua expresa a
veces una verdad absoluta y opaca, a veces machaca la misma cantilena,
estribillos que lo fatigan. El sentido parece siempre esquivo. ‚ veces, las frases se
interrumpen justo antes de la palabra que ferraría el concepto y daría la
significación.

Una expresión clave de esta lengua de fondo es asesinato del alma . Una
egresión a la vez esencial e inexplicable. Schreber la utiliza. No sabe a qué
corresponde exactamente, pero está seguro de que él mismo está implicado en esa
acción, que es el blanco de ese asesinato. Se oye a sí mismo pronunciar palabras que
—aunque advierte que son de una importancia capital— no comprende; son
palabras inspiradas.

Para Lacan, esta omnipresencia de la palabra constituye el hilo de toda la


problemática del caso del presidente paranoico. Para Schreber, lo importante es que
la palabra se mantenga. Y con frecuencia, esta palabra es la expresión misma de su
sufrimiento. No lo deja nunca en paz, jamás le da un respiro, y, al mismo tiempo
—paradójicamente—, le es absolutamente necesaria. Por la integridad de Schreber,
es necesario que esta palabra perdure.

Aquí podemos reconsiderar nuestro hilo conductor según los siguientes


términos: el vínculo que Schreber necesita encontrar, el sentido que tiene que dar,
no pueden proceder más que de la palabra. Tiene la necesidad de decir algo de la
experiencia por la que atraviesa.

La palabra es lo único que une a Schreber a cierta forma de realidad, por


perturbada que ésta sea. El vínculo que tiene que mantener con alguien, con ese
él de las fórmulas freudianas, es, por supuesto, el vínculo con Dios. Dios es quien
habla. Si la palabra cesa, Schreber se encuentra, pues, ante el vacío, ante el horror,
en la estacada . ‚bandonado por el Otro, ya no es nada. El Otro del lenguaje
aparece aquí como tal.

Entonces sobreviene lo que él llama el milagro del alarido . ‚quí vemos


expresar vivamente lo que Lacan identifica como la necesidad de la supervivencia
de la palabra por cuanto ésta funda la existencia humana. Sin ella, Schreber no
existe. No es más que un alarido, un llamado sin palabras, el último grito ante el
vacío, dado precisamente para llamar a la palabra. Schreber se ve obligado a un
juego continuo del pensamiento , muy desagradable, abrumador, como dice él
mismo. Schreber está ligado a una cadena interminable de discurso.

• El lugar de la forclusión. El enfoque freudiano de Schreber lleva a Lacan a


identificar un mecanismo particular que explicaría el fenómeno psicótico: la
forclusión.

Lacan reconoce con Freud las dificultades que se presentan cuando uno
pretende aplicar la lógica de la represión a la psicosis. Partiendo particularmente de
la alucinación, Lacan subraya su carácter, bien conocido por los psiquiatras, de
exterioridad. Lo que se presenta en la alucinación es un elemento extraño sin vínculo
ninguno con una representación conocida. En la neurosis, el retomo de lo reprimido
—si bien da lugar a la sorpresa— remite de todos modos a un saber latente,
inconsciente, que permite establecer conexiones; en cambio, en la alucinación
estamos ante el retorno de un elemento nunca inscrito. Un retomo que rompe todas
las conexiones.

Lacan ve en este fenómeno la marca de una carencia de inscripción previa,


carencia de inscripción simbólica. Un elemento no ha sido registrado, elemento
clave de una cadena, elemento regulador que Lacan llama significante del
Nombre-del-padre. Al carecer de ese saber previo, el inconsciente no conserva
ninguna huella. El retomo se producirá fuera de lo simbólico, desde afuera, dice
Freud; en lo real, completa Lacan.

Es lo que expresa la frase de Freud en su texto sobre Schreber: Lo que fue


abolido dentro vuelve desde afuera .

Y Lacan retoma la idea al decir: Lo que fue anulado de lo simbólico vuelve en lo


real . Abolido de lo simbólico, nunca integrado en la red en la que todo sujeto
determina su posición, particularmente su posición hombre-mujer. En un momento
dado, nada responde al llamado. Los cimientos no están allí, faltan los elementos de
respuesta. Schreber no puede explicar su posición.

La función devastadora de esta fantasía hace, pues, irrupción. No es el


impulso homosexual lo que provoca tales efectos, sino la ausencia que esto revela,
la confrontación con una función femenina en un sujeto a quien nada lo había
preparado para recibirla. Ésta es una función que se impone como radicalmente
nueva. No hay reencuentros, no hay representación, sólo la presentación en bruto.

La ruptura de los vínculos libidinales con el objeto, subrayada por Freud,


será una ruptura de conexiones simbólicas que provocará el espanto inicial, pero
también alentará todos los esfuerzos para tratar de restituirlas.

La forclusión del significante del Nombre-del-padre tiene correlación con la


ausencia de la prueba de castración en el campo de la psicosis. Nasio habría
precisado que se trata del fallo de una castración, pues no hay una sola, sino
múltiples castraciones que coexisten en un mismo sujeto. Ya que cada castración
está en el centro de una realidad psíquica local que él llama forclusión local .

La forclusión del Nombre-del-padre es una construcción necesaria, teórica,


llevada al extremo, mítica, pero que ofrece una explicación del proceso. Uno no
observa la forclusión, pero puede comprobar sus efectos. El desorden de la
distancia en relación con los otros, ya sea que éstos se confundan con el sujeto, ya
sea que se le vuelvan por completo extraños, está vinculado con ese mecanismo que
rompe las amarras.

CONCLUSIÓN

El delirio, como ya lo dijimos en varias oportunidades, aparece


retrospectivamente para dar significación a la falta de sentido inicial. Para el
paranoico, no se tratará pues sólo de comprender, sino de comprenderlo todo. Ésta
es la única salida que se le ofrece y no ha de cerrarse. El delirio, aun cuando parezca
estabilizarse en una construcción precisa y elaborada, continuará siendo una
formación imaginaria en equilibrio precario; siempre debe fortalecerse con una
certeza.

La redención de la humanidad en virtud de su unión con Dios será para


Schreber el objetivo necesario, aunque imposible de situar en el tiempo. Plazo
interminable e insuperable que mantiene el delirio como tal.

Dejaremos la conclusión al propio Schreber, quien precisamente pudo


encontrar en su delirio una manera de no concluir nunca: un hombre que, como yo,
puede, en cierto sentido, decir que la Eternidad es tributaria de él, puede permitirse dejar
pasar cualquier insensatez, con la convicción segura que tiene de que llegará el momento en
que, a pesar de todo, esa insensatez pasará cuando de sí mismas renazcan circunstancias
conformes a la razón. [21]

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