27 (3) 2017: 119 - 125
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá
D
Fragmentos de un retrato:
LA CIUDAD NARRADA1
F :
the narrated city
F :
a cidade narrada
Melissa Hernández-Ríos
Magíster en Hábitat
Universidad Nacional de Colombia
arq.melissah@gmail.com
Juan Gabriel Ocampo-Hurtado
Doctor en Arquitectura, Diseño y Urbanismo
Universidad Nacional de Colombia
jgocampoh@unal.edu.co
Recibido: 18 de julio 2017
Aprobado: 27 de agosto 2017
https://doi.org/10.15446/bitacora.v27n3.66417
1
Resumen
Abstract
Resumo
Este artículo presenta la ciudad narrada en la
literatura urbana colombiana a través de la
obra de Andrés Caicedo y Rafael Chaparro. El
camino recorrido es un proceso por el cual se
busca mostrar la literatura como un instrumento capaz de revelar por sí mismo la ciudad y de
descubrir el tejido de sus tramas, sus historias
cotidianas y su diario devenir. Se toma como
instrumento de análisis las voces narrativas
presentes en la literatura de Caicedo y Chaparro para revelar desde ellas una aproximación
a los fenómenos urbanos manifestados en Cali
y Bogotá, respectivamente. Las referencias de
sus personajes constituirán la base fundamental para abordar los signos y símbolos que explican los modos de habitar en una experiencia
singular con la ciudad.
This article presents the narrated city in Colombian urban literature through the work of
Andrés Caicedo and Rafael Chaparro Madiedo. The path traveled is a process by which is
sought to show literature as a capable instrument to reveal by itself the city and to discover
the fabric of its wefts, its daily histories and its
daily becoming. The narrative voices present
in the literature of Caicedo and Chaparro are
taken as an instrument of analysis to reveal
from them an approximation to the urban
phenomena manifested in Cali and Bogota
respectively. The references of their characters will constitute the fundamental basis to
address the signs and symbols that explain
the ways of living in a singular experience
with the city.
Neste trabalho é apresentada a cidade narrada na literatura urbana colombiana através
da obra de Andres Caicedo e Rafael Chaparro. O caminho percorrido é um processo que
procura mostrar à literatura como um instrumento que consegue mostrar a cidade, suas
historias cotidianas, seus acontecimentos
e seu dia a dia. O instrumento usado para
analisar a aproximação dos fenômenos urbanos que acontecem em Cali e Bogotá são
as vozes narrativas presentes na literatura de
Caicedo e Chaparro. As referencias de seus
personagens são fundamentais para estudar
os sinais e símbolos que explicam as formas
de habitat numa experiência inusitada com
a cidade.
Palabras clave: ciudad, literatura, voces narrativas.
Keywords: city, literature, narrative voices.
Palavras-chave: cidade, literatura, vozes narrativas.
Este artículo es el resultado una tesis de investigación con distinción meritoria presentada en el marco de la Maestría en Hábitat de la Universidad Nacional de Colombia, Sede
Manizales.
DOSSIER CENTRAL 119
Melissa Hernández-Ríos, Juan Gabriel Ocampo-Hurtado
Introducción
Uno ya puede sentir que las ciudades no son más las coronas de la civilización, sino dédalos crecientes y desalmados donde se alternan la angustia y el tedio, donde se gestan tal vez monstruos aún más indeseables (Ospina, 2004: 92).
En la narrativa urbana colombiana se generan propuestas diversas
y novedosas ansiosas por explorar otras posibilidades, otras formas
de realidad, otros lenguajes, deseosas de cuestionar la realidad
nacional y sus costumbrismos aficionados. Bien es sabido que el
autor de Cien años de soledad cuenta con el mayor reconocimiento
internacional de nuestras letras. Su obra no solo le significo el
premio Nobel de literatura en 1982, sino que logró construir en el
Caribe colombiano un cuerpo mágico que retrataba nuestra cultura.
Gabriel García Márquez consiguió dibujar un canon en la literatura
colombiana con atributos míticos, sin embargo, existe otra literatura
menos preocupada por el costumbrismo regional y más cercana a las
realidades contemporáneas. Se trata de una narrativa naciente que
acude como herramienta más notable al caos urbano, alejándose de
los estilos del universo macondiano.
Melissa Hernández-Ríos
Arquitecta y Magíster en Hábitat de la
Universidad Nacional de Colombia. Su
línea de investigación principal aborda
la relación entre arquitectura, literatura
y ciudad. Su experiencia profesional está
relacionada con los sectores público y
privado de la construcción en Colombia.
Juan Gabriel
Ocampo-Hurtado
Profesor de la Universidad Nacional de
Colombia desde 2000. Arquitecto de la
misma institución, Especialista en Desarrollo Gerencial de la Universidad Autónoma de Manizales, Magíster en Multimedia
Educativa de la Universidad de Barcelona
y Doctor en Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad Autónoma del
Estado de Morelos. Autor del libro Lógica
y arquitectura y de una variada publicación de artículos en revistas nacionales e
internacionales como: Hito, Enunciación,
Anales, Dialéctica, Praxis & saber, Revista
U.D.C.A, Revista M.
120
27 septiembre - diciembre de 2017
El autor contemporáneo se lanza a entregarle a su público un mundo con las pretensiones y
desmesuras de su tiempo, abriendo camino entre las inquietudes que ponían en tela de juicio
la validez única de las estéticas del realismo mágico. “Parece que a partir de cierto momento las
ciudades de la imaginación empezaron a ensombrecerse, no sólo a parecerse a lo peor de las
ciudades reales sino a magnificarlo espectralmente” (Ospina, 2004: 96). Los cuestionamientos
contemporáneos apuntaban entonces a preguntas sobre la ciudad, las mutaciones y mutilaciones
que sufrían con el advenimiento de la modernidad, recogidos por una generación emergente
que se dio a conocer simultáneamente al boom latinoamericano y originó una narrativa absolutamente contestataria, irreverente, analítica y severamente crítica.
En las décadas del sesenta, setenta y ochenta del siglo veinte la ciudad narrada rompe los límites
paradigmáticos, y alimenta el surgimiento de nuevos modos y formas de pensar la urbe. En ellos
se reconoce no solo el caos urbano, sino la mentalidad problemática de sus habitantes, dejando
plasmado el testimonio irreductible de la época, la pérdida de sus propias coordenadas en el
espacio, el desbalance social, el despojo de los tradicionalismos, el gusto por las nuevas tendencias musicales y el uso de sustancias alucinógenas como escapatoria a una realidad agobiante.
Los lectores del boom se ven abocados entonces al naufragio en las letras que sienten más
suyas, más laberínticas. Andrés Caicedo y Rafael Chaparro encontraron en estos caminos el
universo cambiante de la vida violenta en las ciudades y lo volvieron letra esperada por los
jóvenes vulnerados y anodinos. Sus narraciones y palabras acuden a lo usual, a lo inmediato y
lejos de cualquier discurso pomposo rompen la voz para aproximarse a la realidad de su tiempo,
trastornado, infame y confuso.
Fragmentos de un retrato:
la ciudad narrada
En la más reciente narrativa colombiana entran en juego la
ciudad, el espacio urbano y la cultura tejiendo y destejiendo
los jirones de la realidad contemporánea, enfatizando en la
decadencia y el vacío, en el estar entre el aquí y el ahora sin
ley ni principio ante la ausencia del mito y la constatación de
lo transitorio y lo fallido (Giraldo, 2004: 166).
Una ciudad contemporánea narrada de otra manera será la nueva
protagonista de esta época, en la que pertenecer a ella exige una
serie de cambios en el pensamiento de los hombres y mujeres
que se construyen con ella. Las décadas de las nuevas expresiones
libertarias se abre paso por las ciudades, las transforma, las pone en
otro ritmo. La noche es su cómplice y compañera, los pensamientos
juveniles abrazan la nueva atmosfera de exceso y búsqueda. Los
espacios de la ciudad ya nunca volvieron a ser lo mismo.
La oleada de jóvenes de esta época se refugió en expresiones como
la música, el cine o la literatura, y la volvieron forma de manifestación de sus pensamientos y sentimientos caóticos, fundando la
generación más excitante del siglo XX. La llamada contracultura
inauguró otra forma de pertenecer a la ciudad. Se desfiguraron los
prototipos y se enmarcó un horizonte nuevo, en el que su derecho
a interpretarlo y transformarlo desencadenó un grito de libertad,
en el cual, “la ciudad es un escenario de crisis de valores, de cuestionamiento, de disolución de la unidad familiar y social, de desintegración de la identidad y de los principios” (Giraldo, 2004: 167).
Los acontecimientos cotidianos tomaron fuerza y sus expresiones
se concentraron en el rock, la literatura, la religión, la naturaleza,
el hippismo, la droga, el suicidio, manifestaciones colectivas de
ruptura articuladas desde el derecho a la diferencia. Estas catarsis
juveniles predeterminadas por el deseo, las aventuras, las oposiciones, los sueños y las frustraciones representan el espíritu de
estos años intensos de actividad incesante, referenciados en la
literatura y, en general, en las diversas expresiones artísticas que
dejan entrever sus motivos libertarios.
Las ciudades literarias de ¡Que viva la música! y Opio en las nubes
referencian los acontecimientos socioculturales marcados durante
estas décadas en Colombia, movidos por la influencia del capitalismo, donde las premisas se basaban en el sistema económico y
su dinámica. La sociedad de consumo se consolidó rápidamente y,
con ella, se pusieron en marcha las libertades monetarias, políticas,
sociales e individuales.
Las representaciones de la ciudad en ¡Que viva la música!, Conciertos de desconcierto y Opio en las nubes también reflejan
signos de vacío de la posguerra, de la lucha vietnamita, de
la herencia beat y la cultura del sin sentido que condujo al
hippismo, el escepticismo, la paulatina muerte de las utopías
y la conciencia del deterioro que caracteriza los últimos años
del siglo XX (Giraldo, 2004: 172).
Estos movimientos pretendidamente liberados son los que conducirán la emergencia de una ciudad contemporánea, signada por
los abismos en que se encuentran sus habitantes, y desarticulada
entre una comprensión social conservadora y las generaciones
nacientes que, devastadas por una utopía, empiezan a comprender
el mundo de otra manera.
Los nuevos horizontes de ciudad, fisurados, quebrados, incoherentes entre ellos son la representación de las ciudades colombianas,
retratadas por el ojo observador y crítico de nuestros artistas. Cali
y Bogotá metrópolis inconclusas, donde los actores de estos espacios fragmentados en los relatos literarios son el resultado de las
interacciones de su trayectividad2 con ellos mismos, inundando
así a la ciudad de la intimidad de sus gestos, volviéndola suya.
Estas metrópolis son el escenario ideal para encontrar una relación
directa entre la terminología empleada en la literatura y su manifestación real en la urbe. La Poética de Aristóteles (2007) es un referente concreto de ello. Peripecia, agnición y lance patético encuentran
su par en el entorno urbano. La peripecia o cambio de la acción en
el sentido contrario es equivalente al recodo como espacio físico
urbano donde se da un cambio significativo de dirección y llevando, por ende, a una transformación en la experiencia profunda
de la arquitectura (Saldarriaga, 2006). Por su parte, la agnición o
cambio desde la ignorancia al conocimiento para amistad o para
odio es asimilable al significado de la puerta cerrada (Heidegger,
1951), cuya prohibición implica la posibilidad de transgresión y
el descubrimiento llevando así a experiencias de nivel dramático.
Otra expresión literaria definida por Aristóteles es el lance patético,
o acción destructora o dolorosa como las muertes en escena, que
se encuentran en sectores deprimidos de las ciudades como las
zonas de invasión en áreas de alto riesgo por deslizamiento o las
viviendas ubicadas en basureros urbanos donde el drama de la
existencia es permanente.
Las ciudades en Andrés Caicedo
Era un río y no una calle lo
que yo cruzaba (Caicedo, 1985: 95).
Los personajes caicedianos constituyen un universo adolescente y
degradado que asiste y participa de una influencia cultural variopinta: el lunfardismo de la calle, el rock, el cine, la salsa, las drogas,
el desenfreno sexual, la rudeza de la noche, el sin sentido juvenil
frente a los valores tradicionales. Sus personajes están infectados
por la alteración que encuentran en la calle, en el barrio, en la ciudad. Marcados por el desenfreno ondean la locura del drogadicto
frecuente de la Avenida Sexta, la violencia psicópata de los niños
ricos del norte, el desespero de los marginados y la perversión
generalizada de una ciudad viciada. En este sentido, como lo dice
Quintero, el autor compone el retrato de una época en la ciudad
a través de los personajes que la experimentan.
Caicedo logra exponer su visión de la problemática de la juventud que habita la ciudad colombiana de los años setenta, abocada a la búsqueda de afirmación de su existencia individual
en el contexto de una sociedad problematizada por aspectos
2
Concepto que decanta Paul Virilio en una entrevista con Philippe Petit. “He propuesto incluso inscribir el trayecto entre el objeto y el sujeto e inventar el neologismo
“trayectivo” para sumarse a “subjetivo” y “objetivo”. Soy, pues, un hombre de lo
trayectivo” y la ciudad es el lugar de los trayectos y de la trayectividad” (Virilio,
1997: 42)
DOSSIER CENTRAL 121
Melissa Hernández-Ríos, Juan Gabriel Ocampo-Hurtado
de orden cultural, social, político y económico, expresados en
la complejidad de su identidad (Quintero, 2014: 16).
Cali emerge como un espacio que sobrepasa los límites entre ficción y realidad. La ciudad tangible es el espacio para describir la
subjetividad de los personajes que, atrapados por su universo
interior, llenan los ambientes de rebeldía y descontrol. Incluso, podríamos afirmar que toda la obra de Caicedo sólo pudo ser posible
por la existencia de esta ciudad, donde el mundo subjetivo de sus
personajes no puede separarse de un espacio tangible urbano.
Toda la obra de Andrés Caicedo parte, depende y se inscribe en
la ciudad de Cali. Esto, que parecerá un accidente, se convierte
en una actitud en todo su trabajo, pues no es posible que
un autor como Caicedo existiese en otra ciudad colombiana.
Este planteamiento, que podría ser tomado como una actitud chauvinista, es una realidad de múltiples connotaciones,
puesto que Andrés asumió a su ciudad como una especie de
metáfora de su propia vida, entendiendo la caleñidad como
una excepción, como una salida por la puerta trasera, como
un reto (Romero Rey, 2007: 35).
Caicedo se consolida como uno de los escritores más influyentes y
representativos de la segunda mitad del siglo veinte en Colombia
y, particularmente, en lo que compone la semántica de la literatura
urbana, dado que toda su obra está enmarcada en una ciudad real
como escenario, y como personaje indiscutible de sus letras y de
los acontecimientos sociales más relevantes de una época.
Pensar la obra de Caicedo desde una perspectiva de la literatura
urbana implica trasladarse a los pensamientos de sus personajes,
donde la soledad interior, el anonimato, la rapidez, el mareo de
sus calles y la multitud fotografían la ciudad como un álbum de
recuerdos histórico: “voy a caminar, voy a quedarme un rato parado
en la Plaza de Sears. Siempre pienso que debe ser legal estar con
alguien en todo el centro de la plaza, bien oscuro, bien de noche.”
(Caicedo, 2009: 32). Los relatos, traspasados por una visión joven
del espacio que recorren, dan cuenta de una ciudad real, sujeto
de múltiples deliberaciones. Según como se le mire, Cali es una
ciudad de múltiples relatos.
También es cierto que aquella ciudad descrita por Andrés es producto de su interpretación subjetiva y de su manera particular de
mirar, pensar y sentir su ciudad natal. Cali es capturada no solo
desde su representación textual, sino desde la música y el cine.
Calicalabozo, por ejemplo, empieza con “una ciudad que espera,
pero no le abre la puerta a los desesperados” (Caicedo, 1998: 11),
o “Caliwood” una ciudad que se funda a partir de su relación con
el cine y sus habitantes.
En ¡Que viva la música!, su novela cumbre, hay una exploración de
los diferentes ambientes de la ciudad: la calle y el espacio público
como su mayor protagonista, y punto común del encuentro, donde
se reconoce la dimensión del espacio como la representación del
hombre. Allí convergen los valores simbólicos, sociales, ideológicos
y sensoriales de la sociedad, el espacio íntimo de la casa como el
lugar donde se establecen las relaciones más personales y la búsqueda incesante del ser. Y, por último, la noche y la música, como
escenario perfecto que admite la interacción de los habitantes de
122
27 septiembre - diciembre de 2017
una ciudad, desata conductas incomparables, expresa la violencia y
el disfrute del hombre urbano, experiencias que llevan a los personajes de Caicedo a perderse en los excesos vicios de una sociedad
joven, en la que su relación con la ciudad se ajusta a los deseos
y prácticas transformados en expresión cultural, así, el consumo
desesperado de drogas alucinógenas, la violencia, la intolerancia
e, incluso, la muerte marcan el devenir de una sociedad.
Muchas cosas han de decirse sobre la ciudad narrada por Andrés
Caicedo, sin embargo, será él mismo el que nos otorgue una fotografía de ella:
La ciudad se llama Cali […]
Una ciudad con calor propio, y calles angostas, y andenes en
mal estado…
Una ciudad con toda clase de barrios. Y estos barrios con toda
clase de gente. Y esta gente dispuesta a hacer los trabajos que
usted quiera. Desde administrador del Campestre hasta gerente de Carvajal y Cía. Y desde empleado de cualquier banco
hasta maestro en la prostitución… no importa de qué sexo.
Una ciudad con parques desteñidos y sus parejas acariciadoras
sentadas en las bancas donadas por el Club de Leones.
Una ciudad con teatros de todas las categorías y también de
clases más bajas.
Una ciudad con mensajeros que silban mientras pedalean
pensando en la negra que se consiguieron por allí, en cualquier
parte… o en su bicicleta.
Una ciudad con fuentes de soda, inspiradoras de falsa importancia, mientras uno se sienta en las bancas giratorias y
observa con ojos llenos de curiosidad a las del carrito blanco
que esperan y esperan (Caicedo, 2014: 24).
Las ciudades en Rafael Chaparro
Cuando salí del hospital la ciudad había sido destruida por completo. Era un viernes y hacía sol,
pero también llovía (Chaparro Madiedo, 2013: 30).
Ofrecer señales a propósito de la obra de Chaparro no deja de ser
un riesgo desgarrador, precisamente porque su espíritu alternativo
parece colocar la narración en los límites que separan lo claramente
literario de lo altamente sospechoso. La literatura contemporánea
se nutre de la sospecha y, en este sentido, la obra del autor es una
muestra clara de una conmovedora visión literaria.
Una vez asumida esta postura podemos intentar rastrear algunos
puentes itinerantes que sirven de antesala a la pieza de Chaparro.
El primero de ellos se encuentra en lo que la historiografía narrativa
denomina como literatura urbana, es decir, aquella donde la ciudad
deja de ser un simple escenario de fondo para convertirse en una
especie de personaje-espacio central, donde se revelan tanto los
Fragmentos de un retrato:
la ciudad narrada
procesos de transformación de las ciudades, como la capacidad
del artista de plasmar esa experiencia urbana. Al respecto, Giraldo
(2000) identifica que lo urbano deja de ser un simple escenario
de los acontecimientos novelados para convertirse en el suceso
literario mismo. Ahora bien, si la génesis de esta corriente urbana
podemos rastrearla en el Ulises o en Dublineses de James Joyce
(2009; 1996), no podemos olvidar que el referente local corresponde a la literatura de Andrés Caicedo.
Un segundo mojón resulta precisamente de asociar como similares
algunas características comunes de Caicedo y Chaparro. Ambos
despliegan una voluntad de ilusión que va de lo meramente ficticio
a lo claramente alucinado, se sirven de la música como elemento
participante y estructurante del ritmo narrativo, son transeúntes
habituales de las noches citadinas y de esa forma del desespero
convertida en rumba, y comparten una forma del lenguaje que
es tanto sencillo como irreverente, tanto popular como subjetivo
y que se reviste, en todo caso, de mucha juventud. Chaparro se
convierte en uno de los predecesores de la estética literaria de
Caicedo, donde la ciudad se compone como un personaje más,
protagonista de sus narraciones.
Desde los años sesenta, la ciudad empezó a ser uno de los
temas recurrentes en la literatura colombiana. La mayoría de
las novelas que trabajaban dicho tema se enfocaban en la
problemática de la juventud dentro del ámbito de la ciudad,
desarrollando discursos en torno a esta última como elemento
imprescindible para entender los procesos sociales que se
estaban sucediendo en la época. Sin embargo, no es hasta
los años noventa, con novelas como Opio en las nubes y Ese
último paseo, entre otras, que el espacio es representado como
objeto de la narración. Estos textos son ciudad en tanto que
construyen una imagen de ésta en la escritura, explicando
las relaciones que los habitantes tienen con el espacio de la
ciudad moderna (Jaramillo Morales, 2004: 301).
A pesar de la muerte temprana de este escritor, su obra se ha convertido en una especie de culto en el movimiento de la contracultura colombiana y en una referencia obligada para muchos. Cuando
Chaparro falleció tenía una obra publicada, la más reconocida y
estudiada, ganadora del Premio Nacional de Literatura en 1992,
Opio en las nubes, en la que los personajes son arrastrados hacia
la hostilidad de la ciudad. Donde la relación con el entorno se
aborda a partir de su sensibilidad con la urbe, componiendo así
una narración violenta de Bogotá como atmósfera de los relatos,
lo que en la obra se percibe es una especie de supervivencia a la
crisis de los espacios desgarrados de la capital.
Salimos a un parque. La tarde está un poco triste. Un poco
rota. Un poco difusa. El cielo está gris y hace un poco de frío.
Amarilla me dice que tiene ganas de tomarse una fotografía
en un día triste. Amarilla se sienta bajo un árbol y saca una
botella de whisky. Toma un sorbo y ensopa su mano con el
whisky y yo le lamo la palma lentamente, sin afán. Nuestro
árbol es grande e inspira confianza. A los pocos minutos una
sirena irrumpe la calma del parque. Mierda. Unos árboles más
allá una mujer se trata de ahorcar. La policía llega a tiempo e
impide que la mujer se ahorque. Claro, la policía siempre se
tira todo. Esa mujer ahorcada hubiera completado lo que le
faltaba a ese día para ser más triste trip trip trip (Chaparro
Madiedo, 2013: 21).
Opio en las nubes es una novela urbana, de tono pesimista, habitada permanentemente por la muerte, rítmicamente musical, de
movimientos límites, misteriosa y cortante. Sin embargo, y a pesar
del convencimiento del juicio que sustenta esta caracterización, se
debe advertir que sigue siendo insuficiente, precisamente porque
cada personaje inventado por Chaparro es un asunto sin resolver.
Allí todo es demasiado serio y complejo como para pretender resolver algo, como lo descubre Giraldo.
En Opio en las nubes la ciudad es concebida como espacio
cosmopolita y al margen de los modelos impuestos, y como
prisión, hospital y mundo enfermo que alrededor de la ‘rumba
dura’ aglutina y aísla personas de todas partes. Sumergidos
en la vida nocturna, en ambientes cerrados y en mundos exteriores, los personajes sustituyen vida cotidiana corriente
y reflexión por las sensaciones, el ruido intenso, la asfixia, el
aislamiento y el encierro. La noche, la soledad en medio del tumulto, la agonía y el estridentismo contribuyen a la recreación
de la atmósfera de esa ciudad de crisis y deterioro, donde todo
es apocalíptico, degradación y muerte, vivencia del desperdicio
y de la caída (Giraldo, 2004: 173).
Lo anterior significa que el sin sentido es también un personaje,
tan real como la atmósfera alucinada que otorga al libro su título
nominativo. Si Opio en las nubes está escrita en ese límite presente
e inmediato, es precisamente porque pretende inaugurar nuevas
formas de ver y de narrar, pero el asunto no concluye allí, ya que
la escritura límite es lo más cercano a caminar sobre el filo de una
navaja o al borde de un precipicio. En el primer caso la sangre fluye
y, en el segundo, el vértigo acecha. Tal vez por eso en nuestras
ciudades rumba y muerte coinciden de modo tan cotidiano.
En la atmósfera de las historias de este autor se puede encontrar
un sentimiento constante de tristeza adherido a los espacios de
la ciudad que inunda los lugares comunes, bares, parques, calles, restaurantes, esquinas. Sus personajes relatan una ciudad
surrealista donde se confunden sus alucinaciones con los rasgos
físicos que habitan. La ciudad en Chaparro también es una forma
de vida nocturna, una experiencia estética que mora la ciudad,
recorriendo y extraviándose por la avenida Blanchot, mirando
los rostros de los hombres y mujeres anónimos expertos, como
todos, en soledades, última marca de la generación olvidada a la
que claramente pertenecemos.
Tal vez el que construyó este barrio pensó que las esquinas
eran parte de la circunferencia de la vida donde el amor es
un punto central equidistante de la curva infinita del dolor
– dijo Amarilla mientras limpiaba con la manga de su camisa
el vidrio para ver mejor las calles de aquel barrio (Chaparro
Madiedo, 2013: 178).
La psicología de la noche y de la ciudad que Chaparro encarna
traspasa cada uno de los personajes que el autor concibe. La figura
femenina es particularmente sugerente, imaginar la triada Amarilla,
Harlem, Marciana es desde luego una tentativa con lo efímero.
Puro presente sin porvenir, sensaciones, olores, amores por y en
DOSSIER CENTRAL 123
Melissa Hernández-Ríos, Juan Gabriel Ocampo-Hurtado
instantes. El ahí y el ahora son directos, hasta la remembranza es
presente, bien lo decía la conciencia gatuna de Pink Tomate: “el
presente es ya, es un techo, una calle, una lata de cerveza vacía,
es la lluvia que cae en la noche” (Chaparro Madiedo, 2013: 16).
Es posible que algunos lectores desesperen con la prosa de Chaparro, pero ello no debe ser un motivo de alarma, todo lo contrario, es
un resultado que apenas se intuye. Se requiere de un lector jovial
(abierto, de actitud juvenil) para comprender que este lenguaje
juega con los significados convencionales, y que termina relacionándolos con la plasticidad y espontaneidad que hasta la semiótica
muta a mágica falacia de la palabra. Rafael Chaparro es uno de los
pocos que se atreve a conciliar un lenguaje tan sencillo como simbólico, con expresiones de fuerte sensualidad que saltan sin mayores
apuros al terreno de lo grotesco y viceversa, en una ciudad que
termina siendo igual que su prosa y como las voces que la revelan.
Bogotá se muestra aquí en todo su esplendor surreal, se nos
relatan las glorias y las derrotas que se repiten en su norte y en
su sur, se nos muestran sus calles y sus cloacas, se nos insinúan
los bares sórdidos en que alguien rompe una botella de licor
en la crisma de su contrincante (González Ochoa, 2012: 15).
Las puertas de esa ciudad que se habita en la narrativa de Chaparro
quedan abiertas a cuanta alma solitaria quiera penetrarlas. No hay
sugerencias en su entrada, sólo hay que sentirse vulnerable frente
a las sensaciones que nos esperan allí.
Conclusiones
Es claro que la literatura urbana logra establecerse como un instrumento legítimo de aproximación al análisis de la ciudad, porque a
través de ella se describe y analiza lo construido desde una manera
personal y subjetiva, lo que implica que en ella no solo se evidencia
la concepción arquitectónica de la urbe, sino que revela con sus
historias la sociedad en que se sustentan. Recorrer las calles de
una ciudad determinada a través de las sensaciones y experiencias
relatadas en la literatura no solo enriquece el trazo social, cultural y
físico que las compone, sino que descubre la forma de habitar que
se conjuga profundamente en su entramado urbano. Las imágenes
descritas, los lugares donde suceden las cosas, las historias narradas
atravesadas por la experiencia de ciudad son fragmentos de un
124
27 septiembre - diciembre de 2017
retrato urbano que configuran el rompecabezas de la ciudad que
se pretende indagar.
Tanto la Cali como la Bogotá contenidas en estos escritores componen una especie de testamento literario de las ciudades narradas
colombianas, fundamental en el proceso de comprensión de los
pensamientos de los hombres y mujeres se han construido con
ellas, convertidos, a su vez, en personajes ficticios que pueden
ser cualquier habitante de sus calles. La capacidad que tiene la
literatura de nombrar la ciudad, de volverla deseo, de convertirla en
poesía, violencia, desgarramiento, está ligado a una expresión de
su propia concepción del mundo, por lo tanto, es una herramienta
que permite explicarla y conceptualizarla desde sus tejidos.
Es innegable que la obra de Caicedo compone una de las fuentes
más valiosas de información para entender la dinámica de la ciudad
de Cali. En ella se descubre su cultura, sus tradiciones, sus contradicciones, sus inequidades sociales y, sobre todo, los modos de vivir
que delatan una generación impulsadora de la contracultura en
Colombia. Los personajes que compone su obra narran situaciones
cotidianas, mezcladas con una crítica fuerte a los sistemas sociales.
De su mano se puede recorrer una ciudad que va mutando de norte
a sur, de las clases altas a las bajas, de los mundos burgueses a sus
suburbios conflictivos, donde se debate la vida y la muerte a diario.
De la misma manera, entender la Bogotá narrada implica recorrer
las letras de Chaparro en una especie de nube bucólica desde la cual
es posible encontrar una ciudad alterada por el alcohol y las drogas,
pero que deja entrever los movimientos de catarsis de sus habitantes. La generación underground en la que se contextualiza la obra
de Chaparro deja huella en las líneas de cada relato de este escritor.
Su manera especial y violenta de concebir los personajes implica
un cambio radical en la concepción del mundo y de la libertad. Así
mismo, la crítica contundente que deja su obra sobre la capital y
su decadencia modelan la historia de su cultura y su desarrollo.
Bogotá y Cali muestran sus más profundos fragmentos a través
de estos autores, donde la experiencia con la ciudad dibuja un
retrato que se deshace, se miente a sí mismo y se desborda, como
bien lo dice William Ospina. “Verdad es que en cambio las confusas
ciudades latinoamericanas parecen mostrar todas las desventajas
de la vida urbana y ninguna de sus seculares virtudes” (Ospina,
2004: 99), donde los reflejos de su realidad parecen estar sellados
por la oscura experiencia con la urbe.
Fragmentos de un retrato:
la ciudad narrada
Bibliografía
ARISTÓTELES. (2007). Poética. Buenos Aires: Gradifco.
CAICEDO, A. (2014). Mi cuerpo es una celda. Bogotá:
Alfaguara.
CAICEDO, A. (2009). Noche sin fortuna. Bogotá: Norma.
CAICEDO, A. (1998). Calicalabozo. Bogotá: Grupo Editorial Norma. Historias no contadas.
CAICEDO, A. (1985). ¡Que viva la música! Bogotá: Plaza
& Janes.
CHAPARRO MADIEDO, R. (2013). Opio en las nubes.
Zaragoza: Tropo.
GIRALDO, L. M. (2004). Ciudades escritas. Literatura y
ciudad en la narrativa colombiana. Bogotá: Convenio
Andrés Bello.
GIRALDO, L. M. (2000). Narrativa colombiana: búsqueda
de un nuevo canon 1975 - 1995. Bogotá: Pontificia
Universidad Javeriano, CEJA.
GONZÁLEZ OCHOA, A. (2012). Crónicas de Opio. Testimonios sobre un escritor que quería ser gato. Medellín:
Hombre Nuevo.
HEIDEGGER, M. (1951). Construir, habitar y pensar.
Consultado en: http://www.fadu.edu.uy/esteticadiseno-ii/files/2013/05/Heidegger-Construir-HabitarPensar1.pdf
JARAMILLO MORALES, A. (2004). “La simbolización de
la ciudad en Opio en las nubes y Ese último paseo”.
En: M. M. Jaramillo, B. Osorio y Á. I. Robledo (comps.),
Literatura y cultura. Narrativa colombiana del siglo XX.
Volumen II. Diseminación, cambios, desplazamientos.
Bogotá: Ministerio de Cultura, pp. 301-318. Cunsultado en: http://www.banrepcultural.org/sites/default/
files/lablaa/literatura/narrativa/Volumen2CapII.pdf
JOYCE, J. (2009). Ulises. Barcelona: Brontes.
JOYCE, J. (1996). Dublineses. Barcelona: Lumen y Tusquets.
OSPINA, W. (2004). Es tarde para el hombre. Bogotá:
Norma.
QUINTERO, E. A. (2014). El viaje: motivo y narrración en
!Que viva la música! Popayán: Universidad del Cauca.
ROMERO REY, S. (2007). Andrés Caicedo o la muerte sin
sosiego. Bogotá: Norma.
SALDARRIAGA, A. (2006). La arquitectura como experiencia. Bogotá: Villegas Editores, Universidad Nacional de Colombia.
VIRILIO, P. (1997). El cibermundo y la política de lo peor.
Entrevista con Philippe Petit. Madrid: Cátera.
DOSSIER CENTRAL 125