Narcocultura de norte a suR
LOS NARCOS TAMBIÉN LLORAN:
NARCOSERIES Y MELODRAMA
Ainhoa Vásquez Mejías81
Las narcoseries nos seducen, a pesar de la extrema violencia con que sus
personajes actúan, a pesar de que a simple vista no tenemos héroes sino
sólo villanos encargados de enviciar, torturar y asesinar inocentes, a pesar de que el amor pareciera no ser el tema central que nos engancha a la
televisión capítulo a capítulo. Las narcoseries nos seducen, el alto rating
que obtienen lo conirma y así vemos acrecentar el corpus televisivo con
nuevas propuestas realizadas, incluso, en países tan ajenos a la industria
del narcotráico como es Chile o España. Pero, si simplemente vemos
muertes tras muertes ¿qué es lo que nos atrae de este formato?, ¿cuál es el
81 Ainhoa Vásquez Mejías es Doctora en Literatura por la Pontiicia Universidad Católica de
Chile. Es profesora de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam y de la Facultad de Letras de la Universidad Iberoamericana. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores
Mexicanos. Ha publicado más de veinte artículos en revistas indexadas y capítulos de libros
en torno a la violencia de género, el feminicidio y el narcotráico, con enfoque en los estudios
culturales. Es autora del libro Feminicidio en Chile: una realidad iccionada.
Este artículo es resultado del proyecto de investigación “EE.UU. mira a México/ México
se mira a sí mismo: el narcotráico como problema comparativo en las icciones culturales
estadounidenses y mexicanas”, que realicé como becaria posdoctoral unam, del Centro de
Investigaciones sobre América del Norte.
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factor que inluye en que como espectadores nos sentemos a diario frente al televisor a seguir las hazañas de los grandes capos de las drogas, de
sus sicarios y sus mujeres voluptuosas? En el siguiente artículo propongo, que más allá de centrar el debate acerca de su contingencia, de si es
moda pasajera o un producto que ha llegado para instalarse, la pregunta
y la respuesta debiera dirigirse hacia su componente melodramático.
En un primer acercamiento podemos ver que el eje melodramático
por excelencia, el romance, ha sido desplazado. En un análisis más profundo de sus contenidos, en cambio, podemos reconocer que muchos
elementos del melodrama se mantienen intactos: existe una heroína/víctima, un villano y un héroe. La dinámica de premio y castigo se cumple y
su justiicación moral sigue siendo congruente con lo que se muestra a los
espectadores: la maldad es castigada, mientras el bien triunfa. Las narcoseries, por tanto, podrían ser circunscritas en el ámbito del melodrama y ser
analizadas como cualquier telenovela. La diferencia consiste en que el bien
y el mal, tan reconocibles en la telenovela clásica, tienden a difuminarse.
La víctima/heroína a veces es una mujer ambiciosa, cuyo único in en
la vida es conquistar a un capo. En otras ocasiones, en cambio, son líderes
de cárteles y, por ello, deben actuar con violencia y en la ilegalidad. Los héroes ya no son los sujetos valerosos que peleaban por el amor de una dama,
sino narcos asesinos que, a pesar de derramar sangre, son generosos con su
pueblo, padres de familia, aventureros. Los villanos, en tanto, son quienes
están del lado de los gobiernos: mentirosos, desalmados y egoístas. Policías,
militares, políticos, coludidos con narcotraicantes para obtener beneicios
personales. Personajes en el polo del bien que, al inal, reciben su premio y
personajes en el polo del mal que, en el último capítulo, tienen un castigo.
A lo largo de esta investigación se intentará desentrañar las similitudes y diferencias entre una telenovela clásica y este formato televisivo
llamado narcoserie, motivados por un afán clasiicatorio pero también
con la idea de extraer las implicancias éticas que relacionan ambos géneros, separados a priori por una violencia excesiva. Partimos, entonces,
sobre la premisa de que, a pesar del aparente distanciamiento entre un
modelo romántico y otro sangriento, estas producciones conservan los
rasgos predominantes del melodrama, otorgando una visión moralista
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a un mundo atiborrado de lujos, drogas, traiciones y muertes.
Debido a la gran cantidad de narcoseries que se han producido
en los últimos años resultaría inabarcable centrarnos en cada una de
ellas, sin embargo, el que posean estructuras y características comunes,
nos permite recurrir a varias –aunque de manera supericial– con la
intención de crear un cuerpo de análisis basado, no en las particularidades de cada una, sino en las tipologías que comparten y aquellas en
las que diieren. Para efectos metodológicos, entonces, consideramos
narcoseries cuya acción ocurre en Colombia: Sin tetas no hay paraíso
(2006), El cártel de los sapos (2008), Las muñecas de la maia (2009),
Rosario Tijeras (2010), El capo (2009-2010), El patrón del mal (2012),
La Viuda Negra (2013); narcoseries realizadas por la cadena Telemundo
que se ambientan en España, México y Estados Unidos: La Reina del
Sur (2011), Camelia la texana (2014), Señora Acero (2014), El Señor de
los Cielos (2013-2017), Dueños del paraíso (2015), El Chema (2016) y
otras de Sony, producidas en conjunto con Teleset y Televisa: Señorita
Pólvora (2015) y El Mariachi (2014).
En este muestreo se ha intentado incluirlas a todas, al menos en lo
que se reiere a la visualización de cada capítulo, no obstante, se recurrirá
a ejemplos especíicos sólo cuando se requiera, ya que desde el principio
proponemos que las narcoseries presentan patrones comunes para efectos
de catalogación e inserción en el melodrama tradicional. Para la comprobación de ello comenzaremos por explicitar los rasgos que deinen a
cualquier telenovela. Posteriormente, nos centraremos en el estudio de
los personajes divididos en víctimas, héroes y villanos, como categoría de
análisis narratológico propio del melodrama, con el in de desentrañar a
través de ellos, el código moral que transmiten este tipo de producciones.
Narcoseries y melodrama
En el 2016 se cumplieron diez años desde que el formato de las narcoseries irrumpió en las televisoras latinoamericanas y pareciera que
aún no sabemos a ciencia cierta de qué forma catalogar este producto,
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si su éxito será momentáneo o si ha llegado para quedarse e imponer
un nuevo género televisivo que irá más allá de sus detractores que lo
acusan de extrema violencia o de sus fanáticos que crecen día a día. Lo
indudable es que la cadena colombiana Caracol tv fue la responsable
de las primeras conquistas de público debido al interés en retratar una
historia nacional reciente, marcada por narcotraicantes poderosos y
peligrosos que pusieron en vilo a toda la población. La vida de Pablo
Escobar y las hazañas en torno al cártel del Norte del Valle y el cártel de
Cali han servido de inspiración para crear icciones televisivas que han
alcanzado un alto nivel de audiencia. Caracol tv, desde entonces, abrió
paso a un nuevo mercado audiovisual que potencializó Estados Unidos
de la mano de guionistas, productores y actores latinoamericanos. Televisoras como Telemundo, Univisión, hbo, axn y tnt han incursionado
también en la proyección de este tipo de realizaciones que se han dado
en llamar narcoseries, debido a su formato dividido por capítulos y su
vínculo con el tema del narcotráico; eje central de la narración.
Este formato, a pesar de su contenido plagado de sangre, violencia, asesinatos y traiciones, emparenta con las telenovelas tradicionales,
tal como lo han sugerido investigadores como Alfredo Cid, quien lo
considera un subgénero situado entre la telenovela y la serie anglosajona; también Jorge Lozano, María Dolores Ordoñez y Diana Palaversich, quienes lo analizan, sin entrar en detalles, como un subgénero
de la telenovela clásica que diverge de esta en relación a su contexto
dramático que es el narcotráico. Apreciaciones que compartimos y que
buscaremos profundizar, por cuanto, hasta el momento, no existe una
investigación contundente que no dé por hecho esta analogía sino que
explique el porqué de esta airmación. Para ello comenzaremos por deinir qué es una telenovela y cuáles son sus matrices de sentido.
La académica Marcia Trejo, deine la telenovela de la siguiente
manera: “es un melodrama televisado cuya historia se cuenta en capítulos o episodios seriados que deben seguirse consecutivamente para
comprenderla. Por lo general gira en torno a una línea amorosa y una
serie de dramas e intrigas que se estructuran con la intención de generar
suspenso y así garantizar el seguimiento de la anécdota” (27). El amor
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fue durante mucho tiempo el motivo melodramático por excelencia.
No es posible imaginar una telenovela sin este componente: dos enamorados que deben alejarse, a veces por razones de clases, a veces por
inluencia de terceros que buscan separarlos, otras veces por catástrofes
naturales o acción del destino (Monterde; Fuenzalida, Corro y Mujica).
El amor, así, debe superar miles de obstáculos antes de consumarse,
muchas veces, en el matrimonio. Un premio al esfuerzo y la dedicación
de los protagonistas que lucharon, arduamente, capítulo a capítulo, por
estar juntos.
Con el tiempo las telenovelas han ido modiicando sus historias
y de la clásica historia de la Cenicienta se ha dado paso a otras tramas
más complejas que retratan la vida cotidiana de los habitantes de las
metrópolis. Entre ellas, aparecieron las telenovelas cuyo centro era la
aventura, con un protagonista que vivía diversos sucesos que ponían
a prueba su inteligencia y vigor; las históricas, con una anécdota que
giraba en torno a hechos fundamentales para la humanidad o un país
determinado; las de terror y ciencia icción, inspiradas en lo sobrenatural, lo misterioso, lo imposible (Santa Cruz; Trejo). Asimismo, tomaron
fuerza las telenovelas policiales, en las que un detective, siempre valeroso y atractivo, cumplía el rol de héroe siguiendo las pistas para resolver
un misterio o un crimen y atrapar al villano. Homicidios, accidentes y
asaltos eran frecuentes (Verón y Escudero). Quizás sea en esta última
clasiicación donde encontremos el antecedente más concreto de las
narcoseries actuales, puesto que fue la primera producción en poner la
violencia criminal en el centro82.
Sin embargo, a esta tipología es necesario agregarle un eje básico
que se repite en cada categoría, independiente de dónde se encuentre el
énfasis temático: la lucha binaria entre el bien y el mal, el “espectáculo”
del infortunio inmerecido (Real), la Virtud injustamente perseguida, y
que tras muchas peripecias consigue, gracias a la ayuda de la Providen82 Este género se popularizó gracias a series norteamericanas de los años sesenta como Los
intocables (transmitida desde 1959 hasta 1963) o El fugitivo (emitida entre 1963 y 1967). No
obstante, al contrario de las teleseries policiales en que el héroe es un detective o policía destinado “a ser el que descubra el juego y muestre el culpable” (Munizaga 50), en las narcoseries
los capos se presentan de forma heroica y los policías como seres corruptos.
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cia, triunfar inalmente ante el vicio y la corrupción. Los actos del melodrama son, así, la puesta en escena de diversas formas de persecución
que tiene que sufrir el inocente, cuyas desgracias se van intensiicando a
medida que avanza la obra hasta que en el último momento se produce
el apoteósico triunfo de la víctima y el castigo deinitivo del traidor.
La moralidad, por tanto, es el foco que la constituye. Tanto las
situaciones como los personajes ponen énfasis en virtudes como la abnegación, el deber, la capacidad de enfrentar el sufrimiento, la generosidad, la devoción a las causas en que se cree, optimismo y conianza
en lo divino. Asimismo, se realza la institución de la familia, la patria
y la bondad; los villanos siempre serán los que busquen atentar contra
esta estructura valorativa, mientras los héroes lucharán incansablemente por perpetuarla. La telenovela se constituye, en cierta medida, en una
escuela de moralidad al retratar una ética inmortal.
Consecuente con la búsqueda del bien y la lucha contra la maldad, los personajes “son tipiicados y opuestos, representan una contraposición de valores que se maniiesta en los hechos y en las palabras. Por
un lado, el héroe y la heroína y, por el otro, los villanos, sin que medie
entre ellos una reconciliación. Los héroes siguen conservando sus valores positivos, su pureza y los malvados continúan representando la
transgresión a esos códigos morales” (Trejo 43). Esta oposición es la que
propicia gran parte de las situaciones en la batalla entre estos dos polos.
Este componente melodramático sustancial e inmutable se perpetúa también en las narcoseries. Existen personajes que se posicionan
en el lado del bien y personajes que se circunscriben en el territorio del
mal. No obstante, la bondad y la villanía parecen haber perdido, en
cierto sentido, sus límites. Los propietarios de la violencia, tradicionalmente asociados a los villanos, son ahora los protagonistas. Este hecho
que, a simple vista, pareciera un quiebre estructural con el melodrama
clásico no hace sino continuar con la tradición de la telenovela, sólo
que develando un problema social actual: la incredibilidad de la ciudadanía frente a sus instituciones. En este caso, los traidores son aquellos
que mienten garantizando al pueblo seguridad, tranquilidad y bienestar, mientras se enriquecen ilícitamente con el negocio de las drogas.
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Los héroes, en cambio, son aquellos que, dedicándose a esta industria
ilegal, ayudan a su gente, los apoyan económicamente, les dan trabajo
y protección, todo lo que los gobiernos les niegan. Víctimas/heroínas,
héroes y villanos mantienen sus características melodramáticas.
Heroínas victimizadas
En un melodrama tradicional las mujeres son víctimas. Si bien, son
catalogadas como heroínas, este adjetivo no es producto de su conducta
osada y épica, sino porque son la encarnación de la virtud y rebosan de
cualidades sobrehumanas. Según indican Fuenzalida, Corro y Mujica,
ellas son la concreción del bien en la tierra, puesto que pelean constantemente por restablecer el orden moral y social que fue subvertido.
La heroína/víctima, además de ser noble, humilde, sacriicada, sumisa,
ingenua, bondadosa y bella, se puede decir que es “religiosa, de valores
irmes y positivos, trabajadora, con limitada inclinación al erotismo,
fértil, paciente, combina fragilidad y fortaleza, con poca inclinación a
la defensa y mucho menos a la ofensa, educada, de aprendizaje fácil,
tenaz, digna” (Trejo 113); y una interminable lista de cualidades tendientes al bien. Víctima, no obstante, por cuanto es la encarnación de
la inocencia y la virtud, incluso hasta los límites de la estupidez, como
indica José Enrique Monterde. Es por lo general un personaje poco
activo pero que por su bondad obtiene un inal feliz. La recompensa a
su actuar es el ascenso social, la mayoría de las veces, legitimado en el
matrimonio.
Las narcoseries de Caracol tv y rcn (Colombia) han tributado de
este modelo, convirtiendo a mujeres ligadas al narcotráico en víctimas
inocentes. Aunque muchas de ellas son más activas que las protagonistas del melodrama tradicional, por cuanto luchan por ser amantes
de capos (Catalina insiste en implantarse senos para conquistar a algún narco en Sin tetas no hay paraíso, Olivia arriesga a su familia y sus
amigas, con tal de seducir a Braulio en Las muñecas de la maia), son
sicarias (Rosario Tijeras) o terminan encargándose de la producción y
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distribución de la cocaína (Renata se convierte en mula, mientras Violeta ayuda a su padre zapatero a esconder la coca en los tacones en Las
muñecas de la maia), todas ellas, irremediablemente, son víctimas de
su circunstancia: niñas que han sufrido la pobreza, el aislamiento, que
provienen de familias inestables y seducidas por un mundo peligroso
pero que les asegura lujos, al menos, momentáneos. Ingenuas, bobas,
víctimas de narcos inescrupulosos que las usan como trofeos o como
artículos de lujo para ostentar su poder83. Si bien no vírgenes, sí están
expuestas constantemente a la agresión sexual del villano, como señala
Marcia Trejo, por cuanto deben soportar violaciones a cambio de favores económicos o protección.
Una primera impresión lleva a pensar que algunas narcoseries han
roto con este modelo melodramático, al empoderar a sus protagonistas
femeninas como las dueñas del narcotráico. La Viuda Negra, La Reina del Sur, Camelia la Texana, Señora Acero y Dueños del Paraíso son
producciones en que las heroínas no lo son por sus cualidades morales
sino por su valentía, por su poder, por posicionamiento y liderazgo en
un mundo masculino. Ellas son las propietarias de la violencia, ellas
asesinan, traican, establecen lazos con las diferentes maias. Huyen, se
esconden. Al contrario de las víctimas de las telenovelas clásicas, ellas
lucen sus atributos físicos con ropa ajustada. En el melodrama más clásico, aquellas que se sitúan en el lado del bien, por lo general, tienen un
maquillaje sencillo que demuestra la pureza de su rostro. Al contrario,
son las villanas quienes visten provocativamente aludiendo a su lujuria.
En las narcoseries, no obstante, ellas se exhiben. Su maquillaje es recargado y su vestimenta sensual.
Con estos atributos podríamos posicionar a las protagonistas de
estas narcoseries, no como víctimas ni heroínas, sino como villanas:
traican con sustancias ilegales, portan armas, asesinan, son perseguidas
por el gobierno, se visten y maquillan de manera ostentosa. Una lectura supericial, por cierto. En realidad, aunque parezca que estas series
83 Los críticos José Manuel Valenzuela Arce; Elsa Jiménez Valdez; Paola Ovalle y Corina Giacomello y Lina Aguirre han analizado con profundidad el rol de las mujeres como trofeos o
artículos de decoración en el narcomundo patriarcal.
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quebrantan el estereotipo de mujer víctima, los atributos que se asocian
a ellas no han variado en lo sustancial. Teresa Mendoza en La Reina del
Sur, Griselda Blanco en La Viuda Negra, Anastasia Cardona en Dueños
del Paraíso, siguen jugando el rol de víctimas inocentes. Hijas de madres prostitutas que permiten que ellas sean violadas por sus clientes.
Ante tanta miseria y promiscuidad buscan un mejor destino para escapar de los maltratos, la indiferencia de sus progenitoras y la pobreza.
Es en el camino que encuentran desvíos y comienza a operar el rol de
víctimas al tropezar con hombres que las seducen. Camelia se enamora
de Emilio, un maioso casado, que la engaña para cobrar una recompensa; La Reina del Sur se hace novia de “El Güero Dávila”, un agente
de la Administración para el Control de Drogas (dea) encubierto en un
importante cártel mexicano; Anastasia se casa con Nataniel Cardona,
un narcotraicante iniel y violento; La Viuda Negra se involucra con
“Cejas”, un ladrón que la implica en el mundo de la delincuencia. Es a
causa de otros que ellas ingresan en el narcotráico84.
Violadas, abandonas por sus madres y inalmente seducidas por
hombre de dudosa calidad moral, ellas deben tomar las riendas de sus vidas. Es por ello que, fuertes y decididas, rompen con el papel de víctimas
y asesinan a sus amantes que las han traicionado. Camelia mata a Emilio
de siete disparos porque él la abandona para regresar con su familia;
Griselda le dispara a “Cejas” al enterarse de que le es iniel y pretende
entregarla a la policía; Anastasia asesina a Nataniel porque espera un hijo
de otra mujer y Teresa le desigura el rostro al “Gato”, un sicario que
pretende violarla y matarla. Este acto que las convierte de víctimas en
victimarias, de heroínas en villanas es, probablemente, uno de los pocos,
sino el único, comportamiento incorrecto que ellas realizan y, dentro
del contexto del melodrama, puede ser justiicado, ya que asumen el rol
de justicieras. No asesinan a gente inocente sino a sujetos despreciables,
traidores, inieles y malvados. Ellas eliminan a los verdaderos villanos.
84 Muchos investigadores, luego de entrevistarse con mujeres vinculadas al tráico de drogas,
concluyen que ellas se involucran en este negocio ilícito siempre a través de un hombre, que
puede ser su familiar o su pareja sentimental. Véase José Carlos Cisneros; Bárbara Denton;
Edith Carrillo.
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En contadas ocasiones recurren a la muerte y siempre de una
forma que exculpa su actuar: Camelia asesina a Arnulfo Navarro para
defender a sus trabajadores; Teresa manda a asesinar en defensa propia
o a hombres que traican con el cuerpo de otras mujeres. Al contrario
de lo que podría pensarse, ellas no buscan la sangre, ni la venganza por
mano propia, en varias ocasiones, incluso, son capaces de perdonar, tal
como ocurre cuando la Reina del Sur contrata como guardaespaldas al
“Pote”, el mismo hombre que trató de asesinarla por seguir órdenes.
Asimismo, cuidan a su gente (Camelia lucha por mejorar las condiciones de los migrantes, de los trabajadores tequileros y los campesinos
que cultivan la marihuana), son bondadosas y generosas con todos (Teresa apenas tiene dinero lleva a vivir a su amiga Fátima y su hijo a su
mansión), buscan el verdadero amor sin importar las barreras de clase
ni de hegemonía (Anastasia y Griselda se enamoran de sus guardaespaldas). Aunque son poderosas y valientes, jamás abusan de su poder, por
el contrario, respetan a las familias de sus enemigos, desprecian traicar con sustancias ilegales, por ello, buscan siquiera entregar calidad a
los consumidores. Como líderes recuperan los atributos asociados a las
mujeres del melodrama.
Por último, una característica que no puede faltar en un melodrama tradicional es el de la maternidad. En estos casos, se satisface tanto a
nivel literal como simbólico. Aunque Anastasia y Camelia son estériles,
Camelia adopta a Emilito (el hijo de Emilio y Alison), mientras Anastasia promete cuidar al hijo de Gina, ambas ya alejadas del mundo del
narco. Griselda Blanco justiica cada uno de sus actos en pos del amor
a su hijo, incluso, cuando este es secuestrado ella pretende entregar
su vida a cambio de la de él. Teresa, por otra parte, decide denunciar
a Epifanio Vargas e impedir que sea el nuevo Presidente de México,
arriesgando su vida, con tal de encontrar protección en la dea y poder
salirse del narcotráico para darle una vida tranquila al hijo que espera.
Las madres sacriicadas del melodrama, cuya motivación central en la
vida es darles bienestar a sus pequeños, se reproducen desde las telenovelas a las narcoseries.
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Narcotraicantes heroicos
Las mujeres de las narcoseries recuperan del melodrama el rol de víctimas, por cuanto, han sido las circunstancias las que las han llevado por
ese camino, todo para salir de la pobreza. De la misma manera, una vez
empoderadas, se constituyen en heroínas, ya que no pierden valores
trascendentales como la bondad, la virtud, el amor al prójimo, la capacidad de perdonar, así como la maternidad se convierte en el aliciente
para dejar atrás la vida del narcotráico. Atributos positivos que se sobreponen a cualquier delito que pudieran cometer, más si esos crímenes
pueden ser exculpados en su actuar de justicieras. Nadie condenaría al
héroe que asesina al villano al inal de una telenovela.
Al contrario de la heroína, el héroe de melodrama no es cien por
ciento virtuoso, a pesar de ser un hombre de buen corazón, “generalmente está confundido, asustado, es iniel y es manipulado por un entorno
familiar que le impide entregarse al verdadero y puro amor que siente”
(Fuenzalida, Corro y Mujica 25). Muchas veces se deja seducir por otras
mujeres, mientras, en ocasiones se vuelve preso de sus celos o de su orgullo. No obstante, no por ello pierde cualidades como la honestidad,
la lealtad, su preocupación por los demás, la valentía, la fuerza, la inteligencia, entre otros rasgos morales expresados por la teórica Marcia Trejo.
En algunos casos, incluso, el héroe puede ser mujeriego, borracho e
irresponsable pero, inalmente, se enamorará de una buena muchacha que
le robará el corazón y lo hará cambiar (m8 en Señorita Pólvora). Lo mismo
ocurre cuando el héroe joven cae en actos de rebeldía respecto a su madre:
el destino se encarga de demostrarle su error y pagar por ello. Aunque la
madre siempre termine perdonándole su debilidad y él arrepintiéndose por
su vida pasada. De lo anterior se desprende que: “la mujer debe ser buena,
honesta, sumisa, aguantadora y con una ininita capacidad de sufrimiento.
El hombre no debe dejarse usurpar su papel de proveedor y sus deslices y
defectos le serán perdonados, siempre que recapacite” (Trejo 49).
Los héroes de las narcoseries recuperan esta dualidad intrínseca
del héroe de telenovela. Por una parte, son mujeriegos, borrachos, ostentosos, violentos y sanguinarios; por otra, son generosos, preocupa-
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dos de su pueblo y su familia, valientes. El crítico colombiano Omar
Rincón fue, probablemente, uno de los pioneros al vislumbrar una narcoépica manifestada en las primeras narcoseries:
Filosofía que celebra un destino trágico por ser hijos de la
injusticia social y la pobreza, la corrupción política y el desprecio de los ricos, la falta de padres y el querer a las mujeres,
el orgullo patrio y la culpa de EE.UU. Las historias son las
mismas que cuentan los periódicos, pero en su otra versión
como héroes, valientes y leales; como seres nacidos del pueblo y luchadores por el pueblo; como robin hoods que dan lo
que la ley y el gobierno quitan (157).
A pesar de la violencia que ostentan (generada, además, por la
falta de oportunidades, por la miseria, por abandono del estado), en el
fondo poseen un corazón generoso. Siempre están preocupados de sus
madres, esposas e hijos, sus trabajadores son una extensión de la familia, otorgan oportunidades de empleo y grandes compensaciones económicas al pueblo que paga con lealtad este bienestar. Pablo Escobar,
por ejemplo, de ser uno de los criminales más buscados por la policía
deviene en el salvador de su comunidad, por cuanto, regala viviendas a
los más desposeídos. En su honor bautizan la población. Tal como indica Diana Palaversich, respecto a la serie El patrón del mal (y podríamos
agregar que incluso en Narcos de Netlix, a pesar de la intencionalidad
maniiesta de mostrar el lado más sangriento de Escobar), se refuerza
el mito del narcotraicante: “lo que perdura es la imagen de un macho
valiente y astuto, un berraco paisa que surge de las capas menos privilegiadas […] También queda el retrato de un hombre que buscaba afanosamente poderío y reconocimiento social, que por encima de todo,
amaba a sus hijos y su familia” (211). Aurelio Casillas, el Señor de los
Cielos, por su parte, es un padre presente, pendiente de sus hijos y querendón de su madre. Junto con estas cualidades, se presenta también
como un sujeto extraordinario, sus capacidades para pilotar aviones no
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son las de un hombre común y corriente. Es especial, es único85. El Mariachi y m8, asimismo, son representación de masculinidades sensibles.
Viven dispuestos a todo por salvar a sus enamoradas, tanto que m8 se
desvincula del cártel que maneja gracias al amor de la Señorita Pólvora.
Si bien, algunos no son capaces de enmendar sus errores, como los
verdaderos héroes del melodrama, el amor hacia sus familias y el deseo
de su prosperidad los justiican. El problema de base es que confunden felicidad con riquezas y poder, pero esto no los hace ser malos de
corazón, sino sujetos imbuidos en un mundo salvajemente capitalista
(Palaversich). Ellos también lloran, aman, se equivocan, se arrepienten,
muestran sus debilidades, temen, son generosos y, sobre todo, darían
su vida por proteger a quienes quieren. Son héroes que sueñan con enriquecerse en un mundo en el que la miseria es la norma.
Los traidores a la patria, los verdaderos villanos
En el polo opuesto de la bondad de las heroínas/víctimas y de los matices de los héroes que, a pesar de su crueldad fungen como protagonistas, encontramos a los antagonistas o villanos que encarnan lo negativo,
el mal. Estos se deinen por ser hipócritas, maquiavélicos, egoístas, dominantes, violentos, utilitaristas, vengativos, chantajistas, ambiciosos,
manipuladores, entre otra serie de adjetivos ligados a la maldad (Trejo).
Para el teórico del melodrama, José Enrique Monterde, el traidor encarna la ambición, el vicio y la prepotencia.
En las narcoseries, sin embargo, no es posible adjudicarle tanta
maldad a un personaje solitario. Al contrario, varios son los villanos que
se movilizan, en ocasiones, con la aparente intención de contribuir con
85 No podemos negar, sin embargo, que tanto Pablo Escobar como Aurelio Casillas (ambos
personajes de icción) presentan también un lado perverso que, pocas veces, se vislumbra en
las líderes femeninas de las narcoseries y jamás en los héroes del melodrama clásico. Escobar
manda a asesinar candidatos, derriba aviones, pone bombas que matan a inocentes… Aurelio
Casillas traiciona a su suegro, termina asesinando a su esposa Ximena, por error. Al ser personajes de matices tan complejos pueden ser analizados como villanos y como héroes. Para un
análisis detallado de Aurelio Casillas como ser dual, véase Ainhoa Vásquez Mejías, “La villanía
heroica de El Señor de los Cielos en la lucha contra un estado anómico”.
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los héroes mientras planean cómo atacarlos para obtener beneicios.
Los traidores tienen múltiples rostros: policías, agentes de la dea, políticos, militares, gente, de una u otra forma, asociada a los gobiernos…
hombres violentos, utilitaristas, que buscan enriquecerse a través del
liderazgo de los capos, ambiciosos, maquiavélicos, hipócritas, concreción de cada una de las características de los malvados de telenovelas
tradicionales pero que funcionan como un todo para dar cuenta de la
corrupción, la ambición o, simplemente, la incapacidad de los estados
para detener a los narcotraicantes86.
Diversos rostros, funciones, ambiciones y fracasos que hablan de
una misma impunidad. El Coronel Jiménez Arroyo en la primera temporada de El Señor de los Cielos, movido por la codicia y olvidando la
amistad que lo unía a Aurelio Casillas desde niño, busca perjudicarlo,
lo traiciona con el in de salvarse. Para el mismo policía valiente, Marco
Mejía, su móvil es la venganza, puesto que Aurelio fue uno de los asesinos de su padre. El agente de la dea Andrews mantiene intacto su cargo
a pesar de ser un aliado en el cártel del Chema Venegas. Norm Jones,
en La Viuda Negra, agente supuestamente incorruptible, alcohólico y
despreocupado de su familia, se enamora de Griselda Blanco. Epifanio
Vargas, líder del cártel de Sinaloa y senador de la República, llegaría
a ser Presidente de México sin la oportuna intervención de la heroína, la Reina del Sur. Personajes que se reproducen en cada una de las
narcoseries para dar cuenta de una ingobernabilidad y un descontento
generalizado frente a tanta injusticia social.
Este tipo de situaciones en que se tiende a difuminar la maldad y
la bondad parece ser propia del modelo posmoderno de melodrama, en
el que varios relatos se suceden en paralelo y la sicología de los personajes avanza aún más en complejidad y policausalidad. Por otra parte,
el relato pierde por momentos su linealidad y relaciones de causali86 Diana Palaversich indica “Es importante notar que un denominador común de todas las series
es precisamente la visión negativa del gobierno y sus representantes, los verdaderos villanos
de estas producciones. La exposición de la corrupción endémica y la duplicidad moral de
aquellos que en público demonizan a los traicantes y en secreto sacan provecho millonario
de este negocio ilícito contrasta radicalmente con su (auto) representación como los buenos en
el discurso oicial” (217).
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dad interna. Asimismo, el conlicto de base entre héroe y villano sufre
también modiicaciones importantes, incorporando la posibilidad de
desvíos éticos y oscuridades y diversidades sicológicas de ambos lados
(Santa Cruz). Quizás llevado al extremo en las narcoseries donde ni
siquiera se hace posible reconocer a un personaje malvado sino que este
se transforma en una masa que concreta una inmoralidad casi pública,
mientras el héroe también es propietario de una ética dudosa.
En esta mezcolanza se vuelve difícil reconocer con claridad los
polos del bien frente a los del mal, la resolución melodramática pone
el punto inal y desenmaraña el hilo. La dinámica de premio y castigo
es la que orienta la moralidad. Los villanos tienen, así, dos desenlaces
posibles: la conversión o el arrepentimiento, la muerte o el castigo. El
castigo puede ser el encarcelamiento, la ruina o la muerte, ya que la
bondad debe siempre triunfar sobre lo malo (Monterde; Fuenzalida,
Corro y Mujica). Consecuente con ello, las narcoseries de Caracol tv
y rcn castigan a todo aquel que ha traspasado las barreras morales: las
protagonistas, aunque víctimas, son encarceladas (Olivia en Las muñecas de la maia) o muertas (Violeta y Renata en Las muñecas de la maia;
Rosario Tijeras; Griselda Blanco; Catalina en Sin tetas no hay paraíso).
Incluso Brenda, la única sensata y alejada del mundo del narcotráico
en Las muñecas de la maia, una vez que se enamora del capo Braulio,
termina embarazada pero sola, ya que el padre de su hijo cumple cadena perpetua en una cárcel estadounidense. Nos sumamos, con ello, a la
opinión del académico Jorge Lozano quien ve en estos inales “efectos
moralizantes dirigidos especialmente a las mujeres, en tanto potenciales víctimas dentro de sectores sociales en los que el narcotráico suele
presentarse como un hecho cotidiano” (“Presencia del narcotráico en
las teleseries colombianas” 2014).
Lo mismo ocurre tanto con héroes como villanos: El patrón del mal
culmina con el asesinato de Pablo Escobar, en El cártel de los sapos todos resultan presos o muertos, Pedro Pablo León Jaramillo, El capo, termina acribillado. Norm Jones, el agente enamorado de Griselda Blanco, muere para
salvar la vida de ella en La Viuda Negra. “El Rojo”, el amigo incondicional
del Chema Venegas se deja apresar luego de que asesinan a su esposa e hijos
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“No hubo forma ni manera de que El Rojo se dejara ayudar. No quiso que
inventáramos un plan de fuga. No aceptaba visitas, se sepultó en vida. Fue
su forma de matar su dolor” (cap. 84). Indefectiblemente todos quienes
se relacionan con el mundo del narcotráico y lucran de él, terminan con
el inal propio de los villanos. Nadie se salva del destino del melodrama.
En las producciones de Telemundo las heroínas encuentran la
expiación en el arrepentimiento. Teresa Mendoza, la Reina del Sur,
sobrevive y logra salirse del negocio, a la vez que salva a México de convertirse en un narcoestado, declarando en contra de Epifanio Vargas.
Camelia asesina a Arnulfo y rehace su vida. Anastasia inge su muerte
para escapar junto Renato, su guardaespaldas. Para escapar del narco es
necesario reinventarse y habitar otro mundo. Aurelio Casillas, el Señor
de los Cielos, en cambio, padece una enfermedad larga y dolorosa que
lo ha tenido varias temporadas con diálisis, además, ha sufrido con
la muerte de su hijo, su esposa y su hermano Víctor. En el caso de El
Mariachi, luego de varias vicisitudes, convence a Celeste de que él no
ha asesinado a su padre y obtiene su recompensa en el amor. Él nunca
quiso ser parte del negocio, por eso obtiene la felicidad. m8, al contrario, aunque se arrepiente y se transforma gracias al amor de su Señorita
Pólvora, termina siendo acribillado, junto a ella, por el ejército.
Los verdaderos villanos siempre mueren o son encarcelados: El Coronel Jiménez Arrollo en El Señor de los Cielos; el capo Arnulfo Navarro
y el General Francisco Urdapilleta en Camelia la texana; Epifanio Vargas
en La Reina del Sur; el zar antinarcóticos y futuro Presidente de la República Saúl Pedreros en Señorita Pólvora es apresado y humillado públicamente… aquellos que traicionan al estado, aliándose a los narcos por
beneicios personales, reciben su castigo en la cárcel o pagan con su vida.
Conclusiones. La moral melodramática de las narcoseries
La catalogación de los personajes de las narcoseries a la luz de la narratología de los arquetipos de las telenovelas clásicas, parece airmar que
este formato corresponde a un melodrama clásico. El código moral que
Narcocultura de norte a suR
debiera difundir (villanos que pagan sus culpas con la cárcel o la muerte; héroes y víctimas que triunfan), sin embargo, ha sido cuestionado.
La telenovela tradicional tiene por función relejar valores universales
(Fuenzalida; Monsiváis). El público “halla en la telenovela un discurso
en el que se ve expuesto, que documenta sobre los caminos adecuados
para la obtención de ines, que le plantea una visión del mundo que
encuentra eco en su conformación ideológica, que le explica cómo funcionan y deben funcionar las relaciones humanas” (Trejo 138).
En las narcoseries de Caracol tv este reforzamiento queda claro
y la enseñanza es concreta: cualquiera que se sienta seducido por el
mundo del narcotráico se arrepentirá: su único destino posible será
la cárcel o la muerte. En las narcoseries de Telemundo, en cambio, la
enseñanza ética se vuelve más dudosa, puesto que el héroe –aunque
con rasgos positivos– sigue siendo un sujeto marginal, un delincuente,
sanguinario con sus enemigos y capaz de todo con tal de conseguir lo
que se propone. Los valores de los narcotraicantes héroes no son tan
pulcros como los de los protagonistas clásicos, lo que ha dado pie a
múltiples debates en torno a este modelo: no es posible que las narcoseries promuevan la obtención de riquezas a costa de lo que sea, haciendo
creer a los espectadores que la única manera de alcanzar sus expectativas
es a través del asesinato. Las narcoseries estarían lejos de documentar
los caminos adecuados para la obtención de ines, cuando el in único
parece ser el dinero.
Dicho debate no es nuevo, incluso las teleseries policiales de los
años sesenta, a pesar de su contenido moral (claro en la lucha de un
detective valeroso contra delincuentes o maias) debieron enfrentar detractores. Al ser la destrucción y la muerte ingredientes básicos en este
tipo de producciones, originó que educadores, orientadores, sicólogos,
etc. se manifestaran en contra, debido a lo que consideraron efectos nefastos, a corto y largo plazo, en la conducta de jóvenes que se exponían
a una visión continuada de este tipo de programas. La pregunta que
rondaba era “si la exposición a estas formas de comunicación puede ser
considerado como causa directa o indirecta de conductas antisociales
o desviadas” (Munizaga 2). Luego de muchas opiniones contrapuestas
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se llegó a la conclusión de la imposibilidad de atribuir a un solo medio
tanto poder, puesto que se dejaba de lado otros factores fundamentales como: “predisposiciones, percepción subjetiva, retención, selección,
imagen de la fuente, pertenencia a un grupo, actividad de los líderes de
opinión, pertenencia de clase, nivel de frustración, marco familiar, nivel educacional, naturaleza de los medios, etc.” (Munizaga 3), lo mismo
que hoy podríamos responder respecto a las narcoseries87.
Proponemos así, desligarnos de estas críticas y mirar un poco más
allá de lo evidente, ya que, tal como los personajes pueden asociarse
al melodrama al mantener las estructuras de víctima, héroe y villano,
también el in moral y educativo está presente en estas producciones: el
verdadero enemigo no es el narcotraicante que busca salir de la pobreza
ni menos la víctima a la que una sociedad machista y patriarcal le ha
enseñado que su verdadero valor está en su cuerpo siliconeado. Ellos
sólo hacen lo que pueden. Sobreviven en un mundo adverso que les ha
negado todo: dinero, oportunidades, comida, hogar. Son los gobiernos, sus funcionarios corruptos los que se ubican en el polo del mal.
El estado al no garantizar los derechos básicos a sus ciudadanos y los
empleados al utilizar la tortura contra gente inocente, apresar falsos culpables como chivos expiatorios, poner la ambición como centro para
traicionar y ascender a costa de todo.
El libro El Señor de los Cielos (escrito por Andrés López, el creador
de El cártel de los sapos y actual guionista de la narcoserie sobre Aurelio
Casillas) lo explica: “no somos iguales. La gente sabe a qué me dedico,
mientras que tú, y algunos de tu Gobierno, engañan al mundo entero
enriqueciéndose con la farsa de que hacen las cosas en nombre de la
87 Esta polémica no sólo responde a las series de televisión sino que alcanzó al terreno literario en lo referente a la novela policial. Richard Alewyn en su artículo “Origen de la novela
policiaca” da cuenta de este debate: “Contra la novela policiaca se objeta: se trata de actos
sangrientos, y hace indiferente frente a ellos o excita su imitación, en cuanto los muestra bajo
una luz romántica y suprime las inhibiciones naturales contra ellos. La novela policial es pues
una escuela de delito. A eso se replica: los delincuentes verdaderos no leen novelas policiacas,
y tampoco tienen necesidad de hacerlo. Al revés, los lectores de novelas policiacas no tienen
necesidad de volverse delincuentes, porque su lectura les posibilita deshacerse de sus latentes
instintos criminales de una manera inocente y no perjudicial. El lector de la novela policiaca,
pues, se ve sometido a la misma catarsis que conoce el espectador de la tragedia griega” (207).
Narcocultura de norte a suR
patria” (López 82), increpa el capo a su amigo General. “Es mejor ser
narco con huevos que un vulgar agente sin palabra, sin decencia, sin códigos de ética” (López 216), refuerza el Señor de los Cielos frente a un
agente de la dea. Los narcotraicantes son portadores de una ética que
vela por los intereses del pueblo frente a las políticas injustas y corruptas
de los funcionarios estatales.
De esta forma, aunque pareciera que no existe un contenido moral en estas producciones sí se muestra un descontento social profundo,
una crítica mordaz respecto a la función que debiera cumplir un gobierno. Las narcoseries contribuyen a visibilizar la denuncia a la falta
de oportunidades, a la corrupción política presente en los partidos institucionales, a la violencia como la única alternativa para escapar del
anonimato y la pobreza88. Estas producciones, más allá de la adrenalina
de las balas, están hablando de nosotros. La conclusión es simple: las
narcoseries se vinculan al melodrama clásico y como tal cumplen una
función moralizante; cuestionan nuestra propia responsabilidad respecto a lo que hoy es el mundo del narcotráico.
88 El guionista de narcoseries y autor de Sin tetas no hay paraíso, Gustavo Bolívar, asegura en una
entrevista que, aunque desprecia a los narcotraicantes, sí los justiica: “Entiendo por qué
hacen lo que hacen. A Pedro León Jaramillo, protagonista de El capo, lo voy a ir mostrando
desde niño para que la gente capte que son el estado y la clase política los culpables de que
existan narcos” (“El capo va a ponerle…”. 29 de agosto de 2009).
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