Jardín Nobles Doncellas
Jardín Nobles Doncellas
Jardín Nobles Doncellas
e-ISSN: 2386-6691
Resumen
En la tratadística de la segunda mitad del siglo XV, en los reinos de Castilla y de León,
observamos una corriente muy interesante, la de tratados y escritos dirigidos a la
formación de los jóvenes, especialmente a los infantes e infantas destinados a ocupar un
lugar en monarquías propias o ajenas. Así, en este contexto, surge la obra central de este
artículo, el tratado educacional Jardín de nobles doncellas de fray Martín Alonso de
Córdoba (Martín de Córdoba), y dirigido a la que se convertiría en la Reina Isabel I (Isabel
La Católica tras 1496). Como veremos a lo largo de estas líneas, este tratado no solo
poseía una vertiente formativa; sus lecciones iban más allá del mero aprendizaje.
¿Podríamos decir que este tratado influyó en la forma de actuar y gobernar de la futura
Reina Isabel? Poco a poco lo iremos descubriendo en este estudio.
Palabras clave: Isabel la Católica; siglo XV; propaganda política; “specula reginae”;
Martín de Córdoba
Abstract
Regarding the original sources in the second half of the 15th century in the Kingdoms of
Castile and Leon, we observe a very interesting trend, related to treatises and writings
intended for youth training, especially for the infantes and infantas, who were meant to
hold a ruling post in their own country or abroad. In this context, the text analysed in this
article emerges, the educational treatise Jardín de nobles doncellas by Fray Martín
Alonso de Córdoba (Martín de Córdoba), which was addressed to the person who would
became Queen Isabella of Castile (Isabella the Catholic from 1496 onwards). As we will
see all along this article, this treatise not only had a training approach but its lessons went
beyond the mere educational purpose. Could we say that this treatise had any influence
in the future queen´s way of acting and ruling? We will discover it in the following study.
Key Words: Isabella the Catholic; 15th century; political propaganda; “specula reginae”;
Martín de Córdoba
*Fac. de Geografía e Historia. UNED. Paseo Senda del Rey, 7 (Madrid). Email: varegv@gmail.com
DIGILEC Revista Internacional de Lenguas y Culturas 2
1. INTRODUCCIÓN
La alta sociedad medieval se desarrollaba como un gran escenario, donde ver y ser
visto. Cada personaje en la Corte desempeñaba un papel, y no uno cualquiera, sino el
papel que a cada uno se le había otorgado desde la cuna, esto es, aquel que la sociedad
esperaba de él o de ella en función de su rango y clase social. El ambiente cortesano se
presenta así como el escenario ideal donde desarrollar todas y cada una de las funciones
sociales.
Entre los aspectos más relevantes de esta época, nos topamos con el ideal del amor
cortés, el “ethos cortesano, muy en sintonía con esas aspiraciones humanistas que
comienzan a cobrar fuerza en el continente europeo” (Peláez, 2013: 267). Es decir,
hombres y mujeres de alta cuna con exquisita formación y refinamiento, que disfrutan
juntos de actividades de ocio como la música, las artes, pero también los juegos, entre los
que el ajedrez ocupa un interés predominante. Es importante insistir en la plasmación de
1
En documentos oficiales, por regla general, se especifican todos y cada uno de los reinos, señoríos y
condados propiedad de la Reina Isabel. No obstante, a la hora de acotar, se reducen a los reinos de Castilla
y de León como reinos cabecera. En cuanto a reseñas propias de la Corona, se han localizado numerosas
referencias a la Corona de Castilla como aglutinadora de todos los reinos, en distintas crónicas coetáneas.
Así, en este artículo, se utilizarán estas dos expresiones, cuando sea necesario referirse a reinos y a Corona.
Poco sabemos del inicio vital de este fraile agustino. Por su apellido, parece claro
que nació en Córdoba, profesando la vida religiosa en dicha ciudad. Encontramos
referencias hacia 1420, cuando ingresó en el convento de San Agustín de Salamanca. Fue
un prolífico estudiante, obteniendo diversos grados en Zaragoza y Salamanca (en la que
además ejerció como catedrático de Teología y Filosofía Moral). Asimismo, ejerció como
profesor en la Universidad de Toulouse.
Su amplia formación y experiencia académica favoreció su posición en la corte de
Juan II de Castilla y de León. De esta pasó a la corte de Enrique IV, donde se ocupó
principalmente de la formación del infante Alfonso. Así, encontramos a Martín de
Córdoba ofreciendo su apoyo en la causa alfonsina durante los años de contienda con el
rey Enrique IV y, a la postre, continuó su filiación al linaje de la familia brindando
posteriormente su apoyo a la princesa Isabel, de la que se sabe recibió su formación en su
juventud (entre los 15 y los 17 años).
Otra de las creaciones literarias de Martín de Córdoba está dedicada al condestable
D. Álvaro de Luna, figura clave en el reinado de Juan II de Castilla y de León, que
consiguió aglutinar tanto o más poder que el propio monarca. A este personaje dedicó
Córdoba el tratado Compendio de la fortuna (en dos libros, 1440-1453).
2
Al respecto, es importante destacar que las crónicas oficiales no destacan por su objetividad; al fin y al
cabo se escribían para ensalzamiento del homenajeado o para detrimento de sus enemigos
3
Así define Hernando del Pulgar su color de pelo, en la Crónica de los Reyes Católicos.
4
Esta modalidad de tratados son prolíficos en la época. Encontramos otros ejemplos en los dedicados a la
infanta Isabel, primogénita de los Reyes Católicos (Criança y virtuosa dotrina de Pedro Gracia Dei, ca.
1486), o en la formación del único varón del matrimonio, el príncipe Juan, a quién Alonso Ortiz le dedicó
el tratado Diálogo sobre la educación del Príncipe don Juan.
5
Este aspecto era tradicionalmente notorio en las reinas consortes, entre cuyas funciones se encontraba la
de formar a las doncellas de la Corte.
6
En este sentido, la pretendida relación entre la Virgen María y la figura de Isabel se realiza de forma
consciente y con un absoluto papel propagandístico a lo largo de todo su reinado.
7
En este sentido, destacar a Soriano del Castillo (1997: 1462).
8
Esa reivindicación no solo la observamos a través de la palabra escrita. La apoteosis de la legitimidad del
linaje isabelino, primero en la figura de su hermano y posteriormente en la suya propia, la encontramos en
el monumento funerario en el que convirtió la Cartuja de Miraflores en Burgos, con los espectaculares
monumentos funerarios a sus padres y a su hermano, y rematando el conjunto con un colosal retablo en el
que las figuras de sus progenitores cobran especial relevancia. La propaganda llegaba a más personas
(especialmente a las iletradas) mediante la representación arquitectónica y figurativa, ensalzando así logros
y emblemas para más gloria de los homenajeados.
9
Citado en Sánchez Dueñas (2002: 293).
subyace la idea clara y rotunda de que las mujeres están perfectamente legitimadas para
gobernar en nombre propio.
La obra se divide en tres partes, cada una de ellas a su vez en capítulos: nueve la
primera y diez la segunda y la tercera. Así, en este esquema se nos presentan virtudes y
vicios femeninos perfectamente estructurados con el fin de exhortar a la destinataria a que
ensalce las primeras, minimizando los segundos.
No siempre este tratado ha sido bien aceptado por la crítica, ya que en numerosas
ocasiones “ha sido estudiado en su mayor parte de manera muy fragmentaria, sin reflejar
en su justo medio valor que este texto pueda representar” (Sánchez Dueñas, 2002: 293).
A continuación, desgranamos poco a poco las virtudes y vicios recogidos por
Martín de Córdoba, y los trasvasaremos a la personalidad y gobierno de Isabel para
corroborar o no la influencia de este tratado en ambos aspectos.
10
Así se refieren a la religión católica en documentos y crónicas de la época.
11
En este sentido, una iconografía muy interesante es la que encontramos en el cuadro que cuelga en la
Sala Capitular del Monasterio de las Huelgas en Burgos y que representa a la Virgen María embarazada
(como gestadora continua) albergando bajo su manto a los Reyes Católicos y tres de sus hijos, al cardenal
Mendoza y a un grupo de monjas cistercienses, entre ellas Leonor de Mendoza la hermana del cardenal.
governación en que tan luengamente han estado” (Ladero Quesada, 1999: 144). Sin duda,
reveladoras palabras para comprender y refutar ese halo promocionista que rodeaba
(especialmente) la figura de la reina.
- Proteger la iglesia con limosnas, construcción de templos 12, dotación de material
para el culto, etc.: así fue, los libros de cuentas de la reina están repletos de limosnas a
templos (como por ejemplo las ofrecidas para la celebración de las santas fiestas) 13, y
dotación de material para el culto (algunos de sus espejos, por ejemplo, donados y
convertidos en custodias) 14. En el caso concreto de las limosnas, la actividad fue
creciendo tanto, que fue necesario institucionalizarla nombrando un Limosnero Mayor de
su Alteza, con fondos fijos, entresacados del presupuesto de la Casa de la Reina, y
distribuidos, cerca y a lo lejos, por diversas personas de su casa y corte (Azcona, 1999:
389).
- Práctica de la castidad: Probablemente Martín de Córdoba apuntaló esta virtud
(fundamental a lo largo del tratado) como estandarte del comportamiento de la princesa,
para diferenciarla así del dudoso quehacer de la reina Juana de Avis. Por lo tanto, esta
connotación de castidad, desde mi punto de vista, debe ser vista de esta manera y
fundamentalmente aplicada a la época previa al matrimonio con Fernando II de Aragón,
sin buscarle un trasfondo de abstinencia sexual durante su matrimonio.
Por un lado, la descendencia de los Reyes Católicos no admite lugar a dudas, y, por
otro lado, según nos narran sus propios cronistas oficiales “Amaba mucho al rey su
marido y celábalo fuera de toda medida” (Pulgar, s. XVI) 15. Resulta más que evidente
que una persona que presenta unos sentimientos tan vehementes por su pareja, no puede
albergar demasiado atisbo de castidad durante su unión. En este aspecto, es importante
destacar que en el tratado realizado por Alonso Ortiz y dirigido al infante Juan la castidad
se toma como un aspecto secundario e incluso prácticamente inexistente entre las virtudes
del hombre 16.
- Mesura, sosiego, vergüenza: Son virtudes ampliamente recomendadas en todos
los tratados sobre educación femenina. En este aspecto se recoge un interesante punto
escrito por Ladero Quesada, en el que aglutina la opinión de los cronistas coetáneos al
respecto: su autodominio se extendía a disimular el dolor en los partos, a “no decir ni
mostrar la pena que en aquella hora sienten y muestran las mujeres” (Del Pulgar).
“Templada y moderada en la risa” (Flores). “Y no fue la reina —añade Sículo— de
ánimo menos fuerte para sufrir los dolores corporales ... Ni en los dolores que
padecía de sus enfermedades, ni en los del parto, que es cosa de grande admiración,
12
El Monasterio de San Juan de los Reyes es un claro ejemplo de propaganda isabelina.
13
Se puede ejemplificar este aspecto con un documento custodiado en el Archivo General de Simancas y
en el que se detalla una ofrenda por la festividad de Navidad de 29 doblas de oro (=15.080 mrs.). Signatura:
CCA,CED,4,46,4).
14
En la Capilla Real de Granada encontramos una de estas donaciones.
15
Curiosa, sin duda, esta descripción del exceso de celo de Isabel realizada por uno de sus cronistas
oficiales.
16
Versión bien diferente nos ofrece Pedro de Luján en sus Coloquios matrimoniales (1550), que se trata de
una fuente posterior pero que recoge ampliamente la nueva corriente surgida al final del Medievo, donde
afirma: “el hombre onrado especial el que es casado debe huir de contratos de rameras y aún de tratos de
alcahuetas. Que paz puede tener en su casa el hombre que tiene amiga. En la ley de Christo la fidelidad que
deve la muger al marido esa misma deve el marido a la muger”.
nunca la vieron quejarse, antes con increíble y maravillosa fortaleza los sufría y
disimulaba” (Ladero Quesada, 2006: 234). Lo que parece estar claro, según las crónicas
de los escritores, es que la reina practicaba la continencia en sus emociones,
especialmente en público siendo “prudente y de mucho seso” (Enríquez del Castillo, en
Ladero Quesada, 2006: 237).
- Humildad, sencillez: “Profunda en consejo, fuerte en constancia, constante en
justicia, llena de real clemencia, humildad y gracia”. Estos son los adjetivos con los que
nos la describe Rodrigo Santaella, en la dedicatoria de su Vocabulario Eclesiástico de
1495 (Azcona, 1999: 375).
- Perpetuidad del linaje: Llegamos a una de las virtudes fundamentales atribuidas a
las mujeres en general, y a las reinas, ya sean propietarias o consortes, en particular. Isabel
sintió la gran necesidad de engendrar descendencia, fundamentalmente varones.
Realmente, para la Corona de Castilla este aspecto no era relevante porque los reinos de
Castilla y León admitían el gobierno de la mujer (su figura era el mejor ejemplo); el
problema surgía en Aragón, donde las mujeres tenían prohibido gobernar la Corona en
propiedad (lo que trajo más de un quebradero de cabeza a Fernando el Católico con las
Cortes aragonesas en tiempos).
- Dedicación a su marido y a sus hijos: Este punto es totalmente comprobable en
todas y cada de las crónicas sobre su reinado, e incluso en las diferentes fuentes primarias
(cartas, etc.) que se conservan en los archivos estatales. Su concepción de cómo debía ser
una reina incluía su dedicación plena al rey (por aquello también de afianzar la empresa
conjunta que habían emprendido) y su completa dedicación a sus hijos, especialmente al
único hijo varón que sobrevivió al parto y por cuya muerte la reina padeció grandes
sufrimientos 17.
En este sentido, es curiosa la posición que, según Córdoba, debe adoptar la mujer,
ni señora ni sirvienta del marido, sino compañera: “A esto digo que fue asi hecho por
mostrar que se criava en compañía de amor e dilexion de su marido, que si Dios la criava
de la cabeça del varón pasresciera que la hazia como su señora, e si la criara de los pies
paresciera como que la criava para servienta del varon; pues quanto se hazia no por ser
señora ni sirvienta suya, mas para ser su compañera en matrimonio” (Sánchez Dueñas
2002: 294). Entronca así con lo que Pedro de Luján desgrana unos ochenta años después,
a tenor de los coloquios entre su mujer casada y su doncella: “el marido es el espejo de la
muger y la muger del marido, pues si el que mira al espejo está triste está el espejo”.
Martín de Córdoba mantiene el papel de la mujer como moneda de cambio en los
litigios entre reinos: “acaece que han contienda los grandes señores sobre partimiento de
tierras e lugares, e con una hija hacen paz, travan parentesco” (en Sánchez Dueñas 2002:
295). Esta máxima resulta aún más aplicable y recomendable al alto estrato social,
especialmente si hablamos de la monarquía; Isabel educó así a sus hijas y decidió (en
consonancia con su marido) el futuro de las mismas mediante enlaces matrimoniales
ventajosos para las Coronas de Castilla y de Aragón. Los Reyes Católicos manejaron a la
17
En la narración del fallecimiento de la reina, el cronista Andrés Bernáldez nos narra “murió […] de
gloriosa memoria en el mes de noviembre año 1504 […] de dolencia e muerte natural que se creyó
recrecérsele de los enojos e cuchillos de las muertes del Príncipe Don Joan, de la reyna de Portogal, Princesa
de Castilla, sus hijos, que traspasaron su anima y su corazón”.
perfección los pactos nupciales de sus hijos con la clara intención de afianzar o conseguir
alianzas y/o aislar enemigos.
- Modestia en el vestir evitando lujos desmedidos; Este es un rasgo fundamental en
la leyenda que se ha creado en torno a la figura de la Reina Isabel. El propio Córdoba nos
aporta la puntualización de “evitando lujos desmedidos”. Parece poco probable
considerar que cualquier rey o reina de la época (o de cualquier otra) no usase todo el
boato para escenificar su poder, tanto a su corte como a sus visitantes, y la Reina Isabel
no iba a ser menos. En crónicas están narrados los dispendios realizados para el bautizo
del infante Juan, la celebración de la conquista de Granada o las sedas y joyas que recogen
las cuentas de Gonzalo de Baeza en el inicio del siglo XVI. Ni qué decir tiene el manido
tema del cambio de camisa, mito totalmente insostenible y refutable si se observan con
calma las cuentas del tesorero real, en las que figuran partidas para la compra de cientos
de camisas durante los años de contienda por Granada.
Ahora bien, sí podría ser cierto que la mesura en el vestir recomendada por Martín
de Córdoba se llevaba a cabo en el día a día de la reina, en un entorno en el que no había
que escenificar el aparato propagandístico para demostrar públicamente el poderío de la
Corona. También es importante añadir que durante los primeros años del reinado, los
reinos de Castilla y de León vivieron sumidos en la Guerra de Sucesión contra Portugal,
que trajo más de un quebradero de cabeza a las cuentas de la Corona 18, lo que sin duda,
no propiciaría en demasía el dispendio en lujos no necesarios. Igualmente, con los
fallecimientos de sus dos hijos y dos de sus nietos desde 1497, el ánimo y la salud de la
reina se vieron seriamente afectados, por lo que no habría excesiva cabida para el
dispendio superfluo en la vida de la reina 19.
No obstante, al mismo tiempo que el agustino invocaba la modestia en la
vestimenta, advertía como error el excesivo pudor en las vestimentas, “pues tan erróneo
es aparentar lo que no se es como no representarlo” (en Sánchez Dueñas, 2002: 296). Sin
duda, se trataba de buscar un equilibrio entre ambos extremos que, desde mi punto de
vista, fue logrado en su justa medida por la Reina Isabel, utilizando el boato cuando se
precisaba y ajustándose más a la modestia cuando la exaltación del poder real no era
necesaria.
Las fiestas en la Corte y las aficiones de la reina merecerían un capítulo aparte, que
en este escrito no vamos a tratar; solo destacar que hay anotadas partidas para bailes,
destacando una en la que se otorgan 6.801 mrs en vestir a un bailador negro (Azcona,
1999: 376) o partidas para accesorios de mascotas, destacando entre ellas vestidos para
cuatro perros que trajeron de Francia por un coste de 1.115 mrs., o 36 varas de sayal para
18
No obstante, según recoge Luis Suárez, vistos los registros de ingresos de la Corona de Castilla, en 1477
se ingresaba en los reinos de Castilla y de León una cifra en torno a los 25,5 millones de maravedíes,
alcanzando en el año del fallecimiento de Isabel la nada desdeñable cantidad de 341,7 (aprox.) millones de
mrs.
19
Así la retrata Juan de Flandes en la famosa obra conservada en el Palacio Real y que ha servido durante
mucho tiempo para alimentar esa mitología de sobriedad que ha envuelto a la reina. Hay que tener en cuenta
que este retrato está datado entre 1500 y 1504, por lo tanto, en los últimos años de vida de la soberana,
cuando sus fuerzas físicas y emocionales (ya había sufrido todas las pérdidas familiares indicadas
anteriormente) habían hecho mella en ella (a ello le unimos el inquietante futuro que se avecinaba a los
reinos de Castilla y de León con la legítima sucesora, la infanta Juana). Qué diferente es este retrato del que
aparece en la Virgen de los Reyes Católicos, obra aludida anteriormente, o en sus retratos de juventud.
vestir a los gatos de algalia, por un importe total de 1.350 mrs (Azcona, 1999: 375).
Parece quedar claro, por tanto, que la corte de la Reina Isabel no podría definirse
precisamente como una corte austera y abstinente (y eso sin entrar en los gastos de la
Cámara del rey Fernando o de los infantes).
- Mesura en la mesa, evitando la glotonería y la bebida en demasía: este aspecto lo
llevó la reina hasta el extremo, especialmente en el beber, ya que hay constancia escrita
de que nunca bebía vino, únicamente agua. Volviendo a Luján y sus Coloquios, se indica:
“la muger no ha de beber vino […] priva de sus sentidos y los torna locos y baxado y
distilado de alli hincha las venas, entorpece los nervios”.
- Justicia, igualdad y afabilidad con sus súbditos: Este punto resulta altamente
interesante. Aunque en el siglo XXI la obra de los Reyes Católicos resulta muy
cuestionada, entre otros factores debido a la implantación de la Inquisición y a la
expulsión de judíos y musulmanes de sus territorios, no hay que olvidar que el concepto
que nosotros, en este siglo, tenemos de la justicia no es el mismo que el que se tenía en
esa época. En el siglo XV la justicia tenía como inicio y fin a Dios; es decir, era la justicia
divina la que determinada todas y cada una de las reprobaciones de las acciones, y los
reyes, en nombre de Dios, la impartían. Sin ser mi deseo entrar en un tema harto
complicado como es el de la Inquisición, objeto de estudio que no corresponde a este
artículo, sí hay que recalcar que esta institución responde, en parte, a esa concepción
legalista divina que existía en la época (todo aquel convertido a la fe verdadera que
reniegue de ella, está atentando contra la esencia de esa fe). No obstante, la reina se rodeó
entre sus más íntimos colaboradores de nuevos cristianos y de judíos (entre otros motivos
porque estos eran hábiles comerciantes y llegaron a amasar importantes cantidades de
dinero, hecho que causaba gran animadversión entre los viejos cristianos). Con esto se
quiere hacer hincapié en que aunque nosotros podemos considerar como hechos
reprobables muchos de los ocurridos en la época, no así se tenían en consideración
entonces. Nuestro ideal de justicia no era el ideal de justicia del siglo XV; este resulta un
punto fundamental para comprender la Historia sin caer en prejuicios y reflexiones
morales que en nada ayudan a equilibrar el rigor histórico.
La Reina Isabel intermedió también en procesos de amparo a la mujer, como nos
ilustra una Real Cédula emitida al inicio de su reinado (1478), en la que declara bajo su
guarda y con carta de seguro a Isabel Díaz, de Sevilla, mujer de Bartolomé de Palma, de
quien, por estar separados y él viviendo con otra mujer, temía que la matase 20.
Igualmente, y en relación al amparo de invenciones, creó el antecedente de la
patente al registrar la “ynvençion” de molinos de Pedro de Azlor (su físico), esgrimiendo
la razón de que “si otra persona le oviere de tomar su ynvençion el perderia todo su trabajo
[...] e resçibiria grand daño” 21.
En cuanto a los habitantes de los nuevos territorios descubiertos (las Yndias), la
reina siempre deseó su amparo y que recibieran un trato igualitario, como el resto de sus
súbditos (aunque sus deseos no siempre fueron cumplidos una vez las naos cruzaban el
20
Archivo General de Simancas. CCA.DIV. 42,8.
21
Archivo General de Simancas. RGS-LEG 147802,26.
22
Archivo General de Simancas. RGS,LEG,148006,33
- Charlatanería: Defecto que Martín de Córdoba ubica como propio del género
femenino. Así también lo descubrimos en el Coloquio de Luján entre Dorotea y Eulalia,
en la que la casada le indica a la soltera: “dos cosas pierden a la muger conviene saver, lo
mucho que parla y lo muy poco que sufre […]”.
Esta concepción de la mujer era, por tanto, habitual en la época (y en épocas
anteriores). La Reina Isabel, por lo que nos narran las crónicas, cuidaba mucho de evitar
ese vicio. No obstante, tampoco caía en el silencio perpetuo, otro de los inconvenientes
que enumera el tratadista agustino y que tampoco parece relacionarse con el carácter de
La Católica. Alonso de Palencia recoge como halago estas características de la soberana:
“verla hablar era cosa divina el valor de sus palabras e con tanto e tan alto peso e medida
que ni dezia mas ni menos de lo que hacia al caso de los negocios y a la calidad de la
materia que trataba” (Ladero Quesada, 1999: 238).
- Codicia, apetito de riquezas, honores y deleites: Insistimos en que parte de las
características de este epígrafe no encajaban correctamente con lo que un poder real debía
representar. Así, en su imagen de poder, la reina era
muy ceremoniosa en los vestidos y arreos y en sus estrados y asientos en el servicio
de su persona; y quería ser servida de hombres grandes y nobles, y con grande
acatamiento y humillación […] Y como quiera que por esta condición le era
imputado algún vicio, diciendo ser pompa demasiada, pero entendemos que ninguna
ceremonia en esta vida se puede hacer tan por extremos los reyes que mucho más
no requiera el estado real, el cual así como es uno y superior en los reinos, así debe
mucho extremarse y resplandecer sobre todos los otros estados, pues tiene autoridad
divina en las tierras (Ladero Quesada, 1999: 266).
Sin duda reveladoras palabras que podrían estar dictadas por la reina como
justificación del boato y exaltación de su imagen regia.
5. CONCLUSIONES
Por todo lo expuesto en las páginas previas, podemos afirmar que los dictámenes
plasmados por Martín de Córdoba en su tratado Jardín de nobles doncellas acerca de
cómo debía ser la personalidad y la actividad de una virtuosa joven doncella, son
claramente visibles en la personalidad de Isabel la Católica a lo largo de toda su vida. Por
lo tanto, válido resulta reseñar que nuestra hipótesis inicial sí puede ser ratificada: este
tratado influyó en la personalidad y en el gobierno de la Reina Isabel.
Igualmente, una segunda hipótesis, secundaria al planteamiento inicial de este
trabajo, permite hacer reflexionar sobre si este tratado formó parte de esa maquinaria
propagandística a la que en tantas ocasiones hemos hecho referencia en este artículo, y
que comenzó a engrasarse durante su última etapa como princesa, funcionando a la
perfección a lo largo de todo su reinado.
Dicho esto, parece razonable plantearse si Martín de Córdoba escribió estas
directrices en función de cómo consideraba él que debía ser Isabel cuando fuera reina, o,
si fue la propia Isabel y sus preceptores de la época, los que estimularon la plasmación de
esas cualidades (que a la postre sabían cumplidas) en el tratado estudiado.
Teniendo en cuenta que las características de la joven doncella descrita por Martín
de Córdoba en su obra encajan casi a la perfección con la personalidad de Isabel, parece
razonable afirmar que este tratado formó parte de esa imagen de poder, de esa maquinaria
propagandística que tanto ayudó al reinado de la reina Católica.
Asimismo, esta conclusión permitiría esclarecer por qué no se encontró ningún
ejemplar de esta obra entre las catalogadas en la biblioteca isabelina; parece claro que una
obra que sirviera como inspiración y no como instrumento político, debería haber
ocupado un lugar preponderante en esa colección bibliográfica; y ésta no fue una de esas
obras, al menos en el primer inventario bibliográfico realizado.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS