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EL TRABAJO, UNA OBRA
Bernard N. Schumacher*
thE WorK, an oEuVrE
rEsumEn: Para tratar de responder a la cuestión relativa al significado del trabajo y su relación con la
obra, me propongo presentar, en primer lugar, tres
significados positivos del término “trabajo” referidos
a Platón, Karl Marx y Immanuel Kant. A continuación, explicaré las causas de la deshumanización
en el trabajo, y distinguiré entre la sociedad, donde
el otro es visto como un engranaje para el buen
funcionamiento de la comunidad (por tanto, intercambiable), y la comunidad, donde el otro es visto
como un fin en sí mismo (por tanto, insustituible).
Por último, mostraré la importancia del trabajo considerado como obra, susceptible de provocar la transformación de uno mismo y de los demás.
abstraCt: In order to try to answer the question
concerning the meaning of work and its relation to
oeuvre, I propose to present, first of all, three positive
meanings of the term work by referring to Plato, Karl
Marx and Immanuel Kant. Next, I will explain the
reasons that contribute to the process of dehumanization through work, and I will distinguish between
society, where the other is seen as a cog for the
proper functioning of the community (thus interchangeable), and community, where the other is seen
as an end in itself (thus irreplaceable). Finally, I will
show the importance of work considered as oeuvre,
capable of bringing about the transformation of
oneself and others.
palabras ClaVE: Función, Kant, Marx, persona,
Platón.
KEyWords: Function, Kant, Marx, person, Plato.
rECEpCión: 21 de enero de 2021.
aCEptaCión: 15 de marzo de 2021.
doi: 10.5347/01856383.0137.000299746
* Universidad de Friburgo, Suiza.
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
137
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NOTAS
EL TRABAJO, UNA OBRA*
Introducción
138
El ciudadano, por el contrario, siempre activo, suda, se agita, se atormenta incesantemente buscando ocupaciones todavía más laboriosas; trabaja
hasta la muerte, y aun corre a ella para
poder vivir.1
El autor de este texto, habitante de
la isla de Saint-Pierre, precisa:
Después de la de conservarse, la primera y más poderosa pasión del
hombre es la de no hacer nada. Si bien
se mira, se verá que incluso entre
* Traducción de Carlos Gutiérrez Lozano.
1
Jean Jacques Rousseau, Discurso sobre el
origen de la desigualdad entre los hombres, trad. por
Ángel Pumarega (Madrid: 1923), 77-78 de la edición
epublibre.
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
nosotros solo se trabaja para llegar a
descansar.2
Estas dos citas del filósofo, suizo
de adopción, Jean-Jacques Rousseau,
escritas en la segunda mitad del siglo
xViii, no han perdido nada de su vigencia. En Occidente, el activismo
parece estar adueñándose de toda la
existencia. Hay una búsqueda frenética de ocupaciones cada vez más demandantes, no solo en el mundo del
trabajo, sino también en el de la escuela y la educación en general (los niños
están ocupados cada vez más); y lo
2
Jean Jacques Rousseau, Ensayo sobre el
origen de las lenguas, trad. por Adolfo Castañón
(México: fCE, 2006), 62, nota 4.
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NOTAS
mismo ocurre con lo que llamamos
“ocio”. El aburrimiento ya no tiene
lugar. El activismo contemporáneo
se traduce también en un frenesí perpetuo, cercano a lo que llamamos
“inquietud”, un fenómeno de inestabilidad, de dispersión, acompañado
de una curiosidad que lleva al hombre
a mirar la realidad no para situarse
con ella “en una relación de ser con
la cosa vista, sino que busca el ver tan
solo por ver”,3 dice el filósofo alemán
Martin Heidegger; en definitiva, se
trata de una curiosidad cuyo fin no es
otro que la curiosidad.
Por tanto, la cuestión fundamental
no es solo por qué estamos en constante movimiento, sino también por
qué buscamos actividades cada vez
más demandantes. ¿Es para adquirir
habilidades, para cultivar talentos, para
llevar a cabo proyectos, para hacer
realidad las utopías? ¿O por aburrimiento o incluso por angustia, a modo de
evadir las preguntas existenciales?
Cabe señalar de paso que el término
“ocupación” significaba originalmente “tomar posesión de un lugar, de una
propiedad”. Tiene su origen en la palabra latina occupare, que se refiere a la utilización política y militar de
una acción por parte de quien pretende hacerse dueño de ella, apoderarse de
ella… Trabajar, por lo tanto, sería
ocupar un lugar, un terreno para apo3
Martin Heidegger, Ser y tiempo, trad. por Jorge
Eduardo Rivera (Madrid: Trotta, 2000), §36, 174.
derarse de él. ¿Excluiría esto lo que
no se puede poseer, como el objeto de
arte, el objeto de contemplación o el
rostro de otro visto a través del eros?
Rousseau señala que el hombre
no deja de trabajar hasta su muerte.
Estar jubilado no significa que deje
de trabajar, sino que deja de cobrar.
Si el trabajo se considerara una tortura, como sugiere su etimología (del
término tripalium), sería mejor retirarse cuanto antes. Sin embargo, si el
trabajo fuera una actividad humanizadora, uno podría desear trabajar
hasta la muerte. Responder a estas
preguntas implica definir el trabajo
stricto sensu, independientemente
de cualquier obra concreta.
El filósofo ginebrino señala que
no hacer nada es la más poderosa de
las pasiones, y que es para lograr el
descanso que el hombre trabaja.
¿Qué significa aquí “no hacer nada”?
¿Seguimos siendo capaces de hacerlo? ¿No se entiende hoy el descanso
como ese tiempo liberado del trabajo que se llama erróneamente “ocio”?
El ocio contemporáneo está, paradójicamente, impregnado de la cultura
del activismo imperante; los fines de
semana y las vacaciones, por ejemplo,
deben aprovecharse para realizar actividades. El hombre parece haberse
acostumbrado tanto a estar activo
de la mañana a la noche que le resulta difícil descansar en el sentido primario del término, es decir, el ocio.
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
139
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NOTAS
Extrañamente, el tiempo de ocio se
parece mucho al trabajo.
En efecto, la sociedad occidental contemporánea concede al Homo
faber un estatuto privilegiado, en particular al reducir el pensamiento a su
dimensión calculadora e instrumental, de modo que tiende a considerar
serias las actividades humanas que le
sirven de sustento. Las otras nunca son
más que pasatiempos. Esta es la observación que hizo en 1958 la filósofa
alemana Hannah Arendt en su libro
La condición humana:
140
[T]odas las actividades serias, prescindiendo de sus frutos, se llaman
labor, y toda actividad que no es necesaria para la vida del individuo o
para el proceso de vida de la sociedad
se clasifica en la categoría de la mera
diversión. […] ni siquiera queda el
“trabajo” del artista; se disuelve
en diversión y pierde su significado
mundano. Esta característica “divertida” del artista se considera que desempeña la misma función en el proceso de la vida laborante de la sociedad
que la de jugar al tenis o tener un hobby
en la vida del individuo.4
Esta observación confirma la
intuición del filósofo alemán Josef
Pieper, formulada al final de la Segunda Guerra Mundial en su notable
obra El ocio y la vida intelectual.5
4
Hannah Arendt, La condición humana, trad.
por Ramón Gil (Barcelona: Paidós, 2009), 136.
5
Josef Pieper, El ocio y la vida intelectual,
trad. por Alberto Pérez et al. (Madrid: Rialp, 1979).
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
Ahí describe la actual reducción del
trabajo a una actividad cada vez más
servil, al eliminar de su ámbito toda
actividad liberal, que tiene su fin en sí
misma, sin aspirar a lo útil. Se pierde
de vista el trabajo entendido como
obra, la del arte y la artesanía realizada
como parte de una actividad liberal
en el sentido etimológico del término.
El trabajo humanizante:
del refrigerador a la obra
Platón propone un primer significado
del trabajo, basado en el famoso mito
de Prometeo.6 Epimeteo le pide permiso para distribuir en solitario a los
animales y al hombre diversas facultades destinadas a garantizar su
supervivencia. Algo falto de sabiduría,
concede a los animales todas las facultades a su alcance: a algunos les da un
pelaje grueso, a otros pezuñas, etc.
Todavía le quedaba el hombre por
completar: estaba desnudo e indefenso,
sin zapatos, armas ni mantas. Estaba
condenado a una muerte segura, si
Prometeo no hubiera intervenido. Este
último, habiendo robado el fuego a los
dioses, inició al hombre en las artes.
Esto le permite superar su inadaptación a su entorno natural. El trabajo
puede definirse, pues, como una actividad del hombre destinada a transformar la naturaleza, su entorno, para
6
Platón, Protágoras, 320c-321c.
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NOTAS
adaptarlo a sus necesidades y asegurar
su descendencia.
Sin embargo, el trabajo no puede
reducirse a esta dimensión, aunque sea
imprescindible para poder llenar el
refrigerador y pagar las facturas. Ciertamente, no hay que subestimarlo, ya
que sigue siendo esencial, siendo la
condición misma, pero no suficiente,
de la existencia.
Más fundamentalmente —y esta
es su segunda definición— el trabajo
transforma al hombre mismo al tiempo que le permite dar forma a una obra.
Karl Marx precisa, como Platón, que
el trabajo desempeña, en relación
con la realidad, el papel de un poder
natural al actuar sobre la naturaleza
en beneficio del hombre. Pero al mismo tiempo que trabaja y modifica su
entorno, el hombre se transforma a sí
mismo: cultiva sus talentos y habilidades. Añade que el trabajo también
se caracteriza por la creación de una
obra. En efecto, su resultado prexiste
en la imaginación o el pensamiento
del hombre; es decir, al transformar
la realidad, el hombre, mediante el
trabajo, “en lo natural, al mismo tiempo, efectiviza su propio objetivo, objetivo que él sabe”.7 El trabajo le sirve
para exteriorizar lo que primero ha
concebido en la conciencia. El producto del trabajo es una “realización”
de lo que ha querido y a lo que ha
querido dar sentido. Expresa su proyecto intencional, a saber, cierta “objetivación” del yo en la obra. Marx
demuestra que el trabajador “se desdobla no solo intelectualmente, como
en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en
un mundo creado por él”.8 Cuando su
trabajo se ve como una obra, se rencuentra allí, por así decirlo. Habita en
ese mundo. Pensemos, por ejemplo,
en el albañil o el artesano que deja su
huella en el objeto transformado. La
pared, la casa o la silla, la mesa no es
solo una realidad externa, porque el
trabajador ha puesto su marca en ella;
por tanto, está de alguna manera presente en lo que ha transformado. Hay
una obra. De hecho, no se reduce al
ámbito del arte, de lo artístico, porque
está en el corazón mismo del trabajo
y contribuye al proceso de humanización del trabajador. Por lo tanto, el
trabajo no solo está vinculado al refrigerador o a la capacidad de cultivar
un talento sino, fundamentalmente, al
hecho de dejar una huella en el objeto
transformado, de crear una obra.
El filósofo alemán Immanuel Kant
ofrece una tercera forma de definir el
término “trabajo”. Comienza afirmando que el hombre no se realiza dejándose guiar por el instinto, sino que
7
Karl Marx, El capital, trad. por Pedro Scaron
(Madrid: Siglo XXI, 2010), libro i, sección tercera,
capítulo V, 216.
8
Karl Marx, Manuscritos de economía y
filosofía, trad. por Francisco Rubio Llorente (Madrid:
Alianza, 2003), 113-114.
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
141
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NOTAS
142
“la naturaleza ha querido que el
hombre extraiga por completo de sí
mismo”,9 apoyándose en la razón y
la libertad, previamente educadas. En
otras palabras, la naturaleza le ha
hecho “que se vaya abriendo camino
para hacerse digno, por medio de su
comportamiento, de la vida y del
bienestar”.10 El trabajo se concibe así
como el medio por excelencia para
desarrollar las capacidades o talentos
personales, con el fin de “llevar a cabo
el desarrollo de todas sus disposiciones”.11 Sin el trabajo, “todos los
talentos quedarían eternamente ocultos en su germen, en medio de una
arcádica vida de pastores”.12 El trabajo, entendido como transformación
de la naturaleza desde el exterior y del
hombre desde el interior, pone en
marcha un proceso de humanización
del ser humano. Le permite llegar a ser
lo que es, alcanzar su propia realización superándose a sí mismo, elaborar, finalmente, una cultura humana
y contribuir a la humanización de la
humanidad.
En resumen, podemos decir que
el hombre está obligado a trabajar.
En efecto, debe, como el animal,
9
Immanuel Kant, Ideas para una historia uni
versal en clave cosmopolita y otros escritos sobre
filosofía de la historia, trad. por Concha Roldán y
Roberto Rodríguez (1987), epublibre, tercer principio, 27/116.
10
Ibid., tercer principio, 28/116.
11
Ibid., cuarto principio, 28/116.
12
Ibid., cuarto principio, 29/116.
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
producir las condiciones de su supervivencia, llenar su refrigerador, pero
también cultivar sus facultades y talentos, y crear obras que le permitan
estar presente, ser un “sujeto” en la
realidad transformada. De este modo,
el trabajo está al servicio de la vida y,
sobre todo, del buen vivir: solo es un
medio. El hombre trabaja para vivir.
El trabajo deshumanizante
Ahora bien, ¿corresponde esta descripción al trabajo tal y como se vive en
el mundo occidental a principios del
siglo xxi? ¿No se ve a menudo como
algo ajeno a lo que el ser humano es, a
lo que aspira? Sin dejar de reconocer
la especificidad del trabajo tal y como
lo acabamos de describir, Karl Marx
afirma que se convierte en alienante
cuando el hombre deja de reconocerse en lo que transforma. El objeto
producido por su trabajo es, en este
caso, externo, ajeno a él. En cierto
modo, se ve desposeído del objeto fabricado, despojado de su obra, de la
huella que ha dejado en el objeto transformado. Debido a este proceso de
alienación, él mismo se convierte en
una mercancía que produce objetos.
Es consciente de estar reducido a una
mercancía que vale determinado precio en el mercado laboral. Marx afina
su teoría: “El trabajo no solo produce
mercancías; se produce también a sí
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NOTAS
mismo y al obrero como mercancía”.13
En otras palabras, el hombre se vende como una mercancía que produce objetos. El significado del trabajo
se reduce entonces a la mera subsistencia, al refrigerador. El trabajador
“se relaciona con el producto de su
trabajo como un objeto extraño”.14 El
filósofo de Tréveris añade que el trabajo alienado “hace extraños al hombre
su propio cuerpo, la naturaleza fuera
de él, su esencia espiritual, su esencia
humana”,15 que consiste en crear una
obra, en dejar una huella en el objeto transformado. Marx describe muy
bien este aterrador proceso de alienación por el trabajo —tan actual a
principios del siglo xxi— al precisar
que el hombre
solo se siente en sí [es decir, libre
de determinaciones externas] fuera del
trabajo, y en el trabajo fuera de sí.
Está en lo suyo cuando no trabaja y
cuando trabaja no está en lo suyo.
Su trabajo no es, así, voluntario, sino
forzado, trabajo forzado. Por eso
no es la satisfacción de una necesidad,
sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia
claramente en el hecho de que tan
pronto como no existe una coacción
física o de cualquier otro tipo se
huye del trabajo como de la peste. El
trabajo externo, el trabajo en que el
Marx, Manuscritos, 106.
Ibid., 107.
15
Ibid., 114.
13
14
hombre se enajena, es un trabajo de
autosacrificio, de ascetismo.16
El hombre tiene así la impresión
de que es una mercancía, que ya no
pertenece al mundo de las personas,
sino al de las cosas que tienen un precio determinado; y que el trabajo
viola su dignidad de ser humano. Por
tanto, considera su actividad profesional como un simple medio de vida, y
fuera de sus horas de trabajo remunerado se dedica a un trabajo que le da
sentido. Esta es probablemente una de
las explicaciones de que la nueva generación ya no está tan comprometida
con el trabajo remunerado tal y como
se ofrece y de que quiera tener un trabajo que marque la diferencia.
El filósofo alemán ofrece una
descripción de la alienación por el
trabajo que no ha perdido nada de su
actualidad. La reducción del trabajo a
la función básica de transformar la
realidad ante un volumen de producción cada vez mayor, combinada con
una reducción de personal y obtenida en un tiempo cada vez más corto,
en nombre de la eficacia, lleva a considerar al trabajador como nada más
que un “funcionario” que debe comportarse lo mejor posible dentro del
sistema que es la sociedad. Pensemos,
por ejemplo, en la reciente oleada de
suicidios en Telecom Francia, en los
estudios del médico y psicoanalista
16
Ibid., 109-110.
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
143
Se prohíbe su reproducción total o parcial por cualquier medio, incluido electrónico, sin permiso previo y por escrito de los
editores.
NOTAS
laboral Christophe Dejours, que nos
recuerda la innegable vigencia de
la película de Charles Chaplin Les
temps modernes, o en el primer largometraje de Jacques Tati, realizado entre
1947 y 1949, Jour de fête, en el que
aparece la figura del trabajador postal estadounidense.17
El “funcionario” y la persona
144
Esta visión se basa en la reducción del
hombre a la escala de la sociedad. Se
entiende como la agrupación mecánica
y racionalizada de individuos, dentro
de la cual el otro es percibido como
un sujeto objetivado; es decir, como un
objeto que cumple un papel, una función propia para la buena marcha de
la sociedad. El filósofo francés Gabriel
Marcel resume bien esta percepción
de los demás como “funcionarios” (en
el sentido de que solo funcionan): “Si
en la calle pregunto mi camino a un
desconocido, lo hago en segunda persona, pero no por eso deja de presentar para mí la función de un poste
indicador”.18 Cualquiera lo hubiera
17
Véase, por ejemplo: el documental (2006)
de Marx-Antoine Roudil y Sophie Bruneau, Ils ne
mouraient pas tous, mais tous étaient frappés, con
Christophe Dejours. Véase también: el reportaje titulado Le Blues du facteur en el programa “Temps
présent”, Televisión Suiza Romande, la 1ª, 15 de
diciembre de 2011.
18
Gabriel Marcel, El misterio del ser, trad. por
María Eugenia Valentié (Buenos Aires: Sudamericana, 1953), 162.
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
hecho, con tal de cumplir su función
de señalización. El trabajador que ya
no puede desempeñar su función es
simplemente sustituido. Es intercambiable. Se da primacía al buen funcionamiento de la sociedad.
La comunidad, en cambio, se define como la agrupación natural y
orgánica de individuos de la que surge
una vida común, y en la que cada uno
es considerado como una persona con
un fin en sí mismo, con el que inaugurar una vida común. El vínculo que
une a los individuos es entonces del
orden de la solidaridad, o de la caridad, por tomar un término más profundo. El hombre no se deja reducir
a la función social que asume —vendedor, ejecutivo, cliente, etc. —, sino
que es por su naturaleza un “animal
político”: alguien llamado a vivir en
comunidad para llevar una vida buena. Yo no soy principalmente un cliente, ni el otro sería principalmente un
vendedor o un camarero. Somos, ante
todo, personas. El “buenos días” que
nos decimos antes de expresar una
petición (“Disculpe, ¿dónde está tal
cosa?” o “Sírvame por favor un
café”) expresa el reconocimiento de
que el otro es una persona incluso
antes de cumplir cualquier función
social. El filósofo francés Emmanuel
Lévinas insiste en esta dimensión de
comunidad de personas, que se expresa en particular en el encuentro de
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NOTAS
rostros que trascienden el papel y la
función que asumimos en la sociedad.
El rostro es significación, y significación sin contexto. Quiero decir que el
otro, en la rectitud de su rostro, no es
un personaje en un contexto. Por lo
general, somos un ‘personaje’: se es
profesor en la Sorbona, vicepresidente del Consejo de Estado, hijo de
Fulano de Tal, todo lo que está en el
pasaporte, la manera de vestirse, de
presentarse. Y toda significación, en
el sentido habitual del término, es relativa a un contexto tal: el sentido de
algo depende, en su relación, de otra
cosa. Aquí, por el contrario, el rostro
es, en él solo, sentido. Tú eres tú.
En este sentido, puede decirse que
el rostro no es ‘visto’. Es lo que no
puede convertirse en un contenido
que vuestro pensamiento abarcaría;
es lo incontenible, os lleva más allá.19
Vivimos y nos reunimos en primer lugar en un entorno comunitario.
Por tanto, la sociedad no aparece como
una realidad independiente de la comunidad, sino que, por el contrario,
participa de ella. La reconciliación
entre la sociedad y la comunidad
puede tener lugar en cuanto la “función” del individuo se transforma en
un servicio a la comunidad, cierto don
de sí mismo en definitiva. Cuando
19
Emmanuel Lévinas, Ética e infinito, trad.
por Jesús María Ayuso Díez (Madrid: A. Machado
Libros, 2000), 72.
el bien del individuo se une al bien
de la comunidad (y viceversa), la sociedad se convierte en comunidad. Así
lo propuso el célebre escritor suizo
Max Frisch con motivo de la entrega
del Premio de la Paz del Comercio
Librero Alemán,20 el 19 de septiembre
de 1976, cuando trataba de responder
a la amenaza permanente de una
guerra y una explosión atómica de
origen terrorista.
Conclusión
El objetivo principal del trabajo no es
hacer que la sociedad funcione mejor
y ayudar a reducir los costos en nombre de un “culto” al rendimiento, la
eficacia y la utilidad a como dé lugar.
Esto reduciría a la persona a ser un
mero “funcionario” al que se le aplicaría un precio; en definitiva, un mero
medio al servicio del trabajo por el
trabajo. Si bien no hay que desacreditar la realidad económica y la necesidad de reducir costos, no debe convertirse en el criterio principal. Aunque
es importante, es fundamentalmente
secundario.
El fin último del trabajo tampoco
es mantenerse en régimen de supervivencia, sino vivir como persona,
20
Deutscher Buchhandel en alemán. Max
Frisch, “Wir hoffen”, en Forderungen des Tages.
Porträts, Skizzen, Reden 19431982, ed. por Walter
Schmitz (Fráncfort del Meno: Suhrkamp, 1983),
332-342.
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
145
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NOTAS
146
cultivar sus habilidades y talentos,
crear una obra. La obra surge no solo
del objeto transformado, sino también de la propia persona, transformada por el proceso de trabajo. Cuando
se trastoca el orden, es decir, cuando
el trabajo, reducido a su dimensión de
supervivencia, se percibe como fin,
y no como medio, de la existencia personal, cuando se instrumentaliza a la
persona, cuando el trabajo ya no crea
una obra, entonces no solo no puede
florecer la persona, sino que la cultura humanista se marchita en la ciudad.
El despliegue de actividades que escapan al pensamiento calculador, emprendidas con independencia de
cualquier rendimiento o incluso sin
preocuparse por su eficacia y rentabilidad, permite al hombre trascender,
ir más allá del mundo de lo útil, porque tienen su fin en sí mismas. Estas
actividades, que la tradición occidental
acostumbra a agrupar bajo el término
“ocio”, se diferencian, sin embargo,
de los entretenimientos contemporá-
neos en que revelan una actitud libre
de control del mundo y de sí mismo,
permitiendo una apertura hacia lo que
el sujeto no conoce, no controla; en
definitiva, hacia la fertilidad, la acogida de los demás y del mundo real en
una actitud contemplativa. En resumen, el ocio permite que el hombre
no se rebaje al rango de “funcionario”
funcional. La obra, como resultado del
trabajo, también escapa a lo útil. No
se desea para otra cosa, sino por sí
misma. El trabajador se contempla
a sí mismo en su obra y, al hacerlo,
afirma que él mismo no es reducible
a una mercancía, sino que él también
es, en última instancia, una obra para
contemplar. En definitiva, estamos de
acuerdo con Josef Pieper cuando dice
que “en el ocio se protege y salva lo
verdaderamente humano”.21 Al fin y
al cabo, “el ámbito del ocio es, como
dijimos, el ámbito de la cultura propiamente dicha”,22 y me gustaría añadir,
el ámbito en el que el trabajo genera
una obra.
21
22
Estudios 137, pp. 137-146, vol. xix, verano 2021.
Pieper, El ocio, 51.
Ibid., 73.