CAPÍTULO 7
EL QUEHACER MUSICAL EN EL TRABAJO COMUNITARIO CON
INFANCIAS Y ADOLESCENCIAS
Reflexiones acerca de necesidades conceptuales y herramientas para abordajes
en la post pandemia
Daniel Gonnet1 y Silvina Mansilla2
Escenas que configuran puntos de partida para la reflexión
I. Un grupo de jóvenes retoma un espacio de encuentro comunitario luego de
finalizado el aislamiento por la pandemia. El quehacer está coordinado por un
musicoterapeuta. Eligen crear videos en TIK TOK, para los que utilizan fragmentos de
canciones precargados por la aplicación. Cuando se les hacen escuchar otros
fragmentos de las mismas canciones, no los reconocen.
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Musicoterapeuta graduado por la Universidad de Buenos Aires y Magíster en Psicología Cognitiva y
Aprendizaje por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y la Universidad Autónoma de
Madrid (UAM). Doctorando en Psicología Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Docente e investigador
(categoría 5) de la Universidad Nacional de La Plata, integrante del Laboratorio para el Estudio de la
Experiencia Musical (LEEM -FDA -UNLP). Coordinador de la Tecnicatura en Música Popular (Madres Línea
Fundadora -Fundación Música Esperanza -Universidad Nacional de La Plata) que se dicta en el Espacio
Memoria y DDHH (EX -ESMA) en representación de la Fundación Música Esperanza. Docente interino a cargo
de la materia Práctica Territorial de Diseño y Gestión de la mencionada tecnicatura. Ha dirigido diversos
proyectos de extensión universitaria en ámbitos comunitarios. Es docente en la asignatura Sociedad e
Instituciones de la Lic. en Musicoterapia Universidad de Buenos Aires (UBA). Como musicoterapeuta se
desempeña en el Centro de Tratamiento Ambulatorio Integral (CTAI) Programa del Organismo Provincial de
Niñez y Adolescencia (La Plata, Buenos Aires, OPNyA, Gobierno de la Provincia de Buenos Aires). Miembro de
Cátedra Libre Musicoterapia e integrante del Comité Científico de ECOS, Revista Científica de Musicoterapia
y Disciplinas Afines (CLM, UNLP). dhgonnet@gmail.com
Licenciada en Musicoterapia, Profesora y Licenciada en Psicología por la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Ha sido integrante de la cátedra Psicología Educacional de la carrera de musicoterapia UBA. Co-coordinó el
área de Musicoterapia en el Espacio Cultural Nuestros Hijos (ECuNHi) sito en el Espacio Memoria y Derechos
Humanos (Ex ESMA) junto a la musicoterapeuta Patricia Knopf. Ambas son autoras del libro “Cuento con Alas”
donde se sistematiza por escrito la experiencia del proyecto de integración encabezado por el cantautor
argentino León Gieco. Maestranda en el posgrado sobre Estudios Interdisciplinarios de la Subjetividad
(Facultad de Filosofía y Letras UBA). Co-coordina los Talleres de Arte para Personas Mayores de ECuNHi en
su modalidad virtual, tanto como al Equipo de musicoterapia en residencias de larga estadía de la DiNaPAM
(Dirección Nacional de Políticas para Adultos Mayores - Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia
-Ministerio de Desarrollo Social de la Nación). Forma parte del equipo directivo de la Escuela Superior de
Música de la ciudad de Neuquén (Provincia de Neuquén). Con foco en la psicología de la educación y la
psicología de la música es autora de diversos escritos. silvinaemansilla@gmail.com
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II. Las derivaciones al centro de trabajo con infancias en 2022 fueron
denominadas como: dificultades y trastornos de lenguaje / fobias sociales y
aislamiento / violencia física. La demanda de los niños/as al taller de experiencias
musicales es tan diversa como niños/as concurren. Paradójicamente, las
derivaciones transcurren por el lado de “ser entretenidos” y no por la producción de
un discurso.
III. Dos equipos de orientación escolar mencionaron frases muy similares
acerca de los períodos de pandemia que se podrían resumir en la siguiente: “estos
chicos/as se han olvidado de lo que significa estar en la escuela, se olvidaron de
estar juntos/as, de lo que es jugar, por eso las/os mandamos a talleres”.
IV. Durante el final de las tardes de los viernes, en estos encuentros post
pandemia de los talleres, se produce un momento donde el equipo baja la intensidad
en la intervención y los encuadres se relajan. Entonces acontece un fluir difícil de
explicar. Aún con diferentes edades e intereses surge un “hacer algo en conjunto”,
unas veces es jugar a la pelota, otras a la escondida, otras pueden ser hacer una
coreografía. Es un rato, pero siempre es hacer, y siempre en conjunto.
La música en todas las partes en todos los tiempos
Toda la vida tiene música hoy
Todas las cosas tienen música
Del sol de los hombres
Todas las cosas tienen música hoy
Todos los hombres tienen música
Del sol de la calle
(Spinetta, L. 1973)
La música es sin dudas una práctica ubicua: es posible encontrarla en todas
las culturas del mundo y en todas las experiencias históricas. Su potencialidad para
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acompañar el ser y estar de lo humano resulta tan evidente como misteriosa.
Algunos rasgos de esta ubicuidad han sido investigados y trazan cierto mapeo de la
gran variedad de dimensiones involucradas. Por un lado, acerca del rol de la música
acompañando la adaptación humana al medio, se ha estudiado su impacto en la vida
de la especie, en el favorecimiento de la cohesión social (Cross y Morley, 2008; Cross
2010) y el aseguramiento de las condiciones de cuidado de la descendencia
(Dissanayake, 2014). Su impacto parece extenderse más allá de las ventajas
comunicacionales y pone el énfasis en el dominio de la regulación afectiva y en las
consecuencias biológicas de las actividades placenteras (Tropea et al., 2014). Es
decir, la música como parte de la ventaja adaptativa de nuestra especie en el atributo
del poder “hacer comunidad” como estrategia de supervivencia. Por otro lado, la
música ha acompañado las formas de crianza, y por lo tanto los procesos mismos
de constitución de subjetividad: “Sujeto y música se configuran mutuamente en la
oferta amorosa que la cultura pone en nuestros cuerpos con cada vínculo temprano.
Sonidos, ritmos, melodías también configuran esa urdimbre que nos funda” (Gonnet
y Mansilla, 2020 p. 11).
Tanto sea en la construcción subjetiva a partir de aquellos lazos más
tempranos, como para hacer comunidad, es decir lazo social, la música parece estar
siempre presente y participando en roles insustituibles.
Esta omnipresencia de la música en el ser y estar humano en la cultura, parece
tener un punto de viraje en la modernidad, produciéndose el pasaje desde “un hacer”,
una actividad vinculante, colectiva y dialógica, hacia una restricción que la hizo
desembocar en una conversión a la mera existencia como producto. En las
sociedades más industrializadas, un producto que se ofrece para consumo (Shifres,
2020). Destino de mercancía que se comparte con muchas actividades desde el
capitalismo en adelante, con las múltiples consecuencias que este locus social
define.
Dentro de este panorama de pasaje se puede describir, asimismo, el
desplazamiento del canto hacia el exclusivismo del canto profesional (Shifres, 2020)
y el desuso del canto intrafamiliar (Gonnet, et al., 2015) que ha debilitado el rol de la
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música como actividad inclusiva, compartida, intergeneracional y comunitaria, como
parte del legado que, como lazo social, solía tener.
Asimismo, la espectaculación que supone la distancia cada vez más grande
entre el hacer musical cotidiano y la existencia de la música en las formas masivas
de propagación, empuja hacia el posicionamiento del espectador/consumidor por
fuera de sus propias posibilidades de producción, creando la falsa ilusión de que
alguien podría no saber música.
La estética dominante y hegemónica ha trazado una visión que comprende al
músico en tanto cuerpo profesional mediante una forma unívoca, estandarizando su
quehacer, su formación, y sus modos de sentir acerca de la música (Holguín Tovar y
Shifres, 2014; Shifres y Gonnet, 2015). Esta profesionalización y su imposición acerca
de qué es música y cómo ésta se adquiere, han restringido considerablemente su
sentido subjetivo e intersubjetivo, colocándolo muy detrás de la búsqueda de una
estética en tanto pulsión vital liberadora (Dussel, 2020).
Sentidos y significados
Este mapa apenas delineado de la complejidad de la música como campo de
estudios y prácticas, invita a pensar desde la diversidad de sentidos construidos en
la música que acercan la etnomusicología y la musicoterapia, la psicología de la
música y la educación musical. En este sentido, puestos a pensar el campo de las
psicologías, es posible ver la representación de que lo psíquico es interior y lo social
es exterior dando lugar a obstáculos conceptuales de difícil resolución.
Para analizar las viñetas de la escena, se pretende delinear otro eje, con una
pregunta acerca de las formas de la narratividad de estos tiempos. Aquellos
formatos relativos al despliegue, a la extensión, a la fórmula tantas veces escuchada
de inicio/desarrollo/cierre como una estructura que ordenaba los sentidos
circulantes, y que parece estar modificándose en estas formas musicales breves,
fragmentarias si las pensamos desde la lógica de la narratividad moderna.
Estos formatos fugaces, masivos comienzan a sernos cotidianos con mayor
predominancia en esta postmodernidad que habitamos. Podemos atisbar la
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transición, a la vez que notamos la falta de distancia para analizarlos con claridad.
Estos nuevos formatos de narrativas, que por ejemplo permiten tomar un fragmento
musical, para expresar un sentido en la realización de un video corto, pero que no
conllevan la apropiación de la forma total de la canción de la que ese fragmento
proviene, ¿desembocará en nuevas formas de narrativas con estas características
de fugacidad, sentidos implícitos, supuestos, no desplegados?
Por otro lado, esta sucesión continua de reemplazos que se propone en los
nuevos productos culturales como los videos cortos ¿tendrá relación con la
obsolescencia programada de las mercancías?
Interrogantes que asoman en estas experiencias cada vez más cotidianas de
fugacidad y fragmentación.
Rescatando la potencia de la comunidad
Las derivas a las que ha arribado el formato de la música en la actualidad, un
producto
mercancía,
fragmentado,
profesionalizado,
parecen
retacear
la
potencialidad interactiva y los efectos propicios que ha aportado a la historia de la
construcción cultural humana.
Esta irreversibilidad que parecería configurarse encuentra, sin embargo,
intersticios desde los que pensar la propia resistencia. Señalamos para este escrito
dos aspectos en ese sentido, que retoman el rol de la música en la actividad humana:
la necesidad del encuentro y la vinculación colectiva, y la necesidad humana de
aspectos lúdico-poéticos que pueden viabilizarse en la música entre otros soportes.
Por tanto, nos interesa plantear que hay aspectos de la música que resisten a
las tendencias a reducirla a productos, a espectacularizarla, o a las pretensiones de
escindirla del vivir cotidiano en los conjuntos humanos.
Ese aspecto de la música, relativo al estar juntos compartiendo la experiencia
musical, ha sido conceptualizado como musicalidad.
“La musicalidad es la coordinación del actuar emocionalmente, y su
canalización en una narrativa de propósitos imaginados con interés por
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sus consecuencias. El tono moral o espiritual de la música, o su vigor
festivo y su pasión, surge de la simpatía instantánea de una respuesta de
los oyentes a la acción de hacer sonidos con ese tiempo y de ese modo”
(Trevarthen 1999/2000; p 162).
Habría musicalidad en las formas de la experiencia musical que las infancias
transitan en el sistema formal (sea en la escuela o en instituciones de formación
musical o actividades musicales sistemáticas) y que trazan una huella de
experiencias vividas y significativas (Shifres, 2020), disponible a futuros musicares.
Además, continúan vigentes quehaceres comunitarios que abren escenarios
celebrativos. Encuentros sociales, civiles o de diferentes prácticas religiosas con
presencia de la música, pueden contarse entre ellos. La sobremesa y el patio de la
familia (Gonnet et al., 2015) se prestan para un ensamblaje intergeneracional con
lazos fuertes familiares, sociales, comunitarios.
Proponer experiencias y ampliar concepciones: el buen vivir, y la música
Durante los comienzos del siglo XXI, se ha institucionalizado el concepto de
Buen Vivir en las constituciones de Bolivia y Ecuador. Estas corrientes de
pensamiento indagan en conocimientos originarios y señalan las diferencias con las
formas de vida occidentales (Angel-Alvarado, 2021)
Sus principales corrientes indigenistas las conforman las cosmovisiones:
i) quechua que se denomina Sumak Kawsay y se asienta en tradiciones
ancestrales andinas, de modo que se establecen vínculos con la Pachamama, la
naturaleza, los mitos y los ritos, poniéndose el foco más en lo pleno que en lo bueno.
ii) aymara, conocida como Suma Qamaña, dando cuenta de una vida con
armonía en lo cósmico y holístico. No hay distinción entre lo vivo y no vivo sino en la
armonía de ese cosmos. No hay ideas de progreso y desarrollo si no hay una
distribución justa en función de los recursos humanos y naturales.
iii) el Küme Mogñen, de la cosmovisión mapuche, que promueve un bienestar
con la tierra, lo natural, lo comunitario y lo familiar en un equilibrio Lo sonoro musical
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en estas concepciones se puede concebir como una cosmo audición situada que
involucra entonces, elementos de lo medio ambiental, de lo sociocultural
cohabitando en la construcción de ese quehacer. La participación, y sus ontologías
del hacer pueden entramar a las personas dentro de un quehacer social que
promueva a configurar una identidad social y musical dentro de una comunidad
(Gonnet, 2016).
Una pandemia y los modos de estar juntas/os
Como se graficaba en las viñetas del principio, las consecuencias de la
pandemia de COVID-19, en cuanto a lo subjetivo - afectivo, no son posibles de
dimensionar en modo cabal. Apenas podemos afirmar que ha tenido un impacto
significativo en las infancias y en todas las generaciones, en términos del lazo social
y cultural.
Las medidas de distanciamiento social y las restricciones de movimiento han
alterado las interacciones sociales. Los dispositivos institucionales han tenido que
ejercitar otros modelos inéditos en sus modos de abordar una realidad sin poner en
juego una corporalidad compartida, hecho también inédito.
Algunos estudios recientes (Galiano Ramírez et al., 2020; UNICEF, 2020)
consideran que la escala y magnitud de pandemia por COVID-19, modifica en
términos inusuales la realidad cotidiana de la población y que por ende esta
perturbación psicosocial puede exceder la capacidad de conducción de las personas
afectadas. Se estima que entre una tercera parte y la mitad de la población expuesta
podría padecer algún grado de alteración psicopatológica, o bien de padecimiento de
acuerdo con el grado de vulnerabilidad. En el caso de las infancias, aun cuando en
sentido estricto no configuraron rango poblacional de mayor exposición y riesgo
respecto a la COVID 19, se conjetura que la condición de extenso aislamiento ha
producido un incremento de la vulnerabilidad, en el pleno ejercicio del derecho a la
salud (Tunón et al., 2023). Este derecho integral, supone aquellos que están
asociados a la alimentación y otros vinculados al desarrollo humano y social. De allí,
el impacto y efectos acaecen sobre la salud física de las infancias (mayor sobrepeso,
trastornos del sistema inmune, etcétera), y psicológica (ansiedad, depresión,
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alteración del estado de ánimo, etcétera) e intelectual (falta de atención, trastornos
del sueño, etcétera).
Las viñetas al inicio, que se ofrecen como modo de graficar lo que se visualiza
desde una mirada socioeducativa parecen confirmar esta estadística. Tal como se
menciona, es el grado de vulnerabilidad social, como siempre, lo que amplifica
notoriamente esta brecha, del padecimiento, del síntoma y del tratamiento posible.
Los estudios puntualizan algunos de los factores de los cuales depende el
impacto: duración, miedo a la infección, incertidumbre, frustración, aburrimiento,
desinformación o información inapropiada, estrés económico familiar, ausencia de
suministros adecuados y de espacio en casa. Asimismo, se describen estresores
post cuarentena tales como la dificultad económica y el estigma de haber estado
enfermo o en contacto directo con alguien que lo estuvo, también la enfermedad o
muerte de seres queridos, lo que origina insomnio, irritabilidad, disminución de la
concentración, estrés agudo y postraumático, consumo de alcohol y otras drogas, y
aparición de trastornos ansiosos y depresivos que se observan durante la cuarentena
y hasta 3 años después.
En el caso de las infancias, el estudio consultado (Galiano Ramírez et al., 2020;
UNICEF, 2020), enumera algunas de las posibles reacciones que se han
sistematizado según franjas etarias, según la sintomatología consultada, a saber:
Menores de 5 años: cambio del comportamiento, irritabilidad, pasividad,
aislamiento, agresividad, conductas regresivas (succión del pulgar, pérdida del
control esfinteriano, regresión del lenguaje) y terror nocturno.
Entre 5 y 11 años: fallas en la atención y concentración, hiperactividad,
respuestas lentas y dificultades de memoria.
De 12 a 18 años: rechazo a retomar las actividades escolares, hiperactividad,
irritabilidad, fallas en atención y concentración, cambios en la personalidad y el
comportamiento, apatía, llanto espontáneo y dificultades de memoria
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Esta enumeración sirve a modo de poner en contexto, una vivencia que se
piensa personal, de cuyos impactos, entendemos, no se ha cobrado cabal
conciencia. Ambos estudios consultados coinciden en destacar que si bien la
sintomatología tiene que ver con reacciones normales ante una situación anormal y
por ello no se deberán patologizar estas respuestas emocionales de infantes y
adolescentes.
Desde una perspectiva de promoción de derechos, se considera que es
necesario contar con una concepción de la clínica que contemple la necesidad de
establecer estrategias que creen condiciones para el ejercicio del juego y la
comunicación. A estas herramientas clínicas se sumarán otros recursos
institucionales que permitan la inclusión.
Reflexiones, interrogantes a modo de conclusión
Tal vez, algunas concepciones ancestrales como la del Buen Vivir (ÁngelAlvarado, 2021) aporten a pensar una cosmoaudición (Camacho Díaz, 2019) que
recupere la potencia de la empatía, del entonamiento de sentimientos, qué es en
síntesis lo que nos mantiene juntas/os y nos humaniza.
El buen vivir en tanto pensar un equilibrio entre lo medioambiental, lo socio
comunitario y lo identitario podría darnos pistas para más y mejores intervenciones
donde lo musical pueda nutrir ese estar con otras y otros.
Este recupero de la música y sus elementos sociales y comunitarios nos
permitirá ir en busca de otros recuperos que proponemos para las infancias. En este
sentido el espacio de encuentro social se hace imprescindible.
La proximidad del fin de la pandemia no permite aún visualizar sus impactos.
Asimismo, se debe comprender que las instituciones no han contado con recursos
humanos, simbólicos, económicos y quizás epistémicos para un abordaje efectivo.
Aun así, hay un indicador que se ejemplifica en las viñetas: la necesidad, el disfrute,
de estar juntos, retorna vigorosa de los aislamientos, reaprendiendo vinculaciones,
re-emprendiendo el camino de la empatía, la escucha y todas las acciones que nos
tornan hacia los demás.
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Podría señalarse, además, que no es cualquier estar, es un estar haciendo,
compartiendo una actividad que involucra enteramente, una actividad de cuerpo
presente. Un “deseo de la experiencia humana, hacer cosas con otros/as” que
siempre fue habitado, con/en/junto a la música. Reaparece, a pesar de que estos
sean tiempos de tanta virtualidad, el disfrute de hacer algo con la música y con otras
y otros.
La experiencia lúdico musical acompaña el estar juntos, jugando. Un hacer del
juego, en el que el “como si…”, permite ensayar lazos sociales sin las consecuencias
más graves de los escenarios realistas. El juego también se lee en las viñetas, como
un escenario lúdico en el que se reaprende a ser y estar en lo colectivo.
¿Acaso con la música alcanza?, podríamos preguntarnos. Indudablemente
que no, pero este elemento originario puede ser altamente significante, nutriente y
aglutinante, tanto como bello de ser disfrutado entre otras/os, junto con otras/os.
La música acompañando el hacer lazo, y la necesidad lúdico-poética de hacer
“como si, con la realidad cada tanto. De jugar, de crear, de aceptar las exigencias de
la realidad, pero no tanto, pero no todo el tiempo. La esencia de lo lúdico y lo creativo
como sostenía Winnicott (1993) hacer salud en el juego, en la posibilidad de habitar
el mundo, pero no sucumbir a él.
Y la música, también resistiendo a los intentos de aislamiento, acompañando.
Como antes, como siempre.
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