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Con Cristo o Contra Cristo

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“CON CRISTO O CONTRA CRISTO” por el R. P.

Joaquín Sáenz y
Arriaga. (Primera parte “1 de 2”)

Aclaración de Nicky Pío: Esta publicación es una valiente refutación del


R. P. Joaquín Sáenz y Arriaga, a errores que La TRADICIÓN de Iglesia
Católica, LAS SAGRADAS ESCRITURAS y hasta el mismo CRISTO
(fuente clara de las anteriores) jamás sostuvieron. Ya lo dijo nuestro Señor
Jesucristo por medio del Espíritu Santo en San Mateo Cap. 12. V. 30
“Quien no está conmigo, está contra Mí, quien no amontona conmigo,
desparrama.”

No existe bien alguno en la mentira queridos hermanos, ya lo dijo el Señor:


el demonio es el padre de la mentira. (San Juan Cap. 8. V. 44)

Amamos y rezamos incluso por los enemigos de Cristo, como Él mismo


Señor lo mandó, pero no podemos callar la verdad, que Cristo predicó
públicamente y pago con su sangre.

Y si de temor se trata, no tengan vergüenza de reconocerlo, pidan a Dios


vencerlo, el mismo Cristo (cómo verdadero hombre) tuvo miedo en su
Agonía en Getsemaní, pero venció el temor que paraliza y eligió hacer la
voluntad del Padre.

Como enseña el Santo y mártir Tomás Moro en su inconcluso libro “La


Agonía de Cristo”: Cristo nos enseñó a vencer el miedo, y así venció a dos
enemigos, al temor que es el peor enemigo, pues está dentro de uno y nos
impide realizar el bien, y a los hombres que querían matarlo, incluyendo al
mal falso de todos, que venía en actitud de amistad, sellando su traición con
un beso.

El Inmaculado Corazón de María nos libre de todo respeto humano, para


no emular el comportamiento de los traidores y cobardes que niegan a
Nuestro Señor, por una palma de efímero poder, por una miserable riqueza,
por placeres que pronto se vuelven hiel y hastío. Por un poco más de vida en
este destierro que llamamos mundo. Nada somos, sin Dios uno y trino, nada
somos si no podemos llegar a nuestra Patria Celestial, Sólo paja seca que se
consumirá en el fuego eterno.

Dada la extensión de esta publicación de hecho un (opúsculo) lo voy ir


haciendo por partes para no cansar al lector y darle tiempo a meditar su
contenido, les advierto no es una lectura para católicos que no conozcan el
problema que causo el Concilio Vaticano II, o no conozca lo que el mismo
Cristo dijo sobre los Judíos, para entender las blasfemias de la revista Look,
sin contar las grandes mentiras y difamaciones contra la Iglesia Católica y
los católicos, para entender claramente la verdad, “invertida por la revista
LOOK” es necesario tener una sólida formación previa. Pues estos
siniestros personajes como su padre son muy astutos para torcer la verdad,
enredar las cosas, y atrapar a los incautos.

Todo sea A.M.D.G. y salvación de las almas.

Nicky Pío (siervo inútil del Señor)

Pbro. Moisés Villegas R. Julio 27 de 1966.

Rev. Padre:

Por encargo del Excmo. Sr. D. Juan Navarrete he remitido a S. R. el


comentario que anteriormente había enviado al Excmo. Sr., para su
consideración. Adjunto encontrará el documento de aprobación del Sr.
Navarrete para que dicho comentario sea divulgado en esta Arquidiócesis.

Espero que todo llegue a sus manos a entera satisfacción. Pbro. Moisés
Villegas R.
Hemos leído con detención y ponderado seriamente los conceptos
expresados por el Dr. D. Joaquín Sáenz Arriaga en su comentario a los
artículos del Sr. Josep Koddy (Revista look, Enero 25 de 1966), acerca de
la Declaración que el Concilio Ecuménico Vaticano II ha hecho sobre el
problema judío, y nada hemos encontrado que de alguna manera se oponga
al Dogma Católico. Por esta razón autorizamos al expresado Sr. Pbro y
Doctor Sáenz Arriaga para que divulgue su opúsculo en esta Arquidiócesis.

Hermosillo, Sonora. Julio 23 de 1966.

JUAN NAVARRETE. Arzobispo de Hermosillo.

DOS PALABRAS DE INTRODUCCION

Al escribir este comentario, hemos buscado tan sólo el servicio de Dios.


Nos pareció irritante el que nuestros enemigos ataquen la indefectibilidad
de la Iglesia y quieran hacer pensar al mundo que ellos (los judíos) con su
dinero y con su intriga han podido cambiar la doctrina católica. Yo creo en
la Iglesia de los Papas y de los Concilios, no en la Iglesia de un Papa o de
un Concilio. Es absurdo querer desvincular las enseñanzas dogmáticas,
disciplinares o pastorales del Concilio Vaticano II de la contextura veinte
veces secular de la doctrina apostólica, de la doctrina de los Santos Padres y
Doctores de la Iglesia, de la doctrina de los Concilios y de los Papas
precedentes, de la doctrina secular de toda la teología católica. Cualquier
progreso, que desconozca el pasado, no es progreso, sino ruina y
destrucción; cualquier sentido contrario al que los dogmas han tenido, no es
interpretación, es claudicación.

Si los teólogos progresistas pueden escribir y defender sus locuras, creo


que hay derecho también para que la voz de la tradición doctrinaria pueda
escucharse. Creo en la Iglesia, cuyas notas distintivas son: “Una, Santa,
Católica y Apostólica”. Y la Apostolicidad de la Iglesia significa
precisamente esto: su indeficiente tradición que, arrancando de los
Apóstoles y de la Iglesia primitiva, conserva incólume el Depósito de la
Divina Revelación.
Esa doctrina tradicional de la Iglesia, que rudimentaria, pero claramente
aprendí en mi familia y en el Instituto de Ciencias del Sagrado Corazón de
Jesús en Morena, (de los Hermanos de las Escuelas Cristianas) quedó
después esclarecida y arraigada en mi alma en la sólida formación filosófica
y teológica de la antigua y santa Compañía de Jesús.

Pbro. Dr. Joaquín Sáenz y Arriaga.

Los dos últimos esquemas conciliares de la Declaración, publicados por la


revista LOOK.

El primero fue aprobado el 20 de noviembre de 1964, el segundo lo


promulgó Paulo VI, el 28 de octubre de 1965.

1) Texto aprobado el 20 de noviembre de 1964:

“Este Sínodo, al rechazar las injusticias de cualquier clase, que en


cualquier ocasión se hagan a los hombres, teniendo en cuenta el común
patrimonio (entre judíos y católicos), deplora, más aún, condena, el odio y la
persecución contra los judíos, ya haya sido hecha, en tiempos pasados o ya
se esté haciendo en nuestros días”.

“Procuren, pues, todos, que en la enseñanza del catecismo y predicación


no se enseñe nada que pueda traducirse en odio o desprecio a los judíos en
el corazón de los cristianos. Que nunca presenten al pueblo judío como
rechazado, maldito o reo del Deicidio. Todo lo que sufrió Cristo en su
pasión en manera alguna puede atribuirse a todo el pueblo (judío) que
entonces vivía y muchos menos el pueblo (judío) que ahora vive”.

2) La Declaración promulgada el 28 de octubre de 1965:

“Aunque las autoridades judías y aquellos que les seguían presionaron


para obtener la muerte de Cristo (cf. Juan XIX, 6), sin embargo, lo que
sufrió Cristo en su pasión no puede ser atribuido, sin distinción alguna, a
los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Aunque la Iglesia es el
nuevo pueblo de Dios, los judíos no deben presentarse como rechazados de
Dios o malditos, como si esto se siguiese de la Sagrada Escritura. Vean,
pues, todos, que en la obra catequista o en la predicación de la palabra de
Dios no se enseñe nada que sea inconsistente con la verdad del Evangelio y
con el espíritu de Cristo.

Más todavía, la Iglesia, que rechaza cualquier persecución contra


cualquier hombre, teniendo presente el común patrimonio con los judíos y
movida no por razones políticas, sino por el espiritual amor del Evangelio,
deplora el odio, las persecuciones y los movimientos de anti-semitismo, que
hayan sido promovidos contra los judíos en cualquier tiempo y por
cualquier persona”.

CÓMO LOS JUDÍOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATÓLICO


Por: JOSEPH RODDY. Revista LOOK 25 Enero 1966.

En la sencillez de su fe la mayoría de los católicos apoyan sus creencias en


las difíciles preguntas y no bien maduradas respuestas del catecismo. Los
niños en las escuelas de la Iglesia memorizan sus páginas, que difícilmente
olvidan el resto de su vida. En el catecismo aprenden que el dogma católico
no cambia y más vivamente que los judíos mataron a Jesucristo. Por causa
de este concepto cristiano, el antisemitismo se propagó, como una
enfermedad social, por el organismo del género humano, durante 20 siglos
que han pasado desde la muerte de Cristo. Su virulencia ha crecido en
ocasiones y en ocasiones ha disminuido, pero antisemitas nunca han dejado
de existir. Las mentes enfermas, siempre prontas a argumentar en todas las
materias, parecen que se han unido en todas las ocasiones para despreciar y
atacar a los judíos. Fue un convenio de caballeros lo que llegó hasta la
culminación de Auschwitz.

Es verdad que son pocos los católicos que directamente enseñan a odiar a
los judíos. Sin embargo, la doctrina católica no había podido eludir la
narración del Nuevo Testamento, según la cual los judíos provocaron la
Crucifixión. Las cámaras de gas fueron tan sólo la última prueba de que los
judíos no habían sido todavía perdonados. Pero la mejor esperanza de que
la Iglesia de Roma no aparecerá de nuevo complicada en un genocidio de
esta magnitud es el capítulo IV de la “Declaración (Conciliar) acerca de la
Relación de la Iglesia con las Religiones no-Cristianas”, cuya declaración
fue promulgada por Paulo VI, como ley de la Iglesia, casi al fin del Concilio
Vaticano II. En ningún lugar de su declaración o de sus discursos desde la
Cátedra de San Pedro, el Papa menciona a Jules Isaac. Pero, quizás el
Arzobispo de Aix, Charles D. Provencheres haya dejado perfectamente
esclarecida la ingerencia de Isaac, en la proclamación de este decreto
cuando dijo: “Es un signo de los tiempos el que un seglar y sobre todo un
seglar judío haya originado un decreto del Concilio”.

Jules Isaac era un famoso historiador, un miembro de la Legión de Honor


y un Inspector de las escuelas en Francia. En 1943, tenía él 66 años de edad
y vivía una vida desolada cerca de Vichy, después de que los alemanes se
habían apoderado de su esposa y de su hija. Desde entonces, Isaac no podía
menos de cavilar constantemente sobre la apatía con que el mundo cristiano
había contemplado el hado de los judíos incinerados.

Su libro “Jesús e Israel” fue publicado en 1948, y su lectura impulsó al


Padre Paul Démann a revisar cuidadosamente los textos escolares y a
comprobar así la amarga queja de Isaac, según la cual los católicos,
inadvertidamente, si no con toda intención, habían enseñado este desprecio
y este odio hacia los judíos. Gregori Baum, sacerdote agustino, nacido en
la ortodoxia judía, llamó a este libro “un conmovedor relato del amor que
Jesús había tenido por su Pueblo, los judíos, y del desprecio y odio que, más
adelante, los cristianos habían abrigado hacia ellos”.

El libro de Isaac fue ampliamente difundido. En 1949, el Papa Pío XII


concedió una breve audiencia a su autor. Pero debían pasar 11 años más
para que Isaac pudiera ver una esperanza verdadera. A mediados de junio
de 1960, la Embajada de Francia en Roma introdujo a Isaac a la Santa
Sede. Isaac quería ver personalmente a Juan XXIII; sin embargo, él fue
conducido ante el Cardenal Eugenio Tisserant, quien lo envió a
entrevistarse con el archiconservador Cardenal Alfredo Ottaviani.
Ottaviani, a su vez, lo envió al anciano Cardenal Andrés Jullien, de 83 años
de edad, quien con la mirada fija y sin manifestación alguna de emoción,
escuchó las palabras con que Isaac trataba de demostrar que la doctrina
católica conducía inevitablemente al anti-semitismo.

Cuando hubo terminado su exposición, el judío calló, como si esperase


una reacción del Cardenal, pero Jullien se mantuvo como una piedra:
Isaac, que estaba medio sordo, fijamente observaba los labios del Prelado.
El tiempo pasaba, y ninguno de los dos hablaba. Isaac pensó salir del
aposento, pero antes decidió hacer esta pregunta: “¿A quién tengo que
entrevistar yo para plantear este terrible problema?”; y, después de otra
larga pausa, el viejo Cardenal finalmente dijo: “A Tisserant”. Isaac replicó
que ya había visto a Tisserant. Otro largo silencio siguió luego. La siguiente
palabra del viejo Cardenal fue: "Ottaviani". Isaac insistió diciendo que ya
lo había visto. Y. al fin, después de otra pausa de silencio, brotó la tercera
palabra: “Bea”. Con esta consigna, Jules Isaac se encaminó a ver a Agustín
Bea, el único jesuita miembro del Colegio de Cardenales, Tudesco de
origen. “En él, dijo Isaac más adelante, encontré luego un decidido y
poderoso colaborador”.

Al día siguiente, Isaac tuvo un apoyo más fuerte. Juan XXIII, de pie, en el
pasillo de los aposentos Papales del cuarto piso, estrechó la mano de Jules
Isaac y le hizo sentar después a su lado. “Yo me presenté, como un no-
cristiano, el promotor de la Amistad Judeo-Cristiana, un hombre muy
sordo y viejo, dijo Isaac”. Juan habló largamente de su devoción por el
Antiguo Testamento, de su estancia como diplomático en Francia y
preguntó a su visitante dónde había nacido. Comprendió Isaac entonces que
el Sumo Pontífice quería charlar con él y empezó a preocuparse por la
manera cómo debía él dirigir esta conversación hacia el tema anhelado.
“Vuestra política, dijo el judío al Papa, ha despertado grandes esperanzas
en el Pueblo del Antiguo Testamento”. Y agregó luego: “¿No es este mismo
Papa, con su gran bondad, responsable de que nosotros hayamos concebido
mejores esperanzas?”. Juan sonrió afablemente. Isaac había ganado para
su causa a uno que quería escucharle. El judío dijo después al Papa, que el
Vaticano debería estudiar el anti-semitismo. Juan contestó entonces que él
había estado pensando desde el principio de su conversación con el judío, la
conveniencia de hacer este estudio. “Yo pregunté luego si podía yo llevar
conmigo algún rayo de esperanza”, recordó Isaac más adelante. A lo que
Juan respondió diciendo que tenía derecho a algo más que a una esperanza;
y, haciendo a los límites de su soberanía, añadió: “Yo soy la cabeza, pero
debo consultar también a otros...esta no es una Monarquía absoluta”.
Para mucha gente en el mundo el gobierno de Juan parecía ser una
monarquía benévola. Por causa suya, muchas cosas habían acaecido entre
el catolicismo y el Judaismo.

Meses antes de que Isaac expusiese su querella en contra de los


“Gentiles”, el Papa Juan había organizado un Secretariado del Vaticano
para la Promoción de la Unidad Cristiana, bajo la dirección del Cardenal
Bea. Este Secretariado tenía por objeto presionar la reunión de la Iglesia
Católica con las Iglesias, que Roma había perdido por la Reforma.
Después que Isaac se separó, Juan manifestó claramente a los
administradores de la Curia Vaticana, que una firme condenación del
antisemitismo católico debía salir del Concilio que él había convocado.

Para el Papa Juan, el Cardenal germano era el legislador indicado para


ejecutar este trabajo, aun teniendo en cuenta que su Secretariado por la
Unidad Cristiana parecía a muchos tener una dirección combativa para
realizar con esta base, este nuevo objetivo. Para entonces habíase ya
establecido un gran diálogo entre las oficinas del Concilio Vaticano y los
grupos judíos, y tanto el Comité judío-Americano como la Liga Anti-
Difamatoria de la B'nai B'rith hablaron con vigor y claridad en Roma. El
Rabino Abraham J. Heschel, del Seminario Teológico Judío de Nueva York,
que había conocido 30 años antes en Berlín la personalidad y las actividades
de Bea, entró en contacto con el Cardenal en Roma. Ya Bea había leído “La
Imagen de los Judíos en la Enseñanza Católica”, escrita y publicada por el
Comité Judío Americano. Esta obra fue seguida por otro estudio del mismo
Comité Judío Americano, de unas 23 páginas, “Los Elementos Antagónicos
a los judíos en la Liturgia Católica”.

Hablando en nombre de ese Comité Judío Americano, Heschel


manifestó a su Eminencia el Cardenal Bea su esperanza de que el Concilio
Vaticano purgara la doctrina católica de cualquiera palabra que sugiriera
que los judíos son una raza maldita. Y, al hacer esto, esperaba Heschel
que el Concilio se abstuviese de cualquiera exhortación o sugerencia para
invitar a los judíos a hacerse cristianos. Por ese mismo tiempo el Dr.
Nahum Goldmann en Israel, Jefe de la “Confederación Mundial de
Organizaciones Judías”, entre cuyos miembros existen judíos de distintas
tendencias (desde las más ortodoxas hasta las más liberales), urgía al
Papa con idénticas aspiraciones.

La B'nai B'rith pedía a los católicos que desarraigasen de todos los


servicios litúrgicos de la Iglesia cualquier lenguaje que, de alguna manera,
pudiera insinuar el anti-semitismo. Ni entonces, ni en cualquier tiempo
futuro sería fácil el realizar completamente estos anhelos. La liturgia
católica, que fue sacada de los escritos de los primeros Padres de la Iglesia,
no podría fácilmente tener una nueva edición. “Aunque Mateo, Marcos,
Lucas y Juan hayan sido mejores evangelistas que historiadores, sus
escritos, según el dogma católico, fueron divinamente inspirados; y
alterarlos sería tan imposible, por lo tanto, como cambiar el centro del
sol. Esta dificultad puso en graves apuros teológicos así a los católicos,
que tenían las mejores intenciones, como a los judíos, que tenían la más
profunda comprensión del catolicismo.” Y, al mismo tiempo, provocó la
oposición de los conservadores de la Iglesia y, en cierto grado, las
ansiedades de los árabes en el Medio Oriente.

La acusación de los conservadores contra los judíos era que estos eran
deicidas, culpables de dar muerte a Dios en la persona Divino-Humana de
Cristo. Y que afirmar ahora que los judíos no eran deicidas era tanto como
decir de una manera indirecta que Cristo no era Dios, porque el hecho de la
ejecución en el Calvario era incuestionable para la teología católica. Sin
embargo, la ejecución del Calvario y la religión de aquellos que creen en
ella, son las razones por las cuales los antisemitas vituperan a los judíos
como “asesinos de Dios” y, “asesinos de Cristo”. Era evidente, por lo tanto,
que las Sagradas Escrituras de los católicos tendrían que ser sometidas a
juicio, si el Concilio se decidía a hablar acerca de los deicidas y de los
judíos. Hombres sabios y viejos mitrados de la Curia aconsejaron que los
Obispos del Concilio no debieran tocar este tema delicado. Pero, una vez
más, Juan XXIII ordenó que el problema se incluyera en la agenda del
Concilio.
“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”
R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO” por el R. P. Joaquín Sáenz


y Arriaga. (Primera parte “2 de 2”)

Nota de Nicky Pío: Después de estas dos publicaciones de la


primera parte, vendrán si Dios quiere, dos publicaciones de la
segunda parte completando así el pensamiento anti-Católico
expuesto por la revista LOOK. Luego vamos a publicar los
comentarios (refutaciones contra el error) del R. P. Joaquín Sáenz
y Arriaga a dicha publicación. Por último siempre que María
Santísima nos ampare, voy a terminar con un comentario final y
un material adicional.

Si la inviolabilidad de la Sagrada Escritura era el problema más grave de


la polémica en Roma, la guerra entre “Árabes e Israelíes” planteaba en el
Oriente otro grave problema. El Israel de Ben-Gurión, según el punto de
vista de la Liga Árabe, así como la China de Mao en el mundo fuera de
Taiwán, realmente no existe. O solamente existe como un hueso atorado en
la garganta de Nasser. Si el Concilio se atrevía a hablar en favor de los
judíos, los Obispos Árabes verían el orden espiritual comprometido y
sojuzgado por el orden político.

El siguiente paso sería luego el intercambio de diplomáticos, en una noche


entre el Vaticano y Tel Aviv. Esta era una crisis que la Liga Árabe pensó
poder superar con diplomacia. Los Estados Árabes, en contradicción con la
política de Israel, tenían ya entonces algunos embajadores en la Corte
Papal. Ellos tenían la consigna de recordar, de la manera más política, a la
Santa Sede, que alrededor de 2.756,000 católicos romanos viven en las
tierras árabes y mencionar también que 420 mil católicos Ortodoxos,
separados de Roma, a los que el papado espera atraer, son también súbditos
de los países árabes. Obispos de estas dos ramas del catolicismo podían ser
asociados para representar sus intereses ante la Santa Sede. Era demasiado
pronto para las amenazas. En vez de esas amenazas los árabes
importunaron a Roma para hacerle ver que ellos no podían ser ni
antisemitas ni antijudíos. Los árabes, decían, también somos semitas y, entre
nosotros, viven y han vivido miles de judíos refugiados. Los patriotas Árabes
son solamente anti-sionistas, porque, para ellos, el sionismo es un complot
que pugna por establecer el estado judaico en el centro del Islam.

En Roma, la opinión sostenida por el Medio-Oriente y los elementos


conservadores era que cualquier declaración acerca de los judíos sería
inoportuna. Pero en Occidente, en donde solamente en Nueva York, viven
225,500 judíos más que en todo el Estado de Israel, la opinión dominante
era que el hacer a un lado esta declaración significaría para el mundo una
gran calamidad. Y en este atolladero intervino la ingenua y corpulenta
personalidad de Juan XXIII, no para zanjar la disputa, sino más bien para
prolongarla. Con una manera de pensar muy suya, el Papa estaba jugando
con una idea, que la Curia Romana consideraba grotesca: los credos no
católicos deberían enviar sus observadores al Concilio.

La perspectiva de ser invitados no causó ninguna crisis entre los


protestantes, pero francamente no fue del agrado de los judíos. Para que
acudiesen al llamado pontificio se sugirió a algunos judíos que la teología
católica estaba relacionada con la teología judía; pero para permanecer
afuera, después de esa invitación, se les hizo notar que los judíos no podían
tener particular interés en ningún acercamiento a los católicos, mientras
algunos católicos estrechasen las manos del anti-semitismo.

Cuando se supo que la declaración de Bea, enviada para su votación en


la Primera Sesión del Concilio, contenía una clara refutación del cargo
del Deicidio, el Congreso Mundial Judío hizo correr en Roma la noticia
de que el Dr. Haim Y. Vardi, ciudadano del Estado de Israel, asistiría al
Concilio como un observador no oficial. Pudiera ser que estos hechos no
estuviesen entre sí relacionados, pero es indudable que parecen estarlo. Con
estas noticias, se escucharon, en tono más alto, otros reportazgos. Los
árabes se quejaron a la Santa Sede. La Santa Sede respondió que ningún
israelí había sido invitado. Los israelíes negaron que ellos hubiesen
nombrado a ningún observador para el Concilio. Los judíos de Nueva York
pensaron que un judío americano podría ser el observador. En Roma todo
terminó con un cambio en la agenda que hiciese manifiesto a todos los
hechos de que la declaración en favor de los judíos no sería puesta a
discusión del Concilio en aquella sesión.

Sin embargo, los Obispos tuvieron, fuera del Concilio, abundante lectura
relacionada con los judíos. Una agencia publicitaria, suficientemente
cercana al Vaticano para tener la dirección en Roma de los 2,200
Cardenales y Obispos que de afuera habían acudido al Concilio, entregó a
cada uno de ellos un libro de 900 páginas “Il Complotto contra la Chiesa”
(El Complot contra la Iglesia). Entre las infamatorias páginas del
libro, había algunos vestigios de verdad. La afirmación que dicho
libro hace de que la Iglesia había sido infiltrada por los judíos, era
una intriga eficaz para los anti-semitas; pero, es un hecho
innegable que muchos judíos, ordenados de sacerdotes, estaban
trabajando en Roma para obtener esa declaración en favor de los
judíos. Entre ellos estaba el Padre Baum, como también Mons.
Juan Oesterreicher, miembros del Secretariado de Bea. Y el
mismo Cardenal Bea, según el Diario del Cairo “Al Gomhuria”,
era un judío llamado Behar.
Ni Baum ni Oesterreicher se hallaban con Bea al declinar la tarde del 31
de mayo de 1963, cuando un limousine estaba estacionado, en frente del
hotel plaza de Nueva York, esperándole. El “ride” terminó seis calles más
adelante, en las afueras de las oficinas del Comité Judío Americano. Allí,
un Sanhedrín contemporáneo estaba esperando para dar la bienvenida al
Jefe del Secretariado por la Unidad Cristiana. La reunión fue guardada en
secreto para la prensa. Bea deseaba que ni la Santa Sede ni la Liga árabe
supiesen que él estaba allí para recibir las preguntas que los judíos
deseaban que fuesen contestadas. “No tengo autorización, les dijo Bea, para
hablar oficialmente”. “Por lo tanto yo solamente puedo decir lo que en mi
opinión puede y debe, en verdad, acaecer”.

Entonces él explicó el problema. “En términos redondos, dijo, los judíos


son acusados de ser culpables del Deicidio y se supone que pesa sobre ellos
una maldición”. “Él refutó ambas acusaciones”. Porque, según las
narraciones de los Evangelios, solamente los jefes de los judíos que estaban
entonces en Jerusalén y un grupo muy pequeño de seguidores (de la Ley
Mosaica) gritaron pidiendo la sentencia de muerte para Jesús: por lo tanto,
los ausentes y las generaciones de judíos que han nacido después, en
manera alguna, dijo Bea, pueden estar implicados en el Deicidio. Por lo que
se refiere a la maldición, raciocinó el Cardenal, no puede, en manera
alguna, recaer sobre los crucificadores, porque las palabras de Cristo
moribundo fueron una oración por su perdón.

Los rabinos presentes en el salón querían saber si la declaración, que el


Cardenal Bea estaba preparando, especificaría el Deicidio, la maldición y el
repudio divino del pueblo judío, como errores en la doctrina cristiana. Esta
pregunta implicaba el problema más delicado del “Nuevo Testamento”. La
respuesta de Bea no fue directa. El hizo ver a sus oyentes que una Asamblea
tan heterogénea y difícil de manejar de Obispos, no podía descender a los
detalles, a lo más podía convenir en las líneas generales; pero que esperaba
lograr presentar de una manera simple lo que era muy complejo.
Actualmente, añadió, es un error buscar la causa principal del anti-
semitismo en las solas fuentes religiosas, en los relatos evangélicos, por
ejemplo. Estas causas religiosas, como son mencionadas, con frecuencia no
son verdaderas causas; son solamente una excusa o un velo para encubrir
otras razones más eficientes de la enemistad.

El Cardenal y los rabinos brindaron después de la charla con un vino de


honor. Uno de los rabinos preguntó al Prelado sobre Mons. Oesterreicher, a
quien muchos judíos consideran demasiado apostólico para conquistarlos.
“Eminencia, dijo un reportero judío a Bea, Ud. sabe que los judíos no
consideran a los judíos conversos al cristianismo como sus mejores
amigos”. Bea contestó gravemente: “tampoco nosotros a los cristianos
convertidos al judaismo”.

No mucho tiempo después de esta entrevista, apareció la obra teatral de


Rolf Hochhutz “El Vicario”, que presenta a Pío XII como al Vicario de
Cristo que permaneció silencioso, mientras Hitler llevó a término la
Solución Final.

En las páginas de la revista “América” de los jesuitas, Oesterreicher


habló claramente al Comité Judío Americano y a la B'nai B'rith. “Las
agencias judías de relaciones humanas, escribió, tienen que hablar
claramente en contra de “El Vicario”, con términos inequívocos; de lo
contrario, ellas nulificarían su propio propósito”.

En el “Tablet” de Londres, Juan Bautista Montini, el Arzobispo de


Milán, escribió también un ataque a esa obra teatral, en defensa del Papa
cuyo Secretariado Substituto de Estado él había sido. Pocos meses
después, moría el Papa Juan XXIII y Montini era elegido su sucesor con
el nombre de Paulo VI.

En la Segunda Sesión del Concilio, en el otoño de 1963, la Declaración


sobre los judíos circuló entre los Obispos como el capítulo IV de la más
larga Declaración sobre “El Ecumenismo”.

El Capítulo V, que venía en pos del anterior, contenía la igualmente


discutida Declaración sobre la Libertad Religiosa. Como sucede con las
añadiduras a los proyectos de ley en el Congreso Americano, cada uno de
los disputados capítulos era como un pesado vagón enganchado al nuevo
tren del Ecumenismo. Casi al fin de esta Sesión, cuando llegó el turno para
la votación, sólo debía abarcar los tres primeros capítulos del esquema. De
esta manera los dos últimos capítulos (el de los judíos y el de la Libertad
Religiosa) quedaron hechos a un lado y esta decisión política evitó el
alboroto de un Concilio que con grandes dificultades pretendía ser
ecuménico.

A los Obispos se les aseguró que la votación sobre la Declaración judía y


la de la Libertad Religiosa vendrían pronto, en otra ocasión más favorable.
Y mientras los Obispos esperaban ansiosos esta votación, tuvieron tiempo
para leer el escrito “Los Judíos y el Concilio a la Luz de la Escritura y de
la Tradición”, una obra más pequeña, pero más venenosa que, “Il
Complotto”.

Pero esta Segunda Sesión terminó, sin el voto sobre los judíos o la
Libertad Religiosa, con una agria nota, claramente manifiesta, a pesar de la
visita anunciada por el Papa a Tierra Santa. Esa peregrinación del Pontífice
tenía que dar necesariamente amplio campo para los comentarios de la
prensa, pero dejó sin embargo espacio para hacer importantes
investigaciones sobre esas dos votaciones que habían sido pospuestas. “Algo
ha sucedido detrás de bambalinas”, comentó el National Catholic Welfare
Conference. “Este es uno de los misterios de la Segunda Sesión”.

Dos caballeros judíos que reflexionaron profundamente sobre estos


misterios, fueron Joseph Lichten de la B'nai B'rith, Liga Antidifamatoria en
Nueva York, de 59 años de edad, y Zacarías Shuster, de 63 años de edad,
miembro del Comité Judío Americano.

Lichten que había perdido a sus padres, esposa e hija en Buchenwald, y


Shuster, que también había perdido a unos de sus más cercanos parientes,
estuvieron entrevistando en Roma a numerosos Obispos y a otros oficiales
del Concilio. Estos dos “coyotes” o secretos agentes nunca aparecieron
juntos cerca de San Pedro tomando un vino Rosso. Ambos tenían la
consigna común de alcanzar la declaración más fuerte posible en favor de
los judíos, pero cada uno pretendía el crédito de este triunfo para su propia
organización. Esto, naturalmente, si se alcanzaba una declaración
verdaderamente fuerte. Mientras tanto cada uno de ellos,
independientemente entre sí, debía hacerse presente a la Jerarquía
Americana, como el mejor barómetro en Roma para expresar el sentimiento
de los judíos fuera de Roma, especialmente en los Estados Unidos.

Para darse cuenta de la marcha del Concilio, muchos Obispos de los


Estados Unidos en Roma dependían de lo que podían leer en el periódico
“New York Time”. Lo mismo sucedía al Comité Judío Americano y a la
B'nai B'rith. Ese periódico era el más eficaz para formar la opinión.
Lichten pensaba que Shuster era un genio para llenar las páginas de este
diario, aunque sus conocimientos teológicos no eran suficientemente
profundos. Algo semejante pensaba Shuster sobre Lichten. Ninguno de los
dos tomaba en cuenta a Fritz Becker que estaba en Roma como delegado del
Congreso Mundial Judío y, sin buscar publicidad, había conseguido alguna.

El Congreso Mundial Judío, según Becker, estaba interesado en el


Concilio, pero no pretendía dominarlo. “Nosotros no tenemos los puntos
de vista de los Americanos, dijo, para pretender llevarlos a la imprenta”.

El que estos temas se llevasen a la prensa empezó, sin embargo, a


complacer al Vaticano. Un experto en relaciones públicas hubiera dicho que
la Santa Sede se había mostrado poco experta en Tierra Santa. Cuando
Paulo oró a lado del Patriarca barbado ortodoxo Atenágoras (nota de
Nicky Pío: este personaje era un prominente masón) en el sector de
Jordania, la visita pareció muy bien. Pero, cuando entró en Israel, tuvo
palabras tajantes para el autor del “Vicario” y un discurso encaminado a la
conversión de los judíos. Su visita fue tan corta que ni siquiera llegó a
mencionar públicamente al joven país que estaba visitando.

Los observadores del Vaticano que estudiaron todos los movimientos de


Paulo en Tierra Santa consideraron que había menos esperanza para una
declaración en favor de los judíos. Las cosas se veían con más optimismo en
el Waldorf-Astoria de Nueva York. Allí, con motivo del aniversario del Beth
Israel Hospital, los invitados se enteraron de que el Rabino Abba Hillel
Silver, años atrás, había expresado al Cardenal Francis Spellman los
intentos hechos por Israel para obtener un asiento en las Naciones Unidas.
Spellman había dicho que, para ayudar a esta causa, él personalmente se
dirigiría a los gobiernos de Sud-América para invitarlos a que compartiesen
con él el profundo deseo de que Israel fuera admitido. Más o menos por ese
tiempo, el Papa americano (Spellman) dijo en una reunión del Comité
Americano Judío que era “absurdo mantener que exista o pueda existir
cualquiera culpabilidad hereditaria”.

En Pittsburg, el Rabino Marc Tanebaum del Comité Americano Judío


habló a la Asociación de Prensa Católica, sobre el cargo del Deicidio, y las
respuestas editoriales de los periódicos católicos fueron abundantes.
En Roma, seis miembros del mismo Comité Americano Judio lograron
tener una audiencia con el Papa. Uno de ellos, Mrs. Leonard M. Sperry
acababa de donar el Centro Sperry para la Cooperación de Grupo en la
Universidad Pro-Deo de la Ciudad Santa. El Papa dijo a sus visitantes que
él estaba de acuerdo con lo que el Cardenal Spellman había dicho acerca de
la culpabilidad judía. Esta vez los observadores vaticanos no pudieron
menos de cambiar su modo de ver el asunto, augurando ahora un futuro
color de rosa para la declaración.

El New York Times tuvo entonces su turno. El 12 de junio de 1964


informó que, en el último esquema de la Declaración, la negación del
Deicidio había sido suprimida. En el Secretariado por la Unidad Cristiana
del Cardenal Bea, uno de los dirigentes informó solamente que el nuevo
texto era más fuerte. Pero ni la mayoría de los judíos, ni muchos católicos lo
entendieron así. Antes de esta Sesión del Concilio y mientras el texto estaba
todavía sub-secreto, apareció una mañana todo el esquema en el “New
York Herald Tribune”. No se encontraba allí ninguna mención del cargo
del Deicidio. En su lugar había un claro llamamiento para extender el
espíritu ecuménico, porque “la unión del pueblo judío con la Iglesia es una
parte de la esperanza cristiana”.

Entre los pocos judíos, que no se preocuparon al leer esto, se hallaban


Lichten y Shuster. Ellos podían ver el esquema de una manera profesional.
Ese esquema se lee mejor en el periódico de la mañana tomando una taza de
café, que si el Papa mismo estuviese promulgándolo como una enseñanza
católica. A otros judíos les causó un efecto galvánico. Su decepción indignó
a algunos de los Obispos americanos, y Lichten y Shuster pudieron
comprender la causa de esta indignación. Las posibilidades de que una
declaración, sin la cláusula de la negación del Deicidio y con la sugerencia
o invitación velada para que los judíos se convirtiesen al cristianismo,
fuese aceptada por los Cardenales y Obispos americanos en el Concilio,
era lo que este par de buenos agentes encubiertos podían llamar falta de
lógica.
“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”
R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO” por el R. P.


Joaquín Sáenz y Arriaga. (Segunda parte “1 de 2”)

VIERNES, 22 DE JUNIO DE 2012

Nota de Nicky Pío: Seguimos con la publicación de la Revista “LOOK”


Por: JOSEPH RODDY. Hasta este punto de la lectura, quiero resaltar una
táctica que se viene empleando contra la Iglesia de Cristo, desde su
fundación hasta el presente, y que no falla. “LA QUINTA COLUMNA” Es
decir la infiltración, tantas veces denunciado por el libro “Complot
Contra la Iglesia” de Maurice Penay.

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO” por el R. P. Joaquín Sáenz y


Arriaga. (Segunda parte “1 de 2”)

COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATÓLICO (2)


Por: JOSEPH RODDY. Revista LOOK 25 Enero 1966.

Cerca de dos semanas antes de esto, Mons. George Higgins de la National


Catholic Welfare Conference de Washington D.C., prestó su ayuda para
obtener una audiencia papal al embajador de las Naciones Unidas, Arthur
J. Goldberg, quien era entonces Juez de la Suprema Corte de Justicia. El
Rabino Heschel aleccionó a Goldberg antes de que éste discutiese con el
Papa la Declaración.

El Cardenal de Boston, Richard Cushing, quiso también ofrecer sus


servicios. Por medio de su representante en Roma, consiguió otra audiencia
papal para el rabino Heschel, cuyos recelos sobrepasaban a los del
Cardenal. Teniendo como compañero a Shuster, del Comité Judío
Americano, Heschel habló seriamente sobre el Deicidio y culpabilidad
judaica en la muerte de Cristo, exigiendo también al Papa que presionase
para obtener una declaración en la que se prohibiese a los católicos hacer
labor de proselitismo entre los judíos. Paulo, algún tanto contrariado y
molesto, no parecía estar de acuerdo. Shuster desazonado, se disoció de
Heschel, empezando a hablar en francés, que el Papa entiende y habla, pero
el rabino no. Todos estuvieron de acuerdo en que la audiencia no había
terminado con la cordialidad con que habían empezado.

Solamente Heschel y otros pocos opinaron que la audiencia había sido


benéfica. Heschel invitó a un periódico israelita, para publicar que el texto
de la próxima Declaración saldría libre de cualquier tono de controversia.
Para el Comité Judío Americano aquella entrevista fue tan irritante como
las anteriores. La audiencia del rabino con Paulo en el Vaticano, así como
la reunión de Bea con los miembros del Comité Judío Americano en
Nueva York, fueron concedidas bajo la condición de que serían
conservadas en secreto.

El descubrir estas secretas conferencias en la cima hizo que los


conservadores empezasen a señalar a los judíos americanos como el nuevo
poder detrás de la Iglesia. Pero dentro del Concilio las cosas aparecían
todavía peores para los conservadores.

En la Asamblea Conciliar, los conservadores tenían la impresión de que


los Obispos estaban trabajando por los intereses judíos. Para su discusión
tenían ahora los Prelados el nuevo esquema, algún tanto debilitado en
comparación con los anteriores. Los Cardenales de San Louis y de Chicago,
Joseph Ritter y el ya difunto Albert Meyer, pidieron volver al esquema más
fuerte. Cushing exigía que la negación del Deicidio fuese de nuevo
mencionada. El Obispo Steven Leven de San Antonio pidió que se
limpiase el texto de todo argumento que pudiera ser controvertido y, sin
darse cuenta, expresó una visión profética acerca del Deicidio. “Nosotros
debemos arrancar esa palabra del vocabulario cristiano, dijo, para que así
nunca pueda ser usada de nuevo en contra de los judíos”.

Estas conversaciones inquietaron a los Obispos árabes, que afirmaban


que una declaración favorable a los judíos, expondría a los católicos a una
persecución, mientras los árabes estuviesen en lucha contra los israelíes.
Deicidio, culpa hereditaria y expresiones de invitación a conversión de los
judíos, parecían como otros tantos puntos de discusión para los árabes.
Ellos no querían ninguna declaración; su punto de vista invariable era que
cualquier declaración tendría un valor político en contra de ellos.

Los aliados, en esta guerra santa, eran los conservadores italianos,


españoles y sudamericanos. Estos conservadores veían la estructura de la fe
sacudida por los teólogos liberales, quienes pensaban que las doctrinas de la
Iglesia podían cambiar. Para los conservadores esto estaba cerca de la
herejía, mientras que para los liberales esto era pura fe. Más allá de la fe,
los liberales tenían los votos, y devolvieron la Declaración al Secretariado
para que fuese reforzada. Mientras la Declaración estaba siendo
reestructurada, los conservadores querían que fuese reducida a un párrafo
en la Constitución de la Iglesia.

Pero, cuando la Declaración apareció, al fin de la Tercera Sesión del


Concilio, era enteramente un nuevo documento llamado: “Declaración de
la Relación de la iglesia con las Religiones No-Cristianas”. Con esta
redacción, la Declaración fue aprobada por los Obispos con una votación
de 1770 votos en favor, contra 185 votos en contra. Gran regocijo provocó
esta votación entre los judíos de los Estados Unidos, al saber que
finalmente su Declaración había sido aprobada.

En realidad esto no era cierto. La votación solamente se refería a la


substancia del texto en general. Pero, dado que muchos votos iban
condicionados, (placet iuxta modum, es decir: sí, pero con modificación),
el tiempo que pasó entre la Tercera y Cuarta Sesión fue empleado en hacer
las modificaciones, que los 31 miembros del Secretariado pensaron que eran
aceptables. Según las reglas del Concilio estas modificaciones, después de la
votación ya hecha, sólo podían referirse a expresiones del lenguaje, pero no
a la substancia del texto. Mas el problema, que preocupaba a los filósofos
entonces, consistía en determinar lo que realmente era substancial o
meramente accidental al texto. Y los mismos teólogos también tenían sus
incertidumbres en este punto.

Pero, al principio, había menos obstáculos ocultos a los que enfrentarse.


En Segni, cerca de Roma, el Obispo Luigi Carli escribió, en el número de
su revista diocesana de febrero de 1965, que los judíos del tiempo de
Cristo y sus descendientes hasta nuestros días, eran colectivamente
culpables de la muerte de Jesucristo. Unas semanas más tarde, el domingo
de Pasión, en una Misa al aire libre en Roma, el Papa Paulo habló de la
crucifixión diciendo que los judíos fueron los principales actores de la
muerte de Jesús. El jefe de los rabinos de Roma Elio Toaff respondió con
desencanto: “Hasta las más distinguidas personalidades católicas hacían
resurgir los prejuicios de la Pascua que se aproximaba”.

El 25 de abril de 1965, el corresponsal del “New York Times” en Roma,


Robert C. Doty, desconcertó a todo el mundo. La Declaración sobre los
judíos se encontraba en aprietos: ésta era, en esencia, su información; y
decía además que el Papa la había entregado a cuatro de sus consultores
para que la limpiaran de toda contradicción contra las Escrituras y para que
fuera lo menos objetable para los árabes. Este reportaje fue refutado, como
todos los anteriores que el “Times” había publicado, pues tres días después
llegó a Nueva York el Cardenal Bea e hizo que el sacerdote, su Secretario,
negara la información de Doty, diciendo que su Secretariado por la Unidad
Cristiana tenía todavía pleno control sobre la Declaración acerca de los
judíos y dando una disculpa por el sermón del Papa: “Tengan Uds. la
seguridad que el Papa predicó para gente sencilla y piadosa y no para
gente instruida” dijo el sacerdote.

Por lo que toca al antisemita Obispo de Segni, el enviado del Cardenal dijo
que la manera de pensar de Carli definitivamente no era la del Secretariado.
Morris B. Abram, del Comité Judío Americano, fue al aeropuerto a recibir a
Bea y calificó como alentadora la opinión de su Secretario.
Días después, parte de los miembros del Secretariado se reunieron en
Roma para votar sobre las sugestiones hechas por los Obispos. Entre esas
sugestiones, algunas habían nacido y habían sido enviadas del cuarto piso
del Vaticano, bajo la firma del Obispo de Roma. Se ignora si ese Obispo en
particular fue ciertamente el que urgió el que fuese suprimido la negación
de la “Culpabilidad del Deicidio”; pero la alternativa posibilidad de que la
frase hubiera sido suprimida, aunque él hubiese indicado lo contrario, no
tenía ya importancia ahora.

En el Secretariado, todos coinciden en que la votación sobre el Deicidio


fue muy pareja, después de un largo día de debates. Eliminada la palabra
Deicidio, quedaba en pie la sugestión del Obispo de Roma, según la cual la
cláusula que comienza “deplora y en verdad condena el odio y la
persecución contra los judíos”, tendría una redacción mejor si se omitiesen
las palabras “en verdad condena”. Esta omisión dejaría el odio y la
persecución de los judíos “todavía deplorada”. Esta sugestión papal no
ocasionó ningún debate, sino que fue fácil y prontamente votada. Era ya
muy tarde, y nadie deseaba ya seguir discutiendo sobre menudencias.

Esa reunión tuvo lugar del 9 al 15 de mayo, y durante esa semana el New
York Times publicó una nueva historia, cada tercer día desde el Vaticano.
El 8 de mayo, el Secretariado volvió a negar que gente extraña hubiese
puesto la mano en la Declaración judía. El día 11 de ese mismo mes, el
Presidente de Líbano, Carlos Helou, árabe de raza y maronita católico de
religión, tuvo una audiencia con el Papa. El día 12 la oficina de prensa del
Vaticano anunció que la Declaración Judía permanecía invariable. Si esto
era para alentar a los judíos, parecía como si la prensa oficial declarase
demasiado.

El día 15 el Secretariado cerró sus reuniones y los Obispos se fueron


cada quien por su lado, unos tristes y otros satisfechos, pero todos con los
labios sellados por el secreto. Algunos pocos se preguntaban extrañados si
algo fuera de orden había sucedido y si, a pesar de las reglas del Concilio,
un documento conciliar había sido substancialmente cambiado fuera de
las sesiones.
El “Times” siguió provocando mayor confusión. El 20 de junio, Doty dejó
entender entre líneas que la Declaración en favor de los judíos bien pudiera
ser que fuese al fin del todo rechazada. El día 22 Doty publicó otro
reportazgo que vino a convertirse en un golpe dado a su propia nariz.
Comentando este reportazgo de Doty, una fuente cercana al Cardenal Bea
dijo que: “estaba tan carente de toda base que no merecía siquiera el ser
negado”.

Para quienes habían hecho de las refutaciones un arte refinado, este


mentís, era algo de lo que debían sentirse orgullosos, porque precisamente
era verdadero lo que trataba de ocultar completamente. Doty había escrito
que la Declaración estaba en estudio, cuando, en realidad, el estudio había
sido ya terminado; el daño estaba ya hecho y existía en verdad lo que
muchos consideraban como una Declaración, substancialmente nueva, en
relación a los judíos.

En Génova, el Dr. Willem Visser'tHoof, cabeza del Concilio Mundial de


las Iglesias, manifestó a dos sacerdotes americanos que si los relatos de la
prensa eran verdaderos, el movimiento ecuménico sería frenado. Sus
opiniones no fueron un secreto para los Jerarcas de los Estados Unidos.

Por su parte, el Comité Judío Americano en manera alguna se mantuvo


inactivo. El Rabino Tanenbaum presionó con recortes periodísticos de
airados editores judíos a Monseñor Higgins. Este Monseñor comunicó sus
temores al Cardenal Cushing y el Prelado de Boston hizo una delicada
indagación con el Obispo de Roma.

En Alemania, un grupo que trabaja en favor de la amistad judeo-


cristiana mandó una carta a los Obispos en la que se alegaba: “Hay ahora
una crisis de confianza vis-a-vis (cara a cara) hacia la Iglesia Católica”.
Para el “Times” nunca había habido una crisis de confianza vis-a-vis en
sus reportazgos desde Roma. Pero si hubiera habido alguna vez, esta
hubiera debido ocurrir el 10 de septiembre.

En su historia bajo el encabezado “NUEVO ESQUEMA VATICANO DE


LA EXONERACION DE LOS JUDÍOS, YA REVISADO, OMITE LA
PALABRA DEICIDIO”, Doty no quería que los lectores del “Times”
pensasen que él había penetrado los secretos del Vaticano. Se contentaba en
dar a entender que su fuente de información, “era una infiltración
autorizada por el Vaticano”.

Historias semejantes, publicadas en el “Times”, predijeron algunos otros


deslices del Concilio, antes de que estos hubieran ocurrido. La mayoría de
esas versiones del “Times” fueron substanciadas en libros y revistas
publicadas más tarde, aunque algunas de esas publicaciones hagan
referencia a otras fuentes de informaciones especiales.

La intelectual revista mensual, “Commentary” del Comité Judío


Americano había ya presentado el más frío reportazgo sobre el Concilio y
los judíos, bajo la firma de un seudónimo. F. E. Cartus. En una nota
marginal el autor remite al lector a un libro de 281 páginas, titulado “The
Pilgrim” (El peregrino), escrito bajo el seudónimo de Michael Serafian,
que confirmaba plenamente las afirmaciones de Cartus.

Más adelante, en la revista “Harper's”, Cartus, todavía con mayor


dureza, expresó sus dudas acerca del nuevo texto relacionado con los judíos.
Para apoyar su opinión, reproduce pasajes del “Pilgrim” y hace mención a
los reportazgos sobre el Concilio de la revista “Time”, cuyo corresponsal en
Roma se había destacado como escrupuloso autor de un notable libro sobre
el mismo Concilio.

Por ese tiempo, la revista “Time” y el “New York Times” de Nueva York
estaban satisfechos de tener dentro del Concilio un fiel informador. Sólo
como una humorada periodística de las revelaciones del hombre infiltrado
eran firmadas con el nombre de “Pushkin”, cuando estas informaciones
eran secretamente dejadas en las puertas de algún corresponsal.

Pero los lectores no vieron aparecer nunca más el nombre de Pushkin en


las últimas sesiones del Concilio. La sotana había descubierto el doble
agente, que nunca más pudo volver a trabajar. Resultó que Pushkin era el
Michael Serafian del libro, el F. E. Cartus de las revistas y un traductor
del Secretariado por la Unidad Cristiana, que cultivaba una cálida
amistad con el Comité Judío Americano.
Por este tiempo Pushkin-Serafian-Cartus estaba viviendo en el Instituto
Bíblico, en donde él era bien recibido desde su ordenación en 1954,
aunque allí su nombre era el de R. P. Thimoty Fitzharris O'Boyle, S. J.
Para los periodistas los informes secretos del joven sacerdote y las fugas
tácticas se ajustaban tan bien que el mismo autor no se resistía a
adornarlos de vez en cuando con un lenguaje florido y creador. Una
imprecisión o dos podrían ser atribuidas a haberse agotado la información
que él tenía. Se sabía que estaba escribiendo un libro en el apartamento de
una joven pareja. El libro fue terminado finalmente; pero también terminó o
bajó en la mitad la amistad. El Padre Fitzharris O'Boyle se dio cuenta que
había llegado el momento de emprender una marcha forzada antes de que
su superior religioso pudiese averiguar cuidadosamente las razones de esa
crisis de su camadería. Salió de Roma entonces, seguro de que ya no podía
ser útil allí.

Aparte de su gusto por los seudónimos, por las hermosas mujeres, y por
los relatos sobre lo no existente, y, tal vez, siendo un real genio para hacer
narraciones humorísticas, Fitzharris O'Boyle era eficiente trabajador en
el puesto que tenía en el Secretariado del Cardenal Bea, muy valioso para
el Comité Judío Americano y todavía es considerado por muchos en los
círculos de Roma, como una especie de genuino salvador en la Diáspora
(dispersión). Sin su intervención, la Declaración Judía pudo haber
fracasado antes, porque fue Fitzharris O'Boyle quien mejor ayudó a la
prensa para denunciar a los romanos que querían suprimirla. El hombre
tiene muchas peticiones de sacerdotes.

En las primeras sesiones del Concilio, cuando la Declaración necesitaba


ayuda, Fitzharris D'Boyle estaba en Roma; pero en la Cuarta y última
sesión del Vaticano II, no había ayuda visible. Y las cosas iban sucediendo
con gran rapidez. El texto había al fin salido debilitado, como lo había
predicho el “Times”.

Entonces, el Papa emprendió su viaje para pronunciar su discurso a las


Naciones Unidas en el que su “Jamais Plus la Guerre” fue un triunfo.
Después de ese discurso él recibió con afecto al presidente del Comité Judío
Americano en una Iglesia del East Side. Este acontecimiento fue un buen
augurio para la causa. En seguida, en la misa del Yankee Stadium, el
lector del Papa entonó el texto que comienza “Por miedo a los judíos”. Y
en la televisión esas palabras causaron ciertamente enorme sorpresa. En
todas partes se comentaban las alzas y las bajas de la Declaración en favor
de los judíos, y muchos de esos comentarios parecían preparar la
eliminación final del documento.

El rabino Jay Kaufman, vice-presidente ejecutivo de Lichten había


advertido a sus oyentes su propia incertidumbre, “ya que el hado de la
sección sobre los judíos se encuentra peloteado, como en un juego de
Badmington clerical, entre una próxima declaración y una cierta
refutación”. Shuster pudo escuchar esta opinión en el Comité Judío
Americano. Él pudo también oír a la oposición. No contento con una
declaración debilitada, él pretendía de nuevo o alcanzar una total victoria o
que no se hiciese ninguna declaración. Por ese entonces las últimas
palabras de los Árabes fueron respetuosamente presentadas en un
memorándum de 28 páginas en el que se pedía a los Obispos salvar la fe del
“comunismo y ateísmo y de la alianza con el Judaísmo comunista”.

En Roma, se había señalado el 14 de octubre de 1965 para la votación de


los Obispos sobre la Declaración Judía, y tanto Lichten como Shuster veían,
casi sin esperanza alguna, el mejorar en lo más mínimo esa Declaración.
Los sacerdotes habían introducido, con el texto repartido entre todos los
Padres Conciliares de las modificaciones que los Obispos habían pedido,
una copia de las secretas respuestas del Secretariado. El “modi” producía,
al leerlo, una sensación de desconsuelo. En el antiguo texto, el origen judío
del catolicismo estaba expresado en un párrafo que principiaba: “En
verdad, con un corazón agradecido”. Dos obispos (pero, ¿cuáles dos?),
sugirieron que las palabras “con un corazón agradecido”, fueron retiradas,
porque temían que esas palabras pudieran ser entendidas como si los
católicos estuvieran obligados a dar gracias a los judíos de ahora. “La
sugestión fue aceptada”, decidió el Secretariado. Las respuestas del
Secretariado siguieron ese camino por más de 16 páginas. En todas ellas, se
dieron pocas razones para explicar por qué se quitó el calor al antiguo texto,
haciendo al texto más legal que humano.
Cuando Shuster y Lichten terminaron de leer el nuevo texto, llamaron por
teléfono al Comité Judío Americano y a la B'nai B'rith de Nueva York. Pero
ninguna de estas dos organizaciones pudo hacer nada. Fue Higgins el que
primero trató de convencer a los dos desanimados “coyotes” para que
recibiesen serenamente lo que ellos lograron conseguir. Todavía por uno o
dos días, el Obispo Leven de San Antonio les dio alguna esperanza. Pensaba
él que el nuevo texto estaba tan debilitado que los Obispos americanos se
verían obligados a votar en bloque en contra de ese texto. Si eso hubiera
sucedido, tal táctica hubiera sumado algunos centenares de votos negativos
al bando de los conservadores y de los árabes y habría dado la impresión
que el Concilio se hallaba tan dividido en este punto, que el Papa no podría
atreverse a promulgar nada. Por eso se abandonó luego esa táctica de
protesta en la votación.

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”


R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO” por el R. P. Joaquín Sáenz


y Arriaga. (Segunda parte “2 de 2”) Final de la publicación de la
Revista LOOK

COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL PENSAMIENTO


CATÓLICO Por: JOSEPH RODDY. Revista LOOK 25 Enero
1966. Final de la Revista LOOK.

Lichten no se daba todavía por vencido y envió telegramas a más de 25


Obispos con la esperanza de que ellos pudiesen restaurar el texto vigoroso;
pero de nuevo fue Higgins quien calmadamente le aconsejó que desistiera:
“Mira, Joe, le dijo a Lichten el sacerdote, con ademanes de un abogado
especializado en asuntos laborables, yo comprendo tu descontento. Yo
también estoy descontento”. En seguida se fue del mismo modo a consolar
a Shuster.

En su propio aposento, en donde Higgins pensaba que Lichten y Shuster


por primera vez se habían reunido en Roma, el sacerdote les habló como si
fuese un oficial que pretendía poner en orden a su regimiento. “Si Uds. dos
dan la impresión en Nueva York, les dijo, de que se podía haber
alcanzado un mejor texto para la Declaración, están Uds. Locos”. “Poned
sobre la mesa vuestras cartas. Es sencillamente insensato pensar que por
algunas presiones aquí o por algunos artículos de prensa allá, en Nueva
York, Uds. pueden hacer un milagro en el Concilio. Vosotros no
obtendréis lo que pretendéis y ellos pensarán que habéis fracasado en
vuestro intento”.

Lichten recuerda todavía más: “Higgins dijo: “debéis daros cuenta del
daño que se haría, Joe, si nosotros permitimos que estos cambios que se
han hecho en el texto se conviertan en barreras para interceptar el
camino que hemos emprendido hace ya tanto tiempo. Y esto puede
suceder, si su gente y la mía no responden a los aspectos positivos del
nuevo texto. Este fue el argumento sicológico decisivo para mí” dijo
Lichten.

Shuster no estaba convencido, sin embargo, él recuerda bien la


conversación de ese día. “Tuve que romper mi cabeza y mi corazón, dijo,
para pensar lo que debíamos hacer. Pasé por una crisis, pero al fin fui
convencido por Higgins. El que se hubiese omitido en el nuevo texto la
palabra Deicidio, no lo consideré yo francamente como una catástrofe.
Pero, el que se hubiese cambiado la palabra “condena” por la palabra
“deplora” esto es otra cosa. Cuando yo le piso un pie inadvertidamente,
Ud. deplora lo que yo he hecho. Pero ¡una masacre! ¿Es bastante
deplorar una masacre?”

Un diferente punto de vista fue tomado por el Abad René Laurentin,


miembro moderador del Concilio, el cual escribió a los Obispos para
hacerles un último llamamiento a su conciencia. Si no volviese a haber
antisemitismo en el mundo, nada le importaría a Laurentin la negación del
crimen del Deicidio, atribuido al pueblo judío, pero como la Historia nos
obliga a ser pesimistas en esta materia, Laurentin pedía a los Obispos el que
se supusiese, como una hipótesis, que el genocidio volviese a repetirse.
“Entonces, argüía Laurentin, el Concilio y la Iglesia serán acusados de
haber dejado sin extirpar la raíz emocional del antisemitismo, que es el
tema del Deicidio”.

El Obispo Leven había expresado su deseo de que la palabra Deicidio


fuese suprimida en el vocabulario cristiano, cuando un año antes él había
pedido el retorno al texto primitivo más explícito y enérgico. Ahora el
Secretariado había suprimido en la nueva declaración la palabra Deicidio y
de tal manera había suprimido esta palabra Deicidio del vocabulario
cristiano, que aun la proscripción de la palabra fue omitida. “Con
dificultad puede uno evitar la impresión, escribió Laurentin, de que estos
argumentos tienen algo de artificioso”.

Antes de la votación en San Pedro el Cardenal Bea habló delante de toda


la Asamblea de los Obispos. Dijo que su Secretariado había recibido “sus
modi” con agradecido corazón y que las palabras, objetadas por los
Obispos, habían sido las primeras en ser suprimidas. El habló sin
entusiasmo, como quien se da perfectamente cuenta de que estaba
pidiendo a los Obispos menos de lo que Jules Isaac y Juan XXIII
hubieran deseado. Exactamente 250 Obispos votaron contra la
Declaración, mientras 1763 la respaldaron. En los Estados Unidos y en
Europa, horas después, la prensa hizo simple lo que en realidad era
complejo, con encabezados como estos: “El Vaticano Perdona a los Judíos”,
“Los Judíos no son Culpables”, o “Los Judíos Exonerados en Roma”.

Brillantes comentarios hicieron entonces los voceros del Comité Judío


Americano y de la B'nai B'rith, aunque en esos comentarios hay una nota
de desencanto, porque el texto más vigoroso de la Declaración había sido
debilitado. Heschel, amigo de Bea, fue el más duro en sus comentarios y
llamó la decisión de suprimir la palabra Deicidio: “un acto de pleitesía a
Satanás”.
Más adelante, ya con más calma, él simplemente se mostraba consternado.
“Mi viejo amigo, dijo Heschel, el Padre jesuita Gus Weigel pasó una de
las últimas noches de su vida en este cuarto”. “Yo le pregunté ¿si él creía
que fuese realmente ad majoren Dei gloriam el que no hubiere más
sinagogas, ni comida de los “sederes”, ni oraciones en hebreo?”. La
pregunta fue meramente retórica y Weigel está ya en su tumba.

Otros comentarios se hicieron, desde lo triunfal hasta lo satírico. El Dr.


William Wexler, de la confederación Mundial de Organizaciones Judías,
procuró ser más preciso: “El verdadero significado de la Declaración del
Concilio Ecuménico, nos los darán los resultados prácticos que esa
Declaración tenga en aquellos a quienes está dirigida”. Harry Golden de
la “Carolina Israelita” pedía un Concilio Ecuménico Judío en Israel para
hacer la declaración judía sobre los cristianos.

Con su innecesaria mordacidad en sus respuestas, el comunista estaba


reflejando una opinión popular en los Estados Unidos, según la cual se
había concedido a los judíos una especie de perdón. Esa idea fue iniciada y
sostenida por la prensa, aunque no tenía base alguna en la Declaración. Lo
que, sin embargo, comprensiblemente consiguieron, fue abrir una disputa
en torno del Concilio, que presentaba a los judíos como si hubiesen estado
en el banquillo de los acusados por cuatro años. Si los acusados no se
sienten completamente exonerados, cuando se pronunció el veredicto, es
porque el proceso se prolongó por demasiado tiempo.

Esta demora era completamente comprensible, si se tenían en cuenta las


razones políticas, pero pocos fueron los que quisieron atribuirla a motivos
religiosos. La actual cabeza de la Santa Sede, como el hombre cumbre de la
Casa Blanca, está firmemente convencida de que debía buscarse una
votación mayoritaria o unánime, cada vez que estaba a discusión un tema
importante. Por el principio de la colegialidad, según el cual todos los
Obispos ayudan al gobierno de toda la Iglesia, cualquier tema importante
dividía al Colegio Episcopal en dos grupos: el progresista y el
conservador. El papel del Papa consistía en reconciliar a estas dos alas.
Para remediar estas divisiones en el Colegio Episcopal, el Papa tenía que
acudir bien fuese a la persuasión o a la imposición que trastornaba el
principio de contradicción. Cuando una facción decía que la Escritura
sola era la fuente de la enseñanza de la Iglesia, la otra defendía que eran
dos fuentes: la Escritura y la Tradición. Para poner un puente entre las
dos opiniones, la Declaración fue de nuevo redactada con toques personales
de Paulo en las que se reafirman las dos fuentes de la revelación, no sin
dejar de dar a entender que el otro punto de vista merecía estudio. Cuando
los oponentes de la Libertad Religiosa decían que esa declaración podría
oponerse a la antigua doctrina de que el catolicismo es la única y
verdadera Iglesia, una solución parecida bajó al aula del Concilio, del
cuarto piso del Vaticano. Ahora la Declaración sobre la libertad religiosa
comienza con la doctrina de la única verdadera Iglesia, que, según el
pensamiento de algunos conservadores satisfechos con esa Declaración,
contradice el texto que sigue después de esa afirmación inicial.

La Declaración Judía tuvo mayores conflictos para tener el


consentimiento universal que Paulo pretendía. Aquellos que veían una
dicotomía (división) en la Declaración, pudieron darse cuenta que esa
división también existe en el Nuevo Testamento en el que todos, sin embargo
están de acuerdo. Pero ¿hasta qué grado estaba complicada la Declaración
con la política de los árabes?

En Israel, después de la votación, existe la impresión de que las masas


cristianas de los árabes eran más indiferentes en esta disputa de lo que los
intérpretes conservadores de la Escritura hubieran querido. Los periódicos
del Medio Oriente nos dan una evidencia considerable en este punto.

Por las leyes de Newton, en movimientos políticos, la presión origina una


contra-presión, más frecuentemente de lo que los “coyotes” quisiesen
admitir. Y una de la hipótesis más ponderadas de la B'nai B'rith en gran
parte y algunas de las intransigencias teológicas de los conservadores
fueron originadas por las intrigas de elementos judíos.

Había desde el principio temores de que las actividades subterráneas del


Judaísmo llegasen a ser contraproducentes. Nahum Goldmann advirtió a
los judíos con oportunidad, “a no exigir esa Declaración con demasiada
intensidad”. Muchos elementos judíos no lo hicieron así. Después de la
votación, cuando Fritz Becker, el hombre callado de la W.J.C., confesó que
él había alguna vez entrevistado a Bea en su casa, dijo que no se había
mencionado la Declaración. “El Cardenal y yo, dijo Becker, sencillamente
hablamos acerca de las ventajas que tenía el no hablar de la Declaración”.

Hay católicos, que estuvieron cerca del teatro de los acontecimientos en


Roma, quienes piensan que la actividad judía fue dañosa. Higgins, el
sacerdote de la acción social de Washington, no es uno de ellos. Si no
hubiera sido por este trabajo subterráneo de los coyotes, opina él, la
Declaración hubiera fracasado.

Pero, el Cardenal Cushing, en su modo áspero de hablar, dijo que los


únicos que podían haber dado al traste con la Declaración Judía eran los
“coyotes” judíos. El Padre Tom Stransky, vigoroso y joven Paulista, que
conduce un automóvil Lambretta para trabajar en el Secretariado, pensaba
que una vez que la prensa entrase en el Concilio, sería imposible detener la
presión de esos grupos. Si el Concilio hubiera podido deliberar en secreto,
sin insinuaciones ni presiones extrañas, el Padre opina que la Declaración
hubiera podido salir más vigorosa.

El mismo Stransky teme que muchos católicos consideren la Declaración,


tal como fue votada, como si hubiese sido escrita exclusivamente para los
judíos. “Debe tenerse presente que esta Declaración está dirigida a los
católicos, que es un asunto de la Iglesia Católica. Yo no temería decir que
me sentiría ofendido, si yo fuese un judío y yo pensase que este documento
había sido redactado para los judíos”.

Para los católicos, piensa él que el documento ha sido promulgado para


tener los mejores resultados. Fue el superior en el Secretariado de Stransky,
el Cardenal Bea, quien más accedió a las peticiones de los conservadores.
Bea, se dio cuenta aparentemente ya muy tarde de que hay algunos
católicos, más piadosos que instruidos, para quienes su desprecio a los
judíos es inseparable de su amor a Cristo. El que el Concilio hubiese
declarado que los judíos no mataron a Cristo habría sido un cambio
demasiado brusco para la fe de esa gente sencilla. Esa gente está formada
por los que pudiéramos llamar simples dogmáticos del catolicismo. Pero
había muchos Obispos en el Concilio, que si estaban lejos de ser simples, no
dejaban de ser dogmáticos. Ellos sintieron la presión judía en Roma y se
molestaron por esta causa. Ellos pensaron que los enemigos de Bea estaban
en lo justo, cuando veían que los secretos del Concilio aparecían en los
periódicos americanos. “Bea quiere entregar la Iglesia a los judíos”, decían,
del viejo Cardenal, los que sembraban el odio contra él, y algunos
dogmáticos del Concilio consideraban el cargo como justo. “No digan que
los judíos han tenido parte en obtener esta Declaración, dijo un sacerdote,
porque de lo contrario toda la lucha con los dogmáticos volverá
empezar”.

El Padre Feliz Morlion de la Universidad Pro-Deo, que encabeza el grupo


de estudio que trabaja en unión con el Comité Judío Americano, opinó que
el texto promulgado fue el mejor. “El texto anterior tenía más en cuenta la
sensibilidad del pueblo judío, pero no producía la claridad necesaria en la
mente de los cristianos”.

“En este sentido era menos efectivo para la causa del pueblo judío”.

Morlion sabía perfectamente lo que los judíos habían hecho para obtener
la Declaración y por qué los católicos habían aceptado ese compromiso.
“Nosotros hubiéramos podido derrotar a los dogmáticos, insistió el Padre”.
“Ellos hubieran ciertamente perdido, pero el costo hubiera sido la división
de la Iglesia”.

JOSEPH RODDY.

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”


R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

MIÉRCOLES, 4 DE JULIO DE 2012


COMENTARIO AL TEXTO DE “COMO LOS JUDIOS
CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATOLICO” de la Revista
Look. (1de2) Por el R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

Nota de Nicky Pío: Por su extensión, está parte de la obra la dividí en


dos. Primero el R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga, expondrá LO QUE “NO ES”
EL PROBLEMA JUDÍO. Y LUEGO LO QUE “SI ES”. TODO SEA
A.M.D.G.

El problema judío, fue y es, para el Judaismo Internacional y para todos


los elementos que pudiéramos denominar de izquierda, uno de los temas
más importantes, si no el más importante, de los que se discutieron en el
Concilio Ecuménico Vaticano II. Joseph Roddy, en la revista LOOK, de
circulación internacional, nos presenta con franqueza inaudita las
maquinaciones subterráneas, desconocidas por la mayoría de los crédulos
católicos y no católicos, por medio de las cuales el Judaismo
Internacional, según afirma, logró sentar en el banco de los acusados a la
Iglesia de Cristo, para arrancarle así esa célebre Declaración, cuyos tres
puntos principales son los siguientes:

a. —Exoneración del pueblo judío de toda responsabilidad en la pasión y


muerte de Jesucristo.

b. —Lamentación de todas las persecuciones que haya sufrido o esté


sufriendo el pueblo judío, por cualquier persona o grupo y en cualquier
tiempo de la historia y en cualquier región del mundo.

c. —Establecimiento del diálogo fraterno entre el judaismo religión y el


catolicismo.

Naturalmente que ante la conciencia católica se plantea muy graves


problemas con esa Declaración Conciliar. Pero, la primera y la más
importante es el precisar el valor de esa Declaración, en la mente de los
Padres del Concilio y en la teología católica. ¿Es una declaración
dogmática? ¿Deja de ser católico el que no cree o admite esa Declaración?
¿Qué nota teológica vamos a dar a todo el texto y a cada una de las partes
de ese texto? Si la Declaración no es dogmática ¿Podemos afirmar que
tiene un carácter disciplinar en la nueva Iglesia? En otras palabras:
¿Podemos decir que la Iglesia impone a sus hijos la obligación grave de
aceptar esas proposiciones, que integran la Declaración y que
dogmáticamente no son ciertas? si no tienen un valor dogmático ni un
valor disciplinar ¿tiene entonces un valor pastoral? ¿Se puede hacer labor
pastoral disimulando o encubriendo la verdad? Los teólogos serán los
encargados para precisarnos después el valor teológico de esa Declaración
conciliar.

Lo que sí parece claro y ampliamente lo comprueba el artículo de


LOOK, que estamos comentando, es que en todo este asunto hubo
política, mucha política y que el Judaismo Internacional desarrolló una
actividad asombrosa y puso en juego sus recursos económicos
estratosféricos para desorientar a la opinión pública y para hacernos
negar la historicidad misma de acontecimientos que son ampliamente
conocidos. Se nos hizo creer que esa Declaración no solamente era vital
para el futuro del mundo, sino estrictamente necesaria para librar al
cristianismo de las tendencias de odio antisemítico, que tarde o temprano
tendrían que volver a manifestarse en nuevas y espantosas masacres. Y lo
hemos aceptado, con un espíritu de fe casi divina, sin darnos cuenta de que
esta confesión implicaba la negación de nuestros valores más sagrados.

Por eso, es necesario ahora especificar el verdadero sentido que tiene y ha


tenido siempre el problema judío, ante la afirmación cristiana de la
divinidad de Jesucristo y su misión mesiánica, en el decurso de la historia,
veinte veces secular, de la Iglesia. Para poder definir con mayor precisión y
exactitud el problema judío, empezaremos por decir lo que NO ES el
problema judío.

I
El problema judío NO ES, como lo han presentado muchas
veces los interesados, el antisemitismo; no es, ni nunca ha sido
un problema racial. Sería absurdo afirmar que el cristiano aborrece al
judío, porque tiene sangre judía. Judíos son Cristo, su Madre Santísima,
los Apóstoles y tantos y tantos verdaderos cristianos de origen judío, que
ya desde la Iglesia Apostólica han formado parte del cuerpo místico de
Cristo.

En la verdadera fe cristiana, el racismo segregacionista no existe, ni


puede existir. Por razón de nuestro origen común, de nuestros idénticos
destinos y por la universal redención de Cristo, con la vocación que ella
implica a la verdadera fe y a la única Iglesia, fundada por el Redentor, todos
los hombres ante Dios somos iguales. Judíos y gentiles podemos
abrazarnos en la fraternidad más sincera, que sólo puede existir cuando
hay unidad de fe, identificación en la esperanza y fusión divina en la
verdadera caridad cristiana.

Es necesario disipar ese engañoso fantasma del antisemitismo, que


es el parapeto tras el cual esconde la ambición, su conspiración
internacional. La palabra misma antisemitismo, para expresar la
persecución racial al pueblo judío, es impropia, etnológicamente hablando,
ya que no sólo los judíos son semitas; también los pueblos árabes
—para citar únicamente un ejemplo— tienen origen semítico, y, sin
embargo, jamás los pueblos árabes han protestado por el antisemitismo
del pueblo cristiano.

En los países, dominados política y económicamente por el


Judaismo Internacional, el antisemitismo es un tabú; es un
crimen de Estado; es el más grave delito en que pueden incurrir
los individuos y las colectividades.

II
El problema judío NO ES tampoco un problema religioso . Es
falso que los Evangelios y demás libros del Nuevo Testamento hayan
propagado el antisemitismo judío “como una enfermedad social por el
organismo del género humano, durante veinte siglos que han pasado
desde la muerte de Cristo”; es falso que la tradición, que la liturgia,
que la teología, que la catequesis católica hayan nunca inculcado
el odio a los judíos, por el hecho de ser judíos. Si la Iglesia, por
boca de los Papas o de los Concilios, ha denunciado y condenado los
crímenes, los errores y las secretas profanaciones de los judaizantes, ha
sido solamente en legítima defensa de lo que Dios mismo les había
confiado.

No se puede mudar el texto sagrado para satisfacer las


exigencias de los que son y han sido los enemigos de Cristo. La
verdad histórica y la verdad revelada no pueden ser sacrificadas
por complacer a las Organizaciones Judías que lo han pedido.
No dejamos de comprender todos los católicos que, a pesar de la
responsabilidad colectiva que pesa sobre el pueblo escogido, de una manera
solidaria, los judíos que ahora viven no son los actores inmediatos del
drama del Calvario. No dejamos de ver que la responsabilidad colectiva del
pueblo deicida no es una responsabilidad personal, consecuencia de una
culpa individual de estos descendientes actuales de Israel. Bien lo advirtió el
Concilio en su Declaración: Ni todos los judíos que vivían en tiempo de
Cristo, ni todos los judíos que ahora viven son responsables personales e
inmediatos del Deicidio, aunque exista, como ya indicamos, una
responsabilidad colectiva sobre todo el pueblo, colectivamente escogido
por Dios y que colectivamente rechazó a su Mesías. Algo semejante a lo
que nos sucede a todos los descendientes de Adán, que, sin haber
personalmente cometido el primer pecado, cargamos, sin embargo, con
las consecuencias de ese pecado, hasta poder decir San Pablo que en Adán
todos pecamos.
III

El problema judío NO ES, tampoco un problema de ataque, un


nuevo Nacismo; no es una persecución, una guerra de
exterminio. Por el contrario, el problema judío es exclusivamente la
legítima y necesaria defensa de las esencias mismas de lo que
somos, de lo que creemos, de lo que amamos, de lo que
constituye el patrimonio más sagrado de la humanidad. El
ataque no es nuestro, es de ellos; no habría defensa, si no
hubiera ataque. El ataque del Judaismo a la Iglesia ha sido secular,
veinte veces secular; ha sido permanente: unas veces solapado, insidioso,
cauto; otras veces violento, destructor, incendiario y sangriento. ¡Ojalá y
las defensas de la humanidad hubieran estado siempre alerta, decididas,
inflexibles ante la gran conspiración judía!

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”


R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

COMENTARIO AL TEXTO DE “COMO LOS JUDIOS


CAMBIARON EL PENSAMIENTO CATOLICO” de la Revista
Look. (2-a de 2) Por el R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

Nota de Nicky Pío: Debemos elegir siempre la verdad en soledad,


que el error en compañía. Si queremos elegir la verdad, esa verdad
es Cristo. No podemos traicionar a nuestro Dios, si dio la vida por
nosotros, también debemos estar dispuesto a lo mismo, es el
ejemplo de los mártires católicos. Nada de temor humano. TODO
SEA A.M.D.G y Salvación de las almas.

IV

Hemos ya dicho lo que NO ES el problema judío. Digamos ahora lo que,


en realidad ES el problema judío, el problema que no nosotros, sino la
incredulidad y las ambiciones judías han planteado, no sólo en el mundo
cristiano, sino en el mundo pagano antes de Cristo.

El problema judío es la pretensión, que siempre ha tenido el Judaismo


—religión y pueblo— de destruir las instituciones, dominar gobiernos y
eliminar las debidas defensas, para establecer en el mundo un racismo
sagrado, un grupo etnológico de “intocables”, que domine a pueblos y
naciones, como consecuencia de una falsa premisa, que quiere
asegurarnos, aun después de su repulsa consciente del Cristo prometido,
que ese pueblo, el pueblo judío, sigue siendo, por razón exclusiva de la
sangre de Abraham, el pueblo escogido, el pueblo de las promesas divinas,
el pueblo destinado a gobernar a todos los pueblos de la tierra. Planteado
así el problema, es evidente que Cristo y su Iglesia salen sobrando; son los
enemigos número uno del cristianismo. Así se explica la lucha contra
Cristo, que culminó con el Calvario y que se prolongó después hasta el
sepulcro mismo; y así se explican también las luchas seculares y no
interrumpidas que el Judaismo ha tenido y tiene en contra de la Iglesia.
Porque sería pueril que el pueblo cristiano aceptase el diálogo y la amistad
judeo-cristiana, que especialmente en los Estados Unidos se fomentan,
como una prueba fehaciente de que las hostilidades de nuestros eternos
enemigos han ya terminado.

Una prueba apodíctica de la intriga y conspiración judía nos la ofrece


una organización hebrea, cuya historia serviría para hacer ver al mundo
el peligro en que se halla. La B'nai B'rith significa los “Hijos de la
Alianza”. Es una organización exclusivamente judía, secreta y
masónica. Ninguna persona que no sea judío o masón puede ser admitido
en esta organización. La B'nai B'rith es un importante y central
instrumento del Sionismo político. Es el que dirige el Sionismo político. La
B'nai B'rith inspira y guía en sus varias formas a lo que pudiéramos
llamar un Naturalismo Organizado. Actúa como el cerebro de los ataques
sionistas.

La “Anti-Defamation League” (Liga anti-difamación) es una arma


de la B'nai B’rith. En realidad su verdadero título es: “The Anti-
Defamation League of the B'nai B'rith”. Es una organización
poderosísima, que tiene activas agencias en las principales ciudades de los
Estados Unidos. Posee enormes riquezas para atacar y perseguir a
los cristianos. Su bandera principal de combate es contra el “anti-
semitismo”, palabra que expresa y comprende a todos los que se atreven
a criticar a los judíos o las cosas judías. Tiene todo un tinglado legal
para crear problemas legales a todos los recalcitrantes. Es además
un sistema de espionaje poderosísimo, del que es muy difícil
evadirse. Ejercita un tremendo poder en las autoridades
federales, locales o estatales. Controla la política, el comercio, la
educación y las organizaciones sociales o religiosas y dirige con
poderosa maquinaria la opinión pública. Un análisis de la
técnica de la Liga Antidifamatoria de la B'nai B'rith nos
demuestra con evidencia que es la protección y garantía de un
ultra-racismo y el promotor activísimo del anticristianismo.
Alcanza sus fines por medio de la difamación y no por la anti-
difamación.

Los defensores del Judaismo naturalmente no aceptan la


realidad impresionante del problema judío, tal como nosotros lo
hemos descrito. Para ellos ese problema es fruto “de las mentes
enfermas, siempre prontas a argumentar en todas las materias,
que parece que se han unido en todas las ocasiones para
despreciar y atacar a los judíos”. Este es el recurso supremo que
han usado siempre los judíos para destruir a sus enemigos o, por
lo menos, para nulificar su ataque de defensa. Mentes enfermas,
han sido los apóstoles; mentes enfermas han sido los Papas que
condenaron las fechorías del Judaismo; mentes enfermas los
Obispos y los Concilios que han denunciado el peligro manifiesto
de esos eternos conspiradoras, y mente enferma fue el mismo
Jesucristo que, al no aceptar la ambición racial y absurda de su
propio pueblo y al proclamarse a sí mismo como Mesías y
Salvador del mundo, contrarió abiertamente el futuro de Israel,
como lo había soñado y descrito la incredulidad y la soberbia de
los jefes de ese pueblo deicida. La historia no puede enmendarse,
para satisfacer los intereses o las conveniencias de los individuos
o de las colectividades humanas. Con insultos y calumnias nunca
se han destruido los argumentos válidos de la razón y de la fe.

VI

Los impugnadores de esta tesis católica, tradicionalmente


católica, que han planteado el problema judío en los términos
expuestos anteriormente, apoyan su inconsistente argumentación
en estas falsas premisas:
a) Parecen afirmar que la sangre de Abraham, como un
sacramento, hace al judío, ex opere operato, individual y
colectivamente, el término y el objeto de las promesas y
bendiciones divinas. Algo así como si las generaciones sucesivas
de Adán hubieran sido, en el plan divino, no el medio quo, sino el
fin y el objeto de nuestra elevación al orden sobrenatural.
Usando un lenguaje escolástico, tan desacreditado en nuestros
días, convendría distinguir, in actu primo, el objeto material y el
objeto formal de esta elección y bendiciones divinas. El objeto
material de la elección divina, al menos en el Antiguo Testamento,
pudo ser y de hecho fue, la sangre de Abraham, trasmitida por las
generaciones sucesivas entre sus descendientes, que formaron así
el pueblo providencialmente escogido. Pero el objeto formal de los
planes divinos no es, ni pudo ser la generación material. Esto sería
absurdo e indigno de Dios, ya que las elecciones divinas, exigen
siempre la libre correspondencia de la criatura a su Creador. En el
caso presente, tratándose, en el último término, de la obra
redentora, el objeto formal del plan divino era ese pueblo, en
cuanto medio, para preparar la venida del Mesías. Por ser seres
libres los integrantes de ese pueblo, este objeto formal exigía y
presuponía la correspondencia libre de las voluntades humanas,
individuales y colectivas, a los planes divinos. No por tener sangre
de Abraham podemos afirmar que los judíos son los hijos
predilectos del Altísimo, sino por la fidelidad con que
correspondiesen a la especialísima misión que Dios les diera;
fidelidad que presupone como base el reconocimiento y
aceptación de Jesucristo como el prometido Mesías e Hijo de
Dios.
b) Otra premisa falsa de los Progresistas parece afirmar que
entre el Cristianismo y el Judaismo (religión y pueblo) existe un
vínculo de continuidad, de evolución, de cierta unidad. Esta
suposición nos parece insostenible, a la luz de la misma divina
revelación, a pesar de que no dejamos de ver y aceptar que los
libros del Antiguo Testamento, que fueron para el pueblo judío su
tesoro más precioso, son para nosotros la palabra de Dios. Entre el
Judaismo (religión y pueblo) y la Iglesia de Cristo no existe más
relación que la que se da entre la preparación y la acción, entre la
figura y la realidad. Podemos decir que espiritualmente somos
hijos de Abraham, en cuanto somos hijos de su fe y de la
promesa; pero, esta filiación nada tiene que ver con la carne,
como dice San Juan en el prólogo de su Evangelio. La Sinagoga,
negando a Cristo, terminó su función el día de Pentecostés cuando
los Apóstoles se lanzaron a predicar al mundo entero al mismo
Cristo crucificado, a quienes los judíos habían rechazado. De ser
preparación para el advenimiento del Mesías, se convirtieron en
negación y guerra a la obra divina.
Sabemos muy bien que, a pesar de su infidelidad colectiva, “el
amor de Dios a los Padres”, a Abraham, Isaac, Jacob, etc., hace,
por misericordia del Señor, que la ruina de Israel no sea total ni
sea definitiva. Siempre ha habido judíos sinceros que han
recibido la luz de la fe y se han convertido a Cristo Jesús;
al final de los tiempos, todo el pueblo mesiánico volverá a
la plenitud de la verdad, de la que ahora están tan lejos.
Pero, la salvación individual o colectiva para los judíos, solamente
puede darse por el reconocimiento sincero de Cristo crucificado,
como el Mesías prometido y el Hijo natural de Dios vivo. ¡Qué
caigan de rodillas ante Cristo Jesús y el problema judío ha
terminado!

VII
Los defensores de la pretensión judaica no solamente eluden la
verdad histórica y la verdad revelada, que la Iglesia siempre ha
enseñado, sino que van más adelante: para complacer al Judaismo
Internacional, condenan a la Iglesia; condenan implícitamente no
solo la nefanda Inquisición, sino todas las necesarias defensas que
la Iglesia Católica haya podido tomar, en cualquier tiempo y por
cualquier causa, contra las incursiones y ataques, abiertos u
ocultos, con que la Sinagoga ha podido combatir a la obra de
Jesucristo. Es una condenación en masa; es una condenación de
más de 30 Pontífices y de varios Concilios, que han tenido que
levantar su voz contra los desmanes, las intrigas, los crímenes
perpetrados por los judíos, por la mafia, que no por tener sangre
de Abraham son impecables.
¿Vamos a afirmar ahora que todos esos Papas, todos esos
Concilios, todos esos santos se equivocaron? ¿Vamos a confesar,
con un mea culpa absurdo, que la Iglesia de veinte siglos careció
de la caridad cristiana e incurrió en injustos prejuicios raciales?
¿Vamos a hacer víctimas a los culpables, a los que la justicia
condenó por sus probados crímenes? Ante el dilema: la Iglesia o
los judíos, parece que sus celosísimos defensores escogieron a los
judíos, como ellos antes habían escogido a Barrabás y habían
rechazado al Hijo de Dios vivo. La historia se repite.
Y para hacer esa elección, para confesar la culpabilidad de la
Iglesia en el pasado, para declarar persecuciones injustas las
penas impuestas a las fechorías de la judería, ¿han estudiado los
jueces a fondo el problema? Tal vez un sentimentalismo que
simula la caridad o una conveniencia perenal o una consigna
secreta de ignorada procedencia haya impulsado a no pocos
católicos a convertirse ahora en los ahogados defensores del
Judaismo Internacional. Bien está la caridad, pero también bien
está la justicia: ni caridad sin justicia, ni justicia sin caridad.

VIII

Si las legítimas defensas que tomemos los cristianos, contra las


maquinaciones comprobadas de la mafia judía, establecen, según
nuestros supuestos enemigos, un racismo de víctimas,
injustamente odiadas y perseguidas, la incolumidad con que el
Judaismo exige estar protegido, viene a establecer otro racismo,
un racismo sagrado con amplio salvoconducto y pasaporte
eclesiástico. ¿Cuál puede ser el motivo para establecer ese
privilegio exclusivo en favor de los judíos? ¿Acaso son ellos los
únicos que han sido perseguidos en la historia de mundo? ¿Por
qué no condenar también específicamente a la Masonería y al
Comunismo, engendros ambos de la mafia judía, que han causado
millones y millones de víctimas en todo el mundo? ¿Por qué no
condenar también, después de haberlos desenmascarado, a los que
originaron las dos últimas guerras, las financiaron, sostuvieron y
propagaron, a costa de tanta sangre, de tantos sufrimientos y de
tan horribles tragedias familiares, nacionales e internacionales?
Suponiendo que fuese verdad “La Mentira de Ulises”,
suponiendo que realmente el nazismo sacrificó en los hornos
crematorios a seis millones de judíos ¿es ésta una razón suficiente
para establecer ese racismo sagrado? ¿La Masonería y el
Comunismo y la mafia sionista no han cometido también crímenes
inauditos, cuyas víctimas sobrepasan en mucho a los seis millones
de la leyenda? El prestigiado Dr. judío Listojewski escribió en la
revista “The Broom” de San Diego (California) el 1 de mayo de
1952: “Como estadístico me he esforzado durante dos años y
medio en averiguar el número de judíos que perecieron durante la
época de Hitler. La cifra oscila entre 350 mil y 500 mil. Si nosotros
los judíos afirmamos que fueron 6 millones, esto es una infame
mentira”.
En realidad la persecución nazi contra los judíos no ha sido la
única persecución que ese pueblo ha sufrido. Desde los tiempos
anteriores a Cristo, los hijos de Israel, fueron atacados,
desterrados y hasta amenazados de exterminio. Primero en
Egipto, después en Nínive y Babilonia, en Persia; más adelante,
en tiempos cristianos, Inglaterra católica, Francia católica y
España católica tuvieron que expulsar de su seno a todos los
hijos de Israel, que con su presencia y su actividad sediciosa
habían puesto en peligro la existencia misma de esos pueblos.

“CON CRISTO O CONTRA CRISTO”


R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga.

IX

¿Qué importancia puede tener para el Sionismo internacional,


que ha sido el verdadero promotor de esta Declaración Conciliar,
el que la Augusta Asamblea le exonere de la responsabilidad que
tiene en la muerte de Jesucristo, en quien no cree, a quien
aborrece, a quien considera el obstáculo invencible de sus mismas
ambiciones de mando y de gobierno universal? El Judaismo
Internacional, la mafia que lo gobierna, busca hoy, como ha
buscado siempre, la eliminación, el exterminio de su rival, que es
Cristo Jesús.
La absolución conciliar del crimen del Deicidio solamente
interesaba a las organizaciones judías por los resultados políticos,
que de esa absolución ellas esperaban y esperan alcanzar. Negado
el Deicidio oficialmente por la Iglesia, el cristianismo habría
asentado la premisa necesaria para negar su fundamento mismo,
la divinidad y la mesianidad de Jesucristo. Pero en esto sus
intentos fracasaron. La Declaración no menciona el Deicidio.
Mayor importancia política tenía y tiene para esas
organizaciones judías la condenación explícita de eso que ellas
llaman antisemitismo. Una condenación así hubiera sido
infinitivamente benéfica para la futura realización de todos los
planes políticos del Judaismo Internacional. No alcanzan esta
condenación: el Concilio tan sólo deplora “el odio, las
persecuciones y los movimientos de antisemitismo que hayan
sido promovidos contra los judíos, en cualquier tiempo y por
cualquier persona”. El Concilio no deplora las legítimas defensas
que hayan usado o usen los cristianos, cuando los judíos, oculta o
descaradamente, han pretendido o pretenden combatir la fe de
Cristo, la Iglesia y las instituciones cristianos; como tampoco
deplora el Concilio los justos castigos impuestos a los delincuentes
convictos. ¡Claro está que siempre podemos deplorar la
desgracia de los culpables, mientras se trata solamente de la
justicia humana, no de la justicia de Dios! Nadie puede deplorar
el castigo merecido por los réprobos en el infierno.
Sería incorrecto el pretender interpretar las palabras de la
Declaración Conciliar como una condenación expresa del
antisemitismo. La Iglesia no entra a discutir los enormes
problemas políticos, sociales y jurídicos que el llamado
antisemitismo puede plantear ante la conciencia humana. La
Iglesia no nos dice que todos los sufrimientos que han sufrido los
judíos, individual o colectivamente sean realmente movimientos
antisemíticos; la Iglesia no pretende aceptar las maquinaciones
con que la mafia quiera combatir al cristianismo o quiera destruir
la libertad de los pueblos libres. Buen cuidado tuvo Su Santidad
Paulo VI, en su visita a Tierra Santa y en su entrada al Estado
de Israel, el evitar cualquiera circunstancia que pudiera ser
después interpretada políticamente, como una aprobación del
Papa de la usurpación injusta de Palestina por el Sionismo
Internacional.
Pudiera pensar, tal vez, alguno, que hubiera sido mejor el que
no se hubiera hecho esa Declaración en el Concilio;
pastoralmente, a lo menos por ahora, no creo que se haya
conseguido ningún acercamiento del Judaismo al reconocimiento,
aceptación y entrega total a Jesucristo, que es el objetivo único de
toda pastoral. Como se desprende claramente del escrito de
Roddy, los judíos rechazan vigorosamente todo llamamiento de
conversión a Cristo. ¿Qué objeto podían tener entonces al exigir
esa Declaración? Yo no encuentro otro fin que el político. El
Judaismo exigía el visto bueno de la Iglesia, para todo lo que el
Judaismo ha hecho y hace en el mundo, porque el Judaismo está
convencido de que todavía ahora es el único pueblo escogido,
mesiánico, llamado a dominar al mundo. La trampa del
antisemitismo también pudo haber actuado en la mente de muchos
Padres del Concilio. Si no hubiesen promulgado esa declaración,
el Judaismo y sus asociados hubieran condenado a la Iglesia de
antisemita. Por eso presionaron con el ataque a la persona excelsa
de S.S. Pío XII en ese mamarracho teatral llamado “El Vicario”.

X
Por lo que se refiere al diálogo entre el Catolicismo y el
Judaismo religión, me parece absurdo que la astucia de Su
Eminencia el Cardenal Bea no se dé cuenta de que no solamente
es irrealizable, sino absurdo.
El Cristianismo y el Judaismo están basados en principios
diametralmente opuestos. El Judaismo es una religión de promesa.
El Antiguo Testamento nos demuestra que el judaísmo terminó
con la venida de Cristo. El Cristianismo es el cumplimiento de la
promesa de la antigua Ley. ¿Cómo es posible que haya una
armonía entre el Cristianismo y el judaísmo, a no ser que
algunos de los dos renuncien a sus principios religiosos? Si
queremos nosotros imponer la fraternidad y la armonía de los
cristianos hacia los judíos, entonces el cristianismo tiene que
renunciar a su verdad central, que es Cristo, el Mesías
prometido. Si queremos imponer la armonía a los judíos
respecto de los cristianos, sin renunciar a sus ambiciones
mesiánicas, pedimos un imposible, una ilusión, una quimera. Los
judíos hablan de la religión de la hermandad humana, pero esa
hermandad es materialista, naturalista, atea. La fraternidad
cristiana, en cambio, es esencialmente sobrenatural. “La
salvación, dice su Santidad Pío XII, no vendrá al mundo, hasta
que el género humano, derivando sus inspiraciones humanas y
enseñanzas del ejemplo de Cristo, llegue a reconocer que todos los
hombres son hijos de un sólo Padre que está en el cielo y están
destinados a ser verdaderamente hermanos a través de la unión
con su Divino Hijo, que vino a ser el Redentor de todos”.
“Solamente esta fraternidad le da al hombre, juntamente con el
más alto sentido de su personal dignidad, la seguridad de una
verdadera igualdad que es la base necesaria de la verdadera
libertad en el goce de nuestros derechos y en el cumplimiento de
nuestros deberes, en la obediencia a las leyes dadas por el Dios
Todopoderoso y su Divino Hijo para la moralidad y santidad de la
vida humana. Solamente esta fraternidad inspira, alimenta y
vivifica en los corazones de los hombres aquella caridad verdadera
que aborrece la opresión y violencia, que se levanta sobre todo
egoísmo, ya sea individual, ya sea colectivo, que es capaz de
sacrificarse así misma por el bien común y dar generosamente de
sí misma a todos los que están destituidos y remediar así a todos
los que están sufriendo”.

XI

Al llegar a esta parte de nuestro comentario es conveniente


demostrar que el aspecto teológico y el aspecto político, en el
caso excepcional que tratamos, son inseparables; se identifican.
El investigador cristiano o no judío puede, sin duda alguna, en un
análisis objetivo, distinguir los conceptos fundamentales, entre sí
diversos, del aspecto teológico y del aspecto político, bajo el cual
puede estudiarse el problema judío. No obstante, a medida que se
ahonde en el estudio de ambos aspectos de ese mismo problema, el
observador tiene que llegar a concluir, con evidencia, la
unificación básica de esos dos aspectos y de los conceptos en que
ellos se fundan.
La fe actual del Judaismo, la que explica su historia, la que
contradice los designios de Dios, la que ha inspirado y dirigido
todas las actuaciones de ese pueblo singularísimo en la historia del
mundo, es una fe política; es la convicción arraigada y viviente,
que ese pueblo ha tenido siempre y tiene ahora en su futuro
destino del gobierno universal del mundo. Aunque parezca
paradójico, el Israel incrédulo de nuestros días tiene su fe, tiene su
religión, que es política. Los mismos hebreos ortodoxos, con una
falsa interpretación de la Sagrada Escritura, siguen esperando al
futuro Mesías, al caudillo, enviado por Dios, para subyugar todo el
mundo al pueblo escogido.
El pueblo judío es esencialmente un pueblo mesiánico. No
podemos ni definir, ni caracterizar, ni entender al pueblo judío, si
no proyectamos sobre sus orígenes y sobre su historia la idea y la
persona del Mesías. Este mesianismo esencial del pueblo hebreo
nos lo dicen las promesas que Dios hizo a Abraham su siervo,
tronco de donde arranca toda esa raza mesiánica; lo pregona todo
el Antiguo Testamento, que, con proféticas voces, fue anunciando,
por los varones divinamente inspirados, no solamente el
advenimiento del Cristo y las circunstancias de su vida, pasión y
muerte, sino que fustigó también, con durísimas palabras, la
infidelidad, la obcecación y rebeldía del pueblo escogido. Ese
mesianismo judío es como una expectación viviente, que de
generación en generación se ha trasmitido y se trasmite todavía en
todos los hijos de Israel. Volvemos a decirlo: hasta la incredulidad
y el ateísmo, en que hoy viven tantos y tantos judíos, siguen siendo
mesiánicos, porque para ellos el Mesías es Israel y su misión
política abarca el dominio de todo el mundo.
El mesianismo esencial del pueblo de Israel no es, pues, en
manera alguna, una ficción absurda, una creación monstruosa del
antisemitismo, carente de fundamento y de sentido; como tampoco
es un sueño fantasmagórico del pueblo hebreo, sin base ni
fundamento alguno. Dios eligió, en verdad, a ese pueblo
singularísimo para preparar el advenimiento de Jesucristo y
preservar también el Depósito de la Divina Revelación. Israel,
volvemos a decirlo, es, por tanto, un pueblo esencialmente
mesiánico. Así lo quiso Dios. Negar esto sería negar el sentido
teológico de la historia humana.

R.P. Joaquín Sáenz y Arriaga


CON CRISTO O CONTRA CRISTO

SÁBADO, 14 DE JULIO DE 2012

COMENTARIO AL TEXTO DE COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL


PENSAMIENTO CATOLICO (4)

Por R.P. Joaquin Saenz y Arriaga

12

Ese mesianismo propio de esa raza escogida, esa elección divina en orden a
la venida de Cristo es la fuente de la teocracia única del pueblo de Israel y
de las bendiciones y prerrogativas con que Dios indiscutiblemente le
favoreció.
En el plan de Dios la humanidad entera fue objeto de la misericordia divina.
"Así amó Dios al mundo, dice San Juan, que nos dio a su Unigénito Hijo".
No los judíos solamente, la humanidad entera era la causa final del
mesianismo divino, de la obra redentora de Dios, que fue ocasión y motivo,
por así decirlo, de la misma elección divina del pueblo judío. Israel, en el
plan redentor fue el medio, la preparación, la imagen representativa; pero la
salvación de Cristo abarca a toda la humanidad, sin distinción de razas y de
pueblos, presupuesta la aceptación de la fe en Cristo y nuestra regeneración
a la vida sobrenatural.

13

Desgraciadamente los dirigentes y las sectas del pueblo judío, los que le
representaban, los que expresaban, por así decirlo, la voluntad colectiva de
Israel, solidariamente unido por la elección y los planes divinos, no
entendieron el sentido espiritual y universal de las promesas divinas y se
forjaron la espectación absurda de un Mesías dominador, de un caudillo
poderoso, que subyugase a Israel todos los pueblos de la tierra. Pensaron
absurdamente que los judíos y no la humanidad entera, eran el fin que tenía
la promesa mesiánica.

Aquí está la clave, el secreto y la única explicación de la historia


excepcional, inquieta y perturbadora de ese pueblo. Este es el por qué de sus
luchas, de sus intrigas seculares, de sus ambiciones insaciables y de su
conspiración permanente contra todos los pueblos. Por elección divina, por
privilegio exclusivo, el Judaismo, religión y pueblo, piensa estar destinado a
dominar al mundo.

14

De aquí se sigue que, para no incurrir en el error, para poder descifrar el


enigma judaico, podemos y debemos distinguir dos mesianismos: el
Mesianismo Judío, que es un Mesianismo POLITICO, de ambición, de
gobierno, de poderío, de dominio universal sobre todos los pueblos; y el
Mesianismo Divino, que es la REDENCION, la Salvación de todo el mundo,
de todos los pueblos, por el sacrificio de Cristo en en Calvario.

La afirmación del Mesianismo Judío inevitablemente implica la negación


del Mesianismo Divino, así como la confesión y reconocimiento del
Mesianismo Divino exige absolutamente el repudio vigoroso del Mesianismo
Judío. Por eso, el Mesianismo Judío es la antítesis del Mesianismo Divino.
Es el anti-Cristo enfrente del Cristo Redentor de todos los hombres. En otras
palabras el dilema es el siguiente: Gobierno Mundial Judío o Reinado de
Cristo.

15

Cuando Jesús se presentó ante su pueblo, in propia venit, et sui Eum non
receperut (Joan I, 11), vino a los suyos y los suyos no le recibieron. "Hic est
haeres, venite, occidamus eum, et habebimus haereditem eius" (Mat. XXI,
38): "Este es el heredero, venid, démosle muerte, y tendremos así su
herencia", dijeron los dirigentes al pueblo de Israel. El Mesianismo Divino
combatido, negado, violentamente atacado por el Mesianismo Judío, es
decir, por la Sinagoga, por el Sionismo Internacional. Creyeron, en su
soberbia, que, dando muerte a Cristo, podrían hacer suyo el gobierno
universal del mundo —que ellos pensaban ser un gobierno material— que a
Cristo corresponde: "Postula a me, et dabo tibi gentes haereditatem tuam, et
posessionem tuam términos terrae" (Ps. II, 8): "Pídeme y te daré todas las
gentes por tu herencia y los términos de la tierra por tu posesión".

Dramáticamente chocan y luchan, durante toda la vida temporal del


Salvador, el Mesianismo Judío con el Mesianismo Divino; es decir, las
ambiciones políticas del pueblo judío contra el Hijo de Dios, hecho hombre
para salvar a los hombres pecadores. Aceptar a Jesús como el Mesías
prometido, hubiera significado para la soberbia Sinagoga la renuncia de
todas sus ambiciones, de su tortuosa política, para reconocer humilde,
sincera y prácticamente el misterio de la Cruz, que es el escándalo
intolerable para los judíos, como dice San Pablo (I Cor., I, 23).
Durante el proceso que precedió a la muerte del Señor, el fondo de la ira y
las acusaciones todas de sus enemigos, los dirigentes del pueblo de Israel,
fue, sin duda alguna, la afirmación categórica que Cristo hizo de su propia
divinidad y de su mesianidad. Era necesario que muriese Jesús
ignominiosamente, antes de que el pueblo creyese en él. Hubo ocasiones, en
las que parecía que ante la evidencia de la santidad de la vida y doctrina del
Señor, ante sus milagros estupendos, las multitudes se acercaban al
reconocimiento y a la aceptación de su Mesías. De la buena fe del pueblo o
rotaron aquellas frases: "nunca ha aparecido en Israel un hombre
semejante". "¿Por ventura es éste el hijo de David?". Pero, los fariseos y los
príncipes de la Sinagoga respondían con tono de desprecio y con ademán de
venganza: "Este hombre arroja a los demonios con la autoridad y el poder
del príncipe de las tinieblas".

Y el pueblo, seducido y engañado, seguía a sus jefes, que ciertamente no


eran los verdaderos pastores del rebaño. La responsabilidad del crimen del
deicidio es, sin duda, mayor en los dirigentes de Israel que en el pueblo
sencillo; pero esta mayor responsabilidad no excluye la solidaridad
colectiva, como ya dijimos, que pesa sobre todo el pueblo. Cuando Jesús
preguntó a sus Apóstoles, en Cesarea de Filipo: "¿Quién dicen los hombres
que es el Hijo del hombre?" ¿Qué opina el pueblo de Israel acerca de MI?
Aunque los Apóstoles manifestaron a Jesús las diversas opiniones que
acerca de su persona corrían entre las gentes, no mencionan la Mesianidad
del Salvador, su Filiación Divina. Si alguna vez los judíos llegaron a
sospechar que Jesús fuese el Mesías, esta idea había sido tenaz y
eficazmente combatida y arrancada de la conciencia pública por la
intrigante y malévola campaña de sus dirigentes.

Los enemigos de Jesús querían a toda costa legalizar, justificar la


condenación del Divino Maestro; querían que apareciese ante el pueblo
como un criminal que paga con sus crímenes sus delitos; pero, cuando
fallaron los testigos falsos, el sumo sacerdote increpa al Señor y le
pregunta: "Yo te conjuro, en nombre de Dios Vivo, que nos digas si Tú eres
el Cristo". Y Jesús respondió: "Tú lo has dicho Yo lo soy". Esta era la
acusación verdadera contra Jesús, este debía ser el único motivo de la
muerte del Redentor: la confesión del mesianismo divino que repudiaba y
condenaba la absurda y pérfida noción del mesianismo judío. La Redención
Divina que era atacada a muerte por la ambición judaica del dominio
político y del gobierno universal del mundo.

Cristo dijo: "Mi reino no es de este mundo". "Dad al César lo que es del
César y dad a Dios lo que es de Dios". Este es el mesianismo divino,
intolerable para el mesianismo judío, que, hoy como ayer, busca el dominio
temporal de este mundo para tener así la hegemonía de todos los pueblos.

Lo que siguió después de la condenación de Jesús por el Sanhedrin de su


pueblo es consecuencia; es legalización tortuosa, arrancada a Pilatos, de un
crimen inmenso. Por eso claman en el pretorio: "Que su sangre caiga sobre
nosotros y sobre nuestros hijos". (Mt. XXVII 25). Y esa sangre divina cayó,
cae y seguirá cayendo sobre ese pueblo "de dura cerviz", mientras no
reconozca y acepte el mesianismo divino, rechazando el falso mesianismo,
que su soberbia indómita y sus ambiciones desmedidas han imaginado.

16

Es conveniente insistir aquí en un punto básico, sobre el cual, con sofisma


manifiesto se pretende exonerar de toda responsabilidad al pueblo y a la
religión judía en la muerte de Cristo. Empezaremos, pues, por precisar
conceptos, aunque tengamos que repetir ideas ya expuestas: Una es la
responsabilidad personal y otra es la responsabilidad colectiva. La
responsabilidad personal solamente existe cuando hay un pecado o un
crimen personal; en cambio, la responsabilidad colectiva puede darse y de
hecho se da, aun en la justicia humana, cuando las colectividades por sus
jefes lesionan gravemente los derechos inalineables de los individuos o de
otras colectividades agredidas. Así, por ejemplo, es indudable que no todos
los alemanes fueron personalmente responsables de las atrocidades de la
guerra de Hitler y, sin embargo, todo el pueblo alemán fue considerado
responsable, con esa responsabilidad solidaria, hasta exigirle a pagar
estrictamente todos los daños y perjuicios de los que se consideraban
agraviados y especialmente de los judíos. La solidaridad nacional impuso a
todos y a cada uno de los alemanes la responsabilidad colectiva de los
crímenes atribuidos a Hitler y a su gobierno; aunque, como ya dijimos, no
todos los alemanes podían tener la responsabilidad personal. Los niños de
aquel entonces tuvieron que asumir las agobiantes penas impuestas por esa
responsabilidad colectiva sobre todo el pueblo.

Así existe también ante Dios una doble responsabilidad: la responsabilidad


personal, que cada uno de nosotros tenemos por los pecados propios o
individuales, y la responsabilidad colectiva que recae sobre las
colectividades humanas, sobre todo cuando existe de por medio un plan
divino que abarca y encierra a esas colectividades. Cuando Dios castigó al
mundo, en aquel diluvio universal, es evidente que los niños que entonces
vivían, los recién nacidos, no podían haber incurrido, ante Dios, con
ninguna responsabilidad personal, ya que por su edad eran incapaces de
cometer pecado personal alguno. Y, no obstante, recaía sobre ellos la
responsabilidad colectiva, que justifica los justos castigos del Señor. En el
lenguaje bíblico, los jefes de raza son identificados con sus respectivas
descendencias, que forman con ellos una misma persona moral. Esta
solidaridad es más compacta y universal, cuando ha sido establecida por
Dios mismo, en orden a la realización de los planes divinos. Así fue la
solidaridad que Dios quiso que hubiese entre Adán y todos sus
descendientes, en orden a nuestra elevación a la vida divina; y así es
también la solidaridad que Dios estableció en el pueblo hebreo, que, como
ya dijimos, estaba colectivamente destinado a la preparación del
advenimiento de Cristo.

Los mismos hebreos han reconocido siempre y han defendido


celosísimamente la solidaridad racial, que existe en ellos por institución
misma de Dios. Por ella se consideran el pueblo escogido, el pueblo
mesiánico, el pueblo de las predilecciones divinas. Cualquier libro judío nos
habla de esta solidaridad sagrada, incluso el Talmud. Pero el gran sofisma
está en querer admitir y defender esta solidaridad solamente en las
bendiciones y no en las maldiciones y castigos divinos.

Si el mesianismo divino, el plan redentor y la elección divina para preparar


los caminos del futuro Mesías, con que Dios favoreció al pueblo de Israel,
fue para él fuente de las divinas bendiciones y fundamento de todas sus
grandezas; el mesianismo judío que, como hemos visto, es la negación y el
ataque a los decretos del Señor, fue, es y será para esc pueblo signo de
reprobación y castigo de un Dios traicionado y ofendido. O Cristo con sus
bendiciones o el anti-Cristo con sus maldiciones: el dilema es ineludible.

La solidaridad en las bendiciones, que, en el plan divino, alcanzaba a todos


los israelitas, descendientes de los Patriarcas, exige lógicamente la
solidaridad también en los castigos o maldiciones divinas a los que
coletivamente se hizo digno el pueblo hebreo por la incredulidad agresiva de
sus dirigentes. Esas divinas bendiciones, esas promesas del amor divino, no
fueron absolutas, sino condicionadas. No fue Dios quien falló; fue Israel el
que, por sus cabezas, abandonó a Dios. Su infidelidad atrajo sobre él las
maldiciones divinas.

Es cierto, como dice San Pablo, (Rom XI 18) que Israel es el olivo y los
gentiles son el acebuche, injertado en ese olivo; pero el injerto tiene ahora
toda la vitalidad y todos los frutos que el tronco añejo ya no dió. No es la ley
que ya fue derogada, sino la gracia de Cristo la que nos salva y santifica.

17

Creemos que con lo dicho hemos demostrado la tesis fundamental de


nuestro comentario al escrito de Roddy: el problema judío, como lo ha
planteado y sostiene la Sinagoga, es un problema mesiánico, es decir, un
problema cuya nota esencial es su mesianismo. Es así que el mesianismo
judío, según la fe de la Sinagoga, en su misma esencia, no es religioso y
espiritual, sino político y material. Luego el problema expuesto en su
génesis, por la revista LOOK, es un problema político, de raigambres
políticos y de proyecciones políticas. El sionismo buscaba las absoluciones
conciliares para realizar sus destinos raciales, su mesianismo judío. Y es
importantísimo, es vital para el futuro del mundo, el que se conozca, se
estudie y se demuestre este aspecto práctico y político de la Declaración
formulada por el Secretariado del Cardenal Bea, que, como se desprende del
comentario de la revista LOOK, fue prohijado, impulsado y llevado a feliz
término por la actividad asombrosa de las organizaciones del Judaismo
Internacional. La misma actividad desplegada por los sionistas y sus
colaboradores; la actitud de ataque, de desprecio y de calumnia que han
tomado contra los que no pensamos como ellos, son una confirmación
manifiesta, una nueva prueba de nuestra tesis.

18

Se condena como antisemitismo lo que es legítima defensa; se confunde la


noción de la caridad cristiana con la traición a Dios y el conformismo
entreguista; se declaran exaltados, locos y rebeldes a los que ven el
problema en su cruda realidad; se nos ha hecho creer que las amistades
judeo-cristianas —fundadas no en la aceptación de Cristo y de su Iglesia, ni
siquiera en el establecimiento de un diálogo sincero que busque la verdad y
acerque a los judíos no cristianos o anticristianos a una posible conversión,
sino en la misma posición inicial del pueblo que en el pretorio de Pilato
pidió la muerte de Jesús— va a establecer en el futuro un triunfal
acrecentamiento de la PAZ de Cristo en el REINO de Cristo.

Yo pregunto: ¿Es posible el bienestar de la Iglesia, mientras el mesianismo


judío, el anti-Cristo siga triunfalmente ensanchando sus tentáculos
demoledores y poderosísimos para eliminar a Cristo y a su Iglesia? ¿Qué
garantía tenemos no digo ya de la sinceridad judaica, sino siquiera de una
actitud de respeto a las esencias mismas de nuestra religión? Ellos no han
reconocido a Cristo, no han aceptado a su Iglesia, no toleran el que los
católicos les hablemos de conversión; quieren todo y solamente ofrecen en
cambio, como en otro tiempo, las 30 monedas de plata, precio del Santo de
los Santos.

Después del Concilio, obtenida en parte la Declaración por la que tanto


lucharon; (aunque, bien examinado el texto, no dejamos de ver que la
Iglesia mantuvo su posición antigua), la actitud judía ha sido más violenta,
más descarada contra la persona Santísiam de Cristo y contra su Iglesia.
Recientemente el Dr. Rugh J. Schonfield, un judío que dice que cree en
Dios como "un espíritu puro" pero que no tiene religión alguna, ha
publicado una obra con el título: "El Engaño de la Pascua" (The Passover
Plot). En ese libro el escritor sostiene que Jesús, alucinado con la idea de
que El era el Mesías, urdió y planeó, durante toda su vida, la manera de
engañar a su pueblo —lo mismo a las autoridades que a sus discípulos—
haciendo coincidir engañosamente los acontecimientos de su vida con las
profecías mesiánicas. La Semana de Pasión fue la culminación de este
embuste. "Era necesario organizar una conspiración, cuya víctima tenía
que ser el mismo emboscado y deliberado instigador. Fue una concepción de
pesadilla y una empresa cuyo resultado tenía la lógica espantosa de una
mente enferma o la de un genio. Y esa autoconspiración tuvo éxito".

"Desde su triunfante entrada en Jerusalén sobre un asno, cuando El se


reveló como Mesías, plenamente consciente de que esta su revelación no
podría tener otro término que el ser El arrestado y ejecutado, hasta la
crucifixión misma, el Dr. Schonfield pretende demostrarnos que todo lo que
Jesús hizo fue deliberadamente encaminado a ajustarse a las circunstancias
todas preanunciadas por las Escrituras". Sugiere el escritor judío,
sastifecho por la Declaración Conciliar que, Jesús en su plan, buscó la
manera de ser crucificado el viernes, sabiendo que así sería bajado de la
cruz antes del sábado y de esta manera sólo estaría colgado unas cuantas
horas, en las que el esperaba sobrevivir. El vinagre que le fue dado para
beber, según este blasfemo escritor, contenía una droga, por la cual Jesús
quedó inmediatamente inconsciente, como si estuviera muerto. Y porque
creyeron que estaba muerto no le rompieron las piernas. El Dr. Schonfield
comprueba su afirmación perversa, al decir que las gotas de sangre y agua
que brotaron del costado de Cristo son una prueba evidente de que Cristo no
había muerto.

Vale la pena publicar aquí el comentario del periódico oficial del Estado de
Israel "The Jerusalem Post", sobre la Declaración Conciliar, publicado el
domingo 17 de octubre de 1965:

EL VOTO VATICANO

"Ha sido ahora ya hecha la votación final, en el Concilio Vaticano, sobre la


controvertida Declaración de la actitud de la Iglesia hacia las religiones no
cristianas. Queda tan sólo por darse el paso final de su formal
promulgación. Pudiera ser que el Papa hiciese todavía algunos cambios,
pero en vista de la abrumadora mayoría de los votos favorables, y del hecho
de que el documento ha sufrido ya muy serias modificaciones, no parece
probable que tenga importantes innovaciones, antes de su publicación. Sin
embargo, juzgando por las experiencias pasadas, queda la posibilidad de
algunas alteraciones de menor importancia, que desde luego serán en favor
de los conservadores".

"En esa Declaración, por lo que se refiere a los judíos, lo más fascinante ha
sido el espectáculo de la Iglesia Católica que voluntariamente se ha sentado
en el banco de los acusados. Un estudio de la historia de la Iglesia
demuestra evidentemente que el antisemitismo no es hermano del
cristianismo, sino que se ha desenvuelto como una reacción a específicas
circunstancias históricas. La atribución trágica de la responsabilidad de la
crucifixión a todo el pueblo judío, obviamente se opone a los detalles
contenidos en los mismos Evangelios, y la acusación del "Deicidio", que
empezó a circular después de más de una centuria de los acontecimientos
históricos, fue promulgada por razones políticas. Pero, a través del tiempo,
se olvidó la motivación política y esta acusación tuvo reconocimiento de
dogma religioso. De aquí procede la historia terrible del antisemitismo
cristiano y de las persecuciones que han sufrido los judíos y que
caracterizan y han hecho infernal la historia de los judíos en tierras
cristianas. Fue esa tradición la que en gran parte preparó la mentalidad
europea para simpatizar con el antisemitismo nazi, que culminó con el frío
asesinato de 6 millones de personas, ultimadamente porque esas personas
no eran cristianas.

"Ese acontecimiento fue el que despertó la conciencia de ciertos círculos en


la Iglesia, especialmente entre los elementos más liberales, que se
encontraban en paises en que los católicos habían tenido que enfrentarse
con otras creencias religiosas. Estos elementos, recordando con horror los
terribles acontecimientos que habían sido el lógico resultado de la
enseñanza tradicional de la Iglesia, aprovecharon la oportunidad del
Concilio Vaticano para presentar este problema delante de los Padres
congregados de la Iglesia. En otras palabras, ellos estaban pidiendo la
reconsideración de algunas de las más venerables o veneradas doctrinas de
la Iglesia y se preguntaban a sí mismos si por ventura la Iglesia, durante 18
siglos, no había conducido erróneamente a sus seguidores. Inevitablemente
esta postura provocó violenta oposición por parte de los conservadores de la
Iglesia, que no estaban preparados para admitir modificaciones en el
dogma, ni para aceptar que la Iglesia, por tanto tiempo hubiese estado en el
error".

"Muy pronto, un grupo de elementos extraños empezaron a intervenir en un


problema que debería haber sido considerado como un problema interno de
la Iglesia Católica. Por una parte, ciertas Organizaciones Judías, ansiosas,
de alcanzar una Declaración que fuese suficientemente efectiva para
combatir el antisemitismo en el medio católico, se hicieron sentir
abiertamente. Pero, con una irreverencia mucho mayor, los Estados Arabes
entraron en la contienda con una mezcla de amenazas y adulaciones, para
oponerse a que la Declaración fuese promulgada; por dos causas: porque
ellos pretendían descubrir siniestros propósitos políticos en la Declaración y
porque ellos mismos estaban interesados en reforzar el antisemitismo, como
parte de su campaña internacional judía".

"El esquema final, desgraciadamente, es mucho más suave que las


versiones anteriores del mismo texto. Los judíos tienen que lamentar, en el
aspecto dogmático de la promulgación, las múltiples concesiones que se
hicieron a los conservadores; pero esto es un asunto exclusivamente
católico. Pero pueden protestar los judíos por ciertas modificaciones que se
hayan hecho en atención a la presión de los Arabes. Un documento del
Concilio Vaticano deberia exclusivamente estar basado en motivos
religiosos y mantenerse completamente ajeno a toda consideración
temporal". (Nota: ¡El artículo de Roddy demuestra evidentemente la
imparcial actitud de la Mafia Judía en este asunto!).

"Pero haciendo a un lado nuestras reservas, el documento debe ser bien


recibido como un paso adelante en la historia de las relaciones judeo-
cristianas. Aunque es claro que la Iglesia todavía no está madura para
recorrer todo el camino, como muchos de los Padres más conscientes lo
pedían, por lo menos es obvio que la Iglesia estaba preparada al menos para
empezar por el reconocimiento de su errores históricos. La prueba decisiva
evidentemente la tendremos en las aplicaciones prácticas del documento. Su
espíritu y sus sentimientos han felizmente encontrado un eco amplio".

19

Los árabes católicos, a su vez, nos dan su punto de vista en otro periódico,
publicado también en Jerusalén, en la parte de la Ciudad Santa, que está en
poder de Jordania:

POR QUE PROTESTAMOS NOSOTROS

"Una vez más: gracias al Neo-Catolicismo del Cardenal Bea, el autor de la


Declaración, o más bien el vehículo sionista en el Concilio, por haber
ayudado a muchos catódicos conscientes a ver la necesidad de una Reforma.
El Neo-Catolicismo del Cardenal Bea exige católicos suficientemente
flexibles y revolucionarios para poder ver su antigua fe de veinte siglos
desmoronada sin sufrir ningún trauma sentimental. El sentimentalismo es
la acusación en boga, usada para acallar a los que se oponen a la
Declaración; así como los gentiles acusan de barbarismo a aquellos que
carecen de refinamiento".

"Hablando sentimentalmente, es difícil tragarnos la idea de que el Vaticano


espera que todos los católicos acepten dócilmente esa famosa Declaración".

"Nosotros comprendemos las presiones que actúan sobre el Vaticano y sus


decisiones. Bajo tales presiones, llegadas por vehículos tales como el
Cardenal Bea, es difícil que el Vaticano se quede callado. Pero, por otro
lado, el Vaticano no puede cambiar los textos de la Biblia para hacer su
Declaración. Jesús fue crucificado por los judíos. He ahí el dilema."

"Como suele suceder, algunos clérigos ambiciosos, por ejemplo el Cardenal


tienen su argumentación oculta en sus mangas para presentarla en la Santa
Sede y proveer así el tertium quid en el dilema: el crimen del Deicidio debe
repartirse en toda la humanidad".
"Esta vez el Neo Catolicismo por boca del Cardenal Bea presenta dos
argumentos muy impresionantes. El primero consiste en que no todos los
judíos (que vivían entonces) estuvieron presentes en Jerusalén, durante la
crucifixión de Cristo; y, por lo tanto, no todos pueden ser condenados por el
Deicidio, especialmente si tomamos en cuenta que ninguno de esos judíos
vive ya ahora. La segunda razón es esta: si Jesús dijo: 'Padre perdónalos,
porque no saben lo que hacen', entonces ¿cómo podemos condenarlos?"

"Siguiendo esa manera de argumentación, nosotros también podemos


protestar por el Neo-Catolicismo del Cardenal Bea y rechazar esa
Declaración; porque, si no todos los católicos estuvimos presentes en el
Concilio para votar, tampoco todos los católicos estamos obligados a creer la
Declaración Conciliar".

"Muchos católicos encuentran difícil el creer que el único motivo que


originó la Declaración de la exoneración, fue la caridad cristiana.. El
Vaticano recorrió todo el camino para encontrar a los judíos y reconciliarse
con ellos..., recordando el patrimonio común con los judíos y movidos no
por razones políticas sino por el amor del Evangelio..." pero el Vaticano no
hizo nada para recorrer siquiera medio camino en el encuentro con
nuestros hermanos cristianos los protestantes. O ¿es que el pecado de no
reconocer el Primado del Papa, es un pecado más grave y que más
difícilmente puede perdonarse que el Deicidio"?

"La obligación del Vaticano, según los católicos conscientes, está en buscar
la unidad cristiana y la reconciliación de los diferentes puntos de vista que
llegaron al gran cisma y a la Reforma Luterana. Es necesario empezar la
obra en casa, porque..., 'si la casa está dividida en sí misma, la casa no
puede permanecer en pie".

"Probablemente los católicos árabes sean capaces de hacer lo que no hizo la


vanidad del Concilio Vaticano. Nosotros, árabes cristianos, de todas las
denominaciones, podemos unirnos y reconciliarnos para formar nuestra
propia Iglesia nacional e independiente. Nosotros podemos tener una
Iglesia, de la que podamos estar orgullosos; una Iglesia que sea capaz del
verdadero amor cristiano y de la reconciliación, una Iglesia que respete la
verdad de los Santos Evangelios".
"Finalmente,la absolución exige el arrepentimiento. Jesús crucificado
perdonó al ladrón que estaba en su cruz con El, porque ese ladrón pidió
perdón. Pero aquellos que han crucificado a Palestina no han sentido su
culpabilidad, ni han dado una sola señal de arrepentimiento, y sin embargo,
ellos fueron absueltos por el Concilio Vaticano".

"Nosotros de nuevo pedimos al Santo Padre, Sucesor de Pedro, en cuyas


manos está la última decisión: 'Por favor, no firméis esa Declaración',
porque si la Declaración queda firmada, entonces nosotros preguntaremos
con verdad y sinceridad: ¿Quién absolverá después al Vaticano?".

Evidentemente, el autor de este comentario no puede aceptar todos los


puntos de esta editorial de la Prensa Arabe; pero, no dejamos de
comprender la enorme tragedia que implicaba para el pueblo de Palestina,
la Declaración elaborada y patrocinada por el celo de su Eminencia el
Cardenal Agustín Bea, S. J.

Por más que se haya procurado encubrir la tendencia política del Judaismo
Internacional, al sugerir primero y alcanzar después, con todos los
poderosos recursos de que disponía, esta famosa Declaración; por más que
el Secretariado del Cardenal Bea haya enviado un agente personal para
visitar a todos los Patriarcas y Obispos árabes, un mes antes del principio de
la Cuarta Sesión del Concilio, y asegurarles que la Declaración no tendría
ningún carácter político y que sería benéfica para la tranquilidad misma y
florecimiento de las cristiandades del Oriente y del mundo entero; por más
que la Democracia Cristiana de Italia y Alemania haya demostrado estas
buenas intenciones, con sus generosos y cuantiosos donativos para remediar
las necesidades de esas Iglesias del Medio Oriente, es evidente que para los
pueblos Arabes la Declaración, usando el lenguaje más benigno —era
peligrosa, muy peligrosa. Los refugiados palestinos, que en su desgracia
sufren las consecuencias de la traición del Estado de Israel, eran para los
países árabes una prueba viviente de lo que significa la ambición mesiánica
del Judaismo Internacional. La Declaración puede ser interpretada y de
hecho lo ha sido por el Judaismo como una aceptación de la Iglesia de su
actitud política.
DOMINGO, 19 DE AGOSTO DE 2012

COMENTARIO AL TEXTO DE COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL


PENSAMIENTO CATOLICO (5)

Por R.P. Joaquín Saenz y Arriaga

20

Suele darse el nombre de "Sionismo" al problema judío en la realidad


imponente de los tiempos actuales: es ese movimiento secular, envolvente,
tenaz e internacionalmente activo y decisivo, con que el mesianismo judío
pretende realizar, como de hecho parece lo está haciendo con éxito evidente,
el dominio no sólo político, sino social, económico, religioso y jurídico, al
que cree tener derecho, sobre el mundo entero.

Para alcanzar este objetivo, el sionismo ha usado, según las circunstancias y


los tiempos, distintos procedimientos en el decurso de la Historia; pero, a
nuestro juicio, el éxito que no pocas veces ha tenido el Judaismo
Internacional se debe principalmente a dos factores importantes:

a) Al secreto escrupuloso con que realiza su programa. Al fariseísmo


habilidosísimo con que esconde y disimula sus acividades;

b) A la ingenua o traidora cooperación, que en su obra nefasta, le han dado


los gobiernos, las instituciones y los individuos cristianos y no cristianos.
Así aprehendieron a Cristo, comprando antes a Judas. El Judaismo da las
batallas sin exponer sus hombres, sin dar la cara. Usa el dinero con
habilidad sorprendente para corromper a sus naturales enemigos y hacer
alianza con ellos.

El Judaismo Internacional, la mafia, sabe aprovechar maravillosamente las


debilidades humanas y todas las circunstancias favorables, que sus actuales
y potenciales enemigos quieran brindarle, para destruir, conquistar y
esclavizar los pueblos, que caen de esta manera en sus garras feroces. No se
detiene en seleccionar los medios por su ilicitud o licitud intrínseca, sino por
la mayor o menor eficencia con que esos medios puedan contribuir a
alcanzar sus designios siniestros.

Actualmente, la mafia judía ha logrado establecer cuatro frentes


internacionales, que, al parecer, sin conexión alguna, son las tenazas que
trituran y destruyen las estructuras de los pueblos libres, para preparar así
el advenimiento de su mesianismo. La tragedia imponderable consiste en
que los gobiernos e individuos no sólo han aceptado esos frentes internos,
esas quintas columnas, dentro de sus propios países, sino que han llegado a
considerarlos como una estructuración del mundo, que con criterios nuevos
tiene que abrirse paso en el futuro.

21

El primer frente invisible que la mafia judía creó para la batalla final es la
francmasonería, con sus ritos distintos, imbuidos del Talmud y la Kábala,
con sus secretos herméticos, solamente conocidos en la cúspide de la
pirámide; con sus apariencias filantrópicas, con su filosofía atea disimulada
con la ficción del Gran Arquitecto del Universo, que encierra en sí el
panteísmo y da culto al satanismo.

Por la Masonería la mafia logró destruir o desorientar la inteligenzia


cristiana con las corrientes del materialismo, del hedonismo, del
agnosticismo, del Freudismo, etc., etc. Logró apoderarse de los gobiernos o
por lo menos, de sus puestos claves. Logró secularizar las instituciones,
laicizar la enseñanza de la niñez y de la juventud; atentar contra el baluarte
de la familia, estableciendo el divorcio y justificando el amor libre; y hacer
en fin, que el Estado y sus leyes no solamente desconozcan a Dios, a Cristo y
a su Iglesia, sino que ataquen sistemáticamente los principios
fundamentales de la vida religiosa.
En los regímenes masónicos, la Iglesia y la religión, en el mejor de los
casos, son consideradas como una condescendencia a la ignorancia y al
oscurantismo del pasado o como un contrabando disimulado, en el que los
mismos eclesásticos se sienten favorecidos y comprometidos con una deuda
de gratitud. La historia de la Masonería es una historia secreta de crímenes,
de claudicaciones y de apostasías. La incredulidad, que reina en los pueblos
de Europa, y de América, es el fruto legítimo de la obra masónica. Bien
sabemos que hace tiempo algunos católicos, algunos sacerdotes, algunos
jesuítas han aceptado el diálogo y el compromiso secreto con la Masonería,
y defienden esta organización tenebrosa y su obra satánica. Dicen ellos que
hoy, al menos en ciertos lugares, la Masonería no solamente es inocua sino
benéfica.

En su obra "Jesuitas y Masones", el Dr. Tohotom Nagy, conocido sacerdote


húngaro de la Compañía de Jesús, nos da una descripción del diálogo
fraterno que los jesuitas de la nueva ola han sostenido y sostienen con los
miembros de la Masonería. El Dr. Nagy, que es ahora un sacerdote
secularizado y casado, propugna por el "cese el fuego" entre la iglesia y la
Masonería, y explica la evolución ideológica de sus hermanos jesuitas, como
la justificación de la nueva actitud de la Compañía hacia sus antiguos
enemigos, a quienes los jesuitas hicieron responsables, por tantos años, de
la expulsión de Carlos III y de la supresión eclesiástica que del Instituto
Ignaciano hizo S.S. Clemente XIV.

Citaré aquí algunas palabras del Dr. Nagy que nos dan idea de la
bancarrota ideológica que en ciertos elementos de la Orden provocó el
diálogo intelectual con la Masonería:

"Volviendo al año de estudios, quisiera hablar de su materia. Dos gigantes


hicieron sentir su peso: Aristóteles y Santo Tomás de Aquino; quizás no fue
la Iglesia misma que se aferró a ellos, sino la Orden de Santo Domingo.
Esta ha dado muestras de rigidez a través de los siglos, y sigue siendo
ejemplo de la inflexibilidad y de una intransigencia en todos los aspectos.

Los jesuítas españoles Suárez y Molina se rebelaron en su tiempo contra


este terror. Sus nombres siguen siendo hasta hoy autoridades en la teología,
pero ¿qué se puede esperar de la ideología científica de un adversario como
un dominico —Mihalik— que estableció una hipótesis absolutamente
arbitraria y ridicula en el comienzo de su libro, según la cual, Suárez deriva
del alemán Schwartz, y que durante el curso del libro —obra importante—
denomina Schwartz a ese varón que a través de siglos fue conocido y
estimado como Suárez.

De Aristóteles es sabido ya que gran parte de sus tesis y observaciones


fueron erróneas, y era Platón quien sobrevivió los pensamientos científicos
más nuevos y que está renaciendo en los tiempos más recientes. Es de
lamentar que una organización, que pretendía poseer verdades eternas e
inmutables, como la Iglesia, se haya aferrado a un sistema filosófico,
únicamente porque éste le servía de apoyo en la explicación de gran parte de
sus doctrinas. La Iglesia debió preveer que la filosofía aristotélica, por ser
obra y doctrina humana, podría sufrir alteraciones y derrotas; por lo mismo,
al aferrarse a ella, corría el riesgo, por la continua evolución de la ciencia,
de ver atacada la eternidad de sus verdades.

Y así sucedió. La Iglesia ya tuvo suficientes disgustos por encadenarse a un


sistema de doctrinas del mundo profano; y sus disgustos irán en aumento
hasta que la Iglesia tendrá que rever su sistema filosófico del mismo modo
como revio su resistencia frente a todo lo que antes juzgaba de herejía.

La otra gran figura que oprimía nuestros estudios, era la máxima autoridad
de Santo Tomás de Aquino. Ningún profano se puede imaginar cuán
elevada es la autoridad de ese santo en la Iglesia para los teólogos, sobre
todo, para los dominicanos, que reaccionan con su inflexibilidad conocida
frente a la mínima disminución de esta autoridad. Si algún profesor de
teología llegara a desviarse un poco de las doctrinas de Santo Tomás y esta
desviación fuera visible en la tesis del examen de fin de curso, recibirá duros
retos desde Roma como si estuviera en camino de convertirse en hereje. Uno
de mis profesores, cuyas tesis tenían esta tendencia, sufrió tantas
hostigaciones, que, cansado, pidió su relevo y se fue a China como
misionero.

Fue Santo Tomás quien "bautizó" al ya casi olvidado Aristóteles, después


de mil quinientos años de su muerte. Fue él quien amarró el bote científico
de la iglesia, a la barca de Aristóteles que desde entonces navegan juntos.
La "Summa Theologica" figuraba como creación única en su género, y nos
enterábamos sólo de paso, que en su tiempo no se destacó especialmente,
porque había más de una de estas "Summas" y algunas eran superiores a la
de Santo Tomás. No hace mucho que fue descubierto un manuscrito más
del 'Summa' en una biblioteca ancestral italiana.

La filosofía oficial de la iglesia, la escolástica, está en letargía ya hace siglos


y si bien en los últimos tiempos dio algunas figuras robustas, éstas no
aportaron ninguna novedad revolucionaria.

En la filosofía moderna no se palpa en absoluto que en su vecindad vive una


escolástica; y ésta, aunque haya perdido su hegemonía de antaño, al menos
podría ejercer algunas influencias.

Los jesuítas, no porque querían desprenderse del pasado, sino porque


preveían el futuro, con una elasticidad sin par, pululaban alrededor de todo
intento nuevo; acompañaban a los transformistas hasta los límites de
exponenrse a que sus libros sean puestos en el "Indice" (Teilhard de
Chardin).

En la investigación de la Biblia, también son ellos que van al frente, y


ayudan a aclarar que la creación del hombre, el primer pecado y el diluvio
no fueron redactados por Moisés, sino que Ezdrás los trajo, mil años
después, de Babilonia, como legados súmenos y luego los incorporó a los
libros sagrados.

Es más beneficioso para la Iglesia, que sean ellos quienes desmenuzan a los
libros sagrados, porque así les queda algo de su precioso tesoro; ha llegado
el momento en que la Iglesia no tendrá más que ir reconociendo día a día
que los patriarcas nunca fueron monoteístas, que la historia de Sansón es
folklore, el libro de Job es un plagio, Salomón nada tiene que ver con los
libros que le atribuyen y casi ningún salmo fue escrito por David, etc. Todo
esto hoy aparece en los libros con el "Imprimí potest" de los provinciales
jesuítas y yo mismo siento un poco de miedo al leerlos, tan distintos de lo
que me enseñaron hace décadas. Puede cualquiera leer en el libro "De la
Edad de Piedra al Cristianismo" por William Foxwell, en cuya tapa figura
"Revisado, por varios padres de la Compañía de Jesús" y por dentro reza;
"Nihil obstat", y verá que del Antiguo Testamento apenas quedarán
algunas hojas para aplicarles la definición del Concilio Vaticano I, según la
cual, "Spiritu Sancto inspirante concripti Deum habent autorem" —
Denzinger-Bammwarte, 1787—.

Ahora está pagando la Iglesia con creces el haber ligado, tiempo ha, su
conjunto de verdades a las ciencias aparentemente eternas e inamovibles, y
el haberse metido en un laberinto caótico de especulaciones filosóficas
humanas, y de dudosas interpretaciones; porque pretendía ser sabia, en
sentido profano, en vez de identificarse con la simplicidad, santidad y pureza
cristalina evangélica y con lo eterno en el hombre que no es de este mundo.
Juan XXIII encabezaba una Iglesia así y durante cuatro años ha
conquistado más fieles y más honor para su Iglesia, que todos los filósofos y
teólogos en cuatro siglos."

La Masonería, con su visión racionalista del cosmos, con su eliminación


disimulada de Dios, de Su Sabiduría y de Su Omnipotencia, con su
humanismo idolátrico y con su fobia religiosa, ha destruido aquella
armónica concepción del universo, en la que Dios es el principio y el fin y la
razón esencial de la existencia humana; la Masonería ha corrompido a la
inteligencia, creando una ciencia empírica, en la que los fenómenos y las
experiencias personales vienen a sustituir los principios eternos e
inmutables, sobre los cuales se construyen la filosofía y la teología cristiana.
La Masonería minó en nosotros las creencias religiosas, para sustituirlas
después por los mitos modernos de la diosa razón.

Lo que para mí es inconcebible es el cambio radical y violento entre la


actitud de lucha que la Compañía de Jesús tuvo siempre contra la
Masonería y el coqueteo disimulado y la aceptación implícita que la nueva
ola de ese Instituto Religioso ha asumido ahora, con relación a esa misma
masonería, a la que un día calificó como engendro satánico.

René Fülop Muller, en su obra "El poder y los Secretos de los Jesuítas",
escribe: "Gran sorpresa tiene que causar el que precisamente la más
reciente actualidad haya conducido a una aproximación entre Jesuítas y
francmasones. Después de manifestarse, durante largo tiempo, cierta
disposición a una inteligencia, en junio del año de 1928, se ha llegado a
negociaciones en toda regla, en un debate celebrado en Aquisgrán, tomando
parte de un lado el P. Hernán Gruber, el jesuíta más conocedor de la
Francmasonería, y del otro lado el Secretario General de la logia de Nueva
York, Ossian Lang, el filósofo francmasón de Viena Dr. Kurt Reichl y el
escritor Eugene Lennhoff, autor de una obra muy documentada sobre la
francmasonería".

Otro jesuíta el P. Joseph Berteloot, el 15 de septiembre de 1933 en la "Revue


de París", página 394, dice:

"Esta gran maestra de enseñanza, la Historia, nos enseña cómo, bajo el


golpe de una inmensa prueba común, o ante un grave peligro inmediato, los
hijos de un mismo país, fieles de una misma fe, olvidan generalmente todo
lo que les divide, para hacer frente en bloque y llevar la prueba
fraternalmente. Protestantes y católicos de Alemania nos dan, en este
momento, este ejemplo. Para otra lucha, Francia lo había dado en 1914, el
día de la movilización".

"¿Estaremos nosotros en vísperas de volver a ver entre nosotros una de


estas horas, si no de parecida unión, al menos de mejor comprensión y de
mejor inteligencia, entre dos adversarios que la opinión tiene por
irreconciliables: El Catolicismo y la Francmasonería? Esto es lo que,
colocándonos desde el punto de vista histórico, nosotros quisiéramos
examinar aquí".

Esta política de la "mano tendida", entre el Catolicismo y la


Francmasonería, fue ideada y auspiciada por algunos Padres de la
Compañía, de Jesús, iniciadores y defensores del Progresismo Católico, que
son los que, en abierta constradicción con el espíritu ignaciano y con la
tradición gloriosa de ese Instituto venerable, han formado la nueva ola del
catolicismo, negación lastimosa de la indefectibilidad de la Iglesia. Amo
filialmente a la Compañía, pero amo por encima a la Iglesia de Cristo.
22

El segundo frente que tiene establecido internacionalmente, en el mundo, el


Sionismo o la mafia del Judaismo Internacional, es el Comunismo, que en
su historia y esencia significa la subversión, la destrucción, el odio, la
muerte y los sufrimientos más espantosos, a que han sido sujetados, no
miles, sino millones y millones de seres humanos. El Comunismo ha
destruido las elites de la humanidad: ha empobrecido y esclavizado a los
pueblos; ha sembrado de humeantes ruinas a más de la mitad de la tierra;
ha hecho que la humanidad viva años de incertidumbre espantosa, como si
nada estable hubiera quedado en nuestra vida. El Comunismo es la
esclavitud de los tiempos modernos; una esclavitud más odiosa, más cruel y
más refinada que la que existió en los tiempos paganos.

En relación a las creencias, a la religión, especialmente en relación al


catolicismo, el comunismo ha sido, es y será siempre implacable. Soñar en
la coexistencia pacífica con la Iglesia Católica es monstruoso, es criminal;
es el entreguismo que arría la bandera de Dios para enarbolar la bandera de
Satanás. Las tácticas cambian, pero no cambia la finalidad que el enemigo
busca.

En una Revista Comunista Internacional, publicada en Praga, en junio de


1965, el conocido comunista español Santiago Alvarez escribe un artículo
sobre el acercamiento de los católicos y comunistas en España, en la nueva
política de ciertos dirigentes y jerarcas católicos, que, en ansias de
ecumenismo, han abierto el diálogo con los comunistas, hasta establecer
cierta unidad de acción, cierta armonía entre los ahora criptocomunistas y
los católicos, "Hoy, dice el escritor, nuestros aliados principales en la lucha
contra Franco son los católicos. Esta es una realidad; el signo más
característico y más prometedor de la actual situación española".

Y, al tratar del problema religioso, que antagónicamente separa el


catolicismo del comunismo, dice: "En contraste con determinadas epocas
del pasado, la profesión de fe católica de los católicos no es un obstáculo
para participar en esta acción. Si bien el socialismo, por el que los marxistas
revolucionarios luchan, aparece más que nunca como una necesidad
impostergable, y la concepción filosófica materialista se reafirma, como la
única que ofrece una clara proyección del futuro, también se comprueba
que la participación de la lucha revolucionaria por la democracia y el
socialismo puede englobar y engloba hoy a destacados combatientes, cuyas
concepciortes filosóficas no son materialistas..."

"Como materialistas, negamos la trascendencia, la idea de Dios y la


existencia de un más allá fuera de la materia. Pero no hemos
menospreciado nunca el hecho de que la religión existe y que, como
fenómeno supraestructural, con sus complejidades, tiene su importancia..."

"El origen de la religión lleva implícito su ciclo de existencia y su


extinción". "Eso significa que, aun resuelto el problema de los
antagonismos de clase y de la explotación, con el socialismo, el proceso de
extinción de la religión será largo, y gradual su desaparición". Y, en otra
parte, Santiago Alvarez nos da a entender el por qué del cambio de táctica
que hoy proclama la coexistencia pacífica entre el comunismo y la religión:
"La Iglesia y la religión morirán de muerte natural".

No entendemos nosotros cómo un pueblo, que ha sentido en carne viva las


parras del comunismo ateo, después de 25 años, se haya olvidado de esa
nacional tragedia, para sonreír y hacer alianzas diplomáticas, comerciales o
de activa y secreta revolución, con los enemigos de Dios y de su patria.

Preguntará alguno cuáles son las pruebas para demostrar la filiación del
Comunismo Internacional respecto del Judaismo. Innumerables serían las
pruebas, ya ampliamente conocidas, que toda persona sensata puede
examinar en sus mismas fuentes. Hay una literatura copiosa sobre este tema
en todas las lenguas y en todos los países. Pero, no hay peor sordo que aquel
que no quiere oír la verdad. Citaré aquí algunos documentos tomados de los
archivos nacionales de los Estados Unidos. El primero es una información
secreta de la Embajada de Londres del 17 de julio de 1919. Está escrita por
la Scotland House, S. W. 1. 16 th July. 1919: "Existe ahora una evidencia
definitiva de que el Bolchevismo es un movimiento internacional controlado
por los judíos; hay comunicaciones frecuentes entre los líderes de América,
Francia, Rusia e Inglaterra, con miras a una acción concertada..."Y en otro
documento, tomado también de los archivos nacionales de los Estados
Unidos y que fue redactado en el Cuartel General de las Fuerzas
Expedicionarias Americanas, en Siberia, en Vladivostok leemos: "...Estas
esperanzas quedaron frustradas por las ganancias graduales de poder de los
elementos más irresponsables y socialistas, guiados por los judíos y otros
elementos raciales anti-rusos". Una estadística, hecha en abril de 1918 por
Robert Wilton, el corresponsal del "London Times" en Rusia, demuestra
que en ese tiempo había 384 comisarios, incluyendo dos negros, 13 rusos, 15
chinos, 28 armenios y más de 300 judíos. De éstos habían venido a Rusia de
los Estados Unidos 264 judíos, después de la caída del gobierno imperial.

23

El Tercer Frente Internacional, aquel en el cual está a fuerza más grande


del mesianismo judío y al mismo tiempo su talón de Aquiles, es el de las
finanzas, el del dinero. Sigilosamente, pacientemente, ininterrumpidamente,
el Judaismo Internacional ha ido atesorando, sin escrúpulo alguno, por lo
medios inmorales que siempre usó, el oro y las riquezas, hasta llegar a
dominar ahora, por sus bancos internacionales y centrales, todas las
finanzas de todos los países. Actualmente, en el sistema monetario, que
priva en todas partes, de documentos y billetes barcarios, esa mafia no sólo
acaparó el oro y la plata, sino que hace el dinero que circula en el mundo y
le da el valor convencional que quiere, para realizar de esta manera sus
designios políticos.

En 1912, Wilson era un desconocido profesor de Princeton University, con


ciertas debilidades morales, con las que suplía los servicios de su mujer que
estaba enferma. Un grupo de banqueros judíos le sugirieron que se lanzase
a la contienda electoral como candidato a la Presidencia de los Estados
Unidos de América. Ellos prometían respaldar con su dinero y con su
influencia la inesperada candidatura. Naturalmente, este ofrecimiento y esta
ayuda no eran completamente gratuitos. Era una pequeña transacción, un
do ut des: Wilson tenía que prometer el establecimiento de los Bancos de la
Reserva Federal, Bancos Centrales, que debían controlar las finanzas de los
particulares y del gobierno mismo de los Estados Unidos; y, además, Wilson
tenía que poner esos bancos en las manos de sus magnánimos
patrocinadores, los banqueros judíos.

La transacción se hizo. Una campaña política, sin precedente ni paralelo en


los Estados Unidos, elevó al desconocido profesor de Princeton University,
al hombre clave, para aquellos tiempos, a la suprema magistratura de ese
gran país. Al año siguiente, Wilson, cumplidor de sus compromisos,
promulgó la famosa ley "Federal Reserve Act, 1913", por la cual, a costa de
su patria y del mundo, pagaba los compromisos adquiridos. Nominalmente
eran 10 bancos establecidos de la Reserva Federal, diseminados en la Unión
Americana; en realidad, era el Banco Central de Nueva York el que iba a
controlar todo; y este banco, a su vez, estaba en manos de los banqueros
judíos.

Este centralismo bancario, a través de los bancos comerciales, dependientes


todos del Federal Reserve Bank de Nueva York, dominó desde entonces no
sólo las transacciones, sino las mismas operaciones financieras y la deuda
interna del gobierno de los Estados Unidos. Es evidente que se tomaron
todas las precauciones para despistar a la opinión pública y encubrir con
nombres y sociedades de paja la secreta realidad de aquel control bancario.

La deuda interna de los Estados Unidos de América era en realidad,


hablando sin subtefugios, una deuda de ese país a los banqueros judíos, de
Wall Street. El año de 1956, según datos ya públicos, esa deuda daba
diariamente a sus acreedores, por concepto de módicos intereses, la
fantástica suma de catorce millones de dólares. Desde entonces, esa deuda
interna ha crecido estratosféricamente, dados los enormes gastos que por
concepto de armamentos, ayuda al exterior y aventuras de carácter social ha
tenido y tiene ese país, aparentemente poderoso y en realidad debilitado; y
los intereses siempre módicos, pero también siempre seguros, que los
acreedores judíos reciben, lógicamente han tenido que crecer con ritmo
semejante. ¿Nos va a sorprender todavía el poderío económico que tiene en
todo el mundo el Judaismo Internacional?
Y, como ya lo hicimos notar, los Bancos de la Reserva Federal no tan sólo
dominan las finanzas, sino que hacen el papel moneda que circula con el
nombre de los Estados Unidos, pero con el control de los banqueros judíos.
El frente Internacional Financiero del Judaismo Internacional en el mundo
es fabuloso, es insospechable. Sus bancos no sólo controlan las finanzas,
regulan la Bolsa y gobiernan la economía de los gobiernos y de los pueblos,
sino que prácticamente han atesorado el oro y la plata del mundo. Como ya
lo dijimos, hoy ya no hay monedas de oro, ni de plata, que circulen en la
mayoría de las naciones. Hay notas bancarias, hay documentos, hay
moneda en papel, cuyo valor fluctúa y es siempre inseguro.

Y ese frente, poderoso e internacional de las finanzas, en manos del


Judaismo Internacional, organiza revoluciones, destituye gobiernos,
provoca y financia guerras, infiltra las instituciones, corrompe a los
individuos y hace que manos invisibles y habilísimas gobiernen los destinos
del mundo y hagan posible que los mismos gobiernos, discreta, pero
eficazmente dominados, contribuyan a mantener y desarrollar una
situación, que, tarde o temprano, tiene que llevarlos a su propia ruina.

El poder del oro es insospechable. En la guerra, decía un general mexicano,


no hay enemigo que resista un cañonazo de 50 mil pesos. El precio puede
variar; pero es increíble la potencialidad del oro para corromper a los
individuos, que, por su preparación, por su edad, por sus convicciones, por
su posición social y por la misma investidura que tienen, pudieran parecer
incorruptibles a toda persona honesta y sincera. Ya Satanás quiso explotar
el poder del oro en aquella tentación que presentó a Cristo: "Haec omnia
tibi dabo, si cadens adoraveris me", todo esto te daré sí, postrándote en
tierra, me adorares. El Judaismo, con sus insospechados recursos
económicos, se cree omnipotente, porque cuenta con las debilidades
humanas, que, por dinero, abren pérfidamente las puertas al enemigo. Y,
desgraciadamente, también los hombres de la Iglesia, como humanos, son
susceptibles a los halagos de las finanzas...

Los compromisos adquiridos en las transacciones financieras, de tal manera


ligan la libertad del hombre, que hacen que los criterios mismos se
oscurezcan y derrumben en un cambio ideológico, que a primera vista,
hubiera aparecido sencillamente irrealizable.

Otro caso concreto del poder oculto de esta Internacional Financiera del
Judaismo lo tenemos en México. Era el año de 1926. Gobernaba la nación
el General Plutarco Elias Calles, el Jefe Máximo de la Revolución
Mexicana. A pesar de las revoluciones precedentes, que habían
ensangrentado el país por 15 años, la moneda circulante era el oro y la
plata. Había tanto oro, que, algunas veces, por facilitar el cambio, la plata
llegaba a tener un premio extra-legal sobre el oro. Fue entonces cuando un
hombre iluminado, de ascendencia judía, sugirió al Presidente la creación
del Banco de México, el Banco Central, al que todos los otros bancos y las
finanzas del país debían estar subordinados. Se eliminó luego el oro de la
circulación; después se retiró la plata; el peso, con relación al dólar fue
perdiendo su valor adquisitivo. Al principio cada dólar valía 3 pesos 50
centavos, luego $ 4.50; más adelante $ 8.50, hasta que llegamos a su valor
actual de $ 12.50 por cada dólar. Esta inestabilidad monetaria vino a
provocar el derrumbe de inmensas fortunas y a crear en el país un
sentimiento de inseguridad que convirtió la vida económica de México en
un juego de aventuras peligrosas. Nos hacían falta las divisas y las divisas
estaban en poder de la mafia; y la mafia no hace concesiones gratuitas. Ese
hombre iluminado vino indiscutiblemente a revolucionar la vida económica
y política de México.

24

El Cuarto Frente Internacional, establecido por el Judaismo, es el frente


político, por el cual, usando los medios poderosísimos de que dispone, ha
procurado ocupar los puestos claves en las instituciones y los gobiernos, con
una astucia y una perseverancia y una habilidad sorprendentes. Para
apoderarse de estos puestos claves, el Judaismo cuenta con esa vasta red de
logias, de bancos, de agencias publicitarias, clubes sociales, etc., etc.; el
Judaismo trabaja a largo plazo y sus pasos son siempre cautelosos.
Ocupados, por ellos o por sus incondicionales, los puestos claves, se
facilitan insospechablemente sus ilícitas, fraudulentas y destructoras
actividades, logrando así el ocultar la verdad, paralizar o destruir las
legítimas defensas y el hacer factible el avance de sus planes diabólicos.

Hay un libro reciente, escrito por Roger Peyreffit publicado en Francia, en


el cual el lector encuentra verdaderas sorpresas al descubrir los
antecedentes familiares el raigambre judío de muchos hombres que hoy
destaca en los gobiernos y en la Iglesia del mundo Occidental. El libro ha
hecho escándalo en el público. Puede ser que algunas afirmaciones, que
contiene, sean falsas; puede ser que las mismas falsas afirmaciones del libro
sean la cortina de humo para ocultar la realidad y engañar a los incautos.
Sin embargo, tan absurdo sería el admitir todas las afirmaciones del libro,
como el negarlas todas. Aquí podríamos decir: ni son todos los que están, ni
están todos los que son. Que investigue la crítica. Los casos ya comprobados
son suficientemente elocuentes para hacernos ver la ingerencia secreta del
Judaismo en la política interna e internacional de las naciones del mundo
de nuestros días.

En los Estados Unidos, para poner un ejemplo destacado, un judío es el


Presidente de la Suprema Corte de Justicia y un judío también es el
representante en la ONU del gobierno y del pueblo de ese gran país. El
primero de dichos judíos es la autoridad máxima en el Talmud; el segundo
parece ser la cabeza invisible que controla todas las actividades judaicas en
el mundo político. Hebreos son también, con pasaporte americano, muchos
de los expresidentes, ministros, dueños y directores de fábricas, etc., etc. en
los Estados Unidos. La ONU es una organización de origen judío,
controlada por judíos; es el preámbulo de la realización tangible del
mesianismo judío, en el gobierno universal del mundo. Estudiando la
estructura interna de esa organización internacional, sus orígenes, sus
bases, sus principios, su legislación, su declaración de los derechos del
hombre, etc., etc., encontramos ahí la centralización, la legalización, la
imposición permanente de la revolución, de la obra secreta de la masonería,
de la aceptación, como hechos consumados, del mismo comunismo y de sus
crímenes. Khrushchev quitándose el zapato y dando golpes con él sobre las
mesas, ante esa Asamblea representativa del mundo; Khrushchev abrazando
efusivamente a Castro Ruz, en ese lugar que simboliza la estructura jurídica
del derecho internacional, nos hace ver la burla sangrienta, que el
Judaismo Internacional hace ahí de una manera invisible de la soberanía
de las naciones, representadas en ese organismo, y de la dignidad de la
persona humana y de los valores supremos de la vida.

Pudiera preguntar alguno si en México existe ya el poder político del


Judaismo Internacional. Esta pregunta es ingenua: directa o
indirectamente, mediata o inmediatamente, México, como todos los países
del mundo, siente ya en sus espaldas el peso de la mafia. Nuestras finanzas,
desde luego, han sido la soga invisible para estrangular nuestra
independencia ideológica o política. Pero el Judaismo cuenta en México con
poderosos aliados, con un creciente poder adquisitivo en la televisión, en la
radio, en la prensa, en la Universidad, en las estructuras todas del país y
hasta en el gobierno mismo y en la Iglesia. Un estudio concienzudo y
sereno, pero debidamente documentado, debería abrir los ojos al pueblo
mexicano y a los que de verdad piensan en la libertad y engrandecimiento
de la patria. Vivir aletargados; no querer darnos cuenta del peligro, mejor
dicho, de la realidad viviente de México, es traicionar a México, es vender
por un plato de lentejas la soberanía nacional.

25

Para muchos, el origen judaico de estos cuatro frentes internacionales y la


realidad de lo que son y significan, es no sólo una incógnita, sino es una
ficción y una leyenda. Ignoran y quieren seguir viviendo en la ignorancia.
Desconocen el origen de la masonería y del comunismo, y se contentan con
aceptar los criterios erróneos y parcialmente reflejadores de la verdad
objetiva, para expresar esos fenómenos trascendentes y vitales; desconocen
también lo que la masonería y el comunismo son y los crímenes
monstruosos e incontables que han cometido. Así se explica el hecho
absurdo de que muchos individuos, sinceramente amantes de la libertad y
del progreso constructivo de sus pueblos, se inscriban en estas
organizaciones destructoras y colaboren con ellas inconscientemente a una
labor verdaderamente suicida. Es absurdo pensar que hombres de la Iglesia
quieran aceptar o disimular ahora lo que sus ante pasados y sus
predecesores condenaron con tanto valor y con peligro mismo de sus vidas.
¿Es ignorancia o es compromiso?

No se puede negar apriorísticamente. Es una postura suicida cerrar los ojos


a la verdad y suspender así las legítimas y necesarias defensas de lo que
somos, de lo que creemos, de lo que amamos, de lo que Dios mismo nos ha
confiado. Es abrir fraternalmente los brazos al enemigo, que con cálculo ha
provocado esa mal entendida caridad cristiana para aprovecharse de ella y
para clavar su puñal en nuestra espalda.

No es posible que haya tantos locos en el mundo de ayer y de hoy, que


fantasmagóricamente estén fingiendo la perenne conspiración judía. Si
conocer y denunciar las secretas acciones del enemigo, que comprometen
vitalmente nuestra existencia, es una locura, nosotros queremos ser locos,
porque si no, seríamos cómplices en el ataque a Cristo y a su Iglesia;
seríamos además traidores y suicidas.

Esa conspiración fue denunciada por varones insignes, por santos


canonizados, cuyas virtudes heroicas los llevaron a los altares y por la
misma voz autorizada de la Iglesia. Los mismos Apóstoles y, sobre todo, San
Pablo, tienen palabras inequívocas de condenación contra el Judaismo
religioso-político y contra sus feroces ataques a Cristo y a su Iglesia. El
diálogo que el Concilio proclama no puede significar claudicación alguna;
no puede paralizar la legítima defensa; no puede exigirnos la auto-
destrucción y la entrega total al enemigo.

Pensar que la masonería y el comunismo puedan cambiar, es tan ingenuo,


como pensar que el veneno de las víboras es ya inocuo. Buscar una
coexistencia con los criminales es exponernos, o a la personal corrupción, o
a la inconsciente cooperación con los planes destructivos del enemigo, o a la
entrega total y cobarde, sin resistencia alguna, en las manos de nuestros
mortales enemigos.
Alguien en México ha dicho que peor que el comunismo y la masonería y la
revolución atea e incendiaria, es el anticomunismo, es la anti-masonería, es
la contra-revolución Cristiana. Peor que la enfermedad es el antibiótico;
peor que el crimen es la policía que trata de refrenar al crimen; peor que los
errores y las corrupciones morales es la apologética, es la lucha contra ese
error y esa maldad: al fin y al cabo, los más grandes herejes y los más
obstinados y endurecidos pecadores son ontológicamente los hijos de Dios.

26

Muchos, a pesar del derrumbe general que estamos presenciando, piensan


optimistas en la imagen halagadora de que estamos al principio de una
nueva primavera del mundo y de la Iglesia. En este reajuste general, en este
diálogo ecuménico, tan mal interpretado, en esa renuncia voluntaria a
muchos de nuestros valores tradicionales, ven ellos la poda necesaria y
saludable para un nuevo renacimiento ideológico, moral, religioso,
económico y social del mundo. Dando, vamos a enriquecernos; claudicando,
vamos a enderezarnos; conviviendo con los enemigos de la verdad y del
error, vamos a purificar nuestra fe y nuestras costümbres cristianas. Es
necesario sacrificar lo substancial por lo accidental; es necesario destruir
para reconstruir. Lo malo es que la primavera no aparece, sino que vientos
fríos y huracanados siguen agitando el oleaje. Para muchos la religión
consiste en cierto ritualismo exterior, en cierta mal entendida fraternidad
cristiana, en una unificación humana, en la que preparemos la paz y la
armonía universal. Ya se habla ahora de un cristianismo ateo. Ya se piensa
en suprimir las diferencias exteriores para establecer una humanidad
despersonificada y universal, en la que la colectividad y solamente la
colectividad deba tener derechos. Paradójicamente parece que los mismos
cristianos estamos aceptando la tesis decisiva de la impiedad: Dios ya murió.

MIÉRCOLES, 29 DE AGOSTO DE 2012


COMENTARIO AL TEXTO DE COMO LOS JUDIOS CAMBIARON EL
PENSAMIENTO CATOLICO (6 y ultimo))

Por R.P. Joaquín Saenz Arriaga

27

El insigne escritor George Knuffer, en su extraordinaria obra La lucha por


el poder mundial, confirma ampliamente nuestros anteriores conceptos:

"En la actualidad nos estamos acercando al punto álgido de la lucha por el


poder mundial, que ha venido librándose durante siglos. Este problema nos
concierne a todos y a cada uno de nosotros... ¿Vamos a ser hombres libres
al servicio de Dios y de nuestro prójimo, o vamos a ser esclavos, privados
incluso del derecho de adorar a Dios, según El lo quiere y nuestra
conciencia lo exige? Esta es la cuestión y a ella están vinculadas la
supervivencia de nuestras naciones y Estados, de nuestras culturas e incluso
las supervivencias raciales. Todo está comprometido, incluyendo, en
muchos casos, nuestras propias vidas..."

"De este modo vemos que si un día el centro, el punto focal de la


conspiración para obtener el poder material mundial, parecía estar en
Moscú, con su jefatura disfrazada simbólicamente de la Tercera
Internacional, actualmente el centro, el punto focal de la misma lucha por
la dominación del globo, respaldada por la misma gente de antes, no está ya
en Moscú, sino en Washington y Nueva York, habiendo respaldado la ONU
(Organización de las Naciones Unidas) a la Tercera Internacional.

"Si la antigua Liga de las Naciones fue instituida como una unidad de
adiestramiento y un ejemplo para acostumbrar a la gente a la idea de
internacionalismo y al abandono de la soberanía estatal, en favor de un
anónimo poder internacional, que ni siquiera se ha declarado cristiano, la
Organización de las Naciones Unidas tiene una verdadera finalidad, es la
última expresión antes de la culminación del plan de proclamar el
mesianismo materialista.
"Bajo este prisma es fácil comprender por qué estos últimos años un
número considerable de comunistas declarados se han convertido en
prominentes y, al parecer, sinceros anticomunistas. A primera vista puede
parecemos que han reformado su opinión. Nada de esto: lógica y
consistentemente siguen luchando por los mismos principios de antes, pero
de una forma nueva y mejor. No han abandonado su designio fatal, sino
únicamente los instrumentos que han resultado ineficaces..."

"Un aspecto importante del truco de las tres cartas, que tiene una relación
concreta con los presentes acontecimientos mundiales y explica muchos de
sus detalles y características, es que debemos tener presente la existencia,
por así decirlo, de dos bolchevismos: el bolchevismo blanco, con su punto
focal y base principal en América y el bolchevismo rojo, con su centro en
Rusia. Entendemos aquí por bolchevismo la expresión del estado de ánimo y
modo de vivir inducidos por el mesianismo materialista, independientemente
de si la forma de gobierno, en cualquier caso, es la democracia
parlamentaria o la de un terror abierto y despiadado. Naturalmente sabemos
y admitimos que, hoy por hoy, la vida en los países sujetos al bolchevismo
blanco es mucho mejor en todos los aspectos que bajo el gobierno rojo;
pero, ambos bolchevismos se relacionan en el fondo, tanto en su espíritu
como en su objetivo final".

"De hecho, como ya sabemos, fueron los blancos, o, mejor dicho, sus
dirigentes, los que dieron vida a la variedad roja; y repetimos de nuevo que
los americanos, los rusos y todos los demás no son, en manera alguna,
responsables de los sistemas que los oprimen o, por lo menos los explotan".

"Pero los que tienen el propósito de gobernar al mundo no pueden dejarlo


dividido, aunque sea nominalmente, en dos campos: el rojo y el blanco, o
entre democracia y socialismo, tienen que unirlo bajo una social
democracia o democracia cristiana, como se ha llamado. Para lograrlo, los
protagonistas del bolchevismo blanco saldrán a escena (ahora que el
comunismo rojo se ha hecho tan odioso; actitud conscientemente
aconsejada en el momento oportuno) como los libertadores del mundo. Los
blancos nos salvarán a todos de los rojos, sustituyendo una variación del
mismo tema por otra, reteniendo así la iniciativa y asegurándose un apoyo
casi universal. De este modo se logrará el final consentimiento del mundo.
Ello es seguro, a menos que todos nos tomemos la molestia de comprender
las cuestiones en juego y emprendamos la línea de conducta que requiera".

En este truco, la religión y especialmente el Catolicismo tenía que


respaldar, en un deseo de paz, los planes enemigos. Por eso vino la nueva
táctica a buscar pacífica coexistencia, a abrir el diálogo con los mayores
enemigos de Cristo y de su Iglesia.

No lo olvidemos: el enemigo que hoy nos halaga, el que nos recibe con
honores, el que abre generosamente la bolsa para ofrecernos su ayuda, será
el mismo que mañana nos esclavice y se burle de nuestra derrota. Después
del Domingo de Ramos, vino el Viernes Santo, con sus voces blasfemas, con
su Calvario y con su Cruz.

28

Hemos insistido en señalar, como una explicación dolorosa pero cierta de la


revolución religiosa que hoy sacude al mundo y que parece ser el presagio
de nuestra ruina total, el hecho incuestionable de las infiltraciones judías,
masónicas y aun comunistas, que actúan eficasísimamente dentro de la
Iglesia de Cristo. Ya el Divino Maestro había anunciado esas infiltraciones
futuras, esos lobos vestidos con pieles de ovejas, esos pastores mercenarios,
que, al ver venir el lobo, huyen y abandonan a las ovejas en sus garras; y Su
Santidad el Papa San Pío X, las denuncia en su Encíclica "Pascendi
Dominici gregis" contra el modernismo. El artículo de la revista LOOK
parece comprobarnos ampliamente la acción coordinada que dentro de la
Iglesia pudieron realizar los jefes de las Organizaciones Judías.

No nos toca a nosotros investigar los casos, ni señalar las responsabilidades.


Ni siquiera podemos afirmar que haya habido mala fe y traición voluntaria
en las personas concretas, cuyos nombres podrían aducirse. Solamente el
juicio de Dios, que conoce los secretos de los corazones, podrá algún día
descubir a los traidores emboscados. Por lo demás, nuestro escrito no quiere
ni busca acusaciones personales, sino descubrir más bien los ardides del
enemigo y convencer a los que todavía no admiten el tremendo problema del
Judaismo Internacional.

29

Nada más como una cita histórica, relacionada con el tema que venimos
tratando, nos parece oportuno y conveniente citar aquí un documento que la
Delegación Arabe de Palestina en la ONU dirigió a su Eminencia el
Cardenal Bea S. J., y que fue publicado en diversos periódicos de los
Estados Unidos.

441 Lexiton Ave.

New York City, N. Y.

Su Eminencia Agustín Cardenal Bea,

c/o al Excelentísimo John Krol, Arzobispo de Filadelfia.

5700 City Line Ave.

Filadelfia, Pa.

Su Eminencia:

La Agencia Telegráfica Judía "Daily News Bulletin" de hoy, anunció que


Su Eminencia llega el miércoles al Aeropuerto Internacional Kennedy,
donde será recibido por los dirigentes de la Liga Antidifamatoria (Anti-
Difation League) de la B'nai B'rith.

Es chocante para mí, como Cristiano Arabe de Palestina, saber que usted
está asociado con la Liga Antidifamatoria, la organización Sionista más
destacada, que es anticristiana, y cuyas actividades para respaldar al
Movimiento Internacional Sionista y la ilegal ocupación de Palestina por el
Sionismo, son bien conocidas y probadas.

Con un buen corazón cristiano, Su Eminencia está trabajando por los más
altos ideales en la vida, dedicado a la causa de la paz y la buena voluntad
entre los hombres. El Sionismo judío, sin embargo, está aprovechando las
actividades de su Eminencia para ganar simpatía para su movimiento y para
la ilegal ocupación de la Tierra Santa por los Sionistas.

Sin duda que Su Eminencia conoce las blasfemias contenidas en el Talmud


contra Jesucristo y contra la religión cristiana. Antes de que la Iglesia
Católica se atreva a modificar cualesquiera doctrinas cristianas, yo pienso
que debería pedir primero a los judíos que quiten todas esas horrendas
cosas, contra Cristo y los cristianos, del Talmud, que es el libro básico del
Judaismo.

Sin embargo, no estoy muy preocupado por esta materia teórica. Lo que a
mí principalmente me preocupa en esto, es que los Sionistas están
aprovechando la conexión con Su Eminencia y con muchos Obispos
Americanos, católicos y no católicos, para proteger su inmoral e ilegal
causa en la ocupación del 80% de la Tierra Santa.

Muchos Obispos cristianos que están cooperando con el movimiento


Sionista ignoran el programa del Sionismo de desarraigar la cristiandad de
la Tierra Santa y destruir nuestros santos lugares cristianos.

La destrucción y sacrilega profanación de estos lugáres sagrados y de las


instituciones cristianas en la Tierra Santa durante la guerra en Palestina en
1948 están bien documentadas y probadas. Los sionistas judíos en Palestina
han llevado a cabo constantemente una campaña de odio contra las
instituciones cristianas y sus misiones desde la ocupación de Palestina, en
1948. Y es su meta completar su obra haciendo la Tierra Santa cien por cien
judía. Para el Sionismo la realización de su programa es sólo cuestión de
tiempo. Si alcanzasen ellos —Dios no lo permita— el completo control de
Palestina, llevarían a cabo entonces su completo plan de echar fuera a los
50,000 cristianos y destruir nuestros Santos Lugares y las instituciones
cristianas todas en la Tierra Santa.

Como árabe cristiano que soy de esa Tierra Santa, que es víctima de la
agresión sionista y de sus latrocinios, yo apelo a Su Eminencia para que
ponga fin a sus actividades en favor de los sionistas; actividades, por otra
parte, que yo considero han sido hechas con toda buena fe, pero que han
sido explotadas por el perverso movimiento sionista, a fin de alcanzar sus
metas en contra de los cristianos, de la cristiandad y de la Tierra Santa.

Respetuosamente de S. E.,

ISSA NAKHLEH,

Director,

"The Palestine Arab Delegation."

30

La anterior carta es demasiado elocuente para que nos detengamos a


comentarla. La apelación es directa, contundente y bien fundada. Bien
hubieran hecho los elementos progresistas en meditar este escrito tan
ponderado que denuncia la tendencia política del Judaismo International, al
buscar, con tanta insistencia y medios tan poderosos y eficaces, la
absolución conciliar y la protección permanente y sagrada de la Iglesia,
para justificar sus actitudes absorventes ante el mundo cristiano.

Su Eminencia, el Cardenal jesuíta, contestó el 14 de mayo a la anterior


carta. He aquí su respuesta habilísima, pero, no por eso, menos
comprometedora:

Su Excelencia.
Mr. Issa Nakhleh.

Director The Palestine Arab Delegation.

441 Lexington Ave.—Room 509.

New York, N. Y., 10017, U. S. A.

Al llegar a Filadelfia encontré su carta del 17 de abril. Desgraciadamente,


mi lleno programa en los Estados Unidos y también después acá en Roma,
no me permitió contestar antes.

Permítame llamar primeramente la atención de usted sobre el hecho de que


mi ida a los Estados Unidos no tiene nada que ver con ninguna
organización judía de cualquier clase. ¿Qué puedo o que debo yo hacer si
alguna agencia u organización envía alguna persona para recibirme?
¿Protestar? ¿Hacer alguna declaración y dar así al hecho mayor
publicidad? Por otra parte, si usted lee los informes del Religious News
Service y también los del Jewsh Telegraphic Agency, del 28 de abril,
encontrará que estuvieron presentes a recibirme muchos cristianos, además
de católicos, otros del Concilio Nacional de las Iglesias, y así otros.

He declarado una y otra vez que mi trabajo no tiene ninguna conexión con
cualquier tendencia política, y así este hecho es públicamente bien sabido
para todos aquellos que quieran verlo. Por otra parte, yo no puedo admitir el
que uno deba emitir o detener una obra buena sólo porque hay gente que
puede abusar de ella o de hecho abusa. Como siempre hay gente de esta
clase, uno nunca podría hacer una buena obra.

Con los mejores deseos, de usted respetuosamente.

"AGUSTIN CARDENAL BEA."


Esta carta es digna de Maquiavelo. No puede negarse que es habilísima. Su
Eminencia, sin afirmar ni negar los hechos, sin responder a los argumentos
validísimos del Director de la Delegación Palestina, elude responsabilidades
y quiere aparecer ajeno a la recepción calurosa de la máxima organización
judío-masónica en New York.

Si Su Eminencia el Cardenal Siri o Su Eminencia el Cardenal Ottaviani


hubiesen ido a Nueva York, estamos seguros que los altos dirigentes de la
Liga Antidifamatoria no hubieran asistido a darles la bienvenida; ni
hubiera estado presente el Concilio Nacional de las Iglesias. ¿Por qué? ¿No
son acaso ellos miembros del mismo senado de la Iglesia Católica? ¿No
tienen y deben tener la misma dignidad, las mismas creencias y la misma
política del Cardenal Bea?

"¿Qué puedo o qué debo yo hacer —pregunta S. E.— si alguna agencia u


organización envía alguna persona para recibirme?" La respuesta no es tan
sencilla como parece dar a entender el Presidente del Secretariado por la
Unidad de las Iglesias. Es evidente que esa respuesta varía según la calidad
de las personas que con su presencia y con su Internacional Fellowship
Award quieren asociarse a la persona y a las actividades de S. E. Si el
demonio y sus ángeles caídos, para poner en caso extremo, hubieran ido a
recibir al ilustre purpurado, él no hubiera podido aceptar esa recepción sin
comprometer su misma fidelidad a Dios y el buen nombre que por su alta
investidura debe proteger y conservar. El fin no justifica los medios; no se
pueden aceptar cosas intrínsecamente malas que parezcan a ciertos espíritus
flexibles, buenas y aceptables.

Las repetidas afirmaciones de S. E. de que su labor no tiene tendencias


políticas nada prueba mientras los hechos contraríen las palabras. Lo más
que podemos admitir es que S. E. no ve el alcance político de sus actividades
en el asunto judío. Somos muchos, católicos y no católicos, los que estamos
firmemente convencidos de que el problema planteado por S. E. en el
Concilio no es religioso, no es dogmático, no es pastoral, sino que es un
problema exclusivamente político.

Pongamos otro ejemplo para confirmar lo antes dicho. Supongamos que


unos individuos matan una familia, después de haber quemado sus
propiedades; supongamos que, después, una persona digna acepta una
recepción, un regalo de los victimarios. ¿Podrían los familiares y deudos
supervientes admitir las excusas del que evidentemente parece asociarse con
sus mortales enemigos? Y no acudamos a la caridad cristiana para defender
lo que es indefendible. La caridad a los hombres sólo es verdad cuando no
se excluye la caridad a Dios. No podemos amar a los hombres que encarnan
la guerra a Cristo y a su Iglesia.

¿Quién es el autor de la declaración peligrosa que pretendía imponerse en el


Concilio? ¿Quién aceptó las frecuentes visitas de los dirigentes del Sionismo
Mundial? ¿Quién ha desarrollado un celo y actividad increíble por lograr la
realización de ese proyecto como si de el dependiese el futuro de la Iglesia y
del mundo? Y esa declaración, notémosle bien, se quiso hacer sin que el
judaismo religión, ni el Sionismo, ni los dirigentes de ese pueblo hubiesen
reconocido tu error pesado, hubiesen declarado a Jesús, si no el Mesías, el
Hijo de Dios vivo, a lo menos un inocente injustamente condenado Querían
que la Iglesia diese todo, sin que ellos ofreciesen otra cota que las treinta
monedas de plata, precio del Santo de los Santos.

Por otra parte, ¿por qué se quiere proteger a los judíos, que actualmente
siguen tramando la muerte de Cristo Místico, que es la Iglesia? ¿Pensamos
que nuestra amistad judeo-cristiana va a hacer que ellos reconozcan a Jesús
como el Mesías prometido y acepten sus propios y gravísimos errores?
Porque si no es con este reconocimiento y esta aceptación, entendámoslo
bien, nuestra amistad con ellos implica nuestra enemistad con Dios. O
Cristo o el Anticristo.

31

Una vez más quiero esclarecer mi pensamiento para evitar las malas y
torcidas interpretaciones. Estoy hablando de la mafia, no de los individuos
todos que tienen sangre judia. Estoy hablando de los que, hoy como ayer,
siguen condenando a Cristo y todo lo que Cristo es y significa.

Esa mafia ha cambiado de táctica; pero es la misma mafia que conspiró


para obtener la muerte del Redentor en el Pretorio de Pilatos. Ayer gritaba y
maldecía a Cristo; hoy recibe con un vino de honor al representante de
Cristo. Pero, si sus posturas son aparentemente opuestas, su intención es la
misma, tiene que ser la misma, mientras rechazando a Cristo, siga buscando
el mesianismo materialista, negación y ataque del mesianismo divino, sobre
el cual se levanta nuestra fe católica.

El sacerdote progresista español, Don José L. Martín Descalzo, en su obra


reciente "Un Periodista en el Concilio", (4a. Etapa), se escandaliza, —mal
interpretando y mal transcribiendo las palabras de un libro— porque su
autor afirma que "Nuestra amistad con los judíos implica nuestra enemistad
con Dios".

Aclaremos términos. ¿Qué significa aquí amistad? y ¿a quienes designamos


con ese nombre genérico de judíos?

La palabra amistad, como la palabra caridad, tiene hoy diversas acepciones,


según el criterio y las intenciones de las personas que usan esas palabras.
Amistad, para algunos, es un afecto personal, puro y desinteresado,
ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato. Amistad, para
otros, es cierta afinidad, conexión o alianza en la búsqueda de idénticos
objetivos. La palabra "judíos" también puede significar, según ya dije, bien
sean los individuos que integran "El Pueblo del Antiguo Testamento", bien
sean los dirigentes y asociados de la mafia, bien, finalmente, el Judaismo
religión.

Desde luego, nuestra amistad, en cualquiera acepción que demos al


término, si se trata de la mafia que niega a Cristo y combate el cristianismo,
es incompatible con nuestra amistad con Dios y nuestra consagración a
Cristo. ¿Cómo podemos, no digo ya asociarnos y tener afinidad, sino
profesar un afecto sincero hacia los que, hoy como ayer, niegan la
Divinidad de Jesucristo, niegan la verdad de su doctrina y odian, en su
corazón, a la Iglesia? "El que no está con Cristo está en contra de Cristo".
Yo tendré lástima, yo sentiré celo de convertir a los enemigos de Dios, que
son los enemigos de Cristo; pero amarlos, no; identificarme con ellos,
todavía menos, mientras ellos se rebelen contra Dios.

Cristo tuvo misericordia hacia los pecadores, pero cuando los pecadores se
arrepentían y pedían perdón. La misericordia de Jesús no significaba una
aceptación del pecado, ni siquera una tolerancia, un disimulo; sino la
absolución amorosa del hijo arrepentido.

Mientras el judío no se arrepienta de su negación de Cristo, mientras siga


identificado, aunque sea equivocadamente, con la postura de sus dirigentes
religiosos y políticos, que es ciertamente anticristiana, no podemos cultivar
con él una amistad cristiana.

En el mismo libro, página 222 encontramos la respuesta oficial que el


Secretariado del Cardenal Bea dió a las siguientes preguntas que se le
hicieron:

"¿Y la palabra "Deicidio", cómo es que ya no aperece en el nuevo texto?


¿Es que acaso el Concilio piensa que el pueblo judío sea en realidad un
pueblo deicida? ¿Cómo es que se ha suprimido una frase que tan
ardientemente defendieron muchísimos Padres Conciliares?

"A muchos Padres la palabra "deicidio" les parecía ambigüa y llena de


confusiones teológicas. A algunos podría darles la impresión de que la
Iglesia Católica ya no siguiera enseñando que Quien murió por nosotros era
en realidad el Hijo de Dios.

"Esta palabra, pues, ha sido suprimida por las siguientes razones:

a) La palabra "Deicidio" suena odiosamente en cualquier contexto. Por lo


cual apelaciones como "deicida", "Gottesmórder", "Christkiller", "peuple
Déicide" y similares deben proscribirse absolutamente del vocabulario
cristiano.

b) Además la palabra "Deicidio" puede dar origen a falsas interpretaciones


teológicas. Falsas interpretaciones que ya han surgido y han creado graves
problemas tanto en la acción pastoral, como en el diálogo ecuménico con
algunas Iglesias".

No son muy convincentes estas razones. Si el crimen del Calvario es un


Deicidio, los que son responsables de ese crimen son verdaderos deicidas,
aunque el epíteto nos parezca duro. En general todos los epítetos, que
especifican los crímenes, son duros; y, lógicamente, el epíteto relacionado
con el mayor de los crímenes, tiene que ser durísimo.

El que mata a un hombre es homicida; el que mata a un rey es regicida y el


que mata al Hijo de Dios es deicida. Es cierto que Dios no muere, en cuanto
Dios; pero, también es cierto que, en virtud de la unión hipostática, el que
muere en la Cruz, en cuanto hombre, es el Hijo de Dios. No hay en El dos
personas, aunque haya dos naturalezas.

Las falsas interpretaciones teológicas, que ya han surgido y han creado


graves problemas tanto en la acción pastoral como en el diálogo ecuménico,
no son razón sólida para negar que el crimen del Calvario fue Deicidio. Si
hay falsas interpretaciones, quiere decir, que hay una verdadera.

CONCLUSIONES

De lo dicho anteriormente creo que podemos deducir las siguientes


concretas conclusiones:

1) No debemos aceptar que nuestra posición sea antisemitismo, ni


segregación racial, ni un nuevo exterminio de los judíos.

2) No podemos aceptar que el problema judío sea un problema religioso,


pastoral o disciplinar de la Iglesia, sino que realmente, según las
pretensiones sionistas, es un problema político. El mesianismo judío es un
mesianismo político; y ese mesianismo político es la razón de ser, la fe de
ese pueblo.
3) Si en cualquier forma queremos defender el mesianismo judío, aunque
sea con aparente caridad, estamos atacando el mesianismo divino, ya que
antagónicamente se oponen. Por defender al Sionismo nos hacemos
enemigos de Cristo.

4) No se puede negar a priori la tremenda conspiración judía que amenaza


a la Iglesia y al mundo. No sólo tenemos las pruebas evidentes del pasado,
comprobadas por Concilios, Papas y Santos, sino tenemos ahora la
evidencia, que aflora en todas partes, de la actividad sionista, del poder
sionista, de las intrigas sionistas y de los crímenes monstruosos cuya
responsabilidad en última instancia recae sobre el Sionismo Internacional.

5) Masonería y Comunismo no sólo son aliados del Sionismo, sino que son
engendros suyos y armas eficacísimas que usa para destrucción del
Cristianismo y de la libertad del mundo. Yo pido a los que lo niegan que nos
den las pruebas de su negación; su tenaz convicción tiene que estar bien
cimentada.

6) No pudo el Concilio extender la protección de la Iglesia y crear así un


racismo sagrado sobre aquellos mismos que han establecido la esclavitud
comunista y todas las ideas anticatólicas, anticristianas, que hoy dominan al
mundo, como algunos, interpretando mal al Concilio, quieren afirmarlo.

De nuevo declaro que ni la Iglesia, ni los católicos somos enemigos de los


judíos, por el hecho de ser judíos. Deseamos su conversión y pedimos por
ella. ¡Qué caigan de rodillas ante Cristo, repetimos, y el problema judío ha
terminado!

Una vez más hago solemne protesta de mi adhesión a Cristo, a su Santa


Iglesia; a Pedro, su vicario, y a los Prelados, que en unión con Pedro y bajo
la suprema dirección de Pedro, guardan incólume la doctrina inmutable de
la verdad.

¡El que no está con Cristo está en contra de Cristo!

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