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El Jaber, Loreley Un país malsano : la conquista del espacio en las crónicas del Río de la Plata : siglos XVI y XVII . - 1a ed. - Rosario : Beatriz Viterbo Editora; Universidad Nacional de Rosario, 2011. 368 p. ; 14x20 cm. ISBN 978-950-845-263-4 1. Relatos de Viajes. 2. Crónicas. I. Título CDD 910.4 A mis padres, Luisa Moita y Bruno El Jaber A Fernando Cerolini Biblioteca: Ensayos críticos Ilustración de tapa: Daniel García Primera edición: 2011 © Loreley El Jaber, 2011 © Beatriz Viterbo Editora, 2011 www.beatrizviterbo.com.ar info@beatrizviterbo.com.ar Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. IMPRESO EN ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINA Q u e d a h e c h o e l d e p ó s i t o q u e p r e v i e n e l a l e y 11 . 7 2 3 6 7 Agradecimientos El proceso de elaboración de este libro, cuyo origen fue la tesis de doctorado que presenté a fines de diciembre de 2008 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ha sido largo. Por eso, son muchas las personas a quienes deseo agradecerles. En principio, a las instituciones que posibilitaron esta investigación: el Consejo Nacional de Investigación de Ciencia y Técnica con la beca doctoral que me otorgó (2001-2006) y el Fondo Nacional de las Artes con la beca que me concedió (2006-2007). Al Instituto de Literatura Hispanoamericana, del que formo parte y en el que están radicados todos mis proyectos de investigación, y especialmente a su director, Noé Jitrik, quien creyó en mí, como lo ha demostrado más de una vez. A la cátedra de Literatura Argentina I de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y a cada uno de sus integrantes por su apoyo y estímulo. También deseo agradecer a Robert Conn, quien fue Director del Departamento de Romance Languages en Wesleyan University durante el período que enseñé allí (2006-2007), por darme la posibilidad de vivir semejante experiencia. A la Olin Library de tal institución, gracias a la cual accedí a material fun8 9 damental para este libro. Por último, y en esta línea, a la Academia Nacional de la Historia, fuente de encuentro de muchos documentos claves de la presente investigación. Por otro lado, a Cristina Iglesia, mi directora de tesis. Ella fue la primera que me alentó cuando le confesé mi interés por trabajar las crónicas de la conquista del Río de la Plata, y quien me acompañó en el largo y difícil camino de abordar un objeto de estudio como el elegido. Con ella descubrí la literatura colonial argentina y compartí muchos años de investigación, muchas lecturas e intereses. Con ella festejé cada imagen y cada documento hallados como joyas encontradas en medio de un viaje solitario. Por todo esto, gracias. Agradezco a todos los que leyeron versiones, fragmentos y capítulos de este libro. A Alejandra Laera, que leyó la introducción y el capítulo 3, por sus estimulantes consejos. A Gonzalo Aguilar que leyó el capítulo 4 e hizo interesantes reflexiones, algunas de las cuales aún siguen resonando. A José Emilio Burucúa que leyó el mismo capítulo, por la cordial predisposición y por las sugerencias productivas que realizó. A Marta Kollmann, quien desde el campo de la geografía cultural, brindó su rigurosa lectura del capítulo 3. A Beatriz Sarlo por sus atinadas apreciaciones sobre el caso de Ruy Díaz de Guzmán, correspondiente al capítulo 1. A Serge Gruzinski por sus palabras sobre el análisis del mapa de Díaz de Guzmán, lo que hoy forma parte del capítulo 4. A Sergio Serulnikov por sus comentarios sobre el capítulo 2. A María Jesús Benítes por sus acertadas opiniones sobre la introducción. A Beatriz Colombi y a Leonardo Funes, quienes, luego de la lectura de la tesis, con gentileza me ofrecieron sus comentarios y recomendaciones, los cuales fueron valiosos a la hora de la reescritura. A todos les agradezco. Sus aportes recorren las páginas de este libro. A Martín Paz, gracias a quien pude ver la crónica de Ulrico Schmidl publicada en Nüremberg en 1599 y base de análisis del capítulo 4. A él le debo ese increíble hallazgo, por el cual me 10 aventuré en la relación discurso-imagen en los relatos de viaje del siglo XVI. Le agradezco a través suyo a la Biblioteca Nacional del Maestro y a su Directora, Lic. Graciela Perrone, que me permitieron entregarme al descubrimiento de esa edición que parecía inhallable. A todos los que buscaron, fotocopiaron y enviaron material para este libro. A Fernando Degiovanni, amigo y lazarillo en Middletown, que me ha enviado y me sigue enviando textos claves para mi investigación, a Mariano Siskind, a Ezequiel de Rosso, a Mónica Kircheimer, a Alejandra Uslenghi, a Gonzalo Aguilar, a Pablo Ansolabehere, a Patricio Fontana, a Claudia Roman, a Sandra Gasparini, a Beatriz Colombi. Sin la bibliografía que cada uno de ellos sugirió, prestó, buscó y me alcanzó este libro no hubiera sido posible. A mis colegas y amigos Ezequiel De Rosso, Cynthia Edul, Alejandra Laera, Graciela Batticuore, Claudia Torre, Valeria Abusamra, Leonora Djament, Clara Di Frangia y Mariano Siskind, gracias por estar, por escuchar, por leer y sugerir, pero sobre todo por ofrecer la palabra justa cuando la confianza flaqueaba. Fuera del ámbito académico, les agradezco a Soledad Núñez y a Paola Neira por su compañía; a Andrea Boschet por las largas y muchas horas que dedicó en ayudarme con el trabajo técnico sobre las imágenes; a Laura Salles y a Pablo Cerolini, quienes desinteresadamente se sometieron a la odisea de fotografiar estas rarezas iconográficas en bibliotecas nacionales; a Carolina Prieto y Alejandra Aisenberg, amigas sin cuya presencia en ciertos momentos la vida se hubiera espesado aún más. A mis hermanas, Paula y Yamila El Jaber, que me han acompañado en todo lo que me ha pasado en el transcurso de tantos años. Gracias por cada uno de los brindis a medida que la investigación avanzaba y el libro crecía, por alentarme a seguir cuando las cosas retrocedían. 11 A mis sobrinos Kalya Danilewicz y Simón Polack, alegrías cotidianas irremplazables, y a Manuel Cerolini, que apareció con su sonrisa hace unos años en mi vida. A Fernando Cerolini, mi compañero, por cada uno de sus inmensos abrazos, por darle pimienta y dulzura a mis días. Este libro está dedicado especialmente a mis padres, Luisa Moita y Bruno El Jaber. Por todo. Introducción De tierra promisoria a suelo maldecido En 1534, meses antes de que Pedro de Mendoza firmara la Capitulación para dirigirse al Río de la Plata, llegaron a España las riquezas de Perú, las cuales se habían palpado en Sevilla con el arribo del fabuloso rescate de Atahualpa. Estas muestras de oro eran percibidas por los españoles como una cifra de un tesoro mayor, aún no descubierto. A su vez, los relatos maravillosos de aquellos que formaron parte de la expedición de Sebastián Caboto, influenciados por las relaciones de los indígenas y de los náufragos de Juan Díaz de Solís, quienes llegaban a asegurar que podrían traerse las naves repletas de oro y plata, “confirmaban” que esa presunción era cierta. El oro tangible y real, junto con el relato de la fortuna posible que los esperaba en el Río de la Plata, eran los fundamentos que les hacían pensar a los españoles que en aquellas tierras inexploradas no faltaría algún nuevo Atahualpa o príncipe igualmente rico y poderoso, cuyos tesoros a repartir entre el rey y todos los que los conquistasen harían de cada soldado un nuevo Pizarro. Pero 12 13 nada de esto sucedería. Ningún Atahualpa, ningún príncipe, ninguna Sierra del Plata serían finalmente hallados ni descubiertos y, por lo tanto, ningún hombre que se dirigiera al Río de la Plata podría alguna vez emular a aquel conquistador enriquecido. Esta realidad se va descubriendo poco a poco. El fracaso económico de las expediciones que parten de la metrópoli entre 1530 y 1570 así lo demuestran. A la falta de metales que caracteriza a este territorio, habrá que sumarle la hostilidad del terreno a descubrir y conquistar, la ausencia o escasez de alimentos, la pobreza, el padecimiento, la muerte; y la suerte final de Pedro de Mendoza y Álvar Núñez Cabeza de Vaca, al mando de las dos empresas más importantes enviadas desde España para la conquista del Río de la Plata,1 son los claros ejemplos de que el sueño de ser Pizarro o Almagro nunca deja de ser eso: un sueño. La realidad golpea los ojos de los españoles. Tal es así que para 1570, cuando Su Majestad decide enviar a Juan Ortiz de Zárate a esta parte de América, las circunstancias que rodean este emprendimiento se vuelven cada vez más dificultosas,2 ya que no sólo cuesta conseguir inversores que se arriesguen en la aventura sino que además, como confiesa el clérigo Martín González, no se hallan “soldados y gente que quiera yr por la mala fama que ha cobrado aquella tierra, que en mentándola, escupen…” (Memorial de Martín González, 3 de mayo de 1575, en Fitte 1980: 235).3 La gente “escupe” porque hay una realidad que se ha desenmascarado: el Río de la Plata, en principio espacio promisorio, cuya riqueza declaraba su nombre, devela su verdad y deviene, así, suelo maldecido. Este libro pone el foco tanto en quienes miran extasiados el tesoro del Perú como en aquellos que escupen desanimados, porque en esa brecha, entre el sueño del oro y el desaliento, se construye un arco que evidencia el efecto que la tierra –la real vs. la imaginada– produce en los soldados y gobernadores que se dirigen al Río de la Plata y en las crónicas que realizan. 14 Debido a la importancia y particularidad que tal arco reviste en este territorio y en su relato, esta investigación se dedica al análisis de aquellos textos producidos durante los siglos XVI y XVII por hombres de armas que, sin responder a un pedido o mandato oficial, toman la pluma para narrar su experiencia en este espacio. El corpus está compuesto por: los Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, narrados por el escribano Pero Hernández y publicados en Valladolid en 1555; Derrotero y viaje a España y las Indias, título con el que es conocida la obra del alemán Ulrico Schmidl, editada por primera vez en Baviera en 1567; y La Argentina de Ruy Díaz de Guzmán, la única crónica de un mestizo, elaborada en 1612 y considerada por su autor como los primeros “Anales de las Provincias del Río de la Plata”. En todos los casos los cronistas comparten un imaginario europeo conquistador que dirige sus impresiones, sus decepciones y su discurso. Ese imaginario, si bien es común, asimismo posee singularidades, las cuales se establecen en función de cada autor, de las condiciones de enunciación y de esperada recepción que caracteriza a cada texto, y del cargo desempañado y el tiempo transcurrido en estas tierras. Así, a pesar de narrar una experiencia de conquista compartida, lo particular se impone: el Adelantado de las Provincias del Río de la Plata, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, no es el soldado alemán Ulrico Schmidl y éste, por cierto, no es el mestizo Díaz de Guzmán. Reconstruir esas diferencias ha sido una elección clave en el abordaje aquí desarrollado y uno de los desafíos a la hora de enfrentar estas textualidades, lo que generó un trabajo de rastreo histórico-documental que terminó ampliando y complejizando el conjunto de textos inicial. De este modo, forman parte del material de análisis las crónicas antedichas junto con escritos en su mayoría olvidados o desconocidos: la carta de Luis Ramírez (1528), la “Instrucción que el Adelantado don Pedro de Mendoza dejó a nombre de Juan de Ayolas, cuando se embarcó con destino a 15 España” (1537), “La relación que dejó Domingo Martínez de Irala en Buenos Aires al tiempo que la despobló” (1541), la “Probanza de méritos y servicios de Ruy Díaz de Guzmán” (1605), la “Relación general de Álvar Núñez Cabeza de Vaca…” (1545), la “Relación de las cosas sucedidas en el Río de la Plata por Pero Hernández” (1545) y todas las probanzas judiciales que se realizaron en torno al juicio que tuvo que afrontar Cabeza de Vaca al regresar a España, entre otras. Asimismo, se trabaja con diferentes representaciones iconográficas y cartográficas que acompañan los relatos y que son claves en la lectura crítica realizada: la serie de grabados de la edición latina del relato de Schmidl, publicada por Levinus Hulsius en Nüremberg en 1599, y el mapa que realizó el propio Díaz de Guzmán como parte de sus “Anales”. Estos documentos y representaciones han sido el medio a través del cual se ha procurado dar cuenta –en la medida de lo posible– del universo cultural que se cierne sobre la escritura y la recepción de todas y cada una de estas crónicas. El recorrido por la inmensa red que entreteje cada uno de los relatos de Ulrico Schmidl, Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Ruy Díaz de Guzmán ha sido una aventura tan particular como la que ellos mismos relataron. Quizás el deseo primordial de este libro sea el de ofrecer un espacio de reflexión crítico-literario sobre las olvidadas crónicas del Río de la Plata; un modo de volver a tomar la “piedra” colonial, como alguna vez la llamó Ricardo Rojas, y demostrar su compleja riqueza. Este libro busca, entonces, producir una lectura que no sólo intente reconstruir ese complejo universo cultural antes mencionado, sino que esté especialmente atenta a la diferencia que el Río de la Plata establece con otros puntos del continente americano. Por eso aquí se aborda la relación espacio-discursoimagen, con el objeto de indagar sus modos de coexistencia, sus configuraciones y determinaciones, sus preceptos y torsiones porque trabajar sobre todos ellos es uno de los modos de otorgarle entidad a una espacialidad rioplatense que los propios cro16 nistas refieren, ilustran, reconocen, y de la cual se lamentan una y otra vez. La relevancia del espacio: práctica, posesión y discurso La dimensión espacial es relevante en todo proceso políticoideológico; tal como lo señala Edward Soja: “no existe una realidad social no espacializada, no hay un proceso social no espacial, aun en la realidad de la abstracción pura, en la ideología, hay una dimensión espacial” (Soja 1996: 16). 4 Desde esta perspectiva, la conquista de América no es una excepción; como sabemos, el proyecto colonial que la sostiene establece una conexión imperativa entre el espacio conquistado y las diversas modalidades de posesión y conocimiento que se ejercen sobre él. El discurso que construye el imperio conquistador, y que luego intentarán continuar quienes se dirigen al Nuevo Mundo, ensaya distintas estrategias espaciales que pretenden abarcar esta conexión y responder al objetivo territorial que propició el viaje y que, por extensión, es concebido como referente central del escrito. De todos modos, más allá de ese lugar referencial, el espacio en sí mismo significa, pauta, determina e incluso elabora convenciones o las destruye; esa significación está basada en el hecho de que “la actividad en el espacio está restringida por ese espacio”, es decir, “el espacio ‘decide’ qué actividad puede ocurrir, pero incluso (...) comanda los cuerpos, prescribiendo o proscribiendo actitudes, rutas, distancias a ser cubiertas” (Lefebvre 2001: 55). Si bien esto es verdad, también hay que tener en cuenta que para el europeo que “produce” este espacio, que vive sus consignas y prohibiciones, que acata sus prescripciones o las transgrede, no hay sentido fuera del parámetro colonial metropolitano. El espacio adquiere tal sentido si es reproducible, lo posee en la puesta en discurso del recorrido practicado e impuesto. El lenguaje ocupa, por lo tan17 to, un lugar que no es suplementario a la acción efectiva llevada a cabo sobre las tierras a conquistar, sino parte integral de la misma.5 Esta coexistencia entre espacio y discurso liga la significación que ofrece la presencia textual de un lugar o un paisaje, con el tipo de posesión llevado a cabo sobre cada uno de ellos. La narración del nuevo territorio y de las diversas actividades infringidas sobre él se halla indefectiblemente marcada por el bagaje cultural que porta quien articula el enunciado, así como por los condicionamientos que el propio espacio establece sobre aquél. De ahí que no sea sólo el verbo ni la mano que lo escribe los que delinean la figura espacial que se trasladará al relato, el ojo del cronista conquistador recorre la tierra nueva, cuyas propias características dirigen el tipo de experimentación que luego será fijada en el papel. La representación ofrecida sólo será decodificable en tanto dé cuenta de una compartida “orientación mental”, en tanto reproduzca una política común de conquista espacial. Por eso, en las derivas visuales del cronista, en sus detenciones y en la historia que establece el modo de mirar, se observa la construcción (o aplicación) de una “lógica de la visualización” (Lefebvre 2001: 98; King 1997: 134-144) que –articulada por una ideología que alcanza al viaje, al viajero conquistador o al terreno mismo practicado– es la que determina finalmente el recorrido de la representación realizada. Pero esa lógica no es unilateral, es decir, su nivel de aplicabilidad a veces se resiente; en ocasiones, como sucede en el Río de la Plata, el ojo no está preparado para ver aquello que se le ofrece, o el recorrido que impone la nueva tierra descubierta se halla en clara tensión con aquella “orientación” esperada. Los condicionamientos individuales, ideológicos y culturales que porta el sujeto europeo y que inciden en sus modos de mirar, de poseer y de representar el nuevo espacio descubierto, permitirían pensar que ha desaparecido la posibilidad de una visión o concepción objetiva del terreno conquistado. Sin em18 bargo, existe un espacio, que podría llamarse natural, que está allí antes de la aparición de estos nuevos actores-conquistadores-escribientes. Pero esa “preexistencia del espacio” no funciona aisladamente, sino que convive con lo que podríamos denominar una “preexistencia del sujeto” que viaja y recorre y con una existencia in situ de quien lleva a cabo la práctica territorial. Entonces, si bien el espacio existe como realidad material, esa materialidad se halla atravesada por una multiplicidad de planos, los cuales son atravesados a su vez por procesos sociales, culturales y políticos diferenciados. La espacialidad, concebida en su complejo entramado, posibilita el abordaje de esa interesante e intrincada multiplicidad recién señalada. Por eso proponemos partir desde aquí y concebir el espacio no como un simple medio físico o un puro medio de producción, sino como una representación cultural cuyo orden es reflejo de la práctica social ejercida sobre el mismo, y cuyos movimientos a través de él, una vez textualizados, permiten alcanzar una comprensión más amplia no sólo de las conductas de la vida social, sino también de la biografía de quien las lleva a cabo y de la historia que tales desplazamientos construyen. Así, los movimientos efectivamente emprendidos en/ sobre la nueva tierra son concebidos en su eficacia significante –ya sea por los propios hombres de armas que accionan sobre el terreno, ya sea por quienes se colocan en el lugar de observadores de tales emprendimientos– en función del objetivo ideológico que los dirige, son interpretados en términos de su funcionalidad estratégica; de este modo, pueden ser entendidos como prácticas discursivas en las cuales los significados están corporeizados, inscriptos y reinscriptos simultáneamente. Esta escritura de palimpsesto que el espacio inscribe en los cuerpos de quienes lo transitan, que los conquistadores escriben sobre el territorio que pretenden dominar, que los cronistas ilustran a través de las diversas y reiteradas representaciones que ofrecen, da cuenta de la red de relaciones que caracteriza al espacio 19 (y a sus diversos actores) en su devenir. Es esta escritura marcada por los incesantes recorridos, itinerarios y redes; hecha palabra en la crónica que pretende reproducir la práctica en sí; escritura que se escribe con el cuerpo y también con la pluma, cuya existencia se ve determinada por la historia de ese cuerpo, por su biografía; es esta escritura, que caracteriza también a las crónicas rioplatenses, el recorrido elegido, el eje de este libro. El Río de la Plata: distopía, relato y desaliento Comenzar por el lugar que posee la espacialidad en la conquista y en su relato, permite dimensionar la importancia discursiva, política y estructural que adquirirá en los textos que tengan que referir un espacio tan alejado de aquel creado y recreado por el imaginario europeo conquistador. El Río de la Plata no provee los productos esperados por quienes se encaminan a su encuentro, ya que no sólo no hay en él metal precioso a extraer, sino que tampoco hay suficientes alimentos disponibles, ni agua con que saciar la sed. El suelo parece resistirse a satisfacer las demandas de los recién llegados, resistencia que se ve duplicada en las constantes dificultades que atraviesan los españoles a la hora de transitar o de fundar su recorrido. Ciénagas, inundaciones, una naturaleza salvaje e inhóspita, accidentes naturales que impiden la exploración, junto a reiterados ataques indígenas a la armada española, son algunas de las características centrales que marcan el viaje de conquista y exploración de esta tierra. La distinción que caracteriza al Río de la Plata no afecta solamente al imaginario identitario del conquistador que llega a este lugar –quien esperaba hallar aquí el terreno fértil donde poner en acción las lecturas maravillosas de héroes que alcanzaban la fama, la gloria y el poder mediante sus acciones de 20 descubrimiento y colonización– sino también a aquél que pretende poner en palabras este proceso. Las dificultades empíricas que vive el europeo en esta tierra se complejizan aún más a la hora de trasladar esa experiencia al papel. En el Río de la Plata no hay modo de protegerse del impacto que produce lo nuevo porque no hay nociones o categorías dentro de las cuales incluir este “desvío” del modelo. En las crónicas rioplatenses, en cada texto, para cada uno de sus autores, el espacio surge y supone un problema ideológico, estructural y retórico. ¿Cómo dar cuenta de una conquista infructuosa? ¿Cómo referir un espacio que corroe aquellos elementos en los que se sostiene la heroicidad del conquistador? ¿Cómo elaborar una narración verídica que, dadas las características de esta tierra, sea asimismo legible del otro lado del océano? ¿Qué lugar otorgarle a la esperada riqueza propia del discurso colonial, por su valor económico y simbólico, una vez que se ha alcanzado y recorrido este espacio, una vez que se han explorado sus posibilidades? ¿Qué tradición seguir, qué modelo narrativo puede ser funcional para llevar a cabo la representación de una tierra que está fuera del esperado horizonte de expectativas y que no se cansa de confirmarlo? El Río de la Plata crea, así, un relato nuevo fundado en un espacio distópico por excelencia, crea la escritura de la decepción, una escritura que, a diferencia de otras crónicas de Indias, dice la negatividad sin omisiones ni enmascaramientos, dice lo que falta en esta tierra, lo que no se encuentra, profiere el hambre, la sed, la equivocación reiterada de los recorridos, la ausencia de metales, de riquezas, de maravillas: dice el desaliento. El fracaso de los objetivos económicos y simbólicos en el Río de la Plata no es un dato adicional ni circunstancial, no responde a la coyuntura de una expedición, a la suerte de un viaje, de un viajero o de un cronista. La decepción, articuladora de este tipo de discurso, no responde tampoco a un naufragio, a un cautiverio o a una re21 vuelta, es decir no deriva de un acontecimiento fortuito del que se desprende un evento trágico o anecdótico que podría ser narrado y consumido. En los textos que aquí trabajamos, el espacio del Río de la Plata –y todo lo que se liga a su acontecer– es la condición misma de posibilidad del relato, es tanto el que propicia la escritura, como el que decide y moldea el acontecimiento a narrar, el que le confiere estatuto al discurso y a su portador. La novedad de lo experimentado coloca a los cronistas ante desafíos narrativos, de decodificación y legibilidad. Esa misma novedad, que hace a la materia a relatar, es la que a su vez exige incursionar en nuevos modos de decir. Pero la crónica rioplatense no aborda solamente este aspecto creador, sino que trabaja en una doble vertiente, entre la tradición que espera leerse y lo nuevo que exige ser dicho. La escritura de la decepción lo dice todo, desde el sueño al desaliento, desde el ruego y el lamento a la condena y creación, y en esa “totalidad” a la que aspira también intenta sostener motivos de identificación entre autores y lectores; por eso, más allá de sus particularidades, también habrá héroes, habrá territorialidad, conquista, habrá combates e incluso riquezas, aunque sean minúsculas, aunque sean pocas, aunque una y otra vez sean inhallables y persistan en su realidad mítica. Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Ulrico Schmidl y Ruy Díaz de Guzmán derivan entre lo nuevo decepcionante, y raras veces maravilloso, y lo esperado o esperable ya codificado, sus plumas oscilan entre un espacio y otro. Este trabajo busca comprender esos vaivenes que no sólo marcan la narración, sino que en ocasiones, incluso, determinan el ritmo de la historia de este espacio. 22 Notas 1 Sobre las características de la expedición de Mendoza, ver Groussac 1932; sobre la expedición y el gobierno de Cabeza de Vaca, ver de Gandía 1932 y Fitte 1980. 2 Para mayor información sobre la expedición de Ortiz de Zárate, ver de Gandía 1932: Fitte 1980 y Zavala 1977. 3 El subrayado es mío. 4 A menos que se indique lo contrario, todas las traducciones son mías. 5 Sobre el rol fundante y performativo del discurso en este contexto, ver Lienhard 1990 y Gregory 1998. 23 Capítulo 1 Escribir la decepción Una vez muerto don Pedro de Mendoza, se realizó el inventario de sus bienes en la nave en la que se había embarcado rumbo a España. Sobre su escritorio se encontró una carta dirigida a Juan de Ayolas, su lugarteniente. Antes de partir, desde un camastro en el que se hallaba, afectado por la avanzada sífilis que lo consumía, el Adelantado le dicta a su escribano Pero Hernández sus últimas palabras en tierra americana. Entre las instrucciones dejadas a Ayolas, una vez señalados recorridos y asentamientos, Mendoza exhala su ruego: [envíame] alguna perla o joya sy ovieredes avido para mi que saveis que no tengo que comer en españa, sy no es la hacienda que tengo que vender, y toda mi esperanza es en dios en vos, por eso mira pues os dexo por hijo y con cargo tan honrrado que no me olvides, pues me voy con seis llagas, quatro en la cabeza y una en la pierna y otra en la mano que no me dexa escrevir ni aun fyrmar (Mendoza [1537] 1941, 2: 190). 1 De padre a hijo, Mendoza pone por escrito su desaliento. El hambre vivida en el Río de la Plata se extiende como peste más allá del océano y llega a España. Sin oro ni dinero ni comida, Mendoza arremete y aconseja imperativo: 24 25 Sy entraredes tan adentro que os encontreis con Almagro o con pizarro, procura de hazeros su amigo (...) Y si Diego de Almagro quisiere daros por que le renuncie la governacion que ay tengo desta costa y de las yslas ciento y cincuenta mil ducados como dio a pedro de Alvarado porque se bolbiese a su tierra, y aun que no sean sy no cien mill, hazedlo sy no vieredes que ay otra cosa que sea mas en mi provecho no dexandome morir de hambre (...) y si dios os diere alguna joya o alguna piedra no dexeis de enbiarmela porque tenga algun remedio de mis trabajos y de mis llagas (191). Finalizando la instrucción, el Adelantado redobla la apuesta, sobre el fin se corrige, se retracta y enuncia el remate: y aunque arriba digo que la contratación que aveis de hazer con Almagro o pizarro que sea de las dozientas leguas que tengo de governación en la mar del Sur o de las yslas, digo que lo hagais por todo el Río de la plata tambien y sea por todo lo que mas pudieredes (191). La desesperada instrucción del 21 de abril de 1537 nunca llega a hacerse efectiva. Ayolas muere en una emboscada indígena, sin llegar a retornar al puerto desde el que lo esperaba su mentor; Pedro de Mendoza muere también en altamar antes de llegar a España. Esta instrucción es el primer escrito de la decepción, el primer texto que enuncia la pobreza del retorno, el derrumbe de las expectativas del Adelantado frente a una tierra de la que parte postrado, enfermo, sin riquezas y con la muerte rondándolo.2 Antes de partir, Pedro de Mendoza aún cree que quizás su “hijo” encuentre el bien preciado, la joya que la tierra les ha escamoteado; antes de embarcarse, el conquistador también sospecha que quizás la tierra continúe ocultando sus riquezas, entonces apela al valor de un bien incuestionable: leguas y leguas podrían ser vendidas al único postor que pueda verse interesado por ellas. La decepción marca el escrito del escribano, quien reproduce por medio de la letra legal el ruego personal de un hombre que implora “no me olvides”. ¿Cómo se compensa el fracaso de una conquista, de una expedición, de una aventura personal, de una vida? ¿Habrá, aca26 so, alguna joya que posibilite equilibrar los trabajos y las penurias vividas? Pedro de Mendoza apela, por lo menos, a no morir de hambre; las compensaciones han decrecido considerablemente respecto de lo esperado al zarpar con la armada más importante que se dirigiera al Río de la Plata. En la disminución ya comienza a perfilarse el trastrocamiento que ocasiona la experiencia vivida en esta tierra. Y es ese cambio el que dirige el tono de la instrucción, el que la personaliza y por ende recrudece a medida que avanza la narración, a medida que se extiende el tiempo de espera de Ayolas sin que éste regrese, a medida que las llagas lo aquejan y lo imposibilitan en sus movimientos, a medida que finaliza el escrito y con él sus funciones. Esta instrucción marca una línea que seguirá el resto de las crónicas sobre la conquista del Río de la Plata: desde el cruce entre lo legal y lo personal hasta la desilusión, la realidad puesta en discurso de lo no encontrado, pasando asimismo por el deseo, casi lloroso, de confiar aún en la existencia de alguna piedra perdida, alguna joya, alguna leyenda. En este sentido la “Instrucción” es el texto que condensa los motivos fundantes de la escritura de la decepción, por eso se verá amplificado o recreado por las crónicas que lo sucedan; texto en el que el fracaso económico, que deriva de una empresa colectiva, se torna individual; donde el cuerpo adquiere una relevancia nueva en su acontecer en el espacio, en su recorrido, en su aventura conquistadora y en su padecimiento casi infinito; donde las relaciones sociales también se ven trastocadas y personalizadas; donde el oro, su hallazgo o su pérdida, rige el enunciado, el destino final, el retorno y también la muerte. 1. Cuando la novedad espacial se hace carne en el cuerpo La crónica de Ulrico Schmidl (1567) Después de la conquista de Perú y de México, en medio de una segunda ola expansionista en el imperio de Carlos V y de 27 una creciente y nueva fiebre del oro, Ulrico Schmidl de Straubing parte junto a don Pedro de Mendoza y su expedición rumbo al Río de la Plata.3 Esa fiebre del oro se desata el mismo año de su embarque, 1534, en que salen más de ochenta y seis navíos en dirección a América, el número más grande desde el descubrimiento, y en el que se registra el mayor volumen de oro llegado a España. Pero, como sabemos, ese volumen que propicia el viaje, esa fiebre que impulsa a este alemán hacia el Nuevo y prometedor Mundo no llegará a concretarse en este territorio. En 1554, luego de haber pasado casi veinte años como soldado al servicio de la Corona española en el Río de la Plata, Ulrico decide volver a su país natal, Alemania. Su retorno no se debe al quiebre de los ideales que dibujaron la partida, sino a cuestiones personales: su hermano Tomás le pide que vuelva a Alemania y él responde a este ruego de inmediato. El viaje de regreso tendrá las vicisitudes aventureras que ya venían caracterizando a sus desplazamientos. A punto de embarcarse rumbo a su país desde Cádiz, pierde todas sus pertenencias en la nave que había contratado para volver, salvando su vida por milagro. Ulrico Schmidl retorna, entonces, sin beneficios económicos que representen, aunque fuera medianamente, su amplia experiencia americana. Sin embargo, no son estas cuestiones las principales directrices que marcarán el tono del relato que escribirá posteriormente. Trece años después de su retorno, en 1567, Ulrico publica su crónica sobre su experiencia vivida en el Río de la Plata desde 1534 hasta 1553.4 En ella, cuenta todos los acontecimientos relativos a la conquista de esta tierra, describe todas las tribus encontradas, los recorridos efectuados, los combates llevados a cabo, las rencillas por el poder que ha presenciado. El relato de Ulrico no sólo es el único relato desde la perspectiva de un soldado, o como él dice “del común de la gente”, y el único que recorre tan amplio período de tiempo, también es el único texto que narra paso a paso las expecta28 tivas europeas sobre el Río de la Plata y su paulatina reconfiguración. Las preguntas que surgen al leer esta crónica –¿cómo se narra la frustración?, ¿cómo se dice la falta, el vacío?– no son privativas de la relación de Schmidl, se adelantan en la carta de Ramírez, en la instrucción de Mendoza, incluso en los Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Pero dado que en este caso la crónica no está dirigida a una autoridad real, aquí la materia misma del relato se ve marcada por otro tipo de cuestiones: cómo se escribe un texto atractivo de una experiencia de conquista como esta, qué se le puede regalar a los lectores europeos de una vivencia de veinte años entre el hambre, la ausencia de metales y la inhallable maravilla. Esta última pregunta resulta crucial, en especial si se tiene en cuenta que las publicaciones de la crónica de Schmidl durante los siglos XVI y XVII se realizan en el marco de colecciones de relatos de viajes exitosas para la época. De este modo, la primera publicación forma parte de la serie de viajes que edita Sigmund Feyerabend desde Frankfurt en 1567; y en el resto de las ediciones, este texto también integra proyectos editoriales mayores, como el de Jean Theodor de Bry en 1597 y 1599 y el de Levinus Hulsius en 1599, 1602 y 1612. 5 Al observar los títulos que se le otorgan al relato de Ulrico en cada edición, la pregunta recientemente articulada adquiere mayor relieve. El desafío al que se enfrenta el cronista es tomado por los distintos editores, quienes, como su narrador soldado, le buscan un atractivo a esta historia de hambre y padecimiento. Así, el título de la primera edición de 1567 es: Otra parte de esta historia universal de navegaciones. Verídicas descripciones de varias navegaciones, como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y ciudades... también de muchos peligros, peleas y escaramuzas entre ellos y los nuestros, tanto por tierra como por mar, ocurridos de una manera extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares de los antropófagos, que nunca han sido descriptas en 29 otras historias o crónicas, bien registradas y anotadas para utilidad pública. Por Ulrich Schmidel de Straubing (Cóccaro y Kirbus 1984: 12).6 En la segunda foliatura de esta edición se registra la narración de Schmidl con el siguiente título: Verídica e interesante descripción de algunos países andinos e islas, que no han sido mencionadas anteriormente en ninguna crónica, explorados por la primera vez en el viaje de navegación de Ulrich Schmidl de Straubing con mucho peligro, y descriptos por el mismo con mucho esmero (13). 7 La edición de de Bry, tanto la alemana como la latina, elige el siguiente título: Parte VII. América. Descripción verídica e interesante de algunos países e islas de importancia, de que no se ha hecho mención todavía en ninguna crónica, y cuyas exploraciones han sido llevadas a cabo por primera vez en el viaje de navegación de Ulrico Schmidt de Straubing, con grandes peligros, y que han sido descriptos y explicados por él con toda diligencia (13). 8 La contemporánea edición de Hulsius (1597-1599) –trabajada en profundidad en el capítulo 4– posee el título: Historias verdaderas de una maravillosa navegación que Ulrich Schmidel, natural de Straubing, hizo, desde 1534 hasta 1554, a América, al Nuevo Mundo, a Brasil y al Río de la Plata. Lo que padeció durante esos diecinueve años y los extraños y maravillosos países y pueblos que vio, todo descripto por el propio Schmidl...... (14). 9 Como puede observarse, todos los títulos elaborados por los editores remiten a una historia “verídica”, única, nunca antes contada, sobre un espacio explorado por primera vez por su autor; recalcan los padecimientos y peligros vividos por el cronista, se detienen en el aspecto extraordinario, maravilloso, de esta historia que, ante todo, es concebida como un relato de viaje.10 Desde esta óptica, la particularidad de este texto es su 30 originalidad. Así, Feyerabend apela en primera instancia a todo artilugio para atraer al lector: “partes desconocidas”, “muchos peligros, peleas y escaramuzas”, “ocurridos de manera extraordinaria”, “costumbres horriblemente singulares de los antropófagos”; de Bry focaliza la novedad del texto que publica como parte de su colección en el hecho de que narra “lo que no se ha hecho mención todavía en ninguna crónica”, destacando asimismo el rol fundacional de las acciones llevadas a cabo (“las exploraciones” geográficas efectivamente realizadas), el aspecto aventurero de quien las realizó (“con grandes peligros”) y la discursividad del relato en sí mismo. Hulsius, por último, dirige la atención del lector hacia el tiempo vivido y el recorrido efectuado en el Nuevo Mundo, así como también hacia los padecimientos del cronista y los “extraños y maravillosos países” visitados por éste, además de los aportes particulares de su edición, como las láminas y el mapa que la acompañan. Es interesante esta estrategia de venta en el siglo XVI en el marco de colecciones de viajes. De ahí que no sólo haya que reparar en la posible existencia de un régimen o patrón a seguir con el objeto de captar el interés del lector, sino también en los cambios que pudieron haberse efectuado sobre tal molde. Si los padecimientos del soldado cronista son efecto directo de lo relatado en su historia y las peleas son parte constante e integral de una crónica de la conquista, ¿en qué consiste lo maravilloso del relato de Schmidl? ¿Dónde puede observarse lo extraordinario? Feyerabend lo coloca del lado de lo “horrible”, en la antropofagia indígena, pero también del lado de lo “increíble”, en la grandiosidad de los combates vividos por el cronista y por él mismo narrados; Hulsius lo ubica en el espacio, es la geografía, son los países, las islas, los reinos, las ciudades, las “maravillosas”. Entramos aquí en disonancia con el propio narrador: ¿Qué hay de “maravilloso” en este espacio, en esta geografía, en esta naturaleza? La crónica de Ulrico se pretende verídica en tanto fuente directa de una experiencia vivida por el propio cronista, sol31 dado de la expedición de don Pedro de Mendoza con la que parte y de la tripulación y de la armada de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, de Juan de Ayolas y Domingo de Irala; la crónica de Ulrico es el relato de una experiencia signada por el peligro y el padecimiento, en este sentido todo un relato de aventuras con el que espera toparse el lector y a cuyo imaginario apelan los editores; la de Ulrico Schmidl es la historia de la conquista de un espacio que rompe con la fiebre del oro que moviliza su encuentro y, por ende, si posee alguna maravilla no es, desde ninguna perspectiva, propia de la particularidad espacial del Río de la Plata. La distopía no puede adelantarse en el título, por eso los editores de estas colecciones de viajes convierten la experiencia infructuosa en aventura única e irrepetible y a veces tuercen el vacío, viendo en el padecimiento que produce la falta, la novedad del relato. Si fue así, si pudiera pensarse de ese modo, quizás Hulsius, uno de los grandes propagadores de esta crónica, sea o haya sido un adelantado en ver que lo nuevo del Río de la Plata es lo que no se ofrece, no se halla, no se alcanza; lo que se ve y experimenta es el suelo que lleva a Mendoza a enunciar su ruego lastimoso de moribundo fracasado, el mismo que lleva a Schmidl a proferir maldiciones sobre las características de esta tierra. La maravilla ha comenzado a trocar, como gran parte del imaginario una vez transitado el Río de la Plata; si existe algún aspecto fuera de lo ordinario que “maravilla” los ojos del europeo, si puede concebirse la existencia de una novedad ligada al territorio rioplatense que sea narrada en esta crónica, ésta se hallaría en los resquebrajamientos que este espacio produce dentro del imaginario fabuloso y mercantil que porta el europeo. Quizás en este aspecto radique lo “moderno” de esta crónica y de su éxito de publicación, es decir, que lo que podríamos llamar la “demanda del público lector” de estos relatos de viaje, en el marco de las colecciones de Feyerabend, de Bry y Hulsius, es el aspecto verídico de una aventura irrepetible que, desde esta perspectiva, no impide la narración de la falta. Decir 32 el peligro y el padecimiento sin vuelta ni recompensa es la aventura que emprende Ulrico a la hora de relatar su experiencia en el Río de la Plata. Pero esta aventura en el marco de un viaje de conquista, realizada por un alemán mercenario ligado a la Casa Bancaria Welser,11 es, sin lugar a dudas, atípica, precisamente por su falta de recompensa. La cuestión es aún más compleja si se tiene en cuenta que la narración del fracaso económico –base constitutiva de la escritura deceptiva– no es aquí incidental a la materia del relato, ni corolario de un éxito final, ni marco de una aventura fantástica mayor, sino base misma de la historia narrada. 12 Dotado de descripciones geográficas, temporales, históricas y etnográficas, el relato de esta tierra rioplatense descripta como vacua (sin oro, ni plata, ni metal precioso, ni alimento) se plenifica de sentido. El hambre –que recorre el texto, la historia, la acción misma– lleva al cronista a extremar el realismo de su relato. El hambre pide un tono hiper-realista y conforma, de este modo, el marco a partir del cual se abrirán paso todos los sucesos y episodios a narrar. En este contexto surgen, aunque parezca una contradicción, la relación de las Amazonas y de la Ciudad de los Césares; mujeres, oro y mitos que, una vez dentro de la lógica del relato de conquista, adquieren una existencia de hecho. Si bien la presencia de este tipo de leyendas puede deberse a que la audiencia alemana de este período demandaba “temas exóticos y licenciosos” (Bolaños 2002: 232),13 Schmidl no desanda este interés pero tampoco lo convierte en aspecto reglar de su escritura. El espacio rioplatense, la historia de conquista allí vivida entre 1534 y 1554, marcan el recorrido de la narración y su materia. Las directrices de la crónica están determinadas en el interior mismo del texto, y gran parte de lo que puede leerse como respuesta a la demanda del público lector, como estrategia deliberada del cronista, también admite ser leído simplemente como el modo de satisfacer el propio deseo/gusto que Schmidl –también lector y alemán– poseía por tales temas. 33 Vociferar el hambre En Verídica descripción... o Derrotero y viaje a España y las Indias, como es conocido su texto,14 Ulrico Schmidl refiere los desplazamientos rumbo al Río de la Plata y en especial dentro de él, los cuales generalmente estaban dirigidos hacia el encuentro del oro o el hallazgo del lugar aurífero de leyenda; pero su crónica no sólo narra esto, también cuenta la reconfiguración del móvil del viaje que genera este espacio en particular. La necesidad de comida, su búsqueda desesperada e imperiosa, establece los recorridos y tuerce muchas veces los itinerarios prefijados. La realidad rioplatense, junto con la hostilidad de su naturaleza, marcan un nuevo rumbo a la acción bélica, a la práctica espacial y al discurso que las relata. Ulrico especifica los alimentos de cada una de las comunidades indígenas porque de ello depende la suerte de los europeos y de su avance conquistador. Los querandíes, el primer pueblo indígena descripto, poseen carne y pescado que les ofrecen a los españoles diariamente. El combate que se produce con ellos se debe a la falta de retribución alimenticia en la que incurren una sola vez. Ganada la contienda, esta cuestión vuelve a ponerse en primer plano dado que los españoles que permanecen en este sitio deben sobrevivir de alguna manera. El narrador hace hincapié en el modo de sustento de los que se quedan allí, porque de él dependerá su destino final. Así, la tierra conquistada se desmerece frente a la nueva significación de la comida, la cual termina marcando el tipo de incursión en la tierra nueva. Allí (...) dejamos unos cien hombres de nuestra gente; pues hay buenas aguas de pesca en ese paraje, también hicimos pescar con las redes de ellos para que sacaran peces a fin de mantener la gente, pues no se daba más de seis medias onzas de harina de grano todos los días y tras el tercer día se agregaba un pescado a su comida. Y la pesca duró dos meses y quien quería comer un pescado tenía que andar las cuatro leguas de camino en su busca (40). 34 El alimento se ha convertido en una empresa conquistadora por la que hay que pelear, caminar, embestir y navegar; empresa que, como tal, impone el cuerpo como elemento central de su lógica de funcionamiento. La supervivencia es la respuesta a una acción efectiva que lleva a cabo el hambriento conquistador sobre y contra el espacio conquistado; por eso, como aclara en su instrucción el capitán Juan de Ayolas, “si alguno de los hombres de guerra] quería más [que las ocho onzas y media de pan y harina estipuladas para cada uno] que se lo buscara” (44). La ración asegura la vida, el apetito deriva en empresa personal. La comida establece, entonces, las acciones de conjunto y las individuales, así como también decide los recorridos. Cuenta Ulrico que cuando Pedro de Mendoza juzgó que él ya no podía mantener a su gente, ordenó que se hicieran cuatro bergantines que navegaran aguas arriba por el Paraná para buscar los indios para que nosotros pudiéramos lograr comida y bastimento. Pero cuando estos indios nos hubieron divisado, huyeron todos ante nosotros y no pudieron hacernos mayor bellaquería como la de quemar y destruir los alimentos (....), así nosotros no tuvimos nada que comer ni mucho ni poco pues se le daba a cada uno tres medias onzas de pan en bizcocho en cada día. En este viaje murieron de hambre la mitad de nuestra gente. Así tuvimos que regresar, porque nada pudimos lograr en este viaje y estuvimos en andanzas por dos meses (42). El hambre, la carencia o la provisión de bastimentos, no sólo determinan los asentamientos o retiradas, sino que también regulan los tiempos del viaje. Al respecto señala Ulrico que “si el susodicho viaje [hacia los timbúes] hubiere durado diez días más, no se hubiere salvado ninguno de nosotros de hambre. Así de los cuatrocientos hombres han muerto en este viaje cincuenta” (46). Del mismo modo también cuenta que se quedan entre los indios de esta última tribu por el lapso de tres años porque “nos dieron de comer pescado y carne en divina abundancia” (46). 35 El espacio se hace carne en el cuerpo y el cronista reproduce, a pesar del fuerte ingrediente descriptivo que impera en su relato, el padecimiento de los hombres, el suyo propio. En la especificación constante del alimento se lee, casi inevitablemente, la resignificación que éste posee dentro del compendio que ofrece el cronista de aquello que caracteriza a cada grupo indígena. De este modo, luego de esos tres años de “divina abundancia” (sintagma utilizado sólo dos veces en todo el relato), los capitanes deciden navegar por el río Paraná hasta el río Paraguay para continuar el recorrido exploratorio; sin embargo, lo que en verdad determinará ese camino será la tribu que encuentren allí y el sustento que ésta pueda proveer. De ahí que, en tanto la lista alimenticia propia de los carios es extensa (trigo, mandioca, batatas, mandioca-poropí, mandioca-pepirá, entre otras), también lo será la consecuente incursión territorial que el viajero avala de acuerdo con cada elemento del listado que saborea. Lamentablemente la boca parece ir perdiendo la posibilidad de disfrutar de la variedad, lo que se observa en el casi único alimento que poseen algunas tribus (pescado y carne), en la repetición de la supervivencia a base de una vegetación y una fauna que tampoco ayuda, en la reiteración de la escasez de comida o de su desesperante ausencia. El narrador sufre, el español sufre y ese sufrimiento, que mancomuna, por el que se conduele también el lector, es el que “legitima” que el narrador tilde de “bellaquería” el modo de defensa indígena frente a la avanzada europea. La veracidad, tan pregonada por los editores, puede ser palpada por el lector alemán precisamente por el tipo de discurso que ejercita el cronista. Ulrico no deja de referir la marca que el vacío imprime en el europeo (“[hasta] los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido”, 41), en ningún momento deja de mencionar el itinerario, la antesala del viaje, la tribu, sus costumbres, sus peculiaridades, así como no olvida abrir bien la boca cuando la ocasión lo amerita, cuando el fracaso se vuelve tangible, y entonces ruega, maldice, denuncia, se lamenta y vocifera. 36 Decirlo todo El hambre, la sed y la naturaleza hostil constituyen los elementos que dirigen la acción del cuerpo del europeo por el Río de la Plata y, por ende, la narración de esta crónica que sigue esos pasos. Así, vemos a los españoles avanzar, retroceder, deambular, regresar indefectiblemente de un modo dificultoso. La espacialidad se hace cargo del relato, del cuerpo del europeo, de su acontecer, de su devenir, y no al revés. Como si no hubiera modo de revertir mediante la escritura una realidad diversa, como si el discurso de este espacio no permitiera la elisión, la metáfora o el ciframiento, se dice una y otra vez la derrota, así como se sostiene empírica y discursivamente la creencia en el oro, en el enriquecimiento, en la leyenda. Aunque la figura de Pizarro y su aventura exitosa se delineen cada vez más en su realidad fantasmal, los hombres de guerra y sus capitanes siguen hasta último momento, aún luego de veinte años de entradas frustradas, creyendo en la posibilidad futura de concretar el sueño imaginado. Pero a pesar de él, la imposición del sufrimiento corporal hace mella en estas figuras y en sus mentes. Así, la crónica fluctúa entre el sueño y la privación; sin embargo el tono lo da la falta y no el deseo, en ella se dibuja la particularidad espacial rioplatense, la marca del conquistador, aventurero y guerrero que resiste en esta tierra. Aún más, la falta (de oro, de metales preciosos, de alimento, de agua) es la directriz del relato, la que motiva la acción bélica, conquistadora, territorial y alimenticia y, por ende, la que dirige el discurso que la reproduce. El vacío es motor de la acción real y discursiva, sin llegar en ningún momento a detener el movimiento que encauza y establece. De este modo, el decir la falta es un elemento clave del discurso de la acción; por tanto, callar, elidir, resulta imposible en la estructura significante practicada dado que la enunciación del vacío degradante y desesperanzador se convierte en parte 37 central, casi identitaria, del sujeto que cuenta lo vivido, en marca fundante de la veracidad de su narración. Delineada por los sucesos que otorgan la tierra, por el tono que ésta le imprime al viajero y a su texto, la crónica de Ulrico Schmidl se convierte en un relato completo de los hechos acaecidos en el Río de la Plata; relato en el que, para retomar las palabras de Cristina Iglesia, “no hay nada que ocultar” (1987: 22). Precisamente, en esa “nada” ocultable se percibe el deseo, la desesperación, el fastidio, el horror. Sí, el vacío es por definición motor activo del sujeto, pero también generador del sufrimiento y de la maldición. En ese “decirlo todo”, el generalmente impasible narrador alemán, predominante descriptor, una vez transitada y conocida la tierra, una vez avanzada la escritura, desata su lengua y profiere: “tampoco he visto en mi vida un país más malsano que éste” (92). La frase, dicha en relación a la tierra de los siberis, se vuelve extensible al Río de la Plata. La “malsanidad”, que es el modo en que se percibe la tierra que pisa y recorre, es, en principio, empírica, productora del padecimiento constante y de la decepción ante la falta de metal precioso; pero no sólo eso, también se traslada a la escritura, también llega a ser discursiva. Desde esta perspectiva, el carácter malsano de este país produce asimismo el quiebre de gran parte de los estereotipos definitorios del discurso colonial que se pretenden mimar. El Río de la Plata pone en escena la dificultad de traducir o transmitir una realidad o una experiencia disruptiva a través de una fijeza nominativa ya presignificada desde la metrópoli. Esto crea una crisis en la representación que algunas veces se deriva en una crisis del sujeto y del objeto. Si el fracaso ya se halla fuera del estereotipo esperable, la degradación que produce el hambre escapa incluso a todo horizonte de expectativas, va decididamente más allá de todo imaginario. Sólo el mal parece caber como posibilidad ante lo inexplicable, y el cronista ensaya causas para entender/abordar una “malsanidad” que afecta incluso su discurso. El hambre resiste 38 las tipologías, el orden léxico, tan practicado por el cronista; resiente las jerarquías; corroe las estructuras sociales diferenciadoras y, por sobre todo, perturba las distancias identificatorias del yo y el otro. Fue tal la pena y el desastre del hambre que no bastaron ni ratas ni ratones, víboras ni otras sabandijas; también los zapatos y cueros, todo tuvo que ser comido. Sucedió que tres españoles habían hurtado un caballo y se lo comieron a escondidas (...). Aconteció en la misma noche por parte de otros españoles que ellos han cortado los muslos y unos pedazos de carne del cuerpo y los han llevado a su alojamiento y comido. También ha ocurrido entonces que un español se ha comido su propio hermano que estaba muerto (41). El listado gradativo de esta descripción es perturbador: de las ratas al cuero, de allí al caballo y por último a los humanos. La carencia impulsa a los españoles a la decadente asimilación: el cristiano se ha convertido en antropófago. La conversión coloca al sujeto colonial ante los límites de su discurso; ni descripción ni relato, sólo el enunciado sucinto de la barbarización. Como puede observarse, no hay articulación de la diferencia que pueda sostenerse basada en una inversión de roles que resiente el propio proceso de subjetivación del europeo. El problema de la identidad –tan trabajado por la crítica postcolonial en tanto cuestionamiento del marco, del espacio de representación y de la imagen en confrontación con su diferencia– salta a la vista. El espacio familiar del Otro, esencial parte en el proceso de identificación del yo, se ve resentido en su propia constitución. La familiaridad de ese Otro está lógicamente ligada a un tipo de sobrediscurso o sobreescritura, como la llamaría Lienhard, que conforma la imagen del Otro que Europa quiere y necesita leer. La escena esbozada por este cronista pone en juego el problema de la mirada, de ver al yo como otro y, por lo tanto, de su representación. El objeto de la mirada constituye, sin lugar a dudas, un referente problemático para el lenguaje del cro- 39 nista, en tanto la enunciación de esta escena reescribe la ficción del Otro esperable y circunscribe el relato del yo fuera del espacio ya prácticamente institucionalizado que le cabía en el reparto. Aquí, y en esto reside su realidad disruptiva, el sujeto colonial es acción y parte del proceso de degradación, no su mero observador. La puesta en discurso de este episodio, por más escueta que sea, pone en escena la imposibilidad de representar al sujeto colonial según los parámetros de cierta tradición que ofrece una visión totalizante y plena del objeto de su mirada. Como bien señala Bhabha: (...) cada vez que tiene lugar el encuentro con la identidad, en el punto en que algo excede el marco de la imagen, elude el ojo, evacua el yo como sitio de identidad y autonomía y, sobre todo, deja una huella resistente, una mancha del sujeto, un signo de resistencia. Ya no estamos enfrentados con un problema ontológico del ser sino con la estrategia discursiva del momento de la interrogación, un momento en el cual la demanda de identificación se vuelve, de modo primario, una respuesta a otras preguntas de la significación y el deseo, la cultura y la política (2002: 71). El momento de la interrogación aquí aludido supone un proceso de cuestionamiento que desanda la fijeza discursiva colonial establecida desde España. De ahí que el narrador/descriptor del episodio de inversión apele a la especificación del lugar de origen de aquellos que han franqueado la distancia identitaria. Ahora el grupo de pertenencia tan repetitivamente sostenido a lo largo de la crónica no funciona como tal, la dualidad nosotros –los europeos civilizados– vs. ellos –los indígenas salvajes– no es funcional a la acción mencionada. Los que han incurrido en la antropofagia fueron una y otra vez españoles y no alemanes. La especificación se vuelve necesaria no sólo para permitir que se siga sosteniendo el relato, sino también para posibilitar la lectura del mismo.15 Un hombre se ha comido a su hermano. Sin juicio ni lamento, este relato condensado dificulta la posibilidad de sostener la de- 40 manda de identificación que pesa sobre el sujeto del enunciado y la enunciación. La sobredeterminación desde el afuera que, según Bhabha, caracteriza al sujeto colonial, se halla fuertemente equiparada por la determinación del adentro que ahora también lo define. ¿Cómo representar al sujeto en el orden diferenciador de la otredad si los límites se han desdibujado? La escena apenas referida permite observar no a un yo colonialista y a un otro colonizado, sino “la perturbadora distancia intermedia” (Bhabha 2002: 66) que afecta tanto a uno como a otro. En este sentido, si se creía que la cuestión de la identidad estaba dada a partir de la asunción de una imagen determinada, la situación experimentada y su puesta en narración parecen demostrar que, cuando es ella la que dirige el enunciado, esa imagen se resiente. Ulrico repara en la capacidad interrogativa que genera el episodio y recalca que existe una realidad espacial que funciona como causa y explicación del hecho acontecido. De este modo la crónica no sólo se reinstala en el tópico geográfico y recoloca el orden del discurso en su cauce, sino que pretende desviar el foco del aspecto moral en el que podría inscribirse. Aunque este viraje no logre anular la incidencia del hecho de conversión, sí permite reconstituir las polaridades para poder volver a ver la otredad en relación con la cual se articula el yo y, por lo tanto, la diferencia necesaria que posibilita la narración. El suelo es el gran culpable, el generador constante de escenas que encuentran su lugar en la crónica: caminatas fatigosas, navegaciones difíciles, naufragios, hambre. La tierra produce aventura y, a medida que avanza el relato, va recrudeciendo las circunstancias que rodean a los protagonistas. Así, no sólo sustrae el alimento sino también el agua, la bebida comienza a escasear y a ser también regulado su consumo. La recompensa que se esperaba al iniciar el viaje ha comenzado su propio proceso de conversión degradante: “Uno [ya] no se preocupaba ni por oro ni plata ni por comida ni por otros bienes más, sino por el agua” (115). Sin líquido no hay camino, recorrido ni derrote41 ro. Hacia el final, la marca geográfica productora de escenas dignas de poseer un lugar en el texto, algunas de ellas verdaderos espectáculos, llega a su punto máximo. En el camino de regreso a su patria, una vez que Ulrico ya ha “viajado muchas leguas y andado en idas y vueltas”, una vez que se repite el hambre, el solo sustento basado en miel, raíces y cardos, una vez pasados casi veinte años en los que ha vivido reiteradamente un mismo episodio, este cronista ya no tiene palabras para transmitir su experiencia y dice: ya no teníamos qué comer, así nuestro alimento en mayor parte no era otra cosa que miel; también aquellos, los que teníamos con nosotros, estaban muy enfermos, pues vosotros debéis saber y pensar entre vosotros mismos lo que en un viaje tan largo y mala vida llevada, uno debe experimentar en cuanto al comer y beber y al descansadero… (134). La interpelación al lector aquí tiene valor de sentencia. El saber del lector es un deber de reflexión sobre la experiencia sobrellevada por los europeos a lo largo de su recorrido por el territorio americano. Ulrico dice “vosotros debéis saber y pensar” porque recae en el lector, en el destinatario del relato, la posibilidad de otorgarle tanto a él como a sus compañeros de travesía la tan esperada heroificación que la tierra una y otra vez les ha negado. Ulrico dice “vosotros debéis saber y pensar” porque hay algo del orden de lo experimentado que, quizás prácticamente por primera vez, pone en evidencia la dificultad de transmitir lo vivido. Desde el momento en que el sujeto europeo se ve interpelado en su propia identidad y/o identificación por una tierra que lo des-ubica, su enunciación quiebra o fuerza el estereotipo generando así un discurso Otro que lo trasciende pero que no deja de ser referido, haciéndose un lugar en la crónica, llegando a dirigir, incluso, la materia del relato. Espacio y cuerpo poseen una incidencia marcada en la formación de este sujeto y de su narrativa. Se construye de este modo una poética del cuerpo que contiene al espacio y una poé42 tica del espacio que determina la configuración visual e ideológica del cuerpo. 2. Cuando la traición es española La escritura de la rebelión interna Los Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1555) En 1537, diez años después de haber zarpado hacia la Florida junto a Pánfilo de Narváez, Álvar Núñez Cabeza de Vaca regresa a España.16 En ese camino, luego de haber sobrevivido al naufragio, al hambre, a la falta de ropas y a la vida entre indios, 17 Cabeza de Vaca oye la historia de otro infortunio: las noticias del Río de la Plata y el desastre de Pedro de Mendoza. De vuelta a España, luego de una experiencia única y “milagrosa”, Álvar Núñez escribe una Probanza en la que intenta demostrar los servicios que él y su familia han venido realizando en favor de la Casa Real.18 Es de suponer que con este escrito Álvar Núñez pretende el futuro Adelantazgo de La Florida, pero ese cargo ya había sido otorgado a Hernando de Soto el 20 de abril de 1537, es decir cuando Álvar Núñez estaba partiendo de México rumbo a España. Así la tierra, protagonista de las tristes noticias que poco tiempo antes llegaran a sus oídos, se convertiría en la recompensa material y efectiva que el rey le haría al ofrecerle la Gobernación del Río de la Plata; tierra que, para aquel entonces, entre 1530 y 1540, parece brindar una clara promesa de beneficio a quienes se embarquen en la empresa de su descubrimiento. Lo que oye en el barco no es información menor, el desastre de Pedro de Mendoza reclama acción pronta, hay que socorrer a los españoles en el Río de la Plata, quienes, abandonados y muriendo de hambre, esperan el rescate de Su Majestad; tales lamentables noticias son, asimismo, condición de posibilidad de su nuevo cargo. En 1541 se dirige al Río de la Plata, luego de 43 firmar una capitulación en la que se establecen los gastos y las recompensas que atañen a la empresa de conquista que lidera. Pero su viaje hacia esta parte de América no tendrá, nuevamente, los beneficios esperados. El camino se complejiza, el despoblamiento del puerto de Buenos Aires dificulta el acceso al lugar del socorro; aún más, su llegada produce desavenencias entre los capitanes y oficiales, sus intentos por ordenar la situación caótica que presencia generan fuertes enconos en su contra, los que terminan dirigiendo su destino final. El Adelantado enviado por la autoridad real es mandado de regreso a España, engrillado, acusado de traición, con documentos incriminatorios firmados por la mayoría de los españoles residentes en tierra rioplatense. Esta vez Álvar Núñez no es el sobreviviente de una aventura singular, sino el gobernador depuesto por los propios oficiales a quienes iba a auxiliar. Los regresos, el de 1537 desde la Florida y el de 1545 desde el Río de la Plata, ya no tienen punto de comparación; el derrumbe de la empresa económica y personal salta a la vista en los grillos que lleva en su cuerpo y en la cantidad de papeles que lo incriminan. Se seguirá un pleito legal que durará casi ocho años, en el que será incriminado, luego absuelto, pero en el proceso deberá apelar a todas las herramientas posibles para salvar su nombre y recuperar la gloria que el Río de la Plata y la experiencia allí vivida le fueron quitando día tras día. El juicio En el pleito entablado contra Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el Consejo de Indias presenta treinta y cuatro cargos en su contra, los cuales conducen al acusado a una dura sentencia que finalmente resulta anulada. Más allá de esta resolución final, hay que destacar que la gobernación de Cabeza de Vaca no generó un juicio sino, en verdad, cuatro: 1) la acción criminal por 44 mala conducta en oficio, que realiza el procurador del Consejo de Indias, Juan de Villalobos; 2) la acción criminal por el mismo Villalobos contra dos de los enemigos de Cabeza de Vaca, oficiales reales del Río de la Plata, Alonso Cabrera y Garci Venegas, por agresiones contra el gobernador; 3) el caso contra Cabeza de Vaca por Martín de Orduña, quien alega ser el heredero de Juan de Ayolas y por lo tanto reclama los derechos de soberanía sobre el Río de la Plata; 4) el juicio de Villalobos y Cabeza de Vaca contra el notario público del Río de la Plata, Martín de Orúe, por ofensas contra Cabeza de Vaca y contra el rey. Los cargos criminales establecidos por el fiscal del Consejo contra Cabeza de Vaca el 20 de febrero de 1546, están principalmente relacionados con: el abuso y la destrucción de las poblaciones indígenas, asimismo se le imputaba el robo a los habitantes de las Islas Canarias en el viaje al Río de la Plata y el saqueo de dos barcos mercantes en las Islas de Cabo Verde, también se lo inculpaba del abandono sobre la marcha de trece cristianos cuando se dirigían desde Santa Catalina hacia Asunción. Villalobos además le atribuía el hecho de haber prohibido –a todos excepto a sí mismo y a sus sirvientes– cualquier actividad de comercio con los indios. Cabeza de Vaca también fue acusado de confiscar la propiedad de sus hombres sin compensarlos, interferir en contratos privados, confiscar la propiedad de los muertos, fallar en traer adecuados suministros al Paraguay, aumentando su propio escudo de armas en vez del escudo del rey, proclamarse a sí mismo rey, “¡Yo soy el príncipe y el dueño de esta tierra!”, interferir en las regulaciones reales sobre impuestos en su propia ventaja, y prohibirle a los oficiales reales comunicarse con el emperador (Adorno y Pautz 1999: 396). 19 Durante la primavera y el verano de 1546, cuando Cabeza de Vaca ya no estaba encarcelado pero vivía bajo arresto domiciliario en Madrid, él ofrece testimonio en su defensa. El procedimiento seguido consiste en el otorgamiento de ciento veinte días para preparar sus probanzas, las cuales son presentadas durante el transcurso de ese año y tomadas en diversos lugares 45 del reino: Córdoba, Écija, Jaén, Antequera, Baeza, Cádiz, Arjonilla, Linares, Jerés, San Lúcar de Barrameda, etc. El 18 de marzo de 1551, Cabeza de Vaca es encontrado culpable y condenado a ser desprovisto de todos los títulos que le habían sido conferidos, proscrito para siempre de las Indias, desterrado a la colonia penal de Orán por cinco años, donde serviría al emperador con sus armas y caballo a su propio costo y sería responsable de los cargos por daños que reclamara quien hubiera sufrido alguna pérdida durante su gobierno. La sentencia, firmada en Valladolid por seis consejeros de Indias, posee una cláusula en la que recalca “el perpetuo destierro de las Indias bajo pena de muerte”. Cabeza de Vaca inmediatamente apela. El 6 de abril de 1546 su abogado presenta la apelación, el 11 de abril pide ser relevado de la detención en la corte para poder defenderse a sí mismo y buscar justicia. Aunque esto le es otorgado mediante el pago de un bono ese mismo día, el Consejo de Indias, reunido en Valladolid el 15 de mayo de 1551, le niega su petición de que la sentencia sea levantada. El 22 de noviembre de 1551, Cabeza de Vaca le solicita a la corte de Valladolid que reabra su caso. El 25 de noviembre el Consejo de Indias accede. Cabeza de Vaca vuelve a tomar probanzas, las cuales en verdad no agregan nueva información, más allá del “estigma” que sufre en su ciudad natal y la actual destitución de sí mismo y de su esposa. Estos nuevos datos tienen su peso en la futura revocación del dictamen. Un tiempo después de la disposición de marzo de 1551, el 23 de agosto de 1552, los cargos que recaen sobre Cabeza de Vaca son ampliamente reducidos. Su perpetuo destierro de las Indias es tan sólo circunscripto al Río de la Plata, y él resulta relevado de la obligación de pasar cinco años cumpliendo deberes militares en Orán. Pero la sentencia de 1551 sigue en pie en lo que concierne a la privación de sus títulos de gobernador y Adelantado del Río de la Plata, su responsabilidad por los costos de la corte y, más significativamente, de cualquier pleito civil que 46 pudiera entablarse en su contra por personas que alegaran haber sido dañadas durante el curso de su gobernación. En 1552, las principales obligaciones establecidas en la sentencia son descartadas, a partir de lo cual Cabeza de Vaca permanece en la corte en busca del reembolso por su patrimonio perdido en el Río de la Plata. Según Rolena Adorno, “su respetable status social” y “la influencia personal que parece haber ejercido localmente en Jerez de la Frontera y en la corte” se colocan en primer plano por sobre su actuación en el Río de la Plata, de ahí que le sea concedida la remuneración que se le adeudaba, lo que significaría una defensa exitosa de/en su nombre. A diferencia de esta postura, el resto de los críticos que trabajaron la obra de Álvar Núñez reconocen la recompensa pero la consideran una “reducida pensión” de doce mil maravedíes “que Núñez había solicitado para aliviar su pobreza y para alcanzar alguna atención médica” (Pupo-Walker 1992: 40; Bishop 1933: 290). En esta línea trabajan las declaraciones del escribano del imputado, quien aclara que si bien Álvar Núñez quedó libre de cargos, “le quitaron la gobernación (…) sin haberle dado recompensa de lo mucho que gastó en el servicio que hizo en la ir a socorrer y descubrir” (Cabeza de Vaca 1985: 227).20 Sin culpa ni beneficios, la imagen de Cabeza de Vaca se sostendrá en los escritos de sus aliados en el reclamo de una retribución que aún no se le ha dado. Dos en uno: dos relatos, una misma figura En 1555, una vez zanjados los problemas legales que lo acuciaban, una vez recibida la autorización real pertinente, Álvar Núñez publica en Valladolid La relación y comentarios del gobernador Álvar Núñez cabeza de vaca de lo acaecido en las dos jornadas que hizo a las Indias. La primera edición de la experiencia vivida por Álvar Núñez en el Río de la Plata es publica47 da en forma conjunta con la relación de su experiencia en la Florida, la cual ya había sido publicada con anterioridad en 1542. 21 Desde el comienzo del segundo relato, así como en el proemio o dedicatoria que posee el libro, dirigido al infante don Carlos, el Adelantado explicita que este último texto lo tiene como protagonista pero no como autor. La figura de Pero Hernández, su escribano, es la que aparece como quien responde a un “encargo” del propio Álvar Núñez, la que toma la pluma y realiza los trazos que ésta delinea: “estos Comentarios (que con gran diligencia y verdad escribió Pero Hernández, secretario del Adelantamiento y gobernación a quien yo los encargué)”. 22 La explicitada distinción de autoría entre un texto y otro, así como la diferente decisión editorial que los caracteriza (publicación independiente, publicación conjunta) marcan, desde el comienzo, una línea claramente distintiva entre una experiencia y otra. Aún más, la distancia que media entre los hechos acaecidos en su primera experiencia en Indias y su publicación –1537-1542– se amplifica en lo que respecta a la última vivencia en estas tierras –1545-1555. Entre su llegada a España y la publicación de los Comentarios, título que posee el relato de la experiencia del Adelantado en el Río de la Plata, median diez años, media un largo proceso legal, años de prisión, condena, alegatos, y muchos escritos: la Relación que escribe el propio gobernador en la que da cuenta de todas sus acciones en el Río de la Plata ([1545] 1906), la Relación de Hernández sobre lo acaecido allí ([1545] 1906), las cartas de soldados que esgrime el gobernador como pruebas de su accionar, 23 y las probanzas, con gran cantidad de testigos, que responden a un interrogatorio extenso sobre cada una de las acciones llevadas a cabo por Álvar Núñez Cabeza de Vaca y por el resto de los capitanes y oficiales de esta Gobernación, principalmente durante el período 1541-1545.24 Una vez reestablecido su nombre, con una condena prácticamente anulada, Álvar Núñez decide publicar este texto conjun48 to, recibe de hecho la cédula real que así se lo permite y dedica su libro al infante Don Carlos, lo que, para estudiosos como Rolena Adorno, estaría dando cuenta de su relación con la corte, así como de las gracias y el alivio por la salvación de su buen nombre. 25 Más allá de las deducciones que pueden realizarse a partir de la dedicatoria que posee el libro, lo cierto es que diez años después del comienzo del pleito, cuando se han acallado las voces que apoyan e incriminan a Álvar Núñez, él decide que esta historia –que “ensombreció” su nombre por un largo período– vuelva a ser oída. La publicación conjunta, Naufragios y Comentarios, es referida de este modo: [los segundos] van juntos con mis primeros sucesos porque la variedad de las cosas que en una parte y en la otra se tractan, y la de mis acontecimientos, detenga a V.A. con algun gusto en esta lección. Que cierto no hay cosa que mas deleyte a los lectores que las variedades de las cosas y tiempos y las bueltas de la fortuna, las quales, aunque al tiempo que se experimentan no son gustosas, quando las traemos a la memoria y leemos, son agradables (Serrano y Sanz 1906, 5: 148). La “lección” que se deriva de “las vueltas de la fortuna” es la explicación que ofrece Álvar Núñez a su dedicado; lección que adelanta en esa visión “agradable” del infortunio, una vez que el tiempo ha transcurrido entre el acontecimiento y su crónica. Pero no habrá memoria agradable alguna en los Comentarios. La visión edulcorada declarada en el proemio se disuelve al comenzar la lectura del texto. La lección parece ser otra, es otra, por eso la conversión positiva del infortunio no encuentra lugar en el relato. Son precisamente estas cuestiones, esta decisión editorial, estas declaraciones consignadas en el proemio, las que imponen otro tipo de lectura, las que impiden leer la publicación conjunta o bien como simple dato adicional, o bien como simple 49 respuesta a lo señalado en la cédula real, según la cual “un libro y el otro eran todo una misma cosa”. El yo que recorre el primer texto, que se construye como base del mismo, desaparece en el segundo relato, narrado en tercera persona por el escribano. El “hijo del Sol”, el “hombre de los milagros”, el que tuvo la “gracia divina” de sobrevivir y sanar, es el único yo que existe en este libro. Hernández apela, entonces, a la construcción heroica de este hombre que fue elaborada mediante la narración en primera persona de una aventura que, desde toda perspectiva, debe haber sido atractiva para el lector español del siglo XVI. La base de la crónica siguiente es, ahora sí, de acuerdo con la lógica de la publicación, la historia de la traición a ese héroe indiscutido, cuya experiencia en el camino y en la supervivencia, que recalca el autor, ya ha sido sobradamente demostrada en el relato anterior. La incidencia del tipo de construcción de la figura de Álvar Núñez que se lleva a cabo en los Naufragios sobrevuela la configuración del personaje del gobernador que realiza el escribano. Sin embargo, la razón de la publicación de este texto no parece sostenerse si el “buen nombre” de Álvar Núñez ya ha recuperado la gloria pasada. Por otro lado, la estrecha relación que existe –a nivel de contenido– entre este escrito y las relaciones efectuadas por Cabeza de Vaca y Pero Hernández al llegar a España en 1545, vuelven a poner en evidencia un claro intento por limpiar o, si se quiere, por terminar de limpiar un nombre manchado. Además, no debe olvidarse que, luego del proceso legal que se le sigue por traidor a Su Majestad, luego de años de defensa, de escritos, alegatos y testigos, el rey le concede a Domingo Martínez de Irala, el enemigo mayor del gobernador, quien lo envía engrillado a España, quien lo incrimina con cartas y probanzas, quien se queda a cargo del poder, la Gobernación oficial de las provincias del Río de la Plata. La Real Cédula de Gobernación es recibida por Irala en julio de 1555, carta en la que el rey legaliza el rol que éste venía asumiendo por man50 dato popular desde hacía más de diez años. Otorgamiento que, por otra parte, para el momento de la escritura y publicación de esta crónica, ya debía ser previsible ante el triste fin de las expediciones que se sucedieron luego del regreso de Cabeza de Vaca en 1545.26 El nombre no ha recuperado completamente su gloria, aunque la pena haya sido disminuida, aunque el infante don Carlos sea la persona a quien se dedica este libro, aunque su relación con la corte haya mejorado. Su buen nombre, su honra, en vinculación directa con su palabra, con el valor de verdad y de legitimación de la misma, sigue en discusión, por lo menos ante los ojos del propio protagonista que asiste desde su lugar en la corte a la oficialización de un cargo que le pertenecía, al respaldo legal de una figura “funesta”, y que decide que se vuelva a poner en discurso su historia, su versión de los hechos. Los Comentarios, su contenido, así como la elección narrativa del mismo, 27 deben ser leídos en este contexto, en función de estos datos, en diálogo con estos escritos porque el propio texto no deja en ningún momento de establecer relación con todos y cada uno de ellos. Los Comentarios siguen, de hecho, el proceso de los documentos previos, reescriben las relaciones hechas ante el Consejo de Indias, dicen y vuelven a decir el engaño, la traición, suavizan el caos que pintan los testigos sobre la marcha y la inminencia de los acontecimientos, pero por sobre todo continúan la línea de la defensa. Álvar Núñez Cabeza de Vaca: el nuevo Mesías “Después que Dios nuestro Señor fue servido de sacar a Álvar Núñez Cabeza de Vaca del cautiverio y trabajos que tuvo diez años en la Florida”, Su Majestad “mandó que se tomase asiento y capitulación con Álvar Núñez Cabeza de Vaca” para que fuese a socorrer a los españoles de la armada de Pedro de 51 Mendoza. Así comienzan los Comentarios: con Dios de su lado, Álvar Núñez logra sobrevivir a lo inimaginable en la Florida; ante la súplica de las personas del Río de la Plata y el mandato del rey, “el dicho Cabeza de Vaca se ofreció de los ir a socorrer”. Una vez establecidas las condiciones de la capitulación28 y la razón principal del viaje, la mano de Dios vuelve a entrar en escena, favoreciendo nuevamente, y como no podía ser de otro modo, a su siervo fiel. En la isla de Cabo Verde, “isla viciosa y muy enferma”, en la que pierde la vida la mayoría que en ella desembarca, Álvar Núñez y su armada pasan veinticinco días sin que la muerte alcance a ninguno de ellos, de lo cual “se espantaron los de la tierra, y lo tuvieron por gran maravilla” (101). Luego, cuando emprenden nuevamente la marcha, gracias al canto de un grillo que había introducido un soldado, evitan ahogarse cuatrocientos hombres y treinta caballos, “otro milagro que Dios hizo por nosotros” (101). Una vez establecido el favor divino que tiene siempre como destinatario al Adelantado, y por extensión a su gente, el narrador elige retomar el hilo principal, la clave de construcción de la figura central de su relato: el móvil del viaje. Álvar Núñez Cabeza de Vaca no se dirige rumbo al Río de la Plata con otro afán que el de socorrer a los españoles, cuya supervivencia depende, según el texto, del arribo de este salvador que envía la Corona. Como un Mesías, entonces, Álvar Núñez luchará contra los obstáculos del camino para llevar a cabo su misión de salvamento y llegará, contra viento y marea, aunque todo tienda a impedírselo. Así, sabido que el puerto de Buenos Aires había sido despoblado, que por esta razón Juan de Ayolas había sido muerto por los payaguaes y que el resto de la gente se hallaba en Asunción, el gobernador decide “buscar camino por la Tierra Firme desde la isla [de Santa Catalina], para poder entrar por él [a la ciudad de Asunción y al puerto de Buenos Aires]” y de ese modo no sólo “descubrir aquella tierra que no se había visto ni descubierto”, sino también “socorrer más brevemente a la gente española que estaba 52 en la provincia” (105-6). La habilidad táctica que se desprende de este doble cometido continúa abonando a la figura del gobernador que se pretende construir, al poner en evidencia el doble servicio al rey, ya que cumple su mandato de socorro y al mismo tiempo descubre nueva tierra. La crónica, igualmente, hará hincapié en las dificultades del camino y de su recorrido, así como en la osadía de quien decidió entrar al espacio rioplatense de ese modo. Y tal bravura volverá a tener un aspecto milagroso, increíble. Caminando por la tierra y provincia, aportó a ellos un cristiano español que venía de la ciudad de la Ascensión a saber de la venida del gobernador, y llevar el aviso de ello a los cristianos y gente que en la ciudad estaban; porque, según la necesidad y deseo que tenían de verlo a él y su gente por ser socorridos, no podían creer que fuesen a hacerles tan gran beneficio hasta que lo viesen por vista de ojos (119). Esta vez la maravilla no es resultado de un favor divino sino producto directo de una sabia decisión y de una alta capacidad táctica de quien está en el mando. Tan alta que el socorro efectivamente realizado es, desde todo punto de vista, impensado por los españoles residentes en la Asunción, quienes “jamás creyeron ni pensaron que pudieran ser socorridos, ansí por respecto de ser peligroso y tan dificultoso el camino, y no se haber hallado ni descubierto, ni tener ninguna noticia de él, como porque el puerto de Buenos Aires, por do tenían alguna esperanza de ser socorridos, lo habían despoblado” (121). La llegada de Álvar Núñez, el carácter increíble de la misma, 29 que merece ser vista por los propios ojos de los socorridos, va acompañada en esta crónica por la gran “fama” que corre por tierra de indios sobre “los buenos tratamientos que les hacía el gobernador y muchas dádivas que les daba” (120). Tal es la fama que, cuando el gobernador y su gente se iban acercando, “les limpiaban los caminos por donde habían de pasar” y los “indios y las mujeres viejas y niños se ponían en orden, como 53 en procesión, esperando su venida” (121). La figura de Cabeza de Vaca a esta altura es, digamos, excesiva, excesivamente habilidosa, excesivamente bondadosa, excesivamente religiosa y justa. La imagen elegida de la “procesión” es elocuente en este sentido y toda la crónica seguirá alimentando esta imagen del exceso, la cual está articulada en cuatro ejes: a) los buenos tratamientos a los indios; b) la habilidad conquistadora del Adelantado; c) la capacidad táctica en el manejo del gobierno; d) la fidelidad inquebrantable al rey y a sus leyes. Lógicamente, cada uno de estos ejes se halla estrechamente relacionado con los treinta y cuatro cargos que el Adelantado tenía en su contra cuando regresa a España. La línea de la defensa que continúa y cierra la crónica de 1555 se hace evidente, no sólo como respuesta y refutación a las acusaciones presentadas, sino como reescritura de las pruebas que la defensa presentó en descargo del imputado, ampliando información en algunos casos, omitiéndola en otros. De este modo, en los escritos legales, testigos como el propio Hernández aseveran que “Álvar Núñez procuró siempre tener paz con los dichos yndios e de les hacer buenas obras e tratamientos”, asimismo declara que los “yndios estavan con el dicho Álvar Núñez Cabeza de Vaca muy bien e le querían bien y estava bien quisto de todos por los buenos tratamientos que les hacía e dádivas que les daba e por no consentir que fuesen maltratados ni agraviados” (Serrano y Sanz 1906, 6: 267-268). En aserciones como éstas, Pero Hernández resume el buen trato que el gobernador tenía con los indios. Esta misma línea siguen otros testigos que aseguran haber visto cómo Álvar Núñez pagaba por los bastimentos y les daba rescates a los naturales de la región.30 Afirmaciones que se extienden a todo lo largo de la crónica, siempre estrechamente ligadas a “la pacificación y sosiego de los naturales de dicha provincia” y al seguimiento estricto de lo establecido por el rey sobre el tratamiento de los indios, según consta en “los capítulos de la carta acordada de Su 54 Majestad” (124). En este sentido, la crónica reproduce lo que se lee por detrás de las declaraciones de los testigos de las probanzas, es decir, que el tipo de tratamiento que le dio Álvar Núñez a los naturales respondía finalmente a su capacidad de gobierno, al lograr la paz y el sosiego entre cristianos e indios, pero también daba cuenta de la fidelidad a las leyes establecidas por la Corona, particularmente a las Ordenanzas sobre el buen tratamiento de los indios de 1526 y al Requerimiento, que formaba parte de las capitulaciones.31 Lo que resulta interesante es que, a pesar de las elocuentes inferencias que se desprenden de las declaraciones positivas vertidas sobre el Adelantado, el cronista opta por continuar trazando la escena, se entusiasma y amplía. De este modo, señala que debido al buen tratamiento “corría la fama [del gobernador] por la tierra y provincia, y todos los naturales perdían el temor y venían a ver y traer todo lo que tenían” (109), y que por el pago de lo que les ofrecían dejaba a los indios “tan alegres y contentos, que de placer bailaban y cantaban por todo el pueblo” (110). El exceso ha vuelto a escena y ahora el escribano nos ofrece una suerte de visión idílica, paradisíaca, en la que los indios bailan ante la llegada del gobernador, limpian el camino que ha de pisar, lo reciben “con mucho placer” y le ofrecen tal cantidad de bastimentos “que lo dejaban sobrado por los caminos” (114). En este paraíso que comanda/crea Álvar Núñez, sólo puede haber lugar para la abundancia, para el placer y el baile; todos ellos muestras palpables del reconocimiento de la autoridad. Tanto esta actitud por parte del gobernador como esta recepción por parte de los indios responden a intereses marcados: Cabeza de Vaca sabe que la paz y el buen tratamiento son necesarios no sólo debido al respeto a las leyes dictadas en la metrópoli sino también y principalmente “porque si se rompiera con los indios, y no se pusiera remedio, todos los españoles que estaban en la provincia no se pudieran sustentar ni vivir en ella, y la habían de desamparar forzosamente” (137). Esta clara ex55 plicación pone nuevamente en escena a un Álvar Núñez real que apela tanto a su experiencia en tierra de indios para sostener su vida y la de su gente, como a su contrato con el rey para ganar más tierra y no desamparar ninguna. Que quede claro entonces, el buen tratamiento a los indios asegura la supervivencia; el muy buen tratamiento puede proveer abundancia. Por eso mismo el abastecimiento de la gente de guerra es otro de los elementos que corre en favor del Adelantado: en todo el tiempo de la navegación el gobernador daba de comer ansí a los españoles como a los indios, e iban tan proveídos y hartos, que era gran cosa de ver, y grande la abundancia de las pesquerías y caza que mataban, que lo dejaban sobrado (…). Iba toda la gente en este viaje tan gorda y rescia que parescía que salían entonces de España (167-8). En los Comentarios, incluso la tierra es alcanzada por el exceso: da, ofrece y vuelve a ofrecer en demasía; la hipérbole se disemina a lo largo del texto y le permite decir al narrador que ésta, la tierra donde él se halla, Asunción, era la “más fértil tierra del mundo” (116).32 Aún más, en líneas generales, la tierra deja de ser la causa única y directa de la decepción y el padecimiento; así, si faltan los bastimentos, si no son suficientes –de tal manera que españoles e indios cristianizados sufren la escasez– esto se deberá al “desorden que en lo gastar había habido y tenido” (195). Pero si hay hambre, ausencia absoluta, entonces la razón será el mal desempeño de los enemigos, no casualmente el mayor sufrimiento por la falta de bastimentos se producirá en el puerto de Buenos Aires, aquel que despuebla Irala. La ecuación parece ser clara: con un buen manejo de los naturales, con el pago correspondiente de las provisiones que ofrecen y con paz y sosiego, no hay hambre posible. Sin embargo, y como se observará avanzado el texto, cuando los naturales reconocen la carta que tienen a su favor, la simpleza de la ecuación del Adelantado cae y lo que era ventaja y evidencia clara de un buen gobierno derivará en dependencia desesperada por parte de los españoles, 56 en combate por alimento sin táctica ni estrategia, haciéndole la “guerra y todo el daño que podían” (201). Y aunque esto suceda una sola vez en todo el texto (lo que resulta esperable), Hernández pondrá el acento en la rebeldía indígena y en la lucha por la supervivencia que explica el accionar español; por suerte, la falta de sujeción del subalterno en el contexto de recepción imperial del siglo XVI tiene un castigo unánimemente justificado, a él apela el narrador, así como a la falta de lógica de esta actitud indígena frente a los justos y buenos tratamientos que estos habían recibido de parte del gobernador. El relato que no desea oírse La habilidad y capacidad de Álvar Núñez Cabeza de Vaca en el manejo del gobierno se ve reforzada por las alianzas establecidas con los naturales de la región, en especial con los guaraníes, fieles vasallos que proveen alimento, que ofician de guías en el camino, de acompañantes en las entradas de descubrimiento y en los combates efectuados. Por eso, gran parte de las luchas contra determinadas tribus están vinculadas a la defensa de estos indios aliados, como la que sucede contra los agaces. Las escenas de enfrentamiento bélico con los naturales de la región que atentan contra los vasallos de Su Majestad, españoles o guaraníes, finalizan en la conversión de los rebeldes, quienes se someten al gobernador “rogándole” que los reciba. Y éste lo hace, como se destaca, con todo buen amor y les dio por respuesta que era contento de los rescebir por vasallos de Su Majestad y por amigos de los cristianos, con tanto que guardasen las condiciones de la paz y no la rompiesen como otras veces lo habían hecho, con apercebimiento que los tendrían por enemigos capitales y les harían la guerra; y de esta manera se asentó la paz y quedaron por amigos de los españoles y de los naturales guaraníes, y de allí en adelante los mandó favorecer y socorrer de mantenimientos (127). 57 La paz tiene sus condiciones; el carácter de las acciones de Álvar Núñez para con los españoles e indígenas, es decir para con todos aquellos que están bajo su mando, responde a un mismo objetivo: la ejemplaridad. De este modo, se ataca a los agaces por haber roto la paz que previamente habían establecido. El castigo es reparador y efectivo, los indios reconocen su error y ruegan reestablecer el pacto previo de sujeción. La misma línea siguen las –por cierto pocas– escenas de ataque contra los indígenas. La “pena de muerte corporal” que se efectúa sobre Aracare, indio principal, es la única de esta envergadura en todo el texto, la cual se ejecuta una vez que el narrador pone en evidencia que éste se mostraba como “enemigo capital de los cristianos y de los indios que eran amigos” (152). El rebelde, que los sale “a matar con mano armada, levantando y apellidando todos sus parientes y amigos para ello” (152), es ejecutado por consenso general. Entonces, o muerte ejemplarizadora o guerra justa; como dice Cabeza de Vaca en su Relación de 1545, “Sy no les hiciera la guerra [a esta gente indómita] nunca binieran a la obediencia de Su Majestad”; aún más, “por el castigo que (…) se hizo todas las otras generaciones se sosegaron é no hosaron de ay adelante hacernos daño” (1906, 6: 25; 54). En la crónica, la acción bélica o la muerte encuentran su justificación en la enseñanza que tales actos tienen para los otros y en el beneficio que luego tendrá para los españoles y, por ende, para Su Majestad.33 En tanto texto de defensa, entonces, los Comentarios recurrirán una y otra vez, en un alto grado reiterativo que tal vez no tenga otro relato, no sólo a la justificación de las acciones llevadas a cabo en tierra rioplatense, sino también a la aclaración constante del procedimiento efectuado previamente a cualquier acción realizada por Álvar Núñez, sea ataque, sea alianza, sea descubrimiento de la tierra, sea abandono de la misma, sea castigo, sea recompensa. La decisión de ir contra los “traidores agaces” constituye, en este sentido, un buen ejemplo: 58 Y oido esto por el gobernador, y tomada información de ello, mandó llamar los religiosos y clérigos, y a los oficiales de Su Majestad y a los capitanes, a los cuales dio cuenta de lo que los agaces habían hecho en rompimiento de las paces, y les rogó, y de parte de Su Majestad les mandó, que diesen su parecer (como Su Majestad lo mandó, que lo tomase, y con él hiciese lo que conviniese), firmándolo todos ellos de sus nombres y mano, y siendo conformes a una cosa, hiciese lo que ellos le aconsejasen; y platicado el negocio entre todos ellos, y muy bien mirado, fueron de acuerdo y le dieron por parecer que les hiciese la guerra a fuego y a sangre, por castigarlos de los males y daños que de continuo hacían en la tierra; y siendo éste su parecer, estando conformes, lo firmaron de sus nombres. Y para más justificación de sus delitos, el gobernador mandó hacer proceso contra ellos; y hecho, lo mandó juntar y acumular con otros cuatro procesos que habían hecho contra ellos (142). Reunión de todos los oficiales, de todos los religiosos, decisión conjunta de las acciones a seguir, firma del consenso en el ataque, escritura legal justificadora: estos son los pasos de un proceso repetido; proceso que, en su reiteración, hará hincapié en el consenso general, en la firma de todos los presentes en la decisión tomada y en las escrituras que así lo avalan. Esta serie de pasos, siempre efectuados en orden, siempre realizados en su conjunto, son mencionados en forma constante en la crónica, por un lado porque responden a un respeto detallado de los requerimientos legales establecidos por el rey, por el otro porque precisamente esa repetición pone al desnudo la injuria de la que fue víctima Álvar Núñez. Cómo recibirá, entonces, el lector los dichos de Irala y su gente, cómo reaccionará a las voces que tildan a Cabeza de Vaca de “tirano”, cómo a las que profesan que su prisión se efectúa en nombre de la fidelidad al rey. “¡Libertad, libertad; viva el rey!”, es el grito que mancomuna a los que apresan, el que, en confrontación con el proceso mencionado, resulta irrisorio o, mejor, falso. La estrategia es efectiva, al menos elocuente, y el escribano Hernández continúa reproduciendo las voces de los difamadores: “vámosle a matar a ese tirano, que nos 59 quería matar y destruir” (213). Hernández muestra no sólo la “ira y el furor de la gente” sino también el carácter maleable de la misma, pero asimismo pone en evidencia, quizás a su pesar, la gran habilidad de Irala en el manejo de la soldadesca, ya que el argumento que levanta al pueblo contra Álvar Núñez es que éste había ordenado “tomarles a todos sus haciendas y tenerlos por esclavos” (213). El robo de las haciendas enciende la furia popular, ya lo mencionan los propios soldados cuando se pronuncian en contra del dictamen del gobernador que prohíbe la cobranza de deudas. Maleables o no, los argumentos que esgrime Irala, a través de un “libelo infamatorio”, como intenta demostrarse a lo largo de todo el relato, son creíbles a los ojos del común de la gente que ha visto que sus “ganancias” fueron poco a poco disminuyendo desde el arribo de Álvar Núñez al Río de la Plata. Hay que tener en cuenta, en este sentido, los principales dictámenes realizados por el Adelantado al llegar a Asunción: la prohibición de la cobranza de deudas debidas a Su Majestad, la prohibición de sacar a ningún indio de su tierra –lo que disminuye claramente la cantidad de mano de obra a su favor– y, en la misma línea, la prohibición de vender, contratar o trocar indias libres por esclavas. Como concluye Hernández en su relato: de esto quedaron “los españoles muy quejosos y desesperados, y por esta causa le querían algunos mal, y dende entonces fue aborrecido de los más de ellos” (209). Solo contra todos, prohibida la alianza en su favor, castigados quienes pretenden hacer justicia en su nombre, Álvar Núñez enfrenta los castigos, la prisión, la celda, la degradación de su cargo, la pérdida. Así nos lo muestra su escribano: la víctima de un desenfreno por el poder pelea contra todo solo, casi abandonado. Intentarán matarlo, envenenarlo, hacerlo desaparecer, intentarán todo contra él pero no podrán. El héroe se levanta de entre los escombros para decir su verdad, una verdad que dirá por boca propia y ajena a lo largo de diez años. Esta es la imagen que construirá el final de los Comentarios. 60 Así establecida, la representación de los que infaman y apresan, de los nuevos hombres en el poder será una y otra vez de un alto nivel de cálculo y manejo de las prodigalidades de la tierra. Se confiscan todas las escrituras que se realizaron durante el gobierno de Álvar Núñez (ellos dirán por falsas, los otros por verdaderas), se deshacen todas las determinaciones establecidas por él, se vuelve al tiempo anterior a su llegada. Como si el idilio, la edad de oro, hubiese sido la previa a su aparición, Irala retomará sus propios dictámenes anteriores. De este modo, [da licencia] abiertamente a todos sus amigos y valedores y criados para que fuesen por los pueblos y los lugares de los indios y les tomasen las mujeres y las hijas, y las hamacas y otras cosas que tenían, por fuerza, y sin pagárselo (…) y decíanles a los cristianos que ya ellos tenían libertad, que hiciesen lo que quisiesen (217-8). La libertad es anarquía y ésta es perjudicial desde todo punto de vista para la Corona. Este es el argumento que sostendrá la crónica; las consecuencias, claras: la tierra comienza a despoblarse, los indios se apartan del lugar, perdiendo la doctrina cristiana que habían adoptado, y los españoles deciden desertar. Imposible volver atrás en el tiempo, Álvar Núñez está preso, acusado del delito de traición al rey. Su presencia o su ausencia determinan claramente la paz o el desasosiego, la concordia o la enemistad y el mal. Por eso, a pesar de lo imaginado, una vez que Irala toma el mando por pedido popular, no se restablece la calma perdida. Los Comentarios hacen hincapié precisamente en el nuevo contexto que genera el encarcelamiento: una vez preso Cabeza de Vaca, el Río de la Plata se convierte en el escenario de una contienda permanente entre bandos; como dice Alonso Riquelme de Guzmán, “la tierra está muy alborotada entre nosotros, porque unos se van desesperados y los que quedamos nos deseamos unos a otros matar” (“Probanza de Xeréz de la Frontera” 1545. En Serrano y Sanz 1906, 6: 294). 61 Desde el apresamiento del gobernador, los tradicionales protagonistas han cambiado, ahora los indios sólo aparecen en la crónica como víctimas directas de los ultrajes que ejercen sobre ellos el nuevo gobernador Domingo Martínez de Irala y su gente. Con estos últimos no se puede dialogar ni razonar, no hay modo de leerles las leyes establecidas por Su Majestad como solía hacerse con los naturales del lugar. La paz –anteriormente concertada con todas y cada una de las tribus– resulta imposible con estos hombres que, desde la perspectiva del narrador, sólo saben de violencia, ilegalidad e infamia. En el juego del poder, las piezas, los movimientos, son cada vez más claros, pero absolutamente opuestos a lo esperable. Éste es el mensaje de la crónica: el enemigo no es el otro, no es el indio, el enemigo está entre nosotros. Este es el clamor de Hernández, de Álvar Núñez, de Juan de Salazar, de Pedro Estopiñán Cabeza de Vaca, de Alonso Riquelme de Guzmán, y de todos aquellos que optaron por alinearse del lado del gobernador depuesto. Narrar el caos Si la experiencia vivida en el Río de la Plata ofreció como saldo la pérdida de beneficios económicos y simbólicos, un largo pleito legal de defensa y autojustificación, los Comentarios que relatan tal vivencia serán, como se ha visto, el intento escriturario por revertir esa imagen, el último escrito que presenta Álvar Núñez, esta vez más allá de lo legal, esta vez al público general, en busca de una conmutación pública de la pena, en procura de un reconocimiento más amplio de su figura, de su nombre, de su accionar. Sin embargo, este texto no sólo surge como respuesta a un final inimaginable en el momento de la capitulación que le ofrece el rey en 1541, también pretende poner las cosas en su lugar y, por sobre todo, desprender de la figura del Adelantado el peso de responsabilidad del revés acontecido en el Río de la Pla62 ta. Es decir, la crónica de Hernández dice que el enemigo no es el otro, pero también, y principalmente, dice algo mucho más difícil de leer y decodificar, algo de lo que Cabeza de Vaca es tan sólo un exponente, ni su causa ni su explicación, sino la muestra más aprehensible de un conflicto que lo excede. Los Comentarios narran efectivamente el fracaso evidente de la traslación de los modelos del Viejo Mundo en el Nuevo, narran el caos, la rebelión, la falta de moral y religión, narran un mundo habitado por españoles que, claramente, no es España. En este sentido, entonces, esta crónica plantea un dilema en la esfera de su recepción: o se lee la traición pregonada por Irala y su gente –lo que entraría dentro de una lógica legal conocida, lo que de hecho encuadra plenamente en ese circuito de escritos, alegatos y delitos– o se lee su contracara, sostenida por Álvar Núñez y su gente, traición compleja por la que no opta ni el Consejo de Indias ni Su Majestad. La elocuencia de los testigos, las probanzas, las cartas y las relaciones de Adelantado y escribano no parecen ser suficientes frente a la cantidad de escritos que también esgrimen los otros. Pero si estos últimos alegan traición al rey, delito fácilmente decodificable, Álvar Núñez y sus defensores ponen en palabras otro tipo de ultrajes que leerán como violaciones a la moral, al decoro, a la religión, así como a las Leyes de Burgos de 1512 y a las Ordenanzas de 1526. Cuenta Pero Hernández en su “Relación”: Domingo de Yrala tenya muchas mujeres de la dicha generación, hermanas e primas hermanas e otras parientas, teniendo acceso carnal con ellas, celándolas como si fueran sus mujeres legitimas, por cuya cabsa hizo malos tratamientos a muchas personas. Estando en misa Domingo de Yrala un dia de fiesta, en presencia suya e de todo el pueblo, un criado suyo que se dice Juan Vizcayno comenzo a meter las manos entre las tetas a las yndias, y un Baltasar de Sevilla se lo rreprehendio (…) [por lo que] lo amenazo jurando a Dios que se lo habia de pagar porque lo avia afrentado. 63 Francisco Alvarez, vecino de Talavera, comunero, [quien] ahorcó una yndia suya e la echo muerta en la rribera del rrio junto a su casa de Domingo de Yrala, e no lo castigo por ello, antes quito una yndia a un servidor vasallo de Su Majestad e se la dio. (Hernández [1545] 1906, 6: 319, 352 y 355). Por su parte, Cabeza de Vaca también refiere en su “Relación” el escandaloso caso de fray Bernardo de Armenta y fray Alonso, quienes traían consigo dentro de su casa e monasterio mas cantidad de treinta mujeres, hijas de los naturales, mozas de doze hasta veinte años, tan encerradas como sy fueran sus mugeres, y por celos que tubieron de un yndio principal que truxeron del rrio Piquiri lo molieron á palos, é si no se soltara le querian cortar el miembro, é amenazaron muchos cristianos por celos de las yndias ([1545] 1906, 6: 39-40). El mismo Adelantado decide suavizar estos enunciados en su texto de 1555 o, por lo menos, su escribano opta por alivianar la pluma. Vender indias libres por esclavas, meterles las manos “entre las tetas”, amenazar con cortarle el miembro a un indio por celos, ahorcar a una india, tirarla al río y luego reemplazarla por otra, amancebamiento a granel, demasiados detalles que barbarizan al español de un modo patente. Enunciados como estos se reiteran en los escritos legales, los que resultan, quizás, demasiado reales para la crónica posterior. El proceso legal ha finalizado pero la defensa sigue incólume; por eso, que no se lea vehemencia en la crónica del escribano porque la palabra puede perder, de ese modo, la garantía de verdad que busca. Ni primera persona ni fulgor en la palabra, ni “teta” para tocar ni “miembro” a cortar, un relato “limpio”, en tercera persona, que recurre a la distancia enunciativa para enfatizar la legitimidad de aquello que se relata. Tamizada, matizada, la crónica refiere igualmente, a su modo, los ultrajes, los desmanes de los traidores, su ambición, sus 64 robos, su codicia, sus mentiras. Y si esa era la realidad del Río de la Plata durante el período en el que Álvar Núñez fue gobernador, no es en ella en la que “confían” las autoridades de la Corona cuando el gobernador llega a España, ni aún al año siguiente, ni al posterior. ¿Demasiado complejo aceptar la falta de ley, el olvido del rey, la distancia de los preceptos de la iglesia que pregonan todos y cada uno de los escritos de la defensa del cuestionado Adelantado? Esta pregunta que sobrevuela la Relación del escribano de 1545, se reitera en su texto posterior. La crónica de 1555 vuelve a poner en evidencia que ante la barbarización de los españoles, ante la pérdida absoluta de los valores que estos “infamadores” pusieron en evidencia, aún persiste un blasón inexpugnable que lucha con las armas, la letra y su fe por la España real, religiosa y legal. Álvar Núñez Cabeza de Vaca no es sólo el protagonista de una conquista, el injustamente impugnado por una traición que no cometió, es también y principalmente –de acuerdo con el tipo de construcción que se lleva a cabo a lo largo de todos los escritos en su nombre– el último representante y defensor de la civilización en el Río de la Plata. España puede redimirse de los que perpetran ultrajes y oprobios, de los frailes desesperadamente celosos de sus decenas de mujeres, de los abusadores, de los ilegales, y Álvar Núñez es la figura que se ofrece para tal loable acción. En 1555, cuando el proceso legal ya había terminado, cuando el fárrago de escritos y apelaciones había sido cerrado, Cabeza de Vaca encarga la escritura de esta crónica a su escribano. Hernández escribe, entonces, con la letra legitimada que ese cargo alguna vez le confirió, la última palabra, la última imagen, el relieve completo de una figura que pretende revertir lo funesto. La hipérbole y el exceso se aúnan a lo largo de todos los Comentarios para reescribir el final del nuevo redentor, también injustamente negado, vituperado, sacrificado. 65 3. Cuando la diferencia está en el origen Memoria, historia y autobiografía en la crónica de Ruy Díaz de Guzmán (1612) A comienzos del siglo XVII ya existe una imagen común sobre el Río de la Plata. Las cartas, poemas, relaciones y crónicas que relatan la serie de expediciones fracasadas, el hambre, el caos, las rebeliones y el alto grado de mestizaje llevado a cabo, alimentan esta visión de la tierra rioplatense como aquella que parece poseer un mal que presagia la derrota.34 Pero los textos sobre la conquista de este espacio no acaban en la historia conocida de hambre y decepciones, también cuentan –algunos más insistentemente– las acciones territoriales efectuadas por los españoles y, en función de ellas, el provecho que éstas suponían para la Corona y para el rey. La crónica del mestizo Ruy Díaz de Guzmán pone el foco precisamente en este aspecto provechoso o, al menos, parte de allí.35 Su texto pretende por primera vez salir de la ecuación malhadada que mide el resultado por sobre la acción, desviarse de la imagen de las manos vacías con que regresan o mueren los conquistadores que se dirigieron al Río de la Plata y enfocarse en los hombres que lucharon por la conquista de esta tierra, en cada uno de sus combates por ganar más terreno, en sus penurias pero también en su incansable búsqueda de metales, en sus constantes entradas en tierra rioplatense; es decir, su relato intenta desandar el camino del olvido que impuso el fracaso económico, un camino que afectó tanto a los hombres de su familia como a él. La elocuencia de los hechos El interés de Díaz de Guzmán por contar la historia de las acciones olvidadas de estos hombres perdidos en medio de padecimientos y miseria, no comienza con su crónica, La Argenti66 na manuscrita, de 1612.36 Siete años antes, Ruy Díaz de Guzmán realiza en la Plata, provincia de Charcas, su “Probanza de méritos y servicios”. En este texto de 1605, Guzmán refiere frente a una serie de testigos cada una de las acciones que ha realizado y cada uno de los servicios que ha brindado en el Río de la Plata en beneficio de la Corona. Este escrito de carácter legal es la antesala de su crónica, no sólo por una cuestión temporal, sino principalmente por la materia, el tono y las razones esgrimidas que lo componen. En principio, vale tener en cuenta que las relaciones de servicio eran informes que se daban a la Corona generalmente con la mira de obtener el reconocimiento de las misiones cumplidas y recompensas en forma de pensiones y de otras distinciones que solían conferir las remotas autoridades reales; estos documentos eran de ordinario escuetas constancias militares sobre los hechos de los informantes, con frecuencia expresadas con simplicidad y realismo por hombres cuyo instintivo medio de expresarse era la acción (Leonard 1996: 69). En su aspecto informativo, esta clase de textos seguía una estructura discursiva, generalmente sin grandes variantes, respetando de este modo el esquema burocrático que lo generó y en el que se sostenía. Lo que llama la atención es que, a pesar de esto, la Probanza de Díaz de Guzmán no se adscribe completamente a la construcción general de este tipo de documentos. Si bien guarda las características formales y legales estatuidas en cuanto a las relaciones de servicio, por otro lado escapa a ciertas características básicas dado que no es una “escueta constancia militar” que expresa las acciones atribuibles al sujeto que enuncia; aún más, ni siquiera se limita a informar sobre los hechos militares que sólo lo tienen a él como protagonista. Ruy Díaz amplía el yo enunciativo del informante y alinea detrás suyo a quienes tienen el derecho de reclamar pero ya están muertos. En su adscripción identitaria con la sangre europea 67 de su padre, Ruy Díaz resulta un derivado natural de su genealogía paterna y, desde ahí, se coloca en el lugar legítimo que le corresponde para reclamar su herencia. Por eso expresa al comienzo: “digo que yo e mis padres y abuelos emos servido a su magestad en estos Reynos y hecho en ellos notables y señalados servicios de los quales a Resultado mucho acrescentamiento a vuestra corona Real de que no avemos sido condinamente Remunerados hasta agora” (Díaz de Guzmán [1605] 1914: 375). La legitimidad resulta un tema reiterado en este documento, particularmente en lo que se refiere a su origen y al de su padre: mi padre fue hijo legítimo de Ruy Díaz de Guzmán y de doña violante ponze de león, su mujer, vecinos y naturales de la ciudad de Xerez de la frontera en los reinos de castilla y el dicho Ruy Díaz de Guzmán mi abuelo fue hijo legitimo de Alonso Riquelme caballero de la orden de calatrava y de doña brianda de guzmán su mujer y la dicha doña violante ponce de león mi abuela fue hija legitima de don estropo ponce de león comentador de la orden del señor santiago.... (376) Si bien esta historia genealógica es parte de una fórmula discursiva practicada en este tipo de documentos judiciales, en este caso su funcionalidad se amplía. Aquí parece que a medida que se va hacia atrás en el tiempo, el prestigio de los hombres se engrandece; por eso Ruy Díaz invoca su linaje, relata esta genealogía y recuerda que su nombre ya fue legitimado en el pasado en los reinos de Castilla. Ruy Díaz de Guzmán no es aquel nacido en Xeréz de la Frontera aunque posea el mismo nombre, sin embargo este dato le permite apelar a la tradición del legado familiar y construirse explícitamente en la línea paterna que le da origen al nominarlo. En cuanto a la herencia materna, indígena y mestiza, ésta no figura en el documento, sólo aparece el nombre de su madre, doña Úrsula de Irala –nombre que ha perdido toda identificación indígena– porque es forzoso en la elaboración genealógi68 ca que está realizando. El ocultamiento de la rama materna se explica en el intento por dejar de lado cualquier elemento que ponga en evidencia la construcción de la legitimidad pregonada. En detrimento de esta línea sanguínea, el declarante apela a la especificación de la ascendencia española, única desarrollada con tal minuciosidad a lo largo del documento. De todos modos, anticipándose a la posibilidad de que la simple enunciación de ambos nombres (de madre y padre) pudiera generar alguna duda en cuanto a su raigambre, Ruy Díaz explicita: “saben que soy hijo legítimo”. A esta especificación le sigue el cuadro genealógico antes mencionado, luego las acciones militares de Domingo de Irala, su abuelo, de Alonso Riquelme de Guzmán, su padre, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, su tío abuelo, y las propias, junto con las miserias padecidas, las prisiones soportadas y la ausencia de beneficios y reconocimientos merecidos. En Los últimos cruzados, Enrique de Gandía comenta: [en las probanzas de méritos y servicios] aquellos pobres conquistadores no decían ni una brizna de todo lo que habían andado y de todo lo que habían sufrido. Insistían, a veces, sobre el pormenor de haberse hallado presentes en una fundación, creyendo que el dato podía traerles algún beneficio, y olvidaban los viajes penosísimos, las penurias infinitas, los combates y las enfermedades (1942: 121). Decididamente en el momento en que de Gandía realiza esta afirmación no está pensando en la Probanza de Ruy Díaz, la cual, si bien no trabaja sobre la exageración, no se priva de relatar momentos de infortunio tanto propios como de todos los hombres de su familia. En el tono más desprovisto de ornato posible, Ruy Díaz apela a la palabra y al buen uso de la misma, poniendo en evidencia, de este modo, un manejo discursivo mucho más acorde con características narrativas que judiciales, lo que puede observarse claramente en la dimensión argumentativa y persuasiva que ejercita. 69 …el dicho capitan melgarejo metio a el dicho mi padre en una mazmorra con fuertes prisiones en que le tuvo catorze meses, e después lo enbio desterrado a un presidio e casa fuerte donde padeció muchas necesidades y miserias dos años hasta que (…) fue puesto en libertad por los vecinos de la dicha ciudad Reconsciendole por su capitan e lugar teniente de governador el qual oficio administro con mucha paz y justicia en vuestro rreal servicio por tiempo de quatro años (…). El capitan alonso Riquelme de guzman (…) murio ya viejo en la dicha ciudad [real] dexando su muger e hijos muy pobres e sin ningún rremedio después de haber servido a su majestad en las dichas provincias cuarenta e quatro años a su costa ([1605] 1914: 380-381). El “proceso de occidentalización” (Gruzinski 2000) que caracteriza a este cronista se observa tanto en su identificación con lo español, como, y por ende, en la apropiación de esquemas, sistemas e imaginarios propios del país del que se considera parte. De ahí que Ruy Díaz no sólo se apropie de un lugar de enunciación europeo sino también de todas las estrategias a las que este tipo de sujetos apelarían en pos de sus objetivos: el reclamo económico, acción tan cara a los conquistadores, es una muestra clara de este proceso. Pero el mimetismo no alcanza, el desvío se produce inevitablemente en el forzamiento por reproducir esquemas del Viejo Mundo en el Nuevo. Quizás uno de los modos o de los aspectos de ese desvío sea el hecho de que la probanza de Ruy Díaz de Guzmán, más que una simple constancia de acciones militares, parece una denuncia narrativa que pone en evidencia la conciencia pecuniaria de este sujeto: hago prestación de más de los servicios referidos de mi Padre y abuelo, hermanos e deudos que an hecho a su magestad en estos reynos e provincias en las cuales ellos y yo avemos poblado a nuestra costa doze ciudades con sumo acrescentamiento de vuestra rreal corona y en grande aumento de vuestro rreal patrimonio (...) sin que ninguna cosa de todo lo rreferido mis abuelos, padres ni yo ayamos sido Remunerados en cosa alguna (386). Es evidente que la cuestión económica tiene especial significación en el Río de la Plata,37 pero también es cierto que esta 70 conciencia retributiva a comienzos del siglo XVII y de boca de un mestizo resulta impactante. Si bien el carácter original de la probanza es lograr un rédito económico por las acciones de guerra y apropiación de tierras realizadas, esta relación de servicios en particular posee un tono más propio de un litigante que exige la parte correspondiente al intercambio pactado que la de un fiel vasallo a su majestad real. Y, probablemente, así debió parecerle al rey, quien habrá visto en este particular documento una posible y futura ola de pedidos remunerativos de la inmensa cantidad de mestizos que poblaban por aquel entonces este territorio; una ola de pedidos que, por otra parte, podría descomponer las jerarquías sociales con las que los españoles se identificaban, lo que resultaba tan perturbador como el tipo de sujetos declarantes para quienes no había lugar dentro de la antigua estructura social colonial. 38 La “Probanza de méritos y servicios” y La Argentina no pueden leerse aisladamente, no sólo las une la figura de Ruy Díaz, sino también todos los hombres detrás y delante de él. Si se tiene en cuenta que no hay documento que demuestre el reconocimiento económico pedido, entonces, puede pensarse su crónica, su obra histórica, como el producto del fracaso del objetivo buscado con la probanza.39 En este sentido, la escritura de su libro pretendería resarcir –mucho más monumentalmente– el objetivo frustrado. En esta oportunidad, Ruy Díaz toma la pluma para escribir una historia orgánica en la que pondrá en evidencia el lugar incuestionable de su linaje en el relato de la conquista de este territorio, revalidando de este modo, y por este nuevo medio, su reclamo de derechos y reconocimientos. Sin embargo, el libro no sólo quedará trunco sino que no verá la luz hasta el siglo XIX;40 y su autor, Díaz de Guzmán, será posteriormente destituido de su cargo militar por afrentar al rey y a la Corona con acciones conquistadoras sin rédito ni beneficio para Su Majestad.41 Por supuesto, en 1612 este cronista no sabe que su obra será llamada La Argentina manuscrita ni que seis 71 años después vivirá un revés profesional que lo colocará en ese lugar impreciso que él no reconoce como propio pero que, a los ojos de los hijos de España, es el que, como mestizo, indefectiblemente ocupa. Escribir la historia de la patria, escribirse En 1612 Ruy Díaz de Guzmán escribe en Charcas La Argentina,42 obra que pretende saldar un vacío escriturario, contar lo que hasta entonces nadie había contado: la historia del descubrimiento y conquista de las provincias del Río de la Plata. Porque “aunque el discurso de largos años suele causar las mas veces en la memoria de los hombres, mudanzas y olvido”, es necesario –sostiene el narrador– que se le dé el espacio que se merece a la historia “de nuestros españoles, que con valor y suerte emprendieron aquel descubrimiento, población y conquista” (29), ya que aunque lo hicieron “en tierra miserable y pobre”, “más de cuatro mil españoles (…) acabaron sus vidas (…) con las mayores miserias, hambres y guerras, de cuantas se han padecido en las Indias no quedando de ellos más memoria que una fama común y confusa” (31). En el comienzo, más precisamente en la dedicatoria y en el prólogo, ya quedan establecidos los objetivos del texto: recuperar la memoria; aún más, revertir el fracaso que pende sobre la imagen de estos hombres. Si el propósito se liga al hecho de que “hasta ahora [no ha] habido quien por sus escritos nos dejase alguna noticia de las cosas sucedidas en 82 años, que hace comenzó esta conquista” (31), si el objetivo convierte a ese texto en inaugural, en la primera historia orgánica de la conquista del Río de la Plata, de todos modos en la dedicatoria Ruy Díaz pone en juego otras cuestiones que movilizan la escritura. Su biografía entra en escena, su origen, su ascendencia; la historia familiar, personal y territorial se unen, se confunden y el objetivo del cronista que pretende recuperar el pasado se resignifica, se sub72 jetiviza al reparar en el enunciador, en los protagonistas de esta historia, en los acontecimientos de este relato. Recordemos: Ruy Díaz de Guzmán es hijo de Alonso Riquelme de Guzmán y de doña Úrsula de Irala, nieto de Domingo de Irala y de la india Leonor, sobrino nieto de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, bisnieto de Pedro de Vera. Esta marca de ascendencia será crucial en su vida, en su historia y en su escritura. Y, de hecho, si bien el libro se autoproclama eminentemente histórico, lo que se observa en la adscripción genérica que establece el propio cronista al catalogarlo como los “anales del descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata”, igualmente esto no desestima la fuerte impronta personal que el relator y su familia poseerán en la narración ofrecida. Sin figura avalatoria de lo enunciado (no ha recibido mandato real alguno reclamando una acción ligada a la letra), intentando dar cuenta de las reglas impuestas por la Corona, y con la marca deslegitimadora de su origen mestizo, Ruy Díaz apela a su linaje –es decir a la genealogía de conquistadores españoles que lo componen como sujeto– porque ésta será la única puerta de entrada a la narración. La Argentina no es, por lo tanto, sólo la reconstrucción de la historia de numerosos hombres que acabaron sus vidas en esta tierra, no es sólo el producto fiel obligado “que cada uno debe a su misma patria”, es también la construcción de un yo y un nombre, cuyo origen exige un proceso validatorio que funcione como sostén narrativo. Desde allí debe leerse el estilo implementado para narrar esa historia. El aspecto testimonial, propio de la escritura de conquista, se ve en este caso sobredimensionado, tanto por ser la aplicación de un requerimiento formal implementado por la Corona, la mímesis de un tipo de escritura legitimada desde la metrópoli, como por ser también “la pista de la relación del escritor con su propio pasado” (Starobinsky 1974). El testimonio certifica a nivel del referente y a nivel del enunciador, inscribe el texto en una tradición testamentaria y, así, dicha inscripción estilística pretende validar el papel legítimo que se autoadjudica como testigo fiel de 73 lo narrado. En Ruy Díaz ya se ve la marca fundante, el germen de lo que Sylvia Molloy definirá como característica intrínseca del autobiógrafo hispanoamericano: esa vocación testimonial de quien se concibe a sí mismo como “el único testigo de una época concluida que sólo vive en su relato” (1996: 216). En el marco del testimonio histórico de la conquista rioplatense que ofrece el cronista, no parece haber lugar para el discurso privativo del yo, mucho más si se tiene en cuenta que en el siglo XVII aún no se ha producido el desplazamiento de la historia pública hacia la historia privada (Gusdorf 1991: 11). Por otro lado, en función de la ambivalencia cultural que lo caracteriza en tanto mestizo, Ruy Díaz no puede incurrir en el relato puramente personal, anecdótico e íntimo; no debe hacerlo. En el intento por conformar un nombre autolegitimado, dicha incursión no parece tener cabida. El relato del yo es un derivado de la biografía de sus antepasados; se crea así un aspecto autobiográfico derivativo de un sujeto o de un conjunto de ellos que en el marco imperial ya poseen un lugar legalizado incluso en la escritura.43 De este modo, mediante esta autobiografía genealógica que crea, el narrador postula las características y acciones de su estirpe y el prestigio de los hombres de su familia que, por derivación, lo engrandecen y legitiman. La historia que escribe comienza de hecho con la empresa conquistadora que su bisabuelo, Pedro de Vera, llevó a cabo en las Indias y finaliza con la figura de su padre encarnando un papel pacifista y justiciero, lo que da lugar en el relato a la entrada de Juan de Garay. El yo es esa genealogía ilustre que ostenta y, así, la historia de la patria deviene su historia. En este contexto, la crónica no refleja un autor referencial sino que el autor se crea a sí mismo, es decir, crea un yo que no existiría sin ese texto. El yo es, entonces, ese libro que escribe, y el condicionamiento ontológico que lo cuestiona –en tanto mestizo– como sujeto narrador legítimo es el elemento productor de la escritura del-desde el yo. 74 En función de la estructura en la que se conforma esta crónica, y en función del objetivo histórico textual, aquí el acento no recae directamente sobre el yo sino sobre el suceso que –directa o indirectamente– lo alcanza. Pero si bien ese discurso puro del sujeto no tiene asidero, en la dedicatoria al Duque de Medina y Sidonia, Don Alonso Pérez de Guzmán, el relato ofrece a cambio un retrato genealógico como autopresentación. Resulta una suerte de exigencia discursiva, impuesta por el destinatario a quien se le dedica y ofrece el libro, incurrir en un rápido bosquejo explicativo que ilustre quién es ese yo que enuncia. El cronista quiere asegurarse la lectura, en el contrato implícito con el lector real el retrato es necesario, así como también resulta necesario que ese yo luego se eclipse en favor de la narración histórica. Ruy Díaz asume entonces el papel impersonal de historiador, le otorga al acontecimiento una relevancia primaria, haciendo recaer, secundariamente, sobre la personalidad del protagonista de dicho suceso el mérito de las acciones en las que se vio implicado. Pero, dado que el acontecimiento a narrar, la conquista del Río de la Plata, es efectuado en su totalidad por el linaje que conforma ese yo ampliado, la imparcialidad se resiente y el narrador nunca llega totalmente a desaparecer. Moldear el acontecimiento Al abordar un texto como La Argentina el lector se enfrenta a un tipo de representación particular del sujeto colonial que enuncia, la cual se halla marcada por una escisión – propia del problema de identidad en este caso– determinante del lugar social de enunciación, del lugar genealógico ocupado en relación con el linaje familiar, del lugar de pertenencia dentro de la estructura colonial en la que pretende erigirse como sujeto. 75 La crítica contemporánea ha definido al sujeto colonial no de acuerdo a quién es sino en función de cómo ve (Adorno 1988). Esta concepción, observable en gran parte de la literatura colonial, merece ciertos ajustes si se repara en la figura del mestizo, cuya visión –por más imperialista que sea o aspire a ser– no llega a subsanar una falta clara en su lugar de pertenencia cultural. El espacio borderline de esta figura en la estructura colonial obliga a actores como Ruy Díaz a trabajar desde el lenguaje (europeo del padre) y a elaborar discursos que no son otra cosa que la escritura de su identidad. Aquí la identidad no está dada, hay que construirla; en esa creación, en esa legitimación discursiva que se pretende alcanzar a través de la escritura, se juega el tipo de acontecimiento a narrar. En el caso de La Argentina no existe suceso alguno ligado a los indígenas, es decir a la rama materna del narrador, que merezca ser llevado a la escritura, a menos que ofrezca un ingrediente más a la visión española del salvaje natural, esencialmente traidor y cruel. En estos casos el relato se vuelve excesivamente esquemático, la fijeza de las polaridades pone en evidencia la mimética hispanidad de la pluma que representa así al Otro. En el texto de Ruy Díaz tanto los acontecimientos como la visión desde la cual se los presenta están tamizados por el tipo de inscripción familiar que poseen. Lo interesante reside en las torsiones que ese tamiz genera. En la recopilación y en la selección de los sucesos dignos de narrar, que conjugan la experiencia del narrador y de los suyos, se modifica el significado del suceso en sí. De hecho, la narración no sólo “resignifica lo que ya se ha pre-significado en el plano del obrar humano” (Ricoeur 1995, 1: 154) sino que también le otorga sentido a sucesos que, en el marco histórico en el que inscribe la obra, no se hallan significativamente connotados. De este modo, el narrador deforma la biografía de su padre y de otros conquistadores de su familia. Le otorga un lugar heroico a acciones militares en las que Alonso Riquelme de Guzmán se vio envuelto, las 76 cuales no poseen aspecto de hazaña alguno; sin contar con el protagonismo que le otorga a éste en la historia de una conquista en la que fue más bien una figura deslucida, en especial en comparación con el resto de los hombres de la familia. En esta línea, la muerte de Juan de Ayolas y el apresamiento del Adelantado son dos sucesos difíciles de narrar para este cronista porque ambos ponen en evidencia el enfrentamiento entre dos figuras de su linaje, dos figuras claves en su historia: Cabeza de Vaca y Domingo de Irala. Ruy Díaz apelará en ambos casos a matizar los cargos que pesan sobre su abuelo, uno de los nombres más invocados en el libro. Así, si para Álvar Núñez la muerte de Ayolas es pura responsabilidad de Irala, Ruy Díaz ofrecerá una visión diferente. Según su versión, este último despuebla el puerto, por un lado, porque cumple la orden del propio Ayolas de irse si al cabo de seis meses si él y su tripulación no regresaban; por el otro, por el hambre padecida. Con respecto al episodio de Cabeza de Vaca, la actitud de Irala es nuevamente positiva. De acuerdo con el nieto relator, éste no actuó en el encarcelamiento del Adelantado en primer lugar debido a que no se hallaba en Asunción en ese momento y en segundo lugar ya que no podía ir contra la voluntad del pueblo. Aún más, según Ruy Díaz, hacia el final: “Fue muy sensible al maestre de campo este suceso, y mucho más por no estar en su mano el remedio, por hallarse en la obligación de los más principales capitanes” (162). Respetuoso de las leyes, de los cargos, de las órdenes del superior, sensible a la suerte de los suyos, Ruy Díaz crea una imagen de Irala que sólo vive en su relato. Claramente, el narrador no puede adscribir tan sólo al personaje de su tío abuelo, Álvar Núñez, porque si bien éste porta un cargo que lo legaliza y legitima desde un principio, asimismo ha sido cuestionado por las autoridades reales. Por otro lado, si el objetivo es lograr que el alegato no sea individual sino familiar y que se sostenga por completo, el cronista debe reacomodar los sucesos y reconstruir el lugar de Irala y de Riquelme de 77 Guzmán. Desde esta perspectiva, Ruy Díaz apela a la palabra para darle el significado preciso al acontecimiento. Es esta particular postulación de sentido la que determina los hechos que se eligen, los detalles que se resaltan o se descartan. Los sucesos, que mediante el discurso adquirirán la trascendencia buscada al convertirse en acontecimientos históricos, serán la materia prima de la experiencia a contar, el a priori necesario para significar el relato de este sujeto mestizo. La Argentina es un texto marcado por una evidente línea significante, demarcada a su vez por las expectativas de lectura de narrador y destinatario. Por eso en esta crónica no hay resquicio para lo íntimo, el yo aparece resumido en su familia y linaje, relata desde un punto de vista claro de español y conquistador, obtura toda significación a su raigambre materna y desaparece de la narración toda visión condescendiente con el indígena. Esta estricta sujeción a las reglas de la palabra escrita europea permite ser leída, también, como mero remedo de una identidad fuertemente significada por el mestizaje. No hay estructura verbal que sostenga completamente a un sujeto cuyo origen cuestiona ciertos preceptos ideológicos propios del ámbito al que dice pertenecer. Desvíos, resquicios, torsiones A diferencia de otros cronistas, españoles y mestizos incluso, Ruy Díaz de Guzmán no traspone nunca los límites del territorio donde ha nacido, por lo tanto el modelo inmediato que posee, el que le proveen los españoles conquistadores en el Río de la Plata, es ya un modelo adulterado, adaptado e interpretado de acuerdo con la pérdida de las referencias que significó para estos europeos la conquista de este espacio tan particular. Domingo Martínez de Irala, el epítome del conquistador heroico, a quien –según su nieto– se le debe gran parte de la conquis78 ta americana, adopta estrategias identificables con la barbarie; la propia soldadesca entra en el terreno de la traición –atribuible original y casi exclusivamente a los indios– en forma recurrente; los conquistadores sufren las penurias de los castigos de sus pares; el narrador mismo convierte personajes familiares en verdaderos héroes y, como vimos, entronca a su familia en el relato de la historia. Sin embargo, a pesar de estos reacomodos o adaptaciones, se intenta continuar con cierto imaginario que permita reinstalar la diferencia. Por eso cuando Ruy Díaz se refiere a los indígenas puede recurrir al esquema maniqueo eurocentrista, pero cuando de mestizos se trata, el proceso mimético ya aludido se resiente. Entonces, si cuando debe referir la historia de su origen, dice que a su padre “le fue forzoso sentar casa”, elidiendo de este modo todo el trasfondo que lleva a Alonso Riquelme a casarse con la hija mestiza de Irala,44 cuando debe referirse explícitamente al grupo social al que pertenece, el silencio no alcanza, los reacomodos no sirven. En este caso, la marca en el orillo aflora y lo hace en aquellos tramos en los que no se puede reproducir la pluma de otros españoles, porque son estos precisamente los que definieron a los hijos de la mezcla como “la canalla argentina” (del Barco Centenera 1602). Esta realidad de origen adquiere un espacio inevitable en la escritura. Por más omisión, selección y adopción, cuando describe a sus congéneres se define a sí mismo y señala: “son comúnmente buenos soldados, de gran valor y ánimo, inclinados a la guerra, diestros en el manejo de todo tipo de armas (...) y sobre todo muy obedientes y leales servidores de S.M.” (137). Asimismo, al referir el cruce inter-racial enuncia: voluntariamente los caciques le ofrecieron a él [Irala], y a los demás capitanes sus hijas y hermanas, para que les sirviesen, estimando por este medio tener con ellos dependencia y afinidad (…); y en efecto sucedió que los españoles tuvieron en las indias que les dieron, muchos hijos e hijas, que criaron en buena doctrina y educación, tanto que S.M. ha sido servido honrarlos con oficios y cargos, y aun con encomiendas de aquella provincia, y 79 ellos han servido a S.M. con mucha fidelidad en sus personas y haciendas, de que ha resultado gran aumento a la real Corona, porque al día de hoy ha llegado en tanto el multiplico, que han salido de esta ciudad (…) ocho colonias de pobladores (137). En esta última cita resuena nuevamente la Probanza de Ruy Díaz: el servicio fiel y económico que, en este caso, todos los mestizos han hecho al rey, junto con el gran provecho que esto le ha acarreado a Su Majestad, en especial si se tiene en cuenta la cantidad de mestizos que pueblan la Asunción. Este es el mensaje. Y si la descripción que elabora Ruy Díaz del mestizaje y de su producto es una versión edulcorada del proceso, asimismo no hay que perder de vista que, de algún modo, resulta conveniente tanto para él como para la Corona; es decir, ofrece la descripción que Su Majestad desearía leer, según la cual, por sobre todo, el cruce genera beneficios. Pero esta visión no se adscribe directamente a la realidad histórica, en especial si tenemos en cuenta las rebeliones de mestizos que se llevan a cabo en este territorio y el efecto que éstas producen en escritores del momento, como el contemporáneo Centenera. 45 La empiria de los “anales de la conquista y descubrimiento de las provincias del Río de la Plata” que promete en el primer capítulo, empieza a ceder terreno en favor del sujeto que (se) escribe. Si bien en este texto el yo se halla subsumido en el relato del acontecimiento histórico que refiere, existen igualmente breves resquicios en los que la biografía del narrador se cuela en la elaboración y resignificación de los sucesos, a pesar del sistema retórico utilizado. En esta línea se inscriben no sólo las instancias en la que se refiere a los mestizos o al mestizaje propiamente dicho, sino también los relatos de Lucía Miranda y La Maldonada. El primero de ellos, entendido por algunos como la primera ficción del Río de la Plata, es un relato de cautiverio que reafirma el rol del indígena traidor, desacralizador de la pureza blanca de la mujer cautiva. El suceso relatado, “imposible en tiempos de Caboto”, según Enrique de Gandía,46 tiene 80 todos los visos de una narración ficcional que dramatiza la vivencia de la mezcla y responde a los parámetros preconcebidos del Otro desde la metrópoli. 47 El segundo relato narra el suceso de una mujer extraviada, la mal-donada, que por motus propio y acicateada por el hambre, deja el fortín y se adentra en tierra de indios en busca de alimentos. En su peripecia hacia la barbarie ayuda a parir a una leona, que será luego su salvadora ante la condena a muerte fuera del fortín que le ha sido impuesta por los españoles. El episodio de la Maldonada inscribe el texto en otra vertiente. La tradicional historia de Andrócles y el león, recogida por Aulio Gelio en sus Noches áticas, aparece como trasfondo de esta anécdota, así como también resuenan en este relato los libros de caballería.48 El aspecto maravilloso y poderoso de la naturaleza por sobre el supuesto mundo civilizado entra en escena y alegoriza la historia. Así, se conforma un nuevo estatuto de acontecimiento digno de narración, el cual evidencia un resquebrajamiento de la auto-postulada identidad del sujeto relator. El suceso de esta mujer que libremente elige la barbarie, el cual hace hincapié en la humanidad de las fieras en contraposición a la ferocidad de la condena de los españoles,49 establece una dinámica referencial que cuestiona la correspondencia entre raza y civilización, sostenida a lo largo de toda la narración. La ruptura del pacto preestablecido por los hombres blancos la produce esta mujer al reinstalar –mediante su elección y su cuerpo– la problemática del cruce de mundos; la reconvención final del capitán Ruiz Galán y el rebautismo del personaje, que lleva a cabo el narrador, problematizan la naturalizada división esquemática de los Otros que se ostenta desde un principio: “Esta mujer yo conocí y la llamaban la Maldonada, que más bien se la podía llamar Biendonada, pues por este suceso se ve no haber merecido el castigo al que la expusieron, pues la necesidad había sido causa de que desamparase a los suyos y se metiese entre aquellos bárbaros” (117). A pesar de las palabras –“suyos” y “bárbaros”– que el cro81 nista utiliza para determinar los bandos, la “crueldad casi inaudita” –como el propio Ruy Díaz la describe– de los españoles contra esta mujer, también blanca y española, copa la narración, dejando a un lado la dificultosa asimilación del cruce electivo, sean cuales fueren las razones que lo originaron. En el marco de una historia en la que la identidad del narrador se halla totalmente comprometida, los sucesos relatados –que devienen oportunamente acontecimientos conformadores de la trama personal– adquieren un valor existencial. En la medida en que el cronista está implicado directamente en aquello que cuenta, el acontecimiento histórico propiamente dicho (suceso efectivamente acaecido) desaparece y el episodio ficcional de la Maldonada deviene hecho histórico en función de la estructura ideológica que el texto pregona. Por eso, éste es el relato de un aprendizaje y de una conversión; por eso, finalmente ésta es la historia de una mujer “con dones”, de una mujer “donada”, que termina con la cristiana aceptación española de la mala acción cometida y con el reconocimiento de la enseñanza dada por la fiera; por eso, y porque no podía ser de otro modo, hacia el final la mujer es piadosa y justamente liberada. El ojo real La Argentina aparece precedida de una “dedicatoria” al duque de Medina y Sidonia y de un “prólogo y argumento al benigno lector”, es decir que el libro iba a ser enviado a esta ilustre figura y puesto al alcance de otros lectores.50 Este doble destinatario constituye un aspecto recurrente en las crónicas de Indias desde el siglo XV en adelante. Si bien la apertura textual con la dedicatoria real es una fórmula estipulada por el mandato que genera la escritura o que la permite, cuando la incursión en esta actividad no responde a dichas exigencias establecidas por la Corona, la apelación a ciertas fórmulas pierde –en alguna 82 medida– su carácter meramente formal. La historia de Ruy Díaz no es producto de un pedido del rey ni de una casa real en particular ni del duque a quien dedica este libro. Esto nos permitiría suponer que no existe una efectiva determinación discursiva en cuanto a la materia y los tópicos que esperan leerse. Sin embargo el cronista apela a una “retórica descriptiva común”, probablemente dada a partir de una paulatina estandarización de lo describible (Altuna 2002). La falta de un contrato legal establecido desde la metrópoli reclamando la relación necesaria sobre el espacio en cuestión conquistado, exige que el autor responda a las reglas y fórmulas discursivas esperables y al mismo tiempo obliga a éste a dedicarse a la ardua tarea de justificar la acción que lleva a cabo mediante la pluma sin aval alguno. Esta tarea de justificación pretende sostenerse en el contenido del libro, en el relato de una historia que sólo él puede relatar en su total dimensión. Por eso, la marca personal que posee esta crónica podrá observarse desde la primera página en la elección que el narrador realiza, ya que ofrece su texto al señor en cuya casa sirvió fielmente Alonso Riquelme de Guzmán como secretario. En la lógica discursiva implementada, la cual recurre a la amplificatio como recurso clave en la construcción del yo y de su carácter único, el señor de su padre es por traslación legítima su señor y él, como su progenitor, le será servidor nuevamente a través de la escritura. En este caso, el Otro institucional no legitima por su sola aparición al sujeto que escribe, mucho menos cuando dicha aparición no parte de un acuerdo previo que genere el relato. Aquí la escritura del yo no se ve legitimada por la ilustre figura de la dedicatoria, aunque pretenda lograr ese efecto. Si en el contexto en el que se produce este libro, escribir era una forma de obtener legitimación, ésta sólo podía llevarse a cabo si las circunstancias que rodeaban la escritura se enmarcaban en un estricto proceso de legalidad. Como éste no es el caso pero sí el objetivo, la figura del destinatario, la efectividad de la 83 lectura, se convierte en una condición necesaria como refracción concordante con la imagen que el sujeto colonial que escribe ofrece de sí mismo. De ahí que el yo de un cronista como Ruy Díaz emerja en el relato ante la necesidad de elaborar un discurso identitario que posibilite que el destinatario –sobresignificado desde el afuera en tanto legítimo representante del espacio imperial– pose su mirada sobre él. El problema del sujeto de la mirada, del ojo del lector, recae sobre la construcción narrativa ofrecida y deriva en el problema del objeto de la mirada colonial. ¿Cómo sostener con el ojo un discurso que es elaborado por un cronista cuyo origen mestizo lo coloca en un lugar inestable en el marco de recepción? ¿Cómo oír/mirar/leer un sujeto constantemente objetivado en los relatos previos, en tanto fruto de la pérdida de la escala de valores morales fuertemente sostenida desde la metrópoli y resentida en Asunción ante el avasallante mestizaje allí producido? Aunque el autor apela a un condicionamiento enunciativo ideológico-cultural que posibilite su reconocimiento como español por parte del lector, la identificación se resiente constantemente. El vacío interlocutorio es una posibilidad, existe como probabilidad acechante. Sobreviene así la crisis de este sujeto colonial, delineada por la huella de la resistencia que podría otorgar el otro del discurso, el que posee el poder de cuestionar la significación cultural de Ruy Díaz de Guzmán en tanto sujeto legible. Este cronista escribe la experiencia histórica personal para un español, y al narrar y conformar el acontecimiento de su patria, se inscribe como sujeto y no sólo como objeto de estudio, como viene siendo entendido en tanto mestizo en los informes reales. El yo se construye como sujeto descriptible, narrable para un otro. Este proceso de subjetivación puede verse en la concepción de memorialista que adopta el autor de La Argentina. Este memorator concibe al acontecimiento como elemento constitutivo de la trama que ofrece, y en el afán histórico e 84 ideológico que impregna el texto, establece una conexión directa entre la memoria propia y la memoria de los conquistadores de su familia injustamente olvidados. Al apropiarse de esta última, la memoria del yo se expande y se vuelve más poderosa.51 El autor sabe, basado en el contrato que no posee o precisamente por dicha carencia, que la figura del destinatario es la clave o la fase decisiva en el drama de la identidad y de la autodefinición. Quizás en esta línea deba leerse la apelación al otro lector, ajeno al marco imperial de enunciación y recepción; lector ante el cual los hechos de la historia ofrecida adquieren la relevancia esperada y el contenido del libro logra así una fidelidad a la verdad que se ve sostenida en la amplitud de fuentes consultadas por el único relator oriundo del Río de la Plata. La concepción documentalista de la escritura vira. Si bien no hay textos legales presentes en la obra, la crónica ofrece un compendio de relatos orales que sobrevuelan la narración constantemente. El testimonio, la voluntad informativa, se afirma en las fuentes referidas por este sujeto-memoria de la tierra conquistada. En el permanente proceso de autoconformación implementado en este discurso, incluso la oralidad llega a adquirir visos de escritura fidedigna. Sin embargo su testimonio no llega a gozar nunca de autoridad definitiva, el cronista es el único testigo de aquello que relata, el único referente de la fuente consultada, el último bastión de una genealogía catapultada en el olvido. La Argentina es dicha por un memorialista que expande su nombre a través de la historia de la conquista de la que dice su patria (que, por cierto, no es España) y, así, convierte su obra en una tarea de justificación personal. La tierra es el cuerpo; la sangre, el habla; el territorio, la materia del relato. Estos tres elementos que moldean al mestizo como sujeto son precisamente los que, a los ojos del destinatario, lo cuestionan. Esta tensión dada en la base de la situación comunicativa moldea la existencia del yo en el discurso de 85 la historia en la que se reconoce. Por eso el narrador apela al lenguaje europeo, porque en su adquisición y puesta en práctica éste resulta –o por lo menos pretende ser– un instrumento al servicio de su autodefinición. Así, este sujeto colonial mestizo intenta convertirse en un ser para el otro a través del discurso que ejercita, y al poner en juego la lengua española –que él también concibe como la única inteligible y decodificable– dirá asimismo al yo cuya boca articula el enunciado. 86 Notas 1 En este libro se respetarán la estructura y la ortografía originales de los escritos consultados. 2 La carta de Luis Ramírez, fechada el 10 de julio de 1528, es, fácticamente hablando, el primer documento que da cuenta de la realidad vivida en esta parte de América. Sin embargo, a pesar de ser la primera carta en relatar el hambre en el Río de la Plata, considero que no puede ser concebida dentro del repertorio de textos que ensayan y practican la “escritura de la decepción”. En esta misiva, si bien la tierra presenta obstáculos que generan padecimiento, ante todo sigue siendo considerada productiva; es decir, continúa siendo representada de acuerdo con los parámetros tradicionales que rigen el imaginario hispano-conquistador sobre América, lo que se observa en aquellos enunciados que ponen el énfasis en la sanidad y riqueza del terreno rioplatense. De hecho, en este texto el oro rige el modo de representación espacial; tal es así que, si la cantidad de metal precioso enviado a la metrópoli no es abundante, esto no significa que el Río de la Plata no lo posea en demasía, sino que los españoles deciden mandar pocas muestras para que los indios de la región no crean que ellos tienen “codicia de su metal”. El argumento empleado por Ramírez es claro y la estrategia parece serlo aún más. La carta refuerza la idea preconcebida sobre el Río de la Plata, lo que la distancia del tipo de escritos –como la “Instrucción”– que aquí se analizan (En Documentos históricos y geográficos relativos a la conquista y colonización rioplatense. 1941, 1: 91-106). 3 Ulrico Schmidl nació entre 1500 y 1510 en una familia de patricios burgueses, portadora de un blasón otorgado por Federico III, la cual le cedió varios prefectos a la ciudad de Straubing, en Baviera. Durante su juventud, se trasladó a Amberes en calidad de dependiente de comercio. Desde allí, en 1534, con una edad aproximada de 25 años, se alistó como soldado voluntario con el propósito de dirigirse al Nuevo Mundo. En el mismo año llegó a Cádiz y el 1º de septiembre salió de San Lúcar con la expedición de don Pedro de Mendoza rumbo al Río de la Plata. Su estadía tuvo una duración de aproximadamente veinte años, desde 1534 hasta 1553 cuando, por razones familiares, solicitó permiso para su retorno. Finalmente llegó a su patria el 26 de enero de 1554. Al regresar, se produjo la muerte de su hermano Tomás, de quien heredaría una considerable fortuna. Posteriormente asumió el cargo de consejero de su ciudad de origen, Straubing, en 1558. Pero nuevos sucesos alterarían su vida, en especial ante la reforma de Lutero. En ese período y en esa coyuntura, Ulrico decidió adoptar el protestantis87 mo, por lo cual fue desterrado en 1562 de su país natal ante su abierta declaración como reformista. Finalmente buscó refugio en la ciudad de Regensburg en donde tomó carta de ciudadanía, donde probablemente escribió su crónica, y donde murió alrededor de 1580 (Ziebell 2002; Mitre 1903; Sanabria Fernández 1974). 4 En su estudio de la obra de Schmidl, Zinka Ziebel se pregunta atinadamente cuál habrá sido la razón por la que recién luego de trece años de regresar de su aventura en el Río de la Plata, Schmidl se haya decidido a explorar los sucesos allí vividos y publicarlos. Según la autora, algunos indicios encontrados en los manuscritos llevan a suponer que Schmidl “inició la escritura de su libro ya en la época en que vivía en Straubing y que su conversión al protestantismo es la responsable del encuentro tardío y fortuito con un editor como Feyerabend, interesado en relatos de viaje que uniesen las dos prerrogativas: una aventura en tierras lejanas y una salvación, dirigida al público reformado. Basta mencionar que Feyerabend publica el relato de Schmidl junto con el de Staden para corroborar tal aserción” (Ziebell 2002: 269). 5 El texto de Schmidl fue publicado por primera vez en 1567 por el editor Sigmund Feyerabend. Aparece como primer texto adicional de la segunda edición de Weltbuch (la primera era de 1533), de Sebastián Franck de Word. La primera edición autónoma es de 1597, cuando Theodor de Bry incluye el texto como séptima parte de su colección Grands Voyages. El éxito editorial de Schmidl está relacionado en parte con el éxito de toda la colección, siendo publicado cinco veces como parte de la misma; entre las ediciones más representativas cabe destacar la de 1597 en alemán y la de 1599 en latín. También Levino Hulsio (o Levinus Hulsius, como se conoce su nombre latinizado), editor calvinista de los Países Bajos refugiado en Nüremberg, publicó el libro cuatro veces (1599, 1602 y 1612, en alemán, y 1599, en latín) dentro de su serie 26 Schiffahrten (Ziebell 2002; Cóccaro y Kirbus 1984). 6 La primera edición de la obra de Schmidl se publica en una colección de viajes en dos volúmenes o partes. Este título corresponde a la segunda parte donde se realiza explícita mención a la obra de Schmidl. Abreviado, el título original es el siguiente: Ander theil dieses Welt-/buchs von Schif-/ fahrten./ Warhafftige Be-/ schreibunge aller/ und mancherley sorgfeltigen Schif-/farten, auch viler unbekanten erfundnten Landdtschafften, Insu-/ len, Konigreichen, und Stedten… Durch Ulrich Schmidel von Sataubingen (Cóccaro y Kirbus 1984: 12). 7 El título original era: Warhafftige und liebliche Beschreibung etlicher furnemen Indianischen Landtschafften und Insulen, die vormals in keiner Chronicken gedacht, und erstlich in der Schiffart Ulrici Schmidts von 88 Staubingen, mit grosser gefahr erkundigt, und von ihm selver auffs, fleissigst beschrieben und dargethan (Cóccaro y Kirbus 1984: 13). 8 La edición de de Bry poseía un título muy similar a la anterior (Ver nota 7). 9 En la cuarta parte de la colección de Hulsius, el título en alemán era: Warhafftgen Historien einer Vunderbahren Schiffart welche Ulrich Schmiedel von Straubingen von anno 1534 bis 1554 in Americann oder Neuen Welt bey Brasilia und Rio della Plata gethan…. (Cóccaro y Kirbus 1984: 14). 10 Para abordar la relación entre el relato de viaje y el cronista colonial, ver Altuna 2004. 11 Schmidl formó parte de uno de los dos navíos de la expedición de Pedro de Mendoza, el cual estaba a cargo de la Casa Bancaria Welser de Augsburgo. Esta casa exploraba minas de plata en Santo Domingo desde 1525; en 1528 recibió la concesión de Carlos V para participar de la exploración de Venezuela. Es probable que su participación en la conquista del Río de la Plata haya tenido la intención de descubrir nuevos recursos mineros. Al respecto, ver Ziebell 2002.; Sanabria Fernández 1974; López 1985; Arciniegas 1943. 12 En este sentido, las diferencias con los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca son claras. Si la expedición de Pánfilo de Narváez es considerada un fracaso, si el rol conquistador del propio Cabeza de Vaca es concebido en la misma línea, la aventura final que éste protagoniza –la cual sólo es posible gracias al naufragio padecido–, junto con el cargo de gobernador del Río de la Plata que le otorga el rey a su regreso, revierten el resultado inicial. El hombre padeciente se convierte en héroe sobreviviente, “sanador” y religioso; el cargo de tesorero real que posee en la expedición con la que parte a La Florida es superado posteriormente por el de Adelantado de la Provincias del Río de la Plata. Decididamente, en este caso, el fracaso se convierte en éxito. 13 Como Bolaños, Joel Lefebvre también trabaja el gusto por el exotismo en la Alemania del siglo XVI en su análisis sobre la obra de Schmidl (Lefebvre 1987: 99-114). 14 Del texto de Schmidl existen tres códices: el de la Biblioteca de Munich, el de la Biblioteca de Sttugart y el de la Biblioteca de Hamburgo. Durante el siglo XIX, se descubrió que los dos primeros eran los más fidedignos. Valentín Langmantel publicó el de Munich en 1889 y Johannes Mondschein el de Sttugart en 1893. Las distintas traducciones al español siguieron uno u otro manuscrito. La primera versión castellana, que trabajó directamente con estos códices alemanes, fue la de Samuel Lafone Quevedo que reprodujo el texto de Munich, la cual fue publicada en 1903 89 por la Biblioteca de la Junta de Historia y Numismática Americana. La segunda traducción fue la de Edmundo Wernicke, quien publicó en 1938 la versión más fiel al códice original de Sttugart, el cual fue considerado el manuscrito original de la crónica luego de extensas investigaciones filológicas. Su edición llevó como título Derrotero y viaje a España y las Indias, y así se conoce el relato de Schmidl desde esa época. En este trabajo se seguirá la traducción de Wernicke, editada por Espasa-Calpe en Argentina, la cual cuenta con prólogo de Enrique de Gandía: Ulrico Schmidl [1944] 1980. Todas las citas de esta crónica responden a esta edición. De aquí en más tan sólo se consignará número de página. 15 Esta diferencia no sólo lo alcanza a él, también incluye a todos aquellos alemanes que se embarcaron junto a Schmidl rumbo al Río de la Plata. Recordemos que Ulrico no es el único extranjero que se dirige a esta tierra, con él parten “decenas de neerlandeses, flamencos y austriacos, en suma, alemanes todos” (Sanabria Fernández 1974: 33). La experiencia individual se vuelve, entonces, plural y, de este modo, aún más fácilmente expansible hacia el lector. Según este relato, el origen aúna en la diferencia porque, a pesar del hambre, los alemanes comparten la concepción de que existen límites infranqueables. 16 Álvar Núñez Cabeza de Vaca nació entre 1485 y 1500 en Jeréz de la Frontera. Fue el tercer hijo de Francisco de Vera y Doña Teresa de Zorita. Sirvió a cuatro duques de Medina y Sidonia entre 1503 y 1527. Durante este período, Cabeza de Vaca se desempeñó militarmente en Italia, en la batalla de Rabena de 1512, en la recuperación del Alcázar de Sevilla en 1520, en la captura de Tordesillas y en el combate de Villamar, en la batalla del Puente de la Reina en Navarra, en la primera de las guerras ocasionadas por la rivalidad de Carlos I de España y Francisco I de Francia, entre otras. El reconocimiento de su actividad militar en Italia y Andalucía contribuyeron a que se le otorgara el cargo de tesorero real en la expedición de 1527, comandada por Pánfilo de Narváez, con la que partió a las Indias, a las tierras del Río de las Palmas y la Florida. Luego de la desastrosa experiencia allí vivida, siendo uno de los pocos sobrevivientes de esta expedición, obtuvo la capitulación de las provincias del Río de la Plata, con el objeto de que fuera a socorrer a los hombres de la armada de Pedro de Mendoza. La experiencia en el Río de la Plata tampoco resultó ser muy favorable. Acusado de traición al rey, fue enviado en 1545 preso a España. Luego tuvo un largo pleito legal que duró alrededor de ocho años. Finalmente en 1552 su sentencia fue ampliamente reducida. Para ese momento ya estaba trabajando en la corte, como abogado de la ciudad de Jeréz de la Frontera. Sobre sus años finales, algunos documentos señalan que vivió en su ciudad natal; 90 otros, que murió en Valladolid entre 1556 y 1559 como consecuencia de una enfermedad (Adorno y Pautz 1999: 293-413; Bishop 1933; Pupo-Walker 1992; de Gandía 1935: 95-129). 17 Sobre su experiencia en La Florida junto a la expedición de Pánfilo de Narváez, ver Adorno 2004. 18 Rolena Adorno descubre que, tan pronto como arriba a España en agosto de 1537, Cabeza de Vaca le otorga poderes a su primo Pedro Estopiñán Cabeza de Vaca para organizar esta probanza, cuya preparación, autorizada en Jerez de la Frontera el 31 de octubre de 1537, testifica el propósito de Cabeza de Vaca de “presionar en su pleito en la corte como digno candidato para otra cita real para la exploración y conquista en las Indias” (Adorno y Pautz 1999, 1: 295). 19 Los datos sobre el juicio aportados por Adorno y Pautz fueron a su vez cotejados y ampliados a través del análisis realizado de los documentos relativos a este proceso legal. 20 Todas las citas relativas a esta crónica responden a la siguiente edición: Núñez Cabeza de Vaca 1985. De aquí en más sólo se consignará número de página. 21 Al regresar de la Florida, publica una relación que envía desde América, escrita por él, editada en Zamora en 1542. El título de esta primera edición es La relacion que dio Álvar Núñez Cabeza de Vaca de lo acaescido en las Indias en la armada donde iva por governador Panphilo de Narváez desde el año de veinte y siete hasta el año de treinta y seis que bolvio a Sevilla con tres de su compañía (Impresa por Agustín de Paz y Juan Picardo para Juan Pedro Musetti, Zamora, 1542). 22 La dedicatoria del libro al infante don Carlos es reproducida en forma completa por Serrano y Sanz (1906, 5: 147-155). 23 Entre los documentos inéditos que publica Serrano y Sanz en el tomo VI de su Colección, ofrece la “Información hecha en Xerez á pedimento de Cabeza de Vaca para verificar ciertas cartas” (1906, 6: 283-306). Las cartas en cuestión son dos: una pertenece a Pedro de Fuentes, la otra a Alonso Riquelme de Guzmán. Luego de la confirmación de los testigos, estos escritos pasan a funcionar como pruebas legales, de hecho presentadas en la defensa del gobernador. 24 “Provanza hecha por parte de Albar Nuñez Cabeza de Baca para el pleyto que sigue con el fiscal de S.M. sobre los cargos y acusaciones que le tiene puestos” (Serrano y Sanz 1906, 6: 99-169). Esta Probanza se realizó en la ciudad de Jeréz de la Frontera el 28 de julio de 1546. Estaba compuesta de un extenso interrogatorio de 76 preguntas, formuladas por los letrados que el gobernador autorizaba en su nombre. Las preguntas recorrían todos los dichos de Álvar Núñez en su Relación sobre cada una de las acciones llevadas 91 a cabo en el Río de la Plata. Una serie de testigos respondieron a este interrogatorio y corroboraron las afirmaciones del destituido gobernador, añadiendo algunos de ellos información pertinente al caso. La extensa probanza que se llevó a cabo en la ciudad natal de Álvar Núñez no fue la única, pero todas siguieron en líneas generales esta estructura legal: presentación de los testigos y respuesta a las preguntas del interrogatorio antedicho. Se conocen otras probanzas presentadas por Álvar Núñez Cabeza de Vaca, además de la ya mencionada. Entre ellas: la “Provanza hecha en la Villa de Madrid por Álvar Núñez Cabeza de Vaca para el pleito que sigue con el fiscal de S.M. sobre los cargos y acusaciones que le tiene puestos”, fechada el 26 de junio de 1546 (Serrano y Sanz 1906, 6: 213-281); “Dos Provanzas hechas en la Villa de Santiponce en la ciudad de Sevilla por Álvar Nuñez Cabeza de Vaca para el pleito que sigue contra el fiscal de S.M. sobre los cargos y acusaciones que le tiene puestos”, fechadas el 20 de julio de 1546 y el 7 de agosto de 1546 respectivamente (Serrano y Sanz 1906, 6: 171-212). 25 Según Adorno: “El proemio de 1555 revela un gran acuerdo sobre Cabeza de Vaca después de la conclusión de su carrera en las Indias y ofrece un mayor entendimiento de su punto de vista después de su apresamiento, su juicio, y la revocación de su sentencia en lo referente a su gobierno del Río de la Plata. (…) Si bien en 1542 Cabeza de Vaca hizo un desesperado ruego por un reconocimiento real de sus servicios, aquí él ofrece sinceras gracias y revela su creencia irresistible en la salvación de su buen nombre. En tanto declaración personal, este proemio ofrece evidencia sustancial para rebatir el lugar común de que Cabeza de Vaca terminó su vida bajo el completo peso del fracaso” (1999, 1: 403). Como puede observarse, la autora se basa en este proemio para contradecir la afirmación reiterada por la crítica sobre el pobre y desastroso final de Cabeza de Vaca (cfr. Bishop 1933; Pastor 1983; Pupo-Walker 1989). El proemio es bien significativo en este sentido, sin embargo, también es verdad que, como tal, responde a una retórica común que define a la dedicatoria real, propia de la España del siglo XVI. Del mismo modo, aun cuando se considere un poco excesiva esa alabanza al infante, ese exceso no necesariamente responde a la “sincera gratitud” del enunciador sino, probablemente, al efecto que espera lograr en el dedicado. Este proemio es significativo porque él mismo propone que la resolución de esa instancia intermedia entre gloria y fracaso la posee el lector don Carlos y el resto de los lectores que se “deleitarán” con las aventuras, los trabajos y peligros; es decir, es él, son ellos, los que poseerán la última palabra en el “juicio” a la acción emprendida por Cabeza de Vaca; con eso en vista se crea el texto y el proemio. 92 26 Los historiadores que investigaron este período señalan que la Corona se vio obligada a otorgar este cargo a Irala más por razones de apremio que por inclinación a recompensar su comportamiento. Es que a los fracasos de Pedro de Mendoza y Cabeza de Vaca hubo que sumarle el de Diego de Sanabria, quien en 1549 heredó el adelantazgo que su padre, Juan de Sanabria, había obtenido en 1547 y que no pudo hacer efectivo por morir a fines de 1548 durante los preparativos. Frente a los contratiempos que retrasaban la partida de la expedición de Sanabria, el rey designa a Alanís de Paz como gobernador interino de la provincia y juez de residencia, pero nuevas contrariedades imposibilitaron igualmente este viaje. Por fin el 10 de abril de 1550, parte de la expedición de Sanabria abandona el puerto de San Lúcar de Barrameda a bordo de la nave San Miguel y de dos carabelas. Era ésta una flota menor que se adelantaba al grueso de la armada. Una nueva serie de incidentes se sucedieron durante el viaje; entre ellos, uno de los principales fue la pérdida de embarcaciones, situación ante la cual los españoles se quedaron sin medios de movilidad para trasladarse hasta el Río de la Plata. Por esto, los expedicionarios se vieron forzados a residir en los poblados de la costa brasileña a la espera de una ocasión que les permitiese seguir hasta Asunción. Por otro lado, la suerte corrida por Diego de Sanabria no sería mayor. Éste, que se había quedado en España para completar los preparativos que faltaban, finalmente pudo lanzarse al mar, pero al hacerlo extravió el rumbo y derivó hacia el Caribe, naufragando en la isla Santa Margarita (Fitte 1980; de Gandía 1932; Zavala 1977). 27 En su Historia de la Literatura Argentina, Ricardo Rojas intenta demostrar que fue Pero Hernández “el verdadero autor de este segundo libro”. Se basa para esto en el análisis de la Relación que realiza el escribano en 1545 y la que efectúa Álvar Núñez el mismo año y también en la explícita declaración que se lee en lo alto del volumen de Valladolid, en la parte correspondiente a los Comentarios: “Scriptos por Pero Hernández scrivano y secretario de la provincia”. Asimismo, Rojas señala una estrecha influencia de la Relación del gobernador en el texto de 1555 (1960, 3: 101-113). Los argumentos de Rojas no son, a pesar de todos sus esfuerzos, lo suficientemente convincentes. El estrecho vinculo, por él mismo consignado, podría también poner en evidencia la no autoría de la crónica, en especial dado que al realizar un trabajo de cotejo textual, resulta más evidente la relación con el documento escrito por Álvar Núñez que con el realizado por el propio escribano. De todos modos, tampoco estos son argumentos que desanden completamente su hipótesis. Resulta en verdad complejo poder determinar efectivamente la autoría del texto. Pero, de acuerdo con el proemio que lo antecede, este relato es producto de un encargo que realiza Cabeza de Vaca 93 para relatar “los grandes peligros y trabajos” que pasó en tierra rioplatense. En función de la figura del destinatario y del afán didáctico y legitimador que busca alcanzar Álvar Núñez con este libro, la mano del único vivo y leal aliado resulta más efectiva para mostrar las penurias experimentadas que la suya propia. Por otro lado, y más allá de lo declarado en la dedicatoria, la elección de una mirada en tercera persona podría estar directamente relacionada con la materia que trata este libro y las controversias que el accionar de este Adelantado generó. Desde esta perspectiva, la opción del discurso legal en boca del escribano-testigo le daría una validez al relato del acontecimiento que, con un velo de objetividad, mostraría la verdadera traición que se llevó a cabo en el Río de la Plata. Así, el acontecimiento hablaría por sí mismo. Igualmente, dado que Pero Hernández también se vio afectado por la acción de Irala y su gente, en su texto el suceso, quizás de un modo inevitable, perderá ese carácter objetivo-individual para funcionar en todo momento a favor del “injustamente enjuiciado” Álvar Núñez. 28 Como se menciona al comienzo de los Comentarios, la capitulación se efectuó una vez que Cabeza de Vaca se ofreció a ir a socorrer a los españoles en el Río de la Plata; entonces se estableció –como se especifica en la crónica– que él “gastaría en la jornada y socorro que así había de hacer, en caballos, armas, ropas y bastimentos y otras cosas, ocho mil ducados, y por la capitulación y asiento que con Su Majestad tomó, le hizo merced de la gobernación y de la capitanía general de aquella tierra y provincia, con título de adelantado de ella; y asimismo le hizo merced del dozavo de todo lo que en la tierra y provincia se hobiese y lo que en ella entrase y saliese” (99100). Es decir que en la capitulación hecha el 18 de marzo de 1540, Carlos I concedía a Cabeza de Vaca la gobernación del Río de la Plata con las mismas prerrogativas y territorios que antes se le habían encomendado a Pedro de Mendoza (Pupo-Walker 1992: 35). 29 La mayoría de los escritos que se producen durante el pleito legal que el Consejo de Indias sigue contra Álvar Núñez Cabeza de Vaca, mencionan la llegada del Adelantado a Asunción del mismo modo en que se lo hace en la crónica. Así, por ejemplo, Juan de Salazar atestigua que vio “como toda la gente o la mayor parte de ella se alegro mucho con la yda del dicho Álvar Núñez e se maravillava como el dicho Álvar Núñez había podido pasar por la tierra donde avia pasado, e averla dexado en tanta paz como todos decian que la avia dexado, por ser tan largo camino y fragoso y no aver pasado por alli jamas cristianos, ni tener noticia que se pudiese horadar aquella tierra…” (Serrano y Sanz 1906, 6: 223-224). 30 Las declaraciones de los testigos se hallan en las probanzas levantadas a pedido de Cabeza de Vaca. Al respecto ver Serrano y Sanz 1906, 6. 94 Como puede observarse, en el interrogatorio se pretende dejar en claro cuál fue el accionar de Álvar Núñez hacia los naturales de la región y ese tipo de respuestas que se repiten serán algunas de las pruebas que presente la defensa. 31 Para un análisis sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca en vinculación con el cuerpo de leyes ligados a la España imperial, ver Rabasa 2000: 1-84. 32 Resulta particular el hecho de que en este tipo de construcción la buena característica de la tierra esté directamente vinculada con el alimento; en lo que respecta a sus características naturales, tal aspecto positivo se derrumba ante las inmensas aguas que dificultan el recorrido, que impiden las entradas de descubrimiento. Ahí la tierra aparece marcada por el “hedor”, es una tierra “emponzoñada”, que enferma, que posee males naturales que son, en verdad, “un tormento intolerable”. Estos aspectos son trabajados en el capítulo 3 donde se analiza la representación del espacio del Río de la Plata. 33 Cabe mencionar en este sentido la existencia de un pasaje que fue omitido en la crónica, pero que trabaja en la misma línea semántica, sólo que esta vez es aplicada a una mujer indígena. Juliana, natural de la tierra, había envenenado a un cristiano, Nuño de Cabrera, por celos. Como esta mujer “a todas las otras yndias que syrbian a los cristianos les dezia que ella sola hera la baliente que avia muerto a su marido”, Cabeza de Vaca le levanta un proceso y le pide a su alcalde que haga justicia “porque demas de merecerlo convino para quitar el atrevimiento que no se atrebiesen a semejantes casos” (Núñez Cabeza de Vaca [1545] 1906, 6: 27). Es interesante la omisión de este pasaje en la crónica, porque si bien en el relato la mención de la posible traición de las indígenas cristianizadas acecha como posibilidad, como sucede con las agaces que le dan aviso a su pueblo del momento preciso de ataque a los españoles, la enunciación de un posible levantamiento de las mujeres indígenas podría acarrear un desastroso final, dada la cantidad que tienen los españoles. Además, la omisión responde al tipo de represalia tomada contra Juliana (por cierto, única indígena que posee nombre en todos los escritos legales relacionados con Cabeza de Vaca), ya que, si bien el “merecimiento del castigo” a ojos del gobernador se basa en el delito de traición, de todos modos no deja de poner en evidencia el tratamiento establecido contra la india. Si bien la ejemplaridad es hilo conductor de gran parte de este tipo de declaraciones, la ausencia de escenas como ésta en el texto de 1555 intenta evitar cualquier enunciado que permita una doble lectura (al respecto ver El Jaber 2008). 34 Son muchos los textos que durante el siglo XVI abonan esta imagen. Entre ellos, el Romance Elegíaco del fraile Luis de Miranda quien confiesa que 95 “trabajos, hambres y afanes/ Nunca nos faltó en la tierra,/Y así nos hizo la guerra/ La cruel”; la carta que Juan de Bernalte Cabeza de Vaca le envía a su hermano el 13 de junio de 1540, señalando que la del Río de la Plata es una “tierra enferma”; la carta de Gerónimo Ochoa de Eizaguirre al Consejo de Indias en marzo de 1545, que la llama “tierra que del sol no es alumbrada”, etc. 35 Ruy Díaz de Guzmán era hijo de Alonso Riquelme de Guzmán, quien llegó al Río de la Plata con la expedición de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y de doña Úrsula de Irala, hija de Domingo de Irala y de la india Leonor. Radicados sus padres en Asunción, es muy probable que haya nacido en esta ciudad, aunque no se posee información certera al respecto. Su vida fue la de un soldado, la de un militar, fundando pueblos en el Paraguay y en la Argentina, guerreando contra los indios rebeldes, desempeñando cargos municipales y residiendo tanto en Asunción, en Buenos Aires, en Santiago del Estero, como en Salta y en la ciudad de la Plata (Alto Perú). La mayor parte de la información de su biografía se posee a través de la “Probanza de méritos y servicios” que se realizó en la Plata en 1605. Allí se especifican sus acciones militares en la guerra de los indios rebeldes, en la jornada de reducción de los pueblos virayaras, en la pacificación de los indios del río Paraná y en otras entradas que realizó junto al general Ruy Díaz Melgarejo. También se menciona que en la famosa revuelta santafecina de los primeros criollos, él acudió a las órdenes de Martín de Irala, su tío, a defender el estandarte real. En 1582, pasa del Plata a Tucumán, reside en Santiago del Estero durante el gobierno de Lerma y se encamina a la fundación de la ciudad de Salta como capitán en la campaña contra los indios enemigos del valle y como alguacil y alférez real de esta ciudad. En 1584, se dirige desde Tucumán hasta Asunción, junto con el gobernador Juan de Torres Navarrete, quien le manda socorrer la Ciudad Real, salvándola de un ataque de los caciques rebeldes. Acompaña al general don Antonio de Añasco en su guerra contra los niguaras. En 1589, junto al mismo general, va en auxilio del capitán Lestón y sus portugueses, cercados por indios rebeldes. El Adelantado Juan Torres de Vera y Aragón lo nombra luego su lugarteniente. Entre las numerosas entradas, guerras y defensas, se menciona en la Probanza que en 1593 gasta la mayoría de su hacienda en la expedición a la provincia de los noaras y en la fundación de la ciudad de Santiago de Xerez y que, a lo largo de seis años, padece trabajos excesivos en esta campaña. Durante su residencia en la Plata, donde está fechada la dedicatoria de su crónica, debe haber escrito o concluido su libro. Ruy Díaz fallece en Asunción, en junio de 1629, donde desempeñaba el cargo de alcalde ordinario de primer voto (Rojas 1960, 3: 224-228; de Gandía 1950 y 1942; Groussac 1914: IX-LIII; Quevedo 1981). 96 36 Se conoce la obra de Ruy Díaz de Guzmán como La Argentina manuscrita por ser inédita y para diferenciarla de La Argentina de Martín del Barco Centenera publicada en 1602, pero el códice original llevaba escrita la palabra Argentina como título. Por esta razón nos referiremos a este texto como La Argentina simplemente. 37 Tal vez uno de los escritos donde esta cuestión se ve muy claramente sea la carta de Isabel de Guevara a la princesa gobernadora doña Juana (Asunción, 2 de julio de 1556). Allí, ella, quien arriba al Río de la Plata con la expedición de don Pedro de Mendoza, expone todos los trabajos y las penurias vividas por las mujeres en el descubrimiento y conquista de esta tierra, y finaliza su carta haciendo el reclamo que considera merecido para ella y para su marido: “E querido escrevir y traer á la memoria de V.A. para hazerle saber la yngratitud que conmigo se a usado en esta tierra, porque al presente se repartió por la mayor parte de los que ay en ella, Ansi de los antiguos como de los modernos, sin que de mí y de mis trabajos se tuviese ninguna memoria (…). Mucho me quisiera hallar libre, para me yr a presentar delante de V.A., con los servicios que a S.M. e hecho y los agravios que agora se me hazen (…). A que suplico mande me sea dado mi repartimiento perpétuo, y en gratificación de mis servicios mande que sea proveido mi marido de algun cargo, conforme a la calidad de su persona; pues él, de su parte, por sus servicios lo merece” (Busaniche 1959: 40-42. El subrayado es mío). 38 Sobre la cuestión del mestizaje y la visión española de este nuevo sujeto dentro de la estructura social, ver Konetzke 1961; Salas 1960 y Cardozo 1959. 39 Ni en la exhaustiva exhumación de escritos relacionados con Díaz de Guzmán que realiza Paul Groussac, ni en las colecciones de documentos ligadas a la conquista del Río de la Plata y del Paraguay se halla escrito alguno que certifique la entrega de la remuneración solicitada. 40 La obra constaba originalmente de cuatro libros, pero se conservan sólo tres de ellos. Con respecto al cuarto, que alcanzaría hasta el siglo XVII, no se sabe si llegó a ser escrito o si simplemente se perdió. 41 A pesar de los avales que posee su declaración de servicios, existe un hecho que finalmente lo destituye de su cargo y le quita el lugar que tan trabajosamente elaboró para sí Ruy Díaz de Guzmán. El cuestionamiento real sobre su acción militar surge con la fundación que éste realiza de la ciudad de Santiago de Xérez en 1593, de la cual se da cuenta en la Probanza. Lo que se le cuestiona –una vez que se conocen estos sucesos en la metrópoli, es decir, entre 1616 y 1619– es el hecho de que éste funda dicha ciudad y luego busca el aval del rey en un momento en el que no se podían sacar requerimientos de la Hacienda Real. Por esta razón se lo retira del lugar y 97 se le prohíbe cualquier tipo de fundación, impidiéndosele posteriormente su entrada en la provincia de los Chiriguanas donde se hallaba la mencionada ciudad. El virrey del Perú –en una carta al rey, fechada en Lima el 27 de marzo de 1619– condena abiertamente la actitud de Ruy Díaz al definirlo como un conquistador que “intenta semejantes entradas en confianza de que V.M. las ha de proseguir a su costa”. Como puede observarse por el drástico resultado final, es la cuestión económica la que lo guía, la que lo “pierde” y, a su vez, paradójicamente, la que más lo acerca y lo distancia de la línea española, europea, con la que se identifica. (Los documentos mencionados se encuentran en Groussac 1914: 442-458.) 42 El códice original de la obra de Díaz de Guzmán se halla perdido; hasta la fecha, las copias conocidas de su crónica fueron trazadas durante la época colonial. La variedad de manuscritos existentes es mencionada por los jesuitas Pedro Lozano y José Guevara en el siglo XVIII y en el XIX por el deán Funes y Pedro de Angelis. Este último conoció la existencia de seis ejemplares manuscritos, de los que sólo pudo consultar tres. Según el nombre de sus poseedores, estos códices se llaman: el del Dr. Segurola, el del Dr. Nadal y Campos y el del Dr. Ibarbaz, que había sido del Dr. Leiva, quien lo anotó. De estos manuscritos existen actualmente dos copias en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires; otras dos en la de Río de Janeiro; dos copias en la de Asunción y una copia en el Museo Británico. En cuanto a las ediciones de La Argentina, hay que mencionar que la primera la hizo Pedro de Angelis en 1836 como parte de su Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las Provincias del Río de la Plata. La segunda edición se realizó en Asunción en 1845. El mismo año la publicó también la Revista de Buenos Aires. Mariano A. Pelliza la editó en Buenos Aires en 1881; luego Lajouane la reeditó en 1910 y Paul Groussac lanzó su edición crítica en 1914. Posteriormente, fue Enrique de Gandía, quien se dedicó extensamente a la figura de Díaz de Guzmán y a su obra, el que realizó varias ediciones críticas de esta crónica: en 1943, 1944 y 1974. En sus ediciones, este historiador adoptó el texto del códice de Asunción del Paraguay por considerarlo el más fiel al original. Aquí se seguirá la última edición crítica de de Gandía: Ruy Díaz de Guzmán. 1974. La Argentina. Buenos Aires: Librería Huemul. De aquí en más sólo se consignará número de página. 43 En cuanto a la posibilidad de pensar una autobiografía, o un aspecto autobiográfico antes del siglo XVIII, seguimos al respecto la teorización que realiza Alessandro Cassol (2000). 44 Cuenta Ruy Díaz en la dedicatoria que, una vez que Cabeza de Vaca fue enviado a España, su padre se quedó en esta provincia, en la cual “le fue forzoso 98 asentar casa, tomando estado de matrimonio con doña Úrsula de Irala” (28). Ese fozamiento alude a la obligación de casarse con una hija de Domingo de Irala para salvar su vida, pues estaba condenado a muerte por conspiración contra el capitán general. Doña Úrsula de Irala era hija de Domingo de Irala y de una india guaraní llamada Leonor, hija, a su vez, de uno de los caciques principales. En el capítulo XIX, Libro II, Ruy Díaz relata este episodio. 45 Los mestizos son descriptos en diversas crónicas como rebeldes, bandas que hostigan los pueblos de blancos y las reducciones; como bien señala Cristina Iglesia “desde la ilegitimidad y la marginalidad que los condena, reaccionan con levantamientos e incursiones que amenazan el complejo ordenamiento social de la colonia” (Iglesia 1987: 39). Ruy Díaz no refiere ninguno de los levantamientos que diez años antes Centenera describe así: “…en esto en Sancta Fe gran melonada/ se junta de mestizos, y escribieron/ a Tucumán, al Abrego, diciendo/ lo que entre ellos andaban mal urdiendo./ Noticia los mancebos han tenido/ de aquellas provisiones con que vino/ Valero a Cotagaita, cuando ha sido/ despalmada su mula en el camino./ Pues esto, y otras cosas que han sabido,/ les mueven a emprender un desatino,/ tan fuera de razón y tan tirano,/ urdido de un juicio muy liviano./(...) ‘Servicio al gran virrey’, dicen, ‘haremos/ en prender a Garay malo y avieso/ y libres de este caso quedaremos,/ si al virrey le enviamos presto preso’./ (...) En casa de Venialvo se juntaron/ con cotas, arcabuces, morriones:/ a la gente plebeya convocaron/ con sus fingidas causas y razones. /Su maldito designio confirmaron/ vencidos de livianas pretensiones...”. (del Barco Centenera 1998: 313-314). La omisión de esta rebelión en la crónica de Ruy Díaz no debe leerse como producto de un desconocimiento histórico. Este tipo de levantamientos comienza a producirse alrededor de 1570 y, de hecho, como se ha señalado en la biografía de este autor, Ruy Díaz actúa militarmente en uno de ellos, en contra de la rebelión de los santafesinos, es decir, a favor de la autoridad real. 46 En su Introducción a La Argentina, de Gandía sostiene que “historiadores como Eduardo Madero, primero, José Toribio Medina, después, probaron fácilmente que en la expedición de Caboto no embarcó ninguna mujer, por lo cual la tragedia referida por Díaz de Guzmán nunca se realizó en el incendio y muertes de Sancti Spiritus. La Argentina habría creado la primera novela de nuestra literatura (…). Hemos sostenido en otros estudios que esta historia (…) pudo haber ocurrido en el fuerte de Corpus Christi, muy próximo al anterior, en 1536, con la expedición de Mendoza, en la cual hubo muchas mujeres” (Díaz de Guzmán 1974: 22). 47 Para un análisis minucioso del relato de Lucía Miranda que escribe Díaz de Guzmán y de la cautiva blanca, ver Iglesia 1987; 1992: 557-569. 99 48 En su estudio sobre los escritos autobiográficos de los soldados españoles del Siglo de Oro, Alessandro Cassol menciona como una de las características de este tipo de textos la inclusión de una técnica asimilada durante la lectura de novelas, en particular el “gusto por la anécdota que interrumpe la secuencia de los hechos narrados” (como sucede en este caso) y la descripción física y moral de personajes significativos en la narración, entre otros aspectos. Si bien este autor se dedica al estudio de textos de españoles, de todos modos el análisis que ofrece de la composición discursiva, más precisamente narrativa, de este tipo de relatos escritos por soldados, pone en evidencia una estrecha correlación entre estos y la crónica aquí estudiada (Cassol 2000: 15-51). 49 “Cuando Francisco Ruiz Galán la vió ordenó a que fuese echada a las fieras, para que la despedazasen y comiesen; y puesto en ejecución su mandato, llevaron a la pobre mujer, la ataron muy bien a un árbol, y la dejaron como una legua fuera del pueblo, donde acudieron aquella noche a la presa gran número de fieras para devorarla, y entre ellas vino la leona a quien esta mujer había ayudado en su parto, y habiéndola conocido, la defendió de las demás que allí estaban, y que querían despedazarla. Quedándose en su compañía, la guardó aquella noche, el otro día y la noche siguiente, hasta que al tercero fueron allí unos soldados por orden de su capitán a ver el efecto que había surtido dejar allí aquella mujer; y hallándola viva, y la leona a sus pies con sus dos leoncillos (...), quedaron admirados del instinto y humanidad de aquella fiera. Desatada la mujer por los soldados la llevaron consigo, quedando la leona dando muy fieros bramidos, mostrando sentimiento y soledad de su bienhechora, y haciendo ver por otra parte su real ánimo y gratitud, y la humanidad que no tuvieron los hombres” (116-117). 50 Si bien la crónica de Guzmán aparece precedida de una dedicatoria al duque de Medina y Sidonia, se ignora si el códice principal fue remitido a este destinatario, así como se ignora si otra copia fue enviada a España para su publicación o a Lima, donde la imprenta ya existía. (Recordemos que en este período aún no se había introducido la imprenta ni en Paraguay, ni en Buenos Aires ni en Córdoba). 51 El concepto de “memoria expandida” es trabajado en otro contexto por Sylvia Molloy (1996: 212-246). 100 Capítulo 2 El desafío de narrar el Río de la Plata Las reglas de la escritura Son numerosas las ordenanzas, decretos o cédulas reales que durante el período colonial español determinaban qué debía escribirse sobre América, cómo debía narrarse el Nuevo Mundo. Decretos que establecían fórmulas estilísticas,1 cédulas o instrucciones en las que se especificaban las materias de las cuales se solicitaba información, como ser aspectos físicos del terreno, especificación de distancias, reconocimiento de zonas de peligro, características de los grupos indígenas, tipos de alimento a los que se tiene acceso, acciones bélicas principalmente exitosas, etc (Altuna 2002). La escritura se encuentra, por tanto, sujeta al control del Estado, el cual produce una norma discursiva, caracterizada por una minuciosa red de regulaciones (Ordenanzas) y cuestionarios (Instrucción y memoria). En esta línea, y como puede suponerse, las modificaciones en la información demandada variaban según los cambios que se producían en la propia política colonial. Durante este período y en este contexto, el enunciado es, entonces, el resultado directo del vínculo entre la letra y la ley, entre la palabra escrita y el 101 poder colonial.2 Desde esta perspectiva, es el marco mismo en el que surge la escritura de/sobre el Nuevo Mundo el que destierra la existencia del “ojo desnudo” por el que clamaba Montaigne;3 el texto en sí mismo, en su materialidad, es el que media entre el ojo y el objeto y produce ese velo ideológico que empaña o, mejor dicho, acomoda la lente. Pero la normativa del discurso colonial no produce, a pesar de todos los intentos regulatorios, una textualidad homogénea y uniforme. Esa uniformidad buscada no es más que un anhelo con claros y pragmáticos objetivos territoriales que apunta al informe y deja de lado todo aquello que lo supera en su conformación discursiva. Esa homogeneidad que dictan los intereses imperiales se quiebra constantemente. A pesar de la unión genérica e ideológica que en líneas generales los articula, la crónica de Bernal Díaz del Castillo no es la crónica del Inca Garcilaso, así como la crónica de Álvar Núñez Cabeza de Vaca no es la de Ulrico Schmidl. El informe, la descripción que lo caracteriza, se halla presente en todos ellos; sin embargo, la diferencia sigue actuando tanto en el plano del decir, en la selección misma, como en las vicisitudes elegidas para formar parte del relato. La diferencia es, en suma, de orden narrativa, dado que es precisamente la idea de narración la que no es tenida en cuenta en las regulaciones, así como en cierta línea crítica que no deja de leer estos textos en clave meramente informativa. La crónica apela a la descripción pero la excede. Ese exceso, funcional a un objetivo intra y/o extra textual, según cuál sea el caso, radica en la inclusión (por cierto ineludible) de la categoría misma de sujeto, junto con todas las circunstancias que rodean la situación de escritura; categoría que debe ser ampliada a su vez en función de los avatares del viaje emprendido y de las características propias del espacio conquistado (el caso de las dos crónicas de Álvar Núñez Cabeza de Vaca es paradigmático en este sentido). Así, las reglas del decir no sólo están determinadas por el afuera, de tal modo que son el 102 Consejo de Indias, la Corona, España los que establecen las pautas y la materia escrituraria a seguir en lo que respecta a los viajes de conquista y descubrimiento; tales reglas también se elaboran sobre la marcha de la producción discursiva, o sea, las reglas del decir se hallan a su vez determinadas por el adentro, por el discurso mismo que impone sus tonos, regula sus modos, sus tiempos, así como por el sujeto que escribe, por su biografía, quien opta por el silencio o por el comentario, por la narración in extenso o por el listado descriptivo, por la anulación del yo o por su puesta en evidencia. Al sistema normativo que define a la sociedad española colonial y a sus procedimientos de control, deben sumársele las propias restricciones de cada sujeto en función del objeto de su discurso, de su destinatario, del objetivo buscado detrás de esa obra, en función de su propia historia y de aquella que escribe. En el Río de la Plata, las diferencias consideradas en el primer capítulo entre Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Ulrico Schmidl y Ruy Díaz de Guzmán son más que elocuentes al respecto. La narración que cada uno de ellos construye no desoye las pautas establecidas por la Corona. Todos pretenden construir un relato legible, todos ellos buscan distintos objetivos con sus respectivos textos, pero asimismo todos pretenden alcanzar una legitimidad o legitimación particular. Por lo tanto, si bien las representaciones puestas en juego son ideológicamente significativas, asimismo habrá variaciones, desvíos en los tópicos ejercitados, incluso creaciones propias del espacio y de la vivencia particular. La experiencia y el espacio donde ésta se lleva a cabo son los motores centrales del quiebre del discurso unificante; resquebrajamiento que se produce aun cuando haya regularidades en el discurso, aun cuando exista una ineludible marca política colonialista que los identifica y aúna en su rol de conquistadores-cronistas. 103 Motivos y tópicos en las crónicas del Río de la Plata: entre la tradición y lo nuevo 1. El discurso militar Lo nuevo, el Otro, el oro, la tierra y la narración de la conquista de cada uno de estos elementos conforman las pautas básicas en las que podrían resumirse las directrices de la retórica establecida desde la metrópoli. Sin embargo, de todos estos componentes, es el discurso territorial el que abarca los diversos aspectos –tanto económicos, políticos, sociales como culturales– que caracterizan a la vivencia en la nueva tierra y por ende al texto que dará cuenta de ella. El discurso territorial, de adquisición y posesión del terreno americano, confluye en la crónica de conquista con otro discurso que lo completa y alimenta, el cual sostiene, de hecho, la posibilidad misma de la existencia y el poder de la tierra en el relato: el discurso militar. Este es uno de los discursos más representativos del género, en el que confluyen la ideología imperial y el ansia personal; donde la gloria, el oro, la Corona y Dios convergen convirtiéndose en propulsores de la acción que contará el cronista. René Jara y Nicholas Spadaccini señalan, en esta línea, que “las tempranas crónicas, y la épica en general, no tenían un interés antropológico; seguían en vez las convenciones del discurso militar, del mismo modo en que trataban la apropiación de lugares geográficos a través de medios militares” (1989: 15). Si bien las crónicas posteriores comienzan a verse cada vez más interesadas por aquello que concierne exclusivamente a las particularidades de las nuevas tribus descubiertas, esto no sucede en desmérito del lugar que ocupa el discurso militar en todas ellas; aún más, muchas veces ese interés de corte antropológico encuentra su modo de manifestarse gracias a una acción de tipo territorial que posibilita el acceso a un grupo indígena en especial, a un ritual preciso, a determinadas costumbres. 104 La base de este tipo de discurso se funda en una colisión de bandos: dos fuerzas enemigas luchan por la posesión de un poder que debe leerse en términos territoriales. El espacio resulta clave no sólo como campo de batalla sino también, y principalmente en este contexto de conquista, como el componente que genera la contienda. Los sujetos que emprenden la lucha, unos y otros, españoles e indígenas, incursionan, cada uno desde sus propias prácticas y códigos culturales, en un tipo de enfrentamiento que los define. El lugar ocupado en el transcurso y en el final del combate será aquel que posibilite u obture la confirmación de cada sujeto en su identidad previa a la batalla. Las convenciones del discurso militar ligan directamente territorialidad, combate, ascendencia personal, posesiones, guerreros, héroes y hazañas. El aspecto militar, los medios para llevar a cabo la batalla, los resultados esperados y/u obtenidos, junto con los sujetos que representan esta clase de acción, son los elementos que sirven de base para toda convención sobre el tema bélico; por eso mismo son generalmente incluidos en las crónicas como tópicos de un tipo de discurso consustancial al objetivo del viaje en sí. Sin embargo, su inclusión en la historia a contar no responde a la reproducción de un modelo multifuncional, cada uno de estos motivos puede verse trascendido en la puesta en práctica que lleva a cabo cada narrador. De este modo las crónicas trabajan sobre esta doble vertiente: entre las convenciones que esperan leerse y las condiciones que establecen el modo y el tiempo del relato para dar cuenta del enfrentamiento bélico en cada caso particular. En este sentido, puede sostenerse que este tipo de discurso es una convención continuamente ejercitada, al mismo tiempo que se ve readaptada a la particularidad espacial y subjetiva que caracteriza a cada texto. El combate es matriz productora de tópicos y discursos; es un motivo imposible de desplazar, no sólo por establecer una ligazón directa con la épica en general, sino también por ser la evidencia clara del trasfondo histórico e ideológico de esta clase 105 de crónica, es decir un motivo intrínseco a la política que creó al género. En el combate se sostiene la empresa de conquista, la empresa territorial, la acción del soldado, su lugar en esa nueva tierra, sus ansias económicas y jerárquicas, pero también su esfuerzo por confirmar su imaginario. En la narración de la batalla, el cronista reproduce el relato que desea leerse, la legitimación de la empresa a la que se ha abocado y, de este modo, se posiciona, gana la primera contienda, rubrica la primera victoria. Así, si el motivo de la lucha figura como parte de los requisitos imperiales en función de la cantidad de territorio ganado, asimismo este tópico se ve recreado en ciertos espacios, como el rioplatense, que ya recrearon con anterioridad los elementos configuradores del imaginario mercantil. El combate es para los soldados y conquistadores un tipo de existencia social que los mancomuna. Esta unión existencial e identitaria será practicada tanto empírica como discursivamente, aunque los grados de esa unidad y el botín obtenido en cada enfrentamiento vuelvan a poner en evidencia las diferencias dentro de cada grupo y atenten contra esa unión. En el Río de la Plata el enfrentamiento es un motivo que se lleva a cabo no sólo entre fuerzas opuestas sino también entre iguales. La rebelión es otra forma de lucha que se desarrolla en este territorio y que evidencia las diferencias que se elaboran sobre la marcha de los acontecimientos vividos en el espacio conquistado, no previamente a él. En una tierra donde es necesario volver a buscar modos mediante los cuales decir una realidad insospechada, tópicos como la batalla y la heroicidad del guerrero, que en general se hallan juntos, se ven inevitablemente redireccionados, aunque no anulados. Su presencia es trabajada en cada crónica, por un lado en función de las posesiones que provee el Río de la Plata, por el otro en función de las circunstancias particulares que afectan a la producción de cada texto. De este modo, habrá pe106 leas, ataques y defensas, luchas cuerpo a cuerpo y victorias a granel, pero también habrá disidencias, motines, guerras internas; habrá estructuras que seguir, géneros que continuar practicando y nuevos modelos establecidos por las características particulares de la experiencia vivida en este espacio; así, habrá héroes y traidores, pero de ambos bandos; habrá épica y también padecimiento. El combate De todas las crónicas de la conquista del Río de la Plata, Derrotero y viaje a España y las Indias de Ulrico Schmidl quizás sea la que más ampliamente dé cuenta del tópico del combate. El hecho de que esté escrita por un soldado y que no esté dirigida a una autoridad real, son dos elementos que de algún modo explican la preponderancia y el particular modo en que se aborda este tema en el relato. El primer enfrentamiento que narra este cronista no se debe a la búsqueda de apropiación del terreno o a su ganancia. En este caso, el primer relato de combate posee un móvil que responde tanto a la pobreza del espacio descubierto como a la violación o desacato a una función previamente asignada al indígena, en tanto siervo, vasallo y proveedor. Como hemos visto en el capítulo anterior, la razón de este ataque es la falta cometida por parte de los querandíes al interrumpir la provisión de comida al fuerte español. La contienda entre los dos grupos, entre trescientos soldados y treinta caballos “bien pertrechados” contra cuatro mil indios, es referido brevemente: Y cuando nosotros quisimos atacarlos, se defendieron ellos de tal manera que ese día tuvimos que hacer bastante con ellos; (también) habían dado muerte a nuestro capitán don Diego Mendoza y junto con él a seis hidalgos de a caballo; también mataron a tiros alrededor de veinte infantes nuestros y por el lado de los indios sucumbieron alrededor de 1000 hombres; más 107 bien más que menos; y [se han] defendido muy valientemente contra nosotros, como bien lo hemos experimentado (Schmidl 1980: 39). A esta narración sucinta de la contienda, le sigue una descripción minuciosa del tipo de armas de esta tribu: “tienen para arma unos arcos de mano y dardos; éstos son hechos como medias lanzas y adelante en la punta tienen un filo hecho de pedernal. Y también tienen una bola de piedra y colocada en ella un largo cordel…” (39). Esta especificación resulta clave dentro del discurso militar porque sirve como explicación de las bajas del bando conquistador (“con la bola se ha dado muerte a nuestro sobredicho capitán y sus hidalgos (…); también a nuestros infantes se los ha muerto con los susodichos dardos”) y de la dificultosa batalla (“se han defendido muy valientemente contra nosotros”). Pero al conocer la victoria final (“Dios el Todopoderoso nos dio su gracia divina que nosotros vencimos a los sobredichos Querandís y ocupamos su lugar”, 40), la información otorgada sobre las armas cobra nueva significación porque es colocada en paridad a la “gracia divina” que concretó el éxito del grupo europeo. Es decir, por un lado un gran número de hombres y un tipo particular de armamento; por el otro, Dios, el Todopoderoso; así, el resultado del combate es evidente, esperable y, a su vez, providencial. Sin embargo, la presencia de la mano de Dios jugando a su favor no llega a desmerecer, como podría pensarse, el valor de los soldados en el campo de batalla. Los españoles pelean contra un conjunto de hombres que los supera ampliamente en número, con armas efectivas que desconocen, en un territorio que pisan por primera vez y, aún así, ganan. La escena construida de este modo parece ficcional, la novela de caballería, de aventuras, el relato heroico del guerrero triunfador se hace lugar en la crónica; sin embargo, en verdad, la diferencia la da el listado: ahí están las armas, unas tras otras, y en ese reducto descriptivo (casi de interés antropológico) se quiebra la aparente artificiosidad de la escena. El dato 108 está ahí con una función aseverativa, más bien verosimilizadora; aún más, si se quiere, verificable en cada uno de los arcos de mano, en cada flecha con su punta filosa, en cada bola de piedra, en cada dardo. De este modo, el relato del combate está construido tanto por esa narración de la contienda, como por esa recopilación de información sobre los medios de lucha de los querandíes, pero también por la elisión de las armas españolas que, “junto con Dios”, posibilitan la victoria. A medida que avanza el texto la lógica de combate se va ampliando y las alianzas, que practican tan reiteradamente los indios, comienzan a ser ejercitadas también por los españoles. El último enfrentamiento de grandes dimensiones tanto en el terreno rioplatense como en el relato, es aquel entablado por y contra los indios carios. Esta tribu, nunca del todo confiable, hace y deshace las paces con los españoles una y otra vez: “Cuánto durará tal paz con los Carios, no puedo decir a vosotros; esta guerra ha durado un año y medio seguido, que no estuvimos seguros de estos Carios” (105). La duración y el sostén de la lucha por parte de este grupo de indios coloca al español contra un rival digno, estratégico, que presenta batalla reiteradamente, que arma estrategias, hace alianzas y traiciona en función de sus intereses; un rival que construye fuertes y fosos para guarecerse del atacante, que destruye el camino, quita todo alimento, envía a sus mujeres e hijos lejos de su región para evitar el cautiverio y la probable transacción posterior; un rival que se escuda y ampara en la tierra que conoce, que cerca al enemigo audaz, hábilmente. La superioridad de los carios es evidente; en la narración Ulrico no puede falsear los datos y en su intento por construir un discurso fidedigno, asume el rol de testigo y, a pesar de comenzar el relato con la acometida feroz de los cristianos matando a “hombres, mujeres y niños”, confiesa que los europeos “no pudimos ganar nada excepto por traición” (101). Contra los carios, la lógica grandilocuente de la victoria europea que rige el relato del combate entra en declive 109 dentro de la crónica. Esta vez el soldado realiza confesiones como ésta; ingresa así en el texto una línea del yo, del guerrero que conoce el arte de la batalla, que continuará en el marco de esta lucha, pero que en general no volverá a ser practicada de este modo en el resto de los enfrentamientos referidos. La lógica del combate entra en declive porque la traición, “que es indígena”, ya no es privativa del Otro, porque contra este enemigo digno y superior, todo lo vale; porque la “superioridad del español”, que acomete, penetra y mata “a mucha gente”, cae como imagen y concepción frente a la astuta táctica empleada por este grupo indígena. En este proceso único que entabla esta única tribu, no es la ferocidad lo que los vuelve difícilmente vencibles sino las estrategias implementadas y esto era, supuestamente, patrimonio del europeo, no del enemigo. Se produce así un trastocamiento en el propio imaginario del soldado que guerrea, lo que posibilita la confesión antedicha y el siguiente remate: “Yo creo que si en ese tiempo lo hubiere sido sin los arcabuces, ninguno de nosotros se hubiere salvado” (104). Este enunciado que coloca las cosas en su lugar –al explicar la victoria, no en función de la gracia divina ni de la heroicidad de los soldados guerreros, sino de acuerdo con el eficaz y letal armamento que ellos sí poseen– se formula una sola vez; matizado por el “yo creo” que lo posibilita, ese enunciado que preanuncia el éxito en la contienda contra los carios, que predice asimismo el triunfo generalizado del cristiano, es dicho solamente por el soldado alemán cuyo texto no está dirigido a una autoridad real. El único poder tangible que posee el español, con el que cuenta a la hora de presentar batalla o de responder militarmente a las fuerzas del enemigo, no es el número, ni el saber que puede adquirir sobre el terreno, ni el conocimiento de las tribus y de sus respectivas tácticas guerreras (que por cierto varían, como el propio cronista lo va especificando), sino tan sólo el arcabuz. Ese “yo creo”, esa opinión que coloca al europeo como un sujeto de guerra apoyado en un arma y no en una táctica, es quizás la 110 razón por la cual el cronista tan sólo dice una vez la verdad de la supervivencia del europeo. El caso del enfrentamiento contra los carios es paradigmático porque pone en evidencia la lucha por los tres elementos que definen la escala de valores de las posesiones en el Río de la Plata: alimentos, cautivos, tierras. El orden de la tríada puede variar pero la existencia de cada posesión se hallará indefectiblemente presente en todas las crónicas rioplatenses. La marca ineludible que conforma esa tríada se impone en el relato de este espacio porque, ante la falta de oro, son precisamente estos tres elementos los que constituyen la base del discurso económico en este territorio y, por eso mismo, los generadores principales de la acción bélica.4 De este modo se observa cómo en el Río de la Plata se redefine el concepto de valor, o mejor, cómo el espacio propiamente dicho, con sus carencias y posesiones, es el que establece tal redefinición. En estas crónicas la tierra ganada en combate adquiere un valor equiparable a la cantidad de cuerpos cautivados que conforman el botín de la batalla. La lógica del cautiverio, de la encomienda y de la territorialidad, tan propias del discurso colonial, se practican también aquí, pero en el cuerpo y en el terreno conquistado se juega una funcionalidad nueva. La batalla no es sólo un idioma conocido, un enunciado decodificable, es asimismo un motivo practicado que puede ser reconducido en función de los intereses del bando y de cada soldado. Las condiciones de enunciación y producción de cada uno de los textos sobre el Río de la Plata son las que determinan la incidencia de este tópico y la rearticulación de esta tríada. Es claro que en lo que respecta a este espacio, los alimentos son siempre un elemento que regla la escritura, el hilo conductor de la entrada territorial por excelencia, y si esto es así en parte se debe a que su puesta en discurso reproduce la nueva lógica interna que se construye en el lugar del padecimiento y del hambre. Es decir, la escritura encuentra una regla interna que 111 no es en principio narrativa sino experiencial, o mejor dicho, que deviene parámetro discursivo una vez que se impuso como tal en el plano de la acción misma. Esta presencia del alimento, o de su falta, encontrará su lugar en el relato, e incluso su manera de desarrollarse dentro de él, de acuerdo con las condiciones en las que en cada caso se articule el enunciado. De ahí que si para Ulrico los cautivos y los alimentos funcionan como elementos claves que pueden detentar el poder del soldado alemán, para el Adelantado Cabeza de Vaca no serán precisamente éstas las posesiones configuradoras de su discurso. En el caso de Álvar Núñez, los cuerpos, el concepto mismo de botín, las tierras, adquieren otra funcionalidad en la crónica que escribe su escribano. Debido a las circunstancias que rodean la escritura de este texto, el discurso del combate no es el más practicado; incluso podría decirse que es un motivo concientemente eludido, prácticamente un tópico en cierta medida forzado. Ineludible por definición, Pero Hernández le hace espacio en su relato pero de un modo escaso, casi oblicuo. En su intento por construir la figura del injustamente condenado Álvar Núñez, el relato del combate entra de forma incidental en la crónica. El Adelantado es aquel que logra concertar la paz, no quien genera el enfrentamiento. Para Cabeza de Vaca, o al menos para la construcción que de él se realiza para el destinatario real, la batalla no es un valor en sí mismo; en la conciliación de las partes y en la cristianización y vasallaje del indio se encuentra su poder, su grandiosidad. Por eso mismo, la primera mención a un encuentro bélico entre españoles e indígenas no tendrá como resultado otra lucha, por el contrario, “una vez informado el gobernador del caso, procuró sosegar y pacificar los indios, y recogió los frailes, y puso paz entre ellos, y les encargó a los frailes tuviesen cargo de doctrinar los indios” (Núñez Cabeza de Vaca 1985: 103). La “pacificación y sosiego de los naturales” es claramente el objetivo. Esto explica que, ante la traición de los feroces agaces, Álvar Núñez no tome represalia sino que acepte 112 su pedido de vasallaje “con tanto que guardasen las condiciones de la paz y no la rompiesen como otras veces lo habían hecho, con apercibimiento que los tendrían por enemigos capitales y les harían la guerra” (127). En el caso de este gobernador, la guerra es un enunciado, es un apercibimiento, es una acción evitable, es en principio meramente discursiva. A diferencia del soldado Ulrico declarando que “en esta tierra no hicimos otra cosa que guerrear”, el Adelantado Cabeza de Vaca ostenta la paz que él mismo, con su acción y su palabra, logra concertar. El aspecto conciliador, respetuoso y fiel a Dios y a Su Majestad que caracteriza a su figura, es leída por el único soldado cronista como falta de valentía, de conocimiento en el arte de la guerra y en el manejo de la soldadesca. Sea cual fuere la razón, lo interesante es el tipo de conciencia narrativa que rige el discurso del escribano. En esta crónica que es una nueva defensa que busca exonerar completamente al Adelantado, el combate es, generalmente y en su gran mayoría, defensa y no ataque. La acción bélica del bando español es producto de un ataque previo contra éste o contra sus indios vasallos. En este contexto Álvar Núñez, junto con su gente y sus aliados guaraníes, atacan a los indios guaycurúes, quienes anteriormente habían atacado a la tribu cristianizada y expresamente habían desconocido la “debida obediencia” a Su Majestad, así como los requerimientos del gobernador porque “se apartasen de la guerra que les hacían a los indios guaraníes” (131). Los españoles atacan porque desoyen los pedidos y continúan la afrenta poniéndose en armas contra los cristianos y expresando su deseo de “rebelión”. La ferocidad y el poderío de los guaycurúes se fundan en un gran conocimiento y práctica de la guerra, pero también en un estricto código bélico que establece jerarquías que sólo podrán ser quebrantadas mediante la lucha. El combate encumbra o catapulta. La escala social y el poder son establecidos por el resultado del enfrentamiento: “tienen por costumbre que si alguno los venciese, se les darían por esclavos” (139). La batalla 113 es el valor que establece los lineamientos inamovibles con los que todos los naturales de la región comulgan. Por eso, cuando los españoles llegaron, con aliados y arcabuces, para vengarse por la muerte de algunos de los suyos, los guaycurúes redoblaron la apuesta y arrojaron a los españoles los tizones de fuego que traían en las manos, y volvieron corriendo a sus casas, y tomaron sus arcos y flechas, y volvieron contra el gobernador y su gente con tanto ímpetu y braveza, que parescía que no los tenían en nada (…). Y visto esto por el gobernador (…) mandó echar los pretales de los cascabeles a los caballos, y puesta la gente en orden, arremetieron contra los enemigos (…), el gobernador delante en su caballo, tropellando cuantos hallaba delante; y como vieron los indios enemigos los caballos, que nunca los habían visto, fue tanto el espanto que tomaron de ellos, que huyeron para los montes (138). Si en el caso de Ulrico es la existencia de los arcabuces lo que posibilita la victoria contra los incansables carios, en el caso de Álvar Núñez es la presencia de los caballos lo que permite la huida de los “muy valientes” guaycurúes. Pero lo llamativo de la escena, en boca del escribano, es la impresión, probablemente certera, de que “no los tenían en nada”; esa apreciación es desmentida frente a los pertrechos del español, no frente a su bravura. En el caso de Ulrico, el posicionamiento en favor de Irala hará que gran parte de las batallas lideradas por éste sean más tácticas que otras, aunque, igualmente, la estrategia no sea suficiente frente a la de los indígenas. En el caso de Cabeza de Vaca, su intento por colocarse en un lugar ligado más fuertemente a la ley y al buen manejo de los súbditos que a sus propias destrezas militares, explican que la entrada en combate sea concebida como la última opción frente a un abanico de posibilidades, todas ellas discursivas, que pueden, que deben entablarse previamente. Así, por ejemplo, sólo frente al hambre más atroz y ante una muerte segura, el capitán general envía a Gonzalo de Mendoza y a sus hombres a los pueblos de indios a 114 buscar bastimentos. En la instrucción que se reproduce en la crónica, ordena el Adelantado: pediréis a los indios a do vais que os den de los mantenimientos que tuvieren para sustentar las gentes que lleváis, ofreciéndoles la paga y rogándoselo con amorosas palabras; y si no os lo quieren dar, requerírselo heis una, y dos, y tres veces, y más, cuantas de derecho pudiéredes y debiéredes, y ofreciéndole primero la paga; y si todavía no os lo quisieren dar, tomarlo heis por fuerza; y si os lo defendieren con mano armada, hacerle heis la guerra, porque el hambre en que quedamos no sufre otra cosa (199). Una y otra vez, se debe decirles, prevenirles y volver a decir, aunque ellos no quieran “dar lugar a que [se] les dijese alguna cosa de las que les querían hablar” (201). Este predominio del discurso coloca nuevamente la acción corporal, el enfrentamiento explícito, en el lugar proyectivo de la advertencia, del castigo producto del desacato. Por otro lado, esta preeminencia de la palabra no sólo se debe al respeto de las leyes e instrucciones reales que pretende poner en evidencia el escribano narrador, 5 sino también al hecho de que el tratamiento del indio es una cuestión clave en los cargos que pesan sobre el gobernador. Por eso en esta última defensa, las contadas veces en que aparece el combate, lo hace o bien como consecuencia de una embestida indígena previa, es decir como contra-ataque, como venganza frente a una acción elocuente que desoye las paces o alianzas ya establecidas o desconoce las jerarquías que la ideología imperial impone; o bien como único modo de sostener la vida. El combate es en los Comentarios siempre una última opción, un forzamiento de las circunstancias. Sin embargo, esto no significa que la batalla tan sólo sea un motivo dentro de la retórica estatal establecida desde la metrópoli de la que hay que dar cuenta, ésta es también el medio a través del cual se pone en evidencia la falsedad de los cargos que incriminan a Cabeza de Vaca. El enfrentamiento bélico en sí mismo no es tan ampliamente practicado en la 115 escritura de esta crónica, como lo son las circunstancias que llevaron a él. Y visto que no aprovechaba nada [al decirles que se sosegasen y guardasen la paz que con él habían asentado], el gobernador mandó hacer información contra los dichos indios; y habida, con el parecer de los oficiales de Su Majestad y los clérigos, fueron dados y pronunciados por enemigos, para poderles hacer la guerra (207). La palabra oral y escrita, que se le reitera al Otro, la palabra de la consulta, previa a la acción, es el medio utilizado para legitimar y legalizar la necesidad de la embestida y de la lucha. Legalización que, a su vez, se refuerza –ante el ojo real– por las razones que llevan a la acción bélica, generalmente bastimentos que son necesarios para sobrevivir o tierras que es imperioso conquistar. En el caso de Álvar Núñez, a diferencia de Ulrico, los cautivos no entran como opción en la lógica del combate y éste es, precisamente, uno de los puntos centrales de disidencia con Irala, un elemento más que abonará a la defensa del impugnado. Como se ha visto, las condiciones de enunciación, de publicación y de escritura de los textos establecen las directrices y el modo de trabajo narrativo sobre el tópico analizado. En el caso de Ruy Díaz, la marca que determina el tipo de tratamiento sobre este motivo está dada, por un lado por su condición de militar, pero principalmente por el objetivo que él mismo enuncia en el prólogo de su obra: escribir los “anales del descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata”. De este modo, el combate, parte constitutiva de la “población y conquista”, estará directamente relacionado con las diversas entradas en la tierra a descubrir. La narración de la entrada de Sebastián Caboto al Río de la Plata resulta ilustrativa en este sentido. El cronista refiere el itinerario de Caboto hasta llegar al río Paraguay, el cual navega hasta un paraje en el que “un día le acometieron mas de trescientas canoas de los indios Agaces, que son 116 los Payaguaes, que en aquella ocasión señoreaban todo aquel río” (Díaz de Guzmán 1974: 77). El relato es de un despliegue militar único, compuesto por un conjunto de imágenes bélicas que lo convierten en un memorable enfrentamiento: los indios se dividen en tres escuadras acometiendo a los navíos que iban a vela, ante esto Caboto asesta “las culebrinas que llevaba, y teniendo al enemigo a tiro de cañón, hizo disparar a las escuadras de canoas”, siendo en su mayoría “hundidas y trastornadas de los tiros”; asimismo, “acercándose mas a los enemigos, y peleando los españoles con ellos con sus arcabuces y ballestas, y los indios con su flechería, vinieron casi a las manos, y llegando a los costados de los navíos, con sus picas y otras armas, mataron gran cantidad de indios” (77). La victoria española es indiscutida, perdiendo sólo dos soldados que fueron presos y cautivos. La narración de la batalla que realiza Ruy Díaz es diferente a las anteriores, aquí el cronista narra la historia que debe haber sabido por otros testigos del suceso. El relato usado por Ruy Díaz adquiere sin embargo, o quizás por eso mismo, otra relevancia. La lucha es por primera vez vivenciable porque, ante todo, es corporal. Unos y otros se embisten cuerpo a cuerpo, afloran las picas, los arcabuces, las ballestas frente a las flechas, pero también surge la estrategia militar a la hora de responder a la lucha. La verosimilitud de la escena es parte de la construcción del narrador que no fue testigo pero pretende aparentar serlo en función de la obra histórica que se ha propuesto escribir. La corporeidad del combate, algo tan propio de su lógica, que en otros cronistas se reduce a un aspecto matemático, numérico (resumido en la cantidad de muertos de un bando y del otro), aquí adquiere otra dimensión. El tiempo narrativo del combate es trabajado como un continuo constante, marcado por el reiterado uso del gerundio (acometiendo, teniendo, acercándose, peleando) que logra el efecto de una sucesiva puesta en escena. Esta misma estructura será utilizada para la muerte de don Nuño de Lara en manos del cacique Mangoré. El episodio de Caboto y los agaces es paralelo a la his117 toria de Lucía Miranda, aunque en esta última la fiereza de los indios sea mayor y la heroicidad del capitán verdaderamente grandiosa. Pero sin perder de vista el particular montaje que se realiza de las imágenes bélicas, aquí este aspecto visual, casi fílmico, que ya se observaba en el episodio de Caboto, aparece nuevamente: Nuño de Lara sale a la plaza “con su espada y rodela por entre aquella gran turba de enemigos, hiriendo y matando muchos de ellos”; entre tanto, al ser visto por los caciques e indios es atacado “con dardos y lanzas”, “todo su cuerpo estaba harpado y bañado en sangre”, pero “desangrado, sin poder remediar nada”, le da una gran cuchillada a Mangoré, derribando al cacique en tierra” (82). Si bien puede pensarse que el tono narrativo responde a la ficcionalidad del episodio de la cautiva Lucía Miranda, esta presunción se desbarata no sólo cuando se repara en que el narrador lo concibe como un hecho real sucedido en 1532, sino también y principalmente cuando entramos en cualquier otro momento de enfrentamiento narrado en La Argentina. Tomemos, por ejemplo, lo sucedido al capitán Antonio de Mendoza en el fuerte de Corpus Christi. Víctima de la venganza de los indios comarcanos, los españoles caen en el ardid elucubrado por los naturales de la región. Así se cuenta la escena: de tal manera supieron hacer su negocio, y con tanto disimulo, que el capitán se vio forzado a darles 50 soldados que fuesen con ellos a cargo de su alférez Alonso Suarez de Figueroa, el cual habiendo salido, fue caminando con buen orden hasta ponerse a vista del pueblo de los indios (…), y entrando por un bosque adentro que antes del pueblo estaba, sintiendo ruido y era la gente emboscada que los estaba aguardando, y acometiéndoles por las espaldas, les atacaron tan furiosamente, que sacándolos a lo raso, les dieron tan gran rociada de flechería (121). Podían verse heridos de un bando y de otro, pero de repente llegaron nuevos escuadrones, más de dos mil indios se sumaron a escena; la victoria ya era segura, ante ella decidieron avanzar y cercar el fuerte, esta vez fueron detrás del capitán 118 Mendoza, lo asaltaron, lo hirieron “con una pica que le atravesó una ingle”. Los indios “los apretaron tan reciamente que a no remediarlo Dios sin ninguna duda ganaran aquel día el Fuerte”, pero justamente en ese momento, antes de que perecieran todos allí, arribaron dos bergantines que comenzaron a disparar la artillería y “saltando en tierra con demasiada determinación, tomando los capitanes la vanguardia, y peleando cara a cara con el enemigo (…) fueron hiriendo y matando a cuantos encontraban, de manera que los pusieron en desordenada huida, mostrando en esta ocasión los soldados el valor de sus personas” (121-122). En el texto de Ruy Díaz los combates son, sin lugar a dudas, relatados en términos de hazañas, porque es en el fragor de la lucha donde el español muestra “el valor de su persona”. Por esto mismo los episodios de enfrentamiento bélico son verdaderas batallas en las que el ojo del relator va guiando el ojo del lector. El tiempo de la narración nuevamente es anecdótico, casi novelesco, justamente en ese momento llegan los bergantines, precisamente en ese instante los refuerzos salvan la vida de los cristianos y, como era de esperarse, les permiten la victoria frente a más de dos mil indios. El “entretanto”, tan propio del relato de acción y aventura, es aquí utilizado al máximo. El aspecto fílmico antes mencionado lo ofrece el juego de planos, de lo general a lo particular, de la batalla en el bosque al fuerte, de allí al mar por donde llegan los bergantines y así siguiendo. El foco narrativo va variando, de la distancia de los bandos enfrentados en la contienda a la minucia del cuerpo en combate, a la ingle atravesada del capitán, al rocío de flechas de los indígenas y al salto seguro de los salvadores, a sus pies apoyándose en la tierra. En el detalle del cuerpo se produce un efecto de realidad, de narratividad, que muchos no pueden leer en este tipo de crónicas. Ruy Díaz relata el combate y en esa narración episódica, que posee todos los ingredientes necesarios para atraer la atención del lector, ofrece por primera vez el espectáculo de la guerra. 119 El aspecto épico que caracteriza a todos los hombres en batalla dentro de La Argentina se debe tanto a la profesión de quien narra, que conoce los datos verosímiles de la pelea cuerpo a cuerpo, como al objetivo que él mismo enuncia desde el principio: recuperar la memoria individual de aquellos españoles que en la conquista del Río de la Plata esperaron salir “ricos y aprovechados”, pero “antes acabaron los más de ellos sus vidas miserablemente” (139). Ruy Díaz pretende escribir el relato heroico de todos y cada uno de los conquistadores olvidados; un relato que, en función de la lógica desde la cual es concebido, afecta por igual a Antonio de Mendoza como a su propia familia. La grandiosidad es parte del estilo narrativo a la hora de narrar la escaramuza. Si la vida de estos hombres quedó en el campo de batalla, si no hay recuerdo de ellos, si tan sólo queda la miseria del suelo en el que lucharon, entonces es en el correr de la pluma donde se debate la posibilidad, única y simbólica (aunque se pretenda efectiva), de vivir el reconocimiento del héroe. Ruy Díaz apela a una teoría o arte del combate basada en la valentía, la voluntad y el carácter moral del guerrero que muere en campo de batalla, que lucha y continúa aunque se esté desangrando. Si esas características remiten al héroe épico, ficcional, al aspecto siempre victorioso del que pelea, el cronista agrega una particularidad que tensiona ese aspecto general y casi ficticio al que recurre en la construcción de los personajes: la miseria, el hambre, el olvido. El Río de la Plata entra en escena y vuelve a nivelar la balanza; así, en este contexto, el destino final del héroe no reconocido funciona como anclaje real de la escena, historizándola. El héroe En Re-Discovering Colonial Writing, Jara y Spadaccini sostienen que el territorio y sus componentes (flora, fauna y habi120 tantes) no son percibidos aisladamente por los cronistas, sino que adquieren sentido una vez puestos en relación con “los elementos centrales que articulan las expectativas expresadas por el modelo imaginario en su doble aspecto: fabuloso y mercantil” (1989: 125). Si en ese modelo de doble aspecto se articula la representación de lo percibido, si el discurso económico funciona como “fuerza estructurante”, 6 incluso configuradora de lo fabuloso, entonces cuál es el lugar de ciertos tópicos en las crónicas del Río de la Plata, es decir, en un espacio donde ese imaginario no puede ponerse fácilmente en práctica. La fábula y el ansia de posesión siguen presentes, aun cuando el oro no sea hallado en las dimensiones deseadas, aun cuando los objetos poseídos sean otros. La dinámica de la guerra contra el enemigo común que impide la posesión, literal-territorial y simbólicaevangélica o religiosa, halla un lugar importante en estos textos. La historia de la conquista funciona como foco narrativo y es esa historia la que determinará los tiempos del relato. La guerra contra el indígena, las alianzas realizadas para sostener el poder o ganar la batalla, la pelea cuerpo a cuerpo en sus diferentes estadios, son los pasos que marcan un ritmo narrativo que reproduce una dinámica a través de la cual se pone en juego el readaptado modelo imaginario. En el tópico del combate se juega el poder, la capacidad militar del hombre civilizado y los valores que motivan la lucha. La representación de la guerra con el Otro –salvaje, traidor e infiel– no es sólo el resultado de una ideología imperialista que lo concibe como tal, sino también productora o reproductora de una relación social y jerárquica en la que el europeo desea verse; relación que se liga a su vez con el aspecto fabuloso de la ficción; que, incluso para algunos, deriva de la ficción misma. Irving Leonard analiza en Los libros del conquistador la influencia de las lecturas de novelas de caballería en la conformación misma del imaginario de fama y poder que caracteriza al español que se dirige al Nuevo Mundo (1996). En estas crónicas 121 se ve, a través del combate y no mediante el tesoro, el modo en que entran en escena los elementos que conformaban tal imaginario: el lugar del héroe, de la hazaña que logra este guerrero, los valores individuales que posee y que le permiten superar los mayores obstáculos, la aceptación estoica de todo tipo de desventuras y su exaltado sentido del honor. Si los sueños de fortuna se diluyen día a día en el Río de la Plata, no sucede lo mismo con los deseos de fama. Las posibilidades de la aventura y lo novelesco encuentran un lugar propicio de producción en este espacio que incrementa los obstáculos y redimensiona así la probabilidad de glorificación del guerrero. Si bien en la crónica del soldado alemán la lucha casi siempre finaliza en victoria, ese éxito muchas veces se halla acompañado de confesiones que no necesariamente abonan a la heroicidad del guerrero, que incluso ponen en tela de juicio los valores inquebrantables del honorable caballero. Ese cuestionamiento de los valores que también ejercita Álvar Núñez (aunque por otras razones), impide asimismo en su crónica el trabajo sostenido de la figura del héroe, por lo menos a través del tópico del combate. Por todo esto, es en La Argentina de Ruy Díaz de Guzmán, con sus particulares relatos bélicos, donde mejor puede observarse la confluencia entre realidad y ficción, el cruce de esa doble vertiente que dirige el discurso y alcanza, incluso, a su narrador. En La Argentina la grandeza del guerrero se relaciona directamente con los objetivos, también grandilocuentes, de la obra que se escribe, los cuales a su vez se vinculan con el origen del cronista. El mestizo Ruy Díaz toma la pluma, como lo haría cualquier hijo de la península, y crea la historia victoriosa española que desea leerse. Los estereotipos del indio traidor y del español esencialmente héroe guerrero trabajan en la misma línea. Sin embargo, es precisamente ese aspecto estereotípico el que des-realiza en numerosas ocasiones las escenas relatadas. La falta de matiz juega en contra del objetivo mismo del 122 relato: la veracidad histórica que prometen los anales. La realidad rioplatense es la única marca que pretende instalar las diferencias entre realidad y ficción (aunque no siempre lo logre), ya que en su intento por otorgarle a los conquistadores del Río de la Plata el lugar merecido, el cronista produce un nivel de igualación insospechado y, por cierto, imposible. Caboto, Nuño de Lara, Antonio Mendoza o Alonso Riquelme de Guzmán, todos los guerreros olvidados poseen el mismo lugar heroico en el discurso bélico que construye el cronista. Las jerarquías militares y narrativas se ven desdibujadas por tal intento de reconocimiento merecido; esta ruptura de un esquema funcional a la lógica de conquista que pretende historiar, vuelve a poner en evidencia el artificio de la obra, del enunciado y de la propia figura del relator que se concibe como español neto y profundamente fiel a la ideología de conquista imperial que enarbola. En su análisis del nivel de influencia de las lecturas de ficción en los textos escritos por soldados o conquistadores, Leonard señala, en lo que respecta a los mestizos, que las crónicas o novelas históricas de tema nacional formaban parte del gusto de los descendientes de los conquistadores, junto con las novelas de aventuras, las gestas patrióticas y las novelas de caballería (1996: 109). Del conjunto de textos analizados, el de Ruy Díaz es el que se halla más impregnado por este tipo de lecturas. El sistema de igualación antes mencionado pone en evidencia la creencia, derivada de esta clase de obras, de que el soldado y el conquistador “no importa cuán bajo sea su origen, podía aspirar a las mayores retribuciones de riqueza y a los más elevados sitiales del poder” (43). Ante esto, desconocer a quienes hicieron posible la conquista del Río de la Plata es, para este cronista, inconcebible, dado que es la lógica espacial la que estaría determinando el lugar que se les adjudicará a estos hombres y no su desempeño individual. La incidencia de las obras de ficción puede observarse tanto en las historias de lucha como en el hecho, ya mencionado, de 123 que los episodios referidos en su crónica están basados, en su mayoría, en los relatos orales de otros españoles, también lectores de este tipo de textos, únicos testigos de la acción de conquista mencionada en la narración. Mediación tras mediación, de boca en boca, en el aspecto “fabuloso” del relato bélico se ponen en evidencia las lecturas y los deseos de lo que finalmente no fue, a pesar de la heroicidad de la escena y del relato hiperbólico de la “justa victoria”. El maniqueísmo al que es sometido el combate una vez puesto en discurso es, de algún modo, necesario para poder crear el tipo de espectáculo propio del valeroso guerrero, es decir aquel que responde a los ideales del carácter español. Sin embargo, como aclara Leonard, es verdad que con esta ambición de poder y de posición social corrían parejas la codicia y el ansia inmoderada de poseer una riqueza material, representada por el oro y las piedras preciosas. Este ansia no será retratada como tal en La Argentina porque no tiene lugar dentro del espectáculo que aquí se pretende historiar; así, ni ansia ni codicia reglando los recorridos, las acciones, el discurso, tan sólo lucha, estoicismo, fuerza, valores, ideales, es decir, las razones morales y argumentativas que sostienen el cuento del triunfo militar. La historia del héroe español sólo la puede decir aquel que no ha sido testigo y que quiere ser escuchado; para el resto, el proyecto épico de la acción heroica no tiene asidero en sus escritos porque no encontró lugar donde manifestarse en la propia experiencia. En el Río de la Plata el concepto mismo de heroicidad se ve trastocado, así como cambian las posesiones y sus valores. El arquetipo del guerrero heroico que se construye a partir de la conquista del botín no es el que entra en juego, el héroe aquí es el que sobrevive, el que sostiene la lucha, el que puede vivir para contarlo, es el que apuesta, sufre y también es el que gana tierras, cuerpos y alimentos. En estas crónicas la humanidad –que define a estos conquistadores– no obtura la 124 posibilidad de que el aspecto heroico se manifieste; aún más, la heroicidad del protagonista se pone de relieve tanto en su pelea constante por la vida, como en su intento incesante por continuar los valores diferenciales y civilizatorios que lo definen. La humanidad que impone el espacio y que imprime su huella en estos hombres, convive a su vez con los parámetros que definen el imaginario europeo, los cuales no desaparecen del todo al enfrentarse a una nueva realidad. Los conquistadores del Río de la Plata ponen en escena una suerte de humanidad heroica que es resultado de la conjunción ineludible entre sujeto, espacio e imaginario. La lucha es la escena reiteradamente contada en las crónicas del Río de la Plata, es el referente continuamente narrado, un tópico que se disemina y que articula todos los relatos: la lucha contra el Otro, la lucha por la vida, la lucha por la conquista, la lucha por el alimento. En la amplificación de esta escena, el cronista termina ofreciendo la imagen de un conquistador que ante todo batalla, aunque no halle lo esperado, porque es allí, precisamente, donde se perfila y consolida la identidad de esa figura, en donde se vuelve decible, legible. La guerra interna La relación entre el combate y la tierra es fundamental; de hecho, como hemos visto, las posesiones propias del terreno y el territorio mismo se constituyen en los móviles indiscutidos de la acción bélica entre españoles e indígenas. El acto de combate es ante todo un acto político, el cual se ve representado tanto a través del espacio que se pretende ganar y por el cual se pelea, como mediante los bandos que configura. La ideología imperial que sostiene la acción guerrera del español establece, por inclusión o por exclusión, quién es el enemigo. Pero si esa configuración del Otro responde a un modelo previo ya estatui125 do desde la Corona (e incluso reiteradamente practicado por diversas crónicas de conquista), existen asimismo otros enemigos fuera de aquel modelo, los cuales no dan cuenta de una diferencia radical de raza, lengua y religión, enemigos que son pares, que son semejantes. En el Río de la Plata la unión, que estaría dada por la “legítima” guerra de conquista, ya no es suficiente; a pesar de que existen combates que la reproducen, afloran también variantes que responden a divergencias producidas dentro del espacio conquistado y en función de los nuevos o renovados parámetros por él producidos. Las diferencias internas en el bando conquistador generan dos nuevos contrincantes, cuya distinción está marcada por la fidelidad a uno u otro jefe: Álvar Núñez Cabeza de Vaca o Domingo Martínez de Irala. En aquello que distingue y constituye a cada grupo sigue presente la significación política, es decir, es ella la que produce la oposición entre unos y otros, la cual, por cierto, no tendrá que ver con la adopción o el rechazo a una ideología de conquista con la cual todos los europeos concuerdan. El choque entre españoles tiene otras razones. Una vez fuera Álvar Núñez y sus seguidores del Río de la Plata, Irala queda a cargo de los soldados, es elegido por el común de la gente Capitán General, nombramiento que es oficializado luego por el rey. El enfrentamiento tiene su explicación en acciones del Adelantado, prohibiciones y dictámenes que van en contra de los intereses –principalmente económicos– de algunos oficiales reales y soldados. Si bien los Comentarios, como las otras crónicas, comentan esas causas, sólo la defensa de Cabeza de Vaca relata el ardid entablado contra él al nombrarlo y acusarlo de “traidor al rey” y de “tirano” por querer “tomarles [a los soldados] sus haciendas y casas y indias, y darlas y repartirlas entre los que venían con él de la entrada perdidos” (210- 211). Estos cargos de traidor y tirano, que según Cabeza de Vaca son falsos, no sugieren que el acto cometido contra el Adelantado, su encarcelamiento y envío posterior a España, deba ser entendido como el resultado de una 126 rencilla personal entre dos jefes en disputa. De acuerdo con la concepción de unos y otros, el apresamiento de Álvar Núñez por parte de Irala y su gente debe ser concebido como un acontecimiento político. Se comprende este suceso de este modo porque en la politización del hecho se juega la posibilidad de entablar un pleito contra esa figura y legitimar así la acción cometida en contra del Adelantado, pero también se pone en juego la posibilidad del propio prisionero de demostrar su inocencia. La crónica de Hernández contará los avatares y sufrimientos de la prisión de Cabeza de Vaca; los documentos legales presentados por éste en el juicio contribuirán a la versión del complot en su contra; es decir, serán pruebas constantes, presentadas durante años, para abonar y certificar la visión que el propio damnificado tiene del suceso que lo tuvo como protagonista. Desde la óptica de Cabeza de Vaca o de sus fieles seguidores como Pero Hernández, lo que se produjo fue ante todo una conspiración que derivó finalmente en rebelión. Cuenta el escribano que una vez que apresaron al Adelantado “llamándolo tirano y poniéndole las ballestas a los pechos”, “se produjo una gran revuelta” porque al ver preso al gobernador de aquella manera el factor Pedro Dorantes y los demás dijeron: “¿queréis hacernos a nosotros traidores contra el rey, prendiendo a su gobernador?; y echaron mano a las espadas” (211). El enfrentamiento, que aparenta ser de las dimensiones de los combates tradicionales, no llega a esos términos; sí se produce un motín pero “como estaban cerca de las casas de los oficiales, los unos de ellos se metieron con el gobernador en las casas de Garci-Venegas, y los otros quedaron a la puerta, diciéndoles que ellos los habían engañado” (211). Puerta de por medio, el bando opositor amenaza: “que si soltasen al gobernador, que los haría a todos cuartos, y a ellos les cortaría las cabezas”; propone: “que partirían con ellos la hacienda y indias y ropa del gobernador”, y finalmente arremete, entra y le echa los 127 grillos a Álvar Núñez. La revuelta comienza por Cabeza de Vaca y continúa por sus oficiales, a quienes también se los apresa, se les da “puñaladas”, “empujones” y se los echa “de cabeza en el cepo”. La rebelión no llega a producir combate, por lo menos no en los términos a los que el lector viene habituado a través del relato de la lucha contra el indígena. Aquí tan sólo se pone en escena un choque de espadas y cuerpos que no pasa a mayores; tomados de sorpresa, los que apoyan a Irala atacan, no encuentran mayor resistencia, y vencen. El cuerpo entra en escena pero no tanto en función de la lucha sino especialmente del escarnio y la humillación de un tratamiento injusto que llevan a cabo los rebeldes hacia quienes clamaban por la libertad del gobernador: comenzaron a molestar a los que se mostraban pesantes de la prisión, echándoles prisiones y quitándoles sus haciendas y mantenimientos, y fatigándolos con otros malos tratamientos; y a los que se retraían por las iglesias, por que no los prendiesen, ponían guardias por que no los diesen de comer, y ponían pena sobre ello, y a otros les tiraban las armas y los traían aperreados y corridos, y decían públicamente que a los que mostrasen pesalles de la prisión que los habían de destruir (214). Lógicamente esta es la visión que ofrece el portavoz del Adelantado, quien decide poner el foco, otra vez, no en la destreza y el poder militar, sino en la traicionera estrategia que posibilita el éxito del enemigo. Sin embargo, la oposición de bandos no tarda en hacerse lugar, los “alborotos y escándalos entre las gentes” producen la creación de una población constantemente armada y en posición de guerra “por el temor de la gente que se levantaba cada día de nuevo contra ellos” (214). Es claro: había muchas pasiones y pendencias por los bandos que entre ellos había, unos diciendo que los oficiales y sus amigos habían sido traidores y hecho gran maldad en lo prender, y que habían dado ocasión que se perdiese toda la tierra (…) y los otros defendían al contrario; y sobre esto se mataron e hirieron y mancaron muchos españoles unos a otros ( 215). 128 El enfrentamiento interno, entre pares, se produce por un aparato conspirativo que se sostiene hasta el final; hay muertos y heridos porque el bando enemigo amenaza, prohíbe, castiga. El cuerpo del Otro, que también es español, es degradado; esa humillación se lee no sólo en la amenaza constante al apresado gobernador “que le habían de dar puñaladas y cortar la cabeza”, sino también en la tortura a la que son sometidos los enemigos: “dieron tormentos muy crueles (…) muchos quedaron lisiados de las piernas y brazos” (220). La alevosía con que se trata al enemigo es –en especial en esta crónica– mayor cuando se refiere al connacional que cuando se relaciona con el indio. Esta diferencia que marca Hernández debe leerse en función de la figura que pretende construir de Álvar Núñez, siempre respetuoso del Otro y de la ley, y de acuerdo con la imagen que busca transmitir de Irala, el tirano traidor, demonio infamante. Como puede imaginarse, la perspectiva dada por el escribano del Adelantado no condice con la visión que ofrecen las otras crónicas. El soldado Schmidl, fiel partidario de Irala, no menciona los episodios antes señalados, no refiere los conflictos que se produjeron durante la prisión de Cabeza de Vaca sino los que antecedieron y sucedieron a tal suceso. Como la prisión del capitán y su gente es el resultado de un acuerdo general entre la gente de guerra (que Ulrico confirma y basándose en eso sostiene la “legitimidad” del encarcelamiento), el narrador tan sólo menciona: cuando el común o la gente de guerra vio (…) que él no quería moderarse, celebraron nobles y villanos un consejo y asamblea, que ellos querían prender al capitán general y enviarlo a Su Cesárea Majestad y hacerla saber cómo él se había portado con la gente y cómo él no podía gobernar al país (Schmidl 1980: 94). La decisión común es llevada a la acción. Así, con los cuatro señores por parte del rey y doscientos soldados “nosotros hemos prendido de improviso al ‘señor’ Álvar Núñez Cabeza de Vaca (…) [a quien] hemos tenido preso en la cárcel (…) durante 129 todo un año, hasta que se aparejó un buque que es una carabela y hemos enviado dentro de ella a él” (95). A este enunciado, marcado por una aparente consecución lógica y no por la conspiración, se reducen las páginas y páginas escritas por el escribano Hernández. En la crónica de Ulrico los enfrentamientos comienzan antes de la prisión, cuando luego de la entrada realizada por Hernando de Ribera, el capitán general lo toma preso, les quita a los soldados todo lo que habían traído de tierra adentro y amenaza con “colgar de un árbol a nuestro capitán” (91). Este episodio es el generador del primer enfrentamiento entre españoles relatado en este texto: “cuando nosotros (…) supimos esto, hicimos un gran motín con otros buenos amigos que teníamos en tierra contra nuestro capitán Álvar Núñez Cabeza de Vaca” (91). La revuelta es efectiva, no sólo le salva la vida a Ribera y posibilita la devolución de todo lo que se les “había quitado y robado” a los soldados, sino que también pone en evidencia el poder de la unión de la gente de guerra ya que “cuando él [Cabeza de Vaca] ha visto nuestra ira (…) nos rogó que [nos] quedáramos sosegados” (91). La guerra entre españoles no vuelve a producirse una vez arrestado Cabeza de Vaca sino luego de su partida. En Derrotero y viaje…, una vez elegido Irala como aquel que los mantendría dentro de la justicia y gobernaría la tierra, comienza verdaderamente un período de lucha y enfrentamiento constante entre los seguidores del nuevo gobernador a cargo y los partidarios del ya ausente Adelantado. Después que hubimos enviado nuestro capitán general Álvar Núñez Cabeza de Vaca a España, nosotros los cristianos estuvimos los unos contra los otros y no nos concedimos nada bueno el uno al otro y nos batimos día y noche los unos contra los otros y guerreábamos entre nosotros que el diablo gobernaba en ese tiempo entre nosotros, que ninguno estuvo seguro del otro. Tal guerra llevamos durante dos años enteros a causa de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (96). 130 En la visión del soldado, es Cabeza de Vaca el responsable del motín inicial y de la contienda posterior, el único y total responsable del caos que se sucede luego. Su visión fuertemente “iralista” responde a esta concepción, asimismo es su cargo dentro de la estructura de combate lo que posibilita (o le posibilita) proferir sentencias de culpabilidad como ésta. Desde su óptica de soldado, el enfrentamiento con armas, cuerpo a cuerpo, el batirse día y noche “entre nosotros” es una lucha por fidelidades a cierta política de intereses que los afecta a todos individualmente. A pesar de la referencia a Su Majestad, pareciera que éste no es más que una figura que se menciona, a la que se remite, casi una fórmula discursiva, y que ese guerrear constante a lo largo de dos años no tiene que ver precisamente con una traición al rey sino a todos y a cada uno de los soldados. La individualidad que se desprende de lo señalado no es más que la evidencia de la ruptura que se produce con el conflicto interno. Es decir, si el combate como forma social es unificador en acción e identidad, esto se debe a sus propias condiciones de posibilidad y a la existencia de un enemigo reconocido y reconocible por todos en su diferencia; con la rebelión, la unión se quiebra, el enemigo no se distingue y la noción misma de grupo se ve resentida. En la crónica de Schmidl, es precisamente la presencia de los carios, hábiles guerreros que comienzan a ver el debilitamiento de la armada española, la razón de la restitución de los roles identitarios. Frente al plan de esta nación indígena de aprovechar las peleas y los problemas y “matar a nosotros los cristianos y echarnos fuera del país” (96), los bandos vuelven a agruparse, el oponente en la batalla nuevamente es aquél establecido por la tradición y el europeo deviene “buen amigo”, ante todo compañero de lucha. Dentro de la acción y del discurso, los carios no hacen más que volver a colocar las cosas en su lugar y permitir (o “forzar” como dice Ulrico) una unión que se creía perdida con la rencilla interna, una paz necesaria para la victoria deseada contra el común y general enemigo. 131 El relato de la guerra interna posee su propio modo y tiempo narrativo, los que, de alguna manera, se hallan regulados por el lugar que ocupa cada uno de los cronistas dentro de la armada o frente a Su Majestad. Así, si en los Comentarios este tipo de contienda tiene más espacio en el relato (lo que se explica en función de la denuncia de traición que se pretende argumentar), y en Derrotero y viaje el combate interno es primero motín justificado y luego lucha derivada de la única culpabilidad del Adelantado, (lo que evidencia el partido por el que comulga el soldado), en La Argentina el relato del conflicto entre españoles encuentra nuevas vertientes. Dentro de la propia lógica narrativa utilizada para dar cuenta de una batalla, lo primero que llama la atención es que a la hora de relatar la rebelión, Ruy Díaz no apela a ninguna de las marcas grandilocuentes utilizadas para narrar la guerra con el indígena. Del siguiente modo cuenta los enfrentamientos producidos durante el tiempo en que Cabeza de Vaca estuvo en prisión: [en ese período] algunos amigos suyos intentaron sacarle de ella (…) y estando ya para ponerse en práctica, fue descubierto por los oficiales reales, y como estos en todo tenían autoridad en la República, proveyeron de remedio, e hicieron que el general castigase a los motores de este negocio (Díaz de Guzmán 1974:164). La colisión se reduce a un castigo que no se narra; y, aunque luego se especifica la existencia de una “violenta determinación” contra todo aquel que pretendiese sacar de prisión al Adelantado, nuevamente esta violencia no pasa de ser una advertencia. A pesar de la relación sanguínea con el prisionero, el cronista no cuenta “los motores de este negocio” de liberación del preso, ni los modos de castigo que se ejercieron sobre ellos, tan sólo apunta que de todo esto resultaron “muchas diferencias y discordias entre los principales”. En la ligazón que lo emparienta con Irala debe leerse esta decisión narrativa gene132 ralizadora, ya que, según Ruy Díaz, serán “la mucha prudencia y buen celo del general” los que pondrán remedio a las disensiones. El choque entre españoles como tal, sea quien fuere la figura atacada, halla lugar en la crónica porque en el final siempre es Irala el que resuelve el conflicto. 7 La prisión del Adelantado es la única escena en la que las armas están presentes: los que lo apresan “tomando armas se fueron una mañana a su casa”, el Adelantado “se armó de su cota y celada” y tomó “una espada y rodela” cuando supo lo que sucedía; cuando dijo “Antes moriré hecho pedazos que permitir tal traición”, “todos le acometieron”, “cargaron sobre él a estocadas y golpes”, y uno de ellos “con una ballesta armada, y poniéndola al pecho del Adelantado, le dijo: Ríndase, o le atravieso con esta jara” (161). Las armas, el cuerpo, la lucha, la defensa, el ataque, la violencia física y discursiva entran en escena al relatar este episodio. Luego, se disolverá completamente, no habrá lugar para la hazaña del héroe, ni siquiera en el caso de Álvar Núñez, ni siquiera mediante las palabras que profiere, tan propias de valiosos y honorables caballeros, tan representativas de personajes novelescos. Cabeza de Vaca termina rendido frente a la jara que amenaza su vida, entregando sin pelea sus armas y diciendo “hagan de mi lo que quisieren”. Ni hazaña, ni héroe que muere luchando por sus ideales o por los valores que representa su persona, ni relato explícito de la batalla, tan sólo la asunción de un rol de mártir que no lo salva y la mención de diferencias o “motores” que serían luego resueltos o disueltos por la “acostumbrada prudencia de Irala”. Si esta figura “pacificadora” –que, en su construcción, imposibilita o coarta la relación de combates internos– en algún momento ataca, esto sucederá ante un motín en su contra. Oficiado por el Adelantado antes de partir, el capitán Salazar, líder del alzamiento, no respeta el pedido de obediencia y el requerimiento de “no turbar la paz de la República”, ya que posee un poder que secretamente le había dejado Álvar Núñez para que en su nombre gobernase la provincia. La reacción de 133 Irala ante la actitud de este capitán esta vez sí es relatada en detalle, su determinación es la de “asestar cuatro cañones de Artillería a la casa [de Salazar], y con ellos la batió, y derribó toda la pared de la frente, por donde sin resistencia entró con sus soldados, a tiempo que los que estaban dentro, la habían desamparado” (167). La prudencia, valor de Irala tan reiterado en la crónica, no encuentra lugar en esta escena de cañones destruyendo la casa en la que se refugia el apoderado de Cabeza de Vaca; sin embargo, en la lógica del texto, las armas contra Salazar son una muestra más de su habilidad como jefe, porque al enviar también a este capitán rumbo a España, las sediciones y los bandos desaparecen. En el texto de Ruy Díaz, la lucha interna –que es abstractamente referida o mencionada como ataque inevitable, obligado, sin defensa– es funcional al proceso de limpieza de la figura de Irala que pretende hacer este cronista. El combate entre españoles es referido a grandes trazos, falseado en otros, pero en líneas generales es uno de los momentos clave que delinea los rasgos centrales de los conquistadores de los que este sujeto deriva. De hecho, aquí el proceso Álvar Núñez vs. Irala no se continúa o cierra con el ataque de los carios, sino con el final de los hombres enviados a España, con los desastrosos acontecimientos generales de estas personas, con la suerte vivida por ellos al llegar. Aquí muere Cabeza de Vaca en el texto, en la realidad y en la historia del Río de la Plata. El relato de la guerra interna es el relato del proceso de la caída del Adelantado, una de las figuras prominentes de la genealogía del cronista, pero también es la historia del ascenso del futuro gobernador. En ese doble juego de poderes perdidos, arrebatados y/o ganados, debe leerse su particular puesta en discurso. *** El tópico de la rebelión, que ha formado parte del discurso sobre la conquista de América, ha sido trabajado como uno de 134 los elementos centrales en las crónicas del continente sur. En Discurso narrativo de la conquista de América, Beatriz Pastor señala que el discurso de los textos del sur no es un discurso que continúa linealmente el discurso narrativo del fracaso que caracteriza a las crónicas del norte, sino que más bien en este caso se trata “de la prolongación de aquel discurso narrativo en un nuevo discurso desmitificador”, el cual parte de la conciencia del fracaso para articularse en torno a la rebelión y constituye “la fase final de un mismo proceso de liquidación de los modelos de percepción y representación de la realidad de América y de su conquista, formulados por el discurso mitificador que ejemplificaban los textos de Colón y Cortés” (1983: 389). Al trabajar sobre todo el continente sudamericano, su lectura produce una serie de generalizaciones que no necesariamente pueden observarse en todas las crónicas del Río de la Plata. De hecho, la autora se centra en el Perú y los diversos levantamientos que allí se producen. En el Río de la Plata la guerra interna y su puesta en narración guarda cierta particularidad que la distancia de las características narrativas que refiere Pastor. En principio, como se ha planteado al comienzo del capítulo, la presencia del tópico del combate no es incidental en estos textos; es un motivo que posibilita la producción de otros temas y materias muy establecidos, pero a la vez es, antes que nada, la representación de una acción que une ideológicamente, que produce una vinculación interna, a nivel textual entre los protagonistas de la acción bélica, y una externa, entre autor y lector. En este sentido, las crónicas rioplatenses están continuando un motivo muy tradicional para el español, el cual puede aparecer reestructurado en función del tipo de espacio en el que se genera la lucha, aunque no liquidado en su concepción territorial y política (de ocupación y conquista de la tierra). Si bien es evidente que en estos textos el modelo de la acción épica no encuentra fácilmente lugar, tampoco está, como de hecho sucede en Ruy Díaz, completamente cancelado. 135 Aunque no sea la reproducción mimética del tipo de enfrentamiento bélico del discurso mitificador previo, de todos modos la representación de la batalla contra el infiel que impide los objetivos económicos del conquistador está presente en todos los relatos de este corpus. En estas crónicas el tópico de la guerra interna se abre paso a través del episodio de la muerte de Ayolas, el cual funciona como disparador del envío del nuevo Adelantado y el posterior alzamiento que se produce contra él. Evidentemente en los Comentarios, una crónica que, en su objetivo de defensa de Cabeza de Vaca, se concibe como el último discurso que pondrá en evidencia la traición de un par español y oficial, la narración de la revuelta adquiere una significación única, articula el discurso –como propone Pastor para todas las crónicas de este continente–; aún más, lo significa. Pero el relato de la guerra interna que caracteriza a este texto, en el resto de los casos está acotado temporal y discursivamente. Aunque todos los cronistas dan cuenta de estos episodios, su influencia en la narración no está dada tan sólo por el tipo de levantamiento que se produjo particularmente en este espacio. Sea que pensemos en Hernán Cortés, Gonzalo Pizarro o Lope de Aguirre, el conflicto interno como tal es un fantasma que corroe la mente de los conquistadores, y esto se observa en el Río de la Plata en lo que sucede con Pedro de Mendoza y la muerte de Juan de Osorio.8 Por eso mismo, su presencia es ineludible y su puesta en discurso es tan significativa, por un lado porque forma parte de los reveses de un sistema difícil de trasladar fuera de España, por el otro porque el motín adquiere características de acontecimiento. Es decir, la rebelión se produce y con ella trastabillan modelos de reconocimiento, identidad y representación, ante ello se enfrentan todos los cronistas a la hora de dar cuenta de este suceso. Sin embargo, en las crónicas rioplatenses en las que la narración continúa después de la guerra entre españoles, ese quiebre se “normaliza”: en el caso de Ulrico se retoma 136 la estructura de bandos previa; en el de Ruy Díaz, terminada la historia, junto con la figura central del conflicto, el cronista retoma la narración de conquista del territorio prometida en el título y en el prólogo. Si bien en algunos casos, como en el del soldado alemán, la incidencia de la revuelta no determina una nueva articulación del discurso y de su materia, de todos modos establece una marca diferenciadora. La enunciación del conflicto interno obliga a tomar posición y el soldado explicita su bando; una vez enunciados sus pareceres respecto de modos de mando y tipo de dominación y conquista, Ulrico se posiciona en otro lugar, hace valer su escalafón de soldado y desde ahí establece alianzas que, como puede imaginarse, un español no puede decir. Referir el motín y sostener la legitimidad, prácticamente incuestionable, del mismo, es la condición de posibilidad de enunciados como éstos: Y este Juan Ramallo no quiere estar sometido al rey de Portugal o a su lugarteniente del rey en este concepto, pues él dice y declara que él ha estado cuarenta años en esta tierra en Las Indias y la ha habitado y la ha ganado, ¿por qué no ha de gobernar él la tierra como cualquier otro? (135). …muchas veces uno hace más de lo que le ha mandado su Superioridad, para que él quede señoreando (…). Yo creo que si su Cesárea Majestad en propia persona hubiere tomado preso a este susodicho Gonzalo Pizarro, le hubiere perdonado la vida, porque a uno le duele cuando se instituye dueño sobre los bienes de otro, pues esta tierra del Perú ante Dios y el Mundo había sido de Gonzalo Pizarro; pues sus hermanos, el marqués y Hernando Pizarro y Gonzalo Pizarro han hallado y ganado para ellos la rica tierra del Perú (122). Aquí Ulrico establece alianzas pero esto no significa que adscriba a toda rebelión. Cabe destacar en este sentido su visión negativa del levantamiento de Diego de Abreu, a quien considera un traidor “que se alzó con la tierra (…) se fortificó en la ciudad y no quiso entregar la ciudad a nuestro capitán Domingo Martínez 137 de Irala y no reconocerlo (…) como su capitán general” (127). Abreu sostiene la guerra por dos años, “haciendo todo el daño que pudiere hacer a nuestra gente”.9 Ulrico no se alía con Abreu no sólo por su pertenencia al bando de Irala, sino principalmente por cuánto lo afecta este alzamiento directamente a él, en tanto soldado del grupo atacado. Entonces, si existe alianza con los rebeldes al poder imperial, si se ofrece una visión positiva de Pizarro y Ramallo, esto se explica en el texto en función del sujeto que enuncia y de sus propios intereses; en este sentido, no es casual que este tipo de declaraciones sólo se lean en esta crónica.10 El lugar que ocupa el cronista en la estructura de poder es tanto la llave que posibilita enunciados en favor de la rebelión, como la razón que explica que ni siquiera con el admirado Irala exista incondicionalidad. La paridad racial, religiosa o ideológica resulta insuficiente frente a la diferencia de escalafón que va en perjuicio del poder individual, sea Irala o el rey de Portugal quien atente contra esta propiedad privada. Por eso, ante la carta que el licenciado Gazca le envía a Irala anunciándole que “bajo pena de vida por parte de su Cesárea Majestad, no avanzara con la gente (…) pues el gobernador desconfiaba que nosotros hiciésemos una rebelión en el país y con los otros que se habían escapado y huido a los bosques y sierras hiciésemos una alianza entre nosotros”, Ulrico retruca: “esto hubiere sucedido también si nos hubiéramos reunido; y nosotros habríamos echado fuera de la tierra al gobernador” (123). Este episodio es elocuente, el cronista confirma la probable revuelta imaginada por el autor de la carta y avanza en esta línea al poner al desnudo las consecuencias posibles de continuar despojando a los soldados de su botín, precisamente a aquellos que sostienen con su accionar la conquista de ese territorio: Así hizo el gobernador un convenio con nuestro capitán y le hizo un buen regalo, que nuestro capitán quedó bien contento y salvó su vida; pero nosotros no sabíamos nada de semejante proceder; si por acaso lo hubiéra- 138 mos sabido, le hubiéramos atado las cuatro patas a nuestro capitán y lo hubiéramos llevado al Perú; pero los grandes señores son malos y bellacos; donde pueden despojar a los pobres peones de lo suyo, lo hacen (123). La lógica de la posesión, tan propia del discurso propagado por el poder imperial, sigue funcionando aquí, a tal punto que la mayoría de los combates internos responden a ella. El poder que se articula en función del oro obtenido, de la tierra conquistada, de los cuerpos adquiridos o del cargo que se desempeña, es el principal motor de la rebelión. La reiterada práctica del cautiverio y la encomienda –dos formas de la posesión legalizadas y sostenidas empírica y discursivamente– reproducen asimismo un fuerte condicionamiento ideológico que alcanza a todos los europeos por igual. Como puede observarse a través de los momentos citados del texto de Ulrico, el cuestionamiento parte de la lógica del repartimiento, la cual reproduce la relación jerárquica de vasallaje sobre la que se articula la política colonial. Igualmente, hay que tener en cuenta que esto se lleva a cabo hacia el final del viaje y frente a la rica tierra del Perú; es decir, se cuestiona al representante del poder en tanto obturador de una posibilidad, probablemente la última, de enriquecimiento deseada. En la lógica igualitaria que propone Ulrico, cada cual tiene lo que se merece en función de su accionar sobre la tierra conquistada. Ese es el argumento que a sus ojos legitima la rebelión entablada contra Cabeza de Vaca. Es decir, la gente de guerra se opone a él no porque se levante contra una estructura jerárquica, dentro de la cual ellos ocupan el último escalón, sino por la deficiencia de su desempeño como capitán general: La gente de guerra no estaba bien con el capitán general, pues era un hombre que en toda su vida había ni gobernado ni tenido un mando. Si él hubiere muerto ya en ese tiempo, no se hubiere perdido mucho con esto, pues él se portó de tal modo con la gente de guerra, que nosotros no dijimos mucha cosa buena de él (92). 139 Por supuesto, desde la óptica del Adelantado, este tipo de conspiración es un cuestionamiento a acciones regladas por Su Majestad y por lo tanto es ella, son sus componentes, los que deben ser enjuiciados, no él. En el resto de los textos y cartas que relatan este episodio, se retoma la concepción política imperial y se sostiene la acción cometida contra Álvar Núñez basada en el delito de “traidor al rey”. En el caso del discurso de las crónicas del Río de la Plata, y de acuerdo con lo que en ellas se relata, aquella relación de vasallaje a la que se debe ser fiel, es pregonada por ambos bandos, los dos enarbolan la bandera que certifica tal relación en el cargo de traición al rey que se imputan unos a otros. El vínculo con la metrópoli es funcional a los intereses del sujeto colonizador por eso nunca se quiebra del todo; el reconocimiento de la autoridad se sostiene, aunque sea discursivamente, como se observa en los papeles incriminatorios con los que soldados y oficiales envían a Cabeza de Vaca a España y el largo tiempo de disputa legal que estos generan. La complejidad del tópico de la rebelión está dada por las características enunciativas de cada cronista; la coyuntura determina en cada caso la incidencia de este motivo, el tipo de tratamiento, la posibilidad de formular determinada clase de enunciados. Esto genera una serie de matices diferenciales que atentan contra toda generalización porque, en verdad, no hay una empírica cancelación de la estructura de vasallaje, ni la rebelión funciona como base articuladora de todo el discurso, ni se produce una liquidación completa de los modelos previos. En el Río de la Plata hay combate, guerra interna, hay héroes, vencedores y vencidos, fracaso, decepción y naturaleza, pero también hay ficción, los objetivos míticos siguen funcionando (aunque adquieran otro significado), la maravilla y el Otro encuentran su lugar en la escena, el estereotipo colonial continúa siendo alimentado; si bien en algunos casos es redireccionado, sigue estando indefectiblemente presente. 140 2. El discurso esperable/esperado: los Otros Elena Altuna señala que hay una “retórica más o menos fija” en las crónicas de conquista, la cual es establecida desde la metrópoli sobre los tópicos a documentar (2002). Esa fijeza que analiza Altuna es también parte sustancial de la teoría del discurso colonial elaborada por Homi Bhabha, quien concibe la fijeza como “signo de la diferencia cultural/ histórica/ racial” propia del discurso del colonialismo y, a su vez, como un modo paradójico de representación que “connota rigidez y un orden inmutable así como desorden, degeneración y repetición demónica” (2002: 91). Su abordaje del estereotipo, estrategia central de este tipo de discurso, se basa en la concepción ambivalente que lo define: “es una forma de conocimiento e identificación que vacila entre lo que siempre está en su lugar, ya conocido, y algo que debe ser repetido ansiosamente” (91). Desde el aspecto rígido que lo caracteriza, el estereotipo del Otro puede ser concebido también como “una particular forma fijada del sujeto colonial que facilita las relaciones coloniales, e instala una forma discursiva de oposición racial y cultural en los términos en que se ejerce el poder colonial” (104). Esta visión ideológica de la otredad en el marco del discurso colonial explica la fijeza generalmente aplicable a la representación del Otro, pero no ciertas torsiones efectuadas a la hora de poner en discurso esta figura. Porque al incluir al conquistador-cronista y a los procesos de subjetivación que afectan al discurso que éste produce, las determinaciones ideológicas que explican la uniformidad representativa no alcanzan. Si la representación del Otro, siguiendo la perspectiva lacaniana adoptada por Bhabha, es más fiel a la lógica de la fantasía construida sobre ese Otro que al “objeto” en sí mismo, entonces el modo de dar cuenta de ese sujeto Otro es por definición ambivalente, dado que responde tanto a estos procesos de subjetivación como a los procesos políticos de identificación que rigen ciertas representaciones. Lo interesante es que la ambiva141 lencia no se acaba aquí, la variabilidad se acentúa si se suma el aspecto espacial como nuevo articulador del estereotipo. En el Río de la Plata el cuerpo del Otro es diferencia a partir de la cual se construye o confirma la identidad del sujeto colonizador; es el que posibilita la fantasía, pero es también otra cosa. La diferencia está dada en el nuevo valor que adquiere ese cuerpo en este espacio, como móvil del combate, como botín, como elemento configurador de poderes y jerarquías. El cuerpo del Otro obtiene un nuevo significado y, a través de él, su puesta en narración se complejiza, porque esa novedad convive con el sentido político previamente estipulado y con la subjetividad que los deseos de los narradores imprimen a la representación. De este modo, el lugar que ocupa (o pretende ocupar) el sujeto-cronista dentro de esta estructura económica, política y cultural será aquél que determinará la forma encontrada de abordar la representación del indio. En el caso de Ulrico, el Otro es un objeto a describir cuyo cuerpo ocupa uno de los primeros lugares a la hora de referir los elementos que caracterizan a esta figura. El narrador se detiene en su estructura corporal, así como en sus costumbres, hábitos, armas, creencias y, por supuesto, alimentos: Vinimos a una nación que se llama Chanás Salvajes; son hombres bajos y gentes gruesas y no tienen otra cosa para comer que carne y miel (51). Los hombres [curemaguás] tienen un agujerito sobre la nariz, por ahí meten ellos una pluma de papagayo para embellecimiento; las mujeres son pintadas con largas rayas azules bajo los ojos, esto perdura por la eternidad; las mujeres tienen cubiertas sus partes desde el ombligo hasta la rodilla con un paño de algodón (53). Los [hombres] Surucusis tienen pendiente del lóbulo de las orejas un disquito redondo de madera del tamaño de una buena ficha de tablero; las mujeres tienen una piedra gris de cristal en el labio hacia fuera, es gruesa y larga más o menos como un dedo; las mujeres son muy lindas y no tienen nada tapado en su cuerpo y andan desnudas (…) y ellos tienen trigo turco, mandioca, maní, batatas y otras raíces más… (80).11 142 Lóbulos, ombligos, rodillas, grosores. El Otro es, ante todo, un cuerpo para este viajero, un cuerpo que se viste o desnuda, que se embellece o afea, que come o apenas subsiste. Pero el poder del narrador colonial no finaliza en la descripción. El cuerpo del Otro es también aquello que se gana o se pierde, es botín, es sujeto de trabajo, es cantidad enunciadora de diferencias. En Derrotero y viaje… las vertientes económica, política y personal, que influyen en la representación del indígena, conviven a lo largo de todo el texto sin anularse en ningún momento. El hecho de que el cuerpo posea distintas funciones en el discurso colonial que se elabora no significa que una vez establecida la encomienda, una vez que el narrador ya tiene su propio grupo de indios, su descripción varíe. Su representación responde a una estructura que se adscribe a su vez a un imaginario, y esto, por lo menos en el caso del cronista alemán, es prácticamente inmodificable. Por eso, o se mantiene esa estructura o se acentúan algunos aspectos que la conforman, de tal modo que ningún componente deje de tener función a la hora de narrar/describir al Otro. En la escena del encuentro y la vivencia con los jarayes se pone en evidencia un acento particular, el cual responde a la influencia que ejerce el lector, a la colección en la que se edita el libro y al autor. Ese acento responde también a una fantasía compartida, en principio independiente del objeto en sí, que Ulrico particulariza. La minuciosidad necesariamente se incrementa cuando el género del sujeto descripto entra en escena, es decir, cuando se habla de las mujeres jarayes y de su baile. En estos casos se observa que “la estrategia del deseo colonial es poner en escena el drama de la identidad” en el punto en que ese sujeto deseado y poseído revela al yo. En la fantasía colectiva que encarna y enuncia Schmidl se evidencia una forma de poder ligada a la identidad y a la autoridad. Aquí se ve, retomando a Bhabha, cómo el estereotipo es “el punto primario de la subjetivación en el discurso colonial” (2002: 100), así como se observa también su aspecto simplificador en 143 tanto forma fijada de representación que codifica la percepción misma del soldado, el éxtasis frente a los cuerpos danzantes. Ulrico dice, confiesa: “no he de escribir más acerca de estas cosas” (108), y “cuando uno de nosotros los cristianos las ve bailar [a las mujeres jarayes], uno ante esto se olvida de cerrar la boca” (85). En estas afirmaciones, el silencio de la palabra no dicha, de la boca abierta e impresionada, vuelve a poner en funcionamiento una lógica reconocida/reconocible: el silencio posee una elocuencia que trasluce el deseo compartido y repite, así, la figuración europea del cuerpo indígena femenino y el accionar del sujeto colonizador sobre él. Los Comentarios no ahondan profusamente en la representación del Otro; su cuerpo aparece prácticamente desdibujado. Ante una minucia corporal casi inexistente, Pero Hernández se detiene tan sólo en algunas costumbres de las tribus halladas, una vez que la paz se ha concertado o que la obediencia al sistema de vasallaje está en proceso. De este modo se relata, por ejemplo, el nomadismo de los indios aperúes debido a la reiterada falta de alimentos, porque ese hábito impide una fuerte y sostenida evangelización; o se cuenta la costumbre de los guaycurúes de asar en barbacoa la carne de los animales cazados, hábito cuyo espacio en la crónica se explica ya que es precisamente mediante esa carne de venados y puercos monteses como esta tribu profesa semanalmente obediencia a Su Majestad alimentando a sus súbditos. En líneas generales, el dato etno y antropológico es más incidental en este relato que en otros. Su aparición responde a la lógica textual, no reproduce un itinerario o la impresión del viajero o su propia experiencia, sino que sirve habitualmente de apoyatura a la argumentación elaborada por el narrador. Esto mismo sucede con los guaycurúes, cuya descripción física (“son muy grandes y muy ligeros, son muy valientes y de grandes fuerzas”, 139), se explica por la victoria que los españoles tuvieron al entablar combate contra ellos, a quienes “ninguna nación los venció si no fueron españoles”. 144 En función de las condiciones de enunciación de este texto, no es casual que se destaque una costumbre indígena en particular: el ofrecimiento de las mujeres como alianza y firma del pacto, de la paz concertada entre naciones diversas. De acuerdo con los cargos que pesan sobre el Adelantado, y como él mismo se ve obligado a aclarar, estas mujeres son recibidas por Cabeza de Vaca “para tener seguro de ellos [los aperúes] (…) y también para que no se enojasen, creyendo que, pues no los tomaba, no los admitía” (146). El tratamiento posterior que recibirán tales sujetos es llevado a cabo por los religiosos, quienes les enseñarán la doctrina cristiana y los pondrán “en buenos usos y costumbres”. En este relato, estas mujeres adquieren corporeidad cuando son otros, y no el gobernador y su gente, los que se apropian de ellas. Sucede que por definición, para el Adelantado y de acuerdo con las cartas de Su Majestad que posee y exhibe, la posesión de estos cuerpos es siempre ilegal y violenta, es ante todo inmoral. Por eso el descalabro producido por los frailes, que desoyen sus dictámenes y huyen hacia Brasil con treinta y cinco indias que llevan por la fuerza, es duramente sentenciado por Álvar Núñez, quien entabla un proceso legal contra ellos por haber cometido el grave delito de proceder en contra del rey. El aspecto fuertemente legalista de este texto condiciona el tipo de aparición del indígena en escena. Aquí, el cuerpo del indígena es la representación de una estructura y de una lógica de vasallaje que reiteradamente el gobernador Cabeza de Vaca enuncia y aclara. En la repetición de la paz concertada y la obediencia firmada por el Otro se confirma la política colonialista que define al propio Adelantado, se desanda su cuestionada fidelidad a la Corona, de tal modo que en la presentación somera e incidental del indígena se evidencia el “correcto” y esperado ejercicio del poder colonial trasladado al discurso; es decir, en ese cuerpo de aquel que ante todo es vasallo está inscripta la economía de la dominación. La diferencia del Otro se diluye, el deta145 lle descriptivo de cada tribu no halla lugar en el texto porque es sobre la homogeneidad del subalterno sobre la que trabaja el narrador, y sobre la cual se sostiene la propia identidad del narrador y la del gran protagonista de su relato. La crónica de Ruy Díaz ofrece una diferencia que se asemeja en cierto sentido a la de Ulrico, aunque en este caso el dato se vea incrementado. El conocimiento de la tierra que describe y en la que ha nacido le ofrece un saber que lo distingue, el cual, en lo que al indígena se refiere, se ve acrecentado en información no aportada por anteriores cronistas. Ruy Díaz especifica que el Río Grande, ubicado a 60 leguas del de la Plata, posee ambas riberas pobladas con más de “20.000 indios guaraníes, que los de aquella tierra llaman Arechanes, no porque en las costumbres y lenguajes se diferencien de los demás de esta nación, sino porque traen el cabello revuelto y encrespado para arriba”. Asimismo aclara que “es gente muy dispuesta y corpulenta, y ordinariamente tienen guerra con los indios Charrúas del Río de la Plata, y con otros de tierra adentro, que llaman Guayanaes, aunque este nombre dan a todos los que no son guaraníes, puesto que tengan otros propios” (44). El lenguaje, los nombres de las tribus y sus costumbres, incluso aquellas nominativas, son marcas del modo en que entra el Otro en este relato. En la diferenciación única de naciones que sólo puede ofrecer este cronista mestizo, el narrador construye un mapa etnográfico de los habitantes del terreno: “Iguazú, que significa río grande, viene de las espaldas de la Cananea, y corre doscientas leguas por gran suma de naciones de indios: los primeros y más altos son todos Guaraníes, y bajando por el sur, entra por los pueblos de los que llaman Chobas, Múnuz y Quis o Chiquis” (49). El espacio geográfico está invariablemente habitado, múltiplemente poseído, y este es un aspecto a remarcar ya que, a pesar de su visión ideológica española, a la hora de dar cuenta del territorio refiere un espacio poblado por diversos tipos de tribus.12 Para este autor, los guaraníes llamados arechanes no 146 son los mismos que los que poseen otro nombre, mientras que los quis son los chiquis, aunque la nominación varíe. Ruy Díaz repone una información, probablemente manejada por los naturales de la región, y desconocida por los conquistadores; su origen mestizo funciona como aporte en lo que a estas especificaciones concierne. En el conocimiento interno que se detenta del indígena se basa el tipo de discurso que se emplea para dar cuenta de él, dejándose de lado el exotismo, el erotismo y la posesión presente en las otras crónicas. Aquí la descripción espacial se acompaña indefectiblemente del priorizado dato antropológico: siguiendo el Paraguay arriba, a la misma mano, hay algunas naciones de gente muy bárbara, que llaman Mahomas, Calcinas y Mogolas, y otras más arriba que se dicen Guaycurúes, muy belicosas, las cuales no siembran ni cogen ningún fruto de semilla, de que se puedan sustentar, sino de caza y pesca (59). Su visión política no queda completamente fuera de la representación del indígena; su adscripción ideológica, siempre en juego, aparece también cuando de este sujeto se trata: De esta ciudad arriba hay algunas naciones de indios, y aunque tienen diferentes lenguas, son de la misma manera y costumbres que los Querandíes, enemigos mortales de los españoles, y todas las veces que pueden ejercitar sus traiciones no lo dejan de hacer (55). La Argentina pone en evidencia tanto las diferencias que permiten el reconocimiento de la diversidad, así como la similitud que los aúna, concentrada en la visión maniquea del indio traidor, infiel, enemigo, que se resiste al sometimiento, al vasallaje, que pelea duramente; actitud que legitima, a los ojos del narrador, el castigo emprendido contra ellos “por la indómita fiereza de esta gente y porque de otra forma, crecerían en soberbia y atrevimiento” (234). 147 En general, la crónica se maneja de este modo a la hora de representar al Otro; su cuerpo entra en el texto, así como ingresan también su medio de vida o ciertas costumbres en particular, en tanto pueden ilustrar la diferencia cultural entre ellos y nosotros: “los demás indios de esta jurisdicción (…) todas las veces que se les muere un pariente se cortan una coyuntura del dedo de la mano, de manera que muchos de ellos están sin dedos por la cantidad de deudos que se les han muerto” (57). Y si bien la ideología domina el discurso, el origen y la historia de Ruy Díaz de Guzmán también inciden fuertemente en el tipo de representación ofrecida. A la luz de esta ambivalencia significante (tan propia del estereotipo, diría Bhabha, aunque no esté pensando en los cronistas mestizos) es que debe leerse el episodio histórico que lo involucra tan personalmente: el casamiento forzado de Alonso Riquelme de Guzmán con la hija mestiza de Irala, doña Úrsula. Como bien lo refiere el cronista, su padre acepta el trato propuesto por Irala para salvar su vida, ya que se hallaba condenado a muerte por conspirar contra él. 13 Este episodio vincular posibilita el fin de aquellos tumultos y “la concordia que convenía, con verdadera paz y tranquilidad” (189). El remate de que, mediante este “acuerdo”, Irala logra la estabilidad, justifica –por lo menos dentro del texto y de acuerdo con la argumentación sostenida en él– la acción cometida. El cronista toma aquí una total distancia del forzamiento real establecido por Irala y, de este modo, de la lógica económica, transaccional, que alcanza a su propia madre, a su cuerpo como objeto de trueque y, por lo tanto, a su origen. En este caso, y como sucede con otros episodios de este calibre, el narrador opta por su abuelo, se alista en su bando, abandona a su padre conspirador y sigue la óptica del gobernante en mando, quien actúa en favor del rey. Si la adopción de una política colonialista se corresponde con un tipo de discurso, aquí tal adscripción supone además una co148 rrespondencia personal: una alianza familiar que sostiene al libro, a su autor y a la posibilidad misma de su lectura. Por eso, en su intento por anular todo conflicto, en la representación del Otro que se lleva a cabo en La Argentina sólo entra en escena lo funcional; por eso el dato, el plus informativo, la costumbre que marca la diferencia; por eso también, el casamiento interracial como “concertación electiva” que responde “a la muy dispuesta voluntad” de los hombres de la familia. 3. El discurso del padecimiento El intento por seguir practicando ciertos tópicos en espacios que no posibilitan su simple traslación, como sucede en el Río de la Plata, responde a la necesidad de dar cuenta de modelos de legibilidad que conformen (y reconfirmen) la identidad del sujeto en tanto europeo conquistador. Aquí, la continuación de tales estereotipos o de ciertos motivos que se desea escribir o se espera leer es, de algún modo, parte del desafío que genera un espacio decepcionante como éste. Gustavo Verdesio especifica el reto ante el que se enfrentan los cronistas: “encontrar un compromiso entre los requerimientos por la legitimación de su discurso y las nuevas realidades que no cuadraban con los modelos imaginarios forjados por la episteme europea de los siglos XVI y XVII” (2001: 45). Pero cuando la ruptura respecto de tal episteme no la produce un sujeto, un objeto o un nombre sino una realidad que lleva a la empresa que define al conquistador al fracaso, el desafío es más complejo. En estos textos, en función de la existencia y el manejo de una tradición escrituraria, fundadora de mecanismos para referir lo desconocido, a la que estos sujetos recurren, el desafío no es nominativo; en estos relatos, para estos cronistas, debido a los cambios profundos que produce la realidad rioplatense, el desafío es principalmen149 te narrativo. Aquí no hay verificación del imaginario ni identificación de lo esperado, aquí hay una negatividad que produce torsiones necesarias sobre tópicos practicados; aquí hay un espacio, fuera del imaginario, que trabaja sobre el sujeto afectando su posición en la estructura de poder predeterminada y, a su vez, o quizás por eso mismo, creando un nuevo lugar para él. Aquí hay un yo cuyo cuerpo se hunde en los pliegues de un espacio que no da lo esperado; hay un sujeto que dice su cuerpo hundido, que maldice, que se lamenta una y otra vez; hay un hombre que reclama porque nunca olvida el objetivo de conquista que propulsó el viaje, esa experiencia y su escritura. En este sentido, el discurso sobre el Río de la Plata no se limita a reencauzar una retórica que responde a mecanismos cognitivos establecidos por la sociedad europea. El Río de la Plata establece desde el comienzo una distancia respecto del tradicional modo de referir la novedad espacial; las crónicas que relatan la historia de su conquista no disfrazan la ausencia, dicen “no”, gritan el vacío, escriben la decepción. Esta nueva incursión discursiva cuestiona el estatuto predominantemente asertivo del relato histórico, según el cual “el hecho histórico está lingüísticamente ligado a un privilegio del ser: se cuenta lo que ha sido, no lo que no ha sido o lo que ha sido dudoso” (Barthes 1987: 163-187). “El discurso histórico no conoce la negación”, dice Barthes; frente a afirmaciones como ésta, en las crónicas rioplatenses lo que se observa es la creación de una clase de discurso donde el “no” tiene lugar; aún más, donde aquello que “no ha sido” es uno de los principales fundamentos del relato. Pero las creaciones que produce esta textualidad rioplatense no acaban aquí, la puesta en narración de la negatividad posibilita el surgimiento y la práctica de otro tipo de discurso, que parte del espacio, ancla en el cuerpo y deriva en la percepción del sujeto que narra. El Río de la Plata se imprime en la piel del conquistador que lo vive y relata, generando así un modo singular: el discurso del padecimiento. 150 Ante el fracaso económico que puede llegar a entender el europeo frente a un sujeto que regresa sin oro ni metales preciosos, la incursión en este tipo de discurso posibilita un nuevo tipo de empatía con el lector europeo que aquellas manos vacías parecían impedir. De este modo, la ausencia que delata ese vacío resulta discursivamente productiva. El cronista utiliza el lenguaje como el medio que posibilitará la traducción de una experiencia disímil y en esa traducción la presencia del pathos en su amplitud semántica entra en juego. 14 El yo, el cuerpo del europeo en combate contra el indio y contra la naturaleza, el hambre, la antropofagia, el derrotero en busca de alimento y de poder, el deseo del hallazgo del oro cada vez más utópico, el desencuentro, la rebelión, el apresamiento, el sufrimiento de algunos, el malestar de otros, la conmiseración general por el cruento final a manos de los “infieles”, la muerte, la supervivencia y, de vez en cuando, el placer. La desilusión que dibujan estas escenas surge del choque entre visión empírica e imaginario. La experiencia del sujeto europeo en el Río de la Plata, conforma, entonces, el discurso del pathos, el cual constituye la correspondencia retórica a esta realidad espacial. Tal correspondencia logra así no trasladar el fracaso, el móvil que produjo el desencanto, sino ubicarlo como propiedad intrínseca de su agente generador –la tierra rioplatense– y no de quien lo practica. El espacio y la vivencia particular que éste genera conforman la nueva aventura del conquistador-viajero. Este tipo de narración supone un reto no sólo porque el cronista deba referir una realidad no imaginada, sino también porque debe apelar a nuevas configuraciones discursivas para poder dar cuenta de esa creación. Es decir, es el relato propiamente dicho el que finalmente construye lo vivido en aventura narrable y, por ende, en materia de la crónica; es el narrador de cada uno de estos textos el que escribe la representación del yo europeo en medio de la naturaleza hostil, el que crea el “no”, el que narra el deseo, el llanto, el que readapta la escala de valores según los elemen151 tos que provee este espacio y sostiene, con necesarias reconfiguraciones, el objetivo conquistador con el que se identifica y al que nunca renuncia.15 En este caso, es obra de lo acontecido y de las expectativas que se tienen sobre lo que se escribe, el hecho de que cada cronista construya una imagen de sí mismo, de que cada uno pueda “adueñarse” de su vivencia. Pero ¿cómo logra cada sujeto apoderarse de una experiencia que parece ser propia de un espacio, es decir, cómo despojarla de su carácter abstracto y plural y, con base en lo particular, personalizarla? Aún más, ¿cómo consigue producir tal subjetivación, sin establecer una diferencia radical entre cada texto y sin que el aspecto ideológico-territorial que los unía se quiebre? El desafío señalado cada vez es más complejo. A la hora de narrar, el cronista debe lograr un equilibrio entre el yo y el espacio que le da lugar a esa expansión subjetiva sin anular el hilo que une a los diversos europeos que vivieron una experiencia semejante, ni romper esa diferencia esencial que distingue a un texto de otro. Para poder dar cuenta de esta difícil tensión, observable en cada texto sobre el Río de la Plata, no sólo hay que reparar en la biografía de cada cronista sino también en el tiempo. En cada crónica pueden verse dos modos del manejo temporal que evidencian el duro equilibrio que buscan los cronistas: el tiempo del relato, referencial, el tiempo de la anécdota, de la narración y el tiempo material, el hiato temporal entre vivencia y textualización, entre experiencia y enunciación.16 Álvar Núñez regresa a España en 1545 y le encarga a su escribano la redacción y publicación de los Comentarios en 1555, Ulrico vuelve a Alemania en 1554 y publica su crónica en 1567, Ruy Díaz nunca sale del territorio americano, sin embargo redacta sus Anales en 1612, siete años después de declarar sus servicios y de no recibir respuesta económica a sus reclamos. Existen diversas explicaciones biográficas que establecen las razones de esta distancia temporal, así como en el caso de Ulri152 co también hay explicaciones editoriales, y en el de Cabeza de Vaca a su vez aquellas determinadas por los tiempos judiciales. Especialmente en estos dos últimos casos, 17 entran en juego asimismo los momentos adecuados de publicación, ya sea en función de la historia del protagonista, ya sea en función de la productividad (de la persona que escribe o del mercado editorial) de la puesta en circulación del escrito. Estas cuestiones representan el afuera, el libro como objeto, la publicación de la historia de un sujeto europeo, de un viajero conquistador, la circulación del relato y su posible decodificación/aceptación en el mercado español y alemán respectivamente. Si la particularidad del Río de la Plata ya puede comenzar a leerse en el tiempo esperado por cada autor para publicar su crónica (tiempo probablemente necesario de maduración del público lector, acostumbrado a la aventura más extraordinaria o a la conquista más exitosa), esta singularidad se hace evidente, en verdad, en el plano interior del relato. Esto puede observarse no solamente, como vimos, en lo que concierne a la materia narrativa, a los moldeamientos, conversiones o creaciones efectivas, sino también en el tiempo del enunciado. En las crónicas rioplatenses este tiempo está gobernado por el espacio y por la relevancia que éste posee en el orden representacional. De este modo, si la experiencia del europeo está, en gran medida, determinada aquí por las características espaciales, entonces su puesta en discurso reproducirá el mismo tipo de articulación. Asimismo, si la importancia del espacio ya forma parte de una tradición narrativa colonial y del relato de viaje, en este caso se adopta esta perspectiva en la reproducción espacial y temporal de la travesía territorial, pero se la adapta en función de las peculiaridades del Río de la Plata. Por lo tanto, el detenerse en la descripción de tal o cual tribu dependerá del tiempo transcurrido entre ellos, y a su vez la extensión de ese período estará determinada por las características territoriales y alimenticias que la nación indígena y el lugar que ésta habita puedan pro153 veerle al europeo. El hecho de que la espacialidad establezca los tiempos del relato no se observa solamente en la descripción minuciosa de una costumbre indígena singular o de un extraño animal hallado, sino también en el orden narrativo; es decir, no sólo incide en el tiempo del encuentro con el Otro, sino también fuera de este ámbito. El tiempo del hambre es por definición lento, detenido, en ese acompasado ritmo se construye la anécdota; la “gran escasez”, como la llama Ulrico, impone la descripción y la minuciosidad encuentra lugar en la escena. El hambre produce relato, anécdota mórbida, lamentable imagen de españoles comiendo la carne que tienen a su alcance; la narración, signada por “la pena y el desastre”, combina detención y aceleramiento, el pathos encuentra su espacio en la crónica e impone un tiempo “digerible”. Relatado el episodio más funesto, la Historia entra en juego: la distancia se impone, el narrador enuncia la fecha en la que sucedió este hecho y el lugar donde se llevó a cabo, el cronista se aleja del cuadro, retorna al lugar físico y geográfico desde donde escribe, deja de lado el compromiso afectivo con el dolor del hambre y pasa al relato de la acción. Derrotero y viaje… pone ejemplarmente en escena este recorrido: de la antropofagia a las órdenes y disposiciones de Pedro de Mendoza para lograr bastimentos con que mantener a su gente; de la desesperación degradante del hambre, de la que se conduele el narrador, a la “necesaria y justa” batalla emprendida por la supervivencia; es decir, de la aceptación del desastre a la lucha contra el espacio que lo impone. El tiempo del hambre se detiene como antesala a la acción posterior, generalmente entablada contra el indio poseedor de alimentos, potenciando el efecto de movimiento que continúa luego de la desazón. Sin embargo, esa reacción frente a la nada que oprime vuelve a desaparecer con la “gran penuria y escasez” que le sigue al frustrado combate. El tiempo se expande, su elasticidad abarca todo un mes en el que permanecen en la ciudad de Buenos Aires, 154 etapa en la que reaparece la detención. Ulrico sólo menciona la espera por treinta días “hasta que se hubieren aprestado los barcos” (42); luego vendrá nuevamente la acción bélica, esta vez acometida por los indígenas. El tiempo del combate, acelerado por definición, permite retomar el hilo narrativo y reinstalar la anécdota dentro del plano mayor de la historia de la conquista de este territorio, el cual tiende a perderse de vista suplantado por la pena del padecer. La ideología colonialista entra en escena en estos relatos y en su composición, pero las dificultades y las circunstancias que rodean el objetivo de conquista adquieren una relevancia inusitada. En las crónicas sobre el Río de la Plata, así como sucede con el hambre, con la geografía o con las tribus, lo incidental deja de serlo; y si bien se mantiene una lógica política que sostiene la narración (e impone, de hecho, la reproducción de algunos tópicos y una determinada representación de ciertos sujetos), la espacialidad establece una lógica textual que regula tiempos y materia narrativa. El espacio es anécdota en sí mismo; es objeto que múltiplemente se ofrece para ser descripto, cuya particularidad impone la descripción y la narración de los efectos que produce en el conquistador y en su imaginario; y es también sujeto, en tanto acciona sobre el relato, discursiva y estructuralmente. 155 Notas 1 En 1575, Felipe II promulgó un decreto que establecía para este tipo de documentos “un estilo breve, claro, sustancial y decente, sin generalidades, y usando las palabras que con más propiedad puedan dar a entender la intención de quien las escribe” (Recopilación de las leyes de los reynos de las Indias, citado por González Echevarría 1990: 95-96). 2 Son varios los críticos e historiadores que refieren este tipo de relación. Para abordar este lazo entre letra y ley, ver González Echevarría 1990; Altuna 2002 y Jara y Spadaccini 1989. 3 En su artículo “Montaigne and The Indies”, Tom Conley analiza el concepto de experiencia y de su representación en los textos de Montaigne. Allí reproduce esta cita: “Es difícil, en verdad imposible, ser capaz de representar correctamente los sitios y lugares remarcables, sus situaciones y distancia sin haberlos visto con el ojo desnudo: el cual es el más certero de todos los conocimientos, como todo el mundo puede juzgar y bien entender” (1989: 240. El resaltado es mío). 4 Decimos principales porque si bien la mayoría de los combates responden al deseo, la necesidad o la adquisición de esos tres elementos o de alguno de ellos en particular, existen asimismo emprendimientos territoriales en busca del oro. Los metales preciosos no desaparecen completamente de escena; de este modo, los elementos que componen la tríada antedicha conviven con el móvil articulador por excelencia, aunque esa convivencia no sea constante ni equilibrada. El oro sigue presente, incluso cuando ya no hay combate que responda a su búsqueda; sigue presente en cada uno de los mitos que se relatan. La riqueza supuesta que define a cada uno de los espacios míticos –como El Dorado o La Ciudad de los Césares– es lo que permite que encuentren un lugar en las crónicas. El hecho de que esa abundancia no sea hallada no produce, como en el caso de otros tópicos, una necesaria redefinición del motivo. En el capítulo 3 se analizan particularmente estos espacios míticos en las crónicas del Río de la Plata. 5 Cabe destacar al respecto un capítulo de Las ordenanzas sobre el buen tratamiento de los Indios de 1526 en el cual se pone en evidencia esta referida primacía del discurso: “Mandamos que lleve el dicho requerimiento… y que se lo notifique y hagan entender particularmente por los dichos intérpretes una y dos y más veces cuantas pareciere…. Y fueren necesarias para que lo entiendan” (Morales Padrón 1979: 377). 6 En su análisis de los textos de Colón, Noé Jitrik analiza los diversos modos de la presencia del oro y su influencia en el discurso. En esta línea, 156 y abarcando los relatos del período, Jitrik señala que “lo económico posee una fuerza estructurante de tal índole que no sólo filtra sus objetos a través del discurso, no sólo hace actuar una ideología que sale de ella sino que también modela esos objetos, les da forma y alcance, les prevé y determina un desarrollo” (1992: 75-76. El subrayado es mío). 7 Tanto en el caso de la rebelión contra Cabeza de Vaca como en el caso del levantamiento de Nuflo de Chavez contra Irala, es esta última figura la que logra que “aquellos tumultos [tengan] el fin y concordia que convenía, con verdadera paz y tranquilidad, en que fue S.M. bien servido con gran aplauso del celo, y cristiandad de Domingo de Irala” (189). 8 Ulrico Schmidl relata este episodio: “don Pedro de Mendoza hizo que su propio hermano jurado que se llamaba Juan de Osorio nos gobernara en su lugar, pues él estaba siempre enfermo, descaecido y tullido. Entonces el susodicho Juan Osorio fue calumniado y delatado ante su hermano jurado don Pedro Mendoza como que él pensaba amotinarse junto con la gente contra él. Por esto ordenó don Pedro Mendoza a otros cuatro capitanes llamados Juan Ayolas y Juan Salazar, Jorge Juján y Lázaro Salvago que a susodicho Juan Osorio se le matara a puñal o se le diere muerte y se le tendiere en medio de la plaza por traidor y [que fuere] pregonado y ordenado bajo pena de vida que nadie se moviere pero si ocurriere que alguien quisiere protestar a favor del susodicho Juan Osorio, entonces se le haría igual cosa. Se le ha dado la muerte injustamente, (…) fue un recto y buen militar y siempre ha tratado muy bien a los peones” (36). Ruy Díaz de Guzmán también refiere esta historia, haciendo hincapié en el respeto que el calumniado tenía por la autoridad, al dejarse prender diciendo “hágase lo que S.S. manda, que yo estoy pronto a obedecerle”, y señala el maltrato de los apresores, quienes “de improviso le dieron de puñaladas, de que cayó muerto sin poderse confesar”. Ruy Díaz asimismo recalca la injusticia del trato y de la muerte final, a causa de “algunos envidiosos [que] le malquistaron con don Pedro” (100). 9 Todo sucede cuando Irala realiza su entrada en el Perú. Durante su ausencia, los oficiales y la gente de guerra deciden realizar la elección del nuevo capitán, en la que gana Diego de Abreu. Luego se produce la rebelión contra Irala, que con tanto detalle refiere Schmidl. 10 No es casual porque Ruy Díaz de Guzmán no podría realizar este tipo de enunciados. Sobre su imagen de mestizo pesa la desconfianza de los alzamientos de aquellos que lo igualan en origen. Por eso mismo, tales afirmaciones atentarían contra su propia intención de ser concebido como español. 11 En su libro, Ulrico nombra diferentes pueblos indígenas que va conociendo a lo largo de su viaje de exploración. Entre ellos, los guaraníes, a 157 quienes también se los llamaba carios, familia de la que derivan los chiriguanos, los curemaguáes y los mbayas; los guaycurúes, de quienes derivan los payaguáes, y a su vez de estos últimos los agaces; los chaná-timbúes, chanás y beguás, timbúes y carcaraes, corondas, quiloazas y mocoretáes; los xarayes o jarayes, pueblo andino muy mentada en esta crónica, etc. 12 Esta presencia indígena se halla también inscripta en el mapa que este cronista elabora. La segunda parte del capítulo IV está dedicada al análisis de la imagen cartográfica que forma parte de la crónica de Ruy Díaz de Guzmán. 13 El texto también informa que lo acaecido al padre del cronista, también le sucedió a Francisco Ortiz de Vergara, Pedro de Segura y Gonzalo de Mendoza, quienes se casaron con doña Marina, Ginebra e Isabel respectivamente, todas hijas de Irala. El casamiento del primero se efectuó junto con el de Riquelme de Guzmán en 1552, el de los dos últimos un año después. 14 Entendemos aquí el pathos como todo lo que se siente o experimenta: estado del alma, tristeza, pasión, padecimiento y enfermedad. 15 Este último aspecto quizá sea la marca diferencial con otras crónicas como los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, ya que si en este texto el espacio experimentado produce una serie de vicisitudes fuera del plan prefijado, son precisamente esas nuevas circunstancias, que signan el atormentado peregrinar del protagonista, las que producen en él y en el resto de los sobrevivientes un olvido casi total del objetivo original: el viaje de conquista. Por otro lado, la conversión que la vida entre indios produce en Cabeza de Vaca, observable en su actitud final, en ese cuidado textual por establecer una diferencia entre “nosotros [que] sanábamos los enfermos y ellos [que] mataban los que estaban sanos”, entre “los que no teníamos codicia de ninguna cosa” y aquellos “que no tenían otro fin sino robar todo cuanto hallaban”, pone nuevamente en evidencia una torsión en los fines ideológicos, pero sobre todo revela, como señala Sylvia Molloy, “una innegable transformación personal”. Esta torsión y transformación no se produce en ninguno de los textos analizados. Quizás, la explicitación del objetivo del viaje, su constante presencia, deba ser leída no sólo como lo que refuerza la productividad diferencial de esta experiencia y de su relato, sino también como el anclaje referencial necesario para que la narración y publicación de este tipo de historias pueda llevarse a cabo. (Para un análisis más detenido sobre estas cuestiones en los Naufragios, ver Pranzetti 1993: 57-73; Molloy 1993: 219-241). 16 Para un análisis de la distancia que existe entre el pasado y su representación, ver Ricoeur 1995 y Chartier 2000: 55-69. 158 17 Se abordan principalmente estos dos casos porque Cabeza de Vaca publica su texto, conjuntamente con los Naufragios, en España, en 1555, y Schmidl publica el suyo en el marco de una colección de viajes, en Alemania, en 1567. La crónica de Ruy Díaz no llega a publicarse hasta comienzos del siglo XIX, por eso queda fuera de esta argumentación que liga texto y mercado. 159 Capítulo 3 Espacio y representación Tenemos que pensar(nos) en términos espaciales. Michel Foucault 1. La espacialidad. Una aproximación teórica La dimensión espacial parece haberse convertido, por lo menos últimamente, en un componente clave para el estudio de las significaciones sociales de la humanidad. Desde la antropología, la geografía, los estudios culturales y las teorías postcoloniales, esta dimensión ha cobrado un lugar preponderante, desplazando, de algún modo, la notable injerencia que durante el siglo XIX tuvo la cuestión temporal sobre la configuración espacial. A lo largo del siglo XX, en especial durante las últimas décadas, diferentes posturas teóricas propusieron cuestionar tal injerencia y deconstruir, de ese modo, cierta concepción a la que estaba relegada la espacialidad, entendida en líneas generales como un compartimento estanco, fijo, ya dado. 1 Si bien el lugar que el espacio ha recobrado hoy día, como principal directriz de teorías y análisis, no es una innovación contemporánea (dado que ya tiene una historia en la experiencia occidental, una historia de jerarquías espaciales que distingue los lugares en su diversidad), dicha preexistencia no ha sido suficientemente abordada. Es a partir de ese oscurecimiento que Michel 160 161 Foucault propone la constitución de otra historia basada en el eje espacio/conocimiento/poder (1986; 1980). Para él aún “hay una historia que permanece sin escribir, la de los espacios –que es al mismo tiempo la de los poderes– desde las grandes estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas tácticas del hábitat” (1980a: 149). La propuesta foucaultiana sirvió de piedra de toque de teorizaciones sobre el espacio, como la elaborada e inaugurada por Henri Lefebvre. Su lectura, insoslayable para cualquier aproximación al estudio de la espacialidad, pone el énfasis en la diversidad que caracteriza al espacio. Así se dedica a tres campos: el físico, el mental y el social, es decir, el espacio lógico-epistemológico, el espacio de la práctica social y el espacio ocupado por los fenómenos sensoriales, incluyendo productos de la imaginación tales como proyectos y proyecciones, símbolos y utopías (2001: 12). Esta tríada conceptual, que será luego retomada como base y fundamento de la trialéctica elaborada por Edward Soja,2 “contribuye en diferentes formas a la producción del espacio de acuerdo con sus cualidades y atributos, de acuerdo con la sociedad o el modo de producción en cuestión, y de acuerdo con el período histórico” (Lefebvre 2001: 46). Esta combinación de lo percibido, lo concebido y lo vivido posee una estrecha conexión con el sujeto que experimenta ese espacio. En su cuerpo se vivencia la ligazón entre lo histórico, lo social y lo mental. La realidad material y la práctica espacial afectan la subjetividad, la conciencia, la sociabilidad; tal es así que la visión imaginaria proyectada sobre el espacio material incide en el tipo de percepción y en el modo de llevarla a cabo, generando así una imagen irremediablemente en tensión entre empiria e idea, o bien una imagen en la que la geografía imaginada tiende a convertirse en geografía real. Las combinaciones posibles se diversifican sea cual fuere el foco desde el cual se observa la tríada. Lo cierto es que Lefebvre trasciende la lógica dicotómica y elabora un aparato teórico y conceptual en donde el espacio no es un 162 objeto de estudio privilegiado de una disciplina sino una herramienta de análisis social. El espacio es, entonces, simultáneamente objetivo y subjetivo, material y metafórico, medio y resultado de la vida social, de sus producciones, de la práctica allí ejercida. 3 Pero no es sólo eso, a esta concepción plural debemos agregar el discurso de la experiencia incidental e integralmente vivida en él que, asimismo, lo construye y constituye. 4 La visión del espacio aquí esbozada permite abordar la problemática de la espacialidad en los textos de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Ulrico Schmidl y Ruy Díaz de Guzmán en relación directa con las diversas prácticas de percepción, concepción, vivencia y narración del Río de la Plata. El espacio real, natural, y el espacio social, producido diferencialmente por quienes lo habitaban y por quienes arriban a él, junto con el espacio mental que los viajeros habían preconcebido o elucubrado, constituyen la compleja red que dirigirá el tipo de representación espacial que los cronistas llevarán a cabo en cada uno de sus textos. 2. El espacio rioplatense Si el espacio no sólo es “un medio de producción sino también de control, y además de dominación y poder” (Lefebvre 2001: 27); para la Corona y para España, es la escritura de ese espacio el medio a través del cual dicha dominación y poder se efectiviza, se legitima y legaliza. De este modo, el discurso del suelo y de los caminos marcados en él es el principal certificado de la acción ejercida sobre ese territorio. Así, el lenguaje, mediante el cual la tierra rioplatense y sus recorridos se convierten en materia representable y legible, es articulado por el cronista europeo, quien al ponerlo en práctica elabora una concepción diferencial del terreno, en tanto lo concibe ya no sólo como objeto de exploración sino también de lectura e interpretación. Este espacio es, entonces, leído-producido discur163 sivamente como área natural (sin la acción ejercida por los sujetos indígenas que, en tanto no europeos, son objetivados) y como tal es ideado; su imagen está directamente ligada al aspecto económico, de acuerdo con los bienes que podrá ofrecer a sus conquistadores; su materialidad física, vinculada a la aventura de la búsqueda de dichos bienes. Pero, dado que en el caso del Río de la Plata la materialidad atenta contra tal función, el espacio ya no es el simple catalizador de un discurso ideológico sobre tierras conquistadas, sino el agente que interviene naturalmente en la modificación de texturas espaciales preexistentes. Las crónicas del Río de la Plata no son, por lo tanto, relatos en los que el espacio es entendido meramente como referente u objeto descripto, sino la narración de una práctica espacial otra que lucha por hacerse un lugar en la historia literaria de la representación del Nuevo Mundo; son la textualización de los imaginarios territoriales forzados a continuar los parámetros de un paradigma más acorde con la imaginación ficcional que con la facticidad de la experiencia vivida. Los cronistas deben resolver una dificultad inicial que subyace a la génesis de sus relatos: la crisis que surge entre la realidad del espacio material, la imposibilidad de lograr una coincidencia entre éste y el espacio imaginado y la necesidad de crear lugares que resulten atractivos para el europeo, de tal modo de continuar con el paradigma que las tierras rioplatenses y su práctica exigen deshacer. El texto es, entonces, la puesta en discurso de la combinación entre lo real encontrado y aquello concebido, imaginado e ideologizado; es la narración de esa confluencia en permanente tensión. A pesar de la brecha que se produce entre imaginario y empiria, siempre hay lugar –aun en el Río de la Plata– para las “imaginaciones geográficas”, para esas productivas configuraciones que permiten “moldear y usar el espacio creativamente” (Harvey 1975: 23-4), o bien para capitalizar sus carencias, o bien para elaborar sus aportes. De hecho, los relatos narran las 164 maravillas buscadas pero –debido al fracaso reiterado del hallazgo– ahondan en las dificultades para encontrar el oro, en los itinerarios trazados en la tierra conquistada, en las prácticas inauguradas en ella y en las condenas sobre los que no saben leer el territorio ni los cambios que éste ha producido en los sujetos coloniales. Frente a la falta, las crónicas rioplatenses ponen en primer plano el valor del cuerpo en el espacio, sus nuevas funciones y sus derivaciones: el cuerpo como agente, sujeto y actante, como objeto de disputa, exponente de la experiencia, y la pluma como la portadora del testimonio de tal cambio de perspectiva. 3. El Río de la Plata y sus representaciones espaciales ¿Es que había aquí, en Buenos Aires, algo que ver?, ¿qué interés podía tener esta tierra inculta, sin oro o plata, sin la exuberante vegetación o el mar azul de otras regiones que reemplazaban la falta de “cultura” con belleza natural? Graciela Silvestri En esta ocasión, Silvestri reproduce sintéticamente el cuestionamiento histórico-cultural del paisaje rioplatense de acuerdo con las convenciones estéticas y retóricas del espacio americano con las que contaban los cronistas (2003: 49). Ese “algo que ver”, formulado en la pregunta asertivamente como vacío y que extenderemos más allá de Buenos Aires hacia el Río de la Plata, es precisamente aquello que configura un tipo de percepción y de narración que caracteriza a las crónicas rioplatenses. Si la mirada, como medio y sujeto, es central a la constitución del relato de viaje, su lugar parece adquirir aquí una relevancia inusitada. En efecto, hay “algo que ver”, pero ese algo no es el mar azul, ni la naturaleza exuberante, ni la riqueza desmedida. 165 En tanto eso que se ofrece a la vista no condice con las representaciones estético-culturales esperables –o por lo menos ya codificadas–, ese “algo que ver” o esa pertinencia de ver eso otro y de otorgarle un lugar en el discurso debe sustentarse en la escritura. Es decir: si la experiencia conquistadora de por sí es infructuosa, si el espacio abona a ese resultado, el cronista narrador debe crear un aparato escriturario que sostenga la pertinencia de convertir aquello, que desde el inicio es concebido como vacío, en objeto representable. Esto no supone, sin embargo, un proceso de conversión positivo de la negatividad, ya que no hay recreación del lugar ni ficcionalización al respecto, sino un sostén discursivo de una representación alejada de los parámetros bosquejados por el imaginario europeo-conquistador. Es notorio, en este sentido, cómo las prerrogativas estipuladas en las Ordenanzas e Instrucciones Reales elaboradas desde la Corona mantienen su lugar reglado en este tipo de textos. Notorio porque, como se ha visto en el capítulo anterior, las dificultades para dar cuenta de tales requerimientos se vuelven desafíos constantes para los cronistas, para éstos en particular, que en ocasiones se desvían de ellas apelando a la reelaboración de tópicos que no resultan fácilmente trasladables al Río de la Plata. El respeto por las demandas discursivas establecidas desde España se vislumbra en el modo en el que los relatos responden a las cuestiones geográficas que caracterizan al nuevo espacio descubierto: cantidades, distancias, productividades, obstáculos, ganancias y peligros. La tierra es descripta en toda su dimensión sin obliterar datos negativos que la ilustren en su completud. La negatividad del territorio descubierto lleva a los cronistas a elaborar un tipo de discurso geográfico, cuya particularidad reside tanto en el ofrecimiento de un espacio por definición negativo –anti-estético, anti-utópico, anti-económico– como en la conformación de un lugar central otorgado al espacio descubierto. Este aspecto paradojal es una marca en esta clase de relatos que no niegan una realidad terri166 torial que desanda la imagen ideada desde Europa sino que, por el contrario, la describen, la narran y la colocan en primer plano. Aún más, las tierras con que se enfrentan devienen causa y consecuencia de la conquista, de sus resultados y de la incursión en la escritura. El espacio se convierte, así, en el principal protagonista de la narrativa colonial rioplatense, el referente ineludible, el prisma a partir del cual se articula la experiencia y, por lo tanto, la narración de la conquista de esta región. Desde esta perspectiva, no resulta extraño entonces que todos los cronistas que relatan su experiencia en el Río de la Plata encuentren “algo que ver”: pantanos, bosques vírgenes intransitables, cataratas de agua que impiden el paso, ríos desbordados, animales monstruosos y millones de insectos junto a una tierra yerma, vaciada de alimentos y, principalmente, de riquezas. El saber de la tierra Una vez mediada por la palabra, la imagen espacial se ve delineada por códigos discursivos que atienden tanto a las expectativas del cronista como a las del lector. Es en función de estos parámetros que la belleza misma –en tanto paradigma perceptivo y narrativo– cede su lugar en la crónica en pos de la productividad que tal o cual representación espacial pueda ofrecerle al relato de la peripecia. Estas imágenes, aparentemente “fuera de interés”, abonan a la verosimilitud del relato y favorecen la sobredimensión heroica del europeo que percibe este espacio, lo transita, lo posee y lo traslada al papel. Sí hay algo que ver, pero el objeto nuevo en este caso desplaza el interés meramente estético del mar azul y otras bellezas. El cuadro a ilustrar, más acorde con las representaciones iconográficas medievales y renacentistas de monstruosidades y excentricidades, deja de lado ciertos paradigmas ya no funcionales para enfatizar en los imaginarios dicotómicos compartidos y en el interés ideoló167 gico que aúna a cronistas y destinatarios en una lógica de conquista que los hace a todos partícipes. El interés económico se mantiene incólume a pesar del suelo con el que se topan. De hecho, en la tierras, en los fragmentos de territorio que cada representación ofrece, se pone en evidencia no sólo la cantidad de espacio conquistado sino que, de algún modo, se cuantifica el poder alcanzado o logrado en medio de un terreno hostil. La lucha por el espacio, por la conquista territorial, se escenifica en cada combate relatado. La ganancia, el rédito, va cambiando de posición, va virando su cariz y, ya que no hay riquezas que repartir a manos llenas, el viajero conquistador se encarga de ofrecer en su texto espacio para representar con diversidad. Así, el Río de la Plata, que aparecía como el gran culpable, llega a convertirse en la única fuente que sostiene la experiencia, la jerarquía y, por ende, en el único saber en el que se asienta la narración. Si bien el conocimiento del terreno se obtiene a medida que se marcha sobre él, la escritura –mediada por el tiempo– ofrece un compendio de los desconocimientos y de la paulatina adquisición de saberes ligados a la tierra recorrida y a los elementos que la conforman. De este modo, el capital que ofrece el viajero a su lector es un saber único sólo transmisible por el fiel experimentador de aquello que se cuenta. La crónica deviene así relato de aprendizaje sobre un conocimiento de la tierra nueva que no sólo puede ser útil y provechoso para la Corona, sino también para la propia imagen que estos narradores pretenden elaborar de sí mismos. Relato antropológico, etnológico, topológico, autobiográfico, la crónica ensaya diversos modos y tópicos que genera el espacio transitado. Se describe lo que se ofrece a la vista, lo que marca los recorridos, los combates por tierras, por alimentos y cautivos. La percepción del espacio se halla indefectiblemente ligada al tipo de práctica llevada a cabo sobre él; es decir, es la acción realizada por los europeos lo que determina el tipo de 168 representación ofrecida. Cuenta el escribano de Álvar Núñez Cabeza de Vaca: todo el día habían caminado por ciénagas con grandísimo trabajo, en tal manera, que en poniendo el pie zahondaban hasta la rodilla, y luego metían el otro y con mucha premia lo sacaban; y estaba el cieno tan caliente, y hervía con la fuerza del Sol tanto, que les abrasaba las piernas y les hacía llagas en ellas, de que pasaban mucho dolor (....). venido el día comenzaron a caminar, y dieron luego en otras ciénagas, de las cuales no pensaron salir, según el aspereza y dificultad que en ellas hallaron, que demás de abrasarles las piernas, porque metiendo el pie se hundían hasta la cinta y no lo podían tornar a sacar (186). En el sufrimiento experimentado en las ciénagas también se detiene Ulrico Schmidl. El cuerpo hundido en la tierra es parte de una experiencia que configura el tipo de peripecia vivida por el viajero y necesariamente narrada en su relato. Los sobrevivientes ven el espacio que poseyeron sus cuerpos –y que quiso una y otra vez poseerlos– como el principal obstáculo para la travesía, pero también como el principal articulador de su figura de viajeros, de incansables caminantes. Estos espacios de padecimiento vividos por los europeos –habitualmente descriptos en el tránsito hacia el lugar de la riqueza– resultan una suerte de paso obligado para una fortuna que finalmente les resulta esquiva. Sin embargo, y aquí retornamos a esa imagen paradojal del principio, no deja de ser referida en las crónicas. Lo que se ofrece a la vista y a la experimentación directa corporal es la antítesis de la transitabilidad, del éxito del camino y, desde ya, lo que destierra toda belleza. Aquello que hay que ver es indefectiblemente lo que vale la pena leer, se escribe entonces la puesta en juego del cuerpo en la práctica espacial. Sin corporeidad, el espacio se convierte en un objeto abstracto imposible de asir desde el afuera de la tierra americana, imposible de transmitir desde allí. La crónica es un relato de viaje que hace del tránsito y del desplazamiento su razón de ser; como 169 una suerte de guía de exploración, el relato especifica los recorridos, los obstáculos a transitar y los padecimientos a sufrir para poder llegar a alcanzar la meta ansiada. Las imágenes se hallan, por lo tanto, generalmente ligadas a la utilidad que pueda ofrecer su puesta en discurso. Así, en su descripción geográfica, Ruy Díaz de Guzmán señala: La Divina Providencia proveyó de un Riachuelo, que tiene la ciudad por la parte de abajo como una milla, tan acomodado y seguro, que metidos dentro de él los navíos, no siendo muy grandes, pueden estar sin amarrar con tanta seguridad como si estuvieran en una caja. (53) El Riachuelo aparece aquí en tanto “accidente ubicado en la costa ‘rasa, llana, desabrigada’ (....), [cuya] pequeña rada, no el amplio Plata, permitía el anclaje seguro de las naves” (Silvestri 2003: 49). Esta característica marca el tipo de descripción privilegiada, la cual destierra todo aspecto estético en favor de la funcionalidad del objeto descripto. La utilidad dirige el tono y la materia del discurso espacial; de este modo, las imágenes ligadas al terreno recorrido que, en su mayoría, pueblan este tipo de textos reproducen la lógica ideológica de conquista territorial. Por eso, las representaciones espaciales que elaboran las crónicas rioplatenses son el resultado de derroteros exploratorios. Se narra el tránsito, la senda; el combate mismo con las diversas tribus debe ser leído en gran medida como el intento por el acceso a una ciudad, a una comunidad donde se cree que se encontrará el tan preciado oro. De un pueblo a otro, de una ciudad a otra, en medio de caminos vírgenes inaugurados por ellos, las imágenes ligadas a este espacio son, quizás casi inevitablemente, imágenes de traslados frustrados. Como una suerte de juego infinito, y en medio de la dependencia que poseen respecto de los indios y de su conocimiento de la tierra, los españoles deambulan de un lado a otro, su itinerario es determinado por la última rela- 170 ción recibida, que los reenvía hacia otro lugar y así al punto de partida. La circularidad del recorrido en el caso de la búsqueda del oro de las amazonas, por citar sólo un ejemplo ilustrativo, es bien descripta por Ulrico Schmidl. Cuenta este cronista que estando en medio de los jarayes, su capitán Hernando Ribera le preguntó al rey de esta tribu por sus riquezas. Al responderle éste que habían sido conseguidas en los combates entablados con las amazonas, los españoles deciden partir hacia ellas, para lo cual le piden a dicho rey que les conceda algunos indios para que, entre otras cosas, les “enseñaran el camino. Entonces él estuvo dispuesto, pero declaró que toda la tierra estaba llena de agua y que no era el tiempo de marchar ahora tierra adentro, pero nosotros no quisimos creerlo y le pedimos los indios” (Schmidl 1980: 87). Así llegan a la nación de los siberis y siguen camino “entre el agua hasta la cinta y la rodilla día y noche”, sin alimento y sin sosiego “por las moscas chicas que no podíamos dormir” (88). Al saber por estos indios que el camino continuaba en semejantes condiciones y que se encontrarían con la peligrosa nación de los ortueses, y ante la sugerencia de que emprendieran el regreso, el cronista aclara que “nosotros no quisimos hacer esto”. Pasan, por tanto, tantas penurias en este último pueblo indígena que terminan regresando al lugar donde se hallaba la tribu de los jarayes con la mitad de la gente “enferma a la muerte a causa del agua y la escasez que hemos experimentado en este viaje, pues durante treinta días y noches tuvimos que beber el agua asquerosa” (90). La desconfianza otorgada a la relación dada por los indígenas se corresponde con la necesidad de confiar en ellos para llegar al destino deseado. Esta tensionante contradicción rige gran parte del tipo de práctica espacial realizada por los europeos en este espacio. El encuentro del metal precioso genera la marcha pero no dibuja el recorrido. En esta línea, la relación de Pero Hernández muestra a un grupo de conquistadores literalmente sin rumbo: 171 en qué tantos días se podría llegar donde estaban los indios que tenían oro y plata (...) a lo cual el indio respondió (...) que por allí no sabían ni tenían noticia que hubiese tal camino (...) y visto por los cristianos que el principal había negado el camino con tan buenas cautelas y razones, pareciéndoles a ellos, por lo que de la tierra habían visto y andado, que podía ser ansí verdad, lo creyeron y le rogaron que les mandase guiar a los pueblos de los guaraníes (Núñez Cabeza de Vaca 1985: 188). Esta no es la única vez que los indios dicen desconocer el camino, incluso en medio del trayecto el guía puede declararse incompetente: “comenzó a desatinar la guía, diciéndoles que, como había tanto tiempo que no había andado el camino, lo desconocía y no sabía por dónde había de guiar” (193). Aún más, algunos indios, como el principal Aracare, saben que tienen un arma en el conocimiento territorial que profesan, así amenazan y sublevan a los suyos diciéndoles públicamente “que no fuesen con ellos a les enseñar el camino de las poblaciones de la tierra”, de tal modo que “al cabo de las cuatro jornadas se volvieron, dejándolos desamparados y perdidos en la tierra, y en muy gran peligro, por lo cual les fue forzoso volverse, visto que todos los indios y las guías se habían vuelto” (150). Sin ellos no pueden continuar con su empresa de conquista y colonización, sin ellos les es “forzoso” interrumpir el paso, la exploración; sin ellos no parece haber itinerario posible pero con ellos, el camino en sí tampoco es seguro, efectivo. Los españoles, a expensas de posibles traiciones, apelando a un saber muy somero de la tierra y sumidos en la fe de sus impresiones, se hallan sometidos a un recorrido azaroso que no logran desentrañar. El movimiento pierde toda certeza, a pesar del propósito económico que incentiva la meta geográfica. Tal objetivo también se ve desdibujado frente al hambre que los aqueja y los enferma; la búsqueda de alimentos, su encuentro o su ausencia, establece el nuevo derrotero. Recordemos que ante la llegada al pueblo de lo ortueses, como bien lo escribe Ulrico, y ante el hambre que sufren indios y españoles, estos últimos 172 deciden emprender la retirada. Los alimentos establecen desvíos inevitables, así como el terreno impone sus propios rumbos. Beatriz Pastor señala que a medida que los objetivos míticos se tornan, en el contacto con la dura realidad, más y más improbables, la dirección del movimiento de exploración se desintegra (...). El conquistador y sus hombres recorren la tierra siguiendo la dirección que marcan sus necesidades más inmediatas y sin dejar en ellas más huellas que las que dejaban los hombres (...) [que] se perdían para no reaparecer nunca más. Y, del mismo modo que no hay ocupación, no hay conquista (1983: 286-7). Esa desintegración del movimiento exploratorio aquí aludida no destierra del imaginario la posibilidad del encuentro del metal precioso, el cual se halla –más allá de la concreción de su efectivo hallazgo– presente a lo largo de todo el relato, pero tampoco impide completamente la conquista. Si bien no se logra el tipo de ocupación que anteriores expedicionarios habían efectuado, la creación de caminos, su tránsito, la generación de límites y el traspaso de fronteras, establecen asimismo un tipo de posesión fundacional que condice con las características particulares de esta realidad espacial. Se dejan huellas que perduran tanto como lo permite el suelo, se ocupa el espacio más propicio, se vuelve a transitar el camino más oportuno y se despuebla el lugar más perjudicial. Desde esta perspectiva, el tipo de ocupación es el de la continua exploración y no necesaria y únicamente el del asentamiento, aunque éste también exista como práctica. La conquista del espacio rioplatense a través de su tránsito es el modo de posesión que parece imponerse. El espacio se ocupa en el acto exploratorio que realizan los conquistadores una y otra vez durante su viaje, acto a partir del cual se descubre y/o construye el camino hacia el futuro destino más promisorio, en cuya búsqueda permanente se embarcan. 173 Entre la belleza y el horror Las crónicas rioplatenses se hallan plagadas de esta clase de representaciones, las cuales conviven, a su vez, con otras imágenes espaciales que no responden al aspecto ideológico utilitario/funcional ya trabajado. Éste es el caso de las cataratas, naturaleza en bruto que deslumbra: está aquel estraño Salto, que entiendo ser la más maravillosa obra de naturaleza que hay: porque la furia y velocidad con que cae todo el cuerpo de agua de este rio, son mas de 200 estados por once canales, haciendo las aguas un humo espesísimo en la región del aire, de los vapores que causan sus despeñaderos por los canales que digo. De aquí abajo es imposible ponerse a navegar con tantos batientes que hace con grandes remolinos y borbollones, que se levantan como nevados cerros. Cae toda el agua de este Salto en una como caja guarnecida de duras rocas y peñas, en que se estrecha todo el río en un tiro de flecha, tomando por lo alto del Salto mas de dos leguas de ancho, de donde se reparte en estos canales, que no hay ojos ni cabeza humana que puedan mirar sin desvanecerse, y perder la vista. Oyese el ruido de este salto ocho leguas, y se ve el humo y vapor de estas caídas mas de seis leguas como una nube blanquísima (Díaz de Guzmán 1974: 49-50). Aparentemente, la magnificencia de este accidente natural impone un nuevo tipo de descripción. El cronista da cuenta de una “maravilla” que, por ser una de las pocas –si no la única– ligada al espacio rioplatense, merece un abordaje diferente a lo largo de la narración. El agua posee “furia”, se convierte en “humo” al tocar el aire, sus remolinos se levantan “como nevados cerros”. La descripción poética que ofrece Ruy Díaz abarca todos los sentidos que se ven embriagados ante semejante imagen. Esta es la idea que pretende transmitirle al lector, éste es el sentido estético que su mirar le ofrece: presenciar la caída del agua, el devenir de este “extraño Salto” es un espectáculo para el cual “no hay ojos ni cabeza que puedan mirar sin desvanecerse, y perder la vista”. El narrador ofrece un cuadro embriagador en el que la pérdida esta vez es metafórica: los ojos, 174 la cabeza, la vista se pierden ante la impetuosidad de este accidente. El paisaje, como naturaleza contemplada, como imagen que conecta inescindiblemente forma percibida y sentido,5 se ha colado por fin en la crónica; la utilidad, la descripción geográfica de alcances y leguas, aparece como marco de un desarrollo discursivo que devela una mirada gozosa. El mestizo Ruy Díaz de Guzmán se aventura en este tipo de descripción otorgándole de este modo un sentido nuevo a la geografía que se le presenta. Este novedoso viraje descriptivo responde, por un lado, a su objetivo de escritura y, por el otro, a su intento por validar un espacio que le dio origen ante los ojos desengañados de un lector real que asocia el Río de la Plata con las representaciones ofrecidas por otras expediciones, más acordes con los ejemplos anteriores que con este tipo de percepción espacial que podríamos catalogar asimismo de extraña. Tal es así que si comparamos con la crónica de Álvar Núñez donde también hay una descripción de este salto, es claro que en este caso la mirada cambia: E yendo por el dicho río de Iguazu abajo era la corriente de él tan grande, que corrían las canoas por él con mucha furia; y esto causólo que muy cerca de donde se embarcó da el río un salto por unas peñas abajo muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan grande golpe, que de muy lejos se oye; y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos lanzas más, por manera que fue necesario salir de las canoas y sacallas del agua y llevarlas por tierra hasta pasar el salto, y a fuerza de brazos las llevaron más de media legua, en que se pasaron muy grandes trabajos (Núñez Cabeza de Vaca 1985: 117). La descripción aquí apunta a ilustrar lo trabajoso del tránsito por esta tierra; la furia esta vez ha perdido su dimensión poética. La imagen natural se halla subsumida en la imaginería de la prueba del héroe. Como las ciénagas, las cataratas no producen otro sentido fuera de la constitución de la figura del conquistador por la que aboga el discurso de esta crónica. Así, la 175 geografía se estetiza o pierde su efecto significante en este sentido, en función de los ojos que se depositen en ella, del punto de vista que ofrezcan, del objetivo existente detrás de la palabra. El espacio es la posibilidad de victimizar y al mismo tiempo ensalzar una figura denostada y calumniada en el Río de la Plata. En los Comentarios el espacio rioplatense destruye la imagen de Álvar Núñez, su reputación, su jerarquía, su fortuna, y es a él al que acudirá su escribano para salvarlo. El caso de La Argentina de Ruy Díaz de Guzmán es inevitablemente diferente porque en esta crónica el espacio no destruye ni reconstruye, es razón de posibilidad de la escritura misma; en la demostración de la importancia de esas tierras conquistadas se asienta la correspondiente relevancia de la historia que lo caracteriza y, por lo tanto, de quien la narra. Esta diferencia que distingue a este cronista mestizo es la base que explica por qué es él el único que puede ofrecerle al lector cierto tipo de representación espacial, ausente en las otras crónicas. La visión que ofrecen del Río de la Plata los narradores europeos es la de un lugar que impone sus propios recorridos y modos de posesión, en el que los hombres se hallan perdidos, en el que fundan caminos sin derroteros demarcados ni felices arribos, en el que andan a la deriva, habitualmente expuestos al hambre, la sed, la fatiga y la muerte. Entonces, ante la pérdida espacial y sus funestas consecuencias –las cuales se ciernen como fantasmas en cada emprendimiento de conquista territorial que estos sujetos realizan– ¿qué tipo de visión contemplativa del espacio pueden experimentar y ofrecer? ¿Acaso deba leerse desde aquí la capacidad perceptiva de Ruy Díaz, un mestizo que, por más que reniegue de su condición, conoce la tierra de la que es oriundo y da fe de ello en el mapa que elabora e incluye en su libro? Si esto fuera así, podría decirse que se necesita de un particular y profundo conocimiento del terreno para poder parar y percibir estéticamente la tierra que se recorre. Es decir: con peligro de pérdida o de muerte, el sentido que se le 176 otorga al espacio es más el de la supervivencia que el del esteticismo, más el de la acción sobre el terreno plagado de obstáculos que el de la percepción extasiada del mismo; con peligro de pérdida o muerte, parece no haber paisaje posible. Precisamente por eso Ruy Díaz puede leer de un modo distinto, para él sí la contemplación se cierne como posibilidad porque no transita el espectáculo que describe, porque no hay apuesta corporal en la geografía en la que su ojo deriva y se pierde. Si el paisaje en los siglos XV y XVI “emergió como una idea, o mejor aún, como una forma de ver el mundo externo”, si este concepto se hallaba a su vez “estrechamente vinculado con la apropiación práctica del espacio” (Cosgrove 1997: 325), entonces la crónica de Ruy Díaz de Guzmán es la única que construye paisaje, discursiva y gráficamente. Su mapa pone en evidencia, en este sentido, la apropiación espacial que su ojo y su mano captaron, reprodujeron. Evidentemente hay algo que ver, la cuestión no reside solamente en quién lo ve o cómo lo hace sino en cuáles son los fines detrás de esa imagen que arroba al ojo del viajero o del que mira como si fuera tal. Desde esta perspectiva, el paisaje no se reduce a su dimensión estética; aún más, esta contemplación, esta posibilidad de observación, se encuentra indisociablemente unida a la dimensión política e ideológica que es la que determina finalmente los sentidos que se vinculan a la forma (Ver Cosgrove y Daniels 1988). Sea cual fuere la perspectiva elegida, e incluso a pesar de quien intente dejar de lado una realidad espacial inconveniente negándola o matizándola, al hacer un análisis de las crónicas puede observarse que el cuadro más representativo que componen se elabora en función de directrices más ligadas al plano moral que al estético. El Río de la Plata es el escenario donde monstruosamente habita el mal, una suerte de pantano que impide el paso, lo dificulta y, muchas veces, prácticamente imposibilita la llegada de la “civilización”. Así, el imperativo ideológico-político delinea la representación de la naturaleza rioplatense, la cual, una 177 vez descripta por el europeo, no logra siquiera ofrecer la “dimensión moral” tan propia del paisaje, aquélla que establece “cómo el mundo debería ser, o más adecuadamente, cómo debería aparentar ser” (Cosgrove 1989: 104). Desde esta perspectiva, el Río de la Plata que construyen las crónicas de Schmidl y Álvar Núñez es por definición el contra-espacio, el anti-ejemplo del deber y/o de la apariencia: murciélagos, vampiros, malas sabandijas, hormigas grandes que muerden, rayas que hieren, víboras de un tamaño imposible de abarcar, ballenas que hacen gran daño en el mar, bichos como pulgas que entran en la carne y se convierten en gusanos, y horrorosos yacarés.6 Las características del suelo, del territorio, sus razones climáticas, sus accidentes naturales, su fauna, construyen un marco donde el paraíso está claramente desterrado como posibilidad. Así los españoles vivirán allí una experiencia en la que el cuerpo está comprometido por completo sin escisión alguna posible: ojos, manos, dedos, pies, muslos, lengua, todo puede ser acechado, comido, cercenado u olvidado. Los hombres que llegan a esta tierra, los que pelean por un territorio a conquistar y colonizar, viven aquí un calvario que recrearán en cada una de las narraciones. Martirologio heroico, las representaciones espaciales elaboradas sostienen esta imagen, la crean y la reproducen porque desde ella se sostiene la escritura, su incursión, su legitimidad y, por lo tanto, la figura que la traza. No es grato a la vista lo que hay para ver, no es grato lo que hay para contar, lo que se ofrece para leer, pero su narración se impone; es el medio de abarcar un espacio que se percibe constantemente como resistente al tránsito y a la posesión del europeo; es el medio, quizás el único, de reconstruir una imagen completa de quien en pos de una conquista que legitima y desde la cual acciona, hace camino, lo padece, y puede –si no debe, siguiendo esta lógica– relatarlo. 178 4. Prácticas espaciales El caso Álvar Núñez Cabeza de Vaca vs. Domingo Martínez de Irala Álvar Núñez: un conquistador a pie Una vez pasados diez años en medio de los indios de la Florida, una vez logrado el regreso a España, Álvar Núñez Cabeza de Vaca es nombrado Adelantado y Capitán General de las provincias del Río de la Plata. El objetivo primero de este viaje es, como se ha visto, socorrer a los hombres anclados en este territorio. Para accionar con celeridad, Cabeza de Vaca decide “buscar camino por la Tierra Firme”. A pesar de las opiniones adversas a esta arriesgada estrategia territorial, decide entrar a este espacio a pie. Evidentemente, y así parece creerlo Cabeza de Vaca, no hay modos de leer y practicar estas tierras nuevas si no es caminándolas, es decir, si no es apelando a un tipo de acción ya probada y efectiva en la que asentarse. La caminata es la vía –quizás la única, teniendo en cuenta su experiencia anterior– para poder descubrir, conquistar y explorar el espacio. Pero además, la experiencia de la caminata es la que posibilita la narración de ciertas acciones heroicas que se ven obstaculizadas en el resto de los episodios de la crónica. Esto se explica en el hecho de que, frente a la lucha de escrituras que pone en escena los Comentarios al constituirse en la última refutación a los pliegos incriminatorios contra el gobernador, sólo la práctica del espacio permite la aventura, convirtiéndose en el resquicio narrativo a través del cual el texto respira de tanta argumentación. Cabeza de Vaca arremete, entonces, con ímpetu y con agallas contra el espacio rioplatense y, a medida que lo transita, inaugura sendas, deja su marca. Los Comentarios consagran el privilegio del recorrido, atraviesan una cantidad de lugares que exceden a la representación de lo visto.7 Se produce así un quiebre entre lo que se recorre, lo que se con179 templa y lo que se narra respecto a ese recorrido y a aquella contemplación. Sin embargo, no se pretende saldar esa ruptura; por el contrario, el texto la pone en evidencia, es una muestra clara de que éste también es el relato de un viajero, más aún, de un creador de itinerarios. Álvar Núñez acciona sobre este espacio y es la escritura, que fija y reitera esa imagen, la conquista material y simbólica. A lo largo del recorrido emprendido, los españoles padecen todo tipo de experiencias: caminan a través de ríos y de pasos, afrontan el hambre y sufren la sed. A 1 día del mes de enero del año del Señor de 1542, que el gobernador y su gente partió de los pueblos de los indios, fue caminando por tierras de montañas y cañaverales muy espesos, donde la gente pasó harto trabajo, porque hasta los cinco días del mes no hallaron poblado alguno; y además del trabajo, pasaron mucha hambre y se sostuvo con mucho trabajo, abriendo caminos por los cañaverales (113). Los inconvenientes del camino son innumerables ya que no sólo es dificultoso recorrerlos sino que incluso hay que construirlos: comenzamos a caminar, llevando delante con la guía hasta veinte hombres que iban abriendo el camino, porque cuanto más íbamos por él lo hallábamos más cerrado de árboles y yerbas muy altas y espesas, y de esta causa se caminaba por la tierra con muy gran trabajo (192). Las dificultades no acaban aquí. Como puede verse en el relato de Hernández, se avanza, se retrocede y se vuelve a avanzar sobre la misma senda. Si bien existe un itinerario previo, éste es un esbozo muy provisorio no sólo por estar determinado por los poblados que poseen alimentos, sino también por verse constantemente acicateado por nuevas tierras que esperan ser descubiertas. A los inesperados incentivos que promueve el trayecto, debe agregarse el desconocimiento del terreno a recorrer. En verdad, y en cuanto a caminos se trata, los españoles 180 dependen de la relación indígena que es la que determina el descubrimiento de la tierra. La palabra del Otro determina la certeza o equivocación de la vía a seguir, pero su alcance no acaba aquí. La acción bélica no se circunscribe en estos textos solamente a la conquista territorial, se amplía una vez establecidas las alianzas necesarias y pertinentes con los distintos pueblos indígenas. De este modo, la práctica territorial propia del conquistador se ve en cierta forma desdibujada frente a las alianzas emprendidas. Así, si los indígenas entablan amistad con los españoles no es sólo para proveerles alimentos sino también con el objeto de encontrar aliados en las guerras contra las tribus enemigas.8 El combate se convierte en uno de los elementos de trueque, en un valor intercambiable; la osadía y la destreza, junto con las armas que portan los europeos, más que posibilitar una mayor conquista, aseguran la alianza y, por lo tanto, la subsistencia. De este modo, la acción emprendida sobre el espacio no sólo se halla determinada por la relación indígena o por el encuentro efectivo de bastimentos, sino incluso por las propias necesidades territoriales de aquellos a quienes se pretende conquistar. Claramente, la puesta en narración del Río de la Plata, de sus recorridos, sus imposiciones e incertidumbres, es el modo –que encuentra el escribano– de trocar en el imaginario de la Corona el lugar negativo que se le ha adjudicado a Álvar Núñez. Su textualización pretende, por tanto, poner en evidencia el intento desmedido de posesión, el esfuerzo constante de adquisición de tierras y bienes, de concertación de alianzas; en suma, la fidelidad a una política de conquista a la que narrador y protagonista adscriben. Así, se escribe el Río de la Plata que imposibilita el acceso directo del conquistador y colonizador, se escribe y se vuelve a narrar el intento constante de acción sobre el nuevo terreno porque en esos relatos de lucha entre hombre y espacio se sustenta el tipo de figura que se pretende construir, se consolida la heroicidad del Adelantado. 181 Cabeza de Vaca e Irala: caos o integración El relato de aventura que se construye no se limita a la práctica espacial sino también social, legal, e incluso jurídica. Una vez asentado en Asunción, Álvar Núñez debe lidiar con una realidad caótica, alejada de la religión y de las normas. Cabeza de Vaca realiza este viaje con el fin de pacificar la región, de restituir el orden perdido. Por eso, con el objeto de reimplantar la rígida escala de valores del Viejo Mundo, decide dictar una serie de ordenanzas que pretenden reencauzar la vida de estos hombres.9 Entre ellas, la principal prohíbe a los españoles llevarse a las indígenas en la prosecución del viaje, así como elegirlas libremente sin la autorización del Adelantado. En el bando que promulga en Asunción el 5 de abril de 1542, Álvar Núñez ordena que “ninguna persona pueda thener ni tenga en su casa ni fuera della dos hermanas, ni madre e hija, ni primas hermanas por el peligro de las conciencias, y las personas que las tubieren las aparten o quiten de sus casas y conversación dentro de seys días...” (De Gandía 1932: 32). Este dictamen le vale la enemistad de gran parte de los cristianos de Asunción, quienes finalmente optan por el liberal Domingo de Irala, anterior gobernador de la región, como el mandatario digno y legítimo. En su “Relación general”, Cabeza de Vaca refiere la razón de tal ordenanza, así como la causa originaria del encono entablado contra él: [los conquistadores asunceños] tenían acceso carnal con madre e hija, dos hermanas, tías e sobrinas y otras parientas, y las yndias libres cristianas vendían trocaban y cambiaban unos con otros como sy fueran esclavos, y especialmente el dicho Domingo de Yrala lo hizo, e otorgó cartas de benta ante escribano, de las yndias libres que bendió, e demás desto estaban amancebados cada uno con treynta y quarenta y cinquenta mugeres (Núñez Cabeza de Vaca [1545] 1906, 6: 29). En el fragor de la disputa por la verdad, Álvar Núñez somete a Irala y a sus hombres, es decir a quienes lo envían engrillado 182 de regreso a España, a un evidente proceso de barbarización. No deja de recalcar en sus escritos el horror en el que han incursionado, el caos que han establecido, la hispanidad que evidencian haber perdido. Razones más que suficientes para desestimar la palabra, sin dudas ya concebida como injuria, que pesa sobre su nombre y su figura. Es precisamente frente a hombres portadores de tal desorden que el Adelantado declara: yo puse diligencia en apartarlos de tan grabe pecado y ofensa de Dios, y lo cometí a un clérigo que con los interpretes delante el escribano examinase los parentescos, y desta manera aparté e quité muchas mugeres, de que se agrabiaron y me tomaron entre sy gran odio (29). El importante lugar adjudicado al cuerpo de las indígenas trasciende la ruptura de la escala moral cristiana desde la que enuncia Cabeza de Vaca y pone en evidencia la relevancia que su posesión supone, tanto para el horrorizado gobernador como para el resto de los europeos que se las apropian. Las crónicas de Schmidl, Álvar Núñez y Díaz de Guzmán demuestran en qué medida la llegada a este nuevo espacio exigió una redefinición del concepto de botín, riqueza y logro, generando un viraje radical en el accionar y pensar de los españoles. Ante la ausencia de metales, los cautivos, principalmente las cautivas, conformaban el rédito económico y social (Iglesia 1995: 46-53). La cantidad poseída determinaba el status, la extensión de camino recorrido, el número de tierras conquistadas, pero también la proporción de sembradío cosechado; sus cuerpos representaban los combates ganados, la hombría de su poseedor, así como la fuerza de trabajo sobre sus tierras. Si este espacio presenta esta realidad non sancta, por el alto nivel de mestizaje que supone la excesiva cantidad de mujeres que cada español posee, es porque su práctica redefinió la escala de valores traída desde España. 183 “Dios está en el cielo, el rey está lejos, aquí mando yo”, parece ser la nueva divisa de los conquistadores, según Ruggiero Romano (1978). Contra esta divisa atenta el Adelantado, contra una práctica estatuida por el propio espacio entre lo que éste provee y el imaginario portado por el conquistador. La aplicación de su ordenanza va en contra de esta adquisición, tal vez por eso nunca se puso en práctica, porque en sí misma evidenciaba la lucha de diferentes órdenes en pugna. De hecho, una vez apresado Álvar Núñez por traición, una vez enviado de vuelta a España, Pero Hernández relata el permiso que otorga Irala para restituir el orden quebrantado por la carta del rey (en la que exige un buen tratamiento hacia los naturales) y por los papeles dictados por el gobernador. Si bien los Comentarios pretenden demonizar a Irala, en verdad lo que ponen en evidencia es la ruptura de un tipo de práctica socio-económica que fuera de España, por lo menos en esta parte del continente conquistado, no puede llevarse a cabo. Por eso mismo, la gran crítica del único soldado cronista, Ulrico Schmidl, se basará principalmente en el “ultraje”, el “robo” que el gobernador, en nombre de Su Majestad, realiza contra sus cosas, sus “descubrimientos”. Para un europeo como Schmidl, “el quijotismo de la aventura”, propio de los conquistadores españoles (Picón Salas 1992: 62), no posee la raigambre que para su superior. En tanto alemán, la empresa comercial, el ideal económico, una vez concebido sobre la base de las provisiones que otorga el Río de la Plata, no puede ser reemplazado por ninguna aventura posible. El Río de la Plata impone una serie de operaciones simbólicas para poder remitirse a un imaginario social (conquistador) común. Esas operaciones están vinculadas –entre otras– con las mujeres indígenas, de ahí que la ordenanza de Cabeza de Vaca ponga al desnudo el proceso de simbología, la metaforización, la realidad de la ausencia de oro y plata. La contra-orden de Irala pretende restituir la significación otorgada a los cautivos. Poseer cuerpos es un modo de reinstalar las divergencias 184 entre unos y otros, la magnitud de dicha posesión es la forma de mantener la distinción jerárquica entre los mismos españoles. Si la dominación se ejerce por la supremacía que se produce en el momento de la asunción de la desigualdad, como señala Homi Bhabha, la ausencia de indios e indias a repartir para cada conquistador impide la puesta en práctica de este sistema. ¿Cómo sostener la autoridad sin el objeto que permite instaurar la diferencia? Si bien, luego del apresamiento de Álvar Núñez, Domingo de Irala es elegido por “el común de la gente” como gobernador (por cierto, el primero que asume su función de mandatario como respuesta al pedido popular en este territorio), esto no sólo se debe a lo antes señalado sino principalmente a un tipo de experiencia y práctica en la tierra conquistada que le vale a los ojos de sus soldados el lugar jerárquico otorgado y merecido. La percepción de Ulrico sobre la validez de quienes ocupan los lugares de autoridad se deriva del tipo de manejo del poder del que hace uso cada uno. Así, por ejemplo, señala que cuando el susodicho señor Álvar Núñez Cabeza de Vaca fue enviado fuera del país, nosotros los cristianos tuvimos que elegir e instituir a alguien que debía mantenernos dentro de la justicia y gobernar a la tierra mientras tanto Su Cesárea Majestad dispusiese y estuviere lejos. En esto el común eligió y nos pareció conveniente que eligiéramos a uno de nombre de Domingo de Irala, que también antes había gobernado la tierra (...); la gente se llevaba muy bien con el susodicho Domingo de Irala y la mayor parte de la gente estaba muy contenta con él (Schmidl 1980: 95). En contraposición a esta visión positiva, Schmidl relata el descontento de los soldados con el Adelantado “pues era un hombre que en toda su vida había ni gobernado ni tenido un mando”, y porque él no hablaba a la gente y se ha portado de tan impropia manera entre la gente; pues un capitán o un señor que quiere gobernar un país, debe dar en 185 todo tiempo una buena atención al grande como al chico y ejercer su justicia y mostrarse benévolo para con el más modesto como con el más elevado; todo eso no ocurrió en él, sino que él quiso seguir a su soberbia y orgullosa cabeza (92-94). Ulrico realiza una clara lectura y en ella especifica cuáles son para él las acciones válidas desde el punto de vista del soldado. El reconocimiento de Irala como el sostén de justicia y gobierno se basa en el tipo de ejercicio gubernamental anteriormente llevado a cabo en esta tierra. Es en este sentido que hay que tener en cuenta que Irala es quien, de algún modo, descubre el modo de elaborar las operaciones simbólicas antedichas, es quien funda la unión interracial, quien valida este tipo de proceso de cautiverio diferencial: Pero antes que los atacaramos, ordenó nuestro capitán que no matáramos ni mujeres ni niños, sino que las cautiváramos, así que nosotros cumplimos su orden y cautivamos mujeres y niños y matamos los hombres que pudimos alcanzar (104). Tierra y cuerpo se convierten en distintos significantes para un mismo significado. De ahí que las crónicas que refieran el accionar de Irala den cuenta de los modos encontrados de adquisición de este bien único. Es decir, Irala entra en combate, porque mediante él puede obtener lícitamente mano de obra, pero también porque la tierra –quizás el único material que no necesita entrar en el plano de lo simbólico– significa por sí misma tanto aquí como en la metrópoli. Irala, el gran estratega, incita al combate porque el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el Otro reinstala los bandos, la dicotomía esencialista, la autoridad colonial, la superioridad conquistadora y marca la propiedad en la muerte y el cautiverio. Lo interesante en el caso de este gobernador es que es él quien, a través de su accionar, instaura las transformaciones sociales respecto de los valores del Viejo Mundo, quien se hace cargo de los 186 miedos frente a la imposibilidad de concretar el ideal de riqueza. Irala crea un tópico imborrable porque parte de las provisiones del espacio natural y material para construirlo. Por eso, cuando determina despoblar el puerto de Buenos Aires –debido al hambre que están sufriendo sus hombres y al desamparo en el que se hallan sumidos frente a las tribus enemigas– y parte hacia Asunción, decide poner a disposición de todo aquél que arribe a este desolado lugar un texto escrito por él. Irala deja una carta enterrada en la que, por un lado, les advierte a los futuros expedicionarios de los peligros de permanecer en esta zona y, por el otro, los tienta con los dones del futuro destino: Primeramente han de saber que en el Paraguay (...) [hay] al presente quatrocientos hombres; thenemos de paz como vasallos de Su Majestad los yndios guaranys, siquyer caryos, que biven treinta leguas al derredor de aquel puerto, los cuales sirven a los cristianos, asy con sus personas como con sus mugeres, en todas las cosas del servicio necesarias, y an dado para el servycio de los xpianos setecientas mugeres para que les syrvan en sus casas y en las rrocas, por el trabajo de las quales y porque Dios ha sido servydo dello, principalmente, se tiene tanta abundancia de mantenimientos que no solo ay para la gente que ally rreside, mas para mas de otros tres mill hombres enzima. (Martínez de Irala [1541] 1898: 262-263) La cantidad de cuerpos indígenas que se ofrecen “para todas las cosas del servicio que sean necesarias”, que esperan en Asunción a los hombres conquistadores, receptores de este texto, es el motor del traslado. La carta otorga las instrucciones necesarias para lograr un viaje efectivo y certero, da consejos pertinentes sobre el derrotero a seguir para llegar a la ciudad señalada, y también especifica la cantidad de tribus amigas y al servicio de los cristianos que este lugar posee. Asimismo, y principalmente, este escrito señala la “abundancia” que caracteriza a este nuevo puerto, cuyos frutos ya no sólo alcanzan sino que, por primera vez, sobran. Asunción deviene así espacio a consumir, el cual es convertido a través de la letra en lugar estratégico, en la ciudad prometida. 187 El traslado de Irala genera el despoblamiento del puerto y cimenta el recorrido colonizador hacia Asunción. Según Assadourian, el viraje de base de operaciones se debe a dos circunstancias que atañen a los intereses de los conquistadores: por un lado, en la medida en que la empresa giraba en torno de la obtención del oro, Asunción estaba inmejorablemente situada por su presunta proximidad a la Sierra del Plata; por el otro, Paraguay ofrecerá un filón nuevo que, aunque no previsto en la primera fase del proceso como sustituto de la explotación minera, canalizará hacia otros rumbos la ambición española: la importancia del extendido sustrato indio como fuente principal de mano de obra.(...) Entretanto la ciudad paraguaya se constituirá en el núcleo de una sociedad de características singulares, cuyo aislamiento es propicio para la aparición de formas culturales autóctonas y de un ritmo avasallante de mestizaje (1992: 24). Evidentemente, la leyenda continúa, el Río de la Plata sigue ligado al mito. La Sierra del Plata aún espera su explorador e Irala se traslada aparentemente en su búsqueda, aunque la carta dejada no haga ninguna mención explícita al respecto. Durante el período de reciente traslado, primer asentamiento y afincamiento en Asunción, el mito pasa a un segundo plano. Irala ha cambiado el punto de mira, así ofrece “componentes” tangibles, “materiales” afectivo-económicos, sujetos objetivados como parte del contexto motivador de la acción humana sobre el terreno en cuestión. En este sentido, los indígenas no sólo sostienen con su presencia la figura de autoridad, es decir posibilitan la puesta en práctica de una escala jerárquica funcional e identitaria, sino que también, mediante su trabajo, determinan la supervivencia de sus captores. Hay que destacar que Irala es un gran poseedor de estos sujetos. La adquisición de cautivos indios y de concubinas indias pone en evidencia su poder, su clase y su saber. Pero, si bien tal práctica adquisitiva es común a la “raza de los conquistadores”, la gran diferencia radica en la legitimidad que este 188 gobernador le otorga a las uniones efectuadas con mujeres indígenas y al interés que demuestra por lograr este tipo de vínculo (lo que queda ilustrado en el caso de Alonso Riquelme de Guzmán, obligado a casarse con su hija mestiza Leonor para salvar su vida). Mediante estas uniones, se logra la paz con diversos pueblos por el “cuñadazgo” establecido,10 así como al mismo tiempo se pone en cuestión una diferencia cultural que funcionaba como sostén de la autoridad colonial. El Capitán elegido por la gente de guerra, con la práctica que ejercita y fomenta, pone en crisis, de algún modo, el sistema que, a su vez como gobernador del Río de la Plata, representa. Enarbolar la acción y sostener la pluma Si bien la preexistencia del espacio rioplatense y sus características determinan el tipo de acción y la clase de discurso emprendidos por estos sujetos coloniales, los condicionamientos no acaban aquí. La práctica que estos hombres llevan a cabo difiere de acuerdo con su biografía, con la historia que portan y con la que construyen mediante la acción y la palabra. Así, la productividad física, ideológica o textual de dicha práctica se hallará condicionada por el tipo de relación que se entable entre una historia y otra. El espacio físico se ve, por lo tanto, constantemente transformado por las biografías de estos hombres, las cuales terminan de formarse, empíricamente hablando, por y en el lugar específico a conquistar.11 El fin de la experiencia se produce con el término del viaje, el cual muchas veces se constituye en condición de posibilidad del escrito a producir. Precisamente la biografía de estos hombres incide en forma considerable sobre la percepción, la vivencia y el imaginario espacial que caracteriza al conquistador, así como sobre la narración de la tierra hallada, sobre el tipo de representación a ofrecer. 189 El espacio provee, entonces, una imagen de los cuerpos de estos biografiados y las crónicas proporcionan, a su vez, una imagen re-construida de sus acciones; en esa “reconstrucción” se vislumbra la nueva clave operativa que nos ofrece la escritura. Estas “narrativas de lugar”, como las define Nicholas Entrikin (1997), son textualizaciones de la experiencia del sujeto protagonista, son la combinación de lo afectivo con lo cognitivo, o mejor, son la puesta en discurso de tal combinación; textos que despliegan la tensión “entre lo subjetivo y lo objetivo” sin pretender resolverla,12 dado que, muchas veces, en esa exposición reside la eficacia del relato. Sin embargo, en lo que a escritos respecta, Irala no es autor de crónica alguna. Su figura es objeto de representación obligatoria para quien pretenda dar cuenta de la historia del Río de la Plata. Si este conquistador posee un rol jerárquico, incluso a nivel discursivo, ya sea como enemigo o como elegido líder, esto se debe en gran medida a la confluencia lograda entre el ejercicio del poder y el territorio en cuestión. Su importancia deriva de la lograda conjunción de espacio material, poder socio-económico y saber de la tierra, el trípode que sostiene el lugar que ocupa entre los habitantes del Río de la Plata. Irala elabora tácticas y estrategias que se despliegan en el espacio: desplazamientos, despoblamientos, fundaciones, control de territorios, divisiones, dominios, etc. Elabora incluso un nuevo mito basado en la seudo-práctica de la libertad. Con el objeto de hacer de las relaciones sexuales formas de sociabilidad con los pueblos indígenas que les provean ventajas, Irala construye una imagen de libertad absoluta que permite idealizar un espacio que de por sí era imposible convertir en leyenda. Si los ideales constructores de espacios imaginarios estaban ligados estrechamente a la riqueza, el Río de la Plata era precisamente el espacio del anti-mito. Irala aporta un canal de vehiculización al afán conquistador, construye un “paraíso” donde no lo hay. 190 La propuesta de este gobernador supone una “práctica de la libertad” que reinstala las diferencias de acuerdo con normas que, en gran parte, derivan de las características de esta tierra. Irala conoce este territorio y explota dicho saber mediante la práctica de un espacio que, a fuerza de acción constante y cotidiana, percibe como suyo y del cual se apropia. En el Río de la Plata, el poder lo detenta quien sostiene su práctica, quien puede develar el nuevo sistema de valores y jerarquías en función de los “bienes” que el terreno produce. Quizás desde ahí deba leerse el tipo de relación que entabla con la escritura, o por lo menos esa es la propuesta de algunos de sus historiadores: El adelantado Cabeza de Vaca, jerezano, y el capitán Irala, guipuzcoano, eran tipos representativos de cada uno de los grupos y los jefes de sus bandos. Depuesto y embarcado para España el primero con sus partidarios más alborotadores, entre los cuales se encontrara el escribano Pero Hernández, era humano y lógico que confiaran al papel sus quejas y cargos, si no para recuperar el poder, al menos para explicar su pérdida. Irala, vencedor, dueño de la situación, fuerte con el apoyo de sus compañeros, sostenido por los Oficiales Reales, vale decir por el Consejo de Indias, no necesitaba asentar en memoriales sus méritos, ni refutar las acusaciones de sus contrarios, que sus superiores no tomaban en cuenta (del Valle Lersundi y Lafuente Machain 1932: 17). Ni crónica, ni memoria; el hombre reiteradamente al mando de la soldadesca no incurre en este tipo de escritos. Sin retorno al país de origen, Irala no recrea sus experiencias de viajero, no apela al recuerdo de una vivencia pasada que pretende validar mediante la palabra una vez transcurridos los hechos a relatar, tampoco pretende un cargo –que por otro lado ya posee–, ni busca redimir su imagen ante los otros y principalmente ante la Corona. El discurso no funciona en su caso como sostén de una experiencia pasada, los ritmos impuestos por la tierra a conquistar marcan un accionar constante que impide el reposo de la escritura. Irala es gobernador hasta su muerte. Una y 191 otra vez es elegido, se ha ganado en diversas ocasiones un lugar entre los suyos (españoles e indios), sustentado en su experiencia y en su accionar como líder y gobernante; un lugar sostenido por “el común de la gente” que lo encumbra más allá de lo que cualquier papel podría hacerlo; un lugar que finalmente será confirmado por las altas autoridades de la metrópoli.13 Reiteradamente Irala opta por ser agente activo de un proceso ideológico y territorial que lo significa como conquistador y capitán. La escritura en su caso está circunscripta principalmente al rol informativo-testimonial, lo que se evidencia en el hecho de que se produce en el escenario de los acontecimientos y sobre la marcha de los mismos como un aspecto funcional o complementario a la acción emprendida. En esta línea deben leerse: a) las cartas con las que envía preso a Álvar Núñez a España, b) la carta que deja enterrada en el puerto de Buenos Aires antes de despoblarlo, c) la carta enviada a Carlos V el 1º de marzo de 1545 y d) la que dirige al Consejo de Indias el 24 de julio de 1555, luego de haber recibido la Real Cédula que le concede la gobernación legítima. Cada uno de estos textos relatan sus acciones, sus descubrimientos, los obstáculos con los que se ha enfrentado, los padecimientos, las características del terreno y de los pueblos que lo integran, sus temores, sus necesidades y, desde ya, el fatigoso camino emprendido y por realizar en busca del metal ansiado. Estos escritos, que refieren con minuciosidad el espacio recorrido, el constante y casi perpetuo tránsito efectuado y la conquista ya alcanzada o por lograr en el futuro, no hacen más que solidificar su reputación ante el destinatario imperial al que siempre se dirigen. Alrededor de 1556, cerca de su muerte y una vez oficializado en su cargo, Irala escribe una Relación poco conocida. Allí la información se cruza con las opiniones del gobernador frente a una realidad desalentadora que él conoce como nadie; en este texto, Irala propone y explicita sus pareceres: 192 Vistos los trabajos excesivos delos conquistadores desta provincia y el poco probecho dello y como los indios no tienen otra cosa con que poder servir sino solamente sus personas (…) por el bien dellos rreparti la tierra en trezientas y veynte o mas ombres para que les ayudasen a sobrellevar sus trabajos y todos los dichos indios que asi se rrepartieron serian asta veinte mil (…) [Lo hice] por dar a los conquistadores algún alivio por estar viejos y cansados. Mi parecer sería que su magestad mandase que todos los dichos rrepartimientos (…) [fuesen] perpetuos y los indios rrescibirian grand veneficio porque si esto no se haze me paresce que (…) en esta tierra no se puede vivir (Martínez de Irala [1556a] 1941: 485). Domingo Martínez de Irala pone por escrito una realidad espacial contundente: la encomienda es el único “alivio”, la única retribución explícita a una vida de “trabajos excesivos” sin “provecho”. Pero sus palabras no parecen haber sido oídas. Como lo había hecho en cartas previas, en las que pedía socorro y bastimentos, en las que culpaba a Su Majestad del abandono en que los había dejado, aquí también pide, sugiere, aunque ya no ruega. En esa culpa declarada y ostensible (“si Vuestra Magestad ubiese sido servido de mandar socorrer esta tierra, la gente que viniese no pereciese de ambre” [1545] 1904: 8), Irala establece una clara distancia respecto de las autoridades españolas que se acrecienta con los años; distancia que es producto del lugar jerárquico una y otra vez ganado entre los hombres bajo su mando, del ejercicio prácticamente autónomo realizado en esta tierra, del hambre y el desamparo sufridos. En su testamento, más allá de lo esperable en cuanto al pedido de misas, deudas a pagar y repartición de la herencia, Irala vuelve a reclamar y así se evidencia nuevamente el trastrocamiento que deriva de la pertenencia entablada con el espacio conquistado. En este último texto, el gobernador de las Provincias del Río de la Plata pretende legitimar el mestizaje. Esta intención, que en el contexto de recepción español podría concebirse como descabellada, es, por el contrario, la marca escrituraria más explícita del tipo de 193 confluencia establecida entre el espacio, el conquistador y las prácticas llevadas a cabo en esta tierra. La puesta en discurso de tal pretensión evidencia también la necesidad, no sólo de una retribución económica para todos y cada uno de aquellos a los que considera sus hijos, sino también de alcanzar la legitimidad racial que este padre espera y requiere para ellos. En tanto hábil conquistador, Irala sabe, porque ha manejado el poder por años, que para sus hijos mestizos (es decir, para todos los que son mentados como tales en su testamento) tal reconocimiento fuera del Río de la Plata, e incluso dentro en su contacto con españoles, es necesario. Como si se hubiera adelantado en el tiempo, quizá previendo el gran problema que significarán más adelante los mestizos en la realidad social de este territorio, Irala apela en su testamento a su poder y buen nombre para legitimar una mezcla que lo significa. De España a Asunción, de la Florida a la península y luego al Río de la Plata, desde la tierra conquistada o desde la metrópoli, ambas figuras –Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Domingo Martínez de Irala– presentan su biografía y elaboran modos de sustentar las acciones desarrolladas, o bien valiéndose de la experiencia previa o bien de aquélla que se va forjando en la práctica misma. Sea cual fuere la opción, lo que puede observarse es que tanto uno como otro poseen diversas posiciones en el proceso de transferencia o creación de sentido a la hora de construir-practicar-representar este espacio; es decir, ambos lo convierten en un objeto político multi-referencial, en síntoma de un pensamiento estratégico y/o combativo. Álvar Núñez e Irala: diversos modos de desplegar sobre la tierra o sobre el papel una particular territorialidad del espacio por la que cada uno aboga. 194 5. Espacios míticos, espacios utópicos La geografía explorada no es sólo etnográfica o topográfica, sino también imaginativa. Jás Elsner y Joan-Pau Rubiés Más allá de los aspectos personales que rodean o determinan diversos tipos de prácticas, más allá de las particularidades representacionales que cada espacio del continente conquistado establece, las crónicas generalmente presentan, en algún momento, configuraciones espaciales que más que mimar la materialidad geográfica con la que los europeos se encuentran, buscan prolongar un imaginario previamente fijado, textualizado, que alcanza al viaje, al viajero y a su escritura. En su texto, de boca del escribano Pero Hernández, Álvar Núñez señala que, en busca del metal precioso, dieron con unas sierras que se hallaban en el medio del río, las cuales “están peladas, no crían yerbas ni árbol ninguno, y son bermejas”, por lo cual afirma: creemos que tienen mucho metal, porque la otra tierra que está fuera del río, en la comarca y parajes de la tierra, es muy montuosa, de grandes árboles y de mucha yerba; y porque las sierras que están en el río no tienen nada de esto, paresce señal que tienen mucho metal, y ansí, donde lo hay, no crían árbol ni yerba (176-177). La presunción del narrador es extraña ya que esta referencia ligada a la vegetación no ha sido –ni será en el caso de las sierras mentadas– marca determinante de ningún hallazgo metalífero. En la construcción discursiva, el vacío (“estas sierras no tienen nada de esto”, “están peladas”) no establece la carencia sino que anuncia la riqueza de los montes encontrados.14 Como en una suerte de espejismo, lo que estas sierras no poseen es reflejo de lo que en verdad poseen; como en una espe- 195 cie de mala lectura, lo que se ofrece a la vista debe ser interpretado en función de su opuesto. No hay ni puede haber en este espacio, si seguimos la estrategia narrativa aquí implementada, lectura literal del territorio explorado cuando de riquezas se trata. Lo que se observa no es lo que parece sino, indefectiblemente, otra cosa. En la dialéctica entre materialidad e imaginario, el ojo del europeo se ve acicateado por una veta nueva que obliga a ir más allá del fundamento visual como sostén de lo narrado o descripto y que convierte, de este modo, al espacio rioplatense en mensaje cifrado. La interpretación se impone y la lectura en clave que ofrece el cronista devela el misterio oculto detrás de la geografía.15 El vacío no destierra, entonces, la capacidad de enriquecimiento ni de exploración; por el contrario, al ser refuncionalizado en la narración, llega incluso a asegurar la creencia del conquistador y de la gente de guerra. El vacío, propio del Río de la Plata, es el puntapié para continuar la futura expedición o, por lo menos, la razón en la que se sustenta el relato de lo que finalmente no será explorado.16 A la geografía real se le suma la simbología esperada, que es aplicada a la tierra descubierta y a sus accidentes, para responder al ansia económica que determina el viaje y el permanente recorrido exploratorio. El discurso del viaje de conquista crea así una geografía imaginativa –basada en lo que se supone ofrecerá América, lo que se anhela hallar allí– que convive con el espacio efectivamente hallado y practicado. En el caso del Río de la Plata, a diferencia de Perú o de México, el engranaje entre uno y otro espacio, entre una y otra geografía es más complejo. El fracaso de la empresa económica y mercantil dificulta el tipo de combinatoria, colocando mayor peso en uno que en otro polo. El espacio imaginado se convierte en uno de los principales rectores del derrotero y de la exploración, su no encuentro no sólo estimula y acrecienta la búsqueda, sino que también confirma y magnifica su existencia. Como sucede con las sierras vistas por Álvar Núñez, el espacio real es el marco 196 inteligible para un lugar imaginario desbordante de oro que existirá indefectiblemente en todas y cada una de las crónicas rioplatenses; meta única –y por lo tanto ineludible– en la que habrá de sostenerse el discurso y, por extensión, la acción que éste reproduce y significa. La búsqueda del espacio ideal El hambre, la ausencia de metales preciosos, el desaliento, no destierran de los relatos del Río de la Plata la presencia de espacios míticos ligados al encuentro de la riqueza. Por el contrario, y como muy acertadamente sostiene Joan-Pau Rubiés, “lo que es maravilloso en América (…) es la espectacular claridad con la que historia y mito, trágicamente, co-existen” (1999: 100). Esta coexistencia no sólo es un aspecto fundamental de la identidad cultural americana, sino también un elemento central del tipo de relato que se realiza sobre tierras distópicas, donde las características espaciales no abonan a la realidad del mito sino que, en alguna medida, la contradicen. Sin embargo, la retórica imperial de éxito en el marco de la conquista –aunque no pueda ser completamente ejercitada– deja sus marcas en los textos, que son configuradoras de una lógica que regula el viaje y su narración. Una vez que Europa crea esos espacios maravillosos de la ganancia y el exceso, acordes con las fabulosas expectativas de enriquecimiento, sólo parece haber lugar para la sobre-escritura. Contar y volver a contar esos mitos se mantiene como una especie de imperativo para los cronistas, más allá de la experiencia fáctica vivenciada. De ahí que la isla de las Amazonas, la Sierra del Plata, el Dorado y la Ciudad de los Césares estén presentes en los relatos rioplatenses, no sólo como espacios representacionales en sí mismos sino como generadores del desplazamiento hacia la adquisición del oro tan anhelado que, 197 en su definición, cada uno de ellos posee en abundancia. El primero de ellos, el mito de las amazonas, combina el relato clásico y el deseo lucrativo.17 Estas mujeres, que habitan solas en una isla y son guerreras por naturaleza, poseen tanta cantidad de oro y plata que, según dice la leyenda, “incluso los asientos y servicios de sus casas eran de dicho metal” (de Gandía 1929: 83). El segundo mito, las Sierras de la Plata, como su nombre lo indica, tienen mucha riqueza y sobrado metal, los indios constantemente dan noticia de esta historia mítica y del rey Blanco, los cuales se hallan hacia el Occidente desconocido, custodiados por un Dragón invencible. El tercero es el mito del Dorado, el cual remite a una región o ciudad desconocida, extremadamente rica, compuesta por minas, sepulcros y templos del Sol; habitualmente aparece ubicado en una laguna que llaman el Dorado, porque en medio hay unas islas en que hay yacimientos de oro.18 Por último, la Ciudad de los Césares, otra leyenda que se sostiene en la existencia de tanta riqueza que maravilla; ilusión que genera la expedición del Capitán Francisco César, núcleo original de la historia de esta ciudad encantada.19 Espacio y riqueza se aúnan en la construcción del mito, el cual, por definición, necesita un espacio donde configurarse.20 En estos casos, la isla, la sierra, la ciudad o la laguna son precisamente las que poseen el exceso deseado. La especificación geográfica de accidente natural no sólo retrotrae la historia de la leyenda a un tiempo primigenio y a una tierra que, en su origen, posee aquellos tesoros aún no descubiertos, sino que también permite asir el mito en sí. Es decir: la regularidad y el conocimiento de este tipo de accidentes geográficos posibilita imaginar su acceso, regular el recorrido hacia él, proyectar su conquista y, por otro lado, circunscribe el deseo del oro en un marco deducible geográfica e ideológicamente.21 Y aunque aquello a representar en el Río de la Plata no sea necesariamente lo esperado, la inclusión de estos mitos en los relatos, la narración de su búsqueda, resulta insoslayable, del mismo modo en 198 que lo fue para los exploradores la acción propiamente dicha de conquista de semejante maravilla. La representación de los espacios míticos en estas crónicas se halla circunscripta, precisamente, al desplazamiento. Este puro suceder de la acción territorial en pos de un mito que resulta finalmente inalcanzable es parte de la realidad de estos españoles, de su vinculación con el espacio que transitan. Por eso en la descripción de este recorrido frustrado, lo que se destaca es que los caminos de acceso al espacio de leyenda se hallan siempre plagados de obstáculos que impiden o complican el recorrido. Los europeos se encaminan hacia el encuentro del espacio utópico reiteradamente y, si bien nunca logran hallarlo, tampoco desmienten su existencia o cuestionan su realidad. 22 Como lo señala Nadia Minerva: “en el contacto con la literatura de viaje, la geografía utópica deja de ser imaginaria para devenir en real y la utopía cesa de ser pura ficción para devenir verosímil” (2001: 203). De este modo, si bien las características fútiles del espacio conquistado imponen ciertas refuncionalizaciones, como se ha visto anteriormente, los relatos no anulan las estructuras discursivas previas de una retórica y de una poética reconocible para los españoles en la metrópoli y fuera de ella. De ahí que el desencuentro permanente de estos espacios –necesarios ingredientes configuradores de una lógica de poder estratificadora y significante– no establezca la palpable confirmación de su inexistencia; por el contrario, “en vez de desaparecer ante la realidad del territorio conquistado, [el mito] renace, crece y se transforma” (Ainsa 1998: 45). Ulrico Schmidl relata las dificultades del acceso a la isla de las amazonas, a la que finalmente nunca llega; Ruy Díaz de Guzmán refiere la noticia de esas tierras de mujeres que se asemejan a aquellas “de Scitas antiguos que refieren los escritores” (178), (dato que, más que poner en duda su realidad, la confirma ante sus ojos), 23 e incluso ubica en su mapa el lugar que ocupan en el espacio americano. Asimismo este cronista da cuenta de la existencia 199 de la laguna del Dorado y, si bien especifica su ubicación geográfica “entre el Brasil, Marañón y cabeceras del Río de la Plata” (177), esto no determina igualmente su encuentro. El aspecto inaccesible de estos espacios posibilita precisamente su supervivencia en el imaginario europeo conquistador. La idealización se acrecienta, los relatos del oro mítico se amplían de boca en boca, su rasgo inasible fomenta su existencia, la cual, paradójicamente, deja de ser verosímil para convertirse en verídica. Aislados, impenetrables y casi invisibles: estos son los elementos estructurantes y esenciales del arquetipo mítico (Ainsa 1998: 168), éstas son las características que confirman el tipo de representación ofrecida de estos espacios y, por lo tanto, la clase de aventura que engendran. Ulrico Schmidl cuenta que marchan rumbo a las amazonas. En cuanto a ellas, el relato de este cronista se mantiene, en principio, en el orden de lo esperado ya que reproduce la leyenda femenina afincada entre los europeos: [las amazonas tienen] un solo pecho y vienen a sus maridos tres o cuatro veces en el año y si ella se embaraza por el hombre y es varoncito, lo manda ella a casa del marido, pero si es niñita, la guardan con ellas y le queman el pecho derecho para que éste no pueda crecer; el porqué le queman el pecho es para que puedan usar sus armas, los arcos contra sus enemigos; pues ellas hacen la guerra contra sus enemigos y son mujeres guerreras. (También) viven estas mujeres amazonas en una isla y está rodeada la isla en todo derredor por río y es una isla grande. Si se quiere viajar hacia allá, hay que llegarse a ella en canoas. (También) en esta isla las amazonas no tienen ni oro ni plata, sino en Tierra Firme, que es en la tierra donde viven los maridos; allí tienen gran riqueza y es una gran nación (87). La especificación de que la riqueza se halla entre los hombres diverge respecto de los anteriores relatos sobre este pueblo femenino. La existencia del metal precioso en tierra firme posibilita la entrada del europeo; en ese marco se inscribe la expedición que se emprende hacia ellas y, así, la inaccesibilidad 200 de la isla no parece obturar la posibilidad del encuentro ansiado. El derrotero y viaje hacia el espacio mítico es aquí una aventura heroica que no tiene recompensa alguna, el gran tesoro se limita a contadas planchas de oro que obtienen de las naciones de jarayes y ortueses, botín mísero que, además, será decomisado por Cabeza de Vaca. Ruy Díaz de Guzmán también menciona la leyenda, reproduce el aspecto guerrero y corporal de las amazonas: “Confirmóse esta noticia [la de la tierra de las amazonas] con la que adquirió el capitán Orellana en la jornada que hizo con Gonzalo Pizarro á la Canela, bajando por el Marañón, donde le dieron relación de esta jente y de sus pueblos” (178). Pero a pesar de la confirmación, el cronista no puede dejar de referir que “dudando el general a qué parte había de tomar, resolvió volver al poniente a buscar ciertos pueblos de indios que decían tenían plata y oro” (178). El retorno al punto de partida, como sucede con la expedición de Ribera, o el cambio de recorrido, como le sucede a Orellana, marcan un mismo destino de acción sobre este tipo de espacios, el cual también alcanzará a la expedición de Irala. A pesar de todos los fracasos ligados al encuentro de los mitos, Irala se dirige hacia la provincia del Dorado. La ubicación aparentemente parece ser dato certero, pero habiendo acudido tanto las lluvias anegaron toda aquella tierra, ya de las vertientes del Perú, ya de las de aquellos ríos, por cuya causa y viendo que se les aniquilaron ó murieron los caballos, y más de mil quinientos amigos de los indios que trajeron de la Asunción y de los que de nuevo habían adquirido, padeciendo los mayores trabajos y miserias que hasta aquí nunca pasaron los españoles en las Indias, con tantas enfermedades que les resultaron, de que murieron no pocos: determinaron dar la vuelta a sus embarcaciones, con tanta dificultad que no fue poca felicidad haber llegado á ellas según la inundación de toda aquella tierra, causa de tanta perdición, por lo que llamaron a ésta la Mala entrada (Díaz de Guzmán 1974: 197). 201 La exploración y el recorrido que realiza Irala vuelven a poner en escena, a pesar de su infructuoso final, la incuestionable centralidad del espacio mítico en el imaginario y en el accionar de los conquistadores. Sin embargo, no es sólo ese lugar clave el que establece la presencia de este episodio en la crónica, los padecimientos sin igual vividos en la expedición determinan también su importancia en el relato, por un lado porque el comandante de la misma es el abuelo del cronista, por el otro porque tales sufrimientos permiten configurar el tipo de aventura que éste emprende; aventura única que es caracterizada en su particularidad, dado que lo experimentado en la marcha hacia la conquista del Dorado “nunca [lo] pasaron los españoles en las Indias” (el subrayado es mío). Como puede observarse, el viaje y el espacio viajado son los elementos que estructuran y condicionan la forma del contenido utópico. 24 De este modo, el difícil camino lleno de obstáculos y peligros devela la naturaleza iniciática del itinerario emprendido por el viajero. Dado que en este caso el recorrido posee indefectiblemente un final frustrado, el camino trazado constituye aquí la vía de conformación del sujeto-conquistador en la crónica y no el pasaje hacia una adquisición heroica que se logra una vez alcanzada la ganancia, una vez encontrado el mito ansiado. Sin embargo, a pesar del lugar que adquiere el conquistador en el transcurso del viaje de conquista y en la necesidad de sostener la búsqueda del espacio maravilloso, el fracaso territorial y económico establece una marca en el relato de conquista. Por eso, la entrada de Irala es, por definición, “Mala”, maldita, equivocada, pero también distintiva. El relato de la marcha en busca de la leyenda conforma un discurso trágico en el que la fatalidad marca el destino del héroe a pesar de todos los intentos que éste realice por contrariarlo. La marca diferencial reside en que el sino fatídico no lo detenta quien se dirige camino al botín sino el espacio que lo esconde. La tierra es la razón 202 que imposibilita el acceso: una isla rodeada de agua, sierras accesibles sólo a la vista, terreno cenagoso, inundado, que imposibilita el tránsito e impone la retirada. Se vuelve porque no se puede “hacer la entrada” esperada, se relata el emprendimiento porque se ansía la conquista futura, se maldice una y otra vez por el aspecto escurridizo del tesoro que impone el territorio que se les presenta y que estructura, finalmente, el mito que da origen al viaje. Pero, pese a los fracasos y muertes, la expectativa del botín justifica los riesgos, la aventura, su narración; el prodigio que les está predestinado no es imposible, hay indicios reales del precioso metal que recogen los conquistadores en pequeñas entradas, hay un vértigo sostenido por los tesoros de Moctezuma y Atahualpa que permiten la propagación y el mantenimiento intemporal del mito. El sostén de estos espacios, de su búsqueda a lo largo del tiempo y de los escritos, por un lado da cuenta de un tipo de estructura narrativa ya legitimada tiempo atrás, por el otro les ofrece a estos cronistas la posibilidad de encontrar un medio de seguir poniendo en funcionamiento modelos y esquemas familiares que son, sin lugar a dudas, identitarios. Si la ausencia es signo de presencia, como en el caso de las sierras vistas por Álvar Núñez, si el no hallazgo acrecienta las virtudes de la maravilla, el espacio real abona, entonces, con sus características, sean cuales fueran, a un tipo de discurso que no se sostiene fácticamente en la experiencia. Aún más, el encuentro con esa ciudad, esa isla o esa laguna de leyenda no determina su lugar en la crónica, los espacios míticos existen previamente al viaje y, por lo tanto, se inscriben en el texto con anterioridad a su confección. Ya sea porque fueron creados, recreados o “descubiertos” por otros viajeros, ya sea porque explícitamente fueron construidos por otros textos, esa discursividad expansiva, oral o escrita, que les da existencia, es precisamente a la que se apela, la que se fomenta y en la que se sostiene la palabra y la acción propiamente dicha. El carácter escurridizo del mito es otra vía 203 en la que se sostiene el lugar central del conquistador y de la ideología que lo conforma: el espacio de la utopía es tierra virgen a la espera del descubrimiento, la cual establecerá la riqueza del viajero y así el éxito de la empresa. Por eso, desterrar de la imaginación y del texto la posibilidad del hallazgo de metal precioso a bocanadas, es poner en evidencia una ruptura entre lo real y lo imaginario, entre lo que es y lo que debería ser la tierra a conquistar. La ruptura de este imaginario, que sostiene el viaje y el recorrido exploratorio constante, permitiría poner en cuestión la acción de los españoles y del imperio español en este territorio, así como convertiría al espacio rioplatense prácticamente en objeto irrepresentable. El fracaso absoluto no sólo es imposible de imaginar para los que arriban a esta parte del continente conquistado, sino también imposible de reproducir de uno y otro lado del océano. La supervivencia del mito posibilita el relato de la experiencia del hambre y del padecimiento; las miserias otorgadas por el espacio viajado se ligan con las virtudes que esconde, lo que posibilita sostener la imagen de lo Otro elucubrada desde la metrópoli. En esa combinatoria se sostiene la representación espacial, es ella precisamente la que posibilita este tipo de relatos. Las Amazonas, el Dorado, la Sierra de la Plata y la Ciudad de los Césares son espacios que, a diferencia de la otra realidad decepcionante narrada, resultan verdaderamente legibles en tanto confirman el deseo europeo. Así los cronistas continúan narrando estos mitos, representándolos, porque en ellos se reafirma una perspectiva común, una clase de percepción y de estructura arquetípica; porque son ellos los que permiten sostener la aventura y hacer del conquistador un buscador creyente e incansable, un hombre que no flaquea y se empeña denodadamente en la búsqueda del oro ansiado en el que nunca deja de creer. 204 Perseguir el camino del oro Esa creencia ferviente en la existencia del tesoro escondido se alimenta tanto de las riquezas ya encontradas en otras partes de América, como de las historias que validan esta esperanza y que redireccionan el itinerario conquistador. El Río de la Plata se halla relacionado, desde el principio, con el mito del oro enriquecedor y esto se ve ejemplarmente en el recorrido que realiza la expedición de Sebastián Caboto. Hay que tener en cuenta que el rey firma capitulaciones con él y con Diego García de Moguer para una expedición a las Molucas, que contaba con el apoyo financiero de mercaderes españoles e italianos interesados en el comercio de las especies. A pesar de hallarse establecido el itinerario, los navegantes deciden modificarlo con el objeto de redescubrir la zona del Plata. Este viraje, que ignora el compromiso contraído con la Corona y con los financistas privados, es generado por el encuentro de Caboto y García de Moguer con los sobrevivientes de la expedición de Solís, quienes habían quedado en las costas uruguayas y brasileñas a causa del naufragio de una de sus embarcaciones. Los rumores deslumbrantes de los náufragos sobre los imperios del rey Blanco, la Sierra del Plata y el lago donde dormía el Sol encienden la imaginación de los recién llegados. Son precisamente los relatos que atestiguan estos hombres los que llevan a los nuevos expedicionarios a cambiar el rumbo y perseguir el camino del oro (ver Assadourian 1992).25 Enrique Montes y Melchor Ramírez, los náufragos abandonados de la armada de Solís, les cuentan a todos los tripulantes la historia de Alejo García y de los demás aventureros que llegaron a la Sierra de la Plata, así como también relatan la historia del rey Blanco y de los habitantes de las Sierras que llevaban coronas de plata en la cabeza y planchas de oro colgadas al cuello (Carta de Luis Ramírez, 10 de julio de 1528. Documentos históricos y geográficos 1941: 94-95). Enrique Montes, el más entusiasmado, no se cansa 205 de repetir que: “había tanta plata e oro en el río de Solís que todos serían ricos, e que tan rico sería el paje como el marinero (...) e de alegría que tenía el dicho Enrique Montes cuando decía aquello e mostrando dichas cuentas de oro, lloraba...” (Declaración de Antón Falcón de Colibia en el interrogatorio de Caboto. Medina 1908, 2: 382). En ese encuentro con los sobrevivientes, en ese relato promisorio y en ese llanto ideal se cifran las razones que determinan un recorrido territorial particular. Evidentemente es el relato de una práctica (o no-práctica aún) lo que produce el viaje y decide el itinerario, es decir, es el discurso de quienes han recorrido el terreno (aunque el resultado de tal tránsito no haya sido efectivo) el que significa el espacio a los ojos de los futuros exploradores. De rumor apetecible a enunciado prometedor, el espacio del Río de la Plata es un producto enunciativo en primera instancia, que significará pluralmente una vez percibido, degustado y representado diversamente mediante la palabra. Pero la promesa nunca se concreta y el rumor nunca llega a confirmarse: tanto Caboto como Diego García, antiguo compañero de Solís que también sigue la historia de la sierra encantada, no tienen éxito y regresan a España vencidos por la naturaleza salvaje y desalentados por el desastre de Corpus Christi. Aun a pesar del fracaso de tales emprendimientos, el valor del nombre del mito se extiende y acrecienta. Esto se ve en los esfuerzos que comienza a realizar Portugal por llegar a las minas de la Sierra del Plata y en el envío que efectúa España de otra expedición, esta vez al mando de don Pedro de Mendoza. El mito, que tanta incidencia posee en el imaginario, conserva su efecto deslumbrante. El rumor del oro comienza a rodar, a conformar su poder, a partir de un sostenido trabajo de ampliación y credibilidad. Lo que constituye el mito, lo que le otorga ese aspecto maravilloso que aúna lo imaginado, lo deseado y lo prometido, no es el reconocimiento de lo inusual sino ese “certero exceso” (Greenblat 1991: 76) que lo define y 206 que asegura quien lo pregona. Una vez puesto en juego el “lenguaje de las maravillas” (Rubiés 1999: 77), el rumor se expande y así el mito se va propagando de acuerdo con la distancia y la dificultad de acceso a ese espacio ideal, pero también de acuerdo con sus potencialidades. La intensidad hiperbólica de la maravilla alcanza a la leyenda en sí misma, condenada a existir en perpetuo crecimiento. En este caso en particular, por otro lado, los sujetos que portan el relato del oro, quienes “confirman” la inmensa cantidad existente de este metal, son náufragos de la armada de Solís; es decir, son hombres cuya palabra se halla acreditada en su experiencia conquistadora, lo que fomenta de este modo el carácter verídico de lo enunciado. Sin embargo, su discurso no sólo se encuentra legitimado por el capitán al que responden, descubridor del río que lleva su nombre, sino también por las muestras de oro y plata que exponen como pruebas de sus afirmaciones. Las pocas coronas que muestran, junto con la confirmación otorgada por parte de los indígenas, 26 aseguran el sostén del relato mítico que finalmente es el que produce la emoción del náufrago y decide la dirección del viaje. El mito se convierte en utopía igualadora (“había tanta plata e oro en el río de Solís que todos serían ricos, e que tan rico sería el paje como el marinero”), y por eso también es tan ansiado su encuentro; su abundancia intrínseca es enunciada abarcativamente, aunque resulte indescriptible en su minuciosidad: es “tanta la plata y el oro…”. El relato del espacio utópico que porta el náufrago se vuelve, entonces, hiperbólico y la desmedida que lo caracteriza genera el desborde del narrador. Enrique Montes llora ante lo que sería la confirmación del deseo, su correspondencia directa con lo imaginado; llora porque entre las “cuentas de oro” que muestra y la cantidad de metal que dice, no sólo se validaría su empobrecida y padeciente experiencia, sino que también el Río de la Plata dejaría de lado su diferencia y daría cuenta, finalmente, de lo que los europeos esperaban de él. 207 El oro, objeto imposible de asir en su totalidad, el que en general es referido sólo sinecdóquicamente, en el que se estructura la utopía geográfica rioplatense, es, en su definición excesiva, producto de una ideología muy clara que alcanza tanto a la práctica como al discurso. Como se ha visto en este rumor expansivo y agigantado, el desborde –en su más amplia connotación– es parte constitutiva del espacio del Río de la Plata y de cualquier relato ligado a él. 208 Notas 1 En el ámbito de la geografía cultural, autores como Edward Soja, David Harvey o Derek Gregory sostienen esta postura al llamar la atención sobre la importancia que, desde el siglo XIX, ha tenido el recurso histórico como herramienta básica y como dispositivo exclusivo de análisis político-social. La obra de Michel Foucault adelanta las denuncias de estos geógrafos al mostrar la relación de la temática del espacio con el saber y el poder. La apuesta de Foucault y sus seguidores es la de una historia que acaba desbordando la temporalidad como forma privilegiada de relación entre acontecimientos. Esta posición, que prioriza el espacio por sobre el tiempo, se sostiene en el hecho de que todo intento de trazar la historia de los poderessaberes remite inevitablemente a la escritura de los espacios (ver Soja 1990; Harvey 1989; Gregory 1998). 2 La concepción ontológica, epistemológica y teórica de la espacialidad, la historicidad y la sociabilidad en tanto dimensiones interconectadas de la vida humana, es uno de los argumentos centrales de Lefebvre retomados por Soja. Él elabora el término “trialéctica” con el objeto de describir un modo de razonamiento dialéctico que es más inherentemente espacial. Esta trialéctica de la espacialidad, del pensamiento y de la imaginación espacial responde a los tres tipos de espacios elaborados por Lefebvre (ver Soja 1996). 3 Frente a esta amplitud conceptual, el espacio mental ya no puede ser concebido como único eje de análisis porque incluso los textos trascienden esta dimensión unilateral al dar cuenta de tal simultaneidad. Lo que resulta interesante, en este sentido, es que quienes intentan abordar esta problemática espacial en relación a la literatura apelan generalmente a un tipo de definición excesivamente abarcadora –y por tanto unificante–, en la que la metaforización es el método elegido de abordaje. El problema surge al enfrentarse al discurso efectivo de determinado tipo de relatos que construyen prácticas, códigos y estrategias espaciales que los distinguen y definen en su particularidad. La afirmación de Michel de Certeau, según la cual “todo relato es un relato de viaje, una práctica espacial”, parte de una concepción abstracta y mental del espacio que, en su afán homogeneizador, deja de lado la realidad empírica de un espacio social, un espacio conceptual y otro experiencial. ¿A qué práctica espacial está haciendo remisión de Certeau? La especificación se dilata como el género ampliamente inclusivo al que hace mención. Viaje real o imaginado, geografía encontrada, practica- 209 da o supuesta; así, en la generalización casi silogística del enunciado proferido, la práctica se unifica espacial y temporalmente, los desplazamientos se aúnan y pierden su distinción significante (de Certeau 1988: 115-130). 4 En este sentido, cabe destacar que, si bien Lefebvre reconoce los cambios que se producen sobre el espacio natural, no incluye en su historia del conocimiento espacial el valor del discurso y de la escritura. Abocado a fundamentar la preeminencia de la producción del espacio por sobre su lectura, deja de lado la dimensión del lenguaje, sin ver el discurso de esa realidad social que pretende historiar como práctica ejercida sobre el espacio a través de la letra. Otros teóricos sobre la espacialidad, como Yi-Fu Tuan, amplían la perspectiva de análisis al considerar al discurso y a la palabra escrita como elementos integrales en la construcción de lugares y de espacios (ver Tuan 1991). 5 Sobre esta conexión y la noción de paisaje, ver Aliata y Silvestri 2001. 6 Las diferencias de percepción y representación espacial entre las crónicas de los europeos y la del mestizo Ruy Díaz de Guzmán evidencian que el espacio subyuga o repele en función del uso y/o provecho que se haya obtenido de él o que pretenda obtenerse a posteriori. La experiencia vivida, los réditos alcanzados, las condiciones de enunciación y las biografías de cada uno de estos sujetos determinan finalmente la opción elegida, es decir el tipo de imagen cultural que se ofrecerá al lector. 7 Sobre la distinción geográfica entre espacio y lugar, ver Tuan 1983; Arias y Meléndez 2002: 13-23. 8 “La amistad de los guaraníes estaba muy lejos de ser desinteresada, pues aunque ellos proporcionaban provisiones e indios a los conquistadores, exigían a su vez que éstos los ayudaran en las guerras con las tribus enemigas de ellos” (Peña 1904a: 4). 9 Con el propósito de poner un poco de orden en aquel caos, Cabeza de Vaca promulgó una serie de bandos que establecían: a) que ningún español pudiera tener indias parientas entre sí; b) que nadie saliera de la ciudad sin licencia; c) que ninguno pudiera “rescatar gato ni papagayo sin licencia de su señoría so pena quel que lo rescatare lo pierda y esté tres días de cabeza en el cepo si no fuera hidalgo, y si lo fuere questé encarcelado seys días en su posada”; d) que ninguna persona fuera “osado de andar de noche por el pueblo después de tocada la prima... por evitar los hurtos que de noche se pueden hazer”; y e) que ninguna persona fuera “osado de comprar ni contratar armas algunas de ninguna condición con ninguna persona de los nuevamente venidos”. Más allá de dar cuenta del establecimiento de “Estatutos y ordenanzas acerca de lo que han de hazer las lenguas”, de la autori- 210 zación dada a las indias para visitar a sus padres en sus pueblos, de la recomendación de que los españoles no tomasen “a los indios carios los esclavos que ellos hiciesen, para evitar que se dedicaran a ese comercio”, Álvar Núñez también realiza una serie de actos llamados “de justicia”. Entre ellos cabe mencionar el que pronunció contra la india que había matado a su amo con yerbas, la cual fue “hecha cuartos” y los cien azotes que mandó dar a un tal Bernardo de Castañeda, quien cierta vez había penetrado en la casa de un indio “a media noche, e por fuerza delante del propio indio anduvo a los brazos con su mujer para echarse con ella” (De Gandía 1932: 32-34). 10 Como señala Bartomeu Meliá, “fue característico del proceso colonial paraguayo el modo de unión de los ‘cristianos’ con las mujeres de los Guaraní, lo que muy pronto, ya en el mismo siglo XVI, daba lugar a justificaciones ideológicas contrapuestas; se hablaba de ‘cuñadazgo’, como si entre ‘cristianos’ e indios se hubiera sistematizado una relación de verdadero parentesco” (1981: 157-167). 11 Sobre la relación entre espacio y biografía, ver Pred 1986. 12 Entrikin hace hincapié en la tensión básica que existe entre el sentido del lugar existencial, relativamente subjetivo, y la concepción naturalista de lugar, relativamente objetiva. Esta polaridad definitoria será una de las características de las narrativas de lugar, las cuales se edifican sobre la base de las tensiones “entre lo subjetivo y lo objetivo y entre los agentes individuales y las circunstancias dentro de las cuales esos agentes actúan” (1997: 309). 13 Antes de la llegada de Álvar Núñez, la soldadesca lo coloca de común acuerdo en el rol de mando; luego del apresamiento del Adelantado, ocupa este cargo nuevamente por elección y pedido popular. Ante la revuelta que se realiza contra Irala, y que él mismo comenta en su carta al Consejo de Indias, decide renunciar a la gobernación en 1548. A partir de este hecho, comienza a ver que, quienes estaban a cargo, hacían guerra contra los que no lo debían y se manejaban sin conservar ni haber “otros yntereses mas que el servycio de sus personas”. La mala administración de Gonzalo de Mendoza y la tiranía de Diego de Abreu llevan a los oficiales y a la gente de guerra a acordar el retorno de Irala como gobernador para que “administrase y tuviese justicia y fue asi que yo fuy requerido por todos generalmente que me encargase del dicho cargo de governación y administración de justicia, poniendome delante al servicio de Dios Nuestro Señor y de Vuestra Alteza atento lo qual y vista la necesidad grande que avia yo acete el dicho cargo” (1939: 499-509). Finalmente, para el momento de redacción de su carta del 24 de julio de 1555, Irala recibe la Real 211 Cédula de Gobernación que el rey le envía, legalizando de este modo el rol que venía asumiendo. 14 ¿Se referirá acaso Álvar Núñez a las Sierras de la Plata? Si bien no hay mención alguna al respecto, dado que el mito tiene lugar en este espacio y en el resto de las crónicas, es probable que así sea. 15 El Adelantado ve lo que los otros no ven, esta visión en demasía, que excede al accidente geográfico, es acorde con el objetivo del texto que busca encumbrar la figura de Cabeza de Vaca. Este aspecto que lo caracteriza y distingue remite a su vivencia, también distintiva, en la Florida y narrada en los Naufragios. Su capacidad excepcional allí relatada se corresponde aquí con otra excepcionalidad que no se vincula con las creencias religiosas o las necesidades que impone la supervivencia, sino con su experiencia, aquello que precisamente se pone en cuestión por la soldadesca. Aún más, ver lo que nadie ve, o mejor, saber ver lo que se halla por detrás de lo evidente, es aquello que determina este episodio pero también el mensaje alegórico que pretende ofrecer la crónica. 16 Cuenta Pero Hernández que “por no llevar aparejo de mineros ni fundidores, ni las herramientas que eran menester para catar y buscar la tierra, y por la gran enfermedad que dio en la gente, no hizo el gobernador buscar el metal, y también lo dejó para cuando otra vez volviese por allí porque estas sierras caen cerca del puerto de los Reyes, tomándolas por la tierra” (177). En el resto de la crónica no vuelve a hacerse mención a estas sierras, ni al intento por volver a ellas con los elementos necesarios. 17 March y Passman reconstruyen la historia del mito de las amazonas desde la antigüedad clásica, pasando por la literatura española medieval hasta los relatos de viaje y conquista (1994: 285-338). 18 Para un análisis de este mito, ver de Gandía 1929; Lummis 1917: 179193; Sánchez 1994: 339-378 y Mahn-Lot 1987: 410-416. 19 Sobre esta ciudad de leyenda, ver de Gandía 1933. 20 En cuanto a la diferencia entre mito y utopía, se retoman aquí los postulados de Fernando Ainsa (1998). Para los conceptos de mito y utopía respectivamente, ver Mircea Eliade 1968; Barthes 1980 y Servier 1969, entre otros. 21 Este marco se halla estructurado, desde los portulanos de fines de la Edad Media, en relación a una concepción particular de la geografía en tanto viaje, fábula y epopeya heroica. El mapamundi anuncia las maravillas, las riquezas, las esperanzas pero también los peligros del mundo. Las cartas geográficas realizadas en el siglo XVI permiten ver cómo esa cartografía maravillosa se traslada a América. Junto a leyendas significativas, monstruos fabulosos, nombres de ríos, sitios geográficos reales e imagina- 212 rios, el mapa construye la historia del viaje que relata representando a la vez una superficie real y un espacio mítico (Rojas Mix 1992: 40-64). Esa ambivalencia que caracteriza a la cartografía del momento responde, a la vez, a una concepción geográfica en conexión directa con la orientación político-ideológica del período de conquista. Si la maravilla se convierte, según Stephen Greenblat, en la figura central de todo el sistema de representación verbal y visual, filosófico y estético, intelectual y emocional durante la tardía Edad Media y el Renacimiento, su lugar en el relato y en la carta geográfica es necesario como elemento articulador de un sistema de representación reconocible y perceptible. La ambivalencia antes señalada es, precisamente, definitoria de la maravilla ya que ésta “llama la atención sobre el problema de la credibilidad, al mismo tiempo que insiste en su innegable existencia” (Greenblat 1991: 20). 22 Para muchos, esa creencia ferviente se basa en las escrituras –religiosas, clásicas y mitológicas– previas. De este modo, las tierras de Ofir y Tarsis son reales –y por eso se marchará en su búsqueda– porque “la incuestionable autenticidad atribuida a las sagradas escrituras permitió [el surgimiento de] las hipótesis menos probables que pueda imaginarse” (Sánchez 1994: 189-240). Lo mismo sucede con el mito de las amazonas. Si tanto el aristócrata educado como el soldado común vivían en una cultura que creía en la realidad histórica y contemporánea de las amazonas, esto se debía a la estrecha interrelación entre la literatura medieval española y las fuentes clásicas que relataban esta leyenda (March y Passman 1994; Dathorne 1994). 23 Ruy Díaz alude aquí a la tradición clásica y al aspecto escriturario que rodea este mito. Recordemos que las amazonas fue un tema antiguo, descripto por primera vez por Herodoto. Las Amazonas (del griego a, privación, y mazos, teta) eran originarias del Cáucaso y habitaban las márgenes del Termodonte, cerca de Trebisonda, en el Asia Menor. Este mito, que en los tiempos clásicos fue materia de poetas, artistas y mitógrafos, perdura durante la Edad Media y se extiende con las primeras noticias del descubrimiento de las Indias. Una vez llegado al Nuevo Mundo, las islas Femenina y Masculina de los mapas medievales se transforman en islas de Carib y de Matinino, una habitada por caribes, la otra por amazonas, exactamente igual que en las costas del Termodonte donde, según las fábulas clásicas, caribes y amazonas vivían en relativa vecindad. Las amazonas, vistas por la fantasía de Colón, revelaban los mismos hábitos que las mencionadas por Herodoto: se relacionaban una vez al año con los hombres, en primavera, sólo con el fin de perpetuar la raza; guardaban para sí las niñas que daban a luz y entregaban los niños a los padres. Pedro Mártir de Anglería también 213 abona esta leyenda al divulgar en sus cartas y Décadas la existencia de las amazonas en las Antillas, agregándoles detalles de erudición –como la supuesta mutilación de un seno– que pronto repetirían los mismos conquistadores, como lo hacen estos cronistas. (Para un acercamiento a la relación entre este mito y las crónicas de conquista, ver March y Passman 1994; Leonard 1996: 59-67). 24 Para un análisis del tipo de condicionamientos entre forma y contenido del mensaje o proyecto utópico, ver Fortunati 2001: 7-10 y 71-81. 25 Cabe destacar ciertas diferencias entre los historiadores en lo que a este episodio respecta. Enrique de Gandía, por ejemplo, sostiene que Sebastián Gaboto (originalmente Sebastiano Caboto) firmó la capitulación para ir a las Molucas sólo con el fin de conseguir del emperador los elementos necesarios para el viaje, pero su idea fue siempre la de remontar el río de Solís, donde se creía que existían grandes riquezas. Esta afirmación se basa en el estudio de José Toribio Medina sobre la figura de Caboto. Si bien la presunción de Medina no es retomada por los historiadores contemporáneos, es interesante traerla a colación para dimensionar el lugar que ocupa el relato del oro en el emprendimiento del viaje en sí (de Gandía 1929; Toribio Medina 1908). 26 El relato indígena no pierde credibilidad en este contexto porque se halla enmarcado por otro relato, generalmente europeo, que es el que aporta el dato mítico y valida su existencia. Las palabras de los naturales de la región funcionan como un elemento más corroborador de lo ya conocido y divulgado por otros expedicionarios, adquiriendo de este modo un valor suplementario que hasta el momento no poseían. Capítulo 4 El Río de la Plata en imágenes Palabra e imagen Las imágenes transmiten significados diferentes a los de las palabras, aún cuando pretenden ser la mera traducción de un mensaje verbal. Bernardette Bucher Hasta aquí se ha trabajado el discurso de y sobre el Río de la Plata, los tópicos construidos y continuados, los problemas representacionales con los que se enfrentaron los cronistas a la hora de poner en palabras la realidad disruptiva con la que se toparon. Sin embargo, no fue sólo la escritura el vehículo utilizado para mostrarle a Europa estas nuevas tierras descubiertas. La imagen también cumplió un rol importante, en ocasiones central, al ilustrar las dificultades de ver lo nuevo e intentar representarlo y al poner en evidencia, quizás más elocuentemente, la incidencia de los imaginarios en el momento de elegir la escena, de delinear las figuras, de componer el cuadro. Pero la relación entre palabra e imagen no fue privativa de las crónicas rioplatenses; de hecho, el primer texto ligado a la con214 215 quista y al descubrimiento de América ya poseía una ilustración que lo acompañaba. 1. “Insula hyspana”. Grabado de la edición latina de la Carta de Colón (Basilea 1493). Este grabado es la representación gráfica más antigua del Nuevo Mundo y del indio americano y, por tanto, considerada “la piedra angular de la épica visual de la conquista y colonización de América” (López Baralt 1990: 71). Si bien Insula Hyspana data de fines del siglo XV, habrá que esperar hasta avanzado el XVI para que la práctica iconográfica americana, que acompaña los relatos de viaje y exploración, se acreciente y consolide. La elaboración de la imagen gráfica del Nuevo Mundo fue lenta en un principio porque el medio –el grabado en madera o xilografía– limitaba tanto la cantidad como la calidad de las ilustraciones. A partir de la segunda mitad del siglo XVI, el grabado se hace más abundante en 216 Europa ya que se comienza a utilizar la técnica de la impresión en cobre, hecho que marcará los inicios del libro ilustrado como género.1 Existen asimismo motivos de orden histórico que explican el florecimiento posterior de esta práctica: por un lado la escasez inicial de noticias sobre el descubrimiento, por el otro el temor de las autoridades españolas y portuguesas de que se divulgara demasiada información sobre las nuevas tierras antes de que sus respectivas coronas afianzaran su dominio sobre ellas (Alegría 1978). Sea nos inclinemos por razones de orden histórico o artístico, lo cierto es que, si bien existen representaciones tempranas, como las de Hans Burgkmair para un libro para Maximiliano I (1516-1519) y la serie de dibujos de las maravillas naturales y artificiales del Nuevo Mundo que realiza Gonzalo Fernández de Oviedo (1535), la mayoría de las imágenes que conforman la tradición icónica americana se produce durante la segunda mitad del siglo XVI. Entre ellas, cabe mencionar los grabados que ilustran la descripción del Perú de Pedro Cieza de León (1553), aquellos que acompañan el relato de las aventuras vividas por Hans Staden, cautivo de los tupinambás de Brasil (1557), las imágenes de indios americanos que ilustran las obras del franciscano André Thevet (15571575), los diecisiete grabados de plantas y actividades indígenas de Girolamo Benzoni (1565), las representaciones de la obra de Jean de Léry (1578), y los dibujos de los sujetos americanos que Jacques le Moyne y John White (1580) realizan con relativa lealtad a lo que observan en su calidad de testigos.2 Esta tradición de ilustraciones sobre América, que se desarrolla a lo largo del siglo XVI, está altamente alimentada por los trece tomos de los Grands Voyages que Jean Theodore de Bry y su familia publican entre 1590 y 1634. Pero también, aunque menos conocidas, por las veintiséis partes que componen la colección de relatos de viaje que edita Levinus Hulsius entre 1598 y 1660. Este rápido listado de viajeros, conquistadores, editores y artistas dedicados a ilustrar textos de exploración y descubrimiento muestra el auge de la imagen y su importancia como 217 complemento de la palabra. Las diferencias en este tipo de representaciones están más bien ligadas al contexto de producción de las ilustraciones sobre el espacio descubierto y al lugar ocupado por el dibujante en el viaje, si es que le cupo alguno. Estos aspectos cambian el punto de mira y las características del grabado o dibujo a ofrecer. La relevancia de la imagen de corte etnográfico, que busca alcanzar un valor “documental”, es observable, por ejemplo, en aquellos que responden a una misión oficial; mientras que el fuerte ingrediente narrativo, alegórico o mitológico es practicado principalmente, si tenemos en cuenta la importancia de los Grands Voyages de de Bry, por aquellos ilustradores de crónicas que relatan un viaje que ellos mismos no realizaron. Gonzalo Fernández de Oviedo es cronista oficial de Carlos V e ilustrador, la imagen funciona en su texto a la par de la palabra, como complemento –si no suplemento– de la incapacidad expresiva del lenguaje para dar cuenta de la novedad que, por momentos, resulta difícil de asimilar o encuadrar en los parámetros discursivos que el cronista posee.3 El caso del artesano realizador de la Insula Hyspana, como el de muchos ilustradores, es otro. Sin haber conocido el nuevo espacio descubierto, con la Carta de Colón en sus manos y con las herramientas gráficas que tiene, elabora un grabado elocuente (real e imaginario) de América. Como señala López Baralt, el uso indiscriminado del grabado –producto de artesanos que nunca pusieron un pie en el Nuevo Mundo– es evidente. La figura de la Insula Hyspana muestra una galera en nada adecuada para un viaje transatlántico: el grabado había sido usado antes para ilustrar relatos de viajes por el Mediterráneo, y sólo sufrió ligeras modificaciones para adaptarse al nuevo contexto (1990: 73). Claramente, con el texto frente a sus ojos –e incluso más allá de él– el artista alegoriza, traslada y compone la escena. Esta distinción entre quien ilustra en presencia y quien lo hace en ausencia es sustancial en cuanto al tipo de representaciones 218 iconográficas que se elaboran. Pero todas ellas, de uno u otro modo, son ilustraciones de una obra escrita que relata el encuentro con lo nuevo. Desde esta perspectiva, la interrelación entre palabra e imagen no puede ser concebida como un elemento más en el análisis de los relatos de viaje sino, por el contrario, y como podrá observarse, como uno de los ingredientes esenciales de las crónicas sobre América. Es evidente que las prácticas culturales a las que apela el sujeto europeo no acaban en la legitimada letra; en pos de dar cuenta de esa amplitud semántica, que los propios textos ofrecen y que el listado elaborado evidencia, se aborda aquí la imagen que forma parte del relato sobre el Río de la Plata. La idea es analizar aquellas crónicas de la conquista rioplatense que ofrecen una doble vertiente representativa, tanto iconográfica como verbal: Derrotero y viaje a España y las Indias de Ulrico Schmidl y La Argentina de Ruy Díaz de Guzmán. Las imágenes son diferentes: por un lado está el mapa confeccionado por el propio cronista mestizo, el cual se lleva a cabo en el territorio que la imagen ilustra; por el otro, los grabados que se agregan a la obra de un viajero como Ulrico, editados por Levinus Hulsius en Alemania. Desde esta parte de América se cartografía el Río de la Plata para España, desde Nüremberg se ilustra la experiencia americana de un soldado alemán para el público europeo. ¿Qué valor poseen estos grabados en el conjunto de la obra de la que forman parte, cuál es su función en estas crónicas, qué aspecto o episodio recortan, cómo funciona el texto en la confección de la representación iconográfica o cartográfica y viceversa, por qué el autor o editor optó por determinada imagen para un momento específico y por qué decidió delinearla de ese modo? Estos son algunos de los interrogantes que recorren el análisis aquí desarrollado. La propuesta entonces no es ahondar en el valor mimético de las ilustraciones, sino examinar los principios básicos que las componen, para poder leerlas como un sistema con coherencia interna, con sus respectivos fines, 219 condicionamientos y valores. En suma, el objetivo es poner el foco en la representación visual que se elige llevar a cabo en función del texto que acompaña, ilustra, complementa o que, azarosa o deliberadamente, excede. Primera Parte La crónica de Ulrico Schmidl y las ilustraciones de Hulsius 1. La edición de Levinus Hulsius4 En 1599 se edita en Nüremberg la crónica de Ulrico Schmidl en alemán y latín, relato que constituye la cuarta parte de la Colección de veintiséis viajes a diferentes partes del mundo… publicada por Levinus Hulsius.5 Esta es la segunda traducción latina del relato del soldado alemán, la primera la realizó el profesor Gothard Arthus, también en 1599, para la colección de viajes de de Bry. 6 En su estudio bibliográfico sobre la obra de Schmidl, Enrique Arana detalla las características de cada edición de esta crónica y, en lo que concierne a la de de Bry, menciona que posee “una lámina representando un puerto con la ciudad a la derecha del lector” (Arana 1931). Bernadette Bucher también hace referencia a las ilustraciones de la obra de de Bry y especifica que el relato de Schmidl, el cual abre la parte séptima de los Grands Voyages, se halla acompañado por cuatro grabados que “son pura fantasía, en parte inspiradas en cuadros previos de la colección de de Bry”;7 en estas imágenes, aclara además, “la etnografía es completamente descartada en favor de anécdotas simples sobre las relaciones entre los indios y los conquistadores españoles” (Bucher 1981: 19). La edición ilustrada de de Bry es conocida por Hulsius y claramente ejerce su influencia en el tipo de libro que éste publica de 220 la misma crónica, en la misma lengua y durante el mismo año de 1599. Arana señala que la colección de viajes de Hulsius se publicó a imitación de la de de Bry, empleando incluso colaboradores que el primero había utilizado, como el mismo Arthus.8 La conexión con de Bry es asimismo sostenida por el biógrafo de Hulsius, quien afirma que este último sigue los pasos de su compatriota y sostiene incluso cierto lazo de amistad entre los editores. Por otro lado, el conocimiento de la obra de de Bry se hace evidente en el prólogo mismo. Pero allí Hulsius busca diferenciar el texto que publica de la edición inmediatamente anterior de su contemporáneo. En el prólogo a la Vera historia admirandae cuius dam navigationis, quam Huldericus Schmidl, Straubingensis, ab Anno 1534 usque ad annum 1554, in American vel novum Mundum, iuxta Brasiliam & Rio della Plata...., Levinus Hulsius hace constar que realiza esta publicación por haber llegado a sus manos un ejemplar de la Relación de este autor que supone original por tener el retrato de Schmidl. Es interesante la observación de este editor para quien el grabado representando al soldado y cronista es la marca prácticamente incuestionable de la veracidad del relato que ha hallado.9 El aporte de esta edición está basado, entonces, en una cuestión clave: la nueva documentación, cuyo carácter verídico es subrayado por el editor, que funcionará como punto de referencia incuestionable de la historia “vera” que él publica.10 Las diferencias con el libro de de Bry no acaban aquí; esta publicación posee, además, no cuatro sino dieciocho grabados, no imágenes fantásticas sino representaciones iconográficas que intentan seguir el texto que acompañan, incorporando un sesgo etnográfico ausente en la edición previa. Y junto a ellas, se suma también un mapa de América en dos hojas: la primera comprende la parte septentrional de nuestro continente hasta el paralelo 23º 30’, y la segunda la parte meridional alcanzando hasta el paralelo 54.11 Si bien en el prólogo de esta publicación se señala la importancia que posee el retrato de Schmidl, en líneas generales el 221 conjunto de ilustraciones que componen su edición no son mencionadas en el mismo nivel que el aporte documental de la Relación hallada y a partir de la cual se realiza la traducción. Esta diferenciación puede explicarse debido al carácter ilustrativo con el que se las concibe;12 pero, contrariamente a lo imaginado por el editor, esas imágenes, entendidas como suplemento del relato ofrecido, se convertirían posteriormente en la contribución sustancial de su publicación. El descubrimiento de diversos códices de la crónica de Schmidl durante el siglo XIX colocan a esta traducción en un segundo lugar13 y, así, el aspecto casi circunstancial de los grabados adquiere una centralidad que singulariza la versión publicada por Hulsius, convirtiéndola en la única que ofrece un amplio compendio iconográfico sobre el Río de la Plata, sobre la historia y los avatares de su conquista. 2. Una imagen para el lector europeo En Derrotero y viaje a España y las Indias Ulrico Schmidl ofrece especificaciones geográficas y etnográficas relativas al territorio que recorre, así como relata acontecimientos históricos que abarcan un amplio período temporal, desde su llegada junto a Pedro de Mendoza hasta su regreso a Alemania. Tal como vimos, existe una nota común que caracteriza y particulariza la vivencia en el Río de la Plata, que marca una huella explícita en el recorrido efectuado y en la narración del mismo: el hambre. Los padecimientos vividos por los europeos, las razones de los combates, los asentamientos o las retiradas se explican, en gran medida, por esa carencia que los debilita, los mata y, por sobre todas las cosas, los limita en su accionar. Si una de las preguntas rectoras de nuestro primer acercamiento a esta crónica se derivaba del desafío que entablaba este cronista frente a la materia de su relato (cómo narrar el hambre detrás del cual se inscribe el derrumbe de todo estereotipo espe222 rable, qué parámetro discursivo utilizar para poder otorgarle el nivel de legibilidad necesario), una de las preguntas que surge al imaginarse un conjunto de ilustraciones de este relato es cómo abordar esta cuestión desde la imagen y en 1599, es decir treinta y dos años después de la primera edición de 1567. Esta vez el ilustrador no es el propio cronista, no puede remitirse a lo que ha visto y tratar de ser lo más fiel posible a lo que sus ojos han captado, esta vez lo que ve el dibujante es la palabra del que ha mirado y de quien reproduce a través de la letra lo que ha experimentado física y visualmente. En este caso, quien elabora los grabados libera su imaginación pero, por sobre todas las cosas, se basa en el texto que posee frente a sí. Mediación tras mediación, la mímesis esperada del objeto/sujeto americano se quiebra inevitablemente en su aparente “fidelidad representativa” llegando incluso, a veces, a desvanecerse. En esta publicación, editor y artesano deciden realizar un evidente recorte: sólo quince capítulos poseerán una representación iconográfica y sólo una de ellas narrará el hambre. El resto no dará cuenta del padecimiento, del cautiverio, de la muerte por inanición, ni tampoco del derrotero. En la serie no hay proceso sino resultados; tal vez por eso la mayoría de los grabados ponen en escena la grandiosidad del enfrentamiento entre indígenas y europeos. Ernst Gombrich señala que quien “desea representar una cosa real (o imaginada) no empieza abriendo los ojos y mirando, sino tomando colores y formas y construyendo la imagen requerida” (2003: 332). Evidentemente la ilustración del combate responde a ese requerimiento que dirige la elección del artista, mucho más si la lucha representada inscribe y reinscribe los bandos en confrontación y sus respectivas funciones, cristalizando la imagen del grupo victorioso y vencedor en el que se encuentra el soldado-cronista, el ilustrador y, por extensión, el lector europeo que requiere esa codificada representación. De este modo puede pensarse entonces que, si en el texto escrito por Ulrico la victoria se encuentra en 223 parte desdibujada –ya sea por las constantes apelaciones a la ayuda divina que fue en su auxilio, ya sea por la declarada importancia que tuvieron los arcabuces en el resultado final de gran parte de las contiendas, o por las condiciones físicas de los sujetos y de la tierra en sí– los grabados de combates que componen la edición de Hulsius conforman el otro texto de esta crónica, un relato acorde con la superioridad y heroicidad esperada de los conquistadores europeos. Es decir, más acorde con el imaginario victorioso de conquista que el propio cronista poseía a la hora de zarpar y que va perdiendo, en alguna medida, a lo largo de su experiencia, que con la reconversión de tal imaginario que elige narrar y del que, de hecho, da constantemente cuenta. Sin embargo, la divergencia entre uno y otro acercamiento no es de contenido, no hay imágenes fabulosas elucubradas por el ilustrador en función de lo que le inspira el texto. Aquí cada grabado posee la inscripción explícita del capítulo al que hace referencia y donde el lector encontrará esa escena o descripción aludida en el grabado. Aún más, en lo que respecta a las ilustraciones de lucha, todas responden a una batalla, efectivamente realizada y narrada en la crónica, en la que finalmente los españoles ganaron. Si hasta aquí la correspondencia texto-imagen parece ser directa y lineal, la diferencia se abre paso en función de los estereotipos ideológicos y visuales que dirigen la representación. La distinción en este caso particular está impresa en la selección y en los detalles del combate, en su referencia u omisión, más precisamente en los motores del enfrentamiento, pero también en la dimensión que se le otorga a cada uno de ellos. Vayamos caso por caso. Con excepción de las primeras dos imágenes que corresponden a retratos del cronista y del escudo que figura en el final, realizadas por otro ilustrador,14 de las quince imágenes de la edición de Hulsius con las que contamos, siete representan combates. La primera ilustración responde al capítulo ocho y a la lucha entre españoles y querandíes. El combate con esta valiente tribu –ya estudiado en los capítulos anteriores– termina en victoria, a 224 pesar de que no logran apresar a ninguno de los enemigos y de que cuentan con escasos bastimentos para sobrevivir. 2. “Batalla con los querandíes”.Ulrico Schmidl, Vera historia admirandae cuius dam navigationis quam ttuldericus Strawbingensis, ab Anno 1534 usque ad annum 1554, in American vel novum Mundum, iuxta Brasiliam & Rio della Plata... (Edición de Leuinus Hulsius, Nüremberg, 1599). Como puede observarse, la imagen muestra a dos indígenas con arcos y flechas que observan (¿comentan?) la lucha que se está efectuando a lo lejos. Desde “lo alto”, estos dos querandíes conforman el marco de la lucha; como una suerte de presentadores, extienden su brazo hacia la escena en la que debiera posarse el ojo y que “ofrecen” como espectáculo digno de retrato. Observadores y, a su vez, futuros actores en la batalla (quizás también combatientes que a distancia traman la estrategia conveniente y buscan el flanco débil), este dúo, junto a la gran cantidad de in225 dios representados en el grabado, ofrecen aparentemente una visión de los indígenas más bien vencedora, victoriosa. Pero esta percepción, que permite la imagen de combate, decae frente a la agresión representada por los europeos a caballo y con sus respectivas armas. Ante ellos, ante esta presencia elocuente, pierde eficacia tanto la numerosa cantidad de hombres del bando enemigo como la ordenada táctica militar con la que se los representa. Frente a la destreza en el manejo del fusil y de los arcabuces, frente a la lucha cuerpo a cuerpo y con el caballo, se destierra toda posibilidad de desventaja por parte de los españoles. Ante ellos, nos dice el grabado, o por lo menos ése parece ser el mensaje, sólo cabe la muerte o la huida. Éste es, precisamente, el relato que narrarán las imágenes que inaugura este grabado y que compone lo que llamaremos la serie bélica. Los aspectos negativos de esta victoria no son representados. Si la ilustración se propone acrecentar la visión positiva del accionar conquistador europeo sobre el territorio rioplatense y sus habitantes, el combate como núcleo narrativo, como causa y fin, se convierte en el motivo ideal. El resto, los resultados posteriores a la victoria, los elementos o las circunstancias que pueden revertir la dicotomía vencedores-vencidos, no son abordados por el ilustrador y, de algún modo, no son siquiera legibles para el lector europeo, aunque el propio Ulrico no deje de explicitarlos. En esta línea, cabe destacar que en la serie bélica en general se evidencia una falta clara de mujeres y niños indígenas, lo que podría explicarse, por lo menos en lo que respecta a esta ilustración en particular, debido a una adscripción clara y fiel a lo señalado por el narrador: “habían hecho huir sus mujeres e hijos antes de que nosotros los ataca[ra]mos” (40). Sin embargo, esta ausencia no tiene significación alguna para el lector o ilustrador europeo en tanto se mantiene dentro de los parámetros previsibles y ampliamente compartidos de la lógica masculina del combate. Pero, como el propio Ulrico lo comenta, esta falta debe leerse en otros términos ya que dispa226 ra una cadena de significados que se adquieren en la experiencia de la conquista misma y que sólo posee, por ende, el soldado. La falta de mujeres y niños tiene un sentido proyectivo: es escasez, posible hambre, breve asentamiento. Por otro lado, como la imagen ilustra una batalla que será victoriosa, es difícil –si no imposible– deducir que todos aquellos que sobrevivan terminarán escapando y que los españoles no podrán apresar a ninguno. Esta especificación, que sí repone la crónica, le otorga otro rumbo a la escena narrada y, así, teniendo en cuenta el lugar de botín de guerra que poseían los cautivos y su función de manutención de los europeos, el saldo del enfrentamiento bélico, que en primera instancia resultaba más que positivo, comienza a declinar. Lo que resulta interesante al confrontar texto e imagen es que el ilustrador haya optado precisamente por el capítulo ocho como punto de referencia para la ilustración. El encuentro con la tribu de los querandíes se relata en el capítulo anterior, en el que se ofrecen características generales de estos indígenas, desde su buena y servicial actitud inicial para con los europeos, hasta su nomadismo, sus mujeres y sus alimentos. Hacia el final del capítulo siete, Ulrico relata el hecho que constituye la razón del ataque, el cual será narrado posteriormente. Los susodichos Querandís nos han traído diariamente al real durante catorce días su escasez en pescado y carne y sólo fallaron un día en que no nos trajeron que comer. Entonces nuestro general don Pedro Mendoza envió enseguida un alcalde de nombre Juan Pavón y con él dos peones (...). Cuando él llegó donde aquellos estaban, se condujo de un modo tal con los indios que ellos, el alcalde y los dos peones, fueron bien apaleados; y después dejaron volver los cristianos al real. Cuando el susodicho alcalde tornó al real, metió tanto alboroto que el capitán [dispuso se] (...) diere muerte y cautivara o apresara a los sobredichos querandís (38-39). Lo curioso de esta omisión no se debe al aspecto casi injustificado del ataque sino a la razón que lo genera: la falta de alimentos y el 227 hecho de que los indios no les provean bastimentos durante un solo día. El hambre motiva la visita de Pavón, su comportamiento y la posterior lucha. La enunciación de esta circunstancia que provoca el enfrentamiento con los querandíes humaniza a los españoles, pone en evidencia sus necesidades, el nivel de dependencia al que están sujetos, los debilita. Por eso, de esta causa no hay marca alguna en la imagen, los padecimientos de hecho se desdibujan – cuando no desaparecen– frente a la victoria que supone vencer ante “cuatro mil indios”. Las contadas figuras de europeos frente a la voluminosa masa indígena acrecientan el valor de los primeros, potencian su heroísmo y resignifican el victorioso resultado final. La siguiente imagen de la serie bélica corresponde al capítulo once, el cual se halla precedido por el relato del hambre y la antropofagia entre cristianos. Este episodio, narrado previamente, poseerá la única ilustración de la serie total que dará cuenta del sufrimiento vivido por los europeos. Siguiendo a de Bry y a su impactante imagen de la antropofagia entre cristianos, Hulsius también muestra a los españoles comiendo carne humana de sus propios hermanos muertos. 3. “Petrus Manchossa Tribus Furibus Justiciam Administrat”. Jean Théodore de Bry, Historia Americae sive novi orbi, Pars VII (Frankfurt 1590-1634). 228 4. “El hambre” (Huisius 1599). La relación con las representaciones iconográficas de de Bry es explícita en este caso. En ambos grabados hay tres hombres muertos que están colgados, mientras otros tres se dedican a la tarea de cortar la carne de los cuerpos de sus compañeros ya sin vida. La diferencia que ofrece Hulsius, más allá del agregado de la matanza de animales en el fuerte, está dada principalmente por el anclaje espacial que puede observarse en lo alto y lo bajo del grabado. Mientras que en un caso el contexto geográfico “explica” la escena, en el caso del grabado de de Bry esas carpas de campaña “orientalizadas” no establecen una referencia espacial específica y envían al lector a su vez hacia lejanas tierras exóticas. En las ilustraciones de de Bry, lo que queda claro es que el centro de la imagen está puesto en esos hombres que cuecen, cortan y comen carne humana, lo que está colocado en primer plano es que esos hombres, todos ellos, son españoles. Ahora bien, más allá de las similitudes o diferencias que existen entre una y otra representación, más allá del evidente diálogo que entablan ambas obras, en el caso de la edición de Hulsius esta ima229 gen no sólo da cuenta del hambre. En el conjunto total, este grabado adquiere una significación mayor como prolegómeno del inmediatamente posterior. Es decir, es una suerte de marco al enfrentamiento que se elige representar luego. El combate del capítulo once adquiere nuevos sentidos: al hambre padecida le sigue el asedio y el ataque indígena. Así, el oportunismo del Otro se incrementa y el saldo final de esta lucha adquiere visos heroicos, casi ficcionales. Es la falta de alimentos precisamente lo que mantiene reunidos a los europeos durante un mes en la ciudad de Buenos Aires y lo que los debilita frente al enemigo. “En este tiempo en que estuvimos reunidos, vinieron los indios contra nuestro asiento de Buenos Aires con gran poder e ímpetu hasta veintitrés mil hombres y eran en conjunto cuatro naciones” (42). Es esta batalla, por sobre todo desigual en lo que respecta a los grupos confrontados y a las fuerzas que detentan cada uno de ellos, otra de las escenas elegidas por el editor. En la ilustración, la desmesura del ataque indígena se halla representada por la diversidad en la composición de los bandos. Nuevamente, ante una gran cantidad de hombres que componen la fuerza enemiga, unos pocos europeos mantienen la lucha hasta el fin. La imagen reproduce ampliamente tal aspecto violento, ya que a los veintitrés mil mentados se suma la quema de los barcos, la exhibición de los cuerpos colgando de sus horcas y la aparente devastación. Pero como en un relato bíblico, a pesar de que su idea “era darnos muerte a todos nosotros”, “Dios el Todopoderoso no les concedió tanta gracia” (43). La fidelidad divina obra en favor del cristiano y en contra del infiel, como era de esperarse; de este modo, “aunque quemaron nuestro lugar”, la victoria no estuvo de su lado. Cuando los europeos descargan la artillería, los otros se retiran dejando “en paz a nosotros los cristianos”. El ilustrador no elige representar la huida pavorosa ante la artillería pesada de los europeos porque ésta no contribuye al ideario conquistador que se busca alimentar con el conjunto de grabados. En un in crescendo evidente, de cuatro mil a veintitrés mil, la serie va construyendo una imagen dicotómica claramente legible y ya muy codificada desde Europa, así como va elaborando un lugar de heroicidad, sostenido no en “la gracia divina” ni en el pavor que produce el arma potente empleada (que, por otro lado, aquí, en el marco de la representación icónica, resulta aleatoria), sino en la destreza y la habilidad del hombre europeo en la lucha contra el Otro. El conquistador cumple así su destino de guerrero que afronta con entereza y habilidad las batallas, sean cuales fueren las condiciones en que éstas se establezcan. La tercera imagen, que corresponde al capítulo veintiuno, pone en escena, ahora sí, el ataque directo, fructífero y eficiente de los españoles. 5. “El sitio de Buenos Aires” (Hulsius 1599). 230 231 en esta imagen. Si bien los indios defienden el lugar “muy valientemente por dos días”, terminan rindiéndose, pidiendo perdón y ofreciendo, tanto al capitán como a la gente de guerra, comida y mujeres. Esta vez el rédito es positivo por donde se lo mire, la victoria es incuestionable, la superioridad táctica y estratégica indiscutida y el saldo final responde, sin forzamiento alguno, al imaginario conquistador elaborado desde el Viejo Mundo: a su total disposición, los vencidos se dispusieron a hacer “todo cuanto nosotros quisiéramos” (el subrayado es mío). La cuarta imagen, que ilustra el capítulo veinticinco, es la única ilustración de lucha no victoriosa porque, en rigor, no representa un combate ni un ataque entre bandos enemigos sino una emboscada. Su inclusión se explica no sólo por la importancia del acontecimiento al que hace referencia, la muerte de Ayolas, sino también por la connotación que ofrece del indígena. 6. “La ciudad y la pelea de Lambaré” (Hulsius 1599). Claramente se trata de una victoria, los indios mueren o huyen frente a la desenvoltura militar de los cristianos. El relato del cronista soldado comienza narrando el interés de Juan Ayolas por la nación y el territorio de los carios. Así, cuando éstos los divisaron, con sus cuarenta mil hombres de pelea con arcos y flechas y dijeron a nuestro capitán general Juan Ayolas que nos volviéramos de nuevo a nuestros bergantines o nuestros barcos, y ellos nos proveerían de bastimentos y también de lo que nosotros necesitáramos y que nos alejáramos de allí; sino ellos serían nuestros enemigos. Pero (...) ya que nosotros no quisimos hacer esto, tomaron ellos sus arcos y nos recibieron (...) Cuando estuvimos cerca de ellos, hicimos estallar entonces nuestros arcabuces. Cuando ellos oyeron nuestras armas y vieron que su gente caía al suelo y no veía ni bala ni flecha alguna, sino un agujero en el cuerpo, no pudieron permanecer y huyeron y caían los unos sobre los otros como los perros y se fueron a su pueblo (56-57). La desorientación de los indígenas y la devastadora acción emprendida por los españoles están claramente representadas 232 7. “Los payaguá y napenú” (Hulsius 1599). 233 Como puede observarse, en el centro de la imagen hay un grupo de españoles acicateados y muertos por las flechas de los indígenas, rodeados por un cantidad importante de indios que aparecen por doquier, por detrás de los arbustos, saliendo de sus asentamientos, todos en actitud de guerra, todos atacando sin medida al grupo casi minúsculo de los desvalidos cristianos. gen de deslealtad destierra la posibilidad de la victoria, deja de lado la representación del combate y pone sobre el tapete la “ferocidad mal habida” del infiel. El plan, cuando lo hay, es plan de traición, emboscada, muerte y animalidad. Como “perros hambrientos” atacaron a sus víctimas desprevenidas y confiadas pero, por sobre todas las cosas, en desigualdad de condiciones, débiles y sin armamento. La muerte de Ayolas, tan lamentada por el cronista, acontecimiento crucial en la historia del Río de la Plata, se merecía desde ya un lugar en la representación iconográfica ofrecida; la muerte de “nuestro capitán” posibilita la imagen demonizada del indio, ilustración requerida en algún momento de la serie. El grabado siguiente también trabaja el motivo de la traición indígena. 8. Fragmento de la imagen anterior. Cuenta Ulrico que cuando los naperus, entre quienes se queda Juan de Ayolas y su gente reposando porque estaban cansados, enfermos y sin municiones, conocieron su situación, resultó que los sobredichos Naperus y Payaguás se convinieron entre sí, las dos generaciones e hicieron un contrato o sea alianza entre ellos, que iban a dar muerte a nuestro capitán Juan de Ayolas. (...) Así cuando nuestro capitán (...) por no haber sido prevenido ni haber recelado de ellos, estuvo a las tres jornadas entre los Naperus y los Payaguas en un gran matorral y bosque, ellos han realizado allá su plan y estuvieron ocultos a uno y otro lado del camino donde debía pasar el pobre Juan Ayolas (...). Ahí atropellaron ellos (...) como perros hambrientos a los cristianos y los mataron, que ninguno se salvó (64). La emboscada merece un lugar en la serie de ilustraciones y también en la serie bélica porque relata la traición. Esta ima- 234 9. “Asalto de Corpus Christi” (Hulsius 1599). 235 Correspondiente al capítulo veintiocho, aquí se relata el pedido de Zaique Limy, principal de los timbúes, amigo de los cristianos. Éste envía a su hermano Suelaba para solicitarle al capitán que le diere seis cristianos que tuvieren sus arcabuces, pues él tenía intención de llevar su hogar con sus amigos a nosotros y (...) como él tenía miedo de sus amigos los Timbús, por esto pedía los seis cristianos a nuestro capitán para que él trajere con más seguridad sus trastos caseros, mujer e hijos y lo que ahí tuviere menester. (..) El se ofreció en grande a nuestro capitán, que él pensaba traernos comida y que cuanto nosotros creyéramos necesario, eso lo haría (68). realizada sea efectiva. El trueque, hombres por comida, es la base del parlamento del hermano de Zaique Limy y, muy probablemente, la razón que lleva al capitán a ofrecer no seis, como lo pide Suelaba, sino cincuenta hombres para ir hacia su pueblo. Aunque el hambre, que es en gran medida el móvil de la acción también bélica, no aparece representada en las ilustraciones de combate propiamente dichas, en ésta en particular encuentra por primera vez lugar donde manifestarse. Finalmente ésta era una artimaña, producto de su “astucia y pura picardía”, ya que cuando los cincuenta hombres españoles vinieron al pago y a las casas, vinieron entonces los amigos de entre los Timbús y les dieron un beso de Judas quien ha hecho falsedad y trajeron a comer pescado y lo que ahí tenían. En esto que estaban comiendo, asaltaron a los cristianos los amigos y los otros que estaban ocultos en las casas y en las rozas y les bendijeron la comida en tal modo que ni uno solo de ellos se escapó con vida (68). Esta traición de los timbúes, junto con el ataque y el sitio posterior mediante el cual los acometen alrededor de diez mil enemigos, es la escena que refiere este grabado. Una vez más, como ya es de prever, las dimensiones cuantitativas de los bandos no dejan, a pesar de lo imaginable, desprovistos a los cristianos, quienes terminan venciendo ante la retirada de los indígenas por el hambre sufrida, luego de catorce días de sitio. Si bien aquí la victoria no es producto de un desempeño bélico distintivo como en otras imágenes, la traición, al igual que en la ilustración anterior, vuelve a connotar negativamente la figura del indio. Pero, lo interesante aquí no reside en esta cuestión, ni se encuentra en el motivo que produce el ataque, sino en el tipo de ardid elucubrado por los timbúes para que la acción 236 10. Fragmento de la imagen anterior. El pescado y la carne se hallan en el centro del poblado timbú, los españoles allí representados rodean ese alimento, lo comen, lo van a comer, lo están comiendo cuando se ven atacados, nuevamente desprevenidos. La imagen da cuenta, de todas formas, de un modo civilizado de comer, ni desaforados ni desesperados; como en un festín, la abundancia que se ofrece a la vista (extraña, por cierto, en una representación sobre el Río de la Plata) permite sus tiempos, que se verán indefectiblemente truncos. 237 Ulrico ironiza y señala que los indios les “bendijeron la comida de tal modo”… En esta última cena, con el beso de Judas cercano y rondando, los infieles traidores acometen sobre un grupo de “confiados apóstoles de la civilización”. La sexta imagen de la serie corresponde al capítulo cuarenta y dos e ilustra, en este caso, la victoria contra los carios. Luego de combatirlos durante tres horas, éstos huyen hasta un lugar fortificado llamado “La Frontera”. El triunfo es devastador, la alianza entre cristianos y yapirus les permite salir vencedores, matar alrededor de dos mil hombres frente a diez españoles. El grabado representa la huida desesperada de los indios hacia la fortificación que no los ampara. La frontera es traspasada, no hay límites físicos para los españoles, dice la imagen, a no ser el límite corrosivo y restrictivo del hambre y la sed que relata el cronista.15 11. “Asalto de la Frontera” (Hulsius 1599). 238 La capacidad bélica en este caso ha sobrepasado lo narrado en ilustraciones anteriores. Ni ayuda divina, ni circunstancias favorables, en esta oportunidad la victoria es resultado de pura estrategia militar: 1º) detenerse y acampar en un gran bosque, 2º) marchar contra los indios, 3º) sitiar las empalizadas y los fosos donde pretenden guarecerse, 4º) hacer grandes rodelas o paveses con los cueros de los venados y antas, 5º) realizar un nuevo ataque contra los tres sitios, 6º) llevar a cabo la matanza total para lograr así la victoria. La hazaña del héroe contra lo inesperado o desmedido se quiebra aquí frente a la estrategia y la alianza con la nación yapirú. La fuerza del europeo se ve en la imagen y se aprehende en el texto. El héroe es aquí, por sobre todo, guerrero y ése es el aspecto que engrandece el ilustrador: su habilidad, su capacidad, su sobredimensionada fuerza, observable en la huida desesperada y en la matanza sin piedad de “hombres, mujeres y niños”. Pero el grabado no muestra esta vez la traición indígena porque no está dirigida hacia el español sino hacia sus congéneres. Es precisamente el relato de un cario que viene a comunicarles cómo se puede ganar el lugar lo que posibilita el éxito de la contienda. Ante esta evidencia, la supuesta estrategia relatada y representada en la imagen no resulta tan efectiva. La victoria final es condición de ese relato de otro Judas que, al no dirigir sus acciones contra el nosotros del texto, ya no posee ni la connotación religiosa ni la negatividad imaginable. En tanto propiciadora del triunfo, la delación del indio no es juzgada y, por ende, resulta innecesaria en la ilustración. Así, este hecho, crucial según Ulrico, omitido en la ilustración que representa al desafiante español, permite una vez más continuar en el carácter gradativo, siempre positivo y prometedor, del europeo conquistador. Por eso el último grabado de la serie, basado en el capítulo cuarenta y siete y en el ataque entre españoles y carios contra mayáguenos, muestra nuevamente a un mismo vencedor. 239 3. La fábula de América 12. “Pelea con los mayáguenos” (Hulsius 1599). Aquí, la quemazón, observable en el extremo derecho de la ilustración, otra habitual práctica de contra-ataque a la que apela el Otro como defensa frente al enemigo español, se representa como la última carta que se juega el indígena cuando el fracaso es inminente. El nombre de la tribu corona el humo de las casas incendiadas y esto se muestra claramente en la imagen, se resalta, porque esta acción final sólo se lleva a cabo cuando el triunfo del otro bando es casi inevitable. A partir de estos grabados puede verse, como señala Gombrich, que “la forma de la representación no puede separarse de su finalidad, ni de las demandas de la sociedad en la que gana adeptos su determinado lenguaje visual” (2003: 78). Desde esta perspectiva, la serie bélica dice más de lo que a simple vista representa. El ilustrador no ha estado en la lucha, no ha padecido el hambre ni la falta de riquezas, por eso puede retomar tales demandas y construir la “documentada ficción” del yo heroico y triunfal que Europa quiere ver/leer. 240 Las descripciones de los pueblos indígenas que ofrece Ulrico en su crónica dan cuenta de las características físicas, la vestimenta o su desnudez, y la comida con la que se sustentan. Estos tres elementos básicos se hallan en conjunción con otros que varían de acuerdo con el contexto del viaje –como ser la especificación de su ubicación geográfica, el tipo de asentamiento, su belicosidad o pacifismo– y la cantidad de hombres que compone cada nación. La tríada mencionada al comienzo –características físicas, vestimenta y alimento– define el esquema básico de la descripción aquí ejercitada. Si bien se hallan generalmente presentes los tres componentes, existe de todos modos cierta jerarquización o gradación entre ellos. En todas las descripciones, o por lo menos en su gran mayoría, los alimentos que estos sujetos poseen son los principales elementos a especificar. Así, de los agaces se dice primero que “tienen pescado y carne para comer” y luego que “los hombres y las mujeres son gentes garbosas y altas” (53). De igual modo, con respecto a los curemaguás, se especifica en principio que “éstos no tienen otra cosa para comer que pescado y carne y cuernitos de morueco” (52), y luego se pasa a la descripción física. Lo central no radica igualmente en el orden establecido sino en la relevancia discursiva que posee la especificación de la comida, lo que resulta lógico teniendo en cuenta que gran parte del descubrimiento de nuevas naciones indígenas se debe a la búsqueda de bastimentos y que es precisamente la falta de ellos lo que muchas veces dificulta o imposibilita la conquista. En el transcurso del viaje, del recorrido, los españoles o bien se encaminan en busca de tribus más ricas en este sentido, o bien se topan simplemente con ellas. Sea cual fuere el caso, en función de los padecimientos vividos, la especificación de los alimentos de los indígenas resulta necesaria porque son precisamente éstos los determinantes de la acción que se llevará a cabo a continua241 ción: el asentamiento (momentáneo o prolongado) o la retirada y la reanudación inmediata del viaje. El caso de los chanás salvajes es un buen ejemplo. Cuenta Ulrico que después de navegar río arriba por el Paraná, llegan a este pueblo. Luego de describir físicamente a los hombres como bajos y gruesos y de señalar la desnudez que los caracteriza, especifica que “no tienen otra cosa para comer que carne y miel” (51). Es precisamente esta posesión, que se muestra escasa, lo que lleva a que el narrador y su gente no permanezcan “más de una noche [entre estos indios] pues ellos no tenían nada que comer” (51). En la serie bélica trabajada la comida sólo aparece una vez y como el elemento que posibilita la traición al europeo. Su falta de representación en esta serie puede explicarse en función de la relevancia que posee la acción guerrera en sí misma o en función de la narratividad de las escenas elegidas para ilustrar. El alimento recupera ese lugar que le adjudica una y otra vez el texto en los grabados que describen determinadas tribus indígenas. El ilustrador elige tres grupos en los que se detiene el narrador, de los cuales se trabajarán aquí dos.16 El primero de estos grabados ilustra a los timbúes. En esta imagen aparece el pescado, principal alimento de esta tribu, y una mujer cociéndolo en el fuego, quien se lo ofrece a los otros dos sujetos que componen la escena. La cocina de la comida aparece representada en el centro de la ilustración, junto a la mujer timbú de pie que, de algún modo, la señala con uno de sus brazos. Ulrico comenta que estos indios suelen comer carne y pescado y que en toda su vida no han comido otra cosa. La simplicidad del alimento que caracteriza a estos indios contrasta con la segunda ilustración. 14. “Los carios” (Hulsius 1599). En esta oportunidad, el ilustrador elige representar a los carios, una de las naciones más ricas con las que se topan los europeos. Entre los carios o guaraníes hallan “trigo turco o maíz y mandiotín, batatas, mandioca-pepirá, maní, bocaja y otros alimentos más, también pescado y carne, venados, puercos del monte, 13. “Los timbúes: Buena Esperanza y Corpus Christi” (Hulsius 1599). 242 243 avestruces, ovejas indias, conejos, gallinas y gansos y otras sabandijas”, además de la “divina abundancia [de] miel” que poseen (54). En el grabado, los alimentos aparecen en primer plano, desperdigados sobre la tierra, la fauna descripta por el cronista aparece representada como telón de fondo, parte del escenario natural en el que viven estos indios. La mujer aquí representada ofrece frutos al hombre que la acompaña, tiene una canasta repleta de éstos, mientras los animales “corretean” o “posan” en segundo plano, componiendo así el cuadro esperado, casi ideal. Las imágenes representan entonces un espacio dador por excelencia, sus mujeres ofrecen alimentos, las tribus poseen abundancia y/o diversidad. La imagen edénica del Nuevo Mundo, creada por Europa sobre la base de sus mitos previos, se reproduce una vez más aquí. Pero el ilustrador no falsea el texto, representa lo señalado por el cronista casi fielmente. La recreación reside en la selección y en la composición que lleva a cabo. Las ilustraciones que dan cuenta de descripciones precisas remiten a pueblos indígenas con alimentos, con quienes, de hecho, los europeos se quedan y donde asientan por tiempo prolongado. La imagen que representa la excepción a la experiencia constante de hambre y padecimiento es la elegida por el editor. La visión europea de América entra en juego en la selección ofrecida, desandando en este caso la problemática que el propio texto plantea en su completud. Es decir, estas descripciones elegidas no establecen, a diferencia de la mayoría que pueblan la crónica, problema alguno. Ellas forman parte de los escasos instantes en los que Ulrico no maldice sino que agradece, en los que “Dios el Todopoderoso [les dio] su gracia divina” al ponerles estas naciones en su camino. Son esos breves momentos los que rescata y recalca el ilustrador, construyendo así una historia disímil a la decepcionante que relata el soldado alemán, pero también más acorde con el mito americano de la abundancia y, por ende, más eficaz en su naturaleza prototípica. Estas imágenes que se ofrecen a la vista socavan la especificidad de lo vivido por Schmidl en esta tierra. Hay que tener en 244 cuenta, en este sentido, que para 1599, de Bry mediante, ya existen una serie de convenciones (ideológicas e iconográficas) sobre América que este editor respeta y repite. La particularidad rioplatense que Ulrico ejercita a través de su pluma, que explica el pobre rédito alcanzado en el viaje, en la que se sostiene la relevancia misma de la historia que escribe, está claramente fuera de ese parámetro que funciona tan aceitadamente en el imaginario europeo. Si, además, la singularidad espacial atenta contra la convención aventurera, mítica y, principalmente, económica que define al viaje de conquista y exploración, ésta pierde, entonces, toda posibilidad de ocupar un lugar en la escena. El Río de la Plata es, entonces y más allá de lo que el propio texto que ilustra profiere, el marco espacial donde sucede la acción que coloca a los españoles como protagonistas. Esta acción dramática por ellos ejercida no es significada en función del espacio que representa sino de quienes lo experimentan. Es decir, dado que en estos grabados el espacio pierde su categoría de objeto representable en su particularidad, el sentido de la ilustración no lo da él mismo, relegado ahora a simple escenario, sino el recorte homogeneizador que se ejerce sobre él. En la americanización unificadora del Río de la Plata la imagen adquiere valor en función de su eficacia en el contexto de acción alemán; la legibilidad está ahora garantizada: en la serie bélica el combate se resuelve en victoria, en los retratos indígenas el alimento se ofrece en abundancia. La crónica de Ulrico deja de ser el relato de un “país malsano” para pasar a convertirse, desde estas imágenes que lo ilustran, en la historia de una tierra que confirma el mito. 17 4. El observador En su estudio sobre la perspectiva, Panofsky reproduce una famosa afirmación de Durero: “lo primero es el ojo, lo segundo el 245 objeto visto, lo tercero la distancia intermedia” (1995: 51). Según Panofsky, la historia de la perspectiva puede ser concebida “como un triunfo del distanciante y objetivante sentido de la realidad, o como un triunfo de la voluntad de poder humana por anular las distancias; o bien como la consolidación y sistematización del mundo externo; o, finalmente, como la expansión de la esfera del yo” (1995: 51). Es en relación con esta ambivalencia que quienes reflexionaron teóricamente sobre el arte comenzaron a preguntarse si la construcción perspectiva del cuadro debía regirse por la posición efectiva del observador (....) o si, por el contrario, era el observador quien debía colocarse idealmente en la posición correspondiente a la estructura perspectiva del cuadro y, en este último caso, debía cuestionarse por el lugar más idóneo en el campo de la imagen para disponer el punto de vista (1995: 52). Las reflexiones de Panofsky y Durero sobre la perspectiva en el ámbito del arte pictórico nos permiten repensar cuestiones que resultan claves, discursiva e iconográficamente hablando, para el campo que nos ocupa. Desde dónde se ve, se observa lo otro, al Otro, cuál es la distancia que media entre el ojo del observador que reproduce textual o gráficamente aquello que se le presenta a la vista, cuál es la posición efectiva del mismo, quién determina o establece la “idoneidad” del punto de vista ejercitado, qué resulta finalmente imperante: el mundo externo sistematizado o la expansión del yo, o, en todo caso, cómo se produce y dónde se observa la tensión resultante entre ambos. En el ámbito colonial, la distancia, los límites que la estructuran, están fuertemente impregnados por condicionamientos ideológicos y culturales, marcados por la figura del destinatario al que se le ofrecerá ese escrito y/o esa imagen y, por ende, por el nivel de decodificación que se pretende alcanzar con una u otra representación. Estas dos directrices, que derivan finalmente de la figura madre del lector, establecen las tensiones ligadas al mundo de la representación, las cuales se producen entre los objetos a dar cuenta de acuerdo con las expectativas 246 de lectura y en función de aquello que experimenta el viajero y que, de algún modo, se encuentra fuera de parámetro. Si el cronista es el primer lector de esa imagen americana, entonces es él quien, con su mirada inaugural, cuestiona el nivel de visibilidad de ese objeto y luego el nivel de legibilidad de esa representación; cuestionamientos que, muchas veces, el ilustrador duplica o reproduce. Quizás por eso, en este contexto principalmente, lo primero sea inspeccionar los ojos que ven, sus estructuras, sus alcances y límites, la historia previa que establece o determina su capacidad visual. El ojo en el cuerpo ajeno En Deconstructing America, Peter Mason sostiene que América no es vista a través de los ojos europeos, sino que es construida mediante imágenes europeas de los propios Otros reprimidos y proyectados de Europa, es decir, que la visión europea de América ya había sido atravesada por preconceptos elaborados y arraigados en y por el Viejo Mundo (1990: 7-8. Ver también al respecto O’Gorman 1984; Rabasa 1993). Roger Bartra avanza en esta línea en relación con el indígena al afirmar que “la cultura europea generó una idea del hombre salvaje mucho antes de la gran expansión colonial, idea moderada en forma independiente del contacto con grupos humanos extraños de otros continentes” (1998: 12-13). De este modo, los hombres salvajes resultan una suerte de invención europea que obedece esencialmente a la naturaleza interna de la cultura occidental. El encuentro con el Nuevo Mundo sirve, entonces, como “punto de articulación de las demandas del logos unificador europeo con la proyección externa de las fantasías, los miedos y los deseos europeos” (Mason 1990: 41). De ser así, como estos estudios lo demuestran, existiría cierta fijeza en la representación del Otro, abonada por estereotipos ideológicos y visuales construidos por ese logos unificador. Por otro lado, en lo que a materia iconográfica se refiere, hay que agregar también 247 que el reducido conjunto de imágenes con el que contaban los grabadores de este tipo de libros para estas representaciones es indicativo del bajo índice de detallada información que era transmitida al Viejo Mundo sobre las diferentes regiones del continente americano y sus habitantes (Mason 1998: 17). El ilustrador de esta edición apela a ese molde plural y funcional, observable en ese restringido repertorio de ilustraciones que poseían los dibujantes de este período. Esto es claro en el modo elegido para representar a los indígenas. En la serie ya analizada, los grabados no apuntan a establecer otra diferencia que no sea cuantitativa, no hay marca corporal distintiva entre tribus, ni territorial ni alimenticia. El indio funciona como tipo compositivo de un bando, generalmente opositor, al que representa; su imagen se define, entonces, en función de una uniformidad distintiva que le permite al lector reconocerlo fácilmente. 15. Fragmentos de imágenes de batalla. 248 En estos fragmentos de imágenes bélicas, los indígenas aparecen desnudos, carentes de pelo, en contadas ocasiones con alguna que otra pluma en la cabeza, 18 pero en líneas generales en posición de ataque, siempre indefectiblemente con sus arcos y flechas, ya sea que estén huyendo, ya sea que se hallen en medio de una lucha armada. En esta serie, estos sujetos son, por definición, esa masa que se mueve, esa masa uniforme que es claramente lo otro del europeo, sin la vestimenta que a éste lo caracteriza, sin el caballo sobre el que monta y sin las armas que porta, pero conservando siempre el aspecto salvaje que lo distingue. Y si en la primera ilustración vista aparecen dos indígenas en primer plano “presentando”, “invitando” al espectáculo del combate que se ofrece, éstos en su individualidad guardan las mismas características del grupo al que pertenecen. 19 Ellos son el recorte de una escena de la que deben participar, a la que se dirigen con sus manos, sus arcos y su mirada; el cuerpo mismo está de soslayo a los ojos del espectador, así como ellos están a un costado de la escena central. El molde que se aplica para los querandíes es trasladable a los demás pueblos. La fijeza representacional posibilita una variabilidad nominativa que responde a su vez a una uniformidad de raza y género. La imagen modélica del indígena, observable en los cuatro recortes de diferentes tribus, es funcional a los parámetros estructurales de la lógica de combate, que son los que finalmente dirigirán la representación. Así, si la posición del indio respecto del bando europeo varía de enemigos a aliados, no habrá marca distintiva de tal viraje en el orden representativo de los sujetos, sólo cambiará su posición en el cuadro, a su lado o frente a ellos. Pero esos estereotipos visuales sobre el sujeto americano aparentemente tan fijos comienzan a mostrar sus grietas. Uno de los resquebrajamientos de ese molde multifuncional se pro249 duce en la primera imagen en la que se representa a una tribu en particular, en este caso los timbúes (ver ilustración 13). La interrelación texto-imagen es directa. El narrador los describe del siguiente modo: (...) llevan en ambos lados de las narices una pequeña estrellita que está hecha de una piedra blanca y azul y son gentes grandes y garbosas de cuerpo (...), las mujeres son toscas y están siempre rasguñadas y ensangrentadas debajo de los ojos. (...) También tienen canoas de las que allá fuera en Alemania se llaman barquillas (45). El ilustrador reproduce cada uno de los datos que el cronista otorga: la tosquedad de los cuerpos y su aspecto garboso junto con el alimento, en primer plano; y en segundo, las canoas que los caracteriza, con sus hombres remando. En el retrato que se elabora de los timbúes aparece por primera vez el detalle. La estrellita en la mejilla del hombre es uno de ellos, el singular rostro de las mujeres y sus cuerpos grandes, es otro. El artista, de todos modos, realiza sus propios agregados: la falda que cubre a las indígenas, el arma que porta el hombre y la mujer que cocina y ofrece el alimento. Sin embargo, estos elementos no uniforman la imagen. Es decir, el aspecto singular, que posibilita la descripción propia del retrato, es remarcado lingüísticamente en el grabado mismo como un modo más de establecer la distinción. La palabra “timbús” se halla en lo alto de la imagen como anclaje explícito de la tribu que se está describiendo. Lo mismo sucederá con los carios y los jarayes, es decir, con las otras dos imágenes que remiten a grupos determinados de indígenas, con sus respectivas características que los diferencian a unos de otros. La heterogeneidad, que eluden las escenas narrativas de combate, es la línea abordada en estos retratos. El timbú de la estrella y la timbú tosca y gruesa se diferencian del cario ya que, si bien éste también posee un cuerpo “grue250 16. Detalles de indio e india timbú. so”, “tiene en el labio un pequeño agujerito” en el que introduce “un cristal que es de un largo como de dos jemes y grueso como un canuto de pluma” (54) de color amarillo, llamado “paraboe”. En la ilustración de los carios la particularidad la posee nuevamente el hombre. 17. Retrato de indio cario. 251 Si en el retrato timbú, la mujer pierde esa singularidad de estar “rasguñada y ensangrentada bajo los ojos”, guarda igualmente su aspecto tosco que la caracteriza. En el grabado de los carios el aspecto distintivo le cabe a la figura masculina, no sólo por el “paraboe” que tiene en su mentón sino también por el tipo de representación libre que ha realizado el ilustrador a la hora de describirlo. Su cabeza aparece cubierta por un tupido pelo rizado, lo que contrasta con esos seres casi amorfos de la serie bélica. El aspecto del hombre con cabello, atravesado por flechas, con un arco en una mano y tres flechas en la otra, conforman el “decorado” salvaje que lo caracteriza en la imagen, lo distingue e individualiza.20 El tipo común desaparece en el retrato. Claramente el timbú y el cario se diferencian entre sí, siempre en el ámbito alto de su cabeza y de su cara. Pero esta imagen plantea una tensión entre narración y descripción que ya se esbozaba en la anterior. Si el retrato de los timbúes posee a su vez esa breve y lateral escena de cocina y ofrecimiento de comida, la imagen de los carios apela a una conocida escena narrativa (ver ilustración 14). La mujer indígena no aparece esta vez de frente, sino de costado, su cara se halla fuera del ojo del espectador, su cuerpo ya no posee tela que lo cubra, su desnudez esta vez es total, y de ella se describe su larga cabellera que también ayuda a obturar la visión de su rostro. La mujer posee en su mano un fruto que le ofrece al hombre que se halla a su lado. Ya mencionamos la línea edénica a la que remite la abundancia que enmarca a estas dos figuras. Sin embargo esa línea existe como tal en función de esta escena representada en primer plano. La mujer, con un canasto con frutos, le ofrece a ese hombre, que parece ser el único, uno de ellos. Adán y Eva están en el paraíso antes de cometer el acto de desobediencia al mandato divino. El imaginario europeo, que ubica el paraíso bíblico en el Nuevo Mundo, está fuertemente inscripto en este grabado. La remisión a Durero –específicamente a la serie de “La caída del hombre”, desde los dibujos de 1496-1497, pasando por el “Adán y Eva” de 1504 y terminando en la “Pequeña pasión” de 1510-1511– y al “Adán y Eva” de de Bry es clara.21 252 18. “La caída del hombre”. Alberto Durero (1496-1497). 253 20. “La caída del hombre” (“Pequeña Pasión”). Alberto Durero (1510). 19. “La caída del hombre” (“Adán y Eva”). Alberto Durero (1504). 254 255 21. “Adán y Eva en América”. Jean Théodore de Bry, Grand Voyages, Parte I (Frankfurt 1590). 256 Sin ser una traslación directa –ya que, por un lado Durero traduce el ideal clásico de belleza masculina, Apolo, y el femenino, Venus, a las figuras cristianas de Adán y Eva; y por el otro, la línea estética seguida por de Bry no es continuada en este grabado–, estas imágenes se hallan en el horizonte representacional de este artista, en especial la de su contemporáneo. La ligazón con él puede verse principalmente en la concepción que este último inaugura al “inscribir la existencia del indio americano y de las tierras recientemente descubiertas dentro de un esquema bíblico de origen común del hombre” y al convertir al indígena americano en un adamita (Bucher 1981: 53). Desde esta perspectiva, y a diferencia del grabado de de Bry, resulta interesante destacar los esfuerzos del ilustrador de la edición de Hulsius por representar a un indígena, porque el paraíso sea América, lo que puede verse en la fauna elegida para acompañar la escena (característica del lugar y presente incluso en otros grabados, como el avestruz y el anta por ejemplo) y en los detalles que definen a este hombre cario y lo distinguen de cualquier otro sujeto. Si la crónica de Ulrico habla de las ventajas de vivir entre los integrantes de esta tribu, el grabador recoge estos aspectos positivos y, a partir de ellos, crea el cuadro. Sin embargo, Schmidl también menciona una característica central de este grupo, que claramente ha sido dejada de lado: los carios “han comido carne humana” (55), principalmente de sus enemigos. La antropofagia es un dato inexistente en la representación; en tanto símbolo paradigmático del salvajismo y la barbarie, no puede tener cabida en la imagen del edén americano. Adán y Eva son carios, son antropófagos, pero el artista los elige para representar este papel porque su abundancia excepcional (“divina” como la adjetiva el narrador) así lo posibilitan. Esta particularidad del cario –que sí repone el texto– se distiende en el marco global de la ilustración que reproduce y adapta la escena bíblica. 257 Si, siguiendo a Gombrich, existen “al menos dos requisitos para que una imagen fija sea legible desde el punto de vista de los movimientos expresivos”, que éstos conduzcan “a configuraciones que puedan comprenderse fácilmente” y que se encuentren “en contextos que sean suficientemente inequívocos para ser interpretados” (1991: 76), entonces podemos decir que ambos requisitos están puestos en juego en la historia que aquí se narra. Evidentemente en este caso, el artista opera con imágenes conceptuales que articulan la representación de lo particular y lo universal y que, desde tal articulación, posibilitan el placer del reconocimiento del lector. Con la imagen de los jarayes, el detalle del retrato se ha vuelto más específico. Si en el caso del cario, la relevancia de su cabeza salvaje en la representación ofrecida dejaba a un lado las características de su cuerpo; aquí, la desnudez del hombre y de la mujer indígena se hallan de frente al espectador, sus pieles adornadas son una muestra de los dibujos que subyugaron al cronista. 22. “Los jarayes” (Hulsius 1599). 258 En la descripción textual de esta tribu se especifica que “los hombres tienen una ancha piedra azul de cristal en los labios como una ficha de tablero”, también que “están pintados de color azul desde arriba hasta las rodillas” y que “las mujeres están pintadas en otra linda manera desde los senos hasta las partes en color azul, muy bien hecho” (84). En cuanto a los adornos que recorren sus físicos, el cronista afirma que “un pintor allá afuera tendría que esforzarse para pintar esto”. El ilustrador toma el desafío implementado por el narrador y pone en danza su arte. Los cuerpos de estas figuras aparecen dibujados primitivamente pero guardando la belleza de la que habla Ulrico. La jaraye tatuada que es aquí representada recuerda a la “Virginis Pictae Icon” de de Bry, publicada en Francfurt en 1590. 23. “Virgins Pictae Icon”. Jean Théodore de Bry, Grands Voyages, Parte I (Frankfurt 1590). 259 Si bien en este caso esta mujer es una guerrera que “posee la nobleza idealizada de las representaciones clasicistas de deidades griegas” (Subirats 1994: 232), su encrespada y larga cabellera, su ademán lleno de sensualidad y al mismo tiempo de firmeza, junto con el detalle del dibujo que cubre y embellece su cuerpo establecen el diálogo entre ambas representaciones femeninas. Evidentemente, para el momento de elaboración y publicación de estos grabados, existe en Alemania una imagen estetizada de la mujer indígena ya establecida. La extrañeza de lo diferente es acomodada a un registro estético-cultural decodificable, lo que se observa en la representación que se realiza del hombre jaraye. Su bigote europeo, los rasgos de su rostro, del que desaparece aquella “ancha piedra azul” en sus labios, su cuerpo débil, ya no fornido y fibroso, muestran un retrato que lo diferencia de las otras figuras masculinas vistas. Si comparamos al indio de las escenas de combate, con el timbú, el cario y el jaraye, vemos cómo su corporalidad se va 24. Retratos de indios timbú, cario y jaraye. 260 especificando, hasta que dicha singularidad cede paso a la asimilación, llegando a ser sometida finalmente a un alto y evidente proceso de europeización. La reducción de lo otro a lo mismo, que Mason califica como “el escándalo de la episteme del siglo XVI” (1990: 20), es una de las estrategias representacionales que da cuenta de que los observadores europeos de América no conseguían ir más allá de sus propios códigos de referencia. 22 Si bien esto puede verse en diferentes textos e imágenes, también hay que destacar que ese proceso de asimilación no es directo ni restrictivo; es decir, lo distintivo continúa siendo representado, aunque sea fuertemente erosionado, y esa presencia habla de una resistencia a ese proceso total de asimilación. La representación del Otro se ve tensionada, entonces, entre la repetición asimilativa y la marca resistente que imprime la novedad. De este modo, el exceso inconmensurable que produce el Otro en su individualidad es reacomodado según los cánones referenciales que posibilitan finalmente su representación decodificable. Pero, a pesar de eso, no hay que perder de vista que el sujeto ilustrado seguirá siendo un indígena, lo que puede observarse en los elementos que lo identifican como tal: las plumas en su cabeza, 23 las flechas, su desnudez y los dibujos que la cubren; es decir, existe una diferencia ineludible que en la ilustración de los jarayes se pone en evidencia en el contraste que se establece entre el indio y los europeos que se hallan detrás (ver imagen 22). Nuevamente dos planos, esta vez no en tensión sino complementarios, amalgamados. En primer lugar la pareja tatuada, de la que resalta la figura femenina más centrada en el cuadro, con su desnudez completa frente al espectador, sus senos limpios de dibujos, su mirada casi desafiante; en segundo, un encuentro entre europeos y jarayes, el festín, y en medio, o como parte de él, el famoso baile de las mujeres de esta tribu. Esta imagen guarda una estrecha relación con otra de las amazonas, publicada por Hulsius para la parte quinta de su colección (Nüremberg, 1598). 261 25. “Amazonas”. Edición latina de Levinus Hulsius del Relato de Sir Walter Raleigh a Guiana 1594-1597 (Nüremberg 1599). La cita es clara: la disposición de los planos, las dos figuras que abren la escena, la manta sobre la que se ofrecen alimentos, las mujeres en su contacto cercano con los hombres, el baile. Ambos grabados colocan en el centro el banquete, alrededor del cual se disponen los cuerpos desnudos y próximos, lo que delata una fuerte cuota de sensualidad y explícita sexualidad. Los jarayes son como las amazonas, entre ellos se concreta el mito que liga feminidad, desnudez, comida, danza y erotismo. Recordemos que Ulrico, al relatar las costumbres de esta tribu, refiere que los hombres y las mujeres más bellas deben bailar ante el rey y que “cuando uno de nosotros los cristianos las ve bailar, uno ante esto se olvida entonces de cerrar la boca y hay que ver este baile de los Jarayes” (85). Lo exótico, ligado al cuerpo erótico de la india que baila, que se mueve, se acerca y satisface, entra en escena. 262 26. Fragmento de la imagen 22. En segundo plano y en forma lateral a la figura femenina, la ilustración muestra al rey de los jarayes con un español, ambos están sentados dialogando sobre una gran manta en la que se observan frutos de la región, de la misma especie de los que porta la mujer que se halla en primer plano. Alrededor de este encuentro hay indios tocando música, hombres y mujeres danzando. El baile de los jarayes que el cronista sentencia que “hay que ver”, es reproducido por el ilustrador alemán a pesar de no haberlo presenciado ni haber sido descripto por el narrador de la crónica. Su afirmación del efecto que provoca el baile de estas mujeres es la marca que determina 263 la representación y el tipo establecido. El desafío de ver semejante danza es tomado por el ilustrador y ofrecido al lector que, sin haber experimentado estos movimientos corporales directamente, esta vez podrá observar aquello en lo que vale la pena reparar, aunque aquí la boca no quede abierta ni se genere el impacto que dice haberle producido al que estuvo ahí, frente a ellas. El baile consiste en una danza de encuentro entre hombres y mujeres jarayes. Prácticamente de frente al español y al rey de la tribu, se lleva a cabo el espectáculo. 28. Detalle de la imagen 22. 27. Detalle de la imagen 22. Esta escena se repite en derredor de la manta que aúna a los altos dirigentes de uno y otro lado. La sexualidad que emana la representación de este baile es observada por los españoles e, incluso, como se ve en los dos soldados que escoltan al capitán español, comentada entre ellos. La escena narrativa del encuentro no acaba en la danza en sí misma ni en el intercambio que parece realizarse entre los hombres sentados. A un costado de la imagen, en su margen inferior derecho, un hombre europeo y una mujer indígena se hallan frente a frente. 264 Aunque mediada por una figura indígena, única oscura de la ilustración, el contacto parece realizarse sólo entre ellos. La “sombra” no impide ni obtura el encuentro, incluso podría pensarse que de algún modo lo propicia, si imaginamos que su presencia puede hacer alusión a la habitual entrega de mujeres por parte de los indígenas. Pero lo cierto es que, en el grabado, en función del movimiento que se adivina en la posición de las piernas y los brazos de la mujer, ésta parece estar comenzando una danza para el europeo ante el que su cuerpo desnudo se enfrenta. Esta minúscula escena que aquí recortamos es la única de las ilustraciones que componen esta edición, y quizás la primera, que relata el encuentro entre un europeo y una indígena, un encuentro que sólo por esta vez no remite al conflicto y a la violencia en las relaciones interétnicas. Como si aquí se observaran los prolegómenos de una práctica vincular que derivará en el Río de la Plata en un alto nivel de mestizaje, el ilustrador coloca estos cuerpos a un costado de la imagen, enfrentados entre sí, a un costado también del ojo del 265 espectador, haciendo remisión (por cierto difícil de eludir) a la confesión del cronista sobre estas indígenas que lo obnubilan. El deseo que explicita el soldado cronista por estas mujeres es retomado aquí en la constante y buena disposición de la india jaraye hacia el europeo ante el que se coloca, aparentemente para –en principio– danzarle. jos, su collar, sus pulseras y la piedra que adorna su mentón. Su cuerpo –más cerca del espectador que el del hombre, más centrado en la imagen que el de él– se halla demarcado tanto por los tatuajes que el ojo europeo recorre, como por la posición de su mano, que señala otro de los elementos que componen su atavío. Su cuerpo, levemente en torsión hacia el lugar ocupado por el hombre, demuestra una gracilidad y coquetería que se suman al desafío indócil que respira su mirada. Si se la compara con la primera imagen de la india timbú, mientras en ese caso su rostro se mueve hacia la figura masculina que se encuentra a su lado, aquí sus ojos realizan la torsión completa que su torso no reproduce. En pose para el espectador que retrata y para el lector que observa, su mirada se dirige penetrante al hombre que se encuentra a su lado, pero el desafío o la impetuosidad que evidencia establece la tímida respuesta que ofrecen los pequeños ojos de su compañero. 30. Detalle de los rostros y las mirada de los jarayes. 29. Retratos de mujeres tmbú, cario y jaraye. De las imágenes femeninas que se ofrecen (timbú, cario y jaraye), la última es la más elocuente. Ni fea, ni tosca, ni gruesa, ni prototípica, ni maternal. Su feminidad se encuentra enmarcada en el alto nivel de erotismo que ofrece su sexualidad a la vista y en detalle y en su belleza arremetedora, la cual es descripta a través de sus diversos ornatos: su cabello, sus dibu- 266 El “desencuentro” visual que ya se manifestaba en el grabado de los timbúes (ver imagen 13) vuelve a ponerse en juego aquí. Recordemos que, entre ellos, la mujer sentada con el niño mira e interpela con su gesto de ofrecimiento alimenticio a aquella de pie que observa asimismo al hombre, cuya mirada parece más dirigida a la lontananza (las embarcaciones quizás y el lugar donde debería estar) que a ella misma. Este mismo tópico es practicado en el resto de la imagen de los jarayes. En el segundo plano de esta ilustración, mientras el rey de la tribu mira al europeo que está sentado junto a él (ver imagen 26) éste 267 mira el alimento que se halla sobre la manta; a su vez, los músicos miran al rey que no los mira; el español de pie, detrás del principal, observa la danza y, por tanto, no dirige sus ojos hacia el compañero que le habla de frente. Sólo existe un encuentro completo corporal y visual representado, el baile de los jarayes. En él se genera una total disposición entre hombres y mujeres, la cual puede observarse, incluso, en la pequeña escena de la india sentada y cubierta con una manta que se halla a la espera del hombre que se dirige hacia ella. El monstruo, el espécimen El descubrimiento de América tuvo una influencia dual, dado que, al mismo tiempo que favorecía el desarrollo de la fantasía mítica y monstruosa, contribuía también a su destrucción después de siglos de vida. Pensado en estos términos, “el descubrimiento de América significó, de alguna manera, la profanación del mito” (Pizarro Gómez y Rojas Mix 1999: 23). Los descubridores y cronistas se topaban con esa dualidad y sus textos tendían a reproducir esa tensión entre lo que se les presentaba ante sus ojos y lo que deseaban ver. Derrotero y viaje… no es una excepción, esta crónica también pone en escena este deseo, permitiendo de este modo que lo mítico y/o monstruoso ingrese en ella. Su hallazgo exige ese espacio discursivo que, aunque breve, establece una marca distintiva. Lo monstruoso natural se le “revela” repentinamente al conquistador europeo y, por extensión, también al lector: 31. Detalle de la imagen 22. La estrecha comunión que evidencia este baile da cuenta también de una paridad representacional que no se reproduce en el retrato de los jarayes en primer plano. Si bien allí la belleza de la figura central femenina también posee rasgos europeos –lo que nos retrotrae nuevamente a los criterios y los valores estéticos en juego– la corporalidad de la mujer tatuada se recorta casi del grabado, adquiriendo una relevancia que la distingue no sólo de su compañero sino también del resto de los sujetos que componen el grabado. El interés se lo provocan estas mujeres a Ulrico, lo mismo pudo sucederle al ilustrador y, por extensión lógica y evidente, lo mismo le acontecerá al lector. Pero además la importancia de este recorte ahonda en la imagen que se quiere ofrecer de América; si la ilustración anterior era el paraíso, ésta pone en escena las bondades de la tierra rioplatense. 268 Cuando estuvimos entre estos Mocoretás, encontramos por casualidad en tierra una gran serpiente disforme; ésta era larga como de veinte y cinco pies y tan grande como un hombre en la grosura y era salpicada de negro y amarillo. Así la matamos de un tiro de arcabuz. Cuando los indios la vieron, se admiraron mucho de la serpiente porque nunca jamás habían visto tan grande serpiente tan grande; y esta serpiente ha hecho mucho mal a los indios, pues cuando querían bañarse, estaba esta serpiente en el río y pegaba su cola alrededor del indio y lo tiraba abajo del agua y lo comía, de modo que los indios no sabían cómo podía suceder que esta serpiente ha comido muchos indios. (…) yo mismo he medido tal serpiente a lo largo y a lo ancho, así que yo bien lo sé (50). En este caso la inmensa serpiente descripta, con su apetito humano arrollador, que hace desmanes entre la tribu de los mocoretás, responde al arquetipo fabuloso esperado. Lo curioso es que, a pesar de que la diferencia del Río de la 269 Plata no permite continuar ampliamente con los estereotipos discursivos y representativos ideados desde el afuera, Ulrico ve y encuentra –o dice ver y encontrar– un espécimen extraordinario, digno de enunciado, que trabaja en la línea que el propio espacio que representa desanda. El monstruo aquí presente existe como tal, menciona el narrador, y se esfuerza en confirmar una realidad extraña e insospechada. Está claro, la maravilla en toda su expresión, sea cual fuere el modo en que se manifiesta, llama la atención sobre el problema de la credibilidad al mismo tiempo que insiste en su certeza, exige la puesta en juego de la experiencia. Por eso, el desafío del cronista, basado en la vivencia directa y palpable, no se funda solamente en el acto de la visión, como sucede en otras crónicas frente a sucesos similares, sino que principalmente se sostiene en el acto mismo de medición realizado: “yo mismo he medido tal serpiente a lo largo y a lo ancho, así que yo bien lo sé”. Al final del episodio narrado, con el desafío escrito de Schmidl, el lector corrobora que el largo y el grosor de la serpiente mencionados en la descripción no son datos ofrecidos a golpe de ojo, sino productos de la medición minuciosa efectuada sobre el animal. El conocimiento de Ulrico se sustenta en su discurso, así como el acto empírico “constata” lo que a simple vista pertenece más al orden de lo imaginario que de lo racional. El “saber” de Ulrico se sostiene, principalmente, en el hecho de haber visto aquello que los naturales del lugar no habían visto, en haber medido a un animal de fábula. Esta particularidad sólo experimentada por el cronista se explica en el hecho de que la maravilla, ese “componente casi inevitable del discurso del descubrimiento”, como lo define Greenblat, posibilita “un reconocimiento instintivo de la diferencia” (1991: 73). Por eso, esta maravilla que regala el espacio natural rioplatense es sólo vista por los europeos y desconocida por los propios habitantes del lugar. Los indígenas se 270 sorprenden de la serpiente “nunca jamás” vista antes y descubren, gracias a la acción del arcabuz, la resolución del enigma de la muerte de muchos de los suyos. Este misterio que devela el extranjero vuelve a llamar la atención sobre qué se mira y cómo se lo hace. La aparición discursiva e iconográfica de este monstruo responde a explícitos requerimientos europeos que convierten a América en el escenario privilegiado para lo exótico, lo que explica, a su vez, la inexistencia de esta serpiente gigantesca en el imaginario indígena. Es decir, dado que la producción de lo exótico maravilloso es concomitante a su descubrimiento y dado que “lo exótico nunca está en casa” (Mason 1998: 148), por lo tanto sólo puede ser visto, descubierto y representado por aquellos que son ajenos al espacio natural de la serpiente hallada. Además, el hecho de detenerse en este espécimen de la fauna fabulosa americana les permite, tanto al cronista como al ilustrador, re-producir las relaciones sociales que, de acuerdo con las características del territorio y tal como lo vimos, estaban trastocadas. El relato aquí ilustrado pone en escena una estructura ideológica conocida –difícil de poner en práctica en la narración de la conquista del Río de la Plata–, según la cual los europeos descubren el monstruo que azotaba la tribu; develan, de este modo, la inexplicable muerte de muchos mocoretás; matan al inmenso y feroz animal y logran, así, liberar a los indios y por primera vez ser ellos los que ofrecen alimento. Este episodio permite realizar los acomodamientos necesarios, no en relación con la extrañeza de la serpiente en sí, sino en lo que concierne a las relaciones de poder entabladas entre indios y españoles. Es desde esta perspectiva que hay que pensar esta única ilustración monstruosa y maravillosa de la serie total. 271 32. “La serpiente de los mocoretás” (Hulsius 1599). Al analizar la construcción del grabado, puede verse que en primer lugar se reproduce a la serpiente feroz en actitud de ataque; en segundo, se muestra otro ejemplar que busca atacar pero es alcanzado por el arcabuz español. Si bien puede pensarse que los distintos planos que componen la imagen dan cuenta de diversos momentos de la acción de los europeos frente a este gigantesco animal (primero el hallazgo, luego la muerte y finalmente su corte y cocción), el efecto de duplicación que produce la representación simultánea de escenas sucesivas es sugestivo. La hipérbole, figura retórica definitoria de la maravilla, parece entrar en el cuadro, de tal modo que quien se enfrenta a esta imagen no ve un reptil, sino dos. Se refuerza, así, el alcance del poder español, observable no sólo en el acometimiento al animal sino también en el espécimen muerto y a disposición de los indígenas. Asimismo, la duplicación antedicha puede pensarse como la mera reproducción del enunciado realizado 272 para describir la dimensión fuera de lo común que convierte a la víbora en monstruo: “tan grande serpiente tan grande”. A un sintagma como éste, le corresponde una imagen del mismo calibre. Esta clase de ilustración del espacio rioplatense, más precisamente del Nuevo Mundo, pone de relieve ciertos aspectos de la representación europea sobre lo Otro. De este modo, si la víbora se vuelve más monstruosa en su imagen duplicada, porque llama la atención sobre la cantidad posible (y, por ende, acechante) de esta especie, mucho más lo será si se halla acompañada de algún otro ser que complete el ideario fabuloso zoológico. Dos parecen ser las serpientes inmensas y feroces, y peculiar es el ave representada. A simple vista de dos cabezas, el artista representa dos avestruces juntos (¿unidos?) por su plumaje. La indeterminación de la imagen de este animal permite establecer, una vez más, la asociación directa con lo extraordinario, principalmente posibilitada por la comparación que se establece con el otro avestruz colocado en el escenario, el cual, al ser representado solo y a corta distancia, funciona como una suerte de figura referencial. 33. Detalle de la imagen 32. “No es simplemente el reconocimiento de lo inusual lo que constituye la maravilla, sino también un certero exceso” (Greenblat 1991: 76) que Ulrico pone en juego en su discurso y el ilustrador explota en la imagen. De uno y de otro modo, la maravilla halla lugar en la crónica; el conjunto de ilustraciones recurre previsiblemente a este episodio que, junto con la serie bélica y la representación paradisíaca, conforman el eslabón necesario sobre la fábula de América que esta edición se propone representar. 273 Sin embargo no todo acaba aquí. La fauna rioplatense guarda otras sorpresas, también existen las “ovejas indias (...) tan grandes como un pequeño mulo”, las cuales son utilizadas por los indios para llevar sus alimentos o para cabalgar sobre ellas cuando están enfermos. Sólo “caseras y ariscas”, como en principio se las califica, aunque desde ninguna perspectiva feroces o maravillosas, su aspecto dúctil y su funcionalidad destierran lo monstruoso y, de hecho, posibilitan la analogía: “estas ovejas son tan grandes como un pequeño mulo romo” (107). Como un anta,24 como un mulo, como una oveja, en esa triple asociación analógica se basa el ilustrador para representar un animal como éste, que nunca ha visto y cuya novedad el propio narrador no sabe cómo referir. La tierra descubierta ofrece monstruos pero también animales aprovechables y funcionales que pueden ocupar un espacio en la narración y a los que el ilustrador decide otorgarle un lugar prototípico a nivel de la imagen: este “mulo” será el único animal que caracterice al Río de la Plata fuera del mito, de lo monstruoso y de la maravilla. Un animal que tanto en esta ilustración como en el retrato de Ulrico (ver imagen 37) es mostrado bajo el poder del hombre; es decir, la naturaleza que representa se ve, en un caso, sujetada por el indio; en el otro, ya dominada por el europeo. El ojo del artista y el del cronista se hallan invariablemente coloreados y conformados por sus propias creencias y conocimientos. El narrador relata lo que puede decir de lo vivido, el ilustrador representa lo que conjetura se ha visto ahí afuera, y el lector ensaya modos de digerir esa tensión entre la fauna fabulosa que espera encontrar y aquella novedosa que en verdad halla. La edición de Hulsius ofrece por primera y única vez el arco completo que abre la serpiente gigantesca y cierra el mulo/anta/oveja. 5. En medio del viaje, la catástrofe 34. “Pacos o Llamas” (Hulsius 1599). 274 Los grabados que componen esta edición narran partes cuidadosamente seleccionadas de la crónica de Schmidl. A las ilustraciones ya analizadas, hay que sumarle dos imágenes de naufragio. Su presencia, por cierto de otro orden respecto de los tópicos abordados en las series recientemente trabajadas, se explica al inscribirse dentro de un repertorio de imágenes conocidas en Europa y de hecho ejercitadas por el propio Hulsius. 25 Probablemente a esto responda la inclusión del grabado del padecimiento en el mar, en tanto respondería a una práctica iconográfica ya ejecutada y rápidamente decodificable, más ligada a los avatares y riesgos del viaje de descubrimiento y explora275 ción que a la decepción propiamente dicha. La aventura se circunscribe al orden de lo esperado y es el traslado en las embarcaciones el marco previsible para este tipo de episodios. Por eso, si el viaje marítimo es el único tipo de desplazamiento presente en la imagen sobre el Río de la Plata, esto es porque se puede comparar con el realizado hacia Cádiz, o hacia cualquier punto geográfico. Es decir, el recorrido espacial tradicional es la marca representacional elegida por el ilustrador y no así el tipo de recorrido fundado en tierra rioplatense y minuciosamente descripto y narrado en Derrotero y viaje a España y las Indias. Esta primera imagen representa al barco de Gonzalo Mendoza, quien debido a las órdenes de Irala se dirige hacia Santa Catalina en busca de bastimentos para la hambrienta armada española. La nave atraviesa una gran tempestad que la deja hecha “cien mil pedazos” y por la cual se ahogan varios hombres y se salvan otros, entre ellos Ulrico, sostenido sobre el mástil. La tragedia vivida trae como consecuencia un cambio en el tipo de recorrido territorial, luego del naufragio tienen que andar “a pie las cien leguas de camino”. A la supervivencia a la tempestad y al naufragio ahora se suma la caminata con la ropa mojada y sin manutención alguna, salvo las frutas que hallan en los montes. La catástrofe se ha convertido en odisea. Pero no es esta última la escena elegida. El ilustrador no opta por el penoso camino transitado por Ulrico y sus compañeros sino, como era de esperar, por la imaginable y efectista tragedia vivida en el mar. La segunda representación de este orden da cuenta de una escena similar. 35. “Naufragio de Schmidl en 1538” (Hulsius 1599). 36. “Naufragio cerca de Cádiz” (Hulsius 1599). 276 277 Aquí el naufragio sucede frente al puerto de Cádiz, en el viaje de regreso de Schmidl hacia su país natal. Las divergencias entre las ilustraciones las dan, por un lado, los pormenores de la escena narrada, por el otro, el marco espacial de cada una de ellas: el Nuevo y el Viejo Mundo respectivamente. En cuanto a las características del episodio a ilustrar, en la primera imagen Ulrico padece la tormenta, la pérdida del barco, la fuerza del río y sus consecuencias; en la segunda, llega a salvarse del naufragio. La diferencia de perspectiva –de protagonista a espectador de la escena que refiere– es central tanto en el orden textual como en el iconográfico. La impetuosidad del agua que destruye el todo “en cien mil pedazos” es la marca significante que recorre la anterior ilustración. La tranquilidad del mar en el segundo grabado se explica por el tipo de naufragio allí representado. La destrucción del navío que iba a llevar a Schmidl hasta destino se debe a que el capitán navegó hacia la lumbre que se había hecho en Cádiz creyendo que era la “linterna del almirante”, por esto “chocó con fuerza contra las rocas que estaban o yacían en el mar”. Al ir contra éstas, su barco se destruyó en “cien mil pedazos”, las “gentes y cargas fueron a pique (...) y se ahogaron veintidós personas” (142). Las distintas embarcaciones que se dirigían a la ciudad española hallan su lugar en la imagen, amarradas a la costa. Asimismo el fuego realizado también forma parte del grabado y las pérdidas sufridas aparecen en primer plano. Una vez más el ilustrador elige prácticamente los únicos dos momentos que narran estas escenas ya codificadas,26 las cuales en el marco de la colección de la que forman parte pueden concebirse como espectaculares aventuras de atracción. Y así el lector ve los riesgos imaginados, “presencia” la experiencia sufrida y lee cómodamente el significado esperado en el acontecimiento que seleccionaron para él. 278 6. El mosaico completo Hasta aquí se ha realizado un recorrido personal en la lectura de las imágenes, agrupando láminas y siguiendo series temáticas. Pero lo cierto es que las ilustraciones de la edición de Hulsius de 1599 componen en sí mismas una serie general con un orden determinado.27 Encabezada por el doble retrato de Ulrico, ya presente en el manuscrito original, la serie iconográfica dibuja una línea de sentido que recorren las diversas representaciones. 37. “Retrato de Ulrico Schmidl y portada de la edición latina” (Hulsius 1599). Al abrir el libro, nos encontramos con dos retratos de Schmidl. Ambos representan a un soldado con espada y lanza, uno parado sobre un yaguareté, el otro montado sobre una llama de la región andina. El primero de ellos trabaja con mayores simbologías, lo que se observa no sólo en el 279 hecho de hallarse de pie sobre el animal, sino también en el escudo de armas de la familia Schmidl que acompaña al soldado héroe. En el segundo, que trabaja la tensión entre el retrato y el estereotipo, Ulrico es acompañado por dos indígenas. Uno de ellos posee su arco y flecha, una lanza y un ave, aparentemente un loro; el otro porta además el arma paradigmática del europeo, el rifle que sostiene sobre su hombro. Los indios, el que lleva el arma y el que tira del animal, que tiene a su vez la lanza del europeo, parecen estar a expensas del caballero, como una suerte de vasallos puestos a su disposición. Las diferencias entre unos y otros están dadas por la vestimenta, el armamento y la pose, pero también por el espacio que ocupan dentro de la composición. El cronista se distingue no sólo por los elementos mencionados sino por el lugar jerárquico que se le adjudica en el grabado. En el centro, sobre una “oveja india”, Ulrico se encuentra físicamente por encima de los indígenas que lo acompañan en el recorrido, quienes se hallan de pie y, por ende, por debajo de él. El texto comienza con una descripción que representa al soldado cronista y protagonista del relato, el mismo que en la página anterior logra vencer al feroz animal y se para sobre él, el que en ambas imágenes lleva la lanza, siempre en alto, como su cabeza y su mirada. El aspecto victorioso, sea por las armas y su porte, sea por la sumisión que transmiten los indígenas que lo “escoltan” en el camino, se observa en ambos retratos. A través de ellos, de estas imágenes que Hulsius decide mantener como apertura de la serie ilustrada, se pretende transmitir un mensaje claro: ésta es la historia de un guerrero heroico que sostiene como emblema la victoria sobre el espacio conquistado, metonímicamente representado por los animales y los habitantes americanos. Este parece ser “el esfuerzo de sentido” –como lo llamaría Gombrich– que imprime la imagen. Esfuerzo por la disidencia a la que se enfrentará el 280 lector al embarcarse en la aventura dual de la palabra y la representación iconográfica; esfuerzo por el intento de mantener una línea significativa coherente entre el resto de los grabados y el retrato ofrecido en el comienzo. Al observar la serie completa, de acuerdo con el orden estipulado por el editor, se observa en qué medida el combate funciona como la escena narrativa que eminentemente adquiere la función de enmarcar la historia que componen estos grabados. Es la lucha entre nosotros y ellos lo que posibilita la incursión en la representación iconográfica del Otro, lo que enmarca la descripción de los animales y también del naufragio. La serie narra un relato que se condice con el mensaje que enuncian los retratos del soldado cronista, de ahí las omisiones, el recorte y las elecciones de escenas, episodios, capítulos. El ilustrador y el editor reproducen su propia experiencia de lectura del texto hacia el afuera. No necesitan imaginar lo que le sucederá a quien se embarque en la tarea de leer esta historia, ellos mismos han transitado la crónica, los padecimientos del narrador, su carencia de fortuna al regresar. En el orden de sus propias expectativas, ilustrador y editor buscan cubrir ejes constantemente vaciados en la narración y agregar aquellos nuevos que serán apetitosos para el lector europeo. La victoria, el mito y lo monstruoso se abrirán paso en el libro. El aspecto fuertemente geográfico y etnográfico será subsumido a un par de ilustraciones y principalmente suplantado por la imagen de lo conocido que permite, al fin de cuentas, interpretar lo nuevo. La novedad que porta el texto de Ulrico, por lo menos en parte, no se pierde y el placer experimentado con las indias, único confesado por el cronista en esta tierra, se ve acrecentado en la serie que diviniza lo inimaginable. Al recorrer los grabados en su orden y composición original se percibe el trazado de un relato lineal que provoca en el espectador un efecto de expansión. El combate parece ser uno solo, amplio y, por lo tanto, grandioso; los padecimientos, pro281 pios de los accidentes naturales que conlleva un viaje de estas características; y los indígenas, más y más belicosos en cantidad y acción. La hipérbole es necesaria no sólo para la existencia de la maravilla, sino también para la funcionalidad de la serie que opera por fidelidad a un imaginario y a una convención que asegure la lectura y que reproduzca el deseo que Europa bosquejó sobre América. Retomando las palabras de Aristóteles, “disfrutamos contemplando estas representaciones porque, al mirarlas, aprendemos y deducimos lo que es cada una” (1989: 135). Ése es el disfrute al que apela este conjunto de ilustraciones: el placer del reconocimiento del yo y del Otro, el que se desprende al ver representado el poder europeo que marca territorio, el goce de recorrer el imaginario a través de un código que permite ver y comprender el significado de un acontecimiento del que el lector, aunque físicamente fuera, también forma parte, en el que, por origen y adscripción, se incluye. *** Segunda Parte El espacio del Río de la Plata: imagen cartográfica y discurso en el siglo XVII 1. El mapa de Ruy Díaz de Guzmán En 1612 Ruy Díaz de Guzmán escribe La Argentina y, al hacerlo, elabora la primera historia orgánica de la conquista rioplatense escrita por un mestizo y el único libro del conjunto de relatos de la conquista del Río de la Plata que posee un mapa de este territorio confeccionado por el propio cronista. Pero este mapa no se distingue tan sólo por ser el primero de la región, es también el primero elaborado por un mestizo, el primer mapa de un espacio conquistado y por conquistar que realiza un hom282 bre de armas que nunca llega a trasponer los límites del continente en el que nace. En el transcurso de las primeras páginas de su texto, más precisamente hacia el final del capítulo cuarto, Ruy Díaz hace referencia explícita a la imagen cartográfica que ha realizado y que le ofrece, junto con este “humilde y pequeño libro”, al duque de Medina-Sidonia, Conde de Niebla y Marqués de Gibraleón. El mapa, al que remite en su crónica y que posee un lugar físico en su libro, 28 fue durante algún tiempo una realidad meramente discursiva. El hecho de no haber sido encontrado entre los manuscritos de su obra hizo que la explicitación de su existencia fuera sobrevolada por avisados lectores, omitida en las ediciones posteriores y paulatinamente olvidado. Recién hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, de mano de historiadores y cartógrafos, comienza a otorgársele un lugar de estudio a esta carta. En 1894, Estanislao S. Zeballos publica una reproducción parcial del mapa, en el que se basará para su alegato sobre la cuestión de límites con Brasil. En 1903, Félix Outes reproduce la parte costanera de esta imagen cartográfica. Unos años después, en 1905, Daniel García Acevedo realiza el primer estudio bibliográfico-crítico de esta representación, en el cual confirma la autoría de Ruy Díaz y donde publica una reproducción completa de la misma. Posteriormente, en 1914, gracias a la intervención de Paul Groussac, vuelve a ponerse en circulación el mapa junto con los abordajes y lecturas que hasta entonces se habían realizado sobre él. En los Anales de la Biblioteca Groussac ahonda en ciertas hipótesis relacionadas con la vinculación entre la crónica y la carta, intentando leer conjuntamente ambas textualidades.29 En 1936, durante la primera conferencia argentina de coordinación cartográfica, Guillermo Furlong refiere y clasifica la imagen en cuestión como “el primer mapa del Río de la Plata”. En los sucesivos estudios que realiza sobre cartografía colonial rio283 platense hace constante referencia al aporte significativo de esta representación y discute con quienes cuestionaron la autoría del cronista mestizo.30 Enrique de Gandía, estudioso de la figura de Díaz de Guzmán, de su obra y del período señalado, comenta la existencia del mapa pero no se atiene a su análisis. Lo cierto es que salvo estos contados casos, ningún otro historiador o geógrafo volvió a publicar esta carta completa ni se dedicó a su estudio. En el ámbito literario, el olvido o la desatención de esta representación también ha sido una marca común. En su documentado tomo “Los Coloniales”, Ricardo Rojas exhuma gran cantidad de fuentes históricas que resultan productivas a la hora de emprender el análisis crítico de esta obra, pero no hace mención alguna al mapa ni a los estudios realizados sobre él. Lo mismo sucede con la crítica contemporánea que prescinde del mismo a la hora de abordar La Argentina. Sea cual fuere la razón de tal omisión, de todos modos no puede desconocerse que este mapa forma parte del libro y es explicitado como objeto de referencia; no puede dejarse de lado el hecho de que este cronista haya decidido construir un mapa, ni una imagen alegórica ni ilustrativa, sino una representación cartográfica claramente significativa en el contexto de producción y de recepción de esta crónica. Desde esta perspectiva, y teniendo en cuenta la relevancia que la inscripción visual y discursiva de esta carta tiene en el cuerpo de La Argentina, el mapa no parece ser simplemente un texto paralelo en el que es posible reparar sino parte integrante de la historia que se pretende escribir. Por eso, su inclusión como parte del relato exige que sea tenido en cuenta al realizar cualquier tipo de acercamiento a esta obra. 284 2. Una carta de presentación El mapa de La Argentina no sólo representa un modo de ver y de ser visto, también supone un modo de presentarse y de exhibirse. Las circunstancias en las cuales esta representación cartográfica fue realizada, el modo en que pretende ser vista y la función reservada para la misma, determinan su confección. Al contexto político y cultural de producción de esta imagen debe sumársele la perspectiva ideológica específica de su productor, junto con las características del receptor al que se le enviará el libro y la finalidad esperada o esperable a cumplirse a través de tal producto. Ante estas determinaciones propias del mundo social, del que también forma parte la cartografía, la concepción de la carta como entidad autónoma cuyo objetivo reside en la transparencia y la mímesis del objeto representado, resulta difícil de asir conceptualmente hablando. En tanto sistemas culturales (Harley 1992: 231-247), los mapas están sujetos a un conjunto de convenciones; lo que es representado y el modo elegido de hacerlo dependen de una serie de contingencias que también son determinantes del significado atribuido a la imagen en cuestión. En este sentido, las elecciones sobre qué representar y qué dejar de lado son algunos de los aspectos que permiten concebir a la cartografía como una construcción (King 1996). La inclusión de este tipo de imagen garantiza un status de realidad o importancia, mientras que la exclusión de la misma niega la existencia o declara la prescindencia de tal objeto y/o sujeto. La realidad que nos da esta clase de representación está influenciada, entonces, por las limitaciones técnicas y por las estrategias deliberadas del cartógrafo. De ahí que, siguiendo a Geoff King, el mapa inevitablemente “distorsiona” la realidad 31 al ser el resultado de la imposición de los propios mapas culturales del cartógrafo. Por eso, a la hora de dar cuenta de esta 285 clase de representaciones, “texto es ciertamente mejor metáfora (…) que espejo de la naturaleza” (Harley 1992: 238). La paridad entre texto e imagen cartográfica no sólo se basa en esta cuestión sino también en el sistema convencional de signos empleado; es decir, los mapas tienen el carácter de ser textuales en tanto poseen palabras asociadas con ellos, emplean su propia sintaxis, funcionan como una forma de escritura y están discursivamente embebidos dentro de contextos más amplios de acción social y poder (Pickles 1992). Desde esta perspectiva, la representación cartográfica adquiere un relieve que excede (pero no niega) el marco mimético objetivo en el que general y unilateralmente se inscribe, para pasar a poseer “cualidades narrativas” que sólo serán reconocidas una vez redescubierta la historia y la antropología de la imagen. De este modo, verla como simple reflejo de un espacio en forma pasiva es desconocer el proceso de construcción de significado y de interpretación del territorio que su confección supone. De hecho, si comparamos el mapa de 1599 de la edición de Hulsius, elaborado por un cartógrafo europeo para una publicación latina en Alemania, con el de 1612 realizado por Ruy Díaz de Guzmán para su crónica, las diferencias son elocuentes. El bagaje cultural que rodea el tipo de representación en uno y otro caso atraviesa las elecciones y las inscripciones, lo que se evidencia en los dibujos ilustrativos de seres imaginarios que acompañan al primero y en la tosquedad y simpleza que caracterizan al segundo. 38. Mapa de América. Parte Meridional hasta el paralelo 54º (Hulsius, 1599). 286 287 39. Primer mapa del Río de la Plata. Ruy Díaz de Guzmán, La Argentina manuscrita, (1612). A las convenciones que articulan y atraviesan estas diversas representaciones debe sumársele el objetivo que lleva a esa confección, la historia de vida del hacedor y sus respectivos condicionamientos a la hora de emprender el trazo. En este caso, ésta no es una imagen que elabora un gran explorador, ni el resultado de una aventura territorial, ni el encargo de una autoridad real. Éste es el mapa de un mestizo y ésta es la marca distintiva, la diferencia insoslayable. En la dedicatoria al Duque de Medina y Sidonia, el autor esboza su ascendencia y ofrece este libro cuya materia trata “de 288 nuestros españoles”. La fuerte y explícita vinculación con una rama familiar europea en la que se incluye se evidencia, como se ha visto en el primer capítulo, en la reconstrucción genealógica paterna así como en el uso de una retórica de vasallaje identificatoria con esa línea. Escribir un texto en función de los intereses de su señor y construir un mapa que posea un rol específico para la conquista y la colonización de territorios nuevos, son las dos decisiones de este cronista que, mediante su obra, apela a distintos sistemas significantes para demostrar y corroborar, desde diversos ángulos, una pertenencia que la sangre cuestiona. Guiado por el imperioso deseo de reconocerse parte del orden civilizatorio occidental, acude a la cartografía, opta por una práctica que en el contexto de producción de La Argentina se halla directamente ligada al imperio; es decir, elabora un instrumento que fue usado “para legitimar la realidad de la conquista”, como “comunicador de un mensaje imperial”, en el que se sostuvo “la ejecución directa del poder territorial” (Harley 1992: 282). Así, apelando al ejercicio de un discurso que establezca mancomunidad con su receptor, Díaz de Guzmán construye un instrumento de poder geográfico y territorial impregnado de una fuerte visión imperialista; es decir, recurre a las prácticas europeas de propiedad sobre el territorio explotando todos los sentidos que éstas puedan otorgarle. Pero ante la visión negativa que se posee de los mestizos en España, este cronista refuerza los lazos con el bando español y, dado que la marca está inevitablemente presente, realiza esfuerzos denodados por dejar de lado esa negatividad con que se asocia su origen. Ruy Díaz debe fundamentar y legitimar la presencia y creación de este mapa, debe darle un carácter único, otorgarle una función de uso claramente decodificable, debe –y éste parece ser el objetivo primero de la incursión en la experiencia cartográfica– ofrecer la prueba irrefutable de su soberanía sobre este territorio. Por eso este mapa es particular, porque no sólo afir289 ma, como cualquier otro, la existencia de estas tierras, de sus exploraciones, de sus recorridos y de sus habitantes, sino también y principalmente de su productor. En tanto las aventuras de conquista de sus parientes lo heroifican a los ojos de este narrador, la producción de este estilo de imagen, junto al gesto monumental de escribir “los anales del descubrimiento, población y conquista de las Provincias del Río de la Plata”, lo encumbran ya no sólo como español sino claramente como conquistador. Luego de las acciones militares que ha llevado a cabo contra los pueblos indígenas y de los afanes desesperados por continuar la conquista de los espacios inexplorados, la representación que ofrece Ruy Díaz es la muestra cartográfica más clara de su sentimiento de pertenencia, la mayor evidencia de empatía para con aquellos que considera los suyos. Díaz de Guzmán ya no es tan sólo un descendiente de una ilustre genealogía de españoles, con la imagen que confecciona pone en juego una carta de presentación ideológica con la que busca “europeizarse” frente a los otros, más allá de la sangre o el parentesco. En la carta elaborada por el autor se lee la práctica del espacio que le dio origen en cada recorrido sugerido, la adscripción religiosa en cada símbolo cristiano que demuestra los alcances de la conquista espiritual, el afán de poder detrás o delante de esta construcción, su ideología en la perspectiva ejercitada: su autobiografía. 3. Radiografía de una conquista Territorio, nombre y utilidad Guillermo Furlong se refiere al mapa atribuido a Díaz de Guzmán y comenta: Tosco en su forma, fantástico en su delineación general, contiene este mapa del Río de la Plata tantos detalles, tantos pormenores en la enumera- 290 ción y situación de pueblos hispanos y habitantes indígenas, que bien puede decirse que es el primer mapa del Río de la Plata. Es inferior al de Gaboto, y aún al de del Cano en la configuración topográfica, pero su riqueza toponímica es enorme (1936: 182). Mediante esta primera representación, Ruy Díaz declara la existencia del Río de la Plata pero también, inevitablemente, de sus habitantes. En un doble efecto, y fiel a la dualidad que lo define, incluye a los seres originarios de este espacio. Los indígenas poseen su lugar en la imagen, las tierras que ocupan se hallan demarcadas por la inscripción gráfica del nombre de la tribu o de su asentamiento pero no son representadas, como habitualmente sucede en el mapa colonial occidental, mediante espacios libres, “vaciados de habitantes y de sentidos” (King 1996: 145).32 Ruy Díaz se aboca a la producción de un objeto ligado a la conquista y a Europa, al mismo tiempo que ofrece un amplio espectro toponímico indígena que afirma la presencia de un espacio (ocupado y practicado) preexistente a la producción europea. Sin embargo, no puede desconocerse que esos nombres indígenas están inscriptos en un marco político-cultural claramente identificable con el imperio español, lo que obliga a refuncionalizar las lecturas y rever los objetivos de tales inclusiones en el mapa. En este sentido, Díaz de Guzmán no sólo ofrece el texto de la historia de la conquista del Río de la Plata y su primera representación cartográfica, sino también un mapeado claro de los alcances de la conquista en este territorio. Mientras en el relato cuenta las expediciones y los avatares sufridos por los españoles en pueblos de indios, en el mapa pone en evidencia los espacios, ya no vacíos, pero posible y posteriormente vaciados. Díaz de Guzmán produce una carta de una “gran riqueza toponímica” porque es a través de tal diversidad nominativa y de la ubicación en que se halla cada una de esas naciones indígenas, que puede ofrecer a su señor un futuro uso imperial de estas tierras. 291 Gran parte de los pueblos indígenas poseen un nombre que aparece especificado en la imagen, de este modo el receptor del libro leerá en el texto las características de cada grupo particular y podrá reconstruir los itinerarios a trazar de acuerdo con la peligrosidad o docilidad de los proveedores de tierras, mujeres y alimentos. Si nos detenemos en el estudio de las cualidades narrativas de este mapa, observamos que se especifican los poblados indígenas y sus ubicaciones espaciales –“pueblos xarayes”, “Yndios guxarapos”, “querandís”, “pueblo matara”, “pueblo de los indios del paraguarani”– así como se detallan las características funcionales de algunos de éstos: “gente puyguara, labradores”, “guaycurúes, que no labran”. También se da cuenta de rasgos físicos que los distinguen entre sí, desproveyéndolos de su nominación original: “pueblo de los indios frentones”, “región de gigantes”, “enanos, pueblos”. Ruy Díaz apela a la óptica del receptor y, por un lado, advierte: “poblado de gente bárbara”, “Río de los pates, indios bárbaros”, “guaycuruz gente belicosa”; por el otro, informa los alcances de la conquista territorial y humana ya realizados: “reduzion de yndios”, “pueblo de los gurrare, esclavos”, “esclavos bárbaros”. les para una futura incursión eficaz: “río poblado”, “tierra de lagunas”, “arenas gordas”, “valle muy poblado de indios”, “el gran río Paraná, innavegable”, “tierra no sabida”. 41. Detalles del mapa de Ruy Díaz de Guzmán (1612). 40. Detalles del mapa de Ruy Díaz de Guzmán (1612). En la imagen se describen también características del territorio en las que reparar, importantes especificaciones espacia292 La representación cartográfica de Ruy Díaz de Guzmán puede ser leída como una verdadera hoja de ruta que da cuenta de toda la información necesaria para un conquistador que no conoce completamente el espacio en cuestión, incluyendo también extensiones y pertenencias: “desde aquí a la mar hay 600 leguas”, “Baya de la corona de Castilla”, “confines de la Corona de Portugal”. La función del mapa no parece ser tan sólo la de advertir sobre posibles obstáculos con los que podrían toparse quienes se adentren en este terreno, o la de guiar el recorrido a través del conocimiento de la ubicación de los pueblos amigos o 293 enemigos, sino también la de ofrecer ciertos datos acordes con el imperativo conquistador de adquisición de riquezas: “el río Pepiry donde hay oro”.33 En Geographical imaginations, Derek Gregory señala que “el espacio histórico de los conquistadores blancos emergió a través del lenguaje. Pero el lenguaje que se colocó en una circulación cultural no fue el lenguaje del diccionario, por el contrario, fue el lenguaje de la nominación, el lenguaje del viaje. Lo nombrado representó una orientación mental, una intención de viaje” (1994: 172). Desde esta perspectiva, nombrar un espacio susceptible de ser explorado, conquistado y leído supone transformarlo en objeto de conocimiento, así como permite articular una idea de él. Este mapa en particular elabora un argumento tangible que sostiene la legitimidad pregonada de quien se adjudica la acción de nombrar. El lenguaje del viaje presente en la carta se halla principalmente atravesado por una línea ideológica que impregna la letra y la imagen. Esta expresión de ideología se hace evidente en la intención detrás de la construcción de esta carta y en el uso otorgado para ella. Por eso, y de acuerdo con la ruptura de la concepción de reflejo pasivo, puede decirse que –sin dejar de lado el intento por ofrecer un producto verificable– la representación del territorio que bosqueja Ruy Díaz deviene otra cosa. Su mapa puede ser concebido como una suerte de mapa de persuasión. Pickles define a la cartografía persuasiva como aquélla en la que “el objetivo o efecto es cambiar o en alguna medida influenciar la opinión del lector, en contraste con la mayoría de la cartografía que busca ser (predominantemente) objetiva” (1992: 197). Si bien estas aspiraciones suelen pensarse en forma opuesta, es evidente que para muchos de los productores de este tipo de representaciones la pretensión de objetividad (y practicidad) resulta capital como puerta de entrada para la persuasión buscada. Este mestizo apela a ambas, poniendo el foco alternativa, aunque principalmente, en la segunda. Ruy Díaz de Guzmán elabora, o pretende hacerlo, un mapa en el que –a partir de datos precisos, 294 probables o supuestos– se intenta persuadir sobre las ventajas del terreno y sus recorridos, reproduciendo por este medio la hegemonía del Viejo Mundo en la que se incluye como cartógrafo amateur. Incursiona en los diversos modos del lenguaje del espacio, construye una imagen y –a través de ella– narra la historia de los alcances territoriales logrados, así como despliega un abanico de recorridos que aún pueden realizarse. De este modo, no sólo pretende producir un mapa lo más acabado posible que trascienda la fijeza que relata la historia de la conquista ya efectuada, sino que también posea una nueva función, un rol performativo del terreno aún por conquistar.34 Es en este sentido, precisamente, que ciertas inscripciones fabulosas hallan su lugar y pasan a formar parte de este mapa. Si bien, de acuerdo con los estudios realizados, en aquella época ciertas leyendas eran consideradas efectivas verdades que solían ser señaladas por cartógrafos y exploradores, la especificación de la leyenda de la Ciudad de los Césares resulta llamativa dado que, hasta la fecha de confección del libro, la expedición destinada a descubrir dicho lugar había sido un verdadero fracaso. La imposibilidad del hallazgo de este espacio en el que confluyen las riquezas no supone para Ruy Díaz la negación de esta ciudad en el mapa. 42. Detalle del mapa de Ruy Díaz de Guzmán (1612). 295 Si bien modalizada por el condicional que establece la duda, Ruy Díaz no se atreve a dejarla de lado y apunta: “Los Césares si los [h]ay”. Teniendo en cuenta el fuerte arraigo de esta leyenda en el imaginario conquistador, Díaz de Guzmán decide ser fiel a los códigos identificables para el receptor y apela al poder de la imaginación por sobre la experiencia geográfica; así es como recurre al lugar de la leyenda, pone entre paréntesis su real existencia, pero lo ubica. Si se necesita del mito para fomentar la incursión europea, Ruy Díaz no parece estar dispuesto a ir en contra de eso, por el contrario, esta ciudad puede ser entendida como uno de los pocos señuelos del distópico Río de la Plata. La ubicación de la nueva Sevilla en el espacio que él produce le provee también al territorio y a su cartógrafo un status que dejaría de lado, aunque sea momentáneamente, la marca deceptiva inicial con la que se ha identificado esta tierra. Como puede verse, es posible reconstruir el relato del mapa, o más bien, el mapa narra y su elocuencia lo explicita: ante la falta de certeros encuentros de la maravilla, la persistencia de mitos y fábulas permite crear significados inteligibles y hacer negociable la tierra conquistada. La historia de este autor y la confección persuasiva de esta carta constituyen un caso particular debido a las características físicas del terreno en cuestión. Ante las “deficiencias” y complejidades de la tierra rioplatense y frente a la imposibilidad de concretar la conquista utópica o productiva esperada, los efectos de persuasión sobre las “ventajas” posibles pueden verse claramente cuestionados. Ruy Díaz no desconoce estas circunstancias. Guiado por su afán de veracidad, el cronista no anula la experiencia marcada por la falta de éxito, por el contrario, la relata. Su puesta en discurso –en diálogo permanente con la representación cartográfica que la acompaña– redimensiona las posibilidades futuras del mapa y de las conquistas venideras. Al producir un instrumento que puede funcionar como vía para aumentar el poder imperial y su habilidad para 296 generar riqueza de estas singulares colonias, Ruy Díaz ofrece un vehículo para la concreción de los ideales conformadores del imaginario conquistador. 4. La recompensa de la tierra, el reclamo escrito en la imagen En el contexto histórico-político de conquista y colonización, y aún más allá de éste, incurrir en la cartografía es exhibir poder y conocimiento, es un modo de poner en funcionamiento un saber, en este caso empírico, que detenta explícitamente el productor de la imagen. La posesión de ese saber único le otorga a este cronista un lugar que lo distingue y eleva del estrato que posee en tanto mestizo. Si bien el hecho de que una de las estrategias constantes de la funcionalidad del mapa (y del texto) resida en la demostración de su hispanidad, esto no conlleva igualmente a la anulación –por cierto utópica– de su origen mestizo. Ruy Díaz parece encontrar el modo de hacer redituable la marca que lo distingue. Como si hubiera un modo de capitalizar aquello que en la presentación se desea neutralizar, Ruy Díaz vuelve funcional la diferencia y, a partir de ella, encuentra un plus de sentido que le otorga autoridad a la hora de crear la imagen cartográfica. En el afán del emprendimiento conquistador y colonizador resulta crucial el conocimiento del territorio, de sus accidentes, de las diferentes opciones de recorridos, del asentamiento de comunidades indígenas enemigas que pueden obturar el objetivo de exploración y conquista. Díaz de Guzmán sabe que un español en su tierra necesita de la presencia indígena porque es sólo a través de ella que puede entrar en el terreno, acceder a sus riquezas y conquistarlo. Esta dependencia –que incidentalmente invierte las relaciones de fuerza y dominación, que trastoca la escala de poder civilizatoria– podría ser 297 quebrada con el buen funcionamiento de este mapa, a través del cual se evitaría tener que confiar en los indígenas, se podría lograr una conquista del territorio más eficaz y se conseguiría que el poder y el saber fueran conjuntamente patrimonio de los españoles. El mapa realizado posee una discursividad política cuya significación debe ser decodificada por el receptor. Díaz de Guzmán apela, entonces, a dicha dimensión simbólica y, mediante la imagen, le ofrece a su señor una prueba aparentemente irrefutable. Así como el texto no es el “humilde y pequeño libro” que dice ser en el comienzo, sino una historia que se pretende orgánica y completa del Río de la Plata; del mismo modo, el mapa no es una simple “demostración” de lo enunciado en el principio de la crónica, a pesar de ser ésa la caracterización que se ofrece de él: “[mi interés fue] hacer una demostración de lo que contienen aquellas provincias, costa de mar y ríos, de que trato en el discurso de este libro, como en su descripción se contiene” (66). La carta no es principalmente una demostración o ilustración de lo señalado en el cuerpo del texto, sino la exhibición de un conocimiento y, por lo tanto, de un poder sobre el espacio conquistado; es el intento de confirmación de la identidad pregonada, junto con la carga ideológica que ésta conlleva. Aún más, el mapa inserto en La Argentina le otorga autoridad al discurso en tanto pone en funcionamiento un saber que no sólo deriva del recorrido del Río de la Plata y de su efectiva conquista, sino que es inherente a esta tierra. El haber nacido en el espacio a representar le provee a este nuevo cartógrafo un conocimiento que determinará la configuración de la imagen que lleve a cabo, la cual será la puesta en práctica de un saber redituable para los fines de la Corona. Se destaca, en este sentido, la utilización de ciertos dibujos en el mapa que acompañan la nominación y/o descripción de naciones indígenas. 298 43. Fragmento del mapa de Ruy Díaz de Guzmán (1612). Existen algunos pueblos como los guaraníes, cuyos nombres aparecen encerrados en un círculo, representando probablemente, de este modo, el carácter de esclavos que los identifica y distingue. El otro dibujo es una suerte de edificación (“largos edificios” los llama Latorre) que incluye a gran parte de las reducciones de indios, los que en su mayoría aparecen especificados en los primeros cuatro capítulos del texto. Por último, y en contadas ocasiones, pueden verse unos montículos aislados para ilustrar a otros grupos de naturales como los matara, los quis, los jarayes, etc. Asimismo existen otras tribus que no poseen imagen alguna. Aunque no hay rasgos comunes y aglutinadores en todos los pueblos que aparecen representados iconográficamente del mismo modo, a partir de la funcionalidad que, de acuerdo con la 299 lectura aquí propuesta, posee el mapa, pueden realizarse ciertas deducciones. En este sentido, la elección de cada uno de estos dibujos representativos estaría simbolizando el tipo de adquisición u ocupación territorial realizada, en vías de lograrse o aún no alcanzada, según cuál sea el caso. Los diversos tipos de símbolos o la ausencia de los mismos –junto con la cantidad de iglesias y la cercanía de éstas respecto de cada uno de los poblados– significarían, siguiendo esta línea, los distintos alcances de la conquista, su efectividad o sus puntos en cuestión. Por eso es interesante que, aún en los pueblos cuya representación gráfica pretenda dar cuenta del arraigo de la conquista material y espiritual, el cartógrafo apele a la letra y especifique ciertas características naturales (como la belicosidad en el caso de los guaycurúes) que podrían ocasionar una rebelión o que cuestionarían la verdadera conversión de esta gente. Ya sea que leamos la letra, la imagen o ambas, es evidente que este cronista pretende prestar servicios necesarios y nunca antes ofrecidos a la Corona. Prefigurando a los viajeros del siglo XVIII o a los geógrafos del XIX, Ruy Díaz posee y transmite datos e información directamente explotables para las autoridades coloniales, con la diferencia de que éste es un viajero mestizo en su propia tierra y de que la información geográfica, topográfica y toponímica que ofrece sólo es accesible, en su especificidad, a los sujetos naturales del Río de la Plata. Recordemos que Ruy Díaz de Guzmán emprende la aventura textual y gráfica de este territorio luego de una probanza frustrada y de un severo cuestionamiento real sobre su accionar militar. En este contexto, el lugar de subalternidad ejercitado desde la dedicatoria no sólo resulta necesario sino, incluso, imprescindible para la propia constitución del libro y para la legitimidad de la imagen que forma parte de él. Díaz de Guzmán apela a las marcas retóricas del discurso del vasallo así como a la cartografía y a su nivel persuasivo para demostrar que estas tierras son, por un lado, aquéllas que en parte aún esperan la 300 marca española y, por otro, son también –o por lo menos eso podría pensarse– el legado que sus antepasados le han brindado y que la tierra, no la Corona o el rey, le ofrece a él como recompensa.35 El espacio bosquejado hasta la minuciosidad no resulta ser, entonces y solamente, una imagen detallada de recorridos, es también un mapa de propiedad del cual es –ahora sí– legítimo heredero. El territorio descripto a través del verbo y del pincel, conquistado en primera instancia por sus antepasados, es derivativamente suyo. 5. La escritura cartográfica de Ruy Díaz de Guzmán En el principio, la tierra, su imagen En “El mapa atribuido a Díaz de Guzmán”, Paul Groussac reproduce el mapa completo y, a partir de un estudio del mismo, deduce que éste fue confeccionado entre 1606 y 1608, es decir, cuatro o seis años antes de la escritura del texto. 36 A partir de esta deducción, establece una ligazón entre texto e imagen y, desde esta perspectiva, sostiene: (...) todos los nombres geográficos de la descripción figuran en el mapa, el cual, además, contiene muchos otros que faltan en aquélla. Esto, por lo tanto, nos indica que en el caso de comprobarse la correlación de ambos documentos, habrá de admitirse, como era de prever, que el texto se adaptó a la carta, y no viceversa: en otros términos, que el mapa existía y el autor lo tenía a la vista al empezar su descripción (1914: 474). Esta hipótesis, elaborada a partir del estudio de la toponimia presente en el libro, pondría en evidencia la falsa función demostrativa que el cronista le otorga a la representación cartográfica. En este sentido, la idea de que el autor la “tenía a la vista al empezar la descripción” supone 301 una interrelación entre ambas textualidades que excede el nivel complementario en el que a simple vista se inscribe la imagen. El mapa determinaría, de este modo, la escritura del relato –en el que también se produciría una selección informativa de acuerdo con lo provisto en la imagen– y el tipo de discurso implementado. Los primeros cuatro capítulos que anteceden a la ubicación espacial del mapa en La Argentina, se dedican a demostrar que “esta gobernación es una de las mayores que Su Majestad tiene y posee en las Indias” (41), por eso Ruy Díaz apelará a su conocimiento del espacio practicado y ofrecerá una minuciosa descripción geográfica que no puede detallar en la imagen. Como si el objetivo fuera dar cuenta de las ventajas y peligros de esta tierra, el autor ofrecerá información topográfica, toponímica y etnográfica que puede ser útil para la Corona. Así, si en la carta solo puede especificar el carácter innavegable del río Paraná, en el texto se detendrá en las dificultades y/o ventajas que tal o cual río pueden producir a la hora de atravesarlos, y ampliará la información sucinta del mapa otorgando datos que expliquen ciertas inscripciones: [desde el Puerto de D. Rodrigo en adelante se encontrarán] cada cuatro o cinco leguas un río y puerto acomodado para navíos, en especial el de San Francisco, que es tan hondo, que pueden surgir en él con gran seguridad muy gruesos navíos, y tocar con los espolones en tierra (45). [Buenos Aires] está situada en 36 grados debajo de la Punta Gorda sobre el propio Río de la Plata, cuyo puerto es muy desabrigado, y corren mucho riesgo los navíos estando surtos donde llaman los Pozos, por estar algo distante de la tierra (53). A los datos geográficos a tener en cuenta para el futuro recorrido, se agrega información provechosa en relación con las productividades de la tierra: 302 [el caudaloso Río Pipirí] donde es fama muy notoria haber mucha gente que posee oro en cantidad, que trae este río entre sus menudas arenas (48). [Asunción] es tierra muy fértil y de buen temperamento, abundante de pesquería, caza, y de mucha volatería de todo jénero de aves; es sana en todo lo más del año, escepto por los meses de marzo y abril, que hay algunas calenturas y mal de ojos. Da todo jénero de frutas de Castilla, y muchas de la tierra, en especial viñas y cañaverales de azúcar, de que tienen mucho aprovechamiento (60). También se aclaran los tipos de pueblos indígenas que habitan dichos lugares, dónde se ubican, cuáles son sus características y costumbres y, principalmente, qué tipo de naturaleza poseen y en qué medida ésta establece una determinada relación con los españoles conquistadores: De esta tierra arriba hay algunas naciones de indios, y aunque tienen diferentes lenguas, son de la misma manera y costumbres que los Querandíes, enemigos mortales de los españoles, y todas las veces que pueden ejercitar sus traiciones no lo dejan de hacer. Otros hay más arriba, que llaman Timbúes y Caracarás, 40 leguas de Buenos Aires en Buena Esperanza, que son mas afables y de mejor trato y costumbres que los de abajo. Son labradores, y tienen sus pueblos fundados sobre la costa del río: tienen las narices horadadas... (55). Los rasgos etnográficos permiten la identificación; las especificaciones geográficas posibilitan que estos pueblos sean ubicados, buscados o evadidos. Ruy Díaz reafirma, a través de su texto, su intención de ofrecer una serie de itinerarios posibles. A la hoja de ruta se le suma ahora una suerte de guía de viaje que presenta un muestreo de los beneficios y las desventajas de esta tierra, poniendo sobre el relato y sobre la imagen el abanico de posibilidades de hacer redituable el viaje, la conquista y el recorrido. Negociar a través de la tierra y de su ejercicio parece ser la carta que este mestizo posee bajo la manga. Y, en verdad, brinda lo que nin- 303 gún otro cronista o cartógrafo podría ofrecer: reconstruye el Río de la Plata a partir del tipo de uso que los europeos podrían darle. Produce y reproduce un espacio legible para que sea practicado del modo más conveniente de acuerdo con la representación aportada. La labor empírica de medición de leguas, millas y ubicación geográfica en el mapa y en la crónica da cuenta no sólo de una descripción objetiva, sino también de un intento de racionalizar el espacio, traducirlo y hacerlo inteligible. Esto se ve en las lecturas que el cronista realiza de su mapa: “En esto diré lo que contiene sobre mano izquierda a la parte del sur, tomando la costa del Río de la Plata, arriba en esta forma...” (52). Ruy Díaz coloca la imagen que él mismo confeccionó en diversas posiciones y traslada esas lecturas al texto logrando así orientar al destinatario. Pero estas directrices que se otorgan no sólo marcan recorridos, también sugieren modos de abordaje, predeterminan la clase de incursión en la tierra. El mapa verbal que construyen estos primeros cuatro capítulos establece –junto con la representación cartográfica en sí– el tipo de discurso y de tono a implementar en el libro. Al enunciado geográfico-descriptivo propio de las crónicas se agregará el aspecto performativo, que ya estaba esbozado en la imagen y que aparece inscripto en el objetivo del relato. La productividad del espacio conquistado no parece radicar simplemente en el objeto a representar sino en el sujeto que lleva a cabo dicha representación porque es él quien “construye” –textual y gráficamente– tal funcionalidad. Ruy Díaz incursiona en la escritura y en su poder, sostenido en la convicción de que, si la historia de la patria es el compendio de su historia familiar, la única voz legitimada para narrarla es la suya. Narrar “la epopeya que nadie narró antes” (Iglesia 1987: 31) y recuperar la memoria absoluta de la historia de la patria es la razón de la obra y de su autor, porque sólo quien se adjudica el rol de llevar a cabo semejante empresa es quien, sin 304 poseer una función avalada por el Viejo Mundo y sin pertenecer a él, puede brindar lo que nunca antes fue ofrecido. Semejante meta narrativa se explica en el carácter mestizo del cronista, el cual lo obliga a otorgar un objeto que, en su distinción, adquiera valor. A partir de tal concepción, el texto de Ruy Díaz de Guzmán le transmitirá a su señor español la siguiente sentencia: cuanto menor sea la mediación, mayor será la eficacia que pueda producir el espacio en cuestión. Ahora el mapa se ha vuelto valuable teórica y prácticamente, ahora es la carta que sostiene la escritura. Y entonces fue el relato Una vez inserto el mapa y realizada la textualización del mismo en los capítulos ya mencionados, la perspectiva histórica afirmada desde el comienzo como intención de escritura (“tomando la pluma para escribir estos anales”) comenzará a cobrar la relevancia esperada. Ya sea porque el terreno fue explorado en su multiplicidad, ya sea porque se necesitaba de la definición y delimitación de ese espacio para construir la historia a relatar, o porque resultaba capital demostrar un saber que lo distinguiera y que funcionara como aval distintivo de su discurso; lo cierto es que luego de la construcción del mapa verbal y efectivo, la narración gana terreno. Sólo cuando los modos de producir beneficiosamente esta tierra ya fueron sugeridos, Ruy Díaz se abandona al relato de la historia y a la seducción que le genera tal emprendimiento. Cuando el cronista se ve absorbido por el ímpetu narrativo que genera el acontecimiento a referir, la presencia del aspecto espacial se explica en tanto principal elemento discursivo que pone en evidencia los alcances y dimensiones de la conquista realizada. En líneas generales, la descripción geográfica del recorrido de los españoles sólo parece agregarse al relato históri305 co cuando el acontecimiento de alcance territorial así lo requiere, es decir cuando se trata de una exploración, una fundación o un descubrimiento. Pero también encuentra su lugar en el relato cuando esto posibilita algún tipo de beneficio para el conquistador (en su engrandecimiento heroico a través de la cruzada por esta tierra), o bien para el propio narrador (en su vinculación con esos héroes que forman parte de su familia). De este modo, cuando cuenta la entrada de Irala al Perú señala: habiendo caminado 60 leguas, llegaron a un paraje, donde se juntan dos ríos que hacen el del Paraguay, y habiendo entrado por el de la derecha, que viene de la parte del Brasil, hallaron que traia poco agua, con que retrocedieron y entraron por el de la izquierda, que corre de hacia el norte, por el cual navegaron dos dias, hasta llegar a un paraje en que se divide en muchos riachos y anegadizos. Dieron vuelta...(177). El recorrido geográfico continúa en el relato, el tipo de emprendimiento conquistador de Irala lo exige, el resultado negativo final de esta entrada lo requiere.37 Como puede observarse, la figura protagonista y/o el evento realizado o en vías de llevarse a cabo son los elementos que finalmente parecen determinar el tipo de inscripción que en cada caso poseerá el aspecto geográfico. Así, habrá sucesos en esta crónica que convierten a la dimensión espacial en un componente narrativo más, cuya especificación significaría una dilación improductiva a los efectos del relato y de su acontecer. En ellos, el aspecto geográfico –aunque ineludiblemente presente– pierde, por lo menos en estos casos, la minuciosidad que lo caracterizaba. La peripecia gana la partida y la narración no cede terreno. Esto puede verse, por ejemplo, en uno de los periplos de Alonso Riquelme, cuyo recorrido es comentado brevemente y en función del hecho que se va relatar: Tomaron el canal que va a Maldonado, en donde aquella noche les sobrevino una gran tormenta, que dio con la carabela en una cubierta laja 306 (...), de manera que la carabela quedó montada sobre la peña, abierta por los costados, por lo que entraba tanta agua que no se pudo agotar diligencia alguna sin haber cesado la furiosa tormenta, hasta que viendose sin otro remedio, determinaron desamparar el navío y salir a tierra con peligro del río, o de ser ahogados, o después en tierra cojidos de los indios Charrúas de aquella tierra, jente cruel y bárbara (185-6). La odisea paterna no acaba aquí. Como buen relato de aventuras, con lo que tienen a mano (mástil, tablas, maderas y batel) construyen una balsa para atravesar el río y alcanzar la tierra; una vez en la costa, caminan durante la noche en busca del bergantín, atraviesan lagunas a nado y luego la parte sur de la tormenta los alcanza, desencallando la carabela y arrojándola “a la costa hecha pedazos”. Las vicisitudes del padecimiento vivido por su padre necesitan de un marco espacial que ubique el lugar donde sucede la acción y que convierta a ese escenario de furia natural en causa y explicación de la trágica, pero finalmente heroica, experiencia narrada. Del mismo modo, en la jornada de descubrimiento que Pedro de Mendoza mandó a hacer a Ayolas y a Irala, se comenta: salieron a su jornada, navegaron muchas leguas, padeciendo grandes trabajos y necesidades, hasta que llegaron donde se juntan los ríos Paraguay y Paraná; y tocando en los mismos bajíos que Gaboto, dieron vuelta y embocaron por el del Paraguay con los remos en la manos, y a la sirga, caminaron de noche y de día con deseo de llegar a algunos pueblos donde pudiesen hallar refrigerio de alimentos (112). La aventura de Irala, como la de Riquelme, continúa: luego de encontrarse con los agaces, de pelear con ellos, matarlos y lograr su retirada, se encuentra con los guaraníes, quienes le dan noticia de otras tribus que poseen metales. Así es como “caminando por sus jornadas, llegaron al puerto que llaman Nuestra Señora de la Candelaria, en donde Juan de Ayolas mandó desembarcar y tomar tierra” (112). Evidentemente, en el marco del acontecimiento a referir, clave para explicar la visión 307 que se ofrece de Irala, ya no se señala la extensión ni la latitud, ahora simplemente se acota “navegaron muchas leguas”, ya no se describe en detalle el recorrido, sino que llanamente se comenta “Y caminando por sus jornadas, llegaron al puerto”. La simplificación permite que el eje del relato no se diversifique y así la historia de Domingo de Irala o de Alonso Riquelme de Guzmán posea la incidencia que debe tener en los anales del Río de la Plata. El conocimiento geográfico no es sólo la clave de los primeros cuatro capítulos y de la confección del mapa, sino también la clave de lectura que permite aprehender los recorridos y dibujar los itinerarios. Si bien es esperable y lógico suponer que en todo capítulo en que se narre un viaje, un desplazamiento, una población o un descubrimiento las marcas geográficas estarán indefectiblemente presentes, en La Argentina la presencia de la configuración geográfica adquiere un lugar mayor: o bien contextualiza la historia; o bien especifica detalladamente el recorrido que hace al acontecimiento, lo sitúa; o bien “crea” sucesos dignos de ser relatados. Así se explica que cuando se refiere el despoblamiento del puerto de Buenos Aires, el narrador le ofrezca un lugar en su crónica a lo acaecido a los navegantes que vienen desde Italia hacia el Río de la Plata y desde allí se dirigen a Asunción: así mismo otros nobles italianos (...) y otros extranjeros, que todos llegaron a este puerto con no poco peligro, porque al entrar en el Riachuelo, tocó el navío con un banco que estaba a la entrada, y se abrio con perdida de gran parte de lo que traían, salvándose toda la jente, la cual con la que existía en el fuerte, padecieron igual necesidad y penuria... (133). La historia de esta escena, en apariencia intrascendente, que el cronista se detiene a contar se remonta al comienzo del texto, es decir, a las características del puerto que genera pérdidas, produce padecimiento y marca un nuevo rumbo en el itinerario. El desconocimiento de este accidente geográfico convierte en suceso lo que podría ser un viaje más. Los lectores ya han 308 reparado en las características de este río y de este puerto y en las dificultades que tendrán que enfrentar las embarcaciones que se encaminen hacia él. Quienes viven esta experiencia son “extranjeros” que desconocen esta información, a esta altura crucial, y por lo tanto son los que padecen. Los datos provistos en los primeros capítulos permitirán que sean los sujetos los que establezcan el recorrido y no la tierra y sus accidentes los que demarquen el itinerario. Al relato de aventuras se suma, entonces, la guía del cronista (que aquí se auto-instituye en viajero, o mejor, salvando el anacronismo, en baqueano). El itinerario siempre está presente, ya sea en el relato histórico fundacional, en la experiencia cotidiana de conquista, en la caminata exploratoria. Pero ese recorrido, que puede tener o no especificidad geográfica, generalmente parece ser el resultado de una lectura espacial previa. Las marcas “a la derecha”, “a la izquierda”, “más arriba”, “hacia abajo” no sólo señalan una dirección sino que ponen en evidencia la lectura a la que remiten. Ausentes en las otras crónicas, donde la especificidad se caracteriza por la cantidad de leguas y los nombres de los ríos y ciudades atravesados o por alcanzar; aquí esas marcas reenvían al mapa que se ofrece en un principio para aclarar cuál es ese lugar señalado al norte o ese río que se tomó hacia la izquierda. El lector no posee el conocimiento territorial que detenta este cronista y conquistador del Río de la Plata, por lo tanto necesita de la imagen cartográfica como anclaje para poder dibujar el camino realizado por los españoles y dimensionar así los alcances obtenidos, los avances y los retrocesos. Dado que la espacialidad ocupa tal lugar en el relato, como fuente, dato objetivo y sostén verídico de lo narrado, lo que surge como interrogante es cómo será puesta en juego cuando se traten espacios de leyenda que nunca fueron hallados. La historia de la Ciudad de los Césares, por ejemplo, se abre paso en el texto a partir de las palabras del capitán González 309 Sánchez Garzón, quien certifica haberla visto, y de las crónicas de anteriores viajeros que sostienen haberla conocido. En este caso la historia del itinerario llevado a cabo guarda aparente similitud con la generalidad anteriormente mencionada, en tanto se inscribe en el marco del relato histórico del descubrimiento de César y sus compañeros. Sin embargo, el aspecto geográfico vuelve a ocupar un lugar, aunque diferente. Esta vez, quizás la única, el cronista pone en duda la certeza de lo percibido, relativiza la información en base a sus conocimientos prácticos del terreno: salieron de aquel sitio, de donde caminaron por muchas regiones y comarcas de indios de diferentes lenguas y costumbres; hasta que vinieron a subir una cordillera altísima y áspera, de la cual mirando el hemisferio, vieron á una parte el mar del norte, y á la otra el del sur; aunque á esto no me he podido persuadir por la distancia que hay de un mar al otro, porque tomando por lo mas angosto, podrá ser el rincón del Estrecho de Magallanes, en que hay de la boca una parte del norte á la otra del mar del sur mas de cien leguas; por lo que entiendo fue engaño de unos grandes lagos, que por noticia se sabe que caen á la parte del norte, que mirando de lo alto, les pareció ser el mismo mar... (92. El subrayado es mío). En este momento de la crónica, el cuestionamiento radica en el relato de la percepción geográfica obtenida por los descubridores, desconocedores de las características del territorio y de sus accidentes, y leído como “engaño” que es preciso aclarar. El yo del “geógrafo” ocupa un lugar en el relato, vuelve a marcar su saber provechoso y distintivo. A partir de la interrelación texto-mapa, puede pensarse que la inserción de esta ciudad de leyenda en la carta establece su lugar en el relato. En este caso Ruy Díaz retoma la representación cartográfica y señala la posible ubicación de una ciudad mítica que, de ser encontrada, hará provechosa la expedición; describe el itinerario trazado y, al alertar sobre los datos erróneos, reproduce y aclara el condicionamiento de su efectiva 310 ubicación (y existencia) geográfica ya apuntada en el mapa: “Los Césares si los [h]ay”. Por momentos, es el relato el que complementa al mapa y no al revés, como podría suponerse. La funcionalidad de la imagen en el discurso pareciera estar sujeta al tipo de acontecimiento a relatar; su injerencia en los anales, en la figura del cronista, en el libro que le dedica a su señor y en la clase de recepción esperada determinan el lugar que se le adjudicará a la dimensión espacial. De este modo, el narrador se desplaza constantemente de la configuración geográfica del espacio físico a la configuración cronológica, histórica y política del Río de la Plata, pero ese desplazamiento no implica en ningún momento el completo abandono del primer tipo de configuración con que se elige abrir el libro. La apertura textual y cartográfica por la que opta Ruy Díaz establece un relato particular, único, que ofrecerá lo que hasta entonces nadie había ofrecido. Esta no es la historia de una tierra miserable, aunque se relaten los infortunios sufridos por los españoles; esta es la historia de una tierra significada por las acciones que en ella se han llevado a cabo, historia que requiere de un conocimiento y una explicitación geográfica que permita conceptualizar el tipo de emprendimiento que reiteradamente uno y otro español fue ejerciendo. Si lo que sucedió a “nuestros españoles” en el Río de la Plata, fue que “de donde pensaron salir muchos ricos y aprovechados”, “antes acabaron los mas de ellos sus vidas miserablemente”, La Argentina otorga un reconocimiento del proceso, de la marca en la tierra, de los movimientos realizados, y no del resultado. Su texto busca así obtener un lugar merecido en el territorio y en su historia, un lugar que, como en la Probanza, también es por definición expansivo: lo abarca a él y a los fundadores del espacio en el que nace, es decir a toda su familia. El mapa, en este sentido, no es una imagen más, es la muestra gráfica del reconocimiento merecido que aún no han obtenido; el relato, la prueba discursiva de la relevancia de tales acciones y de los 311 sujetos que las ejercieron: un modo de restituir “la honra y el acrecentamiento” perdidos en “lo ínfimo de las miserias e infortunios”, aunque permanentemente buscados en cada una de las conquistas logradas, en cada suceso emprendido. Escritura cartográfica En las crónicas rioplatenses el espacio es una realidad decepcionante que a su vez resulta imposible dejar de referir, es la causa que quiebra el sueño ideado por los europeos desde el otro lado del mar. Pero para Ruy Díaz el Río de la Plata posee un sentido nuevo, ya que no es concebido ni como el lugar del enriquecimiento, ni como el campo donde se desarrollará la ansiada aventura heroica. Estas tierras son para él tanto su lugar de origen, como la única referencia territorial que posee, el único bagaje que porta y que lo distingue. A pesar de la visión española que este cronista adopta, asimismo afirma y le recuerda al representante de la Corona que, reiteramos, “esta gobernación es una de las mayores, que Su Majestad tiene y posee en las Indias” (41). Es en la extensión en lo que repara el cronista, es esta característica “casi única” la que recalca. En la cantidad de tierras se basa la recompensa del Río de la Plata, parece aclarar Ruy Díaz. Desde esta perspectiva, la incidencia de la cuestión espacial no se circunscribe solamente a la descripción del comienzo del texto; si se tiene en cuenta el lugar que ocupa el espacio en la escritura de la crónica, sus diversas representaciones, la internalización de estrategias espaciales como hojas de ruta, especificaciones topográficas y toponímicas, itinerarios realizados y recorridos a llevar a cabo, junto con la relevancia que tiene el mapa en el proceso escriturario, se puede observar en qué medida Díaz de Guzmán incursiona en un tipo de narración particular, crea una escritura cartográfica.38 La escritura que ejercita le otorga una rele312 vancia central al espacio y a la espacialidad, no sólo como materia del relato sino también, y principalmente, como condicionador de una clase de discurso distintivo; escritura que, además de trabajar en la interrelación entre lenguaje y espacio, se ve a su vez determinada por la existencia de una representación cartográfica que marca gran parte de la direccionalidad del relato. En suma, el espacio –en su amplia concepción– es aquí eje rector de la crónica en su composición. 39 La escritura cartográfica en este caso es un tipo de práctica que, mediante la exhibición discursiva y visual del espacio rioplatense, pretende presentar a uno de los productos genuinos del Río de la Plata como un fruto que, a través del saber que muestra y ofrenda, se vuelve (puede volverse) representativamente ventajoso, proyectivamente aprovechable. La escritura cartográfica no es aquí un fin, es la llave para acceder a la identidad deseada; el mapa que la caracteriza, el sello personal del cronista, de su obra, quizás también su firma. 313 Notas 1 Hacia fines del siglo XVI se dejaron de usar casi por completo los grabados en madera, dando paso a la calcografía, que duraría dos siglos. La adopción del grabado en cobre triunfó porque desempeñaría en lo sucesivo, gracias a las imágenes, un papel similar en la difusión de los textos al que le había tocado al libro impreso más de un siglo antes. (Sobre la historia del libro ilustrado, ver Febvre y Martin 2005: 91-110; López-Baralt 1990: 51116). 2 Para un mayor estudio de todas las ilustraciones realizadas durante este período, ver Sturtevant 1976: 417-454. 3 Sobre los dibujos de la Historia general y natural de las Indias de Oviedo, ver Myers 1993: 183-213. 4 Levinus Hulsius nació en Ghent, Alemania, alrededor del año 1546. A temprana edad evidenció grandes habilidades para el estudio de lenguas y de matemática en las universidades de su país. En su madurez, adscribió a los principios del protestantismo enseñado en Alemania por Lutero y se convirtió en uno de los miembros más activos de la Reforma de la iglesia. Un decreto del monarca español, en ese momento señor también de los Países Bajos, proscribió a todos aquellos que adherían a los nuevos principios y los forzó a dejar su país y sus posesiones. Hulsius se estableció, entonces, en Nüremberg alrededor del año 1590. Esta ciudad tenía en ese momento considerable importancia tanto desde un punto de vista científico como comercial; alrededor de treinta libreros y editores florecieron bajo la protección de la Universidad de Altdorf, situada en las cercanías de Nüremberg. Así fue como Hulsius encontró pronto un empleo rentable. Primero aprovechó sus conocimientos lingüísticos, enseñando francés e italiano y posteriormente se convirtió en notario público. En 1594 comenzó el comercio de libros publicando tanto sus propios textos como los de otros autores. Su primera obra fue el Diccionnaire Francais-allemand et allemand-francais, que hasta ese momento no existía en Alemania, y que Hulsius compiló y publicó en 1596. Luego siguieron sus gramáticas y diccionarios italianos que fueron frecuentemente reimpresos. En 1594, publicó su obra Instrumentos matemáticos, a la cual le sucederían diversos textos sobre esta materia. En 1598 fue inducido por el auge de la publicación de su compatriota de Bry, establecido en Francfurt, a emprender la traducción de narraciones de viajes que aparecían en diferentes partes del mundo, particularmente en Holanda e Inglaterra. Con el objeto de recoger material para estas publicaciones, en enero de 1600 viajó a estos países. A su regreso, en 314 1603, se mudó a Francfurt, probablemente por las ventajas que como librero le ofrecía esta ciudad y por la cercanía con de Bry. Su muerte se produjo en 1606. El resto de las publicaciones, posteriores a esta fecha, fueron llevadas a cabo por su viuda y sucesores, algunas de ellas en conjunción con de Bry (Sobre Levinus Hulsius y su colección, ver Asher 1839). 5 La Colección de veintiséis viajes a diferentes partes del mundo etc. etc. Nurnberg, Francfort y Hanover, 1598-1660, tenía como título original: Sammlung von 26 Schiffahrten in verschiedene fremde Lander durch Lev. Hulsium und einige andere aus dem Hollandischem ins Deutsche übersetzt undd mit allerhand Ammerkungen versehen. Esta colección, como su título lo indica, constó de veintiséis partes, de las cuales la cuarta estuvo dedicada a la publicación de la crónica de Ulrico por Brasil y el Río de la Plata, editada en 1599, 1602, 1612 y en latín en 1599. (Para conocer toda la colección de relatos de Hulsius, ver Asher 1839). Es interesante destacar que la mayoría de las obras publicadas eran ilustradas. La Parte IV aquí analizada no constituye, por ende, una excepción, sino que resulta parte sustancial de un claro proyecto editorial. 6 De Bry realiza una primera edición de esta crónica en alemán en 1597; dos años después, en 1599, publica la primera traducción al latín. Hulsius, por su parte, reedita la versión alemana en Nüremberg en 1602 y en Francfort en 1612. 7 En el minucioso apéndice que ofrece la obra de Bernardette Bucher, en el que se detallan todas las imágenes que ilustran las trece partes de los Grand Voyages, se especifican los grabados que acompañan el relato de Schmidl: portada: Canibalismo Tupinambá; culto de la maraca; 1) Hambre entre los españoles y canibalismo: los caballos son apaleados hasta morir y comidos; los hombres que han sido colgados son despedazados sobre la horca, hervidos y comidos; 2) Emboscada indígena; en primer plano los españoles queman a los indios vivos en retribución; 3) Recepción de los españoles por el rey de los “Scherves” (Jarayes), probablemente el Guarago de Paraguay (Bucher 1981: 182). Como puede verse por esta descripción, los grabados de la obra de de Bry, que en este caso ilustran la crónica de Schmidl, contribuyen a “desparramar por Europa la famosa leyenda negra” de España y sus conquistadores. Por eso mismo, ciertos estudios, como el de Eduardo Subirats, analizarán la iconografía de la colección de de Bry en relación directa con la obra de Las Casas. (Al respecto, ver Subirats 1994). 8 Esa estrecha relación entre las colecciones se puede observar en el estudio crítico de Asher, en el cual se realiza un listado de las obras que componen la Colección de Hulsius y asimismo se especifica a qué parte de los Grand Voyages de de Bry corresponde cada una de ellas. (Ver Asher 1839: 3-6). 315 9 De hecho será esa versión la que servirá de base para las traducciones posteriores, como la primera traducción al español que realizó el Dr. Andrea Gonzalez de Barcia publicada en Madrid en 1737 en su Colección de Historiadores Primitivos de las Indias Occidentales. Es esta misma versión la que luego es reproducida por Pedro de Angelis en 1836 en su Colección de Obras y Documentos Relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Río de la Plata. 10 En el estudio de esta crónica que realiza Edmundo Wernicke para la edición de la Universidad Nacional del Litoral en 1938, éste especifica que las aseveraciones de Hulsius carecen de toda probabilidad de ser ciertas y aclara que las traducciones castellanas realizadas sobre el texto de Hulsius “guardan forzosamente los errores y defectos de tal versión”, llegando incluso a presentar a Schmidl entregando en persona las cartas de Irala a Carlos V (Wernicke en Schmidl 1938: 22-23). 11 Arana afirma que “son rarísimos los ejemplares que presentan completa la serie”. En la Argentina existe un ejemplar original de esta edición que en la Biblioteca Nacional del Maestro que cuenta con las dieciocho láminas y con los dos mapas. La excepcionalidad de esta edición se debe a que las otras ediciones de la crónica carecen de alguna de las imágenes. Así, la edición que publica la Biblioteca de la Junta de Historia y Numismática Americana en 1903, con notas de Bartolomé Mitre y traducción de Lafone Quevedo, cuenta con las imágenes de la edición de Hulsius pero sólo con uno de los mapas, faltándole el correspondiente a la región de Brasil. Del mismo modo, el ejemplar que posee el Museo Británico cuenta con dieciséis de las dieciocho láminas originales y nuevamente con un solo mapa (Arana 1931; Domínguez 1891). En la segunda parte de este capítulo se reproducirá el mapa de América del Sur. 12 Es elocuente, en este sentido, que en los ejemplares de esta edición no se mencione el nombre del/los ilustrador/es, como si quisiera dejarse en claro que estas representaciones son simplemente acompañantes iconográficos del texto que se publica. Tal función aparece explicitada en el título que le coloca Hulsius a su publicación, en el que se aclara que ésta se halla “acrecentada por un mapa imprescindible y adornada con ilustraciones y otras explicaciones de Levinus Hulsius” (el subrayado es mío). 13 Vale la pena recordar, como se ha señalado en el primer capítulo, que en las últimas décadas del siglo XIX se descubren distintos códices de esta crónica, entre ellos el de Sttugart publicado por Johannes Mondschein en 1893, que es seguido por Edmundo Wernicke a partir de 1928, y considerado por éste el manuscrito original del relato de Schmidl. 316 14 En el prólogo Hulsius aclara que el manuscrito original que llegó a sus manos llevaba consigo el retrato del autor junto al escudo de armas del obispo de Bamberg, con lo cual estos dos grabados formaban parte del texto antes de que Hulsius lo tuviera ante sí. 15 Para un análisis pormenorizado sobre esta imagen y sobre la frontera en el Río de la Plata durante los siglos XVI y XVII, ver El Jaber 2008. 16 El grabado del tercer pueblo indígena, los jarayes, será analizado en los puntos siguientes. 17 De todas las ilustraciones de la edición de Hulsius, sólo hay una que aparentemente no representa esto: la de la antropofagia cristiana. Pero, como vimos anteriormente, esta ilustración dentro del sistema adquiere otra significación. De todos modos, cabe destacar que el hambre representado en la edición de Hulsius no hace hincapié, como sí sucede en de Bry, en la decadencia del europeo sino en la heroicidad del conquistador sobreviviente que construye denodadamente el texto de Schmidl. 18 En lo que a líneas iconográficas se refiere, la tradición europea medieval representaba al salvaje cubierto de pelos (Penhos 2005; Bartra 1998). Pero el mito del hombre salvaje comienza a resquebrajarse ante la realidad de los sujetos reales de América, que no eran peludos ni monstruosos. Bartra especifica que, “a pesar de toda la imaginería medieval que los colonizadores de América traían en sus cabezas –pobladas de paraísos perdidos, sirenas, amazonas y gigantes–, la realidad cotidiana de su convivencia con los hombres y las mujeres del Nuevo Mundo se iba imponiendo” (1998: 150). Quizás debido a esta imposición paulatina, los pelos desaparecen de las representaciones corporales, como de hecho sucede en la edición de Hulsius. Otra de las tradiciones ligadas al indígena lo muestra de torso musculoso, piel oscura, con un faldellín y un tocado de plumas. Esta imagen proviene de las primeras representaciones de los habitantes de América que de Bry y su taller contribuyeron a difundir, las cuales “tuvieron un papel relevante en la conformación de estereotipos visuales” (Penhos 2005: 85). Si bien esta tradición está en plena formación en el momento de elaboración y edición de estos grabados, es evidente que ya forma parte del horizonte de este ilustrador. En líneas generales, gran parte de estos elementos, con distintas variaciones según la tribu que se esté ilustrando, se observan en los retratos de los indígenas aquí ofrecidos. 19 La representación de estos dos hombres, fuera del grupo de pertenencia, no aporta detalle diferencial alguno, salvo una diferencia en el color de la piel que no parece tener relevancia en el conjunto compositivo de la imagen. 317 20 Esta particularidad de portar un puñado de flechas, que caracteriza a este cario pero que se repetirá en la representación de varios indígenas a lo largo de estos grabados, puede tener diversos significados. En principio, hay que tener en cuenta que, desde La Eneida de Virgilio, las flechas representan la guerra. Por otro lado, el símbolo heráldico de Fernando de Aragón era un haz de flechas. Posiblemente este conjunto de flechas repetidamente representado pueda remitir tanto a la belicosidad del indio americano como a la conquista –también belicosa– de la Corona española sobre estos sujetos y sus tierras. Agradezco a Gonzalo Aguilar por llamarme la atención sobre este motivo que se repite en estos grabados. 21 Sobre estas representaciones, ver Panofsky 2005; Strauss 1973; Bartrum 1995; Bucher 1990: 3-26. 22 Esta problemática fue en principio abordada por Michel de Certeau en La escritura de la historia (1985: 225-259). Mason retoma luego esta cuestión en Deconstructing America y allí postula: “Como estructura de la alteridad, la asimilación es un proceso por el cual la otredad del otro es eliminada y el otro es reducido a lo mismo. La asimilación trabaja en ambos sentidos, lo que implica que, si los indios son asimilados a los europeos o los europeos a los indios, es posible en cualquier caso reducir lo otro a lo familiar, a lo propio. Esta es una estrategia ego-céntrica. (...). Aunque la asimilación puede proceder en ambas direcciones, la asimetría entre indios y europeos explica la falta de un balance en la economía de la asimilación [ya que] frente a los amplios ejemplos que abundan de indios que por necesidad adoptaron los valores de sus conquistadores, hay pocos ejemplos de su reverso” (1990: 163-164). 23 Para un estudio sobre la importancia de los ornatos de plumas en las diversas representaciones del amerindio durante el siglo XVI, ver Mason 1998: 16-41. 24 Según Asher, la palabra “amida” que figura en la ilustración es un error del copista y quiere significar, en verdad, “anta” (1839). La inscripción que posee el grabado dice, entonces, “animal de carga o anta”. 25 Este tipo de grabados ilustran la parte sexta de su colección. Asimismo hay que tener en cuenta que existían imágenes de este tipo en los libros de viaje publicados en el momento, como la Storia del Mondo Nuovo (1565) de Girolamo Benzoni que edita e ilustra de Bry reiteradamente desde 1594 hasta su muerte. 26 Sobre el tópico del naufragio en los relatos de los siglos XVI y XVII, principalmente portugueses, ver Lanciani 1979. 27 Las ilustraciones que componen la edición de Hulsius poseen el siguiente orden: 1) Retrato de Ulrico Schmidl, 2) Portada de la edición latina, 318 3) Batalla con los Querandí- (Cap. VIII), 4) El hambre (Cap. IX), 5) El sitio de Buenos Aires (Cap. XI), 6) Los Timbúes, Buena Esperanza y Corpus Christi (Cap. XIII), 7) La serpiente de los Mocoretás (Cap. XVII), 8) Los Carios (Cap. XX), 9) La ciudad y pelea de Lambaré (Cap. XXI), 10) Los Payaguá y Naperú (Cap. XXV), 11) Asalto de Corpus Christi (Cap. XXVIII), 12) Naufragio de Schmidl en 1538 (Cap. XXX), 13) Los Schernes (Jarayes) (Cap. XXXVI), 14) Asalto de la Frontera (Cap. XLII), 15) Pacos o Llamas (Cap. XLIV), 16) Pelea con los Mayáguenos (Cap. XLVII), 17) Naufragio cerca de Cádiz (Cap. LIV), 18) Escudo de armas del obispo de Bamberg. 28 En el final del capítulo IV, luego de que el narrador menciona al caudaloso río “que llaman de las Amazonas”, opta por proponerle al lector que dirija sus ojos hacia el mapa que “aquí pongo en este lugar” (66). 29 Paul Groussac dedica un tomo de los Anales de la Biblioteca al estudio de la figura de Díaz de Guzmán y de su obra, allí reproduce el mapa y escribe el artículo “El mapa atribuido a Díaz de Guzmán”, en el que retoma presupuestos analizados por García Acevedo y amplía otros (como ser la fecha de confección de la carta) que tienden a establecer una ligazón entre el texto y el mapa (1914). 30 Entre los que cuestionan a Ruy Díaz como productor del mapa se halla el geógrafo Germán Latorre, cuya teoría Furlong refuta (Al respecto ver Latorre 1916: 15-28). En cuanto a la sostenida argumentación que afirma la autoría del cronista mestizo, ver Furlong 1938; 1958: 17-33. 31 King especifica que la noción de “distorsión” está malinterpretada, dado que sugiere la posibilidad de alguna clase de representación pura de la que se estaría desviando. De todos modos, a lo que él apunta es a desandar cierta visión de la cartografía que tiende a ver el mapa “como un canal de comunicación para que cierta información sea transmitida de un lugar a otro”, en donde los datos existen “para ser tomados del mundo real (...) y para que luego sean decodificados por quien use el mapa”. Esta visión del mapa como reflejo de un mundo mutable en una forma pasiva es con la que disiente King. Para él, “el mapa no sólo no es pasivo sino que tampoco es un reflejo. Los mapas pueden ser muy persuasivos en numerosas formas: pueden construir relaciones, uniones, divisiones con importantes implicancias”, pueden expresar lazos políticos, ideológicos y/o culturales (1996: 18-20). 32 En Mapping Reality, Geoff King señala que una de las características del mapa colonial occidental es que extingue otras dimensiones de la realidad en un acto de violenta apropiación, de ahí la negación de la presencia indígena a través de espacios vacíos. La tierra libre, vaciada de habitantes y de sentidos, funciona como promesa de más fácil acceso y genera una mayor motivación. Según King, aún cuando la presencia indígena fuera consi- 319 derada, estos sujetos no eran concebidos poseedores del espacio ocupado, dado que las nociones occidentales de uso de la tierra no eran aplicadas por tales naciones americanas. De esto se deduce que sus prácticas eran consideradas ineficientes y primordialmente inválidas (1996: 145-6). 33 Es interesante, en este sentido, la primera función que tuvo el mapa y la crucial importancia de dicha especificación de riquezas. Según García Acevedo, quien primero hizo conocer la existencia del mapa fue el Dr. Estanislao S. Zeballos en su Alegato de la República Argentina sobre la cuestión de límites con el Brasil en el territorio de Misiones de 1894. Allí Zeballos sostuvo que “Ruy Díaz de Guzmán empezó a levantar el primer mapa de esta gobernación en 1593” y que “este antiguo mapa es de un extraordinario valor como probanza”. Con esta imagen como prueba de sus alegatos, en determinado momento declaró: “Han pretendido los escritores brasileños que el río Pepiry o Pequiry, el quid de la cuestión en debate, no era conocido antes de la fundación de la vasta confederación de los jesuitas en estas regiones; pero el error queda demostrado por dicho mapa, cuyas leyendas enseñan que en el primer siglo del descubrimiento y conquista de la Gobernación del Río de la Plata, de 1527 a 1593, el río Pepiry o Pequiry era conocido y frecuentado por sus minas de oro. Por eso en la confluencia del Uruguay y del Pepiry se lee en el mapa: ‘El río Pepiry donde hay oro’...”. (García Acevedo 1905: 10). 34 Paul Groussac compara el mapa de Ruy Díaz con otras representaciones cartográficas, como la de Ortelius por ejemplo, ante las cuales la de este cronista resulta un bosquejo improvisado. Más allá de las cuestiones “deficientes” marcadas por Groussac y de los errores que se detiene a enumerar y argumentar, la adjetivación que utiliza para calificar la carta requiere de un análisis particular. Catalogar el mapa de Ruy Díaz de “adefesio” supone manejarse con criterios estéticos. La cuestión está en develar si esta imagen pretende ser vista desde esa perspectiva. Ruy Díaz elige realizar un mapa, el que –si bien mantiene la verdad empírica de ciertas ilustraciones presentes en crónicas– no es propiamente un dibujo. Esta diferencia es un punto clave a tener en cuenta, dado que incursiona en una materia propia del europeo y, aún más, del colonizador. Ruy Díaz construye una imagen que no fue construida como simple complemento de la palabra, más bien parece haber sido producida para ser practicada. El objetivo del mapa no es agradar a la vista (no posee, por eso mismo, ni ornamento ni adorno alguno) sino ofrecer un medio de reconocimiento del terreno, otorgar un saber productivo que los conquistadores no poseen a priori para un fin imperial. Más que ofrecer una representación visual lo más acabada posible, el mapa se pretende útil instrumento de conquista para su destinatario. Por otro 320 lado, hay que tener en cuenta que es a través de esta funcionalidad que su mapa de amateur puede tener alguna posibilidad como prueba de fiel adscripción al bando español y a su política expansionista. 35 En El pensamiento mestizo, Serge Gruzinski analiza los diversos medios y dinámicas miméticas de occidentalización que recaen/llevan a cabo los indígenas a través de sus producciones, basándose en la hipótesis de que “la conquista española convierte al indígena en uno de los protagonistas de la reproducción” (2000: 109). A partir de estas sugestivas postulaciones, sería interesante pensar cómo se daría este proceso en los sujetos mestizos y en qué medida sus obras lo re-producirían. En este sentido, a partir del texto escrito por Ruy Díaz de Guzmán, de la unilateralidad del discurso de este mestizo identificado como español, del tipo de tratamiento y descripción del rol desempeñado por el indígena en la conquista de tierras, así como de la producción y funcionalidad del mapa, podría pensarse que Ruy Díaz es un representante prototípico de este proceso mimético. El objetivo último de adquisición de riquezas, ostensiblemente observable en la probanza y en la fundación desautorizada de la ciudad de Xérez, tal vez sea la muestra más acabada de su occidentalización. Pero el nivel de construcción de cierto lugar de enunciación, funcional al objetivo buscado, pondría en evidencia, de algún modo, el aspecto “artificial” de la reproducción ejercitada. Consciente del destino fatal que, de acuerdo con su visión, aúna a gran parte de los conquistadores de este espacio, Ruy Díaz busca escapar al designio trágico común a través de sus producciones: “Suele á veces ser á los hombres tan adversos los sucesos en los que emprenden; que entendiendo salir de ellos con honra, y acrescentamiento, vienen á dar en lo ínfimo de las miserias é infortunios. De esta manera sucedió á nuestros españoles en la conquista del Rio de la Plata, de donde pensaron salir muchos ricos y aprovechados, y fue tan al contrario, que no ha habido alguno que hubiese vuelto remediado á su patria, antes acabaron los mas de ellos sus vidas miserablemente...” (139). Quizás la mayor ironía para este cronista sea que su final (sin el reconocimiento esperado) trágicamente lo encumbra como español y conquistador, su destino de “sucesos adversos” es lo que lo iguala y equipara a cualquier hombre de aquella rama a la que sostiene pertenecer. 36 El primero que intenta determinar la fecha de la imagen de Díaz de Guzmán es Daniel García Acevedo. En su estudio cartográfico, este investigador sostiene que el mapa fue realizado después de 1605 y antes de 1607. Para tal deducción se basa en la presencia o la ausencia de ciertas ciudades en el mapa, cuyas fundaciones fueron realizadas o bien antes o bien después de ese lapso temporal. Las ciudades analizadas son San Luis, 321 Caazapá, San Ignacio Guazú y Juty. También coteja la inscripción en el mapa de la Ciudad de los Césares y la fecha de realización de tal expedición. Evidentemente Paul Groussac conoce este estudio y lo toma como punto de referencia, aunque establece, con respecto a éste, una variación temporal mínima. 37 Como vimos en el capítulo anterior, Irala realiza esta entrada hacia los confines del Perú con el objeto de descubrir “aquella tierra, de que tenía la noticia de haber mucha riqueza” (175). El fracaso de este emprendimiento territorial se debe principalmente a que la misión finaliza abortándose por amotinamientos de los propios españoles. Los soldados terminan exigiéndole a Irala la vuelta a Asunción, dado que no podían entrar al Perú por la cantidad de rebeliones que se sucedían en esa tierra. Ante su negativa, la soldadesca le niega obediencia y elige como capitán a Gonzalo de Mendoza. Esta entrada es el prolegómeno de la “destitución” de Irala de su cargo. La especificación del recorrido emprendido por este conquistador es clave, entonces, porque, según el relato de su familiar, el resultado final de la empresa no se explica por algún tipo de falla en el itinerario, por un desconocimiento del terreno o por las características de la geografía que impide el paso, sino por razones ajenas al espacio y a la figura que lo transita, más bien ligadas a rencillas internas entre los españoles, cansados y ávidos de oro y de poder. 38 Tom Conley elabora el concepto de escritura cartográfica en referencia a aquellas obras que poseen una importante presencia del espacio en el lenguaje, en las que “el discurso se hace visible o bien es organizado de acuerdo con categorías de extensión y volumen que comparten íntima analogía no sólo con las artes gráficas y visuales sino también con diseños proyectivos y expansivos que ligan la cartografía a la expansión y a la conquista” (1996: 4). Conley especifica que estos textos utilizan estrategias espaciales, propias de los libros de navegación, de los isolarios, mapas y cosmografías. En ellos, la figura del yo (“the self”) que articula el discurso y el argumento espacial está producida por un sujeto “que está reglado por leyes de clasificación o ideología, las cuales permiten verlo no sólo como un autor, una autoridad, un experto cosmógrafo o topógrafo, sino también como un ser paradójico dividido entre la representación de las relaciones conflictivas que está produciendo –incluyendo las relaciones de patronazgo y práctica en las cuales las obras son elaboradas/concebidas– y la composición natural del medio impreso, simultáneamente aurático y visual” (5). Así es como pueden observarse dentro de este género a creadores “que están identificados con sujetos nacionales y colectivos ligados a las geografías que ellos están mapeando y describiendo” (6). 322 Ya sea por el tipo de corpus que trabaja este crítico (las obras del Renacimiento francés), ya sea por las diferencias intrínsecas entre éstas y la crónica de conquista aquí abordada, lo cierto es que existen elementos que Conley considera constitutivos de esta clase de escritura que en el caso de Díaz de Guzmán y de su relato no entran en juego. Ni autor propiamente dicho, ni autoridad, ni experto, ni sujeto autónomo y mucho menos sujeto nacional de la geografía mapeada. El yo del texto de Ruy Díaz, deslizado a través de la presentación de la historia familiar que también lo hace y define, es “un ser paradójico” pero la conflictividad de relaciones que en sí mismo pone en evidencia se relaciona con la mezcla de la que deriva, no con otra cosa. Es esta base distintiva respecto de otras obras europeas la que imprime una marca nueva y reconfiguradora. Por esta razón, por las disidencias ligadas a la existencia, operatividad o relevancia de unos u otros elementos, se redefine aquí el concepto de escritura cartográfica para el Río de la Plata y para este texto en particular. 39 En este sentido, este relato establecería una vinculación con La Relación de la Jornada de Cíbola escrita por Pedro de Castañeda de Nájera en 1563. En su estudio sobre esta obra, Maureen Ahern señala que entre los dos segmentos de la acción histórica que allí se narra, se insertan ocho capítulos que, por su carácter toponímico, geográfico y etnográfico, constituyen “un itinerario singular que se convierte en el eje narrativo de La Relación” (1999: 51-60). A pesar de este vínculo estructural y funcional del espacio en la composición de este texto, existen diferencias entre uno y otro relato, las cuales se producen, por un lado, en función de la “lucha” entre “texto y terreno”, en el desafío que la tierra le imprime al lenguaje, el cual existe en La Relación sostenido en la realidad de viajero, de extranjero, de testigo que asume el narrador; por el otro, en el lugar central que termina ocupando el texto de Castañeda en el espectro discursivo sobre las exploraciones que se realizaron al norte de la Nueva España. Tal lugar es explicado por Ahern del siguiente modo: “la carta que Coronado escribió a Mendoza el 20 de abril de 1541 en la que comentó la ruta a Quivira nunca llegó a México; el mapa que Coronado adjuntó para el Virrey jamás apareció; por lo tanto el informe de Castañeda, como testigo ocular, había de quedar en lugar del mapa y la carta desaparecidos a la espera de que la Corona autorizara otra expedición para poblar Quivira. Así es que en la frontera norte de Nueva España, la relación precede al mapa, adjudicándose la función normativa de establecer un orden espacial que resuelva la articulación del territorio recorrido y su alteridad” (56). Evidentemente, la desaparición (azarosa) del mapa le imprime a este texto una función, un recorrido y un acontecer narrativo que se diferencia 323 del llevado a cabo en el relato de nuestro cronista, no sólo porque el mapa de Ruy Díaz existe y marca su relevancia en el libro y en el discurso, sino porque en este caso la obra misma es concebida a partir de la doble vertiente textual y cartográfica, lo que le imprime un sesgo distintivo. Coda: Cuerpo de mujer: entre lo visible y lo tangible ¿Qué hay detrás de un par de ojos? ¿Qué esconde un pie cubierto de cera negra? ¿Qué importancia posee un ombligo, un seno, un labio adornado, una piel dibujada, en el marco de un relato de conquista? El cuerpo de la mujer indígena es recorrido por el europeo reiteradamente. Su ojo deriva sobre él, se interrumpe, explora la novedad, y la pluma reproduce ese detenimiento. El interés por estos sujetos femeninos caracteriza a la mayoría de los viajeros colonialistas; un interés que, en ocasiones, excede lo meramente informativo, va más allá de la curiosidad que suscita lo nuevo. Sin embargo, esa lenta mirada ejercida sobre la corporalidad de estas mujeres no responde ni conforma un modelo visual y discursivo fijo. El lugar que poseen esos cuerpos desnudos, cada una de sus partes, y el espacio que se le concede a su representación, están fuertemente condicionados tanto por la subjetividad de cada autor, por los objetivos buscados detrás de cada texto, como por las características de su propia experiencia en el Río de la Plata. *** 324 325 La crónica de Cabeza de Vaca es un relato marcado por la corporalidad. En los Comentarios, el itinerario realizado por el Adelantado es materia central de la historia narrada; allí, la política implementada sobre los indígenas es la defensa contra las acusaciones que pesan sobre él, pero asimismo el argumento capital en el que se sostiene la diferencia con Irala. En una crónica donde los cuerpos adquieren tal relevancia, los de las indias de los diversos pueblos del Río de la Plata no entran en escena si no es en relación a esa política antedicha, es decir como objetos tomados por frailes contra su voluntad, como trofeos coleccionados y exhibidos por los conquistadores del bando enemigo, como aquellos lugares físicos y aprehensibles donde se inscriben la decadencia española y el caos. En este marco, el cuerpo de Álvar Núñez, en tanto representación física del rey, de España y de su religión, es único, diferente y, por lo tanto, venerado, así como es también hacia el final –y esto se explica en función del objetivo del texto– el lugar físico donde se ejerce la violencia. Enfermo, con grillos en los pies, en una celda oscura y tan húmeda que incluso “nacía la yerba debajo de la cama”, la prisión que padece Cabeza de Vaca vuelve a poner en primer plano el cuerpo del ahora destituido Adelantado. El hombre padece y el relato repara en los avatares de ese sufrimiento, el cual se halla potenciado por una completa falta de contacto con el exterior, aislamiento que resguardan “más de ciento cincuenta” enemigos “armados con todas sus armas”. Sin embargo, a pesar de esta reforzada guardia, “cada noche o tercera noche” una india le lleva de cenar y, al ingresar en la estrecha celda, se sienta “a la par de la cama del gobernador” y le entrega una carta escrita por sus seguidores que relata los movimientos fuera del encierro, que pide directivas. El Adelantado responde y ella vuelve a oficiar de mensajera. El diálogo entre Álvar Núñez y los suyos es posible gracias a esta mujer sin nombre: y ella se sentaba [a la] par de la cama del gobernador, como la pieza era chica; y sentada, se comenzaba a rascar el pie, y así, rascándose se quitaba 326 la carta y se la daba por detrás del otro. Traía ella esta carta, que era medio pliego de papel delgado, muy arrollada sutilmente, y cubierta con un poco de cera negra, metida en lo[s] hueco[s] de los dedos del pie hasta el pulgar, y venía atada con dos hilos de algodón negro, y de esta manera metía y sacaba todas las cartas y el papel que había menester (217). 1 En ese pie, plagado de cera negra, en cada uno de esos dedos, de esos huecos, se esconde el mensaje. El narrador y el gobernador miran la habilidad de la mujer para hacer de su cuerpo el escondite más certero de la palabra escrita y legítima del bando del hombre engrillado. El azoramiento frente a la acción de la india se observa en la capacidad para enrollar “sutilmente” el pliego de papel, pero también para no ser descubierta. En ese pie, donde se lleva la carta, se condensa una concepción del Otro que no es traidor y que retribuye –explícitamente mediante su cuerpo– una filiación hasta entonces desconocida. Porque esta mujer debe someterse a un rito de auscultación verdaderamente invasivo para poder acceder a la prisión de Cabeza de Vaca: la india que le traía una carta cada tercer noche, y llevaba otra, pasando por todos los guardas, desnudándola en cueros, catándole la boca y los oídos, y trasquilándola porque no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que por ser cosa vergonzosa no lo señalo, pasaba la india por todos en cueros. Las manos de los enemigos “hurgan”, “trasquilan”, “catan todo lo posible”. Desnuda, ella repite cada tercera noche este ritual vejatorio para poder llegar hasta la cama del gobernador, alzar su pie y mostrar la escritura que éste porta. Aún más, ante la sospecha de los guardias, éstos deciden buscar “cuatro mancebos de entre ellos para que se envolviesen con la india”, pero “no pudieron saber ningún secreto de ella, durando el trato y conversación once meses” (217). Es decir, al ritual de entrada se suma el de salida: los once meses con los cuatro mancebos. Lo impor- 327 tante, en lo que hace hincapié la crónica, es que no pudieron sacar nada de ella. De este modo, el cuerpo de la india se politiza en su fidelidad infranqueable, en el silencio y en el ultraje. Esa politización se lee en la puesta en juego de una intimidad corporal que es cedida por propia voluntad para hacer el bien al injustamente encarcelado, como si la mujer hubiera elegido un bando y accionara en función de una adscripción ideológica precisa. Pero al mismo tiempo los mancebos, que no es uno sino que son cuatro, y el tiempo para extraer información, que no es breve sino que se extiende por once meses, muestran que la razón primera que orienta la decisión de “envolverse con la india” termina siendo suplantada por otros placeres. Al mismo tiempo, en ese cuerpo desnudo, sentado “a la par de la cama del gobernador”, casi pegado al del hombre preso (“porque la pieza era chica”), se palpa un deseo hasta entonces desconocido en esta crónica. La corporalidad de esa mujer “en cueros” se distingue y, de este modo, establece un acercamiento con el prisionero que obliga a cerrar el episodio, a clausurarlo como resguardo. Dos cuerpos, ambos violentados por los “malvados enemigos”, se acercan, se unen a través de una carta en la que –como no podía ser de otra manera– Cabeza de Vaca pide mesura contra acciones en su favor que podrían perjudicar aún más la conquista ya efectuada. La defensa ya está planteada, y si se puede adivinar la mirada de Álvar Núñez frente a esa femenina fidelidad inquebrantable, el escribano narrador se encargará de omitirla para desviar el foco de lo personal y ponerlo en lo social, cultural y religioso. Por eso el capítulo siguiente comenzará con las acciones nuevas avaladas por Irala en la que se legaliza el permiso de tomar “las mujeres y las hijas” por fuerza, sin pago ni retribución alguno. Tanto en el caso de aquélla desnuda con su pie escrito, como en el de las tomadas por la fuerza para ayuda y favorecimiento de los cristianos, el cuerpo de la indígena pierde todo carácter privado y deviene cuerpo plural, social, ya sea represente un grupo político u otro. 328 La diferencia está en los sentidos practicados, porque basándose en ellos se limpia un nombre o se ensucia otro: la mirada versus el tacto. En la (supuesta) ausencia de deseo, se pretende establecer una diferencia radical que enaltece al prisionero porque le restituye esa identidad perdida en los grillos y en la humedad de la celda. En la soledad de la prisión, Álvar Núñez ve una mujer que se acerca, un pie que se desnuda, pero tan sólo lee la carta resguardada por su piel. Nada más. Pero Hernández dice que Cabeza de Vaca no ve ni los senos, ni las piernas, ni la figura sin vestimenta que lo visita en la celda; en su lectura utilitaria y funcional, el cuerpo de la india es ante todo un cuerpo aliado y, por lo tanto, según esta concepción, alejado de todo erotismo, de toda sexualidad. Si esa corporalidad de la indígena se ve, desde la perspectiva del escribano, ocluida por el signo escrito –siendo la carta aquello que la significa y no su desnudez– la visión del enemigo es otra: para él la india es ante todo materia tangible. Pero ese aspecto táctil, que el otro bando ejercita, guarda una significación mayor: es deseo y es, a su vez, la confirmación del poder y el control que se tiene (o se pretende tener) sobre ese cuerpo físico que se pasea frente a los hombres de Irala y que, al mismo tiempo, puede ser traidor. “El tacto es político” también (Synnot 1993: 169), ese “hurgar” y “catar” hasta lo indecible reproduce una posición jerárquica y una política sobre los cuerpos que delata a su vez una ideología colonialista con la que la mayoría de los conquistadores comulga, aunque sean los modos sostenidos por un grupo y otro lo que aquí esté en debate. En la crónica de Cabeza de Vaca hay tan sólo un pie que cifra un sujeto, un pie escrito que reproduce la entrega de una mujer, no a un hombre sino a una causa. El cuerpo habla o calla; son los sentidos que pesan sobre él los que determinarán ese discurso o ese silencio. Una “ética” del comportamiento con el físico del Otro se ensaya en este texto, 2 una “ética” que reescribe La Argentina de Díaz de Guzmán al avalar la violencia sobre 329 el indígena por su “esencia traidora”, la cual atenta contra el objetivo imperial de conquista. Escritura o reescritura, esa “ética” depende de los diversos móviles que generan la narración. Así, mientras en el caso de Cabeza de Vaca los cargos que pesan sobre él y las leyes establecidas por la Corona lo obligan a mostrarse cuidadoso con el Otro, en un vínculo necesario de fidelidad recíproca; en el caso de Díaz de Guzmán, su condición de mestizo establece una lógica representacional tajantemente dicotómica, como si en la visión condenatoria del Otro se demostrara su afiliación sanguínea e ideológica.3 Ni pie, ni huecos, ni lugares donde dejar marca. El cuerpo de la indígena prácticamente no halla lugar en la crónica de Díaz de Guzmán. Sólo en un momento ofrece una descripción corporal de estos sujetos femeninos y esto se produce cuando relata las costumbres de los jarayes: Las mujeres de estos indios se labran la cara, brazos y pechos, punzándose las carnes con unas espinas, y poniéndose en las cisuras ciertos colores, que hacen mil labores vistosas y diversas pinturas en forma de camisas y jubones con sus mangas y cuellos; con cuyos dibujos, como ellas son blancas y las pintas negras y azules, parecen bien (176). Pero la descripción de los tatuajes de estas indias responde más a la especificación de un dato etnográfico que a otra cosa. La cara, los brazos y los pechos, toda esa piel pintada figurando camisas y jubones es una curiosidad que responde a una costumbre desconocida y que, en líneas generales, “parece bien”. Como si en el detenimiento del ojo en ese espacio corporal ajeno pudiera leerse una fractura cultural poco redituable para la lectura esperada, Díaz de Guzmán ofrece un único paneo general y una apreciación distante sobre un cuerpo que “limpia” la desnudez al pintarse de color. En Derrotero y viaje a España y las Indias de Ulrico Schmidl hay mucha más corporalidad de la que ofrecen los otros cronistas. Ninguna ética dirige el enunciado. En este texto el erotis330 mo entra en escena y la india adquiere ese aspecto ya ejercitado y esperable. La visión masculina salta a la vista, la apreciación personal del cuerpo físico de la indígena se cruza con la concepción social que se ha construido sobre él, aquella que caracteriza al grupo al que pertenece este soldado, el bando enemigo de Cabeza de Vaca, el que ritualizaba hurgar en la mujer aliada. Así, a la hora de dar cuenta de ellas, el narrador apela a un alto grado de especificidad. El cronista reproduce el camino de un ojo sediento que se relame en el detalle de un labio decorado con piedras de colores, en la pintura que se dibuja bajo sus ojos, que cubre la piel “desde los senos hasta las partes”. Si bien la minucia descriptiva del cuerpo indígena femenino, que representó artísticamente el ilustrador de la edición de Hulsius, responde en un principio al objetivo informativo, al dato, deriva finalmente hacia el ámbito de lo personal. El universo de la excepción y de lo singular, es decir Ulrico Schmidl en su aventura rioplatense, se abre paso ostensiblemente en el relato. El detalle rompe el esquema previo generalizado; de este modo, la mujer de la tribu de los mocoretás es fea frente a la belleza de las surucusis o las mbayas, así como las naperus no son tan lindas como las corcoquis. La mirada del cronista puede reconocer y detenerse en las diferencias que existen entre los cuerpos que observa debido a la existencia (o a la creación) de una escala intra-espacial hasta entonces desconocida. 4 Si la necesidad vivida en el Río de la Plata produce una serie de torsiones en los parámetros culturales traídos desde España, lo mismo sucede con los criterios estéticos que rigen la apreciación visual de este europeo. Por eso, a medida que avanza el relato, y con él el tiempo vivido en este territorio, el parámetro estético parece flexibilizarse, la percepción es más condescendiente, la belleza más fácilmente encontrable. Esta mutación del ojo del conquistador nunca llega a ser total. De ahí que, cuando descubre a las jarayes y esa pintura que las cubre “tan bien hecha”, no sólo dirá, como vimos, que “un pintor afuera 331 tendría que esforzarse para pintar esto” (por un lado por la habilidad y detalle que conlleva, por el otro por su novedad), sino también que “son bellas mujeres a su manera”. Ese “a su manera” evidencia una particularidad –que es la que caracteriza a este tipo de belleza– que atenta contra el estereotipo estético de lo femenino. Estas mujeres con su piel dibujada son, de un modo diferente al que podrá imaginar el lector, “bellas”. El ojo acomodado puede ver y reproducir esa distinción, así como puede recalcar que esos cuerpos son de mujeres y que, de un modo u otro, son lindas y, por tanto, deseables. Así, a pesar de la diferencia, se observa la presencia de un sistema representacional que apunta a una estructura de reconocimiento social, cultural e ideológico entre autor y lector. Es decir, en ese detalle diferencial, en ese dibujo, en ese ombligo, en esa visión de una corporalidad que es –eminente o deseosamente– táctil, el cronista se mancomuna con el lector. Schmidl enuncia el deseo compartido, se une al alemán que recorre su libro, pero a su vez se diferencia de él porque concreta el sueño. Ulrico explicita que estas mujeres “placen al marido y a otros buenos compañeros”, confiesa que son “grandes amantes y afectuosas y muy ardientes de cuerpo, según mi parecer”. Estos comentarios, hechos en relación a las jarayes y mbayas respectivamente, dejan de lado la relevancia del aspecto estético –aunque se mencione, como es de imaginar, que ambas son “muy lindas”– y ponen el acento en la experiencia táctil. El ojo, pero también la mano, interrelación de pieles y de sentidos. Se produce, entonces, un encuentro que tiene lugar a nivel corporal pero que se realiza como acontecimiento cuando el lenguaje lo inscribe y lo dispone como evento del sentido.5 Quizás ésta también sea una de las razones que propiciaron el alto nivel de éxito editorial de este relato, porque allí el cronista inscribe explícitamente el deseo europeo sobre el cuerpo del Otro. Sin embargo, si ese deseo representa aquello del orden de lo real que conjuntamente el narrador quiere transmitir y el 332 destinatario del texto ansía leer, también existe algún aspecto del mismo orden que no guarda semejante comunión, un acontecimiento vivido que se ha vuelto personal, íntimo incluso, que el autor elige no compartir aunque el lector (devenido ahora en voyeur) lo desee. Ulrico dice lo esperado y luego calla (“yo no quiero mayormente contar de estas cosas en esta vez”), sonríe gozoso. En el espacio de la distopía, Ulrico se yergue sobre su condición de poder y de género, se muestra heroico con su “botín” y enuncia henchido una experiencia en tierra rioplatense que, esta vez, lo diferencia positivamente: “Quien quiere verlo, que marche hacia adentro, quien no quiere creerlo” (108). Los senos, los pies, los tatuajes, los ojos. En las crónicas de la conquista del Río de la Plata, el relato del cuerpo femenino es un relato personal, que es a su vez social y político; en el detenimiento o en su generalidad se sostiene una identidad socio-ideológica que define al yo del cronista que ve y toca –real o simbólicamente– cada una de esas deseadas partes. 333 Notas Bibliografía 1. Textos Primarios 1 Este episodio, más breve y condensado, es relatado por primera vez por Cabeza de Vaca en su Relación general de 1545 (capítulo CVII) y expandido años después en los Comentarios. 2 Una “ética” que deja de lado acciones violentas –ausentes en la crónica, pero confesadas en las probanzas judiciales– ejercidas sobre el cuerpo de mujeres traidoras y asesinas, como es el caso de la india Juliana que fue mencionado en el primer capítulo. Recordemos que esta mujer, luego de envenenar a Nuño de Cabrera “por celos”, intentó incentivar a todas las otras indias a que siguieran su ejemplo. Tengamos presente también que Cabeza de Vaca le levanta, entonces, un proceso y le pide a su alcalde que haga justicia “porque demás de merecerlo” era conveniente para el resto de las cautivas “no se atreviesen a semejantes casos”. Una vez efectuado el castigo, Álvar Núñez excluye esta escena y deja ingresar en su relato la contracara de Juliana, la india aliada (como la que porta la carta), es decir la mujer indígena ya aleccionada (Núñez Cabeza de Vaca [1545] 1906, 6: 27). 3 No es casual, en este sentido, que sea este relato el que inaugure el motivo de la cautiva blanca; es decir, en consonancia directa con la adscripción racial e ideológica que el autor pregona, el cuerpo femenino, objeto de deseo y placer, es por definición el de una mujer blanca y civilizada, Lucía Miranda, y el deseo es, previsiblemente, el de un indígena, Mangoré, por eso “desordenado” y desmedido, salvaje. La indígena del relato, negada en su corporalidad frente a lo que genera exclusivamente el cuerpo de la cautiva, es la mujer celosa que delata a la joven deseada y causa su muerte. 4 En “El botín del cronista” Cristina Iglesia analiza por primera vez la mirada del conquistador, particularmente la de Ulrico Schmidl, sobre estos cuerpos de mujeres indígenas y aborda el proceso de “estetización” que el cronista produce sobre ellos. Para una lectura más amplia de los modos de aparición de estos cuerpos femeninos en la crónica, ver Iglesia 1987: 46-53. En cuanto al lugar que ocupan las mujeres en la Asunción de los siglos XVI y XVII y los cambios en los parámetros estéticos culturales practicados por los europeos, ver El Jaber 2001. 5 En torno a la constitución de la singularidad en y por el lenguaje, ver la Lógica del sentido de Deleuze (en Giorgi y Rodríguez 2007). 334 CENTENERA, Martín del Barco. [1602] 1998. Argentina y Conquista del Río de la Plata. 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Jean Théodore de Bry, Historia Americae sive novi orbi, Pars VII (Frankfurt 1590-1634). Reproducido en Michèle Duchet (1987) ...228 4. “El hambre” (Hulsius 1599) ...229 5. “El sitio de Buenos Aires” (Hulsius 1599) ...230 6. “La ciudad y pelea de Lambaré” (Hulsius 1599) ...232 7. “Los payaguá y naperú” (Hulsius 1599) ...233 8. Fragmento de la imagen 7 ...234 9. “Asalto de Corpus Christi” (Hulsius 1599) ...235 10. Fragmento de la imagen 9 ...237 11. “Asalto de la Frontera” (Hulsius 1599) ...238 12. “Pelea con los mayáguenos” (Hulsius 1599) ...240 13. “Los timbúes, Buena Esperanza y Corpus Christi” (Hulsius 1599) ...242 14. “Los carios” (Hulsius 1599) ...243 15. Fragmentos de imágenes de batalla ...248 16. Detalles de indio e india timbú ...251 17. Retrato de indio cario ...251 18. “La caída del hombre”. Alberto Durero (1496-1497). Reproducido en Giulia Bartrum (1995) ...253 360 19. “La caída del hombre” (“Adán y Eva”). Alberto Durero (1504). Reproducido en Walter L. Strauss (1973) ...254 20. “La caída del hombre” (“Pequeña Pasión”). Alberto Durero (1510). Reproducido en Giulia Bartrum (1995) ...255 21. “Adán y Eva en América”. Jean Théodore de Bry, Grands Voyages, Parte I (Frankfurt 1590). Reproducido en Michèle Duchet (1987) ...256 22. “Los jarayes” (Hulsius 1599) ...258 23. “Virginis Pictae Icon”. Jean Théodore de Bry, Grands Voyages, Parte I (Frankfurt, 1590). Reproducido en Eduardo Subirats (1994) ...259 24. Retratos de indio timbú, cario y jaraye ...260 25. “Amazonas”. Edición latina del Relato de Sir Walter Raleigh a Guiana 1594-1597 (Nüremberg 1599). Levinus Hulsius, Sammlung von 26 Schiffahrten in verschiedene fremde Lander durch Lev. Hulsium und einige andere aus dem Hollandischem ins Deutsche übersetzt undd mit allerhand Ammerkungen versehen. Pars V. Reproducido en www.diariodelacamaraoscura.blogspot.com ...262 26. Fragmento de la imagen 22 ...263 27. Detalle de la imagen 22 ...264 28. Detalle de la imagen 22 ...265 29. Retratos de mujeres timbú, cario y jaraye ...266 30. Detalle de los rostros y las miradas de los jarayes ...267 31. Detalle de la imagen 22 ...268 32. “La serpiente de los mocoretás” (Hulsius 1599) ...272 33. Detalle de la imagen 32 ...273 34. “Pacos o Llamas” (Hulsius 1599) ...274 35. “Naufragio de Schmidl en 1538” (Hulsius 1599) ...276 36. “Naufragio cerca de Cádiz” (Hulsius 1599) ...277 37. “Retrato de Ulrico Schmidl y portada de la edición latina” (Hulsius 1599) ...279 38. Mapa de América. Parte Meridional hasta el paralelo 54 (Hulsius 1599) ...287 39. Primer mapa del Río de la Plata. Ruy Díaz de Guzmán, La 361 Argentina manuscrita (1612). Reproducido en Paul Groussac en los Anales de la Biblioteca, Tomo 9 (Buenos Aires: Coni Hnos.,1914). Todas las imágenes de este mapa son reproducidas por gentileza de la Hemeroteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires ...288 40. Detalles del Mapa de Ruy Díaz de Guzmán (1612) ...292 41. Detalles del Mapa de Ruy Díaz de Guzmán (1612) ...293 42. Detalle del Mapa de Ruy Díaz de Guzmán (1612) ...295 43. Fragmento del Mapa de Ruy Díaz de Guzmán (1612) ...299 Índice Agradecimientos ...9 Introducción ...13 De tierra promisoria a suelo maldecido ...13 La relevancia del espacio: práctica, posesión y discurso ...17 El Río de la Plata: distopía, relato y desaliento ...20 Notas ...23 Capítulo 1: Escribir la decepción ...25 1. Cuando la novedad espacial se hace carne en el cuerpo. La crónica de Ulrico Schmidl (1567) ...27 Vociferar el hambre ...34 Decirlo todo ...37 2. Cuando la traición es española. La escritura de la rebelión interna. Los Comentarios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1555) ...43 El juicio ...44 Dos en uno: dos relatos, una misma figura ...47 Álvar Núñez Cabeza de Vaca: el nuevo Mesías ...51 El relato que no desea oírse ...57 Narrar el caos ...62 3. Cuando la diferencia está en el origen. Memoria, historia y autobiografía en la crónica de Ruy Díaz de Guzmán (1612) ...66 La elocuencia de los hechos ...66 Escribir la historia de la patria, escribirse ...72 Moldear el acontecimiento ...75 Desvíos, resquicios, torsiones ...78 El ojo real ...82 Notas ...87 362 363 Capítulo 2: El desafío de narrar el Río de la Plata ...101 Las reglas de la escritura ...101 Motivos y tópicos en las crónicas del Río de la Plata: entre la tradición y lo nuevo ...104 1. El discurso militar ...104 El combate ...107 El héroe ...120 La guerra interna ...125 2. El discurso esperable/esperado: los Otros ...141 3. El discurso del padecimiento ...149 Notas ...156 Capítulo 3: Espacio y representación ...161 1. La espacialidad. Una aproximación teórica ...161 2. El espacio rioplatense ...163 3. El Río de la Plata y sus representaciones espaciales ...165 El saber de la tierra ...167 Entre la belleza y el horror ...174 4. Prácticas espaciales. El caso Álvar Núñez Cabeza de Vaca vs. Domingo Martínez de Irala ...179 Álvar Núñez: un conquistador a pie ...179 Cabeza de Vaca e Irala: caos o integración ...182 Enarbolar la acción y sostener la pluma ...189 5. Espacios míticos, espacios utópicos ...195 La búsqueda del espacio ideal ...197 Perseguir el camino del oro ...205 Notas ...209 Capítulo 4: El Río de la Plata en imágenes ...215 Palabra e imagen ...215 Primera Parte: La crónica de Ulrico Schmidl y las ilustraciones de Hulsius ...220 1. La edición de Levinus Hulsius ...220 2. Una imagen para el lector europeo ...222 364 3. La fábula de América ...241 4. El observador ...245 El ojo en el cuerpo ajeno ...247 El monstruo, el espécimen ...269 5. En medio del viaje, la catástrofe ...275 6. El mosaico completo ...279 Segunda Parte: El espacio del Río de la Plata: imagen cartográfica y discurso en el siglo XVII ...282 1. El mapa de Ruy Díaz de Guzmán ...282 2. Una carta de presentación ...285 3. Radiografía de una conquista. Territorio, nombre y utilidad ...290 4. La recompensa de la tierra, el reclamo escrito en la imagen ...297 5. La escritura cartográfica de Ruy Díaz de Guzmán ...301 En el principio, la tierra, su imagen ...301 Y entonces fue el relato ...305 Escritura cartográfica ...312 Notas ...314 Coda: Cuerpo de mujer: entre lo visible y lo tangible ...325 Notas ...334 Bibliografía ...335 Ilustraciones ...360 365 366 367 368