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Repartido Juana de Ibarborou

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Profesora: Noelia Fiermarín.

Noveno

Juana de Ibarborou

Fue una poeta y escritora cuyo nombre es uno de los más prestigiosos de la literatura
uruguaya y de gran resonancia internacional, lo cual queda evidenciado cuando el 10 de agosto de
1929 fue consagrada como “Juana de América” en el Palacio Legislativo.

Nació el 8 de marzo de 1892 en la ciudad de Melo en Cerro Largo. Fue hija de Vicente

Fernández y Valentina Morales, del padre adquirió sensibilidad y gusto por los versos, puesto que él solía
recitar poetas españoles.
Según la propia Juana su infancia fue feliz y cursó sus estudios primarios en su ciudad de origen (Melo).
Al respecto Jorge Arbeleche describe a Melo de la siguiente forma: “ciudad provinciana de vida
apacible, con casas bajas y techos emparrados rodeada de naranjos, con su infaltable plaza, su
iglesia, y su fuente de los sapos…” (Arbeleche, p: 13).

Su apellido “Ibarbourou” lo adquiere de su esposo Lucas (capitán) con el que se casó muy

joven el 28 de junio de 1914. Debido al trabajo del mismo se vieron obligados a trasladarse a diferentes
departamentos.
Juana integra según Pedro Hernández Ureña la “generación intermedia”, en esta se localizan los
autores nacidos entre 1880 - 1896 y que fueron posteriores al modernismo. Según Dora Isella Rusell
Juana ingresa en el campo literario cuando el escenario de la lírica femenina estaba desierto,
debido a que en 1914 muere Delmira Agustini y en 1924 fallece Maria Eugenia Vaz Ferreira. De este modo
a Juana le toca ser la “representante uruguaya frente al continente”, lo interesante es que fue la
poeta menos “torturada” socialmente y que mostró a través de su poesía “una esencial felicidad de
vivir y amar”. Juana fue la “abanderada” de mayor incidencia y peso en la poesía americana de dicho
tiempo.
¿Cuáles son sus libros?

Su primer libro se llama: “Las lenguas de diamante” y se publicó en 1919, su segundo libro “El cántaro
fresco” (1920) y el tercer libro “Raíz salvaje” (1922).
Seguidos por la publicación de “La rosa de los vientos” (1930),
“Loores de Nuestra Señora” (1934), “Estampas de la Biblia” (1934). Juana permanece diez años sin
publicar otro libro, no solo se observa el paso del tiempo, también la poeta inicia una inclinación hacia
tres temáticas en particular que son la nostalgia, la melancolía y evocación de un paraíso perdido. En
efecto, en 1944 publica “Chico Carlo”. Jorge Arbeleche expresa: “Después de veinte años sin recurrir al
verso, en 1950 publica: Perdida, libro que inicia una nueva etapa de su lírica”.
Otras de sus obras son: “Azor” (1953), “Oro y Tormenta” (1956), “Canto Rodado” (1957), “Tiempo” (1962), “La
pasajera” (1967) y “Juan Soldado” (1971).

Según Jorge Arbeleche Juana “supo constituir, desde el comienzo de su obra, un mundo poético de
definida personalidad, un universo único y distinto”. En efecto, Juana a diferencia de otros poetas
siempre tuvo un estilo muy marcado y que estaba impregnado de: espontaneidad, calidez,
sencillez, frescura, lo cual fue producto de su independencia creadora y su alejamiento de las
tendencias modernistas.
Por otro lado, otra característica del estilo de la poeta es que jamás cayó en la repetición, algo
sorprendente en una “joven pueblerina, sencilla, de una cultura elemental y una gran hermosura” que
extiende ante la sociedad un talento poético inigualable.

¿Por qué fue determinante la infancia feliz de Juana en sus temáticas?

Su poesía la podemos definir como fresca y luminosa, en la cual infancia y juventud son “la plenitud del
ser”. En toda su obra evoca y añora la juventud y el “mundo paradisíaco” (mundo feliz) con un gran tono
nostálgico. Según Ángel Rama Juana idealiza la “vida natural” una y otra vez en sus obras a través de
símbolos. De este modo mediante su poesía transmite su “amorosa realidad infantil”. Se aprecia en su
poesía un erotismo “sano y limpio”, libertad al amar, idealización de la naturaleza, alegría,
nostalgia, la muerte, el mito del amor, el tiempo devastador y también hay en sus poemas
elementos de la vida diaria que son fáciles de reconocer, lo cual evidencia su gran arraigo al paisaje.
Siendo estas además las temáticas sobre las cuales la autora escribió y expresó sus sentimientos. Según
Jorge Albistur: “Todo lo que se canta es real, tangible, conocido y cotidiano”, Juana otorga a lo cotidiano
elementos mágicos, en la cotidianidad se descubre una nueva dimensión relacionada con lo
maravilloso.
En relación con lo anteriormente mencionado, deben citarse las palabras expresadas por la propia
autora y que nos clarifica no solo el sentir de la poeta, también el ambiente que la rodeó en el plano real
y en el literario : “...mi torre de marfil es una amable habitación querida, en lo alto de mi casa, con dos
grandes ventanas abiertas a la vida, al mar, a un paisaje terrestre lleno de árboles y de viviendas
pobres” (Arbeleche, p:30).

Dicotomía: Campo - Ciudad

Resulta interesante reparar en el traslado espacial de la poesía de Juana. La

poeta en sus primeros años se desenvuelve en un ámbito pueblerino rodeado de campos, (Melo - Cerro
Largo) y sobre él escribe. Sus primeros poemas “sueltos” los publicó en un período de Melo bajo el
seudónimo de Jeannette d Ybar.
Sin embargo, el resto de su vida, la concreción de su obra y su glorificación tienen lugar en
Montevideo. Una vez en la capital y con un “pequeño volumen” terminado se dirigió al periodista
Vicente Salaverry el cual lo llevó a una página literaria del diario “La razón”. Desde entonces la
popularidad y el triunfo se hacen presentes, dedicándose ambos (periodista-poeta) a la publicación del
libro.
A continuación se cita un fragmento de un escrito titulado “Mi ciudad”, donde la autora deja en
evidencia su sentir hacia Montevideo evidenciando además la importancia del mismo en su evolución
literaria.

“Ni París, ni Madrid,, ni Roma, ni Nueva York, ni Buenos Aires….


Montevideo es sólo mi Montevideo, el de toda mi vida, salvo los primeros diecisiete años anónimos y
sosos… Conozco la dicha de ser propiedad de una ciudad y de sentirla mi piel, mi sueño chiquito, mi
insomnio gigante, mi esperanza de polvo, mi montaña de acontecimientos. Ahí está, Montevideo: no
tienes más que un cerro, y yo, la advenediza que se ha pegado a ti sin que tú la hubieses llamado, te da
en cambio una montaña: toda su vida humana, para darte después toda su vida sobrehumana. Porque
si Dios, después tiene la paciente bondad de preguntarme: - Adónde quieres volver, cernido puñado de
tierra?. Con la voz que tenga, he de contestarle sin vacilar: - A Montevideo, señor. ¡Y gracias!”.

Bibliografía:
- Arbeleche, J, (1978), Juana de Ibarborou, Editorial: ARCA.
- Russell, D, (1967), Juana de Ibarborou Antología, Montevideo, Ministerio de Cultura.

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