El INICIO-Elementos Básicos de Un Cuento
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“En cuanto a los temas, creo que el novelista se alimenta de sí mismo, como el catoblepas, ese mítico animal
que se aparece a San Antonio en la novela de Flaubert (La tentación de San Antonio) y que recreó luego
Borges en su Manual de la zoología fantástica. El catoblepas es una imposible criatura que se devora a sí
misma, empezando por sus pies. En un sentido menos material, desde luego, el novelista está también
escarbando en su propia experiencia, en pos de asideros para inventar historias. Y no solo para recrear
personajes, episodios o paisajes a partir del material que le suministran ciertos recuerdos. También, porque
encuentra en aquellos habitantes de su memoria el combustible para la voluntad que se requiere a fin de
coronar con éxito ese proceso, largo y difícil, que es la forja de una novela.
Me atrevo a ir algo más lejos respecto a los temas de la ficción. El novelista no elige sus temas; es elegido por
ellos. (…) Mi impresión es que la vida —palabra grande, ya lo sé— le inflige los temas a través de ciertas
experiencias que dejan una marca en su conciencia o subconciencia, y que luego lo acosan para que se libere
de ellas tornándolas historias”.
Observa cómo Vargas Llosa describe dos experiencias personales vinculadas con su padre y cómo aparecen
estas convertidas en elementos de sus ficciones.
1.
“Peor que no salir nunca y pasarme las horas en mi cuarto, era una sensación nueva, una experiencia que en
esos meses se apoderó de mí y fue desde entonces compañera: el miedo. Miedo de que ese señor viniera de la
oficina con la palidez, las ojeras, la venita abultada de la frente que presagiaba tormenta, y comenzara a insultar
a mi mamá, tomándole cuentas por lo que había hecho estos diez años, preguntándole qué puterías había
cometido mientras estuvo separada de él… (…). Yo sentía pánico. Me temblaban las piernas. Quería volverme
chiquito, desaparecer. Y cuando, sobreexcitado con su propia rabia, se lanzaba a veces contra mi madre, a
golpearla, yo quería morirme de verdad, porque incluso la muerte me parecía preferible al miedo que sentía”.
puerta, la abría e irrumpía en la otra habitación gritando: “No le pegues a mi mamá”. Alcanzó a ver a su madre,
en camisa de noche, el rostro deformado por la luz indirecta de la lámpara y la escuchó balbucear algo, pero en
eso surgió ante sus ojos una gran silueta blanca. Pensó: “Está desnudo” y sintió terror. Su padre lo golpeó con
la mano abierta y él se desplomó sin gritar. Pero se levantó de inmediato: todo se había puesto a girar
suavemente. Iba a decir que a él no le habían pegado nunca, que no era posible, pero antes que lo hiciera, su
padre lo volvió a golpear y él cayó al suelo de nuevo. Desde allí vio, en un lento remolino, a su madre que
saltaba de la cama y vio a su padre detenerla a medio camino y empujarla fácilmente hasta el lecho, y luego lo
vio dar media vuelta y venir hacia él, vociferando, y se sintió en el aire, y de pronto estaba en su cuarto, a
oscuras, y el hombre cuyo cuerpo resaltaba en la negrura le volvió a pegar en la cara, y todavía alcanzó a ver
que el hombre se interponía entre él y su madre que cruzaba la puerta, la cogía de un brazo y la arrastraba
como si fuera de trapo y luego la puerta se cerró y él se hundió en una vertiginosa pesadilla.”
2.
“Ese revolver que le mostró al tío Juan fue un objeto emblemático de mi infancia y juventud, el símbolo de la
relación que tuve con mi padre mientras viví con él. Lo vi disparar una noche, en la casita de La Perla, pero no
sé si alguna vez llegué a ver el revólver con mis propios ojos. Eso sí, lo veía sin tregua, en mis pesadillas y en
mis miedos, y cada vez que oía a mi padre gritar y amenazar a mi mamá, me parecía que, en efecto, lo que
decía, lo iba a hacer: sacar ese revólver y dispararle cinco tiros y matarla y matarme después a mí”.
“Mi amigo Javier había llegado a su pensión molido de fatiga. Allí recibió un susto todavía mayor. En la puerta lo
esperaba mi padre. Se le había acercado, lívido, le había mostrado un revólver, lo había amenazado con
pegarle un tiro si no revelaba al instante dónde estábamos yo y la tía Julia. Muerto de pánico (“hasta ahora solo
había visto revólveres en películas, compadre”), Javier le juró y requetejuró por su madre, y por todos los
santos, que no lo sabía, que no me veía hacia una semana…”
2
Elementos básicos de un cuento
El elemento central de un cuento es el conflicto. Hay muchos tipos de conflicto (el del protagonista y su mundo
interior, el del protagonista con su entorno o la sociedad o el del protagonista contra una fuerza superior, como
es la muerte, la naturaleza, el destino, etc); pero, en general, podemos decir que se trata de una circunstancia
de inestabilidad o posibles cambios que hace que una historia genere interés y nos lleve a pensar en varios
desenlaces o soluciones posibles, sin caer en lo predecible, es decir, creando una expectativa constante que se
frustra porque el lector no llega a vislumbrar el final sino hasta que este sucede. Dicho de otro modo, en un
cuento siempre debe pasar algo, suceder un problema o un deseo problematizado del protagonista que atrape
al lector y que lo lleve a leer el texto para conocer el desenlace.
El eclipse
Augusto Monterroso
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de
Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a
esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España
distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar
de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo
ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de
su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas
palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo
conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más
íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
―Si me matáis ―les dijo―, puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un
pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de
los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin
ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y
lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa
ayuda de Aristóteles.
3
En este breve cuento, el protagonista, fray Bartolomé, tiene un problema: lo van a matar un grupo de
aborígenes, o, visto de otra forma, fray Bartolomé tiene un deseo: salvarse de la muerte prediciendo un eclipse
ante sus captores. Ese es el conflicto. Los lectores queremos saber qué va a suceder. El desenlace es que lo
matan de todas formas porque los mayas también tenían el mismo conocimiento que él.
Ejercicio: A partir de los siguientes temas, plantea un conflicto y dos desenlaces posibles.
CONFLICTO: …………………………………………………………………………………………………………………
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DESENLACE 1:
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DESENLACE 2:
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CONFLICTO: …………………………………………………………………………………………………………………
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DESENLACE 1:
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DESENLACE 2:
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CONFLICTO: …………………………………………………………………………………………………………………
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4
DESENLACE 1:
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DESENLACE 2:
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CONFLICTO: …………………………………………………………………………………………………………………
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DESENLACE 1:
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DESENLACE 2:
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Ejercicio: Lee los siguientes cuentos, identifica el conflicto y propón un desenlace alternativo.
Crimen
Ana María Shua
El hombre levanta el arma. Por un segundo su destino es incierto. Mira a su alrededor. Sabe que ninguno de los
objetos que lo rodean modificará su forma o su sentido cuando él se convierta en asesino. El pequeño acto que
está a punto de ejecutar sólo cambiará su propia historia y la historia de su víctima. Observa sin piedad los
cambios físicos que impone el terror: el temblor espasmódico, la lipotimia que empalidece los labios y confirma
las ojeras del condenado. Después, dispara y cae, salpicando levemente el espejo.
CONFLICTO:
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DESENLACE ALTERNATIVO:
5
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La leyenda de Carlomagno
Italo Calvino
El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte
estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y olvidado de la dignidad real,
descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron
aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El Emperador, que
había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín,
asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo
de la lengua muerta encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín,
Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar
de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Constanza. Carlomagno se enamoró del lago
Constanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas.
CONFLICTO:
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DESENLACE ALTERNATIVO:
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En el insomnioVirgilio Piñe
InInsomnio
Virgilo Piñera
El hombre se acuesta temprano. No puede conciliar el sueño. Da vueltas, como es lógico, en la cama. Se
enreda entre las sábanas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Vuelve a apagar la luz. Pero no puede dormir. A
las tres de la madrugada se levanta. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. Le pide
consejo. El amigo le aconseja que haga un pequeño paseo a fin de cansarse un poco. Que en seguida tome
una taza de tilo y que apague la luz. Hace todo esto pero no logra dormir. Se vuelve a levantar. Esta vez acude
al médico. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. A las seis de la
mañana carga un revólver y se levanta la tapa de los sesos. El hombre está muerto, pero no ha podido
quedarse dormido. El insomnio es una cosa muy persistente.
CONFLICTO:
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DESENLACE ALTERNATIVO:
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6
El cangrejo (anónimo)
Entre sus muchas virtudes, Chuang Tzu tenía la de ser diestro en el dibujo. Un día el rey le pidió que dibujara
un cangrejo. Chuang Tzu respondió que necesitaba cinco años y una casa con doce servidores. Pasaron cinco
años y el dibujo aún no estaba empezado. 'Necesito otros cinco años', dijo Chuang Tzu. El rey se los concedió.
Transcurridos los diez años, Chuang Tzu tomó el pincel y en un instante, con un solo gesto, dibujó un cangrejo,
el cangrejo más perfecto que jamás se hubiera visto.
CONFLICTO:
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DESENLACE ALTERNATIVO:
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Entenderemos que en una narración existe una historia (aquello que se cuenta) y un relato (la forma en que
aquello es contado). Una misma historia, por tanto, puede ser narrada de distintas maneras, es decir, admitir
diversos relatos. Para que una narración sea eficaz, debemos contar con una buena historia, pero, sobre todo,
con un buen relato.
Castigo
José B. Adolph
La muchacha flotaba, boca abajo, en las quietas y azules aguas del lago. Detuve la camioneta y me acerqué a
la ribera: vi que vestía una blusa blanca y un jean azul sucio; su pelo, relativamente largo, era rubio y se mecía
suavemente con las mínimas olas de este ojo de agua situado a casi cuatro mil metros de altura, entre las rocas
grises y rojizas de los Andes. La soledad era total; ni animales, ni plantas, salvo algunas matas de yerba pajiza;
ni un pájaro, ni una nube. Apagado el motor de mi camioneta, no se escuchaba sino el esfuerzo de mi corazón,
sobrecargado ahora por la imagen de la mujer que flotaba en el agua y que, lentamente, se acercaba a la orilla,
como si pocos minutos antes hubiese caído del cielo al centro del lago y ahora, con la decisión de la muerte,
fuera transportada a tierra.
Quizás fuera la altura, o el asoleado terror del silencio, o la necesidad de desvariar; sentí que avanzaba algunos
minutos hacia el futuro: la muchacha ya estaba en la orilla, yo la pescaba y la extraía del agua y le daba vuelta.
En el momento en que, en esta breve alucinación, reconocía su rostro, una especie de grito mental me volvía
atrás y la vi nuevamente a unos diez metros lago adentro, aún boca abajo.
Volví a la camioneta y saqué mi caña de pescar; regresé al borde del agua. No sé por qué lo hice: la caña
apresuraría muy poco la extracción del cadáver. Me senté a esperar, y el fenómeno se repitió, pero en esta
oportunidad la muchacha, todavía muerta, estaba rígidamente sentada a mi lado. Yo no me atrevía a mirarla:
sabía que no resistiría reconocerla. Pero en mi visión le preguntaba:
7
“¿Qué te pasó? ¿Te caíste al agua?”
Ella soltaba una risita, y decía con una voz que me volvió al presente –si es que era el presente-:
El cadáver, entretanto, se había aproximado unos cuatro o cinco metros de la playita. Hice un intento con la
caña de pescar y finalmente, logré tocarle un hombro. Comencé a guiar el cuerpo, suavemente, hacia mí. Al
cabo de unos instantes más, pude inclinarme sobre ella y arrastrarla a tierra, aún boca abajo. Algo me impidió
darle vuelta, creí prever un rostro destruido por las aguas o por eventuales peces, si los había, o simplemente
por la descomposición. Yo no sabía cuánto tiempo llevaba muerta. Ahora sé, claro, que ese no era el verdadero
motivo de mi indecisión.
El mundo volvió a cambiar, y me vi manejando mi camioneta, con su cadáver al lado, sentado tan rígidamente
como antes junto al lago, bamboléandose ligeramente con el vehículo. Mi terror a verle la cara seguía
insólitamente total y, además, crecía a cada segundo.
“¿Quieres volver a deshacerte de mí?”, preguntó con ironía. ¡Esa voz extraña, pero familiar!
Escuché: “¿Hasta cuándo va a continuar esto? ¿Es que no voy a descansar nunca?”
Decidí hacer un esfuerzo gigantesco y mirarla. En ese momento me sorprendí llevándola en brazos a mi
camioneta, mirando fijamente hacia delante, mientras el agua helada chorreaba por mis brazos y pantalones.
Junto a la camioneta, la deposité en el suelo y abrí la puerta del lado derecho, para acomodarla en el asiento.
Mientras lo hacía, me vi nuevamente mirando hacia adelante en la camioneta en marcha, y escuché esa voz tan
conocida pero deformada, que preguntaba, con un dejo de curiosidad: “¿Todavía no has escogido tu futuro?”.
“No comprendo”, dije, hablando por primera vez y refiriéndome tanto a la pregunta como a la cadena de
sucesos que se había iniciado cuando, desde la camioneta, vi a la muchacha que flotaba, boca abajo, en las
quietas y azules aguas del lago. Detuve la camioneta y me acerqué a la ribera: vestía una blusa blanca y un
jean azul sucio; su pelo, relativamente largo, era rubio, y se mecía suavemente con las mínimas olas de este ojo
de agua situado a casi cuatro mil metros de altura, entre las rocas grises y rojizas de los Andes.
Esta vez corrí de vuelta a la camioneta, decidido a huir del lugar. Pero al acercarme al vehículo, vi una sombra
erecta en el asiento del lado derecho. Miré hacia el lago: las aguas estaban quietas y vacías. Seguí hacia la
camioneta, di la vuelta por delante y abrí mi puerta. Me senté, arranqué y, temblando con un sudor frío, la
escuché comentar: “Eres cruel”.
Me decidí a mirarla: a través del vacío sobre su asiento, vi el lago, con el cadáver de una muchacha flotando
tranquilamente en él. El asiento estaba húmedo, olía a algas y a muerte, y yo estaba llorando, como cuando la
maté.
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¿Te parece adecuando el título? ¿Por qué?
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No se culpe a nadie
Julio Cortázar
El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las
seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta
de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es
un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la
ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor
por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va
avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el
dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón
se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del
pulóver se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor
será meter el otro brazo en la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no lo es porque
apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la
otra manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente
que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar nunca a la
salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez
que mete el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente con los dos brazos y el
cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como
un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen
cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas, por más que tira nada sale afuera y ahora se
le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y
que ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulóver. Si fuese
así su mano tendría que salir fácilmente, pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar
ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la
lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca más de lo que hubiera podido
imaginarse, obligándolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca,
probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha
asoma al aire, al frío de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga,
quizá era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulóver, por eso lo que él creía el cuello le
está apretando de esa manera la cara, sofocándolo cada vez más, y en cambio la mano ha podido salir
fácilmente. De todos modos y para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose paso,
respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar
perfectamente salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del
pulóver, y además hay el gusto del pulóver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara
ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre
los ojos las pestañas tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le va envolviendo la boca
mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar
de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su mujer estará impacientándose en la puerta
de la tienda. Se dice que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha, porque esa mano por
fuera del pulóver está en contacto con el aire frío de la habitación, es como un anuncio de que ya falta poco y
además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulóver con ese
movimiento clásico que ayuda a ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo malo es que
aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecería que el pulóver ha quedado
completamente arrollado cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada vez más arrugada
y hasta salida en parte del pantalón, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver
9
porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver debe haber pasado apenas por los hombros y
estará ahí arrollado y tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver, lo que en
definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga,
con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una
manga a otra, y eso explica que él tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano
sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya está afuera se mueva
con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como arrollado en lo alto de su
cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta
ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después de haber girado tantas veces con esa
especie de gimnasia eufórica que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene algo de paso
de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables
tendencias coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el pulóver puesto que no ha podido
ponérselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la
mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las
cosas, y en algún momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que él
comprenda a tiempo que el pulóver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento
mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas
y quisieran arrancarle las pestañas. Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la
manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda
para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los
movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera
otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté mordiendo porque de golpe le
duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y
que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver, prefiere intentar un último esfuerzo para
sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo,
echándose hacia adelante y hacia atrás, girando en medio de la habitación, si es que está en el medio porque
ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere
detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver, aunque su mano izquierda
le duela cada vez más como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece,
contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través de la manga el borde del pulóver
arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano derecha
ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las piernas, en vez de pellizcarle el muslo como lo está
haciendo, arañándolo y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo porque toda su voluntad
acaba en la mano izquierda, quizá ha caído de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira
una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere
abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los
ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del
pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos
libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras suspendidas
apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados
y echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo
defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba azul le envuelva
otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin
pulóver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe y lo acaricie y doce pisos.
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¿Te parece adecuando el título? ¿Por qué?
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