El Profeta-Khalil Gibran
El Profeta-Khalil Gibran
El Profeta-Khalil Gibran
KHALIL GIBRAN
424 A. C.
ORIGEN: DOMINIOPUBLICO.ES
(1923)
El Profeta
Almustafá, el elegido y bienamado, el que era un amanecer en su propio
día, había esperado doce años en la ciudad de orfalese la vuelta del barco
que debía devolverlo a su isla natal.
A los doce años, en el séptimo día de Yeleol, el mes de las cosechas,
subió a la colina, más allá de los muros de la ciudad, y contempló él mar. Y
vio su barco llegando con la bruma.
Se abrieron, entonces, de par en par las puertas de su corazón y su alegría
voló sobre el océano. Cerró los ojos y oró en los silencios de su alma.
Sin embargo, al descender de la colina, cayó sobre él una profunda tris-
teza, y pensó así, en su corazón.
¿Cómo podría partir en paz y sin pena? No; no abandonaré esta ciudad
sin una herida en el alma.
Largos fueron los días de dolor que pasé entre sus muros y largas fueron
las noches de soledad y, ¿quién puede separarse sin pena de su soledad y su
dolor?
Demasiados fragmentos de mi espíritu he esparcido por estas calles y son
muchos los h ijos de mi anhelo que marchan desnudos entre las colinas. No
puedo abandonarlos sin aflic ción y sin pena.
No es una túnica la que me quito hoy, sino mi propia piel, que desgarro
con mis propias manos.
Y no es un pensamiento el que dejo, sino un corazón, endulzado por el
hambre y la sed.
Pero, no puedo detenerme más.
El mar, que llama todas las cosas a su seno, me llama y debo
embarcarme.
Porque el quedarse, aunque las horas ardan en la noche, es congelarse y
cristalizarse y ser ceñido por un molde. Desearí a llevar conmigo todo lo de
aquí, pero, ¿cómo lo haré?
Una voz no puede llevarse la lengua y los labios que le dieron alas. Sola
debe buscar el éter.
Y sola, sin su nido, volará el águila cruzando el sol. Entonces, cuando
llegó al pie de la colina, miró al mar otra vez y vio a su barco acercándose
al puerto y, sobre la proa, los marineros, los hombres de su propia tierra.
Y su alma los llamó, diciendo:
Hijos de mi anciana madre, jinetes de las mareas; ¡cuántas veces habéis
surcado mis sueños! Y
ahora llegáis en mi vigilia, que es mi sueño más profundo.
Estoy listo a partir y mis ansias, con las velas desplegadas,, esperan el
viento.
Respiraré otra vez más este aire calmo, contemplaré otra vez tan sólo ha-
cia atrás, amorosamente.
Y luego estaré con vosotros, marino entre marinos. Y tú, inmenso mar,
madre sin sueño.
Tú que eres la paz y la libertad para el río y el arroyo. Permite un rodeo
más a esta corriente, un murmullo más a esta cañada.
Y luego iré hacia ti, como gota sin límites a un océano sin límites.
Y, caminando, vio a lo lejos cómo hombres abandonaban sus campos y
sus viñas y se encaminaban apresuradamente hacia las puertas de la ciudad.
Y oyó sus voces llamando su nombre y gritando de lugar a lugar, contán-
dose el uno al otro de la llegada de su barco. Y se dijo a sí mismo:
¿Será el día de la partida el día del encuentro? ¿Y será mi crepúsculo,
realmente, mi amanecer?
¿Y, qué daré a aquel que dejó su arado en la mitad del surco, o a aquel
que ha detenido la rueda de su lagar?
¿Se convertirá mi corazón en un árbol cargado de frutos
que yo recoja para entregárselos?
¿Fluirán mis deseos como una fuente para llenar sus copas?
¿Será un arpa bajo los dedos del Poderoso o una flauta a través de la cual
pase su aliento?
Buscador de silencios soy ¿qué tesoros he hallado en ellos que pueda
ofrecer confiadamente?
Si es este mi día de cosecha ¿en qué campos sembré la semilla y en qué
estaciones, sin memoria?
Si esta es, en verdad, la hora en que levante mi lámpara, no es mi llama la
que arderá en ella.
Oscura y vacía levantaré mi lámpara.
Y el guardián de la noche la llenará de aceite y la encenderá.
En palabras decía estas cosas. Pero mucho quedaba sin decir en su
corazón. Porque él no podía expresar, su más profundo secreto.
Y, cuando entró en la ciudad, toda la g ente vino a él, llamándolo a voces.
Y los viejos se adelantaron y dijeron:
No nos dejes.
Has sido un mediodía en nuestros crepúsculo y tu juventud nos ha dado
motivos para soñar.
No eres un extraño entre nosotros; no eres un huésped, sino nuestro hijo
bienamado.
Que no sufran aún nuestros ojos el hambre de su rostro.
Y los sacerdotes y las sacerdotisas le dijeron:
No dejes que las olas del mar nos separen ahora, ni que los años que has
pasado aquí se conviertan en un recuerdo. Has caminado como un espíritu
entre nosotros y tu sombra ha sido una luz sobre nuestros rostros.
Te hemos amado mucho. Nuestro amor no tuvo palabras y con velos ha
estado cubierto.
Pero ahora clama en alta voz por ti y ante ti se descubre. Siempre ha sido
verdad que él amor no conoce su hondura hasta la hora de la separación.
Y vinieron otros también a suplicarle. Pero él no les res pondió. Inclinó la
cabeza y aquellos que estaban a su lado vieron cómo las lágrimas caían so-
bre su pecho.
El y la gente se dirigieron, entonces, hacia la gran plaza ante el templo.
Y salió del santuario una mujer llamada Almitra. Era una profetisa.
Y él la miró con enorme ternura, porque fue la primera que lo buscó y
creyó en él cuando tan sólo había estado un día en la ciudad.
Y ella lo saludó, diciendo:
Profeta de Dios, buscador de lo supremo; largamente has escudriñado las
distancias buscando tu barco.
Y ahora tu barco ha llegado y debes irte.
Profundo es tu anhelo por la tierra de tus recuerdos y por el lugar de tus
mayores deseos y nuestro amor no te atará, ni nuestras necesidades de-
tendrán tu paso.
Pero sí te pedimos que antes de que nos dejes, nos hables y nos des tu
verdad.
Y nosotros la daremos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, y
así no perecerá.
En tu soledad has velado durante nuestros días y en tu vigilia has sido el
llanto y la risa de nuestro sueño. Descúbrenos ahora ante nosotros mismos y
dinos todo lo que existe entre el nacimiento y la muerte, como te ha sido
mostrado.
Y él respondió:
Pueblo de Orfalese ¿de qué puedo yo hablar sino de lo que aún ahora se
agita en vuestras almas?
El Amor
Dijo Almitra: Háblanos del Amor.
Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre to-
dos. Entonces, dijo con gran voz:
Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil.
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas
escondida os hiriera.
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños,
tal cómo el viento norte devasta los jardines.
Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas,
que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las
sacudirá en un abrazo con la tierra.
Como trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
Y os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en
sagrado pan para la fiesta sagrada de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos
de vuestro corazón y convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento
del corazón de la Vida.
Pero si, en vuestro miedo, buscáreis solamente la paz y el placer del
amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus
umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra
risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: "Dios está en mi corazón", sino más bien:
"Yo estoy en el corazón de.Dios."
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuen-
tra dignos, dirigirá vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean
éstos: Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber del dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar volun-
taria y alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día
de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar. Volver al hogar con
gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de
alabanza en los labios.
El Matrimonio
Entonces, Almitra habló otra vez: ¿Qué nos diréis sobre el Matrimonio,
Maestro?
Y él respondió, diciendo:
Nacisteis juntos y juntos para siempre.
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros
días.
Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejad que
haya espacios en vuestra cercanía.
Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos el uno al
otro, pero no hagáis del arnor una ata dura.
Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas.
Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa.
Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.
Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea
independiente.
Las cuerdas de un laúd están solas, aunque tiemblen con la misma
música.
Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañe ro lo tenga.
Porque sólo la mano de la Vida puede contener los cora zones.
Y estad juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares del templo
están aparte.
Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.
Los niños
Y una mujer que sostenía un niño contra su seno pidió: Háblanos de los
niños.
Y él dijo:
Vuestros hijos no son hijos vuestros.
Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma. Vienen a través
vuestro, pero no vienen de vosotros.
Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.
Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.
Porque ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.
Porq ue sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis
visitar, ni siquiera en sueños.
Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como
vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer. Vosotros sois el
arco desde el que vuestros hijos, como flechas vivientes, son impulsados
hacia delante.
E l Arquero ve el blanco en la senda del infinito y os doblega con Su
poder para que Su flecha vaya veloz y lejana. Dejad, alegremente, que la
mano del Arquero os doblegue. Porque, así como El ama la flecha que
vuela, así ama también el arco, que es estable.
Eldar
Entonces, un hombre rico dijo: Háblanos del dar.
Y él contestó:
Dais muy poca cosa cuando dais de lo que poseéis.
Cuando dais algo de vosotros mismos es cuando realmen te dais.
¿Qué son vuestras posesiones sino cosas que atesoráis por miedo a nece-
sitarlas mañana?
Y mañana, ¿qué traerá el mañana al perro que, demasiado previsor, en-
tierra huesos en la arena sin huellas mientras sigue a los peregrinos hacia la
ciudad santa? ¿Y qué es el miedo a la necesidad sino la necesidad misma?
¿No es, en realidad, el miedo a la sed, cuando el manantial está lleno, la
sed inextinguible?
Hay quienes dan poco de lo mucho que tienen y lo dan buscando el re-
conocimiento y su deseo oculto malogra sus regalos.
Y hay quienes tienen poco y lo dan todo.
Son éstos los creyentes en la vida y en la magnificencia de la vida y su
cofre nunca está vacío.
Hay quienes dan con alegría y esa alegría es su premio.
Y hay quiénes dan con dolor y ese dolor es su bautismo.
Y hay quienes dan y no saben del dolor de dar, ni buscan la alegría de
dar, ni dan conscientes de la virtud de dar.
Dan como, en el hondo valle, da el mirto su fragancia al espacio.
A través de las manos de los que como esos son, Dios habla y, desde el
fondo de sus ojos, El sonríe sobre la tierra.
Es bueno dar algo cuando ha sido pedido, pero es mejor dar sin demanda,
comprendiendo.
Y, para la mano abierta, la búsqueda de aquel que recibirá es mayor goce
que el dar mismo.
¿Y h ay algo, acaso, que podáis guardar? Todo lo que tenéis será dado
algún día.
Dad, pues, ahora que la estación de dar es vuestra y no de vuestros
herederos.
Decís a menudo: "Daría, pero sólo al que lo mereciera." Los árboles en
vuestro huerto no dicen así, ni lo dicen los rebaños en vuestra pradera.
Ellos dan para vivir, ya que guardar es perecer.
Todo aquel que merece recibir sus días y sus noches, merece, segura-
mente, de vosotros todo lo demás.
Y aquel que mereció beber el océano de la vida, merece llenar su copa en
vuestro pequeño arroyo.
¿Y cuál será mérito mayor que el de aquel que da el valor y la confianza -
no la caridad- del recibir?
¿Y quiénes sois vosotros para que los hombres os muestren su seno y os
descubran su orgullo para que así veáis sus mere cimientos desnudos y su
orgullo sin confusión?
Mirad primero si vosotros mismos merecéis dar y ser un instrumento del
dar.
Porque, a la verdad, es la vida la que da a la vida, mientras que vosotros,
que os creéis dadores, no sois sino testigos.
Y vosotros, los que recibís -y todos vosotros sois de ellos- no asumáis el
peso de la gratitud, si no queréis colocar un yugo sobre vosotros y sobre
quien os da.
Eleváos, más bien, con el dador en su dar como en unas alas.
Porque exagerar vuestra deuda es dudar de su generosidad, que tiene el
libre corazón de la tierra como madre y a Dios como padre.
El comer y el beber
Entonces, un viejo que tenía una posada dijo: Háblanos del comer y del
beber.
Y él respondió:
Ojalá pudiérais vivir de la fragancia de la tierra y, como planta del aire,
ser alimentados por la luz.
Pero, ya que debéis matar para comer y robar al recién nacido la leche de
su madre para apagar vuestra sed, haced de ello un acto de adoración.
Y haced que vuestra mesa sea un altar en el que lo puro y lo inocente, el
buque y la pradera sean sacrificados a aquello que es más puro y aún in-
ocente que el hombre.
Cuando matéis un animal, decidle en vuestro corazón: "El mismo poder
que te sacrifica, me sacrifica también; yo seré también destruido.
La misma ley que te entrega en mis manos me entregará a mí en manos
más poderosas.
Tu sangre y mi sangre no son otra cosa que la savia que alimenta el árbol
del cielo."
Y, cuando mordáis una manzana, decidle en vuestro corazón:
"Tus semillas vivirán en mi cuerpo.
Y los botones de tu mañana florecerán en mi corazón. Y tu fragancia será
mi aliento.
Y gozaremos juntos a través de todas las estaciones."
Y, en el otoño, cuando reunáis las uvas de vuestras vides para el lagar,
decid en vuestro corazón:
"Yo soy también una vid y mi fruto será llevado al lagar. Y, como vino
nuevo será guardado en vasos eternos."
Y, en el invierno, cuando sorbáis el vino, que haya en vuestro corazón un
canto para cada copa.
Y que haya en ese canto un recuerdo para los días otoña les y para la vid
y para el lagar.
El trabajo
Entonces, dijo el labrador: Háblanos del trabajo.
Y él respondió, diciendo:
Trabajáis para seguir el ritmo de la tierra y del alma de la tierra.
Porque estar ocioso es convertirse en un extraño en medio de las esta-
ciones -y salirse de la procesión de la vida, que marcha en amistad y sum-
isión orgullosa hacia el infinito.
Cuando trabajáis, sois una flauta a través de cuyo corazón el murmullo de
las horas se convierte en música.
¿Cuál de vosotros querrá ser una caña silenciosa y muda cuando todo
canta al unísono?
Se os ha dicho siempre que el trabajo es una maldición y la labor una
desgracia.
Pero yo os digo que, cuando trabajáis, realizáis una parte del más lejano
sueño de la tierra, asignada a vosotros cuando ese sueño fue nacido.
Y, trabajando, estáis, en realidad, amando a la vida.
Y amarla, a través del trabajo, es estar muy cerca del más recóndito se-
creto de la vida.
Pero si, en vuestro dolor, llamáis al nacer una aflicción y al soportar la
carne una maldición escrita en vuestra frente, yo os responderé que nada
más que el sudor de vuestra frente lavará lo que está escrito.
Se o s ha dicho también que la vida es oscuridad y, en vuestra fatiga, os
hacéis eco de la voz del fatigado.
Y yo os digo que la vida es, en verd ad, oscuridad cuando no hay un
impulso.
Y todo impulso es ciego cuando no hay conocimiento. Y todo saber es
vano cuando no hay trabajo.
Y todo trabajo es vacío cuando no hay amor.
Y cuando trabajáis con amor, os unís con vosotros mismos, y con los
otros, y con D i o s .
¿Y qué es trabajar con amor?
Es tejer la tela con hilos extraídos de vuestro corazón como si vuestro
amado fuera a usar esa tela.
Es construir una casa con afecto, como si vuestro amado fuera a habitar
en ella.
Es plantar semillas con ternura y cosechar con gozo, como si vuestro
amado fuera a gozar del fruto.
Es infundir en todas las cosas que hacéis el -aliento de vuestro propio
espíritu.
Y saber que todos los muertos benditos se hallan ante vosotros
observando.
He oído a menudo decir, como si fuera en sueños: "El que trabaja en már-
mol y encuentra la forma de su propia alma en la piedra es más noble que el
que labra la tierra."
"Aquel que se apodera del arco iris para colocarlo en una tela transforma-
da en la imagen de un hombre es más que el que hace las sandalias para
nuestros pies."
Pero, yo digo, no en sueños, sino en la vigilia del medio día, que el viento
no habla más dulcemente a los robles gigan tes que a la menor de las hojas
de la hierba.
Y solamente es grande el que cambia la voz del viento en una canción,
hecha más dulce por-u propio amor.
El trabajo es el amor hecho visible.
Y si no podéis trabajar con amor, sino solamente con disgusto, es mejor
que dejéis vuestra tarea y o s sentéis a la puerta del templo y recibáis
limosna de los que trabajan gozo samente.
Porque, si horneáis el pan con indiferencia estáis hornean do un pan
amargo que no calma más que a medias el hambre del hombre.
Y si refunfuñáis al apretar las uvas, vuestro murmurar destila un veneno
en el vino.
Y si cantáis, aunque fuera como los ángeles, y no amáis el cantar, estáis
ensordeciendo los oídos de los hombres para las voces del día y las voces
de la noche.
La Alegría y el Dolor
Entonces, dijo una mujer: Háblanos de la Alegría y del Dolor.
Y él respondió:
Vuestra alegría es vuestro dolor sin máscara.
Y la misma fuente de donde brota vuestra risa fue muchas veces llenada
con vuestras lágrimas.
Y ¿cómo puede ser de otro modo?
Mientras más profundo cave el dolor en vuestro corazón, más alegría po-
dréis contener.
¿No es la copa que guarda vuestro vino la misma copa que estuvo
fundiéndose en el horno del alfarero?
¿Y' no es el laúd que apacigua vuestro espíritu la misma madera que fue
tallada con cuchillos?
Cuando estéis contentos, mirad en el fondo de vuestro corazón y encon-
traréis que es solamente lo que,os produjo dolor, lo que os da alegría.
Cuando estéis tristes, mirad de nuevo en vuestro corazón y veréis que es-
táis llorando, en verdad, por lo que fue vuestro deleite.
Algunos de vosotros decís: "La alegría es superior a l dolor" y otros: "No,
el dolor es más grande."
Pero yo os digo que son inseparables.
Vienen juntos y, cuando uno de ellos se sienta con vosotros a vuestra
mesa, recordad que el otro está durmiendo en vuestro lecho.
En verdad, estáis suspensos, como fiel de balanza, entre vuestra alegría y
vuestro dolor.
Sólo cuando vacíos estáis quietos y equilibrados.
Cuando el tesorero os levanta para pesar su oro y su plata, es necesario
que vuestra alegría o vuestro dolor suban o bajen.
Las Casas
Un albañil, entonces, se adelantó y dijo: Háblanos de las Casas.
Y él respondió, diciendo:
Levantad con vuestra imaginación una enramada en el bosque antes que
una casa dentro de las murallas de la ciudad.
Porque, así como tendréis huéspedes en vuestro crepúsculo, así el pere-
grino en vosotros tenderá siempre.
hacia la distancia y la soledad.
Vuestra casa es vuestro cuerpo grande.
Crece en el sol y duerme en la quietud de la noche, y sueña.
¿No es cierto que sueña? ¿Y que, al soñar, deja la ciudad por el bosque o
la colina?
¡Cómo pudiera juntar vuestras casas en mi mano y, como un sembrador,
esparcirlas por el bosque y la pradera!
Los valles serían vuestras calles y los senderos verdes las alamedas y os
buscaríais el uno al otro a través de los viñedos, para volver con la fragancia
de la tierra en las vestiduras.
Pero todo eso no puede ser aún.
En su miedo, vuestros antecesores os pusieron demasiado juntos. Y ese
miedo durará aún un poco. Por un tiempo aún los muros de vuestra ciudad
separarán vuestro corazón de vuestros campos.
Y, decidme, pueblo de Orfalese, ¿qué tenéis en esas casas? ¿Y qué
guardáis con puertas y candados?
¿Tenéis paz, el quieto empuje que revela vuestro poder? ¿Tenéis remem-
branzas, los arcos lucientes que unen las cumbres del espíritu?
¿Tenéis belleza que guía el corazón desde las casas de madera y piedra
hechas, hasta la montaña sagrada?
Decidme, ¿las tenéis en vuestras casas?
¿O tenéis solamente comodidad y el ansia de comodidad, esa cosa furtiva
que entra a una casa como un huésped y luego se convierte en dueño y de-
spués en amo y señor?
¡Ay! y termina siendo un domador y, con látigo y garfio juega con vue-
stros mayores deseos.
Aun ue sus manos sean sedosas, su corazón es férreo. Arrua. vuestro
sueño solamente para colocarse al lado de vuestro lecho y escarnecer la dig-
nidad del cuerpo.
Hace mofa de vuestros sentidos y los echa en el cardal como frágiles
vasos.
En verdad os digo que el ansia de comodidad mata la pasión del alma y
luego camina haciendo muecas eti el funeral. Pero vosotros, criaturas del
espacio, vosotros, inquietos en la quietud, no seréis atrapados o domados.
Vuestra casa no será un ancla, sino un mástil.
No será la cinta brillante que cubre una herida, sino el párpado que pro-
tege el ojo.
No plegaréis vuestras alas para poder pasar por sus puertas, ni agacharéis
la cabeza para que no toque su techo, ni teme= réis respirar por miedo a que
sus paredes se rajen o derrumben.
No viviréis en tumbas hechas por los muertos para los vivos y, aunque
magnificente y esplendorosa, vuestra casa no se adueñará de vuestro secre-
to, ni encerará vuestro anhelo.
Porque lo que . en vosotros es ilimitado habita en la mansión del cielo,
cuya puerta es la. niebla de la mañana ,y cuyas ventanas ion las canciones y
los silencios de la noche.
El Vestír
Y un tejedor dijo: Háblanos del vestir.
Y él respondió, diciendo:
Vuestra ropa esconde mucho de vuestra belleza y, sin embargo, no cubre
lo que no es bello.
Y aunque buscáis en el vestir el sentiros libres en vuestra intimidad,
podéis hallar en él un arnés y una cadena.
¡Cómo pudiérais enfrentar al sol y al viento con más de vuestra piel y
menos de vuestro ropaje!
Porque el aliento de la vida está en la luz del sol y 'la mano de la vida en
el viento.
Algunos de vosotros decís: "Es el viento del norte el que ha tejido las
ropas que usamos."
Y yo digo: ¡Ay! Fue el viento del norte.
Pero fue la vergüenza su telar y la debilidad de carácter dio sus hilos.
Y, cuando terminó su trabajo, rió en el bosque.
No os olvidéis que el pudor no es protección contra los ojos del impuro.
Y, cuando el impuro no exista más ¿qué será el pudor sino los grillos y la
impureza de la mente?
Y no olvidéis que la tierra goza al sentir vuestros pies desnudos y los
vientos anhelan jugar con vuestros callellos.
El Comprar y el Vender
Y un mercader dijo: Háblanos del Comprar y el Vender.
Y él respondió:
La tierra os entrega sus frutos y vosotros no conoceréis necesidad si
sabéis solamente cómo llenaros las manos.
Es en el intercambio de los dones de la tierra donde encontraréis abun-
dancia y seréis satisfechos.
Pero, a menos que ese intercambio sea hecho con amor y bondadosa jus-
ticia, llevará a algunos a la codicia y a otros al hambre.
Cuando, en el mercado, vosotros, trabajadores del mar y los campos y los
viñedos, encontréis a los tejedores y alfareros y vendedores de especies,
invocad al espíritu guía de la tierra para que vaya en medio de vosotros y
santifique las medidas y para que pese al valor de acuerdo con el valor.
Y no permitáis que el de las manos estériles, el que quiere venderos sus
palabras al precio de vuestra labor, intervenga en vuestras transacciones.
A ese hombre deberéis decirle:
"Ven con nosotros a los campos o vé con nuestros hermanos a la mar y
arroja tu red: Que la tierra y el mar serán espléndidos para ti como lo son
para nosotros."
Y, si vienen los cantores y los bailarines y los tañidores de caramillo,
comprad de sus dones.
Porque ellos son también cosechadores de frutos e incienso y lo que ellos
traen, aunque hecho de sueño, es ropaje y alimento para vuestro espíritu.
Y, antes de abandonar el mercado, ved que nadie se marche con las
manos vacías.
Porque el espíritu señor de la tierra no dormirá en paz sobre los vientos
hasta que las necesidades del
'ultimo de vosotros sean satisfechas.
El Crimen y el Castigo
Entonces, uno de los jueces de la ciudad se adelantó y dijo: Háblanos del
Crimen y el Castigo.
Y él respondió, diciendo:
Es cuando vuestro espíritu va vagando en el viento.
Que vosotros, solos y sin guarda, cometéis una falta para con los demás
y, por lo tanto, para con vosotros mismos.
Y, por tal falta cometida, debéis llamar a la puerta del buenaventurado y
esperar por un momento.
Como el océano es vuestro dios personal.
No conoce los caminos del topo ni busca los agujeros de la serpiente.
Pero vuestro dios personal no habita sólo en vuestro ser;
mucho en vosotros es aún hombre, y mucho en vosotros no es hombre
todavía, sino un pigmeo informe que camina dormido en la niebla, en busca
de su propio despertar.
Y del hombre en vosotros quiero yo hablar ahora.
Porque es él y no vuestro dios personal ni el pigmeo en la niebla el que
conoce el crimen y el castigo del crimen.
A menudo os he oído hablar de aquel que comete una falta como si no
fuera uno de vosotros, sino un extraño y un intruso en vuestro mundo.
Pero yo os digo que, así como el santo y el justo no pueden elevarse más
allá de lo más alto que existe en cada uno de vosotros.
Así„el débil y el malvado no pueden caer más bajo que lo más bajo que
está también en vosotros.
Y, así como una sola hoja no se vuelve amarilla sino con el silencioso
conocimiento del árbol todo.
Así, el que falta no puede hacerlo sin la voluntad oculta de todos
vosotros.
Como una procesión marcháis juntos hacia vuestro dios personal.
Sois el camino y sois los caminantes.
Y, cuando uno de vosotros cae, cae para que los que le siguen no: tro-
piecen en la misma piedra.
¡Ay! Y cae por los que le precedieron, por aquellos que, siendo de paso
más rápido y seguro, no removieron, sin embargo, la piedra del camino.
Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros cora-
zones: El asesinado no es irresponsable de su propia muerte. Y el robado no
es libre de culpa al ser robado.
El justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a
menudo, el condenado es el que lleva la carga del sin culpa.
No podéis separar el justo del injusto ni el bueno del malvado.
Porque ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así co mo el hilo blanco y
el negro están tejidos juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe exami nar toda la tela y
examinar también el telar.
Si alguno de vosotros trajera a juicio a la mujer infiel, haced que pesen
también el corazón de su marido en la balanza y midan su alma con
medidas.
Y haced que aquél que azotaría al ofensor mire en el espíritu del
ofendido.
Y, si alguno de vosotros castigara en nombre de la justicia y descargara el
hacha en el árbol malo, haced que mire las raíces.
Y encontrará, en verdad, las raíces de lo bueno y lo malo, lo fructífero y
lo estéril juntos y entrelazados en el silente corazón de la tierra.
Y, vosotros, jueces, que debéis ser justos,
¿Qué juicio pronunciaríais sobre aquél que, aunque honesto en la carne,
fuera un ladrón en espíritu?
¿Qué pena impondríais al que destruye la carne y es, él mismo destruido
en el espíritu?
Y ¿cómo juzgaríais a aquel que es, en acción, un opresor y un falso Pero
que es, sin embargo, también agraviado y ultrajado?
¿Y cómo castigaríais a aquéllos cuyo remordimiento es ya mayor que su
falta?
¿No es el remordimiento -la justicia administrada por la ley misma que
desearíais servir?
Sin embargo, no podréis cargar al inocente de remordimiento, ni librar de
él el corazón del culpable.
Vendrá el remordimiento espontáneamente en la noche para que los hom-
bres se despierten y se contemplen a ellos mismos.
Y vosotros, que pretendéis entender de justicia, ¿cómo podréis hacerlo si
no miráis todos los hechos en la plenitud de la luz?
Sólo así sabréis que el erecto y el caído no son sino un solo hombre, de
pie en el crepúsculo, entre la noche de su yo pigmeo y el día de su dios
personal.
Y que la coronación del templo no es más alta que la piedra más baja de
sus cimientos.
Las Leyes
Dijo, entonces, un abogado. Pero, ¿qué nos decís de nuestras Leyes,
maestro?
Y él respondió:
Os deleitáis dictando leyes.
Y, no obstante, gozáis más violándolas.
Como los niños que juegan a la orilla del océano y levantan, con constan-
cia, torres de arena y, con risas, las destruyen luego.
Pero, mientras construís vuestras torres, el océano trae más arena a la
playa.
Y, cuando las destruís, el océano ríe con vosotros. En verdad, el océano.
ríe siempre con el inocente.
Pero, ¿aquellos para quienes la vida no es un océano y las leyes de los
hombres no son castillos de arena.
Sino para quienes la vida es una roca y la ley un cincel con el que la tal-
larían a su gusto?
¿Qué del lisiado que odia a los que danzan?
¿Qué del buey que ama su yugo y juzga al alce y al ciervo del bosque
como descarriados y vagabundos?
¿Y la vieja serpiente que no puede librarse de su piel y llama a todos los
demás desnudos y desvergonzados?
¿Y de aquél que llegó temprano a la fiesta de bodas y, cuando está cansa-
do y harto, se aleja diciendo que todas las fiestas son inmorales y los con-
currentes violadores de la ley?
¿Qué diré de ellos sino que están también a la luz del sol, pero dando al
sol la espalda?
Ven sólo sus sombras y sus sombras son sus leyes.
¿Y qué es el sol para ellos, sino algo que produce sombras? .¿Y qué es el
reconocer las leyes, sino el encorvarse y rastrear sus sombras sobre la
tierra?
Pero a vosotros, que camináis mirando al sol, ¿qué imágenes dibujadas
en la tierra pueden conteneros?
Y si vosotros viajáis con el viento, ¿qué veleta dirigirá vuestro andar?
¿Qué ley humana os atará si rompéis vuestro yugo lejos de la puerta de
las prisiones de los hombres?
¿Y quién es el que os llevará a juicio si desgarráis vuestro vestido, pero
no lo dejáis en el camino?
Pueblo de Orfalese, podéis cubrir el tambor y podéis aflojar las cuerdas
de la lira, pero ¿quién ordenará a la alondra del cielo que no cante?
La Libertad
Y un orador dijo: Háblanos de la Libertad.
Y él respondió:
A las puertas de la ciudad y a la lumbre de vuestro hogar yo os he visto
postraros y adorar vuestra propia libertad.
Así como los esclavos se humillan ante un tirano y lo alaban aun cuando
los mata.
¡Ay! En el jardín del templo y a la sombra de la ciudadela he visto a los
más libres de vosotros usar su libertad como un yugo y un dogal.
Y mi corazón sangró en mi pecho porque sólo podéis ser libres cuando
aíro el deseo de perseguir la libertad sea un arnés para vosotros y cuando
dejéis de hablar de la libertad como una meta y una realización.
Seréis, en verdad, li bres, no cuando vuestros días estén libres de cuidado
ni vuestras . noches de necesidad y pena. Sino, más bien, cuando esas cosas
rodeen vuestra vida y, sin embargo, os elevéis sobre ellas desnudos y sin
ataduras. Y, ¿cómo os elevaréis más allá de vuestros días y vuestras noches
a menos que rompáis las cadenas que, en el amanecer de vuestro en-
tendimiento, atasteis alrededor de vuestro mediodía?
En verdad, eso que llamáis libertad es la más fuerte de esas cadenas, a
pesar de que sus eslabones brillen al sol y deslumbren vuestros ojos.
¿Y qué sino fragmentos de vuestro propio yo desecharéis para poder ser
libres?
Si es una ley injusta la que deseáis abolir, esa ley fue escrita con vuestra
propia mano sobre vuestra propia frente.
No podéis borrarla quemando vu estros Códigos ni lavando la frente de
vuestros jueces, aunque vaciéis el mar sobre ella.
Y, si es un déspota el que queréis destronar, ved primero que su trono,
erigido dentro de vosotros, sea destruido.
Porque, ¿cómo puede un tirano mandar a los libres y a los dignos sino a
través de una tiranía en su propia libertad y una vergüenza en su propio
orgullo?
Y si es una pena lo que queréis desechar, esa pena fue escogida por
vosotros más que impuesta a vosotros.
Y si es un miedo el que queréis disipar, la sede de ese miedo está en vue-
stro corazón y no en la mano del ser tem;do, En verdad, todas las cosas se
mueven en vosotr-zumo luces y sombras
apareadas.
Y, cuando la sombra se desvanece y no existe más, la luz que queda se
convierte en sombra en otra luz.
Y , así, vuestra libertad, cuando pierde sus grillos, se convierte ella mis-
ma en el grillo de una libertad mayor.
La Razón y la Pasión
Y la sacerdotisa habló de nuevo: Háblanos de la Razón y la Pasión.
Y él respondió, diciendo:
Vuestra alma es, a veces, un campo de batalla sobre el que vuestra razón
y vuestro juicio combaten contra vuestra pasión y vuestro apetito.
Desearía poder ser el pacificador de vuestra alma y cambiar la discordia y
la rivalidad de vuestros elementos en 'unidad y melodía. Pero, ¿có mo lo
haré a menos que vosotros mismos seáis también los pacificadores, no, los
amigos, de todos vuestros elementos?
Vuestra razón y vuestra pasión son el timón y las velas de vuestra alma
viajera.
Si vuestras velas o vuestro timón se rompieran, no podríais más que agi-
taros e ir a la deriva o permanecer inmóviles en medio del mar. Porque la
razón, gobernando sola, es una fuerza limitadora y la pasión, desgobernada,
es una llama que se quema hasta su propia destrucción.
Por, lo tanto, haced que vuestra alma exalte a vuestra razón a la altura de
la pasión, para que cante.
Y dirigid vuestra pasión con el razonamiento, para. que ella pueda vivir a
través de su diaria resurrección y, como el ave fénix, se eleve de sus propias
cenizas.
Desearía que consideráseis vuestro propio juicio y vuestro apetito como
dos queridos huéspedes.
No honraríais, con seguridad, a uno más que al otro; porque quien es más
atento con uno de ellos pierde el amor y la fe de ambos.
Entre las colinas, cuando os sentéis a la sombra fresca de los álamos,
compartiendo la paz y la serenidad de los campos y praderas distantes, de-
jad que vuestro corazón diga en silencio: "Dios descansa en la razón."
Y, cuando llegue la tormenta y el viento poderoso sacuda el bosque y los
truenos y relámpagos proclamen la majestad del cielo, dejad a vuestro
corazón decir sobrecogido: "Dios se mueve en la pasión."
Y, ya que sois un soplo en la esfera de Dios y una hoja en el bosque de
Dios, deberíais descansar en la razón y moveros en la pasión.
El Dolor
Y una mujer pidió: Háblanos del Dolor.
Y él dijo:
Vuestro dolor es la ruptura de la celda que encierra vuestra comprensión.
Así como la semilla de la fruta debe romperse para que su corazón se
muestre al sol, así debéis vosotros conocer el dolor.
Y, si pudiérais mantener vuestro corazón maravillado ante los diarios mi-
lagros de la vida, vuestro dolor no os pareciera menos prodigioso que vues-
tra alegría.
Y aceptaríais las estaciones de vuestro corazón así como habéis aceptado
siempre las estaciones que pasan sobre vuestros campos.
Y esperaríais con serenidad a través de los inviernos de vuestra pena.
Mucho de vuestro dolor es elegido por vosotros mismos. Es la porción
amarga con la que el médico que hay dentro de vosotros cura vuestro ser
enfermo.
Por tanto, confiad en el médico, y bebed el remedio en silencio y tran-
quilidad; Porque su mano, aunque dura y pesada, guiada está por la tierna
mano del Invisible.
Y el vaso con que brinda, aunque queme vuestros labios, ha sido moldea-
do de la arcilla que el Alfarero ha humedecido con sus propias lágrimas
sagradas.
El Conocimiento
Y un hombre dijo, entonces: Háblanos del Conocimiento propio.
Y él respondió:
Vuestros corazones saben, en silencio, los secretos de los días y las
noches.
Pero vuestros oídos padecen por el sonido del conocimiento de vuestro
corazón.
Querríais saber, en palabras, lo que siempre supísteis en pensamiento;
Querríais tocar con vuestras manos el cuerpo desnudo de vuestros sueños.
Y es bueno que lo hicierais.
El manantial escondido de vuestra alma necesita brotar y correr murmu-
rando hacia el mar; Y el tesoro de vuestros infinitos arcanos sería revelado a
vuestros ojos.
Pero no pongáis balanzas para pesar vuestro tesoro desconocido.
Y no- registréis los arcanos de vuestro conocimiento con palos ni sondas.
Porque el yo es un mar inconmensurable.
No digáis: "He hallado la verdad" sino más bien. "He hallado una
verdad".
No digáis: "He encontrado el alma caminando en mi senda."
Porque el alma camina sobre todas las sendas.
El alma no camina en línea recta, ni crece como un bambú.
El alma se despliega como un loto de innumerables pétalos.
El Enseñar
Dijo, entonces, un maestro: Háblanos del Enseñar.
Y él réspondió;
Nadie puede revelarnos más de lo que reposa ya dormido a medias en el
alba de nuestro conocimiento.
El maestro que camina a la sombra del templo, en medio de sus discípu-
los, no les da de su sabiduría, sino, más bien, de su fe-y de su afecto.
Si él es sabio de verdad, no os pedirá que entréis en la casa de su,
sabiduría, sino que os guiará, más bien, hasta el umbral de vuestro propio
espíritu.
El astrónomo puede hablaros de su comprensión del espacio, pero no
puede daros ese conocimiento.
El músico puede cantaros el ritmo que existe en todo ámbito, pero no
puede daros el oído que detiene el ritmo ni la voz que le hace eco. Y el que
es versado en la ciencia de los números puede hablaros de las regiones del
peso y la medida, pero no puede conduciros a ellas. Porque la visión de un
hombre no, presta sus alas a- otro hombre.
Y, así como cada uno de vosotros se halla solo ante el conocimiento de
Dios, así debe cada uno de vosotros estar solo en su comprensión de Dios y
en su conocimiento de la tierra.
La Amistad
Un joven dijo: Háblanos de la Amistad.
Y él respondió:
Vuestro amigo es la respuesta a vuestras necesidades.
El es el campo que plantáis con amor y cosecháis con agradecimiento.
-Y él es vuestra mesa y vuestro hogar.
Porque vosotros, vais hacia él con vuestro hambre y lo buscáis con sed de
paz.
Cuando vuestro amigo os hable francamente, no temáis vuestro propio
"no", ni detengáis el "sí".
Y cuando él esté callado, que no cese vuestro corazón de oír su corazón;
Porque, sin palabras, en amistad, todos los pensamientos, todos los deseos,
todas las esperanzas nacen y se comparten en espontánea alegría.
Cuando os separéis de un amigo, no sufráis;
Porque lo que más amáis en él se aclarará en su ausencia, como la mon-
taña es más clara desde el llano para el montañés.
Y no permitáis más propósito en la amistad que el ahondamiento del
espíritu.
Porque el amor que no busca más que la aclaración de su propio misterio,
no es amor sino una red lanzada; y solamente lo inútil es cogido.
Y haced que lo mejor de vosotros sea para vuestro amigo. Si él ha de
conocer el m enguante de
vuestra marea, que conozca también su creciente.
Porque ¿qué amigo es el que buscaréis para matar las horas?
Buscadlo siempre para vivir las horas.
Porque él está para llenar vuestra necesidad, no vuestro vacío.
Y en la dulzura de la amistad, dejad que hayan risas y placeres
compartidos.
Porq ,te en el rocío de las cosas pequeñas el corazón encuentra su
mañana y se refresca.
El Hablar
Y un erudito dijo: Dinos del Hablar.
Y él respondió:
Habláis cuando cesáis de estar en paz con vuestros pensamientos;
Y, cuando no podéis morar más en la soledad de vuestro corazón, vivís en
vuestros labios y el sonidb'es una diversión y un pasatiempo.
Y en mucho de vuestro hablar el pensamiento es a medias asesinado,
Porque el pensamiento es un pájaro del esp acio que, en una jaula de pal-
abras, puede, en verdad, abrir las alas, pero no puede volar.
Algunos hay entre vosotros que buscan al hablador por miedo a estar
solos.
El silencio de la soledad revela ante sus ojos su yo desnudo y desean
escapar.
Y hay quienes hablan y, sin conocimiento ni premedita ción, revelan una
verdad que no comprenden ellos mismos.
Y hay quienes tienen la verdad, pero no la dicen en pala bras.
Cuando encontréis a vuestro amigo a la vera del camino o en el mercado,
dejad que el espíritu en vosotros mueva vuestros labios y dirija vuestra
lengua.
Que la voz en vuestra voz hable al oído en su oído: Porque su alma
guardará la verdad de vuestro corazón, como el sabor del vino es recordado.
Cuando el dolor se olvidó y el vaso ya no existe.
El Tiempo
Y un astrónomo dijo: Maestro, ¿y el Tiempo?
Y él respondió:
Mediríais el tiempo, lo inconmensurable.
Ajustaríais vuestra conducta y aun dirigiríais la ruta de vuestro. espíritu
de acuerdo con las horas y las estaciones. Del tiempo haríais una corriente a
cuya orilla os sentaríais a observarla rodar.
Sin embargo, lo eterno en vosotros es consciente de la eternidad de la
vida. .
Y saber que el ayer es sólo la memoria del hoy y el mañana es el ensueño
del hoy.
Y que aquello que canta y medita en vosotros mora aún en los límites de
aquel primer momento que esparció las estrellas en el espacio.
¿Quién de entre vosotros no siente que su capacidad de amar es
ilimitada?
Y, a pesar de ello, ¿quién no siente ese mismo amor, aunque sin límites,
rodeado en el centro de su ser y no moviéndose sino de un pensamiento de
amor a otro pensa miento de amor, ni de un acto de amor a otro acto de
amor? ¿Y no es el tiempo, como es el amor, indivisible y sin etapas?
Pero si, en vuestro pensamiento, debéis medir el tiempo en estaciones;
que cada estación encierre todas las otras estaciones.
Y que el hoy abrace al pasado con remembranza y al futuro con ansia.
Lo Bueno y lo Malo
Y uno de los más viejos de la ciudad dijo: Háblanos de lo Bueno y de lo
Malo.
Y él respondió:
Puedo hablar de lo bueno en vosotros, no de lo- malo. Porque, ¿qué es lo
malo sino lo bueno torturado por su propia hambre y su propia sed?
En verdad, cuando lo bueno está hambriento, busca alimento aun en cav-
ernas obscuras y, cuando está sediento, b ebe hasta dé las aguas muertas.
Sois buenos cuando sois uno con vosotros mismos. Sin embargo; cuando
no lo sois, no sois malos.
Porque una casa desunida no es un antro de ladrones; es sólo una casa
desunida.
Y un barco sin timón puede vagar sin rumbo entre islotes peligrosos y no
hundirse hasta el fondo.
Sois buenos cuando os esforzáis en dar de vosotros mismos. Sin embar-
go, no sois malos cuando buscáis ganar para vosotros.
Porque, cuando lucháis por obtener, no sois más que una raíz que se
prende a la tierra y succiona su seno.
Seguramente la fruta no puede decir a la raíz: "Sé como yo, madura y
plena y dando siempre de tu abundancia." Porque para la fruta el dar es una
necesidad, como el recibir es una necesidad para la raíz.
Sois buenos cuando estáis completamente despiertos en vuestro discurso.
Sin embargo, no sois malos cuando dormís mientras vuestra lengua
titubea sin propósito.
Y hasta un vacilante hablar puede fortalecer una lengua débil.
Sois buenos cuando camináis hacia vuestra meta firmemente y con pasos
audaces.
No sois, empero, malos cuando váis hacia ella cojeando. Aun aquellos
que cojean no retroceden.
Pero vosotros que sois fuertes Y veloces, cuidáos de no cojear delante del
lisiado, imaginando que'eso es.
bondad.
Sois buenos en incontables modos y no sois malos cuando no sois
buenos.
Sois solamente indolentes y haraganes.
Es una lástima que los ciervos no puedan enseñar velocidad a las
tortugas.
En vuestro anhelo por vuestro yo. gigante reposa vuestra grandeza y ese
anhelo se encuentra en todos vosotros.
Pero en algunos de vosotros esa ansia es un torrente que corre con fuerza
hacia el mar llevando los secretos de las colinas y las canciones de los
bosques.
Y en otros es un hilo de agua que se pierde en ángulos y curvas y se con-
sume antes de alcanzar la playa.
Pero, no dejemos que el que mucho anhela le diga al que anhela poco:
"¿Por qué eres tan lento y te detienes tanto?" Porque el que es verdadera-
mente bueno no pregunta al desnudo "¿dónde están tus vestidos?" ni al de-
samparado " ¿qué ha ocurrido con tu casa?"
La Oracíón
Entonces, una sacerdotisa dijo: Háblanos de la Oración.
Y él respondió:
Oráis en vuestra pena y en vuestra necesidad; deberíais también hacerlo
en la plenitud de vuestra alegría y en vuestros días de abundancia.
Porque ¿qué es la oración sino el expandirse de vuestro ser en el éter
viviente?
Y si es para vuestra paz que volcáis vuestra oscuridad en el espacio, es
también para vuestro deleite el derramar el ama necer de vuestro corazón.
Y, si no podéis sino llorar cuando vuestra alma os llama a la oración, ella
os enjugará una vez y otra aún llorando hasta gire encontréis la risa.
Cuando oráis, os eleváis para hallar en lo alto a los que en ese mismo
momento están orando y a quienes no encontra ríais sino en la oració n .
Por lo tanto, que vuestra visita a ese invisible templo no sea más que éx-
tasis y dulce comunión.
Porque, si entrarais al templo solamente a pedir, no recibiréis:
Y si entrarais aun a pedir por el bien de los otros, no seréis oídos.
Es suficiente que entréis en el templo invisible.
No puedo enseñaros cómo orar con palabras.
Dios no oye vuestras palabras sino cuando El Mismo las pronuncia a
través de vuestros labios.
Y yo no puedo enseñaros la oración de los mares y los bosques y las
montañas.
Pero vosotros, nacidos de las montañas, los bosques y los mares, podéis
hallar su plegaria en vuestro corazón.
Y si solamente escucháis en la quietud de la noche, les oiréis diciendo, en
silencio:
"Nuestro Señor, que eres nuestro ser alado, es Tu voluntad la que quiere
en nosotros.
Es Tu deseo, en nosotros, el que desea.
Es Tu impulso el que, en nosotros, cambia nuestras noches, que son
Tuyas, en días, que son Tuyos también.
No podemos pedirte nada porque Tú conoces nuestras necesidades antes
de que nazcan en nuestro ser:
Tú eres nuestra necesidad y dándonos más de Ti, nos lo das todo."
El Placer
Entonces, un ermitaño, que visitaba la ciudad anualmente, se adelantó y
dijo: Háblanos del Placer.
Y él respondió, diciendo:
El placer es una canción de libertad, pero no es libertad. Es el florecer de
vuestros deseos, pero no su fruto.
Es una llamada de la profundidad a la altura pero no es lo profundo ni lo
alto.
Es lo enjaulado que toma alas, pero no es el espacio con finado.
¡Ay! en verdad verdadera, el placer es u na canción de libertad.
Y yo desearía que la cantárais con plenitud de corazón, pero no que
perdiérais el corazón en el canto.
Algunos jóvenes entre vosotros buscan el placer como si lo fuese todo y
son juzgados por ello y censurados.
Yo no los juzgaría ni censuraría. Los dejaría buscarlo. Porque encon-
trarán el placer pero no lo encontrarán solo; Siete son sus hermanas y la
peor de ellas es más hermosa que el placer.
¿No habéis oído del hombre que escarbaba la tierra buscando raíces y en-
contró un tesoro?
Y algunos mayores entre vosotros recuerdan los placeres con arrepen-
timiento, como faltas cometidas en embriaguez. Pero el arrepentimiento es
el nublarse de la mente y no su castigo.
Deberían ellos recordar lus placeres con gratitud, como lo harían de la
cosecha de un verano.
Sin embargo, si los conforta el arrepentirse, dejad que se arrepientan.
Y algunos hay, entre vosotros, que no son ni jóvenes para buscar, ni
viejos para recordar.
Y, en su miedo a buscar y recordar, huyen de todos los placeres para no
olvidar el espíritu u ofenderlo.
Pero esa renuncia misma es su placer.
Y, así, ellos también encuentran un tesoro, escarbando con manos tem-
blorosas para buscar raíces.
Pero, decidme, ¿quién es el que puede ofender al espíritu?
¿Ofende el ruiseñor la quietud de la noche o la luciérnaga ofende a las
estrellas?
Y ¿molestan al viento vuestro fuego o vuestro humo? ¿Creéis que es el
espíritu un estanque quieto que podéis enturbiar con un bastón?
A menudo, al negaros placer, no hacéis otra cosa que guardar el deseo en
los recesos de vuestro ser.
¿Quién no sabe que lo que parece omitido, aguarda el mañana?
Aun vuestro cuerpo sabe de su herencia y su justa necesidad y no será
engañado.
Y vuestro cuerpo es el arpa de vuestra alma.
Y sois vosotros los que podéis sacar de él dulce música o confusos
sonidos.
Y ahora vosotros preguntáis en vuestro corazón: " ¿Cómo distinguiremos
lo que es bueno de lo que no es bueno en el placer?"
Id a vuestros campos y a vuestros jardines y aprenderéis que el placer de
la abeja es reunir miel de las flores.
Pero es también el placer de la flor el ceder su miel a la abeja.
Porque, parada abeja, una flor es fuente de vida.
Y, para la flor, una abeja es un mensajero de amor, Y para ambos, abejas
y flor, el dar y el recibir placer son una, necesidad y un éxtasis.
Pueblo de Orfalese, sed en vuestros placeres como las abejas y las flores.
La Belleza
Y un poeta dijo: Háblanos de la Belleza.
Y él respondió:
¿Dónde buscaréis la belleza y cómo haréis para encontrarla a menos que
ella misma sea vuestro camino y vuestro guía? ¿Y cómo hablaréis de ella, a
menos que ella misma teja vuestro hablar?
El agraviado y el injuriado dicen: "La belleza es gentil y buena.
Camina entre nosotros como una madre joven, casi avergonzada de su
propia gloria."
Y el apasionado dice: "No, la belleza es cosa de poder y temor, Como
una tempestad sacude la tierra bajo nuestros pies y el cielo sobre nosotros."
El cansado y rendido dice: "La belleza es hecha de blandos murmullos.
Habló en nuestro espíritu.
Su voz se rinde a nuestros silencios como una débil luz que se estremece
de miedo a las sombras."
Pero el inquieto dice: "La hemos oído dar voces entre las montañas.
Y, con sus voces, se oyó rodar de cascos y batir de alas y rugir de leones."
Durante la noche, los serenos de la ciudad dicen: "La belleza vendrá del
este, con el alba."
Y, al mediodía, los trabajadores y los viajeros dicen: "La hemos visto in-
clinarse sobre la tierra desde las ventanas del atardecer."
En el invierno, dice el que se halla entre la nieve: " Vendrá con la primav-
era, saltando sobre las colinas."
Y, en el calor del verano, los cosechadores dicen: "La vimos danzando
con las hojas de otoño y tenía un torbellino de nieve en su pelo."
Todas estas cosas habéis dicho de la belleza.
Pero, en verdad, hablásteis, no de ella, sino de vuestras necesidades
insatisfechas.
Y la belleza no es una necesidad, sino un éxtasis.
No es una sedienta boca, ni una vacía mano extendida.
Sino, más bien, un corazón ardiente y un alma encantada:
No es la imagen que veis ni la canción que oís.
Sino, más bien, una imagen que véis cerrando los ojos y una canción que
oís tapándoos los oídos.
No es la savia que corre debajo de la rugosa corteza, ni el ala prendida a
una garra.
Sino, más bien, un jardín eternamente en flor y una bandada de ángeles
en vuelo eternamente.
Pueblo de Orfalese, la belleza es la vida, cuando la vida descubre su
sagrado rostro.
Pero vosotros sois la vida y vosotros sois el velo.
La belleza es la eternidad que se contempla a sí misma en un espejo.
Pero vosotros sois la eternidad y vosotros sois el espejo.
La Religión
Y un viejo sacerdote dijo: Háblanos de la Religión.
Y él respondió:
¿Acaso he hablado hoy de otra cosa?
¿No son todos los actos y todas las reflexiones, religión? ¿Y aún aquello
que no es acto ni pensamiento, sino un milagro y una sorpresa brotando
siempre en el alma, aun cuando las manos pican la piedra o atienden el
telar?
¿Quién puede separar su fe de sus acciones o sus creencias de sus
ocupaciones?
¿Quién puede desplegar sus horas ante sí mismo dicien do: "Esto para
Dios y esto para mí; esto para mi alma y esto para mi cuerpo?"
Todas nuestras horas son alas que baten a través del espa cio de persona a
persona.
El que usa su moralidad como su más bella vestidura mejor estaría
desnudo.
El sol y el viento no desgarrarían su piel.
Y aquél que define su conducta por medio de normas, apresará su pájaro
cantor en una jaula.
El canto más libre no sale detrás de alambres ni barrotes.
Y aquél para quien la adoración es una ventana que puede abrirse pero
también cerrarse, no ha visitado aún la mansión de su espíritu cuyas ven-
tanas se extienden desde el alba hasta el alba.
Vuestra vida de todos los días es vuestro templo y vuestra religión.
Cada vez que en él entréis llevad con vosotros todo lo que tenéis.
Llevad el arado y la fragua, el martillo y el laúd.
Las cosas que habéis hecho por gusto o por necesidad. Porque en recuer-
dos, no podéis elevaros por encima de vuestras obras ni caer más bajo que
vuestros fracasos.
Y llevad con vosotros a todos los hombres.
-Porque, en la adoración, no podéis volar más álto;ue sus esperanzas ni
humillaros más bajo que su desesperación.
Y si llegáis a conocer a Dios, no os convirtáis en aclarado res de
enigmas.
Mirad más bien alrededor de vosotros y lo veréis jugandp con vuestros
hijos.
Y mirad hacia el espacio; lo veréis caminando en la nube, desplegando
sus brazos en el, rayo. y descendiendo en la lluvia. Lo veréis sonriendo en
las flores y elevándose luego para agitar sus. manos en los árboles.
La Muerte
Almitra, entonces, habló, diciendo: Os preguntaríamos ahora sobre la
Muerte.
Y él respondió:
Desearíais saber el secretó de la muerte.
¿Pero cómo lo encontraréis á menos de buscarlo en el corazón de la vida?
El mochuelo, cuyos ojos atados a la noche son ciegos en el día, no puede
descubrir el misterio de la luz.
Si, en verdad, queréis contemplar el espíritu de la muerte, abrid de par en
par vuestro corazón en el cuerpo de la vida. Porque la vida y la muerte son
una, así como el río y el mar son uno también.
En el arcano de vuestras ;esperanzas , y deseos reposa vuestro
conocimiento silencioso del más allá: Y., como las semillas soñando bajo la
nieve, vuestro cora zón sueña con la primavera.
Confiad en los sueños, porque en ellos el camino a la eternidad está
escondido.
Vuestro miedo a la muerte no es más que el temblor del pastor cuando
está en pie ante el rey, cuya mano va a posarse sobre él como un honor.
¿No está, acaso, contento el pastor, bajo su miedo de llevar la marca del
rey?
¿No lo hace eso, sin embargo, más conciente de su temblor?
Porque, ¿qué es morir sino erguirse desnudo?
Y, ¿qué es dejar de respirar, sino el liberar el aliento de sus inquietos
vaivenes para que pueda elevarse y expandirse y, ya sin trabas, buscar a
Dios?
Sólo cuando bebáis el río del silencio cantaréis de verdad. Y, cuando
hayáis alcanzado la cima de la montaña es cuando comenzaréis a ascender.
Y, cuando la tierra reclame vuestros miembros, es cuando bailaréis de
verdad.
La Partida
Y era ya la noche.
Y Almitra, la profetisa, dijo: Sea bendecido este día y este lugar y tu es-
píritu que ha hablado.
Y él respondió, ¿Fui yo el que habló? ¿No fui también uno de los que
escucharon?
Descendió, entonces, las gradas del Templo y todo el pueblo lo siguió. Y
él llegó a su barco y se irguió sobre el puente.
Y, mirando de nuevo a la gente, alzó la voz y dijo: Pueblo de Orfalese: el
viento me obliga a dejaros. No tengo la prisa del viento, pero debo irme.
Nosotros, los trotamundos, buscando siempre el camino más solitario, no
comenzamos un día donde hemos terminado otro y no hay aurora que nos
encuentre donde nos dejó el atardecer.
Viajamos aún cuando la tierra duerme.
Somos las semillas de una planta tenaz y es en nuestra madurez y pleni-
tud de corazón que somos dados al viento y esparcidos por doquier.
Breves fueran mis días entre vosotros y aún más breves las palabras que
he dicho.
Pero, si mi voz se hace débil en vuestros oídos y mi amor se desvanece
en vuestra memoria, entonces, volveré.
Y, con un corazón más rico y unos labios más dóciles al espíritu, hablaré.
Sí, he de, Volver con la marea.
Y, aunque la muerte me esconda y el gran silencio me envuelva, buscaré,
sin embargo, nuevamente vuestra compren sión.
Y mi búsqueda no será en vano:
Si algo de lo que he dicho es verdad, esa verdad se revelará en una voz
más clara y en palabras más cercanas a vuestros pensamientos.
Me oy con el viento, pueblo de Orfalese, pero no hacia la nada;"
Y, si este día no es la realización plena de vuestras necesidades y mi
amor, que sea una promesa hasta que otro día llegue.
Las necesidades del hombre cambian, pero no su amor, ni su deseo de
que este amor satisfaga sus necesidades.
Sabed, pues, que desde el silencio más grande, volveré.
La niebla que se aleja en el alba, dejando solamente el rocío sobre los
campos, se eleva y se hace nube para caer después en lluvia.
Y yo no he sido diferente dula niebla.
En la, quietud de la noche he caminado por vuestras calles y mi espíritu
entró en vuestras casas, Y los latidos de vuestro corazón estuvieron en mi
corazón y vuestro aliento se posó en mi cara y yo os conozco a todos. Y, a
menudo, fui entre vosotros como un lago entre mon tañas: Reflejé vuestras
cumbres y vuestras laderas y aun el pasar de vuestros pensamientos y vue-
stros deseos, en manadas.
Y vino a mi silencio el reír de vuestros niños en torrentes y los anhelos de
vuestra juventud en ríos.
Y, cuando llegaron a lo más profundo de mi ser, los torrentes y los ríos no
cesaron de cantar.
Pero algo más dulce aún que las risas y más g rande que los anhelos llegó
a mí.
Fue lo ilimitado en vosotros;
El hombre inmenso del que sois apenas las células y los nervios;
Aquél en cuyo canto todo vuestro cantar no es más que un latido sordo.
Es en el hombre inmenso, en el que sois inmensos. Y es a l mirarlo que
yo os ví y os amé.
Porque, ¿qué distancias puede alcanzar el amor que no estén en esa esfera
inmensurable?
¿Qué visiones, qué presunciones pueden superar ese vuelo?
Como un roble gigante, cubierto de flores de manzano, es el hombre iñ-
menso en vosotros.
Su poder os ata a la tierra, su fragancia os eleva en el espacio y, en su
durabilidad, sois inmortales.
Se os ha dicho que, como una cadena, sois tan fuertes como vuestro más
débil eslabón.
Eso es sólo una verdad a medias. Sois también tan fuert es como vuestro
eslabón más fuerte.
Mediros por vuestra más pequeña acción es como calcular el poder del
océano por la fragilidad de su espuma.
Juzgaros por vuestras fallas es como culpar a las estacío nes por su
inconstancia.
¡Ay! Sois como un océano.
Y, aunque barcos pesados esperan la marea en vuestras playas, como el
océano, no podéis apurar vuestras mareas.
Y, sois también como las estaciones.
Y, aunque en vuestro invierno neguéis vuestra primavera, La primavera,
reposando en vosotros, sonríe en su ens oñación y no se ofende.
No penséis que yo os hablo así para que vosotros os digáis el uno al otro:
"Nos alabó. No ha visto más que lo bueno que hay en nosotros."
Sólo os digo yo en palabras lo que vosotros mismos sabéis en
pensamiento.
Vuestros pensamientos y mis palabras son ondas de una memoria sellada
que guarda el registro de nuestros ayeres.
Y de los antiguos días, cuando la tierra no nos conoció ni se conoció ella
misma.
Y de las noches cuando la tierra estuvo atormentada en confusión.
Sabios vinieron a vosotros a daros de su sabiduría. Yo he venido a tomar
de vuestra sabiduría.
Y he aquí que he hallado lo que es más grande que la sabiduría misma.
Es un espíritu ardiente en vosotros que junta cada vez más de él mismo.
Mientras vosotros, ausentes de su expansión, lloráis el marchitarse de
vuestros días.
Es la vida en busca de vida en los cuerpos que temen la tumba.
No hay tumbas aquí.
Estas montañas y llanuras son una cuna y un peldaño. Cada vez que
paséis cerca del campo ,donde dejasteis a vuestros antecesores reposando,
mirad bien y os veréis vosotros mismos y veréis a vuestros hijos danzando
de la mano. En verdad, os divertís a menudo sin saberlo.
Otros han venido a quienes, por doradas promesas hechas a vuestra fe,
habéis dado riquezas y poder y gloria.
Menos que una promesa os he dado yo y, sin embargo, habéis sido más
generosos conmigo.
Me habéis dado la sed más profunda para mi vida futura. No hay segura-
mente para un hombre regalo más grande que aquél que hace de todos sus
anhelos unos sedientos labios y de toda su vida una fontana fresca.
Y allí mi honor y mi premio:
Que, cada vez que voy a la fuente a beber, encuentro el agua viviente se-
dienta ella misma; Y ella me bebe mientras yo la bebo.
Algunos de vosotros me habéis juzgado orgulloso y exageradamente es-
quivo para recibir regalos.
Soy, en verdad, demasiado orgulloso para recibir salario, pero no regalos.
Y aunque he comido bayas entre° las colinas, cuando hubierais querido
sentarme a vuestra mesa.
Y dormido en el pórtico del templo cuando me hubierais acogido
gozosamente,
¿No fue acaso vuestro cuidado amante de mis días y mis noches el que
hizo la comida dulce a mi boca y ciñó con visiones mi sueño?
Yo os bendigo aún más por esto: Vosotros dais mucho y no sabéis qué
dais. Verdaderamente, la bondad que se mis a sí misma en un espejo se con-
vierte en piedra.
Y una buena acción que se llama a ella misma con nombres tiernos se
transforma en pariente de una maldición. Y algunos de vosotros me habéis
llamado solitario y embriagado en mi propio aislamiento.
Y habéis dicho: "Se consulta con los árboles del bosque, pero no con los
hombres.
Se sienta, solitario en las cumbres de los montes y mira nuestra ciudad a
sus pies."
¿Cómo podría haberos visto sino desde una gran altura o de una gran
distancia?
¿Cómo se puede estar cerca de verdad, a menos que se esté lejos?
Y otros, entre vosotros, me han llamado sin palabras, diciendo:
"Extranjero, extranjero, amante de cumbres inalcanzables, ¿por qué
habitas entre las cimas, donde las águilas hacen sus nidos?
¿Por qué buscas lo inobtenible?
¿Qué tormentas quieres atrapar en tu red? ¿Y qué vaporosos pájaros
cazas en el cielo? Ven y sé uno de nosotros.
Desciende y , calma tu hambre con nuestro pan y apaga tu sed con nue-
stro vino."
En la soledad de sus almas decían esas cosas.
Pero, si su soledad hubiera sido más profunda, hubieran sabido que lo
que yo buscaba era el secreto de vuestra alegría y vuestro dolor.
Y que cazaba solamente lo más grande de vuestro ser, que camina por el
cielo.
Pero el cazador fue también el cazado.
Porque muchas de mis flechas dejaron mi arco solamente para buscar mi
propio pecho.
Y el que volaba se arrastró también;
Porque, cuando mis alas se extendían al sol, su sombra sobre la tierra fue
una tortuga.
Y el creyente fue también el escéptico;
Porque yo he puesto a menudo mi dedo en mi propia herida para poder
creer más en vosotros y conoceros mejor. Y es con esa fe y ese conocimien-
to que os digo:
No estáis encerrados en vuestro cuerpo, ni confinados a vuestras casas o
campos.
Aquello que en vosotros habita sobre las montañas y pasea con el viento.
No es esa cosa que se arrastra bajo el sol buscando calor o excava agu-
jeros en la oscuridad, buscando refugio.
Sino algo libre, un espíritu que envuelve la tierra y se mueve en el éter.
Si éstas son palabras vagas, no busquéis aclararlas.
Vago y nebuloso es el principio de todas las cosas, pero no su fin.
Y yo desearía que me recordárais como un comienzo.
La vida, y todo lo que vive, son concebidos en la bruma y no en el cristal.
¿Y quién sabe si el cristal no es la decadencia de la bruma?
Yo desearía que recordárais esto al recordarme:
Aquello que parece más débil y turbado en vosotros es lo más fuerte y lo
más determinado.
¿No es vuestro aliento el que ha erigido y endurecido la estructura de
vuestros huesos?
¿Y no es un sueño, que ninguno de vosotros recuerda haber soñado, el
que edificó vuestra ciudad e hizo todo lo que en ella hay?
Si pudiérais ver las mareas de ese aliento, dejaríais de ver todo lo demás.
Y, si pudiérais oír el murmullo del sueño, no oiríais ningún otro sonido.
Pero no veis ni oís, y eso está bien.
El velo que nubla vuestros ojos será levantado por las manos que lo
hilaron.
Y la arcilla que llena vuestros oídos será horadada por aquellos dedos
que la amasaron.
Y veréis.
Y oiréis.
Y no deploraréis, entonces, el haber conocido la ceguera, ni sentiréis
haber estado sordos.
Porque ese día conoceréis el propósito escondido de todas las cosas.
Y bendeciréis la oscuridad como bendecíais la luz.
Estas cosas dichas, miró a su alrededor y vio al piloto de su barco de pie
ante el timón y mirando, ora a las henchidas velas, ora a la distancia.
Y dijo:
Paciente, más que paciente, es el capitán de mi barco.
El viento sopla y las velas están inquietas. Aún el timón solicita una ruta.
Y, sin emb argo, tranquilamente, mi capitán espera mi silencio.
Y esos mis marineros, que han oído el coro del inmenso mar, tienen tam-
bién que oírme pacien-temente.
Pero no esperarán ahora ya.
Estoy presto.
La corriente ha llegado al mar y, una vez más, la gran madre aprieta a su
hijo contra su pecho.
Adiós, pueblo de Orfalese.
Este día ha terminado.
Se está cerrando sobre nosotros como un nenúfar se cierra sobre su pro-
pio mañana.
Guardamos lo que aquí nos ha sido dado,
Y, si no es suficiente, nos reuniremos de nuev o y juntos tenderemos
nuestras manos hacia el dador.
No olvidéis que yo volveré hacia vosotros.
Un momento, no más, y mi anhelo reunirá espuma y polvo para otro
cuerpo.
Un momento, un momento de descanso en el viento, y otra mujer me lle-
vará consigo.
Adiós a vosotros y a la juventud que he pasado con voso tros.
Fue ayer que nos encontramos en mi sueño.
Habéis cantado para mí en mi soledad, y yo, de vuestras ansias, he edifi-
cado una torre en el cielo.
Pero ahora nuestro sueño se ha ido y ya no es la aurora. El mediodía está
sobre nosotros y nuestra somnolencia se ha cambiado en día pleno, y debe-
mos separarnos.
Si, en el crepúsculo del recuerdo, nos encontráramos una vez más
hablaremos juntos de nuevo y me cantaréis una canción más honda.
Y, si nuestras manos se unieran en otro sueño, levantare mos otra torre en
el cielo.
Diciendo así, hizo una seña a los hombres de mar e, inmediatamente, el-
los levaron anclas, soltaron las amarras y se movieron hacia el este.
Y un grito nació de la gente, como de un solo cora zón y se elevó en el
crepúsculo y se arrastró sobre el mar como un sonar de trompetas.
Sólo Almitra estaba silenciosa, siguiendo al barco con los ojos hasta que
se desvaneció en la niebla.
Y, cuando toda la gente se dispersó, ella estaba todavía -sola sobre el
muro que da al mar, recordando en su corazón lo que él dijera:
"Un momento, un momento de descanso en el viento, y otra mujer me
llevará consigo."