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Capítulo 6 - Enfoque de Género - Concepto y Elementos Esenciales en La Adolescencia

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CAPÍTULO 6: ENFOQUE DE GÉNERO: CONCEPTO Y ELEMENTOS ESENCIALES EN

LA ADOLESCENCIA

INTRODUCCIÓN

El contenido íntegro es resultado de la revisión bibliográfica de las teorías y los conceptos


relacionados con el «Enfoque de Género». A tal fin, se van a presentar cuatro apartados
para recoger los aspectos fundamentales en relación con la perspectiva de género en la
intervención con adolescentes.

a) ¿Qué es la perspectiva de género? Algunos conceptos claves para entender las teorías
de género.
b) El género como identidad: Las diferencias entre identidad de género, expresión de
género y orientación sexual.
c) El género como rol: El sexismo como discriminación basada en el sexo.
d) El género como relación: Las relaciones sexuales y el ideal del amor romántico en la
adolescencia.

2. ¿QUÉ ES LA PERSPECTIVA DE GÉNERO? ALGUNOS CONCEPTOS CLAVES PARA


ENTENDER LAS TEORÍAS DE GÉNERO

El «enfoque» o «perspectiva de género» parte de la distinción básica e inicial entre el


«sexo» biológico y el «género» socialmente construido y, por lo tanto, modificable. De este
modo, se constituye como un elemento clave para la transformación social y la
configuración de nuevos modelos sociales lejos de planteamientos patriarcales (Hendel,
2017) (1). Por lo tanto, para realizar la distinción entre los conceptos que dan nombre al
apartado, es imprescindible dar significado al concepto de «patriarcado» (2). Por este
concepto entendemos toda forma de organización, de cualquier índole, que se basa en la
autoridad del hombre respecto de la mujer. En consecuencia, un sistema patriarcal es fruto
de una visión androcentrista (3), a partir de un análisis de la realidad efectuado desde el
punto de vista único del hombre (Sánchez, 2001; Varela, 2013; Marañón, 2018a).

La fórmula para contrarrestar los efectos de esta organización social, basada en la


desigualdad entre los géneros, desde hace décadas, es la inclusión de la «perspectiva de
género» en cualquier acción o política que se quiera desarrollar para actuar en pro de una
igualdad efectiva entre hombres y mujeres. De este modo, puede entenderse este enfoque
como aquel que toma en cuenta los con- dicionantes culturales, económicos, sociopolíticos,
y/o de cualquiera otra índole, que favorezca la situación en contra de la discriminación de
las mujeres. Por lo tanto, es cambiar el enfoque tanto de análisis como de actuación, para
desarrollar las políticas a partir de la toma de conciencia de los prejuicios concretos que un
colectivo en particular tiene respecto de otro (Lamas, 1996; Varela, 2013; Marañón, 2018a).

Tras esta contextualización, es momento de definir dos conceptos esenciales para


esta perspectiva (4). Por un lado, el «sexo» es la clasificación que se hace del cuerpo de
una persona al nacer, en base a los órganos sexuales externos. Hace referencia a un
conjunto de características biológicas y fisiológicas que distinguen a los organismos que se
reproducen sexualmente. Incluyen cromosomas, células germinales, hormonas y morfología
primaria y secundaria (órganos reproductivos internos, genitales internos y externos,
estructuras, tejidos).

En cambio, el «género», por otro lado, es entendido como la construcción


sociocultural e histórica, a partir de la diferencia sexual, que asigna a machos y hembras,
con base a su sexo biológico, una identidad, roles y relaciones; así como deberes y
derechos diferenciados. También, este concepto alude a la relación de poder entre mujeres
y hombres, porque sobre la base de dicha diferenciación se realiza una desigual asignación
y control de los recursos (Varela, 2013; Marañón, 2018a).

El «género» se caracteriza principalmente por ser: a) reconocido y asignado, b)


socialmente aprendido y transmitido, c) histórico y cambiante en cada lugar y momento, d)
socialmente construido (explicable, pero también modificable), e) relacional, asimétrico y
jerárquico, que lleva a una valoración diferencial (no neutral), f) contextual e interseccional
con otros estratificadores sociales como la edad, la etnia, el área de residencia o la clase
social, y g) institucionalmente estructurado (EASP, s.f.; Lamas, 1996, Marañón, 2018a). En
otras palabras, este concepto explica las diferencias sociales entre hombres y mujeres en
cuanto a identidad, roles basados en la división sexual del trabajo, uso del espacio y el
tiempo y relaciones sociales (Beauvoir, 2017). A continuación, se facilita un cuadro
comparativo entre los conceptos «sexo» y «género» para su mejor com- prensión.

Cuadro 1. Diferencias entre sexo y género

SEXO GÉNERO

Hecho biológico/natural Hecho o construcción cultural y/o social

Determinado por características biológicas Determinado por las características que la


(anatómicas, fisiológicas, hormonales, etc). sociedad y la cultura atribuyen a cada sexo.

Macho/Hembra Mujer/Hombre
Femenino/Masculino

Universal Contextual

Adquirido al nacer Aprendido

Con el tiempo y el avance de los estudios de género, esta visión dicotómica entre sexo y
género, propia del pensamiento occidental, ha sido cuestionada, mostrando sus
limitaciones. En primer lugar, se ha relativizado el determinismo biológico inicial en tanto
que no hay una correspondencia mecánica entre el género masculino o femenino y el
cuerpo sexuado de varón o hembra, respectivamente. En segundo lugar, se rechaza el
esencialismo según el cual se plantea que existe una mística femenina o masculina.

Todas estas corrientes, desarrolladas bajo las denominadas teorías Queer,


defienden que las categorías sociales no son dicotómicas ni binarias. Por lo tanto, entienden
que una persona no tiene por qué ser totalmente mujer u hombre, ni que su deseo sexual
tiene por qué ser totalmente homosexual o heterosexual.

El libro de Judith Butler (2007) El género en disputa, considerado punto inicial de


esta corriente teórica, cuenta la historia de Herculine Barbin, una persona que al nacer se la
consideró hembra y fue educada por «su» género de mujer en escuelas de niñas y llegó a
ser institutriz de estas residencias o academias para «señoritas». Conforme iba creciendo,
su cuerpo no correspondía con el sexo y con el género que se le había dado, ya que no
tenía rasgos propios de las hembras. Tras diferentes revisiones médicas, se descubrió que
en realidad tenía más desarrollados los órganos sexuales y las facciones corporales de los
machos. Al nacer no se percataron de ello, ya que tenía vagina, aunque a la adultez
desarrolló algunos rasgos y órganos sexuales propios de los machos. Por lo tanto, su sexo
«real» era en un alto porcentaje de macho, aunque fue educado en el género femenino y su
deseo sexual era hacia las mujeres, las cuales las entendía como relaciones inmorales
porque consideraba que eran hacia personas de su mismo sexo (6).

Otras limitaciones de esta visión dicotómica entre sexo y género tienen que ver, en
tercer lugar, con el hecho de que lo femenino y lo masculino son dos polos en medio de los
cuales hay un continuum de identidades, roles y relacio- nes, entre ellas el «género fluido».
Además, en cuarto lugar, se ha constatado que los cuerpos sexuados son sumamente
plásticos y modificables con maquillaje, tratamientos hormonales y/o cirugía; mientras que
los esquemas mentales sobre lo que significa ser hombre y ser mujer en un lugar y tiempo
dados han probado ser más resistentes al cambio que avanza a un ritmo más lento y admite
la posibilidad de estancamiento e incluso retroceso.

Para finalizar este apartado, se presenta una lista de algunos de los usos
imprecisos, incorrectos e inapropiados de «sexo» y/o «género» (EC, 2013; EASP, s.f.):

— Ignorar la variable sexo y/o género presuponiendo que la salud y la educación son
neutrales al género cuando en realidad se refuerzan inequi- dades que afectan tanto a
mujeres como a hombres.
— Sustituir mecánicamente sexo por género, reflejando una concepción ahistórica y natural
de la diferencia sexual.
— Usar sexo y género como equivalentes o sinónimos.
— Recrear la sinonimia mujer = madre.
— Sustituir mujeres por género.
— Limitar género a mujeres (adultas), cuando es una categoría relacional, intergeneracional
y que afecta tanto a hombres como a mujeres.
— Incluir el enfoque de género en temas que afectan solo a las mujeres (reduccionismo de
primer orden) y vinculadas con la cuestión reproductiva de las mujeres (reduccionismo de
segundo orden).
— Sustituir feminismo por género.
— Asumir que todas las mujeres como sexo (hembras) y todos los hombres como sexo
(machos) son iguales.
— Las aparentes diferencias entre mujeres y hombres biológicas son limitadas, siendo las
más abundantes aquellas que las sociedades ha marcado por razón de género.
— Las aparentes diferencias entre mujeres y hombres son producto de la cultura de cada
sociedad en concreto.
— Todas las mujeres como grupo social (feminidades) o todos los hombres
(masculinidades) como grupo social no son iguales.

3. EL GÉNERO COMO IDENTIDAD: LAS DIFERENCIAS ENTRE IDENTIDAD DE


GÉNERO, EXPRESIÓN DE GÉNERO Y ORIENTACIÓN SEXUAL

Además de un concepto en el marco de una teoría, el «género» también puede ser


entendido como una categoría de análisis de la realidad. En este sentido, el género incluye
tres dimensiones: la histórico-cultural relativa a la identidad, la socio-económica relacionada
con los roles y la política respecto a las relaciones desiguales de poder (Gloria Bonder,
citado en Navas, 2007: 27-28). Cada una de estas tres dimensiones serán aplicadas al caso
de la atención integral de personas adolescentes en este y los siguientes dos apartados.

Hay una serie de conceptos que derivan de la primera dimensión histórico- cultural
relativa a la identidad , pero aquí nos centraremos en las diferencias y relaciones entre la
«identidad de género», la «expresión de género» y la «orientación sexual». La «identidad de
género» es el sentimiento interno de un individuo de ser hombre o mujer, o algo intermedio
u otra identidad no masculina o femenina. El sexo biológico puede o no puede tener relación
con la identidad de género de una persona (Butler, 2007).

Por su parte, la «expresión de género» comprende las características exteriorizadas


y comportamientos que son socialmente clasificados como «masculino» o «femenino»,
asociando a cada uno una serie de características dicotómicas y mutuamente excluyentes.
A continuación, presentamos una comparativa sobre los atributos socialmente más
generalizados acerca de lo que corresponde a la feminidad y a la masculinidad.

Lo femenino Lo masculino

- Débil, incompleta, para otras personas. - Fuerte, autónomo, para sí.

- Centralidad de la maternidad. - Paternidad ausente.

- Emocional. - Racional.

- Trabajo doméstico, no pagado. Cuerpo - Trabajo productivo, que genera ingresos. -


bajo control para apropiarse de su La calle, lo público.
producto.
- Tiempo lineal.
- La casa, lo privado.
- Proveedor.
- Tiempo fragmentado por triple rol.
- Relacionadas con trabajo y vivienda.
- Dependiente.
- Dominación y superioridad.
- Alivio de la carga doméstica y apoyo para
la crianza.

- Subordinación y discriminación.
Como vemos las características que se otorgan a un género son excluyentes al otro. Si la
mujer es «débil», el hombre es «fuerte»; si este es «racional», ella es «emocional». Por lo
tanto, ser «hombre» desde una visión heteronormativa , es todo aquello que no sea «mujer»
(Butler, 2007).

La «orientación sexual», por otro lado, es la atracción sexual que siente una persona
hacia otra. Los términos empleados para describir las identidades espe- cíficas de
orientación sexual son «bisexual», «gay», «lesbiana», «asexual» o «pansexual». Con ello
se rompe es esquema mental que Irigaray nombraba como «El viejo sueño de la simetría»
que consiste en la concordancia predeter- minada socialmente en la que cualquier persona
nacida de un sexo se ve iden- tificada con un género en concreto y a tener un deseo sexual
único.

Figura 1. Relación entre sexo, género y deseo

Esta relación causal busca la racionalización e interconexión entre los tres elementos. De
este modo, el resto de relaciones son consideradas como no deseadas y no coherentes al
paradigma cisheteronormativo. Está correlación, simplista y simplificada, esquematiza los
elementos claves del heteropatriarcado. Es decir, la persona que nace con el sexo macho
debe desarrollar su masculinidad, sentirse hombre y desear a las mujeres; mientras que
para aquella que nazca hembra tiene que ser femenina, sentirse mujer y verse atraída por
los hombres. Tal y como explica la autora, esta idea que subyace en la cultura colectiva
hace que, a pesar de los grandes avances en términos de aceptación, respeto y derechos,
se mantienen distinciones entre el «nosotros» y el «otros». Ese «otros» es el resultado de
aquellas personas que no cumplen esta relación lineal. Los acepto, los respeto, pero no los
incluyo en el «nosotros». A modo de resumen, exponemos un esquema que relaciona
algunos de los conceptos más importantes de los tratados en el presente apartado.
Figura 2. Identidad sexual: explicación gráfica de las diferencias fundamentales entre
sexo y género

4. EL GÉNERO COMO ROL: EL SEXISMO COMO DISCRIMINACIÓN BASADA EN EL


SEXO

Hay una serie de conceptos que derivan de la segunda dimensión socio-económica del
género como categoría de análisis relativa a los roles asignados a las mujeres y los
hombres a lo largo de su ciclo vital. Entre ellos resulta importante la distinción entre igualdad
y equidad, junto con el concepto de sexismo y sus manifestaciones, como la cara «B» de la
igualdad.

Por un lado, se entiende que la «igualdad entre géneros» supone la equiparación de


las condiciones de partida para que cada persona tenga la opción o posibilidad de acceder
por sí misma a la garantía de los derechos que establece la ley. Mientras que la «equidad
entre géneros» supone la defensa de la igualdad del hombre y la mujer en el control y el uso
de los bienes y servicios de la sociedad. Por tanto, consiste en estandarizar las
oportunidades existentes para repartirlas de manera justa entre ambos géneros.

La «equidad entre géneros», por consiguiente, es la cualidad según la cual los fallos,
juicios o repartos se otorgan a cada quien según corresponda, de acuerdo a sus méritos (o
deméritos). Es decir, que no permite que ninguna de las partes salga favorecida
injustamente en perjuicio de la otra. Por tanto, su significado está estrechamente
relacionado con el concepto de justicia. Es la justicia aplicada al caso concreto. Supone
tratar a los iguales como iguales y los desiguales como desiguales. Hace referencia, en
consecuencia, al tratamiento de los distintos grupos de población en función de su situación
y necesidades respectivas. Es aquí donde resulta útil la propuesta de interseccionalidad
según la cual el género interactúa con otras discriminaciones por edad, nivel educativo, área
de residencia, etnia y orientación sexual, entre otras.

La igualdad de hecho (o real o sustantiva) se ocupa de los efectos de las normas


jurídicas y trata de conseguir que no mantengan, sino que alivien la situación desfavorable
que sufren ciertos grupos. Implica la idéntica titularidad, protección y garantía de los mismos
derechos fundamentales, independientemente del hecho, e incluso, precisamente por el
hecho, de que las y los titulares sean diferentes las unas de los otros. En ese sentido, se
encuentra conformada por tres principios: el principio de no discriminación («Igualdad de
oportunidades» e «Igualdad de trato»), el principio de responsabilidad estatal y el principio
de igualdad de resultados («Igualdad de resultados»).

Cuadro 3. Comparación entre los conceptos de «Igualdad Formal», «Igualdad


Efectiva» o «Igualdad Material»

Igualdad Formal Relativa a aquella que se proclama en los


diferentes textos legales
independientemente de su rango legal

Igualdad Material o Efectiva Se entiende por las medidas concretas que


una vez puestas en marcha buscan la
igualdad efectiva entre la ciudadanía

Por lo tanto, la igualdad va más allá de alcanzar la equiparación en derechos y requiere de


acciones concretas para abordar el machismo estructural que en cada sociedad y contexto
se dan. Existen diferentes formas de machismo en las sociedades patriarcales basadas en
el sexismo. El «sexismo» es la discriminación en razón del sexo de las personas. Consiste
en una ideología basada en la superioridad de las capacidades de una persona de un
«sexo», respecto de una persona de «otro sexo». Se expresa en actos de discriminación de
los aportes que una persona realiza, en razón de su sexo.

Según Magrit Eichler (1988), el sexismo tiene siete manifestaciones principa- les: a)
doble parámetro, b) dicotomismo sexual, c) deber ser de cada sexo o esencialismo, ya sea
bajo la apariencia del «familismo» o del «mujerismo académico», d) insensibilidad al
género, e) sobre-generalización y/o sobre-especi- ficación, y f) Androcentrismo, con la
misoginia y la ginopia como formas extre- mas (A. Facio, 1992: 77-99) (Ver Anexo 1).

En definitiva, el género es la construcción social y económica que se expresa en los


diferentes papeles y tareas de las mujeres y los hombres en la sociedad (Lamas, 1996;
Butler, 2007; Beauvoir, 2017). Por lo tanto, el rol o papel de género constituye todo ese
conjunto de normas socialmente establecidas ela- boradas a partir de prejuicios que se
otorgan a cada género en función del sexo al que pertenecen. Estas funciones son
transmitidas de generación en generación y difieren entre los distintos espacios
socioculturales con una excepción: es intercultural la división del espacio social entre lo
público-sociedad (masculinidad) y lo privado-hogar (femenino). Esta idea tiene sus orígenes
en El Contrato Social de Rousseau de 1762 y que ha llegado hasta nuestros días.

En el caso del trabajo con personas adolescentes se sabe que la educación puede
ser sexista y los servicios de salud no siempre resultan amigables. La educación puede
enfatizar en el desarrollo del lenguaje en las niñas y el pensamiento lógico matemático en
los niños. También existen especialidades en la educación técnico vocacional que son
consideradas tradicionalmente femeninas como la enfermería, la docencia y la asistencia
administrativa que refuerzan en el espacio público el rol de cuidadoras asignado a las niñas,
adolescentes y mujeres en el ámbito privado. Junto a especialidades consideradas
tradicionalmente masculinas como la mecánica o la electrónica. Con lo que se limitan las
oportunidades de inserción laboral de las adolescentes mujeres, sea a través de la
empleabilidad o el emprendedurismo, en ocupaciones que generan mayores ingresos, son
socialmente más valoradas y tienen más posibilidades de ascenso.

Los servicios de salud no siempre atienden las necesidades de las y los


adolescentes en cuanto a la educación integral de la sexualidad, los estilos de vida
saludables, y el acceso a métodos anticonceptivos para la prevención del embarazo en
niñas y adolescentes, por ejemplo. Es altamente probable que las prácticas sexuales
seguras y responsables sean valoradas de manera diferente por el personal de salud, en
función del sexo de la persona adolescente. De manera que una adolescente mujer
interesada en métodos anticonceptivos en vista como precoz o promiscua. Una valoración
que no recibe un adolescente hombre en las mismas circunstancias.

El proceso de volver consciente la expresión de estos diferentes mecanismos del


sexismo en el trabajo cotidiano del personal de salud y educación con las y los
adolescentes, ha sido largo. Para finalizar este apartado, se ofrece un punteo con los
principales hitos en dicho proceso:
— Buscar «perlas de la misoginia».
— Rastrear el pasado, para reconstituir una tradición perdida: a) un corpus no
sexista, y b) el reconocimiento del aporte de las mujeres, para luchar contra tópicos
arraigados como el de la inexistencia de mujeres científicas → corregir el número de
mujeres.
— Volverse consciente de la estructura de género en la ciencia → corregir las
instituciones.
— Sospechar de la existencia de un sesgo sexista y androcéntrico → corregir el
conocimiento.
— Debatir entre distintas corrientes de interpretación del sistema de género y
realizar propuestas.
— Utilizar el género como recurso y herramienta de análisis para crear nuevo
conocimiento → generar «innovaciones de género» que agreguen valor, excelencia, calidad
y creatividad a la investigación (A. Puleo, 2000: 6-7).

5. EL GÉNERO COMO RELACIÓN: LAS RELACIONES AFECTIVO- SEXUALES Y EL


IDEAL DEL AMOR ROMÁNTICO EN LA ADOLESCENCIA

Hay una serie de conceptos que derivan de la tercera dimensión más política del género
como categoría de análisis relativa a las relaciones que establecen las mujeres y los
hombres a lo largo de su ciclo vital. En este apartado se abordan las relaciones
afectivo-sexuales en la adolescencia, con énfasis en el ideal del amor romántico y la
violencia en el noviazgo.

Cuando hablamos de «amor romántico» y pretendemos explicar en qué consiste,


tenemos que retrotraernos hasta el mito de andrógino. Platón, en su obra El Banquete
(Peñalva, 1999), cuenta la historia de unos seres con naturaleza dual, es decir, que tienen la
posibilidad de reunir características de ambos sexos. Con ello, se da el resultado de que
pueden ser tanto seres mujer-mujer, hombre-hombre o mujer-hombre. Estas criaturas,
completas por naturaleza, pretendieron asaltar el Monte Olimpo, despertando la ira de Zeus,
quien lanzó un rayo que provocó la división de estos seres en dos partes como muestra de
su enfado. A partir de ese momento y para toda la eternidad, esas dos mitades estarán
condenadas a encontrar su otra mitad para volver a ser un ser completo. Este mito daba
explicación a dos realidades de la época. En primer lugar, daba un razonamiento acerca de
las relaciones homosexuales en la Antigüedad. En segundo lugar, justificaba lo que
Occidente ha entendido históricamente como relaciones amorosas, las cuales se han
basado en los principios de universalidad y naturalidad (Pascual, 2016).

El ideal romántico se conceptualiza en base a la construcción social de cada uno de los


géneros. En este contexto, la mujer tiende a ser representada en un rol pasivo en las
relaciones de pareja, potenciando en ella el amor y el romanticismo, promoviendo su
entrega incondicional a la pareja masculina. De ello se desprenden ideales relacionados con
la dependencia femenina que se convierte o es vista como sujeto inferior e infravalorado
que necesita de la protección masculina para alcanzar la realización y plenitud. Por el
contrario, al varón se le define como ser autónomo que lleva el rol activo en las relaciones
de pareja. Se simboliza como un ser desafiante, arriesgado, seguro, fuerte, ensalzando su
épica de héroe (guerrero o luchador) que debe salvar a la mujer amada (López y Güida,
2000). Esta construcción sociocultural se elabora a partir de una perspectiva masculina o
androcentrista, configurando un modelo concreto de organización patriarcal (Dolera, 2018).
Con todo ello, tenemos como resultado unas expectativas sociales alrededor de lo que se
considera como la relación ideal entre mujeres y hombres, la cual se basa en 19 mitos
distribuidos en cuatro grupos.

Cuadro 5. Mitos del Ideal del Amor Romántico

G1. El amor todo lo puede 1.Falacia del cambio por amor

2.Mito de la omnipotencia del amor

3.Normalización del conflicto

4. Mito de que los polos opuestos se atraen

5. Mito de la compatibilidad del amor y del maltrato

6. Creencia de que el amor «verdadero» lo perdona y


aguanta todo

G.2. El amor verdadero 7.Mito de la «Media Naranja»


predestinado
8.Mito de la complementariedad

9.Razonamiento de las emociones

10.Creencia de que sólo hay un amor «verdadero» en la


vida
11.Mito de la perdurabilidad, pasión eterna o equivalencia

G3. El amor es lo más 12. Falacia del emparejamiento y conversión del amor de
importante y requiere pareja en el centro y la referencia de la existencia
entrega total
13. Atribución al amor de la capacidad de dar la felicidad

14. Falacia de la entrega total

15.Creencia de entender el amor como sinónimo de


despersonalización

16. Creencia de que si se ama hay que renunciar a la


intimidad

G4.El amor es posesión y 17. Mito del matrimonio como objetivo a alcanzar por la
exclusividad pareja

18. Mito de los celos como símbolo de amor

19. Mito sexista de la fidelidad y de la exclusividad

Otra posible clasificación, es la que nos aporta la autora Iría Marañón (2018a) que, aun
teniendo la misma base y posicionamiento teórico y crítico, idea una categorización con un
total de 12 mitos. En dicha ordenación, relaciona cada uno de los mitos con el ideal del
amor romántico, en contrapunto con un amor sano.

Cuadro 5. Relación de los mitos del amor romántico en contrapunto con el amor sano

MITO AMOR ROMÁNTICO AMOR SANO

Amores imposibles Relaciones que superan Hay tantos tipos de amor,


todos los obstáculos como parejas. Y no se
luchando contra «viento y requieren obstáculos para
marea» Este amor suele que el vínculo sea más
idealizarse como si fuera fuerte.
más potente que otros.

Idealización del amor y de Basado en que la pareja Hay que educar en que
la persona amada puede aportarte todo cada persona es completa
aquello que te falta como en sí misma.
individuo.

El amor es una pasión que Frases como «quien bien El amor sano no hace
hace sufrir te quiere te hará llorar» o sufrir, ni hay peleas de
«no hay rosas sin forma constante.
espinas».

El amor predestinado Conceptos como «la No existe una pareja


pareja ideal» o «el amor creada para cada persona,
de tu vida». simplemente las personas
se encuentran, se
conocen y, en algunos
casos, deciden llevar una
vida en común.

Omnipotencia, el amor Con la idea de que el amor No, el amor es un


todo lo puede es tan potente que puede sentimiento complejo y
con todo, si hay amor volátil y que puede sufrir
todo se superará. importantes alteraciones
por causas externas.

El amor dura toda la vida Hay parejas que se Forzar a que relaciones no
entienden y evolucionan positivas duren no hace
al mismo ritmo y más que perjudicar a las
consiguen que la relación partes implicadas.
dure. Pero no tiene por
qué ser así y no es un
signo de amor verdadero
la durabilidad del mismo.

Posesión y celos Los celos como muestra Hay que asumir que las
de amor. personas son libres e
independientes, con o sin
pareja.

Exclusividad y fidelidad Pensar que sólo se puede Cada pareja marca sus
amar o estar con una límites que acuerdan
persona porque lo cumplir y respetar, sin que
contrario no es amor. éstos deban ser
homogéneos para todas
las parejas.

Matrimonio y toda la vida El matrimonio como meta Las relaciones no tienen


de una pareja. ningún objetivo o meta
más allá de lo que sus
miembros quieran hacer.

Cambiar por amor Pensamiento de que por Por norma general, las
amor una persona puede personas no cambian. No
cambiar y corregirse con es sano estar con una
el tiempo. persona con la idea de
cambiarla.

Control Derecho de la pareja a La información se da


exigir información acerca libremente y sin que
de la otra persona. exista posible exigencia
de darla por parte de la
pareja.

Entrega Una pareja tiene que Es sano tener esferas


compartir todos los donde la pareja no tenga
aspectos de la vida con la por qué estar, en caso
otra persona. contrario hay riesgo de
aislamiento y
dependencia emocional y
social.
Por lo tanto, el ideal del amor se conforma como un factor de riesgo para el establecimiento
de relaciones afectivo-sexuales violentas, debido a que se basa en una serie de principios
que restan, en menor o mayor grado, indepen- dencia y autonomía a las personas que
conforman la pareja. En la base a ello, existen relaciones desiguales de poder entre mujeres
y hombres, existen asimetrías en las relaciones de poder (Lamas, 1996; Butler, 2007;
Beauvoir, 2017). Es necesario remarcar el impacto desigual que tienen entre mujeres y
hombres. Como hemos enunciado con anterioridad, las expectativas sociales para cada uno
de los géneros son diferentes marcando un perfil pasivo de las mujeres respecto de su
compañero varón. Con ello, es más probable que las mujeres sean las que sufran más
control, más celos, se les exija más fidelidad o se les castigue más severamente en caso de
cometer una deslealtad o sufran más estigma en caso de soltería. Es decir, el ideal del amor
romántico, aun siendo perjudicial para los dos componentes de la pareja, tiene mayores
efectos negativos en las mujeres. Por lo tanto, el hecho de ser mujer es en sí un factor de
riesgo a la hora de establecer relaciones de pareja desde esta perspectiva.

En la última década se ha desarrollado un importante corpus de conocimiento


empírico sobre la «violencia en el noviazgo» (Rubio-Garay, 2017: 141; Rubio- Garay, 2015:
53). Esto desde la investigación pionera de Makepeace (1981, citado en Rubio-Garay, 2015:
47) que mostró que las relaciones de noviazgo no son ajenas a comportamientos agresivos.
No existe acuerdo sobre si la violencia en el noviazgo tiene la misma estructura de la
violencia de parejas casadas o unidas, si hay semejanzas y diferencias o si se trata de un
tipo de violencia específico de las personas adolescentes y diferenciado de la violencia
íntima de parejas adultas (Rubio-Garay, 2015: 48). Sin embargo, esta última es la postura
mayoritaria (Rubio-Garay, 2015: 49; Alegría, 2015).

Las personas adolescentes y jóvenes no suelen identificar la violencia en el


noviazgo con facilidad, pues les parece que se trata de una violencia «inherente» a las
relaciones de noviazgo y como forma «normal» de resolver conflictos (Rubio-Garay, 2015:
53), en un contexto de naturalización de la violencia.

Se ha adoptado la clasificación de la triple tipología de violencia íntima (psicológica,


física y sexual). Cuando hay una tipología más compleja que incluye la violencia económica
y patrimonial, por ejemplo. Además, se sabe que los tres tipos ocurren de manera conjunta
(Rubio-Garay, 2017: 135). Si bien la violencia física es la más fácilmente detectada, la
violencia psicológica suele ser la más reportada (Alegría, 2015).

La incidencia de la violencia es mayor cuando la relación de noviazgo tiene más


tiempo, es más formal, hay más compromiso e involucra a personas de más edad
(Rubio-Garay, 2015: 49, 53). Esto probablemente porque las emociones son más intensas,
la convivencia más estrecha y las oportunidades de conflicto son mayores. La prevalencia
de violencia es mayor entre las personas adolescentes que entre las personas jóvenes. Con
lo que es posible afirmar que la violencia disminuye a medida que aumenta la edad
(Rubio-Garay, 2017: 142). Sin embargo, si bien los casos son menos frecuentes, son más
graves y con mayores consecuencias psicológicas y físicas, sobre todo para las mujeres
jóvenes (Rubio- Garay, 2015: 51). La violencia en la adolescencia y primera juventud facilita
la violencia adulta (López-Cepero, 2014: 1). De hecho, la violencia en el noviazgo como
forma de resolver conflictos, aumenta el riesgo de cometer agresiones posteriores cuando la
pareja empieza la convivencia (Rubio-Garay, 2015: 53).
La violencia en el noviazgo es una violencia de carácter bidireccional, en la que ambas
personas miembros se agreden mutuamente, sobre todo en el caso de la violencia
psicológica (Rubio-Garay, 2017: 141; Rubio-Garay, 2015: 52). De manera que tanto las
mujeres como los hombres pueden ser perpetradores o víctimas. Pese a ello, las
investigaciones realizadas hasta ahora suelen conceptualizarla como unidireccional. Se
tiene la creencia de que los hombres adolescentes y jóvenes son los agresores que asumen
un rol activo y las mujeres son las víctimas, la cual deriva de una visión teórica sobre la
asimetría de las relaciones entre los géneros. Hace falta diseñar investigaciones desde otro
enfoque y que aborden la experiencia de las víctimas masculinas y de las perpetradoras
femeninas (Alegría, 2015). Reconociendo que la persona víctima —sea mujer u hombre—,
puede realizar acciones para enfrentar la violencia activamente; mientras que la persona
agresora —sea mujer u hombre—, puede asumir pasividad.

En cuanto a la violencia cometida (perpetración), las mujeres suelen ser las


agresoras en casos de violencia psicológica o verbal y violencia física leve que tiene menos
probabilidades de resultar en lesión; mientras que los hombres sue- len ejercer violencia
sexual y violencia física grave (Rubio-Garay, 2017: 136; Alegría, 2015). De hecho, se sabe
que los hombres usan formas de violencia física más peligrosas (Rubio-Garay, 2017: 141;
Rubio-Garay, 2015: 52). Las mujeres tienen más probabilidades de utilizar uno o más actos
de violencia física o iniciar las agresiones (Alegría, 2015).

En cuanto a la violencia sufrida (victimización), la violencia psicológica y sexual


afecta a las mujeres (Rubio-Garay, 2017: 136). Se sabe que las mujeres sufren daños
físicos y psicológicos más graves (Rubio-Garay, 2017: 141; Rubio- Garay, 2015: 52; Alegría,
2015).

Las mujeres tienen más probabilidad de reportarse como la única persona violenta
de la pareja; mientras que los hombres son más propensos a indicar sólo victimización
(Alegría, 2015).

Este carácter bidireccional de la violencia en el noviazgo implica que frente a un


comportamiento agresivo, se responde con una medida defensiva también de carácter
violento, sea en el momento o en un tiempo y contexto distintos (Rubio-Garay, 2017: 141).
La otra persona de la relación también es un sujeto activo que reacciona, responde y resiste
(Alegría, 2015). Sin embargo, falta estudiar esta compleja relación en las investigaciones
cuantitativas. Tampoco se ha estudiado la «expresión de género» o forma que adopta la
conducta violenta de acuerdo al género de quien la ejerce (Alegría, 2015). Hay un patrón
recíproco en la agresión psicológica, pero a medida que se agrava la expresión de violencia,
aumenta su unidireccionalidad (Alegría, 2015).

La violencia en el noviazgo comienza de manera gradual y esporádica; pero una


vez puesta en marcha, tiene un carácter progresivo por el que tiende a continuar y
agravarse (Rubio-Garay, 2015: 49; Alegría, 2015). De hecho, su inicio precoz está
relacionado con su gravedad y cronicidad. Su inicio depende de factores de riesgo; mientras
que su continuidad depende de: a) los mitos y creencias sobre las relaciones de pareja, b)
la exposición a modelos de violencia y c) las características de la relación.
La violencia en el noviazgo ha sido estudiada sobre todo en contextos educativos, sean las
personas adolescentes como estudiantes de secundaria o las personas jóvenes como
estudiantes universitarios (Rubio-Garay, 2017: 142). Seguramente por una cuestión de
conveniencia, dada la mayor facilidad para tener acceso a las personas integrantes. Hace
falta seleccionar muestras comunitarias de poblaciones con problemáticas específicas. Las
investigaciones han tenido como informantes a personas adolescentes y jóvenes
individuales (Rubio- Garay, 2017: 141); sobre todo en muestras femeninas y asignando un
rol, desde una visión de las mujeres como víctimas y los hombres como agresores (López-
Cepero, 2014: 1, 8, 9, 12). Hace falta diseñar investigaciones al menos con muestras mixtas
en las que no se asigne el rol de agresor o víctima de manera a priori; si no se puede
garantizar la situación ideal en la que el sujeto de estudio sea la pareja. Estos estudios han
sido transversales y a posteriori (López-Cepero, 2014: 9), teniendo como informantes a
personas adultas. Por lo que no es posible determinar si las interacciones recíprocas
agresivas suceden sólo en la pareja actual o constituyen un patrón habitual de relación con
otras parejas. Hace falta diseñar investigaciones que al menos den voz a las personas
adolescentes; si no se puede garantizar la situación ideal de investigaciones longitudinales
que permitan analizar el fenómeno en diferentes etapas de la vida de mujeres y hombres,
donde en algunos casos la violencia sea un fenómeno activo en el presente. Para ello, han
recolectado información a través de medidas de auto-evaluación en las que las personas
reportan sobre su experiencia (Rubio-Garay, 2017: 142), mayoritariamente como víctimas
que como perpetradoras. Esto depende de la percepción y las características de
personalidad de la persona informante, como ya se señaló arriba. Críticas frecuentes es que
algunas de las opciones sobre tipos y gravedad de violencia incluidas en los cuestionarios,
podrían sobre estimar la violencia psicológica y la violencia femenina, subestimar la
violencia masculina, subestimar las agresiones indirectas y no diferenciar bien entre
violencia moderada y grave. Hace falta diseñar investigaciones cualitativas que incluyan la
observación y evaluación de personas externas de la pareja. De manera que sea posible
analizar el contexto, la motivación, los resultados y las consecuencias. Lo cual complejiza el
diseño de instrumentos y los aspectos éticos.

Parece que la violencia en el noviazgo ha sido estudiada sobre todo en relaciones


heterosexuales y menos en relaciones homosexuales. Probablemente por la implicación
teórica de que en una sociedad patriarcal, los hombres han tenido una posición dominante y
del modelo unidireccional de medición de la violencia de los hombres contra las mujeres
(Alegría, 2015).

Se han identificado casi tres decenas de factores asociados a la violencia en las


relaciones de noviazgo, los cuales pueden ser (inter) personales o situacionales
(Rubio-Garay, 2015: 53). Este artículo de revisión hizo el ejercicio de clasificarlos en
factores desencadenantes, facilitadores, moduladores e inhibidores (Rubio-Garay, 2015:
48). La mayoría de dichos factores son comunes a la violencia cometida y a la violencia
sufrida, pero algunos son específicos de uno u otro tipo de violencia. Sin embargo, hace
delimitar los factores de riesgo y analizar las funciones que cumplen y las relaciones que se
establecen entre dichos factores en los casos de la violencia cometida y de la violencia
sufrida.

Hay tres variables socio-demográficas asociadas a la violencia en el noviazgo: el


sexo, la edad y el estado de la relación (Rubio-Garay, 2017: 141). Falta profundizar en el
estudio del estado de la relación. Los artículos de revisión señalan que se trata de una
variable que no se informa o no se pueden establecer comparaciones.

Hay factores asociados a la violencia en el noviazgo que han generado con-


troversia, como el sexo, la etnia, el lugar de residencia, la estructura familiar, el estatus
socio-económico y la exposición a videojuegos y medios de comunica- ción con contenido
violento (Rubio-Garay, 2015: 47, 53).

6. CONCLUSIONES

La perspectiva de género se ha convertido en un factor clave a la hora de iniciar


intervenciones e investigaciones cuyos objetivos estén relacionados con la igualdad entre
géneros. Ello se debe a que en los últimos tiempos se ha considerado esencial cambiar el
punto de vista a partir del cual analizar la realidad que nos rodea. Por tanto, es fundamental
la observación desde un punto de vista que entienda que el género es un elemento que
afecta a todos los seres humanos y que, en particular, tiende a tener consecuencias muy
gravosas en la vida diaria de mujeres alrededor de todo el mundo.

En este contexto, tiene especial importancia la asimilación de esta perspectiva a la


hora de trabajar con población adolescente. Ello se debe a que es el momento en que se
inician las relaciones afectivo sexuales. Es a partir de esta etapa vital donde se manifiestan
las consecuencias más gravosas hacia toda aquella persona que no cumpla el rol de género
que su contexto sociocultural le ha asignado. En consecuencia, las y los adolescentes se
perfilan como un grupo riesgo en general con un énfasis especial en el caso de las jóvenes.

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