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CENTRO DE BACHILLERATO TECNOLÓGICO industrial y de servicios
no.160
“ING. Víctor Bravo Ahuja”
Administración de Recursos Humanos
Ciencia, Tecnología, Sociedad y Valores
Cortes Bautista Dora Luz
5BAM
Gomez Reyes Uriel
Semestre Agosto 2024- Enero 2025
Lo que sucedió en las finanzas de la economía mexicana en diciembre de 1994, sirvió de detonante a una crisis financiera de repercusiones mundiales. La tasa de cambio, esto es, el valor de una moneda en términos de otra, el valor del peso en dólares, o el del dólar en pesos, por ejemplo, se encontraba, como era frecuente en México antes de elecciones presidenciales, sobrevaluada. El guión, y los ritos de la ceremonia de iniciación presidencial se parecían a otros ya vividos, aunque, ciertamente, los principales actores de la política y de la economía eran otros. La estabilización, la reestructuración, y otras reformas que el gobierno había iniciado, ocupaban ahora un lugar secundario frente a la urgente tarea de lograr resultados contundentes y creíbles a favor del candidato del gobierno. En cumplimiento con los tiempos que dicta la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, el nuevo gobierno del viejo partido anunció, en mayo de 1995, un programa estratégico, el Plan Nacional de Desarrollo. Este plan delineaba la orientación general de la política económica, y acompañaba proyecciones globales de las variables clave para el período presidencial de seis años que acababa de empezar. Más adelante, entre 1994 y 1995, la economía de México experimentó la peor recesión de la que se hubiera tenido memoria. De esta crisis financiera, y de sus repercusiones, se hablará más adelante en este trabajo. (Ver Parte IV La visión monetaria). Por ahora baste señalar que el PIB en ese tiempo disminuyó 6.2%, y que el auge de las exportaciones fue insuficiente para contrarrestar la reducción en la demanda interna. No obstante, esta situación, se mantenía un cauteloso optimismo y se esperaba que, en 1996, el crecimiento fuera de 4%. Por otra parte, el crecimiento de las exportaciones en 1995 fue parecido al de 1982, con la diferencia de que en 1995 el impulso se originó en el comercio de los productos manufacturados que constituían más del 80 por ciento de las exportaciones totales. En 1982, en contraste, el impulso se originó en las exportaciones petroleras. Por lo que respecta a las importaciones, también se dieron diferencias notables entre esos dos años, resaltando el hecho de que su disminución no tuvo un impacto significativo en el ajuste en la cuenta corriente (diferencia entre exportaciones e importaciones). Puesto que entre 1995 y 1996 las importaciones no disminuyeron significativamente, el ajuste en las cuentas externas es atribuible más a incrementos en las exportaciones que a disminuciones en las importaciones. Se puede decir entonces que desde 1995, las exportaciones de bienes y servicios estimularon de manera significativa la actividad económica. En ese año, por ejemplo, las exportaciones crecieron 36%, casi el doble de lo que lo habían hecho en 1994, año en que el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) entró en operación. Por otra parte, la disminución del consumo privado en 1995 (7%) puede atribuirse, entre otros factores, a que la población disponía de ingresos reales más bajos. En ese año tanto los salarios como el empleo disminuyeron. Además del descenso del ingreso de las familias causado por la disminución de los salarios reales y del empleo, la situación empeoró cuando aumentó el IVA. No obstante, la desaceleración que se dio entre 1994 y 1995, el crecimiento de las exportaciones siguió siendo el principal estímulo a la economía. Debe tenerse presente que el crecimiento de la economía se mantuvo a pesar de una disminución significativa de la demanda global interna. Esto es explicable, ya que la devaluación del peso, que se llevó a cabo simultáneamente, estimuló a numerosas empresas a reorientar su producción hacia mercados externos (los productos mexicanos se hicieron relativamente más baratos para los que compraban nuestras exportaciones). Dicho de otra manera, aunque la demanda interna disminuyó en 1995, las exportaciones aumentaron lo suficiente como para compensar esta disminución. Recuérdese que nuestras exportaciones es uno de los renglones que componen la demanda global de nuestros productos. Afortunadamente, y con la ayuda de la dosis de buena suerte que siempre nos acompaña en estos menesteres aparecieron, primero sigilosamente, y abiertamente después, los que nos rescatan con la misma facilidad y frecuencia con que nos hunden. Para la primera semana de julio de 1995 México ya había recibido 22 500 millones de dólares del extranjero mediante acuerdos distribuidos de la siguiente manera: 12 500 millones de dólares por parte del Tesoro y de la Reserva Federal de Estados Unidos, 300 millones del Banco de Canadá, y el resto del Fondo Monetario Internacional (FMI). Según lo acordado, las autoridades económicas mexicanas deberían emplear estos recursos con tres propósitos. (1) redimir los Tesobonos, (valores atados al dólar), que habían llegado a su vencimiento; (2) refinanciar obligaciones en divisas de bancos comerciales y otros certificados de depósitos denominados en moneda extranjera y; (3) emplearlos para fortalecer la reserva de divisas. Poco después, en 1998, como consecuencia del aumento de la demanda interna y de la disminución de los precios del petróleo, la balanza comercial nuevamente se deterioró significativamente. El Banco de México aplicó entonces un “corto” a la economía con el propósito de disminuir la cantidad de dinero en circulación y la tasa de cambio. El “corto”, como se sabe, se refiere a un conjunto de medidas para retirar, del total de dinero en circulación, una cantidad acordada en períodos determinados. La idea del corto como mecanismo para disminuir la inflación se apoya en la venerable, y no tan joven, observación empírica de que el crecimiento acelerado de los precios (inflación) es proporcional al crecimiento de la cantidad de dinero en circulación. Esta proposición es central en la llamada Teoría Cuantitativa del Dinero que es venerada por los economistas identificados con el Monetarismo y el Neoliberalismo. Las políticas monetarias que en estas condiciones se recomiendan son de corte claramente restrictivo. Todas estas medidas, se pensaba, ayudarían a reducir la oferta monetaria y con esto la inflación. Aunque el sector industrial apoyó la política adoptada por el Banco de México de aplicar un “corto” de 20 millones de pesos diarios, advirtió, sin embargo, que el consumo interno en ese año disminuiría 4% debido a esa medida y que, además, se dejarían de crear 200 000 empleos. Las empresas también probablemente suspenderían sus inversiones debido a la contracción del mercado. No obstante, estas amenazas, se puede decir que el sector empresarial, en general, apoyó, aunque tibiamente, las medidas, del Banco de México a las que calificó, sin mucha originalidad, de “dolorosas pero necesarias”. (Expresión mexicana que se emplea para justificar casi cualquier cosa: una vez que algo ha alcanzado la categoría de “dolorosa pero necesaria”, una medida económica, por ejemplo, o un programa inepto y mal diseñado, o cualquier otra barbaridad económica, hay que aceptarla, sin importar cuan tanto daño haga, ya que ha alcanzado la categoría de “dolorosa pero necesaria)”. El ajuste en la cuenta corriente, posterior a la crisis del peso en 1994 fue rápido: el déficit disminuyó de 7% del PIB en 1994, a menos de 1% en 1995 y 1996. No obstante, esta situación favorable, y de que la demanda interna, aunque lentamente, se recuperaba, el crecimiento de las importaciones aumentó arrastrando a la economía a un nuevo deterioro de la balanza comercial. Estos acontecimientos contribuyeron a que, para 1997, apareciera un nuevo y significativo déficit en la balanza comercial, déficit que continuó creciendo a pesar de que se recibían, por concepto de exportaciones, otros ingresos del exterior. En marzo de 1998 se hizo un anuncio de gran trascendencia: el Banco de México sustituiría a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público en el control de la política cambiaria. Así, con la aprobación del Congreso de la Unión, se transfirieron facultades en materia de manejo de la política cambiaria y regulación del sistema financiero de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público al Banco de México. Esta medida daría independencia al Banco Central para diseñar una política monetaria de largo plazo, libre de los vaivenes y exigencias oportunistas de corto plazo del gobierno. En ese año de 1998 la deuda pública de México, en relación al PIB, era reducida si se comparaba con las de otros países miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos) o de América Latina. El componente externo de la deuda era de aproximadamente 20 por ciento del PIB, esto es, similar a la de otros países de América Latina y, además, con la ventaja de que se tenía un calendario cómodo de vencimientos. La estrategia de política económica para 1999-2000, presentada al Congreso en noviembre de 1998, reiteró los objetivos del Programa Nacional de Financiamiento al Desarrollo Económico (PRONAFIDE) que eran favorecer el crecimiento de la producción y del empleo, así como reducir la inflación. En particular, se insistía en la importancia de alcanzar un nivel aceptable de ahorro público, el componente del ahorro total que puede ser directamente manejado por la acción gubernamental. Estas medidas tenían como objetivo incrementar el ahorro interno de manera de no depender del ahorro externo y enfatizaban también, además, la necesidad de mantener controlable el déficit de la cuenta corriente. Lo que la mayoría de los mexicanos percibía en el sexenio de Zedillo, aunque sin comprender a fondo las complicadas políticas cambiarias, era que lo que estaba ocurriendo se parecía a algo ya vivido antes en el sexenio anterior: sobrevaluación de la moneda, crecimiento más rápido de las importaciones que de las exportaciones, y la incertidumbre que acompañaba el hecho de que las reservas se obtenían de capitales “golondrinos” o especulativos. Más adelante, al principio del 2000, con el propósito de disminuir las presiones inflacionarias y de hacer creíble la política monetaria restrictiva, el Banco de México decidió aumentar de 160 a 180 millones de pesos diarios el monto del “corto” que aplicaba al sistema financiero desde marzo de 1998. Así, para el año 2000, la tarea central del Banco de México consistía, como es costumbre y primero que nada, aplicar con eficacia una política monetaria restrictiva que disminuyera la inflación. Con esta orientación, la administración de Zedillo restringió la oferta monetaria en 17 ocasiones, y en cada una de ellas las tasas de interés nominales subieron alrededor de 2% y el tipo de cambio se devaluó, en promedio, 4.5%. Las estadísticas del Banco de México muestran que, desde marzo de 1999, la oferta monetaria —que es la suma de billetes y monedas en circulación, más las cuentas de cheques en moneda nacional y extranjera y otros instrumentos financieros— empezó a mostrar un incremento paulatino en su ritmo de crecimiento. Al cierre de 1999 la oferta monetaria había crecido 16.8%, aunque para enero del 2000 su crecimiento ya se había reducido a 14%. ¿Qué se puede concluir, hasta 1998, del desempeño macroeconómico de la economía mexicana en el período zedillista? Primero, a tres años de la crisis de 1994 la producción per capita era apenas 3% superior al nivel anterior a la crisis; Segundo, el empleo en el sector formal era, aproximadamente, 12% mayor que el de 1994, pero los salarios continuaban siendo 20% inferiores a los de 1994. Veamos el comportamiento de otras variables macroeconómicas clave en este mismo período. Según estimaciones, en 1999 la Inversión Extranjera Directa (IED) financiaba el grueso del desequilibrio en la cuenta corriente de la balanza de pagos. Cabe, por otra parte, resaltar que buena parte de este financiamiento se obtenía de los incrementos en las exportaciones petroleras y de las maquiladoras. Si se excluyera el efecto positivo que la maquila tuvo sobre el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos, esta habría sido equivalente al 6.6 por ciento del PIB al cierre de 1999. Para finales de 1999 el déficit en la cuenta corriente había disminuido y equivalía a casi el 3% del PIB. Buena parte de la disminución del déficit en ese año se debió, como se dijo, al efecto positivo de las exportaciones petroleras, y al incremento del 20.3% en las exportaciones de las industrias maquiladoras. Si bien el objetivo de buena parte de las políticas en el año 2000 era evitar otra crisis de la magnitud de la de 1994, también era necesario enfrentarse patentes a problemas en cinco áreas críticas ya bien conocidas: (1) La fragilidad de las finanzas públicas; (2) La debilidad del sistema bancario; (3) El atraso del aparato productivo, y; (4) Los elevados índices de pobrezas y marginación social. Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), aunque el escenario económico en el año 2000 era diferente al que se tenía antes de la crisis de 1994- 1995, la fortaleza del peso (sobrevaluación) representaba un riesgo para las cuentas externas del país (balanza de pagos). Según cálculos, para el año 2000 el nivel de apreciación del peso no era muy grande y, además, se disponía de considerables reservas de divisas y una inversión extranjera directa más grande que la financiera que es más volátil. Se pensaba que un cambio en la estructura de las finanzas reduciría la vulnerabilidad de la economía en lo que corresponde al déficit de la cuenta corriente. Se creía también que las finanzas públicas se encontraban cercanas al equilibrio, aunque se reconocía que eran peligrosamente dependientes de los ingresos del petróleo. Se afirmaba, con optimismo, que aún siendo el caso de que amenazara otra crisis como la de 1994, el esquema de flotación del peso vigente en el año 2000 permitiría torear con éxito los ataques especulativos contra el peso. De 1995 al 2000 el PIB no creció al ritmo que se esperaba, a pesar de que la inflación había disminuido a lo largo del periodo. Este comportamiento del PIB nos mostró, una vez más, porque no es necesariamente correcto a asegurar que la disminución de la inflación necesariamente lleva al crecimiento de la economía. En los años 90, no obstante, el optimismo creado por el favorable grado de inversión otorgado a México por compañías financieras calificadoras internacionales, se percibían señales preocupantes: un tipo de cambio apreciado (un dólar barato que desalentaba las exportaciones y que estimulaba las importaciones) y una tasa de interés muy baja. Algunos economistas del 2000 sostenían, sin embargo, que a diferencia de 1994 no había razón para pensar que se tenía que soportar nuevamente la temida, inevitable y predecible crisis financiera de fin de sexenio. Los que así se manifestaban señalaban que México se encontraba, para finales del sexenio zedillista, en una situación distinta a la de 1994, sobre todo porque la economía funcionaba ahora con un régimen de cambio flotante, mientras que, seis años atrás era semifijo. (El tipo de cambio flotante, como se dijo antes, se refiere al mecanismo mediante el cual la tasa de cambio –el precio de una moneda en términos de otra- la fija libremente la oferta y la demanda de esa divisa y sin intervención alguna de autoridad monetaria). Aunque en el año 2000 el nivel de la tasa de cambio no anticipaba una crisis financiera, una devaluación no habría hecho daño y se habría considerado una buena decisión ya que, de otra manera, la entrada de capitales hubiera fortalecido (reevaluado) aún más el tipo de cambio y llevado a una pérdida de competitividad de los productos mexicanos en los mercados internacionales. Para otros, con otra visión, la supuesta pérdida de competitividad no tenía porque necesariamente ocurrir. Expliquemos. La ocasional pérdida de competitividad, de nuestros productos en el extranjero puede ser resultado de una tasa de cambio sobrevaluada que desestimula las exportaciones. Esta pérdida de competitividad, sin embargo, puede, en principio, reestablecerse si se reducen los costos de producción, mediante incrementos en la productividad que vienen de cambios tecnológicos. Debe hacerse notar, por otra parte, que la situación en el año 2000 era también diferente a la de 1994. El Banco de México ahora disponía de mecanismos efectivos para controlar los efectos negativos (inflación) de aumentos en la oferta monetaria que venían de incrementos en los flujos de capital, por ejemplo. Como ya se dijo, y según afirmaban en 1999 los economistas del gobierno, para liquidar la deuda externa de ese año bastaba con una cantidad equivalente a las reservas de divisas extranjeras y cuatro meses y medio de exportaciones. Debe hacerse notar, por otra parte, que no quedaba claro en estos cálculos si las exportaciones a las que se hacía referencia se les había descontado el valor de los insumos importados necesario para producirlas. De no haber sido así, el valor de las exportaciones habría sido claramente inferior a lo que se afirmaba. Según cálculos, por cada dólar exportado de manufacturas se necesitaba en ese tiempo importar aproximadamente 63 centavos de materias primas y componentes. De ser esto cierto, fácilmente podría ocurrir que, aunque ambas, las exportaciones y las importaciones crecieran, estas últimas podrían hacerla más rápidamente. De aquí obviamente se sigue recomendar que lo que se debe calcular en estos casos son las exportaciones netas (la diferencia entre las exportaciones y las importaciones) y no exclusivamente las exportaciones. Consideraciones similares deben tomarse en cuenta en la industria de las maquiladoras. Se ha calculado que en el año 2000, por cada dólar exportado por ese sector, se importaban, en promedio, 80 centavos de insumos. Luego, si bien era cierto que en ese año se exportaba un promedio mensual equivalente a 12 mil millones de dólares, de tomarse en cuenta los insumos importados necesarios para producirlos, las exportaciones habrían disminuido a menos de la mitad de lo que se afirmaba. Cuando Zedillo dejó la presidencia las variables macroeconómicas clave se encontraban, según datos oficiales, como sigue: En 1999 el ahorro interno equivalía al 20% del PIB. Al principio de 1994 apenas llegaba al 15%. Para el año 2000 se pronosticaba un déficit en la cuenta corriente equivalente al 3% del PIB, proporción que contrastaba con el 7% del mismo en 1994. Se calculaba que, para el cierre del 2000, la inversión extranjera directa cubriría el 71% del déficit en la cuenta corriente, cifra que contrastaba con el 37% que cubrió en 1994. En 1994 el tamaño de la deuda pública externa equivalía al 126% de las exportaciones totales, mientras que para el 2000 la relación era de 54%. Dicho de otra manera, en ese año la deuda pública externa se había reducido a menos de la mitad. Paralelamente, la deuda pública total había disminuido, de 46% como proporción del PIB, a alrededor del 25% al cierre de 1999. La deuda externa neta al final de la administración de Carlos Salinas era de 76 889 millones de dólares, en tanto que la de Zedillo, para diciembre de 1999, era de 83 338 millones de dólares. Esto es, el saldo de la deuda externa neta total se incrementó en el sexenio Zedillista en 6 509 millones de dólares, cifra que representó un aumento de 8.4 por ciento en relación al sexenio anterior. En el 2000 se contaba con reservas por más de 32 000 millones de dólares. En 1994 esta cifra era de sólo 6 000 millones. Según declaraciones oficiales, en 1999 el gobierno tenía acceso a un programa de fortalecimiento financiero que incluía disponer de recursos internacionales extraordinarios por 23 700 millones de dólares. En 1994 no se tenía con un programa de apoyo para que la transición sexenal se llevara a cabo sin sobresaltos ni sorpresas espectaculares. En el año 2000 las finanzas externas del país se manejaban mediante un régimen de tipo de cambio flexible lo que, en caso necesario, contribuiría a absorber las perturbaciones del exterior de manera ordenada evitando desequilibrios pronunciados. Para el 2000 los vencimientos de la deuda no eran de corto plazo, ni se tenía una deuda en “tesobonos” por más de 30 000 millones de dólares como en 1994. Según cálculos, para el año 2000 las reservas de divisas de que se disponía, más 4.5 meses de exportaciones, habrían pagado toda la deuda pública externa.