Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                
Revista Ñ, 194, Clarín, Buenos Aires, sábado 16 de junio de 2007 Por orden alfabético Marcelo Pisarro El “Abecedario de antropologías” de Luis Pancorbo no es tanto una herramienta para el estudiante universitario ni para el profesional académico como una suma de curiosidades etnográficas recogidas por un conocido divulgador. Para bien o para mal. Enanos, endriagos, endulçaderas, y pasa a Enoch sin escalas. “Engañapichangas” no forma parte de este Abecedario de antropologías (Siglo XXI, 2006) del periodista y divulgador español Luis Pancorbo. Pero quizás debería: si se lo mira con malicia, podría considerarse un genuino engañapichangas. Los diccionarios especializados son una buena herramienta en diversas disciplinas académicas. La antropología no es la excepción, en especial cuando sus entradas están firmadas por entendidos (Mauss explicando el potlatch, Polanyi la economía primitiva: a cada entrada su especialista). Así que a primera vista ―en la estantería junto a enciclopedias y diccionarios― este Abecedario de antropologías podría pasar por otro volumen enciclopédico especializado. Pero no hay que juzgar un libro sólo por la tapa. Pancorbo amuchó las palabras que oyó por ahí siguiendo el ponderado recurso de la curiosidad etnográfica. Quizás por olvidar que no toda curiosidad es etnográfica, o que aún la curiosidad etnográfica sigue reglas de producción, el resultado es un cambalache léxico de incierta utilidad académica. Variado no siempre es mejor. Claro que lo baladí no quita lo sugestivo. Como sucede con cualquier registro de términos siempre es genial abrir las páginas al azar y descubrir algo que uno no sabía. Está bueno husmear en la P y leer que “pixies” no es solo un buen grupo de rock alternativo sino unos duendes que cazan niños y se disuelven con las primeras horas del día; o que “Pele” no es el nombre mal escrito del mejor futbolista del siglo XX, sino una diosa polinesia que habita en un volcán de Hawái. Las sospechas comienzan cuando se percibe lo escueto de las definiciones. Y se confirman cuando el tema golpea en la puerta de casa. Por ejemplo, “gauchos”: “Hubiese sido demasiado sencillo llamar vaqueros a los gauchos argentinos. Gaucho quiere decir también hombre arrogante, sin miedo, duro, capaz de dormir bajo las estrellas y cocinar su sustento en una hoguera. Es la misma literatura del cowboy del norte repetida muy al sur. No puede haber mayores llaneros solitarios que esos personajes de las pampas, las grandes llanuras herbosas de la América austral, con sus espuelas de plata y su código del honor a veces un tanto canalla, extremo, pero siempre fiero, como el de Martín Fierro. Lo único es que, cuando sopla el pampero, el viento del suroeste, vuelan hasta los pensamientos dentro de la cabeza”. Esto puede ser cualquier cosa (un desliz literario poco lúcido, un extracto de folleto turístico todavía menos lúcido), pero no es una definición académica. Ni de antropología ni de nada. Dicho lo que el Abecedario de antropologías no es (un diccionario o enciclopedia de antropología), resulta justo preguntarse qué es. Pancorbo hizo buena parte de su carrera profesional en televisión, especialmente en Otros Pueblos, programa de TVE que desde 1983 registra la vida cultural de ―justamente― otros pueblos. “Hace ya unos cuantos años, y no menos caminos, empecé una recogida de palabras sobre temas esporádicos, tanto de nuestra lengua como de otros idiomas, y sobre conceptos relativos a culturas, especialmente de las menos conocidas, aunque a veces no estén en la jungla sino a la vuelta de la esquina”. Es así que se apelmazan rastafaris, moros, malekitas, lo performativo (ay, “poder extraordinario del lenguaje”), la orina, los negros y los negros curros (“gentes del hampa de la vieja Cuba”), el feng shui, licántropos, viudas, vírgenes, cocodrilos, primitivos y el Yeti. Y de corrido se oye mejor; por ejemplo: comparativismo, condición ultrahumana, confucionismo, Congo, conjuro, consumo conspicuo. Palo conceptual y a la bolsa. Para quienes juzgaron el libro por la tapa y se crearon falsas expectativas, Pancorbo es franco: “Es cierto que las entradas se limitan a veces a mencionar o a evocar temas y, por otro lado, las definiciones distan de ser académicas. La intención no era batir el imposible récord de lo exhaustivo”. ¿Entonces qué? El objetivo, explica, es pasearse por el campo de la cultura, y define “cultura” a la manera de T. S. Eliot: lo que las personas hacen en determinado tiempo y lugar histórico. Como definición es pobretona, aunque es interesante discernir a través de los términos elegidos qué se entiende ―o qué entiende Pancorbo, al menos― por “cultura” recién entrado el siglo XXI: una mezcolanza entre biogenética, cristianismo e Islam, buenas dosis de orientalismo y folklore variopinto, creencias que ni sus mismos creyentes parecen creerse y montones de esos conceptos que los antropólogos ya descartaron hace décadas. Es verdad que este Abecedario es un libro ameno y los libros amenos nunca están de más, pero el contenido formal será exiguo si se lo compara con ―por ejemplo― la versión en inglés de Wikipedia. Algún malicioso podrá preguntarse si el resultado será el mismo si un día el presentador local Marley se decide a escribir un diccionario con las palabras exóticas que recolectó en sus viajes televisivos, pero no es para tanto. O sí. Esto suena a definición de Marley: “Cucaracha. Magnífico remedio antiespasmódico si antes no le da algo peor al paciente. Todo cuanto lleva a su repulsión, que no es poco, no contradice sus virtudes de resistencia. Hay quien calcula que las cucarachas salvarán la vida del planeta después del holocausto nuclear, si eso sirve de consuelo”. Y no es Ambrose Bierce en el Diccionario del diablo; Pancorbo habla en serio. Marcelo Pisarro, “Por orden alfabético”, Revista Ñ, 194, Año IV, Clarín, Buenos Aires, sábado 16 de junio de 2007, p 14.