Diversidad y Convivencia
Diversidad y Convivencia
Diversidad y Convivencia
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ÍNDICE
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LA IMPORTANCIA DE NUESTRA MIRADA
No se trata de tener derecho a ser iguales, sino de tener igual derecho a ser diferentes.
1. INTRODUCCIÓN
- Un incremento notable durante las dos últimas décadas de casos con trastornos
dentro del espectro autista (Fortea, M.S., 2021).
- Un incremento de los casos diagnosticados con TDAH (Redacción Médica, 18
de abril de 2018).
- Un incremento de la población migrante de diversos orígenes (Rojas García, I.,
2017)
- Situación cada vez más alarmante y en edades más tempranas de las violencias
acontecidas en los centros educativos (Clémence, 2001, en Cerezo, 2009).
Más allá de si estos incrementos están relacionados o no con los cambios en las formas
de vida de los niños y niñas de la actualidad, lo que esto nos hace entender es que en el
contexto educativo, por un lado, la diversidad en el aula está aumentando notablemente
y, por otro, que resulta necesario revisar los enfoques y medidas adoptadas para el
tratamiento de dicha diversidad con el fin de mejorar la convivencia y disminuir la
violencia.
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elemento prioritario, vertebrando otros decretos y resoluciones destinados a hacerlo
efectivo.
Por otra parte se han extendido el número de normativas que aportan directrices,
estrategias y procedimientos para la mejora de la convivencia escolar, alentados por esa
necesidad imperiosa de hacer frente a la creciente violencia entre niños, niñas y
adolescentes.
Tratamos por tanto la inclusión educativa y la violencia escolar de manera conjunta por
considerar que son dos caras de una misma moneda, la de nuestras creencias y actitudes
frente a la dualidad igualdad/diferencia.
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2. INCLUSIÓN EDUCATIVA.
A partir de esta legislación se considera que sólo se emplearán las unidades o centros de
Educación Especial en aquellos casos en los que resulte completamente inviable la
escolarización en los denominados ordinarios.
Es decir, el sistema educativo lleva más de 15 años teniendo entre sus aspiraciones la
inclusión educativa como signo de educación de equidad y calidad. Esto debería
implicar que se está ofreciendo una educación individualizada, atendiendo a las
necesidades y características personales, de manera que, efectivamente, cada niño y
cada niña este viendo sus capacidades y sus motivaciones potenciadas al máximo, sean
las que sean. Mencionar también que, aunque históricamente el camino hacia la
inclusión educativa ha sido encabezada por la realidad de las personas con
discapacidades, en la actualidad se está haciendo hincapié igualmente en valorar la
inclusión efectiva de las personas con otras diversidades, tales como la de la elección y
manifestación del género, pues es cada vez más frecuente también en los centros
escolares.
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Sin embargo, aun viendo la voluntad administrativa de dirigirse hacia esta inclusión
educativa, puede surgir cierta preocupación, motivada en los hechos mencionados
anteriormente, relativos al aumento, por un lado, de la diversidad en las aulas, y, por
otro, de la violencia en las mismas. Como menciona Carpintero Capell (2016), resulta
ahí llamativa la discordancia entre un ideal social de libertad y derechos humanos, y la
agresividad y violencia exhibida por muchos escolares hacia sus iguales, con desprecia
de toda disciplina.
La violencia entre iguales implica la falta de respeto a la diferencia del otro, así como el
aprovechamiento de la indefensión que se genera en las personas asumidas dentro de
grupos minoritarios, como pueden ser las personas con discapacidades, las de otras
culturas o las que manifiestan diversidad en cuestiones de género.
Podríamos, por tanto, pensar que, en cierto modo, la inclusión en las escuelas de la
diversidad, puede ser un factor de enriquecimiento de la experiencia educativa, como
bien señalan las dialécticas normativas institucionales, pero también puede ser un factor
de riesgo potencial para todas esas personas a las que se considera “diversas”.
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3. DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA.
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aportar las medidas suficientes para el trato serio (…)”. Las comunidades en las que no
se alcanzan las medidas necesarias adolecen de falta en la formación, información y
sensibilización con respecto al tema del acoso, tanto a nivel de alumnado como de
profesorado.
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4. CONCLUSIONES.
Parece clara la disonancia existente entre teoría y práctica en lo que se refiere a las
políticas educativas enfocadas hacia el aprendizaje y desarrollo de una convivencia
escolar inclusiva y respetuosa, sin embargo los focos que apuntan hacia las causas de la
misma parecen seguir diferentes direcciones.
A mi entender la causa de que sigan existiendo barreras que limitan la puesta en práctica
de la verdadera inclusión, entendiendo que esta solo puede hacerse efectiva en
ambientes en los que la diferencia no lleva a posiciones de vulnerabilidad ante ningún
tipo de violencia, se encuentra en un nivel más profundo del debate, allí donde, por
ejemplo, podríamos cuestionarnos desde donde estamos mirando a aquellas personas a
las que nos preocupamos por incluir, qué implica que queramos incluir, en quiénes
estamos pensando cuando hablamos de incluir y dónde consideramos que debemos
incluir.
Se ha empleado a menudo el lema “Todos iguales, todos diferentes”, para promover las
medidas educativas inclusivas. Sin embargo, creo que tenemos puesta todavía la mirada
muy enfocada en el segundo término, el de la diferencia. Cuando hablamos de inclusión,
inevitablemente, estamos haciendo alusión a aquellas personas a las que consideramos
excluidas por ser diferentes, acentuando así la división entre estas y las normativas, las
que ya adquirieron el rango de incluidas, a pesar de también ser diferentes.
Cuando hablamos de las diferencias se las atribuimos a determinadas personas que, por
razones varias, necesitan de apoyos educativos para poder seguir el ritmo establecido
para aquellas que conforman el aula “ordinaria”. Esto lleva a un punto confuso y a la
vez, para mi gusto, peligroso. Porque, por un lado, supone seguir manteniendo el
pensamiento de que la diferencia está asociada a la limitación, a la dificultad, lo cual
nos limita la capacidad de ver a determinadas personas como iguales, y por otro, porque
nos mantiene alejados de la realidad de que la diferencia también se encuentra presente
de manera continua en el aula ordinaria, obviando sus necesidades particulares.
Esta asociación que realizamos de manera interna sin ser muy conscientes de ella, tiene
mucho que ver con el enfoque desde el que se plantean o articulan las medidas para la
inclusión pues, manteniendo el ángulo de visión limitado sobre las diferencias
evaluadas como tales, limitamos la posibilidad de expandir dichas medidas al conjunto
del alumnado.
Creo que de manera paralela el proceso es exactamente el mismo en el caso del manejo
del acoso escolar, en el cual mantenemos la visión limitada al agresor y a la víctima, una
vez sucedida la agresión, perdiendo la noción del contexto, desde el que se podrían
ampliar las opciones de intervención.
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“Sería fácil atribuir a los implicados una suerte de responsabilidad mayor
que justificara la aparente inocuidad del resto del grupo y, en espacial, de
los adultos, pero debemos señalar que, toda manifestación agresiva tiene un
marcado carácter de síntoma, es decir, representa el emergente de un
ambiente problemático, tenso y especialmente poco gratificante”.
Las “diferencias diagnosticadas”, así como los casos de violencia en la escuela, podrían,
de hecho, estar constituyendo la gran oportunidad del sistema educativo para crear una
verdadera educación para la convivencia respetuosa y tolerante, facilitando la
interiorización de que verdaderamente todas las personas somos diferentes y dignas de
ser tenidas en cuenta y respetadas.
Pero para que esto fuese así deberíamos tener en cuenta varios aspectos:
Podríamos ser humildes y asumir que venimos de una trayectoria del sistema educativo
en la que el modus operandi ha sido la homogeneización del alumnado para facilitar el
acceso a unos contenidos determinados en unos plazos establecidos.
Asumir que durante un largo periodo de tiempo lo importante del sistema educativo no
ha sido, ni por asomo, el alumnado y sus necesidades y que, por lo tanto, valía con
sentarlos en pupitres iguales, con cuadernos y libros iguales y contarles lo mismo de la
misma manera a todos y todas, y quien no fuese capaz de seguir el ritmo asumía como
problema personal la expulsión, encubierta o no, de su derecho a la educación.
Este sistema ha ido cambiando con el tiempo, pero seguimos manteniendo ciertas de
esas formas en nuestras aulas a día de hoy y, esos patrones aprendidos en nuestras
propias vivencias escolares, los llevamos muy dentro, y por lo tanto nos siguen
condicionando, pero ya no nos son útiles para nuestros nuevos objetivos educativos
(Echeita, G., 2011, p. 119).
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2. Saber dónde queremos llegar.
¿Queremos que las diferencias sean menos diferentes para parecer todas y todos un
poco más iguales o queremos integrar la idea de que aún con los mismos derechos,
ninguna persona es igual a otra?
¿Queremos que las personas violentas dejen de usar la violencia por no enfrentarse a los
castigos o queremos que dejen de encontrar motivos para expresarse de manera
violenta?
Hay una sutil distinción en los objetivos que marca definitivamente el tipo de medidas a
tomar.
Necesitamos marcos teóricos de actuación que nos recuerden cuál es el objetivo que nos
hemos marcado y el porqué de dicho objetivo. Pero no podemos quedarnos ahí,
estancados por mucho tiempo más. Necesitamos seguramente más cosas. Quizá dejar un
poco de lado las exigencias curriculares para dedicarnos de verdad a las personas que
conforman el aula, o reajustando los currículos para que la convivencia verdaderamente
sea una prioridad educativa. Quizá más formación para el profesorado y más apoyos,
tanto a nivel formativo como personal-psicológico. Quizá cambios metodológicos que
introduzcan prácticas en el aula más inclusivas, donde quepan todo tipo de
características del aprendizaje y todo ritmo del mismo.
Y, por último, pienso que es importante tener muy presente que es algo que toca
aprender, puesto que es una escuela totalmente diferente a la conocida la que se quiere
(y se debe) crear, sin perder el rumbo, sin frustrarse por el camino. Aprender a
desarrollar otras metodologías, a escuchar todo lo que necesita manifestar el alumnado,
a tener más paciencia todavía, a sostenernos como equipo los unos a las otras, a cambiar
la forma de mirar al violento, a la discapacitada y a aquellos y aquellas a las que no
mirábamos por “normales”.
P.D. Nos toca ser docentes y aprendices a la vez. ¡Qué suerte tenemos de que nos guste
la educación!
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BIBLIOGRAFÍA
https://aepae.es/protocolo-de-actuacion
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Y ENTONCES, ¿POR DÓNDE EMPEZAMOS A CAMBIAR?
1. INTRODUCCIÓN.
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2. AMPLIACIÓN DE LA CAPACIDAD VISUAL. PREGUNTAS
PODEROSAS.
No debería resultarnos difícil aceptar el hecho de que nadie se libra de tener prejuicios,
muchos de los cuales comprometen nuestra labor en el aula y a veces,
desgraciadamente, influyen en el desarrollo de parte del alumnado.
Cuando se dan en el aula, por ejemplo, conductas disruptivas por parte de algún
alumno/a tendemos a ponerle etiquetas, en los mejores casos de “charlatán”,
alborotadora”, “travieso/a”, y en otros casos pensaremos que “con este niño no hay nada
que hacer”, “su único futuro es en un reformatorio de menores” o lo confundiremos con
un caso más de TDAH.
Ante las malas notas en los exámenes de niños y niñas determinamos a nivel interno qué
futuros tendrán, hasta dónde van a llegar o qué no podemos esperar de ellos/as.
Todos estos pensamientos, por un lado, afectan de manera muy directa a sus procesos
educativos personales, pues ya conocemos lo del efecto Pigmalion y la profecía
autocumplida, y, por otro, en la mayoría de los casos son erróneos, fruto de una
capacidad de pensar “más allá”.
Los suspensos, las conductas disruptivas, y, en general, todas esas actitudes y resultados
que consideramos anómalas son síntomas de problemas de fondo que se nos escapan al
profesorado cuando no somos capaces de ampliar nuestras miradas.
Pero, ¿por dónde empezar entonces? El punto de partida quizá debe ser el hacernos
conscientes de que no podemos dar nada por sentado, que bajo la punta del iceberg hay
una parte mucho más grande e importante oculta, y que en lo oculto están las verdaderas
soluciones.
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Para eso necesitamos aprender a preguntarnos, y a preguntarles, ampliar la competencia
interrogativa o cuestionadora. Pasar del “qué hace” al “para qué lo hace”. ¿Qué necesita
manifestar este niño con todas sus interrupciones en clase? ¿Para qué molesta a sus
compañeras? ¿Qué hay detrás de este suspenso? ¿Cómo puedo ayudarle?
Otro niño con el que trabajé llegó hasta mí porque dejaba todos los exámenes de
matemáticas en blanco. No ponía ni el nombre. Tanto la profesora como la madre
habían asumido que el pobre tenía muchas dificultades con esa asignatura, tantas que se
bloqueaba en las pruebas de conocimiento (como les pasa a muchos/as). En el colegio
se plantearon la discalculia de fondo. Yo no empecé tratando de explicarle conceptos
matemáticos, sino ganándome su confianza y conociéndole a través del juego y el arte.
Descubrí que detrás de esos exámenes en blanco había un enfado contra su profe y la
escuela, porque no se había sentido acompañado ante la muerte de su padre, porque la
profe nunca le preguntaba “¿qué tal estás?”, y lo expresaba con un vacío justo en su
asignatura favorita y la que mejor se le daba. Resultó ser un gran matemático en
potencia. Trabajado y superado su enfado su calificación media en matemáticas ha sido
el sobresaliente.
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3. LA EVALUACIÓN COMO ELEMENTO LIMITANTE DEL
PROCESO EDUCATIVO.
En el apartado anterior hemos mencionado mucho el tema de los exámenes. Resulta ser
un tema muy determinante en los procesos educativos de los niños y las niñas. En parte
del alumnado generan miedos, nervios, malestar. ¿Por qué? Porque como dice Acebedo,
M.J. (2016) “los procesos evaluativos usualmente tienen una alta carga punitiva, lo que
hace que no sirvan para aprender, para comprender, para ser ni para saber hacer, sino
solo para controlar y repetir”.
Por otra parte, ¿son verdaderamente eficientes a la hora de evaluar el desarrollo personal
de los/as alumnos/as? ¿Cómo se relacionan con la gestión de la diversidad del aula?
Sin embargo, resulta curioso descubrir que no hay ninguna normativa que estipule esta
forma de evaluación en la práctica docente. Es curioso porque tendemos a pensar que
hacemos las cosas como nos dicen que tenemos que hacerlas, dejando así la
responsabilidad siempre en manos de otros/as.
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Art. 20. Evaluación durante la etapa.
Como vemos no menciona que tenga que ser realizada mediante exámenes. De
hecho, una evaluación global que tenga en cuenta el conjunto de procesos de
aprendizaje es un concepto muy contrario al de las pruebas de conocimientos que
se realizan en la mayor parte de las aulas.
Entonces, ¿para qué mantener los exámenes como forma de evaluación? ¿Qué
otras herramientas favorecerían más la práctica para la educación inclusiva?
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4. EL APRENDIZAJE COMPETENCIAL, UNA VÍA DE
SALIDA.
Ya hemos visto que para recorrer el camino que nos lleve hacia una escuela más
inclusiva no podemos seguir limitándonos a la concepción del aprendizaje como una
simple transmisión de conocimientos. Los niños y niñas no son contenedores vacíos que
debamos llenar de información. Son seres multidimensionales, diversos y con
capacidad innata para el aprendizaje, entendiendo este como un proceso de evolución
del global de sus capacidades.
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5. CONCLUSIONES
Existe una tendencia muy extendida a situar los problemas en el exterior de uno mismo,
lo que limita las posibilidades de accionar cambios para encontrar y activar soluciones a
los mismos.
En la educación pasa igualmente que identificamos problemas pero los situamos a nivel
institucional, en el “sistema educativo”, como si fuese algo ajeno a nosotras/os.
Soñamos con otra educación posible pero esperamos a que esa idea llegue desde fuera y
se instale de manera sencilla sin requerirnos grandes esfuerzos. Pero ese sistema
educativo lo hacemos cada día entre todas las personas involucradas en él, cada una
desde su posición.
Quizá las primeras evaluaciones a realizar como docentes deberían las de nuestras
propias prácticas, las de nuestras competencias como tales, identificando así de qué
manera podemos mejorar el clima de nuestras aulas. Evaluar nuestra competencia en la
observación y escucha activa, competencia para la resolución de conflictos,
competencia cuestionadora y clarificadora, competencia creativa y resolutiva y
competencia afectiva. Entre tantas otras.
Tenemos la capacidad de generar cambios. Pero requiere mucho más trabajo. Porque no
hay nadie que te diga cómo tienes que hacerlo, sino que tienes que analizar tu contexto
concreto y adaptarte a él, en vez de pretender que sea el alumnado el que se adapte a ti,
a los contenidos, a los exámenes y a estar sentados y callados en un pupitre.
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BIBLIOGRAFÍA
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IDEAS PARA DISFRUTAR DE LA DIVERSIDAD Y APRENDER A
CONVIVIR
La belleza del Universo no es solo la unidad de la variedad, sino también la diversidad en la unidad.
Umberto Eco.
Hay un lema utilizado a favor de la educación inclusiva que dice “Incluir no es sólo
dejar entrar, sino dar la bienvenida”. Nos sirve esta frase para introducir este nuevo
tema que tiene que ver con el “dónde estamos queriendo incluir”.
Para ello es necesario crear espacios donde quepa toda la diversidad sin sentir que
molesta ni ser molestada, donde no existan juicios ni intolerancias ni barreras para la
participación.
La situación de la salida del centro educativo facilita las relaciones sociales, no solo
entre el alumnado, sino también entre éste y el profesorado, puesto que la percepción
que los niños y niñas tienen de sus acompañantes se modifica, interpretando que,
además de su labor en la transmisión del conocimiento, es una adulta de referencia con
quien compartir experiencias lúdicas en quien pueden confiar en cuanto a sus cuidados.
El hecho de vivir “aventuras” juntas estrecha el lazo de unión y favorece los vínculos
afectivos.
Evidentemente no se puede desarrollar el total del tiempo escolar al aire libre, pero
aumentar los tiempos del mismo mejoraría la convivencia y los estados emocionales en
general.
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2. LA CREATIVIDAD A ESCENA
Los procesos creativos son otro de los puntos fuertes para la mejora de la convivencia, a
través de la transmisión de valores de respeto, empatía, tolerancia y de la mejora de la
gestión emocional personal y en grupo.
Dichos estudios inicialmente sirvieron para ayudar a comprender los niveles de madurez
de niñas/os, pero a raíz de estas observaciones se comienzan a plantear nuevas
conexiones entre la representación artística y el desarrollo de las funciones cognitivas y,
por tanto, nuevos planteamientos en la educación artística.
Otra disciplina altamente beneficiosa pero poco explorada es la danza, la cual ha sido un
recurso muy poco empleado en los procesos de aprendizaje al igual que ha sido poco
tenida en cuenta como factor beneficioso en las vidas de las personas. Por otra parte, en
nuestra sociedad al menos, esta disciplina ha sido generalmente asociada por los
patrones patriarcales al género femenino, suponiéndose exclusivo del mismo, por lo que
todavía resulta difícil generar una conciencia sobre los beneficios para el global de las
personas.
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esta disciplina artística en la generación de nuevas neuronas, así como en su
crecimiento, mantenimiento y plasticidad (Pinós, K. 2018). Para ella la danza supone un
“lenguaje cerebral”.
Y por último mencionar la música, la forma artística quizá más común para el ser
humano, puesto que tiene la capacidad de interferir en nuestros estados emocionales no
sólo a través de su práctica sino también a través de la escucha, sin nuestra intervención
directa. Está presente, además en nuestros cotidianos desde que nacemos, con las nanas
para llevarnos al sueño. Es más, ya la sentimos desde el útero materno, cuando a las 20
semanas de embarazo adquirimos el sentido del oído, y entramos en contacto con el
ritmo percusivo del corazón materno.
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Otro aspecto no menos importante, comentado también por Trehub, S., es que la
música, tanto en su práctica como en su escucha, ayuda a regular los estados
emocionales, siendo funcional a este nivel tanto en la cotidianeidad como en procesos
terapéuticos. Por otra parte facilita la adquisición de competencias sociales, tales como
la empatía, la comunicación verbal y no verbal, la colaboración, la cooperación, la
resolución de conflictos, el sentido de pertenencia, etc. (Oriola, S. et al., 2021).
Todos estos beneficios son recogidos por el global de la población. Asumimos, pues,
que deberían ser tenidos en cuenta a la hora de planificar los currículums escolares,
puesto que hoy sabemos de cuántas maneras ayuda la música al conjunto del alumnado.
Y cuando mencionamos al conjunto del alumnado nos referimos también a la parte del
mismo con diversidad funcional y necesidades específicas de aprendizaje, en cuyos
procesos educativos la música podría convertirse en una gran aliada. Como menciona
Peñalba, A. (2017):
Las evidencias de este tipo son fundamentales para abordar una educación inclusiva que
a través de la música trate de suplir algunas carencias que estas personas tienen a nivel
físico, cognitivo, emocional o social. De hecho, las neurociencias son una base teórica
muy importante en estudios sobre musicoterapia (Thaut, 2005). Los límites entre
educación musical y musicoterapia son cada vez más difusos, pues aunque la labor de
un maestro en Educación Musical no es terapéutica, debe dar respuesta a la diversidad
funcional de sus alumnos. A través de la música puede contribuir a mejorar la atención,
memoria, habilidades sociales, emocionales, físicas y comunicativas de niños con
necesidades educativas especiales. Los beneficios que la música puede aportar a nivel
terapéutico son extrapolables al ámbito educativo, en el que nos deberíamos preocupar
más por el bienestar físico, emocional y social de nuestros alumnos como prioridad con
respecto al dominio de contenidos puramente académicos. El fin último de la educación
es formar personas, ciudadanos que puedan vivir en sociedad, personas críticas y
sensibles, creativas e imaginativas.
BIBLIOGRAFÍA
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Peñalba, A. (2017). La defensa de la educación musical desde las neurociencias. Revista
Electrónica Complutense de Envestigación en Educación Musical, 14, 109-127. Doi:
http://dx.doi.org/10.5209/RECIEM.54814
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