EL LUGAR DE LA DEMOCRACIA
REPUBLICANA EN LA ARGENTINA DEL
SIGLO XX Y XXI
Comunicación del académico de número Luis Alberto Romero,
en la sesión privada de la Academia Nacional de Ciencias
Morales y Políticas, el 22 de abril de 2020
Las ideas que se exponen en los ANALES son de exclusiva responsabilidad de los
autores, y no reflejan necesariamente la opinión de dicha publicación, ni la de la
Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
ISSN: 0325-4763
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MORALES Y POLÍTICAS
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Prosecretario . . . Académico Ing. Manuel A. SOLANET
Protesorero.... Académico Dr. Ricardo LÓPEZ MURPHY
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Nómina
Fecha de
Patrono
nombramiento
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Fray Mamerto Esquiú
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Julio A. Roca
Dr. Leonardo MC LEAN............................22-04-87
Juan B. Justo
Dr. Gregorio BADENI...............................18-12-92
Juan Bautista Alberdi
Dr. Eduardo MARTIRÉ.............................18-12-92
Vicente Fidel López
Dr. Isidoro J. RUIZ MORENO..................18-12-92
Bernardino Rivadavia
Dr. Jorge R. VANOSSI.................... ............18-12-92
Juan M. Gutiérrez
Dr. René BALESTRA................................14-09-05
Esteban Echeverría
Dr. Alberto DALLA VÍA...........................14-09-05
Félix Frías
Dr. Rosendo FRAGA.................................14-09-05
Cornelio Saavedra
Dr. Juan Vicente SOLA..............................14-09-05
Deán Gregorio Funes
Dr. Carlos Pedro BLAQUIER.....................27-08-08
Nicolás Matienzo
Ing. Manuel SOLANET..............................27-08-08
Joaquín V. González
Dr. José Claudio ESCRIBANO.................. 27-05-09
Domingo F. Sarmiento
Dr. Rodolfo Alejandro DÍAZ......................14-04-10
Dalmacio Vélez Sarsfield
Dr. Santiago KOVADLOFF...................... 14-04-10
Estanislao Zeballos
Dr. Vicente MASSOT ................................. .14-04-10
Fray Justo Santa María de Oro
Dr. Felipe DE LA BALZE...........................14-04-10
Bartolomé Mitre
Lic. Marita CARBALLO...................……..26-10-11
Roque Sáenz
Peña Dr. Héctor A. MAIRAL .....................26-10-11
Carlos Pellegrini
Dr. Eduardo Martín QUINTANA..............…26-10-11
Vicente López y Planes
Dra. María Angélica GELLI ........................12-12-12
Antonio Bermejo
Dr. Adalberto RODRÍGUEZ GIAVARINI. 12-12-12
Adolfo Bioy
Almte. Enrique MOLINA PICO ................. 12-12-12
José de San Martín
Monseñor Héctor AGUER............................10-09-14
Ángel Gallardo
Dr. Horacio JAUNARENA..........................10-09-14
Mariano Moreno
Dr. Luis Alberto ROMERO .........................10-09-14
Nicolás Avellaneda
Dr. Marcos AGUINIS ..................................24-08-16
Benjamín Gorostiaga
Dr. Ricardo LÓPEZ MURPHY ................... 24-08-16
Miguel de Andrea
Dr. Norberto PADILLA……… ................... 24-08-18
José Manuel de Estrada
Dr. Carlos ROSENKRANTZ……… ............09-10-19
Manuel Belgrano
Lic. María SAÉNZ QUESADA……… .........09-10-19
Justo José de Urquiza
Dr. Julián A. DE DIEGO……… ....................09-10-19
José María Paz
EL LUGAR DE LA DEMOCRACIA
REPUBLICANA EN LA ARGENTINA DEL
SIGLO XX Y XXI
Por el académico LUIS ALBERTO ROMERO
Este trabajo se refiere a un régimen político, la democracia
republicana, y a su lugar en el campo más amplio de la política
democrática. Quiero explicar su especificidad dentro del amplio
campo de la democracia política contemporánea, cuyos orígenes los
historiadores habitualmente remontan a la experiencia inglesa del
siglo XVII, la estadounidense de fines del XVIII y sobre todo a la de
la revolución francesa.
Desde esos orígenes, la democracia, entendida como un
conjunto de ideas, imaginarios y prácticas sociales y políticas, se ha
desarrollado por múltiples cursos. Sobre esta cuestión se ha usado la
imagen del “aire de familia”, que encuentra los vínculos entre
experiencias muy diversas pero que comparten alguna experiencia
fundadora. Es una buena herramienta heurística, apta para estudiar,
a partir de ella, las diferencias entre las sucesivas generaciones
democráticas y sus diferentes cursos. Siguiendo con esta imagen, en
la familia democrática hay primos y primos segundos, y más allá del
aire de familia común, las diferencias entre ellos pueden ser fuertes
y hasta antagónicas.
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ANALES DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
Semejanzas y diferencias son los dos elementos que no hay
que perder de vista: un origen común (al menos hasta cierto punto),
tensiones importantes pero también zonas intermedias, de límites
fluctuantes, entre lo diferente y lo parecido. Por eso, para hablar de
democracia creo que se necesita, mínimamente, adosar por lo menos
un segundo apellido. La democracia republicana convive con la
democracia directa, la democracia de elites, la democracia
plebiscitaria y de líder, y otras muchas que razonablemente pueden
remitirse al nudo originario común.
Muchas discusiones resultan poco conducentes porque
remiten a sentidos distintos de la democracia. No es un problema que
pueda resolver alguna academia de la lengua precisando una
definición. Porque “democracia” es un concepto controvertido
porque es valioso, y al que nadie quiere renunciar. Y para eso cada
uno necesita imponer su versión, su segundo apellido, como el único
legítimo. Pero así no hay debate académico posible.
En lo que sigue, en la primera parte trato de ubicar la
democracia republicana en el campo general de la democracia
moderna. Luego presento una versión, fuertemente estilizada, de lo
que fue la política democrática en la Argentina desde 1912. Distingo
dos grandes ciclos, separados por un interludio donde la democracia
fue poco relevante en la política, y señalo el lugar secundario de la
democracia republicana, con una excepción notable, y el predominio
de formas más o menos próximas a la familia de lo que Weber llamó
“liderazgos carismáticos de masas”. En la segunda parte esbozo un
balance de las condiciones presentes de la democracia y de los
límites y desafíos de la opción democrática republicana. Agrego una
sección Perspectivas que sale del centro del campo académico -los
académicos somos también ciudadanos y hombres políticos- y me
pregunto qué podemos hacer hoy en favor de la democracia
republicana, que es la forma democrática que prefiero.
Se advertirá que sigo aquí un camino recortado
analíticamente, y aludo sin mayor detalle a cuestiones concurrentes,
importantes y complejas, como el Estado y la sociedad. No las
desarrollo, pero me ofrezco a hacerlo eventualmente, y
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DOCTRINA 2020 – LUIS ALBERTO ROMERO
fundamentarlo con las correspondientes referencias bibliográficas,
en los casos en que estas referencias susciten dudas.
I. Dos variedades de democracia
El primer problema que presenta la democracia tiene que ver
con su definición, pues bajo la denominación genérica existen cosas
muy diferentes. Dejo deliberadamente de lado las referencias a la
democracia griega y la república romana, que nos llevarían
demasiado lejos. Parto del mínimo común denominador de la
democracia moderna: desde fines del siglo XVII cualquier variante
de democracia se refiere a un principio de legitimidad de la
autoridad, fundado en la voluntad popular: un gobierno es legítimo
si puede aducir convincentemente que expresa la voluntad popular.
Con esto se dice mucho y poco a la vez. “Pueblo” y
“voluntad” tienen tal grado de abstracción que pueden interpretarse
de diferentes maneras. Existe el pueblo de nuestra Constitución, el
pueblo de Tolstoi y los populistas rusos, el pueblo de Guizot y
muchísimos otros. Algo similar ocurre con la “voluntad”, que puede
oscilar entre la razón hecha evidente por el filósofo iluminado o el
partido iluminado, la soberanía instantánea y absoluta del pueblo
reunido en asamblea o las variadas formas de representación del
pueblo, que remiten a diferentes formas de definirlo. Así ha ocurrido
en los tres siglos largos de experiencia democrática, y por eso hay
tantas variedades democráticas.
Voy a referirme a la experiencia democrática en la historia
argentina contemporánea, a partir de 1912. Vale aclarar que en los
últimos 30 años los historiadores han trabajado mucho sobre la
política del siglo XIX, la democracia y la república, de modo que
voy a dejar de lado quizá la mitad de la historia, y más de media
biblioteca, simplemente porque considero, de forma quizás
arbitraria, que la ley de 1912 introduce un cambio fundamental, que
precisaré enseguida.
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ANALES DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
Desde entonces, conocimos dos variedades principales. Una
de ellas deriva de la Constitución, el régimen republicano, la
representación y la división de poderes, y también de la definición
de libertades y garantías individuales. Así, llamaré democracia
republicana a la que se asocia con esos principios, y garantiza la
libertad política, el respeto recíproco de los tres poderes del Estado
y el gobierno representativo, surgido de elecciones no objetables. Su
relación con la experiencia política del sigo XIX, en el mundo
occidental y en nuestro país, es evidente.
La segunda forma arraiga en experiencias que en el mundo
comienzan a desarrollarse en las últimas décadas del siglo XIX y se
expanden muchísimo luego de la primera Guerra Mundial. De ellas
habló Weber en 1920, cuando acuñó el concepto mencionado. Esta
forma tiene claras raíces en el romanticismo y nacionalismo
decimonónico. Parte de la idea de la unidad espiritual del pueblo
nacional -más importante que otras diferencias, como las sociales-,
y de su expresión directa a través de un líder, que encarna su espíritu
y sus aspiraciones y las ejecuta.
La democracia plebiscitaria de líder cuestiona la idea
constitucional de representación, pues el pueblo la delega en su líder,
a través de elecciones -entendidas como plebiscitos ratificatoriospero también de otras maneras, como las manifestaciones masivas o
la exhibición de símbolos. Investido con esa autoridad, el líder no
necesita someterse a la Constitución y a las leyes, que puede
modificar si así expresa el sentir del pueblo, ni tampoco respetar las
libertades políticas de los disidentes, que por definición no
pertenecen al pueblo y, en consecuencia, solo pueden ser ubicados
en el lugar de los enemigos del pueblo.
En nuestro país, a partir de la sanción de la Constitución de
1853 y la creación del Estado nacional, la principal tarea política fue
su organización institucional, que incluyó las instituciones
republicanas de gobierno. Hasta 1912, la república funcionó
regularmente, con un sistema electoral que, de acuerdo con la
Constitución, se basaba en el sufragio universal masculino. Todos
los varones adultos, nativos o nacionalizados -debe recordarse que
el número de inmigrantes era grande y que pocos de ellos se
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DOCTRINA 2020 – LUIS ALBERTO ROMERO
nacionalizaba- podían votar. Pero eran pocos los que lo hacían,
debido a que la intervención de los llamados gobiernos electores
manipulaba los resultados de los comicios. Pero a la vez funcionaron
otros canales de expresión política, como una opinión pública muy
activa, a la que frecuentemente se apelaba como criterio de
legitimidad de ejercicio.
En 1912, la ley Sáenz Peña estableció tres novedades: el
carácter obligatorio del sufragio universal masculino existente, que
pasó a ser a la vez un derecho y un deber; su carácter secreto y el uso
del padrón militar, que limitaron mucho las posibilidades de
manipulación, y la división de la representación entre la mayoría y
la primera minoría, que debía estimular la aparición de nuevas
fuerzas políticas. Los cambios se notaron casi de inmediato: enorme
afluencia de votantes, creación de partidos políticos orgánicos y
aparición de una nueva camada de dirigentes. Así entró la Argentina
en la era de la democracia de masas.
El primer ciclo democrático, 1916-1945
El primer ciclo de la política democrática de masas
transcurrió entre la asunción de H. Yrigoyen en 1916 y el
derrocamiento de J.D. Perón en 1955. Durante esos años la
Argentina creció, aunque menos intensamente que en las décadas
anteriores, y el Estado conservó su potencia, que se tradujo en la
profunda transformación de los modos de intervenir en la economía
y en el desarrollo de las políticas sociales. La Argentina siguió
recibiendo inmigrantes y la sociedad mantuvo y amplió su capacidad
para integrarlos, y ciudadanizar a sus hijos. Movilidad social e
incorporación al disfrute de los beneficios materiales y culturales
fueron las formas de la sostenida democratización de una sociedad
por entonces singular en América Latina.
Las dos figuras emblemáticas de este período -Yrigoyen y
Perón- tienen muchas diferencias entre sí, pero a la vez algunos
rasgos comunes, que justifican la caracterización de este primer ciclo
democrático. El padrón electoral aumentó permanentemente, por
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ANALES DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
mayor concurrencia a los comicios y por la extensión de los derechos
políticos a las mujeres y a los habitantes de los territorios nacionales,
convertidos en provincia (dos medidas adoptadas durante la
presidencia de Perón).
Las credenciales democráticas mínimas de ambos personajes
-aducir convincentemente que expresan la voluntad popular- me
parecen inobjetables, sobre todo si se las compara con el interludio
de la década de 1930, donde rigieron las libertades políticas pero fue
habitual el fraude electoral. Ambos ganaron sus elecciones con
claridad y amplitud, en comicios no objetados. Fuera del gobierno
conservaron esa capacidad representativa.
A la vez, sus gobiernos fueron escasamente republicanos,
particularmente en lo referido a la división de poderes. Yrigoyen,
convencido de que el pueblo había delegado en él una misión
regeneradora, se desentendió del Congreso -donde existía una fuerte
oposición-, y usó ampliamente la facultad presidencial de decretar
intervenciones provinciales en los recesos parlamentarios. Perón,
igualmente convencido de poseer un mandato popular, avanzó sobre
las instituciones: la Corte Suprema, las autonomías provinciales e
inclusive la Constitución.
En un aspecto las diferencias fueron grandes: en Yrigoyen
pesó la tradición liberal y respetó absolutamente las libertades
políticas. Perón, que descartó toda vinculación con el liberalismo,
suprimió la posibilidad de expresión de las voces opositoras, y su
gobierno, inicialmente autoritario, fue derivando hacia la dictadura.
Lo más significativo es que ambos compartieron la idea de
que su movimiento político se identificaba con el pueblo y con la
Nación. Yrigoyen decía frecuentemente que la “causa radical” era la
“causa nacional”, a la que oponía “el Régimen falaz y descreído”.
Perón convirtió las “Veinte verdades peronistas” en Doctrina
Nacional, de rango constitucional, y descalificó a sus opositores
como “la oligarquía”. En ambos casos, la identidad entre
movimiento político y nación o pueblo excluía de la vida política a
los opositores, relegándolos al lugar de enemigos de la nación. No
había lugar lícito para las minorías, aun cuando fuera un tercio del
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DOCTRINA 2020 – LUIS ALBERTO ROMERO
electorado. La consecuencia de esta concepción unanimista,
enunciada por Yrigoyen, e impuesta por Perón mediante el uso
masivo de los recursos estatales, fue una vida política facciosa e
inestable, que dio pie a las dictaduras militares.
En suma, en una sociedad con enormes potenciales
democráticos, por la fuerte igualación y la intensa participación, no
se constituyó un régimen democrático estable ni, mucho menos,
republicano y liberal.
El segundo ciclo democrático, 1983-2015
Entre 1955 y 1983 la democracia no fue un tema relevante en
la política. La proscripción del peronismo puso en cuestión la
legitimidad de los gobiernos de Frondizi e Illia e introdujo en la
política a los militares, como tutores pretorianos y luego como
agentes de dictaduras cada vez más duras. La lucha política se hizo
cada vez más facciosa, la democracia perdió prestigio y la política
transcurrió en otros escenarios: el de las negociaciones corporativas,
para la creciente puja de intereses por la distribución, y el de las
movilizaciones callejeras y la violencia armada para los conflictos
políticos. Ambos escenarios -y no el parlamentario- fueron los
decisivos entre 1973 y 1976, con gobiernos constitucionalmente
elegidos, incapaces de canalizarlos, que abrieron el camino a la
última y feroz dictadura militar.
Los horrores de la dictadura y la inyección ética surgida del
movimiento de defensa de los derechos humanos alimentaron en
1983 una poderosa ilusión democrática, que fue -a diferencia de la
anterior experiencia- republicana y liberal. Tras ella se movilizó una
ciudadanía activa y comprometida, que inundó y revitalizó los
partidos políticos.
Su contenido quedó sintetizado en el discurso de campaña de
Raúl Alfonsín, que unía el Preámbulo de la Constitución con la
aseveración de que con la democracia se comía, se curaba y se
educaba. Con el Preámbulo se afirmaba la condición fundacional y
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ANALES DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
absoluta del Estado de derecho, del gobierno republicano, de las
libertades personales y del pluralismo. Estas afirmaciones
representaron un giro profundo respecto de las formas de la primera
experiencia democrática. A la vez, expresaban una confianza enorme
en las capacidades del Estado para solucionar los problemas
profundos de la economía y la sociedad.
La presidencia de Alfonsín, guiada por estos principios,
satisfizo parcialmente las enormes expectativas generadas. La
investigación de la CONADEP y el juicio a las Juntas militares
demostraron las capacidades del Estado de derecho. La intensa vida
política y pública -en el Congreso y en las plazas- demostró la
potencialidad del sistema representativo y de las libertades públicas.
La convocatoria a los opositores ejemplificó la vigencia y los méritos
del pluralismo.
Pero a la vez, dificultades objetivas y errores políticos
pusieron en evidencia los límites de un gobierno que estaba lejos de
poseer la panacea. Corporaciones fuertes -los sindicatos, la Iglesia,
los militares- bloquearon importantes políticas del gobierno,
mientras que un Estado con capacidades reducidas no pudo controlar
la inflación y las crisis, que comenzaron a revelar las realidades de
una Argentina nueva. La ilusión -sin duda desmedida, pero por eso
mismo potente- cambió de signo y se tornó en desilusión, pérdida de
convicciones y de militancia y repliegue a la vida privada. Sin ese
sostén de la civilidad, la democracia inició su retorno a las fuentes.
Durante los diez años de gobierno de Carlos Menem la
experiencia democrática comenzó a recorrer ese camino regresivo.
La crisis de hiperinflación de 1989 permitió al presidente obtener del
Congreso un conjunto de facultades extraordinarias, fortaleciendo el
peso del Ejecutivo en la delicada tríada republicana. Los poderes
fueron usados para una tarea: la reforma del Estado. Era necesaria y
urgente, y el anterior gobierno no la tuvo entre sus prioridades. Sus
objetivos eran razonables, pero su ejecución fue descuidada -la
reducción del Estado lanzó a la desocupación a muchos trabajadores,
sin redes de contención- y a la vez interesada: la privatización de
empresas estatales se gestionó -al menos inicialmente- para
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DOCTRINA 2020 – LUIS ALBERTO ROMERO
favorecer a un sector de empresarios habituados a vivir a costa del
Estado.
Concentración económica y corrupción formaron parte del
nuevo rumbo democrático, en el que las instituciones republicanas
comenzaron a desnaturalizarse, particularmente por la conformación
de una “mayoría automática” en la Corte Suprema, la gradual
pérdida de importancia del Congreso, y, finalmente, la habilitación
de la reelección presidencial, mediante una reforma constitucional.
Por otra parte, visto en perspectiva, el impulso fundador de 1983 se
mantenía: el gobierno peronista mantuvo las libertades políticas y
civiles, así como el pluralismo, manifiesto en la voluntad de
reconciliarse con sus antiguos enemigos. Todo el trámite de la
reforma constitucional 1994 constituyó un ejemplar ejercicio
republicano.
La crisis que estalló en diciembre de 2001, y motivó la
renuncia del presidente De la Rúa, sacó a la luz todos los problemas
de la economía, el Estado, la sociedad y la política, que venían
desarrollándose desde mediados de la década de 1970. La
democracia de 1983, a diferencia de la de la primera mitad del siglo
XX, se había construido sobre bases endebles: una sociedad
crecientemente empobrecida, y cada vez más polarizada y
segmentada. La crisis dio visibilidad a la miseria y sacó a las calles
a los sectores medios. Las consecuencias políticas inmediatas fueron
la pérdida de legitimidad de la representación política -“que se vayan
todos”- y una destrucción de los partidos políticos: se perdía así otro
de los elementos centrales de la segunda experiencia democrática.
El retorno a las fuentes populistas de la primera experiencia
democrática se completó durante los doce años de gobierno de
Néstor y Cristina Kirchner. Más allá de la retórica fundacional y la
execración del “neoliberalismo”, en lo que a este planteo respecta no
se trató de un giro sino de una continuidad y una radicalización en
los caminos ya iniciados por Menem.
Un punto importante se refiere al Estado, cuya reducción iniciada durante la dictadura militar- se profundizó en los años 90 y
se continuó en los doce años kirchneristas, quizá disimulada por un
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ANALES DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
aumento importante de las facultades del gobierno y el manejo
discrecional del Estado. Se desmantelaron agencias estatales
especializadas, con saberes difíciles de recuperar, como el INDEC,
y se desmontaron mecanismos republicanos de control y rendición
de cuentas, como la Sindicatura General de la Nación. Por ese
camino, el gobierno avanzó hacia el autoritarismo decisionista, ajeno
a la tradición republicana.
Esos poderes acumulados fueron empleados en la producción
desde el gobierno de los sufragios necesarios para ganar las
elecciones, poniendo cabeza abajo el principio básico de la
democracia: la soberanía de la voluntad popular. En muchas
provincias bastó con asegurarse la fidelidad de los gobernadores
mediante el uso arbitrario de los recursos fiscales. En el decisivo
conurbano bonaerense, los cuantiosos subsidios a los grupos pobres
sirvieron para cosechar votos para la administración.
Finalmente, el fundamento ético, insuflado en 1983 y ya
desnaturalizado en los años de Menem, desapareció cuando el
gobierno de los Kirchner transformó la vieja corrupción -el cobro de
un funcionario por una gestión- en una maquinaria organizada por
los gobernantes para saquear al Estado y, a través de él, a la sociedad
toda. El sistema cleptocrático fue un aporte novedoso de estos años.
¿Que quedó del pluralismo de 1983? Una politización facciosa y
persecutoria y una escisión -la grieta- impulsada por el gobierno y
alimentada por el “relato”.
En suma, durante estos doce años funcionó un régimen que
se encuadra en el modelo de democracia plebiscitaria de líder propio
de la primera etapa democrática y que presionó sobre los límites
mínimos la idea de democracia. Construido sobre algunos datos
profundos de la realidad -la masa disponible de pobres del
conurbano, el poder de diferentes corporaciones y mafias
entrelazadas con los funcionarios estatales-, y alimentado por un
“relato” diestramente construido, resistió eficazmente los tibios
intentos de reformarlo de la administración de Macri.
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DOCTRINA 2020 – LUIS ALBERTO ROMERO
II. Balance y perspectivas
¿Qué balance hacer de la democracia que tenemos, la
realmente existente? Sin duda, es complejo. Treinta y siete años de
continuidad democrática, nueve presidencias y cinco cambios de
signo político le dan a esta segunda experiencia un saldo
ampliamente favorable respecto de la primera. La vulnerabilidad se
ha reducido. Ya no hay golpes militares ni es previsible que vuelva
a haberlos. Hubo crisis institucionales, pero la salida se ha producido
sin apartarse del marco legal, lo cual es alentador respecto de las
instituciones y de la conciencia social de su importancia. Saldo
positivo, dirá sin dudas el juicio de la historia. Para quienes la
estamos viviendo, hay un caveat sugerido, por las crisis: no
descuidarse.
Respecto de las calidades republicanas de esta democracia, el
balance es negativo: luego del momento fundador de 1983, hemos
marchado hacia una democracia decisionista, con frecuentes
violaciones del espíritu constitucional y una amenaza latente de dar
forma legal a esas prácticas cambiando el texto constitucional.
En cuanto a las calidades estrictamente democráticas, el
problema de fondo es la baja intensidad de la ciudadana existente o,
dicho de otro modo, la escasez de ciudadanos. En buena medida, esto
se relaciona con la formación de un mundo de la pobreza que no
existía en 1975 y que hoy incluye al menos a un tercio de los
habitantes. Su aparición tiene razones económicas -que no planteo
aquí- pero también institucionales, vinculadas con la retirada del
Estado y el sesgo decisionista tomado por los gobiernos. Los
problemas derivados de este retiro son muchos y muy variados.
Mencionemos la existencia de vastos territorios que viven en la zona
gris de la ley, y las enormes dificultades del Estado para
restablecerse en ese territorio cuyos pobladores aprendieron a vivir
sin sus servicios y su ley.
La existencia del mundo de la pobreza tiene muchas
repercusiones. Una no menor es la cantidad de gente que vive y lucra
con ella o la utiliza para sus discursos, pues hay muchas cosas que
se pueden justificar en nombre de los pobres, incluso la delincuencia.
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ANALES DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
De todos los problemas, mencionemos uno, directamente atinente a
la democracia: la acción del articulador político, el personaje que
opera como eslabón de una red que une a la administración del
Estado, en sus distintos niveles, con los referentes sociales barriales,
y utiliza su posición intermediaria para canalizar subsidios,
transformarlos en votos o en muchedumbres manifestantes. Los
lucros políticos y económicos que se obtienen con este sistema son
grandes, pero es más importante la desnaturalización del principio
democrático: no hay ciudadanos, pero hay votantes, cuyo voto se
puede organizar y hacer productivo desde el gobierno.
Esta masa de votantes poco ciudadanizados minimiza la
importancia de la opinión y el debate. Pero además, el debate que
existe ha quedado marcado por la presencia de un llamado “relato”,
hegemónico e intolerante. Su construcción remite a viejos orígenes el nacionalismo populista-, reorientaciones no tan lejanas -el
setentismo- y sobre todo, al empalme que los Kirchner lograron
realizar con una corriente del ámbito más amplio de la defensa de los
derechos humanos. El “relato” clausura el debate, organiza las
resistencias a las reformas y bloquea el desarrollo de las capacidades
del país. Y en lo que hace a la democracia, imposibilita la
convivencia en la diversidad y genera un clima faccioso que conduce
a diversas formas de violencia.
Finalmente están los problemas relativos al Estado y sus
instituciones. En primer lugar, la escasa relevancia del Estado de
derecho y la relatividad del principio del gobierno de la ley. No me
parece una cuestión atávica -del tipo “los argentinos somos así”- sino
una consecuencia de los largos períodos de violación de esos
principios, durante las dictaduras militares y las democracias
autoritarias, que desacreditaron la ley. Entre los ciudadanos, el
conocimiento de la ley es impreciso y se lo juzga innecesario. Si la
conocen, eso no implica un sentimiento de obligación; más bien hay
una elección casuística, en la que cada uno evalúa si su cumplimiento
es conveniente y cuáles son los costos de eludirlo. Esto último es
frecuente, dada la incapacidad del Estado para poner realmente en
vigencia un conjunto de leyes, por otra parte frondoso y
contradictorio.
16
DOCTRINA 2020 – LUIS ALBERTO ROMERO
El contrato ciudadano, que articula derechos y obligaciones,
está afectado desde la base, y más aún desde que se considera que
cualquier intento de hacer efectiva la autoridad estatal es una
manifestación de autoritarismo, contra el cuál se enarbolan
sacrosantos derechos y libertades personales. Esta confusión es
alimentada, del lado de quienes administran la ley, con la idea de que
su letra debe ser interpretada y adaptada a cada circunstancia, y que
-según una doctrina en boga- cualquier sanción es en principio
negativa.
La incapacidad del Estado para el enforcement es parte de un
deterioro general de su maquinaria burocrática. Las capacidades
perdidas por sus agentes y agencias y el hundimiento de la ética del
funcionariado se deben a muchas décadas de intrusión de los
gobernantes, de descarte de los criterios meritocráticos, de acción
arbitraria, de consentimiento o aliento a la formación de mafias semi
públicas. Todo lo que inutiliza al Estado para la gestión lo han
ganado los gobiernos en libertad para tomar decisiones. De manera
esquemática, diría que hoy tenemos mucho gobierno y poco Estado,
y que dado su lamentable estado, solo puede ser gobernado,
imperfectamente, a golpes de decisionismo.
Por otra parte, el Estado fue perdiendo -a pasos al principio,
y aceleradamente desde hace cuarenta años- su capacidad para
arbitrar entre los intereses, para regularlos, controlarlos y hacerlos
útiles al interés general. Por el contrario, los intereses han ido
colonizando el Estado, determinando sus decisiones y utilizándolo
como botín. El caso reciente del Ministerio de Bienestar Social es
ejemplar.
En lo chico, en cada rincón remoto, un interés particular se
vincula con un segmento de la burocracia constituyendo una mafia
(como la de Caballo Suárez). En lo grande, desde los años setenta
las sucesivas “patrias” han crecido expoliando al Estado. La
penúltima en llegar es la formada sobre la base de las organizaciones
de desocupados, no muy diferente de otras y con una llamativa
capacidad de chantaje material y moral. La última, verdaderamente
novedosa, surgió de la clase política y del propio gobierno, que en
17
ANALES DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS MORALES Y POLÍTICAS
los años del kirchnerismo construyó una maquinaria cleptocrática
que parece haber sobrevivido.
Perspectivas
Hoy el republicanismo está en un punto bajo. El
establishment realmente existente está formado por los intereses que,
de un modo u otro, viven del Estado. Más allá de su competencia por
el botín, en las últimas elecciones todos han optado por apoyar la
fórmula justicialista, y ha quedado lejos en el recuerdo el intento
reformista del gobierno de Cambiemos, más prometido que
realizado. El nuevo gobierno, que recibió una crisis económica hoy
empequeñecida por la pandemia, tiene problemas para disciplinar su
frente interno, y su destino en incierto. Si logra salir adelante,
probablemente lo hará fortaleciendo el decisionismo, tradicional en
el justicialismo, a costa de la dimensión republicana de la
democracia. La oposición, que debería defender ese bastión, no
reencuentra el lugar desde donde ubicarse en este momento crítico.
Suele decirse que toda crisis encierra una oportunidad. ¿De
qué? Hay alternativas preocupantes, pero hay una posibilidad -no
digo una probabilidad- para que la democracia republicana gane
predicamento y fortaleza. Esto porque, a diferencia del decisionismo
populista, tiene una propuesta diferente para el Estado y para mejorar
su capacidad de gestión y de planeamiento, que es el punto débil del
régimen actual. Esta es una idea contra intuitiva -fuera de ámbitos
como el de esta Academia- pues habitualmente se cree que la crisis
solo puede enfrentarse con un comando único.
Tanto en la crisis como en la normalidad, el Estado debe
recuperar su capacidad de gestión, cuyo principal problema no reside
solo en su déficit como organización, sino en su semi parálisis por la
acción de los grupos de interés y pequeñas mafias enquistadas en los
extremos de sus órganos de decisión. La república, que precisamente
se define por ser la cosa pública y no la privada, es el principio
institucional que debe esgrimirse para una transformación muy
difícil.
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DOCTRINA 2020 – LUIS ALBERTO ROMERO
Pero además de gestión, el Estado necesita ideas que apunten
al desarrollo sostenido y estén socialmente legitimadas. ¿De dónde
salen? ¿De un grupo de técnicos?; quizá sean buenas, pero
difícilmente sean legítimas. Me parece útil la línea de pensamiento
que abrió a principios del siglo XX Émile Durkheim, quien sostuvo
que el Estado es, esencialmente, el lugar en el que la sociedad
reflexiona sobre sí misma. Pensaba en un proceso de elaboración
colectiva de las políticas estatales que, iniciado desde el Estado,
recorría los distintos ámbitos de reflexión y debate de la sociedad, se
refinaba y decantaba y construía su legitimidad para volver al punto
de origen donde los funcionarios -los representantes y los
administradores- lo traducirían en acciones. Esta idea de un proceso
de maduración y condensación de la conciencia social, en el que se
elaboran las políticas de Estado, está en las antípodas de los
gobiernos decisionistas, que obran por impulsos espasmódicos,
quizá recogiendo el ánimo público inmediato. Solo es posible en una
democracia republicana.
A diferencia de su contemporáneo Weber, Durkheim era
escéptico respecto de los resultados del sufragio universal, que solo
expresaba la conciencia social en estado difuso; pero no desconocía
que, a la vez, estaba en el corazón de la legitimidad republicana.
Nosotros somos conscientes de lo difícil que es concitar apoyo
electoral para una propuesta democrática republicana. Siempre lo ha
sido.
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