Zigrino, Pompilio -- Breve Historia de la Biologia
Zigrino, Pompilio -- Breve Historia de la Biologia
Zigrino, Pompilio -- Breve Historia de la Biologia
LA BIOLOGÍA EN LA ANTIGÜEDAD
La biología es el estudio de los organismos vivos, y puede decirse que surge una
forma de ella en el momento en que el desarrollo mental del hombre le permite
adquirir conciencia de sí mismo como objeto diferente del medio inmóvil e
insensible que lo rodea. Sin embargo, durante incontables siglos la biología no
fue lo que nosotros reconocemos como ciencia. Los hombres trataban de curar
sus propias dolencias y las de sus semejantes, de aliviar el dolor y de ahuyentar
la muerte.
Las cosas cambiaron con los antiguos griegos, que constituían un pueblo
inquieto, curioso, versátil, inteligente, discursivo y, a veces, irreverente. La gran
mayoría de los griegos, al igual que todos los demás pueblos de la época y de los
primeros siglos, vivían en medio de un mundo invisible de dioses y semidioses y,
aunque estos últimos eran mucho más atrayentes que las deidades paganas de
otras naciones, no resultaban menos infantiles en sus motivaciones y respuestas.
Las enfermedades eran producidas por las flechas de Apolo cuya cólera
indiscriminada podía suscitarse por la menor causa, por lo cual era objeto de
sacrificios propiciatorios y de apropiadas alabanzas.
Pero había griegos que no compartían estos puntos de vista. Alrededor del 600
AC surgió en Jonia (en la costa del Mar Egeo que hoy pertenece a Turquía) un
grupo de filósofos que iniciaron un movimiento que iba a modificar todas las
opiniones anteriores. Según la tradición, el primero de ellos fue Tales (640-546
AC).
JONIA
Hipócrates fundó una tradición médica que perduró durante siglos después de
su época. Los médicos de su tendencia firmaban sus escritos con el nombre de su
maestro, de modo que hoy es imposible saber cuáles de ellos pertenecen
realmente a Hipócrates. El juramento hipocrático, por ejemplo, que aún hoy
leen los médicos al recibir sus títulos, seguramente no fue escrito por él y tal vez
no haya sido concebido hasta seis siglos después. En cambio, uno de los más
antiguos trabajos hipocráticos que trata sobre la epilepsia puede muy bien haber
sido escrito por él. Si así fuera, constituiría un excelente ejemplo del ingreso del
racionalismo en la biología.
ATENAS
ALEJANDRIA
ROMA
Los siglos durante los cuales Roma impuso su dominio sobre los pueblos del
Mediterráneo significaron una larga interrupción en el progreso de la biología.
Los estudios parecen haberse limitado a recoger y conservar los descubrimientos
del pasado y a divulgarlos entre el público romano. Así, Aulo Cornelio Celso (30
DC) reunió los conocimientos de los griegos en una especie de curso panorámico
de la ciencia. Las partes que versaban sobre medicina se conservaron y fueron
leídas por los europeos a comienzos de la época moderna. Llegó así a adquirir
para la posteridad más fama como médico que la que realmente merecía.
LA BIOLOGÍA MEDIEVAL
LA EDAD OSCURA
El sabio alemán Alberto Magno (1206-1280) fue uno de los que quedaron
seducidos con el redescubrimiento de Aristóteles. Sus enseñanzas y trabajos
fueron casi totalmente aristotélicos, contribuyó a fundar otra vez la ciencia
griega, que ya ahora serviría de base para el prgreso científico.
Uno de los discípulos de Alberto Magno fue el sabio italiano Tomás de Aquino
(1225-1274), que trató de armonizar la filosofía de Aristóteles con la fe cristiana,
y por fin, tras largos esfuerzos, logró su propósito. Aquino era un racionalista
que creía que la mente razonante era obra de Dios, lo mismo que el resto del
universo, y que el verdadero razonamiento no podía llevar al hombre a
conclusiones contrarias a las enseñanzas cristianas. Por consiguiente, la razón no
era perjudicial ni demoníaca. El escenario estaba preparado, pues, para el
resurgimiento del racionalismo.
EL RENACIMIENTO
El más famoso de los artistas anatomistas es tal vez Leonardo da Vinci (1452-
1519), que disecó cadáveres humanos y de animales. Tenía la ventaja sobre los
anatomistas comunes de poder ilustrar sus descubrimientos con dibujos de
primera calidad. Estudió, e ilustró, la disposición de los huesos y de las
articulaciones.
LA TRANSICIÓN
En las últimas décadas del siglo XV, Europa se liberaba del oscurantismo y
llegaba a los límites de la biología griega (y de la ciencia griega en general). Pero
el movimiento no podía progresar mucho mientras los sabios europeos no
comprendieran que los libros griegos sólo constituían un comienzo. Era preciso
estudiarlos y luego dejarlos de lado, pero no conservarlos y venerarlos hasta
convertirlos en cárceles del pensamiento.
Tal vez se necesitaba un alocado pedante para concluir con el pasado y realizar
una dinámica transición hacia los tiempos modernos. Fue lo que hizo un médico
suizo llamado Teofrasto Bombasto von Hohenheim (1493-1541). Era un hombre
inquieto y de mente receptiva que aprendió medicina con su padre. Trajo de sus
viajes numerosos remedios desconocidos por sus compatriotas contemporáneos,
convirtiéndose, así, en un médico de gran versación.
Se interesó por la alquimia, que los europeos habían tomado de los árabes, que
a su vez la tomaron de los griegos de Alejandría. El alquimista común, si no se
trataba de un impostor, era el equivalente del químico actual, pero las dos
finalidades más ambiciosas de la alquimia estaban condenadas a no lograrse
jamás, al menos mediante métodos alquímicos.
LA NUEVA ANATOMÍA
Durante el mismo año de 1543 se publicó otro libro, tan revolucionario para las
ciencias biológicas como el de Copérnico para las ciencias físicas. Este segundo
libro fue De Corporis Humani Fabrica (De la estructura del cuerpo humano) y su
autor era un anatomista belga llamado Andrea Vesalio (1514-1564).
El libro que publicó, como resultado de esas observaciones, fue la primera obra
fidedigna de anatomía humana aparecida en el mundo. Resulta muy superior a
todos los libros anteriores por dos circunstancias: primero, porque fue escrito en
una época en que ya existía y se usaba la imprenta, de modo que se difundieron
en Europa miles de ejemplares; en segundo lugar, porque incluía ilustraciones
extraordinariamente hermosas, debidas muchas de ellas a un discípulo
del Ticiano, Jan Stevenzoon van Calcar. El cuerpo humano aparecía en
posiciones naturales y las ilustraciones de los músculos eran particularmente
valiosas. Pero la publicación del libro significó para Vesalio serias dificultades.
Sus opiniones se consideraron heréticas y sus disecciones, abiertamente
confesadas en su libro, eran, por cierto, ilegales. Fue obligado a realizar una
peregrinación a Tierra Santa y desapareció en un naufragio en el viaje de
regreso.
LA CIRCULACIÓN DE LA SANGRE
Más sutil que el aspecto y la disposición de las partes del cuerpo, que constituyen
el objeto de la anatomía, es el estudio del funcionamiento normal de dichas
partes, o fisiología. Los griegos hicieron escasos progresos en fisiología y muchas
de sus conclusiones fueron erróneas, en particular en lo referente al
funcionamiento del corazón.
Galeno sugería que la sangre se traslada de una a otra clase de vasos pasando
de la mitad derecha a la mitad izquierda del corazón. Los anatomistas italianos
de la época moderna comenzaron a sospechar que ello no era así, sin osar
rebelarse por completo contra dicha teoría. Así, Jerónimo Fabrizzi, o Fabricio
(1537-1619) descubrió que las grandes venas poseen válvulas. Las describió con
exactitud y mostró su funcionamiento. Estaba dispuestas de modo que la sangre
corría por las venas hacia el corazón sin dificultades. Pero la sangre no podrá
retroceder por las venas desde el corazón sin ser detenida por las válvulas.
La conclusión más elemental hubiera sido aceptar que la sangre corre por las
venas en una sola dirección, hacia el corazón. Pero como ello contradecía la
noción de avance y retroceso de Galeno, Fabricio sólo se atrevió a sugerir que las
válvulas retrasan, pero no detienen, el reflujo de sangre.
Todo hacía pensar que la sangre no fluía y refluía, sino que corría siempre en
una misma dirección. La sangre torna al corazón por las venas, y sale del
corazón por las arterias. Nunca retrocede.
Por otra parte, la vida puede considerarse como algo muy especial, pero no
fundamentalmente distinto de los sistemas menos intrincados del universo
inanimado. Si se dedica suficiente tiempo y esfuerzo al estudio del mundo
inanimado, pueden obtenerse conocimientos que ayudan a comprender los
organismos vivos, que, según esta teoría, constituyen sistemas increíblemente
complejos. Tal es la concepción “mecanicista”.
Las primeras experiencias químicas con organismos vivos fueron efectuadas por
el alquimista flamenco Jan Baptista van Helmont (1577-1644), contemporáneo
de Harvey. Van Helmont plantó un sauce en un volumen de tierra previamente
pesado, y después de regarlo solamente con agua durante cinco años, comprobó
que el árbol había ganado 73,8 kg, mientras que la tierra sólo había perdido
0,057 kg de su peso. Dedujo de ello que el árbol no sólo obtiene su sustancia del
suelo, lo que es correcto, sino también del agua, lo que es erróneo a menos en
parte. Lamentablemente, no tuvo presente al aire, lo que resulta irónico, pues
van Helmont fue el primero en estudiar los gases. Fue el inventor de la palabra
“gas” y descubrió un vapor que denominó spiritus sylvestris (espíritu de la
madera), que, como luego se descubrió, es el gas llamado anhídrido carbónico, la
fuente más importante para la vida de los vegetales.
Los primeros estudios de van Helmont acerca de la química de los organismos
vivos (que hoy se llama bioquímica) fueron ampliados y desarrollados por otros
sabios. Uno de los primeros entusiastas de esta idea fue Franz de la Boe (1614-
1672), más conocido por su nombre latinizado de Franciscus Sylvius o Silvio.
Llegó al extremo de considerar a todo el cuerpo como un mecanismo químico.
Con esta concepción, la digestión, por ejemplo, era para él un proceso químico y
similar a los cambios químicos que tienen lugar en la fermentación…, y en esto
tenía razón.
EL MICROSCOPIO
Ya los antiguos sabían que los espejos curvos y las esferas de cristal llenas de
agua aumentaban el tamaño de las imágenes. En las primeras décadas del siglo
XVII se iniciaron experiencias con lentes a fin de lograr el mayor aumento
posible. Para ello se basaron en otro instrumento con lentes que obtuvo gran
éxito, el telescopio, usado por primera vez con fines astronómicos por Galileo en
1609.
Por consiguiente, las arterias y las venas se hallaban unidas mediante una red
de vasos demasiado pequeños para ser observados a simple vista, tal como había
pensado Harvey. Estos vasos microscópicos se denominaron “capilares” (de la
palabra latina que significa “semejante a un pelo”, aunque en realidad son
mucho más delgados). Este descubrimiento, anunciado primeramente en 1660,
tres años después de la muerte de Harvey, completaba la teoría de la circulación
de la sangre.
Con esas lentes observaba todo lo que podía y logró describir los glóbulos rojos
de la sangre y los capilares con mayor detalle y exactitud que sus verdaderos
descubridores, Swammerdam y Malpighi. Pero más sensacional que todo ello fue
el descubrimiento de pequeños organismos invisibles a simple vista, al estudiar
aguas estancadas con su microscopio, organismos que parecían tener todos los
atributos de la vida, “animálculos” como los denominó entonces, conocidos hoy
con el nombre de “protozoarios”, que en griego significa “primeros animales”.
Nació así la microbiología (el estudio de los organismos no visibles con el ojo
humano).
CLASIFICACIÓN DE LA VIDA
LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA
Aunque era fácil comprobar que los seres humanos y los animales de gran
tamaño procedían del cuerpo de sus madres o de huevos puestos por ellas, ello
no resultaba muy claro en el caso de los animales pequeños. Hasta la época
moderna, se daba por sentado que seres como los gusanos y los insectos se
desarrollaban a partir de la carne u otras sustancias en descomposición. Dicho
origen de la vida a partir de la materia inanimada se denominaba “generación
espontánea”.
Una de las pocas excepciones fue Harvey, que, en su libro sobre la circulación
de la sangre, insistía con la idea de que tal vez esos minúsculos seres procedían
de semillas o huevos demasiado pequeños para poder ser observados. Era una
opinión lógica en un biólogo que se inclinaba a pensar asimismo en la existencia
de vasos sanguíneos demasiado pequeños para ser observados.
De igual modo, la opinión vitalista –en caso de ser válida- requería que, por
simple que fuese la vida, debía existir una brecha infranqueable entre ésta y la
materia inanimada. Según la opinión vitalista estricta, la generación espontánea
era imposible.
En toda lista de especies, aunque sea limitada, resulta tentador agrupar las
especies por sus semejanzas. Así, cualquiera agruparía naturalmente, por
ejemplo, las dos especies de elefantes (indio y africano). Pero no es fácil hallar un
método sistemático para agrupar decenas de miles de especies que puedan
aceptar los biólogos. El primer intento importante fue el del naturalista
inglés John Ray (1628-1705), que entre 1686 y 1704 publicó una enciclopedia en
tres volúmenes sobre la vida de las plantas, en la cual describió 18.600 especies.
El sistema de clasificación de Ray no subsistió, pero su método de división y
subdivisión fue perfeccionado por el naturalista sueco Carl von Linné (1707-
1778), más conocido por su nombre latinizado de Carolus Linnaeus o Linneo. En
su tiempo, el número de especies conocidas de seres vivientes llegaba por lo
menos a 70.000. En 1732, Linneo viajó 8.500 km por el norte de la península
escandinava (que ciertamente no es una región favorable para la vida) y
descubrió un centenar de nuevas especies vegetales en un breve lapso.
EVOLUCIÓN: PRECURSORES
Thomas Malthus: “La vida es una lucha en la que sólo sobreviven los más
aptos”.
LINNEO (1707-1778): Linneo, que dio el empujón inicial a este colosal esfuerzo,
apareció de repente en el escenario científico, cuando contaba sólo veintiocho
años, con la publicación de su libro sobre la clasificación
titulado Systema Naturae (Sistema de la Naturaleza). Tendría muchas ediciones
durante su vida, debido a las exigencias de nuevas especies y de nuevas
intuiciones. La primera tuvo 142 páginas, y la decimosexta, 2300 distribuidas en
tres volúmenes, porque Linneo recibía una riada de material de todo el mundo.
Por doquier los coleccionistas sintieron el prurito de cosechar un destello de
fama al ser mencionados por Linneo. Su influencia, que llegó a ser enorme,
persistió después de su muerte.
BUFFON (1707-1788): La ambición de Linneo, que fue grande, no admitió
comparación con la del conde Buffon, que la superó con creces. Se dedicó a
describir el mundo entero, sus orígenes y cuanto encerraba, y acabó
componiendo una enciclopedia sobre la naturaleza, en cuarenta y cuatro tomos,
la Histoire Naturelle, Génerale et Particulaire (Historia natural, general y
particular), vertida a otros idiomas tan pronto como los volúmenes aparecían.
Fue la obra científica de mayor alcance y más influyente de su siglo, y con
mucho la más popular, ya que combinó descripciones redactadas con elegancia
con historias sobre la vida de una cantidad apabullante de plantas y animales,
amén de introducir discursos sobre astronomía, edad de la Tierra y procesos
vitales.
Como otros, Bufón empezó a notar que las especies no estaban sometidas a
fijación. Reparó en el éxito de ganaderos y cultivadores de frutos en cambiar y
perfeccionar las castas, seleccionando las mejores con fines de reproducción.
Observó que los colombófilos obtenías tipos fecundos y diferentes de los que
había en estado natural. Resumió todo lo anterior en una declaración que
merece ser subrayada:
Toda familia, así animal como vegetal, tiene idéntico origen, e incluso todos los
animales proceden de uno solo, que, en la sucesión de las eras…ha producido
todas las razas de los que ahora existen.
Pero, si todo cae y se empequeñece, como molido, debe de existir alguna fuerza
contrapuesta al alzamiento que equilibre tanto desplome. Hutton lo localizó en el
calor de la Tierra, en las hinchazones y enarcamientos de su corteza,
consecuencia de aquel calor, y en la actividad expulsora de los volcanes. Observó
que la corteza terrestre se componía de dos rocas distintas: sedimentarias, la
clase que era arrastrada hacia abajo como lodo y arena, y luego transformada
una vez más en roca por la presión; e ígneas, forzadas hacia arriba desde el
interior de la Tierra, a menudo fundidas.
TEJIDOS Y EMBRIONES
En los tejidos vivos, las unidades no se hallaban vacías, sino llenas de un fluido
gelatinoso. El fisiólogo checo Johannes Purkinje (1787-1869) dio un nombre a
dicho fluido. En 1839, denominó “protoplasma” a la materia viva contenida en
el embrión de un huevo. El término deriva de la palabra griega que significa “lo
primero formado”. El botánico alemán Hugo von Mohl (1805-1872) adoptó el
término al año siguiente pero aplicándolo a la materia que llena todos los tejidos.
Aunque las unidades no estaban vacías, continuó usándose la palabra “célula”
de Hooke.
Las células aparecían en todas partes y algunos biólogos pensaron que existían
en todos los tejidos vivos. Esta creencia se confirmó cuando el botánico
alemán Matthias Jacob Schleiden (1804-1881) afirmó que todos los vegetales
estaban constituidos por células y que la célula era la unidad de la vida, una
pequeña forma de vida a partir de la cual se constituían organismos enteros.
LA SELECCIÓN NATURAL
El viaje duró cinco años y, aunque Darwin sufrió mucho por los mareos, fue lo
que lo convirtió en un naturalista excepcional. Gracias a Darwin, el viaje
del Beagle fue el más importante viaje de exploración científica de la historia de
la biología.
Lo más sorprendente fueron las observaciones sobre la vida animal que efectuó
durante su permanencia de cinco semanas en las islas Galápagos, situadas a
unos 1200 km de la costa de Ecuador. Estudió en particular un grupo de aves
llamadas hoy “pinzones de Darwin”. De estas aves, muy semejantes en muchos
aspectos, se identificaron por los menos catorce especies, ninguna de las cuales
existía en el continente, ni tampoco, por lo que se sabía, en ninguna otra parte
del mundo. Parecía poco razonable que se hubieran creado catorce especies
diferentes solamente para este pequeño e insignificante archipiélago.
Darwin pensó, por el contrario, que las especies procedentes del continente
debieron colonizar la isla mucho tiempo antes y que a lo largo de millones de
años, los descendientes de los primeros pinzones dieron lugar a las diferentes
especies, por evolución. Algunas especies adquirieron la costumbre de comer
semillas de determinada clase; otras, semillas de otra clase y otras aun
adquirieron el hábito de alimentarse de insectos. Así, para cada forma de vida,
una determinada especie desarrolló un tipo particular de pico, un tamaño
particular y un sistema de organización propio. El pinzón primitivo del
continente no sufrió esas modificaciones debido a la competencia con muchas
otras aves. Pero en las Galápagos, los pinzones originales encontraron una
región relativamente vacía y espacio suficiente para el desarrollo de muchas
variedades.
Darwin pensó inmediatamente que ello podía aplicarse también a todas las
demás formas de vida así como a las que no pueden aumentar su número por
hallarse en desventaja en la lucha por el alimento. Por ejemplo, los primeros
pinzones de las Galápagos debieron multiplicarse incontrolablemente hasta
exceder la cantidad de semillas que constituían su alimento. Algunos debieron
morir, primeramente los más débiles o los menos hábiles para buscar semillas.
Pero, ¿qué podía suceder si algunos eran capaces de alimentarse de semillas de
mayor tamaño o más duras, o si se decidían a comer ocasionalmente un insecto?
Los que no poseían esas raras cualidades podían ser diezmados por el hambre,
mientras que los que se arriesgaban a probar otro alimento, aunque lo hicieran
en forma poco eficaz hallarían finalmente una nueva y abundante manera de
alimentarse y podrían multiplicarse con rapidez hasta que la cantidad de
alimento comenzara a escasear.
En otras palabras, la ciega presión del medio determinaba las diferencias e iba
acumulándolas hasta constituir distintas especies, cada una de ellas diferente de
las otras y del antepasado común. De modo que la naturaleza misma
seleccionaba los sobrevivientes cuando escaseaban los alimentos y, mediante esa
“selección natural”, la vida se diversificaba en una infinita variedad.
Era una obra esperada por el mundo científico. Sólo se imprimieron 1.250
ejemplares y la edición se agotó el mismo día de su aparición. Posteriormente,
las ediciones se multiplicaron y aún hoy, un siglo después, la obra continúa
publicándose.
Pero no siempre sucedía lo mismo con las semillas de plantas altas de arvejas.
Algunas de las plantas de arvejas, aproximadamente un tercio de las del huerto,
daban origen a plantas altas, generación tras generación. Pero no sucedía lo
mismo con el resto. Algunas semillas de esas otras plantas altas producían
plantas altas, y otras, plantas enanas. Esas semillas producían siempre el doble
de plantas altas con respecto al número de plantas enanas. Aparentemente había
entonces dos clases de plantas altas de arvejas; las que daban “líneas puras” y
las que no las producían.
Mendel fue más lejos. Cruzó plantas enanas con plantas altas puras y
comprobó que en todos los casos las semillas híbridas producían plantas altas.
Los caracteres de las plantas enanas parecían haber desaparecido.
Luego, Mendel polinizó cada planta híbrida con su propio polen y estudió las
semillas resultantes. Todas las plantas híbridas daba una descendencia híbrida.
Cerca de un cuarto de sus semillas dio origen a plantas enanas; otro cuarto, a
plantas altas puras, y los dos cuartos restantes, a plantas altas híbridas.
Para explicar todo ello Mendel supuso que cada planta de arvejas contiene dos
factores en lo referente a un carácter particular como es la altura. La parte
masculina de la planta contiene uno de ellos y la parte femenina el otro. En la
polinización ambos factores se combinan y la nueva generación posee un par
(uno de cada progenitor si resultaban del cruzamiento de dos plantas). Las
plantas enanas tienen únicamente factores “enanos” y si se los combina
mediante una polinización cruzada o mediante una autopolinización, resultan
solamente plantas enanas. Las plantas altas puras tienen sólo dos factores
“altos” y las combinaciones sólo producen plantas altas.
Si una planta alta pura se cruza con una planta enana, los factores “altos” se
combinarían con los factores “enanos” y la nueva generación podría ser híbrida.
Todas las plantas serían altas, porque la altura era “dominante” anulando el
efecto del factor “enano”, pero, sin embargo, este último seguía presente. No
desaparecía a pesar de no ponerse de manifiesto.
T T dd
Td Td Td Td
Td Td
TT Td Td dd
Gráfico que explica el trabajo de Mendel sobre las plantas de arvejas altas y enanas. La ilustración
superior representa el cruzamiento de una planta alta genuina con una planta enana, que da por
resultado una planta alta híbrida (o de herencia no genuina). La ilustración inferior muestra el
cruzamiento de plantas altas híbridas del cual resultan plantas altas genuinas, plantas enanas y plantas
altas híbridas, en una proporción de 1:1:2
Mendel demostró también que una explicación similar puede ser válida para la
herencia de los caracteres que no se refieren a la altura. En el caso de cada
conjunto de caracteres que estudió no obtuvo resultado intermedio al efectuar el
cruzamiento de los dos extremos. Cada extremo conservaba su identidad. Si uno
de ellos desaparecía en una generación, reaparecía en la siguiente.
A principios de la década de los 1860, Mendel envió sus escritos a Nägeli. Este
último los leyó y los comentó sin mayor entusiasmo. Mendel se desanimó. En
1866 publicó sus escritos, pero no continuó sus experiencias. La falta de apoyo
por parte de Nägeli hizo que nadie se interesara por sus trabajos y que estos
permanecieran desconocidos. Mendel había fundado lo que hoy
llamamos genética (el estudio del mecanismo de la herencia), pero nadie, ni
siquiera él mismo, se percató en esa época.
LA MUTACIÓN
Las llevó a su jardín, las plantó por separado y gradualmente llegó a las
mismas conclusiones a las que había llegado Mendel en la generación
precedente. Descubrió que los caracteres individuales se transmitían sin mezcla
de generación en generación hasta tornarse intermedios. Más aún, cada tanto
surgía una nueva variedad de planta, notablemente distinta de las otras, y esta
nueva variedad también podía perpetuarse en sucesivas generaciones.
De Vries denominó “mutaciones” (de la palabra latina que significa “cambio”) a
dichas transformaciones súbitas y advirtió que se trataba de una evolución por
saltos.
LOS CROMOSOMAS
Las leyes de Mendel fueron más significativas en 1900 que en 1866, porque en el
ínterin se efectuaron importantes descubrimientos en lo referente a la célula.
Algunos biólogos hicieron experiencias en este sentido y uno de los que tuvo
éxito fue el citólogo alemán Walther Flemming (1843-1905), que estudió las
células animales y comprobó que en el núcleo había manchas dispersas de un
material que absorbía intensamente el colorante con el que estaba trabajando.
Dichas manchas aparecían brillantes sobre el fondo incoloro. Flemming llamó a
ese elemento “cromatina” (de la palabra griega que significa “color”).
Más tarde, van Beneden descubrió que en la formación de las células sexuales
(el óvulo y el espermatozoide) la disociación de los cromosomas en una de las
divisiones de la célula no es precedida por la duplicación de dichos cromosomas.
Así, el óvulo y el espermatozoide recibían solamente la mitad del número común
de cromosomas.
Sturtevant era mucho más reflexivo que Bridges. Descubrió muchos menos
insectos mutantes que él, pero meditó más sobre ellos. Se pasaba las horas
muertas de ocio aparente, sentado, fumando en pipa, con la vista clavada en los
mapas de la pared. Morgan tenía la virtud de permitir que sus auxiliares
obrasen como quisieran; no se entrometía en sus experimentos y cavilaciones.
Hechizaba a Sturtevant cómo se habían agrupado los caracteres en las cartas,
con tanta limpieza, en correspondencia con los cromosomas del núcleo celular de
las moscas del vinagre.
ABCDEFGH AB CDe f g h
a b c de f g h a b c dEFGH
Muller sabía que un rayo X se portaba así. Es una energía de longitud de onda
muy corta. Cuanto menos longitud tiene una onda, tanto mayor fuerza de
penetración tiene. Tras los preparativos, Muller encerró las moscas en
capsulitas, les administró una buena descarga de rayos X y les permitió que se
acoplasen. La radiación no las había menoscabado, ya que lo hicieron en seguida
y con entusiasmo. En cambio, como Muller había anhelado, afectó a sus genes.
De un número notable de apareamientos, no hubo machos en la segunda
generación de descendientes. Todos perecieron por culpa de la introducción de la
mutación fatal. Los rayos X habían cambiado la estructura genética de una
diminuta porción de un cromosoma de los machos.
Por consiguiente, Miescher podía estudiar el interior del núcleo, cosa hasta
entonces inconcebible. Mediante el análisis cuantitativo y cualitativo –o sea la
cantidad de esto y de aquello que había en la muestra- encontró al fin una
sustancia compuesta de 112 átomos, enana comparada con otras moléculas
proteínicas, pero gigante parangonada con el promedio de las inorgánicas. La
formaban cinco clases de átomos: carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno y
fósforo, en estas proporciones:
El ADN no se empleó, durante unos años, sino para teñirlo. Tratado con
determinado ácido tomaba color brillante púrpura encarnada. El colorido se
mostraba en algo más que en el polvo del tarro de vidrio; se presentaba en el
ADN de las células vivas. Los cromosomas, tocados por una pizca de tinte, se
encendían como el rojo de las luces de tráfico. El resto celular no reaccionaba de
aquella suerte, prueba de que el ADN estaba en el núcleo de la célula y en
ninguna otra parte.
BEADLE Y TATUM: ¿QUÉ HACE EL ADN?
Como todos, los embriones de mosca carecen, en sus primeras fases, de partes
corpóreas reconocibles. Aparecen despacio, al principio como minúsculas yemas
o brotes, grupos de pocas células dispuestos a tomar una orientación propia de
desarrollo, que los convertirá en órganos. Beadle y Ephrussi se concentraron en
aquellos brotes ínfimos. Amputaron uno de un embrión y procuraron injertarlo
en otro. El embrión medía dos milímetros de longitud, y la yema era mucho más
pequeña, de suerte que la operación quirúrgica tenía que realizarse con la ayuda
de un microscopio. Los dos jóvenes sajaron e injertaron en vano durante meses.
Ningún brote «prendió». De pronto, un buen día, encontraron una mosca con
tres ojos. Habían localizado el brote elaborador del órgano visual y, gracias a
ello, poseían el utensilio imprescindible para un experimento más refinado.
James Dewey Watson estudió con Luria y aprendió muchas cosas sobre los
fagos. Pensó que quizás fuesen genes. Como miembro secundario del grupo del
fago, Watson había recibido enseñanzas particulares de genética, disciplina más
estructural que la química, es decir, menos atenta a los procesos que a las
relaciones espaciales de las moléculas, a la posición de los genes en los
cromosomas y a la configuración de éstos. Aleccionado a pensar como el grupo
del fago, Watson sabía mucho de genes, pero no tanto de bioquímica. Se le
aconsejó que se pusiera al día en bioquímica bajo la tutela de Herman Kalckar,
en Copenhague.
Watson llegó a pensar que aquella ciencia y su mentor, Kalckar, eran más
pesados que el plomo. Aburrido, inquieto y con poco trabajo, haraganeó por
Europa, asistiendo a éste o aquel congreso científico. Por casualidad, escuchó en
Nápoles una conferencia acerca de la determinación de la estructura de los
cristales, sin romperlos, estudiando fotografías obtenidas con un aparato
especial, cuya técnica se llama fotografía de difracción de rayos X. El
conferenciante fue Maurice Wilkins, joven cristalógrafo británico. En el
transcurso de la exposición, Wilkins mostró una fotografía de difracción de una
muestra de ADN. Deseaba mucho que desear. Era borrosa.
Estando un día en la cama con gripe, mientras se entretenía con papel y lápiz,
tuvo una iluminación. Dibujó una cadena de polipéptidos y la retorció en varios
grados de estrechez, hasta que surgió una configuración con la cual encajaban
todos los enlaces químicos. Lo confirmó su mecano. Así obtuvo una hélice, el
primer modelo eficiente de una proteína.
Había, no obstante, el inconveniente de que ninguno de los dos tenía por misión
trabajar en el ácido nucleico. Como acto de compañerismo, sin que se hubiera
convenido por escrito, el ADN se había cedido al King´s College. Era propiedad
indiscutida de Wilkins. Para los del Cavendish meterse en aquel terreno era
portarse como un cazador furtivo, y un caballero no cometía aquel delito.
Además, como Watson no tardó en enterarse, Crick y Wilkins estaban unidos
por la amistad, lo que complicaba la situación. Y aun en el caso de que
obtuvieran la colaboración de Wilkins, no sería fácil que les cediera buenas
fotografías de difracción. Había cometido la imprudencia de dar todas sus
mejores muestras de ADN a su compañera de trabajo, creyendo que trabajaba
para él. Con las muestras mejores, la colaboradora conseguía fotografías
superiores a las de Wilkins…, pero no le decía nada para conservar su
independencia. La investigadora se llamaba Rosalind Franklin. Era decidida,
más bien terca, entregada por completo a lo que hacía y de maneras directas y
abruptas.
Como fruto del desastre del modelo, John Randall, jefe de Wilkins, propuso a
Lawrence Bragg, jefe de Crick, que los dos liosos y alborotadores renunciasen a
trabajar en el ADN. La proposición agradó a Bragg, a quien exasperaba la
perspectiva de tener a Crick en el Cavendish dos o tres años más, pontificando
sobre cuanto había bajo el cielo, en tanto que descuidaba sus estudios de la
hemoglobina, con los que podía doctorarse y desaparecer para siempre del
laboratorio. Se comunicó, pues, a Watson y Crick que, en adelante, se
abstuvieran de trabajar en la estructura del ADN, tarea que competía
a Wilkins…y, por inferencia, a Rosalind Franklin.
EL SEGUNDO MODELO. TRIUNFO. LA HÉLICE DOBLE
Las reflexiones de Crick tuvieron como objeto especial las cuatro bases
presentes en el ADN: adenina, guanina, timina y citosina, o, como se llamarían,
A, G, T y C. Le intrigaba que fuesen las únicas partes variables del ADN. Si eran
el proyecto codificador de la manufactura de otras cosas, el código debía
obedecer a alguna variación de aquellas bases.
Tenían poca materia para proseguir. Watson se mostró cada vez más
intranquilo. Se desesperó al enterarse de que Pauling había enfocado su
poderoso faro mental en el ADN. Pero Pauling había incurrido en elementales
errores químicos. Su modelo contenía tres cadenas con columna vertebral
interior, apenas distinto del intento abortado de Watson y Crick. Incapaz de
contener su gran alivio, Watson divulgó por Cambridge la noticia de
que Pauling había metido la pata, y se fue a Londres a comunicarlo a Wilkins y
Franklin. Tuvo un extraño encuentro. Al entrar sin previo aviso en el
laboratorio, se encontró con Franklin, glacial y exasperada de su cháchara sobre
modelos.
Watson comunicó la gran noticia a Crick, que, unos días más tarde, durante la
comida, instó a Wilkins, con su acostumbrado estilo de argumentación, que
llegaba a marear al más templado, que montase modelos sin perder un segundo
o Pauling alcanzaría la meta antes. Wilkins puso dificultades. Deseaba esperar
hasta que Rosalind Franklin se hubiese ido. Él se había interpuesto en su camino
y ella se marchaba, harta de las trabas de su vida y trabajo en King´s. Se
mudaba a otro laboratorio, en Birkbeck, en el que se dedicaría a la
cristalografía, pero no al ADN.
Muy bien, dijo Crick; si Wilkins no hacía modelos del ácido nucleico
inmediatamente, ¿había obstáculo a que él y Watson lo
intentasen? Wilkins contestó que no, después de reflexionar. Por consiguiente,
reanudaron sus estudios.
(Textos extraídos de “La cuestión esencial” de M.A. Edey y D.C. Johanson – Ed.
Planeta SA)
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