Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Poemas de Carlos Obregón

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 17

ENSAYO SOBRE CARLOS OBREGÓN Y SELECCIÓN DE POEMAS

CARLOS OBREGÓN O LA SILENCIOSA VISIÓN DE UN MUNDO SUMERGIDO


(Jairo Guzmán)

Estamos ante una rara avis de la poesía colombiana. Alguien a quien no se le ha


dado la verdadera valoración como poeta, con una obra muy particular en su
expresión y en sus preocupaciones. Alguien cuyo devenir tiene algo tormentoso
en su dimensión existencial.

Su experiencia poética coincide con su turbulencia interior, con esa búsqueda


incesante entre los escombros de una cultura terrorífica: Hijo de una Colombia
desgarrada por su estolidez política y asesina. A sus diecinueve años de edad
matan al caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán (1948) y ya ese joven poeta trae
todo un cúmulo de angustias, de preguntas que aumentarán su pasión por la nada
y ese vasto paisaje de espectros que es su infancia, inscrita en una tradición
católica cuyo lastre de culpas y dolor pesan en su mente.

Su nombre se asocia a la generación de poetas reunidos en torno a la revista


Mito. Generación a la que algunos llamaron “la generación trunca” dado que sus
poetas representativos, Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus, murieron
jóvenes (ambos, trágicamente: Gaitán Durán en accidente aéreo y Cote Lamus en
accidente automovilístico), dejando una obra iniciada pero con unos alcances
insuperables, sobre todo la obra de Gaitán Durán, en la expresión poética
colombiana. Carlos Obregón también se va de este mundo muy joven (se suicida

1
a los 33 años ) mientras vivía su exilio voluntario (?) en Mallorca, España : “Tú,
el exiliado, el que perdura./Sólo el que redime el silencio es raíz sin memoria”.
En su obra se percibe la inquietud obsesiva por la nada, el tiempo, el vacío, el
miedo, la danza de las formas insinuadas en sus visiones.

Es un poeta centrado en sus visiones, volcado hacia adentro, para quien la


escritura, el poema, es su tabla de salvación, la única herramienta que le ayuda a
esclarecer el camino que lo lleve a encontrar "la forma perdida de su
pensamiento".

Hay una angustia metafísica de alguien que desde su noche más enigmática no le
puede "dar forma al pensamiento que mida la nada", que perciba la voz modulada
del vacío. Sus inquietudes filosóficas se transforman en un habla poética cuyos
poemas son una presencia singular. Su escritura no se parece a la de nadie.

Está solo ante una “tradición” saturada de retórica versificada. Hay mucho de
existencialista en su trepidación interior.

Podemos decir que su primera obra es el resultado de grandes conjeturas


interiores, respecto a lo sagrado y la divinidad. Desde su titulo: Distancia
destruida se marca una preocupación metafísica por la presencia, por el espacio
que, asociado a la extensión, invoca la eternidad y el vacío. Publicado en 1957,
en Madrid (España), es una secuencia de veintisiete piezas (poemas ) cuyo
ensamble configura un libro de poemas impecables, que dejan traslucir un
espíritu elevado, dotado de un ímpetu místico, sincopado a acordes y ritmos muy
particulares y sin precedentes en el contexto colombiano. En su primer poema
nos expresa:

Silenciosa visión de un mundo sumergido


la forma de mi pensamiento la he perdido

y más adelante, en el mismo poema:

Yo soy el poeta que mira la nada,


yo miro la gente -vaga y soñolienta-
y al mirar a la gente, yo miro la nada.

Veo una flor de fuego que danza


y un pájaro que canta,

2
que cantan y danzan
al abúlico ritmo, al acrónico ritmo de la nada
y siento en mi ser esa angustia, ese ritmo, esa nada.

Todas sus visiones confluyen en una noche anhelada, una noche en la que es
posible abolir la distancia. Es una noche sólo para iniciados, algo así como el otro
lado de la noche al que han llegado varios poetas, en una experiencia sin límites,
en una dolorosa experiencia que lo aleja del mundo inmediato para experimentar
los latidos de esa otra noche, la noche de una noche sin fondo, sin orillas, una
noche de la que se regresa para herirse ante el dia con sus trampas y afugias. El
poeta pregunta en sus poemas por esa noche:

¿Dónde la noche que mi noche buscaba?


¿Dónde estuvo el ser en la noche que es?

Distancia destruida es una carta de navegación de su ojo pleno de visiones, es un


templo de lenguaje afinado con los nervios de la luz. Allí gravitan bellas
auscultaciones, percepciones anotadas en estos poemas cargados de pensamiento,
como quien contempla el rio de heráclito ante la plenitud sideral, ante el jolgorio
del estio junto a las voces del tiempo :

Algún dia las horas invadirán el bosque


y el roce estival de las cosechas lentamente
reanimará la migración nocturna del sueño
y las especies que combaten la blanca espada
de la aurora.

Desde el templo la voz plena invoca las primicias


del río y en toda la comarca se escucha
el elogio solemne de un coro de ancianos,
rito secular, advenimiento largamente
esperado, de hora en hora, como la tierra
espera, calcinada e inerme, la canción de la lluvia.

Es la voz de un místico, de un poeta que se hace las preguntas esenciales y la


asuencia de respuestas alimenta más esa llama sagrada que le retorna transparente
el mundo:

Noche plena del alma,

3
silencio sin fronteras poseido en su cuerpo
y la voz secuestrada
entre las últimas radas del nombre verdadero

Ante la búsqueda del nombre verdadero sólo aparece un panorama posible: el


silencio. Y el poeta reclama:

Silencio, nombre para el silencio



Este es el día de la más alta alianza

La experiencia mística de Carlos Obregón está esparcida en cada verso de sus


bellos poemas. Poemas modelados con el cincel del silencio. En esa dimensión
sagrada, el poeta, expuesto al ocaso de los dioses, lucha por escuchar el sonido de
la divinidad en las cosas que lo proyectan hacia una nueva liturgia, donde la
poesía adquiere su antiguo atavío de nave templada por la noche. En la noche de
Carlos Obregón hay una luz plateada, de relámpago, surgida de las tormentas del
ser invadido de preguntas. Ese preguntar que lo hermana a la filosofía, a la
metafísica, adquiere su luz en el poema. El poeta piensa poetizando o poetiza
pensando porque ha establecido “la más alta alianza” con el misterio, con la
divinidad, con el cuerpo. En el ojo del huracán de lo sagrado, está el cuerpo y el
absoluto que erige la percepción sensorial, ante el sueño, como morada última
frente a lo imposible.

Al poeta lo persigue el pensamiento del tiempo y de la distancia cuya destrucción


acaece en la noche de la noche. La noche fulgurante es una presencia
concomitante que exalta una conciencia del cuerpo. También su ausencia. Sobre
todo la ausencia del cuerpo amado, del ser amado, de Marion:

Cada vez te encuentras más cerca de mi bosque:


perenne, esbelta en tu murmullo caes, danzas,
eres lo que entonces y siempre relatabas,
la palabra en el aire como una rosa alada,
eso eres en tu ausencia
y las estrellas esta noche me hablan de tus pasos.
Eres lejana y plena como torre de guerreros y
ángeles,
¿y tu voz?, esa es tu alma: tus labios en los años,
esa eres tú, Marión, en el recuerdo,
esa es tu alma.

4
Arde la noche en Carlos Obregón. Al leer Distancia destruida logramos percibir
que lo que conecta sus veintisiete poemas es la noche. La noche guía el
pensamiento fulgurante del que aspira a medir la nada. Su experiencia con lo
absoluto no lo distancia del mundo, lo dota de un ojo que celebra su poder
visionario y ante sus percepciones todo danza. Hay danza sublimada. Hay
visiones y la presencia del Ángel como esa fuerza que surge en “la noche del
alma” : “¡Ah! Santuario del instante/ espacio irrevocable donde el ángel gravita”.
El poeta hace surgir los mundos sumergidos y en esa aventura se expone a la
desgarradura. En esa experiencia necesita destruir la distancia : “Entonces
liberados de toda lejanía podremos saludar/el advenimiento del fervor vegetal..”

La poesía de Carlos Obregón en es el canto del exiliado que nos dice: “Retornar
es viajar hacia la forma perenne/que yace en lo oculto de las piedras./Cada
instante trae consigo su exilio”.

Este exiliado ha venido a la tierra para cantar, es decir: para hablarnos de asuntos
esenciales “para alabar la liturgia escondida de las cosas/ y continuar en el canto,
sin meta, vivos para el ángel”. Es el mensaje de alguien situado “en la frontera
del lenguaje” y quien se dispone a escuchar el canto de las mujeres desnudas en
el rio: “Santo es el viento,/ santa es la tierra cuando el sol la dora”. Esta
conciencia de lo sagrado atraviesa Distancia destruida. Es la conciencia de aquel
para quien “Sagrada es la frontera de la noche:/ perderse para siempre y
encontrarse ahora”.

Luego de terminar Distancia destruida, en 1956, hay un tiempo de más honda


trepidación interior en el que se va haciendo su nuevo libro Estuario , publicado
en 1961 en Palma de Mallorca. Libro precioso, dividido en seis partes : El
silencio del fuego, Días del monje, Peregrinaje: Elohim, El tiempo
contemplado, Domingo y Cantos. Poemas escritos en Deyá, Ibiza, Marruecos,
París, Poblet y Toledo, entre 1957 y 1960.

Con excepción de los poemas de Cantos, todos son poemas breves, a diferencia
de los publicados en Distancia destruida.

Con Estuario asistimos a una fulguración, es un libro de fuego en el que


nuevamente arden la noche, el alma, el ángel, la luz, el amor, el tiempo, la
ausencia, el mar, el espacio y el cuerpo; arquetipos esenciales que gravitan en sus
visiones, en sus obsesiones y determinan día a día su espectro imaginario y
vivencial. El ardor de la noche del alma, la poesía como una llama en la hora
decisiva de la alta noche poblada de revelaciones, con el ángel como cómplice y

5
con sus talismanes que son las palabras, que son sus imágenes ligadas a una
desgarradura, a un sol interior que hace herida en su alma, en su espíritu de
hombre escindido, debatiéndose entre la avertura de lo sensorial y la luz del viaje
místico.
Ese ángel que lo quema, su ser más elevado y fulgente, es , como expresa George
Bataille, “el movimiento de los mundos”... “Es la herida o la fisura que,
disimulada, hace de un ser un cristal que se rompe”, con su carga de amor,
concentrado en su incineración metafísica ante la que el poeta expresa:

El amor como el fuego nace


de sí mismo y en sí mismo
hacia lo eterno se despliega
recreando su sustancia
en éxtasis perpetuo
alba de fulgurante hallazgo
amor que es floración del fuego

Hay una cosmología subyacente en sus versos profundos, una percepción del
universo desde la alta contemplación, en la que la noche sideral invade los
recintos del alma como un viento que entra raudo, a través de puertas batientes:

La noche contemplada cae sobre los ojos


con la paciencia de los astros
busca morada al margen de la carne
y abandona en el alma su destino
de mar vencido entre ángeles y abismos.

Ahora, Días del monje, la segunda parte de Estuario es una poesía que se desliza
en un hablarle permanente a la divinidad. Nuestro poeta ha ascendido al plano
espiritual más sagrado en el que cada poema está dirigido a la presencia divina.
El poeta hace que la divinidad le escuche a través de su escritura iluminada:

A veces,
al caer la noche,
temo entrar con mi cuerpo
en tu vasto silencio.
Y sin embargo,
entre los cirios
hay algo que ya es mío.

6
Tu misterio está en todo:
Estás solo y te amas

Esa fiebre, ese fuego nocturno, le aguza la visión:

Lo que veo es muy sencillo


Pero lo que no veo
es aún más sencillo.
Desde tu hondura veo
contra la noche
un ciprés y una rosa.
Y lo que no veo
solamente es tu hondura.

Me hiciste monje
para cerrar los ojos.

Cerrar los ojos para ver lo real. Esa es la más alta contemplación a la que ha
llegado nuestro poeta. Esta plenitud se logra en estados muy especiales del ser :
la experiencia mística es un devenir en el que el poeta ha entrado, es su refugio y
su herida al mismo tiempo. Porque ver duele y ese dolor lo sublima el éxtasis, en
el otro lado de la noche: “El éxtasis no explica nada, no justifica nada, no aclara
nada” (Bataille). Así la poesía como éxtasis. Así, la poesía que le dice a la
divinidad:

Entraré en tu silencio
y te adoraré
en diferentes lugares
de la noche.

Es un libro con densidad, exigente en su devenir. Invita a aguzar los sentidos y a


dejarse llevar por el flujo de sus símiles, de sus percepciones particularmente
descritas : sagrada fenomenología “porque sólo queda este hontanar pleno y
vibrante/ cuando el cuerpo se aleja con el viento/ y se sumerge en el rito solar que
lo ha inetgrado”.

Con Carlos Obregón experimentamos el poema como esa cápsula donde lo


sagrado permanece y le da sentido a la relación del ser con lo viviente, con el
universo y su torrente de astros.

7
Como expresara Gilberto Abril Rojas: “Obregón se disuelve, se fragmenta en la
sonoridad de la palabra, en el fuego poético que penetra las cosas y las vuelve a
su estado original. Versos escritos bajo la tutela de un vaivén cosmológico”. De
ahí que sea un visionario, alguien que prepara su cuerpo para las contiendas
espirituales de la noche,en las que experimenta “la castigada soledad del ojo”.

Estuario es su gran libro de poemas, es, junto con Distancia destruida y algunos
poemas no presentados en libro (poesía inédita) su gran legado. Obra breve, de
excelsa factura y espiritualidad fulgurante, cuyos signos se trepan a nuestro cielo
y nos revelan la dimensión de un hombre grande, expuesto a la intemperie divina
y por cuyo gesto la poesía en Colombia adquiere la consistencia de lo auténtico y
logra presentarnos un panorama muy particular, una geografía interior proyectada
por una existencia vibrante ante los instantes poéticos “labrados sobre el yunque
del espíritu más sólido”

8
POEMAS DE CARLOS OBREGÓN. Carlos Obregón Borrero fue un poeta de Colombia
nacido en Bogotá el 21 de febrero de 1929. Se suicida en España el 1 de enero de 1963. Se le ha
asociado a la generación de Mito. Su obra empieza a ser reivindicada, dada la luminosa
intensidad expresiva, la exquisita forma, la índole metafísica y espiritual que la caracterizan;
obra considerada entre las más valiosas del país, pese a la brevedad y el silencio que rodeó en
vida su trabajo.

EL TIEMPO CONTEMPLADO

I
Vibraba el cielo. El río en cada tallo
aguazaba un silbo lunar de lento vuelo.
Lejos, la noche rezaba un salmo de madera
entre flores calcinadas y aspas de molino.
Por la tierra azotada tres caballos tres caballos
de exilio galopaban, ágil fuga
de aire ennegrecido y ceniza volandera.
Una llama profunda hincaba su fulgor
contra los ojos. El tiempo estaba entre
filos de luz y estrellas desplomadas
y un viento sin origen hendía el mundo.
Polvo y esparto. Muros blancos. Trigo.

II
Surgen densas las horas en la cala desierta.
Desde lejos me llaman otras islas voraces
y los peces arrastran el latido del tiempo
entre rocas y espuma. Cielo adverso, combado
sobre el mar del exilio. Las olas con ahínco
bambolean un barco fondeado a pocas brazas.
Mortal cae en el día la honda luz del silencio.
El sol clava su fuego sobre el cuerpo desnudo
y en los guijarros brilla más antiguo que ellos.
Soledad en las rocas, en los ojos que esperan.
Con el viento maduro tras el recuerdo emigro
por rutas interiores hacia un incendio verde
de islas y centauros. Un golpe de alcatraces
llega desde la noche y abandona su huella
en la playa caldeada. No es el tiempo insaciable
lo que inunda los ojos, es el mar combatiendo
la violencia del odio que desgarra su seno
y allí trama el temblor de los dioses malditos.

9
CANTO III

Toda la luz sobra si la fe que nos guía


no colma nuestro viaje. Más allá de la nieve
está el fuego que en el fondo crepita, tutelar,
para los ojos que miran hacia adentro
con el anhelo de las aves caídas.
Después de las palabras queda el eco
de un fervor ignorado que se pierde en la fronda
que tejen nuestras tardes de contemplar callado
y hacia donde existimos renace nuestro olvido.
No un simple paraíso donde el cuerpo fuese
el dios de sus placeres, sino un estar dentro
de lo que siempre es río, la delicia misma
que desde el centro estalla, florece y se despliega.
No otra cosa perdimos y ahora sólo quedan
cenizas y ascuas en las manos del ángel
que desde un nuevo umbral nos invita a gustar del misterio,
y vivir es avanzar en su reclamo y esperar el retorno
en las horas desiertas que caen hacia la noche.
¡Si siempre nos golpeara el amplio murmullo
de las alas eternas! Porque no sólo faltan
palabras de mar, hogueras bajo el viento,
sino una intensidad más cerca de los labios
que aún después de que las ascuas los ungieron
no pueden proclamar lo que han gustado.
¿Quién, más allá del rostro que iluminó la Noche,
se atrevería a avanzar su soledad
hasta el fondo del vientre y allí rescatar
todo el olvido? Pero aun si la gran bóveda
sólo fuese esto: un vientre -hay algo más
de raíz y de ángel que en la carne progresa
hacia la plenitud de otro fruto celeste.
La criatura es pregunta: la espera,
el vuelo pensativo de alguna hoja que cae
en la visión dorada, dejando más acá de los ojos
lo imposible y lo arcano; y que no sea
la puerta estrecha que se abre y nos despide,
porque aquí, con la paciencia de la tierra,
está la misión de nuestras horas.
Dios cubre de eternidad nuestra pupila
y su silencio de fuego posee nuestro lenguaje,
mas el hombre, en tensión rebelde,
sólo espera que los ojos, cual pájaros de exilio,

10
se adentren voraces en la hondura del viento
tras los astros que queman su plegaria en la noche.
Hontanar de auroras fue el éxtasis ardiente
del alma por los poros; luego, el tiempo,
el nuestro, el que en la carne late,
hincó de nuevo el ojo en la simiente
y un insecto solemne agonizó en las grutas
con las flores marchitas y los frutos sedientos,
y el río y su transcurso de dios ebrio
fue de nuevo avidez y lamento. El mundo se apaga,
huye con el humo y nada queda en las manos
si lo que ellas palpan no es algo más antiguo
que el terror o el deseo: incendio estelar
que a veces nos llega como rito que en el tacto florece,
gratuito y ungido, desde un fondo remoto.
Pero nada sabemos: sentir sólo es primicia.

DISTANCIA DESTRUIDA V

Tu voz se desploma, se sumerge y se pierde


en el ocaso de los dioses.
Ahora eres tú entre las columnas sagradas
que erigió el proceso del sueño y el gigante.
Escucha la canción alta que habló bajo la lluvia.
Eres entre mi pulso enloquecido por la noche
y el ángel de tu voz nunca cede
el poder ni el horror de sus manos.
Ahora eres como pilar entre los días
porque nunca ha habido palabra tan grande como siempre,
porque en Viena te escucho cantando alucinada,
perdida allá entre las cosas tuyas.
Allá eres, vives, eres sombra de sombra de amor entre las sombras vivas,
voz y mano de diosa gravitando los seres.
Cada vez te encuentras más cerca de mi bosque:
perenne, esbelta en tu murmullo caes, danzas,
eres lo que entonces y siempre relatabas,
la palabra en el aire como una rosa alada,
eso eres en tu ausencia
y las estrellas esta noche me hablan de tus pasos.
Eres lejana y plena como torre de guerreros y ángeles,
¿y tu voz?, esa es tu alma: tus labios en los años,
esa eres tú, Marión, en el recuerdo,
esa es tu alma.

De “Distancia destruida”

11
DISTANCIA DESTRUIDA XII

Extranjero: esta es la pasión del ángel:


despertarse en la ribera del instante,
solitario entre las palabras y las piedras.
Cuando sólo existe el árbol de la noche,
nos basta lo que existe
y el tiempo son las torres que enfrente al mar esperan
el exilio nocturno de los viajes,
el silencio del claustro.Su voz son estas cosas, estas horas que hablan
con el sol del verano,
retornando en la tarde a su nombre duro y verdadero
como retorna en los oídos la violencia del viento
o el mar que nos invade.
He aquí el tiempo de las manos
renovado en la noche cuando la palabra muere.
Escucha: entre la hierba, la santidad del mundo
y las preguntas hoy cantan la soledad de cada paso.
Vivir es ser su cuerpo, que la mirada viaje en su distancia
como una ave sin rumbo entre las rocas
y luego irse, exiliado, y más allá de la piel,
desde las torres, desde el mar hasta el ángel
ser la ruta del viento,
alejarse y perderse en el silencio que nos puebla.
Extranjero: el ruido del bosque es el poder de un sólo instante,
el nacimiento de las voces que te hablan.
Quien se habita es el desierto: su soledad es nuestra.

***
Como la rosa contiene su quietud
y el mar el tiempo,
el fuego, más que fuego, contiene en certidumbre
liturgia de sí mismo, silencio en el silencio,
desde adentro volcando en fulgurante idioma
hacia qué atmósfera libre de criaturas,
hacia qué santo rezo.
Instante ardiente: su fervor se engendra
en la pupila tutelar del ángel
y su sustancia es la noche misma.

***

Pasajera del viento


la hoguera yergue su conjuro
de extático silencio

12
templa con acerado amor
el ser la eternidad que vibra
huidiza y desvelada
tensa es la noche donde Dios la enciende.

De “Estuario”
(Deyá, Agosto)

Hondamente resuena la soledad del valle


poblada por las aves en su vuelo errabundo.
El sol reverbera bajo un sol inclemente
que despierta en las piedras un fulgor rojo y seco.
La torre de la iglesia domina vigilante
el mar y las colinas. En el hastío de agosto
el agua se desliza bañando con desidia
el cauce del invierno, mientras viejas esquilas
llaman, entre olivares, algún pastor ausente.
Por los huesos asciende el calor de la tierra,
fuego de lentas lenguas y de arcanas preguntas
que en los labios se encienden. No hay nada bajo el cielo,
sólo oquedad quemada por la luz del estío.
La espera está en la tierra, la carne está en el siglo.
Hacia las rocas vivas de los cerros del fondo
mi soledad se adentra mientras arden los ojos
en un mirar sediento. Calor de pocas horas
me queda entre las manos. Sumido en su añoranza,
por el Clot baja el tiempo huyendo con hondura
hasta el umbral del alma. El ojo mira y reza.
Quizás el ciego muere en la casa del río
y su perro, en el huerto, huele a Dios sin saberlo.

De “Estuario”

***

(Deyá: El Puig)

En el collado que cae hasta las rocas


arraiga el olivar sus lentos años.
De la mar viene un viento tan profundo
y tan libre que en él perdura el día.
La fronda del verano exhala un gozo
renacido en la luz que se hace espacio
y en él huyen las horas con los ríos,
invisibles viajeras del olvido,
mientras campanas desde lo alto llaman
los hondos santos de esta tarde clara.
La iglesia sufre el sol como una roca.
El ciprés enciende la oración verde
de un antiguo rezo, y el cementerio

13
guarece paz canora, espigas, flores
que renacen bajo un rumor de fuentes
escondidas, de pájaros que duermen.

De “Estuario”

***
(La soledad sonora)

La noche lo guió hasta una cima


de amor en soledad gozada,
libre el alma, el tacto ardiendo
en fuego de entregado hallazgo.
Supo irse al alba de su viaje,
los ojos llenos de un mar vivo.
Supo ser noche y perdurar de hondura.
Su rezo estuvo en las montañas
abierto al difícil silencio
de los astros. Fue su transcurso
armonía pura, ágil llama
en vuelo sin medida. Cruzó el mar
de par en par el viento poseído,
en soledad sonora halladas
las riberas. Fue el cuerpo su morada,
el alba nuevo umbral en el amor
vivido. Sombra fue el día, las horas
labradas por la espiga y el silencio
dormido en el desierto: esperaba
fervor de incendio en cada instante,
esperaba que el fuego fuera noche
para cantar la fuente que escuchaba.
Ya no había distancia en su pupila.
Supo ser noche y perdurar de hondura.

De “Estuario”

***

(Claustro)

Se recorre el silencio en cada cosa,


mano ardiente en la sombra, fuente pura.
El río apenas suena entre la fronda,
el agua breve en un hablar callado,
las hojas pardas y el verano huido.
Lento se pliega el día como un ave
cuando el salmo talar enciende cada
cirio y en el lenguaje de los ritos,
las cisternas guardan el eco casto
del viento y de los siglos. La ribera

14
de la voz fue despojada de todo
vestigio de fogatas y bajeles.
El tiempo gime quebrado en los arcos,
tiempo de claustro y oración de ojiva.
Entre pilares y espigas doradas,
las diminutas manos de la lluvia
trazan y cantan la canción transida
que arrulla la rosa y baña el recuerdo.
Exilio fue la voz desde las torres:
Solo queda este espacio que es ausencia,
floración impalpable de cenizas.

De “Estuario”

***

Plegaria de los huesos

Plegaria de los huesos


Tiempo de claustro y oración de ojiva
Insecto simultáneo
Ovario que adolece y que vigila
Pupila entre la sangre
Estrella primordial en la pupila
Noche arcana de fuego
Incienso en el vocablo del olvido
Alabanza de lluvia
Eco de cisterna en la luz perdido
Cristal ciego en el viento
Instante intemporal entre los cirios
Salmo de piedra y río
Padre nuestro de pan y manos limpias
Escala en el desierto
Madre del pan, abeja de maitines
Hontanar de primicias
Paso lunar y bóveda infinita
Lenguaje sumergido
Colmena abandonada del olvido
Trinar temprano y ágil
Espiga verde bajo el viento ungido
Campana del silencio
Hosanna vesperal en el vacío
Fervor tenso del fuego
Torre yerma del alma, altar cumplido
Huída entre los árboles
Noche, ceniza y estación dormida
Fuente en los labios, lámpara ofrecida

De “Estuario”

15
***

(En la cárcel)

Es la hora en que mueren los malditos


los huesos lanzan un vasto grito de ceniza
mientras gime el viento bonachón y enorme
con un hosanna blanco de rebeldes palomas.
Quieta noche, del aire apenas viene
un sonido cansado de barcos que se alejan
y hogares donde se ama, un sonido
que crece hacia adentro hasta tocar el alma.
Giran las sombras, voy hasta mí mismo,
me persigno y elevo las palabras.
Esta noche de ascuas enlutadas, me basta
la pupila en la celda donde fumo
una pipa de hartura y de deseo
y luego, respirar un hondo espacio,
salir del tiempo, estar bajo otro cielo.
Basta el viento y poser su origen.
Aquí, sin nadie, entre estos muros.

De “Estuario”

***

Hacia mañana voy a grandes rasgos

Hacia mañana voy a grandes rasgos


con el humo del sol y las gaviotas.
Tuerce la noche otro recodo
y agoniza una luna inverosímil
como blanco conjuro que me acecha.
En los muelles se aleja una campana
con un doble lamento de distancia
que tiende alas de mar sobre los ojos.
La flor emigra y adolece.
Reverbera la noche entre las olas
dejando en los oídos
su vigilia de astros y amapolas.
Desde el olvido sube hasta los labios
un turbio olor de gleba y polen de cereales.
Muerde el estío los frutos más remotos
y el ojo de un caballo los mira y los desea.
¡Tanto mundo sin cuerpo ni habitante,

16
tanta huella mortal en esta noche!

De “Estuario”

17

También podría gustarte