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Artículo - Relación y Alianza Terapéutica

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LA RELACION Y LA ALIANZA TERAPEUTICA

Desde el punto de vista teórico la noción inicial de alianza terapéutica tiene un origen freudiano.
Freud en un comienzo, describe la relación entre analista y paciente como una forma de
transferencia positiva. De las aproximaciones teóricas, una de las más influyentes ha sido la de
Rogers, quienes considerado uno de los pioneros en la definición de los componentes activos de
la relación terapéutica.

El concepto de alianza terapéutica, en términos generales, ha sido usado para explicar la relación
existente entre terapeuta y consultante durante el proceso psicoterapéutico (Hartley, 1985). Los
términos: alianza terapéutica, alianza de trabajo y alianza de ayuda, han sido utilizados en el
pasado como sinónimos o para señalar aspectos específicos de la alianza, pudiendo decirse
que "la alianza terapéutica es exactamente lo que su nombre implica: el terapeuta y el
consultante trabajan juntos en armonía", siendo esto distinto de la sola existencia de una relación
consultante-terapeuta en la cual no se ha gestado una alianza entre ambos actores del proceso
terapéutico (Zetzel, 1956).

En la década del setenta, Edward Bordin (1976) presenta una definición transteórica de este
concepto. Este autor sugiere que la alianza sería una relación consciente que involucra acuerdos
y colaboración entre terapeuta y consultante (Horvath, 1995).

Aun cuando Bordin (1976) percibe a la alianza terapéutica como una relación integrada, plantea
tres componentes constitutivos de ésta, los que en combinación definirían la calidad y fuerza de
toda alianza. Estos componentes son vínculo, tareas y metas, donde la calidad del vínculo media
entre el grado en que consultante y terapeuta sean capaces de negociar un acuerdo acerca de
las tareas y las metas de la terapia, y este acuerdo a su vez media en la calidad del vínculo.

La calidad del vínculo, de acuerdo a los planteamientos de Orlinsky y Howard (1986), se expresa
en dos series de fenómenos: la fortaleza de la relación de trabajo -envestidura personal de ambos
participantes y habilidad de coordinar sus respectivos roles- y la calidad de su relación personal
-resonancia de la comunicación mutua y los afectos que cada uno elicita en el otro.

Según Santibáñez (2002), en la relación terapéutica los sentimientos y actitudes de los


participantes, y el cómo éstos se conjugan en el proceso de la Psicoterapia serían el aspecto
central de lo que se ha llamado alianza terapéutica. Esta conjugación estaría necesariamente
basada en la confianza y en el compromiso del consultante y el terapeuta hacia el proceso. En
ella, la especificación de los propósitos por parte del consultante y su motivación a trabajar
favorecerían el establecimiento de la alianza, y consecuentemente, implementarían la posibilidad
de resultados positivos en el proceso.

De hecho, la relación terapéutica es uno de los factores que explican un mayor porcentaje de
cambio en los consultantes. Según Lambert (1992) éste alcanzaría un 30%. Maione y Chenail
(1999) afirman que las percepciones del paciente sobre la relación terapéutica influyen en gran
medida en la terapia en curso y deberían tenerse en cuenta e incorporarse en cualquier proceso
terapéutico, sin importar la orientación teórica que se tenga.

Por lo tanto, las variables del consultante como las del terapeuta no pueden ser comprendidas
sino en función de la interacción que entre ellas se produce. Es por esto que en la actualidad
todas las corrientes psicoterapéuticas confieren a la alianza terapéutica una importancia especial
en la determinación de los cambios que se producen con la Psicoterapia (Parlof f & cols., 1978).
Jiménez, Buguñay Belmar (1995), señalan que los factores predictivos cruciales podrían ser los
que no se ponen de manifiesto hasta que consultante y terapeuta han tenido ocasión de
interactuar. Así mismo, Rogers (1964) afirmaba que el cambio sólo puede surgir de la experiencia
adquirida en una relación.
Aun así, se ha planteado que la contribución del consultante sería más poderosa que la del
terapeuta (Marzialli, 1981), lo cual es congruente con que las condiciones pre-existentes del
consultante son las que, en definitiva, tienen mayor peso en los resultados de la Psicoterapia. En
este sentido, uno de los factores esenciales en el pronóstico de los resultados es el grado de
involucramiento del consultante en el proceso psicoterapéutico.

En este sentido, algunos autores han señalado que la capacidad de trabajo, compromiso y
consenso en las tareas por parte del paciente, predicen mejor el resultado del tratamiento
psicoterapéutico que otros componentes de la alianza.

Los resultados de las investigaciones llevadas a cabo para evaluar la relación terapéutica
demuestran que es el consultante en definitiva quien resalta las cualidades importantes del
terapeuta, y por lo tanto, la percepción que tiene éste del significado de la conducta del terapeuta.
Esta relación, de cierta manera, determinaría la eficacia de la terapia (Bejarano, 1999).

Safran (1994), plantea que el interés conceptual en la relación terapéutica se ha traducido en un


aumento en la literatura empírica destinada a demostrar que los consultantes perciben la relación
como crucial, aun cuando los terapeutas no lo hagan.

Ávalos y Villegas (1995) señalan que una de las principales responsabilidades del terapeuta
consiste en favorecer, facilitar y fomentar la creación y mantención de un vínculo terapéutico con
los consultantes, aun frente a aquellos que presentan una patología más severa, que dificulta la
creación y mantención del vínculo.

Talley, Strupp y Morey (1990) señalan que una alianza terapéutica se verá fortalecida cuando
exista compromiso con el proceso, tanto del consultante como del terapeuta; un terapeuta
percibido como creíble y seguro; un consultante que percibe a su terapeuta comprometido en el
proceso; una relación que se plantea como una colaboración entre iguales, un terapeuta
empático y percibido como tal por el consultante; y cuando existan sentimientos positivos y
recíprocos entre consultante y terapeuta, siendo los sentimientos del consultante más
discriminativos en relación al resultado.

A pesar de que aún no existe consenso en los diferentes enfoques psicoterapéuticos sobre la
definición de la relación terapéutica, ni sobre sus componentes fundamentales, los
planteamientos anteriores permiten vislumbrar que en el marco de una buena relación, las
potencialidades del consultante pasarían a ser activadas, las cualidades del terapeuta pasarían
a ser valoradas y el proceso de cambio se vería fortalecido (Opazo, 2001).

Según Opazo (1986), es posible sostener que la buena relación consultante - terapeuta mejora
la eficiencia terapéutica, y a su vez, la mayor eficiencia (percibida por el consultante) mejora la
relación terapéutica. Esta causalidad circular, en la línea de un círculo virtuoso, es uno de los
pilares centrales del proceso terapéutico. Es así como Romero y cols. (2000) han concluido que
la variable más significativa que distingue a los terapeutas que obtienen buenos resultados de
los que no, es la capacidad de formar una buena alianza terapéutica con los consultantes.

Considerando la perspectiva de los consultantes, investigaciones de Krause (2001) han llevado


a plantear que la ausencia de un ajuste emocional o "sintonía", entendida como un sentimiento
de simpatía y de confianza hacia el terapeuta, pone en peligro el proceso de cambio y con
frecuencia lleva a la ruptura de la relación de ayuda. Esta misma autora, al igual que Cáceres y
cols. (1998), plantean que la calidad de este ajuste emocional se hace evidente en fases
tempranas de la relación de ayuda, siendo los clientes quienes relatan que ya en la primera
sesión se dan cuenta si podrán o no establecer una relación emocional positiva con su terapeuta.

Treyon y Kane (1993) estudiaron la influencia que tendría como variable predictiva la mayor o
menor fortaleza de la alianza terapéutica sobre una modalidad de término mutuo o unilateral, de
modo que mientras más débil sea el vínculo consultante-terapeuta, mayor probabilidad habría
de deserción, lo que se corrobora con la investigación realizada por Kasija y Oviedo (2001) en
una muestra de salud privada.
Una revisión de 132 investigaciones de proceso y resultado psicoterapéutico hecha por Orlinsky,
Grawe y Parks (1994), concluyó que existe una fuerte relación entre la calidad de la alianza
terapéutica y el resultado del proceso de Psicoterapia, surgiendo una amplia gama de
investigaciones a nivel mundial que plantean que diversos aspectos de la alianza terapéutica han
sido correlacionados positivamente con los resultados del tratamiento. También se ha observado
que la capacidad de la alianza terapéutica para predecir el resultado terapéutico no depende de
la duración del proceso, lo que se ha demostrado en terapias cuya duración oscila entre las 4 y
las 50 sesiones (Horvath & Luborsky, 1993).

Algunos autores han subrayado la importancia de la calidad de la relación terapéutica,


planteándose necesario que terapeuta y consultante se comuniquen sobre el proceso terapéutico
en curso. Shilts, Rambo y Hernández (1997) utilizan las perspectivas del consultante sobre la
terapia como parte del tratamiento, y de esta forma, el terapeuta y el equipo de supervisión
pueden ir incorporando las necesidades del consultante al trabajo en terapia, e incrementar así
la fuerza de la relación terapéutica. De forma similar, Todd, Joanning, Enders, Mutchlery Thomas
(1990) utilizan entrevistas etnográficas para incrementar el conocimiento de las expectativas de
los pacientes en terapia familiar.

Fuente: Santibáñez P., Román M., Chenevard C., Espinoza A., Irribarra D., Müller P.
(2007). Terapia Psicológica 2008. Chile.

Recuperado en la página web de librería online científica


SCIELO: http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-
48082008000100008&script=sci_arttext&tlng=en#Z

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