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Capitulo I Angeles en El Infierno Martin Cosh

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ÁNGELES EN EL INFIERNO

© Martin Cosh, 2022

ISBN-13: 979-8-4344-6945-6

Diseño de cubierta: Martin Cosh

Asesoría literaria: Víctor J. Sanz

Maquetación:
Mariana Eguaras - Consultoría editorial

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta


obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros)
sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de
dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.
A mis seres queridos. En especial a mis
padres, a mi hermana y a esa persona
especial que siempre me acompaña.

Gracias a todas esas personas que han hecho posible


esta segunda entrega de la saga Luz entre tinieblas.

Gracias a mi entrañable amigo, mentor y corrector,


Víctor J. Sanz. De nuevo hemos hecho lo imposible.
Gracias por todo tu tiempo, paciencia y dedicación.

Gracias también a Mariana Eguaras. Por tu


tiempo, tu talento y tu gran profesionalidad.
Es un placer trabajar contigo.

Gracias a mis lectores. Porque vosotros sois lo que me


motiva a mejorar y a ir siempre un poquito más allá.

Por último, gracias a mí mismo. Por no


haberme rendido nunca, por mucho que la
vida se hubiese puesto cuesta arriba.

A todos vosotros, GRACIAS.


I

—Hola, mi amor… —murmuró malherida.


—Nathbel… Lo siento… Lo siento muchísimo… —res-
pondió él con la mirada empañada.
—Lo sé…
—Es el fin, ¿verdad?
—Sí… Me temo que sí…
Por primera vez, Nathan percibió en sus ojos el terrible
sentimiento de la muerte y de la derrota. La horrible y des-
garradora expresión de quien acepta su final con dignidad
y resignación.

Aquella noche, sentado en su salón en compañía de Mike,


le pareció que algo le inspiró la solución que llevaba tanto
tiempo buscando. Un fuerte latido le habló de esperanza,
de luchar hasta el final y de creer que no todo estaba perdi-
do. Quizá, todavía quedaba algún renglón más por escribir,
aunque fuese a mano, con tachones y algo torcido.
—¡¿Cómo no se me habrá ocurrido antes?! —Nathan se
incorporó de inmediato.
—¡¿Qué ocurre?! ¡¿En qué estás pensando, muchacho?!
—preguntó agitado el anciano.
—¡Puede que sea una locura! —dijo asombrado en un
esfuerzo por comprender el plan que su cabeza urdía a gran
velocidad.
—No entiendo nada. ¡¿Se puede saber qué se te ha ocu-
rrido?!
—No lo tengo claro…

7
—Pero…
—¡Mike, hazme caso, por favor! Si funciona, te enterarás
—le interrumpió Nathan con gran excitación.
—Está bien, como prefieras —contestó con resignación—.
¡Dios santo, hijo! ¡Todavía no salgo de mi asombro con tu
historia1! —exclamó inquieto en su asiento.
—Me lo figuro. Yo llevo tres años intentando asumir que
todo fue real.
—A mi edad, estas cosas a uno le pueden llevar a la tum-
ba de tomárselas en serio. No me malinterpretes, por favor.
Quiero creerte, de verdad que sí. Pero…
—No te disculpes, Mike. Lo comprendo. Perdona si he
tenido poco tacto al contarte todo esto —se disculpó pensa-
tivo—. Te mostraré algo, dame un segundo —dijo antes de
perderse escaleras arriba. Al cabo de unos minutos se sentó
de nuevo frente a él—. Mira.
—¡Nathan! ¡¿Eso es…?!
—Sí. El Ojo de Onthar… —contestó mientras le dejaba
el colgante entre las manos. Mike se percató de la expresión
melancólica que se reflejaba en los ojos de Nathan—. Te en-
señaría las cicatrices de las muñecas, pero Nathbel me las
sanó por completo.
—Eso no sería necesario bajo ningún concepto, mucha-
cho. Qué amuleto más fascinante… —comentó en voz baja
tras ponerse las gafas y examinarlo de cerca.
—Sí, los símbolos rúnicos le dan ese aspecto esotérico.
—¿Y con esto consigues dormir?
—Lo conseguía, sí. Ahora no lo necesito, aunque siga te-
niendo pesadillas terribles por los malditos recuerdos. Hay
cicatrices que se quedan marcadas en el alma y nunca sanan…
Por desgracia, ahí el amuleto no puede hacer nada.

1Si el lector desea conocer más detalles, recomiendo la lectura de la pri-


mera parte de esta historia, publicada bajo el título de Luz entre tinieblas.

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—Reflexionando sobre tu historia, me surgen muchas pre-
guntas. ¿Qué ocurrió con esa chica…? Noah, se llamaba, ¿no?
—Cuando logré reponerme de la terrible pérdida de
Nathbel, entre Eveline y yo llevamos su cuerpo hasta la ca-
baña. Le hicimos un torniquete en el brazo para que dejara
de sangrar y después huimos en el coche de Nathbel, que,
por suerte, consiguió arrancar. La llevamos hasta su todo-
terreno volcado y llamamos a las autoridades. Todo quedó
como un accidente fortuito y sus heridas se tomaron como
una consecuencia del choque. Ella se recuperó con el tiempo
y volvió a llevar una vida normal.
—¿Llegó a recordar algo?
—No. La policía la interrogó acerca de lo ocurrido, pero
no recordó nada. Le diagnosticaron amnesia postraumáti-
ca. Jamás sabrán que en realidad se debe a un motivo bien
distinto.
—¿Y volviste a ver a esa muchacha por la universidad?
—Sí… Ya lo creo que sí. —Resopló—. Pero no me reco-
noció. Nunca volvimos a hablar. Intenté cruzarme con ella
lo menos posible. Imagínate… Cada vez que la veía revivía
todo en un instante. No era nada agradable.
—Lógico, muchacho. —Una mirada pensativa acompañó
el silencio de Mike—. Respecto a Nathbel…; la recuerdas
mucho, ¿verdad?
—A cada instante. No hay un solo momento del día en el
que no la tenga presente. Incluso puede que esté aquí ahora
mismo, sentada con nosotros. Imagínate lo frustrante que
es para mí saberlo y no poder tocarla, abrazarla, besarla…
—Debe de ser desgarrador.
—Sí… Aunque sepa que está conmigo, aunque sepa que
ella está a mi lado… Me es imposible no sentir su vacío. En
estos años, he aprendido a convivir con su ausencia y su si-
lencio. Pero es peligroso. Tal vez, con el paso del tiempo, me
surjan dudas sobre si realmente sigue aquí conmigo o si, por
el contrario, ya se ha ido —susurró cabizbajo.

9
—Cuánto lo lamento, Nathan. Debe de ser duro que tu
corazón sepa que ella está contigo, pero todos tus sentidos
te dicen lo contrario.
—Sí… Se hace muy difícil… —susurró.
—Te entiendo muy bien. Yo pasé por lo mismo cuando
falleció Ezel. La sentía conmigo a cada instante del día…
—dijo apenado su anciano amigo—. Con el tiempo asumí
su pérdida, pero lo tuyo… Lo tuyo todavía es muy reciente.
—Han pasado tres años desde lo ocurrido y todavía no
he olvidado ni el más mínimo detalle. Especialmente por
vivir aquí —dijo Nathan mirando al techo—. Cada rincón
me trae un recuerdo.
—Me figuro que será un calvario para ti.
—Sí… Con frecuencia me vienen a la mente imágenes
terribles. Otras veces no tanto. Al final he aprendido que
también tiene su lado bueno, porque mantiene vivo el re-
cuerdo de Nathbel. Por suerte o por desgracia, está ligada
a ellos.
—Visto así…
Un silencio pensativo se apoderó de ambos. De Mike, al
intentar asimilar todo lo que estaba escuchando, y de Nathan,
al notar cómo se removían todos sus sentimientos.
—Me acuesto en un lado de la cama imaginando que ella
se tumba con delicadeza y me rodea con sus brazos. A veces,
creo sentir su calor, el perfume de su piel y su suave respira-
ción. Cada mañana, nada más despertar, deseo encontrarla
durmiendo plácidamente junto a mí.
—Entiendo que desde que se fue no has vuelto a saber
nada de ella…
—No. Ella volvió a ser un ángel. Adoptó de nuevo su
forma espiritual y, desde entonces, vivo con su ausencia.
Quiero creer que sigue a mi lado cada día. Esa es mi fuerza
y mi tormento.
—Y después de tres años… ¿Sigue intacto su recuerdo
en ti?

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—La recuerdo como si la hubiese visto ayer.
—Por curiosidad, ¿crees que nos puede estar escuchando
ahora?
—¡Claro! ¿Por qué no? ¿Eh, Nathbel? ¡¿Estás por aquí?!
—dijo Nathan en voz alta, para después sentir el frío silencio
del salón—. Y así, una vez tras otra. Siempre la misma res-
puesta… —terminó en un suspiro roto—. Pero ahora tengo
una idea. Sí… Ahora todo puede cambiar… —murmuró con
esperanzas renovadas.
—¿De verdad no puedes decirme de qué se trata? —vol­
vió a intentarlo el anciano.
—No. De momento no.
—¡¿Ni siquiera algún pequeño detalle?! —insistió intri-
gado.
—No, ni eso. ¡Mike, creí que lo habías entendido! —dijo
Nathan con una sonrisa.
—Está bien, está bien. Como prefieras —dijo al darse
por vencido.
—¡Ahora debo marcharme!
—¡¿Ahora?! ¡¿A dónde?!
—Me voy a la ciudad —contestó mientras buscaba su
abrigo.
—¡¿Qué?! ¡¿Has perdido el juicio, muchacho?! ¡Mira el
tiempo que hace! No creo que sea lo más sensato.
—Bueno, reconozco que hace frío y es tarde. Pero tam-
poco lo veo un motivo.
—Te puedes encontrar placas de hielo en la carretera. ¿No
puedes dejarlo para mañana? —insistió angustiado.
—Supongo que podría dejarlo para mañana, sí… —dijo
pensativo.
—¡Desde luego que sí! Ahora mismo sería una impruden-
cia —suspiró aliviado el anciano antes de que se le escapase
un bostezo.
—De acuerdo, te haré caso. Lo dejaré para mañana. Oye,
Mike, te noto cansado.

11
—Sí, lo cierto es que sí. Aunque, gracias a tu historia, hoy
me costará dormir. Caray, hijo, eres una caja de sorpresas.
¿Sabe alguien más tu secreto?
—¡No! ¡Y debe seguir siendo así!
—Tranquilo, tranquilo… Era mera curiosidad.
—Vamos, te acompaño a casa —dijo Nathan mientras le
ayudaba a ponerse el abrigo.
Afuera la noche era desapacible. El ambiente frío y hú-
medo castigaba las solitarias calles de SoulFallen. El silencio
de la madrugada se había apoderado de ellas horas antes y la
oscuridad reinaba a sus anchas por los tortuosos callejones.
El crujido de las finas capas de hielo bajo sus pies los acom-
pañó durante todo el camino.
—Mike, muchas gracias por haberme escuchado. Eres la
única persona a la que he contado mi historia.
—¿Y cómo te sientes, muchacho? ¿Te ha servido de algo?
—Sí… Me ha servido para revivir el recuerdo de Nathbel.
Cómo echo de menos todas las sensaciones que me regala-
ba… Ella mejor que nadie sabía hacerme sentir especial y
también muy afortunado por tenerla a mi lado.
—Buena virtud esa en una mujer —dijo Mike abriendo
la puerta de su casa.
—Por eso era Nathbel. Créeme que no se puede describir
con palabras la mujer tan maravillosa que era.
—Nathan, permíteme decirte una cosa —comentó girán-
dose hacia él—. Puedes tomártelo como un consejo de amigo.
Si yo fuese tú me sentaría a meditar la situación. Si ves que
esa idea que tienes en mente puede funcionar, adelante. Lucha
con todas tus fuerzas. De lo contrario, tal vez sea hora de pasar
página y comenzar a escribir un nuevo capítulo en tu vida.
—Lo sé, Mike. Pero me es imposible darme por vencido
cuando se trata de Nathbel. De todas formas, gracias. Mu-
chas gracias —dijo dándole un abrazo.
—No hay de qué. —Le palmeó la espalda con suavidad—.
Me tienes para lo que necesites.

12
—Descansa mucho, Mike.
—Tú también, muchacho.
Nada más despedirse, Nathan regresó a su casa dando un
lento paseo bajo el frío de la noche. Aquellas palabras de su
viejo amigo le turbaron. ¿Pasar página y olvidarse de Nathbel?
No. Jamás. Nathan no estaba dispuesto a eso.
A la mañana siguiente, el sol del amanecer todavía no se
alzaba por las lejanas colinas cuando Nathan se despertó.
Para entonces, Larky ya le observaba agitando el rabo desde
el colchoncito donde dormía. Sin pensárselo dos veces, se
levantó de la cama y observó el cielo a través de la ventana.
—Hoy será un día diferente… —Lanzó un profundo sus-
piro de esperanza mientras esbozaba una sonrisa como hacía
tiempo no se le veía.
Después de haberse tomado el primer café del día, se dio
una cálida y relajada ducha que le ayudara a desprenderse
de su pereza matinal. Cuando terminó, se detuvo unos ins-
tantes a observar su reflejo; quería encontrar la mirada de
aquel hombre despiadado que le odiaba desde la profundidad
del espejo. Pero aquella vez fue diferente. Aquel hombre ha-
bía cambiado. Ya no irradiaba odio ni desesperación. No. El
brillo de una nueva esperanza vestía su mirada y hacía que
irradiase de confianza su corazón. Tal vez la reconciliación
no estuviese cerca de ocurrir, pero ambos tenían una idea
con la que volver a soñar, con la que volver a reír.
Pasó algo menos de una hora desde que salieron del pue-
blo hasta que se encontraron parados en el primer semáforo
de la ciudad. Cruzaron las viejas y antiguas calles que tantos
y tantos recuerdos le evocaban a Travis y a sus días de uni-
versidad.
—Aquí es… —se dijo deteniendo la camioneta delante de
una vieja casa. Durante unos segundos la observó con gesto
serio. Una sensación incómoda le agitó al verla de nuevo
después de tanto tiempo—. Espera aquí, ahora vuelvo —le
advirtió a Larky antes de bajarse del vehículo.

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Se aproximó a la carcomida puerta de madera de la casa
de Madame Binot y se sorprendió del estado tan viejo y co-
chambroso en que se encontraba la fachada. No recordaba
que estuviera tan deteriorada la última vez que estuvo allí,
aunque bien era cierto que de eso hacía ya mucho tiempo.
Llamó a la puerta con la esperanza de que apareciera Eve-
line con su estrafalaria indumentaria de trabajo. Se sentía
nervioso. Sería la primera vez que la volvería a ver después
de que sucediera todo aquello. Tras esperar varios segundos
y no oír nada dentro, volvió a llamar de nuevo. Al no con-
testar nadie, se asomó por la ventana que daba a su salón y
observó la oscuridad del interior.
—No te molestes. Ella no está —escuchó una voz a sus
espaldas.
Se giró sorprendido y reconoció a la vecina de Madame
Binot. Aquella situación le resultó muy familiar.
—¿Sabe si volverá pronto?
—Eveline no volverá, hijo. Hace dos años que falleció.
—¡¿Cómo dice?! —Su respiración y su corazón se detu-
vieron al mismo tiempo.
—Sí, lo lamento.
—¡¿Pero…?! ¡¿Cómo?! ¡¿Qué ocurrió?! —Se acercó a ella
incrédulo.
—Una tarde escuché a Eveline decir que la iban a operar…
—¡¿Y luego?! ¡¿Qué pasó?!
—Jamás regresó del hospital…
Un profundo dolor le desgarró el pecho, a la vez que un
sentimiento de culpabilidad le invadió por completo. Se sin-
tió hundido por no haberla visitado después de todo lo que
le ayudó.
Al enterarse de que Madame Binot había fallecido, fue
consciente de que la idea que tenía planeada también acababa
de morir. Nadie, excepto ella, podría llevarla a cabo. Abatido,
regresó a la camioneta donde le esperaba Larky impaciente.

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—Eveline… —Sollozó con los ojos llenos de lágrimas
apoyando la frente en el volante mientras lo agarraba con
fuerza. Le vinieron a la mente las heridas que sufrió en su
lucha con el demonio, pero tampoco lo entendía, porque
con el tiempo se recuperó. Supuso que las secuelas habrían
sido más graves de lo que parecían—. Regresemos a casa…
—susurró hundido.
Antes de ponerse en marcha, lanzó una última mirada a
la vieja casa donde empezó todo. Contempló aquella puerta
que tiempo atrás cruzaron Nathbel y Eveline y que ya no
volverían a cruzar ninguna de las dos.
Con el corazón hecho añicos, Larky y él se alejaron rum­-
­bo al piso de sus padres para cerciorarse de que todo seguía
en orden. Nada más entrar, observó la penumbra que creaban
las persianas bajadas de las habitaciones y del salón. La tran-
quilidad y la quietud le rodeaban y, en silencio, le vinieron a
la mente los recuerdos de Nathbel al recorrer con la mirada
toda la casa. Luego se dirigió a su habitación y encontró
sobre su cama el jersey que ella llevó puesto la última vez
que la estrechó entre sus brazos. Lo abrazó con fuerza hasta
hundir su cara en él. Para su sorpresa, todavía conservaba el
aroma inconfundible de Nathbel. Lo contempló con tristeza,
y dudó si sería buena idea llevárselo con él.
«Sí… Te vienes conmigo…», pensó al colocárselo sobre
el hombro antes de abandonar el piso.

Cerca de SoulFallen, observó el camino que conducía hasta


la biblioteca, y su rostro se iluminó.
—¡¡Claro!! ¡¡Rose Marie!! —gritó dando un fuerte vo-
lantazo.
Después de varios minutos de trayecto en el que atrave­
saron espesas arboledas, llegaron a su destino. Nathan y
Larky se bajaron del vehículo y se acercaron hasta las grandes
puertas de madera de la entrada principal. Con gesto serio,

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observó las profundas marcas que dejó Abhadon la noche
que estuvo allí. Marcas que agitaron sus terribles recuerdos
de aquella fatídica noche en la que le vio por primera vez.
Tras agitar la cabeza con fuerza, consiguió que dejasen de
atormentarle en sus pensamientos.
—¡Cerrada! ¡¿Cómo es posible?! Qué extraño. Iremos a
buscarla a su casa.
No tardaron mucho en llegar. Aparcó frente a la casita de
campo rodeada de frondosa arboleda y de soledad.
—Parece que aquí tampoco hay nadie —susurró al acer-
carse. Llamó a la puerta con insistencia y esperó varios
segundos para intentarlo de nuevo, pero obtuvo la misma
respuesta—. ¡¿Qué diablos ocurre?! ¡¿Qué ha pasado con las
personas en las que confío?!
El pánico se apoderó de Nathan al pensar en la posibilidad
de una lenta y silenciosa venganza de Abhadon.
Regresó a la camioneta inquieto por la extraña situación
que estaba viviendo. En el momento en que se alejaba, algo
le llamó la atención. Observó por el retrovisor cómo se abría
la puerta de la casa y salía Rose Marie protegiéndose los
ojos del sol, que la cegaba. Una alegría desmesurada invadió
el corazón de Nathan al ver a aquella anciana intentando
reconocer quién era él desde la entrada. Emocionado, detu-
vo el vehículo con brusquedad.
—¡¡Rose Marie!! —Se acercó a todo correr seguido de
Larky.
—¡¿Nathan?! —dijo ella a la vez que salía a su encuentro.
—¡Hola, Rose Marie! —La saludó con un fuerte abrazo.
—¡Nathan, muchacho! ¡Qué alegría! —respondió ella—.
¡Has tardado mucho tiempo en visitar a esta vieja bibliote-
caria!
—Sí, lo lamento muchísimo, Rose Marie. Me hubiese gus-
tado haber venido antes, pero los recuerdos me lo impedían…
—Me lo figuro. No hace falta que te excuses. Pero ¡míra-
te! ¡Estás aquí! Antes de continuar hablando, quiero decirte

16
que me siento muy orgullosa de ti. Eveline me contó todo.
Fuiste muy valiente.
—Solo hice lo que debía y sentía —contestó Nathan sin
ganas.
—¡Y eso es admirable! ¡Sacrificaste tu propia vida!
—Lo hice por Nathbel.
—Sí, Nathbel… Esa muchacha te amaba, Nathan —la-
mentó la anciana con mirada triste—. Sus ojos brillaban cada
vez que te miraba.
—Rose Marie, mejor dejémoslo para otro momento. Por
cierto —se detuvo durante un segundo—, lamento mucho
lo de Eveline —comentó con profunda tristeza.
—¿Lo lamentas? No te preocupes, hijo. Ahora está mu-
cho mejor.
—Supongo que sí…
—Fue decisión suya, y había que respetarla.
—¡¿Cómo?! ¡¿Decisión suya?! ¡¿Se suicidó?!
—¡¿Suicidarse?! ¡¿A qué te refieres?!
—¡A la muerte de Eveline! ¡¿No falleció tras la lucha con
Abhadon?!
—¡Hace falta mucho más que un simple demonio para
acabar conmigo, muchacho! —dijo Eveline al salir del inte-
rior de la casa con una gran sonrisa y con los brazos abiertos.
—¡¡Eveline!! ¡¡No puede ser!! ¡¡Es usted!! —dijo emocio-
nado mientras corría a abrazarla.
—¡Con cuidado, Nathan! Con cuidado… Esta vieja mé-
dium ya no está para tanto trote. ¡Y no me llames de usted,
que me echas más años encima!
—¡De acuerdo! —Rio alegre—. ¡¿Se puede saber qué te
ocurrió?!
—Me operaron.
—¡¿De qué?!
—De cataratas. Apenas distinguía al gato de la plancha.
Supe que era conveniente hacerlo el día que intenté introdu-
cir su cola en el enchufe.

17
—¡Pero yo creía que estabas…! Ya sabes…
—¿Muerta? ¡¿Qué tontería es esa?!
—Tu vecina me dijo hoy que habías fallecido.
—¡Bobadas! Esa vieja chismosa… ¡Eso es lo que ella qui-
siera! Nunca nos caímos bien —se quejó con el ceño frun-
cido—. ¡Esto es inaudito! Faltas dos años de tu casa, ¡y se
piensan que has estirado la pata! —Se giró indignada ha-
cia Rose Marie, a lo que ella le respondió encogiéndose de
hombros—. ¡Pero déjame que te vea bien, ahora que puedo!
Caray, ¡tienes un magnífico aspecto! ¡Estás más fuerte desde
la última vez! Aunque un poco pálido y ojeroso…
—Gracias. Tres años dan para mucho.
—¡Larky! ¡Que no te he saludado! ¡Qué bien se te ve a ti
también! ¿Te curaste la patita? —le dijo acariciándole.
—Sí… Al pobre también le costó lo suyo. Todos quedamos
hechos una mierda.
—No se vence a un demonio así como así, muchacho…
Ahora pasemos y pongámonos cómodos —le invitó la mé-
dium.
Una vez dentro se sentaron en el salón con un café en la
mano.
—¡¿Cómo es que llevas más de dos años sin aparecer por
tu casa, cual veinteañera, Eveline?! ¿No te da vergüenza ha-
cer esas cosas a tu edad? —bromeó Nathan antes de dar el
primer sorbo a su bebida.
—Lo primero es lo primero… —dijo la anciana dándole
un capón—. Esto por tardar tres años en venir a vernos. ¡Tú
sí que tienes poca vergüenza!
—Lo lamento —contestó rascándose la cabeza.
—En cuanto a tu pregunta… Después de operarme, re-
­flexioné y me di cuenta de que, si algún día me ocurría algo
o necesitase de alguien, no tendría a nadie que pudiese soco-
rrerme. Igual que le pasaría a Rose Marie. Así que le propuse
vivir aquí las dos juntas. El resto puedes imaginártelo. ¿Y a
ti? ¿Qué tal te va todo? ¿Sigues teniendo pesadillas?

18
—Sí, pero no son como las de antes. Ahora se repiten mu-
chos recuerdos. Unas veces sueño con la pérdida de Nathbel.
Otras lo hago con Abhadon, con Travis o con mis abuelos.
—Tranquilo, desaparecerán con el tiempo.
—Eso espero. Lo importante es que, aun así, logro des-
cansar un poco.
—¿Sigues viviendo en la ciudad?
—No. Ahora vivo en el pueblo, en casa de mis abuelos.
—¡¿Con alguien más?!
—Sí, con Larky.
—¿Estás loco, Nathan? —Eveline se incorporó hacia él—.
¡¿Cómo se te ocurre vivir allí solo?! ¿Acaso te gusta sufrir?
—No, pero aquella casa mantiene vivo el recuerdo de
Nathbel. Así que tiene su parte buena.
—Y su mala también.
—Sí…
—Mírame, Nathan —le pidió Madame Binot.
Reticente, miró a los ojos de la médium, que no dejaban
de escudriñarle la mirada, como si buscasen algo dentro de él.
—Nathan, debes empezar a superar todo lo que ocurrió.
—Lo sé.
—Pero cuando digo todo, incluyo también a Nathbel…
Debes olvidarla para seguir adelante con tu vida.
—¡¿Cómo me pides eso sabiendo lo que significa para
mí?! —respondió molesto al escuchar su consejo.
—Hijo, no te lo tomes a mal. Lo digo por tu bien. Ella no
volverá jamás… ¿Crees que le gustaría verte así? Estoy segura
de que te diría lo mismo.
—¡Me da igual! ¡No pienso olvidarme de ella! —contestó
tajante.
—No seas cabezón, muchacho. ¿No te das cuenta de que
te estás condenando a la soledad de por vida? Por desgracia,
en esta situación no hay nada que puedas hacer, Nathan. Y
debes asumirlo cuanto antes.

19
—Tal vez no haya dicho mi última palabra… —dijo con
tono misterioso.
—Te aconsejo que, por tu bien, retomes tu vida y que co-
nozcas a una buena chica con la que emprender una bonita
historia de amor.
—¡¡Maldita sea!! —Apretó los puños en un arrebato—.
¡¡Esa ya la he emprendido con Nathbel!! —dijo al ponerse
en pie. Nathan no quería pensar siquiera en la posibilidad
de perderla para siempre.
—¡Calma, Nathan! Calma… Comprendo que sea muy
duro para ti. Nadie dijo que esto sería fácil, pero olvidarla
es lo mejor que te puede ocurrir.
—¡Lo mejor que me puede ocurrir es tenerla otra vez aquí!
—Eso es imposible, Nathan… —insistió Madame Binot
con un suspiro de paciencia.
—Tal vez no lo sea…
—Percibo que intentas decirme algo desde hace un rato.
—La médium entornó los ojos astutamente.
—Sí, así es.
—Te escucho —contestó encendiéndose un cigarrillo.
—Creo que tengo una idea para hacer que regrese Nathbel.
—¡¿Cómo dices?! —respondió sin entender nada—.
Nathan, te repito que eso es imposible.
—Quizá no lo sea si… —dijo pensativo.
—¿Si…?
—Si me descubro frente a los demonios —sentenció.
Una expresión de horror apareció en el semblante de la
anciana al intuir lo que pretendía.
—¡¿Qué?! ¡¿Estás loco?! Muchacho, falta bastante cor-
dura en tus palabras —respondió la anciana recolocándose
el turbante.
—¡No, Eveline, escucha! Tal vez si tentamos a los demo-
nios y conseguimos que vuelvan a seguir mi rastro, ¡puede
que Nathbel regrese para protegerme!

20
—¡¿Cómo?! ¡¡Ni hablar!! —gritó levantándose de su asien-
to—. ¡¡Menudo disparate!! —Hizo aspavientos en el aire—.
¡Nathan, te recuerdo que la última vez casi perdemos todos
la vida! ¡Y tú estuviste muy cerca de hacerlo! Gracias a que
Nathbel estuvo allí para salvarte. ¡¡Bajo ningún concepto
vamos a tentar de nuevo a la suerte!!
—¡Pero, Eveline!
—¡¡No!! ¡¡De ninguna manera!! —gritó la médium con
mirada desafiante—. ¡Pretendes jugar con fuerzas desconoci-
das, muchacho! ¡No debemos tentar a los demonios para po-
nerlos de nuevo bajo tu pista! ¡Se han perdido vidas inocentes,
Nathan! ¡Inocentes, por el amor de Dios! —dijo con un leve
golpe en la mesa—. ¡Tus abuelos, Travis, sus padres…! ¡Ha
costado muchísimo sufrimiento que podamos estar hoy aquí!
—¡¡Eveline, yo aún sigo sufriendo, maldita sea!!
—¡Pero sano y salvo!
—¡Pero sin esperanza!
—Pero sin miedo.
—Sí…, pero sin vida… —susurró mirándola a los ojos—.
Por favor, ayúdame…
—Lo siento, hijo. No voy a formar parte de esta insensatez.
Y menos aún si eso implica poner en juego nuestras vidas.
—Eveline… Por favor…
—Nathan, ¿no te das cuenta de que es una locura? ¡Hace
tres años luchamos con todas nuestras fuerzas y estuvimos
a punto de morir todos por salvarte! ¡¿Y ahora pretendes
poner en peligro tu vida de nuevo?! ¡Es una auténtica locura!
—Eveline…
—¡Nathan, no! No me pidas ese favor. Por tu propia se-
guridad y por la de todos debo negarme.
—¡¡Es mi vida, maldita sea!! ¡Yo decido qué hacer o no
hacer respecto a ella! ¡A fin de cuentas, solo repercute en mí!
—¡Ahí te equivocas, muchacho! ¡También repercute en
todos los que te apreciamos! Te recuerdo que no estás solo
en todo esto.

21
—Lo sé. Pero debo mirar por mi vida, por mi felicidad.
—Nathan, te seré sincera. Si los tentamos y volvemos a
ponerles bajo tu rastro no sé cómo terminará esto. Me da
pánico pensar que se lo tomen como un desafío. ¡Las conse-
cuencias podrían ser fatales! ¡Quién sabe lo que podrían llegar
a hacer! Y desconocemos si eso traería de vuelta a Nathbel.
—¡Tenemos que intentarlo! Correré ese riesgo.
—Estoy convencida de que ella lo desaprobaría.
—Eveline, ¿tan difícil es entender que necesito tenerla a
mi lado para volver a vivir?
—¿A pesar de arriesgar tu vida otra vez?
—Sí. Aun así… —dijo convencido.
Al verle tan decidido, la anciana comprendió que Nathan
sería capaz de cualquier cosa con tal de traer de vuelta a su
amada, lo que le provocó un profundo suspiro. ¿Quién era
ella para condenar a alguien a morir en vida? No. No podía.
El aprecio que le tenía a aquel joven que le suplicaba por su
felicidad era más fuerte que su conciencia de hacer lo sen-
sato y lo correcto.
—Sé que me voy a arrepentir —se lamentó la anciana ne-
gando con la cabeza—. Pero está bien, Nathan. Lo intentaré…
—¡¡Gracias, Eveline!! —exclamó antes de comerse a besos
a la vieja médium.
—¡Aparta, tormento, aparta! ¿Te has planteado qué ha-
rás si Nathbel no regresa? Porque te repito que no es seguro
que lo haga.
—Por lo menos lo habremos intentado.
—Quedaríamos en una situación muy peligrosa.
—Lo sé, pero debo arriesgarme.
—Y en el caso de que Nathbel apareciese, ¿qué haríamos
después? ¿Intentaríamos destruir al cazador otra vez? Si lo
logramos, ¡Nathbel volvería a ser un ángel! Esto carece de
sentido.
—Tranquila, ya he pensado en eso. Cuando ella aparezca
huiremos lo más lejos posible para así vivir de una vez.

22
—¿Y si os encuentra? ¿Qué harás?
—Lo que he hecho anteriormente: correr.
—¿Y ser toda tu vida un fugitivo del mal?
—Sí. Lo prefiero a tener que vivir una vida entera sin ella.
—Veo que lo tienes todo pensado.
—Absolutamente.
—Supongo que no hay nada que podamos hacer para
disuadirte.
—No.
—Que la Providencia nos asista… —susurró la médium a
la vez que bajaba la mirada negando de nuevo con la cabeza.
—Nathan, no quiero meterme en esto, pero… —comentó
Rose Marie—. ¿Has pensado que, si Nathbel regresa, también
correrá el riesgo de morir a manos del cazador? Si ella vuelve,
su vida también correrá peligro.
En aquel instante, le vinieron a la mente los desgarradores
gritos de Nathbel, y la agonía se apoderó de su corazón. Por
nada del mundo permitiría que aquello ocurriese de nuevo.
—Yo creo, Nathan, que si de verdad la quieres…, si de
verdad la amas…, no deberíamos intentar esto. Es un riesgo
innecesario con un alto precio que pagar.
—Lo sé. Pero yo cuidaré de ella. Ya no soy el Nathan de
antes —dijo con tono sombrío.
—Ya veo… A pesar de que yo tampoco apruebo tu deci-
sión, quiero que sepas que, tanto Eveline como yo, seguiremos
a tu lado. Pase lo que pase.
—Gracias… Muchas gracias… —respondió con un hilo
de voz.
—Escúchame, muchacho. Si te soy sincera, no sé cómo
vamos a lograr lo que pretendes. Tendré que investigar en
mis libros de rituales —dijo Madame Binot pensativa.
—¡Podríamos consultar en el libro de los hechizos! ¡Vamos
a la biblioteca! —dijo saltando de su asiento.
—Tranquilo. El libro no está en la biblioteca —informó
Rose Marie.

23
—¿No? Entonces, ¿dónde está?
—Esperad aquí —dijo la hermana de la médium incor-
porándose del sofá.
—La guardiana del libro guarda celosamente el secreto de
dónde está escondido —dijo Eveline con cierto tono de mofa.
Tras esperar varios minutos, Rose Marie apareció con el
libro entre las manos y lo depositó en el centro de la mesa ante
la atenta mirada de Nathan. Abrió con cuidado el ejemplar
y comenzaron a revisar con gran detenimiento cada página,
cada párrafo y cada línea que contuviera.
—¡Nada! ¡No hay ningún ritual que nos sirva! —senten-
ció un rato después la médium entre una nube de polvo al
cerrar el libro de golpe.
—Eveline, ¿y en tus manuscritos?
—Es igual, Nathan. Prácticamente todo está en este libro.
—¡Pues algo tiene que haber! ¡Algo que sirva!
—Creo recordar que existía un ritual para la invocación
de un demonio… —dijo pensativa la anciana mientras pa-
saba rápido las hojas.
—¡Hermana! ¡No! ¡No podemos exponernos a la magia
negra! ¡Siempre hay consecuencias!
—Calma, Rose Marie. Lo tengo presente.
—¡¿Magia negra?! —exclamó Nathan tragando saliva.
—Sí… Y no me gusta nada la idea. Tarde o temprano se
paga un precio muy alto.
—¿Y qué conseguiríamos con eso?
—Quizá si invocásemos a un demonio y dejásemos que
te viese… Tal vez así podríamos despertar de nuevo el rastro
de caza. Aunque son meras suposiciones.
—¿Y si invocamos a Abhadon?
—Abhadon dejó de existir tanto en el plano terrenal como
en el espiritual. En este caso, tendríamos que invocar a un
demonio de su estirpe.
—¿A un cazador?
—Sí.

24
—Me parece buena idea. ¿Qué haría falta para realizarlo?
—dijo Nathan impaciente.
—Por lo que estoy leyendo, se trata de un ritual muy
laborioso y requiere de alguien experto debido a su gran
dificultad. También indica que se ha de evitar porque es ex-
tremadamente peligroso para quienes lo realizan.
Al escuchar las palabras de la médium, la respiración de
Nathan se aceleró por momentos.
—¡¿Nathan, te encuentras bien?! —exclamó Rose Marie
sujetándole por el brazo.
—Sí… No es nada. Es un simple mareo. Se me pasará en
un momento —respondió al apoyarse sobre la mesa. No. No
era un simple mareo ni tampoco la primera vez que le ocu-
rría. Aquellos ataques de ansiedad fueron una de las muchas
consecuencias que Nathan cargaba en su interior a raíz de su
lucha con el cazador. Respiró profundamente durante varios
segundos hasta que comenzó a sentirse mejor—. Respecto al
ritual, yo confío en ti, Eveline —dijo retomando la conver-
sación—. Sé que, con vosotras, todo saldrá bien.
—Gracias por tu confianza, hijo. Rose Marie, te necesitaré
a mi lado para llevarlo a cabo.
—Te ayudaré en lo que necesites.
—Te lo agradezco, hermana. Está bien, empecemos ahora
mismo. Quiero quitarme este mal trago cuanto antes. Según
el libro, nos llevará tiempo tenerlo todo preparado. Nathan,
de momento no puedes hacer nada. Mejor vete a casa y re-
gresa esta noche sobre las once. Hacia la medianoche lo lleva­
remos a cabo.
—De acuerdo. Os deseo mucha suerte.
Se levantó para darles un fuerte abrazo a las dos.
—Ah, Nathan, una última cosa… No quiero que te hagas
ilusiones —le advirtió la médium—. Aunque la invocación
fuese bien, no tenemos garantías de que Nathbel regrese.
Habrá que estar atentos a cómo se desarrollan los aconte-
cimientos.

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—Entendido. Estaré de vuelta más tarde —dijo saliendo
con Larky hacia el coche.
—¡A las once, recuerda! —gritó Rose Marie desde la puer-
ta.
Nathan regresó a casa de sus abuelos con un sentimiento
de emoción contenida, mezclada con otro poco de inquietud
y bastante de temor por el ritual que le aguardaba aquella
noche. Su estómago se retorcía ante la sola idea de volver a
encontrarse cara a cara con otra criatura como Abhadon.
Pero si era necesario para que Nathbel regresara, así lo haría.
Aquel sería el precio que debía pagar. O así lo creía.
Esperó con gran impaciencia a que la tarde se extinguie-
ra para que llegase la noche con su manto oscuro sobre el
horizonte.
Eran casi las diez de la noche cuando se dispuso a cenar
frente a la televisión. Cualquier cosa le valía con tal de eva-
dirse de sus pensamientos. Los nervios se acrecentaban a
medida que el minutero marcaba un minuto más en su vida.
Si todo salía bien, podría estar a pocas horas de encontrarse
con Nathbel. Por lo que el simple hecho de pensarlo hacía
que las piernas le temblasen, las manos se le congelasen y
el pulso se le acelerase. Y, por supuesto, provocaba que el
estómago se le cerrase.
Cuando terminó de cenar, subió a su cuarto a cambiar-
se. Después de tres años viviendo en los recuerdos, aquella
noche volvería a revivir todo lo que le supuso tanto dolor en
el pasado. Debía ser fuerte y prepararse mentalmente para
hacer frente a todo lo que pudiese ocurrir porque, en el caso
de que el ritual funcionase, volvería a ver un cazador.
Eran cerca de las once y media cuando aparcó delante de
la casa de Rose Marie. Se bajó del vehículo en silencio y se
acercó hasta detenerse a escasos centímetros de la entrada
de la casa. A pesar de la urgencia que le apremiaba, su puño
se detuvo unos segundos antes de llamar a la puerta. Un re-
cuerdo terrible de Abhadon le había nublado la mente y la

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imagen de su maligna mirada le turbó el corazón. No. No
estaba preparado para aquello, por mucho que odiase reco-
nocerlo. A pesar de todo ese tiempo, los tres años no fueron
suficientes para asumir todo el dolor y tanto sufrimiento.
Sin embargo, no se dejó influenciar por sus pensamientos y,
tras respirar profundamente, llamó con suavidad a la puerta.
Varios segundos más tarde, insistió.
—¡Será posible! ¡¿Por qué nunca abren a la primera?!
—pensó en alto.
—¡Psch! ¡Nathan! ¡Aquí! —escuchó una voz que le lla-
maba. Se giró extrañado y vio a Rose Marie asomada por
un lateral.
—¡¿Se puede saber dónde estáis haciendo el ritual?! —Se
acercó sin entender nada.
—Sssh…, guarda silencio. Eveline está terminándolo
—dijo a la vez que se dirigían a la parte trasera de la casa.
Nada más llegar, Nathan descubrió con asombro nume-
rosas velas encendidas que dibujaban un gran hexágono con
un triángulo en su interior. Al observar con detenimiento,
reconoció varios cirios apagados situados en cada una de las
puntas. Rose Marie y él contemplaron con admiración cómo
Eveline terminaba de realizar su minucioso trabajo.
—El ritual ya está listo… —anunció en voz baja la mé-
dium. Con cuidado, se levantó del suelo y se acercó a ellos.
—Eveline, ¿vamos a comenzar ya? —preguntó Nathan
inquieto.
—No… A medianoche. Todavía faltan varios minutos
—contestó mirando su reloj de pulsera. Nathan se angus-
tió aún más al reconocer el rictus de tensión que reflejaba
la cara de la anciana. Sabía que estaba a pocos minutos de
vivir momentos difíciles, pero él solo pensaba en abrazar
de nuevo a Nathbel—. Es la hora… —anunció Eveline un
par de minutos antes de la medianoche—. Os diré lo que
haremos. Rose Marie, cuando te señale, encenderás aquel cirio
que tienes a tu derecha, y en sentido horario, irás haciendo

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lo mismo con el resto a mi señal. Una vez haya terminado
Rose Marie, te tocará a ti, Nathan. Con el cuchillo que tie-
nes en esa bandeja de plata, deberás hacerte un pequeño
corte en el dedo y dejarás caer seis gotas de sangre sobre el
centro del triángulo. Tras la última gota derramada, debe-
rás salir rápidamente del símbolo, por lo que pueda pasar…
—alertó la anciana con gravedad.
—¿Y qué ocurrirá luego? —preguntó nervioso.
—Lo que nos tenga preparado el destino… —contestó
nerviosa Madame Binot con una mirada de inseguridad—.
Es la hora…
De pronto, el sonido grave y profundo del carillón de
Rose Marie se hizo presente para anunciar la medianoche.
—¡Ahora! —gritó Eveline.
Con apremio, la vieja bibliotecaria encendió el primer
cirio. Al mismo tiempo, Eveline comenzó a recitar en voz
baja palabras que, para Nathan, eran imposibles de entender.
—¡Ahora! —volvió a gritar Madame Binot, por lo que
Rose Marie encendió rápidamente el segundo cirio.
Al llegar al sexto y último de ellos, Eveline miró a Nathan
para indicarle que estuviese preparado para su cometido. De
mala gana, cogió el cuchillo y apoyó un dedo sobre el filo.
—¡¡Nathan, ahora!! —gritó.
—¡Sí! —respondió con gran decisión. Pasaron los segun-
dos y la respiración se le agitó cada vez más.
—¡¡Nathan!! ¡¡Vamos!!
—¡¡Sí!! —contestó tragando saliva mientras contemplaba
el brillo amenazador del filo sobre su dedo. El pulso le tem-
blaba y, por más que quisiera, le era imposible cortar. Hasta
que la sonrisa de Nathbel se iluminó en su mente y no le
hizo falta nada más.
Con un rápido movimiento, deslizó el frío metal por su
pulgar y notó cómo se abría la carne a su paso. Desde la
profundidad del corte brotó la codiciada sangre que tanto
necesitaba. Tras un leve quejido, apretó la herida para forzar

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la caída de las gotas sobre el triángulo. Al caer la sexta, se
apartó con cuidado de no tirar ninguna vela al salir del sím-
bolo y se reunió a la carrera con las hermanas, que se man-
tenían expectantes de los acontecimientos. A partir de aquel
momento, ninguno de ellos sabía qué ocurriría, pues habían
cruzado la barrera de lo desconocido.
—Algo ha debido de fallar… —se extrañó Nathan al ver
que todo seguía igual.
—No puede ser. ¡Lo hemos ejecutado a la perfección! —le
corrigió Eveline pensativa.
—Nathan tiene razón, no ocurre nada. Algún error hemos
debido de cometer, hermana.
—No, Rose Marie, no. Aquí pasa algo muy extraño —aler-
tó la médium mirando inquieta a su alrededor—. Esta…
¡¡Esta es la calma que precede a la tormenta!!

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