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“Cuba: Arte, Cultura e Identidad en el Exilio” Gisele Blain De Dios. My identity is temporary. (Geoff Heath 2005) El exilio es un tema que caracteriza gran parte de la producción artística de Cuba. Las consecuencias de la diáspora en la identidad cultural cubana son tratadas por medio de diversos géneros artísticos. Este trabajo profundiza en la manifestaciones del tema de la identidad, la cultura y el exilio a través de algunos artefactos culturales cubanos que incluyen ejemplos literarios y de artes plásticas. Cuando el arte se apropia de la función de representar una determinada geografía cultural, ¿Qué sucede cuando la identidad del autor se ve influenciada ante la desterritorialización1? ¿Qué papel desempeña el arte cuando se encuentra alejado de la cultura que lo caracteriza? y ¿Qué importancia tiene el arte y la literatura para la identidad de una cultura? Entre los diversos artistas cubanos del ultimo medio siglo me interesan particularmente apuntar para los fines de este trabajo a Alejo Carpentier por su narrativa, Cástulo Gregorisch por su poesía, a Alberto Rey y a Baruj Salinas por sus pinturas. A pesar de las diferencias generacionales entre estos autores y diferentes trayectorias circunstanciales, la identidad artística de los seleccionados es determinada por la directa experiencia de la diáspora que produjo la historia política de Cuba. Todos coinciden en explicar con afán y persistencia la condición que define parte de sus identidades como exiliados, y contemplan la identidad cubana como tema recurrente en sus obras. Identidad es un término complejo sobre todo cuando se usa para enmarcar toda una cultura y una identidad nacional. La búsqueda e insistente exploración de la identidad latinoamericana, y aún más predominantemente la cubana, caracteriza la obra y vida de Alejo Carpentier. El novelista, ensayista y musicólogo, se auto-identificaba como cubano a pesar de que había nacido en Suiza (diciembre, 1904). Sus inclinaciones políticas de izquierda lo condujeron a varios puestos diplomáticos que lo llevaron a vivir exiliado en diversos países fuera de Cuba. En su novela Concierto barroco (1974) desarrolla un nuevo concepto. Extiende el carácter estético del Barroco para desdoblar la definición del barroquismo con la complejidad y dinámica existente entre identidad y diáspora. Integra a su vez la percepción del tiempo y lugar como factores de la condición cambiante de la identidad cultural. Concierto barroco cuenta el viaje de un mexicano a la Europa del siglo 17. Mientras este transitaba por Cuba consigue como sirviente a un afro-cubano, llamado Filomeno. Ambos el “amo” y el esclavo emprenden la aventura que comenzará en España y seguirá en Venecia. Durante el trayecto, es el viajar lo que llevará a los personajes a explorar sus identidades, lo que les presentará interesantes revelaciones. En las páginas finales de la novela, Filomeno se está despidiendo de su Amo mexicano, después de una increíble experiencia de Carnaval en Venecia. El Amo le pregunta a Filomeno, cuándo retornará a Cuba, y Filomeno le responde que planea ir a París, y enseguida explica: “En París me llamarán Monsieur Philomène así, con P.H. y un hermoso acento grave en la ‘e’. En la Habana, sólo sería ‘el negrito Filomeno’”(Carpentier 82). El personaje de Filomeno en la novela explica en gran parte de qué se trata el barroquismo de Carpentier. Filomeno demuestra la maleabilidad de su identidad a lo largo de la novela. Su historia comienza con su bis-abuelo, Salvador, un valiente negro que llena a su bis-nieto de orgullo y que a su vez lo arraiga a su orígenes afro-cubanos. Es el yugo familiar lo que define y contiende el origen de la identidad de Filomeno, más no la geografía. La respuesta y razón que le da a su Amo ante la ausencia del deseo por regresar a Cuba, representa la extensión del elemento ornamental del barroquismo en la identidad, que mueve al personaje a una cultura y a una nación ajena. El origen de su identidad lo lleva en la sangre, en la narrativa oral y en la música y a su vez encarna la aceptación de aportes “extranjeros”. Esta condición demuestra en Carpentier que eventualmente hasta el más criollo es reformado por su entorno. En la narrativa se hacen referencias musicales desde Vivaldi hasta Armstrong, interrumpiendo la concepción cronológica del tiempo y del espacio en la novela. El aspecto del tiempo en esta nueva noción de barroquismo, implica que los aspectos ornamentales que “adornan” la identidad trascienden con en el tiempo y en la historia, y así se elabora la idea de que (y cito) “América es un continente simbiosis, de mutaciones, de vibraciones, de mestizajes, fue barroca desde siempre”(fin de cita). Con la música se refleja la fusión, la trascendencia y la fluidez, la influencia es apreciada como una sinfonía sin importar el origen geográfico. No se encuentra sentido en el arraigo a un aspecto cultural ni a una época, la belleza está en el aporte. Adicionalmente, la novela demuestra en Filomeno a aquel quien tiene la habilidad de deleitar y aceptar la experiencia transformativa de su identidad, ya sea en el carnaval en Venecia en el siglo 17, o escuchando a Louis Armstrong en 1956. Filomeno no está limitado ni a un tiempo, ni a un lugar determinado; él es libre de moldear su identidad, recreando a su vez (y cito)“los Hierros de Ogún o en los caminos de Elegúa, en el Arca de la Alianza o en la Expulsión de los Mercaderes” (Carpentier, fin de cita). A su vez, Filomeno se diferencia del Amo, que nació en México pero considera España su patria ancestral (razón que lo conduce a viajar a ella). Ahí su sentimiento torna nostálgico y se ve ejemplificado en la constante comparación que hace de todos los aspectos de su viaje en Europa con su vida en México. Cito: “Nieto de gente nacida en algún lugar situado entre Colmenar de Oreja y Villamanrique del Tajo y que, por lo mismo, habían contado maravillas de los lugares dejados atrás, imaginábase el Amo que Madrid era otra cosa. Triste, deslucida y pobre le parecía esa ciudad, después de haber crecido entre las platas y tezontles de México” El hecho más pronunciado que manifiesta el efecto de la distancia en la identidad que se da en este personaje, es en un Carnaval en Venecia, porque decide enmascararse como Moctezuma en vez de conquistador español. el Amo, vestido de Montezuma, entró en la “Botteghe di caffé” de Victoria Arduino, seguido del negro, que no había creído necesario disfrazarse al ver cuán máscara parecía su cara natural entre tantos antifaces blancos que daban, a quienes los llevaban. El barroco de Carpentier se comprende aun mejor mediante la lectura del filólogo español Eugenio d’Ors, quien define el Barroco como una “constante humana”, un continuo proceso cambiante y que implica una re-combinación en la construcción histórica. Carpentier insiste con este aspecto humano para introducir la extensión de su nuevo concepto del barroquismo en la identidad (“Lo barroco” 114). Mediante los hechos reflejados en la novela por medio del desarrollo de los personajes, podemos deducir que el barroquismo de Carpentier en la tradición cultural es un elemento que se transforma continuamente ante la influencia constante de nuevos aportes culturales, partícipes de una época y que permanecen en el tiempo dejando su rastro; un rastro que no se pierde ni se ve amenazado, porque es por naturaleza cambiante, está destinado a mutar. La participación de una cultura en otra se manifiesta más amenazante en otros contextos artísticos, una expresión que resiste la mutación y es enfático en autores exiliados como Cástulo Gregorisch, quien emigró de la isla en 1961 y hace del tema de la identidad cubana una constante de su obra poética. Cubano soy, cubano muero, yo nací en Cuba, bendito suelo. Cubano soy, cubano muero, aunque hoy yo viva lejos de aquello. ( “Cubano Soy” Poemas II) En la poesía de Gregorisch, la identidad aparece estática. El deseo de identificación se ve reflejado a lo largo de su obra poética, y se puede interpretar como una contienda persistente contra el aspecto maleable explicado en Carpentier. Su poesía retrata y conserva el estilo costumbrista. El sufrimiento ante la ruptura del yugo invisible entre la identidad cultural y el lugar físico que la representa, influidas por el aspecto de desplazamiento, es un aspecto relevante en la poética de Gregorisch. ¿Volveremos los cubanos a reunirnos en casa? ¿Volveremos a esa tierra que tiene presa mi alma? “¿Visitaremos sus valles, subiremos sus montañas? ¿Nadaremos nuevamente en sus azuladas aguas?” (“Preguntas” Poemas II) El autor expresa en su lirica un servicio “He puesto mi poesía al servicio de mi patria” (Gregorisch). ¿Exactamente qué servicio presta su poesía? ( ¿la poesía, presta un servicio?) Una posible interpretación pudiese ser el de preservar “la cubanidad” intimada a perderse mientras se encuentra desplazada de la tierra de origen. Los escritores de la Generación del Mariel editaron una revista donde, años después, Miguel Correa escribirá: “la tradición literaria nacional cubana responde a la necesidad, siempre presente en autores noveles (incluso mayor en el caso de autores condenados a un exilio literario), de apropiarse y reescribir la tradición (…) pero esta apropiación implica una desterritorialización de la tradición (El Ateje, 2003: II, 6, 2/5)” La geografía puede delimitar y definir una noción cultural, y a su vez aferrar a una comunidad bajo un mismo sentimiento y una identidad particular. Uno de los momentos en los que esto sucede en la literatura es el movimiento literario romántico, que en su momento influyó con sus creaciones la formación de naciones en América Latina. La geografía ayudó a encontrar una visión común, necesaria para que un pueblo mestizo pudiese abrazar una misma identidad nacional. Cuba, siendo la más joven dentro de las naciones latinoamericanas en haber consagrado este sentimiento independiente de identidad propia, percibe en el exilio como si se les removiese el piso recién fundado que deja a muchos en una especie de limbo. Este ‘limbo’ es desarrollado por Gustavo Pérez Firmat en su libro “Life on the Hyphen: The Cuban-American Way” (2012) donde se explora el tema de identidad en personajes que se exiliaron durante la infancia o en la adolescencia, y que han vivido en una especie de “guión” donde no son ni Cubanos, ni Estadounidenses. Caracterizado por este “guión” podemos resaltar la obra de Alberto Rey. Rey nació en la Habana en los inicios de la Revolución de 1960, se exilio junto a su familia a la edad de tres años en México donde recibieron asilo político. En 1965 emigró a los Estados Unidos. La exploración de la identidad en Rey es descrita por él mismo como un sentimiento de “alienación”, lo que produjo en su pintura la búsqueda de una estética “inaccesible” de pasado y cultura (Herrera, 92). Sin tener memorias a las cuales acudir para formar su propio concepto de identificación cultural, Rey expresa querer acudir a lo más neutral en cuanto a política e intermediario. Su única fuente resultó ser el paisaje de Cuba: la tierra le concedió crear una composición con cual identificarse. La correspondencia entre lugar y cultura es significativa para estos autores (Gregorisch, Rey y Salinas (a quien presentaré posteriormente)). Para ellos la fuerza del tiempo y del exilio ilustra un efecto disipante en la cultura. La distancia entretiene el sentimiento de pérdida, porque para Rey, Gregorisch y Salinas la tierra es fundamental para recrear su cultura y sus identidades. La obra de Alberto Rey evoluciona a enmarcar la importancia de la fauna y flora cubana dejando estampa en el medio artístico imágenes que el define como biología regional. Bonefish II, Los Jardines de la Reina, Cuba 33″ x 48″ Oils on Plaster El siglo XXI, época de globalización y deterioro ecológico nos presenta otras variantes determinantes en la identidad cultural. Otra contienda que mientras acecha el elemento de fauna y flora, crea un patrón sistemático cultural moldeando el globo con un carácter uniforme. La preocupación existente entre las artes ante el exterminio geográfico y con ella la posibilidad de que muera el producto original que es tan vinculado a lo cultural, inicia un movimiento que sirve como último bastión de preservación cultural e identidad, la ecocrítica. Esta nueva corriente literaria incorpora la función innata de las artes, de archivar y cuidar de lo que en este caso, la devastación ecológica pueda llegar a borrar. Vale la pena explorar la producción artística de Gregorish y Salinas desde el punto de vista de la ecocrítica. Baruj Salinas, de origen judío, nació en la Habana (1938) y emigró de Cuba a Miami en 1959. Su condición de exiliado impacta su obra de modo abstracto. La palma, está presente como repetido motif en la pintura de Salinas, al igual que en el poema “Guantanamera” del poemario Versos sencillos de José Martí, también exiliado de la isla. Utilizan ambos el elemento del paisaje cubano para fundir la identidad con la vegetación. El peso simbólico que sopesa la ilustración de la palma en la pintura de Salinas sirve al igual que la serie biológica regionalista de Rey, para el inmortalizar la importancia y el sentimiento que amarra la geografía a la identidad y a la cultura ante la condena de su ausencia. Baruj Salinas. Palma, 2000 Todas estas obras coinciden en la búsqueda de identidad cultural y mientras unas recurren a la política, otros a la tierra con su fauna y flora, otros recurren a sus antepasados, o al son de la música. Lo indiscutible es que la necesidad de saber identificarse culturalmente enmarca un conflicto común. Mientras que la obra de Carpentier acepta y concede a la identidad cultural la condición cambiante como factor innato, otros autores se resisten al cambio por medio del arte. Lo cierto es que el tiempo gana adornando el barroquismo de nuestras identidades, las generaciones dentro y fuera de Cuba cambiarán con las épocas y con la historia que les toque vivir. De ese modo comprueba que la cultura no es estática, solo concilia serlo en parte, en letra y lienzo pero seguirá viva en la herencia familiar y en la música. Venecia parecía hundirse, de hora en hora, en sus aguas turbias y revueltas. Una gran tristeza se cernía, aquella noche, sobre la ciudad enferma y socavada. Pero Filomeno no estaba triste. Nunca estaba triste.(…) Y parecíale a Filomeno que, al fin y al cabo, lo único vivo, actual, proyectado, asaeteado hacia el futuro, que para él quedaba en esta ciudad lacustre, era el ritmo, los ritmos, a la vez elementales y pitagóricos, presentes acá abajo, inexistentes en otros lugares donde los hombres habían comprobado —muy recientemente, por cierto— que las esferas no tenían más músicas que las de sus propias esferas ” (Carpentier 38). 9 Blain