Etnopolítica atacameña: Ejes de la diversidad
ETNOPOLÍTICA ATACAMEÑA: EJES DE LA DIVERSIDAD
Héctor Morales Morgado 1
Resumen
Este trabajo describe nuevas formas de subjetividad política en la era
del multiculturalismo. En las últimas tres décadas en Chile y Latinoamérica las etnias se han incorporado a un nuevo escenario político,
creado por su reconocimiento jurídico. Reconocer la diversidad étnica
ha sido un logro continental, aunque no pasó mucho tiempo para que
la conquista democrática se enfrentará a la etnopolítica de la propia
diversidad. Una cosa es la diversidad como sistema plural de formas
culturales y otra muy diferente es el complicado escenario de las interacciones y limitaciones con que se realiza o no la diversidad en la
política. Por ello, aquí se adentra en los ejes de la diversidad cultural
atacameña; cómo se construye la etnicidad, sus actores intervinientes y
se ahonda en la etnificación como un proceso diferencial, administrativo e inclusivo de población con cualidades culturales heterogéneas. Se
muestra un campo o estructura social específica que da cuenta de una
etnogénesis y etnopolítica atacameña en el norte de Chile.
Palabras Claves: Etnicidad, andina, indígena, etnogénesis.
Abstract
This paper proposes a description of the new forms of political subjectivity in the
Age of Multiculturalism. During the last three decades, in Latin America and
Chile ethnic groups have accessed to a new political scenario produced by their
legal recognition. The recognition of the ethnic diversity has been a continental
achievement; however this democratic conquest had to face very early the ethnopolitical conflicts of diversity itself. One thing is diversity as a pluralistic system of
cultural forms, quite another is the complex scenario of interactions and constraints, which makes (or makes not) possible diversity in politics. Therefore, this
study explores the main issues on cultural diversity in Atacama, how ethnicity is
constructed and who are their intervening actors. It also delves into the analysis
of ethnification as an administrative process of differentiation and inclusion of
people with heterogeneous cultural qualities. Thus we attempt to show a field or
a specific social structure that displays an ethnogenesis process and Atacamenian
form of ethnopolitics in northern Chile.
Keywords: Ethnicity, andina, indian, ethnogenesis.
Recibido: Enero 2015. Aceptado: Junio 2015
D Introducción
Este trabajo permite visibilizar la emergencia de sujetos,
escenarios y relaciones sociales que configuran procesos etnopolíticos de diferenciación, muestra las diversas
perspectivas sobre la etnicidad y cómo estas dan fisonomía al “hecho social” de la diferencia cultural.
En el paradigma de la etnicidad como cultura, prima la
idea de etnicidad en un área cultural primordial, y también se presenta la perspectiva constructivista que acentúa el carácter elaborado de las identidades de los grupos
étnicos y cómo en estudios más recientes, el concepto ha
tomado un giro diferente alejándose de las teorías esencialistas para proponer una versión instrumental de lo
étnico, incluso como mercancía.
Por otro lado, la etnicidad puede ser entendida como
una relación social que ocurre en un contexto particular,
transitorio y temporal, y también se erige socialmente en
espacios de frontera cultural. Así, la etnificación en cuanto proceso diferencial, administrativo e inclusivo, sugiere
la idea de que hay agentes que etnifican cualidades socioculturales. Estos administradores de la diferencia en
Atacama serían; líderes indígenas, arqueólogos, etnohistoriadores y antropólogos.
Se mostrará un campo étnico que nos permite visibilizar
la construcción y definición de un sujeto para la política
étnica y un sujeto étnico para la política. Es la aparición
de un espacio social para resolver los asuntos de la diversidad cultural, una estructura donde se organizan las
luchas, conflictos, resistencias y asimilaciones en procesos dinámicos de etnogénesis, siendo este el surgimiento
de una nueva entidad sociocultural, como resultado de
1 Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. Laboratorio de Etnografía. Ignacio Carrera Pinto 1045,
Ñuñoa, Santiago, CHILE. Email: hmorales@uchile.cl .
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procesos de ajuste a los parámetros de integración nacional o mercantil. Debido a ello la continuidad temporal
del grupo se hace difusa. Por esta razón, se indagan a los
actores/agentes y contextos que permiten reconstruir la
génesis atacameña y cómo adquiere su condición étnica
en el imaginario nacional.
La metodología utilizada es eminentemente cualitativa
y apunta a identificar actores sociales y procesos de etnificación ocurridos en la zona del Salar de Desierto de
Atacama en norte andino de Chile. Este artículo se ha
realizado en el marco del programa Laboratoire International Associé (LIA), Archéologie, histoire et anthropologie des
systèmes miniers dans le désert d'Atacama" del Centre National
de la Recherche Scientifique, CNRS. Esta investigación se
inició con un análisis bibliográfico que permitió la revisión de información disponible sobre las perspectivas y
construcción social de la etnicidad, lo que se complementó con datos etnográficos de líderes y comuneros que permitieron generar tipologías y escenarios relevantes para
la política del reconocimiento y las relaciones de poder al
interior de los grupos sociales en Atacama.
D Perspectivas sobre etnicidad
Etimológicamente el término “etnia” proveniente del adjetivo griego ethnikos, que significa "gentil". El adjetivo, a
su vez, deriva del sustantivo ethnos que significa “gente
o nación extranjera”. Sin embargo, a principios del siglo
XVIII, este sustantivo dejó de relacionarse con el sentido
pagano que inicialmente se le asignó, ya hacia mediados
del siglo XX. El uso moderno indica que el vocablo “etnicidad” es una palabra que alude a formas específicas
de diferenciación cultural. Estas han sido abordadas con
distintos matices desde las tradiciones sociológicas, antropológicas y/o políticas (Gellner 1988). En su traducción al latín, el sustantivo ethnos resulta en "natio", vocablo
que también designa a los pueblos bárbaros y lejanos; por
oposición a los romanos que se auto-denominaban populus, y no como natio. Por otro lado, en inglés sólo posee
el adjetivo “étnico” y no el sustantivo correspondiente,
conservando este sentido del Nuevo Testamento: ethnics
significaba “pagano” o “gentil” (Giménez 2006).
Esta trayectoria en el uso del término, ampliamente difundida hoy entre académicos y legos, fue sistematizada
por la sociología norteamericana a través del concepto de
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“etnicidad”. Este vocablo fue usado en 1945 por Warner
Lloyd en The Social Systems of American Ethnic Groups
y luego por David Riesman, quien en 1953 , siguiendo el
legado ya clásico de Robert Park en los inicios del siglo
XX, en la llamada Escuela de Chicago de la sociología interaccionista, se interesa por las limitaciones étnico-culturales en barrios de inmigrantes de las grandes ciudades
de Estados Unidos; espacios donde se erigían verdaderos
ghettos de exclusión social y económica, pero estos ya no
eran los ghettos amurallados de la Edad Media europea.
Estas nuevas murallas corresponden al estigma racial,
cultural y social, la reproducción de la pobreza endémica
y las múltiples asimetrías del poder social implicadas en
las sociedades modernas. La visión interaccionista fue
introducida en la antropología por Frederik Barth, autor
que tuvo influencia en Latinoamérica en la década del
setenta.
En Europa, en cambio, “etnia” ha sido históricamente un
sinónimo de nacionalidad, es ejemplar lo definido por la
tradición alemana como Volksgeist o pertenencia territorial, sea por descendencia o por vínculo de sangre2. Al
mismo tiempo y debido a factores históricos ha operado a
modo de sinónimo del concepto “raza”, sobre todo a partir de la condena y cuestionamiento del nazismo después
de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, esta idea
de reemplazo del concepto de raza por el de etnicidad,
ha provocado que el término se encuentre fuertemente
racionalizado a propósito del racismo y manifestaciones
nacionalistas etnocéntricas.
Mientras en Europa lo “étnico” puede aludir a las antiguas nacionalidades que dieron origen a los modernos
Estados-nacionales, en América Latina alude a pueblos
2 Volksgeist germano es un concepto propio del nacionalismo
romántico que atribuye a cada nación unos rasgos comunes e
inmutables a lo largo de la historia. El nacionalismo cultural o
étnico siempre incluye algunos elementos descendientes de las
generaciones previas e ideas de una conexión cultural entre los
miembros de la nación, sus antepasados y frecuentemente con
un lenguaje común así nacionalidad es hereditaria. El Estado
deriva la legitimidad política de su estatus como hogar del grupo étnico, protector del grupo nacional y facilita la vida social y
cultural, “un Volk debe ser fiel a sí mismo, es decir, a su propia
cultura”, para el nacionalismo étnico moderno está fuertemente
influido por J. G. von Herder (Taylor 2003: 51).
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originarios, grupos descendientes directos de las primeras poblaciones que habitaron el continente. Pese a
que la categoría de "indio" e "indígena" tiene sentidos
múltiples, el concepto refiere a una condición histórica
que emerge de la conquista hispánica y de su posterior
proyección poscolonial en las repúblicas criollas (DíazPolanco 2006; Degregori 2004; Bartolomé 2004; Boccara 2002). Lo étnico se vincula, pues, a un esquema
de dominación que se extiende desde el estigma de la
identidad cultural degradada al sometimiento político y
la exclusión socioeconómica (Stavenhagen 1992, 2000,
2001; Foerster 1999; Bello 2004; Hopenhayn 2005;
Vergara et. al. 2013).
Esto ha llevado a que el término "etnia" sea usado, por lo
general, como un eufemismo para "raza" o un sinónimo
para grupo minoritario, e incluso para designar a grupos
nacionales. Este sesgo etnocéntrico del término “etnia”,
que tiende a infiltrarse furtivamente incluso en el lenguaje académico, implica que todos los grupos pueden
ser étnicos dentro de una comunidad, menos el grupo
que tipifica, ya que éste es el que clasifica a todos los demás. Dependiendo de los enfoques teóricos usados, las
operaciones conceptuales nos llevarán a distintas explicaciones sobre el fenómeno étnico; así la etnicidad será
sinónimo de cultura o frontera cultural.
Etnicidad como cultura
En este paradigma, prima la idea de etnicidad como
equivalente a la identidad cultural, en una operación
epistemológica que concibe la cultura como cerrada, homogénea y ubicada en un área territorial. Este afán culturalista, si bien eficiente en su propósito de dar visibilidad
y legitimidad a grupos culturales subalternos, ha tenido
un costo significativo. Justamente el proyecto político
de los estados nacionales ha sido y es la construcción de
sujetos sociales ajustados a las hormas de las políticas
públicas de integración social. Por otro lado, la idea de
una “identidad étnica” supone resolver el fuerte contrasentido entre el concepto etnia en su sentido de “diferencia cultural” o extranjería, y la idea de identidad del latín
"identitas", derivado de "ídem" que significa "lo mismo".
Esa operación simultánea de semejanza y diferencia concluye como resultado con la idea de una identidad colectiva extranjera, más o menos homogénea, traducible y
visible.
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A inicios del siglo XX, los rasgos culturales materiales u
“objetivos” de un empirismo ingenuo, demostró ser ineficiente —puesto que pretendía definir “lo distintivo”
basándose en elementos materiales y simbólicos provisorios que cambiaban con el tiempo. Fue Max Weber
(1922), quien explicó a los grupos étnicos como colectivos que poseen una creencia subjetiva en un origen
común, fundada en la apariencia o en alguna base que
sustentaría su proceso de comunalización. Esto es independiente de que exista o no una real comunidad de
sangre. Para este autor, el grupo étnico no constituye una
comunidad en sí misma, sino un momento que facilite
el proceso de comunalización, definiendo a los grupos
étnicos como:
“aquellos grupos humanos que, fundándose en la semejanza del hábito exterior y de las costumbres, o de ambos
a la vez, o en recuerdos de colonización y migración que
abrigan una creencia subjetiva en una procedencia común” (Weber 1944: 318).
Así, la creencia en una comunidad de sangre con un sentimiento de honor específico —el étnico— gatilla en Max
Weber las alusiones claras al carácter artificial y construido de las tribus y de los grupos étnicos. Dentro de esa
perspectiva no están ausentes aquellos investigadores
que han entendido la etnicidad como una extensión o
metáfora de las relaciones de parentesco, en la medida en
que un grupo étnico tiende a asumir una ascendencia común o cree compartir lazos de sangre (Weber 1944; Murdock 1957; Narroll 1964). En estos autores se aprecia la
emergencia sociológica del modelo social constructivista
de la etnicidad. Los grupos étnicos serían “lo que la gente
cree o piensa ser”; mientras que la identificación étnica
se construiría tanto fuera como dentro de la interacción
entre grupos. Aún hoy, la idea de los grupos étnicos como
colectivos naturales, reales, inmutables, estables y casi
estáticos se mantiene vigente. En tanto, objeto de estudio, cada grupo produce un continuum esencial de mitos
y rasgos o conocimientos, donde el elemento central es
la preservación y la supervivencia del grupo que se siente
amenazado, pues habitualmente los conflictos parecen
provenir del mundo exterior al grupo étnico que se analiza (Sollors 1991).
Perspectiva primordialista. Se suele identificar a E. Shils
(1957) como el primero en sugerir la noción de primorNº 53 / 2016
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dialismo para fundamentar su propuesta acerca de la
importancia de los grupos primarios en la configuración
de las sociedades complejas. Grupos que hacen a los seres humanos orientar su conducta a partir de los fuertes vínculos de solidaridad que generan. Sin embargo,
también es frecuente atribuir a C. Geertz (1963,1993)
la sistematización de esta perspectiva en su análisis de
la constitución de los nuevos Estados nacionales, donde
comúnmente los grupos étnicos se confrontan con las
instituciones estatales, es decir, el nuevo orden civil se
convierte en una amenaza para las identidades étnicas
tradicionales, con solidaridades ligadas a la sangre, lengua y creencias. Elementos que son calificados como “un
producto de la activación de sentimientos primordiales
vagamente definidos” (Geertz 1963: 105). Según el autor,
los vínculos primordiales revisten ciertas características
típicas: se presentan como “datos” a priori rebeldes a todo
análisis; son percibidos como algo inefable, poderoso,
coercitivo y sobre todo, son capaces de generar fuertes
emociones y afectos. La propuesta de Geertz 1997 [1973]
plantea que una de las dificultades de los nuevos Estados
surgidos de la descolonización, es la persistencia de vínculos primordiales que dificultan la adhesión a un Estado
percibido burocrático, civil, frío y abstracto. Se trata, por
lo tanto, de un clásico problema de lealtades que se expresa en diversos tipos de solidaridades grupales. Posteriormente, Walter Connor sostendrá que sin el concepto de
“vínculos primordiales” no entenderíamos, por ejemplo, la
fuerza irresistible de los etno-nacionalismos tan frecuentes en los estados multinacionales. En efecto, “la nación
se construye siempre a partir de una comunidad étnica”
(Connor 1994: 206).
No obstante lo expuesto, creemos aquí que el debate entre los primordialistas y sus críticos se sustenta en un falso debate. En efecto, no se puede negar la especificidad de
los vínculos étnicos en comparación con otros vínculos
como los civiles, políticos y de clase, entre otros. La etnia
es un grupo de parentesco ampliado. No importa que sea
real o ficticio, lo que le confiere la fuerza coercitiva es un
deber moral para con “los suyos” y una fuerza emocional
que despierta el simbolismo de los vínculos de sangre y
de familia (Isaacs 1975). Pareciera ser que el primordialismo, tan criticado, es una consecuencia de la definición
política de la etnicidad en términos de “consanguinidad”.
El mayor reproche al primordialismo es la idea de sociedades cerradas y estables.
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Perspectiva constructivista. Por otra parte, las teorías constructivistas acentúan el carácter elaborado de las identidades de los grupos étnicos, en cuya constitución se
evidencian componentes históricos, lingüísticos, culturales e imaginarios. La idea de construcción social en
la línea de análisis de P. Berger y T. Luckmann (1973),
constituye un enfoque particularmente útil para el estudio de procesos de etnogénesis y de etnificación tanto
histórico como contemporáneo (Roosens 1989). Esta
perspectiva se nutre de formulaciones teóricas referidas
a la formación de naciones a partir de la “invención de
la tradición” de E. Hobsbawm (2002) o de las “comunidades imaginadas” de B. Anderson (1993). Pero los
constructivistas a ultranza tienden a ignorar el hecho de
que etnias y naciones no son unidades equivalentes; aunque sí constituyen comunidades culturales que pueden
ser similares al poseer identidades exclusivas. La mayor
diferencia radica en que la nación es una colectividad de
identificación construida por un Estado y sus aparatos
hegemónicos, mientras que, las etnias sin Estado, por lo
general, carecen de canales de comunicación generalizado que favorezcan el compartir tradiciones inventadas o
imaginar una existencia comunitaria producto de la convivencia cotidiana o de una ancestralidad compartida. Es
así como en el marco de los procesos de modernización,
lo étnico puede estar en un sentido vinculado a formas
de integración o exclusión social, pero también puede
referirse a los procesos de construcción social de una
alteridad o a un esquema bio-político de agrupamiento
y organización social en torno a la idea (real o imaginada) de grupos consanguíneos extendidos. A lo anterior
se suma que lo étnico también se asocia con membrecía;
vale decir, con la pertenencia a un grupo específico sea
por proximidad territorial, lazos históricos o vínculos
culturales y/o religiosos (Anderson 1993). Los seguidores
del constructivismo intentan destacar el carácter procesual del desarrollo de las ideologías étnicas que tienden
a asumir referentes emblemáticos, tanto materiales como
simbólicos, para legitimarse ante los grupos con los cuales se confrontan.
Perspectiva instrumental. Otra perspectiva teórica ligada
al constructivismo es la instrumentalista, tendencia en
cierto modo predominante a partir de las propuestas de
A. Cohen (1974), y de N. Glazer y D. Moyniham (1975).
Para los instrumentalistas, la identidad étnica es básicamente un recurso para la movilización política, la cual
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es manipulada para obtener determinados fines. Glazer
y Moyniham fueron de los primeros en señalar que un
grupo étnico funciona precisamente como un grupo de
interés. Cohen, autor clave del instrumentalismo, define
taxativamente al:
"grupo étnico como una colectividad con intereses en
común, que manipula sus formas culturales (parentesco,
mitos, ritos, etc.) para competir o defender dichos intereses” (Cohen 1974: 308).
Aquí, la etnicidad aparece como una contingencia transitoria y no en tanto un dato en sí mismo. Esta explicación
resultó muy útil para los comportamientos étnicos en
ámbitos migratorios urbanos y luego fue desafortunadamente generalizada. El uso estratégico de la etnicidad
juega un papel fundamental en el mantenimiento de las
identidades de acuerdo con las circunstancias. Dicho uso
se expresa en el esfuerzo consciente de líderes, individuos y comunidades en pro de la movilización de signos
étnicos para acceder a recursos y derechos económicos,
sociales y culturales.
Etnicidad como relación
El paradigma relacional propone una forma de organización más cambiante, transitoria y contextual, orientada
a regular la interacción social a través de la organización
de la diferencia y la auto adscripción. Por lo que las identificaciones étnicas resultantes no se vinculan necesariamente a un patrimonio cultural exclusivo. La categoría
frontera o límite aparece así como un rasgo fundamental
de lo étnico, ya que la misma existencia del grupo depende de la pertinencia de sus límites. El enfoque generativo
o interaccionista, acuñado por Fredrik Barth (1976) y
ampliamente difundido por su carácter dinámico e interactivo, disocia al grupo étnico de la tradicional relación
con una cultura específica. Las identidades se erigen para
contrastarse, de manera tal que: a) los grupos étnicos deben considerarse una forma de organización la organización social de las diferencias culturales. Esto quiere decir
que hacia adentro y hacia fuera del grupo, las relaciones
sociales se organizan a partir de diferencias culturales,
b) tales diferencias culturales no se suponen objetivas;
están subjetivamente definidas y seleccionadas como
significativas por los actores sociales. De esta manera se
clasifican a sí mismas y a la vez son clasificadas por otros
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con fines de interacción, he aquí la importancia central de
la auto adscripción y de la hetero-adscripción categorial
en la teoría de Barth, c) la identidad étnica se constituye
y transforma en la interacción de los grupos sociales mediante procesos de inclusión-exclusión, los cuales establecen fronteras entre dichos grupos, definiendo quiénes
pertenecen o no a los mismos, y d) la identidad de los
grupos étnicos se define por la continuidad de sus fronteras, a través de procesos de interacción inter-étnica, y
no por las diferencias culturales que, en un momento determinado, marcan o definen tales fronteras. O, dicho en
otros términos, pueden variar los “emblemas de contraste de
un grupo” sin que se altere su identidad, en efecto;
“gran parte del contenido cultural que en un momento
determinado es asociado con una comunidad étnica no
está restringido por estos límites; puede variar, puede ser
aprendido y modificarse sin guardar ninguna relación
crítica con la conservación de los límites del grupo étnico” (Barth 1976: 49).
Si bien las categorías étnicas presuponen diferencias y
marcadores culturales, no se puede suponer una simple
relación de equivalencia entre las unidades étnicas basada exclusivamente en la observación de similitudes o diferencias culturales. El aporte del enfoque étnico a partir
de Barth supone que, a pesar de compartir marcadores,
los grupos establecen relaciones de distinta jerarquía o
importancia con cada uno de ellos. Por lo tanto, en vez
de hacer desaparecer las diferencias culturales que existen entre ellos, los mismos marcadores pueden hacer que
se refuercen (Barth 1995). Ciertos elementos culturales
ejercen como marcadores de diferencia. Su importancia
aparente va cambiando conforme se modifican las relaciones del grupo cultural al que pertenecen y el contexto
en que dichas relaciones se dan. El grupo —tal y como se
reconoce— existe por su contraste con el otro; contraste
que se expresa por medio de los marcadores culturales:
organización, religión, lengua y territorio entre otros.
La pertinencia de este enfoque, apunta a la irrelevancia en
que quedan los aspectos culturales, ya que si nos atenemos estrictamente a lo organizacional, cualquier grupo
corporativo podría ser considerado en términos étnicos.
Incluso E. Roosens (1989) apunta a que la noción de
frontera, punto focal en el análisis de Barth, supone que
este tipo de límites a la interacción puede generar identiNº 53 / 2016
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dades, pero no necesariamente identidades étnicas. Las
críticas a este enfoque se asocian al riesgo implícito de no
poder distinguir las identidades étnicas de otro tipo de
identidades sociales como las locales o regionales.
Es por ello que H. Vermeulen y C. Govers (1994: 3) sugieren que la identidad étnica remite precisamente a “la
conciencia de la diferencia”, siendo a la vez una expresión
y una parte de la cultura. Entonces resulta necesario distinguir entre conciencia e identidad étnica. Se dijo antes
que la identidad remite a la idea de unidad. En cambio la
conciencia étnica remite al reconocimiento de la diferencia. Algo así como;
“las manifestaciones ideológicas del conjunto de las
representaciones colectivas derivadas del sistema de
relaciones interiores de un grupo étnico, las que se encuentran mediadas por la cultura compartida” (Bartolomé 2004: 71).
Se trata de otorgarle un papel específico, en las configuraciones identitarias, a los referentes culturales derivados
de la socialización y a las relaciones contrastivas. Las que
en conjunto influyen en el tipo de definición del “nosotros étnico”3.
“el conjunto de repertorios culturales interiorizados (representaciones, valores, símbolos) a través de los cuales
los actores sociales (individuos o colectivos) demarcan
simbólicamente sus fronteras y se distinguen de los demás actores en una situación determinada, todo ello en
contextos históricamente específicos y socialmente estructurados” (Giménez 2000: 28).
Por lo general, se trata de grupos sociales cuya lógica cultural se aprecia a veces difusa e incomprensible y en cuyos
sistemas organizativos juega un papel relevante el parentesco u otras formas asociativas y solidaridades internas.
Son sociedades que, en general, han sido definidas desde
afuera de ellas mismas e históricamente utilizada por sociedad dominante para designar a grupos culturalmente
diferentes. Por ello, la etnia y la etnicidad son etiquetas
científicas clasificatorias, es decir, un rótulo o término
exógeno a las culturas identificadas.
Se consigna por último el “etnicismo” como negativo en
cuanto es la exacerbación del otro como algo exótico y
190
fetichizado, en un proceso vinculado a la visibilidad mercantil, es decir constituir la alteridad en un producto, que
no logra concretarse, pues es un estereotipo, un imaginario (Comaroff y Comaroff 2011). El mercado da visibilidad a un fenómeno virtual asociado a dicotomías nativo
versus lo limpio, sustentable versus modernidad industrial tóxica, etc. Consecuentemente, en ciertos casos
incluso aparecen procesos de teatralización o creación
cultural para contestar al deseo de exotismo del consumidor que ciertos autores han llamado la “alienación de
la cultura”4. En suma, la etnicidad, como lo concluyen los
Comaroff, resulta ser un fenómeno muy complejo, que
tiene velocidades y grados diversos, que es diferente en
cada situación y que está siempre cambiando.
Etnicidad atacameña
En los últimos treinta años, tanto líderes indígenas como
investigadores y académicos han entrado en un nuevo
escenario político, producido por su reconocimiento jurídico multicultural5. Con este nuevo estatus jurídico las
prácticas culturales de los atacameños adquirieron una
legitimidad mayor, pero una cosa es la política y otra, muy
distinta, el complicado escenario del reconocimiento de
3 Esta idea de estructuras específicas que acogen un conjunto de
relaciones interculturales nos puede remitir a la idea de “Habitus”. Es decir, estructuras predispuestas a actuar como estructurantes, que no sólo sirven para distinguir un nosotros de los
otros; sino que también sirven para organizar la vida de nosotros, ya que, es el papel central de todo sistema cultural (Bourdieu 1990).
4 Según los Comaroff (2011, 2013), esta nueva etnicidad posee
siete dimensiones: (i) la biologización de la pertenencia, (ii) los
procesos de etnogénesis a partir del mercado (objetivación y visibilización de las prácticas culturales), (iii) la aparición del capital
de riesgo y del capital externo, (iv) el hecho que las etnoempresas no siempre están sostenidas por el contenido de la diferencia cultural, (v) la afirmación de la soberanía propia siempre en
detrimento de la del Estado (luchas legales), (vi) el reclamo de
un territorio (incluso virtual), y (vii) una dialéctica entre la mercantilización de la cultura y la incorporación de la identidad.
5 Lo multicultural es el hecho social de la diferencia, el multiculturalismo es una intención política de la integración de la
diferencia y la multiculturalidad es una identidad que conduce
políticamente las relaciones sociales de la diversidad (Zambrano
2002).
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Etnopolítica atacameña: Ejes de la diversidad
la diferencia (Zizek 1998; Kimlicka 1996). El multiculturalismo en Chile6 puede identificarse en la resolución de
la “cuestión indígena” que se abrió camino a raíz de cambios de gran envergadura, como la constatación jurídica
de culturas tradicionales, la emergencia de movimientos
sociales que promueven estilos de vida alternativos, las
reivindicaciones etno-nacionales o la intensificación de
los fenómenos migratorios. Estos fenómenos sociales
emergentes pusieron en aprieto la homogeneidad, la universalidad de las estructuras y las representaciones de la
sociedad. Como consecuencia, se produjo un tránsito de
la unicidad a la diferencia que provocó el surgimiento de
un conjunto de nuevas problemáticas políticas.
Para la comprensión de lo étnico atacameño, como equivalente a la identidad cultural atacameña, se instala una
operación epistemológica que concibe la cultura en un
área, es un lugar donde todos los habitantes pertenecientes al grupo tienen cualidades más o menos similares
en lo cultural. Aún hoy, la idea de “lo atacameño” como
colectivo natural, real, inmutable, estable y museístico se
mantiene vigente. Algunos líderes e instituciones académicas producen y reproducen un continuum primordial
de mitos y conocimientos, donde los elementos centrales son la preservación y supervivencia atacameña. Otra
perspectiva es la constructivista en Atacama que logra
dar cuenta de los procesos de construcción social de alteridad —por consanguinidad, proximidad territorial,
lazos históricos o vínculos culturales y/o religiosos—
permite configurar la unidad cultural. Así, por ejemplo,
el ayllu o la comunidad indígena, es un esquema biopolítico de agrupamiento, una organización social (real
o imaginada) de grupos consanguíneos extendidos con
una membrecía particular. Esta estrategia constructiva
nos da la unidad atacameña, pese a las diferencias entre
los distintos grupos que habitan Atacama.
En cambio, bajo la perspectiva interaccionista, lo Atacameño se muestra hacia afuera como la adscripción que
da unidad a todos los pobladores de Atacama, pero hacia
adentro se reconoce que sólo los pobladores de San Pedro de Atacama serían los atacameños y se agregan dos
grupos importantes, los collas y quechuas, ambas denominaciones rotuladas por los atacameños de San Pedro
de Atacama. Estos últimos (quechuas/collas) negarán
estos apelativos y se auto adscriben a los gentilicios derivados del nombre de sus pueblos de residencia o locali-
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dades. Así “lo atacameño” es una forma de organización,
la organización social de las diferencias con su entorno
nacional. Tales diferencias no son sólo rótulos externos
respecto al color de piel, vestimenta o formas de hablar,
sino que están subjetivamente definidas y seleccionadas
como significativas por los actores sociales indígenas,
quienes se clasifican a sí mismos y a la vez, son clasificados por otros con fines de interacción. La etnicidad
atacameña se transforma en la interacción con los grupos
sociales, mediante procesos de inclusión-exclusión, donde se establecen los parámetros de integración a la etnia
(Morales 2013).
El etnicismo atacameño, por otro lado, nos permite entender y aglutinar fenómenos asociados a la defensa de
los derechos intelectuales y territoriales por parte de las
organizaciones y movimientos indígenas atacameños
que han revitalizado imaginarios sobre el antiguo y preexistente orden social atacameño y su consiguiente control/ dominio sobre sus territorios. Así, la judicialización
de la vida social se vincula a la defensa legal, litigante ante
los tribunales de justicia, la formalización de los derechos
de propiedad sobre lugares, prácticas y objetos culturales
(textiles, arte rupestre, bailes, imágenes iconográficas,
etc.). Esta hegemonía de la propiedad intelectual en una
economía de la diferencia cultural, reafirma y fortalece la
naturalización de la identidad como una forma más de
propiedad individual o colectiva. Ello se ha expresado en
6 Al asumir el nuevo Gobierno de la Concertación en 1990, se crea
la Comisión Especial de Pueblos Indígenas (CEPI). Su objeto era
realizar programas y proyectos que aporten al desarrollo integral
de los pueblos indígenas como parte integrante de la sociedad
chilena, y muy especialmente, a fin de estudiar y estructurar
las propuestas formuladas por las organizaciones indígenas y
plasmarlas en una propuesta legislativa. La aspiración de las organizaciones indígenas fue su reconocimiento como tales, y la
exigencia de que este reconocimiento valorará su cultura y diversidad como integrantes de la sociedad chilena, pero respetando
sus particularidades. La CEPI inició un proceso de discusión
de los contenidos de la nueva legislación en forma participativa
que culmina en un Congreso Nacional de Pueblos Indígenas en
enero de 1991. La primera información que recibieron los pobladores de Atacama respecto de la Ley Indígena número 19.253,
aprobada en Septiembre de 1993, se refiere a iniciar un proceso
de inscripción de los, hasta ese momentos, “poblado” o “localidades” en “Comunidades Indígenas Atacameñas”.
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diversos conflictos etno-ambientales, oposiciones legales y recursos de protección en Pampa Colorada, Géisers
del Tatio, exploraciones mineras, instalaciones de hoteles
y obras viales, entre otros.
Recapitulando, cada una de estas perspectivas mencionadas nos brinda una posible explicación sobre el
fenómeno étnico atacameño. Detrás de cada opción
metodológica y teórica hay axiomas que dan sustento al
fenómeno mismo de la etnicidad. Nuestra elección es la
unidad dada por las relaciones y fronteras interculturales,
las que tienen mayor capacidad explicativa de la dinámica
étnica atacameña.
D La etnificación atacameña: Proceso
diferencial, administrativo e inclusivo
Con los conceptos aquí expuestos, examinaremos la
pertinencia desde la perspectiva relacional, para el caso
de la emergencia de la etnia atacameña; en cuanto,
contexto y vínculos sociales que generan las organizaciones sociales a partir de las diferencias históricas
proyectadas a través de dinámicas socio y etno políticas
entre los distintos grupos sociales existentes en Atacama. El sujeto social atacameño bajo esta perspectiva es
cambiante, transitorio, contextual y temporal, lejos de
un sujeto estable, fijo y de una larga trayectoria naturalizada y primordial. Proponemos una definición operativa a la etnificación como la acción de dotar de sentido
racional a la diferencia cultural difusa, para luego normalizar y transformar lo incognoscible a entendible. Es
el acto de historizar, sociologizar y antropologizar la
diferencia, se trata de generar un verosímil, un estrato
de información y de sentido sobre lo atacameño. Se sugiere que hay agentes que integran la diferencia a través
de la etnificación, es decir, dan una fisonomía específica
a los cuerpos sociales como conciencia, identificación,
percepción o prácticas sociales con sentido cultural.
Esto conforma una comunidad imaginaria unida ya sea
por redes de parentesco, solidaridades locales, por memorias u olvidos socialmente compartidos (Anderson
1993; Escolar 2007).
quienes dan visibilidad y sentido a las cualidades culturales incomprensibles o simplemente irracionales antes
personas externas a este grupo estudiado.
Los líderes Atacameños. Son un agente clave en la administración de la diferencia cultural. En Atacama se pueden
identificar líderes indígenas de distintas jerarquías y
competencias, como los líderes comunitarios, sociales,
políticos y étnicos (las notas mostradas acá son recogidas
de los cuadernos de campo propia 2010-2014).
Al respecto un Consejero Nacional Atacameño dice:
“Establezco una diferencia básica, los dirigentes de siempre son nativos de los pueblos, criados por sus abuelos en
el campo, conocedores de los rituales y el conocimiento
ancestral, que buscan mejorar condiciones y necesidades
inmediatas y concretas”.
Los Líderes Comunitarios son dirigentes de las localidades, elegidos democráticamente por miembros de la
comunidad indígena. Una gran cantidad de ellos son
mujeres, debido en parte a la particular dinámica de movilidad laboral masculina de la zona. Su competencia se
asienta en las relaciones de parentesco y vecindad, con
una fuerte identificación localista y solidaria. Estos líderes median conflictos internos propios de las familias.
Son agentes de competencia local, buscan la obtención
de recursos para la comunidad ante las agencias gubernamentales y privadas, también ante los líderes sociales
y políticos atacameños. Más cercanos a las formas tradicionales de representación local, o al menos heredera
de ellas, estos líderes surgen desde la base no tanto de
sus capacidades, sino más bien por el cumplimiento de
deberes con la comunidad, siendo una representación
rotativa. Un dirigente de la comunidad de Talabre nos
menciona que:
“después con la Ley Indígena se nos dijo que todos éramos atacameños, por eso hemos recibido más beneficios,
se ha invertido en agua, luz y alcantarillado, en mejorar
las semillas para las siembras y mejorar la crianza de los
animales”.
Administradores de la diferencia en Atacama
Estan constituidos por diversos actores, como líderes indígenas, arqueólogos, etnohistoriadores y antropólogos,
192
Este tipo de liderazgo tiene una vocación de reivindicaciones y demandas muy concretas, asociadas a las necesidades vitales de la población representada.
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Por otro lado, encontramos a los Líderes Sociales, básicamente los fundadores del movimiento atacameño con
una vasta trayectoria de lucha por las demandas indígenas, que se han movido en períodos dictatoriales y democráticos. Estos movilizan instrumentalmente demandas
sectoriales, básicamente socioeconómicas, ante las agencias de gobierno y privadas. Su competencia se asienta en
las relaciones políticas y sociales intercomunitarias con
una fuerte identificación corporativa de lo atacameño.
La particularidad de este estrato dirigencial es el manejo
y movilización de recursos y proyectos hacia las comunidades, hecho que les genera a los líderes sociales un
beneficio de estatus y ciertos privilegios hacia ellos, sus
familias y su comunidad. Una dirigenta social del Ayllu
Conde Duque nos narra un episodio histórico:
“...—recuerdo— lo primero que hace el gobierno militar
es estimular la inscripción individual de este recurso, una
de las primeras actividades como dirigente fue un catastro de las Mercedes de Agua inscritas. Hasta ese momento, toda nuestra gestión vecinal giró en torno a la no
inscripción individual del recurso por una inscripción comunitaria. Esto fue un éxito, puesto que no se inscribieron individualmente, contrariando a las autoridades de la
época y recién el año 96 se inscribe comunitariamente”.
Claramente el agua es vista como un recurso económicosocial que une al pueblo Lican Antay, a través de una demanda muy sentida por la población transversalmente.
Un particular liderazgo lo sustentan los mediadores
políticos atacameños. Son parte de la burocracia atacameña y su naturaleza es distinta a los anteriores, por lo
general, son profesionales universitarios con cierta capacidad de negociación de demandas socioeconómicas.
Estos líderes ajustan instrumentalmente las políticas
gubernamentales o privadas con las demandas atacameñas, logran alinear estratégicamente esas demandas con
los requerimientos de las agencias estatales (CONADI,
INDAP, CONAF y SERNATUR) y empresas privadas
(mineras y turismo). Bajo algunas circunstancias pueden
ser verdaderos operadores o cultural bróker, estos suelen
ser los que controlan las relaciones partidarias, de hecho
son los operadores políticos comunales o regionales. A
veces, no resulta claro si son agentes de partidos políticos
o representantes de organizaciones indígenas. Por lo demás, el desempeño de su rol no carece de tensiones con
193
el grupo de base que les da legitimidad y sustentación.
Este liderazgo, en particular, está sometido a fuertes presiones desde la base y se sostiene en gran medida por el
éxito en sus gestiones y la capacidad de redistribución de
los beneficios. Por ello es parte de su estrategia “negociar
dentro de lo posible”, para obtener beneficios frente a los
diversos agentes estatales y privados, con legislaciones
desfavorables, en condiciones de abierta desigualdad7.
En la actualidad, se da la emergencia de nuevas formas de
poder concomitante y el surgimiento de prácticas contrahegemónicas, desde las propias organizaciones atacameñas y de una elite indígena como:
“Tanto fiel mensajero de su pueblo frente a los servicios
públicos, tanto traductor de las directrices de estado frente a los miembros de su pueblo, ocupa una posición de
cultural bróker” (Boccara y Bolados 2008: 184).
Este concepto nos permite identificar un actor estratégico en la etno-política atacameña y nos inserta en la
complejidad del multiculturalismo, “derechos diferenciados en función de la pertenencia a un grupo” (Kymlicka
1996: 25).
Un último dirigente es el Étnico, defensor de los derechos de tercera generación y ambientalista, es parte de la
performance nativista que captura un discurso civilizatorio
bajo el prisma del primordialismo y esencialismo cultural. Es un líder moderno con redes sociales internacionales, defensor de los acuerdos y tratados internacionales.
7 Tanto los líderes sociales como los mediadores políticos, en la
actualidad, son parte integrante de la burocracia atacameña
fundamentalmente sanpedrina. La antigua militancia indígena unida a tecnócratas se moverá, desde fines de los noventa,
al alero de la municipalidad de San Pedro de Atacama y de las
agencias gubernamentales que financian programas sociales
de desarrollo indígena en la zona. Estos mediadores políticos
se encuentran determinados por su nueva posición dentro de la
etnoburocracia, debiendo transmitir/traducir a los miembros de
su pueblo las líneas de acción del Estado o de las empresas privadas. Su legitimidad dentro del campo burocrático intercultural
depende en gran parte de su identidad, de indígena y de su doble
capacidad por hacer entender “la razón de Estado” a sus coterráneos y transmitir a los funcionarios públicos las especificidades
organizacionales y reivindicaciones sociales de los atacameños.
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Es un líder que defiende con vehemencia los derechos
territoriales y lingüísticos en desmedro de demandas intermedias socioeconómicas, que según este tipo de liderazgo, sólo consolidan la desigualdad estructural en que
vive el pueblo atacameño. Este tipo de líder está lejos de
las agencias gubernamentales y privadas, son asesorados
básicamente por abogados8 ambientales e indigenistas.
El Presidente del Consejo de Pueblos Atacameños (2011)
plantea que:
“...la sabiduría y equilibrio ancestral con los que sabemos
reflexionar y actuar en las problemáticas y nuestro entorno, somos quienes más idóneamente pueden administrar y resguardar tanto los recursos naturales como los
medioambientales”.
Estas tipologías de líderes son dinámicas, en cuanto a
la transitoriedad o temporalidad de cargos y funciones,
existiendo algunos líderes sociales que han participado
por largo tiempo como funcionarios o agentes gubernamentales. También es importante aclarar que los diferentes tipos de líderes se superponen, ya que un líder
comunitario puede asumir como líder social en diferentes períodos o al mismo tiempo, dependiendo de las
circunstancias, pueden asumir diferentes tipos de roles.
Cabe mencionar que existen un conjunto de organizaciones productivas, deportivas y artísticas, entre otras, que
aportan a través de sus expresiones visuales, sonoras y
performática a la construcción de la atacameñeidad.
Los líderes atacameños son actores claves en el movimiento social indígena ciudadano atacameño, son quienes movilizan recursos y acciones colectivas con fines
y propósitos para dar unidad a “lo Atacameño”. Serán
líderes de distintas jerarquías y competencias como los
comunitarios, sociales, políticos y étnicos, los que encabezan los procesos de etno-patrimonialización que involucra tanto la construcción-revitalización de su identidad
indiana (Rivera 1994; Gundermann 2003; Bolado y Boccara 2008; Morales 2014).
Ahora pasaremos a describir a otros administradores
de la diferencia cultural, expertos o académicos con una
fuerte tradición científica.
Los arqueólogos. La arqueología en Atacama recogerá la
tradición de los naturalistas del siglo XIX, contratados
194
por el Estado de Chile para delimitar una unidad administrativa funcional a los intereses de la incipiente nación
chilena9. De esta manera, la reproducción de nominaciones no es casual, ellas responden a matrices clasificatorias-evolucionistas que dotan de un significado cultural
a la palabra “atacameño”. El objeto de estudio inicial de
la arqueología en Atacama fueron los grupos étnicos,
entendidos como vastos conglomerados, definidos básicamente por criterios lingüísticos, rasgos culturales
materiales, tecnológicos, estilísticos e iconográficos. La
elección del nominativo atacameño puede ser calificado
como pro nacionalista10. El término es el menos indicado
para denominar a los cunza o lickan antay, ya que existen
distintos grupos que además trascienden las fronteras
nacionales entre Argentina, Bolivia y Chile.
Para profundizar en ello, se destaca la discusión ocurrida
en el primer Congreso Internacional de Arqueología en
San Pedro de Atacama (1963), porque pone en el centro
del debate la tesis de continuidad cultural, primordialista, de los atacameños desde tiempos prehispánicos hasta
la actualidad, y la postura de abandonar las categorías
étnicas por la designación de las culturas prehispánicas y
sustituir la denominación más constructivista de Cultura
Atacameña por la de Complejo Cultural San Pedro (Ayala
2006).
En la editorial del primer número de la Revista de Estudios Atacameños, Serracino 1973, nos dice:
8 Estos profesionales juegan un papel técnico muy importante en
los procesos de judicialización de las demandas y reivindicaciones indígenas, convirtiéndose en litigantes especializados en el
derecho internacional de protección de minorías étnicas a través
del cumplimiento de las resoluciones del Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Convenio 169 de la OIT. Estos
abogados indigenistas junto a las organizaciones y líderes indígenas emprenden luchas judiciales sobre derechos colectivos e
intelectuales de sus recursos y patrimonios naturales-culturales, ante las grandes empresas mineras y turísticas de la zona.
9 Expedición arqueológica de Senechal (1904), Schuller (1907) y
Uhle (1903,1918).
10 El vocablo “atacameño”, es una palabra quechua castellanizada
con un gentilicio que alude a la nominación geográfica del lugar
de estos pobladores. En la actualidad existe una comunidad atacameña boliviana de Quetena, cerca de seis comunidades aborígenes atacameñas en Argentina y 27 comunidades indígenas
atacameñas en Chile.
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Etnopolítica atacameña: Ejes de la diversidad
“Algunos autores cuestionan el uso de la palabra atacameña para los periodos prehistóricos anteriores a los escritos coloniales, con el argumento de que es imposible
saber hasta qué punto, en tiempos pasados, esta gente
fue la misma. Creo que también que hoy día son pocos
los arqueólogos que niegan que los rasgos de la arqueología en San pedro de Atacama y sus alrededores son
propios de esta zona, vale decir, que no se encuentran en
otros lugares en las mismas dimensiones cuantitativas y
cualitativas y en una forma continua a través del tiempo
aun cuando el pueblo cambie sus costumbre e incorpore otras de las culturas vecinas. Por tanto es justo que se
use la palabra atacameña para los periodos prehistóricos,
si aún se duda de la validez de este argumento queda el
hecho que los atacameños existieron y ocuparon un territorio determinado en tiempo históricos, por tanto, los
yacimientos que se encuentran en el área ocupada por
ellos son arqueología atacameña en el sentido en que se
habla hoy de arqueología chilena” (Serracino 1973: 3).
La idea de continuidad cultural llevó a organizar un modelo de desarrollo o evolución cultural donde se enfatizó
en la cultura material atacameña. A principios de los 90,
con ciertas modificaciones, las investigaciones arqueológicas retomaron categorías étnicas en los trabajos sobre
prehistoria regional, postulando una continuidad cultural entre las sociedades prehispánicas tardías, los indígenas coloniales y contemporáneos (Uribe et al. 2003;
Agüero et al. 2006).
La yuxtaposición del saber experto e indígena, más lo
divulgado por el primer gobierno de la Concertación Democrática post dictadura, contribuyó al reconocimiento
de la etnia atacameña para su inclusión en la Ley Indígena 19.253. Los líderes y organizaciones atacameñas presentaron publicaciones arqueológicas que avalaron su
presencia en estos territorios desde tiempos prehispánicos. En este contexto, el discurso arqueológico ha contribuido a legitimar, desde la autoridad que impone la
ciencia, los procesos de diferenciación de distintas colectividades indígenas del país. Al respecto, cabe mencionar
que es recurrente la utilización de datos arqueológicos en
las solicitudes de constitución de las comunidades atacameñas, tal como se puede apreciar en la documentación
entregada a las agencias de gobierno (Ayala 2006).
Lo atacameño activa procesos que responden a una apa-
195
rente unidad y es recogido, en la actualidad, por líderes y
organizaciones indígenas para dar nombre a la etnia. La
alcaldesa de San Pedro de Atacama nos menciona que:
“…nosotros no somos aymaras, por información de
nuestros propios abuelos11 y también por estudios arqueológicos del Museo Gustavo Le Paige (…) no éramos
ni aymaras ni quechuas y que nos reconocíamos como
atacameños”.
Este fragmento nos da cuenta de dos fuentes de autoridad
e información para esta líder: tanto los estudios arqueológicos del Museo Gustavo Le Paige como sus propios
abuelos como fuentes validadas, quienes dan los argumentos para diferenciarse de otros grupos vecinos como
los aymaras y quechuas ante la Ley Indígena (1994).
Los etnohistoriadores. Los antecedentes etnohistóricos dan
cuenta de una activa presencia de grupos culturales en
distintos puntos colindantes a los denominados tempranamente “atacamas” (Bibar 1558; Oviedo 1557) por sus
vecinos chichas, aymaras, omaguacas y calchaquíes cada
uno con su propia lengua (Salas 1945; Lozano 1581; Serrano 1947).
Jerónimo de Bibar (1558) sobre Atacama dice:
“Las casa en que abitan los indios son de adobe y dobladas con sus entresuelos hechos de gruesa bigas de
algarrobas, qu´ es madera rrecia. Son todas/ estas casas
lo alto d´ ella de tierra de barro, a cavsa que no llueve.
Encima d´ esto terrodos, a manera de hornos en que tienen sus comidas (qu´ es mays e papas y frijoles y quinua,
algarroba y chañer, que tengo dicho, del qual tanbien hacen vn gustoso breuaje para beuer e miel)” (Saez-Godoy
1979: 20).
11 Los tata-abuelos, más conocidos como los “antiguos”, señala un
pastor “ellos son los constructores de estancias y Apachetas; los
antepasados, deben ser tratados con mucho respeto”, se tiene la
creencia de que son proclives a enviar males, habitan las peñas
en las quebradas, son los hacedores y constructores de todo lo
que existe humanamente. Los lugares habitados por los antiguos son denominados como “gentiles o gentilares” y se asocian
a los cerros tutelares, denominado malkus o maico (Morales
1997).
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Este fragmento nos muestra algunas características que
hoy llamaríamos sociales. Las casas de adobe y gruesas
vigas de algarrobo, diferentes a otras provincias habitadas por indios, además equipadas con hornos con comida (maíz, papas, frijoles y un brebaje de miel).
Respecto de Atacama, el profesor Martínez (1990b),
constata para el siglo XVI la presencia temporal o estable
de individuos de al menos 17 procedencias étnicas distintas en la región. La gran mayoría de estos datos, sin
embargo, se refieren a casos aislados o que no permiten
suponer una relación institucionalizada regionalmente.
Para el siguiente siglo identifica:
“Uno de los aspectos más fundamentales de la complementariedad atacameña es la interetnicidad: las distintas
estrategias orientadas a diversificar el control de recursos
involucraban a variados grupos étnicos, contribuyendo
así, de manera importante, a la formación de un espacio
macro-regional común” (Martínez 1990b: 13).
Serán las actas judiciales, crónicas y registros coloniales
los que entregarán una determinada fisonomía a la población de Atacama para el siglo XVI, XVII y XIX. Ello
sin duda repercute en los imaginarios colectivos actuales,
como verdaderos insumos para recrear estilos de vidas
indígenas o mestizos (Martínez 1985; Hidalgo 2004;
Sanhueza 2009).
Los antropólogos. Juegan un papel crucial en la construcción de una alteridad o una otredad como reflejo y contorno de los límites de sí mismo. Se genera así un “otro”
traducible y por ende administrable. Sí bien antes se
buscaba fijar identidades puras y separadas, hoy se sistematiza la fragmentación, las identidades fluidas y la
hibridez colonizada, se trata de afirmar y ordenar la diferencia. En tal sentido, se reconocen las diferencias dentro
de una economía general del poder: el triple imperativo
de diferenciar, incorporar y administrar. Por un lado, indagar en la híper diversidad e investigar las operaciones
que han hecho posible la etnización de grupos rurales,
campesinos e indios. Por otro lado, traducir la diferencia
y normalizar contenidos culturales para la integración de
estos a las políticas públicas e intervenciones multiculturales (Grebe y Blas-Hidalgo 1988; Rivera 1994; Castro
1996; Gundermann 2002; Bolado y Boccara 2008; Morales 2014).
196
Sin duda los antropólogos, como expertos de la diferencia cultural y agentes de este campo étnico en Atacama,
no han tenido una presencia tan sistemática en el siglo
XX como la arqueología, sobre todo comparando con la
repercusión de la presencia del Sacerdote Le Paige y el
mismo Museo Arqueológico de San Pedro de Atacama.
Pero su rol en la dinámica de las diferencias en Atacama
en las últimas dos décadas ha sido significativo a través
de los proyectos de investigación internacionales y nacionales, como el Fondo para el Desarrollo de la Ciencia y la
Tecnología (FONDECYT), tambien se destacan las actividades de evaluación ambiental y diagnóstico cultural,
demandados por agencias gubernamentales y privadas
mineras. La antropología ha contribuido desde diversas
perspectivas al entendimiento de un sujeto indígena
fragmentado, complejo y heterogéneo.
Podemos afirmar que estos agentes de la diferenciación
cultural están en un abierto proceso administrativo que
lleva a la inclusión de grupos. De este modo las diferencias culturales son traducidas y puestas en codificaciones públicas para ser gestionadas. Luego serán incluidas
a los circuitos de convivencia multicultural, ajustándose
la normalización de la diferencia a los marcos sociales y
jurídicos vigentes.
Escenario de fricciones y fisuras sociales en
Atacama
En el presente contexto multicultural en Atacama, emergen actores, instituciones y grupos con intereses que
participan activamente en las políticas por el reconocimiento cultural. Trataremos dos casos para aplicar nuestro modelo de análisis.
La fricción12 por el agua en Pampa Colorada. Las fricciones
culturales son situaciones conflictivas que emanan de la
lucha por imponer distinciones específicas sobre los mar12 Frederick Barth (1976, 1995) llama fricción interétnica a una
forma de describir la situación de contacto entre grupos étnicos
irreversiblemente vinculados unos a otros, a través de los conflictos (manifiestos) o las tensiones (latentes) existentes entre
ellos. Estos conceptos nos permiten abrir un espacio a la intensa lucha de los grupos étnicos en contacto, donde se construye
un locus de control mutuo, así ambas partes mantendrán unas
creencias y cambiarán otras.
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cadores culturales en juego (creencias, territorio, formas
de organización, percepciones sobre el entorno, etc.). Las
fricciones en Atacama nos permiten caracterizar los contornos culturales, tanto de los atacameños como de los
grupos involucrados. Estas pueden ser pesquisadas en
las disputas, por ejemplo, entre comunidades indígenas
y empresas mineras. Ambas compiten por el “agua”, recurso esencial tanto para la actividad industrial minera
como para las actividades pastoriles y agrícolas de las comunidades (Bolados 2014; Azocar 2014).
En el Segundo Congreso Atacameño 2008, los comuneros mencionaron que la principal causa de los problemas
asociados al cultivo y la ganadería están en la falta y calidad del agua. La escasez de agua tiene dos tipos de explicaciones, una material y otra simbólica:
“la primera, tiene que ver con la acción de las empresas
mineras y otros organismos que tienen y hace uso exclusivo del agua; la segunda, alude a la pérdida de costumbres, en particular, de los ritos de religiosidad andina
para efectuar ofrendas y pagos a la Pacha-Mama, esto
último afectaría principalmente en la disminución de las
lluvias y con ello el pasto en los campos para alimentar al
ganado” (Segundo Congreso Atacameño 2008: 27).
La pérdida parcial de la ritualidad atacameña y la acción
de las empresas mineras sobre el agua, son una fuente
explicativa del secamiento de vegas y la correspondiente
disminución de recursos forrajeros para las actividades
pastoriles. La solución a los problemas tanto agrícolas
como ganaderos se asocia a una mayor cantidad de agua
disponible y a retomar prácticas rituales-religiosas que
restablecen equilibrios entre la naturaleza y la actividad
humana según sus propios dirigentes. El proyecto “Suministro de Agua Pampa Colorada” entre otros, buscó la
extracción de aguas subterráneas desde acuíferos en una
cuenca altoandina, para abastecer los procesos productivos de la empresa Minera Escondida13. El vicepresidente
de asuntos corporativos de esta minera dice:
“entiendo que en el desierto el agua es un bien escaso”.
Pero agrega que “los derechos de agua que la empresa
quiere utilizar no son aguas actualmente consumidas por
las comunidades o de las cuales estén haciendo uso. No
hay una competencia por los derechos de agua. No tiene
que ver una cosa con la otra” (Jaque 2007: 35).
197
Las comunidades indígenas de Peine, Socaire, Taladre,
Cama y Toconao reclaman a fin de que la juridiccion estatal les reconozca el dominio de esas tierras, en virtud
de los artículos nº12, nº63 y nº3 transitorio de la Ley
Indígena. Sandra Berna, alcaldesa, integrante de la etnia
atacameña, dice:
“cuesta tener agua en la región, mantener los bofedales
es mantener el culto que le rinden al recurso las comunidades atacameñas. Para nosotros el agua no tiene precio,
es de las comunidades de San Pedro y no hay ningún negocio que hacer, sólo cuidarla. Se quieren llevar un gran
tesoro”. Berna asegura que las comunidades y su municipio están en la misma cruzada. “No necesitamos plata,
sino saber que vamos a vivir muchas años más en nuestra
tierra” (Jaque 2007: 35).
La fricción se genera porque para la empresa minera, el
“agua” tiene sólo un valor económico, en cambio para
las comunidades y líderes indígenas, este valor, es también simbólico/esencial/sustantivo. Se está frente a una
disputa, con cierta eficiencia discursiva para las organizaciones indígenas, donde las diferencias culturales se
evidencian en las distintas concepciones respecto de un
mismo recurso, sistematizado por antropólogos e etnohistoriadores.
La politización del movimiento indígena atacameño
representada en su Segundo y Tercer Congreso (2008,
2009), logra transformar la fricción “agua” en “territorio”. Así como antes fue el “agua”, ahora será la idea de
“territorios ancestrales”, conceptos que serán asociados
a un discurso indiano de “armonía andina”, “prístino”,
“hermandad”. Ello será la base para un discurso de lucha
civilizatoria:
“...somos dueños ancestrales de este territorio por el
hecho que hemos estado en estas tierras desde tiempos
inmemoriales. Usando y cuidando sus elementos natu13 Este proyecto tiene capacidad para suministrar un total de 648
millones de metros cúbicos de agua, a una tasa de extracción
media anual máxima de 32,4 millones de metros cúbicos. Lo
que equivale a un caudal de extracción medio anual máximo
de 1.027 litros por segundo. El proyecto implica una inversión
aproximada de 300 millones de dólares y considera una vida útil
estimada inicialmente en 20 años.
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rales en una relación de armonía y hermandad propia de
nuestra cosmovisión andina…...la propiedad ancestral
sobre las aguas que se ubican en nuestro territorio ya que
estas son indispensables para asegurar la vida cultural
y material atacameña” (Segundo Congreso Atacameño
2008: 32-33).
La idea de ancestralidad arqueológica remite a tiempos
inmemoriales, y permite construir la dicotomía valor
económico/ritual. De esta manera se enarbolan grandes
divisiones: naturaleza, limpia, prístina, primordial, esencial, sustancial, nativa e india, versus ciudad contaminada, maldad, artificialidad y violencia, todo reforzado
con un conjunto de artillería conceptual ambientalista
e indianista. De aquí se desprenden estrategias a seguir,
y tomará un lugar central la defensa de los derechos colectivos. De esta manera, se demandará: restitución de
aguas, prohibición de exploración de agua y declarar el
Salar de Atacama como cuenca saturada. Cada una de estas reivindicaciones surgen del campo de la negociación
y se convierten en verdaderos emblemas de etnicidad, no
negociables y constitutivos de un orden atacameño primordial.
Fisuras14, pactos de integración y racismo. Atribuimos la condición de fisura a las consecuencias del pacto social entre
la sociedad atacameña de fines del siglo XIX y el Estado
de Chile, triunfante de la Guerra del Pacífico (1879-1883).
Este pacto implica la chilenización de la zona de Atacama,
que consistió en un conjunto de operaciones clasificatorias destinadas a jerarquizar personas según sus cualidades físicas y sociales, lo que permitió la incorporación y
exclusión de poblaciones de Atacama a la nueva jurisdic-
14 Por otro lado, la idea de “fisuras generativas” de Valenzuela
(1999), diferencia las rupturas sociales e históricas de amplio
alcance, de aquellas fricciones propias del contacto cultural. Se
empleó aquí esta noción como un punto de apoyo para describir
las relaciones étnicas en Atacama, a través de procesos históricos locales como la chilenización. Las fisuras generativas serían
aquellas divisiones sociales perdurables, que tienen un papel
importante en la estructuración de los espacios sociales locales
y que la tienen, en la medida que dan origen a agentes sociales y
a una acción social concomitante con ellas. Lo interesante de las
fisuras es que producen alineamientos de sujetos, definiciones de
propósitos, especificaciones de identidad e identificación.
198
ción nacional chilena. La fórmula que permite este doble
propósito es la distinción chileno/boliviano, atacameño/
colla y atacameño/quechua. Este alineamiento estratégico de sujetos permitió ubicar a los atacameños como propietarios agrícolas integrados a una vida nacional en San
Pedro de Atacama, y al mismo tiempo negar la integración de collas y quechuas al ser considerados extranjeros.
Pese a la no integración formal de collas y quechuas, estos
grupos fueron y son parte fundamental del orden atacameño. Orden que se levanta sobre una estructura social
clasista y racista (Barros 2008), que jerarquiza en base a
comportamientos o hábitos (lingüísticos reproductivos,
alimenticios o vestimenta, entre otros) y por supuesto
también por el color de piel.
La sociedad atacameña, lejos de ser un grupo homogéneo, está cruzada por fuertes divisiones sociales dentro
de una disposición jerárquica que permite la visibilidad
de grupos integrados y otros menos proclives a la integración. Estos últimos descalificados, según los testimonios recopilados, por sus conductas refractarias al orden
moral y jurídico nacional chileno. Nos referimos a los
grupos denominados collas de la puna de Atacama y a los
quechuas de la cuenca El Loa, todos reunidos bajo la categoría de “boliviano” o "extranjero". Cabe mencionar que
dicha descalificación no sólo responde a agrupaciones
sociales específicas, sino también a comportamientos individuales y sociales asociados a borracheras, mal hablar
del castellano, higiene personal, vestimenta y alimentación, entre muchos más (Morales 2013, 2014).
A partir de lo expuesto proponemos una etnogénesis atacameña como paradójica, pues tiene una doble factura:
es molde de integración y exclusión, lo que solo es posible en un lugar donde conviven varios grupos culturales.
Además no es posible abstraerse a la mercantilización de
la vida cotidiana a raíz del impacto del turismo y la minería en la zona. Los procesos de visibilización de sujetos
sociales no solo responden a los intereses y agencias de
los grupos comprometidos, sino también a las posibilidades que entrega el mercado, como consumidores o productores de bienes y servicios. Los grupos de Atacama
no están ajenos a esto, en una zona de gran importancia
económica por la minería extractiva, el turismo y el intercambio comercial transfronterizo.
“…la etnogénesis se traduce por el surgimiento de una
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nueva entidad sociocultural cuya estructura social e
identidad poco tienen que ver con las de los grupos de su
origen. Se podría decir que la historia que vamos a contar
y que hemos intentado reconstruir es la historia de una
metamorfosis” (Boccara 1999: 20).
heredero de las actuales fricciones interétnicas que politiza las demandas territoriales, y de las viejas fisuras que
adquieren relevancia en las clasificaciones racistas.
Esta génesis atacameña de fines del siglo XIX y principios
del XX es la emergencia de un “sujeto social”, un campesino agricultor, propietario y mercantilizado producto de
la fuerte actividad ganadera de traslado de animales de
Argentina a las oficinas salitreras de la costa. Paradójicamente, la incorporación al imaginario nacional estuvo
supeditada a la fijación de la cultura atacameña, en tanto
parte de un pasado integrante de la memoria nacional,
pero inexistente en el presente.
Por lo expuesto hasta aquí, podemos afirmar la existencia de un campo étnico, donde se define “un sujeto para
la política étnica” y “un sujeto étnico para la política”. La
problematización de lo étnico a través de la etnificación,
como un proceso administrativo de los asuntos de la diversidad cultural y estructura que organiza las luchas,
conflictos, resistencias y asimilaciones. Lo que justifica la
construcción de este campo, es la necesidad de evitar conflictos bélicos, debido a los costos que ello implica. Así,
el reconocimiento y la participación depende y dependerá de las condiciones históricas, sociales, económicas
y políticas involucradas (Zambrano 2002). De acuerdo
con los presupuestos teóricos del campo propuesto, éste
es un sistema de relaciones sociales, definido por la posesión y producción de una forma específica de capital.
Cada campo, en nuestro caso atacameño, es en mayor o
menor medida autónomo; la posición dominante o dominada de los participantes en el interior del campo depende en algún grado de las reglas específicas del mismo. El
conjunto estructurado del campo incluye sus influencias
recíprocas y las relaciones de dominación entre ellos, esto
define la estructura social15.
Serán los estudios de la arqueología atacameña los que
reafirmaron la densidad étnica para convertirse en un referente de alteridad en Chile. Al mismo tiempo, lo que
está fuera de lo atacameño claramente se identificó como
lo extranjero, todas las prácticas culturales que escapan a
los parámetros de la homogeneidad nacional. Se consolida así la idea de un alter colla, quechua o simplemente boliviano, cargado con características negativas: borracho,
sucio, lengua extraña y criador de llamo, finalmente el indio. Por otro lado, aparece un Ego-atacameño campesino
mestizo con hábitos criollos; su referencia cultural será la
sociedad chilena de fines del siglo XIX, con cualidades de
limpio, responsable, castellanizado y de hábitos modernos. Sin duda que los complejos sistemas clasificatorios
ideados por los atacameños apuntan a ordenar desde su
propia óptica de dominación a los diversos grupos en
Atacama. Las diferencias adquieren alcances sociales,
simbólicos e incluso raciales a propósito de la construcción de estereotipos sociales y la creación de oposiciones
a partir de los estilos de vida diferentes, que terminarán
irremediablemente con los clasificadores, los atacameños
de San Pedro de Atacama, en la cúspide de la estratificación social (Morales 2013).
Esta fisura nos muestra la etnicidad atacameña como una
relación social histórica, muchas veces inestable, temporal, contextual y dinámica, que se construyó y se construye en la interacción, con otros grupos sociales, sean estos
vecinos, nacionales o empresas.
En la actualidad el movimiento indígena atacameño es
199
Etno-política atacameña
Este sujeto social atacameño, lejos de ser un proyecto estatal contemporáneo, tiene su propia génesis. Como lo
hemos visto, son varios acontecimientos que fundaron
y fundamentan un proceso de formación de un sujeto
social y su etnogénesis paradójica a fines del siglo XIX y
principios del XX, proclive a la chilenización de Atacama
(Morales 2013). Por otro lado, el reconocimiento legal de
la etnia atacameña en 1994 es el simple reconocimiento
de un sujeto estable, con cualidades claramente definibles y abordables por las políticas públicas y privadas.
La inclusión de los atacameños se debe a su condición
histórica de integración nacional y a su posición hege-
15 Para entender mejor la idea de “campo” de Bourdieu (1990) es
necesario revisar el concepto de habitus como un conjunto de
disposiciones adquiridas, un sistema que funciona a modo de
principios clasificatorios que organizan la acción colectiva.
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mónica sobre grupos vecinos, gestada por las propias
etno-burocracias al alero del municipio atacameño, que
además se compone mayoritariamente por líderes de San
Pedro de Atacama. Como se mencionó, se consolida un
sujeto social para las políticas de Gobierno que realizan
sus intervenciones en materia como Áreas Protegidas,
patrimonio, género e igualdad, emprendimientos comerciales, desarrollo productivo o fomento de las artes, entre
otros. También se consolida un sujeto étnico-actor individual, un líder o mediador performático de la política de
las diferencias culturales.
como administradoras de Áreas Protegidas y de turismo
comunitario. Han certificado productos de origen y patrimonio genético de flora y fauna endémica en la Puna
de Atacama, han inscrito aguas superficiales y autorizado
el uso de imágenes y lugares para publicidad comercial.
Así, la propiedad intelectual y la noción de territorio han
hecho surgir la preocupación por preservar el patrimonio
cultural y natural del pueblo atacameño. Las organizaciones y líderes han recorrido un largo camino en estas
últimas décadas buscando el reconocimiento de sus derechos económicos, culturales y ambientales.
En este contexto de agentes y agencias, se identifica un
especie de capital étnico atacameño como un activo económico, incluso podemos catalogar como un capital de
riesgo, justamente el riego, lo constituye la diferencia cultural como inefable, intraducible o incomprensible. Resulta extravagante que líderes indígenas y expertos sean
los mediadores de las certezas e incertidumbres de estos
capitales.
D Comentarios finales
La idea de capital16 nos lleva al debate actual sobre la
identidad o cultura como mercancía o parte de ella, y
también a la noción de propiedad intelectual o copyright.
Estos elementos se articulan con la idea de empresa, son
propios de una economía de consumo en la cual la identidad social aparece mediada por procesos de mercantilización. Sin dudas, esto excede en mucho a la cuestión
étnica y tiene que ver con las características que toman
las identidades en los contextos neoliberales:
Los rasgos que son tomados en cuenta por las organizaciones, líderes y expertos atacameños a modo de marcadores centrales de diferenciación, no se corresponden con
la suma de las diferencias objetivas, sino particularmente
con aquellos que los actores mismos consideran significativos.
“la apoteosis de la propiedad intelectual y la reducción de
la cultura a propiedad intelectual (…), el desplazamiento
de la política hacia el ámbito de lo jurídico, y la creciente
naturalización del tropo de la identidad, en especial de la
identidad cultural, que aparece como esencia, y, a la vez,
como objeto de elección, construcción y consumo” (Comaroff y Comaroff 2011: 230-231).
Las empresas indígenas en Atacama se han formalizado
16 La distinción clásica de Bourdieu entre capital cultural y económico se vuelve difusa, pues al ser cultural es intrínsecamente
pública, orgánica y no tiene límites, y por consiguiente no es posible reducirla a un sistema de propiedad privada (individual o
colectivo o la propiedad Intelectual como un valor eurocéntrico).
200
Las diversas perspectivas y enfoques de lo étnico nos
muestran que las definiciones no son neutrales o inocuas, por el contrario, según el agrupamiento del conjunto de fenómenos diferenciadores, generan realidades
y operaciones epistemológicas que explican y sustentan
la diferenciación humana.
La hegemonía política del grupo atacameño de San Pedro
de Atacama sobre sus vecinos de la Puna, a quienes denomina como collas, quechuas, bolivianos o runacos, nos
muestra fisuras generativas o divisiones sociales perdurables que tienen un papel importante en la estructuración de los espacios sociales locales, en la medida que dan
origen a sujetos sociales y a una acción social coherente
con ellos.
Por otro lado, las fricciones culturales se expresan de forma permanentes entre las poblaciones indígenas y no indígenas. Esto nos muestra que la etnopolítica atacameña
opera sobre algunos rasgos culturales que son utilizados
por los actores como emblemas de diferencia o marcadores culturales.
Esta política de la diferencia cultural ha sido llevada a
cabo por una burocracia indígena atacameña, compuesta
por líderes y tecnócratas, también por académicos y exNº 53 / 2016
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pertos que conducen la política local desde los procesos
vecinales y electorales hasta las reivindicaciones lingüísticas o de autodeterminación. La emergencia de un movimiento social ciudadano atacameño marca un hecho
trascendental en Atacama. Es la decisión orgánica de caminar juntos, no sin problemas y divisiones, en pos de la
conquista de derechos como minoría étnica.
e integración de grupos indígenas atacameños producto
de la Ley Indígena (1994), y otra muy diferente, tratado
aquí, el entablado de las interacciones entre los líderes
indígenas, expertos, movimientos sociales ciudadanos,
empresas y la institucionalidad que hacen posible la realización de la diversidad cultural en la política.
Agradecimientos
Finalmente, se caracterizaron las nuevas formas de acción
política de las dirigencias indígenas y expertos que son
parte sustancial del procesos diferenciales, administrativos e inclusivos en un Campo Etnopolítico atacameño.
Se da cuenta que una cuestión; que fue el reconocimiento
A colegas y evaluadores por sus comentarios y sugerencias en miras del perfeccionamiento de este escrito.
Asimismo, agradecemos a las autoridades y comuneros
atacameños por sus valiosos aportes.
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