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Confesar el evangelio de la Gracia en un mundo… ¿sin Dios?
Dr. Víctor Hernández Ramírez
Agradezco la confianza que me dan para presentar estas dos ponencias, que
pretenden ofrecer algunos elementos que considero básicos para la tarea que
tenemos por delante, de revisar nuestra confesión de fe en el contexto que nos
ha tocado vivir, y en el cual nos reconocemos llamados a dar testimonio del
evangelio de la Gracia.
Pensando en la finalidad que nos planteamos a plazo medio, de revisar nuestra
confesión de fe, tomo una breve definición del historiador metodista Justo L.
González:
Una confesión de fe es tanto la acción en la que se declara la fe de la
iglesia como el documento que puede resultar de tal acción. Por ello se
dice que los mártires confesaron su fe en las más difíciles
circunstancias. Por ello también se le da el título de “confesor” a quienes
confesaron su fe aún a riesgo de sus propias vidas, o bajo tortura.
Cuando tales acciones de confesar la fe resultan en un documento
escrito, este frecuentemente recibe el título de “confesión”.1
Es evidente que nosotros confesamos la fe cristiana en circunstancias muy
distintas a las de los mártires de los primeros siglos, o a las circunstancias de
los reformadores del siglo XVI; tampoco tenemos las condiciones de aquellos
cristianos que conformaron la “iglesia confesante” y que se expresó muy bien
en la “declaración de Barmen”, cuando la mayor parte de la sociedad alemana,
y la mayoría de sus iglesias cristianas, se sometieron o callaron ante el régimen
nazi.
Nuestra situación es distinta y de ello hemos de hablar en un momento, pero sí
que podemos advertir algo fundamental en la confesión de fe que hicieron
nuestros predecesores: lo que está en juego no es poca cosa, no es una
tontería, si es que eso supone correr riesgos y jugarse la totalidad de la vida. Y
me parece que eso que se pone en riesgo o en juego no tiene que ver tanto
con nosotros mismos, como con el Dios que se confiesa, es decir, la pregunta
fundamental es ¿qué Dios se confiesa en las acciones y palabras de la iglesia?
Doctor en Psicología (Universitat Autònoma de Barcelona). Licenciado en Teología
(Seminario Teológico Presbiteriano de México). Psicoanalista y psicoterapeuta en
práctica privada. Pastor de la Iglesia Evangélica Española, en la comunidad Betlem, en
Barcelona. Telf. +34 628 665 003. E–mail: victor@drvictorh.com
Pastoral IEE (Iglesia Evangélica Española) 2016. Casa Mamré, Jaca (Huesca)
Ponencia 1, lunes 9 de mayo de 2016.
1
Justo L. González, Diccionario Manual Teológico, Barcelona: CLIE, 2010, entrada
“Confesión”, p. 65.
2
Si hay confesiones de fe es porque son necesarias algunas distinciones, hay
precisiones que tienen lugar. Es decir, una confesión sobre Dios tiene que
precisar de qué Dios habla o lo que entiende por Dios. Sabemos que en el
mundo antiguo no se debatía tanto sobre la existencia de Dios o de los Dioses,
sino sobre el poder de los Dioses. En el mundo bíblico la cuestión fundamental
tiene que ver con el Dios verdadero, frente a los otros Dioses y lo que ellos
representan (imágenes, Dioses falsos), pero ocurre que nosotros ya no
estamos en ese mundo, sino en un mundo marcado por la gran transformación
de la Modernidad (y su posmodernidad).
Así que para llegar a la pregunta sobre qué Dios se confiesa (en el evangelio
de la gracia), hemos de plantearnos dos preguntas previas: ¿dónde estamos
(qué mundo es el que habitamos, en el cual queremos plantear la pregunta
sobre Dios)? Y ¿dónde está Dios (según las diversas respuestas que hay y
según el anuncio del evangelio de la Gracia)? Sobre ambas preguntas irá esta
primera ponencia.
1 ¿Dónde estamos? El mundo en perspectiva teológica.
Asumo, como punto de partida, que nuestra vida y creencias cristianas derivan
directamente del evangelio de la gracia, tal como fue re–descubierto en la
experiencia de la Reforma protestante. Aunque me pregunto si todavía somos
capaces de captar la radicalidad de aquel re–descubrimiento, puesto que luego
se ha tenido que hablar de una “gracia barata”, como el enemigo mortal de la
iglesia2.
En todo caso, nosotros tenemos otro contexto, estamos en un mundo diferente.
Es por eso que resulta pertinente la pregunta “¿dónde estamos?”, en qué
mundo nos movemos y para ello intentaré ofrecer algunas pistas para poder
pensar teológicamente el mundo.
Y si nuestra perspectiva de fondo es teológica, entonces hemos de reconocer
que vivimos en un mundo donde Dios no existe, vivimos en un mundo donde
no cabe Dios o, cuando menos, no en el sentido de que sea necesario para la
vida en el mundo. Veremos un poco mejor cómo se entiende eso, pero primero
resultará útil considerar el contexto o el Sitz im Leben de nuestro mundo.
Un mundo líquido no es un mundo cool
Habrá que reconocer que el mundo no es algo obvio. Así como el pez no es
capaz de ver el agua en que vive, tampoco nosotros vemos el mundo de modo
transparente, inmediato. La peor palabra que podemos usar es “normal”,
porque esa palabra nos hace ciegos a un montón de cosas. Por ello es
2
Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Salamanca: Sígueme, 1968 [orig.
1937], p. 15ss.
3
necesaria la sospecha, la mirada crítica, el rodeo por caminos más largos y
sinuosos, como las ciencias sociales y el arte, por ejemplo.
Una de las metáforas más afortunadas que define nuestro mundo es la de
“modernidad líquida”, del sociólogo Zygmunt Bauman 3. Quizá la fortuna de la
metáfora se deriva de su ambigüedad: permite pensar que tenemos una vida
más fluida, donde podemos combinar la libertad con el autocontrol y donde hay
un movimiento que hace muy dinámica la vida. Es cierto que en la cultura de la
auto–ayuda y el coaching se recurre mucho a esta idea del flujo (flow).
Pero Bauman no dice precisamente que nuestro mundo posmoderno sea fluido
en tal sentido (aunque no descarta esa cara del flujo). No vivimos precisamente
en un mundo “cool”. Bauman comenta que todo lo que ofrecía cierta estabilidad
al discurrir de la vida, lo que generaba un discurso narrativo de nuestras vidas,
ya no funciona igual. Así, por ejemplo, la libertad, la individualidad, el trabajo, la
manera de vivir el tiempo y los espacios, la vida en comunidad, todo 4 se ha
transformado en algo más líquido pero también más opresivo. Un párrafo de
Bauman lo expresa muy bien:
«Ser un individuo de jure [por decreto, por estar dentro de éste tipo de
sociedad] significa no tener a quien echarle la culpa de la propia
desdicha, tener que buscar las cusas de nuestras derrotas en nuestra
propia indolencia y blandura y no buscar otro remedio que volver a
intentarlo con más y más fuerza cada vez»5
Y las cosas no se remedian con la mera perseverancia y esfuerzo, puesto que
las condiciones de este mundo posmoderno hacen que la flexibilidad y la
iniciativa sean “maneras suaves” y “perversas” de explotación. El mismo
Bauman hace una comparación de nuestra sociedad y el relato bíblico de la
opresión del faraón de Egipto con los esclavos hebreos, cuando “ordenó a los
supervisores y capataces que no entregaran el pueblo la paja necesaria para la
fabricación de ladrillos […] „que vayan y junten su propia paja, pero asegúrense
de que produzcan la misma cantidad de ladrillos que antes‟.” Y cuando le
hacen ver que no es posible producir igual si no se les provee de la paja, el
faraón responsabiliza a los mismos esclavos hebreos: “son holgazanes, son
holgazanes”. Bauman dice que ahora no tenemos faraones, pero que los
azotes ahora se han interiorizado cuando se empuja a la gente al “hágalo usted
mismo” y se les dice que su propia pereza les impide hacer de modo correcto
3
Modernidad líquida, Buenos Aires: FCE, 2002 (orig. 2000).
Bauman dice que estos conceptos (libertad, individualidad, trabajo, comunidad, espacios y
tiempo) de la modernidad líquida son como zombis, pues “están vivos y muertos al mismo
tiempo. La pregunta es si su resurrección –aún en una nueva forma o encarnación– es factible;
o si no lo es, cómo disponer para ellos de un funeral y una sepultura decentes.”, Ibid, p. 14.
5
Ibid, p. 43.
4
4
su trabajo (o re–inventarse para el cambiante mercado de trabajo) y sobre todo
les impide hacerlo de modo que resulte satisfactorio para ellos mismos. 6
Esto es un apunte solamente. No está claro que comprendamos bien este
mundo líquido pero atemorizante. Hay mucho que trabajar para al menos
comprender un poco mejor, para atisbar con alguna claridad en medio de la
oscuridad del mundo que habitamos. Pero me gustaría decir que, en ese
trabajo de análisis crítico, también hay voces esperanzadas sin recurrir a lo
trascedente, sin necesidad de Dios, que ponen su mirada en las nuevas
generaciones y que intentan explicar que las transformaciones del mundo nos
obligan a mirar también hacia el porvenir. No me extenderé en ello, pero una de
esas voces viene del filósofo Michel Serres, un viejo profesor que opina que los
chicos de hoy (usa el ejemplo de una chica de unos 20 años, a la que llama
Pulgarcita [porque usa sus pulgares para relacionarse con el mundo por medio
de su smartphone]) viven a nuestro lado pero habitan un mundo muy distinto al
nuestro y por eso tendrán que reinventarlo todo: como estar juntos, las
instituciones, el modo de ser y conocer.7
El mundo secular incluye Dioses (pero posmodernos)
El mundo, y también sus posibilidades, no necesitan a Dios. Esto es porque
vivimos en una era secular. Se ha debatido, y se debate mucho sobre el
significado de esa secularidad, que es propio del mundo occidental pero que
innegablemente ha permeado la globalidad del mundo entero. El filósofo
canadiense Charles Taylor en su magna obra La era secular8 plantea que
vivimos en una época en la cual la creencia religiosa es solamente una opción
entre otras, “la fe en Dios ya no es axiomática” 9.
Algo muy interesante del enjundioso trabajo de Taylor es que plantea que la
Reforma Protestante contribuyó de manera importante a generar la
secularidad, no de manera intencional pero si de modo efectivo, al exigir que la
creencia se viva de manera individualista, por medio de las disciplinas
espirituales de la lectura, la meditación y la oración. Es decir, que Taylor cree
que el protestantismo potenció la secularización por medio de los métodos de
uso individualizado que hacen que alguien pueda ser “cristiano en un 100%” y
que todo se juega en su interioridad. Con eso, la Reforma protestante generó
un efecto paradójico: la fe del creyente disciplinado permitió un desapego con
respecto a los demás y a su mundo, produciendo una desinserción o una
ruptura de la fe con respecto a la totalidad de su entorno.
6
Ibid, pp. 54 – 55.
Michel Serres, Pulgarcita. El mundo cambió tanto que los jóvenes deben reinventar todo: una
manera de vivir juntos, instituciones, una manera de ser y conocer…, Buenos Aires: FCE, 2013
(orig. 2012).
8
Charles Taylor, La era secular, Barcelona: Gedisa, 2014 y 2015, 2 volúmenes.
9
Ibid, vol 1, p. 23.
7
5
Se puede estar de acuerdo o no con Taylor, pero lo que es innegable es que
nuestra era secular representa un Sitz im Leben muy distinto con respecto al
mundo antiguo: para aquellos, la fe no requería la hipótesis de la existencia de
Dios, pues se daba por descontado, y se podía incluso escuchar el aleteo de
los ángeles (para usar una frase del sociólogo Peter L. Berger), pero nosotros
no contamos con ese contexto, por lo que cuando mucho podemos creer que
creemos, del mismo modo que hay quienes creen que no creen10. Lo diré con
otras palabras: para los antiguos lo que nosotros llamamos “sobrenatural” era
parte “natural” de sus vidas: los milagros, la existencia de los Dioses, los
ángeles y los demonios, el más allá, todo era real; y, en todo caso, la cuestión
importante consistía en estar bajo el amparo del Dios que te otorgaba su poder.
Para nosotros, en cambio, ya no es posible creer así (en términos de
pertenecer a un mundo encantado), puesto que Dios no se da por descontado
(y tampoco lo prodigioso).
Sin embargo, la secularidad no significa que se haya terminado lo religioso o
que no existan Dioses. Al contrario, se ha dicho que el mundo actual se ha “re–
encantado” con nuevas formas de experiencia religiosa o espiritual 11. En estas
nuevas expresiones se incluye también, por supuesto, la fe cristiana:
Hoy la fe se presenta bajo la apariencia de una fe pos–religiosa. Es en la
clave pos–religiosa como algunos maestros de la espiritualidad
contemporánea de hoy tienden a definir la diferencia cristiana.12
Y en esta gran proliferación de experiencias y conflictos de identidad donde lo
religioso–espiritual tiene mucha relevancia, también debemos comprender el
fundamentalismo:
Debemos remachar el carácter no tradicional sino moderno e
hipermoderno del fundamentalismo. En los fundamentalismos se da un
mecanismo típico de la modernidad, que consiste en la reproducción del
mito de origen, con la finalidad de construir comunidades imaginadas… 13
Pero los Dioses existen, digamos, de otra manera. Quizá no se trate de
entidades trascendentes, sino inmanentes, pero que funcionan a la manera
religiosa. Tal es el caso del dinero, o del capitalismo como religión, en la
manera como lo describió Walter Benjamin. Veamos esto sucintamente:
Benjamin definió el capitalismo como una religión de tipo cúltico o cultual, en la
cual no hay días de fiesta, puesto que el trabajo coincide con la celebración
10
Un buen ejemplo de esta condición secular para la creencia es la pequeña novela de Miguel
de Unamuno, San Manuel Bueno, Mártir, Madrid: Espasa Calpe, 1933, en la cual el cura don
Manuel es el perfecto ejemplo del que “cree que no cree”.
11
Cf. Giacomo Marramao, “El reencantamiento del mundo en la era global. Religión e
identidad”, en Daniel Gamper (ed.) La fe en la ciudad secular. Laicidad y democracia, Madrid:
Trotta, 2014.
12
Ibid, p. 44. Énfasis original.
13
Ibid, p. 46 – 47.
6
misma14. El capitalismo es una celebración cultual sin “tregua ni misericordia” 15
que se fundamenta en la deuda y la culpa (o mejor, deuda–culpa, la palabra
alemana Schuld significa ambas cosas16); y, además, esta religión llamada
capitalismo no expía la culpa, sino que la engendra. Es innegable que el
capitalismo funciona como una religión que produce deuda–culpa pues resulta
más “sagrado” pagar la deuda a los bancos que proteger la vida: lo hemos visto
con claridad en Europa en la reciente crisis financiera, donde el pago de la
deuda a los bancos ha estado por encima de todo y de todos. Sin embargo,
esto ya lo sabíamos desde hace muchas décadas en los países llamados
subdesarrollados.
Es muy interesante (más bien, angustiante) que Benjamin diga que el
capitalismo es un parásito del cristianismo occidental y que “el cristianismo de
la Reforma no propició el ascenso del capitalismo, sino que se transformó en el
capitalismo”17. Y en la medida en que Benjamin esté en lo correcto, eso
significa que el cristianismo protestante también ha operado como una religión
y no tanto, como se dice con frecuencia, como una fe que no es religión18.
El teólogo católico Thomas Ruster19 considera que Walter Benjamin ha tenido
la lucidez de mostrarnos que el dinero es lo que gobierna el mundo, como lo
más parecido a un Dios o como una auténtica religión. Además, dice que esto
muestra que el Dios de la religión nada tiene que ver con el Dios bíblico, si bien
en el cristianismo se ha confundido al Dios de la Biblia (que es un Dios raro, un
Dios “extranjero”) con un Dios más adaptado a la realidad del mundo (o tal
como funciona el mundo). Thomas Ruster señala que el economista John
Maynard Keynes ha demostrado que el dinero es lo que nos vincula con el
futuro (la liquidez como previsión) y que en esa expectativa de futuro consiste
14
En un brillante ensayo (“Elogio de la profanación”, en Profanaciones, Barcelona: Anagrama,
2005), el filósofo Giorgio Agamben ha desarrollado la tesis de Walter Benjamin para mostrar
que ese “culto sin fin” del capitalismo se expresa hoy día en el “consumismo” que domina
nuestra sociedad. Así, en el consumo no se trata de comprar para obtener o poseer cosas, sino
de comprarlas y desecharlas, porque no se les puede tener, dado que el consumo es la
imposibilidad de tener nada. En otros términos, el escritor José Saramago lo explicaba con una
anécdota: una mujer que dejó como última voluntad que después de morir quería que la
incineraran y que sus cenizas fueran arrojadas en un centro comercial, porque allí había
pasado los días más felices de su vida.
15
Walter Benjamin lo escribe en francés, en el manuscrito original: sans trêve et sans merci. Cf.
Enrique Foffanis y Juan Antonio Ennis, "El capitalismo como religión", de Walter Benjamin.
Traducción, notas y comentarios, Katatay. Revista Crítica de Literatura Latinoamericana, La
Plata, Año 2015, vol. 3, p. 11. Disponible online:
http://www.redkatatay.org/sitio/talleres/capitalismo_religion_5.pdf, acceso: 21/04/2016.
16
Ibid, p. 5.
17
Ibid, p. 12.
18
Dijo Johann Baptist Metz (téologo católico) en una ocasión [una conferencia dada en la fiesta
de la Reforma en 1979, en München, St. Matthäeus] que el protestantismo es “la única religión
del mundo que hace anunciar por boca de sus teólogos que no quiere ser religión, „sólo fe‟,
„sólo gracia‟…”, en Más allá de la religión burguesa, Salamanca: Sígueme, 1982, p. 55.
19
Cf. El Dios falsificado. Una nueva teología desde la ruptura entre cristianismo y religión,
Salamanca: Sígueme, 2011.
7
el momento religioso central del capitalismo 20: el dinero da la misma seguridad
que ofrecería un Dios verdadero.
Pero había dicho que se trata de pensar teológicamente el mundo y hasta
ahora no he cumplido mi promesa, porque este mundo líquido que genera tanta
desconfianza y temor, este mundo secularizado que eleva nuevos Dioses,
como el dinero que lo gobierna todo, todo ello se puede reconocer sin la
teología. Lo que la teología nos puede decir es algo más, o tendría que ser algo
más.
Estamos en el mundo de Dios pero donde no hay Dios
Pensar el mundo en un sentido teológico supone tomar en serio la narración
bíblica de la salvación que Dios lleva a cabo. Esto significa que no se puede
pensar el mundo de manera separada a la revelación bíblica, que va de la
iniciativa salvadora de Dios: la estructura “Creación–Caída– Redención”, que
se usa en la teología produce mucha confusión y no se corresponde con la
experiencia de Israel, que reconoce a su Dios a partir de la experiencia de
liberación de la esclavitud en Egipto y del pacto que le hace saberse pueblo de
ese Dios.
Desde esa perspectiva de la revelación, entonces, el mundo no se puede
confundir con lo divino: Dios no es parte del mundo, los astros celestes no son
Dioses, el orden humano que llamamos mundo no existe para el servicio de los
Dioses sino para un fin llamado libertad, los profetas de Israel propugnan un
ateísmo puesto que denuncian como falsos a los demás Dioses 21. Del mismo
modo, la revelación definitiva de Dios, que es Jesús de Nazaret, es lo que
permite considerar el mundo de una manera singular: la llegada del Reino es el
final de los tiempos y el mundo es ahora evaluado en términos del tiempo y no
del espacio.
Esto supone un silencio que rodea toda la creación y una condición de
“inacabamiento” del mundo, el cual espera una palabra final. Hablamos del
silencio de la ausencia de Dios, de su falta. Esto se comprueba en dos
ejemplos bíblicos22: la experiencia de Israel como la condición de un pueblo
que a lo largo de su historia vive bajo la pregunta (y el juicio humano) que le
dice “¿dónde está tu Dios?”; es decir que Israel es el pueblo que vive como si
no tuviera Dios. El segundo ejemplo es el libro de Job, que rompe con la
20
Ibid, pp. 164–178.
Se puede decir que desde la revelación bíblica el mundo queda desmitificado, a partir de los
mismos relatos míticos de Génesis 1–11, puesto que “desdiviniza” todas las fuentes de poder o
aquello que existe y que nos asombra. Todo lo grandioso del mundo, que se podría con-fundir
con lo divino, en la Biblia queda definido como mera creación, como mundo, sin Dios.
22
Para fundamentar teológicamente la comprensión del mundo es de especial valor: Eberhard
Jüngel, Dios como misterio del mundo, Salamanca: Sígueme, 1984; también Johann Baptist
Metz, Teología del mundo, Salamanca: Sígueme, 1971; Memoria passionis. Una evocación
provocadora en una sociedad pluralista, Santander: Sal Terrae, 2007.
21
8
teología de la retribución y que muestra de modo radical que Dios no se
corresponde con los discursos sobre Dios (la teología de los amigos de Job,
que era lo más decente y serio que se podía esperar de la teología del mundo
antiguo) y que Dios es una alteridad radical: Dios es el Altísimo, y todas las
cosas portentosas que existen son la huella de Dios, sus creaturas, lo que
incluye, por cierto, también las profundidades del mar, que eran el inframundo,
lo más siniestro que se pudiera imaginar23. Con esto se le dice a Job, y se nos
dice a todos, que Dios es Señor de todo, pero no en un sentido religioso, sino
como lo ausente, como lo otro del mundo.
Entonces, teológicamente decimos que el mundo, todo lo que existe, viene de
Dios, pero no es Dios. Es por eso que los relatos bíblicos impiden una lectura
panteísta (todo es Dios) o panenteísta de Dios (en todo está o hay algo de
Dios), como se suele decir en las espiritualidades orientales. Y también
podemos decir que el ateísmo o el agnosticismo propio de la ciencia, están
más cerca de la revelación bíblica, en contraste radical con las religiones (y el
teísmo filosófico) como discurso y como experiencia de Dios.
2. ¿Dónde está Dios?
La segunda cuestión previa a la confesión de Dios (y sobre qué Dios se
confiesa) es ¿dónde está Dios? Y aquí tendríamos que decir, con el Nuevo
Testamento, que Dios está en la cruz, es decir colgado de un madero como el
crucificado. Esto es lo que se proclama desde la experiencia post-pascual, que
da fe de la resurrección del crucificado y, con ello, se está diciendo algo
totalmente distinto a lo que dicen las religiones y el teísmo filosófico (el Dios de
la teodicea); y, por otro lado, se dice algo que se acerca mucho al ateísmo,
pero lo que se dice es otra cosa, algo que proviene de un acontecimiento que
llamamos revelación y que por ello sólo puede considerarse una cuestión de fe,
algo in–creíble.
Un Dios crucificado no puede ser Dios
Esta afirmación, que un Dios crucificado no puede ser Dios, se refiere a la
comprensión de Dios desde la religión y desde la filosofía. Y con esto se dice
que el Dios bíblico es radicalmente diferente, no sólo en su alteridad (como lo
otro del mundo), sino también es diferente a las maneras como se suele ubicar
y pensar a Dios: Se dice que Dios está donde allí donde lo dice la religión y lo
piensa la teodicea,
Una forma de entender que el Dios de la fe cristiana no puede ser Dios,
entendido religiosamente, es siguiendo la argumentación de Thomas Ruster,
quien plantea que en la historia del cristianismo hallamos dos concepciones de
23
Cf. Julio Trebolle y Susana Pottecher, Job, Madrid: Trotta, 2011, especialmente la parte III,
“Job frente a Dios, Dios frente a Leviatán”, pp. 133–168.
9
Dios, una que es propia de la religión, y que llama el Dios consabido y otra
concepción, que considera bíblica, que llama el Dios extranjero24.
El “Dios consabido” es el que sigue una línea recta y que se adapta a una
visión religiosa, a un lenguaje de la filosofía y que se adecúa a una cultura
dominante; Ruster lo ejemplifica con las teologías de Justino (el apologeta por
definición), de Anselmo de Canterbury, y de Tomás de Aquino y la mayor
consecuencia contemporánea del Dios consabido se expresa en la teología
política de Carl Schmitt y en el capitalismo como religión. Por otro lado, el “Dios
extranjero” queda ejemplificado, según Ruster, en la teología de Pascal [de
Marción25] y de Martín Lutero; y que permiten reconocer la tentación hacia la
idolatría en que se halla siempre el creyente.
Esta “falsificación” de Dios, que Ruster asocia con la idolatría, pone en
cuestionamiento la habitual manera de entender el diálogo interreligioso, donde
se afirma que “todas las religiones adoran al mismo Dios”, lo que conduce a
una indistinción de Dios26. Sin embargo, cristianamente decimos algo distinto.
Efectivamente, desde la fe cristiana decimos otra cosa, como Jürgen Moltmann
nos recuerda:
La fe de la cruz distingue a la fe cristiana del mundo de las religiones y
de las ideologías y utopías seculares […] la fe de la cruz separa a la fe
cristiana también de la propia superstición. El volverse al Crucificado
obliga a la fe cristiana a hacer permanentes distinciones de sus propios
ideales religiosos y seculares [y también distinguirse con] respecto del
«mundo burgués cristiano» y del cristianismo como «religión de la
sociedad actual».27
Por supuesto, la teología de la cruz no se limita al relato de la pasión de Jesús
sino que también incluye esa confesión extraña de un Dios que se encarna,
que se vacía en el crucificado, en toda la historia del hombre Jesús, por lo que
todo lo que leemos en los evangelios no habla solamente de un acontecimiento
que ha tenido lugar en la historia, sino que también trastoca toda concepción
que se pueda tener de la divinidad. En otras palabras, desde toda perspectiva
religiosa, un Dios no puede seguir siendo Dios si ha tenido lugar eso que se
24
El Dios falsificado, op. cit.
Ruster incluye a Marción, reléido por Harnack, como uno de los que recuperan al Dios
extranjero, lo cual me parece debatible, por decir lo menos. En su argumentación de la
falsificación de Dios, Ruster llega a decir, con Harnack, que no se debe considerar un gnóstico
a Marción. Ibid, pp. 101–119. Me parece más acertado, con Metz, el incluir a Marción en la
permanente tentación gnóstica del cristianismo, cf. Memoria passionis, op. cit., p. 152ss.
26
Ibid, pp. 221–226.
27
Cf. Jürgen Moltmann, El Dios crucificado, Salamanca: Sígueme, 1977, p. 60.
25
10
denomina lo kenótico en la fe cristiana28. El profesor Josep Cobo, quien lo ha
trabajado con peculiar agudeza, dice que hemos de:
[…] admitir que si “Dios” devino un término problemático es porque el
cristianismo ya se encargó de ello. No se trata, pues, de ver cómo
podemos seguir creyendo en el Dios que se revela en la Cruz en una
cultura que no da a Dios por descontado, sino de ver que si no podemos
dar a Dios por descontado es porque hubo cristianismo, porque, en
definitiva, Dios murió en el Gólgota (y, por eso, solo podemos contar con
el espíritu de Dios). Al fin y al cabo, el ateísmo moderno es un hijo,
aunque quizá bastardo, del cristianismo. 29
Ante la realidad del mal… ¿dónde está Dios?
Nosotros, que predicamos a partir de relatos y comprendemos lo fundamental
de las narraciones, hemos de escuchar un relato como éste:
Herbert Floss, el encargado de las fosas comunes reveló su secreto para
quemar cuerpos: la composición de la hoguera. Según explicó, no todos
los cadáveres se quemaban de manera pareja. Había cadáveres buenos
y malos, incombustibles y fácilmente inflamables. El arte consistía en
usar los buenos para quemar los malos. Según sus investigaciones que
obviamente estaban muy adelantadas, los cadáveres viejos ardían mejor
que los frescos, gordos mejor que flacos, mujeres mejor que hombres, y
niños, no tan bien como mujeres, pero mejor que hombres. De esto
resultaba que cadáveres viejos de mujeres gordas eran los cadáveres
ideales. Herbert Floss los hizo poner a un costado como así también a
los de hombres y de niños. Después de haber sido desenterrados y
clasificados casi 1.000 cadáveres, se procedió a apilarlos, colocándose
el mejor material combustible abajo y el de menor calidad arriba. Floss
rechazó los bidones de gasolina que se le ofrecieron y en su reemplazo
hizo traer madera. Su acto debía ser perfecto. La leña se juntó debajo de
la parrilla de la hoguera formando pequeños focos, cual fogatas. La hora
de la verdad había llegado. Con solemnidad le entregaron una caja de
fósforos; él se agachó, encendió el primer foco seguido de los otros y
mientras la madera empezaba a quemarse paulatinamente, con su
caminar tan extraño se acercó a los funcionarios que esperaban a cierta
distancia.
Las llamas crecían más y más, lamiendo los cadáveres, vacilando
primero pero después llameando con brío. De repente, toda la hoguera
28
Para una buena exposición desde la teología narrativa, donde se describen las implicaciones
de la kenosis en nuestra compresión de Jesús, cf. José Ignacio González Faus, Acceso a
Jesús, Salamanca: Sígueme, pp. 142–154.
29
Josep Cobo, “Dice Estrada (1)”, blog La modificación, entrada del 14 de febrero de 2015,
https://kobinski.wordpress.com/2015/02/14/dice-estrada-1/
11
quedó envuelta en llamas que crecían expulsando nubes de humo. Se
percibió un crepitar intenso, los rostros de los muertos se contraían
dolorosamente y reventaba su carne. Un espectáculo infernal. Por un
momento, hasta los hombres de las SS quedaron como petrificados,
observando mudos el milagro. Herbert Floss estaba radiante. La hoguera
echando llamas era la vivencia más hermosa de su vida…
Un acontecimiento tal debía festejarse. Se trajeron mesas que fueron
colocadas frente a la hoguera y cargadas de botellas de aguardiente,
cerveza y vino. El día llegaba a su ocaso y el cielo crepuscular parecía
reflejar las altas llamas de la hoguera, allá en el horizonte, donde el sol
se ponía con el esplendor de un incendio.
A una señal de Lalka sonaron los corchos y empezó una fiesta
fantástica. El primer brindis fue dedicado al Führer. Los operarios de las
dragas habían regresado a sus máquinas. Cuando los hombres de las
SS levantaron las copas a los gritos, las máquinas parecieron cobrar
vida; con un movimiento abrupto levantaron el brazo de acero hacia el
cielo en un repentino y vibrante saludo hitleriano. Fue como una señal.
Diez veces levantaron también los hombres el brazo haciendo resonar
cada vez el «Sieg-Heil». Las máquinas animadas respondían al saludo
de los hombres-maquina y el aire retumbó de los vivas al Führer. La
fiesta duró hasta que la hoguera se extinguió. Después de los brindis se
cantó; se oyeron cantos salvajes y crueles, cantos llenos de odio,
horripilantes, cantos en honor a la Alemania eterna. JF Steiner,
Treblinka, editorial Gerhard Stalling Verlag, 1966, p. 294 y ss30
Como dice Josep Cobo, es difícil decir algo después de éste relato, pero es
importante en tanto que es necesario tomarse en serio el mal 31. Y, no sólo
porque el mal existe sino porque a partir de su realidad no podemos hablar de
Dios, ni hacer teología, sin tener en cuenta que el mal es aquello ante lo que se
estrellan todas las religiones y teodiceas. Recomendé leer aquel texto de Juan
Sánchez32, donde reseña las obras de Juan Antonio Estrada y Andrés Torres
Queiruga, pues se plantea el problema del mal para nosotros. Es un buen
resumen que permite comprender las dificultades (lo imposible, vamos) de
poder decir dónde está Dios, cuando tenemos delante la presencia del mal.
Sobre todo, porque no siempre se quiere ir hacia donde apunta la confesión
que hay en los textos del Nuevo Testamento, es decir la indicación de que algo
30
Josep Cobo, “el Mal”, blog La modificación, entrada del 8 de octubre de 2012,
https://kobinski.wordpress.com/2012/10/18/el-mal/
31
Cf. Javier Melloni y José Cobo, Dios sin Dios. Una confrontación, Barcelona: Fragmenta,
2015, p. 72ss.
32
“Dios, el mal y la ansiedad” en Boletín Encuentro, no. 4, “La ansiedad en nuestra sociedad”,
noviembre de 2007, El Escorial, SEUT, pp. 35 – 42, disponible:
http://www.facultadseut.org/media/modules/editor/seut/docs/boletin/e0/encuentro4.pdf
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ocurrió con Dios en la cruz de Cristo. El teólogo Eberhard Jüngel lo señala bien
cuando explica que:
El kerigma de la resurrección de Jesús afirma que en la muerte de Jesús
sucedió algo […] en esa muerte aconteció Dios mismo […] Dios se ha
identificado con ese hombre muerto […] El ser de ese muerto determina
de tal manera el ser propio de Dios […] tendríamos que decir que Dios
se define a sí mismo cuando se identifica con Jesús muerto […] por eso
la muerte cambiada en la cruz de Cristo [la identificación de Dios con
Jesús muerto es la transformación de la muerte en lo que se llama vida
eterna] es llamada un “fenómeno de Dios”.33
No son muchos los teólogos que se atreven a explorar las consecuencias de lo
que testifica la fe de los textos bíblicos, cuando se confiesa la resurrección del
crucificado y sus implicaciones para lo que se dice de Dios, y sobre todo frente
a la cuestión del mal en la experiencia histórica. En ese sentido, Bonhoeffer es
el teólogo que lo ha expresado más claramente, en el conocido texto desde su
cautiverio nazi:
…hemos de vivir en el mundo etsi deus non daretur […] Dios nos hace
saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. ¡El
Dios que está en nosotros es el Dios que nos abandona (Mc 15:34)! […]
Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite
que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y
precisamente sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda.34
Y también Jürgen Moltmann se atreve, en su libro El Dios crucificado, a citar un
fragmento de Night de Eli Wiesel, escritor y superviviente de los campos de
concentración de Auschwitz y Buchenwald, que a Moltmann le parece una
buena expresión de la theologia crucis:
La SS colgó a dos hombres judíos y a un joven delante de todos los
internados en el campo. Los hombres murieron rápidamente, la agonía
del joven duró media hora. «¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?»,
preguntó uno detrás de mí. Cuando después de largo tiempo el joven
continuaba sufriendo, colgado del lazo, oí otra vez al hombre decir:
«¿Dónde está Dios ahora?». Y en mí mismo escuché la respuesta:
«¿Dónde está? Aquí... Está allí colgado del patíbulo...».35
33
Eberhard Jüngel, Dios como misterio del mundo, op. cit., pp. 460–464.
Dietrich Bonhoeffer, carta desde la prisión de Tegel, del 16 de julio de 1944, cf. Resistencia y
sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio, editadas por Eberhard Bethge, traducción de
José J. Alemany, Salamanca: Sígueme, 2001, p. 252.
35
Citado por Moltmann, en op. cit., p. 393.
34
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En las víctimas, en los incapaces de Dios, está el Dios del crucificado
Metz es también el teólogo que se ha atrevido a reconocer que ni el
cristianismo ni la sociedad (ni la teología ni la política) jamás se podrán
recuperar de Auschwitz. Yo aún recuerdo el diálogo que estableció Metz con
otros teólogos latinoamericanos en la ciudad de México (con Dussel, en
concreto), a finales de los 80‟s, y su insistencia en las implicaciones globales
que tiene Auschwitz: insistía en la memoria de las víctimas como algo
fundamental para la fe cristiana. Creo que se ha comprendido poco el reclamo
de Metz por las víctimas de la historia, seguramente porque el cristianismo que
predicamos o que confesamos tiene quizá más de gnosticismo o de herético
(un Cristo más doceta, a veces arriano o ebionita) y se adapta más a la religión
burguesa (que no mesiánica) que profesamos 36.
Para mí ha sido un motivo de perplejidad, viviendo como extranjero por 11 años
en España, la manera como se ha instaurado y funciona la cultura del olvido
con respecto a las víctimas de la dictadura franquista. Recién he comenzado a
comprender y, precisamente, hace poco vi un capítulo del programa de TV
“Salvados”, del periodista Jordi Évole, titulado “los esclavos españoles”37. Allí
se relataba la manera como funcionó la “redención de penas” de la dictadura y
la vida miserable de los trabajos forzados y las muertes. Un hombre de casi
100 años de edad, Luis Ortiz, dice allí “durante más de 40 años he tragao
mucha saliva, pero ahora empezaré a hablar… yo presumo de ser un esclavo
del franquismo”. Y tales testimonios me han hecho pensar en el peso del
olvido, en la injusticia de la desmemoria, pero también en la imposibilidad para
una o dos generaciones de hacer ese trabajo de memoria, de “anamnesis”,
como dice Metz. Y quizá el desafío ahora se presenta para las nuevas
generaciones, con un poco más de distancia, pero con la misma exigencia por
la memoria de las víctimas.
Precisamente Johann Baptist Metz señala que sólo es posible confesar al Dios
bíblico “con los olvidados”, con las víctimas de la historia, cuyos clamores
parecen estar condenados al silencio y el olvido 38. Si pensamos esto con cierto
cuidado, eso supone ciertas implicaciones para la confesión del crucificado que
fue levantado de entre los muertos, mencionaré algunas de modo muy sucinto,
casi me limito a enumerarlas:
1) La confesión del crucificado supone un marco apocalíptico, lo que significa
recuperar la dimensión temporal: no se trata de espacios, sino del tiempo y en
concreto el tiempo final y el juicio (Mateo 25) que adviene con ese tiempo.
36
Cf. Johann Baptist Metz, Mas allá de la religión burguesa, op. cit.
Programa emitido el domingo 6 de marzo de 2016. Se puede acceder online:
http://www.atresplayer.com/television/programas/salvados/temporada-11/capitulo-15-losesclavos-espaoles_2016030500006.html.
38
Cf. Johann Baptist Metz, Memoria passionis…, op. cit.
37
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2) Se tiene que volver a hablar de pecado, pero no en un sentido moralizador,
sino bíblicamente: la condición de la existencia humana de espaldas a Dios y,
por tanto, de la negación de la alteridad (el rechazo u olvido de la pregunta:
¿dónde está tu hermano?).
3) Una comprensión bíblica de los pobres, y las víctimas de la historia, que
supere la ceguera “euro–centrica”, que mira al pobre como el “incapaz” dentro
de sus esquemas modernos (pobre = del Tercer mundo o el excluido social),
mientras que la Biblia habla del pobre como quien “vive atrapado en la
oscuridad de la muerte, como abandonado de Dios” y por ello es quien
auténticamente se vuelve a Dios y cree en “lo que es imposible”.
4) Se tiene que repensar la confesión como pasión por Dios desde la oración
de los débiles y el clamor de las víctimas (pedir Dios a Dios, como dice Metz),
lo que implica una dimensión compasiva que no surge de la autosuficiencia.
5) La escucha de la palabra y su obediencia suponen un auténtico peligro, en
tanto Dios se revela como interrupción con respecto a la vida satisfecha y
planificada.
6) Y, finalmente, la confesión del Dios del crucificado supone reconocer el
acceso a Dios como algo mediado por relatos, parábolas y narraciones que
sólo se pueden encontrar en lo ínfimo del mundo, y no en su grandeza.