El Dios escondido
de la posmodernidad
Deseo, memoria e imaginación
escatológica. Ensayo de teología
fundamental posmoderna
El Dios escondido
de la posmodernidad
Deseo, memoria e imaginación
escatológica. Ensayo de teología
fundamental posmoderna
Carlos Mendoza–Álvarez
instituto tecnológico y de estudios superiores de occidente
Biblioteca Dr. Jorge Villalobos Padilla, sj
Mendoza Alvarez, Carlos
El Dios escondido de la posmodernidad : deseo, memoria e imaginación escatológica
: ensayo de teología fundamental posmoderna / C. Mendoza Alvarez ; pref. de R.
Gibellini. – México : Sistema Universitario Jesuita : Fideicomiso Fernando Bustos
Barrena sj, 2010.
409 p. (Cátedra Eusebio Francisco Kino sj)
isbn
isbn
978-607-7808-41-1
978-607-7808-01-5
1. Dios 2. Fe 3. Teología Doctrinal – Tema Principal 4. Nihilismo 5. Secularización
6. Modernidad y Posmodernidad 7. Cristianismo y Sociedad 8. Filosofía y Religión
I. Gibellini, Rosino (pref.) II. t.
[lc]
230.[Dewey]
Luis José Guerrero Anaya
Coordinador de la colección
Lourdes Cortina
Diseño gráfico de la colección
Rocío Calderón Prado
Diagramación
Trabajo de habilitación aceptado por la Facultad de Teología de la Universidad de
Friburgo en Suiza.
Los derechos de esta obra son propiedad de Les Éditions du Cerf.
1a. edición, Guadalajara, 2010.
dr ©
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente
Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. iteso,
Tlaquepaque, Jalisco, cp 45604.
dr ©
Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
dr ©
Universidad Iberoamericana León.
dr ©
Universidad Iberoamericana Puebla.
dr ©
Universidad Iberoamericana Tijuana.
dr ©
Universidad Iberoamericana Torreón.
dr ©
Universidad Loyola del Pacífico.
dr ©
Centro de Estudios Ayuuk–Universidad Indígena Intercultural
Ayuuk.
Esta edición es para uso educativo: no tiene fines comerciales. Prohibida su venta.
isbn
isbn
978-607-7808-41-1
de la colección 978-607-7808-01-5
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico
La fe es la experiencia que vive la inteligencia
de estar iluminada por el amor.
Simone Weil
(La pesanteur et la grâce,
Plon, París, 1948, p.130)
A Nob Lolich
AGRADECIMIENTOS
El trabajo necesario para la elaboración de un libro, como
es bien sabido, requiere de la participación de muchos.
Ésta no es la excepción y por ello deseo expresarles aquí mi
sincero reconocimiento.
En primer lugar, agradezco la escucha crítica de los
estudiantes de teología, con quienes he ido trabajado estas
ideas teológicas en diversos centros de estudios superiores:
el Instituto de Formación Teológica Intercongregacional
de México; la maestría en Teología de la Universidad
Iberoamericana Ciudad de México; el posgrado en Ciencias
de la religión de la Universidad de Pernambuco, en Brasil,
y la facultad de Teología de la Universidad de Friburgo, en
Suiza. En particular, en el diálogo con becarios y tesistas
pude ir afinando más el argumento central de este libro:
Concepción Mateos, Alejandro Ortiz, Brenda Mariana
Méndez, Mónica Chávez, Juan Carlos La Puente y Luis
Alfredo Escalante.
También deseo agradecer a los grupos de teología para
laicos con quienes comparto regularmente la inteligencia
de la fe y la complicidad en la búsqueda de caminos para
vivir el Evangelio en el mundo posmoderno: la comunidad
de El Guijarro, las fraternidades de dominicos seglares,
el movimiento juvenil dominicano y el grupo Mysterion,
ac, así como a los compañeros de la misión jesuita de
Bachajón, en Chiapas, a quienes debo la intuición original
para comprender la esperanza en medio de circunstancias
adversas de vida amenazada, donde florece la gratuidad.
Estas ideas se han ido fraguando asimismo en el
ambiente favorable de la amistad compartida, sea en una
conversación de sobremesa, en medio de una jornada de
meditación y retiro, en el corazón de una liturgia viva o
cuando surgen las preguntas nacidas en los momentos
de incertidumbre y gozo: con mis padres, hermanos, tías
y sobrinos, así como en compañía de los amigos: Raúl y
Katy Manzano–Tapia, Alicia Cea, José Rubén Romero,
Juan y Sara Caffarel–Salazar, Elia y Saúl Arroyo–Lara,
María y Antonio Aguilar–Velázquez, Conrado Zepeda, Delle
y Marisa McCormick–Werner, Patricia y Jesús Cortés–
Käch, Julio Saldaña, Daniel Montiel, Valeria y Alejandro
Briceño–Arroyo.
Agradezco de manera especial a los colegas universitarios con quienes he ido vislumbrando los caminos de
la interpretación teológica necesaria en nuevos contextos: Andrés Torres–Queiruga, Virgilio Elizondo, Bárbara
Andrade, James Alison, Andreas Uwe Mueller, Pierre
Gisel, François–Xavier Amherdt, Denis Mueller, Daniel
Groody, Clemens Sedmak, Gioacchino Campese, Piotr
Napiwodzki, Ángel Méndez, Alberto Anguiano, Daniel
García–Chavarín, Eduardo González y Javier Sicilia. Y
también a los colegas que, en el ejercicio de su gestión
académica, apoyan las iniciativas de investigación de su
comunidad universitaria: Alexander Zatyrka, Javier Prado,
José Morales, Pedro Rubens, Guido Vergauwen y Benoît–
Dominique de La Soujeole.
Un reconocimiento a las instituciones que han hecho
posible la estancia postdoctoral que fue el tiempo propicio para llevar a cabo esta investigación: Universidad
Iberoamericana Ciudad de México; Convento de Santo
Domingo de México; Provincia de Santiago de México de
la Orden de Predicadores; Universidad de Friburgo, en
Suiza; Convento de San Alberto Magno, en Friburgo;
Ediciones du Cerf, y el Campo Estratégico de Acción Fe
y Cultura del Sistema Universitario Jesuita de México.
Por último, doy las gracias a Isabelle Garessus y María
Velázquez, atentas lectoras que mejoraron de manera notable la claridad del texto, a pesar de sus densos pasajes, así
como a Arturo Navarro y Lourdes Cortina por su apoyo
para la edición.
CONTENIDO
prefacio de rosino gibellini
15
introducción
19
i. el retorno de lo religioso
27
El giro moderno
Un desafío para los sistemas religiosos cerrados
El pathos de la subjetividad posmoderna
27
61
77
ii. la búsQueda del fundaMento
95
La crisis modernista reloaded
El despertar del tomismo crítico
La vía de la “Ortodoxia Radical”
99
118
145
el grito del niHilisMo
165
Un sujeto desencantado, pero imaginativo
El abismo de la libertad delimitada
La increencia como apertura a la fe
169
195
210
la esperanZa discreta
225
El principio pragmático: la memoria
de las víctimas
229
iii.
iV.
La lógica del deseo mimético: la superación
de la violencia
El horizonte de la fe como nueva inteligencia
del sujeto: imaginación y poiesis
V. el papel de la teología fundaMental
posModerna
La necesaria deconstrucción
Por una práctica gramatical de la diversidad
Un discurso preliminar de la trascendencia
apercibida como gratuidad
La disciplina del despertar de la subjetividad
extrema
253
281
295
301
318
330
342
epílogo
351
bibliografía
359
aneXo. “pensar la esperanZa coMo apocalipsis”.
conVersación con rené girard
389
El Dios escondido de la posmodernidad
PREFACIO
rosino gibellini
El libro del joven teólogo mexicano, Carlos Mendoza,
lleva un título “Deus absconditus”, que indica ya in limine
libri un estilo teológico que procede con discreción, que
renuncia a toda seguridad argumentativa y totalizadora,
a la búsqueda del misterio inefable (y confiable) que es el
“secreto” escondido del mundo (Eberhard Jüngel). Se practica así un estilo teológico que persigue la verdad, entendida
como “evento discreto” (Christian Duquoc).
El estudio se presenta como un ensayo de teología fundamental que no pretende entrar en el tratamiento de cada uno
de los contenidos de la revelación cristiana, tarea asignada a
una teología dogmática (Karl Barth) o a una teología sistemática (Paul Tillich). Se trata de una teología fundamental que
no se autocomprende como un sistema defensivo del cristianismo sino que se interroga sobre cómo hablar de Dios en
nuestro tiempo, caracterizado por cifras culturales contrapuestas, secularismo y nihilismo por una parte; retorno de
lo religioso, por otra. De aquí que la exposición se divide
claramente en dos partes: la primera, que comprende los
primeros cuatro capítulos, es un diagnóstico de la situación
15
Carlos Mendoza–Álvarez
cultural (Tillich) en la que vivimos al inicio del nuevo
milenio; la segunda, constituida por el quinto capítulo
conclusivo, propone las líneas de la nueva teología fundamental.
La primera parte me evoca un célebre artículo del
teólogo católico norteamericano David Tracy, On naming
the present (1999), “Cuál nombre dar al presente”, en la
tentativa de situar el mensaje cristiano en nuestro tiempo.
Según los detallados y documentados análisis de este estudio, el tiempo que vivimos es susceptible de ser caracterizado como tardo modernidad (Jürgen Habermas), como
posmodernidad (Jean–François Lyotard) o tiempo del fragmento (Jacques Derrida). El análisis de la situación cultural
no es conducido sobre el registro de una crítica indiferenciada y censora de las tendencias de nuestro tiempo sino en
el intento de individuar —se diría— los “puntos de inserción” (categoría elaborada por el culto teólogo de Zúrich,
Emil Brunner, en la polémica con Barth) de la palabra de
la fe. Por una parte, el regreso de lo religioso es interpretado
como regreso a lo espiritual, en el sentido de apertura a otra
dimensión de la realidad. Del lado opuesto, el nihilismo
del secularismo es interpretado como expresión de un
pensamiento débil (Gianni Vattimo), que es crítico de toda
forma de totalitarismo, es atento a las diferencias, practica
la reconstrucción (Derrida, Jean–Luc Nancy) y se abre,
bajo la guía de Emmanuel Levinas, al Otro, a los otros, a las
historias otras, censuradas por las pretensiones totalizantes
de la racionalidad moderna: es ésta la nueva posibilidad de
un “retorno de Dios” —no de un Dios pensado por el yo
sino del de la revelación (a interpretar según una apropiada
16
El Dios escondido de la posmodernidad
hermenéutica: Paul Ricœur, Edward Schillebeeckx)— en la
posmodernidad.
En el capítulo final son presentadas las líneas de una
nueva teología fundamental, en el tiempo de la posmodernidad, como disciplina de frontera entre la fe y la razón.
Ella se articula sobre tres palabras claves (Stichworte, en
el lenguaje de Theodor W. Adorno), a saber: memoria,
deseo, imaginación escatológica, que son enunciadas en
el subtítulo de la obra. “Memoria” recupera la categoría
ilustrada de la teología política europea (Johannes Baptist
Metz y Jürgen Moltmann), extendida a la memoria de
las víctimas, profundizada por la teología de la liberación
(Gustavo Gutiérrez, Enrique Dussel, Jon Sobrino). “Deseo”
es la categoría introducida por el filósofo René Girard, y el
libro representa una primera utilización teológica de la obra
del antropólogo francés (de gran interés, en este sentido,
es el anexo final que reproduce una entrevista teológica
con Girard, quien responde a precisas preguntas teológicas
del autor de este libro). “Imaginación escatológica”, como
visión de un mundo reconciliado y de una nueva creación,
recupera toda la línea de la reconsideración de la escatología, llevada a cabo por la teología del siglo XX.
La nueva teología fundamental, propuesta en sus
proyectivas líneas generales en este libro culto, escrito por
un teólogo de la nueva generación, se propone mostrar la
pertinencia de la fe en el tiempo de la posmodernidad,
no tanto confrontándose prevalentemente con la razón
crítica de la modernidad, como en Karl Rahner, o con
la razón práctica postiluminada, como en Metz, sino con la
razón débil posmoderna, con lo que se ejercita la teología
17
Carlos Mendoza–Álvarez
como conversación en la línea de Helmut Peukert, David
Tracy y Christian Duquoc, en la búsqueda de la posibilidad de una nueva expresión del cristianismo, en términos
de gratuidad, donación y koinonía.
18
El Dios escondido de la posmodernidad
INTRODUCCIÓN
α
¿Cómo hablar de Dios en el seno de nuestra época, que se
debate entre el nihilismo y el retorno al fundamento?
En tanto herederos de la Ilustración, ciudadanos y
creyentes viviendo en el siglo XXi en Occidente, todos
somos deudores del patrimonio espiritual judío y cristiano
que fue vertido, de manera predominante, en la valiosa
vasija de la cultura grecorromana. Más de tres milenios
de historia nos identifican como ciudadanos convocados
a participar en la Jerusalén de las naciones, pero también
miembros de derecho de la polis griega, y todos viviendo en
la espera de la Ciudad de Dios que se realizaría al final de los
tiempos según el anuncio de Cristo.
Sin embargo, también como sobrevivientes en la historia de Occidente, conservamos en la memoria —como
un tipo de genoma espiritual— las heridas provocadas por
el orgullo humano, desde Babel hasta Bagdad. Resulta
sorprendente constatar que la mitología de la confusión
humana comienza y se acaba, en todo caso, para los habitantes de la sociedad posmoderna, en aquel lugar simbólico
19
Carlos Mendoza–Álvarez
del Éufrates. En efecto, “desde la fundación del mundo”
(cf. Lc 11: 50), la codicia humana desafía a la Sabiduría
divina, queriendo ocupar su lugar, sea a través de la arrogancia de la civilización que anhela conquistar el cielo, o
bien por el cinismo de otra civilización que está obsesionada
por la conquista de la tierra. En muchas ocasiones nuestras
torres ya se han derrumbado: en Babel primero, después
en Constantinopla y Roma, y en tiempos más recientes, en
Bagdad y Nueva York. De modo más preciso, en Occidente
el colapso de la catedral de la cristiandad fue seguido por la
implosión del rascacielos de la Ilustración.
Releyendo otro antiguo símbolo antiguo, podríamos
decir también que el arca naufragó, desde la época de Noé
hasta estos días nuestros, caracterizados por la arrogancia de
la razón crítica... Y, sin embargo, continuamos soñando con
espejismos de omnipotencia. Pero la paradoja más inquietante en esta historia es la vida de los inocentes y de los
justos: aquéllos que, en medio de tanta mentira, viven de
manera cotidiana su vida como donación, sea por medio de la
práctica del amor sin condición, sea incluso por la ofrenda
misteriosa de su vida por los demás.
β
Este libro es un balbuceo para hablar de Dios en medio de
los escombros de la modernidad. Un propósito que parecería imposible para algunos, temerario para otros, pero tal
vez necesario para algunos cuantos. Se trata, no obstante,
de un desafío irrenunciable para todo creyente, consciente de
proclamar su fe en medio de la ciudad, en cada época de la
historia de la humanidad.
20
El Dios escondido de la posmodernidad
Deseamos arriesgarnos caminando en el borde de este
abismo, no sin precaución, siguiendo los pasos de guías
adiestrados en la interminable tarea de explorar los contornos de lo real: acercándonos a ese océano por los meandros
de la subjetividad en su experiencia de deseo y de finitud;
observando con atención las distinciones de la razón anamnética y lingüística, y, finalmente, asomándonos al abismo
de la polisemia del lenguaje. El horizonte se despliega
entonces para la imaginación escatológica, abrazada por el
advenimiento de la gratuidad divina.
Deseamos abrir, a través de estas páginas, un nuevo
campo de trabajo para buscar las piezas de una obra de
arte que no estará realizada plenamente hasta que no haya
descubierto al Icono por excelencia, a saber, la Sabiduría
divina misma: Aquélla que inspiró a los profetas y a los
justos desde Abel, la misma que se hizo carne en Jesús de
Nazaret, el revelador de Dios escondido, pero accesible por
medio de la gratuidad de su Ruah divina.
γ
A lo largo de cinco capítulos, este libro busca comprender
la pertinencia de la fe cristiana —la antigua pistis de los
griegos, la fides de los latinos, la creencia de los modernos— en
la experiencia vivida por los seres humanos que viven en un
mundo desencantado, en medio de los escombros producidos por el derrumbamiento de las grandes historias y de la
crisis de credibilidad de las grandes instituciones modernas
(familia, universidad, Estado, Iglesia).
El primer capítulo corresponde, de hecho, al pretexto
que motivó la investigación: el retorno de lo religioso en
21
Carlos Mendoza–Álvarez
la sociedad globalizada de fines del siglo XX. El contexto
cultural de la modernidad tardía se presenta aquí bajo el
ángulo de los síntomas de la búsqueda de lo espiritual,
vivida por personas y comunidades creyentes, y aún por
las colectividades en general, bajo diversas formas: según
la primacía de lo emocional, o bien como búsqueda de un
fundamento, o aún más, de la conciencia de la Nada. Se
trata de un verdadero signo de los tiempos posmodernos
que pide una investigación atenta para discernir ahí su
sentido salvífico.
Los dos capítulos siguientes describen el contexto de la
reflexión surgida de la crisis de la modernidad. Muestran
la polaridad de significaciones propia de esta crisis, siendo
así los dos polos opuestos que constatan, por caminos
distintos, pero de manera simultánea, el agotamiento de la
razón instrumental. No se trata, por supuesto, de un análisis exhaustivo o monográfico de cada una de estas tendencias que aquí hemos decidido llamar contra–modernas, para
subrayar su común toma de distancia del metarrelato de la
Ilustración. Se trata, más que nada, de la cuestión de dar
cuenta de algunas de las principales problemáticas de la
discusión actual, en particular, el papel de la metafísica, de
la subjetividad expuesta y de las potencias de experiencia
propias del sujeto posmoderno.
Los dos últimos capítulos, finalmente, son una heurística del pensamiento teológico fundamental en la edad de
la razón posmoderna. Se podría describir esta última parte
como un ensayo de hermenéutica mimético–pragmática
de la fe cristiana en el momento del derrumbamiento de
los metarrelatos, tanto de la cristiandad como de la modernidad. ¿Cómo hablar de Dios en medio de los escombros
22
El Dios escondido de la posmodernidad
de la modernidad? ¿Será posible apercibir —usando aquel
término propio de la fenomenología— la revelación divina
en el sentido de la subjetividad expuesta? ¿Los cristianos
seremos capaces de comunicar la experiencia y el sentido
salvífico en el corazón del re–encantamiento del mundo?
¿Deberíamos construir nuevas torres después de recorrer los
escombros de tantos Ground Zero existentes en el planeta?
¿Qué significará la misión de anunciar la esperanza de
cumplimiento de las promesas de Dios en estos tiempos
de vulnerabilidad extrema?
Deseamos hablar de Dios sin dejar de escuchar el
murmullo de los sujetos débiles, antes incluso que cualquier juicio sobre la objetividad de la revelación o de la
doctrina católica. Pensamos que podemos vislumbrar
ahí los signos del Reinado de Dios, al discernir las líneas
maestras de la Sabiduría divina, que habla a través de los
pequeños de la historia.
Los sabios hablan de posmodernidad, de nueva edad
de la razón, y tal vez no se equivocan. Interpretan a su
manera las huellas del agotamiento de la humanidad en la
hora de la violencia asesina, para escudriñar ahí los signos
de una esperanza posible para todos.
Cristo, por su parte, habló también de los nepioi, en
su gramática poiética magistral pronunciada en las orillas
del lago de Galilea, según el testimonio del evangelista
Lucas. Los “pequeños” son aquéllos que estamos llamados
a reconocer —y a convertirnos a la vez— como los privilegiados de Dios porque ellos ya no tienen ataduras en este
mundo. Y esto porque fueron al límite de la vulnerabilidad
de la existencia humana, de manera que se convirtieron en
“mansos y humildes de corazón”, abiertos al dinamismo
23
Carlos Mendoza–Álvarez
del Amor divino, que no es sino donación en la gratuidad.
Los nepioi son tal vez llamados hoy, en nuestra civilización
posmoderna, sujetos débiles, porque algunos los desprecian, otros los ignoran, muchos los atacan y algunos los
escuchan... como en tiempos de Jesús.
δ
El anexo de este libro contiene la conversación con René
Girard, concedida en París, en otoño de 2007. Podría
llamarse un intertexto, en el sentido de una conversación
siempre inacabada, típica de un pensamiento en ebullición,
cuyas palabras e ideas se entretejen con las del autor a lo
largo de todas las páginas. Intercambio vivo que continúa
estando a la obra también con otros autores, colegas, estudiantes y amigos que se han sumado a nuestro cuestionamiento en Friburgo, Ciudad de México, Chiapas, Recife y
en el ciberespacio de nuestros días.
De hecho, las preguntas del mimetismo que aquí se
encuentran presentes y tratadas rebasan el marco antropológico del autor entrevistado y abren el terreno para nuevas
investigaciones teológicas. Dicha reflexión fue iniciada
primero por varios autores con quienes estamos en deuda,
en particular James Alison y el grupo de investigaciones
miméticas.
Esta conversación continúa llevándose a cabo también
con otros interlocutores, tales como el grupo de jóvenes
teólogos convocado por Gustavo Gutiérrez y Virgilio
Elizondo, en la Universidad de Notre Dame, para profundizar las nuevas cuestiones teológicas, sin olvidar lo esencial
24
El Dios escondido de la posmodernidad
de la lógica de la kénosis del Logos divino: Dios nos dirige
su Palabra por medio de la voz de las víctimas de la Historia.
ε
Tal es la apuesta del presente libro: interpretar los tiempos
posmodernos como lugar teológico inédito para descubrir
ahí los tesoros de la revelación divina. En la recepción de
la manifestación de Dios y su impulso salvífico, la fe de los
pequeños busca sin cesar acoger el don por excelencia: el
Otro que llega como saldo de una deuda, olvido, perdón...
gracia. Esta experiencia capacita a la subjetividad posmoderna para apercibir a Dios como Ser de súper–esencia: más
allá y más acá de toda representación.
En la experiencia del perdón, en efecto, se instaura un
mutuo reconocimiento que nada tiene que ver con la rivalidad, en la que todos nosotros nos encontramos atrapados,
incluso a veces el otro, que es tan frágil y vulnerable como
uno mismo. Tal vez sea esta experiencia fundacional del
desconocimiento–reconocimiento de sí en relación con el
otro lo que queda apenas insinuado en el relato de Abel y
su historia con su hermano Caín. Una pregunta dirigida
a Dios tanto como a nosotros los seres humanos: “¿dónde
está tu hermano?”. Quizá también este proceso existencial,
que radica en el paso del desconocimiento al reconocimiento
del otro, es aquello que vivieron los discípulos de Jesús de
Nazaret, María Magdalena y Pedro, los primeros, cuando se
encontraron con su rabí Jesús en el resplandor de la mañana
de Pascua.
25
Carlos Mendoza–Álvarez
Estas páginas quisieran ayudar, pues, al lector a despertar
en su intimidad esa potencia de vida, de comprensión y compasión que viene de otra fuente: de Aquél que atravesó el muro
del resentimiento y de la rivalidad, como dice San Pablo,
“dando muerte en su propio cuerpo al odio” (Ef 2: 16).
Tal es el anhelo de nuestro esfuerzo intelectual: que sea
posible en nuestro tiempo del fragmento hablar de Dios,
releer a los clásicos del cristianismo, decir: Deus absconditus
sub specie gratuitatis.
26
El Dios escondido de la posmodernidad
I. EL RETORNO DE LO RELIGIOSO
el giro Moderno
El estado de ánimo posmoderno
La profecía de André Malraux se cumplió: el siglo
XXi está
1
aquí y es religioso. En el límite del colapso de la modernidad, después de la caída de los totalitarismos de la razón,
de la técnica y del capital, la humanidad se encuentra
confrontada, por primera vez a escala global, al riesgo real
de aniquilamiento total... sin embargo, conserva aún una
esperanza de vida.
1
Aquí retomamos la emblemática frase de Malraux, sustituyendo el término
religioso por espiritual, debido a las distinciones que vamos a mostrar a lo
largo del presente capítulo. Según Brian Thompson, de la Universidad de
Massachusetts, en Boston, él mismo habría cuestionado a Malraux sobre este
tema, según lo que cuenta el autor: “J’ai eu par deux fois, en 1972 et 1974,
l’occasion d’interviewer Malraux en profondeur. Chaque fois notre session
à Verrières–le–Buisson a été préparée par des questions écrites auxquelles
Malraux a répondu brièvement par écrit. Ensuite, nous avons passé chaque
fois une bonne heure à approfondir les questions soulevées. C’est dans ce
contexte qu’il m’a dit que nous sommes la première civilisation dans l’histoire
du monde à ne pas avoir de centre, de transcendance, de sens à la vie qui
l’informe en tant que civilisation. Très sensible à la technologie moderne—
«Pensez donc, en l’espace d’une seule vie j’ai vu les fiacres à Paris et des
hommes sur la lune»—Il s’inquiétait pour l’avenir d’une telle culture sans
27
Carlos Mendoza–Álvarez
Aun hoy, descubrimos con sorpresa, y no sin cierto
espanto, tal como la había ya señalado el siglo pasado la
Escuela de Fráncfort,2 la presencia de justos entre las naciones que continúan librando una batalla por un porvenir
diferente para todos, más allá del triunfo siempre cínico de
los verdugos. La persistencia de tal acto ético fundamental
dibuja hoy por hoy los contornos dramáticos del creer,
todavía presente en estos tiempos de incertidumbre.
De esta manera, lo espiritual,3 bajo una gama diversa
de expresiones, toma la revancha en la hora incierta de
centre, et c’est là où, devant moi, il a prononcé la fameuse phrase: «Le XXie
siècle sera religieux ou ne sera pas». Il a expliqué qu’il ne savait pas quelle
forme cela prendrait: ou bien le renouveau d’une religion existante, ou bien
une nouvelle religion, ou bien quelque chose de tout à fait imprévisible,
comme il l’a souligné dans L’Homme précaire et ailleurs. Mais de toute façon,
pour lui, ou bien notre civilisation retrouverait un centre, une transcendance,
un sens à la vie, ou bien on se ferait tous sauter en l’air puisque nous en avons
maintenant les moyens techniques” [de disponible en: http://www.andremalraux.com/malraux/articles/21emesiecle.pdf ].
2
Los dos periodos de este movimiento de pensamiento alemán señalaron,
cada uno en su momento, que la única salida posible al círculo fatal del
triunfo de los verdugos sobre las víctimas es la vida ofrecida sin condiciones
por los seres humanos que viven la compasión extrema en la práctica de la
justicia. Cf. Adorno, Theodor. Dialectique négative (París: Payot, 1978) 348 p.
Véase también Habermas, Jürgen. Théorie de l’agir communicationnel, vol.II,
Critique de la raison fonctionnaliste (París: Fayard, 1987) 480 p. Un ejemplo
de recepción filosófica de esta problemática se puede ver en: Ferry, Jean–Marc.
Habermas, l’éthique de la communication (París: puf, 1987), 587 p. Véase
la recepción teológica en: Peukert, Helmut. “L’agir communicationnel”, en
Arens, Edmund. Habermas et la théologie (París: Cerf, 1989) 162 p.
3
Se trata de una categoría polisémica más amplia que ha sido privilegiada por
los autores posmodernos y que evoca la experiencia religiosa del creyente que
es miembro de cualquier tradición religiosa o sapiencial. Sin embargo, evoca
también el vínculo subjetivo consigo mismo y con los otros, con frecuencia
evacuando toda referencia trascendente, como característica de la hora actual
del colapso de la modernidad. Cf. Certeau, Michel de. Le christianisme éclaté
(París: Seuil, 1974) 120 p.; La faiblesse de croire (París: Seuil, 1987) 322 p. ;
28
El Dios escondido de la posmodernidad
los escombros para señalar una salida al impasse creado
luego del derrumbamiento de los mitos de la modernidad,
que siguieron la misma suerte que aquéllos propios de la
cristiandad. Pero ese tiempo se ha convertido, de manera
paradójica, en la ocasión propicia para el renacimiento de
los fundamentalismos y el anuncio del fin de la historia, en
donde se incluye el apocalipsis social y ecológico.
Ahora bien, el retorno de lo religioso se presenta con
frecuencia bajo la forma del renacimiento de la religión
según formas emocionales, como extraña combinación de
confesión de la fe y afirmación narcisista típica de un sujeto
amenazado. Ciertamente, lo religioso (lugar de síntesis entre
el creer y lo creído)4 es un ámbito ambiguo en el que la
subjetividad y la trascendencia se tocan, a veces se enmascaran y rara vez se limitan mutuamente. En este sentido,
el término religión no es sinónimo de espiritual sino todo
lo contrario, representa más bien con frecuencia su ahogamiento, su disfraz o, al menos, su enmascaramiento según
el pathos del sentimiento alocado, de la emoción irracional
y de la certeza de una supuesta manifestación divina en
medio de la banalidad de lo cotidiano, experiencia que lo
hace estallar más allá de sus propios límites.
Por eso, preferimos aquí emplear el término espiritual,
ya que designa más específicamente la búsqueda propia
de los místicos, con frecuencia viviendo a contracorriente
del sistema doctrinal y moral dominante, en el sentido de
una indagación llevada a cabo en la discreción, en el seno
Vattimo, Gianni. Après la chrétienté. Pour un christianisme non religieux (París:
Calmann–Lévy, 2004) 202 p. ; Nancy, Jean–Luc. La Déclosion (París: Galilée,
2005) 233 p.; Corbí, Marià. Religión sin religión (Madrid: ppc, 1996) 291 p.
4
Cf. Gisel, Pierre. Qu’est–ce qu’une religion? (París: Vrin, 2007) 128 p.
29
Carlos Mendoza–Álvarez
del ámbito religioso, consciente de sus propios límites y
evocando un estado de ánimo apto para el posible renacimiento a los misterios, percibidos con mucha dificultad por
medio del acto religioso.
Tanto una como otra forma de lo espiritual, es decir,
tanto lo religioso como lo místico, se llaman mutuamente,
sea para justificar su existencia según el orden de la contradicción, sea en la confrontación para calibrar sus propios
límites uno ante el otro, o aun más, para poner en marcha
una estrategia de subsistencia en medio de agresiones
mutuas. Esto se explica porque lo espiritual siempre se
encuentra anclado en lo social y lo político: el lugar de
todas las identidades, pertenencia y voluntades de dominio,
pero también el de todas las reconciliaciones. Así, más que
una fuga del mundo, lo espiritual designa una manera de
estar–en–el–mundo marcada, a la vez, por el rechazo contra
la contingencia de lo real y por la sed de trascendencia.
Esta manera de ser–en–el–mundo anhela, por una parte,
protestar contra el sufrimiento del inocente y, por otra, nos
enseña a vivir de cara a la propia muerte para denunciar
ahí el carácter efímero de la belleza y del amor —por eso
entonces idolátrico— que, de manera inevitable, se encuentra ligado a la complacencia.
Sin embargo, lo espiritual también se puede mostrar
según un rostro positivo como rebasamiento de sí, en tanto
experiencia de gratuidad, de perdón y de reconciliación.
Evoca una experiencia que supera los prejuicios modernos
según los cuales tendríamos que haber dominado sus fuerzas irracionales por la fuerza de la sola razón. Lo espiritual
designa así un orden de sentido y de praxis que invita a una
introspección al mismo tiempo que a un éxodo interior en
30
El Dios escondido de la posmodernidad
pos del misterio, al don como a la herida, al simple gozo que
acompaña toda compasión extrema, a un orden de existencia más allá de la voluntad de dominio y del resentimiento
narcisista: un orden paradójico de presencia–ausencia.5 Lo
espiritual nos orienta así hacia un horizonte de exterioridad con frecuencia entendido según el régimen de la
esencia, pero otras veces según la ley del puro devenir. En
todo caso, muestra claramente la dimensión agónica de los
sobrevivientes, en tanto existencia vivida hasta el límite de
la propia finitud, hasta el extremo de las potencias propias,
nunca poseída ni posesiva sino siempre buscando su propio
cumplimiento; en suma, una posibilidad de trascendencia
vivida en el seno de la inmanencia.
El fondo fenomenológico de lo religioso
Nos es preciso, por todo ello, profundizar la intuición de
Malraux. Él habló de lo religioso y no tanto de lo espiritual,
pero, de hecho, señaló con esta expresión el fondo místico
de lo real más que sus representaciones. Una precisión que
conviene aquí esclarecer para sacar todas las consecuencias
analíticas de gran importancia para nuestro estudio.
5
Es una de las claves de lectura de los testimonios místicos judío y cristiano,
que ha estado marcado con frecuencia por la conciencia de dicha ausencia
significativa de Dios en el creyente: “presencia–ausencia”, “luz oscura”, “noche
oscura” y muchas otras metáforas vivas de tal experiencia dan cuenta de ello.
Un caso ejemplar de esta tensión en la vida de una mujer creyente moderna
se puede observar en “El prólogo” de Simone Weil. Cf. Weil, Simone. Œuvres
complètes, vol.II (París: Gallimard, 1988) p.806; La pesanteur et la grâce (París:
Plon, 1947) 229 p.; Attente de Dieu (París: La Colombe, 1950) 238 p.; Lettre
à un religieux (París: Gallimard, 1974) 96 p.
31
Carlos Mendoza–Álvarez
En efecto, en el discurso moderno cuando se habla
de religión6 se designa aquella esfera propia a las tradiciones de la humanidad donde se nutre la relación con Dios
a través de libros sagrados, de mediadores llamados con
frecuencia profetas, de lugares privilegiados para el contacto
con la divinidad, así como una serie más o menos compleja
de rituales, calendarios litúrgicos y seculares, prescripciones
éticas, códigos jurídicos, costumbres alimentarias y arte
sacro. Desde el acercamiento sociológico, tales mediaciones
institucionales son aquéllas que, de manera paradójica, a la
vez esconden y comunican la experiencia religiosa vivida
por el creyente en el seno de una tradición viva.
Aquí se trata más bien de pensar, según una perspectiva
fenomenológica, otro ámbito de lo religioso que pertenece
a la esfera de la subjetividad, ora vivida bajo el signo de la
emoción, ora en tanto acto de sumisión a la divinidad, ora
como “sentimiento de dependencia absoluta”, tal como lo
describió Friedrich Schleiermacher, aquel gran romántico
que fue padre de la hermenéutica moderna.7 Estemos o
no de acuerdo con sus propósitos filosóficos particulares,
este autor trajo a colación la cuestión referente al carácter
fenomenológico de la religión y su estatuto pre–racional. Tal
experiencia habría de ser analizada más tarde por el filósofo
de la religión Rudolph Otto como experiencia numinosa,
asociada al misterio de lo real en su densidad de significa-
6
Cf. Eliade, Mircea. Le sacré et le profane (París: Gallimard, 2003) 185 p.;
Traité d’histoire des religions (París: Payot, 1953) 405 p.
7
Cf. Schleiermacher, Friedrich. De la religion. Discours aux personnes cultivées
d’entre ses mépriseurs (París: Van Dieren Éditeur, 2004) 184 p.; Le statut de
la théologie. Bref exposé (Ginebra–París: Labor et Fides / Cerf, 1994) 144 p.
32
El Dios escondido de la posmodernidad
ción última, en el sentido de una liberación de las limitaciones de este mundo.8
De manera que, una vez planteada la idea de la esfera
numinosa de la religión, el término espiritual parece designar otra cosa. A través de él se evoca un mundo otro que
el humano, una realidad que se esconde y se muestra al
mismo tiempo, de manera a veces tranquilizadora, pero
las más de las veces inquietante. Dicho término designa,
de hecho, una apertura hacia otra dimensión de lo real,
siempre presente, pero rara vez percibida por la actividad
racional o técnica que busca dominar el mundo. Tanto
los poetas como los místicos, los sabios y los artistas, los
creyentes y los sencillos hablan de lo espiritual. Se trata de
una manera de decir lo real numinoso, pero también decirse
a sí mismo en tanto sujeto expuesto por la presencia otra,
inquietante, no controlable y, sin embargo, capaz de una
potencia singular que permite alcanzar la propia existencia
en tanto desvelamiento de la fuente de toda vida.
Lo espiritual representa así un horizonte de experiencia más que una tierra firme, un impulso en lugar de una
gravedad, una danza y no tanto un cementerio, en síntesis,
movimiento y no inmovilidad. Debido a su estatuto fronterizo entre el aquí y el más allá, el ahora, el presente y el
porvenir, lo espiritual se nos escapa y aparece como terrible
e incluso peligroso, dado que puede ser utilizado en beneficio de otros intereses que los propios de la vida del espíritu.
En efecto, lo espiritual se puede convertir en la lógica de la
evasión del mundo presente que termina por aniquilar al
sujeto con todas sus potencias de experiencia. Lo espiritual
8
Cf. Otto, Rudolph. Le sacré (París: Payot / Rivages, 1994) 238 p.
33
Carlos Mendoza–Álvarez
permanece ambiguo, como sucede con todas las gramáticas
del lenguaje y de la praxis que expresan el ser, que no es sino
verbo y devenir en la historia.
La expresión sociológica de lo religioso
El término religión puede tener, al menos, tres significaciones técnicas, según sea el caso de la disciplina de estudio.
Primero, un sentido sociológico9 centrado en el sistema
de creencia y de moral que desencadena. En el siglo XX en
particular, la racionalidad sociológica subrayó el impacto
de la vivencia creyente en la conformación de prácticas
sociales tales como la educación, la vida sexual y los rituales
colectivos de pertenencia social. Algunos autores destacaron en sus análisis el aspecto carismático del fenómeno
religioso,10 mientras que otros insistieron en la moral de
facto promovida por las religiones en el seno de sociedades
laicas.11 Pero la mayoría de ellos enfocaron sus análisis en
9
Incluso las investigaciones en torno al “Jesús histórico” concentraron su
atención en las semejanzas sociológicas del movimiento de Jesús en relación
con otros movimientos carismáticos itinerantes en la Palestina del siglo I de
nuestra era. Cf. Theissen, Gerd. Le mouvement de Jésus. Histoire sociale d’une
révolution des valeurs (París: Cerf, 2006) 368 p.
10
Cf. Bastien, Jean–Pierre. Le protestantisme en Amérique Latine. Une approche
socio–historique (Ginebra: Labor et Fides, 1994) 324 p.
11
Una tradición sociológica muy desarrollada en América Latina en las últimas
décadas, en especial para estudiar el abismo creciente entre la enseñanza moral
del magisterio de los obispos católicos y las prácticas morales de los creyentes
en esta región del mundo, por ejemplo, en Brasil. Cf. Barranco, Bernardo.
“Avance evangélico en Brasil: fin del triunfalismo católico”, en La Jornada
(México, 11 mayo 2007). Véase asimismo su artículo de prensa sobre el viaje
apostólico del papa Benedicto XVi a Brasil, con ocasión de la apertura de la V
Conferencia del Episcopado Latinoamericano (celaM) en mayo de 2007 [de
disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2007/05/11/index.php?section=
opinion&article=019a2pol].
34
El Dios escondido de la posmodernidad
el impacto político de la religión.12 La religión es vista por
los sociólogos, en suma, como un factor de cohesión social
que puede facilitar o impedir la instauración de relaciones
económicas, jurídicas, políticas y simbólicas con equidad y
pertinencia entre individuos y colectividades, entre naciones e incluso entre civilizaciones opuestas, tal como fue el
caso de los atentados en Bagdad y Nueva York en los alrededores de 2000.
Ahora bien, desde hace al menos dos décadas, el logos
cibernético13 ha hecho posible otra acepción del término
religión. En efecto, en el nuevo espacio mediático y cibernético, las prácticas religiosas se sostienen en un fundamento doctrinal muy débil, pero concentran su fuerza en
la explotación de lo emocional virtual, forjado por agentes
especializados en el rigor propio de la sensibilidad mediática de masas y usufructuando con el anonimato típico del
ciberespacio. Las iglesias virtuales14 representan, por ejem12
Huntington, Samuel. The clash of civilizations and the remaking of world
order (Nueva York: Simon & Schuster, 1996). Una visión crítica en el contexto
europeo de la propuesta de Huntington fue planteada por el profesor Köchler
de la Universidad de Innsbruck. Cf. Köchler, Hans. Philosophical foundations
of civilisational dialogue (Innsbruck: ipo, 1998) [de disponible en: http://
hanskoechler.com/civ-dial.htm].
13
Una nueva forma de comportamiento humano se desarrolla a partir de
la introducción de los medios electrónicos y cibernéticos de comunicación.
Si bien aún es difícil evaluar sus consecuencias reales para la conformación
de una nueva racionalidad, sí es posible para nosotros comenzar a describir
los cambios antropológicos que conlleva este fenómeno, en donde se
incluye la experiencia religiosa misma. Cf. Yehya, Naief. Nuevos entornos,
nueva carne. Reconfiguración y personalización tecnológica de la cultura
(México: Cátedra Kino / suj, 2008) 103 p.
14
Véase, por ejemplo, el desarrollo de la diócesis virtual fundada por monseñor Jacques Gaillot, antiguo obispo de Evreux en Francia, luego de la sanción
que le impusiera la curia romana a causa de su audaz toma de posición en el
ámbito moral y su crítica a ella. Su portal en la red describe en los siguientes
35
Carlos Mendoza–Álvarez
plo, un nuevo espacio de pertenencia y una posibilidad de
expresión religiosa para los habitantes del ciberespacio que
rebasa con mucho los modos acostumbrados de identidad
religiosa.
En este campo de la polisemia del lenguaje religioso,
la modernidad tardía tomó una nueva conciencia de la
importancia de la religión que se convierte en un elemento
asociado a la cultura gracias a su vínculo indisoluble con
los sujetos situados en su contexto microhistórico preciso.
En efecto, los movimientos religiosos carismáticos se multiplican en todas las religiones en la hora presente, de suerte
que las mediaciones tradicionales para la comunicación del
mensaje religioso han quedado rebasadas por nuevos instrumentos de trasmisión.
Además, el temible vínculo entre religión y violencia15
ya ha sido desvelado varias veces en la historia, pero hoy
términos su objetivo: “Sa fidélité à l’Evangile s’exprime par quelques traits
majeurs: le souci des pauvres et des marginaux, le refus de toute complaisance,
l’attachement au droit, à la justice et à la paix. La conviction que Jésus appartient
à l’humanité et non aux seuls chrétiens, l’évidence que les brebis, hors bergerie,
valent qu’on laisse les autres au bercail pour aller les chercher. En 1995, Jacques
Gaillot est convoqué à Rome. Le couperet tombe: «Demain vendredi 13 janvier
à midi, vous ne serez plus évêque d’Evreux». Jacques Gaillot devient évêque
de Partenia, un évêché situé sur les hauts plateaux de Sétif en Algérie, là où il
e
fit son service militaire. Disparu au V siècle, le diocèse de Partenia devient le
symbole de tous ceux qui, dans la société comme dans l’Eglise, ont le sentiment
de ne pas exister” [de disponible en: www.partenia.org].
15
Incluso si Otto ya había evocado la relación entre lo sagrado y la violencia,
el pensador moderno que más profundizó esta cuestión según un método
antropológico riguroso ha sido, sin duda alguna, René Girard. Más adelante
volveremos sobre su obra, baste por ahora subrayar la pertinencia de su análisis en lo tocante a la trilogía deseo–sacrificio–religión. En una de sus últimas
obras, el autor desarrollaría la idea de la urgencia apocalíptica de la superación
de la religión arcaica. Cf. Girard, René. Achever Clausewitz (París: Carnets du
Nord, 2007) 365 p.
36
El Dios escondido de la posmodernidad
aparece para nosotros más evidente y de manera por demás
dramática: se trata de un desafío mayor el de descifrar
el carácter complejo de la violencia religiosa, unido a los
mecanismos propios del deseo individual y colectivo. En
efecto, los análisis modernos han mostrado cómo la religión
sacrificial ha legitimado, a lo largo de la historia, poderes
políticos de toda clase de regímenes. Sin embargo, la religión ha sido también con frecuencia fuente de revueltas de
esclavos y de oprimidos. Incluso si se admite que las versiones fundamentalistas de todas las religiones han provocado,
tarde o temprano, servilismos forzados donde la política
controla lo religioso, es preciso reconocer también la fuerza
liberadora de la religión en situaciones de sufrimiento
extremo de la humanidad, tales como los totalitarismos
políticos, las catástrofes naturales e incluso las experiencias
límites de personas confrontadas a la enfermedad, el fracaso
o la muerte.16
En el seno de esas experiencias límite aparece de
manera persistente otra experiencia distinta a aquélla de la
religión como vínculo social: la religión en su fuente de fe
en tanto donación. A mediados del siglo XX, testigo extraordinario de esta presencia de lo divino en el corazón de lo
humano —vivida como gratuidad pura en la mazmorra
16
La teología de la liberación es un ejemplo principal en la historia del cristianismo moderno de este redescubrimiento del poder liberador de la religión.
Si bien retoma la crítica a la religión de Ludwig Feuerbach y Karl Marx, las
supera y relee con fuerza histórica los testimonios fundadores de la fe de Israel
en un Dios redentor y de su Mesías. Así, la “fuerza histórica de los pobres” se
descubre como ya presente y actuante en el libro del Éxodo (Ex 3: 15), pero
es interpretada con nuevo vigor en la historia judía y cristiana posterior. Cf.
Gutiérrez, Gustavo. Teología de la liberación. Perspectivas (Lima: cep, 1971)
389 p.; La force historique des pauvres (París: Cerf, 1990) 256 p.
37
Carlos Mendoza–Álvarez
de un campo de concentración— fue sin duda Dietrich
Bonhoeffer. Este gran teólogo y pastor luterano, ejecutado
en el campo de concentración de Flossenburgo el 9 de
abril de 1945, describió con una profundidad teológica
insuperable su experiencia límite vivida en el horizonte
de la fe. En su carta fechada el 16 de julio de 1944, justo
unos meses antes de morir escribía: “Delante de Dios y con
Dios vivimos sin Dios. Dios se deja expulsar del mundo y
clavar en una cruz. Dios es impotente y débil en el mundo,
y solamente de esta manera está con nosotros y viene en
nuestra ayuda”.17
Se trata de una interpretación kenótica de la irrupción
divina que adviene a nosotros en el corazón de lo humano,
de la trascendencia en el seno de la inmanencia, del misterio que sobrepasa toda comprensión... e incluso, a veces, del
rebasamiento de la religión misma por la fe en su luminosa
obscuridad.
Siguiendo esta intuición cambiamos inmediatamente
de registro: si pasamos de lo sociológico a lo teológico,
podríamos decir incluso que aparece una nueva potencia
de experiencia y, junto con ella, una nueva gramática para
17
Bonhoeffer, Dietrich. Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio (Salamanca: Sígueme, 2001) 299 p. Para apreciar la profunda recepción
del pensamiento de Bonhoeffer por la teología contemporánea, véanse Jonas,
Hans. Le concept de Dieu après Auschwitz (París: Payot & Rivages, 1994) 88
p.; Gutiérrez, Gustavo. La force historique des pauvres (París: Cerf, 1986) 256 p.
En cuanto a un balance crítico que sopesa las diferencias entre Bonhoeffer y
Gutiérrez, véase Gillingham, Richard. “Praxis and the content of theology
in Gustavo Gutiérrez’s theological methodology: a comparative critique”,
en Quodlibet. On line Journal of Christian Theology & Philosophy, vol.Vii,
núm.2 (abril–junio de 2005) [de disponible en: http://www.quodlibet.net/
gillingham-gutierrez.shtml].
38
El Dios escondido de la posmodernidad
hablar la lengua propia de la condición humana. En efecto,
según el filósofo Jean–Marc Ferry,18 se trata del nacimiento
de otro modo de conjugación del verbo, distinto al imperativo que ordena o del indicativo que fija lo real en su
carácter objetivo. De hecho, se trata de un modo verbal
que expresa el deseo: el subjuntivo que nos acerca a lo real
según el orden del anhelo, del llamado en busca de reconocimiento y de mutuo encuentro.
La fe se dice pistis19 en griego y fides20 en latín. Tanto
una como otra expresión están vinculadas, en la mitología
griega y en la sabiduría latina, a la relación que establecen
los seres humanos entre sí. Por el contrario, en los relatos
judíos y cristianos, la fides designa una iniciativa venida de
más allá, es decir, del mundo de lo alto, divino, en tanto
exterioridad suprema que se acerca al mundo a través de un
oráculo, una intuición, una visión o un sueño inspirador.
De esta manera, tal como lo ha mostrado Hermann
Cohen, la racionalidad hebrea ha jugado, por su parte,
un papel principal en la conformación de la conciencia
humana de la alteridad. Afirma sin equívoco que aque18
Cf. Ferry, Jean–Marc. Les grammaires de l’intelligence (París: Cerf, 2004)
211 p.
19
El término pistis es mencionado por Hesíodo al hablar de la confianza
en la verdad de los otros: Opera et Dies, 372. Tiene cercanía con la doxa de
Platón: cf. Timée 29c. Aristóteles va en el mismo sentido: Anal. Prior. I, 2,
72a. Cf. Liddell, Henry George y Robert Scott. Greek English lexikon (Oxford:
University Press, 1948) p.1408.
20
Fides, por su parte, es empleado por Cicerón para describir una virtud civil
existente como amor entre los ciudadanos en los siguientes términos: “Quibus
rebus facillime possimus eam, quam volumus, adispisci cum honore et fide
caritatem”. De officiis, lib.II, 29. San Agustín, por su parte, relaciona el acto
de creer con la voluntad: “Credere non potest nisi volens”, In Ioh. Ev. Tract.
26, 2 en Migne, pl 35, p.1607.
39
Carlos Mendoza–Álvarez
llo que constituye a todo ser humano en su dinamismo
relacional es su correlación con el Eterno, misma que es
inseparable de su relación al otro.21 Dios y el prójimo, en
efecto, son indisociables en la visión del mundo propia de la
fe abrahámica, más tarde afinada por los profetas de Israel.
En suma, la fe en Dios implica necesariamente el amor al
prójimo, a tal punto que no es posible separar la alabanza a
Dios de la preocupación y el cuidado por el pobre, la viuda,
el huérfano y el forastero.22
El cristianismo, por su parte, ha contribuido a un tipo
de síntesis inédita. El término pistis fue retomado por san
Pablo23 con una genialidad sin precedente, para afirmar la
21
Cf. Cohen, Hermann. La religion dans les limites de la philosophie (París:
Cerf, 1990) 176 p.
22
Los comentarios a la Regla de Oro del judaísmo —amor a Dios y al
prójimo— son numerosos. Para nuestro propósito, conservemos los de
Hermann Cohen, Franz Rosenzweig y Emmanuel Levinas. Los tres maestros
están vinculados a la filosofía moderna que busca una lectura universal del
patrimonio hebreo. Cf. Cohen, Hermann. La religion dans les limites de la
raison, op. cit.; Rosenzweig, Franz. L’étoile de la rédemption (París: Cerf, 1984) ;
Levinas, Emmanuel. “La révélation juive”, en Ricœur, Paul et al. La révélation
(Bruselas: fusl, 1984) pp. 55–77.
23
Junto con los comentarios bíblicos es preciso recurrir a los filosóficos.
Recientemente, en el contexto del retorno del teocentrismo, algunos intelectuales proponen volver a la síntesis Jerusalén–Atenas iniciada por san Pablo
con su “fundación del cristianismo” como anuncio universal de salvación y
superación de todo particularismo. Para apreciar este acercamiento filosófico en pleno debate con la Ilustración, véase: Strauss, Leo. “Jerusalem and
Athens: some preliminary reflections”, en Studies in platonic political philosophy (Chicago: University of Chicago Press, 1983). Pero una obra anterior,
tristemente ignorada por los teólogos occidentales, es la del filósofo ucraniano
Lev Shestov, un existencialista judío nacido en Kiev, muerto en 1938, justo
después de haber concluido su obra en la que sintetiza la idea del papel de
la filosofía de la religión y su vínculo con la fe en los siguientes términos:
“Religious philosophy is a turning away from knowledge and a surmounting
by faith, in a boundless tension of all its forces, of the false fear of the unlimited will of the Creator, that fear which the tempter suggested to Adam
40
El Dios escondido de la posmodernidad
doble dimensión de la religión, a la vez griega como hebrea,
cumplida en el acontecimiento de la fe en Jesús como el
Cristo de Dios:
Y así, antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la Ley, en espera de la fe
que debía manifestarse. De manera que la Ley ha
sido nuestra pedagoga para conducirnos a Cristo,
con el fin de que seamos justificados por la fe. Mas
una vez llegada la fe, ya no estamos bajo la guía de
esta pedagoga. Porque ustedes son hijos de Dios por
la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los que han
sido bautizados en Cristo, han sido revestidos de
Cristo. Ya no hay judío ni griego, ni esclavo o libre,
ni varón ni mujer, porque todos ustedes son uno
and which he has transmitted to all of us. To put it another way, religious
philosophy is the final, supreme struggle to recover original freedom and the
divine ‘very good’ which is hidden in that freedom and which, after the fall,
was split into our powerless good and our destructive evil. Reason, I repeat,
has ruined faith in our eyes; it has ‘revealed’ in it man’s illegitimate pretension
to subordinate the truth to his desires, and it has taken away from us the most
precious of heaven’s gifts —the sovereign right to participate in the divine
‘let there be’— by flattening out our thought and reducing it to the plane
of the petrified ‘it is’”. Shestov, Lev. “Prologue”, en Athènes et Jérusalem. Un
essai de philosophie religieuse (París: Vrin, 1938) p.11 [versión en inglés en de
disponible en: http://www.angelfire.com/nb/shestov/aaj/aj_2.html]. Por lo
que toca a la definición moderna de la originalidad cristiana, el universalismo
de san Pablo fue releído por Paul Ricœur en un sentido más hermenéutico
que permite descubrir la superación de la dialéctica de los contrarios: Ricœur,
Paul. Les parcours de la reconnaissance. Trois études (París: Stock, 2004) 396
p. Por último, para apreciar un acercamiento novedoso, típico del contexto
posmoderno arreligioso, véanse las siguientes obras: Badiou, Alan. Saint Paul.
La fondation de l’universalisme (París: puf, 1997) 119 p.; Mate, Reyes y Juan
Antonio Zamora. Nuevas teologías políticas. Pablo de Tarso en la construcción de
Occidente, (Madrid: Anthropos, 2006) 318 p.
41
Carlos Mendoza–Álvarez
en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, ustedes
son entonces la posteridad de Abraham, herederos
según la promesa (Gal 3: 23–29).
En un marco rabínico distinto a la dialéctica griega, san
Pablo lleva la doble negación (ni judíos ni griegos) a una
única afirmación que rebasa la oposición de contrarios,
llevándolos a un nuevo orden de salvación: “ustedes son uno
en Jesús el Cristo”. En efecto, es verosímil para la exégesis
moderna que el mesianismo de Jesús haya sido interpretado por los evangelistas y por san Pablo en el sentido de
un cumplimiento del amor divino siempre marcado por el
claroscuro y la paradoja, y ello porque se basa en la presencia de un Muerto–viviente, el poder–del–no–poder propio de
un cordero que reina degollado y, en fin, la belleza–de–un–
cuerpo–herido. Todas estas metáforas vivas y estos símbolos
poderosos propios de la fe cristiana se manifiestan como
algo más que un mero sistema religioso, son de hecho una
clave de interpretación universal de la condición humana,
salvada en esperanza de su propia finitud y contradicción
por la obra cumplida del Mesías.24
El giro de la antropología teológica
La filosofía de la religión de tiempos modernos centró
su atención en la dimensión del creer como dinamismo
24
Por un lado, la superación de la finitud es el objeto de la filosofía de la
voluntad de Ricœur. Por otro, la superación de la violencia de la religión
arcaica es el objeto de la antropología de Girard. Esta doble mirada analítica
será muy valiosa para nuestro propio acercamiento a la subjetividad posmoderna, objeto del capítulo siguiente.
42
El Dios escondido de la posmodernidad
antropológico. Fiel a esta mirada centrada en el individuo
más que en el mundo o en Dios, concentrada en un acto
de introspección permanente, el ser humano moderno
se preocupa por discernir, con método y precisión matemática, sus propias pulsiones, sus impulsos vitales y sus
percepciones de lo real, incluido el registro de la búsqueda
de la trascendencia. Gracias a este giro antropocéntrico,25
la filosofía de la religión moderna se fue constituyendo de
manera paulatina después de la Ilustración como disciplina
autónoma, distinta de la teodicea escolástica que trataba
acerca de los atributos divinos del Ipse Esse subsistens como
cumbre de la metafísica. En este giro se encuentran los
límites (metafísicos) y las virtudes (antropológicas) de su
nuevo enfoque.
En un sentido estricto, el idealismo primero, seguido
del romanticismo alemán, hicieron posible la constitución
de una nueva etapa de la disciplina filosófica que trata
lo religioso secularizado, es decir, despojado de su ropaje
confesional y desnudado por la luz de la razón.26
25
El antropocentrismo de la teología moderna se convirtió en un punto
crucial de la crítica posmoderna, en particular para los teólogos que quisieran
alejarse de las pulsiones narcisistas del sujeto cartesiano. Tal vez el más audaz
entre ellos, dispuesto a explorar desde el interior un nuevo paradigma intercultural e interreligioso sea Raimon Panikkar. Véanse sus principales obras al
respecto: Panikkar, Raimon. La trinidad: una experiencia humana primordial
(Madrid: Siruela, 1998) 104 p.; El mundanal silencio: una interpretación del
tiempo presente (Barcelona: Martínez Roca, 1999); La intuición cosmoteándrica:
las tres dimensiones de la realidad (Madrid: Trotta, 1999) 192 p.; La plenitud
del hombre: una cristofanía (Madrid: Siruela, 2004) 284 p.; De la mística: experiencia plena de la Vida (Barcelona: Herder, 2005) 304 p.
26
Cf. Torres–Queiruga, Andrés. La constitución moderna de la razón religiosa
(Estella: Verbo Divino, 1994) 320 p.; Mendoza–Álvarez, Carlos. El Dios otro.
Un acercamiento a lo sagrado en el mundo posmoderno (México: uia, 2003)
191 p.
43
Carlos Mendoza–Álvarez
Sin embargo, fue preciso llegar a la constitución de la edad
hermenéutica de la razón27 para darse cuenta de la necesidad
de no evacuar el núcleo central de la experiencia íntima de lo
sagrado, sino por el contrario, volver a situar los dinamismos
del conocimiento y del deseo en su horizonte de apertura a
la trascendencia donde aparece Dios, “presente y ausente a la
vez”, como principio y término de toda realidad, y como interlocutor en la búsqueda de sentido y de salvación para quienes
viven las experiencias límites de contraste en el corazón de su
condición histórica.
El creer como objeto de estudio es, sin embargo,
una conquista válida propia de la filosofía de la religión
moderna. Eso significa que es como un concepto que
condensa el dinamismo relacional en el cual se lleva a
cabo la constitución de la subjetividad. Ciertamente no
se trata de pensarlo como una mera huella mitológica que
sobrevivió a la epopeya de la autonomía de la razón y de la
libertad, rastro del que habría más bien que librarse. Por el
contrario, representa una proposición de sentido en la que
se anudan todas las constantes antropológicas de conocimiento, voluntad, potencia y sentimiento:
27
La hermenéutica del creer, tal como ha sido desarrollada de manera sistemática por Edward Schillebeeckx, se orienta hacia la comprensión del cristianismo como horizonte de sentido en medio de de las experiencias límite de
contraste. Cf. Schillebeeckx, Edward. Expérience humaine et foi en Jésus Christ
(París: Cerf, 1981) 148 p. Este giro hermenéutico del pensamiento teológico
también fue asumido por Claude Geffré como principio de una teología
fundamental basada en los juegos de lenguaje. Véase Croire et interpréter.
Le tournant herméneutique de la théologie (París: Cerf, 2001) 176 p. Véase
también el análisis de las implicaciones discursivas y práxicas de este modelo
en: Tracy, David. Pluralisme et ambiguïté. Herméneutique, religion, espérance
(París: Cerf, 1999) 206 p.
44
El Dios escondido de la posmodernidad
Toda proposición de sentido es al mismo tiempo
una pretensión de verdad. Aquello que nosotros
recibimos del pasado son, en efecto, las creencias,
las persuasiones, las convicciones, es decir, las maneras de “tener por verdadero”, según el genio de la
expresión alemana Für–wahr–halten, que significa
creencia. Es, a mi parecer, este vínculo entre el régimen lingüístico de las tradiciones y la pretensión de
verdad al orden del sentido lo que confiere cierta
plausibilidad a la triple defensa en favor del prejuicio, de la autoridad y, finalmente, de la tradición
por la que Gadamer introduce, con espíritu voluntariamente polémico, su problemática principal de
la conciencia expuesta a la eficiencia de la historia.28
En este sentido podemos decir que la creencia es el contenido del creer en tanto afirmación de sí ante el mundo, los
otros y Dios. Es un dinamismo relacional que se manifiesta
tanto en la conciencia ética como en las experiencias donde
la autoconciencia se muestra de manera fenomenológica,
sea en el proceso de la intersubjetividad, en la apercepción
de Dios en la naturaleza o en la historia y en la intencionalidad del sujeto.29
28
Ricœur, Paul. Temps et récit, vol.iii, “Le temps raconté” (París: Seuil, 1985)
pp. 322–323.
29
Las potencias de experiencia propia del creer, en tanto fenómeno de la
subjetividad moderna fueron analizadas por la fenomenología de la religión
como parte de la dialéctica entre discurso y praxis. Cf. Dosse, François.
“Paul Ricœur, Michel de Certeau et l’Histoire: entre le dire et le faire”, en
Conférences de l’École de Chartes (martes 22 de abril 2003). Éditions en ligne,
núm.6 [de disponible en: http://elec.enc.sorbonne.fr/document8.html].
45
Carlos Mendoza–Álvarez
Según la especificidad teológica, la fe se encuentra por
completo orientada no por la subjetividad como el creer sino
por cierta alteridad que desactiva al ego mismo y todo su
dinamismo de complacencia y de deseo de omnipotencia.
Sin embargo, existe otro elemento a considerar. La
correlación creer–fe quedó insertada en la cultura occidental de manera un tanto paradójica como esencia del cristianismo, bajo formas culturales diversas. En este sentido,
Occidente nació como racionalidad del Absoluto directamente ligado con el cristianismo. Tal problemática ha sido
el objeto epistemológico de la teología moderna, a partir de
la discusión iniciada por Ernst Troeltsch sobre el tema de la
“el carácter absoluto del cristianismo”:
A pesar de todas las dificultades nacidas de la crisis
religiosa actual [1912] es posible, a mi parecer,
responder a la pregunta nacida de una confesión
perfectamente tranquila y gozosa del cristianismo,
en la medida en que se comprenda como fenómeno
histórico global. Bajo este título une el profetismo
de Israel, la predicación de Jesús, la mística de
Pablo, el idealismo del platonismo y del estoicismo
y la fusión medieval de la unidad cultural europea
con la idea religiosa. El individualismo germánico
de Lutero, el rigor de la conciencia y la actividad
del protestantismo. Esto significa por tanto una
masa de posibilidades así como una relación íntima
y esencial con el conjunto de nuestra civilización;
de donde se sigue la completa inverosimilitud de
la aparición de una nueva forma religiosa, así como
46
El Dios escondido de la posmodernidad
del otro lado, la posibilidad de numerosas nuevas
síntesis abriendo camino al porvenir.30
Cualquier lector posmoderno quedaría sin duda sorprendido por los propósitos totalizantes de este tipo de aproximación de la cultura occidental y del cristianismo porque
detienen su análisis en la conciencia del Espíritu absoluto.
Por el contrario, el heleno–cristianismo es hoy relativizado
de manera suficiente por aquéllos que buscan comprender
nuevas formas de racionalidad no eurocéntrica como expresión de un pensamiento postcolonial.31
Ahora bien, la dificultad para justificar de manera
adecuada las ciencias de la religión en tiempos modernos,
un siglo después de las reflexiones de Troeltsch, parece aún
desconcertante en el contexto del retorno de lo religioso
bajo las formas postcristiana y postoccidental. Esas nuevas
figuras —por cierto, negadas por Troeltsch— pueden ser
explicadas hoy en el contexto posmoderno por un reconocimiento del papel de la fe en la constitución de la subjetividad posmoderna en tanto experiencia fundacional de
alteridad y en tanto horizonte de sentido transhistórico,
como un nuevo modo de verter el vino de la fe en los odres
nuevos de la racionalidad moderno tardía.
En el contexto de la crisis de la modernidad instrumental y totalitaria, por ejemplo, la fe cristiana se encontraría situada al extremo opuesto de la afirmación narcisista
30
Troeltsch, Ernst. “À propos de la méthode historique et de la méthode
dogmatique en théologie?” (1900), en Œuvres, vol.iii. L’absoluité du christianisme et l’histoire de la religion (1901–1912) (París: Cerf, 1996) p.134.
31
Véase en particular: Dussel, Enrique Domingo. Política de la liberación
(México: uaM, 2008) 721 p.
47
Carlos Mendoza–Álvarez
moderna puesto que habla de descentramiento y de negación
de sí como solución al enigma de la violencia.
Se trata precisamente de aquel proceso descrito, con
admirable claridad, por Simone Weil cuando habla de la
experiencia de Cristo como modelo de rebasamiento de sí:
“Cristo curando a los enfermos, resucitando a los muertos,
etc. Es la parte humilde, humana, casi baja de su misión. La
parte sobrenatural es el sudor de sangre, el deseo insatisfecho de consolaciones humanas, la súplica de quedar exento,
el sentimiento de estar abandonado de Dios”.32
En el sentido posmoderno que desarrollaremos más
adelante, la fe sería entonces la apertura a los otros, al
mundo y a Dios sin coartada alguna ni seguridad narcisista. Más allá del afán de control y de posesión, propios
de la creencia en el ámbito religioso, la fe instaura, por el
contrario, la lógica de la promesa y del don. No es por azar
si la dialéctica creencia–fe explica la tensión fecunda que ha
inspirado a creyentes de diversas religiones, en particular a
judíos y cristianos, a llevar a término, en plena crisis de la
modernidad tardía, la secularización propia de las sociedades occidentales en tanto rebasamiento de los sueños de la
razón y de la religión, para resituar ahí el sentido de la fe en
un contexto postsecular.33
La fe surge, entonces, en el corazón de la modernidad
tardía, como una categoría teológica cargada de nuevos
32
Weil, Simone. La pesanteur et la grâce (París: Plon, 1948) p.92.
La aportación de la “Radical Orthodoxy” en el contexto posmoderno se halla,
a nuestro juicio, más que nada en el hecho de haber planteado la cuestión del
lugar de la fe en la comprensión de lo real, y no tanto en el objetivo estratégico
que busca resituar la religión cristiana en el centro de la racionalidad actual.
33
48
El Dios escondido de la posmodernidad
sentidos: recuerda la finitud intrínseca y la contingencia
inevitable que marcan la condición histórica y lingüística
de todo proyecto social, sexual, económico o religioso. Pero
sobre todo, inaugura un horizonte de vida y de comprensión marcado por la conciencia de la gratuidad de lo Real.
En este sentido, una fenomenología del creer no puede
evitar quedar atrapada, tarde o temprano, en los pantanos
del ego, en la medida en que no se abra a la gramática de la
fe teologal, ciertamente depurada también de toda pulsión
de omnipotencia. Así, por su naturaleza propia de rebasamiento permanente, la fe sería entonces el indicio del no–
cumplimiento de lo real así como el derrumbamiento de las
barreras del ego atrapado en la complacencia. Por esta ruta,
la fe deviene entonces el indicio de la apertura constitutiva
del sujeto a una presencia no totalitaria sino inclusiva. Y
con relación a los dinamismos propios de la subjetividad,
la fe develaría “el poder del no–poder”34 en el dinamismo
de la voluntad liberada por otro que se hace presente como
perdón y, en este sentido, alguien que deviene mi absoluto
sólo en cuanto me absuelve perdonándome: rebasamiento
del yo y, así, surgimiento de la utopía del reconocimiento
realizado en tanto mutua donación.
34
Se trata de una metáfora viva que designa el carácter paradójico de la fe en
tanto reconocimiento del primado del otro sobre el sí mismo, instaurando
el orden de la gracia: como perdón ofrecido sin condición. El amor divino
del que hablan la tradición hebrea y cristiana como expresión para describir
a Dios es justo este horizonte de realización de la intersubjetividad. Cf.
Andrade, Barbara. Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria
kerigmática (Salamanca: Secretariado Trinitario, 1999) 566 p.; Alison, James.
Knowing Jesus. An excerpt on justification by faith (Londres: spcK, 1993) 128 p.
49
Carlos Mendoza–Álvarez
La clave de interpretación filosófica: religatio
El ateísmo inicial que caracterizó a la filosofía de la religión
moderna fue evolucionando, a lo largo del siglo XiX, hacia
un agnosticismo profundo que reconoce con dificultad
el estatuto epistemológico propio de la fe religiosa. No
obstante, sobre todo a partir de los aportes del romanticismo primero, después de la hermenéutica y luego de la
filosofía del lenguaje, después de Ludwig Wittgenstein, ha
sido posible reintroducir la pregunta por Dios en la filosofía
sin renunciar al carácter crítico del pensamiento.35
En efecto, la filosofía —que había sido destronada por
cierto discurso sobre lo religioso marcado por la sociología
y su visión sobre la inmanencia de la historia, como ya lo
denunció John Milbank— encontró su impulso propio
retomando la cuestión de Dios36 como una pregunta
central para la justificación del conocimiento, de la acción
y de la comunicación humana. Fue necesario para lograrlo
retomar el pensamiento de René Descartes, Immanuel Kant
y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, en el mejor talante de la
especulación racionalista e idealista, para llegar a captar de
nuevo la pertinencia de la pregunta por Dios.
35
Véase el desarrollo de la cuestión de Dios en la filosofía moderna, en
particular en la fenomenología posterior a Edmund Husserl en: Mendoza–
Álvarez, Carlos. El Dios Otro. Un acercamiento a lo sagrado en el mundo
posmoderno (México: Plaza y Valdés / uia, 2003) cap.iii.
36
Cf. Zarka, Yves Charles y Luc Langlois. Les philosophes et la question de Dieu
(París: puf, 2006) 416 p. En el contexto de habla castellana hay dos obras de
referencia: Estrada, Juan Antonio. La pregunta por Dios: entre la metafísica, el
nihilismo y la religión (Bilbao: Desclée de Brouwer, 2005) 428 p.; Scannone,
Juan Carlos. Religión y nuevo pensamiento (Madrid: Anthropos, 2005) 303 p.
50
El Dios escondido de la posmodernidad
En el nuevo contexto filosófico post–ateo, preguntarse por Dios significa introducir de nuevo la cuestión
del fundamento, la finalidad y la causalidad del ser bajo
un nuevo ángulo: el de la posibilidad de pensar la trascendencia más allá de los totalitarismos de la razón. Tal nuevo
paradigma se construye sin duda de manera diferente a
aquél de la ontoteología, en virtud de las precisiones que se
han hecho sobre el sentido de la ontoteología aportados por
la fenomenología.
En efecto, ya ha sido suficientemente demostrado
cómo la crítica a la ontoteología iniciada por Kant y llevada
a término por Martin Heidegger, Emmanuel Levinas y
Jacques Derrida, estuvo, de hecho, dependiente en exceso
de una interpretación barroca de la escolástica tomista que
no reflejaba de manera adecuada el pensamiento original de
santo Tomás de Aquino. A diferencia de lo que por lo general se cree siguiendo lo escrito por Heidegger, el Aquinate
había comprendido correctamente la problemática de la
no identidad entre el Ser y el ente, pues había subrayado
de manera suficiente el estatuto epistemológico de Dios
más allá de toda aprehensión conceptual y de todo juicio
propios del razonamiento. El conocimiento de Dios para
el maestro Angélico solamente es posible “en la tiniebla
luminosa”.37
37
“Notre connaissance de Dieu, même la plus conceptuelle et rigoureusement
formalisable, ne se joue donc pas en termes de représentations de Dieu, mais
selon notre consentement à penser ou non sous le soleil de Dieu, sous le
regard de la ténèbre lumineuse: nous connaissons Dieu à la mesure non de
notre regard sur lui, mais de notre consentement, ou non, à habiter sous sa
lumière — le «jugement» le voici: la lumière est venue jusque dans le monde,
mais les hommes ont mieux aimé la ténèbre que la lumière, car leurs œuvres
étaient mauvaises”. “De la ‘mort de Dieu’ aux noms divins: l’itinéraire théo-
51
Carlos Mendoza–Álvarez
En este sentido, la fides en Dios es presentada por
santo Tomás como un tipo de “certeza incierta”, un conocimiento análogo en el que predomina la diferencia de
nuestros conceptos en relación con la condición divina. El
conocimiento de la fe se encuentra por ello siempre a medio
camino entre la evidencia y la duda, con la participación
de la inteligencia y la voluntad: “Pues bien, es manifiesto que
la imperfección del conocimiento es esencial a la fe, pues
entra en su definición”.38
Lo anterior no quita el carácter metafísico de la presencia de Dios en su creación: por el contrario, reconociendo
el primado del amor divino como esencia de Dios, la
logique de la métaphysique”, en Bourg, Daniel; Breton, Stanislas et al. (eds.).
L’Être et Dieu. Travaux du CERIT (París: Cerf, 1986) pp. 115–116. El tema de
la donación como el primado de la caridad sobre el ser será desarrollado en
numerosas ocasiones por Jean–Luc Marion. Véanse, entre otras publicaciones,
Marion, Jean–Luc. “Saint Thomas d’Aquin et l’onto–théo–logie”, en Revue
Thomiste, vol.XcV (París, 1995) pp. 31–66 ; “La phénoménalité du sacrement:
être et donation”, en Communio, vol.XXVi, núm.5 “Miettes théologiques”
(París, septiembre–octubre 2000) pp. 59–75. Para apreciar una crítica a la
interpretación heideggeriana que hace Jean–Luc Marion, véase Virgoulay,
René “Dieu ou l’être. Relecture de Heidegger en marge de Jean–Luc Marion,
Dieu sans l’être”, en Revue des Sciences Religieuses, vol.72, núm.2 (Strasbourg,
1984) pp. 103–130.
38
“Imperfectio cognitionis est de ratione fidei, ponitur enim in ejus definitione”, st I–IIae, 67, 3. Para apreciar el carácter de asentimiento y de conocimiento propios de la fides, léase este texto esclarecedor de Santo Tomás: “In
fide est assensus et cogitatio quasi ex aequo. Non enim assensus ex cogitatione
causatur, sed ex voluntate, ut dictum est. Sed quia intellectus non hoc modo
terminatur ad unum ut ad proprium terminum perducatur, qui est visio
alicuius intelligibilis ; inde est quod eius motus nondum est quietatus, sed
adhuc habet cogitationem et inquisitionem de his quae credit, quamvis eis
firmissime assentiat. Quantum enim est ex seipso, non est ei satisfactum, nec
est terminatus ad unum ; sed terminatur tantum ex intrinseco [...] Inde est
etiam quod in credente potest insurgere motus de contrario eius firmissime
tenet”. De ueritate, q.14, a.1, co.
52
El Dios escondido de la posmodernidad
afirmación del Ipse Esse subsistens le otorga una perspectiva
metafísica a la caritas divina.
Por el contrario, la influencia de la lectura “escolástica
tardía” de Francisco Suárez —centrada en el ser subsistente
en sí mismo como un contenido propio de la metafísica de
lo divino— provocó el rechazo de la metafísica por parte
de los modernos y permitió la justificación para evacuar la
metafísica del ser de todo cuestionamiento filosófico como,
por ejemplo, lo muestra el pensamiento de Baruch Spinoza
desde el siglo XVii.
Si distinguimos, por tanto, la crítica de los modernos
a cierta forma de metafísica de aquello que los maestros
medievales habían comprendido por su parte sobre la irrepresentabilidad del Ser, entonces es posible retornar a la
discusión sobre la onto–teología. Ciertamente, como ya lo
subrayó Heidegger, no es posible pensar el ser como ente
sino como perpetuo devenir de la existencia.39 La esencia
permanece para él una fijación de dicho devenir como si
fuese un objeto y, en consecuencia, esconde al Dasein en
lugar de manifestarlo.
Pero como Levinas ya lo señaló en su momento, el
Ser no es una cuestión abstracta sino ante todo ética: un
llamado de la exterioridad extrema que se devela parcialmente en el rostro del otro40 en tanto relación fundadora.
En dicho sentido, abierto por la fenomenología postheideggeriana, es posible hablar de Ser subsistente más allá de la
objetivación narcisista que es vecina del totalitarismo y, aún
más, es necesario hablar del Ser como rebasamiento perpe39
Heidegger, Martin. L’être et le temps (París: Gallimard, 1964) 328 p.
Levinas, Emmanuel. Totalité et Infini. Essai sur l’extériorité (París: Ka, 1990)
348 p.
40
53
Carlos Mendoza–Álvarez
tuo, horizonte de existencia y, en un sentido propiamente
apofático, nada que es devenir absoluto: no apropiación,
llamado, rostro, herida, caricia, agonía y, por último, donación.
Gracias a este breve recorrido filosófico postheideggeriano aparece una posibilidad nueva de interpretación de la
religión en su estatuto estrictamente filosófico. Se trata de
una versión marcada por el análisis de las potencias de experiencia y de las gramáticas de la inteligencia evocadas por
la hermenéutica. Esto quiere decir que la religión designa,
en un plano filosófico, la constitución originaria del sujeto en
relación, siempre habitado por una manera de estar–en–el–
mundo que acontece como acción comunicativa y lenguaje
performativo. Hablar de Dios se convierte así en una
manera de decir al hombre, pero sin negar aquella relación
constitutiva a la trascendencia: aquélla que instaura el yo
con el prójimo y con Dios. Y aún más, ésta es una condición de posibilidad del advenimiento del sujeto y por ella
se instaura la trascendencia en el corazón de la inmanencia.
Tal proceso de objetivación del yo en relación constitutiva con el otro ha sido descrito por Levinas41 desde
un punto de vista fenomenológico, y por Andrés Torres–
Queiruga42 desde un punto de vista mayéutico. Este último
desarrolló con cuidado una lectura de la filosofía de la
religión apta para dar cuenta de lo que él denomina la “religación” o experiencia religiosa vivida por la subjetividad
anamnética que atraviesa un camino de rememoración y de
41
Levinas, Emmanuel. Autrement qu’être ou au–delà de l’essence (París: lp,
1991) 286 p.
42
Torres–Queiruga, Andrés. La revelación de Dios en la realización del hombre
(Madrid: Cristiandad, 1980) 499 p.
54
El Dios escondido de la posmodernidad
toma de conciencia de la realidad a partir de su autonomía
y su responsabilidad asumidas.43
El hecho de hablar de Dios y decir al hombre de manera
concomitante representa un modo de estar–en–el–mundo
que vincula al sujeto a su aventura de emancipación al
mismo tiempo que lo reenvía al misterio de lo real sin
absolverlo de la responsabilidad ética por el otro en la
historia. Así, el sujeto expuesto debe tomar a su cargo el
conocimiento, la libertad y la poiesis que se desprenden de
su condición de ser en la inmanencia, pero abierto constitutivamente a la trascendencia.
La gramática teológica: fides in statu communicationis
La teología fundamental, siendo la disciplina fronteriza
entre fe y razón, debe intentar dialogar con cada nueva
racionalidad naciente.44 Desde sus orígenes apologéticos,
en el momento de la constitución del núcleo duro de la
tradición cristiana en contexto helenista, ella ha tenido que
pasar por un tiempo de subordinación a la teología dogmá43
Torres–Queiruga, Andrés. La constitución moderna de la razón religiosa
(Estella: Verbo Divino, 1994) 320 p.
44
La teología fundamental moderna fue tomando conciencia del pluralismo
de racionalidades. Su estatuto epistemológico propio la hace capaz de debatir
con diversas expresiones de la modernidad tardía. Véanse, como ejemplo de
dicha evolución, estas obras de referencia: Schillebeeckx, Edward. Expérience
humaine et foi en Jésus Christ (París: Cerf, 1981) 148 p.; Torres–Queiruga,
Andrés. Revelación de Dios en la realización del hombre (Madrid: Cristiandad,
1980) 499 p.; Fiorenza, Francis. Foundational Theology. Jesus and the Church
(Nueva York: Crossroad–Continuum, 1986) 326 p.; Peukert, Helmut.
Teoría de la ciencia y teología fundamental (Barcelona: Herder, 2000) 446 p.;
Sequeri, Pierangelo. Il Dio affidabile. Saggio di teología fondamentale (Brescia:
Queriniana, 1996) 848 p.
55
Carlos Mendoza–Álvarez
tica en tanto sistema de verdades reveladas. Más tarde, tuvo
que conquistar de manera progresiva su autonomía epistemológica en los tiempos modernos, en tanto disciplina
capaz de discutir plenamente con la razón secularizada las
cuestiones propias del pensamiento crítico, la libertad autónoma, el lenguaje contextual y la acción performativa para
dar cuenta de la esperanza cristiana.
De tal manera, la teología fundamental moderna tomó
la forma de un discurso liminar entre la fe y la razón, en
tanto búsqueda de la correlación fundacional de múltiples
binomios: objetividad–subjetividad, autonomía–heteronomía, sagrado–profano, inmanencia–trascendencia, rivalidad–
gratuidad y, finalmente, finitud–Infinito. Uno de los puntos
fuertes de la Carta Encíclica Fides et ratio del Papa Juan Pablo
II radica en haber subrayado con claridad los desafíos que la
modernidad conlleva para los cristianos de hoy:
En este último período de la historia de la filosofía se constata, pues, una progresiva separación
entre la fe y la razón filosófica. Es cierto que, si se
observa atentamente, incluso en la reflexión filosófica de aquellos que han contribuido a aumentar la
distancia entre fe y razón aparecen a veces gérmenes preciosos de pensamiento que, profundizados
y desarrollados con rectitud de mente y corazón,
pueden ayudar a descubrir el camino de la verdad.
Estos gérmenes de pensamiento se encuentran, por
ejemplo, en los análisis profundos sobre la percepción y la experiencia, lo imaginario y el inconsciente,
la personalidad y la intersubjetividad, la libertad y
los valores, el tiempo y la historia; incluso el tema de
56
El Dios escondido de la posmodernidad
la muerte puede llegar a ser para todo pensador una
seria llamada a buscar dentro de sí mismo el sentido
auténtico de la propia existencia. Sin embargo, esto
no quita que la relación actual entre la fe y la razón
exija un atento esfuerzo de discernimiento, ya que
tanto la fe como la razón se han empobrecido y
debilitado una ante la otra. La razón, privada de la
aportación de la Revelación, ha recorrido caminos
secundarios que tienen el peligro de hacerle perder
de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha
subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo
el riesgo de dejar de ser una propuesta universal.
Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil,
tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave
peligro de ser reducida a mito o superstición. Del
mismo modo, una razón que no tenga ante sí una
fe adulta no se siente motivada a dirigir la mirada
hacia la novedad y radicalidad del ser.
No es inoportuna, por tanto, mi llamada fuerte
e incisiva para que la fe y la filosofía recuperen la
unidad profunda que les hace capaces de ser coherentes con su naturaleza en el respeto de la recíproca
autonomía. A la parresía de la fe debe corresponder
la audacia de la razón.45
Teniendo en cuenta la pertinencia de tal propósito, es
necesario reflexionar sobre el primado de la experiencia, tal
como la razón moderno–tardía lo ha enunciado en la expli45
Juan Pablo II. Carta Encíclica Fides et Ratio, cap.iV, “El drama de la separación entre fe y razón”, núm.48 (14 de septiembre de 1998) [de disponible en:
http://www.vatican.va/edocs/ESL0036/_INDEX.HTM].
57
Carlos Mendoza–Álvarez
cación de su constitución fenomenológica y sus dimensiones performativas para explicar la fe. El papel propio de
la teología fundamental consistirá, pues, en situarse en el
corazón de esta racionalidad para esclarecer los elementos
aptos para una interpretación de la fe cristiana en términos
significativos para esa misma racionalidad.
Esto significa que las nociones centrales de la teología
fundamental en tanto fides quaerens intellectum, según
la famosa expresión de san Anselmo, a saber, revelación
y tradición, serán interpretadas según una óptica nueva
surgida en el paradigma posmoderno. El carácter performativo46 de la fe no puede ser comprendido en este contexto
sino como una comunicación efectiva de la vida divina a la
creación entera. Comunicación que es acto considerado
salvífico en un doble sentido originario: en tanto rescate
de los inocentes victimados por la violencia fratricida y en
tanto esperanza posible para todos, incluidos los verdugos.
En el contexto de la razón postcrítica, la teología
fundamental puede establecer una conversación fecunda
con la filosofía de la religión y con las ciencias de la religión,
disciplinas que finalmente aceptaron retomar el diálogo con
su hermana mayor. Ciertamente, no se trata de reivindicar
ahora una subordinación epistemológica de unas con la
otra, ni de expulsar a alguna de éstas del terreno común de
la sabiduría. Se trata más bien de establecer un debate en
torno a problemáticas comunes tales como la esperanza, el
46
El giro pragmático de la teología fundamental nació primero en el debate
con la teología política, luego con la de la liberación. En el contexto alemán,
la discusión con la Escuela de Fráncfort guió un tipo de discusión que con
el tiempo se reveló fecundo, aunque hoy sea poco reconocido en su propio
contexto. Cf. Peukert, Helmut. Teoría de la ciencia y teología fundamental
(Barcelona: Herder, 2000) 446 p.
58
El Dios escondido de la posmodernidad
sufrimiento, el conocimiento, la creatividad y la autonomía
relativa de los sujetos.
No obstante, tarde o temprano habrá que enfrentar
preguntas candentes tales como el fundamento, el sentido,
la salvación y otras más, teniendo en cuenta su respectiva
ambigüedad y su potencia constitutiva. De este modo,
el último estadio de la modernidad, llamado por algunos
posmodernidad y por otros hipermodernidad, será un
terreno de debate, sin prejuicio de entrada, marcado por el
relativismo y el nihilismo.
En estas condiciones contextuales, la fe despliega
nuevas potencias de experiencia, marcada sobre todo por
la condición preliminar de inacabamiento, como experiencia del umbral donde el Misterio de lo real se ofrece y se
esconde. Fe que ha renunciado a la voluntad de omnipotencia porque ella es consciente de los excesos de significación y de poder de los que fue cómplice en el pasado, a
veces por ingenua docilidad a los sueños de la razón o del
sentimiento. Esta fe se encuentra, por tanto, desnudada por
la vigilancia crítica propia de la racionalidad postilustrada,
pero también se reconoce apreciada como modo de existir
a rostro descubierto ante la presencia del otro que se manifiesta como prójimo y del Otro que se anuncia ya como
reconciliación universal.
La fe devela así el paso de la radicalidad solipsista al
estadio del mutuo reconocimiento explicado por el viejo
Hegel como última configuración de la Historia.47 Tal reco47
Los cinco estudios de Ricœur sobre este tema fundamental para la comprensión de la lógica de la modernidad ilustrada nos han acompañado a lo largo
de nuestra indagación en torno a la dialéctica de la historia. Cf. Ricœur, Paul.
Caminos del reconocimiento (México: fce, 2006) 330 p.
59
Carlos Mendoza–Álvarez
nocimiento no se confunde con la visión de una historia
dialéctica de la superación de los contrarios sino que llega
a instaurar la paz como horizonte posible en la acogida de
la diferencia.
Esta temática ha sido desarrollada con particular atención por Derrida y sus sucesores en el sentido de la deconstrucción, tal como se verá en el tercer capítulo de este libro.
Por ahora sólo evocamos esta discusión, basta con permanecer en el umbral de esta figura de la teología fundamental
que aborda la fe en tanto reconocimiento intersubjetivo o,
dicho de otro modo, siguiendo a Theodor W. Adorno y
Jürgen Habermas, la fe en tanto comunicación universal
cumplida.
En el contexto pragmático, en el sentido filosófico
estricto del término, podremos interpretar al fin la fe en
su estatuto de acción performativa como fides in statu
communicationis, y no sólo in statu scientiae, como lo había
explicado santo Tomás de Aquino en el seno del paradigma
metafísico clásico. En efecto, sin quitar un ápice al carácter
de conocimiento argumentado que establece el modelo
apologético, la fe adquiere, en la edad de la modernidad
tardía, el rostro propio de la performatividad comunicativa
que la hace apta para significar la trascendencia en el corazón de la historia, donde cada uno debe luchar por vivir de
tal manera que todos los otros sean también reconocidos
e incluidos en la comunidad ilimitada de discurso y de
acción, nueva expresión de la verdad y de la trascendencia.
Así, la fe se convertirá entonces en la principal expresión
de la performatividad del lenguaje y de la acción, no sólo
según la afirmación del sujeto narcisista sino según una
comprensión de la intersubjetividad en la lógica del recono60
El Dios escondido de la posmodernidad
cimiento y de la donación mutua. Este estadio intersubjetivo,
más allá de la reciprocidad, se instaura en el orden de la
gratuidad, donación fundacional de sentido y mediación de
la salvación que, en términos cristianos, se denomina ágape.
Su fuente se encuentra en una comunidad de vida propia
a Dios mismo, perijóresis trinitaria según el modelo metafísico y dogmático cristiano clásico; una comunidad ilimitada de discurso y de acción, que no niega las diferencias
sino que las trasciende en un dinamismo perpetuo. Otra
manera de estar–en–el–mundo “más allá de la esencia”...
según el orden de la existencia dada.
un desafío para los sisteMas religiosos
cerrados
La crisis de las instituciones religiosas
Las religiones han sido construidas con frecuencia en el
pasado según un modelo de totalidad.48 Este modelo entró
en crisis en los tiempos modernos gracias a los instrumentos
de la razón crítica, práxica y lingüística. En este sentido,
Michel Foucault subrayó, en su momento, la ambigüedad
de la función social de la religión, según su análisis de la
credibilidad de la misma, que demostró su inclinación totalitaria, evidenciada por el creciente rechazo de los individuos y las sociedades liberales para plegarse a su control. Lo
48
La crítica de la religión postheideggeriana insiste sobre ello, desde el análisis
fenomenológico de Levinas hasta la deconstrucción de Nancy. Cf. Levinas,
Emmanuel. Totalité et infini. Essai sur l’extériorité (París: Ka, 1990) 348 p.;
Nancy, Jean–Luc. La Déclosion. Déconstruction du christianisme, 1 (París:
Galilée, 2005) 233 p.
61
Carlos Mendoza–Álvarez
que está puesto en entredicho no es tanto el fondo místico
de las religiones sino su expresión doctrinal y moral en un
contexto de emancipación que la historia de las doctrinas
llama secularización. El primero en adelantar esta idea de
secularización fue Max Weber, el padre de la sociología de la
religión moderna, haciéndolo en términos de emancipación
de las esferas de valor a partir del conocimiento científico,
yendo hasta la ética, la política, la sexualidad e incluso
la religión misma. Incluso si últimamente Milbank49 ha
denunciado el carácter falso de este juicio nihilista —en
referencia al rechazo de la finalidad que supuestamente
implica toda religión a partir de su idea de revelación— es
necesario aun reconocer la pertinencia de la autonomía de
lo real ante una pretendida superioridad del depósito de la
fe cristiana.
En una línea cercana al análisis sociológico y antropológico, Michel de Certeau50 mostró, por su parte, cómo los
sistemas de creencias que han construido las religiones a lo
largo de los siglos son, de hecho, narraciones de identidad
en competencia unas con otras como típicos fenómenos de
pertenencia.
En este enfrentamiento, la cuestión del poder y del
lenguaje vuelve con toda su fuerza perlocutoria e ilocutoria,
estructurando códigos lingüísticos y práxicos en oposición,
según el orden de la finalidad predicada por cada modelo
religioso. Aquello que De Certeau aportó a la discusión
entre los historiadores fue justo la mirada crítica sobre el
49
Cf. Milbank, John. Teología y teoría social. Más allá de la razón secular
(Barcelona: Herder, 2004) 592 p.
50
Certeau, Michel de. Le christianisme éclaté (París: Seuil, 1974) 120 p.
62
El Dios escondido de la posmodernidad
camuflaje de las identidades totalitarias religiosas en su
manera de contar la historia. Una percepción que Hannah
Arendt51 había ya sugerido desde el ángulo del análisis
político. Las religiones se han expresado, en efecto, como
sistemas de censura del cuerpo y del lenguaje según aquellos criterios considerados necesarios para hablar de Dios, el
mundo y el ser humano en un régimen propio a la idea de
revelación.
Además, en la configuración de las sociedades liberales
de Occidente, el carácter de metarrelato propio a las religiones ha sido puesto en duda por los movimientos de emancipación social, tales como el feminismo o las reivindicaciones
de reconocimiento social y político de las minorías sexuales, de los pueblos originarios y de las minorías étnicas. De
este modo, el derecho a la diferencia ha ido tomando su
lugar en un contexto de rechazo a la lógica de la Mismidad,
de la identidad fija, de la pureza de la raza y de la objetividad de la verdad.
Y en los tiempos más recientes todavía, una escuela de
pensamiento postcristiano —representada por Marià Corbí
y Amando Robles52 en el mundo de habla castellana—
afirma que la religión que hemos conocido hasta ahora se
presenta bajo una forma surgida en unas sociedades agrícolas, jerarquizadas, mitológicas, patriarcales y centralistas. En
resumen, una forma de totalidad que corresponde también
a un sistema de producción de supervivencia, de relación
51
Cf. Arendt, Hannah. Le système totalitaire. Les origines du totalitarisme, t.3
(París: Seuil, 2005) 382 p.
52
Cf. Corbí, Marià. Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones,
sin dioses (Barcelona: Herder, 2007); Robles, Amando. Repensar la religión. De
la creencia al conocimiento (Heredia: euna, 2001) 380 p.
63
Carlos Mendoza–Álvarez
inmediata a la tierra, de subordinación a los maestros
como los únicos capaces de asegurar la vida del grupo y,
por último, de sumisión a un Dios todopoderoso representado por la mediación de una religión acompañada de su
doctrina y su moral incuestionables.
Pero no se trata ahora, para las sociedades globalizadas, de limitarse a este modelo inamovible. Las sociedades
tecnológicas nacidas de la modernidad científica provocaron el nacimiento de otras expresiones de la religión, más
centradas en el individuo, la experiencia y la performatividad de la acción. Tal contexto hizo posible la aparición
de la religión en el fuero interno de la subjetividad en los
tiempos modernos protestante y católico primero, luego en
las sociedades del conocimiento típicas del siglo XX.
Ahora bien, las sociedades del conocimiento han traspasado una frontera importante en la historia de la humanidad de manera análoga a lo que sucedió a la humanidad
en el paso de la era de piedra al neolítico: una revolución
instrumental conlleva otra manera de percepción de lo real
así como una nueva forma de inteligencia. En las sociedades
postindustriales, en efecto, comienza a aparecer una nueva
forma de racionalidad llamada digital y, junto con ella,
nuevas formas de simbolización, entre las que cabe destacar
la experiencia de una religión sin religión.
Tal proceso quiere decir que el dinamismo de apercepción de la trascendencia propio a los sujetos de la era
postindustrial se manifiesta como una situación inédita
que exige nuevas aproximaciones simbólicas, rituales y
espirituales que puedan dar cuenta de un nuevo modo de
ser–en–el–mundo propio de este nuevo modelo de civilización. Una espiritualidad —por llamarla de una manera
64
El Dios escondido de la posmodernidad
más o menos conocida— de la pluralidad de identidades,
de la simultaneidad del tiempo vivido, de la red relacional,
del conocimiento sustentable. En suma, un logos digital y
no analógico, porque este último funciona de modo binario
y es incapaz de dar cuenta de la multiplicidad de relaciones que constituye a cada sujeto individual y colectivo,
integrándolo en una vasta red de significados y acciones
siempre en movimiento, metamorfoseándose para alcanzar
nuevas configuraciones de identidad, de significado, de
valor y de sentido.
Los monoteísmos deconstruidos
El aspecto teórico de esta crisis alcanzó ya a la teología
como disciplina que habla de la trascendencia a partir de
una experiencia fundacional de sentido y de salvación que
se denomina revelación. Dicha transformación tuvo lugar
en todas las esferas de significado y de acción, desde la ciencia comprendida cada vez más como construcción transdisciplinar, hasta la filosofía de la religión y la teología. La
razón digital, en particular, pone en entredicho las interpretaciones de una sola gramática para abrir la posibilidad de
la diversidad de aproximaciones, de contextos y de sentidos
posibles, todo estando unido por la interacción polisémica.
Tal proceso cultural de reconocimiento de la pluridimensionalidad de lo real se desarrolla de tal manera que se
pone también en cuestión el fundamento mismo del monoteísmo, en tanto único metarrelato unificador de sentido.
Las sociedades posmodernas, en efecto, intentan separar la
experiencia religiosa de la dinámica colonialista del pensamiento y de la acción que ha acompañado con frecuencia
65
Carlos Mendoza–Álvarez
la práctica religiosa a lo largo de la historia. Sin embargo, el
monoteísmo podría tener otro sentido en este nuevo paradigma si es capaz de designar por vía negativa la red misma,
es decir, si se presenta como condición de posibilidad de la
relación misma.
La cuestión de la pertinencia del monoteísmo ya fue
evocada por Cohen y Franz Rosenzweig53 en tiempos de
los primeros síntomas de crisis del sujeto moderno, en el
sentido propio a la especificidad judía, es decir, en la lógica
de Jerusalén distinta a la de Atenas. Tal planteamiento no
implicó en ese tiempo la cuestión de lo Uno, tal como
el cristianismo helenístico lo desarrolló más adelante. En
cierto sentido podemos decir que la reflexión filosófica
surgida del judaísmo moderno en tiempos de la crisis de
la Ilustración anticipó, avant la lettre, esta comprensión
del cambio de paradigma que la posmodernidad desarrolló
después.
En efecto, el monoteísmo judío ha estado siempre
ligado a la cuestión del prójimo, una problemática teológica nunca separada de su aspecto político en el sentido
de la construcción de la relación al otro. Algunos autores
judíos del siglo XX desarrollaron, a partir de los postulados
del maestro de Marburgo, una ontología relacional construida sobre la base del análisis detallado de la subjetividad:
sea según el orden ético prediscursivo como fue el caso de
Levinas, sea a través de una descripción pronominal del
acontecimiento del lenguaje en sus relaciones interpersonales como lo propuso en su momento Martin Buber.
53
Cf. Cohen, Hermann. La religion dans les limites de la philosophie (París:
Cerf, 1990) 176 p.; Rosenzweig, Franz. L’étoile de la rédemption (París: Seuil,
2003) 640 p.
66
El Dios escondido de la posmodernidad
Antes que ellos, Hegel ya había tratado la cuestión de
la intersubjetividad en el proceso dialéctico de la Historia.
Más allá de las estrechas interpretaciones de la dialéctica
hegeliana, es necesario decir que el pensamiento del maestro exploró con rigor, en su obra de 1821, Los principios de
la filosofía del derecho,54 la manera como adviene la síntesis
en tanto momento de solución de la contradicción de los
opuestos en la historia del Espíritu absoluto: no a través
de la aniquilación de los contrarios sino por la mediación de
su mutuo reconocimiento. Éste es la tarea histórica inevitable para la razón ilustrada que preside la comprensión de
la política en Hegel. Así lo mostró Paul Ricœur55 a fines
del siglo pasado, para criticar la lectura marxiana de Hegel
de fines del siglo XiX, que insistió sobremanera sobre la
necesidad de la aniquilación de los contrarios para llegar a
la síntesis.
En todo caso, desde hace más de un siglo la cuestión
del rebasamiento de la metafísica de lo Uno ya había
surgido en Occidente, sin tener en cuenta la performatividad comunicativa propia de la razón digital de la que ahora
nosotros somos deudores.
Después, durante las últimas décadas del siglo XX,
la cuestión del monoteísmo tomó un giro deconstruccionista siguiendo la cuestión de la crítica a la ontoteología postulada primero por Heidegger y llevada luego a
término por Derrida y Jean–Luc Nancy. En su carta de
despedida a Derrida, publicada por Nancy mismo en Le
54
Cf. Hegel, Georg Friedrich. Les principes de la philosophie du droit (París:
Vrin, 1987) 352 p.
55
Cf. Ricœur, Paul. Les parcours de la reconnaissance. Trois études (París: Stock,
2004) 396 p.
67
Carlos Mendoza–Álvarez
Monde al día siguiente de su muerte, el autor resume su
común punto de vista sobre la inevitable deconstrucción
de todo sistema cerrado en los siguientes términos:
Pero todos se concentran en tu otro yo, en tu
famosa sombra. Repiten por todos lados que eres el
filósofo de la “deconstrucción”. Pero esa tan famosa
y casi siempre incomprendida “deconstrucción” a
qué se refiere sino a esto: acercarse a lo que queda
cuando son desmontados los sistemas de significación (las metafísicas, los humanismos, las visiones
del mundo). Tal desmontaje tú no lo inventaste, tú
mismo recordaste que es congénito a la filosofía: ella
construye y desmonta las construcciones de sentido.
Lo que queda es lo que no se deja asignar ni racionalizar bajo un sentido dado. Tal es la verdad de lo
único, de cada uno en tanto otro que nunca alcanza
lo mismo, que no se deja identificar, que se separa
y se va. Así como acabas de hacerlo tú mismo. Así
como toda tu vida lo anhelaste hacer tercamente,
sombríamente.56
Según esta corriente del pensamiento moderno tardío, la
identificación que establece la metafísica clásica entre Dios
y el Ser como primer Ente conduce a la violencia extrema
propia de lo sagrado, siendo el monoteísmo su fundamento
más sólido. Las vertientes totalitarias de dicha ontoteología
56
Nancy, Jean–Luc. “1930–2004 Jacques Derrida. Reste, viens”, en Le Monde
(París, 2 octubre de 2004) [de disponible en: http://www.derrida.ws/index.
php?option=com_content&task=view&id=3&Itemid=7].
68
El Dios escondido de la posmodernidad
ya fueron señaladas con precisión por Levinas en el sentido
de la crítica de la totalidad a partir de la lógica del Infinito.
A causa de tal identificación entre Dios y el Ser, Derrida
sugirió la necesidad de pasar a la deconstrucción del sujeto,
incluso si ésta no se reduce evidentemente a la cuestión
monoteísta sino que encuentra en ella un ejemplo pertinente para mostrar la lógica por desmantelar.
En dicho talante postheideggeriano, Nancy57 exploró
el vínculo estrecho que es preciso descubrir entre el cristianismo y la conciencia nihilista de la insuficiencia del
lenguaje y de la práctica para acercarse al ser–en–devenir.
El monoteísmo es releído, en consecuencia, en el sentido
de la salvaguarda de la manipulación de lo real, pero
también como prohibición de la voluntad de omnipotencia
y vigilancia crítica ante cualquier pretensión de totalidad.
El rechazo de las imágenes defendido por el judaísmo y el
islam tendría así un valor iconoclasta válido para prevenir la
manipulación de la existencia en su sinsentido, su no finalidad y su in–significancia constitutivas. El cristianismo, por
su parte, tendría su manera propia de referirse al nihilismo
gracias a su experiencia única de claroscuro proveniente de
la kénosis del Verbo de Dios, de su imposibilidad de poseer
el misterio, de la tensión escatológica que establece en la
historia, hacia un porvenir que nunca es conseguido; una
deconstrucción, al fin y al cabo, cercana a la experiencia
57
Este autor ha publicado más de 35 libros desde 1973. Para el tema que nos
ocupa, a saber, la conciencia nihilista en su relación con el cristianismo, las más
importantes son: Nancy, Jean–Luc. Une pensé finie (París: Galilée, 1990) 363
p.; La pensée dérobée (París: Galilée, 2001) 189 p.; La Déclosion. Déconstruction
du christianisme I (París: Galilée, 2005) 233 p.
69
Carlos Mendoza–Álvarez
mística vivida como agonía, y no una religión que intenta
en vano domesticar lo real.
El estallido del cristianismo
Una parte de la generación de católicos que vivieron el
Concilio Vaticano II vio estallar ante sus ojos las certezas de la
fe dogmática. De Certeau, por ejemplo, bajo el ángulo de
la historia, identificó con precisión la llegada de este fenómeno en Francia y trazó su génesis hasta el fin del estallido
del cristianismo como fuente de sentido, de significado y de
organización social. Ciertamente, se trata de un fenómeno
que ha evolucionado de diversas maneras en el mundo
occidental, según contextos diversos, pero dicho cristianismo estallado parece ser un elemento común propio de
las sociedades democráticas liberales surgidas como fruto de la
racionalidad occidental moderna. Para nuestro propósito
en particular, es preciso poner en relieve el problema de la
pérdida de credibilidad de las iglesias, tanto católica como
protestante, en la configuración del imaginario colectivo,
de los códigos éticos y sociales, así como en la gestión de
la vida institucional moderna tradicionalmente controlada
por el Estado, la familia, la escuela y la religión.
Se trata, pues, de un fenómeno relacionado con el
proceso de secularización de la razón en el ámbito disciplinario del conocimiento científico, pero al fin y al cabo un
fenómeno que muestra en toda su radicalidad las consecuencias sociales de la emancipación de la tutela religiosa
que conllevó la secularización. En específico, la crisis de
credibilidad del cristianismo estalló luego de la muerte de Dios
anunciada por Friedrich Nietzsche como la pérdida de signi70
El Dios escondido de la posmodernidad
ficado y de pertinencia de los propósitos de la fe, así como
habían sido vividos y pensados en el paradigma de cristiandad. El primado de la gracia, traducido como afirmación
del destino sobrenatural de la humanidad y la superioridad de la revelación cristiana sobre todo otro conocimiento
humano, se convirtió simplemente en una afirmación sin
significado para la gestión de la sociedad, transformada
cada vez más en espectadora escéptica y mucha veces atea
para la instauración de la vida social.
Se trata entonces no sólo del estallido del cristianismo
sino de toda institución religiosa en el devenir histórico
de las sociedades democráticas y liberales europeas y latinoamericanas. El caso de Estados Unidos y de algunas
otras sociedades modernas religiosas es bastante paradójico
porque muestra un lugar central de la religión en la configuración de la cosmovisión de los sujetos, así como en la
gestación de los criterios de verdad y de acción de esas
sociedades.58
58
El viaje apostólico del papa Benedicto XVi a Estados Unidos en abril de
2008 estuvo marcado por el problema de lo religioso en el corazón de lo
político. En su discurso en la onu, el Papa recordó el papel imprescindible
de la religión para la salvaguarda de la dignidad humana y la aportación del
diálogo interreligioso para favorecer el entendimiento entre las naciones, en los
siguientes términos: “Le discernement nous amène alors à souligner que laisser
aux seuls Etats, avec leurs lois et leurs institutions, la responsabilité ultime de
répondre aux aspirations des personnes, des communautés et de peuples tout
entier peut parfois entraîner des conséquences rendant impossible un ordre
social respectueux de la dignité de la personne et de ses droits. Par ailleurs,
une vision de la vie solidement ancrée dans la dimension religieuse peut
permettre d’y parvenir, car la reconnaissance de la valeur transcendante de
tout homme et de toute femme favorise la conversion du cœur, ce qui conduit
alors à un engagement contre la violence, le terrorisme ou la guerre, et à la
promotion de la justice et de la paix. Cela favorise aussi un milieu propice au
dialogue interreligieux que les Nations unies sont appelées à soutenir comme
71
Carlos Mendoza–Álvarez
Algunos analistas de la cultura moderna liberal, tales
como Alexis de Tocqueville en el siglo XiX, o bien Octavio
Paz y Paul Ricœur en el siglo XX, se hicieron la pregunta
por el sentido de tan extraña presencia de la religión en
la sociedad estadunidense. Es probable que la solución a
este enigma se encuentre en la necesidad de todo imperio de crear el marco de referencia mítico para justificar
su poder. Tal ha sido el caso, por ejemplo, de los grandes
imperios conocidos, desde Egipto y Babilonia hasta Roma
y Bizancio, Prusia y, en la actualidad, Estados Unidos. Es
probable asimismo que esta sensibilidad religiosa norteamericana indique algo importante del mesianismo de este
pueblo o de su devoción hacia el Creador que habría dado
a algunos pueblos de la tierra una misión particular para
salvar el mundo de las garras del mal.
elles soutiennent le dialogue dans d’autres domaines de l’activité humaine. Le
dialogue doit être reconnu comme le moyen par lequel les diverses composantes de la société peuvent confronter leurs points de vue et réaliser un
consensus autour de la vérité concernant des valeurs ou des fins particulières.
Il est de la nature des religions librement pratiquées de pouvoir mener de
manière autonome un dialogue de la pensée et de la vie. Si, à ce niveau là aussi,
la sphère religieuse est séparée de l’action politique, il en ressort également de
grands bénéfices pour les personnes individuelles et pour les communautés.
D’autre part, les Nations unies peuvent compter sur les fruits du dialogue
entre les religions et tirer des bénéfices de la volonté des croyants de mettre
leur expérience au service du bien commun. Leur tâche est de proposer une
vision de la foi non pas en termes d’intolérance, de discrimination ou de
conflit, mais en termes de respect absolu de la vérité, de la coexistence, des
droits et de la réconciliation”. Benoît XVi. Discours devant l’Assemblée Générale
des Nations Unies (Nueva York, 18 abril 2008) [de disponible en: http://www.
vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/april/documents/hf_benxvi_spe_20080418_un-visit_fr.html].
72
El Dios escondido de la posmodernidad
¿Religión sin religión?
Esta expresión, acuñada por Corbí, resume la situación
posmoderna de la religión en las sociedades secularizadas,
válida para el cristianismo como para las religiones de la
humanidad.
Incluso si, según estos análisis, el cristianismo no es
de hecho una religión sino su rebasamiento perpetuo, sus
expresiones religiosas quedarían también afectadas por ese
fenómeno de agotamiento de la religión. Tal distinción por
mantener entre la esencia del cristianismo y sus expresiones
culturales es una de las problemáticas principales para resolver la relación de la fe cristiana con las diferentes culturas y
racionalidades a lo largo de los siglos. En su tercer milenio
de existencia en particular, el cristianismo lanza la cuestión de
manera inédita de saber no tanto cómo sobrevivir como
doctrina o moral sino cómo transmitir la fe en Dios según
una experiencia de cumplimiento humano y de la creación entera, donde sea posible descubrir las huellas de la
Presencia divina sin aniquilar al sujeto emancipado.
Volvamos por un momento a la cuestión del rebasamiento de la religión, pero concentrando nuestra atención
en el argumento antropológico. Éste consiste en pensar la
estrecha relación existente entre religión y violencia para
captar de manera adecuada la naturaleza misma de la revelación cristiana. Según lo que ya mostró Otto hace casi
un siglo, los relatos mitológicos de redención, lo mismo
que los ritos de purificación religiosa, designan un vínculo
incuestionable entre religión y sacrificio. Por su parte, más
recientemente, Ricœur analizó rigurosamente en su filosofía de la voluntad el significado hermenéutico de la religión,
73
Carlos Mendoza–Álvarez
en particular su relación con la pregunta por el mal, según
la lógica de su simbolización a través de la mancha, la
culpabilidad y el pecado. Pero sobre todo somos deudores
de la propuesta de René Girard59 en lo que concierne a su
hipótesis del deseo mimético como aquélla que explica de
manera más cabal, a nuestro juicio, la génesis fenomenológica así como el proceso histórico y social de la religión
como sacralización de la violencia. En efecto, el mecanismo
del chivo expiatorio manifiesta una figura de la subjetividad
marcada por el signo del deseo posesivo, de la rivalidad y del
sacrificio que le sigue de manera inevitable. Ciertamente,
dicho mecanismo se expresa por medio de la simbólica
religiosa (Caín o Satán en la Biblia judía y cristiana) que
denuncia la desorientación de la intersubjetividad respecto
de su fin último. En lugar de situarnos bajo el signo del
compartir y del reconocimiento mutuo a imagen del Dios
unitrino, el deseo mimético nos introduce en la espiral de
la omnipotencia infantil según los mandamientos de la
posesión que terminan, tarde o temprano, en el mecanismo
victimario.
La religión permanece entonces marcada por el sello
de la rivalidad y del sacrificio. Por ello sería entonces aún
más urgente aquí recordar su diferencia respecto de la fe,
tal como la hemos descrito más arriba en tanto correlación
59
La antología de los textos principales del padre de la teoría del deseo mimético, escritos entre 1961 y 1982, fue publicado en Francia con el siguiente
título: Girard, René. De la violence à la divinité (París: Grasset, 2007) 1487 p.
Existe un portal en la red que recoge las nuevas investigaciones surgidas de su
teoría, aplicada a ámbitos de conocimiento tan diversos como las neurociencias, la psicología, la antropología y la teología [de disponible en: http://www.
all-in-web.fr/mimetique].
74
El Dios escondido de la posmodernidad
inmanencia–trascendencia que instaura la apertura del ser a
la alteridad para encontrar ahí su cumplimiento.
El tercer aspecto de la expresión religión sin religión
designa, por último, la aparición del ámbito de la mística
como posibilidad de una “existencia más allá de la esencia”,
más allá de la omnipotencia y del sacrificio, una religión
depurada de su afán de autosuficiencia y, en el fondo,
preservada de su riesgo de idolatría. Esta interpretación
ha existido siempre en el seno de los sistemas religiosos,
conservada por los profetas y los místicos, por los justos y
los inocentes que configuran su vida a partir de intuición
de que Dios permanece más allá de la prepotencia humana.
Es posible seguir de cerca las huellas del camino de tal
mística nihilista, en particular en el cristianismo, a partir de
algunas expresiones paulinas clásicas y hasta llegar al apofatismo de Dionisio, el Maestro Eckhart, Juan Ruysbrockio,
Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Dietrich Bonhoeffer y
Simone Weil.
El contexto interreligioso propio del siglo XX permitió
también a los cristianos aventurarse en el camino de la
mística interreligiosa, así como lo describió, en los años
cincuenta del siglo pasado, el filósofo japonés Kitaro
Nishida:
Viendo al otro absoluto en lo profundo de mi
propia interioridad —eso es, reconociendo allí a
un tú— yo soy yo. Pensar de esta manera, o lo
que llamo “el autodespertar de la nada absoluta”,
implica el amor. Así es como entiendo el ágape cristiano... No es un amor humano, sino divino; no es
el ascenso de la persona hacia Dios, sino el descenso
75
Carlos Mendoza–Álvarez
de Dios hacia la persona... Como dice Agustín, yo
soy yo porque Dios me ama, es por el amor de Dios
que yo soy verdaderamente yo... Nos convertimos
en personas por amar a nuestro prójimo, como a
nosotros mismos, en imitación del ágape divino.60
Sobre este suelo fértil de la racionalidad interreligiosa es
posible reconocer las huellas propias del nihilismo, como
lo hacen en la actualidad Raimon Panikkar y James W.
Heisig61 para colocar al cristianismo en condición de
diálogo con la racionalidad del Extremo Oriente representada por la Escuela de Kioto, cuyos principales autores
(Kitaro Nishida, Hajime Tanabe y Keiji Nishitani), formados en el budismo y en el pensamiento de Heidegger, intentaron poner las bases de una “filosofía mundial” en tanto
apertura a la Nada.
En resumen, la religión es vivida de nueva cuenta en
su fuente originaria: existencia expuesta al abismo, a lo no–
dicho, al sin–sentido, porque todas esas expresiones designan la irrenunciable alteridad de lo real que nos interpela
como rostro, promesa, recién nacido, mesías y parusía...
60
Nishida, Kitaro. El yo y el tú. Apud. Heisig, James W. Filósofos de la nada. Un
ensayo sobre la Escuela de Kyoto (Barcelona: Herder, 2002) p.120.
61
Véase el prólogo al libro de Heisig escrito por Panikkar. Ahí el autor indio–
catalán muestra el lazo profundo que existe entre las culturas en su percepción
de la Nada. Propone una investigación inédita necesaria hoy para repensar la
fe de las religiones según una racionalidad intercultural: Panikkar, Raimon.
“Prólogo”, en Heisig, James W. Filósofos de la Nada. Un ensayo sobre la Escuela
de Kyoto (Barcelona: Herder, 2002) pp. 9–17.
76
El Dios escondido de la posmodernidad
el PATHOS de la subjetiVidad posModerna
La aguda conciencia de la vulnerabilidad
La posmodernidad propone sin ambigüedad un relato
nihilista en el sentido de la agonía del sujeto todopoderoso.
En efecto, las sociedades nacidas de la racionalidad tecnocientífica del siglo XX se convirtieron en una verdadera
amenaza para la supervivencia de la especie humana y del
planeta entero, por el exceso de la razón unidimensional, ya
denunciada por Herbert Marcuse hace medio siglo.
Los traumatismos históricos de Auschwitz, Hiroshima
y Chernóbil mostraron la perversidad de la razón unívoca
identificada con el poder tecnocientífico y con la política
que lo acompañó con su justificación ideológica. Son sobre
todo los amargos frutos de la voluntad de dominio los que
quedaron evidenciados: el aspecto perverso de la razón
moderna y sus pesadillas o, como lo escribió y plasmó en un
grabado el gran dramaturgo español Francisco de Quevedo:
“los sueños de la razón producen monstruos”.62
No obstante, es preciso permanecer vigilante a fin de
constatar las perversiones del sueño de omnipotencia infantil propio del ego moderno, de manera que se distingan sus
62
Se trata de una famosa expresión del gran dramaturgo español del siglo
Francisco de Quevedo, que inspiró a Francisco de Goya un grabado con
el mismo título en 1797. Sobre el primer esbozo, Goya escribió de su puño
y letra: “Me quedé dormido: luego que desembarazada el alma se vio ociosa
sin la tarea de los sentidos exteriores, me envistió de esta manera la comedia
siguiente: y así la recitaron mis potencias a obscuras, siendo yo para mis
fantasías auditorio y teatro”. Apud. Sayre, Eleanor. “Goya and the Spirit of
Enlightment”. Catalogue (Boston: Museum of Fine Arts, 1989) p.110.
XVii,
77
Carlos Mendoza–Álvarez
excesos de las adquisiciones incuestionables de la modernidad, en especial, los logros de humanización, tales como
la ciencia y la tecnología sustentables, la democracia y los
derechos humanos como criterios de lo social y lo político,
el espacio público en la instauración de la comunicación
local y planetaria, así como la conciencia de la mundialización —alternativa a la globalización del mercado como
imperio de lo económico sobre el resto— en tanto nueva
comprensión de la oikía: la casa común de la humanidad,
respetuosa del frágil ecosistema planetario.
El naufragio del ego moderno ya había sido pronosticado hace más de un siglo por Cohen,63 entre muchos otros
autores occidentales. En efecto, en una clave de lectura
postkantiana, el maestro de Marburgo estableció las coordenadas de reflexión para toda una serie de autores judíos
que buscaron “hablar en griego”, es decir, en la lógica de
la racionalidad de Atenas, pero invocando la racionalidad
surgida de Jerusalén: más cercana a la alteridad que a la
mismidad, al otro que al sí mismo, a la existencia más que
a la esencia.
En la continuidad de esta crónica de una muerte anunciada de la razón unidimensional, la filosofía analítica y
la hermenéutica exploraron, cada una a su manera, los
límites del lenguaje y de la conciencia de sí. Los trabajos
del segundo Wittgenstein en torno a los juegos de lenguaje
abrieron la puerta al reconocimiento de la multiplicidad de
sentidos propuesta por los diferentes registros de lenguaje,
incluida la diversidad de “gramáticas de la inteligencia”
63
Cf. Cohen, Hermann. La religion dans les limites de la philosophie (París:
Cerf, 1990) 176 p.
78
El Dios escondido de la posmodernidad
según las diversas potencias de la experiencia, ligadas al
desarrollo ético, tal como explica Ferry:
Imaginemos primero lo que sería nuestro mundo si
la manera de relacionarnos con él según el orden del
verbo, es decir de pensar, solamente descansara sobre
el infinitivo. Tendríamos sustantivos y adjetivos.
Encontraríamos ahí ciertamente un material que
nos permitirá expresar ciertas necesidades ligadas al
aquí y ahora, de comunicarlas a otros, y probablemente esperar por ese medio su satisfacción. Pero
incluso tal espera, que implica una anticipación,
nos orienta ya al futuro. Nos posiciona virtualmente
como un tipo de Yo dirigido hacia un Esto, expone
incluso al sujeto que seríamos casi a una decepción. Entonces entreveríamos una diferencia entre
lo que es de hecho y lo que habría podido ser. De
ahí formaríamos une conciencia de lo que debe ser
según nuestro deseo. Así, comenzaría a esbozarse la
distinción de los modos.64
Más que hablar del formalismo lógico del lenguaje, es cuestión aquí de subrayar las potencias de experiencia que son
vehiculadas por los argumentos, los símbolos o los relatos,
cada uno con su propio rigor analítico, su gramática, sus
presupuestos propios, su horizonte de vida y comprensión,
así como sus propias fuerzas locutorias, ilocutorias y perlocutorias.
64
Ferry, Jean–Marc. Les grammaires de l’intelligence (París: Cerf, 2004) pp.
117–118.
79
Carlos Mendoza–Álvarez
La hermenéutica, por su parte, traspasó el límite del
formalismo del lenguaje para insertar ahí un cuestionamiento en torno a la intencionalidad del sujeto que se
manifiesta en los relatos, los símbolos y las prácticas. Como
lo señaló en su momento Ricœur de manera eminente, la
hermenéutica no se reduce al análisis de formas lingüísticas sino que tiene el atrevimiento de buscar el sentido del
texto, recibido por el lector a partir de su horizonte de vida
y comprensión, de su intencionalidad y sus potencias de
experiencia, en el corazón de una historia ambigua:
Teoría de la historia y teoría de la acción no
coinciden nunca en razón de los efectos perversos
surgidos de los proyectos mejor concebidos y los
más dignos de atraparnos. Lo que sucede es siempre otra cosa de lo que esperábamos [...] El tema
de la maestría de la historia descansa así sobre el
desconocimiento fundamental de ese otro aspecto del
pensamiento y de la historia que consideramos
más adelante, a saber, el hecho de que somos afectados por la historia y que nos afectamos nosotros
mismos por la historia que hacemos. Se trata
precisamente del vínculo entre la acción histórica y
un pasado recibido y no hecho lo que preserva la
relación dialéctica entre el horizonte de espera y el
espacio de experiencia.65
Ese paso del texto a la acción lingüística e histórica es una
condición de posibilidad para comprender de manera más
65
Ricœur, Paul. Temps et récit, vol.iii, “Le temps raconté” (París: Seuil, 1985)
pp. 308–309.
80
El Dios escondido de la posmodernidad
adecuada el lenguaje religioso en su estatuto propio de decir
lo divino en el seno de la ambivalente experiencia humana.
Una hermenéutica de la experiencia creyente se muestra
así necesaria para establecer una aproximación crítica del
misterio, experiencia siempre mediada por cada lector que
recrea el texto fundador y se inserta así como miembro
activo de una tradición viva.
Posteriormente, la fenomenología de la “subjetividad
radical” iniciada por Heidegger permitió establecer el paso
de la voluntad de omnipotencia a la “vulnerabilidad”. Este
aspecto de la subjetividad posmoderna designa la condición
de la existencia vivida en su límite de libertad falible, consciente de su contextualidad y de sus límites en la acción
performativa. Cierta “afección” del Dasein se revela de
este modo como condición de ser–en–el–mundo, según la
construcción del devenir histórico propio a la responsabilidad ética del sujeto marcado, de manera profunda, por la
labilidad en todas sus potencias de experiencia, es decir, su
condición relacional pronominal, su acción performativa y
su creación de sentido siempre provisional.
Pero será sólo después de la deconstrucción iniciada
por Derrida que el tema nihilista se ubicará en el centro del
debate, retomado más recientemente por Gianni Vattimo66
en su pensiero debole. En Derrida es posible encontrar el
trasfondo heideggeriano del nihilismo de la ex–sistencia,
66
Obsérvese sobre todo el trasfondo nihilista del pensamiento de Vattimo,
que va de la crisis del sujeto moderno hasta llegar al rebasamiento de la religión: Vattimo, Gianni. La fin de la modernité. Nihilisme et herméneutique dans
la culture post–moderne (París: Seuil, 1987) 184 p. Se puede ver también el
impacto del nihilismo en el religión en: Derrida, Jacques y Gianni Vattimo.
La religion. Séminaire de Capri (París: Seuil, 1996) 232 p.
81
Carlos Mendoza–Álvarez
pero en tanto instrumento teórico para el desmantelamiento del Absoluto, pensado de manera casi exclusiva en
las categorías propias a la ontoteología. Eso conlleva, para
la experiencia religiosa, la necesidad de retirarle su carácter
absoluto, tanto metafísico como moral, para hacerla regresar a su origen fenomenológico en tanto devenir temporal
como subjetividad expuesta. La deconstrucción derridiana
de la religión supone por tanto el nihilismo del Dasein, al
mismo tiempo que implica la aparición de la subjetividad
en su afectación constitutiva por el mundo circundante, los
otros y la trascendencia. Se trata de una deconstrucción,
en suma, que desencadena la relatividad —y no tanto el
relativismo— de toda interpretación de la verdad, al mismo
tiempo que todo valor propuesto como sentido de la realización humana. Lejos de justificar así la anarquía —como
denuncian con frecuencia sus adversarios escolásticos— la
deconstrucción es la vigilancia permanente de la razón
posmoderna ante las pretensiones de absoluto de todo individuo o colectividad en sus discursos, símbolos y prácticas.
El sujeto débil
Los posmodernos radicales como Richard Rorty, Jean–
François Lyotard y Gianni Vattimo sacaron las conclusiones
de la problemática del nihilismo en diferentes ámbitos,
como el de la política, la ética y la religión.
En medio de las filias y fobias de parte de ciertos filósofos y teólogos católicos,67 es preciso reconstruir el proceso
67
Véase, por ejemplo, la crítica radical del papa Juan Pablo II a la emancipación
del pensamiento moderno expresada en su carta encíclica Fides et ratio: “Las
radicalizaciones más influyentes son conocidas y bien visibles, sobre todo en
82
El Dios escondido de la posmodernidad
teórico de los posmodernos para esclarecer los elementos de
verdad que nos parecen importantes para captar el último
estadio de evolución de la racionalidad crítica moderna.
A fin de lograr este objetivo es necesario primero
distinguir entre una aproximación relativista de la verdad y
la historia de Occidente. No es exagerado afirmar que buena parte del pensamiento filosófico moderno se ha desarrollado alejándose progresivamente de
la Revelación cristiana, hasta llegar a contraposiciones explícitas. En el siglo
pasado, este movimiento alcanzó su culmen [...] Además, como consecuencia
de la crisis del racionalismo, ha cobrado entidad el nihilismo. Como filosofía de la nada, logra tener cierto atractivo entre nuestros contemporáneos. Sus
seguidores teorizan sobre la investigación como fin en sí misma, sin esperanza
ni posibilidad alguna de alcanzar la meta de la verdad. En la interpretación
nihilista la existencia es sólo una oportunidad para sensaciones y experiencias
en las que tiene la primacía lo efímero. El nihilismo está en el origen de la
difundida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún compromiso
definitivo, ya que todo es fugaz y provisional”. Juan Pablo II. Carta Encíclica
Fides et Ratio (14 de septiembre de 1998), cap.iV, núm.46. En otro sentido,
la posición sobre el nihilismo de Mauricio Beuchot, filósofo mexicano, es más
matizada: “Vattimo cree que la hermenéutica analógica no debía fijarse tanto
en la objetividad de la interpretación, ya que eso sería como un remanente de
la verdad aristotélica, como adecuación; había que ir a la verdad heideggeriana
como desocultamiento. Y esa daba más oportunidad de innovación, de creatividad, de libertad. Y es verdad, hay que renunciar a una objetividad univocista
pero también es cierto que no se puede caer en el equivocismo de la interpretación; por ello hay que mantener una objetividad analógica, una noción de
verdad que combine la adecuación y el desocultamiento. Esta noción podrá
concretarse en un proyecto, en un proyecto práctico, a saber, social; no solamente ético sino también político, que es lo que Vattimo señala como algo que
falta a la hermenéutica analógica y que ésta debe alcanzar con urgencia, porque
es donde debe interpretar la realidad para cambiarla”. Beuchot, Mauricio.
“Hermenéutica y sociedad en Gianni Vattimo”, en A Parte Rei. Revista de
Filosofía, vol.54 (Madrid, noviembre 2007) pp. 1–8 [de disponible en: http://
serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/beuchot54.pdf ] o en su versión impresa:
Beuchot, Mauricio; Gianni Vattimo y Ambrosio Velasco. Hermenéutica
analógica y hermenéutica débil (México: unaM, 2006). Por último, una lectura
más parcial y caricaturizada del nihilismo posmoderno se ha extendido en los
medios universitarios de inspiración cristiana, véase: Mardones, José María.
El desafío de la postmodernidad al cristianismo (Santander: Sal Terrae, 2000);
Lipovetsky, Gilles. L’ère du vide (París: Gallimard, 1983) 256 p.
83
Carlos Mendoza–Álvarez
un acercamiento contextual. La primera vía supone cierta
equivocidad irresoluble de la razón, bajo pretexto de señalar
la especificidad de cada experiencia y de cada expresión
lingüística para decir el mundo. En la historia de la filosofía
antigua y medieval es posible encontrar ejemplos significativos de esta vía, por ejemplo, en el caso de los filósofos
cínicos y los nominalistas, dos escuelas de pensamiento
que compartieron el postulado del primado del individuo
sobre la comunidad, de lo inefable individual sobre toda
comprensión común de la verdad.
A diferencia del relativismo ontológico evocado arriba,
existe otra vía llamada contextual,68 que ofrece la posibilidad de reconstruir la genealogía de las aproximaciones
a la verdad. Estas aproximaciones están marcadas siempre
por el entorno cultural, pero lo que se busca es comprender la racionalidad posible, la intencionalidad del sujeto
cognoscente y las consecuencias ilocutorias de su discurso.
Ello permite afirmar el carácter siempre provisional de las
fórmulas lingüísticas y, en consecuencia, el estatuto analógico de las interpretaciones, nunca unívocas y rara vez
equívocas. Tal relatividad de la verdad es inevitable para
dar cuenta de la génesis y de la finalidad del conocimiento
humano y de su acción concomitante. Esto es lo que la
68
Este método, aplicado en teología fundamental, es un valioso instrumento
para captar los desafíos culturales de las expresiones de la fe, su raíz en una
racionalidad específica, así como los condicionamientos históricos que la
afectan. Cf. Waldenfels, Hans. Manuel de théologie contextuelle (París: Cerf,
1990) 874 p. Un caso ejemplar de empleo de este método contextual aplicado a la cristología bíblica se puede ver en Nolan, Albert. Dieu en Afrique
du Sud (París: Cerf, 1991) 300 p. Respecto a los presupuestos hermenéuticos del pensamiento contextual véase Tracy, David. Pluralité et ambigüité.
Herméneutique, religion, espérance (París: Cerf, 1999) 206 p.
84
El Dios escondido de la posmodernidad
posmodernidad radical propone para mantener la vigilancia
crítica ante los excesos de la palabra y de la acción totalitarias. En este sentido, la descalificación del pensamiento
débil considerado como relativista no hace justicia a las
propuestas de los autores. Nada hay más falso que ese juicio
prematuro sobre la posmodernidad, por desgracia muy
extendido en los medios católicos.
De hecho, para el pensamiento posmoderno se trata
de mostrar cómo los sujetos débiles surgidos en la edad de la
modernidad tardía son portadores de una vigorosa crítica
de la omnipotencia y de los totalitarismos de toda clase.
Esos sujetos no aparecieron en la historia por azar sino
gracias al recorrido hecho por la razón crítica, práxica
y lingüística. Es así que su experiencia de exclusión se
convierte en principio de conocimiento y, por ese medio,
en motor de nuevas configuraciones de lo social, lo político,
lo ético y lo religioso.
No hay que olvidar tampoco que el correlato de
la cuestión gnoseológica moderna es la fenomenología
de la constitución de la subjetividad. En este ámbito, el
pensamiento posthegeliano debe mucho a las investigaciones realizadas por la hermenéutica del lenguaje y por la
pragmática del discurso. Cada una de estas disciplinas a su
modo ha ayudado a esclarecer la comprensión de la ontología relacional.
Detengámonos un momento en la hermenéutica. Se
ha podido profundizar, sobre todo gracias a los autores de
habla francesa e inglesa, y en virtud de la recepción fecunda
de la obra de Ricœur,69 la problemática de la constitución
69
Según su portal en la red, la amplitud de las investigaciones surgidas a
partir del pensamiento de Ricœur se organiza alrededor de diez ejes temáticos
85
Carlos Mendoza–Álvarez
de la subjetividad, sea siguiendo el aspecto de la voluntad y sus meandros miméticos según Girard, o bien en la
construcción de sí en el seno del tejido del reconocimiento
intersubjetivo según las propias potencias de la experiencia,
siguiendo en este caso la vía entreabierta por Ferry.
Según sus respectivos análisis, es posible sacar a la luz
el dinamismo del deseo, la rivalidad y la confrontación
que preside la afirmación de sí. El conflicto de la historia es explicado, en consecuencia, como una permanente
búsqueda de dominio de sí frente a una alteridad que
molesta la mismidad del Yo. La sacralización de la violencia consolida este procedimiento de la voluntad e instaura
el reino del Yo como constante de la violencia, siempre
presente en las sociedades humanas desde los orígenes del
mundo rememorado. Se trata de un enigma por resolver
para cada una de las culturas de la humanidad según sus
propias fuentes de sentido.
La pragmática del discurso, por su parte, asimismo
situada en la vía abierta por el pensamiento posthegeliano
de la intersubjetividad, no acepta el fatalismo propio de
cierta lectura dialéctica de la rivalidad fratricida como el
destino inevitable de la historia sino que sugiere la hipótesis
de una “comunidad ilimitada de discurso” como obra de
la razón y de la libertad autónomas, capaces de gestionar
de manera responsable las pulsiones de eros y thanatos. Se
trata de un pensamiento nacido de la indignación contra “el
fundamentales que se entrelazan unos con otros: ética, hermenéutica, justicia,
mal, metáfora viva, paradoja política, fenomenología, poética, tiempo narrado
y voluntad. Sería deseable agregar a esta lista el ámbito de la teología [de
disponible en: http://www.fondsricoeur.fr/index.php?m=22&dev=&lang=fr
&rub=2&ssrub=].
86
El Dios escondido de la posmodernidad
perpetuo triunfo de los verdugos sobre sus víctimas”, que
busca salidas posibles a los callejones de la violencia histórica atestiguada “desde la fundación del mundo”.
E incluso si la Escuela de Fráncfort en el siglo XX
—desde Adorno y Max Horkheimer hasta la segunda
generación de Habermas y Karl–Otto Apel— ha insistido
sobre el necesario carácter formal de las reglas de discusión,
eso no sirve sino a la supervivencia del sistema si no hay
un “contenido material” en dicha ética comunicacional
que consista en la promoción de la vida —en particular,
la amenazada— de personas y de colectividades. Así lo ha
defendido con rigor Enrique Dussel70 en sus intercambios
con Apel en Alemania y México.
En consecuencia, el sujeto débil designa en su sentido
específico el proceso de construcción histórica de la intersubjetividad que acontece en el seno de los dinamismos
de la voluntad y de la razón crítica, siempre a partir del
reconocimiento de las diferencias. Ésta es una condición de
posibilidad del espacio común. De otro modo, la ética del
discurso se convierte en una coartada para la voluntad de
omnipotencia que se disfraza rápidamente como sistema
de poder totalitario.
Esta defensa de la diferencia en el seno de toda comunidad histórica encuentra así una explicación coherente en
el conjunto de la invención de la subjetividad vulnerable
posmoderna, comprendida en cuanto ser–en–relación. Se
trata, así, de una subjetividad abierta a la trascendencia
70
Cf. Dussel, Enrique. La ética de la liberación ante el desafío de Apel, Taylor y
Vattimo (Toluca: uaeM, 1988) [de disponible en: http://www.misioncultura.
gob.ve/descarga/01/desc11.pdf ].
87
Carlos Mendoza–Álvarez
desde un punto de vista fenomenológico en tanto mutuo
reconocimiento.
Será justo en el interior de este proceso intersubjetivo
que podrá advenir la trascendencia como comunicación
realizada plenamente. Tal es el marco de referencia filosófico propio de la “teología comunicativa” propuesta por
Helmut Peukert en su discusión con Habermas y Apel
sobre la correlación inmanencia–trascendencia. En efecto,
el teólogo alemán retomará así la ética del discurso para
presentar las coordenadas principales de la constitución de
la subjetividad y explicar en su seno la pertinencia del cristianismo como realización efectiva de la llamada comunidad
ilimitada de vida. Regresaremos más adelante a este punto
para discernir las problemáticas teológicas precisas de esta
discusión.
De la sospecha a la indiferencia frente a los metarrelatos
En este sentido, el pensamiento débil rebasa el estadio de
la sospecha propuesta por los maestros decimonónicos
para proponer otra comprensión de la historia a partir de
cierta indiferencia antes los metarrelatos. Este pensamiento
llega a postular la inclusión política del pluralismo de las
identidades como condición de posibilidad de toda racionalidad que sea susceptible de ser considerada razonable y
sustentable.
En efecto, los maestros de la sospecha habían puesto
en marcha una genealogía del pensamiento y de la moral
occidentales para ubicar el punto de ruptura entre el ideal
griego y el judeo–cristiano, y consideraban el primero como
el más apto para dar cuenta de la condición humana. En
88
El Dios escondido de la posmodernidad
todo caso, privilegiaron el ideal del héroe y del guerrero por
encima del ideal del justo y de la víctima porque recibieron de su época una lectura alienante de la religión judía
y del cristianismo. La recepción crítica posterior a las
aportaciones de los maestros de la sospecha —llevada a
cabo por cristianos insertos en la modernidad— permitió
una renovación filosófica y teológica sin precedentes, sobre
todo en los medios cristianos protestante y católico del siglo
XX. Este nuevo impulso al pensamiento teológico condujo
a los cristianos a interpretar el Evangelio como camino de
libertad y de liberación, y resituó la fe como fuente de solidaridad en la promoción de la justicia y de la paz.
El correlato indispensable de la afirmación de la diferencia es, entonces, el cuestionamiento de los metarrelatos
como expresión totalitaria de la voluntad de omnipotencia.
Su manera en apariencia ingenua de hablar de la verdad
única esconde en el fondo un deseo infantil rara vez reconocido y muestra que se trata más de una estrategia que
de un conocimiento formal. Era necesario hacer visible a
los ojos de los sujetos emancipados esa fuerza ilocutoria
de los metarrelatos a fin de quitarles su carácter sagrado y
absoluto.
Si existe algo absoluto en la historia es el grito de las
víctimas y la memoria viva que guarde de ellas la humanidad.
Dicho esto, sería necesario subrayar por último que la
indiferencia de los posmodernos no es un desprecio de lo
real —como lo señaló Gilles Lipovetski cuando denunció
la era del vacío propia de las sociedades de consumo— ni
tampoco el cínico relativismo que señalan los adversarios de
la posmodernidad. Por el contrario, la indiferencia posmoderna es un tipo de “lógica de la supervivencia” en medio
89
Carlos Mendoza–Álvarez
del contexto del totalitarismo de la técnica y del mercado,
ambos presuntamente justificados en la afirmación del
fundamento metafísico de la verdad y en una versión jerárquica de la religión, según una lógica de control objetivo y
cuantitativo del mundo.
En este sentido, el fin de la historia tan anunciado
por Francis Fukuyama es el fin de los metarrelatos y no
el fin del mundo en tanto casa común. Este autor puso
en evidencia el papel totalitario de ciertas reconstrucciones de la historia realizadas por los vencedores, algo que
Walter Benjamin ya había hecho desde finales del siglo
XiX. Ciertamente, los metarrelatos esconden con frecuencia
un deseo de omnipotencia no reconocido como tal y una
estrategia de control político y cultural. Existen abundantes
ejemplos de historia oficial, contada por los vencedores,
pero una vez que esa historia es derrumbada por los relatos
de las víctimas, ya no tiene peso ni credibilidad. La reconstrucción de la historia a partir de las víctimas, de la gente
anónima y de los excluidos se ha convertido incluso en una
metodología historiográfica en las sociedades democráticas
avanzadas. También ha sido un instrumento precioso para
la reconstrucción de la memoria colectiva después de tiempos de guerra y destrucción. Por estos motivos, el carácter
terapéutico de la microhistoria no le quita nada sino que
refuerza el estatuto crítico y su aporte a la constitución de
sociedades tolerantes, más justas y humanas.
El elogio de la diferencia
En tanto fuerza histórica, la posmodernidad conlleva en
primer lugar una praxis social, política, científica y cultural
90
El Dios escondido de la posmodernidad
donde se cultiva la conciencia aguda de las desigualdades
de toda índole, pero al mismo tiempo, de manera positiva,
propone nuevos pactos sociales. De hecho, se trata de una
racionalidad en extremo sensible a la exclusión en todo tipo
de sociedades de totalidad: el estado, el ejército, las iglesias,
las cárceles, las escuelas. Busca instaurar un espacio público
no sólo formal, como subraya la Escuela de Fráncfort, sino
promover un compartir de bienes que permita a todos
sobrevivir, tal como lo ha propuesto la filosofía de la liberación latinoamericana y aquélla formulada por grupos de
excluidos, como ya señalamos antes.
En segundo lugar, la posmodernidad habla de una “in–
diferencia”, pero en el sentido de una interioridad asumida
según el carácter único propio de cada individuo, por eso
inefable, porque cada uno goza de una condición existencial propia e irremplazable en el mundo. De hecho, aquello
que se evoca es la interiorización de la diferencia personal
pero también de la diferencia de los otros en el seno de los
procesos de interacción mutua.
Sin embargo, tal estadio intersubjetivo no se realiza como
proyecto histórico sino en la medida en que se lleva a cabo
como renversement o exposición permanente de la subjetividad, para decirlo empleando una expresión de Levinas.
Esta exposición designa la irrupción del Otro en el rostro del
prójimo para provocar un estado subjetivo de extrañamiento
que deviene llamado a un éxodo interior en busca de la tierra
prometida de lo común. La diferencia se presenta así como
rostro, molestia, llamado, invocación, inspiración y, por
último, promesa. No significa esto que sea ya trascendencia,
pero sí es su instauración en germen en el dinamismo de
la subjetividad: se trata “de Dios que viene a la idea”, es el
91
Carlos Mendoza–Álvarez
Infinito que se devela, el prójimo que nos ordena, la alteridad como honda diferencia según la mirada fenomenológica de la ética fundadora, pre–discursiva, pre–lingüística
y, por lo mismo, expresión cercana precisamente al Dasein.
En este sentido postheideggeriano, tanto Derrida como
Vattimo y Nancy defenderán más tarde el elogio de la diferencia propia de cada individuo, pero también expresada
en sus acciones y representaciones simbólicas, como una
auténtica manera de existir propia del Dasein, concreción
de la finitud de la historia y de su inevitable ambigüedad.
Finalmente, gracias a Derrida71 y Maurice Blanchot72,
sobre todo, será posible profundizar el vínculo entre nihilismo y kénosis del Verbo, según la lógica de la encarnación
71
Derrida, Jacques. Sauf le nom (París: Galilée, 2006) 115 p.
El tema de la kénosis del lenguaje fue retomado también por Gisèle Berkman
como clave de interpretación de todo un linaje de pensamiento nihilista,
desde Derrida hasta Blanchot y Nancy: “Comment, dans cette perspective
athéologique qui est celle de Blanchot, le nom de Dieu peut–il conserver une
forme de statut qui ne soit aucunement celui d’un garant suprême? Telle est,
en substance, la question fondamentale posée par Jean–Luc Nancy, question
qui se voit reliée au statut du sens dans l’œuvre de Blanchot: un sens qui, loin
d’être sens absent, est sens évanouissant. L’écriture, c’est alors ce qui désigne
chez Blanchot «le mouvement d’exposition à une fuite du sens qui retire du
«sens» la signification pour lui donner le sens même de cette fuite...» (p.130)
Lisant Nancy lecteur de Blanchot, nous revient subitement en mémoire
l’image de ces anges de Rembrandt, dont on ne sait trop s’ils descendent sur
terre ou s’ils reprennent leur envol... Le nom de Dieu, chez Blanchot, c’est cela
même qui vient au lieu d’un absentement du sens: non comme ce qui supplée
malgré tout au sens absent par un surcroît de sens, mais comme ce qui se situe
«dans un évanouissement de cette existence». Mais évanouissement, échappée,
kénose, sont peut-être encore des termes qui fixent ce «vide du ciel» évoqué
par Nancy, et qui fait peut–être allusion à la «(scène primitive)» de L’Écriture
du désastre. Qu’il y ait, dans cette nomination limite, de l’ultime sans dernier
mot, c’est ce que montre bien Nancy: «Presque malgré lui, et comme sur la
limite extrême de son texte, Blanchot n’a pas cédé sur le nom de Dieu —sur
l’inacceptable nom de Dieu— car il a su qu’il fallait encore nommer l’appel
innommable, l’appel interminable à l’innomination» (p.133)” [de disponible
72
92
El Dios escondido de la posmodernidad
en la historia humana de Jesús de Nazaret. Tal abajamiento
es la herencia del cristianismo para toda época, en particular
para estos tiempos de nihilismo y deconstrucción.
Por su parte, Vattimo73 sacará las consecuencias del
nihilismo para un cristianismo en permanente rebasamiento de sí, según la crítica de sus propias idolatrías. La
tradición kenótica abrirá un nuevo horizonte de existencia
a los sujetos débiles, abiertos, a partir de la experiencia de
su propia vulnerabilidad, a un cumplimiento de la historia
común a todos. Esta apertura es ya una manera de existir
sin fundamento, ni sentido, ni valor... como pura afección.
Siguiendo esta vía recién abierta, Nancy desarrollará
una gramática nihilista destinada a salvaguardar este vacío
del lenguaje, esa nada de la representación, aquella ausencia siempre atestiguada como horizonte y nunca como
posesión. En sus diversos trabajos literarios y filosóficos, el
profesor de Estrasburgo habrá vaciado al cristianismo de su
contenido para devolverle su ser indicio de la nada, es decir,
para permanecer él mismo vacío de sí, en la lógica de la
en: http://www.blanchot.fr/fr/index.php?option=content&task=view&id=12
2&Itemid=].
73
Vattimo, Gianni y René Girard. Verità o fede debole. Dialogo su cristianesimo
e relativismo (Massa: Transeuropa, 2006) 98 p.; “Nihilisme et émancipation”,
en Lumière et Vie, núm.258 “Le nihilisme, défi pour la foi” (Saint–Alban–
Leysse, junio de 2003) pp. 7–12. Véase el comentario crítico de Christian
Duquoc acerca de ese fondo nihilista como ocasión para el redescubrimiento
del Evangelio: “Le nihilisme suppose le sentiment ou l’évidence d’un effondrement de l’absolu ou de la transcendance: les valeurs sont privées du soutien
divin. Cette situation provoque soit ressentiment, soit réaction créatrice [...]
L’Évangile ne sacralise pas la vanité, il en mesure la portée pédagogique, il
oriente vers l’appréciation gratuite de la création, témoin d’une présence que
la parole dévoile”. Duquoc, Christian. “La légèreté du rien”, en Lumière et
Vie, núm.258 “Le nihilisme, défi pour la foi” (Saint–Alban–Leysse, junio
2003), p.74.
93
Carlos Mendoza–Álvarez
kénosis del Verbo. El Logos divino será entonces verbo y no
sustantivo; existencia y no esencia; lenguaje de un cuerpo
herido, de la conciencia aguda, de la mesa puesta, de la
presencia ausente; metáforas vivas de la irrupción kenótica
del Misterio de lo real que rebasa todo conocimiento y toda
posesión.
Gracias a ello, para los autores nihilistas la diferencia
encontrará en el cristianismo su expresión teológica última
en tanto agonía, esto es, existencia vivida hasta el límite,
que conduce la intersubjetividad al extremo de la donación
de su propia vida, en aquella lógica inaugurada a partir de la
idea judía del mesías, misma que revistió su configuración
decisiva en la vida y muerte del Galileo. Pero ésta es otra
cuestión a la que será necesario volver más adelante en los
dos últimos capítulos de este libro.
94
El Dios escondido de la posmodernidad
II. LA BÚSQUEDA DEL FUNDAMENTO
En el escenario de la crisis de la modernidad tardía, una
de las soluciones propuestas es la de contra–modernidad,
basada en una lectura alternativa a la racionalidad occidental anterior a la Ilustración. Preferimos aquí llamarla de esta
manera, y no tanto anti–modernidad, para dejar abierta
la pregunta por el juicio que estos movimientos de pensamiento hacen a las Luces y sus diversos avatares de emancipación. Será útil mantener presente este cuestionamiento
fundamental a todo lo largo del presente capítulo, con el fin
de sacar todas las consecuencias posibles en el comentario
conclusivo de nuestro análisis.
El movimiento contra–moderno se consolida en
Occidente en la segunda mitad del siglo XX para denunciar
que la civilización inaugurada con los triunfos de razón
científico–técnica tiene pies de barro, ya que fue construida
sobre bases erróneas, en particular en lo referente a la definición de la verdad y al rechazo explícito de Dios como
principio y finalidad de la humanidad y de la creación.
Los diversos movimientos culturales de retorno a los
clásicos católicos de la Edad Media en boga actualmente
95
Carlos Mendoza–Álvarez
en Europa,1 por ejemplo, o los movimientos político–religiosos que se oponen a la secularización moderna en los
contextos cristiano o musulmán, aparecen como síntomas
del rechazo a la modernidad. En el orden del debate de las
ideas, las posiciones actuales contra los derechos de las minorías sexuales son comunes a la mayor parte de los líderes
religiosos, por ejemplo, en el caso de la oposición al reconocimiento jurídico de las uniones o matrimonios del mismo
sexo. Tal posición muestra una de las tensiones principales
que presiden en la actualidad la relación entre religión y
modernidad: la gestión autónoma y responsable del cuerpo
y de la sexualidad.
Con el fin de rastrear los principales momentos de la
historia de esta contra–modernidad en el seno del catolicismo, será necesario primero dirigir la mirada hacia sus
orígenes lejanos, situados en la crisis modernista de fines
del siglo XiX, y luego enfocar los debates surgidos en el
Concilio Vaticano II sobre el tema de la Iglesia y la revela1
En este sentido, el neotomismo retomó un lugar en el discurso católico del
siglo XX, por ejemplo, en el caso de intelectuales como Jacques Maritain o
teólogos como Jean–Hervé Nicolas e incluso, bajo ciertos aspectos, el cardenal Charles Journet. Una de las principales problemáticas de este modelo de
pensamiento se centró en la necesidad de recuperar el fundamento metafísico de la ley natural antes los desvíos relativistas del ateísmo militante. Cf.
Maritain, Jacques. “Humanisme intégral” [1936], en Œuvres complètes, vol.
Vi [1935–1938] (Friburgo / París: Éditions Universitaires / Cerf, 1984) 1317
p. Por su parte, Gabriel Marcel defendió, contra la crítica de Maritain, la
pertinencia del devenir fenomenológico de la existencia, manteniendo a la vez
su identidad como filósofo y como católico. Cf. Marcel, Gabriel. La dignité
humaine et ses assises existentielles (París: Aubier, 1964) 219 p. Un balance de
esta tensa relación acontecida entre 1928–1939 se puede consultar en: Alonso,
Jorge. “El contexto de una carta: la conflictiva relación de dos filósofos católicos”, en Dianoia, vol.lii, núm.59 (México, noviembre de 2007) [de disponible en: http://dianoia.filosoficas.unam.mx/info/2007/d59-Alonso.pdf ].
96
El Dios escondido de la posmodernidad
ción divina en los años sesenta del siglo pasado. La Iglesia
católica atravesó el siglo XX buscando un aggiornamento que
le permitiese actualizar su presencia y su predicación en el
seno de las sociedades en evolución democrática, urbana e
industrial.
En esa misma época, la renovación del tomismo se fue
gestando de manera silenciosa con el empleo de instrumentos exegéticos rigurosos. Tal corriente de pensamiento
será uno de los protagonistas del “retorno a las fuentes”
tan anhelado por el Concilio Vaticano II. El aggiornamento
del tomismo está inacabado, pues aún estamos a la espera
de la etapa siguiente que consistiría, a los ojos de muchos
teólogos, en la promoción de una hermenéutica tomasiana
aplicada a la dogmática y a la moral, en debate con la ciencia y la filosofía modernas.
En efecto, la interpretación de los principios de la sacra
doctrina dentro de esta corriente aún no asume las problemáticas principales de la crítica a la ontoteología, por ejemplo, sino que hasta ahora se ha contentado con reafirmar y
promover una lectura exacta y contextualizada de los textos
del Aquinate. Los esfuerzos por poner al día una hermenéutica tomista, en discusión con la filosofía moderna —por
ejemplo, los realizados por Karl Rahner2 y Bernard J.F.
Lonergan3 en un sentido postkantiano o, más adelante, por
2
Cf. Rahner, Karl. Geist in Welt (Innsbruck, 1939), cap.Xi. Véase el balance
crítico de un tomista en: Cessario, Romanus. Le Thomisme et les thomistes
(París: Cerf, 1999) 125 p.
3
Por lo que respecta a la epistemología y su aplicación al acto del creer,
Lonergan escribió lo siguiente: “Avant d’entrer dans le monde médiatisé par
la signification, la religion est la parole originelle que Dieu nous adresse en
répandant son amour dans nos cœurs. Cette parole originelle n’appartient
pas au monde médiatisé par la signification, mais au monde de l’immédia-
97
Carlos Mendoza–Álvarez
Mauricio Beuchot en México, en el contexto de la filosofía
analítica y la hermenéutica— no parecen haber tenido una
acogida importante en la comunidad científica tomista.
Otro capítulo de esta historia de contra–modernidad
de inspiración cristiana provendrá del mundo anglicano
cercano al catolicismo inglés, con un movimiento que con
rapidez se extenderá de fines del siglo pasado hasta nuestros
días entre filósofos y teólogos tanto insulares como continentales. Esta corriente, llamada "Radical Orthodoxy", ha
puesto sobre la mesa un profundo cuestionamiento al
reduccionismo sociológico y epistemológico propio de la
racionalidad moderna. Pretende mostrar el problema filosófico de la insuficiencia actual de la civilización occidental
y la necesidad de volver a encontrar el lugar de la teología
como una ciencia irremplazable para el conocimiento y la
gestión de lo real. Dicho argumento implicará también,
como lo veremos más adelante, una dimensión política
centrada en el rechazo de la secularización extrema de los
teté, à l’expérience non médiatisée d’un mystère d’amour et d’effroi [...] La
parole est [...] personnelle [...] La parole a également une portée sociale [...]
La parole, enfin, est historique. Elle est la signification proclamée. Elle doit
trouver sa place dans le contexte d’autres significations, non religieuses. Elle
doit emprunter et adapter un langage mieux fait pour ce monde que pour la
transcendance”. Lonergan, Bernard J.F. Pour une méthode en théologie (París:
Cerf, 1978) pp. 135–136. Asumiendo la propuesta de Lonergan, su hermano
en religión y discípulo en Fráncfort dio continuidad a su reflexión en un
ámbito propiamente teológico. Cf. Knauer, Peter. Der Glaube kommt vom
Hören. Ökumenische Fundamentaltheologie (Bamberg: Schadel, 1986) 382 p.
Versión castellana: Para comprender nuestra fe (México: uia, 1989) [de disponible en: http://www.jesuiten.org/peter.knauer/pcnf.pdf ]. Tómese en cuenta
también la distancia crítica que algunos autores han tomado ante la noción
lonerganiana de “conocimiento de sí–conocimiento de Dios” en: Roy, Louis.
Le sentiment de transcendance. Expérience de Dieu? (París: Cerf, 2000) 136 p.
Sus comentarios críticos también se pueden encontrar en la red [de disponible
en: http://francais.lonergan.org/elr.htm].
98
El Dios escondido de la posmodernidad
debates éticos y propondrá una defensa para promover el
reconocimiento de la voz de las iglesias en la definición
de los códigos ético y jurídico en el orden local, regional y
mundial.
En todo caso, aquello que surge en medio de este
debate es una nueva figura de sociedad llamada postsecular,
con el desafío de tener en cuenta por una parte la autonomía de la razón y por otra el reconocimiento de sus límites,
para volver a colocar a la religión en el corazón del ser
humano y de la sociedad.
En el fondo de esta afirmación del teocentrismo del
conocimiento y de la acción humana va a resurgir, con
nuevos ímpetus, la reivindicación de la teología cristiana
en el plano teórico de ser un conocimiento de la finalidad
del cosmos, así como una reafirmación de la religión revelada como la garante de la trascendencia no manipulable
por la razón y, finalmente, el anuncio del cristianismo
como cumplimiento de la historia. Tales propósitos serán
juzgados por algunos como temerarios, audaces por otros.
En todo caso, se trata de una de las voces que es preciso
escuchar con atención para captar de manera adecuada
la problemática en cuestión de la correlación fe y razón
en la hora presente de la modernidad tardía.
la crisis Modernista RELOADED
La restauración de la doctrina católica
El siglo XiX fue el tiempo de los enfrentamientos entre el
catolicismo apologético europeo y el pensamiento liberal
derivado del siglo de las Luces. Tiempo marcado, desde el
99
Carlos Mendoza–Álvarez
punto de vista político, por la desamortización de los bienes
de la Iglesia en la mayoría de las repúblicas occidentales, la
pérdida de los estados pontificios en la naciente república
italiana y el confinamiento de la autoridad pontificia al
interior de la Iglesia católica latina bajo la forma de jurisdicción en tiempos del papa Pío iX.4
El Concilio Vaticano I calculó adecuadamente las
implicaciones de la secularización y decidió atacar sus
fundamentos teóricos. Sendas constituciones dogmáticas
—Dei Filius, sobre le revelación, y Pastor Aeternus, sobre el
oficio del supremo pastor de la Iglesia— fueron promulgadas en 1870 para justificar la estrategia católica ante los
4
Numerosas obras han tratado recientemente la difícil relación del pontificado del papa Pío iX con el Estado italiano en ciernes, en el contexto de las
democracias liberales que se comenzaron a instalar en Europa y América en el
siglo XiX. La Carta Encíclica Quanta Cura, del papa Pío iX, denunciaba, en los
siguientes términos, la supuesta justificación de la separación Iglesia–Estado
que sustentaba las acciones en la mayor parte de las repúblicas nacientes: “Là
où la religion a été mise à l’écart de la société civile, la doctrine et l’autorité de
la révélation divine répudiées, la pure notion même de la justice et du droit
humain s’obscurcit et se perd, et la force matérielle prend la place de la véritable justice et du droit légitime. D’où l’on voit clairement pourquoi certains,
reléguant au dernier rang les plus sûrs principes de la saine raison, sans en
tenir compte, osent proclamer que: ‘La volonté du peuple qui se manifeste par
ce qu’on dit être l’opinion publique, ou autrement, constitue la loi suprême
dégagée de tout droit divin et humain, et que dans l’ordre politique des faits
accomplis, par cela même qu’ils sont accomplis, ont force de droit’”. Pio iX.
Lettre Encyclique Quanta Cura, núm.6 (8 de diciembre de 1864) [de disponible en: http://www.salve-regina.com/Magistere/PIE_IX_quanta_cura.htm].
Acompañando la Encíclica, el Syllabus denunció como doctrina contraria a
la fe el laicismo radical y rechazó de manera tajante esta formulación en su
§iV: “lV. La Iglesia debe estar separada del Estado y el Estado separado de la
Iglesia” es una afirmación contraria a la fe y a la tradición de la Iglesia. Pío iX
defendía así el reconocimiento de la Iglesia católica a través de concordatos con
los estados civiles que la reconocieran como interlocutora, con la finalidad de
salvaguardar las supuestas prerrogativas de derecho divino propias de la Iglesia
católica.
100
El Dios escondido de la posmodernidad
abusos de los ideales liberales que inspiraron la vida política
occidental y ponían en riesgo la civilización cristiana en
Occidente junto con su aporte al conjunto de la civilización
humana. La idea de revelación junto con la de autoridad
estaban estrechamente ligadas en aquel modelo apologético
que afianzaba así el papel preponderante de la cristiandad
en la conducción de la sociedad occidental como cabeza de
la humanidad gracias a la misión que le fue confiada por
Cristo mismo.
Por otra parte, tanto teólogos católicos como protestantes habían comenzado a discutir, antes del Concilio
Vaticano I, las ideas ilustradas, algunos de ellos para denunciar la perversión de la inteligencia que aquéllas conllevaban, como lo hizo más tarde el Syllabus que acompañó la
Carta Encíclica Quanta cura del 8 diciembre de 1864. Otros
quisieron tomar en cuenta las objeciones de los filósofos
para así profundizar el misterio de la fe cristiana. Tal era el
caso, por ejemplo, del uso de los métodos histórico–críticos aplicados al estudio de la Biblia, iniciado por el padre
Marie–Joseph Lagrange5 en la Escuela Bíblica de Jerusalén
en 1885, que fue criticado con dureza por el magisterio de
Roma, lo que lo llevó a padecer una prohibición de enseñanza de la teología por algunos años en la Iglesia católica.
Otros teólogos, como Alfred Loisy,6 en Francia, habían
5
En su biografía crítica del padre Lagrange, Bernard Montagnes subraya
los prejuicios que prevalecieron en uno de sus censores, el padre Alphonse
Delattre, en contra del método histórico empleado por el primero, a juicio de
aquel censor, dependiendo de Alfred Loisy. Cf. Montagnes, Bernard. Marie–
Joseph Lagrange: une biographie critique (París: Cerf, 2004) p.319.
6
Este profesor del Instituto Católico de París fue censurado por Roma a
causa de sus opiniones sobre la divinidad de Cristo. Sin embargo, su obra
se enfocaba más bien a aplicar el método histórico a los textos fundacionales
101
Carlos Mendoza–Álvarez
tomado un camino aún más difícil al hacer una lectura
histórico–crítica de la Iglesia, al aplicar criterios y métodos
sociológicos e históricos al análisis de la eclesiogénesis, por
ejemplo, George Tyrrel,7 en Inglaterra, más otros autores
católicos en Alemania e Italia se tuvieron que contentar
con mantener en privado sus tesis, con el fin de evitar ser
expulsados de la Iglesia católica.8
Tal ánimo apologético agresivo contra las desviaciones
de la fe y de la razón se puede encontrar hasta la publicación de la encíclica Pascendi Dominici Gregis por el papa
Pío iX el 8 de septiembre de 1907. Todos los “errores”
propios de la secularización fueron señalados de manera
puntual y condenados como contrarios a la fe católica. Un
siglo después, el primer centenario de esta encíclica fue
profusamente celebrado por algunas facultades de teología católica, por varios movimientos religiosos integristas
y por católicos fervientes deseosos de conservar la sólida
herencia de la Iglesia.
Si seguimos este hilo conductor, podremos situar mejor
los dos principales documentos de la Iglesia católica del
siglo XX en torno a la correlación fe y razón: la constitución
del cristianismo, en particular, en aquello que el conocimiento histórico de
los Evangelios había descubierto sobre Jesús. Esta cuestión sería asumida más
tarde por la investigación exegética y cristológica como un momento metodológico necesario, integrándolo a la dimensión propiamente teológica de la
reflexión, en vistas de un pensamiento crítico. Cf. Loisy, Alfred. L’Évangile et
l’Église (Bellevue: Chez l’auteur, 1904) 279 p.
7
Tyrrel, George. Through Scylla and Charybdis. Or the Old Theology and the
New (Longmans: Green and Co., 1907) 386 p.
8
Cf. Böhm, Irmingard. “Modernismo y antimodernismo. El pensamiento de
los modernistas más importantes”, en Coreth, Emerich y Walter Neidl (dirs.).
Filosofía cristiana en el pensamiento católico de los siglos XIX y XX, vol.II (Madrid:
Encuentro, 1988) pp. 301–315.
102
El Dios escondido de la posmodernidad
dogmática Dei Verbum,9 del Concilio Vaticano II, y la carta
encíclica Fides et ratio,10 publicada posteriormente por el
papa Juan Pablo II.
El primer documento representa una lectura muy
matizada del uso de la ciencia exegética para la comprensión de la Biblia, al mismo tiempo que propone preservar
la interpretación espiritual de los textos santos, integrados
en el dinamismo de la Tradición viva, siendo las dos, tanto
Escritura como Tradición, los dos elementos constitutivos
de la revelación divina.
Por el contrario, Fides et ratio, si bien retoma por su
parte la enseñanza del Concilio Vaticano II en Dei Verbum,
optó por retomar el vínculo con el Concilio Vaticano I y su
constitución dogmática Dei Filius. En el fondo, se trata de
una manera muy lograda de poner de nuevo sobre la mesa
la cuestión de los límites inaceptables de la secularización,
denunciando en particular los errores de su versión extrema,
es decir, del pensamiento débil que conduce al relativismo de
la verdad y a la anarquía moral. Pero el argumento central no
enfoca sus objeciones sólo a la posmodernidad sino a toda
la racionalidad que la precedió, en particular el historicismo
y la dialéctica, y las denunció como reduccionismos de la
verdad y negación de la constitución metafísica de creación.
De este modo, el conflicto entre la fe católica y la razón
posmoderna criticada por la encíclica Fides et ratio expresa
una nueva etapa de aquel conflicto arriba señalado entre la
Iglesia y la Ilustración, debate irresuelto entre la emancipa9
[de disponible en: http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_
council/documents/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_fr.html].
10
[de disponible en: http://www.vatican.va/edocs/ESL0036/_INDEX.
HTM].
103
Carlos Mendoza–Álvarez
ción y la obediencia de la fe, entre conocimiento racional
y revelación:
Al explicitar ahora los contenidos del Magisterio
precedente, quiero señalar en esta última parte
algunas condiciones que la teología —y aún antes la
Palabra de Dios— pone hoy al pensamiento filosófico y a las filosofías actuales. Como ya he indicado,
el filósofo debe proceder según sus propias reglas y
ha de basarse en sus propios principios; la verdad,
sin embargo, no es más que una sola. La Revelación,
con sus contenidos, nunca puede menospreciar a
la razón en sus descubrimientos y en su legítima
autonomía; por su parte, sin embargo, la razón no
debe jamás perder su capacidad de interrogarse y
de interrogar, siendo consciente de que no puede
erigirse en valor absoluto y exclusivo. La verdad
revelada, al ofrecer plena luz sobre el ser a partir del
esplendor que proviene del mismo Ser subsistente,
iluminará el camino de la reflexión filosófica. En
definitiva, la Revelación cristiana llega a ser el verdadero punto de referencia y de confrontación entre el
pensamiento filosófico y el teológico en su recíproca
relación. Es deseable pues que los teólogos y los
filósofos se dejen guiar por la única autoridad de
la verdad, de modo que se elabore una filosofía en
consonancia con la Palabra de Dios. Esta filosofía
ha de ser el punto de encuentro entre las culturas
y la fe cristiana, el lugar de entendimiento entre
creyentes y no creyentes. Ha de servir de ayuda para
que los creyentes se convenzan firmemente de que
104
El Dios escondido de la posmodernidad
la profundidad y autenticidad de la fe se favorece
cuando está unida al pensamiento y no renuncia
a él. Una vez más, la enseñanza de los Padres de la
Iglesia nos afianza en esta convicción: “El mismo
acto de fe no es otra cosa que el pensar con el asentimiento de la voluntad [...] Todo el que cree, piensa;
piensa creyendo y cree pensando [...] Porque la fe,
si lo que se cree no se piensa, es nula”. Además: “Sin
asentimiento no hay fe, porque sin asentimiento no
se puede creer nada”.11
En este contexto, el documento presenta tres problemáticas
como esenciales —a los ojos del magisterio del obispo de
Roma, pero no para la opinión de la mayor parte de los filósofos concernidos— para un posible debate. Para los propósitos de nuestra investigación, nos interesan en particular
los problemas de la posibilidad de la razón para conocer
la verdad, la unidad de la verdad y la subordinación de la
razón a la verdad de la revelación.
La emancipación de las ciencias de la religión
En la lógica de la secularización de la razón moderna, las
ciencias de la religión también se emanciparon de la tutela
de la teología.12 Fue el resultado de un proceso propiamente
11
Juan Pablo ii. Carta Encíclica Fides et Ratio (14 de septiembre de 1998), cap.
“Interaction entre la théologie et la philosophie”, núm.79 [de disponible
en: http://www.vatican.va/edocs/esl0036/_indeX.HtM].
12
Un pionero de esta ruptura epistemológica, en el mundo protestante, es
sin duda Friedrich Schleiermacher (1768–1834), quien había distinguido en
su momento entre ciencia positiva, filosofía y crítica para la comprensión del
estatuto de la teología. Cf. Schleiermacher, Friedrich. Le statut de la théologie
Vi
105
Carlos Mendoza–Álvarez
teórico que se fue consolidando a pesar de las posiciones
adversas de las autoridades eclesiásticas frente a la libertad
de cátedra en el seno de las diversas iglesias.
Enfoquemos la atención por el momento en el aspecto
teórico de la cuestión. Ya evocamos más arriba la génesis
cultural de tal ruptura. Ahora es preciso detenernos un
momento en las implicaciones gnoseológicas para estas
disciplinas, pero también para la teología.
Las facultades de teología están padeciendo en la actualidad enormes presiones en las universidades occidentales,
obligadas por la rigurosa lógica de la gestión académica
concentrada en el impacto social del conocimiento. En
particular en los países secularizados, las iglesias con dificultad encuentran candidatos para formar sus cuadros dirigentes de la vida pastoral de las comunidades, mucho más aún
para alimentar esta tradición hoy puesta en duda. En los
países donde la secularización liberal del silo XiX redujo a
lo privado la influencia social de las iglesias, el fenómeno se
presenta de manera diferente. Y esto porque la teología no
(París: Cerf, 1994) § 1, 5, 21, 28, 32 y 58. Casi un siglo después, Ernst
Troeltsch contribuyó, por su parte, a la consolidación de una racionalidad
laica en el estudio de las religiones que desplazó el estatuto propiamente
teológico de la experiencia religiosa: “La nouvelle méthode peut être dite celle
de l’histoire de la religion: elle soumet d’abord toute tradition à la critique et,
pour les questions de principe, elle part toujours de l’ensemble de la réalité
historique pour n’aboutir à des étalons de valeur qu’à partir de cette vue
d’ensemble. L’ancienne méthode il faut la caractériser comme la méthode
dogmatique: elle part d’un point départ totalement soustrait à l’histoire et à
sa relativité, et obtient à partir de là des propositions inconditionnellement
certaines, qui peuvent tout au plus être mises après coup en relation avec les
connaissances ou les opinions du reste de la vie humaine”. Troeltsch, Ernst. “À
propos de la méthode historique et de la méthode dogmatique en théologie?”
(1900), Œuvres, vol.iii. L’absoluité du christianisme et l’histoire de la religion
(1901–1912) (París: Cerf, 1996) p.51.
106
El Dios escondido de la posmodernidad
es reconocida en su estatuto científico propio dentro de las
universidades públicas sino identificada cuando mucho con
la sabiduría tradicional de las iglesias. Tales signos culturales
muestran la dificultad de base para que el discurso teológico
pueda tener acceso al debate de la comunidad científica,
siendo la objeción principal que la teología depende de un
prejuicio no verificable: la revelación y su trasmisión según
un principio de autoridad.
Gracias a estas objeciones, las nuevas disciplinas que se
concentran en el análisis de lo religioso, sin tener en cuenta
la verdad de su contenido sino su impacto social, histórico, psicológico y antropológico, encontraron un terreno
fecundo en las universidades modernas y en las sociedades
democráticas laicas.
Dos problemáticas principales se conjugan por este
medio: la cuestión del rechazo de toda autoridad dogmática
(sea doctrinal o disciplinar) en el conocimiento científico,
y la negación de una idea de revelación que rechace el paso
por el filtro de la verificación de orden empírico o experiencial. Las ciencias de la religión, por su parte, aceptaron
más o menos, cada una a su modo, su respectivo estatuto
propio en el conjunto del conocimiento empírico del fenómeno religioso. Es preciso recordar aquí el papel propio de
la filosofía de la religión posterior a Ludwig Wittgenstein,
identificada como un análisis propio al juego de lenguaje
de la trascendencia apercibida por la subjetividad y comunicada a través del discurso y de la práctica.
Los aires de la emancipación alcanzaron así a tocar no
sólo los presupuestos teóricos sino también las motivaciones subjetivas de los cientistas religiosos, quienes ya no se
reconocieron en la pertenencia a una iglesia particular con
107
Carlos Mendoza–Álvarez
su voluntad de control del contenido y de la disciplina. La
emancipación de las ciencias de la religión fue finalmente
una de las causas que podría explicar el fenómeno del éxodo
de los cristianos de sus respectivas iglesias, cuestión de la
que nos ocuparemos más adelante.
Las intervenciones contra las teologías contextuales
Es necesario detenernos primero en la descripción de
un fenómeno propio de la Iglesia católica que aconteció
después del Concilio Vaticano II, bajo el pontificado del
papa Juan Pablo II y su sucesor. Se trata de una lectura revisionista13 del concilio para corregir los “excesos” en diverso
ámbitos, por ejemplo, la doctrina, la moral y la liturgia, con
la finalidad de recuperar el vínculo “verdadero”, aquél de la
tradición de la Iglesia.
Para el propósito de la presente obra, es importante
concentrar la atención sobre la estrategia puesta en juego
por la curia romana a fin de desmantelar ciertos proyectos
teológicos, pastorales y eclesiales que buscaban proseguir la
experiencia cristiana inspirados en la letra y el espíritu del
Concilio Vaticano II. El caso de América Latina es ejemplar para mostrar la eficacia de tal propósito, a partir de la
evolución de las iglesias locales latinoamericanas luego de
13
Algunos sociólogos latinoamericanos de la religión llaman a este periodo
“invierno eclesial”, otros “reforma Wojtyla”, para subrayar cierta reversa que se
implementó ante los avances iniciales permitidos por el Concilio Vaticano II.
En todo caso, se trató de una recepción sui generis del Vaticano II la que fue
puesta en marcha por el Papa polaco, luego de la euforia de la primera recepción. Cf. Alberigo, Giuseppe. “L’histoire du Concile Vatican II: problèmes
et perspectives”, en Théobald, Christoph (dir.). Vatican II sous le regard des
historiens (París: Centre Sèvres, 2006) pp. 25–48.
108
El Dios escondido de la posmodernidad
la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano
en Medellín, en 1968, que comenzó a inquietar a ciertas
corrientes eclesiales conservadoras. Podemos señalar al
menos tres ámbitos de intervención realizada para enderezar el camino torcido y juzgado peligroso para la fe: la
teología de la liberación, la vida religiosa inculturada en
contexto local y la práctica pastoral profética de pastores
cercanos a los excluidos. Veamos ahora brevemente algunos
episodios que marcaron este intervencionismo romano en
la región.
Con la ayuda del entonces cardenal Joseph Alois
Ratzinger, futuro Benedicto XVi, el papa Juan Pablo II
publicó —en pleno contexto de la Guerra Fría— dos
instrucciones para corregir los excesos y enseñar el sentido
verdadero de la doctrina católica sobre la libertad y la liberación sociopolítica: Libertatis Nuntius (1984) y Libertatis
Conscientia (1966). Es posible distinguir dos acercamientos
distintos en sendos documentos: el primero, bajo la influencia de Juan Pablo II, con su franca oposición al socialismo
de todo tipo, mezclado con cierta apertura a la cuestión
social; el otro, bajo la influencia del cardenal Ratzinger, más
focalizado en el debate teórico con la modernidad nacida de
la Ilustración, pervertida bajo la forma del marxismo.
El testimonio del teólogo Jon Sobrino sobre las
tensiones que rodearon el debate con Roma sobre la
ortodoxia de sus escritos es bastante revelador. El número
tres de la carta, donde informa al Prepósito General de
su orden la difícil relación con la Congregación para la
Doctrina de la Fe, merece ser citado en su parte conclusiva:
109
Carlos Mendoza–Álvarez
Creo que el cardenal Ratzinger, en 1984, no
entendió a cabalidad la teología de la liberación,
ni parece haber aceptado las reflexiones críticas
de Juan Luis Segundo, Teología de la liberación.
Respuesta al cardenal Ratzinger, Madrid, 1985, y
de I. Ellacuría, “Estudio teológico–pastoral de la
Instrucción sobre algunos aspectos de ‘la teología de
la liberación’”, Revista Latinoamericana de Teología
2 (1984) 145–178. Personalmente creo que hasta
el día de hoy le es difícil comprenderla. Y me ha
disgustado un comentario que he leído al menos en
dos ocasiones. Es poco objetivo y puede llegar a ser
injusto. La idea es que “lo que buscan los (algunos)
teólogos de la liberación es conseguir fama, llamar
la atención”.
Termino. No es fácil dialogar con la Congregación
de la Fe. A veces parece imposible. Parece que está
obsesionada por encontrar cualquier limitación
o error, o por tener por tal lo que puede ser una
conceptualización distinta de alguna verdad de la
fe. En mi opinión, hay aquí, en buena medida,
ignorancia, prejuicio y obsesión para acabar con la
teología de la liberación. Sinceramente no es fácil
dialogar con ese tipo de mentalidad.
Cuántas veces he recordado el presupuesto de
los Ejercicios: “todo buen cristiano ha de ser más
pronto a salvar la proposición del prójimo que a
condenarla”. Y estos días he leído en la prensa un
párrafo del libro de Benedicto XVi, de próxima
aparición, sobre Jesús de Nazaret. “Creo que no es
necesario decir expresamente que este libro no es en
110
El Dios escondido de la posmodernidad
absoluto un acto magisterial, sino la expresión de mi
búsqueda personal del ‘rostro del Señor’ (salmo 27).
Por lo tanto, cada quien tiene libertad para contradecirme. Sólo pido a las lectoras y a los lectores el
anticipo de simpatía sin la cual no existe comprensión posible”. Personalmente le ofrezco al Papa
simpatía y comprensión. Y deseo vehementemente
que la Congregación de la Fe trate a los teólogos y
teólogas de la misma manera.14
Las dos instrucciones fueron dirigidas a los obispos latinoamericanos para prevenirlos de los errores de la teología de
la liberación, floreciente en América Latina desde los años
sesenta. Bajo pretexto de una supuesta lectura marxista de
la historia, acompañada de un reduccionismo sociológico
de la fe —interpretación que fue rechazada en el momento
oportuno por los mismos teólogos de la liberación concernidos—,15 dichos documentos buscaban la restauración
14
El autor analiza cinco temas de desconocimiento de su obra en las objeciones del cardenal Ratzinger. Aquí citamos sólo uno de los más fundamentales,
a nuestro juicio, para la interpretación de la fe: “a) Ratzinger: ‘Respecto a la
fe dice, por ejemplo, J. Sobrino: La experiencia que Jesús tiene de Dios es
radicalmente histórica. ‘Su fe se convierte en fidelidad’. Sobrino reemplaza
fundamentalmente, por consiguiente, la fe por la ‘fidelidad a la historia’ (fidelidad a la historia, 143–144). Comentario. Lo que yo digo textualmente es: ‘su
fe en el misterio de Dios se convierte en fidelidad a ese misterio’, con lo cual
quiero recalcar la procesualidad del acto de fe. Digo también que ‘la carta (de
los Hebreos) resume admirablemente cómo se da en Jesús la fidelidad histórica
y en la historia a la práctica del amor a los hombres y la fidelidad al misterio
de Dios’ (p.144). La interpretación de Ratzinger de remplazar la fe por la fidelidad a la historia está injustificada. Repito varias veces: ‘fidelidad al misterio
de Dios’”. Sobrino, Jon. Carta de Jon Sobrino al P. Peter–Hans Kolvenbach
(15 de marzo de 2007) [de disponible en: http://alainet.org/active/16346].
15
Entre 1985 y 1988 se publicaron al menos 30 obras en América Latina
referentes al fundamento bíblico y a la inspiración de la opción por los pobres
111
Carlos Mendoza–Álvarez
de la Iglesia en la región según un modelo apologético de
la doctrina y de la moral católicas, con la preocupación
de promover una nueva forma de relación Iglesia–Estado
según la lógica de los derechos humanos, de los cuales el
primero y más fundamental sería, a los ojos de Roma, el derecho a la libertad religiosa.
Tal intervención doctrinal del magisterio romano
estuvo acompañada por una campaña de control de la enseñanza de la teología en los seminarios y las casas de estudio
de los religiosos en casi todos los países del subcontinente,
buscando deponer a los profesores y a las autoridades académicas que promoviesen una lectura materialista de la Biblia
y una visión sociológica de la misión de la Iglesia. La eficacia de dicha campaña fue tal que un lustro más tarde ya se
había modificado el currículo oficial de estudios filosóficos
y teológicos, de manera que se evitase toda contaminación
con las ideas liberacionistas. Una parte de los seminaristas
y profesores aparentemente se plegaron a las exigencias
curiales, otros abandonaron el ministerio o la vida religiosa.
La mayor parte intentó vivir en silencio, a la espera de una
nueva primavera eclesial.
Un tercer destinatario fue la vida religiosa. La
Confederación Latinoamericana de Religiosos (clar) sufrió
una intervención directa del Vaticano en la aprobación de
sus estatutos, la elección de sus dirigentes y los programas
por desarrollar. Por ejemplo, el proyecto Palabra y Vida,
que promovía una lectura popular de la Biblia, fue suprien la tradición viva de la Iglesia. Ésta fue la respuesta a la lectura reduccionista
de la teología de la liberación propuesta por Roma, la tradición viva de la
Iglesia. Cf. Segundo, Juan Luis. Teología de la liberación. Respuesta al Cardenal
Ratzinger (Madrid: Cristiandad, 1985) 195 p.
112
El Dios escondido de la posmodernidad
mido en 1991.16 Hay que recordar que la vida religiosa en
la región había explorado al mismo tiempo nuevas formas
de consagración a Dios y a su Reinado en el corazón de los
medios obrero, indígena, campesino y en los barrios populares de las grandes ciudades latinoamericanas, siguiendo
una espiritualidad de la kénosis y encarnación del Verbo y
de la necesaria solidaridad que conlleva para promover la
justicia y la paz, si fuese necesario junto con el cambio del
sistema económico, político y social.
Finalmente, durante esos años comenzó una nueva
política de nombramiento de obispos según el perfil propio
a este plan de restauración. Los obispos de inspiración
profética fueron remplazados por pastores dóciles a la
autoridad eclesiástica más que al clamor de los pequeños
y los oprimidos. No hay que olvidar que en la actualidad
en América Latina más de 90% de los obispos fueron
nombrados por el papa Juan Pablo II, y ellos mismos
eligieron después a su sucesor. Por el contrario, los obispos
mexicanos que participaron en el Concilio Vaticano II y se
nutrieron de su espíritu de aggiornamento ya no eran sino
dos en el último cónclave para la elección del nuevo pontífice sucesor de Juan Pablo II.
El éxodo de católicos sin Iglesia
Después de la puesta en marcha de este proyecto de la
así llamada por los sociólogos de la religión “restauración
16
Véase la lectura a posteriori de dicho acontecimiento hecha por el presidente de
la clar justo después de la intervención de Roma. Coscia, Luis. “Nuevos acentos
de la vida religiosa en América Latina” [de disponible en: www.cirm.org.mex/
portal/documentos/aciertos.doc].
113
Carlos Mendoza–Álvarez
Wojtyla”, esta intención se desarrolló en relación con
la Guerra Fría y la caída de los sistemas comunistas en
Europa, en particular en el contexto noratlántico posterior
a la caída del Muro de Berlín, en 1989. El fenómeno del
autoexilio de los católicos de su propia iglesia comenzó a
aparecer como expresión de búsqueda de una nueva identidad más allá de los límites institucionales. Buena parte
de los católicos comprometidos en la trasformación social,
tanto en toda América como en Europa, se enfrentaron a la
imposibilidad de continuar realizando su esfuerzo al interior de instituciones eclesiales como parroquias, diócesis,
seminarios, misiones, escuelas y demás instancias eclesiásticas. Muchos tomaron la decisión de emigrar hacia el campo
humanitario para garantizar la libertad de expresión y de
acción a favor de los marginados, sin distraerse por querellas institucionales estériles. Tal fue el caso, por ejemplo, de
la creciente demanda de secularización de sacerdotes, de la
cada vez mayor presencia de la vida religiosa en organizaciones civiles y de la participación de laicos en movimientos y organizaciones no gubernamentales, en lugar de un
compromiso parroquial o diocesano.
Como parte de este mismo fenómeno de exilio de católicos de sus instituciones eclesiales, apareció otro fenómeno
sociológico importante. El sociólogo de la religión Roberto
Blancarte17 lo llamó, en el caso mexicano, “la revolución
silenciosa del catolicismo”. En los años recientes ha estu17
Cf. Blancarte, Roberto J. Historia de la Iglesia católica en México 1929–1982
(México: fce, 1993) 447 p. [Se puede consultar la entrevista que refiere su
visión crítica de los cambios en la moral sexual práctica de los católicos mexicanos en de disponible en: http://www.modemmujer.org/docs/18.100.htm].
114
El Dios escondido de la posmodernidad
diado cuidadosamente el cambio en la práctica religiosa de
los laicos después del Concilio Vaticano II, sobre todo en
lo que toca a la moral vivida de manera cada vez más autónoma y, al mismo tiempo, más alejada de las enseñanzas
del magisterio episcopal. En el caso de México, existe una
encuesta de 2003,18 aplicada a un grupo representativo de
2,368 personas, en torno a la moral de los católicos mexicanos: salud, sexualidad y procreación en el contexto de
la laicidad y la moral pública. La encuesta ofrece, por vez
primera en el país, elementos importantes de análisis cuantitativo para medir los cambios en las costumbres y las prácticas de los valores. De hecho, el análisis de las motivaciones
que suscitaron estos cambios de costumbres incluía un
elemento de opción personal en franca contradicción con
la enseñanza del magisterio en más de 80% de los casos.
Los resultados que fueron difundidos en la opinión
pública muestran con claridad el tránsito de una sociedad
tradicional religiosa a una liberal secularizada.19
18
Católicas por el Derecho a Decidir y Population Council. Encuesta de
opinión católica en México (México: cdd, 2003) [de disponible en: http://
www.popcouncil.org/pdfs/EncuestaOpinionCatolicasSummary.pdf ].
19
Un ejemplo de los resultados obtenidos en las recientes encuestas realizadas
en México, y que dan qué pensar sobre las trasformaciones del catolicismo
como religión dominante, es el siguiente: “Ocho de cada diez mujeres y
hombres (84%) consideramos que podemos ser buenas católicas y católicos
y usar métodos anticonceptivos. Un poco más de la mitad (55%) creemos
que podemos seguir siendo buenas católicas y católicos cuando apoyamos a
una mujer que decide hacerse un aborto. Un poco más de la mitad (53%)
pensamos que una mujer que se ha hecho un aborto puede seguir siendo buena
católica. Más de ocho de cada diez (85%) sentimos que podemos seguir siendo
buenos católicos y exigir justicia con la suspensión del ministerio a sacerdotes
católicos que han abusado sexualmente de niños. Tres de cada cuatro (73%)
creemos que no dejamos de ser buenas católicas y católicos por opinar que los
sacerdotes que han abusado sexualmente de niños, sean juzgados no solo por
la Iglesia católica sino también por instancias civiles”. Católicas por el Derecho
115
Carlos Mendoza–Álvarez
De esta manera, a pesar de los esfuerzos de autoridades eclesiásticas por más de un cuarto de siglo, durante el
pontificado del papa Juan Pablo II, esta tendencia no ha
disminuido sino que, por el contrario, aumenta en nuevos
campos, tales como el de la despenalización del aborto en
ciertos casos clínicos, el reconocimiento jurídico de las
uniones del mismo sexo y la legalización de la eutanasia
pasiva en caso de enfermos terminales que aprueban por
sí mismo o por sus familiares cercanos, según la voluntad
previamente expresada en el caso de muerte cerebral.
La práctica religiosa en los países latinoamericanos
se encuentra también en rápida trasformación, siguiendo
la lógica de la emancipación moderna. Esta circunstancia
provoca tensiones evidentes con el modelo apologético
antiguo, que ya no tiene pertinencia ni goza de credibilidad.
En efecto, de una expresión de piedad popular llena
de emoción y de ingenuidad, sumisa a la autoridad eclesiástica que apela a su origen divino, se ha pasado a una
expresión de elección de pertenencia a una comunidad
creyente, según criterios más personalizados de identidad
religiosa. Con frecuencia aparecen casos de laicos que
deciden suspender su compromiso parroquial para crear
comunidades eclesiales de identidad, sean las comunidades
de base en los barrios populares u otro tipo de comunia Decidir y Population Council. Encuesta de opinión católica en México
(México: cdd, 2003), p.15 [de disponible en: http://www.popcouncil.org/
pdfs/EncuestaOpinionCatolicasSummary.pdf ]. No obstante, es importante
subrayar el problema metodológico de este tipo de encuesta sociológica: los
sondeos describen las prácticas, mientras que la ética, por su parte, busca la
ortopraxis a partir no sólo de la constatación empírica sino de ciertos principios universales reconocidos como tales por la comunidad de naciones en su
respectiva codificación jurídica.
116
El Dios escondido de la posmodernidad
dades de pertenencia, según una opción principal de vida,
por ejemplo, comunidades de profesionistas, de parejas, de
minorías sexuales, de compromiso social y humanitario, de
medio cultural, de lengua y cultura autóctonas, de migrantes y muchas más.
Por su parte, los teólogos vivieron también este invierno
eclesial de maneras diferenciadas según las circunstancias y
las mentalidades. Algunos se mantuvieron en las instituciones eclesiásticas, con frecuencia afectadas por la lógica de
la censura y de la autocensura. Durante el pontificado del
papa Juan Pablo II, sólo en el mundo de habla castellana,
por ejemplo, más de una decena de teólogos de los más
importantes en la región y de diversas disciplinas fueron
interpelados por la Congregación para la Doctrina de la Fe
o por la comisión respectiva en su iglesia local y la mayoría de
ellos tuvo que suspender la enseñanza pública de la teología,
fuera a través de una cátedra universitaria o de la publicación
de libros y artículos, e incluso se quedaron sin posibilidad de
predicar en los templos. Varios profesores de las facultades
teológicas iberoamericanas fueron suspendidos de sus cátedras por prudencia eclesiástica, a veces francamente acusados
de heterodoxia por sus propios colegas o incluso por jóvenes estudiantes y por laicos pertenecientes a movimientos
eclesiales de restauración, que funcionan como vigías de las
autoridades eclesiásticas.
Ante esta situación desventurada, la alternativa de una
parte de los católicos, en medio de este ambiente enrarecido, fue la de tomar distancia de ciertas instituciones eclesiásticas para ampliar su horizonte y su misión cristiana más
allá de las fronteras institucionales. Se orientaron, así, hacia
el vasto mundo de los movimientos sociales, de compro117
Carlos Mendoza–Álvarez
miso ecológico y de diálogo interreligioso, donde su testimonio de fe se pudiera convertir en semilla más fecunda y
auténtica en el contexto actual de la mundialización.
el despertar del toMisMo crítico
Pasemos ahora a otro ámbito problemático, distinto, pero
no divergente, de la contra–modernidad que intentamos
descifrar en su lógica interna, es decir, conocer sus argumentos principales en lo que concierne a la correlación fe y
razón, así como sus aplicaciones ilocutorias en las sociedades posmodernas.
En efecto, se trata de una corriente de pensamiento,
pero también de una acción eclesial que defiende el retorno
a las fuentes clásicas en la teología, en la liturgia, la moral,
el gobierno eclesiástico y la disciplina canónica, para hacer
avanzar la tradición de la Iglesia. Esta corriente da a la
problemática en cuestión un peso intelectual de gran envergadura. El padre Marie–Dominique Chenu fue uno de los
principales pioneros de esta síntesis entre sabiduría medieval y sentido histórico moderno.20 Tras sus pasos, otros
autores profundizaron una eclesiología de comunión para
dar cuenta de las problemáticas teológicas y las prácticas
de lectura exacta de la tradición que están en juego en un
nuevo contexto, diferente al de la cristiandad, en particular
20
Cf. Chenu, Marie–Dominique. La théologie comme science au XIIIe siècle
(París: Vrin, 1957) 110 p.; Saint Thomas d’Aquin et la théologie (París: Seuil
2005); Duquesne, Jacques y Marie–Dominique Chenu. Un théologien en
liberté. Jean Duquesne interroge le P. Chenu (París: Centurion, 1975) 201 p.
118
El Dios escondido de la posmodernidad
subrayando la dimensión pneumatológica de la renovación
eclesial.21
Sobre esta base histórica, la siguiente fase del tomismo
crítico, llamada por Jean–Pierre Torrell “pensamiento
tomasiano”,22 vendría a profundizar desde los años sesenta
del siglo pasado el cuestionamiento sobre la pertinencia
de la racionalidad moderna. En el seno de esta crítica, el
tomismo propuso la idea de la insuficiencia radical de la
Ilustración para dar cuenta de la finalidad de la creación.
Así por ejemplo, el tomismo justificó la urgente necesidad
de volver a la sabiduría doctrinal del cristianismo, cultivada
de manera específica por Tomás de Aquino y otros maestros
21
En este sentido se entienden los trabajos de los dos grandes eclesiólogos
dominicos posteriores al Concilio Vaticano II, Jean–Marie Tillard y Hervé
Legrand; cada uno contribuyó con su talento patrístico e histórico, respectivamente, a la renovación de la eclesiología de comunión. Cf. Tillard, Jean–
Marie. Église d’Églises (París: Cerf, 1984) 415 p. Por otra parte, son famosos los
análisis precisos y detallados de los textos conciliares realizados por Legrand,
el profesor emérito del Instituto Católico de París: Legrand, Hervé. “La théologie des églises sœurs”, en Revue des Sciences Philosophiques et Théologiques,
t.lXXXViii (París, 2004) pp. 461–496; “Communautés locales, laïcs et charges
ecclésiales”, en La Maison Dieu, vol.215, núm.3 (París, 1998) pp. 9–32.
Véanse también los entrecruzamientos ofrecidos al final de su enseñanza:
Routhier, Gilles y Laurent Villemin (eds.). Nouveaux apprentissages pour l’Église
(París: Cerf, 2006) 545 p.
22
El padre Torrell es mundialmente reconocido como uno de los pilares de la
renovación de los estudios tomasianos posteriores al Concilio Vaticano II. Su
trabajo se basa en un riguroso estudio exegético e histórico de las fuentes del
pensamiento de santo Tomás. A partir de dichos análisis, busca comprender la
sabiduría doctrinal del Aquinate y su pertinencia universal. Cf. Torrell, Jean–
Pierre. Initiation à saint Thomas d’Aquin. Sa personne et son œuvre (París: Cerf,
1993). El arraigamiento biográfico de la obra del padre Torrell, en especial su
formación en la escuela de Le Saulchoir, permite poner en evidencia sus intuiciones de base concernientes a la búsqueda de la armonía de un pensamiento,
véase Reinhardt, Elisabeth. “Conversación en Fribourg con Jean–Pierre
Torrell”, en Anuario de historia de la iglesia, vol.15 (Pamplona: Universidad de
Navarra, 2006) pp. 305–332.
119
Carlos Mendoza–Álvarez
medievales, preocupados por salvaguardar la pureza de la
verdad divina contenida en las santas Escrituras y trasmitida fielmente por la Tradición viva de la Iglesia.
El tomismo había sobrevivido a las diferentes expresiones de la cultura moderna23 en la Iglesia católica, desde
los tiempos del nominalismo de Guillermo de Ockham
y la discusión sobre los universales, hasta las agitaciones
cartesiana y kantiana que habían puesto las bases para el
giro antropocéntrico del pensamiento y de la civilización
occidentales. Sin embargo, en realidad fue una decadente
escolástica inspirada en Francisco Suárez —quien fijó la
metafísica como ontología y profundizó la confusión de
la analogía de atribución intrínseca— la que influyó a la
ontoteología extendida en la Iglesia católica en el periodo
barroco, objeto de la crítica del idealismo alemán primero
y del existencialismo después.
De esta manera, el tomismo logró salir a flote, después
de la crisis modernista, gracias a la introducción de una
serie de estudios históricos iniciados por la escuela teológica
de Le Saulchoir,24 en los años cincuenta y sesenta del siglo
XX, bajo la guía de los padres Ambroise Gardeil, Marie–
Dominique Chenu e Yves Congar, junto con otros grandes maestros historiadores y teólogos formados al mismo
tiempo en la tradición tomista y universitaria antigua.
Gracias a esta renovación intelectual, de manera análoga
al trabajo exegético sobre la Biblia iniciado por el padre
Lagrange en Jerusalén medio siglo antes, la escuela de Le
23
Cf. Cessario, Romanus. Le Thomisme et les thomistes (París: Cerf, 1999)
125 p.
24
Cf. Chenu, Marie–Dominique. Une école de théologie: Le Saulchoir (París:
Cerf, 1985) 178 p.
120
El Dios escondido de la posmodernidad
Saulchoir prosiguió hasta nuestros días el diálogo entre el
pensamiento tomista y las ciencias modernas.
Por su parte, Torrell inició en Tolosa y prosiguió luego
en Montreal, Roma y Friburgo —a partir de los años
sesenta del siglo pasado— un riguroso trabajo de exégesis
tomasiana destinada a situar el pensamiento del Aquinate
en su contexto histórico, cultural y teológico propio, una
preocupación propia de los estudios medievales en el
contexto universitario europeo. Formó desde entonces una
escuela de pensamiento que busca reconstruir la génesis de
la sabiduría escriturística, de los padres de la Iglesia y de las
fuentes filosóficas griegas, judías y musulmanas que Tomás
y sus secretarios emplearon para construir su obra como
verdadera catedral del pensamiento, a lo largo de una escasa
veintena de años, en medio del siglo Xiii.
La primera fase de la renovación tomista —que estuvo
marcada en especial por la historia de las doctrinas— ha
ido cediendo el lugar a una segunda etapa, en la que los
especialistas escogieron regresar al pensamiento doctrinal
de Tomás según lo que ellos mismos llaman un “tomismo
vivo”.25 A partir de esta doctrina, estos autores se sitúan
25
Éste parece ser el lema de la nueva generación de tomistas en sus diferentes
publicaciones y actividades de investigación, como lo señala con precisión el
director de la Revue Thomiste de Tolosa: “La troisième manière d’être thomiste
[ayant jugé insuffisants les deux autres thomismes, celui d’inspiration et le
thomisme fondamentaliste] s’efforce de mettre en œuvre une vivante fidélité
à l’enseignement de saint Thomas. Ce qui se fait en deux temps [...] Dans un
premier temps, il faut prendre au sérieux la dimension historique, non pas
de la vérité certes, mais de l’exercice de la pensée, ce qui est un acquis majeur de
la modernité. [...] En lien avec cette herméneutique jamais close de l’œuvre
historique de saint Thomas, il devient alors possible, dans un second temps,
de vérifier la puissance intégratrice des principes constitutifs du thomisme”.
Bonino, Serge–Thomas. “Être thomiste”, en Bonino, Serge–Thomas (ed.).
121
Carlos Mendoza–Álvarez
en la Iglesia para proponer un debate con todas las otras
corrientes de pensamiento teológico y filosófico moderno,
pero subrayando las problemáticas metafísica, epistemológica, dogmática y moral de la discusión.
Esta segunda fase conlleva también un elemento ideológico, en el sentido de la justificación de un modelo de
Iglesia y de teología que esta corriente juzga como el más
pertinente para el cristianismo actual. Sin embargo, a diferencia del tomismo escolástico, que insistía de manera principal en el conjunto de la doctrina tomista como un todo
irrefutable en el contexto de una cristiandad compacta,
esta corriente pretende esclarecer el horizonte de la fe a
partir del cuestionamiento sobre el realismo del conocimiento humano, su fundamento en la metafísica del Ipse
Esse Subsistens y su correlación intrínseca con la revelación
cristiana de un Dios trinitario, creador y redentor, con el
lugar único de Jesucristo como salvador de la humanidad
a través de los méritos de su pasión y la eficacia salvífica de
su resurrección.
Detengámonos un momento para precisar los elementos importantes de la propuesta del tomismo crítico, con
el fin de captar de manera más adecuada su argumento
Thomistes ou de l’actualité de Saint Thomas d’Aquin (París: Parole et Silence,
2003) pp. 23–24. Un ejemplo de aplicación de este principio doctrinal en el
debate con los teólogos posmodernos es el análisis de Bernhard Blankenhorn
sobre el concepto de causalidad instrumental en Santo Tomás, y su relación
con el análisis fenomenológico de Louis–Marie Chauvet sobre los sacramentos, donde se vuelve a encontrar el mismo argumento centrado en la insuficiencia de la fenomenología postheideggeriana para dar cuenta del realismo
de la salvación aplicado a una interpretación moderna. Cf. Blankenhorn,
Bernhard. “The instrumental causality of the sacraments: Thomas Aquinas
and Louis–Marie Chauvet”, en Nova et Vetera, edición en inglés, vol.iV, núm.2
(Ypsilanti, 2006) pp. 255–294.
122
El Dios escondido de la posmodernidad
en medio de la discusión suscitada por la edad de la razón
posmoderna.26
El realismo del conocimiento humano
Contra las opiniones antigua y moderna sobre la imposibilidad de la razón de conocer lo real —que afirmaron que la
inteligencia sólo puede conocer las proposiciones lingüísticas y semióticas—, el tomismo crítico27 afirma sin cortapisa
un “realismo epistemológico” para explicar el poder que
tiene la inteligencia para penetrar el misterio de lo real y
26
La Enciclopedia Británica de 2007 caracteriza tres problemáticas principales
del tomismo crítico en la segunda mitad del siglo XX: el desarrollo de una
filosofía de la ciencia adecuada; el debate con los descubrimientos surgidos de
la fenomenología y psiquiatría y la evaluación de la ontología existencialista
y naturalista. Cf. Britannica Concise Encyclopedia (Londres: 2007), vocablo:
“Thomism”. Según nuestro propio interés de investigación, proponemos otras
problemáticas más adecuadas para el debate teológico contemporáneo.
27
La crítica al racionalismo cartesiano desde el retorno a santo Tomás propone
con frecuencia argumentos muy débiles. Cf. Pouivet, Roger. Après Wittgenstein,
Saint Thomas (París: puf, 1997) 128 p. Según este autor, la insuficiencia del viejo
Ludwig Wittgenstein al hablar de la religión proviene de su rechazo del llamado
realismo teológico, dando como ejemplo de éste el carácter “histórico” de
la resurrección de Cristo: “Parmi les croyances religieuses que Wittgenstein
présente comme irréductibles à toute forme de justification rationnelle, il y a la
résurrection du Christ (lcr, p.112). Pour lui, il n’est nullement important que
nous ayons de bonnes raisons de croire à l’événement historique de la résurrection de Jésus. Wittgenstein dit ainsi que ‘le christianisme ne repose pas sur une
base historique, au sens où ce serait la croyance normale aux faits historiques
qui pourrait lui servir de fondement’ (lcr, p.113). Cela reste à voir. Comme le
dit saint Paul, ‘si le Christ n’est pas ressuscité, vaine est notre prédication, vaine
aussi notre foi’ (1 Co 15, 14). À mon sens, l’anti–réalisme ne peut aller jusque
là sans absurdité: si le Christ n’est pas réellement ressuscité, passé de mort
qu’il était à vivant, alors, tout simplement, les religions chrétiennes sont de la
blague et les formes de vie chrétiennes sont des illusions vraiment ridicules”.
Pouivet, Roger. “Wittgenstein et les croyances religieuses”, en Revue d’Histoire
et de Philosophie Religieuses, vol.86, núm.3 (París, 2006) pp. 357–375.
123
Carlos Mendoza–Álvarez
no sólo quedarse en la periferia de los seres. Ciertamente,
se trata de reafirmar la posibilidad de conocer la quidditas
de las cosas y no sólo las palabras sino su esencia y su finalidad. Este mismo cuestionamiento fue abordado en la edad
moderna por Edmund Husserl, aunque con instrumentos
idealistas retomados de Franz Brentano, en particular sus
análisis sobre la “filosofía trascendental” y lo “psicológico
intencional”.28
28
El realismo trascendental de Husserl fue el objeto de severas críticas tanto
de parte de los tomistas como de los postkantianos, pero sigue siendo una
referencia principal del cuestionamiento sobre el papel de la subjetividad en la
construcción de los objetos de conocimiento: “Pour ma part j’emploie le terme
‘transcendantal’ en un sens extrêmement large pour désigner le motif originel
[...] qui donne son sens depuis Descartes à toutes les philosophies modernes et
qui en elles toutes cherchent pour ainsi dire à se rejoindre lui–même, à acquérir la forme authentique requise par la tâche qui est la sienne et à obtenir son
accomplissement systématique. Ce motif est celui de la question–en–retour
sur l’ultime source de toutes les formations de connaissance, c’est l’auto–
méditation du sujet connaissant sur soi–même et sur sa vie de connaissance,
dans laquelle toutes les formations scientifiques qui valent pour lui ont lieu
téléologiquement, sont conservées comme un acquis et sont devenues —et
continuent à devenir— librement disponibles. Dans le développement radical
de ses effets ce motif est celui d’une philosophie universelle fondée purement
à partir d’une telle source, c’est–à–dire ultimement fondée. Cette source a
pour titre ‘moi–même’, avec toute ma vie de connaissance réelle et potentielle,
et finalement avec ma vie concrète absolument parlant. La problématique
transcendantale dans son ensemble englobe la relation de ce ‘Moi’ mien —de
l’Ego— à ce qui fut d’abord posé dans l’évidence à sa place, c’est–à–dire à mon
âme, et elle englobe ensuite la relation de ce ‘moi’ et de la vie de conscience
qui est la mienne au Monde, dont je suis conscient et dont je connais l’être
véritable dans mes propres formations de connaissance”. Husserl, Edmund.
Husserliana, vol.Vi: “La crise des sciences européennes et la philosophie transcendantale”, p.113. Apud. Fissette, Denis. “Husserl et Fichte. Remarques sur
l’apport de l’idéalisme dans le développement de la phénoménologie”, en
Symposium [de disponible en: http://www.philo.umontreal.ca/textes/Fisette1.
pdf, p.21].
124
El Dios escondido de la posmodernidad
Este propósito de volver al realismo tomasiano parecía
ser, en una primera impresión, ingenuo y precrítico, si se
tienen en cuenta las advertencias venidas de la mayor parte
de los críticos modernos, en particular después de la afirmación kantiana de la irreductibilidad del noúmeno por la
razón pura, según la cual el en–sí de las cosas permanece
impenetrable. No existe, según este último, sino la posibilidad racional de apercepción de los entes en su aparecer en
tanto fenómeno como la única pertinente según el realismo
trascendental:
[...] la fenomenología es ipso facto idealismo trascendental aunque en un sentido esencialmente nuevo;
no aquél propio de un idealismo psicológico, un
idealismo que a partir de los datos sensibles privados de sentido quiere deducir un mundo pleno de
sentido. No se trata de un idealismo kantiano que
cree poder dejar abierta, al menos como concepto
límite, la posibilidad de un mundo de las cosas en
sí — sino que se trata de un idealismo que no es
otra cosa que, conducido de manera coherente bajo
la forma de una ciencia egológica sistemática, la
auto–explicitación de mi ego como sujeto de todo
conocimiento posible, en la perspectiva de cada
uno de los sentidos del ente que debe precisamente
poder tener sentido para mi, el ego. Este idealismo
no consiste en un juego de argumentaciones, ni
tampoco es un combate dialéctico con los realismos.
Se trata de la explicitación del sentido, desarrollada
en un trabajo efectivo, tratando todo tipo de ente
que es cada vez concebible por mí, el ego, tratando
125
Carlos Mendoza–Álvarez
especialmente sobre la trascendencia (aquello que
me es pre–dado efectivamente en la experiencia) de
la naturaleza, de la cultura, del mundo en general.
Ahora bien, es exactamente la misma cosa que el
desarrollo sistemático de la intencionalidad constituyente ella misma.29
Ahora bien, la cuestión se convirtió en algo todavía más
complejo luego del desmantelamiento fenomenológico
que llegó después de la ruptura epistemológica hecha por
el análisis del lenguaje y su intencionalidad, debido al
carácter complejo de su estructura simbólica y la fuerza de
sus condicionamientos contextuales. En efecto, hablar hoy
de realismo epistemológico puede parecer ingenuo si no
se tienen soluciones sensatas a las objeciones nacidas de la
fenomenología postkantiana.
Una vía de solución ya fue explorada hace medio siglo
por Lonergan,30 quien había intentado construir una síntesis entre el realismo tomista y la teoría del conocimiento
kantiano, vía que llamará “critical realism”, partiendo de
la idea maestra de los dinamismos de la inteligencia según la
estructura propia de la experiencia:
La estructura cognitiva dinámica por realizar es
[...] la estructura de la propia experiencia adquirida personalmente, la propia pregunta apta para
29
Husserl, Edmund. Méditations cartésiennes, § 41. Husserliana, vol.I, pp.
134–135 (traducción del autor).
30
Véase en particular su principal obra epistemológica: Lonergan, Bernard J.
F. Insight. A study of human understanding (Nueva York: Philosophical Library,
1957) 785 p.
126
El Dios escondido de la posmodernidad
la comprensión y los insight, la propia reflexión
crítica, de juicio y de decisión. La pregunta crucial
es una cuestión experimental, y la experimentación
tendrá lugar no en público sino en privado. Ella
consiste en la propia autoconciencia de sí mismo
quien, de manera clara y distinta, toma posesión
de sí mismo en tanto que auto conciencia racional.
Todo conduce a alcanzar dicho objetivo. A partir
de él todo fluye. Nadie más, cuyo conocimiento
o elocuencia no tendrían importancia ni tampoco
su rigor lógico ni su capacidad persuasiva, podrá
hacerlo en tu lugar.31
Aunque algunos tomistas le reprochan a Lonergan haber
capitulado ante los ataques del subjetivismo moderno,
otros han valorado su esfuerzo para sacar todas las consecuencias epistemológicas de la lógica interna del interior
del pensamiento de Tomás de Aquino, pero aplicándolas
a un contexto por completo diferente de aquél de la Edad
Media, tomando en cuenta la subjetividad moderna.32
31
Lonergan, Bernard J.F. Insight. A study of human understanding (Nueva York:
Philosophical Library, 1957), pp. 12–13.
32
Tal es el caso emblemático de un jesuita canadiense, formado con Bernard
Tyrrell en Gonzaga, en Estados Unidos, y, según él mismo, por Torrell en
Friburgo, aunque según testimonio de Torrell, sólo le brindó alguna asesoría
breve. Este autor dice haber encontrado una vía común entre el pensamiento
de Santo Tomás, Lonergan y René Girard, desde la cual ha articulado su
proyecto de investigación: “Je dirais probablement que j’ai maintenant une
lecture lonerganienne de saint Thomas, en dialogue avec d’autres thomistes.
Je reprends saint Thomas à la sauce lonerganienne. J’essaie de pousser le projet
que Lonergan articule dans L’avenir du thomisme et Thomas d’Aquin à notre
époque. Saint Thomas dans son contexte historique, saint Thomas avec ses
outils, les catégories générales, sa dimension intellectuelle, affective, spirituelle,
tout ça, c’est vraiment une extension de ce que Lonergan prépare dans son
127
Carlos Mendoza–Álvarez
Lonergan había desarrollado, en efecto, un fino análisis
de la epistemología de los actos racionales, al articularlos
con una ontología fenomenológica, de tal manera que la
apercepción inteligible de lo real no existiría sino integrando
elementos de la sensibilidad, la acción, el pensamiento, la
voluntad y el lenguaje, en un único dinamismo de “realización humana”. Y esto porque los actos de comprensión no
serían en verdad racionales sino en su carácter especulativo
sin duda, pero acompañados de sus correlatos evaluativo,
emocional y decisorio. De este modo, la racionalidad no
quedaría reducida sólo a sus mecanismos lógico y especulativo del orden de la abstracción sino enraizada en el tejido
relacional de la subjetividad, tal como la fenomenología
postkantiana logró desarrollarlo.
Luego de la recepción de tales propuestas de la epistemología realista en tiempos modernos, parece inevitable
hoy hacer las siguientes elecciones: seguir la vía de una epistemología del realismo metafísico, centrada en la esencia de
las cosas, conocida formalmente por la inteligencia, luego
de un proceso de abstracción que la conduce hasta el juicio
según el modelo tomasiano, o continuar en la construcción
de una epistemología del realismo ontológico que estaría listo
para integrar los datos fenomenológicos en la reconstrucpropre projet. C’est là que je vois beaucoup la contribution historique [...]
Il y a un autre groupe qui lit saint Thomas dans une direction platonisante.
C’est le mouvement anglican ‘Radical Orthodoxy’. Leur saint Thomas,
c’est un saint Thomas à la saint Bonaventure. Saint Thomas sans vraiment
la science et la métaphysique. Ou du moins s’ils appliquent la science et la
métaphysique, c’est d’une façon dogmatique, ce n’est pas du tout comme
catégorie générale”. Entrevue avec Gilles Mongeau (Washington: The Lonergan
Institute, noviembre de 2006) [de disponible en: http://www.lonergan.org/
francais/egm.htm].
128
El Dios escondido de la posmodernidad
ción de la verdad y sus expresiones en los dinamismos de la
persona, sin renunciar por ello al conocimiento de las cosas,
pero siempre a través de la mediación de la subjetividad y
sus potencias de experiencia en su relativa autonomía que
le es propia.
La metafísica del ser después de la ontoteología
La crítica a la ontoteología realizada por Martin Heidegger,
pero ya presente desde Immanuel Kant es una parte de la
grave confusión referente al objeto de la metafísica medieval: la aparente identidad entre el Ser y el ente supuestamente defendida por el pensamiento metafísico. Esta
versión, sin embargo, no pertenece a las propuestas precisas
de Tomás de Aquino, por ejemplo, quien distingue muy
claramente entre esencia y existencia en la participación
que el Esse subsistens hace a las creaturas de su existencia,
con lo que salvaguarda el carácter infinito de su esencia en
el acto creador:
Por eso mismo queda refutado el error de aquellos
para quienes Dios no es otra cosa que el ser formal
de todas las cosas [...] Cuatro vías parecen alimentar
este error. La primera es la interpretación equivocada de algunas autoridades. En el capítulo iV de
la Jerarquía celeste, Dionisio dice que el ser de todas
las cosas es la divinidad superesencial. De donde se ha
querido concluir que el ser formal de todas las cosas
era Dios, sin darse cuenta de que esta interpretación
está en desacuerdo con las palabras mismas. Si la
divinidad fuese, en efecto, el ser formal de todas las
129
Carlos Mendoza–Álvarez
cosas, ella no estaría por encima de todas las cosas,
sino en medio de todas las cosas, y aun más, será
parte de todas las cosas. Afirmando que la divinidad
está por encima de todas las cosas, Dionisio muestra
que ella es por naturaleza distinta de todas las cosas
y situada por encima de todo. Afirmando, por otra
parte, que la divinidad es el ser de todas las cosas,
muestra que todas las cosas tienen por Dios una
cierta semejanza con el ser divino. Dionisio rechaza
después más claramente esta interpretación errónea,
cuando dice en el libro iii de Los Nombres divinos
que no existe entre Dios mismo y las demás cosas ni
contacto ni mezcla alguna, como sería el contacto de
punto y la línea o la huella de un sello sobre la cera.33
33
cg I, 26. Véanse también los siguientes textos de santo Tomás sobre el
“super–ente” divino: “Ad tertium dicendum quod Deus non sic dicitur non
existens, quasi nullo modo sit existens, sed quia est supra omne existens,
inquantum est suum esse. Unde ex hoc non sequitur quod nullo modo
possit cognosci, sed quod omnem cognitionem excedat, quod est ipsum non
comprehendi”. st I, 12, 1 a 3. El ser divino que sobrepasa todo ente: “Autem
quod est maxime formale omnium, est ipsum esse, ut ex superioribus patet.
Cum igitur esse divinum non sit esse receptum in aliquo, sed ipse sit suum
esse subsistens, ut supra ostensum est; manifestum est quod ipse Deus sit
infinitus et perfectus”. st I, 7, 1. El ser divino que conoce todas las cosas en
acto: “Quaecumque igitur possunt per creaturam fieri vel cogitari vel dici, et
etiam quaecumque ipse facere potest, omnia cognoscit Deus, etiam si actu
non sint. Et pro tanto dici potest quod habet etiam non entium scientiam.
Sed horum quae actu non sunt, est attendenda quaedam diversitas. Quaedam
enim, licet non sint nunc in actu, tamen vel fuerunt vel erunt, et omnia ista
dicitur Deus scire scientia visionis. Quia, cum intelligere Dei, quod est eius
esse, aeternitate mensuretur, quae sine successione existens totum tempus
comprehendit, praesens intuitus Dei fertur in totum tempus, et in omnia quae
sunt in quocumque tempore, sicut in subiecta sibi praesentialiter. Quaedam
vero sunt, quae sunt in potentia Dei vel creaturae, quae tamen nec sunt nec
erunt neque fuerunt. Et respectu horum non dicitur habere scientiam visionis,
sed simplicis intelligentiae. Quod ideo dicitur, quia ea quae videntur apud
130
El Dios escondido de la posmodernidad
Según tal comprensión, no hay identidad posible sino en
Dios, con lo que queda precisada la noción de participación
como la diferencia que especifica a la naturaleza creada
al distinguirla de la naturaleza divina. A este respecto, el
cardenal Cayetano ya había distinguido adecuadamente la
diferencia entre el Ser y los entes en los siguientes términos:
“Lo divino precede al ente y a todas sus diferencias: porque
está sobre el ente y sobre lo uno”.34
Será debido a la influencia de una corriente nominalista en el tomismo de la época barroca representado por
Suárez35 que esta identificación entre essentia y divinitas
nos, habent esse distinctum extra videntem”. st 14, 9. Por último, el ser
divino como distinto de los entes: “Nam si divinitas est omnium esse formale,
non erit super omnia, sed inter omnia, immo aliquid omnium. Cum ergo
divinitatem super omnia dixit, ostendit secundum suam naturam ab omnibus
distinctum et super omnia collocatum. Ex hoc vero quod dixit quod divinitas
est esse omnium, ostendit quod a Deo in omnibus quaedam divini esse similitudo reperitur” cg I, 26.
34
“Res divina prior est ente et omnibus differentiis ejus: est enim super ens et
super unum”. Cajetan, Q.39, a.1, Vii.
35
Se podrían distinguir al menos tres aspectos de la influencia de Suárez en
el tomismo formalista, y a veces nominalista, que predominó en la escolástica
tardía: el problema de la ontologización de la metafísica del Ipse Esse Subsistens;
la subordinación de la analogía de proporcionalidad a la analogía de atribución, y la cuestión de la subordinación profunda de la libertad humana al
designio divino. Con respecto al problema de la analogía, Bernard Montagnes
comenta lo siguiente: “Suarez, lui, adopte une interprétation des textes de S.
Thomas qui s’oppose entièrement à celle de Cajetan. Elle a été reprise de nos
jours par le P. Descoqs. D’après les suaréziens, l’analogie de proportionnalité
n’est jamais première, mais elle se fonde sur une ressemblance préalable dont
on ne peut rendre compte que par une analogie d’attribution intrinsèque.
Celle–ci exprime la participation de l’analogue premier par les analogués
secondaires”. Montagnes, Bernard. La doctrine de l’analogie de l’Être d’après
saint Thomas d’Aquin (Lovaina: 1962) p.2 [de disponible en: http://www.
tradere.org/philosophie/analogie/analogie.htm]. Por el contrario, la posición
de santo Tomás parecería ser mucho más matizada a causa de una interpretación progresiva de la causalidad del ser: “On peut trouver dans les œuvres
131
Carlos Mendoza–Álvarez
—derivada, por cierto, de su univocidad—36 fue llevada a
cabo para explicar la relación sobrenatural de toda creatura
con Dios y justificar, por este medio, la subordinación
de la naturaleza humana a la ley natural. A través de esta
discusión sobre la ley natural entró en Occidente aquella
identificación ontoteológica que fue en seguida duramente
de S. Thomas deux orientations différentes suivant que la prédominance est
accordée à l’exemplarité ou à l’efficience. Elles se caractérisent par l’importance
plus ou moins grande qu’elles accordent aux deux aspects de la causalité, mais
elles ne s’excluent pas et il serait inexact de prétendre que S. Thomas a d’abord
choisi l’exemplarité et rejeté l’efficience et ensuite pris l’efficience et laissé
l’exemplarité. Cependant, bien qu’il n’ait jamais séparé les deux causalités,
on est obligé de constater qu’il met d’abord en avant la notion de forme, et
qu’ensuite la notion d’acte devient fondamentale. Le progrès de la pensée de
S. Thomas au sujet de la causalité révèle un approfondissement de la conception de l’être: c’est à partir du Contra Gentiles qu’on voit apparaître la notion
d’actus essendi et qu’on rencontre l’affirmation décisive: esse actus est”. Ibidem,
p.7. Este último tema fue tratado desde la perspectiva neotomista por el padre
Santiago María Ramírez para demostrar el primado metafísico de la analogía
de atribución intrínseca sobre la de proporcionalidad: “Recolatur quod quodin
analogia attributionis forma analoga invenitur intrinsece et formaliter in uno
tantum, quod vocatur famosum vel primum analogatum et propterea dicitur
quod analoga, quae hac analogia nominantur, sunt eadem secundum terminum et diversa secundum habitudines ad illum”. Ramírez, Santiago María.
“De analogia secundum doctrinam aristotelico–thomisticam”, en Ciencia
Tomista (Madrid: 1921–1922) pp. 25–26 y 164–185.
36
Cf. Suárez, Francisco. Disputatio Metaphysica XLII [On Real Relation]
(Milwakee: Marquette University Press, 2006) 431 p. Véase también el
comentario de John Montag sobre esta nefasta influencia de la univocidad
suareziana: “Where Aquinas sees ‘theology which pertains to holy teaching’
founded on principles separate from philosophy, but able to use philosophy to
sort out the difficulties of discourse (for what else is there to use?), Suárez sees
theology itself as standing on the structure provided by philosophy, specifically
an ontologically univocal metaphysics. In order to speak well about God, one
must begin with the clear foundation provided not by sacra doctrina, but the
metaphysical structure of Being, which rises up to meet what is revealed”.
Montag, John. “The false legacy of Suárez”, en Milbank, John; Catherine
Pickstock y Graham Ward. Radical Orthodoxy: a new theology (Londres:
Routledge, 1999) pp. 53–54.
132
El Dios escondido de la posmodernidad
criticada y desmontada por Kant en su Crítica de la razón
práctica.
Una vez clarificada esta confusión, el tomismo crítico se
aprestó a plantear de nuevo la cuestión de la metafísica, en
particular en lo referente a la pregunta por el fundamento
último de lo real y su relación con la causalidad eficiente y
final de la creación.37 Con la finalidad de contrarrestar la
influencia del cientificismo experimental contrario a toda
idea de causalidad, los autores tomistas que han tratado la
cuestión sugieren la necesidad de aceptar una finalidad del
mundo para evacuar toda injerencia subjetiva en la gestión
de la naturaleza, incluidos los casos de la bioética propios de
la racionalidad tecnocientífica. En este sentido, la intencionalidad de la cuestión metafísica se enfoca para justificar un
orden ético objetivo,38 más allá de las relaciones de fuerza
entre interpretaciones divergentes.
37
Considérese la idea de causalidad final en santo Tomás, asociada a la realización de la naturaleza de las creaturas: “Ad tertium dicendum quod necessitas
naturalis inhaerens rebus quae determinantur ad unum, est impressio quaedam Dei dirigentis ad finem, sicut necessitas qua sagitta agitur ut ad certum
signum tendat, est impressio sagittantis, et non sagittae. Sed in hoc differt,
quia id quod creaturae a Deo recipiunt, est earum natura; quod autem ab
homine rebus naturalibus imprimitur praeter earum naturam, ad violentiam
pertinet. Unde sicut necessitas violentiae in motu sagittae demonstrat sagittantis directionem; ita necessitas naturalis creaturarum demonstrat divinae providentiae gubernationem” st I, 103, 1 a 3.
38
Orden objetivo llamado ley natural: “Lex naturalis nihil aliud est quam
participatio legis aeternae in rationali creatura” st I–II 91, 2. No obstante, en
ningún caso ésta sustituye a la ”moral evangélica”, como lo señaló en su oportunidad Servais Pinckaers: “Nous nous attacherons particulièrement à la relation entre la morale et la personne du Christ: le Christ est–il venu simplement
confirmer par son autorité une morale préexistante, la morale du Décalogue,
qui a servi de base aux livres de morale catholique des derniers siècles comme
étant l’expression de la loi naturelle accessible à la raison humaine, ou est–il
venu enseigner une morale nouvelle, supérieure, qui établisse notamment
133
Carlos Mendoza–Álvarez
Queda por saber, sin embargo, si tal finalidad del
mundo es tan claramente objetiva como lo pretende esta
corriente. Desde un punto de vista formal, parece necesario
postular los criterios de legitimidad propios a la bioética en
vistas de la supervivencia de la humanidad, pero de ahí a
regresar a una interpretación de la ley natural fundada sobre
la metafísica del ser existe una gran distancia. Tal opción
nos coloca ante un dilema complicado, no susceptible de
ser recibido por la racionalidad moderno–tardía. ¿Según
qué principios racionales es posible justificar tal orden?
¿Según qué gramática sería posible conjugar tales leyes? Sin
duda que la cuestión del fundamento, en efecto, remite a
aquélla de un horizonte común e incluso de una ley común.
Pero fijar los contenidos de dicha ley parece imposible fuera
del permanente debate que ha de existir entre las adquisiciones científicas y las interpretaciones sobre la finalidad
propuestas por la filosofía y por la teología.
*
Es importante notar al respecto que la distinción entre
Ser y entes propuesta por el tomismo crítico es fecunda
y pertinente para plantear de nuevo la pregunta propiamente teológica que consiste en saber cómo es posible o
no hablar de Dios, a partir de la tradición judía y cristiana,
teniendo en cuenta su no identidad con los contenidos
de la revelación. Ello implica la necesidad de introducir
un lien particulier avec sa personne même?”. Pinckaers, Servais. Jésus Christ,
rédempteur de l’homme (París: Éditions du Carmel, 1986) p.2; Les sources de
la morale chrétienne: sa méthode, son contenu, son histoire (Friburgo / París:
Éditions Universitaires / Cerf, 1985) 523 p.
134
El Dios escondido de la posmodernidad
una teología apofática como condición de posibilidad de
la teología positiva. Dicho de otro modo, esta distinción
nos permite reconocer el carácter siempre provisional de
las explicaciones teológicas, de las nociones propuestas y
de las interpretaciones sugeridas. Ya no es posible según
esto identificar el discurso teológico con la significación
anunciada. Se trata más bien de promover el espacio gramatical propio para salvaguardar el carácter trascedente del
lenguaje, de las acciones, de los valores y de los símbolos
teológicos.
El lugar irremplazable de la revelación cristiana
Un tercer aspecto de la cuestión del fundamento es aquél
que se refiere a la especificidad cristiana en el conjunto de
la cultura y en relación con las religiones de la humanidad.
El debate no es nuevo en el orden teórico, pero ahora se
presenta con matices propios en el marco del pluralismo.
Desde hace más de tres milenios, los textos fundacionales de la fe judía plantean la pregunta por la salvación de la
humanidad y por el lugar de Israel en el designio universal
de Dios: la conciencia de universalidad en tensión con la
idea de elección divina hizo reflexionar a los profetas antiguos como a los filósofos judíos medievales y modernos, tales
como Baruch Spinoza y Emmanuel Levinas, en torno a la
cuestión de saber cómo el Eterno se puede asomar al destino
de una pequeña nación y cómo lo universal se puede revelar
en lo particular.
El cristianismo primitivo, por su parte, fiel a esta
herencia hebrea, prosiguió el cuestionamiento yendo hasta
el límite de la imaginación para hablar de la encarnación
135
Carlos Mendoza–Álvarez
del Logos de Dios en términos de admirable intercambio
entre Dios y el ser humano, el Creador y la creatura, el
Misericordioso y el pecador. Pablo de Tarso, en su carta a
los Romanos, une ambas tradiciones de manera magistral
para dar cuenta del cumplimiento de la promesa hecha a
Abraham y Sara por medio de la salvación llegada en la
reconciliación operada por el Mesías Jesús. El evangelista
Lucas, por su parte, también narró a su manera este universalismo que toca a cada uno en su diferencia, cuando, por
ejemplo, habla de los encuentros de Jesús con el centurión
romano, la mujer siro fenicia e incluso con Pablo mismo en
el camino de Damasco.
Basado sobre estos relatos fundadores, el cristianismo
clásico afirmó la mediación única de Cristo Jesús para
permitir a la humanidad comunicarse con Dios. En el corazón de esta afirmación, los padres de la Iglesia situaron un
doble sentido de la mediación: la unicidad del mediador y
su papel absoluto para el rescate de la humanidad. Gracias
a una explicación metafísica —la unión hipostática entre la
naturaleza divina y humana en la encarnación del Verbo
de Dios en Jesús hijo de María— ha sido posible dar razón de
tal unicidad en ese contexto.
Sin embargo, la conciencia moderna del pluralismo
religioso cambia el registro de la discusión. No se trata
ya de afirmar o de negar este argumento metafísico sino
de dar razón de otras vías de salvación, de revelación e
incluso de otras expresiones del Logos divino, según el
pluralismo de religiones de la humanidad.
El Concilio Vaticano II había atravesado ya la barrera
que parecía infranqueable, al reconocer “los elementos de
gracia y santidad” que se encuentran presentes en las reli136
El Dios escondido de la posmodernidad
giones del mundo y animar a los cristianos a respetarlos y
valorarlos como “semillas del Verbo”. Ciertamente, la insuficiencia de esta expresión en relación con el diálogo interreligioso pronto apareció como un impedimento mayor
para la realización de un verdadero diálogo.
La “Declaración sobre la unicidad y la universalidad
salvífica de Jesucristo y de la Iglesia Dominus Iesus”,39
publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe
en 2000, clarificó aún más los puntos de disenso entre los
interlocutores de tal diálogo.
Algunas hipótesis teológicas habían sido lanzadas por
teólogos situados en las fronteras de dicho diálogo, como
39
En particular, véase el número cuatro, en donde se formulan las principales objeciones contra los intentos de una teología cristiana del pluralismo
religioso: “Las raíces de estas afirmaciones hay que buscarlas en algunos
presupuestos, ya sean de naturaleza filosófica o teológica, que obstaculizan la
inteligencia y la acogida de la verdad revelada. Se pueden señalar algunos:
la convicción de la inaferrabilidad y la inefabilidad de la verdad divina, ni
siquiera por parte de la revelación cristiana; la actitud relativista con relación
a la verdad, en virtud de lo cual aquello que es verdad para algunos no lo es
para otros; la contraposición radical entre la mentalidad lógica atribuida a
Occidente y la mentalidad simbólica atribuida a Oriente; el subjetivismo de
quien, considerando la razón como única fuente de conocimiento, se hace
‘incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atreverse a alcanzar la verdad
del ser’ [...] la dificultad de comprender y acoger en la historia la presencia de
eventos definitivos y escatológicos; el vaciamiento metafísico del evento de la
encarnación histórica del Logos eterno, reducido a un mero aparecer de Dios
en la historia; el eclecticismo de quien, en la búsqueda teológica, asume ideas
derivadas de diferentes contextos filosóficos y religiosos, sin preocuparse de su
coherencia y conexión sistemática, ni de su compatibilidad con la verdad cristiana; la tendencia, en fin, a leer e interpretar la Sagrada Escritura fuera de
la Tradición y del Magisterio de la Iglesia”. Congregación para la Doctrina
de la Fe. Declaración “Dominus Iesus” sobre la unicidad y la universalidad salvífica
de Jesucristo y de la Iglesia (6 de agosto de 2000), núm.4. aas 92 (2000) pp.
742–765.
137
Carlos Mendoza–Álvarez
Jacques Dupuis o Raimon Panikkar, quienes padecieron
posteriormente la prohibición de enseñanza de la teología.
No obstante, el debate sigue aún abierto para encontrar un marco de discusión que tenga en cuenta, a la vez,
el papel de las religiones y lo propio del cristianismo, y que
reconozca también la relación asimétrica que conlleva por
fuerza el pluralismo religioso.
En este contexto, Andrés Torres–Queiruga, teólogo y
filósofo profesor en Santiago de Compostela, ha propuesto
algunos criterios fundamentales para hacer avanzar el
diálogo interreligioso.40 Para ello —y teniendo en cuenta
también las condiciones propias para todo verdadero
diálogo propuestas por la filosofía pragmática— conviene
retomar aquí tres problemáticas principales de la discusión:
el rechazo de la violencia sagrada; la diferencia monoteísta,
y la ética común posible para las religiones.
Veamos primero la crítica de la violencia sagrada.
Significa la voluntad y el pensamiento susceptibles de
40
“Por eso he procurado hablar de inreligionación: igual que, en la ‘inculturación’, una cultura asume riquezas de otras sin renunciar a ser ella misma, algo
semejante sucede en el plano religioso. Una religión que consiste en saberse y
experimentarse como relación viva con Dios o lo Divino, cuando percibe algo
que puede completar o purificar esa relación, es normal que trate de incorporarlo. Pero eso mismo supone que, lejos de suprimirse como tal relación, lo
que hace es afirmarse de una manera más rica e intensa. Hacia ahí apunta el
significado de la ‘in–religionación’: en el contacto entre las religiones, el movimiento espontáneo respecto de los elementos que le llegan desde otra ha de ser
el de incorporarlos en el propio organismo, que de este modo no desaparece,
sino que, por el contrario, crece. Crece desde la apertura al otro, pero hacia el
Misterio común” Torres–Queiruga, Andrés. “Cristianismo y religiones: ‘inreligionación’ y cristianismo asimétrico”, en Sal Terrae, vol.997 (Comillas, enero
de 1997) pp. 3–19. Véase también un reciente desarrollo de estas ideas en el
artículo: “La salvación de Jesús el Cristo en el diálogo de las religiones”, en
Iglesia Viva, vol.233 (Valencia, enero–marzo de 2008) p.15.
138
El Dios escondido de la posmodernidad
excluir del diálogo, por principio, toda interpretación
tendiente a justificar la violencia en nombre de Dios. Se
puede tratar de la violencia ideológica, social o militar que
asocia al patrimonio espiritual de una tradición la noción
de guerra santa, cualquiera que sea el tipo de justificación
histórica o política propuesta. Y esto en virtud no sólo de
una estrategia de supervivencia, algo de por sí elocuente,
sino en razón de la idolatría que se separa como fruto
amargo de las herencias espirituales de todas las religiones.
De hecho, incluso si en último caso se debe reconocer
que en cierto momento dado toda religión ha convocado
a alguna guerra santa como fase de reivindicación contra
las amenazas de las otras, es cierto también que el núcleo
profundo místico de toda religión la lleva a separar los sacrificios de su vínculo con la divinidad. Tal ha sido el caso, por
ejemplo, de las religiones más sacrificiales, como aquéllas
que instauraron un culto a las divinidades de la guerra. En
Egipto, Babilonia, Jerusalén o Tenochtitlán, en el corazón
de los cultos a las divinidades guerreras, se escucharon voces
proféticas para oponerse a la continuación de la lógica sacrificial y para proponer una reforma religiosa.
Estos oponentes a la religión sacrificial fueron a su vez
sacrificados. Los análisis de Rudolph Otto y de René Girard
acerca del vínculo constitutivo entre religión y violencia nos
han enseñado a discernir el elemento sacrificial presente
en toda religión y distinguirlo de otra lectura posible de
lo divino, a partir del rebasamiento de la lógica fratricida.
Más adelante regresaremos a este tema principalísimo de la
visión posmoderna de la religión. Por el momento, baste
indicar esta dirección del pensamiento.
139
Carlos Mendoza–Álvarez
Entre las religiones animistas y politeístas apareció una
nueva expresión de la conciencia de la divinidad, representada por el monoteísmo judío y sus retoños cristiano
y musulmán. Como ya lo señaló en su momento André
Neher, la identidad judía no se explica sino a condición de
asumir su lazo indisoluble con la confesión del Eterno, el
Dios único.41 E incluso si Israel ha debido recorrer un largo
camino para transitar de la monolatría al monoteísmo, en
parte gracias al contacto con los pueblos y religiones vecinas, la fe judía madurada alcanzó a asociar el monoteísmo
con el amor universal al prójimo. Esta temática, esencial
para Israel, ya fue evocada para hablar de la actualidad del
judaísmo en el mundo moderno por Hermann Cohen.42
Para nuestro propósito actual tan sólo retengamos este
rasgo del monoteísmo como principio de una antropología
universal, para luego proponerlo como problemática principal del diálogo interreligioso posmoderno.
Un tercer criterio adecuado para garantizar ciertas
condiciones para el debate en torno a la especificad de la
aportación cristiana en el diálogo interreligioso —objeto
del cuarto capítulo de la presente obra— es la cuestión de
una ética común.
En el contexto de la modernidad tardía, Hans Küng43
y el Parlamento de las Religiones del Mundo44 han puesto
41
Cf. Neher, André. L’existence juive (París: Seuil, 1962) 283 p.
Cf. Cohen, Hermann. L’éthique du Judaïsme: la vocation universelle d’Israël
(París: Cerf, 1994) 364 p.
43
Kung, Hans. Petit traité du commencement de toutes choses (París: Seuil,
2008) 275 p.; Projet d’éthique planétaire, La paix mondiale par la paix entre les
religions (París: Seuil, 1991) 252 p.
44
Cf. Parlement des Religions du Monde. Manifeste pour une éthique planétaire (París: Cerf, 1995) 128 p. El último encuentro tuvo lugar en Australia
42
140
El Dios escondido de la posmodernidad
sobre la mesa esta propuesta como el centro del diálogo interreligioso. Parecería ser una buena estrategia para el inicio de
la mutua escucha, pero en realidad se muestra insuficiente
para hacer avanzar en verdad el diálogo, siempre reconociendo las diferencias entre las religiones. Esto significa, a
nuestro juicio, que resulta necesario poner en el centro del
debate las cuestiones referentes a la interpretación de la vida
y de la acción divinas, para dar cuenta de la especificidad de
cada una de las tradiciones religiosas, así como de la opción
que supone la adhesión de la fe.
En todo caso, la cuestión de una ética común a las
religiones y su contribución a la ética mundial parece estar
bloqueada hoy por las ambigüedades de lo que se entiende
por valores comunes. De hecho, cuando se propone tal discusión, en el caso del Parlamento Mundial, es posible darse
cuenta de que cuando mucho se puede llegar al reconocimiento de un decálogo de mandamientos éticos surgidos
de las religiones a partir de sus sabidurías milenarias. Pero
es más complicado encontrar un acuerdo sobre las bases
religiosas de tales mandamientos en las sociedades posmodernas. Tal como lo han recordado con frecuencia Jürgen
Habermas, Umberto Eco y Gianni Vattimo, es posible en
en 2009 y estuvo dedicado a tratar las siete problemáticas principales en las
que se juega el aporte de las religiones al mundo: la reconciliación indígena;
la pobreza global y el calentamiento global; el cuidado y la degradación
del medio ambiente; la educación de los jóvenes y los desafíos propios del
desempeño social; la migración forzada y la voluntaria; la expresión artística
y la espiritualidad, y por último, los valores del deporte [cf. de disponible en:
http://www.parliamentofreligions2009.org]. Una asociación similar basada
en Francia, que busca otra red y otros proyectos más centrados en el diálogo
religioso se puede ver en: Conférence des Religions pour la Paix [de disponible
en: http://www.parliamentofreligions2009.org/whatisparliament.php].
141
Carlos Mendoza–Álvarez
nuestros días proponer y hacer avanzar “una ética sin teología”, en el sentido de los principios de la acción responsable
derivados de la racionalidad moderna, que en su momento
estuvieron codificados en lenguaje religioso, pero que ya no
son más el monopolio de las religiones. Hoy nos es posible,
según estos autores, desprender su revestimiento religioso
para conservar su contenido de respeto absoluto a la dignidad humana y al equilibrio ecológico. Pero no parece tan
evidente desconocer la intencionalidad trascendente que
conlleva la fe religiosa. Se trata de un plus, el Semper maius
tan apreciado por los padres de la Iglesia para hablar de
Dios, retomado por san Anselmo en un marco especulativo y más recientemente por san Ignacio de Loyola en su
espiritualidad del discernimiento. Esta trascendencia propia
de la intencionalidad creyente es asimismo un dinamismo de
radicalidad en la práctica del amor y del perdón que revela
algo trascendente: la exterioridad vivida como llamado, tal
como la fenomenología y la pragmática lo han analizado.
En suma, observar y reflexionar en torno a estas tres
problemáticas nos parece inevitable para mejor enmarcar la
relación de la fe con la razón en el contexto de la posmodernidad.
El retorno de la cuestión doctrinal
Gracias a la renovación doctrinal del tomismo crítico en la
segunda mitad del siglo XX es posible distinguir al menos
tres tendencias de esta corriente en los tiempos actuales: el
pensamiento doctrinal; el debate universitario, y la hermenéutica teológica.
142
El Dios escondido de la posmodernidad
La primera tendencia se caracteriza por el rechazo
franco a la Ilustración en su lógica de secularización. En
el aspecto teológico, propone una profundización de la
doctrina sistemática heredada del Aquinate para conocer
mejor la génesis de su pensamiento y sacar las consecuencias que salvaguarden la manera para pensar la dogmática
católica en tanto conjunto arquitectónico de la tradición.
Se trata de la síntesis propia de un andamiaje filosófico–
teológico que debería ser el criterio principal para reforzar
la enseñanza de esta doctrina en las facultades teológicas, así
como su influencia en la vida moral de los católicos, sobre
todo en los países del norte, en donde la tradición cristiana
estaría mejor enraizada como territorio fértil. En el plano
de las ideas, un pensamiento doctrinal debería recuperar
su fuerza apologética, ante los errores del pensamiento
moderno con su influencia en la teología liberal del siglo
XX, mediante la denuncia de las insuficiencias epistemológica, metafísica, dogmática y moral típicas del catolicismo
liberal en Europa y en las Américas. El debate se debería
concentrar, según el juicio de esta tendencia, sobre las cuestiones de la unicidad de Cristo como Salvador, la necesaria
mediación de la Iglesia que subsiste de manera plena sólo
en la Iglesia católica, y la moral de las bienaventuranzas
derivada del mensaje evangélico. Todas estas problemáticas
están articuladas en un mismo dinamismo doctrinal en la
obra de Tomás de Aquino, por lo que recurrir a ella posibilitará preservar a la Iglesia, en particular a la teología, de
ahogarse en el relativismo y el nihilismo posmoderno.
Una segunda tendencia del tomismo crítico es aquélla que no reniega la lógica de la emancipación nacida
de la Ilustración sino que acepta el papel de la razón
143
Carlos Mendoza–Álvarez
autónoma en el plano del conocimiento científico de la
finalidad del mundo, en la autonomía relativa de la ética y
en lo tocante a la validez del pluralismo religioso. En lugar
de proponer un acercamiento apologético de la fe cristiana
en dicho contexto, esta tendencia propone una confrontación entre pensamientos diversos, donde el surgido de
Tomás de Aquino tendría un lugar ejemplar en tanto
ejercicio de apertura a las diferentes racionalidades de su
época, como lectura atenta de las fuentes cristianas y como
síntesis sapiencial propuesta no como doctrina cerrada sino
como horizonte heurístico para abordar nuevas cuestiones.
En este sentido, el tomismo tendría mucho que ganar escuchando las cuestiones candentes de la modernidad tardía,
pero aportando al debate también su sabiduría metafísica y
no de tipo ontoteológico, su conciencia de la finalidad del
mundo como cumplimiento de felicidad y su idea del Dios
unitrino como fuente de reconocimiento realizado plenamente entre las personas divinas y, por lo mismo, prototipo
de la sociedad humana.
La tercera tendencia del tomismo crítico, muy desarrollada en América Latina, pero desconocida en Europa, es la
“hermenéutica analógica”.45 Sin basarse de manera particular en la renovación de los estudios históricos, esta versión
toma el conjunto de la doctrina tomista por la mediación
de la tradición intelectual de los maestros de Salamanca y del
Nuevo Mundo, al releer su propuesta en el contexto de los
45
Cf. Beuchot, Mauricio. Tratado de hermenéutica analógica (México: unaM,
1997) 146 p. Una versión más actualizada en el contexto de la posmodernidad
se puede ver en su artículo: “Hermenéutica analógica y crisis de la modernidad”, Universidad de México, núms. 567–568 (México, abril–mayo de 1998)
pp. 13–16.
144
El Dios escondido de la posmodernidad
tópicos propuestos por la filosofía del lenguaje y la hermenéutica moderna. Concentrándose primero en la discusión
en torno a la analogía y su papel esencial en el conocimiento
humano de lo real, esta tendencia se fue abriendo progresivamente a los problemas del lenguaje y de la acción humana,
para reconocer el carácter contextual del pensamiento, sin
renunciar a poner en práctica cierto realismo epistemológico
y cierta idea de la ley natural que estarían en la base de la
renovación del mensaje cristiano para las sociedades posmodernas. Sin renunciar, por tanto, a la herencia medieval, la
hermenéutica analógica implica la actualización del pensamiento tomista al subrayar su carácter metafísico, derivado
de una comprensión de la participación entitativa y de una
epistemología realista de la relación siempre analógica entre
significación, cosa significada y significado. Por último, la
preocupación por pensar el tema de los derechos humanos
en este contexto le otorga una presencia importante en los
debates universitarios de la región latinoamericana.
la Vía de la “ortodoXia radical”
En este periodo contra–moderno ha aparecido, desde hace
algunas décadas, en el contexto anglicano de Inglaterra
primero y luego en el pensamiento continental católico, una
corriente que se autodefine como Ortodoxia Radical.46 Ésta
46
La obra emblemática de este movimiento como tal, nacido en la recepción
de los estudios de John Milbank, hecha por sus colegas en Nottingham,
es sin duda: Milbank, John; Catherine Pickstock y Graham Ward (eds.).
Radical Orthodoxy: a new theology (Londres: Routledge, 1999) 285 p. No
obstante, la obra maestra de la argumentación de este movimiento de pensamiento es: Milbank, John. Teología y teoría social. Más allá de la razón secular
145
Carlos Mendoza–Álvarez
promueve la instauración de una “razón postsecular”. Ante
la constatación de los impasses de la modernidad, parece
que es tiempo de evidenciar los motivos de su fracaso, para
atreverse a ofrecer una respuesta a partir de la herencia
del cristianismo y de su razón teológica. Las problemáticas
principales que plantea buscan resolver las cuestiones del
fundamento de lo real, de la causalidad cosmológica y de la
finalidad de la historia. Todas ellas son analizadas según los
ámbitos polémicos del conocimiento, el lenguaje, la acción
y la esperanza.
El argumento principal de esta corriente radica en
la demostración del error propio de la secularización del
pensamiento que evacuó todo vínculo con la trascendencia
divina. Lo que le llevó, en particular, a sacrificar la idea
del fundamento teológico del mundo en el altar de una
supuesta reivindicación humana, idea que con el tiempo ha
mostrado ser una fuente ineluctable de perversión social,
política y ética.
La obra principal que dio origen a esta corriente fue
publicada por John Milbank en 1990. El autor propuso
en ella una crítica aguda de la ontología de la identidad, a
partir de sus orígenes griegos hasta llegar a su giro medieval
nominalista y su vertiente moderno ilustrado. El fondo de
su argumento se encuentra en la crítica al nihilismo occidental, cifrado en la ontología de la diferencia, en un tono
cercano a la propuesta sugerida hace ya casi un siglo por
Cohen. Sin duda es importante retener esta problemática
(Barcelona: Herder, 2004) 592 p. Existe en la red una bibliografía de más
de 40 páginas, actualizada a 2007 [de disponible en: http://www.calvin.
edu/~jks4/ro/robib.pdf ].
146
El Dios escondido de la posmodernidad
mayor para un debate más preciso en su momento, sobre
la dialéctica y sus interpretaciones divergentes desarrolladas por Aristóteles, Tomás de Aquino y Georg Wilhelm
Friedrich Hegel de manera especial.
El talante contra–moderno de esta corriente expresa un
aspecto más epistemológico y social que el tomismo crítico.
Aunque no desconoce la dimensión propiamente teológica,
se concentra en particular en la cantera sociológica de la
investigación, porque será justo ahí que la modernidad
jugará sus principales cartas para lograr la erradicación del
pensamiento teológico del mundo moderno.
Contentémonos por el momento para este análisis
con detenernos en cuatro aspectos de la argumentación de
la Ortodoxia Radical. Cada uno nos mostrará una parte de la
dialéctica violenta de la mismidad e identidad que fundan
la modernidad. Esta dialéctica se despliega en los ámbitos
del conocimiento de lo real histórico, de la ontología del
devenir, de la finalidad del mundo atestiguada por la teología y, por último, de la especificidad del cristianismo y su
papel irremplazables en la era postsecular. La Ortodoxia
Radical intentará corregir los reduccionismos propios del
pensamiento y de la acción para retomar la correlación
fundadora entre la ciudad terrestre y la Ciudad de Dios,
finalidad de todo conocimiento y de toda acción humana
durable y pertinente en nuestros días.
La crítica a la epistemología moderna
La Ortodoxia Radical buscará debatir con la razón moderna
en el campo de las ciencias sociales, para demostrar ahí su
insuficiencia epistemológica, sus presuposiciones mitológi147
Carlos Mendoza–Álvarez
cas y sus errores con respecto a la idea de trascendencia, que
erigieron bajo pretexto de autonomía de la razón contra
toda injerencia religiosa.
Sin embargo, es necesario precisar en qué sentido
Milbank propone enrazar su argumento antimoderno. Ha
escogido el positivismo de Émile Durkheim como primer
objetivo de su crítica:
La esencia de la religión según Durkheim consiste
en la distinción entre lo sagrado y lo profano, y
piensa que esta división depende para su auténtica
interpretación de la separación kantiana entre lo
categórico universal y la intuición empírica, y entre
el imperativo categórico y el sujeto empírico [...]
Aquí Durkheim es, al igual que Comte, un platónico declarado: el individuo se confronta con las
categorías generales ofrecidas por la sociedad de la
misma y exacta manera como el Nous de Platón se
confronta con la región de las Ideas [...] Durkheim
ha asumido en su totalidad este presupuesto, a
saber: que la sociología es una crítica permanente de
la teología como de la metafísica.47
Según Milbank, entonces, el positivismo sociológico
que introduce Durkheim es tan ingenuo como la estructura mitológica que le gustaría desmantelar. Subrayando
la base mitológica del carácter mensurable de lo real,
47
Milbank, John. Milbank, John. Teología y teoría social. Más allá de la razón
secular, cap. 3 (Barcelona: Herder, 2004).
148
El Dios escondido de la posmodernidad
Durkheim habría amputado, sin justificación suficiente,
el orden de la qualitas, tan apreciado por la metafísica
clásica y medieval. Una elección que se convirtió en un
dogma positivista. De este modo, el método en apariencia
crítico de la sociología naciente estaría construido sobre
prejuicios irracionales, lo que lo desviaría de la verdadera
cuestión de la complejidad de lo real, formado por lo
cuantitativo y lo cualitativo. En seguida, la sociología se
fue instaurando con Max Weber en la continuidad de este
presupuesto, pero profundizando la distancia existente
entre el estudio de los fenómenos mensurables de lo religioso en las diferentes esferas de valor, por una parte, y
la intencionalidad religiosa que fue trasferida al dominio
de lo privado y de lo subjetivo y, por tanto, no científico,
por la otra.
Un segundo aspecto de su argumentación es el de la
dialéctica de la violencia, que parece ser constitutiva de
la modernidad secular. Según Milbank, aquello que Nicolás
Maquiavelo y Thomas Hobbes iniciaron fue consumado
por Hegel y elevado al rango de interpretación total de la
historia, según la lógica del aniquilamiento. Dicha lectura
inmanentista de la historia se encontraría en la base de la
lectura que hizo Karl Marx con respecto a la lucha de clases
y al enfrentamiento a muerte de los contrarios, de donde
se explica su nefasta influencia en las ciencias sociales y, en
particular, en la teología liberal y de la liberación, lo que
explicaría, a juicio de Milbank, el extravío del cristianismo
en las sociedades liberales del siglo XX.
Incluso si Milbank reconoce también los logros de la
modernidad secular, insiste en su fundamentación falsa y
perversa, la cual no puede sino desviar al conocimiento
149
Carlos Mendoza–Álvarez
verdadero de lo real de su auténtico fundamento y de su
finalidad plena. Por eso, el teólogo anglicano postula una
“razón postsecular”,48 en tanto racionalidad más allá del
positivismo, del reduccionismo sociológico de lo real y de
la dialéctica de la mismidad.
Defiende, por tanto, esta postsecularidad en tanto
racionalidad que supera los límites del reduccionismo
sociológico del mundo. Se trata de una racionalidad social,
pero inspirada en la comprensión teológica de lo real,
marcada por el primado de la Civitas Dei, según el pensamiento de san Agustín:
El modo pacífico, no antagonista, de la vida de la
ciudad de Dios tiene su fundamento en una narrativa concreta, histórica y mítica, y en una ontología
que hace explícitas las creencias implícitas de esta
narrativa. De hecho, es la prioridad ontológica de
la paz, por encima del conflicto (del que puede
demostrarse que es el auténtico tema de toda esta
corriente de pensamiento), el principio sobre el cual
se consolida la crítica agustiniana.49
Estos propósitos parecen poner sobre la mesa verdaderas
cuestiones en lo referente a la relación constitutiva de la
inmanencia con la trascendencia. Pero la vía propuesta para
lograrlo es en extremo peligrosa porque permite el retorno
de los fantasmas irracionales de la subordinación de la
48
Cf. Milbank, John. Teología y teoría social. Más allá de la razón secular
(Barcelona: Herder, 2004) 592 p.
49
Ibidem, p.523.
150
El Dios escondido de la posmodernidad
razón al sentimiento religioso, que precisamente la modernidad había querido reducir a su justa dimensión.
El retorno a la metafísica
La cuestión de la ontoteología se encuentra en el centro del
pensamiento propio de la Ortodoxia Radical. En efecto, la
crítica a los avatares modernos de esta falsa comprensión de
la metafísica clásica llama la atención de cada vez más investigadores postseculares. Es posible encontrar varios ejemplos: desde aquéllos que desean volver a poner en su lugar
la idea de causalidad a partir del Ipse Esse Subsistens para
lanzar un vínculo directo con la ley natural, hasta aquéllos
que aspirarían a rebasar el modalismo de ciertas tentativas
modernas para explicar los modos por los cuales el Ser actúa
en la contingencia, o incluso los que asociarían la ontología al nihilismo que conduce al ateísmo para denunciar su
carácter erróneo y perverso.
La recuperación de la metafísica es, de todos modos, la
conditio sine qua non. Ella es la ciencia capital para lograr
el rebasamiento de la razón secular. Puesto que ésta había
evacuado toda idea de fundamento, causalidad y finalidad,
será aun más importante retomar esta trilogía de atributos
del Ser para enraizar de nuevo el pensamiento en su verdadera trascendencia. Sería insensato continuar capitulando
ante la omnipotencia de la ontología que conduce al relativismo. Más bien, por el contrario, es necesario volver a
construir una arquitectura del pensamiento metafísico para
fundar la cosmología moderna sobre ideas consistentes en
donde Dios tendría el principal papel:
151
Carlos Mendoza–Álvarez
El marco teológico central de la Ortodoxia Radical
es la ‘participación’, tal como fue desarrollado por
Platón y vuelto a trabajar por la Cristiandad, porque
ninguna otra configuración alternativa preserva un
territorio independiente de Dios. Cuando mucho
puede conducir al nihilismo (a través de diferentes
disfraces). Participación que, en todo caso, rechaza
cualquier reserva de un territorio creado, al mismo
tiempo que preserva para las cosas finitas su propia
integridad. Subyace en los presentes ensayos la idea
de que cada disciplina debe ser enmarcada por una
perspectiva teológica; de otra manera, estas disciplinas demarcarán su territorio lejos de Dios, fundándose literalmente en nada.50
Parece evidente, sin embargo, que el retorno de la metafísica no es inocente. Se trata de cierta nostalgia de la cristiandad que se esconde con timidez detrás de estos propósitos.
Si es posible restaurar el lugar de la causalidad metafísica,
entonces el poder de la verdad revelada será al fin reconocido por las sociedades postseculares y Occidente habrá al
fin recuperado sus raíces cristianas que le dieron un lugar
irremplazable en la historia para conducir a la humanidad a
su verdadera finalidad querida por Dios.
Metafísica, epistemología y moral estarían así ligadas
de manera indisoluble en este proyecto contra–moderno
que se opone a la razón débil como un importante enemigo
50
Milbank, John et al. “Introduction: suspending the material: the turn of
Radical Orthodoxy”, en Milbank, John; Catherine Pickstock y Graham Ward.
Radical Orthodoxy: a new theology (Londres: Routledge, 1999) p.3.
152
El Dios escondido de la posmodernidad
a vencer, dado que ésta representa el último estadio de la
destrucción conducida por la dialéctica moderna.
La subordinación de estas disciplinas a la ratio theologica es propuesta como la condición de posibilidad de ese
retorno. Así, el cristianismo volverá a ser el garante de la
trascendencia del pensamiento y de la acción humana, y
sobrepasará el relativismo con tanta frecuencia disfrazado
como pluralismo, pero que amenaza siempre la objetividad
de la verdad y del bien, fundados sólo en Dios.
La propuesta de la Ortodoxia Radical ha encontrado
un eco favorable en los medios conservadores y en algunas
jóvenes generaciones postconciliares desencantadas del cristianismo social que marcó, en su momento, al catolicismo
y al protestantismo de fines del siglo XX. Queda por verse
si tal aventura no se manifestará con el tiempo ingenua
e impertinente en relación con los mecanismos de poder
asociados al conocimiento y también a la religión.
La especificidad del logos teológico
He aquí el corazón del pensamiento ortodoxo radical: la
razón teológica tiene un lugar irremplazable en el conjunto
de la arquitectura del pensamiento y de las disciplinas
humanistas modernas, e incluso un papel correctivo que
jugar para la salvaguarda de la relación a la trascendencia
que es constitutiva de la condición humana. De manera
contraria a aquello que las ciencias sociales derivadas del
positivismo afirmaron —el carácter por fuerza ateo de todo
procedimiento científico— la razón teológica conserva una
intencionalidad propia, enraizada en la revelación divina,
misma que le da un estatuto crítico de cara a los reduc153
Carlos Mendoza–Álvarez
cionismos del pensamiento moderno. Siguiendo a Tomás
de Aquino, Milbank describe en los siguientes términos el
papel de la teología en el debate disciplinario propio al giro
lingüístico del pensamiento posmoderno:
Será por tanto mi argumento que la posmodernidad marcada por un carácter lingüístico, lejos de
ser un ‘problema’ para la Cristiandad tradicional,
siempre ha sido secretamente promovida por ella
[...] Sugiero que lo que es una salida entre una fe
completamente objetiva y la semiótica secular no
es tanto una creencia residual en un ‘significado
trascendente’, sino más bien la concepción misma
de semiosis. Lo último, no lo antiguo, es el lugar
para las ideas cristianas de ‘Dios’ que son opuestas a
las concepciones seculares de semiosis como última
‘anarquía coronada’. En mi conclusión postulo que
las huellas del antiguo sustancialismo permanecen
aun en esta visión secular, lo que hace de la significación algo arbitrario y, por lo mismo, violento. En
contraste, solamente la teología cristiana, en tanto
concepción de la semiosis no violenta, es en verdad
‘sin sustancia’.51
De esta manera, la expresión correlativa de esta tarea permanente de la teología en los ámbitos cultural y social sería el
lugar propio del cristianismo como vigía y crítica ante los
excesos de las ideologías y de las interpretaciones reducto51
Milbank, John. The word made strange. Theology, language & culture
(Oxford: Blackwell, 1997) p.85. Cf. Milbank, John y Catherine Pickstock.
Truth in Aquinas (Londres: Routledge, 2001) 144 p.
154
El Dios escondido de la posmodernidad
ras de la condición humana. Dicho lo cual, en términos
teóricos, esto parecería en efecto ratificar una pretensión
de superioridad del cristianismo en relación con toda religión y toda ciencia, en virtud de sus fuentes inspiradas. En
términos prácticos, el cristianismo tendría que atestiguar el
reverso de la lógica positivista, dialéctica y nihilista que ha
predominado en la modernidad, según la lógica de la cruz:
En el centro de la historia el juicio de Dios ha
tenido lugar. Y la Iglesia, o bien representa la visión
de una comunidad paradisiaca que despliega su
juicio ante la mirada de todos, o bien promueve por
ella misma una sociedad infernal que supera todo
el terror conocido en la Antigüedad. [...] Pero tal
como ahora estamos situados, del lado opuesto de
la cruz —del acontecimiento del juicio de Dios—
queda abierta la posibilidad de no regresar a la ley,
al antiguo trato para inhibir la violencia. Tanto el
nihilismo como el cristianismo descifran las incoherencias de esta posición. Es la visión cristiana absoluta de la paz ontológica la que ofrece de ahora en
adelante la única alternativa posible a la perspectiva
nihilista. Hoy también, en el centro del círculo auto
torturador de la razón laica, puede abrirse de nuevo
la mirada a una serie con la cual no hay ninguna
línea de continuidad: la emanación de la diferencia armoniosa, el éxodo de nuevas generaciones, el
camino del vuelo de la paz...52
52
Milbank, John. Teología y teoría social. Más allá de la razón secular
(Barcelona: Herder, 2004).
155
Carlos Mendoza–Álvarez
Sin embargo, un importante matiz se impone en esta
afirmación: la finalidad anunciada por el cristianismo no
implica una dominación ante las ciencias o las sociedades,
sino un servicio de vigilancia crítica. ¿Cómo traducir esta
vigilancia en el seno de los debates disciplinarios y de la
organización de instituciones sociales o bien del consenso
para una ética común? Tal vigilancia crítica que echa sus
raíces en la visión de la trascendencia, ¿no podría acaso
deslizarse con facilidad hacia un nuevo totalitarismo de la
razón religiosa? ¿No estaríamos acaso tentados de nuevo a
reeditar la cristiandad luego de su fracaso histórico, aprovechando la circunstancia del derrumbamiento de cierto tipo
de modernidad?
En todo caso, tal parece que la Ortodoxia Radical pone
sobre la mesa una verdadera cuestión que consiste en reintegrar la razón teológica en la arquitectura del pensamiento,
al postularla como piedra angular del conjunto del conocimiento humano de lo real.
*
Recorriendo otra vía, Girard53 también ha insistido en el
carácter irremplazable del cristianismo en la constitución
del pensamiento humano. Este autor desarrolla, de manera
notable a partir de su teoría del deseo mimético, una
53
Se trata de una intuición en constante crecimiento en la obra de Girard,
desde sus primeros estudios literarios de los años cincuenta hasta las obras de
fin de siglo. Una recolección de las obras fundacionales de su análisis mimético
se encuentra publicada en francés: Girard, René. De la violence à la Divinité
(París: Grasset, 2007) 1491 p.
156
El Dios escondido de la posmodernidad
interpretación de la historia donde el cristianismo aparece
como el relato que revierte la lógica de la diferencia, lo cual
justifica la guerra y la violencia. Propone nunca olvidar
la lógica de la identidad y de la reciprocidad, que une a
todos los seres humanos —en un sentido de reciprocidad
muy distinto del formulado por Levinas—para asignar al
cristianismo, por una mediación antropológica, ese papel
principal en la historia.
En efecto, como lo veremos en el capítulo cuarto,
el antropólogo de Aviñón retomará con fuerza en sus
últimas obras aquel propósito, con el fin de subrayar el
carácter apocalíptico54 del momento presente de la historia —después de Hegel y Carl von Clausewitz hasta la
inédita situación de nuestros días con la violencia global
sin límites ni finalidad precisa—, cuando más que nunca el
cristianismo tendría como tarea recordar a la humanidad la
posibilidad de su aniquilación total. Así, la fe cristiana no
podría desaparecer sin dejar el camino abierto a la lógica
de la violencia fratricida, exaltada por los modernos en su
preocupación de mantener la diferencia como principio
motor de la historia y de lo político.
Una cuestión análoga surge a partir de esta propuesta,
acerca del papel del cristianismo en la edad posmoderna,
54
Cf. Girard, René. Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord, 2007) 364 p.
Además de los análisis detallados ahí desarrollados, en el anexo de este libro se
puede consultar la versión íntegra de la conversación que Girard nos concedió
justo después de la aparición de su libro sobre la guerra, en 2007. En ella,
habló un poco más sobre el aspecto teológico de su teoría. La versión abreviada
se puede consultar en la red en: Mendoza, Carlos. “Pensar la esperanza como
apocalipsis. Conversación con René Girard”, en Letras Libres (México, abril de
2008) [de disponible en: http://www.letraslibres.com/index.php?art=12884].
157
Carlos Mendoza–Álvarez
aquélla de saber distinguir entre el patrimonio espiritual
que el cristianismo ha preservado hasta nuestros días bajo
la forma de una religión sui generis por un lado y, por otro,
aquélla del rebasamiento de ciertas formas de religión
cristiana apologética y jerárquica basadas también sobre la
violencia, el sacrificio y la retribución.
De tal modo, sería indispensable distinguir la cristiandad como forma histórica del cristianismo que ha
sido superada para siempre por los logros inevitables de la
modernidad ilustrada, de nuevas expresiones de la experiencia atestiguada por el Evangelio. El núcleo duro de la experiencia cristiana consiste en desenmascarar la perversidad de
la dialéctica de los contrarios que conduce por fuerza a la
guerra y al sacrificio, para mostrar justo en el seno de este
mecanismo de deseo mimético su superación por medio de
la lógica de la gratuidad. Una temática principal que será
objeto de nuestro cuarto capítulo.
Por tanto, parece cierto que la teología tendría un papel
principal que jugar en esta hora de la modernidad tardía,
sin tener que reintroducir necesariamente una voluntad
imperativa ni tampoco una inteligencia ingenua de la historia. Pero un pensamiento crítico, enraizado en su humus de
gratuidad más allá del mimetismo y de la rivalidad —para
anunciar ahí el cumplimiento de la promesa, no sin ambigüedad, pero motivado por una preocupación de verdad
auténtica— quiere decir proponer un relato de interpretación y de acción que daría testimonio de una posibilidad
de existencia más allá del resentimiento y de la violencia.
158
El Dios escondido de la posmodernidad
¿Existe acaso una superioridad del cristianismo?
Según los postulados de la Ortodoxia Radical, el cristianismo
sería el portador de un sentido ético profundo de superación
de la dialéctica de la oposición de contrarios. Este horizonte
propiamente profético y escatológico le otorgaría su especificidad y su superioridad frente a las religiones de la humanidad.
A diferencia de aquello que la lectura hegeliana de la historia propone según Milbank, la oposición binaria entre los
contrarios no exige como única salida posible la desaparición
de uno de los dos para la supervivencia del otro. Justo en
ello consiste el error de Maquiavelo, asumido por Hobbes
y luego promovido por Hegel como analogatum principal,
de la historia, para explicar el devenir social y político como
una perpetua lucha de contrarios que se acabaría en la
aniquilación de uno u otro.
La cuestión por la esencia del cristianismo ya ha sido
lanzada varias veces desde los orígenes de la Iglesia, primero
por san Pablo en relación con el judaísmo, en seguida por
los padres griegos, en tiempos de la helenización de la fe
naciente, y más adelante en contextos culturales y religiosos diversos. En tiempos modernos, luego del impacto de
la Ilustración, Ernst Troeltsch55 discutió también, contra el
romanticismo alemán, la idea de la esencia del cristianismo
como pensamiento del universal encarnado en la historia,
55
“Il faudrait une histoire du christianisme qui situe son objet davantage
dans le cadre de l’histoire générale de la civilisation et de l’histoire des idées,
ainsi que dans les présupposés réel et matériels de l’esprit”. Troeltsch, Ernst.
“Que signifie ‘essence du christianisme’” (1903–1913), en Œuvres, vol.iii.
L’absoluité du christianisme et l’histoire de la religion (1901–1912) (París: Cerf,
1996) p.185.
159
Carlos Mendoza–Álvarez
idea que también había sido evocada antes por Hegel56 en
sus Lecciones de filosofía de la religión.
La evolución de las sociedades modernas hacia el
pluralismo religioso dio paso a un nuevo acercamiento a la
cuestión de la originalidad del cristianismo, al menos bajo
dos formas diferentes, pero correlativas: el cristianismo como
religión no sacrificial, según un argumento propiamente
antropológico, o como superación perpetua de la religión
misma según la racionalidad nihilista. Incluso si vamos a
tratar más adelante en detalle ambas posibilidades, por ahora
es preciso tener en cuenta sus rasgos principales para captar
mejor la problemática en cuestión sobre la especificidad del
cristianismo tan defendida por la Ortodoxia Radical.
El primer caso nos conduce al reconocimiento de
los elementos religiosos del cristianismo, tales como una
doctrina, una moral revelada, ritos sagrados e instituciones
mediadoras. Sin embargo, estos elementos deberían estar
orientados desde el interior por una intencionalidad no
sacrificial para desactivar su poder violento, inherente a
toda religión. La teoría del deseo mimético nos conduciría
en esa dirección.
El segundo argumento que habla de la especificidad
del cristianismo será desarrollada en pleno siglo XX por
Dietrich Bonhoeffer, en el sentido de una espiritualidad de
la kénosis, donde Dios permanece cuando el sujeto parece
borrarse y el hombre permanece cuando Dios se desvanece:
56
Cf. Hegel, Georg–Friedrich. Leçons sur la Philosophie de la Religion, 3a parte
(París: puf, 2004) 298 p.; L’esprit du christianisme et son destin (París: Vrin,
1971) 174 p.
160
El Dios escondido de la posmodernidad
¿Quién soy yo? Me dicen a menudo
que salía del encierro de mi celda
sereno, alegre, con firmeza,
cual hacendado de su rural vivienda.
¿Quién soy yo? Me dicen a menudo
cuando hablaba a mis guardianes
libre y amigable, claramente,
como si fuese yo quien diera las órdenes.
¿Quién soy yo? También me dicen
que soportaba los días de infortunio
tranquilo, sonriente, dignamente,
como acostumbrado a ganar siempre.
Pero ¿soy realmente lo que otros dicen que soy?
¿O soy solamente lo que yo mismo conozco de mí,
inquieto y anhelante y enfermo, cual pájaro
enjaulado,
luchando por respirar, como si unas manos
me oprimieran la garganta,
suspirando por los colores, las flores, el canto de los
pájaros,
sediento de palabras cariñosas, de compañía,
moviéndome agitado, a la espera de grandes
acontecimientos,
temblando impotente por amigos infinitamente
alejados,
cansado y vacío al orar, al pensar, al actuar,
débil y presto a despedirme de todo?
¿Quién soy yo? ¿Éste o el otro?
¿Soy una persona un día y otra al siguiente?
¿Soy las dos al mismo tiempo?
¿Soy un hipócrita ante otros
161
Carlos Mendoza–Álvarez
y ante mí mismo un infortunado y despreciable
cobarde?
¿O hay algo aún en mí, parecido a un ejército
vencido
que huye desordenado de una victoria ya alcanzada?
¿Quién soy yo? De mí se burlan estas solitarias
preguntas mías. Quienquiera que yo sea, tú lo sabes,
oh Dios, soy tuyo.57
Como veremos en el próximo capítulo, Jean–Luc Nancy
va a desarrollar justo el carácter kenótico del cristianismo
en un lenguaje posmoderno, en donde subrayará el talante
intrínsecamente nihilista de la fe cristiana en tanto fondo
sin fondo, devenir extremo, sin–sentido y, finalmente,
apertura:
El Dios vivo es entonces aquél que se expone como
vida de la apropiación–desapropiación llevada más
allá de ella misma. Todo nos conduce así, de nuevo,
a la apertura en tanto estructura misma del sentido.
Es la Apertura como tal, la Apertura del anuncio,
del proyecto, de la historia y de la fe, la que, por
medio del Dios viviente, se revela en el corazón del
cristianismo.58
Así, en lugar de justificar el papel de las religiones, la crítica
nihilista buscará pensar lo humano y lo divino a partir de
57
Cf. Bonhoeffer, Dietrich. Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el
cautiverio (Salamanca: Sígueme, 2001) pp. 243–244.
58
Cf. Nancy, Jean–Luc. La Déclosion. Déconstruction du christianisme I (París:
Galilée, 2005) p.226.
162
El Dios escondido de la posmodernidad
los escombros del edificio religioso que se derrumbó en las
sociedades secularizadas.
*
Pero retomemos por último el propósito de la Ortodoxia
Radical que habla de retorno de la fe al debate con la
ontología de la violencia y, a partir de ahí, del papel irremplazable de la teología cristiana como vigía de la distancia
trascendente en el pensamiento y en la moral “porque
solamente la teología se mantiene como el discurso de la
negación del poder”, según la expresión de Milbank.59
Como parte de este argumento principal, la Ortodoxia
Radical propone un retorno a las fuentes cristianas de
Occidente, una reintroducción de la teología como principal interlocutora de las ciencias sociales y de la filosofía, en
la lógica de cierta subordinación de éstas al conocimiento
surgido de la fe. Un propósito que, en su formulación al
menos, parece temerario y sin recepción posible para un
verdadero diálogo interdisciplinario.
Queda por comprender mejor las demás lecturas
contra–modernas que buscan no tanto el desmantelamiento de la modernidad secular sino la permanencia de su
vigilancia crítica hasta el límite del respeto al individuo, a
sus potencias de experiencia y a su posibilidad de instaurar
vínculos intersubjetivos históricos en el terreno del mutuo
reconocimiento sin totalitarismo. Tal será el objeto del
próximo capítulo.
59
Milbank, John. Teología y teoría social. Más allá de la razón secular
(Barcelona: Herder, 2004) p.22.
163
El Dios escondido de la posmodernidad
III.
EL GRITO DEL NIHILISMO
La modernidad nacida de la Ilustración llegó por fin a la
conciencia de sus propios límites.1
En efecto, una vez llegado a su cumplimiento el relato
de emancipación incoado por el primado de la razón
autónoma, que incluye también por desgracia el exceso
de sentido propio de la violencia, la racionalidad moderna
traspasó los límites del saber, el decir y el querer.
Las grandes preguntas propuestas por Immanuel Kant
para desplegar las alas del sueño del Aufklärer llegaron a
penetrar la única interrogante válida: qué es el hombre en
1
Véase el comentario al texto de Immanuel Kant escrito por Michel Foucault,
en el que subraya la pregunta por la salida (Ausgang) de la minoría de edad
del sujeto infantil que vive aún bajo la tutela de cualquier religión o autoridad
exterior. Resulta interesante observar cómo Foucault concluye su reflexión
señalando la necesidad de un pensamiento sobre los límites de la razón: “Je ne
sais s’il faut dire aujourd’hui que le travail critique implique encore la foi dans
les Lumières; il nécessite, je pense, toujours le travail sur nos limites, c’est–à–
dire un labeur patient qui donne forme à l’impatience de la liberté”. Foucault,
Michel. “Qu’est–ce que les Lumières?”, en Magazine littéraire, vol.309 (París,
abril de 1993) pp. 61–74 [de disponible en: http://foucault.info/documents/
whatIsEnlightenment/foucault.questcequeLesLumieres.fr.html].
165
Carlos Mendoza–Álvarez
medio de sus potencias y sus límites.2 En consecuencia, más
que un fracaso fatal, hablamos aquí de la autoconciencia
moderna de las propias potencias de experiencia, desarrolladas gracias a la instauración de la ciencia, la técnica y la
gestión económica del mundo. Una toma de conciencia
orientada, de manera paradójica, hacia su propio rebasamiento.
De hecho, en la tradición filosófica moderna, la
conciencia de la nada que acecha a la subjetividad se expresa
como soledad, afirmación de sí, conciencia de los propios
límites y, en fin, apertura. Tal vulnerabilidad profunda de
la existencia es evocada, de manera magistral, por María
Zambrano, la filósofa española exiliada en México durante
el régimen franquista, cuando al final de su vida regresó a las
fuentes primeras del pensamiento existencialista moderno:
Bajo la flor, la rama
sobre la flor, la estrella
bajo la estrella, el viento.
¿Y más allá? Más allá ¿no recuerdas?, sólo la nada
la nada, óyelo bien, mi alma
duérmete, aduérmete en la nada
si pudiera, pero hundirme.
2
“Qu’est–ce que les Lumières? La sortie de l’homme de sa minorité. Entendre
ce terme au sens d’être incapable de penser par soi–même dont il est lui–même
responsable. Minorité, c’est–à–dire incapacité de se servir de son entendement
(pouvoir de penser) sans la direction d’autrui, minorité dont il est lui–même
responsable (faute) puisque la cause en réside non dans un défaut de l’entendement mais dans un manque de décision et de courage de s’en servir sans la
direction d’autrui. Sapere aude! Maxime de l’Aufklärung empruntée au poète
latin Horace! (Ose penser) Aie le courage de te servir de ton propre entendement. Voilà la devise des Lumières”. Kant, Emmanuel. “Qu’est–ce que les
Lumières?” [1784], en Œuvres, t.II (París: Gallimard, 1985) § 1.
166
El Dios escondido de la posmodernidad
Ceniza de aquel fuego, oquedad
agua espesa y amarga
el llanto hecho sudor
la sangre que en su huida se lleva la palabra
y la carga vacía de un corazón sin marcha.
De verdad, ¿es que no hay nada? Hay la nada
y que no lo recuerdes. Era tu gloria.
Más allá del recuerdo, en el olvido, escucha
en el soplo de tu aliento.
Mira en tu pupila misma, dentro
en ese fuego que te abrasa, luz y agua.
Mas no puedo. Ojos y oídos son ventanas.
Perdido entre mí mismo no puedo buscar nada
no llego hasta la Nada.3
Este poema nihilista de la filósofa española exiliada designa
sin duda el reverso de la afirmación de sí que condujo,
paso a paso, la conquista de la autonomía humana en las
diferentes esferas de valor a lo largo del recorrido histórico
moderno.
Dicho esto, cabe decir que la autonomía buscada por
los nihilistas no implicó de manera necesaria la negación de
la vida de los demás, ni el rechazo a la trascendencia, como
se tiende a decir con frecuencia sin conocimiento de causa.
No hay que olvidar que la fenomenología y la hermenéutica
—disciplinas comprensibles sólo al interior de la lógica de
3
Zambrano, María. República de las Letras, núms. 84–85. Número especial:
“María Zambrano: la hora de la penumbra” (Madrid, 2004) p.245.
167
Carlos Mendoza–Álvarez
la racionalidad crítica— establecieron, en cierto momento
dado, las condiciones de posibilidad de la trascendencia en
el seno de la inmanencia.
Es cierto que algunas interpretaciones modernas de la
subjetividad se extraviaron en los abismos de la conciencia
narcisista y sus potencias de destrucción. Por ejemplo, es
innegable el caso de la violencia con la que se impuso, en
muchas latitudes del planeta, el colonialismo tecno–científico en las sociedades liberales modernas a partir de la lógica
del mercado, de la técnica instrumental y de la política
como gestión de la violencia destructiva. No obstante, eso
no significa de manera alguna la necesidad de contradecir
—por la constatación y la denuncia de sus efectos perversos— toda una civilización que supo también profundizar
de manera responsable la gestión de sus propias fuentes de
supervivencia.
En todo caso, se trata de sacar a la luz, en el momento
de la toma de conciencia moderna de sus propios límites, la
cuestión por el significado del cristianismo en estos tiempos
de la modernidad tardía. Para ello será entonces necesario
hacernos la pregunta, en el nuevo contexto y para responder mejor a la lógica interna del nihilismo posmoderno con
sus principales ideas, del significado de la existencia del
sujeto débil, de sus microhistorias edificadas en el rechazo
a la omnipotencia infantil y al significado ético–político de
tal procedimiento. Una experiencia que, a fin de cuentas,
se mostrará con las raíces puestas en lo espiritual, para
sorpresa de muchos de sus grandes detractores.
168
El Dios escondido de la posmodernidad
un sujeto desencantado, pero iMaginatiVo
La primera precisión que es necesario hacer consiste en
el significado mismo de la principal expresión del pensamiento posmoderno: sujeto débil.4 Tal concepto ha sido
con frecuencia mal interpretado, sea por la desconfianza
que provoca el relativismo que rodea esta expresión, sea por
4
La cuestión del sujeto débil corresponde evidentemente al pensamiento débil
y fue construido a partir de los escombros de la metafísica del absoluto crístico,
señalando aquello que Jean–François Lyotard denominó el fondo místico de la
teología cristiana. En su obra póstuma sobre la confesión, Lyotard volvería a
tratar este tema fundamental en toda su obra, según lo subraya Chris Doude,
un comentador posmoderno, en su artículo sobre la cuestión nihilista lyotardiana: “Et néanmoins dans La confession d’Augustin le raisonnement lyotardien
prend un autre tour. La critique métaphysique, il ne l’y a pas oubliée. Mais il
n’ambitionne pas de la revivifier d’une même manière. Comme il se dit que,
pour formuler une telle critique sur la métaphysique, il faut déjà adopter la
perspective théorique de cette même métaphysique. Il faut oublier que l’absolu
est plus qu’un objet critiquable de la pensée occidentale. En ce sens Lyotard
suit, sans d’ailleurs le mentionner, Jean Wahl dans sa description de ce qu’il
nomme paradoxalement «l’expérience métaphysique», c’est–à–dire cette expérience préréflexive dans laquelle la métaphysique théologique ou philosophique
a dû puiser son existence. C’est l’expérience «qui trouble ou exalte». L’expérience
qui comme «l’expérience de vie» fonde la pensée, et dont on peut néanmoins
dire qu’elle sera «cherchée sans jamais être trouvée». Et tout de même, cette
expérience paraît indispensable. Or, que le ton de Lyotard dans son évaluation
du père de l’église est beaucoup plus sympathique que dans son livre de 1974,
c’est parce que dans le livre posthume Lyotard ne s’occupe pas du métaphysicien christique. Le saint le laisse indifférent. Il se concentre sur l’homme, sur
Augustin tout court, sur celui qui est passionné par l’expérience métaphysique,
par un sentiment exaltant. Augustin, comme tous les vrais philosophes, se
heurte contre l’impossibilité d’avoir une expérience consciente de l’absolu,
auquel il est néanmoins en quête”. Doude van Troostwijk, Chris. “Les confusions d’Augustin ou la confession inachevable”, en Labyrinth. An International
Journal for Philosophy, Feminist Theory and Cultural Hermeneutics, vol.2 “On
the Crossroad of Philosophy and Theology” (Viena, invierno de 2000) [de
disponible en: http://h2hobel.phl.univie.ac.at/~iaf/Labyrinth/2000/troostwijk.html#_ftn4].
169
Carlos Mendoza–Álvarez
ignorancia del alcance real de su propuesta. Es necesario
distinguir, para alcanzar una comprensión más justa de
la expresión, al menos cuatro aspectos de dicha debilidad,
entre los rasgos señalados por los autores posmodernos
radicales,5 aspectos que nos parecen altamente significativos
para nuestra investigación: el desencantamiento del mundo;
la conciencia de exclusión vivida; el desmantelamiento de la
omnipotencia y, por último, el proyecto sociopolítico que
desencadena.
Ha sido Gianni Vattimo quien ha desarrollado de
manera más articulada esta expresión.6 Este autor subraya
con ella el carácter “desencantado” del sujeto moderno
tardío, así como su desconfianza ante los metarrelatos típicamente modernos surgidos del totalitarismo de la razón
instrumental. Tal decepción no es del orden moralizante
sino histórico, puesto que no sólo se trata de escandalizarse
ante los abusos del poderío que ha mostrado la sociedad
moderna occidental en la implantación de un nuevo colonialismo económico, político y militar en el mundo. Eso
vale por sí mismo cuando se trata de oponerse, por indignación ética, a la imposición por la fuerza de modos de
vida, y esto es válido en cualquier época. Más bien, en el
caso de los posmodernos, se trata primero de tomar distancia
de la voluntad de omnipotencia al renunciar a su terrible
lógica de la identidad que rechaza toda diferencia y refutar
el sentido de una interpretación particular que se pretende
5
Cf. Vattimo, Gianni y Richard Rorty. L’avenir de la religion. Solidarité,
charité, ironie (París: Bayard, 2005) 138 p.
6
Cf. Vattimo, Gianni. Les aventures de la différence (París: Éditions de Minuit,
1985) 208 p.
170
El Dios escondido de la posmodernidad
imponer a todos en nombre de un supuesto universalismo
controlado sólo por algunos.
Un siguiente rasgo del perfil filosófico del sujeto débil
es la conciencia de la exclusión que vive. Designa un estadio
fenomenológico de la subjetividad7 y no sólo un estado de
ánimo psicológico o moral, como a menudo se caricaturiza. Dicho sujeto débil con frecuencia está marcado por el
resentimiento, pero se trata de un estadio en cierto modo
inevitable de todo proceso de reintegración del sujeto:
cuando se asume el tratamiento terapéutico, cuando da
paso a la reconciliación en medio de situaciones de violencia social o cuando se lleva a feliz término un trabajo de
duelo, propio de toda pérdida, y el sujeto alcanza a superar
el síndrome de ser víctima para salir de la espiral del pasado
que lo atrapa y advenir al presente en su fragilidad viva.
En el corazón de este dinamismo de la subjetividad se
perfila entonces el desmantelamiento de la omnipotencia
como tercera característica del sujeto débil. En efecto, a
partir de la asunción de la propia vulnerabilidad, el sujeto
débil comienza a mostrar otro rostro más allá de la apariencia anodina que lo etiquetaba en una primera impresión.
Así comienza la génesis de una presencia a sí mismo de
carácter proactivo, marcada por la toma de distancia frente
7
Ésta es una interpretación del término sujeto débil que se encuentra no muy
extendida en la literatura filosófica, pero que surge directamente de la conciencia de los límites de la subjetividad. Este análisis ya ha sido desarrollado por
el autor en publicaciones precedentes: Mendoza–Álvarez, Carlos. El Dios otro.
Un acercamiento a lo sagrado en el mundo posmoderno (México: uia, 2003); “El
colapso del sujeto moderno: nihilismo y mística. La ruta fenomenológica de
la subjetividad expuesta”, en Mendoza–Álvarez, Carlos (coord.). Subjetividad y
experiencia religiosa posmoderna (México: uia, 2007) pp. 81–113.
171
Carlos Mendoza–Álvarez
a los sistemas de totalidad y su influencia en los mecanismos
de la propia subjetividad. Superando el estadio de apropiación típico de la lógica de la totalidad —por ejemplo, las
prácticas de autocensura, la sumisión y la permanencia de
los mecanismos miméticos—, el sujeto débil comienza a
desmantelar en sí mismo y en su relación con el otro la
lógica de la rivalidad, al despojarse de sus propias pesadillas.
Por último, el sujeto débil logra llegar, por medio de
tal desencantamiento, al plano ético–político.8 Ahí suscita
vínculos de solidaridad entre los excluidos o se asocia
a quienes promueven proyectos identitarios que serán
confrontados más adelante con otras identidades individuales o colectivas en el marco de la búsqueda de una
sociedad abierta al espacio común posible para todos. En
este marco más bien pragmático —en el sentido de la ética
del discurso—, el objeto de tal confrontación intersubjetiva
no es la sumisión de una identidad a la otra sino su respectiva capacidad de mutuo reconocimiento, a partir de cierta
identidad común, pero que se despliega en la diferencia,
para crear un espacio de intersubjetividad en la historia.
En resumen, la apuesta del sujeto débil consiste en
aprender a vivir como “marginal en el centro”, según aquella extraordinaria expresión de Carlos Monsiváis al hablar
8
Cf. Dussel, Enrique Domingo. Posmodernidad y transmodernidad. Diálogos
con la filosofía de Gianni Vattimo (Guadalajara: iteso, 2002) 65 p. Así lo
observa también Mauricio Beuchot: “Precisamente, el ir más allá de la cristiandad es ir al auténtico cristianismo; el llegar a un cristianismo no religioso,
o no tan religioso, significa el llegar a un cristianismo más cristiano, menos
atado al poder, a la pesadez de las estructuras jerárquicas y más místico. Por
lo tanto más libre”. Beuchot, Mauricio. “Hermenéutica y sociedad en Gianni
Vattimo”, en A parte Rei 54 (Madrid, noviembre de 2005) 5 [de disponible
en: http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/beuchot54.pdf ].
172
El Dios escondido de la posmodernidad
de Salvador Novo,9 el gran cronista de la ciudad de México
en el momento del nacimiento del país a la modernidad
industrial. Marginalidad que se expresa con convicción y
prestancia en el seno de los debates públicos, para lograr
el reconocimiento de los derechos a la diferencia de las
minorías en el corazón de sociedades cerradas.10 Se trata
de un procedimiento intersubjetivo que se va llevando a
cabo de manera progresiva, sin descuidar aquel espacio de
microhistoria tan típico del sujeto posmoderno: el mundo
de la marginalidad vivida, con su concomitante conciencia
aguda de la ambigüedad de las palabras y de las acciones,
pero un mundo donde se descubre la radicalidad de su
apuesta por un entendimiento posible entre los sujetos, en
el respeto a la diferencia y el respeto a lo común a todos.
De esta manera, el sujeto débil se descubre a sí mismo
y descubre a los demás por medio de una apercepción inusi9
Cf. Monsiváis, Carlos. Salvador Novo: lo marginal en el centro (México: Era,
2001) 192 p.
10
Reconocimiento que va más allá de la simple visibilidad social, pero que
exige un debate antropológico, político y teológico que permita alcanzar
expresiones de racionalidad, de vida social y eclesial aptas para dar cuenta de
la diversidad humana en el seno de la ciudad y de la Iglesia: “If there is a difference between the tone of voice with which I am speaking to you and the one
you are accustomed to hearing, it is largely one of accident, or grace, depending on how you interpret it. And yes, you will have to interpret it, you will
have to decide whether I who am addressing you as ‘you’ am able to do so only
because of some slip–up, some crack in the system, or whether there is something of the Shepherd in this unauthorized voice which is speaking to you,
something of the Shepherd, whose voice you know, and of which you are not
afraid. I can lay no claim to being a channel of that voice myself. None of us
can. We can hope to be used, or to be in preparation for being used. However
only those who each of us addresses can perceive who it is, what mixture of
voices it is, that comes singing through our airwaves”. Alison, James. “Letter
to a young gay Catholic”, en Concilium, vol.324, núm.1, “Homosexualities”
(Nueva York, enero–marzo de 2008).
173
Carlos Mendoza–Álvarez
tada, propia al “poder–del–no–poder”.11 Descubre en la
debilidad las huellas de una realidad otra, por construir con
la conciencia aguda y siempre vigilante ante lo provisional.
Se trata, sin duda, de una mirada crítica nacida de la
vulnerabilidad extrema, propia y de los otros, reconocida
por el sujeto débil que aprende a vivir en la provisionalidad,
en medio de los escombros de la modernidad, del derrumbamiento del Sí–mismo. Aprende a vivir a la intemperie de
una existencia desnuda, sin complacencia, ni fundamento,
ni sentido, tan sólo como un sí–mismo abierto a los otros y
al mundo hasta el final.
11
La expresión “el poder–del–no–poder” designa una temática muy apreciada
por la teología pacifista de los años sesenta del siglo XX, que fue retomada por
las teologías contextuales que buscaron interpretar el papel del cristianismo en
las sociedades de exclusión a partir de la no–violencia activa. Cf. Cox, Harvey
Gallagher. La cité séculaire. Essai théologique sur la sécularisation et l’urbanisation (Tournai: Casterman, 1965) 288 p.; La fête des fous. Essai théologique sur
les notions de fête et de fantaisie (París: Seuil, 1971) 237 p.; Le retour de Dieu.
Voyage en pays pentecôtiste (París: Desclée, 1995) 296 p. Sobre el desarrollo
actual de la teología de la no–violencia, se puede consultar la obra de Adrian
Schenker, que tuvo su impacto en el medio católico social de habla francesa
y alemana: Schenker, Adrian. Chemins bibliques de la non–violence (Génova:
cld, 1987) 175 p. En la bibliografía en lengua francesa de los últimos diez
años, que refiere más de 100 obras al respecto, vale la pena concentrar la
atención en una obra de gran valor por la fuerza de su testimonio: Tutu,
Desmond. Prisonnier de l’espérance (París: Le Centurion, 1984) 157 p., y otra
obra, de carácter más descriptivo: Beaudet, Jean–François. Pour une théologie
de la non–violence (Montreal: Les Éditions Fides, 1989) 110 p. El análisis
de mayor agudeza teológica es: Coste, René. “Une théologie de la paix pour
aujourd’hui”, en Bulletin de littérature ecclésiastique, vol.103, núm.3 (Toulouse,
2002) pp. 213–226. Los trabajos publicados en las últimas décadas han insistido más en los vínculos existentes entre los diversos acercamientos críticos
de la modernidad, tales como los de Wolfhart Pannenberg y René Girard, a
partir de la idea de la novedad de Cristo como revelador de la autodonación:
Schwager, R. “Religionswissenschaft und Theologie: Wolfhart Pannenberg
und René Girard”, en Kerygma und Dogma, vol.44, núm.3 (Göttingen, 1998)
pp. 172–192.
174
El Dios escondido de la posmodernidad
El recorrido fenomenológico hasta aquí explicado no
es otro que la constitución del sujeto desencantado, nacido
de la aplastante lógica de la razón instrumental. Se trata del
sobreviviente que clama, aquél que vive en la experiencia de
su último aliento, consciente de los destrozos producidos
por la totalidad y, por eso, abierto al Infinito, no como una
nueva totalidad sino como amanecer de un mundo nuevo,
permaneciendo en el momento de la aurora, en aquel
instante preliminar, cuando aún existe el claroscuro y, tal
vez, la promesa, pero siempre aun por cumplirse...
El carácter provisional de todo discurso
A diferencia de lo que afirman muchos críticos, la posmodernidad radical no es algo contrario a la inteligibilidad
del discurso.12 Subraya sobre todo su carácter provisio12
Pensamos obviamente en los filósofos nihilistas abiertos a la mística, entendida en tanto experiencia radical de apertura, como es el caso de Maurice
Blanchot y Jean–Luc Nancy en Francia, o bien Marià Corbí y Amando
Robles en España. A título de ejemplo, véase el siguiente texto de Blanchot:
“Cet état [l’expérience intérieure], état de violence, d’arrachement, de rapt,
de ravissement, serait en tout semblable à l’extase mystique si celle–ci était
dégagée de toutes les présuppositions religieuses qui souvent l’altèrent et, en
lui donnant un sens, la déterminent. ‘La perte de connaissance’ extatique est
proprement l’expérience intérieure. L’expérience, cela doit tout de suite être
dit, ne se distingue pas de la contestation dont elle est l’expression fulgurante
dans la nuit. [...] l’expérience est telle que plus rien n’a de valeur, de sens, pas
même elle ... elle est donc essentiellement paradoxe, elle est contradiction
d’elle–même, elle est la contestation s’exprimant dans une situation originale,
dans une expérience qu’on peut vivre”. Blanchot, Maurice. “L’expérience
intérieure”, en Faux pas (París: Gallimard, 1943) pp. 49–50. En un sentido
que no niega sino que asume el fondo teologal de la experiencia mística, se
pronuncia Corbí: “La verdad que proclaman las grandes tradiciones religiosas
y los maestros del espíritu es una verdad silenciosa, no una formulación. Lo
que en silencio se comprende y nos conmueve, que es lo que testificamos, es
175
Carlos Mendoza–Álvarez
nal, agónico en tanto lucha permanente por esclarecer
el sin–sentido que preside toda representación o, si
se prefiere, el sentido incumplido que se vislumbra. La
“oración desmitificada” sería el indicio de esta dimensión
del lenguaje mismo:
Por eso la adoración, la oración en su esencia, no
es en primera instancia la petición que espera una
respuesta, una retribución o una reparación. La
oración no está primordialmente atrapada en el
tráfico religioso de las mentiras sobre lo real (sobre la
vida / muerte, mundo / nada, tierra / cielo, etc.), ni
tampoco sobre lo que le es conexo, las indulgencias
capitalizadas en créditos de salvación. La oración es,
ante todo, adoración: dirección, homenaje, reconocimiento de aquello que su decir se esfuma en el
camino de lo que está diciendo (y que nunca dirá).
El homenaje, la veneración, es decir simplemente el
movimiento de “trascendencia” como lo caracteriza
Deguy —el tránsito incesante sin “palier gagné”
alguno, o bien la trascendencia sin trascendencia (se
diría también la trascendencia inmanente a nuestra
inmanencia, homóloga e inherente a su mismo
plano— constituye el oficio de decir.13
la verdad, pero no la verdad de una formulación sino la de una presencia”.
Corbí, Marià. Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin
dioses (Barcelona: Herder, 2007) p.317.
13
Nancy, Jean–Luc. “Prière démythifiée”, en La déclosion (París: Galilée,
2005) p.198.
176
El Dios escondido de la posmodernidad
Nacido de la deconstrucción derridiana, el nihilismo posmoderno conlleva también un procedimiento de desmontaje
de las estructuras lingüísticas y pragmáticas propias a todo
sistema de significación para mostrar ahí su carácter relativo
a un sujeto individual o colectivo, a su intencionalidad de
sentido, a su deseo de poder sobre las palabras y también
sobre las cosas, de manera que se comprenda el ambiguo y
complejo tejido del “conocimiento objetivo”.
Pero la deconstrucción incoada por la posmodernidad
también afecta los sistemas de referencia que subyacen
al lenguaje y a la acción comunicativa. Tal es el caso, de
manera especial, en lo tocante a los sistemas autorreferenciales propios del sujeto emancipado, que deberían ser
descubiertos en su lógica de totalidad y de omnipotencia
infantil. Este método deconstructivo se aplica, en primer
lugar, al lenguaje, pero también a la acción y, al fin y al
cabo, a los símbolos mismos, que son portadores de una
dimensión metarracional que incluye la emoción, el sentimiento y la intuición. En este sentido, la religión también
está en la mira de la deconstrucción nihilista, en tanto que
representa la expresión extrema del sistema de totalidad.
Ahora bien, el cristianismo, siendo el rebasamiento de
la religión en tanto totalidad de lo Mismo y de lo Idéntico,
es —en cuanto a su condición kenótica propia— el proceso
mismo de la deconstrucción. En este sentido, en particular en sus diálogos con Maurice Blanchot y Emmanuel
Levinas, Jacques Derrida profundizará esta idea matriz de
su pensamiento, misma que será más tarde retomada por
Jean–Luc Nancy:
177
Carlos Mendoza–Álvarez
El Dios vivo, finalmente, es lo que mantiene unido
el ensamblaje de todos los otros elementos. Dios
que no es representado ni representable, sino vivo,
el Hijo, “imagen invisible del Dios invisible”, dice
Orígenes, es su pensamiento mismo. El Hijo es
la visibilidad ella misma no visible como tal del
Invisible, no en el sentido de un dios que aparecería, sino en el sentido de un anuncio de la presencia. Es en este anuncio, en esta invitación al ser
humano, en este llamado, que acontece la visión.14
En dicho contexto, y según la ley de la kénosis del Logos,
el cristianismo debería ser, desde un punto de vista estrictamente fenomenológico, el en–sí rebasándose a sí mismo
de manera perpetua, gracias a la irrupción del otro, del
enemigo que deviene hermano, por medio de un reconocimiento pneumatológico: acto de donación total, de
gratuidad extrema cuyo principio trascendente sería la
encarnación de lo divino en lo humano. En el fondo, se
trata de construir el argumento nihilista por la afirmación
en torno al cristianismo como deconstrucción y nihilismo,
experiencia profunda de apertura de la existencia en tanto
testigo del origen sin origen, devenir puro atestiguado por
filósofos y teólogos:
Lo Abierto (o “lo libre”, como también lo llamó
Hölderlin) es, en efecto, esencialmente ambiguo (se
trata de la ambigüedad autodestructora o autode14
Nancy Jean–Luc. La déclosion. Déconstruction du christianisme, 1 (París:
Galilée, 2005) p.225 (traducción del autor).
178
El Dios escondido de la posmodernidad
construccionista del cristianismo). En su absolutez,
se abre a sí mismo y no se abre sino sobre sí mismo,
infinitamente: es así que el cristianismo sería un
nihilismo, y no ha cesado de comprometer el nihilismo la muerte de Dios. Pero de esta manera, la
pregunta queda planteada: ¿qué sería una tal apertura sin que se abismara en su propio azoro? ¿Qué
sería un sentido infinito que, no obstante, hace
sentido, una verdad vacía que tiene, sin embargo, el
peso de la verdad? ¿Cómo delinear de nueva cuenta
una apertura delimitada, una figura, por tanto, que
no obstante no sea una captación figurativa del
sentido (que no sea Dios)?15
De esta manera, el discurso es llevado al terreno de la antigua analogía de los clásicos, donde predomina la diferencia,
ciertamente en los límites del apofatismo, pero sobre todo
de la metáfora y del palimpsesto en cuanto apertura hacia
nuevas formas de escritura, para hacer avanzar los relatos de
lo provisional que dan testimonio de la tensión escatológica
insertada por el Logos en la historia. Y esto no tanto en
el sentido de la rivalidad negativa propia del mimetismo,
sino de la reciprocidad positiva proveniente de la víctima
no resentida. Ésta es la razón, por cierto, por la cual el
discurso apofático parece tan pertinente para el pensamiento posmoderno. Puesto que se trata de afirmar, no
debido a una complacencia preñada por la ambigüedad de
una relación con el otro marcada por la codicia egocéntrica,
sino afirmar una revelación divina según el oficio propio
15
Ibidem, p.226.
179
Carlos Mendoza–Álvarez
del Logos kenótico, del cual el cristianismo sería el principal
testigo en tanto un decir y no en cuanto una religión:
Se trataría de pensar el límite (tal es el sentido griego
de horizô: limitar, circunscribir), el borde singular
que “cierra” exactamente una existencia, pero que la
cierra según la grafía complicada de una apertura, no
regresando sobre sí mismo (“sí–mismo” siendo el
no–regreso mismo), o bien según la inscripción de
un sentido que ninguna religión, ninguna creencia,
ningún saber tampoco —y, por supuesto, ningún
servilismo ni ascetismo alguno tampoco— no
alcanzan a saturar ni a asegurar, que ninguna Iglesia
puede pretender reunir o bendecir. Para eso, no nos
queda culto alguno, ni oración, sino el ejercicio
estricto, severo, sobrio y sin embargo gozoso, de
aquello que se llama el pensamiento.16
El nihilismo posmoderno nos enseña así a permanecer
en el horizonte de la existencia en devenir. Se limita ante
toda representación de la tierra prometida. Es cercano
al lenguaje religioso mítico de los profetas de Israel que
desarrolló una aguda conciencia de la insuficiencia de la
palabra humana para decir al otro, al mundo y sobre todo a
Dios. Es el caso de Isaías, en el relato de su propia vocación
profética, narrada con la metáfora de la “impureza de los
labios”: los del profeta, pero también de todo su pueblo;
impureza que es borrada por la brasa encendida —de
nuevo, otra paradoja fundacional de la lógica diferente—
16
Idem.
180
El Dios escondido de la posmodernidad
que hace al profeta alguien apto para decir lo divino y, todavía más, comunicarlo al pueblo rebelde, pero a partir de la
conciencia viva de su innata inadecuación al mundo divino.
Dicha experiencia de deconstrucción del lenguaje
profético es abordada por Vattimo, por ejemplo, para hablar
de una comunidad cristiana que podría encontrar su papel
en la sociedad posmoderna sólo por medio del testimonio
de este Logos kenótico y no tanto del Cristo Pantocrator.
Es decir, es necesario pasar a través de las mediaciones
de un discurso deconstruido de manera permanente, de
una práctica no totalitaria en el seno de las instituciones
en la historia, así como de una acción social y política
inspirada por “el poder del no poder”, aquél que mana del
Mesías crucificado.17 La memoria viva del Crucificado se
encuentra asociada a “los crucificados de la historia”, tal
como comprendió y lo atestiguó hasta el martirio Ignacio
Ellacuría. Esta anamnesis nos permite entrar en la lógica
de la kénosis,18 para situarnos en el corazón de la historia
17
Cf. Moltmann, Jürgen. Le Dieu crucifié. La croix du Christ, fondement et
critique de la théologie chrétienne (París: Cerf, 1974) 392 p.
18
En este sentido, Jon Sobrino reconoció el legado de Ellacuría, luego de su
asesinato por los paramilitares salvadoreños coludidos con el Estado: “Por otra
parte, también del mundo de arriba puede provenir salvación, pero tiene que
pasar por sanación y redención, para lo cual tiene que abajarse, aunque sea
análogamente, al abajo de la historia, sin olvidar cuál es el analogatum princeps
de ese abajo y no caer en la manipulación que suele hacerse de “los pobres de
espíritu” de Mateo, como si todos pudiesen ser pobres, sin dejar de ser ricos.
No se puede estar abajo sin algún tipo de abajamiento real y de compartir
realmente la pobreza. Pero esto sí puede ocurrir análogamente. Puede haber
inserción fáctica y acompañante en el mundo de los pobres, trabajo inequívocamente en su favor, aceptación de riesgos por defenderlos, sufrir su destino de
persecución y muerte, participar en sus gozos y esperanzas. Estas son cosas
reales, no intencionales. Entonces, el mundo de arriba puede traer salvación”.
Sobrino, Jon. Carta a Ignacio Ellacuría. “Extra pauperes nulla sallus, fuera de
181
Carlos Mendoza–Álvarez
de dominación y de violencia, a fin de atisbar ahí los signos
del Reinado de Dios entre los pobres y excluidos para anunciar la Parusía.
En suma, se trata de un cristianismo sin religión,19 en
el sentido doble del rebasamiento de los sistemas rituales,
pero también del rechazo de la religión arcaica. Dicha
expresión parecería contradecir la esencia misma del cristianismo y, sin embargo, designa el boquete de la religión
sacrificial para alcanzar otra forma de religación a la trascendencia centrada en la gratuidad como la forma más
eminente y perfecta de advenimiento de la trascendencia en
la inmanencia. En tal estadio de la subjetividad acontece,
entonces, la verdad de una religión, más allá del sacrificio,
según la lógica de la Mismidad abierta a la Alteridad, en la
tierra prometida de la “mutua donación”,20 que será siempre un desafío en medio de la historia violenta y trágica
de la humanidad. Se trata, en el fondo, de la aparición del
los pobres no hay salvación” (San Salvador, 21 de noviembre de 2005) [de
disponible en: http://www.sicsal.net/reflexiones/CartaAEllacuria2005.html].
19
De nueva cuenta, este tipo de nihilismo místico renuncia a las expresiones
religiosas, pero reafirma el sentido de la presencia divina redentora a través del
amor sin condición: “El conocimiento silencioso es la única y verdadera raíz
del amor incondicional a todos los seres; el conocimiento y sentir silencioso
son la única raíz del amor a todo. Donde no hay conocimiento silencioso hay
sujeto, y donde hay sujeto hay, inevitablemente, egocentración”. Corbí, Marià.
Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses (Barcelona:
Herder, 2007) p.303.
20
Más acá del mutuo reconocimiento propuesto como último estadio de la
dialéctica hegeliana, la mutua donación es propia de la vida teologal. De esta
manera, es la expresión trascendental de la intersubjetividad, según aquello
que John Milbank captó con precisión. Al mismo tiempo, esta donación
extrema designa la existencia sin fundamento, hasta el final, atestiguada por el
nihilismo. Ella es, finalmente, el contenido antropológico de la escatología en
tanto finalidad discreta de la historia según Cristo.
182
El Dios escondido de la posmodernidad
cristianismo como experiencia de realización de los sujetos
en comunión porque la rivalidad ha sido desactivada.
La práctica de la microhistoria
Los relatos típicos del pensamiento débil están marcados
por tal voluntad de expresión de los sujetos posmodernos
que se sitúan siempre del otro lado de la historia oficial.
No la que es contada por los vencedores según la lógica
del progreso —tal como la describió Walter Benjamin—21
sino la historia narrada por los vencidos, a partir de los
escombros: siendo ésta otra óptica que devela la otra
verdad de los hechos que en apariencia serían objetivos.
Ahora bien, los relatos escritos son una de las expresiones
mayores de la memoria, pero no la única. Siempre existe
en el origen la tradición oral de la humanidad,22 aún más
21
Considérese la siguiente descripción del progreso como una “devastadora
tempestad”, escrita por Benjamin hacia 1942: “Il existe un tableau de Klee
qui s’intitule ‘Angelus Novus’. Il représente un ange qui semble sur le point de
s’éloigner de quelque chose qu’il fixe du regard. Ses yeux sont écarquillés, sa
bouche ouverte, ses ailes déployés. C’est à cela que doit ressembler l’Ange de
l’Histoire. Son visage est tourné ver le passé. Là où nous apparaît une chaîne
d’événements, il ne voit, lui, qu’une seule et unique catastrophe qui sans cesse
amoncelle ruine sur ruine et les précipite à ses pies. Il voudrait bien s’attarder,
réveiller les morts et rassembler ce qui a été démembré. Mais du paradis souffle
une tempête qui s’est prise dans ses ailes, si violemment que l’ange ne peut
plus les refermer. Cette tempête le pousse irrésistiblement vers l’avenir auquel
il tourne le dos, tandis que le monceau des ruines devant lui s’élève jusqu’au
ciel. Cette tempête est ce que nous appelons le progrès”. Benjamin, Walter.
“Sur le concept d’histoire”, en Œuvres, t.iii (París: Gallimard, 2000) p.434.
22
La fuerza de la oralidad es bien conocida por la sociedades primitivas,
pero también por las nuevas formas de expresión identitaria de la sociedad
globalizada: oralidad quiere decir relación con la salvaguarda y promoción de
una identidad amenazada en la reconstitución de la historia del tiempo breve,
como lo describe Fernand Braudel: “L’histoire se situe à des paliers différents,
183
Carlos Mendoza–Álvarez
primitiva y originaria, que surge como simbólica estética
para expresar un estado de ánimo al mismo tiempo que una
interrogante propia del poeta o del artista: sea por medio
de los escritos mitológicos o por los símbolos religiosos que
conducen el sentido de lo real vivido hacia una dimensión
trascendente.
En el caso paradójico del sujeto débil, el binomio
oralidad–escritura propio de la estructura lingüística no se
destruye sino que, por el contrario, se radicaliza al extremo
de hacer surgir aquella identidad inhibida por la visión
dominadora por medio de relatos, poemas, mitos, epopeyas, cánticos, danzas, rituales, símbolos. Una fuerza locutoria inédita, con sus derivados perlocutorios e ilocutorios,
se libera así en la memoria de los vencidos que comienza a
reconocer su posibilidad de decir yo, nosotros existimos.
La teología autóctona de los pueblos amerindios de
América Latina es un ejemplo eminente de la reconstrucción de la historia a partir de la exclusión dejada atrás: más
allá del resentimiento por la injusticia histórica padecida,
estos pueblos han construido un proyecto de afirmación de
su identidad colectiva a partir de sus raíces culturales vivientes, abiertos también al injerto de la modernidad. Pero no
je dirais volontiers trois paliers, mais c’est façon de parler, en simplifiant
beaucoup [...] En surface, l’histoire événementielle s’inscrit dans le temps
court: c’est une microhistoire. À mi–pente, une histoire conjoncturelle suit
un rythme plus large et plus lent. On l’a étudiée surtout jusqu’ici sur le plan
de la vie matérielle, des cycles ou inter cycles économiques [...] Au–delà de ce
‘récitatif ’ de la conjoncture, l’histoire structurale ou de longue durée, met en
cause des siècles entiers; elle est à la limite du mouvement et de l’immobile et,
par ses valeurs longtemps fixes, elle fait figure d’invariant vis–à–vis des autres
histoires, plus vives à s’écouler et à s’accomplir, et qui, en somme, gravitent
autour d’elle”. Braudel, Fernand. Les écrits de Fernand Braudel, t.II, Les ambitions de l’histoire (París: De Fallois, 1997) 179–180.
184
El Dios escondido de la posmodernidad
de manera ingenua. Desde 1992, los pueblos originarios de
América Latina y el Caribe interpelan al conjunto de las
naciones vecinas para entrar en un nuevo pacto social y
político, asumiendo las nuevas olas del mestizaje cultural
y religioso que comporta toda interacción y todo diálogo
fecundo.
Esta acción de afirmación histórica realizada por los
pueblos originarios se construye y echa sus raíces en el
suelo de su universo simbólico vivo, donde la Sabiduría
divina toma su lugar fundacional. Se trata así de recuperar
aquella antigua concepción del Logos simbólico, enraizada
en aquellas culturas como “flor y canto”, según lo recuerda
el padre de la teología autóctona moderna de los pueblos
amerindios, Eleazar López:
Estamos presenciando la irrupción de los pobres en
la historia. Pobres que traen a cuestas ya no sólo el
peso de su miseria, sino sobre todo su ilusión por
la vida que hay que engendrar para el futuro. Las
comunidades indígenas se presentan trayendo en
sus ayates o tilmas las flores del Tepeyac, que han
cultivado en la oscuridad de la noche, en el hielo
del invierno, entre piedras y espinas, y ahora ofrendan a quienes abran su corazón y estén dispuestos
a recibirla.23
23
López, Eleazar. “Caminos de la teología india”, en Argandona, Ramiro.
Sabiduría india, fuente de esperanza. Teología india. Memoria del III Encuentro–
taller latinoamericano, Cochabamba, 24 al 30 de agosto de 1997 (Cuzco:
Imprenta Amauto, 1998) [de disponible en: http://www.tinet.org/~fqi_sp02/
cochab97.htm#ponencias].
185
Carlos Mendoza–Álvarez
La “teología india”, como se le llama en medios católicos, representa así el fruto más sabroso de su civilización,
porque ella colecta todas las semillas de la sabiduría de
los antepasados para bordar el tejido de la historia de otra
manera: en el respeto de veneración a la tierra, en la justicia
y el reconocimiento mutuo, en la práctica de la autoridad
como obediencia a la comunidad, por medio de la ritualidad que une a todos los seres del cosmos con su Fuente, en
la gratuidad del Ch’ul Espiritu de Cajual Cristo que anima a
todos los seres vivientes y, de manera eminente, a las víctimas inocentes y sus sobrevivientes.24
24
La teología autóctona es realizada por los pueblos mayas actuales, en medio
de las sociedades latinoamericanas, en una situación de confrontación con las
tensiones de la modernidad. Es importante subrayar, primero, la aportación de
los pueblos indios a la construcción del espacio público y a la edificación de la
democracia en estados pluriétnicos y multiculturales, que son aún reticentes
para honrar el lugar histórico de los pueblos originarios. Pero es aún más significativo para nuestra investigación el hecho de valorar la contribución de los
pueblos indios al debate teológico en lo referente a la cuestión de la inculturación del Evangelio en el contexto local: una tarea aún inacabada para el cristianismo actual. Un ejemplo altamente simbólico, por su testimonio de recepción
creadora de la renovación conciliar, es el de la iglesia local de San Cristóbal
de Las Casas en Chiapas, México. Esta diócesis ha tenido que afrontar graves
responsabilidades de mediación entre el movimiento armado indígena y el
gobierno mexicano, haciendo frente también a las crítica de la curia romana
sobre los caminos escogidos para llevar a cabo la inculturación del Evangelio
en la cultura maya de nuestros días: “La encarnación del Evangelio en las
culturas indígenas a nadie debe causar admiración sabiendo que el 80% de
los fieles de nuestra Diócesis son indígenas. Esto nos ha llevado a trabajar: por
nuestra Iglesia autóctona, por la valoración de sus tradiciones y costumbres,
por la predicación de la Palabra en sus lenguas maternas, por vigorizar sus
cargos y ministerios, entre los que han surgido ya cerca de 10,000 catequistas y varios centenares de servidores, de entre los cuales hemos impuesto las
manos a unos trescientos para ordenarlos en el Diaconado Permanente, como
recuperación valiosa del Vaticano II para nuestra época”. Ruiz García, Samuel
y Raúl Vera López. “Presentación de los acuerdos del iii Sínodo Diocesano”,
en Diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Acuerdos del III Sínodo Diocesano
186
El Dios escondido de la posmodernidad
Tal potencia del lenguaje se convierte así, por su dinamismo propio, en fuerza histórica de los marginados de la
Historia. Aquellos que han sido excluidos por los vencedores retoman en sus manos su propia manera de decirse en
el mundo.
*
Como se ha podido ver hasta aquí, se trata de poner en
marcha una recuperación anamnética de la identidad olvidada. Como en el caso de víctimas de guerra, en la situación de una población deportada o de alguien que ha vivido
el sometimiento a una potencia de dominación cualquiera.
La palabra recuperada es un camino de liberación y de
libertad conquistada.
Casos ejemplares de tal práctica de la microhistoria han
sido, en las últimas décadas, las “comisiones de la verdad”,25
que fueron instituidas después de las guerras y los conflictos
políticos en diversas partes del mundo a lo largo del siglo
XX. El traumatismo personal y social vivido por las víctimas
(San Cristóbal de Las Casas: Edición privada, 2000) pp. 10–11. Para abundar
sobre la justificación teológica y pastoral del diaconado permanente, véase:
Diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Directorio Diocesano para el Diaconado
Indígena Permanente (San Cristóbal de Las Casas: cenaMi, 1999) 172 p. La
cuestión del diaconado permanente y del presbiterado está subordinada, en
contexto maya, al ejercicio de la autoridad, por lo que debe ser acordado por
costumbre a hombres casados. Cf. Alí Modad, Felipe. Engrandecer el corazón
de la comunidad (México: crt, 1999).
25
Véase el siguiente estudio hermenéutico de las Comisiones de la Verdad que
tiene el mérito de conjugar la descripción histórica con el análisis filosófico,
dirigiendo también algunos cuestionamientos a la teología: Phelps, Teresa
Godwin. Shattered voices. Language, violence and the work of the truth commissions (Filadelfia: University of Pennsylvania Press, 2004) 192 p.
187
Carlos Mendoza–Álvarez
exige un tratamiento integral de la violencia padecida, para
hacer posible el momento de la reconciliación nacional. El
hecho de contar su propia versión de la violencia, de decir lo
que ha sucedido, de convocar a los sobrevivientes a expresarse superando el miedo y el resentimiento, son acciones
de afirmación de las identidades negadas. La microhistoria
supone, así, no sólo la afirmación del sujeto débil sino, aún
más, la reconstitución del tejido relacional del conjunto,
donde la víctima vivió junto con los sobrevivientes, víctimas y verdugos. Así será posible instaurar un proceso real
de vida en común, en el seno de la entidad política respectiva, sea la familia, la ciudad o la comunidad de naciones.
Desde un punto de vista subjetivo, la práctica de la
microhistoria26 desencadena un dinamismo de autoafirmación que rebasa el narcisismo originario, en la medida
en que la reconstitución del sujeto, superando su propia
marginalidad, conserva viva la memoria de los mecanismos
de exclusión para hacer un uso crítico cuando la lógica de
la Mismidad intente de nuevo imponerse.
De este modo, el carácter provisional de la microhistoria no le quita nada de su poder lingüístico de transformación del mundo sino que lo refuerza y le da una raíz vital
en la vulnerabilidad despertada de su letargo, para abrir así
un horizonte en la construcción política de la intersubjeti26
Se trata de una categoría muy apreciada por los historiadores posmodernos
que la emplean para evitar las trampas del totalitarismo, sin que por ello haya que
conceder que la forma de las microhistorias garantice por sí misma la verdad,
la pertinencia y la credibilidad de los relatos. Cf. Dosse, François. L’Histoire en
miettes. Des Annales à la «nouvelle histoire» (París: La Découverte, 2005). Véase
asimismo una obra que marcó el debate en su momento: Chartier, Roger;
Jacques Le Goff y Jacques Revel (dirs.). La nouvelle histoire (París: Rets–cepl,
1978) 574 p.
188
El Dios escondido de la posmodernidad
vidad. En este sentido, Michel de Certeau había ya descrito
ese proceso, en los años setenta del siglo pasado, a partir de
sus análisis del cuerpo social y su violencia, contexto en el
que tiene que abrirse paso el oficio propio del historiador:
Es precisamente esto lo que el historiador —tal es,
después de todo, nuestro lugar— puede indicar a los
analistas literarios de la cultura. Por función propia,
desaloja a estos últimos de su pretendido estatuto de
puros espectadores, manifestándoles por todos lados
la presencia de mecanismos sociales de elección, de
crítica, de represión, recordándoles que la violencia
siempre funda un saber. La historia es por ello, incluso
si no es más que eso, el lugar privilegiado donde la
mirada se inquieta. No obstante, sería en vano esperar
de una crítica política la liberación de las culturas,
un surgimiento por fin liberado, una espontaneidad
por fin liberada tal como lo desean ambiguamente
los primeros folkloristas. La historia de las antiguas
divisiones nos enseña que ninguno de entre ellos es
indiferente, que toda organización supone una represión. Simplemente, no es seguro que esta represión
deba siempre hacerse según una distribución social
jerárquica de las culturas. Aquello que puede ser, es
la experiencia política viviente de mostrarnos, si sabemos leerla, lo que no es malo recordar en el momento
en el que se plantean las cuestiones urgentes para una
política y una acción cultural.27
27
Certeau, Michel de et al. “La beauté du mort”, en Politique Aujourd’hui
(diciembre de 1970) p.23.
189
Carlos Mendoza–Álvarez
Dentro de este proceso no existe el relativismo nihilista28
en el sentido de la imposibilidad de un lazo común entre
personas y naciones sino, por el contrario, aparece un sujeto
con conciencia aguda de la interacción constitutiva de todo
tejido relacional, vigilante frente a las potencias destructoras surgidas del mecanismo mimético y, sobre todo, consciente de la posibilidad de vivir su existencia de otro modo,
en la realización histórica del mutuo reconocimiento.
La marginalidad en el centro
El lugar de lo político en el contexto del pensamiento débil
se sitúa del lado de la construcción del espacio público
en el reconocimiento de la diversidad.29 Si bien, como es
cuestión en la posmodernidad, se trata del rechazo de los
metarrelatos y sus desvíos totalitarios, no es justificable la
evasión en la esfera narcisista harta de complacencia.
En la línea de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Paul
Ricœur señala la importancia capital de la exigencia ética
que postula que los implicados en la reciprocidad de la relación dialéctica no permanezcan atrapados en el estadio del
resentimiento.30 De otro modo quedarían inmovilizados
28
Cuál sea el sentido de la historia y cuáles los sentidos que ella devela a
través de las microhistorias es la verdadera cuestión para los posmodernos.
Cf. Certeau, Michel de. L’écriture de l’histoire (París: Gallimard, 1975) 358 p.
29
Una política posmoderna buscará interpretar y hacer realizable, en el seno
del espacio público local y global, la voz de las minorías, con el fin de cuestionar el orden establecido y proponer nuevas configuraciones de lo social. Véase
en este sentido: Dussel, Enrique Domingo. Política de la liberación. Historia
mundial y crítica (Madrid: Trotta, 2007) 592 p.
30
Cf. Ricœur, Paul. Les parcours de la reconnaissance. Trois études (París:
Éditions Stock, 2004) 387 p.
190
El Dios escondido de la posmodernidad
por el deseo de venganza o de triunfo sobre los verdugos.
Se trata más bien, en la lógica del Espíritu absoluto, de que
dichos sujetos puedan alcanzar la configuración propia del
reconocimiento (Anerkennung), en un orden de mutualidad
que se expresa como “estado de paz”:
La paradoja del don y del contra don constituirá,
a este respecto, el lugar polémico por excelencia,
donde la unilateralidad del ágape será capacitada
para ejercer su función crítica sobre la reciprocidad
que trasciende los gestos directos de los individuos
en la situación propia del intercambio de bienes.
De esta manera quedará limpio el terreno para una
interpretación de la mutualidad del don fundada en
la idea del reconocimiento simbólico.31
Fue la lectura reduccionista de Hegel hecha por Karl Marx
lo que impidió ver esta diferencia. En efecto, según el maestro de Jena, la dialéctica del Espíritu absoluto conduce a la
superación de la oposición de contrarios no por el aniquilamiento de uno de los adversarios sino por su integración
en una esfera intersubjetiva mayor.32
31
Ibidem, p.320.
La evolución del pensamiento de Hegel sobre la cuestión de la reconciliación parece ir en el sentido de la revolución como reversa hacia una
reconciliación originaria cuyo modelo idealizado sería Grecia y su expresión
más depurada de la religión popular. Así lo afirma en Le Fragment de Tübingen
(1792–193). Cf. Herceg, Marc. “Le jeune Hegel et la naissance de la réconciliation moderne”, en Les études philosophiques, núm.3 (agosto de 2004) pp.
383–401. La cuestión de la reversibilidad de la historia permanecerá abierta
hasta el momento en que el viejo Hegel, en sus lecciones de Berlín sobre la
filosofía de la historia, hablará del Terror que este sueño trajo consigo. Más
adelante volveremos sobre esta cuestión de la posible superación de la violencia.
32
191
Carlos Mendoza–Álvarez
El mutuo reconocimiento es entonces el verdadero sentido
de la dialéctica hegeliana. Para alcanzarlo será necesario que
el Estado logre establecer las instituciones que garanticen la
diversidad, desde las primeras constataciones de los síntomas de la rivalidad, para conducir a los oponentes hacia
una identidad compartida. La política del reconocimiento
se convierte entonces en una característica indispensable de
la sociedad emancipada, en su último estadio de evolución.
Sin embargo, es preciso no olvidar el carácter provisional de
dicho estadio, pues siempre se encuentra amenazado por la
violencia arcaica que orilla al fracaso a las diferentes tentativas históricas para establecer sociedades justas y pacíficas.
En este sentido, el cristianismo tendría un papel principal
que jugar, recordando el riesgo idolátrico de lo político y la
necesaria apertura a la dimensión trascendente del mutuo
reconocimiento, tal como ya fue evocado por John Milbank
en su crítica al reduccionismo sociológico moderno y a la
violencia como trascendental de la razón secular.
Ciertamente, la lectura de la historia que hizo Hegel
en el momento de la expansión del Estado moderno y de la
economía capitalista hoy nos parece completamente errónea e, incluso, culpable por justificar la empresa violenta
y dominadora de la razón occidental. René Girard33 y
33
“Hegel retomará de la revelación cristiana la necesidad de una doble reconciliación (Aufhebung): la de los hombres entre sí y la de los hombres con Dios.
La paz y la salvación son por tanto dos movimientos conjuntos; porque Hegel
piensa que las Iglesias fracasaron en la reglamentación del juego de voluntades
humanas, asignará esta tarea al Estado, ‘universal concreto’, que nada tiene
que ver con los estados particulares. La universalidad racional de dicho Estado
debe, en efecto, devenir una organización mundial. Pero mientras tanto, los
estados particulares continuarán manteniendo relaciones guerreras: hay en
192
El Dios escondido de la posmodernidad
Milbank34 han insistido mucho sobre este profundo error
de Hegel. Pero si nos atenemos a los textos tardíos de su
obra, entonces el viejo Hegel35 parece haber visto la importancia del desmantelamiento de la violencia en la historia
como condición para alcanzar la supervivencia de la humanidad. Es verdad, no obstante, que la primera versión
de Hegel, cuya dialéctica proyecta de manera absoluta la
lucha de contrarios, ha influido a autores como Friedrich
Nietzsche y Marx, quienes condujeron al pensamiento
occidental por senderos propios de una conciencia de la
irresoluble diferencia.
De esta manera, hemos podido delinear el trasfondo
dialéctico del sujeto débil, más allá de las interpretaciones
propuestas por sus adversarios ideológicos contra–modernos.
esta sucesión una contingencia esencial de la historia [...] El racionalismo
hegeliano busca entonces conjurar la dialéctica, haciendo salir a la razón de los
espejismos de la omnipotencia. Del cristianismo retoma la reconciliación, que
es la única que permite evitar la abstracción, la única que puede aportar a los
hombres la salvación y la paz. Pero lo que Hegel no ve es que la oscilación de
las posiciones contrarias que devienen equivalentes puede con facilidad llegar a
los extremos, que el desacuerdo puede perfectamente acercarse a la hostilidad,
la alternancia convertirse en reciprocidad de rivalidad”. Girard, René. Achever
Clausewitz (París: Carnets du Nord, 2007) pp. 68–70 (traducción del autor).
34
“La verdadera Sittlichkeit [moralidad] cristiana sólo es posible, según
Hegel, en las circunstancias del Estado moderno y de la economía capitalista desarrollada”. Milbank, John. Teología y teoría social. Más allá de la razón
secular (Barcelona: Herder, 2004) p.233.
35
Cf. Hegel, Georg–Friedrich. Principes de la philosophie du droit [1830]
(París: puf, 1980). Una crítica del filósofo de Jena, a partir de las fuentes
judías, se encuentra en: Cohen, Joseph. Le sacrifice de Hegel (París: Galilée,
2007) 213 p.
193
Carlos Mendoza–Álvarez
*
Otra crítica a la modernidad es posible, esta vez centrada
en la idea de la necesaria reconstrucción del tejido social,
una vez que se tiene en cuenta a los marginados por la
lógica del sistema, a fin de garantizar el respeto a las diferencias en el seno de la comunidad en la polis mundializada. Queda por saber cómo será posible llevar a cabo tal
estrategia, con el fin de impedir el regreso de la voluntad
de omnipotencia, más bien controlando su domesticación, como condición indispensable para el porvenir de la
humanidad en el más acá de sus pulsiones miméticas que
nos conducen, de manera ineluctable, hacia la “montée
aux extrêmes” como la describió Girard en una de sus más
recientes obras dedicada a pensar lo apocalíptico.36
En síntesis, la marginalidad en el centro significa la
vigilancia crítica ante los excesos de poder que han marcado
a las sociedades humanas “desde la fundación del mundo”.
Es urgente elevar la voz, no solamente para decir la kénosis
del Logos divino, sino “una voz que clama en el desierto”
para denunciar la mentira de la omnipotencia infantil y
36
“Le traité de Clausewitz, composé hors de tout dialogue, de tout débat, dans
la solitude d’un exil intérieur, annonce l’imminente dictature de la violence. Il
y a chez Clausewitz une espèce de sacralisation de la guerre, valable seulement
quand en elle est assez violente pour réaliser son essence [...] C’est au sein
du cercle vicieux de la violence qu’il faudrait pouvoir renoncer à cet éternel
retour d’un sacré de moins en moins contenu par les rites et qui se confond
maintenant avec la violence. C’est au sein de ce mimétisme libéré qu’il faut
travailler. Il n’ya pas d’autre voie. Il faudra donc revenir sur cette sortie du
religieux qui ne peut s’opérer qu’au sein du religieux démystifié, c’est–à–dire
du christianisme”. Girard, René. Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord,
2007) pp. 64–65.
194
El Dios escondido de la posmodernidad
anunciar otro modo de existir, ya no para sí sino con los
otros, en el respeto a la diferencia propia a cada cual.
el abisMo de la libertad deliMitada
Las críticas de los contra–modernos dirigidas a la posmodernidad se focalizan en tres aspectos principales: su nihilismo metafísico, su relativismo epistemológico y, en fin, el
relativismo moral que se desprende de ambos. Una triada
que en cierto modo tiene sentido, no según el reduccionismo contra–moderno sino según un sentido propio al
pensamiento débil mismo. La cuestión de los límites de
la libertad emancipada37 se plantea así según una forma
inédita, propia de la evolución actual del pensamiento
occidental. Pero ella supone una serie de cuestionamientos
muy importantes sobre la manera de resolver los problemas
37
Dicho de otro modo, se trata de la terrible cuestión de la relación entre
autonomía y heteronomía, una temática, por cierto, ya tratada por Paul
Tillich como si fuese algo resuelto, de manera paradójica, en la instauración
de una “teonomía”. Cf. Vergauwen, Guido. “Autonomie et théonomie chez
Paul Tillich”, en Pinto de Oliveira, Carlos–Josafat. Autonomie. Dimensions
éthiques de la liberté (Friburgo: Éditions Universitaires, 1982) pp. 200–212.
Véase también el acercamiento hermenéutico de la potencia de la subjetividad
en: Ricœur, Paul. “Théonomie et / ou autonomie”, en Olivetti, Marco Maria
(ed.). Filosofia della rivelazione (Pádua: cedan, 1994) pp. 19–36. Sobre el
problema de la centralidad del ágape en esta difícil tensión, véase: Gaziaux,
Eric. Morale de la foi et morale autonome (Louvain: Leuven University Press,
1995) pp. 579–592. Para vislumbrar algún esbozo de solución a la pregunta
por la autonomía como rebasamiento de la ley y de la reciprocidad, véase:
Müller, Denis. “‘Le Christ relève de la Loi’ (Rom 10:4): la possibilité d’une
éthique messianique à la suite de Giorgio Agamben”, en Studies in Religion /
Sciences Religieuses, vol.30, núm.1 (Toronto, 2001) [de disponible en: http://
www.wlu.ca/press/Journals/sr/issues-full/30_1/muller.shtml].
195
Carlos Mendoza–Álvarez
según la lógica del desencanto y del vacío.38 ¿Cuáles son
los contenidos de los actos libres? ¿Cuál es la solución que
proponen para afrontar las terribles cuestiones de la historia
violenta y cuál es su valor de realización humana? ¿Es posible construir una ética común a partir del principio de la
diferencia, tan caro para los posmodernos radicales?
Son preguntas por resolver de parte de toda interpretación filosófica, si es que se quiere que sea una solución
pertinente para la comprensión de lo real, el mundo y
lo sagrado. Dicho de otro modo, la constitución de una
práctica ética permanece como una de las preocupaciones
permanentes de todo pensamiento, así como una exigencia
indispensable para la verificación de toda interpretación
de lo real que busque transformar las condiciones de vida de
los sujetos a quienes se dirige. En el caso que nos ocupa
aquí, la posmodernidad abordó abiertamente estas cuestiones y desarrolló un análisis en el campo teórico, aunque
también propuso debates abiertos con los especialistas en la
38
Un vacío que represente, de hecho, para posmodernos como Jean–François
Lyotard, este fondo de la no–representabilidad del ser, simbolizado por el
trance típico del éxtasis: “La transe, il faut apparemment la comprendre
comme l’insertion de l’Absolu dans le corps et l’esprit de telle manière que ces
derniers se perdent dans l’Absolu. Puisque l’absolu, c’est le «sans rapport», «le
nom vide ... de ce qui excède toutes les mises en forme et en objet sans être
ailleurs qu’en elles», la transe n’a pas de place dans le temps. Elle est de l’infini,
elle « ne finit pas, elle n’a pas commencé.» Toute atemporelle, elle est toujours
là, sans y être, puisque déjà le là de cet être présuppose le support représentatif
qui s’écroulerait avec la visitation de la présence. La transe est, comme Lyotard
le dit dans L’Inhumain, comparable à «la flamme, l’énigme de la flamme
elle–même. Elle indique son support en le détruisant. Elle dément sa forme.
Elle s’évade de sa ressemblance à elle–même». Auto–présentation au moyen
de l’auto–évanouissement. Ou bien: «présence» sans présentation”. Doude,
Van. “Les confusions d’Augustin ou la confession inachevable”, en Labyrinth,
vol.2 (Viena, invierno de 2000) [de disponible en : http://h2hobel.phl.univie.
ac.at/~iaf/Labyrinth/2000/troostwijk.html#_ftn4].
196
El Dios escondido de la posmodernidad
ética y la teología, con los cientistas sociales y con los líderes
políticos. Así, vislumbrando una acción política en el marco
del espacio público, la posmodernidad va en pos de un
humanismo no totalitario, de una ética común posible y de
un espacio social, económico y cultural que pueda garantizar
el desarrollo de todos, cada uno según su propia identidad.
Los posmodernos concentraron buena parte de sus esfuerzos
particularmente en el ámbito de los derechos sexuales, sin
descuidar por ello otros frentes de batalla en el reconocimiento de los derechos de los otros, como es el caso de los
migrantes, los pueblos originarios, las mujeres, las minorías
étnicas y religiosas. En la actualidad, el conjunto de tales
sujetos débiles interroga con convicción y fuerza a las sociedades cerradas y violentas, conscientes de las interconexiones en el mundo globalizado al que nos enfrentamos cada
día como posibilidad de lo humano.
La pregunta por la relación entre la ética y la teología
La posmodernidad se comprometió, en las últimas décadas,
en un debate a fondo contra los defensores de la moral religiosa, supuestamente superior al relativismo ético nacido de
la Ilustración. Es posible distinguir dos grandes corrientes
posmodernas al respecto: la ética del discurso, profundizada
por Jürgen Habermas, y aquella otra, representada por
Vattimo y Umberto Eco, centrada en la posibilidad de un
humanismo nihilista. Ambas corrientes sostuvieron debates
públicos, cada uno en su momento, con los cardenales
Joseph Alois Ratzinger y Carlo–Maria Martini, respectivamente, en los que mostraron acercamientos muy parecidos
197
Carlos Mendoza–Álvarez
entre los dos representantes de una razón teológica, por un
lado, y de la razón secular, por otro.
El primero de ambos debates fue el sostenido por
Habermas y Ratzinger en torno a los fundamentos morales
del Estado moderno.39 Planteó la cuestión de una ética
autónoma que renunció a su fundamento trascendente,
sin negar la posibilidad, no obstante, de justificar las acciones responsables en la preocupación por la supervivencia
y el cumplimiento de la existencia humana. Habermas y
Karl–Otto Apel, de hecho, habían argumentado a partir del
último estadio de la razón instrumental y de la conciencia
de sus propios límites, impuestos por la gestión de la naturaleza, de la violencia entre personas y naciones, y de la
necesidad pragmática de construir una casa común donde
todos y cada uno pudiera coexistir.
Ratzinger, por su parte, mostró la insuficiencia de tal
procedimiento a partir de la voluntad común que condujo
al poder en Occidente a los totalitarismos de grupo. A
partir de ahí insistió, en consecuencia, sobre la necesidad
urgente del reconocimiento del fundamento metafísico
y religioso del poder político. Según su argumento, es
preciso mostrar los límites del Estado y su subordinación
al designio universal de vida manifestado por Dios desde la
creación del mundo. Dicho de modo sumario, es necesario
afirmar sin ambigüedad el imperativo urgente de dar una
base teológica a la ética.
El debate Martini–Eco —prolongado por otro
debate implícito, aquél nunca sostenido, entre Vattimo
39
Habermas, Jürgen y Joseph Ratzinger. “Les fondements prépolitiques de
l’État démocratique”, en Esprit, vol.7, núm.5 (París, julio de 2004) pp. 5–28.
198
El Dios escondido de la posmodernidad
y Ratzinger, cuyo termómetro fue en su momento la
publicación de la Encíclica Fides et ratio— se centró más
en la cuestión de la autonomía de la ética individual
y la posibilidad de alcanzar una libertad responsable y
humanista a partir de la perspectiva nihilista lograda por la
modernidad tardía.40 La pregunta en torno al rechazo de lo
religioso institucional parece, desde entonces, una condición
de posibilidad para esta opinión posmoderna radical: en
ello radica su crítica a la moral religiosa y su voluntad de
proponer una ética individual propia del sujeto débil, a
partir de la conciencia de sus propios límites existenciales
y aquéllos del mundo como hábitat frágil y vulnerable. La
crítica del cardenal Martini está cerca, en su argumentación,
de aquélla del cardenal Ratzinger, puesto que ambas evocan
la necesidad de impedir los excesos de omnipotencia del
individuo moderno, que se manifestaron con gran fuerza a
lo largo del siglo XX y nos condujeron a la posibilidad real de
destrucción de la humanidad y del planeta entero. Según la
opinión del antiguo obispo de Milán, sólo una ética enraizada en el dinamismo de la vida teologal puede asegurar
tal vigilancia crítica ante los asaltos del totalitarismo de la
razón. Eco, por su parte, insistió en los excesos totalitarios
de lo religioso, con el fin de defender su argumento, y
subrayó que todo metarrelato conlleva la tentación de la
violencia y la destrucción.
Aquello que se desprende de estos debates, al menos
en el horizonte general, es el reconocimiento del conflicto
entre las dos posibilidades éticas en tiempos de la moder40
Eco, Umberto y Carlo–Maria Martini. In cosa crede chi non crede? (Milán:
Mondadori, 1999) 143 p.
199
Carlos Mendoza–Álvarez
nidad tardía, cada una fundada según una racionalidad
precisa: una sobre la idea de Dios como garante de la libertad humana, la otra basada en la conciencia que tiene el ser
humano de su vulnerabilidad y, por ese medio, que asume
la responsabilidad de la gestión de sus propias potencias y
sus propios límites. La problemática principal que parece
estar en juego es aquélla de la laicidad de las instituciones
en la polis,41 en una época en la que ciertos fundamentalismos políticos se acercan a los fundamentalismos religiosos,
para pactar nuevas expresiones de política sacralizada, sea
en el mundo judío, cristiano o musulmán.
¿Cuál será la opción entre ambas opciones? ¿Será acaso
el horizonte apocalíptico hacia el que nos acercamos como
humanidad atrapada por la locura de la destrucción mimética? ¿O será lo real apocalíptico lo que decidirá al fin la
cuestión en un sentido de retorno al fundamento o de una
existencia agónica?
El sí–mismo reencontrado
Un tercer rasgo de la comprensión posmoderna de la
libertad humana es el orden fenomenológico y nihilista.
Cuando hablamos de subjetividad, en efecto, nos situamos
primero en un orden de reflexión filosófica como análisis
41
Una difícil cuestión es aquélla de la laicidad del Estado en el tiempo
presente, de aires postseculares: por sus oponentes es juzgada como un exceso
de autosuficiencia racionalista; sus defensores, en cambio, apelan a su estatuto de
ser coacción contra la libertad humana ante los límites de las instituciones
religiosas. Para una presentación histórica del caso francés, véase: Boyer, Alain.
1905: La séparation Églises–État. De la guerre au dialogue (París: Cana, 2004);
Bedouelle, Guy y Jean–Pierre Costa. Les laïcités à la française (París: puf,
1998) 272 p.
200
El Dios escondido de la posmodernidad
del advenimiento del sujeto en su autoconciencia, y de la
conducción de sus potencias de experiencia tales como el
lenguaje, el deseo y el poder. Pero tal aproximación no
puede partir sino de la constatación de la vulnerabilidad
extrema de la subjetividad, primero marcada por un dinamismo relacional que vincula al sujeto de manera inevitable
con los otros.
De este modo, el sujeto se topa con su propia desnudez y vergüenza, y ante la naturaleza de los demás, como
ya lo señalaron Levinas y Giorgio Agamben.42 La génesis
del lenguaje mismo ya había sido descrita por Hans–Georg
Gadamer a partir de esta relación originaria.43 Luego, la
génesis de lo religioso arcaico sería explicada por Girard a
partir de ese estadio de deseo original.
Los posmodernos, por su parte, pusieron el acento
en la conciencia aguda de la vulnerabilidad a partir de
su idea del sujeto débil, como ya dijimos antes. Pero la
ontología relacional supuesta en este argumento agrega un
nuevo elemento de análisis, que consiste en mostrar que el
desmantelamiento del deseo de omnipotencia es una condición de posibilidad para el advenimiento de la subjetividad
débil. Nos encontramos, por tanto, frente a la necesidad de
desencriptar el código del deseo mimético, a fin de lograr
resolver el mecanismo del deseo violento y abrir así el horizonte de la coexistencia posible.
42
“La honte se fonde sur l’impossibilité pour notre être de se désolidariser de
soi, sur son incapacité absolue à rompre avec soi–même”. Agamben, Giorgio.
Ce qui reste d’Auschwitz (París: Payot, 1999) p.135.
43
Cf. Gadamer, Hans–Georg. “iii partie: Tournant ontologique pris par l’herméneutique sous la conduite du langage”, en Vérité et méthode [1960] (París:
Seuil, 1996) 533 p.
201
Carlos Mendoza–Álvarez
El reconocimiento de la vulnerabilidad propia a toda
subjetividad fue propuesto por Ricœur como un nuevo
estadio de la fenomenología posthusserliana. Más tarde,
con su concepto de “labilidad”, desarrollado en su filosofía
de la voluntad, Ricœur explica cómo el deseo originario
ambiguo y plurívoco compromete asimismo una afección
constitutiva que es vivida bajo el simbolismo de la mancha,
la culpabilidad y el pecado. Sin embargo, la cuestión de
fondo permanece todavía como aquélla del sentido del mal,
evocado por la simbólica de la fe:
Si lo que busca la totalización es, de esta manera, el
alma de la voluntad, no se ha alcanzado aún el fondo
del problema del mal en tanto que se le ha limitado
en los bordes de una reflexión sobre las relaciones
de lo arbitrario y de la ley [...] es porque el ser
humano queda afectado por la totalidad, voluntad
de cumplimiento total, que se sumerge en los totalitarismos que constituyen propiamente la patología
de la esperanza [...] Pero, de repente, presentimos
que el mal mismo forma parte de la economía de
la sobreabundancia [...] Tal es la mirada de la fe
sobre el mal [...] La fe no mira en esta dirección [del
moralista]; el inicio del mal no es su problema, sino
la finalidad del mal [...] Es por ello que la mirada de
la fe sobre los acontecimientos y sobre los hombres
es esencialmente benevolente. La fe, al fin y al cabo,
da razón al hombre de la Ilustración para quien, en
la gran novela de cultura, el mal forma parte de la
educación del género humano, más que al puritano,
porque este último nunca llega a traspasar el límite
202
El Dios escondido de la posmodernidad
entre la condenación y la misericordia; encerrado en
la dimensión ética, nunca entra en el punto de vista
del Reino que llega.44
Cada uno de los tres estadios de la simbólica del mal, según
la fe judía y cristiana, revela así un grado de apropiación
de la experiencia del mal, que expresa la conciencia diferenciada que tiene el sujeto de sí mismo, de los otros y de
la divinidad comprometida en este tipo de experiencia.
Aquello que Ricœur postula como idea maestra es el carácter propiamente teológico de este procedimiento: explica
el estadio del pecado como la apertura del horizonte de la
experiencia de la gracia, vivida como perdón y reconciliación.
En tal contexto aún fenomenológico, Levinas continuará su indagación para llegar a explicar cómo esta irrupción de la trascendencia es anterior a todo discurso y a toda
representación del lenguaje, en la irrupción del otro en
tanto proximidad e inquietud:
La proximidad no es un estado, un reposo, sino
precisamente inquietud, no–lugar [...] ‘Nunca suficientemente cerca’, la proximidad no se queda
fija en una estructura, sino que, cuando es representada en la exigencia de la justicia, reversible,
entonces caen en simple relación. La proximidad
como el ‘cada vez más cerca’ se hace sujeto. Ella
alcanza su superlativo como mi inquietud inaccesible, se hace única, desde entonces una, olvida la
44
Ricœur, Paul. Le conflit des interprétations. Essais d’herméneutique (París:
Seuil, 1969) pp. 429–430.
203
Carlos Mendoza–Álvarez
reciprocidad como en un amor que no espera división. La proximidad es el sujeto que se acerca [...]
Tal sobreabundancia o ese defecto —me expulsa
fuera de la objetividad de la relación [...] Yo soy un
término irreductible de la relación y, sin embargo,
en recurrencia que me vacía de toda consistencia.45
El trasfondo ético es así develado por Levinas para explicar el advenimiento del sujeto en su relación constitutiva
a los otros. Sin embargo, este análisis parece insuficiente
para los posmodernos, ya que está ausente el rechazo de la
totalidad tanto en el orden político como en el ético.
Derrida46 y Nancy, por su parte, van a desarrollar
posteriormente —a partir de este marco fenomenológico—
una audaz tesis sobre el “sí mismo como otro”, pero en
un sentido donde predominará la diferencia en tanto que
despojo. Recordemos en ese sentido las palabras de adiós que
pronunció Nancy en las exequias de Derrida:
Tú habías comprendido que la necesidad de la
época estuvo centrada de nuevo, como lo fue para
Hegel, en la preocupación por lo que queda cuando
“una forma de la vida envejece”: queda “la vida”
sustraída de sus formas, queda el despojo, un vacío
por el cual se pasa a otra forma. Ya no hay “futuro”
45
Cf. Levinas, Emmanuel. Autrement qu’être ou au–delà de l’essence (París: Ka,
1991) p.131.
46
La cuestión de la diferencia predomina en el acercamiento “deconstruccionista” posmoderno. Cf. Derrida, Jacques. Psyché. Inventions de l’autre, 2 vols.
(París: Galilée, 1998–2003).
204
El Dios escondido de la posmodernidad
representado, sino un “por venir”, cuya esencia está
por venir, no ya de ser representable ni calculable
[...] Tu poder no viene de lejos: de esa prodigiosa
voluntad de captar al mismo tiempo lo insensato
y la verdad, lo que queda y el porvenir, en un acto
de sentido siempre único y siempre renovado. Una
locura, sí, Jacques, se puede decir y tú no rechazas
que se diga. Una bella locura, como lo ha sido siempre desde Planditionea: chton, el “bello riesgo” de la
filosofía. La locura de la razón, nada más ni nada
menos. De la razón que exige el incoacun como si
fuese el mundo y porque él es el mundo. No puedo
sino decirte: quédate, ven.47
Cierto, para los posmodernos deconstruccionistas se trata
de defender sobre todo la no–reciprocidad en la relación
con el otro, como ya lo había señalado Levinas, pero en
el sentido de una diferencia nunca eliminada. Esto quiere
decir que, para los posmodernos, no se trata tanto de buscar
la instauración utópica del nosotros como tierra prometida
del mesianismo religioso sino de acentuar las diferencia si es
cuestión de vivir juntos en sociedades de inclusión. Y esto
siempre con la conciencia de la distancia que nos separa a
unos de otros. Un respeto testarudo por la diferencia sería
así el principio de la vida ética y política propuesta por los
posmodernos.
47
Nancy, Jean–Luc. “1930–2004. Jacques Derrida. Reste, viens”, en Le Monde
(París, 12 de octubre de 2004) [de disponible en: http://www.derrida.ws/
index.php?option=com_content&task=view&id=3&Itemid=7].
205
Carlos Mendoza–Álvarez
La afirmación de la diferancia
El pensamiento moderno tardío, nacido del cuestionamiento iniciado por Nietzsche y Martin Heidegger, profundizó la cuestión de la diferencia. Podemos distinguir al
menos dos corrientes principales, una más fenomenológica,
representada por Levinas, y otra más bien deconstruccionista, desarrollada por Derrida, Vattimo y Nancy. Echemos
un vistazo a las principales problemáticas de cada una de
estas corrientes del pensamiento posmoderno.
La diferencia fenomenológica consiste en comprender
la irreductibilidad de la subjetividad según la experiencia
vivida de su propia labilidad, sea por medio de los límites propios o bien por la irrupción del otro: el sí mismo
adviene por la mediación de una alteridad inquietante. En
esto podemos descubrir el tejido relacional que constituye a
todo sujeto en su manera de ser–en–el–mundo:
Reconocer al otro es, por tanto, alcanzarlo a través
del mundo de las cosas poseídas, pero de manera
simultánea instaurar, por el don, la comunidad y la
universalidad [...] Es la relación de lo mismo con
el Otro, es mi acogida del otro, lo que es el hecho
último y el lugar donde acontecen las cosas, no
como aquello que se edifica, sino como aquello que
se da.48
Se trate del mundo, de los otros como prójimos o incluso
del Dios trascendente, la diferencia se instaura junto con
48
Levinas, Emmanuel. Totalité et infini (París: Ka, 1990) pp. 74–75.
206
El Dios escondido de la posmodernidad
una extrañeza parecida en dos sentidos: aquél de la exterioridad convertida en cercanía en tanto que mundo vivido,
y el sentido propio del individuo inefable e irreductible a
cualquier aprehensión del juicio o de la voluntad.
No es, por tanto, el principio de identidad sino el de
diferencia el que instaura una ontología relacional susceptible de dar cuenta de la pluralidad de sentidos, así como
de la ambigüedad de las acciones y de la polisemia del
lenguaje, contenidos todos en el mismo acontecimiento.
Por su parte, la diferancia típica de la deconstrucción
parte en otra dirección para abrir un nuevo horizonte. Es
cercana al gesto ético de la fenomenología de Levinas, pero
se distingue de él por la intencionalidad más radical de
desmantelamiento de la voluntad de omnipotencia. Para
lograrlo, Derrida sacó las últimas consecuencias del Dasein
heideggeriano en lo referente a la subjetividad expuesta y,
al mismo tiempo, inevitablemente orientada a su agonía
de sin–sentido, de falta de fundamento, de no finalidad
ni de horizonte:
El silencio fenomenológico no puede por eso
reconstituirse sino por medio de una doble exclusión o de una doble reducción: aquella de la relación con el otro en mí, propia de la comunicación
indicativa, y aquélla de la expresión como capa
posterior, superior y exterior a la del sentido. Es en
la relación entre ambas exclusiones que la instancia
de la voz hará escuchar su extraña autoridad.49
49
Derrida, Jacques. La voix et le phénomène (París: puf, 1967) p.78.
207
Carlos Mendoza–Álvarez
Es el nihilismo representado por un estado de existencia en
el mundo sin utilidad–finalidad. No en el sentido de que
se trate del relativismo en tanto negación explícita de todo
contenido de la verdad sino en tanto que es conciencia
de los permanentes límites en los cuales el sujeto acaricia
sin cesar su propia vulnerabilidad frente a lo real, en la
no–presencia originaria que la fenomenología es capaz de
describir en estos términos:
Nosotros encontramos de nuevo aquí [en la intimidad del pensamiento postulado] todas las fuentes de
la no–presencia originaria de la que ya hemos, en
muchas ocasiones, detectado su florecimiento. Al
mismo tiempo que rechazó la diferencia en la exterioridad del significante, Husserl no podía dejar de
reconocer la obra que yace en el origen del sentido
y la presencia. La auto–afección como operación
de la voz suponía que una diferencia pura viniese a
dividir la presencia a sí mismo. Es en esta diferencia
pura que echa sus raíces la posibilidad de todo eso
que se cree excluir de la auto–afección: el espacio, lo
de fuera, el mundo, el cuerpo, etc. Si se admite que
la auto–afección es la condición de la presencia a
sí mismo, ninguna reducción trascendental pura es
posible. No obstante, es preciso pasar por ella para
retomar la diferencia en su sentido más próximo: no
el de su identidad, ni de su pureza, ni de su origen.
Porque ella no lo tiene. Sino el movimiento de la
diferancia.50
50
Ibidem, p.92.
208
El Dios escondido de la posmodernidad
Derrida postula así la deconstrucción como el método
propio de la ontología en tanto que desmantelamiento y
renuncia a la omnipotencia, para llegar a la conciencia de
sí–como–otro en el momento en el que ya se ha hecho
presente al espíritu y al cuerpo la finitud propia de la labilidad humana. Diferencia quiere decir así afirmación de
sí mismo por la deposición de sí. Por esta razón, Derrida
propone hablar de “diferancia”, en tanto acción de apertura
extrema, sin límite, del sí–mismo hacia los otros, incluido
el mundo, la técnica, la ética y la religión.
Este impulso deconstruccionista permitió desarrollar
en seguida a Nancy el problema de la diferencia, pero bajo
el ángulo místico, en tanto experiencia nihilista de la no–
representabilidad de Dios, de su carácter metalingüístico y
metapráxico en el sentido de un rechazo a toda significación precisa y utilitarista:
Todo sucede como si el cristianismo hubiese desarrollado como ninguno otro lo hizo una afirmación de
poder, dominación y explotación teológico–económico–política, de la cual Roma sería el pesado
símbolo al mismo tiempo que una parte de la realidad, así como una afirmación inversa de despojo y
abandono de sí, cuyo punto de fuga sería el auto–
desvanecimiento. La cuestión debe ser entonces, por
supuesto, aquélla de la naturaleza de la estructura de
este auto–desvanecimiento: rebasamiento dialéctico,
descomposición nihilista, apertura de lo antiguo a
lo absolutamente nuevo... De una manera u otra,
aquello de lo que se trata no es otra cosa sino esto:
209
Carlos Mendoza–Álvarez
cómo el monoteísmo se engendra como humanismo, y cómo el humanismo enfrenta la finitud
que ha entrado así en la historia.51
Dios designa así la diferancia por excelencia en un mundo
de subjetividades expuestas y, al mismo tiempo, ligadas por
esta conciencia nihilista de desposesión, apertura y, en fin,
gratuidad y don. El cristianismo, por su lógica kenótica,
está llamado a ser así la conciencia del rebasamiento perpetuo de la religión, pero también de la ciencia, la técnica y la
ética como pretendido control del mundo. Sería cuestión,
en último término, de salvaguardar la condición apofática52
del discurso, de la práctica, de los deseos y las acciones
humanas, puesto que ellas están profundamente marcadas
por su disolución en la nada.
la increencia coMo apertura a la fe
Si la posmodernidad radical constata la superación de
la religión y la propone como condición de posibilidad
para la edificación de una sociedad incluyente, esto no
significa que defienda por lo mismo un desconocimiento
51
Nancy, Jean–Luc. ”Déconstruction du monothéisme”, en La Déclosion
(París: Galilée, 2005) p.60.
52
El apofatismo propio de la deconstrucción es una de las principales problemáticas para mantener el diálogo entre el cristianismo y la razón posmoderna.
Cf. Blanchot, Maurice. L’instant de ma mort (París: Gallimard, 2002) 15
p.; L’amitié (París: Gallimard, 2001) 332 p.; Une voie venue d’ailleurs. Sur
les poèmes de Louis–René des Forêts (Fontaine–les–Dijon: Virgil, 2001) 43
p.; L’attente l’oubli (París: Gallimard, 2000) 121 p.; L’entretien infini (París:
Gallimard, 1997) 640 p.; Le dernier homme (París: Gallimard, 1997) 146 p.
210
El Dios escondido de la posmodernidad
de la fe como dinamismo de la subjetividad expuesta.53 Por
el contrario, el apofatismo de los místicos clásicos del cristianismo y de otras religiones sale al encuentro de la actual
propuesta posmoderna, con el fin de redescubrir la fe en su
dimensión nihilista, ciertamente, con la consiguiente distancia crítica ante los sistemas religiosos. Pero en tanto que apertura sin límite, atestiguada por los clásicos del cristianismo,
como lo recuerda este texto magistral del Pseudo Dionisio:
Trinidad superesencial y más que divina y más que
buena, tú que presides la divina sabiduría cristiana,
condúcenos no sólo más allá de toda luz, sino
incluso más allá del inconocimiento hasta la más
alta cima de las Escrituras místicas, ahí donde los
misterios simples, absolutos e incorruptibles de la
teología se revelan en la tiniebla más que luminosa
del silencio. Es en el silencio, en efecto, que se
aprenden los secretos de esta tiniebla de la que es
demasiado poco afirmar que ella brilla con la luz
más deslumbrante en el seno de más negra obscuridad, y que, permaneciendo ella misma perfectamente intangible y perfectamente invisible, colma
con los esplendores más bellos que la belleza misma
las inteligencias que saben cerrar los ojos.
Tal es mi oración. Para ti, querido Timoteo, ejercítate sin cesar en las contemplaciones místicas,
abandona las sensaciones, renuncia a las operaciones
53
Cf. Nault, François. “Déconstruction et apophatisme. À propos d’une
dénégation de Jacques Derrida”, en Laval Théologique et Philosophique, vol.55,
núm.3 (Quebec, octubre de 1999) pp. 393–411.
211
Carlos Mendoza–Álvarez
intelectuales, rechaza todo lo que pertenece a lo
sensible y a lo inteligible, despójate totalmente del
no–ser y del ser, y elévate así, tanto como puedas,
hasta unirte en la ignorancia con Aquél que está
más allá de toda esencia y de todo saber. Porque
saliendo de todo y de ti mismo, de manera irresistible y perfecta te elevarás en un éxtasis puro hasta el
rayo tenebroso de la divina superesencia, habiendo
abandonado todo y quedando despojado de todo.54
En este sentido, la increencia será percibida, por la posmodernidad extrema, como una ocasión propicia para el
discernimiento de los elementos de totalidad que han
recubierto la fe, para sacar a la luz aquel ámbito sin fondo,
existencia entregada y apertura de la vida, que significa la fe.
En tanto no–creencia, entonces, la fe designa por una
parte el rechazo a referencias religiosas, metafísicas o morales tales como fundamento, sentido o finalidad, porque
están vinculadas a un orden de totalidad. Por otra parte,
la increencia también significa una manera de existir en
el límite según el “conocimiento silencioso”, de manera
agónica y sin retorno hacia una ciudad en llamas.55 Se trata
54
Pseudo Denys. La théologie mystique I, 1 (París: Migne, 1991) p.21.
La temática del “conocimiento silencioso” se ha convertido en el tema privilegiado de algunos autores católicos nihilistas, quienes reconocieron con gusto
en el Maestro Eckhart a su ancestro espiritual: “A este conocimiento–experiencia
los testigos y maestros del mismo lo suelen llamar conocimiento silencioso. Es
conocimiento silencioso porque él mismo ocurre cuando todo otro conocimiento ha sido silenciado y ha desaparecido, ya que todo otro conocimiento es
interesado, y donde hay interés y necesidad hay creencia y no hay conocimiento
gratuito. Todo ello demanda el desapego y desinterés total, y en este sentido el
conocimiento silencioso es muy exigente. Esta exigencia el Maestro Eckhart la
expresaba así: ‘Mientras yo sea esto o aquello, o tenga esto o aquello, no lo soy
55
212
El Dios escondido de la posmodernidad
más bien de designar la salida, el éxodo, la deportación,
la condena a muerte, el sacrificio, la aniquilación de sí, el
rebasamiento del ego violento porque es narcisista y aislado
de los otros.
Nos encontramos de este modo confrontados a un
aspecto de la posmodernidad que es olvidado con frecuencia. Es cierto que el nihilismo posmoderno ataca a los
totalitarismos, pero también es indicio de una existencia
agónica, desocupada y vaciada de sentido, de sentido egolátrico, de omnipotencia, de sacrificio.
El advenimiento de la trascendencia acontece en el
corazón de la inmanencia, como lo había descrito ya la
fenomenología, pero sin necesidad de volver a un fundamento o a un pensamiento sólido. Por el contrario, se
trata de la apertura al devenir sin retorno del que hablan
los místicos y los poetas de todos los tiempos, sobre todo
aquéllos que ya pusieron sus ojos en el abismo de la nada.
Son ellos a quienes deberíamos escuchar con mayor atención antes de empantanarnos en las aguas de la lógica de la
totalidad, del idéntico, de lo Mismo.
El nihilismo existencial
En la perspectiva existencialista hasta aquí delineada, es
preciso comprender el significado del nihilismo posmotodo, ni lo tengo todo. Hazte puro hasta que no seas ni tengas esto o aquello;
entonces omnipresente y, no siendo esto ni aquello, lo serás todo’”. Robles,
Amando. “La religión hoy: crisis y retos”, en Contrapunto, núm.11 (2002)
p.22. Véase también la justificación y el desarrollo de esta idea fundamental
siguiendo, entre otros autores modernos, a Carlos Castaneda y Corbí en:
Robles, Amando. Repensar la religión: de la creencia al conocimiento (Heredia:
euna, 2001) 390 p.
213
Carlos Mendoza–Álvarez
derno, siguiendo el camino abierto por Heidegger cuando
hablaba del “es gibt” como condición de posibilidad del
Dasein. Es decir, la apertura del ser que designa el pronombre “es” en alemán, traducido en las lenguas latinas como
“ceci”, “esto”, “questo”. Antes que el nombramiento de la
primera persona, designa al mundo como siendo algo indiferenciado:
Ser —una pregunta, y supongámoslo: la cuestión del
pensamiento. / Tiempo —una pregunta, y supongámoslo: la cuestión del pensamiento, es tanto como
lo es en el ser como “parusía” dice (subrayo) algo tal
como el tiempo. / Ser — una pregunta, pero nada de
ente. / Tiempo — una pregunta, pero nada temporal.
/ Del ente decimos: es. Poniendo la mirada en la
pregunta “ser” y sobre la pregunta por el “tiempo”,
permanecemos vigilantes. No decimos: el ser es,
el tiempo es — sino hay [es gibt] ser, y hay [es
gibt] tiempo. A primera vista, por este camino, no
hemos sino cambiado de matiz. En lugar de “él es”,
decimos “hay”.56
Así, una cierta indiferencia fundacional instaura al sujeto
en su relación con el mundo, de manera que dicha indeterminación indica la apertura de la existencia en su génesis
fenomenológica. La génesis de la subjetividad pronominal
llegará en seguida para intentar rebasar esta indeterminación, con el fin de enseñarnos a vivir en el mundo de la
56
Heidegger, Martin. Conférence “Être et le temps”, en Question IV (París:
Gallimard, 1967) p.197.
214
El Dios escondido de la posmodernidad
vida. No obstante, la nada permanece como el origen sin
origen del devenir, más acá de toda determinación de significación, de valor, de sentido e incluso de fundamento.
Según esta lógica, y siguiendo a Heidegger en este
punto, el nihilismo es leído por Vattimo en su carácter
de hablar auténtico.57 Se trata, en efecto, de una expresión
hermenéutica que se convertirá en la base para articular las
consecuencias antropológicas inmediatas de la crítica a la
totalidad, en particular en lo que se refiere al yo arcaico que
se devela a través del proceso de la deconstrucción con su
estatuto de existencia expuesta.
Y de manera sorprendente, Vattimo no se enfoca
primero en lo político sino en el fondo religioso para
emprender la obra de desmontaje de los mecanismos de
poder que pone en marcha lo religioso en las sociedades
industriales. Así, el nihilismo existencial muy rápidamente
habrá articulado una lectura ético–política de lo real que
hará reaccionar tanto a los líderes religiosos como a los ideólogos políticos en las sociedades totalitarias en Occidente.
De esta manera será posible afirmar, en el momento
presente de la modernidad tardía, la lógica propia de un
57
“C’est en ce sens qu’il faut comprendre aussi l’insistance de Heidegger sur
des notions telles que le silence et l’écoute. Dans son essence la plus profonde,
l’appel auquel répond la parole de l’homme est silence. Le parler authentique
peut au vrai être compris comme «faire silence sur le silence (vom Schweigen
zu Schweigen)». Ces expressions, qui semblent définir la prédominance d’une
ontologie négative chez le dernier Heidegger, changeant toutefois de sens si
elles sont entendues sur la base de la notion du non–dit en tant que réserve
permanente, réserve dans le dialogue avec laquelle l’être–là se réalise comme
être–au–monde historique”. Vattimo, Gianni. Introduction à Heidegger (París:
Cerf, 1985) p.147.
215
Carlos Mendoza–Álvarez
cierto humanismo nihilista,58 propuesta por la posmodernidad en el seno de los debates públicos, para defender los
derechos de las minorías sexuales, étnicas y migrantes en las
sociedades industriales gobernadas por los criterios económicos de la eficiencia, la rivalidad y la exclusión. Buena
parte de las críticas al nihilismo posmoderno provienen,
de hecho, de los policías del mundo de la totalidad, otro
rostro del fundamentalismo ético–político y religioso que
caracteriza el declive de Occidente.
La agonía del sujeto posmoderno
Contra lo que se podría creer, la conciencia agónica de
la subjetividad posmoderna se ha desarrollado de manera
concomitante a la filosofía en el terreno fecundo de la
hermenéutica y la antropología social. Sin embargo, un
acuerdo de fondo no evita tampoco la aparición de divergencias importantes entre ambas aproximaciones.
Es necesario primero recordar, en este sentido, la lectura
innovadora de Hegel hecha por Ricœur sobre el tema de la
conciencia nihilista de la violencia y de la muerte, tal como
lo hemos evocado en páginas precedentes. Si bien la guerra
es el caso ejemplar de las consecuencias de la dialéctica
del amo y del esclavo, Hegel ya señaló con precisión que
el advenimiento del Espíritu absoluto como historia no
58
Expresión que parece, a primera vista, contradictoria, pero que expresa la
comprensión de la subjetividad expuesta, tal como la fenomenología relacional la desarrolló en su momento. En Heidegger se encuentra no tanto esta
expresión sino su contenido, en una obra consagrada a la crítica de la técnica:
Heidegger, Martin. Lettre sur l’humanisme (París: Aubier Montaigne, 1983)
188 p.
216
El Dios escondido de la posmodernidad
podría tener lugar sin el mutuo reconocimiento, con lo que
se rebasa la primera fase de la oposición de los contrarios.
Esta posibilidad fundó, posteriormente, la lectura crítica
de Marx en torno al comunismo como la expresión crítica de
dicho estadio de cumplimiento. Diversos autores vieron
en Hegel —incluido Girard en su más reciente obra sobre
la violencia— la perversión del pensamiento moderno
construido sobre la identidad y no sobre la diferencia, sobre
la dialéctica más que sobre su superación. No obstante, la
intención de Ricœur de hacer resurgir esta idea agónica del
reconocimiento parece pertinente: vivir “hasta el límite” de
la conciencia de la propia vulnerabilidad, de la ambigüedad
de la historia y de la polisemia del lenguaje y de las acciones
humanas. Agonía significa, en suma, la condición vulnerable extrema propia del sujeto en relación que ha superado
la lógica de la totalidad.59 En una entrevista publicada en
1995, Ricœur reflexiona precisamente en torno a la “existencia para la muerte” en los siguientes términos:
Llego aquí a un punto de nuestra conversación
donde evocaba yo la esperanza, en el instante
mismo de la muerte, como un rasgamiento del velo
que disimula la huida fundamental bajo la forma de
revelaciones históricas. Proyecto así no un después–
de–la–muerte sino un morir que sería la última
afirmación de la vida. Mi experiencia propia de un
fin de la vida se nutre de este anhelo más profundo
59
Cf. Alison, James. “Los cambios en el tono de la voz de Dios”, en Mendoza,
Carlos (coord.). ¿Cristianismo postmoderno o postsecular? Por una lectura teológica de la modernidad tardía (México: uia, 2008) pp. 39–53.
217
Carlos Mendoza–Álvarez
de hacer del acto de morir un acto de vida. Este voto
lo extiendo a la mortalidad misma, como un morir
que permanece interno a la vida. De esta manera, la
mortalidad misma debe ser pensada sub specie vitae
y no sub specie mortis. Esto explica que ya no ame ni
utilice yo el vocabulario heideggeriano del ser para
la muerte. Diría yo en su lugar: ser hasta la muerte.
Lo que importa es ser un viviente hasta la muerte,
llevando el desapego hasta el extremo del duelo de
la preocupación por la vida posterior. Aquí veo que
se fusionan el vocabulario del Maestro Eckhart con
el de Freud: “desapego” y “trabajo de duelo”.60
Según otro acercamiento, la antropología logró evocar este
mismo estadio de agonía que caracteriza la relación intersubjetiva. Según el registro propio del deseo mimético,
Girard y sus comentadores han indicado con gran precisión
el carácter violento de la lógica de la rivalidad expresada
como religión arcaica. Ella es sólo superada por Cristo en
tanto sufriente porque atravesó los mecanismos miméticos
de la “violencia extrema” (“montée aux extrêmes”) que existe
como misterio de iniquidad desde la fundación del mundo.
Recordemos aquí una parte central de la conversación del
autor con Girard, donde el maestro de Aviñón explicita su
lectura critológica:
60
Ricœur, Paul. La critique et la conviction. Entretien avec François Azouri et
Marc de Launay (París: Calmann–Lévy, 1995) p.236.
218
El Dios escondido de la posmodernidad
cM:
Incluso si usted afirma no ser teólogo, su
obra, en particular sus últimos libros, a partir de
Veo a Satán caer como el relámpago, contienen ideas
verdaderamente teológicas. Por cierto, resulta interesante ver la preferencia que usted tiene por la
tradición paulina y lucana, tal vez porque ambas
fuentes muestran el dramatismo de la salvación.
Por el contrario, la influencia joánica no parece tan
presente y su obra parece estar más inspirada en la
divinización de la creación que por la redención del
pecado.
rg: En realidad, mi último libro hubiese querido
trabajarlo más aún, en particular en lo que toca a los
textos apocalípticos y sinópticos, porque ambos son
la consecuencia directa de la lectura mimética de
lo real. Me hubiese gustado detenerme con mayor
atención para mostrar cómo esos textos apocalípticos
primitivos del cristianismo, desde el punto de vista
estrictamente lógico, son una consecuencia directa
del mimetismo. El pasaje esencial de la historia que
revela el cristianismo es la revelación de la verdad de
la víctima. Ya lo he expresado de manera abreviada
en los siguientes términos: “El tiempo lineal en el
cual Cristo nos hizo entrar hace imposible el eterno
retorno de los dioses, como imposibles también
aquellas reconciliaciones hechas sobre las espaldas
de las víctimas inocentes. Privados del sacrificio,
nos encontramos frente a una alternativa inevitable:
o bien reconocer la verdad del cristianismo, o bien
219
Carlos Mendoza–Álvarez
contribuir a la ‘montée aux extrêmes’61 rechazando
la Revelación. Nadie es profeta en su tierra, porque
ningún país desea escuchar la verdad de su propia
violencia. Buscará siempre disimularla para estar
en paz. Y la mejor manera de obtener la paz es
hacer la guerra. Por ello Cristo asumió el destino
de los profetas. Se acercó a los hombres alocando su
violencia, poniéndola al desnudo. De algún modo
hay que decir que no podía tener éxito. El Espíritu,
por el contrario, continúa su obra en el tiempo. Es
él quien nos hace comprender que el cristianismo
histórico ha fracasado y que los textos apocalípticos
van a hablarnos ahora más que nunca antes lo han
hecho” (p.188).
Pero entonces se devela el otro aspecto de la verdad
de Cristo. La manifestación de la víctima impide a
la mentira del chivo expiatorio de convertirse en la
realidad fundacional. En suma, la crisis ya no existe.
De donde aquella palabra misteriosa de Cristo:
‘Veo a Satán caer como el relámpago’, transmitida
por Lucas en su evangelio (Lc 10: 18), resume de
manera magistral esta revelación. La perpetuidad
de la crisis mimética ha quedado puesta en evidencia: “Él ‘vend la mèche’, revelando la esencia de la
61
Esta emblemática frase de Girard se inspira en la expresión crucial de Carl
von Clausewitz cuando define el sentimiento de hostilidad que preside la guerra:
“[...] so gibt jeder dem anderen das Gesetz, es entsteht eine Wechselwirkung,
die dem Begriff nach zum äusseresten führen muss”, que Girard traduce por:
“Chacun des adversaires fait la loi de l’autre, d’où résulte une action réciproque
qui, en tant que concept, doit aller aux extrêmes”.
220
El Dios escondido de la posmodernidad
totalidad en estado febril, porque el secreto de esta
totalidad ha sido revelado en pleno día” (p.180).
Hay entonces algo radicalmente más importante:
la crisis ya no es la última palabra sobre la humanidad. Lo he escrito así en mi último libro: “Cristo
retiró a la humanidad sus muletas sacrificiales y la
ha dejado delante de una alternativa terrible: o creer
en la violencia o no creer ya más en ella. El cristianismo es la increencia. [...] Tarde o temprano o bien
los seres humanos renunciarán a la violencia sin
sacrificio, o bien harán saltar en pedazos el planeta;
estarán en estado de gracia o de pecado mortal. Se
puede decir por tanto que si lo religioso inventa el
sacrificio, el cristianismo lo anula. [...] Será necesario entonces retornar sobre esta salida de lo religioso
que solamente puede tener lugar en el seno de lo
religioso desmitificado, es decir, del cristianismo”
(pp. 58, 60, 64).
Dicha verdad es, a mi juicio, la contribución
esencial de la apocalíptica cristiana primitiva, en
particular los textos apocalípticos de los evangelios
sinópticos, dado que ellos son los más completos
para revelar la verdad de la víctima: “esta destrucción concierne solamente al mundo. Satán no tiene
poder sobre Dios” (p.190). Dichos textos describen
así, de manera plenamente dramática, cómo la
violencia existe siempre como rivalidad de dobles
miméticos: ciudad contra ciudad, nación contra
nación, padre contra hijo. Estos textos nos hablan,
en fin, de una catástrofe inminente que será precedida por un tiempo intermedio, de duración casi
221
Carlos Mendoza–Álvarez
infinita, que difiere de la llegada del día final. Por
ello me parece que estos textos son de una actualidad extraordinaria.62
Ciertamente, se trata de una versión nihilista sui generis,
puesto que Girard mismo no la aplica con el mismo rigor
al desmantelamiento del cristianismo como sistema sacrificial. Sin embargo, se trata de un procedimiento iniciado
por él y luego proseguido por varios de sus interlocutores,
como James Alison. Volveremos sobre esta recepción en el
capítulo siguiente.
Yendo más lejos, será necesario tener en cuenta la
interpretación propiamente posmoderna de la agonía.
Será Nancy quien más la habrá desarrollado. Este autor
va a insistir en la deconstrucción propia del cristianismo
según su lógica de la kénosis del Logos, con el consiguiente
despojo de la potencia divina y el papel del cristianismo en
este momento particular de Occidente. Cristo habría inaugurado así la aguda conciencia de la agonía en tanto presencia–ausencia siempre actuante en la metahistoria. La Iglesia
no sería sino la continuación histórica de esta agonía, en
la medida en que ella se incorpora a un cuerpo herido y, a la
vez, intocable, hablando así de un cumplimiento siempre
diferido en el cuerpo y en el lenguaje, venido de parte de
Dios pero siempre escondido e inasequible para el mundo.
62
Mendoza, Carlos. “Pensar la esperanza como apocalipsis. Conversación
con René Girard”, en Letras Libres (México, abril de 2008) [de disponible
en: http://www.letraslibres.com/index.php?art=12884]. La versión íntegra en
español se puede encontrar en el anexo de este libro.
222
El Dios escondido de la posmodernidad
El rechazo de las mediaciones
La increencia como retroceso de la lógica de la totalidad y
como advenimiento del pensamiento débil nos coloca ante
una apertura inédita de la fe, pero también se encuentra
vinculada a otras expresiones iconoclastas de la historia del
cristianismo y de las religiones de la humanidad.
De hecho, en las diversas tradiciones sapienciales y proféticas de la humanidad siempre han existido personas libres
de espíritu que han hecho frente a las tentativas de control,
vigilancia, manipulación y mercadería con el misterio de lo
real. Han sido los profetas inspirados por el dinamismo de
la existencia otra, gratuita, libre y amorosa quienes han
desenmascarado la corrupción, la codicia y la sed de poder
que con frecuencia se esconden detrás de las fachadas de
legalidad, virtud e incluso santidad. Esto explica, por un
lado, el rechazo a las instituciones que ha desarrollado la
posmodernidad como estrategia antisistémica probablemente, con el fin de desenmascarar su lógica del provecho y
de los resultados mensurables, verificables, experimentables
según la racionalidad instrumental.
Pero existe también otra vía posible para rechazar las
mediaciones institucionales, en nombre de la conciencia
aguda de la trascendencia: en efecto, desde los orígenes
de la humanidad hasta donde tenemos noticia, han existido seres humanos preparados para romper la lógica de la
Mismidad, de la violencia y del sacrificio, incluso si ello les
ha de costar la vida.
Tal como lo recordó Peukert hace algunas décadas,
en medio de las historias de violencia repetidas infinidad
de veces en la historia de la humanidad, donde los verdu223
Carlos Mendoza–Álvarez
gos siguen triunfando, siempre ha habido también justos
preparados y dispuestos para dar su vida por otra existencia
posible. Son precisamente ellos, los justos de la historia,
quienes nos sostienen en la conciencia agónica vivida como
experiencia de vivir hasta el último aliento. Una existencia
nihilista en tanto que es vivida en los límites de sí mismo.
Una existencia vivida como tal por un sujeto débil porque
se ha confrontado por propia experiencia a una vida que no
cesa de mirar de frente a la muerte.
En suma, el nihilismo vivido al extremo, en tanto que
posibilidad de un mundo otro, no aquél de la Mismidad
sino de la Diferancia conducida como vida hasta el final.
Mundos más acá del fundamento, de la significación, del
sentido y del valor, convertidos en verdaderos ídolos en los
sistemas de totalidad. Un mundo, a fin de cuentas, de cara
a la nada.
224
El Dios escondido de la posmodernidad
IV.
LA ESPERANZA DISCRETA
Hemos llegado al momento crucial para exponer nuestro
pensamiento en torno a la pertinencia del cristianismo en
esta edad de la modernidad tardía, luego de haber presentado las problemáticas filosóficas y teológicas del momento
presente de la historia de Occidente.
Más adelante, en el último capítulo de esta obra,
haremos una descripción más precisa de la teología fundamental que se desprende del presente análisis. Baste por
el momento detenernos un poco para mirar de cerca los
elementos fundadores de la fides cristiana en su articulación
posmoderna. En particular, pondremos el acento en el
vínculo que la une a las otras dos virtudes teologales en su
dinamismo intrínseco: primero la esperanza,1 en tanto que
virtud del porvenir, como lo recordó Charles Péguy:
1
En este capítulo sugerimos ir más allá de la comprensión cartesiana de la
esperanza como espera del porvenir construido por el sujeto: “L’espérance est
une disposition de l’âme à se persuader que ce qu’elle désire adviendra [...] et
la crainte est une autre disposition de l’âme qui lui persuade qu’il n’adviendra
pas; et il est à remarquer que bien que ces deux passions soient contraires,
on les peut néanmoins avoir toutes deux ensemble, à savoir, lorsqu’on se
représente en même temps diverses raisons dont les unes font juger que
225
Carlos Mendoza–Álvarez
La pequeña esperanza camina en medio de sus dos
hermanas mayores
y no se la toma muy en serio...
Es ella, aquella pequeña, quien lo lleva todo.
Porque la fe ve lo que es,
y ella ve lo que será.
La caridad no ama sino aquello que es,
y ella ama lo que será.2
Si las otras dos virtudes se centran más que nada en el
presente de la donación, la esperanza se encuentra abierta
al futuro.
Para lograr nuestro propósito, es preciso primero mirar
en dirección de la aguda conciencia de vulnerabilidad
que fue desarrollada por la fenomenología. Pero se trata
de una conciencia habitada por la presencia de alteridad
que es la fuente de la relación creadora de sentido. Si en
el capítulo precedente pudimos extender nuestra mirada
hacia la comprensión de la vulnerabilidad según el análisis
posmoderno, es tiempo ahora de lanzar la pregunta por la
salvación,3 para saber cómo se constituye la comunión relacional en el corazón de la finitud.
l’accomplissement du désir est facile, les autres le font paraître difficile”.
Descartes, René. Œuvres (París: La Pléiade, 1952) p.775.
2
Péguy, Charles. “Le Porche du mystère de la deuxième vertu”, en Cahiers de
la quinzaine (22 de octubre de 1911). Apud. Brantschen, Johannes–Baptist.
Renouveler l’espérance chrétienne (París: Cerf, 1999) p.20.
3
La correlación sentido–salvación es una de las principales problemáticas de
la relación entre fe y razón. De hecho, se trata de la cuestión de la siguiente
analogía de proporción: el sentido es a la razón lo que la salvación es a la fe. El
sentido de esta analogía reside en la obra de deificación. De este modo, el cristianismo comprende la salvación como la experiencia del rescate de la muerte
y la consiguiente deificación que adviene gracias a la acción del Dios unitrino
226
El Dios escondido de la posmodernidad
En este contexto, las críticas del pensamiento contra–
moderno son pertinentes porque nos permiten permanecer
vigilantes ante las pretensiones de los fundamentalismos
propios de cierta tendencia religiosa, pero a la vez críticos
también frente a los excesos nihilistas que se convierten, de
hecho, en apología de la diferencia sin solución posible para
una convivencia humana.
Ahora bien, la constatación del fracaso de Occidente
—y del cristianismo como mediador de sentido y de salvación—4 no puede ya estar camuflada en una seria discusión
en torno al sentido en el ámbito filosófico, bajo el riesgo de
volver a caer en un pensamiento ingenuo que enmascararía
sin éxito su voluntad de dominio.
en la creación. Una aplicación de esta idea maestra de la teología fundamental
como búsqueda permanente de significación, consciente de que nunca podrá
alcanzar plenamente su objetivo, se puede ver como rasgo común a los tratados
de teología fundamental moderna. Así lo recuerda, por ejemplo, el dominico
flamenco, antiguo profesor de teología en Nimega: “La valeur noétique de
notre connaissance conceptuelle de Dieu consiste typiquement dans un acte
projectif par lequel, à travers les contenus conceptuels, nous ‘tendons’ vers Dieu,
sans pouvoir le saisir conceptuellement, tout en sachant que Dieu se situe
précisément dans la direction objective indiquée par le contenu conceptuel”. Schillebeeckx, Edward. Révélation et théologie. Approches théologiques
(París: Cerf, 1965) p.235. Véanse también, en este sentido hermenéutico, las
siguientes obras de referencia: Dartigues, François. La révélation: du sens au
salut (París: Desclée, 1985) 288 p.; Geffré, Claude. Croire et interpréter (París:
Cerf, 1990) p.; Le christianisme au risque de l’interprétation (París: Cerf, 1980)
p.; Fiorenza, Francis. Foundational theology. Jesus and the Church (Nueva York:
Crossroad, 1986) 326 p.
4
“Mais il est peut–être trop tard. Le christianisme historique, et avec lui la
société moderne ont échoué. La dénonciation par le Christ des mécanismes
sacrificiels n’en finit pas d’irriter la violence. Qu’est–ce à dire, encore une fois,
sinon que la venue de l’Autre est en train de faire exploser la totalité? Je pense
que l’eschatologie est à ce prix. C’est parce que le Modèle de sainteté est une fois
apparu dans l’histoire des hommes, que tant d’héroïsmes travaillent à l’étouffer”.
Girard, René. Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord, 2007) p.191.
227
Carlos Mendoza–Álvarez
Enfrentemos este fracaso cultural e histórico para
balbucear en su seno un pensamiento teológico discreto
y atrevido a la vez, siempre consciente de la importancia
de hablar de Dios en medio de los escombros de la totalidad. Pero una teología también llena de audacia en virtud
del anuncio del fin de los tiempos y del advenimiento del
Reinado de Dios en la era mesiánica.
El tiempo mesiánico comporta la superación de la
cronología para ser introducidos en “un tiempo contraído”
(cf. 1 Cor: 7), según esta expresión de san Pablo que fue
pensada en su alcance filosófico por Giorgio Agamben para
reconstituir la génesis de la existencia vivida en su propio
límite.5
5
“Nous pouvons alors proposer une première définition du temps messianique: c’est le temps que le temps met pour finir —ou plus exactement le temps que
nous employons pour faire finir, pour achever notre représentation du temps
[...] C’est le temps dons nous avons besoin pour faire finir le temps— en
ce sens: le temps qui nous reste”. Agamben, Giorgio. Le temps qui reste. Un
commentaire de l’épître aux Romains (París: Payot, 2000) pp. 112–113.
6
El mesianismo sería entonces una gramática inscrita desde los más antiguos
relatos del Primer Testamento hebreo, que llegaría a su apogeo en Jesús de
Nazaret, por medio de los actos más fundamentales de la condición humana:
“Se sustenter et se loger constituent donc deux fils conducteurs pour penser ce
surcroît de vie que Dieu accorde. Si l’on peut manger alors que la vie semblait
s’éteindre et qu’on avait plus d’appétit pour rien, c’est que la chair s’ouvre
encore, que «quelque chose» en elle croit à un déploiement à venir. Dans
son cantique, Anne reprend les composant de sa propre expérience (stérilité,
anorexie / fécondité, rassasiement) et les ouvre à la fondamentale expérience
d’un Dieu, inscrit puissamment au cœur de la vie: «Les rassasiés s’embauchent
pour du pain, et les affamés cessent de travailler. La stérile enfante sept fois
et la femme aux fils nombreux dépérit. yHWH fait mourir et fait vivre, il fait
descendre au shéol et en fait remonter» (1 S 2, 5.6)”. Lefebvre, Philippe. Livres
de Samuel et récits de résurrection (París: Cerf, 2004) p.410.
228
El Dios escondido de la posmodernidad
Dichos tiempos llegan discretamente, según los gestos
fundacionales de la gramática bíblica sobre la vida que vence
a la muerte: comer, hospedarse, ser elevado de la tierra.6
No se trata, en efecto, de permanecer mudo delante
de la “violencia extrema” (“montée aux extrêmes”) propia de
la guerra total, como lo señaló René Girard. Porque de así
hacerlo estaríamos negando precisamente la salvación. Por
el contrario, es tiempo de hacer surgir de nuevo la fuerza
profética del cristianismo en una nueva configuración de la
historia, habiendo depurado primero el mensaje mesiánico
de sus rasgos totalitarios y violentos.
Tal propósito exige mucha lucidez a fin de distinguir
de manera adecuada entre la vigilancia posmoderna contra
la lógica de la totalidad y la imposibilidad de hablar de
Dios en el corazón de esta lógica de lo idéntico. Justo ahí
se encuentra el meollo principal del presente capítulo:
“dar razón de la esperanza cristiana” (cf. 1 Pe 3: 15) en el
momento mismo del derrumbamiento del sujeto moderno
tardío. Con este objetivo emprenderemos en este capítulo
un camino de memoria, deseo e imaginación, trilogía por
excelencia de la fenomenología para hablar de Dios hoy en
medio de nuestros propios escombros.
el principio pragMático: la MeMoria
de las VíctiMas
Una corriente de filosofía postmetafísica centró sus reflexiones en la pregunta acerca de la suerte de los inocentes
sacrificados por los totalitarismos del siglo XX. En efecto,
en el contexto posterior al racionalismo ilustrado que se
rebelaba contra el formalismo de una ética abstracta de
229
Carlos Mendoza–Álvarez
fondo kantiano y de una teoría política de sabor hegeliano,
Theodor Adorno propuso la negación de la injusticia
como la expresión más adecuada de la verdad.7 Así, gracias
al pensamiento propuesto por la Escuela de Fráncfort,
llegamos a ver con claridad la importancia de un giro pragmático del discurso, a fin de interpretar la historia en su
carácter conflictivo de rivalidad, pero siempre en el seno
del espacio público, principal expresión intersubjetiva en
la que es posible instaurar la comunidad de vida. La ética
del discurso lanzó, además, la cuestión por las condiciones
de posibilidad de tal comunidad ilimitada de discurso y de
práctica susceptible de construir en el seno de las sociedades democráticas liberales la justicia como práctica del
mutuo reconocimiento. La cuestión radica en saber cómo
actuar, de tal manera que todos los individuos y grupos de
cualquier comunidad puedan ser reconocidos en su propia
identidad para lograr alcanzar el bien de todos.
Algunas décadas atrás, del lado del pensamiento filosófico judío, el principio anamnético que hace posible el espacio público ya había sido claramente enunciado por Franz
Rosenzweig,8 y luego desarrollado por Walter Benjamin
7
Según la crítica pragmática de la dominación, se trata de lo siguiente:
“C’est justement l’insatiable principe d’identité qui éternise l’antagonisme en
opprimant ce qui est contradictoire. Ce qui ne tolère rien qui ne soit pareil à
lui–même, contrecarre une réconciliation pour laquelle il se prend faussement.
La violence du rendre–semblable reproduit la contradiction qu’elle élimine”.
Adorno, Theodor. Dialectique négative (París: Payot, 1978) p.176. Considérese
también el impacto de la razón anamnética en la filosofía española de inicios
del siglo XXi: Mate, Reyes. La razón de los vencidos (Barcelona: Anthropos,
1992); “Mémoire et barbarie. L’impératif catégorique d’Adorno”, en Les Temps
Modernes, núms. 630–631 (marzo–junio de 2005) pp. 36–55.
8
Cf. Rosenzweig, Franz. L’étoile de la rédemption (París: Seuil, 2003) 615 p.
230
El Dios escondido de la posmodernidad
como piedra de tropiezo de toda teoría política y de lo
religioso. Ciertamente, anclado en el terreno fecundo del
“tsikkaron”9 hebreo (la anamnesis griega, la memoria latina),
dicho principio hermenéutico jugó un papel principal en
la consolidación de la identidad judía primero, pero luego
en el conocimiento de sus orígenes miméticos, tal como lo
mostró más adelante, Girard desde el punto de vista antropológico:
En las interpretaciones religiosas la violencia fundadora es desconocida pero su existencia es afirmada.
En las interpretaciones modernas, su existencia es
negada. Es la violencia fundadora, sin embargo,
la que continúa gobernando todo como sol lejano
e invisible en torno al cual gravitan no solamente
los planetas sino los satélites y los satélites de los
satélites. Poco importa. Incluso es necesario que la
naturaleza de dicho sol sea desconocida o, más aún,
que su realidad sea considerada nula y no lograda.10
Las huellas de la violencia mimética se encuentran presentes
en la literatura y en los ritos de todas las culturas. Por ello,
Girard se propuso llevar a cabo un análisis interdisciplinario, a fin de unir la estética con la antropología y con ello
9
Una expresión hebrea con gran riqueza de sentido que la teología cristiana
de la Eucaristía asumió con gran creatividad para expresar el carácter martirial
de la Cena del Señor. Cf. Thurian, Max. L’Eucharistie (Neuchâtel / París:
Delachaux et Niestlé, 1959) pp. 21–49; Tillard, Jean–Marie–Roger. Église
d’Églises. L’ecclésiologie de communion (París: Cerf, 1987) p.182.
10
Girard, René. “La violence et le sacré”, en De la violence à la divinité (París:
Grasset, 2007) p.693.
231
Carlos Mendoza–Álvarez
esclarecer el camino para una interpretación del cristianismo en la edad de la crisis de la modernidad.
En continuidad con este análisis, en particular dentro
del linaje de pensamiento fenomenológico moderno, Paul
Ricœeur descubrió, por su parte, que la memoria de los
inocentes asesinados es el nudo que ata la historia con el
Infinito: esa memoria hace posible la apertura hacia la trascendencia. En efecto, la memoria de las víctimas es una de
las expresiones del complejo proceso de la memoria, puesto
que ésta se extiende en un vasto “horizonte” existencial: sea
como amnesia, cuando es impedida por las inhibiciones de
la psique, sea como amnistía, cuando es manipulada por
algún acuerdo social, según el riguroso análisis hermenéutico de Ricœur:
El olvido y el perdón designan de manera separada
y conjunta el horizonte de nuestra investigación. De
manera separada en la medida en la que cada uno
revela una problemática distinta: el olvido, como
aquélla de la memoria y la fidelidad al pasado; el
perdón, como la culpabilidad y la reconciliación con
el pasado. De manera conjunta, en la medida en que
sus respectivos itinerarios se vuelven a cruzar en un
lugar que no es un lugar, y se designa mejor con el
término de “horizonte”. Horizonte de una memoria
apaciguada, camino para un olvido dichoso.11
No obstante, la memoria también se puede desplegar de
manera profética, según lo que ya vivió el pueblo de Israel,
11
Ricœur, Paul. La mémoire, l’histoire, l’oubli (París: Seuil, 2000) p.536.
232
El Dios escondido de la posmodernidad
o bien en un sentido propiamente escatológico, según el
anuncio cristiano de la Cruz de Jesús de Nazaret.
Además, la dimensión política de dicha rememoración
es colocada en el centro de los debates en todas las sociedades modernas que han atravesado guerras fratricidas. Hacer
justicia a las víctimas —sea aquéllas del Holocausto, de los
Goulags, de los Khmers rojos, de las dictaduras sudamericanas, de las guerras tribales africanas, de los genocidios de
Eurasia y tantos otros ejemplos atroces del siglo XX— se
revela como la condición de posibilidad de la reconciliación
nacional e internacional. Nos hemos despertado angustiados de las pesadillas totalitarias justo después de haber
captado la “violencia extrema” (“montée aux extrêmes”) del
fratricidio, como expresión última de los excesos de la dialéctica de la reciprocidad violenta.
La teología después de Auschwitz, anunciada por
Dietrich Bonhoeffer dio paso, en las últimas décadas del
siglo XX, a un pensamiento pragmático que busca encontrar
una fisura a los callejones sin salida de la totalidad, desenmascarando su rostro de totalitarismo político: “Dios deja
que se le eche del mundo y se clave en una cruz. Dios es
impotente y débil en el mundo y solamente así está con
nosotros y nos ayuda. Mateo 8: 17 indica claramente que
Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y sus sufrimientos”.12
La famosa sentencia de Bonhoeffer nos recuerda así el
sentido de la teología moderna de la kénosis, en tanto clave
de bóveda de toda la teología cristiana que anhela dar testi12
Bonhoeffer, Dietrich. Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio (Salamanca: Sígueme, 2001).
233
Carlos Mendoza–Álvarez
monio de la fuerza del Evangelio en el momento preciso del
derrumbamiento de la Historia.
A pesar de todas las advertencias, el totalitarismo del
mercado ha proseguido su carrera hasta el extremo en
estos tiempos de la globalización del primado del capital
y sus ídolos de competitividad, performatividad y eficacia
macroeconómica, a pesar de los gritos de alarma lanzados
por los especialistas en ciencias sociales, el parlamento de
las religiones del mundo y las diversas teologías de la liberación. Hoy más que nunca, el pensamiento teológico noratlántico13 se ha agotado en relación con la pregunta por el
13
Una de las principales voces de la teología fundamental en Estados Unidos,
que llevó a sus límites con agudeza y precisión la crítica a la Ilustración, sin por
ello renunciar a su relato de autonomía, es sin duda la obra de David Tracy.
Este profesor de Chicago insiste en las dimensiones apofática y apocalíptica del
cristianismo como garantías de su mirada crítica sobre el mundo a partir de la
revelación. Así lo describe en una conversación por demás reveladora: “Most of
the discussion on God, including my approach in Blessed Rage, has concerned
panentheism. That is a valuable discussion. But I don’t begin there any longer
—especially if the spiritual is deeply involved with the theological. I begin with
the categories of the ‘void’ and the ‘open’. I am persuaded to think about God
not simply in modern terms but in terms of the categories of faith. When you
talk about God you are talking about two ‘impossible’ options. Lucretius and
Nietzsche talk about the void, but there is no one better on the subject than
Luther. History is apocalyptic for him. It is a series of openings into the abyss.
Nature is that too. The ‘void’ has to do with experiences of extreme suffering,
injustice, terror, despair or alienation. And there is no one better than the
apophatic mystics with respect to regarding God as ‘open’. I first called this
category the ‘gracious void’ but realized this was too Christian a term. So I use
the term ‘the open’. The experience of the open happens when you ‘let go’.
That’s why Buddhism is such an attraction to so many contemporary people,
including postmodern thinkers. It’s the ‘let–go’ aspect of faith. Even Aristotle
speaks of the mystery of religion as a genuine experience. The experience of
‘the open’ either happens or it doesn’t —or it can happen suddenly— but spiritual disciplines can prepare you for it. The ‘open’ has to do with experiences
of the sheer giftedness of life —the sense of awe and wonder one might have
about the beauty of the natural world or the sheer happiness one might find
234
El Dios escondido de la posmodernidad
porvenir, a tal punto que parece no tener ya nada que decir
para hablar hoy de esperanza posible.
Sin embargo, en el corazón de tal devastación del
pensamiento occidental y teológico, a partir de esos mismos
escombros ha nacido una teología de la esperanza apocalíptica14 que no renuncia a la memoria de las víctimas sino
que, todo lo contrario, hace de esta memoria la fuente del
anuncio de la reconciliación posible para la humanidad,
entre las personas, entre los pueblos de la tierra, y de todos
con Dios como dador de vida.
La subversión de la fatalidad
La teología política de Johann–Baptist Metz,15 y luego
aquélla de la liberación de Gustavo Gutiérrez,16 cada una en
su respectivo contexto, mostraron la fuerza propia de la indignación ética que sobrepasa los efectos perversos de la modernidad tecno–científica. No obstante, como ya lo señaló
Christian Duquoc17 de manera precisa en los años ochenta,
in human relationships”. Malcolm, Lois. “Un interview with David Tracy”, en
The Christian Century (13–20 de febrero de 2002) pp. 24–30 [de disponible
en: http://www.religion-online.org/showarticle.asp?title=2269].
14
Cf. Gibellini, Rosino. Panorama de la théologie au XXe siècle (París: Cerf,
2004) 688 p.
15
Cf. Metz, Johann–Baptist. La foi dans l’histoire et la société (París: Cerf,
1979) 278 p.
16
Indignación ética que encuentra su fuente, para la teología de la liberación,
en la praxis de Jesús de Nazaret: “La vida y la muerte de Jesús no son menos
evangélicas debido a sus connotaciones políticas. Su testimonio y su mensaje
adquieren esa dimensión precisamente por la radicalidad de su carácter
salvífico; predicar el amor universal del Padre va inevitablemente contra toda
injusticia, privilegio, opresión, o nacionalismo estrecho”. Gutiérrez, Gustavo.
Teología de la liberación. Perspectivas (Lima: cep, 1971) p.295.
17
Cf. Duquoc, Christian. Libération et progressisme. Un dialogue théologique
entre l’Amérique latine et l’Europe (París: Cerf, 1987) 152 p.
235
Carlos Mendoza–Álvarez
sus instrumentos de análisis fueron radicalmente opuestos.
Por un lado, la teología progresista europea estuvo centrada
en la problemática de la emancipación del individuo nacido
de la Ilustración, según la lógica de la libertad y de los
derechos individuales en el seno de una democracia liberal. Mientras, la teología de la liberación buscaba justo la
crítica de ese modelo individualista, señalando los efectos
de muerte producidos por la primacía del individuo. En
cierto modo, la corriente latinoamericana representaba un
serio cuestionamiento a la modernidad ilustrada avant la
lettre posmoderna, sin haber puesto al día sus herramientas
epistemológicas y analíticas de lo real.18 En efecto, su visión
de la salvación en la historia era demasiado dependiente de
cierta visión hegeliana del progreso y de la dialéctica de la
historia. Mientras que la teología liberal,19 por su parte,
deseaba profundizar en la secularización para encontrar en
18
Desde los años setenta del siglo pasado, el debate sobre el método de la teología de la liberación ya había señalado esta problemática propia de la polisemia
del término pobre. Pero tuvo que pasar al menos un par de décadas para su
recepción explícita. Cf. Ruiz Maldonado, Enrique (ed.). Liberación y cautiverio
(México: cuc, 1975) 480 p. Según sus propias palabras, el fundador de la
teología de la liberación lo reconoció más tarde: “Poverty is a complex reality
that is not limited to economic aspect, however important that may be. From
the beginning of its reflection on poverty, liberation theology perceived this
diversity because the reality of multicultural countries (as are the majority in
Latin America) offer a direct and inevitable experience of it and because the
Bible represents the poor in diverse ways [...] The early expressions nonpersons
as insignificant ones used in liberation theology for speaking of the poor pointed to this complexity. They were used to bring to mind all those who were
not recognized in their full human dignity”. Gutiérrez, Gustavo. “Memory &
Prophecy”, en Groody, Daniel (ed.) The option for the poor in Christian theology
(Notre Dame: University of Notre Dame Press, 2007) p.26.
19
Cf. Duquoc, Christian. Je crois en l’Église. Précarité institutionnelle et
Royaume de Dieu (París: Cerf, 1999) 304 p.
236
El Dios escondido de la posmodernidad
ella el fondo místico del individuo tal como, por ejemplo,
la posmodernidad nihilista lo descubriría extasiada más
adelante.
En todo caso, ambas corrientes teológicas posteriores a
Auschwitz, tanto en el mundo protestante como católico,
marcaron el deseo de aggiornamento de la Iglesia y su relación con las sociedades modernas occidentales. El impulso
de renovación típico del Concilio Vaticano II en la Iglesia
católica y la fundación del Consejo Ecuménico de Iglesias
en el mundo protestante y ortodoxo, por ejemplo, marcaron la conciencia cristiana del la última parte del siglo XX.
Por otro lado, cierto sentimiento de rebeldía contra la
muerte del inocente presidió también la teología moderna
y promovió en ella un agudo sentido de la acción, de la
responsabilidad y de la conducción de la historia, siempre
en busca de actuar a contracorriente de la historia de dominación. Si se tiene en cuenta tal proyecto de emancipación
—desde una retrospectiva posmoderna—, se podría decir
hoy que estas utopías cristianas del siglo XX estuvieron
marcadas por una búsqueda ingenua con el fin de desviar
el sentido de la injusticia y de la violencia, propias de la
historia, e introducir aquí abajo una esperanza de vida para
todos los seres humanos.
La tarea no era de suyo fácil. Después de la caída del
muro de Berlín, en 1989, y del fracaso del socialismo europeo, el optimismo cedió su lugar progresivamente al sentimiento de fracaso, a la retirada e incluso a veces al exilio por
parte de una generación de cristianos que abandonaron su
práctica eclesial para migrar hacia la acción humanitaria y
así intentar traducir, en un mundo secularizado —marcado
237
Carlos Mendoza–Álvarez
por la voracidad del mercado—, el mensaje cristiano de
salvación y de reconciliación, sin pensar demasiado por
ahora en la trascendencia.
Pero por otra parte, el retorno de lo religioso bajo la
forma del pentecostalismo en las Américas, y luego del
Islam en Europa,20 modificó de manera sensible el sentido
de la secularización creciente que había previsto la racionalidad moderna ilustrada. Estos movimientos profundos de
reacomodo de la simbólica de la trascendencia en el mundo
moderno tomaron por sorpresa a la mayor parte de los intelectuales de Occidente, salvo aquéllos que ya habían visto
aparecer, en tiempos de la posguerra, el despertar inevitable
de lo religioso arcaico con su violencia extrema, tales como
Rudolf Otto y Girard. Pero otros autores más también
percibieron la fuerza de la transformación de la representación de la trascendencia propia de la religión que estaba
aconteciendo, como fue el caso de Ludwig Wittgenstein, y
anunciaron así el retorno de lo religioso.
A lo largo de toda esta trayectoria del pensamiento
sobre la religión en el siglo XX, una lectura antropológica,
unida a la interpretación simbólica y al acercamiento
lingüístico de lo religioso se comenzaron a imponer, en
20
Una característica fundamental del pentecostalismo en diferentes países de
América consiste en el vínculo entre religión y espera de un mejor porvenir en
medio de las sociedades fragmentadas: “Millennial movements are to a culture
what rites of passage are to an individual. [...] They enable the person or the
society to touch base with the past and with their deepest symbolic roots
in order to be better prepared to take the next —sometimes frightening—
step into the future”. Cox, Harvey Gallagher. Fire from heaven: the rise of
Pentecostal spirituality and the reshaping of religion in the Twenty–first century
(Massachusetts: Addison–Wesley, 1995) p.117.
238
El Dios escondido de la posmodernidad
tiempos de la modernidad tardía, como la mejor manera
para intentar explicar la potencia de la experiencia que
representa hoy lo religioso en la sociedad planetaria.
El realismo pragmático
En el mundo de habla alemana, Helmut Peukert21 es el
teólogo católico que mejor ha captado, a nuestro juicio,
el meollo pragmático de la teología. Consagró a este objetivo más de tres décadas de investigación, con la finalidad
de construir cuidadosamente un debate a fondo con Jürgen
Habermas y Karl–Otto Apel en particular, sobre las condiciones necesarias para el cumplimiento de la comunicación.
Aceptando la pertinencia de la pregunta acerca de la base
ética del discurso, que radica en cuestionarse “qué hay que
hacer para que los verdugos no sigan triunfando”, Peukert
profundiza la problemática de los impasses de la comunicación en toda sociedad diferenciada, es decir, jerárquica, así
como la necesidad de superar el estadio formal y abstracto
de la discusión, tal como ya había sido propuesto por algunos autores pragmáticos al hablar en lugar de las víctimas.
En el corazón de dicho debate aparecerá precisamente,
según Peukert, la pertinencia de la teología:
La cuestión radica evidentemente en saber si la
teología puede comprender el discurso de la reconciliación, de la emancipación salvadora y de la
21
Su principal obra se encuentra traducida al español: Peukert, Helmut. Teoría
de la ciencia y teología fundamental. Análisis del enfoque y de la naturaleza de la
formación de la teoría teológica (Barcelona: Herder, 2000) 420 p.
239
Carlos Mendoza–Álvarez
fuerza trascendente de la acción comunicativa, en
el sentido en el que lo entiende Habermas. O bien
si la teología debería entenderse como [teoría de
la acción comunicativa] tac, que libera los mecanismos de la autoafirmación y de acrecentamiento
del poder rival, y que toma en cuenta la acción de
Dios, aquí y ahora, en tanto amor de prevención
absoluta por el otro y por sí mismo, en el recuerdo
y la anticipación.22
De hecho, el problema de la comunicación bloqueada por
las estructuras de poder no puede ser resuelto sino por el
llamado a un principio trascendente de comunicación
realizada. Este principio es justo afirmado por el cristianismo según la lógica de la kénosis del Logos de Dios: para
que la comunicación con el otro se realice respetando su
diferencia es necesario un acto de rebasamiento de sí, cuyo
prototipo se ha realizado históricamente con la encarnación
del Verbo de Dios. Tal principio de autorrebasamiento
también ya fue percibido de manera parcial por los sabios
de este mundo y comunicado por medio de sus tradiciones
religiosas más desarrolladas. Pero fue el cristianismo quien
captó el alcance universal de dicho acontecimiento gracias a
la revelación plenamente realizada en Cristo Jesús.
A pesar de lo dicho, no se trata de hacer, por este
medio, una apologética de la Iglesia en tanto que institución de Cristiandad. Sin caer en este extremo, la teología
22
Peukert, Helmut. “Agir communicationnel, systèmes de l’accroissement de
puissance et les projets inachevés des Lumières et de la théologie”, en Arens,
Edmund (dir.). Habermas et la théologie (París: Cerf, 1989) (pp. 45–73) pp.
63–64.
240
El Dios escondido de la posmodernidad
en clave pragmática intenta pensar en el dinamismo de la
comunicación realizada, primero gracias a la kénosis del
Verbo, luego en la predicación del Galileo como profeta
escatológico, y por último en el acontecimiento principal
de su condenación a muerte y su resurrección, atestiguadas
por los discípulos a la luz de la Ruah divina como principio
pascual de una comunidad nueva. Ella es posible para la
humanidad cuando las diferencias no juegan ya el papel
determinante para construir una jerarquía de fuerzas sino
que se convierten en posibilidad de encuentro en tanto han
quedado depuradas de su carácter de rivalidad violenta.
Por el contrario, la lógica de la donación23 preside esta
comprensión pascual, de manera que brota de ella una
experiencia de comunión en la diferencia. La donación
conlleva, al menos, tres dimensiones constitutivas: un
fondo fenomenológico que describe la constitución del
sujeto en su relación al otro; una finalidad ética que orienta
el actuar humano en el sentido de la compasión realizada,
y una apertura trascendente propiamente teológica que
vincula la persona al Misterio divino, donación extrema en
tanto fuente del amor creador y redentor.
En efecto, sería posible describir la teología trinitaria
como la teoría de la comunicación realizada entre las personas divinas en su mutua reciprocidad. Dicho de otro modo,
23
Cf. Marion, Jean–Luc. Le visible et le révélé (París: Cerf, 2005); Étant
donné. Essai d’une phénoménologie de la donation (París: puf, 1998) 452 p.; Du
surcroît. Études sur les phénomènes saturés (París: puf, 2001); Dieu sans l’être:
hors texte (París: Fayard, 1982) 287 p.; “Saint Thomas et l’onto–théo–logie”,
en Revue thomiste, vol.XcV (Toulouse, 2005) pp. 31–66; “La phénoménalité
du sacrement: être et donation”, en Communio, vol.XXVi, núm.5 (París,
septiembre–octubre de 2001).
241
Carlos Mendoza–Álvarez
se trata de la teoría de la comunicación plena, en el seno de
las diferencias entre sujetos diversos que viven la apertura
extrema de uno para con otro: el Padre hacia su Hijo, en el
reconocimiento mutuo del Espíritu que los une.
Por todo ello, resulta posible para la teología fundamental pragmática dar cuenta de la esperanza significativa
para la sociedad posmoderna, en tanto que hace echar sus
raíces al acto comunicativo en el dinamismo trinitario revelado en y por Cristo. Tal anuncio kerigmático propio del
cristianismo se realiza no como la apología de una doctrina
sino como estando inserto en la historia ambigua de los seres
humanos y proponiendo ahí una respuesta performativa al
fatalismo de la historia violenta, fratricida e idolátrica.
La comunicación plenamente realizada pasa, así, por
la mediación existencial de la donación en tanto renuncia al sí–mismo totalitario, para colocarse en la lógica de
la subversión expuesta por Emmanuel Levinas, pero por
medio de la instauración de relaciones sociales diferentes a
aquellas de la posesión y la objetivación de lo real, típicas
de la razón instrumental.
La memoria de las víctimas es pensada, de esta manera,
en un marco político y teológico preciso, pero siempre relacionado directamente con la vida trinitaria, de modo que
sea posible defender la idea de una plena realización de la
comunicación en su misma fuente trascendente, no inmanente a la historia entregada a sus propias contradicciones.
Ella se expresa por una presencia venida de más lejos, es
24
Un tema central para Levinas, siguiendo a Franz Rosenzweig en lo que
con anterioridad ya había postulado en su obra capital: “De même que la
structure du visage est dominée par le front, de même sa vie, c’est–à–dire tout
242
El Dios escondido de la posmodernidad
decir, aquélla que procede del rostro24 del otro reconocido
como prójimo, de las víctimas recordadas más allá del
resentimiento. En resumen, se trata de relaciones fundadoras de sentido y de salvación según la mirada que procede
de la misericordia.
En este contexto, es posible comprender más cabalmente la importancia del “principio misericordia”,
propuesto por Jon Sobrino en el contexto de la segunda
fase de la teología de la liberación latinoamericana.25 En
efecto, luego de Ernst Bloch26 y su “principio esperanza”,
ce qui tourne autour des yeux et qui en rayonne, se concentre sur la bouche.
La bouche est ce qui accomplit et consomme toute expression dont le visage
est capable, aussi bien dans le discours que dans le silence où finalement le
discours et revenu s’abîmer: c’est–à–dire dans le baiser. C’est dans les yeux que
brille l’éternel visage de l’homme, c’est des mots de la bouche que l’homme
vit; mais pour notre maître Moïse, qui de son vivant put seulement contempler et non pas fouler le pays de la nostalgie, Il scella cette vie achevée d’un
baiser de Sa bouche. C’est le sceau de Dieu et c’est aussi le sceau de l’homme”.
Rosenzweig, Franz. L’étoile de la rédemption (París: Seuil, 2003) p.587.
25
Cf. Sobrino, Jon. La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas (Madrid:
Trotta, 1998) 512 p.
26
Esperanza que está unida al sufrimiento en la historia, incluso sin tener
una explícita referencia religiosa: “L’Essentiel est en souffrance dans l’homme
tout comme dans le monde, cet Essentiel est dans l’attente, dans la crainte
de l’échec, dans l’espérance de la réussite. Car ce qui est possible peut aussi
bien sombrer dans le Rien qu’accéder à l’Être: le possible, en tant qu’il n’est
pas encore pleinement conditionné, n’est pas arrêté. Dès lors la crainte aussi
bien que l’espérance, la crainte dans l’espérance, l’espérance dans la crainte
sont au départ, quand l’homme n’intervient pas face à cet ‘en–suspens’ réel
[...] Toutefois comme la faculté active de l’homme appartient au domaine du
possible, la mise en œuvre de cette activité fait pencher la balance du côté
de l’espérance”. Bloch, Ernst. Le principe espérance, vol. I (París: Gallimard,
1976) p.297.
27
Según una visión cristiana de la esperanza, que está marcada por la conciencia aguda del carácter subjetivo de la salvación en el que tanto insistió la
tradición protestante reformada: “L’homme parvient à soi–même en espérance, car il n’est pas encore soustrait à la contradiction et à la mort. Il trouve
243
Carlos Mendoza–Álvarez
hasta Jürgen Moltmann27 y Sobrino, existe un desarrollo
silencioso de una visión moderna de la acción como dominio de la libertad y sus potencias. Pero gracias a los datos
propios de la idea judía y cristiana de revelación, ha sido
posible captar el carácter fundacional del primado del Otro
en la instauración de este nuevo orden de intersubjetividad,
orden que el cristianismo llama “koinonía”.28
Aquello que, en el fondo, la teología pragmática ha
hecho es pensar, por mediación de una gramática propia de
la ética del discurso, todas las implicaciones de la comunidad ilimitada de vida que caracteriza al orden divino trinitario y su impulso redentor en la vida de los seres humanos
la vie, mais cachée dans l’avenir du Christ promis et non encore apparu.
Le croyant devient l’espérant. Il est pour soi–même encore un avenir. Il est
promis à soi–même [...] et se met d’accord avec soi–même in spe et non pas
in re. Celui qui se confie à la promesse devient pour soi–même une énigme et
une question ouverte, un Homo absconditus [...] L’espérant n’est pas centré sur
soi: il se tient au contraire excentrique par rapport à soi, dans ce que Luther
appelle cette capacité de se tenir en dehors de soi–même devant Dieu [...] Il est
en avance sur soi–même [...] l’événement de la promesse ne le fait pas entrer
dans une Patrie ou le Foyer de l’identité, mais l’introduit dans les tensions de
l’extériorisation [...] Elle l’ouvre à la douleur, à la patience et à la prodigieuse
puissance du négatif ”. Moltmann, Jürgen. Théologie de l’espérance (París: Cerf,
1978) p.97.
28
La categoría teológica de la koinonía es la piedra angular de la eclesiología
de comunión, tal como lo desarrolló con fino conocimiento de las fuentes
bíblicas y patrísticas el padre Jean–Marie–Roger Tillard: “Entrer dans la
communion, c’est avoir part à cette œuvre de Dieu, donc appartenir au mystère
des temps eschatologiques, ceux de l’ «avenir» de l’aventure humaine. Il n’est
peut–être vain de rappeler que, relisant à la lumière de Pâques les acta et dicta
du ministère de Jésus, on en percevra alors le sens authentique. Les temps de
l’Esprit s’y annonçaient, y germaient. L’Événement qui change la vision antérieure de l’ordre du monde se préparait dans la mutation qualitative que Jésus
provoquait au plus profond de la conscience et au nœud des relations humaines”. Tillard, Jean–Marie–Roger. Église d’Églises. L’ecclésiologie de communion
(París: Cerf, 1987) p.20.
244
El Dios escondido de la posmodernidad
y de las creaturas. La memoria de las víctimas se convierte
así en el principio mayor del realismo pragmático,29 pensado
por la filosofía en los límites de la razón histórica, conducida hacia su realización trascendente en la vida trinitaria
por la mirada teológica de la que el cristianismo estaría
llamado supuestamente a ser su portador fundamental.
En pos de una memoria dichosa
El realismo pragmático evoca la profundidad teológica para
situar en ella el sufrimiento del inocente en la perspectiva
propia a la trascendencia del Dios cercano. Tal abismo
es bien conocido por la memoria como potencia del ser
humano modelado por la temporalidad. El conocimiento
de sí, del mundo y de Dios se encuentran de este modo
ligados por esta íntima experiencia de lo real que no cesa
de pedir una relación al pasado para comprender mejor la
conciencia del presente en su densidad, así como el anuncio
de un porvenir posible para todos.
Desde san Agustín hasta Pascal, pasando por Friedrich
Hölderlin y Ricœur,30 la memoria es indagada en sus recovecos en los que surgen, de manera concomitante, el gozo
de los orígenes, la culpabilidad de la caída, la humildad
29
Una expresión que aquí empleamos para dar cuenta de la primacía de
las experiencias históricas en las que los seres humanos viven una auténtica
resistencia a la lógica de la violencia, con lo que se inaugura el mundo nuevo,
apercibido por la subjetividad como cumplimiento escatológico de la temporalidad.
30
La memoria, en efecto, es un camino de rememoración que siempre se
encuentra unido a cierto olvido: “D’un coté, l’oubli nous fait peur. Ne
sommes–nous pas condamnés à tout oublier? De l’autre, nous saluons comme
un petit bonheur la revenue d’une bribe de passé arraché, comme on dit, à
l’oubli”. Ricœur, Paul. La mémoire, l’histoire, l’oubli (París: Seuil, 2000) p.542.
245
Carlos Mendoza–Álvarez
de la espera y la esperanza del rencuentro. Son todas ellas
etapas propias de un itinerario espiritual siempre inédito y,
al mismo tiempo, conocido desde hace muchas generaciones: cuando los justos, a fuerza de apaciguar su corazón y
de fortalecer su lucha contra el mal, han logrado habitar el
mundo cruzando hacia la otra ribera de la violencia...
En el contexto hermenéutico moderno, Ricœur es sin
duda el filósofo y el creyente cristiano que más rigurosamente analizó la memoria en su filosofía de la voluntad,
con tres obras maestras. Para fines de nuestro propósito, es
importante subrayar la fenomenología que se desprende,
donde la simbólica de la memoria desdichada, marcada
por la mancha, la culpa y el pecado, cede el lugar progresivamente a la “memoria dichosa”, que es posible porque
ha rebasado la conciencia de la finitud, para abrirse plenamente al don venido del otro.
En efecto, a la mirada hermenéutica propia de la
memoria, en tanto potencia de la experiencia, no le es
posible alcanzar el estadio de apaciguamiento sin haber
pasado primero por la reivindicación de los inocentes y
por el desenmascaramiento del odio que los ha matado.
La justicia para las víctimas es por tanto presentada como
condición de posibilidad histórica del perdón, estadio de
la intersubjetividad a partir del cual es posible en seguida
pasar a la reconciliación.
Sin embargo, la implantación de la justicia requiere
de potencia narrativa específica: aprender a recordar los
acontecimientos pasados con sus luchas, sus fracasos y sus
muertos. Contar así la historia de nuestros muertos, con
toda la complejidad que conlleva tal reconstrucción de sus
vidas, representa no sólo una terapia propia a todo trabajo
246
El Dios escondido de la posmodernidad
de duelo sino, aún más, una apertura misma propia de la
potencia gramatical de la experiencia del recuerdo, para
entonces así permitir que advenga el perdón. Dicha reconstrucción tendrá implicaciones sociales y políticas evidentes,
tal como lo han mostrado los trabajos de las diversas “comisiones de la verdad” que se han instituido en diversos países
que han atravesado guerras a lo largo del siglo XX.31
En este sentido, Jean–Marc Ferry,32 prosiguiendo las
ideas e intuiciones lingüísticas de Ricœur, propuso un
análisis filosófico detallado de la manera como toma lugar
la memoria propia como gramática verbal de la inteligencia
humana. Su aportación principal para nuestra investigación
consiste en mostrar la estructura lingüística, en particular gramatical, de toda experiencia de rememoración, de
lenguaje y de presencia en el mundo, delante de los otros
y de Dios, que caracteriza todo acto anamnético. El advenimiento del estadio intersubjetivo del mutuo reconocimiento, estudiado en su genealogía hegeliana por Ricœur,
no es posible sino gracias a la acción de una mediación
narrativa compleja. En ella los modos verbales vendrán
a significar estados de presencia a sí mismo (individual
o colectiva) capaces de controlar la labilidad propia de
la subjetividad humana, como potencias de experiencia
propias a la condición histórica del ser humano.
“¿Qué hay que hacer con nuestro muertos?”,33 es el
cuestionamiento de toda civilización, incluida la de la
31
Cf. Phelps, Teresa. Shattered voices. Language, violence and the work of the
truth commissions (Filadelfia: Pennsylvania University Press, 2004) 192 p.
32
Cf. Ferry, Jean–Marc. Les grammaires de l’intelligence (París: Cerf, 2005)
211 p.
33
Cf. Ricœur, Paul. La critique et la conviction. Entretiens avec François Azouri
et Marc de Launay (París: Calmann–Lévy, 1995) 288 p.
247
Carlos Mendoza–Álvarez
modernidad postilustrada, una vez que vio su barco naufragar, para encontrar el sentido de la existencia. La pregunta
permanece intacta, sea el caso de los sobrevivientes de las
guerras o de las catástrofes naturales amplificadas por la
irresponsabilidad de la gestión política, sea el de los hijos
del nihilismo posmoderno, que elevan su clamor por el fin
de la historia.
La única posibilidad anamnética que nos queda en
tiempos de escombros desencadena un dinamismo triple
en la historia y sus circunstancias: los relatos de los sobrevivientes en tanto víctimas de la historia;34 el reconocimiento
de los límites del saber, del poder y del desear humanos; la
apercepción más nítida de la apertura a la trascendencia que
constituye toda existencia consciente de sí en la relación
con los otros, siempre en el seno de la historia narrada.
Hacernos cargo de esta memoria supone también
prevenir el fracaso, en la medida de nuestras posibilidades,
34
En este contexto, vale la pena recordar la famosa frase de Ricœur en donde
habla del papel de la memoria en medio de situaciones de odio y violencia:
“Ou l’on compte des cadavres, ou bien l’on raconte l’histoire des victimes».
Ricœur, Paul. Temps et récit, vol. iii (París: Seuil, 1985). En esta misma obra,
cuando Ricœur reflexiona sobre “el ser–afectado–por–el–pasado”, anota:
“C’est le propos même de «faire l’histoire» qui appelle le pas en arrière du futur
vers le passé; l’humanité, avons–nous dit avec Marx, ne fait son histoire que
dans des circonstances qu’elle n’a pas faites. La notion de circonstance devient
ainsi l’indice d’une relation inverse à l’histoire: nous ne sommes les agents de
l’histoire que pour autant que nous en sommes les patients. Les victimes
de l’histoire et les foules innombrables qui, aujourd’hui encore, la subissent
infiniment plus qu’elles ne la font sont les témoins par excellence de cette
structure majeure de la condition historique; et ceux–là qui sont —ou croient
être— les agents les plus actifs de l’histoire ne souffrent pas moins l’histoire que
les victimes ou leurs victimes, ne serait–ce qu’à travers les effets non voulus de
leurs entreprises les mieux calculées”. Ricœur, Paul. Temps et récit, vol.iii “Le
temps raconté” (París: Seuil, 1985) p.313.
248
El Dios escondido de la posmodernidad
para desmantelar los mecanismos de omnipotencia, instaurar relaciones ya no basadas en la eterna diferencia que nos
separa unos de otros sino más bien reconocer el llamado
a asumir de nuevo el pensamiento de lo común que nos
vincula unos a otros. Esto no significa que se querrá negar
de ahora en adelante todas las diferencias sino que es
urgente situarlas en un conjunto más amplio de reconocimiento mutuo para evitar el nihilismo extremo.
De esta manera, la memoria alcanzará el estadio de
la “dicha”, en su sentido de cumplimiento, en la medida
en que ella podrá pasar de la arquitectura del relato de la
reivindicación justa, en tanto historia narrada, hasta el estadio del olvido. Será, en efecto, en el reino del perdón que el
nudo del resentimiento podrá ser desatado. Ahí, el naufragio del ego moderno podrá permitirnos iniciar una segunda
travesía. Delante de tal horizonte de la historia ya no es
pertinente hablar de utopía sino de promesa, ya que ésta
nos sitúa de entrada en la relación constitutiva al Otro. Esta
instauración de la trascendencia en el seno de la inmanencia
es una necesidad, no en tanto alienación de la historia, ni
relato narcisista del progreso, sino en cuanto aceptación de
la vulnerabilidad constitutiva de todo sujeto en relación y,
por ello, posibilidad para encontrarse con el otro en tanto
otro, para recibir ahí una identidad nueva.
Llegamos así, por medio del pasaje anamnético, al
horizonte de la fe en tanto cumplimiento de la ontología
relacional. No como evasión del mundo sino como anuncio apocalíptico de su fin. No el fin sino el anuncio del
Reinado de Dios, donde el Otro adviene siempre en tanto
que olvido, desatadura, “herida que deviene luz”, apertura
y perdón, es decir, koinonía hecha realidad.
249
Carlos Mendoza–Álvarez
Los juegos del lenguaje
La diferenciación de los juegos de lenguaje es una condición
sine qua non del nuevo punto de partida desde el cual se
podrá llegar a la otra orilla. Pero para lograrlo será necesario
distinguir entre la eficacia del dominio del mundo propia
al lenguaje tecno–científico, por un lado, y la donación del
mundo propia del lenguaje poético y religioso, por otro.
En efecto, la pertinencia del formalismo de la objetividad tecno–científica no está puesta en entredicho por
el logos analítico, incluso si su carácter absoluto ya no es
sostenible en medio de los escombros de la devastación
planetaria, producida por la civilización derivada de la
razón instrumental.
Según John Milbank, Wittgenstein abrió el camino
para este paso hacia lo religioso, en el seno de la filosofía
analítica paralizada por el rigor y por el formalismo de la
ciencia empírica y matemática.35 Una vez que hubo captado
la importancia del dominio de tal objetividad, llegó a
redescubrir el papel de la intuición, del sentimiento y de la
35
Milbank apela a la crítica moderna del lenguaje para denunciar la perversión
de la razón secular. Lo hace también para criticar a la teología política y a la
teología de la liberación del siglo XX, ya que para él ambas capitularon ante
la primacía de la dialéctica de la violencia y cedieron ante el reduccionismo
empírico del mundo promovido por la Ilustración. A su juicio, Ludwig
Wittgenstein, en Culture and Value, dirige “l’attention vers cette assomption
omniprésente [la poïesis]: ‘Il est vraiment notable le fait que nous sommes
inclinés à penser la civilisation —maisons, arbres, voitures, etc.— comme
séparées de ses origines, de ce qui est noble et éternel’ [...] Ce qui est arrivé
c’est que, selon nous l’avons déjà vu, l’autonomie laïque, le «siège» de la raison,
s’est installé au point où la poïesis est définit publiquement comme techné”.
Milbank, John. Teología y teoría social. Más allá de la razón secular, cap. 8,
núm.4 (Barcelona: Herder, 2004).
250
El Dios escondido de la posmodernidad
fe religiosa en su rigor lingüístico propio, marcado por el
poder del símbolo.
La representación de la trascendencia en la diversidad
de reglas simbólicas habrá jugado, desde entonces, un papel
principal en la deconstrucción de la supuesta objetividad
instrumental. Un análisis preciso de la potencia gramatical de los símbolos religiosos será, por ejemplo, el camino
seguido por toda una corriente teológica abierta al diálogo
interreligioso, que no separa los símbolos de su enraizamiento en la justicia de Dios.36
En efecto, la sensibilidad occidental había bloqueado
previamente el desarrollo de tal apercepción de la trascendencia que sigue la lógica de la metáfora, la analogía y el
símbolo. Pero el retorno de lo religioso en el Occidente
decadente tomó la delantera sobre las reflexiones de los
sabios y entendidos, y ha ido más allá de los prejuicios de
los sistemas de pensamiento pretenciosos y arrogantes, que
parecían dominar el mundo a partir de un logos objetivista.
Redescubrir el papel de la “metáfora viva”37 y su relación
con la analogía del discurso fue el gran logro de la filosofía del
lenguaje del viejo Wittgenstein, así como de la teoría de la
36
En este sentido se puede ver el esbozo de una teología inculturada en Asia,
donde se tiene en cuenta a la vez la simbólica cristiana, hindú y budista en
su relación fundamental con el mensaje de salvación de Dios dirigido a todos
a partir de los pobres. Véase como ejemplo una breve síntesis de los trabajos
del conocido teólogo jesuita esrilanqués: Pieris, Aloysius. “The option for the
poor & the recovery of identity. Toward an Asian theology of religions dictated
by the poor”, en The option for the poor in Christian theology (Notre Dame:
University of Notre Dame Press, 2007) pp. 271–289.
37
La paradoja como potencia de comprensión es desarrollada precisamente
por Ricœur en tanto fuente de la que brota el sentido. Cf. Ricœur, Paul. La
métaphore vive (París: Seuil, 1975) 413 p.
251
Carlos Mendoza–Álvarez
interpretación establecida por Ricœur. Ser–en–el–mundo
quiere decir, en este sentido, habitar un mundo de significación que construye el sentido en el límite de la historia,
en tanto realización de la trascendencia en el orden de lo
verdadero, pero también en tanto rigor propio de la vivencia
auténtica y de la esperanza posible en medio de un mundo
caótico.
En este sentido, la teología cristiana occidental tuvo que
ir aprendiendo poco a poco a recibir de manera inteligente
el giro lingüístico del pensamiento, con su concomitante
apertura al orden simbólico de lo real. Gracias a tal descubrimiento teórico, que acompañó la renovación religiosa
en la modernidad tardía, hemos llegado a comprender en
Occidente de otra manera la fuerza perlocutoria del discurso
religioso, así como a captar de manera más adecuada la
amplitud de su dinamismo ilocutorio en la representación
del mundo realizado a través del rito que acompaña al
pensamiento de la trascendencia: evocación de una presencia
activa, pero discreta, apertura del sujeto a una Alteridad no
manipulable, recepción de la presencia de los otros como
llamado ético e invitación al descentramiento, eficacia de esta
presencia en el corazón del drama histórico y, por último,
indignación ética venida de más allá. Todas ellas son expresiones típicas de la gramática propia del orden simbólico.
El cristianismo, en su tercer milenio de historia, tendrá
que jugar un papel propio en esta sinfonía de memorias y
relatos simbólicos típicos de lo religioso. Se trata de afirmar
la trascendencia en el corazón de la inmanencia, para mostrar
su radical inacabamiento y su profunda orientación hacia
una alteridad que la sobrepasa. Conciencia del rebasamiento
ciertamente, como ya lo subrayó de manera unilateral el
252
El Dios escondido de la posmodernidad
pensamiento débil. Pero también éxodo que hace capaz al
creyente de recibir la vida de Otro. No se trata de un mero
aniquilamiento sino de una apertura y un vacío que serían
entonces “hospitalidad”,38 vivida como espera, acogida,
fecundidad. En el fondo, se trata de volver a encontrar la
significación de los tiempos mesiánicos en el seno de la inmanencia del fin del mundo, concentrado en su propia vanidad
al mismo tiempo que fecundado por una presencia otra.
Para habitar dicho espacio será necesario comprender de manera adecuada el juego de lenguaje propio a
la mística, en tanto experiencia del umbral de lo divino,
aquélla de los pies desnudos que acarician la tierra santa, de
los labios impuros purificados por el carbón del otro, de las
heridas que no reclaman nada al verdugo sino que le ofrecen el corazón: todas ellas metáforas poderosas de Cristo
en tanto misterio de este autorrebasamiento cumplido de
manera dichosa en un momento crucial y definitivo para la
humanidad entera.
la lógica del deseo MiMético: la superación
de la Violencia
“Pensar la esperanza”39 es un proyecto temible por su
complejidad y por las trampas que conlleva como posible
evasión de lo real. En especial en el marco de la moderni38
Se trata de una experiencia bíblica que se ha convertido en un imperativo
moral para el mundo judío. Más adelante también fue pensada como categoría
teológica por la tradición cristiana. Para ver sus raíces en la profecía de Israel se
puede consultar: Cohen, Hermann. La religion dans les limites de la philosophie
(París: Cerf, 1990) 170 p.
39
“Pensar la esperanza” es una de las antiguas y siempre urgentes tareas de
la teología fundamental: puesto que es una disciplina teológica del umbral
253
Carlos Mendoza–Álvarez
dad tardía —después del naufragio del ego moderno y sus
avatares, tales como la ciencia, la tecnología y la revolución
social—, es casi imposible sugerir la idea de un porvenir
para la humanidad. Tal parece que nos hemos acercado
tanto a un estadio de aniquilación de toda idea de la
historia como de las posibilidades de la razón para conocer
lo real. El horizonte aparece todavía más desconcertante
cuando escuchamos la propuesta de los nihilistas radicales e
incluso cuando atendemos al discurso apocalíptico de ciertos
antropólogos como Girard y tantos otros clásicos de la literatura que nos hablan del fin del mundo.40
de la fe en situaciones históricas de riesgo de falta de humanidad e idolatría
para distinguir los signos del Reino y el lenguaje pertinente para comunicar
el ágape de Cristo. En este sentido, véase la entrevista del autor con Girard,
ya citada: Mendoza–Álvarez, Carlos. “Pensar la esperanza como apocalipsis.
Conversación con René Girard”. En Letras Libres (México, abril de 2008) [de
disponible en: http://www.letraslibres.com/index.php?art=12884].
40
Louis–Ferdinand Céline, en su famosa novela —y como uno de los grandes
maestros de la literatura francesa del siglo XX—, describe de manera magistral
la locura de la guerra, esa famosa “montée aux extrêmes”, en la escena de
Bardamu que escapa entre los soldados alemanes en plena ocupación nazi:
“Serais–je donc le seule lâche sur la terre? pensais–je. Et avec quel effroi!
Perdu parmi deux millions de fous héroïques et déchaînés et armés jusqu’aux
cheveux? Avec casques, sans casques, sans chevaux, sur motos, hurlants, en
autos, sifflants, tirailleurs, comploteurs, volants, à genoux, creusant, se défilant, caracolant dans les sentiers, pétaradant, enfermés sur la terre comme dans
un cabanon, pour y tout détruire, Allemagne, France et Continents, tout ce
qui respire, détruire, plus enragés que les chiens, adorant leur rage (ce que les
chiens ne font pas), cent, mille fois plus enragés que mille chiens et tellement
plus vicieux! Nous étions jolis! Décidément, je le concevais, je m’étais embarqué dans une croisade apocalyptique. On est puceau de l’Horreur comme on
l’est de la volupté. Comment aurais–je pu me douter moi de cette horreur en
quittant la place Clichy? Qui aurait pu prévoir avant d’entrer vraiment dans la
guerre, tout ce que contenait la sale âme héroïque et fainéante des hommes? À
présent, j’étais pris dans cette fuite en masse, vers le meurtre en commun, vers
le feu... Ça venait des profondeurs et c’était arrivé». Céline, Louis–Ferdinand.
Voyage au bout de la nuit (París: Gallimard, 1952) p.21.
254
El Dios escondido de la posmodernidad
¿Hacia dónde sería posible dirigir hoy la mirada en
esta hora de estupor? ¿Con qué gramática de la inteligencia
podremos encontrar un atisbo de respuesta a la pregunta
por un porvenir razonable para la humanidad? ¿Qué potencia de experiencia sería pertinente desarrollar de tal manera
que podamos encontrar solución al callejón sin salida de
estos tiempos inciertos?
Si bien hemos postulado, en el número anterior de este
capítulo, la necesidad de conservar viva la memoria de las
víctimas para hablar de la inmanencia de la historia en su
propia lógica sacrificial y pensar ahí la trascendencia divina
como la superación de dicha violencia, tal propuesta no
parece suficiente para encontrar una significación razonable. Incluso si tenemos en cuenta la posibilidad del mutuo
reconocimiento entre sujetos en conflicto, dicho estadio
armonioso de intersubjetividad aparece a tal grado diferido
en la historia que se nos escapa como verdadera posibilidad
de experiencia de sí, de los otros y de Dios.
Más aún, en este sentido, también la “memoria
dichosa” no parece ser sino un índice subjetivo de un
acontecimiento metahistórico que nos rebasa. El sentido
teológico de la memoria, según Ricœur, sería aquello que los
griegos ya habían captado como eudaimonia, transformada
luego por los cristianos en beatitud, y por los modernos en
memoria de los sobrevivientes. Las tres interpretaciones están
ligadas por la conciencia del rebasamiento del egocentrismo:
Me detengo a propósito [...] en una expresión
bíblica que habla de la memoria de Dios (cito aquí
la traducción de la Biblia de Jerusalén por la que
tengo una preferencia especial). “¿Qué es un mortal
255
Carlos Mendoza–Álvarez
para que de él te acuerdes? ¿El hijo de Adán para
que pienses en él?” (Sal 8: 5). Noten ustedes el tono
interrogativo que conservo en mi especulación [...]
Entonces, en la línea de este versículo, me pongo
a meditar —¡Andenken!— sobre un Dios que se
acuerda de mí, más allá de las categorías del tiempo
(pasado, presente, futuro) [...] En último término,
mi posición ante la cuestión de la vida personal
después de la muerte está en plena concordancia
con mi interpretación de la resurrección de Cristo.
Es bajo el signo de esta resurrección, que une el don
de su propia vida con el servicio a los otros, que
ubico la presente especulación [...] donde le es dado
cierto contenido no temporal a la idea temporal
del más allá, no quisiera yo que esta idea sirviese de
pretexto para atenuar el rigor que exige la renuncia
a la idea de supervivencia, bajo el doble signo del
“desapego” eckhartiano y del “trabajo de duelo”
freudiano. Para emplear un lenguaje que permanece
aun mítico, diría yo lo siguiente: que Dios, en mi
muerte, haga de mí lo que quiera. No reclamo nada,
no pido ningún “después”. Entrego a los otros, mis
sobrevivientes, la tarea de tomar el relevo de mi
deseo de ser, de mi esfuerzo por existir, en el tiempo
de los vivos.41
Sería posible en esta reflexión, no obstante, encontrar un
vínculo entre la subjetividad expuesta y la irrupción del
41
Ricœur, Paul. La critique et la conviction. Entretiens avec François Azouri et
Marc de Launay (París: Calmann–Lévy, 1995) pp. 238–239.
256
El Dios escondido de la posmodernidad
otro en tanto promesa de nacimiento de un mundo nuevo,
tal como lo propusieron en su momento Levinas y Hannah
Arendt. Pero ello supondría aun un orden de utopía mesiánica propia al orden religioso. ¿Y si este orden no fuese sino
la continuación perpetua de la mentira, la ilusión o, aún
peor, de la violencia sacrificial?
En este sentido, nos es necesario buscar una clave de
lectura antropológica para poder al fin explicar la violencia
fundadora de la intersubjetividad en la historia humana,
con el fin de dar sustento a un pensamiento teológico
pertinente sobre la experiencia de la vulnerabilidad y de las
contradicciones extremas padecidas por todo ser humano
en su relación con los otros. Un pensamiento apto, por
tanto, para dar cuenta de la esperanza cristiana en esta hora
incierta de la modernidad tardía.
Por eso sugerimos aquí la teoría del deseo mimético
como el análisis más pertinente y significativo en la hora
presente para dar razón del contenido antropológico de la
relación al otro. Esto supone, ciertamente, tomar en cuenta
las adquisiciones del pensamiento fenomenológico de la
subjetividad propuesta previamente por Levinas y Ricœur,
pero estando plenamente conscientes de la insuficiencia
radical de tales propuestas si acaso se olvida la radicalidad
de la violencia intersubjetiva fundadora.
Será necesario entonces —con el fin de ubicar de
manera adecuada una teología fundamental de la esperanza posible— radicalizar la cuestión intersubjetiva hasta
su límite mortífero, para así poder dar mejor cuenta del
novum del cristianismo como experiencia de un triple
rebasamiento: de sí, del otro como enemigo y del mundo
violento, como condición de posibilidad de la instaura257
Carlos Mendoza–Álvarez
ción del Reinado de Dios en tanto experiencia salvífica de
sentido realizado como reconciliación.
El realismo antropológico
La teoría mimética es entendida por Girard42 como una interpretación antropológica de lo real. No se trata de una filosofía
de la subjetividad violenta, ni tampoco de una teología de la
reconciliación, aunque aporta elementos de sumo valor para
responder a ambos cuestionamientos.
De hecho, la teoría mimética nace primero de una
preocupación estética y antropológica para explicar la memoria arcaica de la humanidad que cuenta la existencia de un
asesinato fundador. En efecto, todas las culturas de la humanidad conservan un relato de los orígenes que cuenta el asesinato que preside la memoria de nuestra vida en sociedad. Sea
en las culturas primitivas de Oceanía, como en las mitologías elaboradas de las grandes civilizaciones como Egipto,
Babilonia, Atenas o Roma, hasta las magnas cosmogonías
amerindias y asiáticas de Teotihuacán hasta Benarés, “hubo
un momento en que un hermano mató a su hermano”
42
En la primera parte de las investigaciones de Cheektowaga en los años
setenta del siglo pasado, publicadas parcialmente más adelante por la Revue
Esprit, Girard desarrolla lo que él llama una “anthropologie fondamentale” en
los siguientes términos: “L’indifférence et la méfiance de nos contemporains
à l’égard de l’imitation reposent sur la conception qu’ils se font d’elle, ancrée
dans une tradition qui remonte à Platon. Chez Platon déjà, la problématique
de l’imitation est amputée d’une dimension essentielle [...] c’est une problématique mutilée, amputée d’une dimension essentielle, la dimension acquisitive
qui est aussi la dimension conflictuelle”. Girard, René. “Les choses cachées
depuis la fondation du monde”, en De la violence à la divinité (París: Grasset,
2007) p.713.
258
El Dios escondido de la posmodernidad
para asegurar la subsistencia de la tribu, de la humanidad e
incluso del cosmos entero.
Tal constatación literaria revela un continuum antropológico que consiste en expresar una simbólica de la configuración conflictiva de las relaciones humanas. Se podría
llamar a dichos relatos, en este sentido, una etiología de
la violencia. Lo que Girard mostró con sus análisis es el
triple significado de la violencia: en tanto antropólogo,
analizó el carácter mimético, es decir, imitativo, del deseo;
en tanto esteta, abrió la vía para una lectura comparada de
los textos religiosos sacrificiales: en esos relatos descubrirá
una línea de interpretación de esa misma simbólica fratricida centrada en la mirada de la víctima; para finalmente
llegar como creyente a una interpretación cristiana de tal
asesinato fundador, lectura a posteriori que será posible sólo
gracias a la revelación de la iniquidad del acto mimético
aportada por Cristo Jesús.
A través de estos tres ejes lógicos de interpretación,
Girard hablará de realismo antropológico de lo religioso,
criticando de manera directa la ceguera de la razón
moderna que cayó en la trampa del racionalismo hegeliano,
al confundir la razón con lo real, pero a un alto precio: la
evacuación del realismo histórico propio de la mirada atenta
sobre los conflictos entre individuos y naciones. Contra la
interpretación idealista de Georg Wilhelm Friedrich Hegel,
resumida en su adagio “todo lo real es racional”, Girard
propondrá una lectura alternativa, para muchos algo en
verdad desconcertante, y de carácter provocador:
Por mi parte, no me canso de insistir sobre el hecho
de que lo real no es racional como lo pretendía Hegel
259
Carlos Mendoza–Álvarez
y como lo leyeron después de él sus discípulos
idealistas. Sino que lo real es religioso, como lo he
subrayado en mi último libro. Y religioso arcaico,
es decir, violento y sacrificial. Ahí echa sus raíces la
comprensión de la historia, de la condición humana
y del sentido de la existencia.43
En suma, eso religioso arcaico y sacrificial está conduciéndonos a la destrucción del mundo.
Detengámonos un momento primero para explicar la
génesis de la teoría mimética, tal como su autor lo explica.
Una vez recorrido el camino de sus primeros trabajos estéticos, llegó a un tipo de reflexión abiertamente cristiana,
pero de un cristianismo según su intuición antropológica.
Así fue construyendo un tipo de sabiduría interdisciplinaria
que rebasa las barreras de la razón moderna racionalista.
i.
43
El ser humano, en tanto que ser en relación, se
encuentra marcado por la presencia del otro en tanto
otro.44 Pero lograr la comprensión y la acogida de tal
alteridad en la existencia, se manifiesta ser una de las
Mendoza, Carlos. “Pensar la esperanza como apocalipsis. Conversación con
René Girard”, en Letras Libres (México, abril de 2008) [de disponible en:
http://www.letraslibres.com/index.php?art=12884].
44
“L’Autre dans le Même de la subjectivité est l’inquiétude du Même inquiété
par l’Autre. Ni corrélation ni intentionnalité, ni même celle du dialogue
attestant l’essence dans sa réciprocité essentielle [...] Allégeance qui se décrira
comme responsabilité du Même pour l’Autre, comme réponse à sa proximité
d’avant toute question [...] L’être ne serait donc pas la construction d’un sujet
[...] L’être ne viendrait pas de la connaissance [...] L’être signifierait à partir de
l’Un–pour–l’autre, de la substitution du Même à l’autre”. Levinas, Emmanuel.
Autrement qu’être ou au–delà de l’essence (París: Ka, 1984) p.47.
260
El Dios escondido de la posmodernidad
empresas más difíciles de vivir, tomando en cuenta el
carácter mimético de nuestra relación con el mundo.
Tal mimetismo tiene raíces neurológicas, psicológicas,
sociales y espirituales. La imitación del otro constituye
un mecanismo relacional fundador tanto del sujeto
como de la conciencia. El nacimiento del lenguaje, de
los comportamientos, de los ritos y de los valores en las
diferentes culturas atestiguan este efecto espejo, típico
del conocimiento de sí, del mundo y de la trascendencia propio a todo ser humano.
Dicho proceso de relación está marcado por lo que Girard
llama “el doble mimético”, es decir, el otro que sirve como
referencia de significación y de sentido, según el orden
del deseo. Se trata antes que nada de una relación de
envidia: relación bajo el signo del deseo de posesión
del objeto perteneciente a algún otro. Luego este deseo
primitivo se puede desviar del objeto del deseo a su
propietario mismo: es el deseo de posesión del otro en
tanto objeto. Pero la fuerza del deseo puede llegar hasta
desear el deseo del otro, con lo que se llega a un cierto
tipo de obsesión de complacencia, ya analizada por
Levinas en el orden de la fenomenología de la subjetividad como una locura de lo idéntico.
En todo caso, el doble mimético vendrá a jugar siempre
un papel determinante en la constitución de la persona,
en particular en la manera de colocarse delante de los
otros. Así, el doble mimético —marcado por la voluntad de apropiación universal— nunca llegará a la transmisión de esta misma codicia. Una vez establecido el
principio del mimetismo, la pregunta consiste en saber
cómo es posible vivir la imitación: si se debe hacer en
261
Carlos Mendoza–Álvarez
el círculo fatal de la rivalidad o si es preciso aprender
a vivir según otro orden del deseo, más allá del círculo
vicioso de la complacencia.
ii. Los análisis del mimetismo condujeron a Girard a la
pregunta por la simbólica de ese proceso, con las consecuencias propias en lo correspondiente a la cohesión
social y a la representación de la trascendencia. En este
sentido, los rituales religiosos expresan con una fuerza
inusitada la radicalidad de este deseo y proyectan en
la esfera divina aquel mecanismo del deseo: la misma
lucha por el reconocimiento pasa por el sacrificio del
doble mimético. Gracias a su muerte de substitución, el
conflicto nacido de la imposibilidad de la apropiación
es exorcizado y entonces la paz puede volver al seno
del grupo. De esta forma, el sacrificio de la víctima es
interpretado como algo necesario para la supervivencia
de todos.
El rito del chivo expiatorio, atestiguado por la cultura
hebrea primitiva así como por los mitos griegos, es
señalado por Girard45 como el princeps analogatum de
aquella paradójica simbólica que es posible encontrar
45
“La conjonction perpétuelle dans les mythes d’une victime très coupable et
d’une conclusion simultanément violente et libératrice ne peut s’expliquer que
par la force extrême du mécanisme de bouc émissaire”. Girard, René. De la
violence à la divinité (París: Grasset, 2007) “Le bouc émissaire”, p.1278. Para
ponderar la crítica, pueden verse algunos biblistas a esta interpretación girardiana: Schenker, Adrian. Chemins bibliques de la non–violence (cld, 1987) 175
p. Un debate con los teólogos de la liberación tuvo lugar hace más de 20 años
en Brasil, donde se criticó de manera sorpresiva la visión girardiana como una
interpretación pesimista que no tendría en cuenta supuestamente la bondad
original de la creación y, por tanto, de la condición humana: Assman, Hugo
(ed.). Sobre ídolos y sacrificios. René Girard con teólogos de la liberación (San
José: dei, 1991).
262
El Dios escondido de la posmodernidad
en todas las culturas y religiones de la humanidad.
Precisamente las religiones estarían basadas en la
interpretación salvífica de este asesinato fundador, de
manera que la divinidad misma se encuentra presente
como aquélla que ordena y acepta el sacrificio, e
incluso en ciertas tradiciones se representa a la víctima
misma en su alcance universal: fue necesario sacrificarla
para asegurar la permanencia del linaje humano.
La religión se convierte entonces, para Girard, en aquel
fondo de verdad de lo real mimético. En este sentido,
para el autor de Aviñón lo real no es racional, como lo
había pretendido explicar Hegel de manera ingenua
sino que lo real es religioso y religioso sacrificial. Tal es
la clave de interpretación antropológica de la condición humana descubierta por Girard. Esta lectura nos
permite interpretar también el origen de la sociedad
violenta de la cual tenemos memoria “desde la fundación del mundo”. En el fondo, esta clave de lectura
nos hace capaces de explicar el papel fundador de las
religiones sacrificiales que justifican el asesinato de los
inocentes para garantizar la supervivencia del grupo.
iii. Ahora bien, la Biblia judía y cristiana vendrá a revolucionar esta lógica del mecanismo mimético para
mostrar su mentira profunda y develar la verdad de
Dios en tanto superación de la violencia fratricida:
Lo esencial de la revelación en su aspecto
antropológico es la crisis de toda representación
persecutoria que ella provoca. En la misma
pasión [de Cristo] no hay nada original en el
tema de la persecución. No hay nada original
263
Carlos Mendoza–Álvarez
en la coalición de todos los poderes de este
mundo. Esta misma coalición está en el origen
de todos los mitos. Lo sorprendente es que los
Evangelios subrayan la unanimidad no para
inclinarse ante ella y someterse a su veredicto,
como lo harían todos los textos mitológicos,
todos los textos políticos e incluso todos los
textos filosóficos, sino para denunciar en ella un
completo error, la no–verdad por excelencia.46
Con su complejidad literaria propia, la Biblia cuenta la
misma historia fratricida, pero de una manera absolutamente innovadora: a partir de la víctima y no de su
doble mimético, es decir, del verdugo que intenta siempre justificar la ejecución del inocente. En efecto, la
revelación de la inocencia de la víctima será descubierta
in crescendo por la Biblia, de manera especial gracias
a su tradición profética y mesiánica. Dicho anuncio
tomará el lugar desde aquel relato del asesinato de Abel
en manos de su hermano Caín, hasta su culmen en
los relatos de la Pasión de Cristo, donde el Mesías será
sacrificado en la lógica de Caifás: “Es mejor que un
solo hombre muera por el pueblo”.47
46
Girard, René. De la violence à la divinité (París: Grasset, 2007) “Le bouc
émissaire”, p.1368.
47
El Evangelio de Juan da cuenta de este juicio de Caifás en su capítulo 18,
verso 14. Es importante notar cómo este texto está cerca de Lucas 11: 50
donde Jesús lanza invectivas contra los fariseos al recordar aquella ineluctable
ley de la muerte de los profetas, cuyo sacrificio “se ha extendido desde la
fundación del mundo”.
264
El Dios escondido de la posmodernidad
Pero lo esencial de la perspectiva bíblica48 sobre el
deseo mimético consiste en la afirmación de la superación del estadio victimario gracias a una experiencia
que nada tiene que ver con el resentimiento y con el
deseo de venganza, marcado por la reivindicación del
inocente delante del tribunal de Dios, como ha sido el
caso de las víctimas resentidas, por ejemplo, aquellas
víctimas de la guerra santa emprendida por hombres
celosos de Dios en Israel. El triunfo de la cruz consiste
en el cambio total de esa lógica de Satán:
Antes de Cristo la acusación satánica era siempre victoriosa, en virtud del contagio violento
que encerraba a los hombres en los sistemas
mítico–rituales. La crucifixión reduce la mitología a la impotencia al revelar el contagio cuya
eficacia demasiado grande en los mitos impide
a las comunidades nunca encontrar la verdad, a
saber, la inocencia de sus víctimas.49
48
Es lo que afirma Adrian Schenker en su crítica a una interpretación del ritual
judío de expiación, por ejemplo, el caso del chivo expiatorio, la cual restringiría demasiado la iniciativa divina: “Il importe de préciser que la réconciliation
ne signifie pas le report d’une peine sur un tiers innocent. La peine [dans la
liturgie de réconciliation d’Israël] est supprimée et non déplacée. Au lieu de
devoir endurer un châtiment, le pécheur peut aller à la rencontre du pardon
offert. La seule chose que Dieu exige est l’acceptation de la réconciliation
proposée. L’homme pourrait s’en détourner; s’il accepte l’initiative divine, il
le manifeste en célébrant la liturgie ainsi offerte”. Schenker, Adrian. Chemins
bibliques de la non–violence (Chambray: cld, 1987) p.122.
49
Girard, René. Je vois Satan tomber comme l’éclair (París: Grasset, 1999)
p.214.
265
Carlos Mendoza–Álvarez
Desde su inicio y de manera totalmente clara, la Biblia
muestra que, incluso si la sangre de los inocentes es
una clamor que se eleva hasta el cielo como la sangre
de Abel o de los siete jóvenes macabeos, el ofrecimiento
del perdón que viene de la víctima misma transgrede
toda lógica mortífera y nos permite acceder a un orden
del deseo totalmente nuevo, llamado por el apóstol
Pablo “agapè” en su primera carta a los Corintios.
El retorno de Abel50 se cumple en Cristo resucitado. Él
simboliza de manera plena el paso de la era del odio a la
del perdón, sin olvidar en ningún momento el carácter
trágico de la historia.
50
Una idea muy querida por la tradición patrística es la de Ecclesia ab Abel,
llena de sentido universal. Esta expresión teocéntrica expresa claramente la
convicción que vive la Iglesia de no ser una realidad temporal sino, por el
contario, una realidad ligada a la eternidad de la memoria de Dios, porque
“la source de l’Incarnation et de l’Église ne sont pas dans l’histoire; ces
réalités spirituelles et parfaites entrent et se manifestent dans l’histoire, elles
ne viennent pas de celle–ci”. Congar, Yves. “Ecclesia ab Abel”, en Elfers
Heinrich (ed.). Abhandlungen über Theologie und Kirche (Düsseldorf: Patmos
Verlag, 1952) p.80. No obstante, una interpretación más centrada en la
antropología teológica, vinculada de manera íntima al misterio del Padre,
será propuesta recientemente por James Alison para mostrar cómo Abel es
el símbolo de la primera víctima de la historia fratricida, a partir de quien
Dios confirma la manera de conducirnos a su morada: “I want to emphasize
this once more: Jesus didn’t come to tell us that God is our Father. That is
excessively banal. He came to create the possibility that God in fact be our
Father, or rather, that we should really become God’s children, which is, in
every case, something strictly impossible for humans to be naturally, since we
are all enclosed in a mistaken identification of God with an ambiguous or
satanic figure. This is what John understands when he talks of ‘the world’, ‘the
prince of this world’ and so on. He is talking about life under the paternity of
the murderous lie. If you read Jn 15: 18–16: 4 in this light, it may make more
sense than before: ‘the hour is coming when whoever kills you will think that
they are offering a service to God, and this they will do because they have not
266
El Dios escondido de la posmodernidad
En este sentido, la expresión clásica de san Ambrosio y
de san Agustín, «Ecclesia ab Abel» expresa la conciencia
profunda de la universalidad de Cristo y de la Iglesia
en términos de la eficacia de la salvación a partir de los
“inocentes victimados”:
Así en este siglo, en medio de estos días malos,
no solamente en el tiempo de Cristo y de sus
Apóstoles, sino desde el mismo Abel, quien fue
el primer justo en ser asesinado por su hermano,
y hasta los últimos tiempos, la Iglesia continúa
caminando en medio de las persecuciones del
mundo y las consolaciones de Dios. 51
known the Father nor me’ (Jn 16: 2–3). There we have the two different sorts
of paternity set out with absolute clarity: the paternity which kills and persecutes so as to serve ‘god’, and the paternity which is shown in the self–giving
in the midst of violence as a witness to the complete vivaciousness of the God
who knows not death. Now, this puts into question any universal notion of
God, with respect to whom we can agree in polite conversations, with little
phrases like: ‘after all, we’re all God’s children’. Of which god are we children?
This can be deduced from our practical behavior: the revelation of God’s
complete aliveness is the same thing as the making possible the practical living
out of a way of bearing witness to that vivacity, the style of life of a witness,
or, in Greek, a martyr, a style of life that is always prepared to run the risk of
being expelled rather than participating in any human solidarity in expulsion.
It seems important to emphasize this since, if we don’t, we may have too familiar and domesticated a notion of God, which will make it difficult for us to
wake up to the strangeness of the fact that it needed someone to die to make
it possible for us to understand how different our real Father and Creator is.
There is no access to him except from within that process of self–giving”.
Alison, James. Raising Abel. The recovery of eschatological imagination (Nueva
York: Crossroad, 1996) pp. 64–65.
51
“Sic in hoc saeculo, in his diebus malis, non solum a tempore corporalis
prasentiae Christi et Apostolorum ejus, sed ab ipso Abel, quem primum
justum impius frater occidit, et deinceps usque in hujus saeculi finem, inter
persecutiones mundi et consolationes Dei peregrinando procurrit Ecclesia”.
267
Carlos Mendoza–Álvarez
Esta antigua idea es retomada en su fondo por la
antropología moderna de Girard. Para este autor, solo
el cristianismo ha logrado alcanzar tal revelación de la
verdad antropológica. El pensador de Aviñón lo afirma
subrayando que, a pesar de esta verdad, el cristianismo
mismo ha fracasado en su misión de hacer pasar a la
humanidad a un estadio adulto, por encima de la reciprocidad violenta:
Yo mismo he pensado durante cierto tiempo
que, más allá de todos los obstáculos, era esta
idea de lo idéntico, su evidencia intelectual,
lo que podría por ella misma producir esa
epifanía. Ella debía reconciliar a los hermanos
enemigos. Pero estaba olvidando la lección de
la tragedia griega: Eteocles y Polinice nunca se
reconciliarán. Solamente la esperanza democrática pretende poner fin a la tragedia, aunque
ahora sabemos que ella cayó en la banalidad
moderna. La paciencia de Dios es inconcebible,
pero no es infinita.
Es por ello que pienso que, puesto que nació del
judaísmo, el cristianismo no es un pensamiento
entre muchos otros sino que es el pensamiento
original de la identidad. Es por eso que hay
que recurrir a él, aunque no lo quieran reconocer sus detractores. Él es el primero en ver
Civ. Dei. Lib.XViii, c.51. Apud. Congar, Yves. “Ecclesia ab Abel”, en Elfers,
Heinrich (ed.) Abhandlungen über Theologie und Kirche (Düsseldorf: Patmos,
1952) p.84.
268
El Dios escondido de la posmodernidad
la convergencia de la historia dirigiéndose
hacia una reciprocidad conflictiva que deberá
mudarse en reciprocidad pacífica bajo advertencia de abismarse en la violencia absoluta. Ha sido
el primero en haber visto que nada serio, nada
real, se opone a esta muda que todo lo llama y
todo lo exige. Sino que el cristianismo afirma,
y es aquí que se distingue de los pensamientos
modernos sobre la identidad, que una vez ya el
momento de esta reconciliación se presentó y
que no tuvo lugar.52
En este sentido, estamos obligados a constatar que la
razón occidental —tanto como el cristianismo, que
es su raíz— ha naufragado en la travesía para lograr
la instauración de tal estadio intersubjetivo de reconciliación. Después de tal fracaso, solo nos queda la
paciencia, esperando la venida del Señor en su Parusía,
pero constatando también el fin del mundo abismado en su propia vanidad. Los relatos apocalípticos
de Jesús tendrían así una importancia capital para la
comprensión de estos tiempos de la “montée aux extrêmes”, propios de la civilización occidental presente,
caracterizada por su violencia de guerra planetaria y
de terrorismo enloquecido: aquella violencia de unos
contra otros, de naciones entre ellas, de Potestades y
Principados, de la humanidad contra su propia casa.
52
Girard, René. Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord, 2007) p.100.
269
Carlos Mendoza–Álvarez
◊
Este tipo de realismo antropológico del que habla Girard es
muy valioso para nuestro estudio sobre la pertinencia de la
experiencia cristiana en tiempos de la modernidad tardía. Y
ello porque es necesario enraizar esta reflexión propiamente
teológica en el contexto de los datos derivados de las ciencias humanas y la filosofía, con el fin de no perder el sentido
de lo real que aparece hoy a la conciencia moderno–tardía
con todo el dramatismo histórico que hasta aquí hemos
descrito.
En el seno de esta experiencia de naufragio del ego
moderno, nos es preciso preguntarnos ahora si aún es posible esperar un porvenir para la humanidad, así como la
manera de llegar a él, sin ingenuidad ni amargura sino con
“la inteligencia fija en las cosas de arriba”, como escribió
san Pablo a los Colosenses (Col 1: 16), cuando era urgente
animarlos a vivir en la espera del retorno del Mesías.
La bomba desactivada
A través de la creativa recepción teológica de la obra de
Girard, propuesta por James Alison, hemos llegado en
nuestro análisis al momento propiamente teológico del
presente libro. Nos ocupa en este momento la pregunta
por el conocimiento que podemos hacer de Dios, de los
otros y del mundo, al interior del mecanismo mimético,
como expresión de la buena noticia aportada por Jesucristo
gracias a la inteligencia de la víctima que nos es posible por
la obra del Espíritu en nosotros.
270
El Dios escondido de la posmodernidad
Se trata de una nueva expresión apologética del cristianismo en cierto sentido, pero depurada de su carácter
totalitario, tal como fue el caso del sistema de cristiandad.
Buscamos proponer la idea de una apología de la vulnerabilidad como espacio intersubjetivo de realización del
designio divino, pero según el testimonio que el Mesías
Jesús y sus discípulos ofrecieron como respuesta a la crisis
mimética en la cual se encontraron atrapados e interpelados. Dicho de otro modo, se trata de aprender a vivir el
deseo mimético de manera alternativa, no en la lógica de la
reciprocidad sino de la relación de gratuidad en la imitación
de Cristo.
Tracemos de nuevo la génesis de esta revelación.
Primero es preciso considerar que el mecanismo del chivo
expiatorio se instaló para desencadenar también la muerte
de Jesús de Nazaret. Del mismo modo como ha sido el caso
para toda ejecución emisaria. Se puso en marcha el contagio
mimético debido, en parte, a la manera como Jesús hablaba
de Dios, según una tradición típica del profeta escatológico,
con algunos elementos apocalípticos y davídicos propios
del mesianismo de la época. Esta lectura había quedado
en desuso, por cierto, durante la ocupación romana de
Palestina.
En efecto, la mirada apocalíptica de Jesús para hablar
del advenimiento del Reinado de Dios, que inspiró también
su visión del sistema sacrificial y el anuncio de su fin, sentó
las bases para la aparición del típico círculo victimario. En
este marco, la libertad suprema que Cristo manifestó en el
corazón de tal acontecimiento desató, en consecuencia, la
violencia mimética en su contra, a través de las autoridades
religiosas así como de la multitud que había esperado por
271
Carlos Mendoza–Álvarez
parte de Jesús una toma de postura contra la ocupación
romana en el sentido de un mesías davídico.
En este contexto, la actitud de renuncia a la violencia
que muy probablemente Jesús tomó,53 animado por la
convicción de una donación extrema de sí en el momento
crucial de su detención arbitraria y su proceso judicial,
seguida de la paciencia con la que enfrentó las afrentas de
sus verdugos, son elementos que hicieron explotar la cólera
del sistema puesto en duda por tan contundente testimonio
profético y mesiánico.
53
Diversos autores de la Third quest subrayan la importancia de la conciencia
de Jesús en tres ámbitos: el conflicto, la renuncia a sí y la entrega en el amor
del Abba, como rasgos particulares del llamado de Jesús a sus discípulos. Por
lo que concierne a la renuncia, John Meier comenta lo siguiente: “Jésus a
souvent utilisé des symboles choquants pour faire pénétrer son message (par
exemple, Mt 19, 12: ‘il y a des eunuques qui se sont eux–mêmes rendu tels à
cause du royaume des cieux’; Mc 14: 22: ‘Prenez, ceci est mon corps’), mais
aucun symbole ne pouvait être plus choquant que celui–là [prendre sa crois].
L’idée est claire: les gens qui ont l’intention de suivre Jésus comme disciples,
doivent au préalable en évaluer le prix avec beaucoup de pondération. Ie
n’existe pas de chemin aisé pour devenir disciple. Suivre Jésus c’est dire non
à soi–même comme centre de son existence (‘se renier soi–même’), avec une
sévérité tellement radicale que cet engagement pouvait être assimilé à la mort
la plus épouvantable et la plus humiliante (‘qu’il prenne sa croix’)”. Meier,
John. Un certain juif Jésus. Les données de l’histoire, vol. III Attachements,
affrontements, ruptures (París: Cerf, 2005) pp. 67–68. En un sentido más
sistemático, Christian Duquoc subraya, por su parte, el sentido de la opción
por la renuncia: “Jésus a choisi un chemin plus ardu et plus énigmatique:
briser le cercle de la vengeance, éradiquer la complicité latente avec les puissants par une solidarité sans arrière–pensée avec les écrasés de notre histoire.
En s’enfouissant dans leur propre malheur, tout en le portant à la lumière par
sa parole, il opère le renversement d’intérêts qu’exigeait la religion mosaïque
et dont, dans sa prédication, il avait tenté de déployer les virtualités positives
[...] La confiance en Dieu déploie son efficacité dans cette relégation que lui
impose la dynamique mondaine. Jésus, en assumant jusqu’au tragique de la
condamnation et de la mort, l’anticulture dont l’Alliance mosaïque fut le
vecteur, loin de l’abolir, la définit en sa plénitude”. Duquoc Christian. L’unique
Christ. La symphonie différée (París: Cerf, 2002) pp. 65–66.
272
El Dios escondido de la posmodernidad
A posteriori, es posible afirmar que era necesario para
los discípulos buscar un sentido a estos acontecimientos
en los textos antiguos y enigmáticos del segundo Isaías, así
como en los relatos apocalípticos del libro de Daniel. Esto
era necesario para captar finalmente lo que había sucedido
en la crisis de Jerusalén y su desenlace fatal en la crucifixión
de Jesús: el fin del poder de Satán y la instauración del
Reinado de Dios.
Un nuevo horizonte de vida y de comprensión podía
entonces desplegarse para expresar la vivencia pascual.
Gracias sobre todo a los relatos de la apariciones del
Crucificado–viviente a los discípulos, en los albores de la
mañana del nuevo día, la inteligencia de la víctima apareció
como una clave de lectura suprema e indispensable para
desmantelar los mecanismos de la violencia, a partir de la
superación del resentimiento por parte de la víctima. En
efecto, los relatos de las apariciones son la nueva potencia
de experiencia nacida del perdón que desencadena una
nueva gramática. Los discípulos están llamados a balbucear
este nuevo lenguaje más allá del círculo mimético. Esto
significa que ellos son conducidos e invitados a ir más allá
del resentimiento y del deseo de venganza, en la experiencia
inusitada de la itinerancia en Galilea: en la fracción del pan,
en la lectura de las Escrituras y en la espera del retorno del
Mesías. Así, hemos pasado claramente de la apología de la
víctima al estadio de una nueva hermenéutica de lo real,
posible sólo en tanto desmantelamiento de los poderes de
rivalidad y en la instauración de una ontología relacional
marcada por la gratuidad.
Aquello que Cristo realizó en su vida terrestre ha develado la verdad del Reinado de Dios y, también, ha desenmas273
Carlos Mendoza–Álvarez
carado la mentira de Satán en tanto falso deseo mimético.
No se trata, en consecuencia, para el creyente de evadirse
del mundo sino todo lo contrario. Se trata de anunciar el
kerigma fundador del mundo nuevo que la Iglesia de Cristo
ha recibido como herencia. E incluso si ahora, en plena era
de la modernidad tardía, somos plenamente conscientes del
fracaso histórico del cristianismo —y de su visión secularizada, que es la Ilustración— hoy más que nunca el anuncio
del fin del mundo y del advenimiento de la salvación de parte
de Dios devienen urgentes.
Como lo veremos en el último capítulo de este libro,
repensar la historia más allá de su contradicción mimética
violenta será la tarea permanente de la teología fundamental, frente a los relatos nihilista y fundamentalista de nuestros días, que hemos descrito en los capítulos precedentes.
El principio cristológico vendrá a jugar el papel principal
para desmontar el mecanismo de lo real mimético. Aquél
consiste en afirmar la superación de la violencia fratricida
por medio de la ofrenda del perdón.
En este punto, es necesario avanzar aún más en el
camino y esclarecer los elementos constitutivos de este
proceso salvífico que se realiza en la subjetividad, según su
triple movimiento de reconstitución, luego del derrumbamiento del sacrificio: rebasamiento de sí, el afrontar la propia
muerte y el nacimiento a la gratuidad venida de más lejos.
i.
274
Si el deseo mimético es la forma histórica del ser–en–
el–mundo, tal como nos es enseñado y transmitido en
la relación con los demás, Cristo habría hecho posible
otra manera de vivir el deseo, no sobre la base de la
autoafirmación narcisista sino del descentramiento
El Dios escondido de la posmodernidad
permanente del ego, nacido de la profunda experiencia
y conciencia de su filiación divina, más acá de toda
rivalidad.
Desde el punto de vista de la reconstrucción de la
conciencia del Jesús histórico, en el marco de su identidad judía, es posible repasar su itinerario de descubrimiento de la intimidad con su Padre. Él habría
atravesado diferentes etapas en su ministerio por
Galilea: primero como predicador itinerante parecido
al profeta Elías, luego como profeta apocalíptico en la
crítica a la religión del Templo, hasta el discernimiento
de su vocación mesiánica en la subida a Jerusalén. La
crisis del Templo54 representaría aquí la inflexión que le
habría permitido a Jesús captar la renuncia al modelo
davídico para asumir el inevitable destino de servidor
sufriente, inspirado en lo que, de manera misteriosa,
anunció el deutero–Isaías como el culmen de la manifestación divina del Primer Testamento.
Echando sus raíces en este testimonio apostólico, pero
según la lógica propia a la mirada teórica aportada por
la dogmática trinitaria propia del cristianismo helénico, podríamos decir que la fuente de ese deseo otro,
vivido por Cristo Jesús, es la experiencia fundacional
del Verbo. Será en la imitación no narcisista del Padre,
en la comunicación realizada y en la eterna comunión
del Espíritu que se encuentra la posibilidad que Cristo
ofrece a la humanidad para salir del círculo vicioso del
54
Un tema muy apreciado por los teólogos contextuales que analizan lo político. Cf. Sobrino, Jon. Jesucristo liberador. Lectura histórico–teológica de Jesús de
Nazaret (Madrid: Trotta, 1991) 352 p.; Nolan, Albert. Dieu en Afrique du Sud
(París: Cerf, 1991) 300 p.
275
Carlos Mendoza–Álvarez
mimetismo sacrificial. Dicha imitación se instaura en
el corazón de la divinidad en tanto principio de perijóresis divina, compartir eterno del amor en la diferencia.
Esta fuente inextinguible de identidad de las personas
divinas se traduce en la economía de la salvación de
la encarnación del Verbo en la misión del Hijo como
aquél que comunica la vida en plenitud a la humanidad
y a la creación entera.
ii. La condena a muerte de Jesús en el marco de un
proceso jurídico romano —por instigación de las
autoridades religiosas judías— es el marco histórico de
una revelación que irá más allá de la crisis de un movimiento profético minoritario en la Palestina del siglo I.
La conciencia de Jesús55 sobre su propia muerte parece
haberse desarrollado durante su viaje de Galilea a
Jerusalén; esta toma de conciencia da fe de una elección
personal de Jesús, por una parte, pero también rebasa
este momento preciso de la historia judía porque revela
el advenimiento de los tiempos últimos, mesiánicos, en
la medida en que el fin del mundo queda acelerado por la
sangre del inocente que fue vertida en el Gólgota, pero
por otra parte también como un acto asociado a todos
los otros altares sacrificiales de la historia.
De allí se explica el alcance de significado universal del
cristianismo: la muerte de cualquier inocente desenmascara la iniquidad del mundo, al mismo tiempo
55
Según diversos autores de la Third Quest, en eso radica el desplazamiento
del debate sobre la “conciencia de Jesús”: el paso de un cuestionamiento psico–
ontológico hacia una búsqueda de orden histórico, político y carismático. Cf.
Meier, John. Un certain juif Jésus. Les données de l’histoire, vol.II (París: Cerf,
2005) 1329 p.
276
El Dios escondido de la posmodernidad
que revela la ausencia de Dios en medio de ese drama
en tanto responsable del sacrificio de la víctima y su
presencia en tanto donación extrema. Así, la manera
como Jesús de Nazaret hizo frente a su propia muerte
—en la renuncia a defenderse y en la elección de la
ofrenda de su propia vida como puerta de salida del
círculo sacrificial— designa el advenimiento de los
tiempos apocalípticos y escatológicos que había él
mismo ya evocado desde sus primeras parábolas por las
que anunció la llegada del Reinado de Dios. La Buena
Noticia consiste en esto: ya no es necesario sacrificar
al otro sino que, para detener ese círculo vicioso, es
preciso elegir la ofrenda de sí mismo, sin voluntad de
venganza, para así entonces abrir una puerta en el muro
del odio que separa a la humanidad y recibir el don de
la vida eterna en el orden de la gratuidad.
iii. Gracias a este acto de donación extrema vivida por
Jesús en el corazón del proceso victimario que él
afrontó en su Pasión, inauguró los tiempos definitivos,
venidos no de la voluntad de hombre alguno sino de
Dios. Imitando a su Padre, que creó el mundo y se
retiró el séptimo día para dejarlo ser, Cristo inaugura
la nueva creación mostrándose como Crucificado–
viviente delante de sus discípulos. Lleva consigo en su
cuerpo las llagas de su crucifixión, y las muestra sin el
más mínimo asomo de reproche. Todo culmina en el
acontecimiento de su retorno al mundo de la esfera
mística celeste, no sin designar antes a sus discípulos
el horizonte de Galilea como el lugar de realización de
la promesa. El Crucificado–resucitado instaura así una
distancia significativa apta para que el mundo nuevo se
277
Carlos Mendoza–Álvarez
pueda realizar plenamente. Dicho espacio existencial de
gratuidad se convierte así en condición de posibilidad
de la intersubjetividad liberada del deseo mimético de
rivalidad gracias a la víctima no resentida quien, en
tanto que “retorno de Abel”, inserta en el corazón del
mundo violento otra manera de existir que deviene
fuente de vida.
Como corolario de este dinamismo, es preciso decir
que no se trata entonces de comprender la fe como
huida del mundo violento sino de subrayar su carácter
de envío: habitar el mundo con una fuerza nueva, a
partir de un verdadero poder del no poder, que procede
de la gratuidad o, dicho en otros términos, del mimetismo depurado de su rivalidad.
Podremos llegar a este estadio por medio de la praxis
de imitación no–recíproca, marcada para siempre por
la rivalidad, pero sobre todo por medio de la imitación
del Otro, que no es sino donación perpetua: ésta es
posible siguiendo a Cristo, quien lo hizo imitando a su
Padre en el dinamismo de la relación no recíproca del
Espíritu que los une a ambos.
El culmen de esta vida nueva es llamado por el cristianismo “gracia”,56 es decir, acontecimiento salvífico
que transfigura al mundo a partir de un dinamismo
56
El sentido antropológico y teologal a la vez del término “gracia” fue retomado por las cristologías modernas atentas a dar cuenta de la fuerza histórica
de la salvación: Schillebeeckx, Edward. Cristo y los cristianos. Gracia y liberación
(Madrid: Cristiandad, 1983) 745 p. Salvación que pasa por la humanización
a partir de los excluidos. Ver: Boff, Leonardo. Gracia y experiencia humana
(Madrid: Trotta, 2001) 304 p. Pero el matiz que nos parece importante subrayar en este momento de la modernidad es el carácter fenomenológico y subjetivo
de la gracia como lugar fundacional del cumplimiento de la salvación.
278
El Dios escondido de la posmodernidad
antropológico preciso: se revela como gratuidad en el
seno de la rivalidad, como ofrenda de perdón dirigido
al verdugo, como llamado a un reconocimiento más
allá del resentimiento y, por ese medio, verdadera
instauración del Reinado de Dios en el colapso del fin
del mundo.
Una nueva potencia de experiencia
Según el testimonio del cristianismo primitivo, la experiencia fundacional de Jesús de Nazaret abrió un espacio
existencial nuevo y desplegó así una nueva potencia de
experiencia llamada por la tradición cristiana “vida teologal”, cuyo núcleo vivo es la donación trinitaria mutua,
misma que se comunica al creyente como experiencia de
perdón y de comunión.
Integrada en una antropología clásica griega, esta
vida teologal fue interpretada en relación con tres virtudes
principales, en tanto conocimiento de una vida nueva y
actuante en el corazón del mundo (pistis / fides), como
fuerza histórica en la conciencia de la precariedad de los
tiempos revueltos, pero con la mirada puesta en el horizonte final (elpis / spes), siempre con la preocupación de la
eficacia del amor sin límites (ágape / caritas).
En un sentido fenomenológico y hermenéutico, nos
sería necesario todavía traducir este dinamismo según la
gramática existencial de la intersubjetividad: la fe en tanto
inteligencia de la víctima, en el seno del círculo mimético,
para rebasarlo con el poder del no–poder. Una esperanza
que es como una convicción del triunfo escatológico de la
cruz, a pesar del aparente triunfo apocalíptico de Satán
279
Carlos Mendoza–Álvarez
en los tiempos desencadenados del fin del mundo. Y la
caridad como experiencia de compasión extrema, recibida
primero de parte de Dios y en seguida ofrecida por la víctima
no resentida. Tal dinamismo relacional, derivado de la vida
teologal, nos hace capaces de dar testimonio de los tiempos
mesiánicos al desmantelar las pulsiones destructivas del
deseo mimético y ofrecer así a los demás la propia vida como
donación.
Tal gramática del Reinado de Dios podrá decir el sí
mismo como otro, el mundo en tanto que ciudad de Dios
que desciende, y Dios en tanto alteridad no totalitaria ni
indiferente. Más allá de lo religioso arcaico, la vida teologal
surgida del Crucificado viviente, del Cordero–que–reina–
degollado, no echa sus raíces en el sacrificio sino, por el
contrario, en su superación. Cristo quitó todo poder a
Satán, lo ha visto “caer como el relámpago” como lo dice
el evangelio de Lucas (Lc 10: 18), al precio de su sangre
ofrecida, no para apaciguar la cólera de los Principados y
las Potestades, figuras del orden establecido por los sistemas
de totalidad, sino para hacer surgir la vida de los inocentes
sacrificados en un nuevo orden de relación, ganando para sí
el corazón de los verdugos. Vida nueva en tanto experiencia alternativa al mundo narcisista de la Ipseidad. Tiempos
mesiánicos57 cumplidos en la vida de un Crucificado–que–
57
La pregunta por el mesianismo ya ha sido muy debatida por la teología
moderna. Aquí nos centramos sólo en su aspecto histórico, teológico veterotestamentario y cristológico, con el fin de profundizar nuestra investigación.
En lo referente al primero, en un sentido más sociológico, Gerd Theissen
dice: “Jésus était le fondateur d’un mouvement de renouveau à l’intérieur du
judaïsme qui ne devint une nouvelle religion qu’après sa mort. Ses adeptes,
charismatiques itinérants et groupes de sympathisants sédentaires, constituaient un «mouvement», c’est–à–dire une tentative collective de réaliser un
but commun en dehors des institutions établies grâce à des adeptes de plus en
280
El Dios escondido de la posmodernidad
vive (ho stauroménos egertè), siempre en la discreción del
Dios que se retira (Shabbat) en su silencio para hacer nuevas
todas las cosas por la unción eficaz de su Ruah divina,
que hace surgir siempre su signo de alianza: como arcoíris
colgado en el cielo que renuncia a la violencia, una vez que
el arca naufragó, para ratificar su deseo perenne de dar vida
a todos. Primicias de la vida en plenitud que nos aguarda.
el HoriZonte de la fe coMo nueVa
inteligencia del sujeto: iMaginación y POIESIS
Ahora centremos nuestra atención en la fides en tanto
que potencia de experiencia propia de la subjetividad
expuesta por la presencia de la víctima perdonadora. Si
las demás potencias de la experiencia de lo divino —tales
como la esperanza y la caridad— son indispensables para
la comprensión del dinamismo fenomenológico de la
plus nombreux [...] Le but du mouvement de Jésus était une transformation
de l’ensemble de la société, voire du monde entier, désignée de façon visionnaire par la métaphore «règne de Dieu», même si le règne de Dieu ne devait
pas être réalisé par les hommes mais par Dieu”. Theissen, Gerd. Le mouvement
de Jésus. Histoire sociales d’une révolution des valeurs (París: Cerf, 2006) pp.
111–112. En lo que respecta al segundo aspecto, de orden veterotestamentario, Philippe Lefèbvre afirma: “Parler du messie en Samuel, c’est parler de sa
vie: portera–t–on la main sur lui pour le tuer? Frappera–t–il lui–même ceux
qui lui ont montré une hostilité meurtrière? Le mot est employé avec tant de
précision, de précaution, qu’il ouvre une enquête plus qu’il ne fixe un contenu
ou la base d’une définition. [...] Comme nous serons amenés à le vérifier,
c’est vers la chair du Messie que nos textes nous dirigent; cette chair apparaît
comme un lieu de confluences de ces contradictions”. Lefebvre, Philippe.
Livres de Samuel et récits de résurrection (París: Cerf, 2004). Y en lo referente
al último aspecto, conviene recordar aquí lo que señaló Christian Duquoc:
“C’est ce défi historique, et non plus philosophique ou anthropologique,
qui est le socle de l’élaboration christologique proposée”. Duquoc, Christian.
L’unique Christ. La symphonie différée (París: Cerf, 2002) p.25.
281
Carlos Mendoza–Álvarez
vida teologal, es preciso para nosotros enfocar primero la
atención en el elemento gnoseológico, con el fin de plantear de manera adecuada la explicación de la recepción de
la revelación en medio de la crisis de sentido, típica del
sujeto posmoderno y su racionalidad correspondiente, sea
nihilista o fundamentalista, que hemos analizado en los
capítulos precedentes.
Esta problemática de la racionalidad en tanto crisis de
sentido ya había sido evocada por Levinas58 cuando explicó
el fondo de la crisis de la modernidad, no en su significación nihilista sino en relación con la sobrecarga de sentido
que se constata en la sociedad de mercado que predomina
hoy. ¿Cómo discernir, en medio de la multiplicidad de
sentidos ofrecidos por las sociedades modernas, cuál es la
verdad del sentido? Éste será justo el cuestionamiento que
vamos a abordar siguiendo la gramática posibilitada por la
víctima no–resentida.
En un contexto propiamente teológico, la carta encíclica Fides et ratio, publicada por el papa Juan Pablo II,
lanza la misma pregunta acerca de la relación que existe
entre verdad y sentido, y subraya el papel de la fe como
conocimiento del mundo a la luz de la revelación divina:
En esta perspectiva la razón es valorizada, pero no
sobrevalorada. En efecto, lo que ella alcanza puede
58
“À la crise de sens, attestée par la ‘dissémination’ des signes verbaux que le
signifié n’arrive plus à dominer [...] s’oppose le sens préalable au ‘dit’, repoussant les mots et l’irrécusable dans la nudité du visage, dans le dénuement
prolétaire d’autrui et dans l’offense subie par lui”. Levinas, Emmanuel. De
Dieu qui vient à l’idée (París: Vrin, 1982) pp. 32–33
282
El Dios escondido de la posmodernidad
ser verdadero, pero adquiere significado pleno
solamente si su contenido se sitúa en un horizonte
más amplio, que es el de la fe: “Del Señor dependen los pasos del hombre: ¿cómo puede el hombre
conocer su camino?” (Pr 20, 24). Para el Antiguo
Testamento, pues, la fe libera la razón en cuanto
le permite alcanzar coherentemente su objeto de
conocimiento y colocarlo en el orden supremo en el
cual todo adquiere sentido. En definitiva, el hombre
con la razón alcanza la verdad, porque iluminado
por la fe descubre el sentido profundo de cada
cosa y, en particular, de la propia existencia. Por
tanto, con razón, el autor sagrado fundamenta el
verdadero conocimiento precisamente en el temor
de Dios: “El temor del Señor es el principio de la
sabiduría” (Pr 1, 7; cf. Si 1, 14).59
Esta respuesta parece problemática —o al menos con dificultad de ser recibida— por la modernidad tardía en la que
nos situamos en la actualidad, puesto que ella depende de
una afirmación de la verdad que deja un papel subordinado
a la autonomía de la inteligencia. Nos es preciso, por tanto,
buscar una interpretación alternativa para decir la profundidad cristiana.
Según aquello que ya hemos explicado anteriormente
—siguiendo el triple registro fenomenológico, hermenéutico y pragmático— la fides, en tanto potencia gnoseoló59
Juan Pablo II. Carta Encíclica Fides et Ratio, cap.II, núm.20 (14
de septiembre de 1998) [de disponible en: http://www.vatican.va/edocs/
ESL0036/_INDEX.HTM].
283
Carlos Mendoza–Álvarez
gica de la experiencia, implica la recepción de la salvación
y la construcción del sentido a partir de la imaginación
profética y escatológica que ha nacido de la inteligencia de
la víctima. Sentido que viene a develarse ahora, no tanto
como contenido fijo de proposiciones verdaderas, abstractas y formales, sino primero como significación antropológica
y ética fundacional, ya que ambas despliegan un horizonte
de vida y de comprensión. Tal sentido de salvación adviene
sólo por la muerte del inocente, cuya verdad plena ha sido
mostrada por Cristo Jesús:
La gran paradoja en este asunto es que el cristianismo provoca la “montée aux extrêmes” y revela a
los hombres esta violencia. Impide a los seres humanos transferir su violencia a los dioses y los coloca
delante de su propia responsabilidad. San Pablo no
es para nada un revolucionario, en el sentido que el
mundo moderno le ha dado a este término: él dice a
los Tesalonicenses que deber permanecer pacientes,
es decir, obedecer a los Principados y Potestades,
quienes de todas formas serán destrozados. Tal
destrucción llegará un día, por el hecho mismo del
imperio creciente de la violencia, privada de toda
herida abierta [exutoire] sacrificial, incapaz de hacer
reinar el orden sino por medio de una sobrepuja de
violencia: harán falta más y más víctimas para crear
un orden cada vez más precario. Ese es el devenir
alocado del mundo, del que los cristianos llevan
sobre sus espaldas la responsabilidad. Cristo habrá
intentado hacer pasar a la humanidad a un estadio
adulto, pero la humanidad habrá rechazado esta
284
El Dios escondido de la posmodernidad
posibilidad. Empleo aquí el futuro anterior a propósito, puesto que hay ahí un fracaso profundo.60
En este horizonte, el sujeto desarrolla una nueva autoconciencia de la relación constitutiva al otro, de manera que el
descentramiento61 operado por la crisis mimética abre otra
posibilidad de ser–en–el–mundo, no tanto marcada por
el deseo violento sino por el reconocimiento escatológico
del rival y enemigo como hermano. La significación de la
fe deviene así una reapropiación del sí–mismo como otro,
y supera la lógica de la totalidad y del resentimiento, en
el corazón mismo de la red intersubjetiva, depurada de su
carácter dialéctico. Proceso que vamos a analizar con mayor
detenimiento ahora.
60
Girard, René. Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord, 2007) p.212.
Experiencia de descentramiento que fue descrita de manera rigurosa por la
fenomenología moderna, pero experimentada y descrita en otros términos
por la mística cristiana del “desapego”, como lo mostró ya en su momento el
Maestro Eckhart, cuando hablaba en sus sermones y tratados sobre la deificación: “De la même manière, donc, je parle de l’homme qui s’est anéanti en
lui–même, en Dieu et en toutes les créatures: cet homme a occupé la place
la plus basse et en cet homme, il faut que Dieu se répande totalement, ou
bien il n’est pas Dieu”. Maître Eckhart. «Sermon 48», Sermons, vol. II (París:
Seuil, 1978) p.112. También en su sermón sobre el fondo del alma, unida al
fondo de Dios: “Comme le dit saint Augustin: Dieu est plus proche de l’âme
qu’elle ne l’est d’elle–même. La proximité entre Dieu et l’âme ne connaît pas
de distinction, vérité. La connaissance dans laquelle Dieu se connaît intérieurement lui–même est la connaissance de tout esprit détaché, et non une
autre. L’âme prends son être direct de Dieu, c’est pourquoi Dieu est plus
proche de l’âme qu’elle ne l’est d’elle–même, c’est pourquoi Dieu est dans
le fonde de l’âme avec toute sa Déité”. «Sermon 10», Sermons, vol.1 (París:
Seuil, 1974) p.107. O, también, el sermón sobre los efectos de la unión en
la destrucción: “Si tu pouvais t’anéantir toi–même un instant, et je dis même
plus brièvement qu’un instant, tout ce que c’est en soi–même t’appartiendrait
en propre”, “Sermon 28”, Sermons, vol.I (París: Seuil, 1974) pp. 233–234.
61
285
Carlos Mendoza–Álvarez
Un conocimiento “de lo alto”
La imaginación escatológica propia a la fe como potencia de
experiencia salvífica no es simplemente una representación
aleatoria de ciertas imágenes provenientes de la sensibilidad, como ha sido con frecuencia interpretado por algunas
teorías escolásticas del conocimiento. Es necesario precisar,
por cierto, que en relación con esta problemática Tomás de
Aquino62 llevó a feliz término una síntesis extraordinaria
para su época —en donde articuló elementos venidos del
pensamiento griego y árabe sobre el tema— para explicar
el papel activo del profeta en la elaboración de imágenes al
momento de la inspiración divina, sin renunciar al carácter
velado y nunca plenamente dominado del conocimiento
profético.
En un contexto por completo diferente, el propio de
la fenomenología moderna, la imaginación63 es una poten62
“Similiter etiam cum spiritus sanctus movet mentem alicuius ad aliquid
faciendum quandoque quidem intelligit quid hoc significet, sicut patet
de Ieremia, qui abscondit lumbare in Euphraten, ut habetur Ierem. Xiii,
quandoque vero non intelligunt, sicut milites dividentes vestimenta Christi
non intelligebant quid significaret. Cum ergo aliquis cognoscit se moveri a
spiritu sancto ad aliquid aestimandum, vel significandum verbo vel facto, hoc
proprie ad prophetiam pertinet. Cum autem movetur, sed non cognoscit, non
est perfecta prophetia, sed quidam instinctus propheticus. Sciendum tamen
quod, quia mens prophetae est instrumentum deficiens, sicut dictum est et veri
prophetae non omnia cognoscunt quae in eorum visis aut verbis aut etiam factis
spiritus sanctus intendit”. Thomas D’Aquin. St II–IIae, 173, 4. Véase también
el análisis de las ideas de la profecía ligadas a la problemática de la subjetividad:
Mendoza–Álvarez, Carlos. Deus liberans. La revelación cristiana en diálogo con
la modernidad. Los elementos fundacionales de la estética teológica (Friburgo:
Éditions Universitaires, 1996) pp. 259–273.
63
James Alison la llama “imaginación escatológica”, siguiendo a los grandes
maestros del siglo XX. Véase: Alison, James. Raising Abel. The Recovery of
Eschatological Imagination (Nueva York: Crossroad, 1996) 203 p. Para ver
286
El Dios escondido de la posmodernidad
cia de la subjetividad que permite la instauración de un
mundo de la vida (die Lebenswelt) en el seno del cual se
realiza la acción del sujeto, con todas sus connotaciones
histórica, lingüística, ética y simbólica.
La imaginación escatológica conlleva así, al menos,
tres elementos estructurales como parte de su identidad
profunda: uno apocalíptico, otro propiamente escatológico
y uno apofático.
i.
La visión del fin del mundo64 presidió la predicación
itinerante de Jesús de Nazaret, en particular en la crisis
una versión de este problema en relación con el debate de la teología después
de Auschwitz, recordemos aquí el sueño de Johannes–Baptist Brantschen en
torno al juicio final: «Je fais un rêve. Jésus vient au Jugement, accompagné de
ses saints. Au Jugement paraît l’assassin d’Anne Frank, un homme qui, jeune,
n’a guère connu l’amour et, plus tard, est devenu un criminel par opportunisme ou pour faire carrière. Repentant, il est étendu par terre, aux pieds de
Jésus et attend, angoissé, le verdict qui le damnera. Et voici que, des rangs
des saints, s’avance une fillette qui lui tend la main et le redresse. La fillette
s’appelle Anne Frank. Son ancien bourreau est confondu jusqu’à la moelle
de son être. Anne Frank l’embrasse et lui donne un baiser. Que fera le juge?
Il est certain qu’il ne les séparera pas. Que doit–il se passer pour que ce
rêve se réalise? Une telle réconciliation est–elle théologiquement pensable?
[...] Parce que Dieu —folie de l’amour divin!— s’est lié à nous, s’est rendu
dépendant de nous, la réconciliation de ses filles et de ses fils est aussi sa
joie. Ne seraient–ce pas justement les victimes, favoris de Dieu, qui veulent
rendre parfaite la joie du Père?”. Brantschen, Johannes–Baptist. Renouveler
l’espérance chrétienne (París: Cerf, 1999) p. 152–155.
64
La cuestión del fin del mundo es tratada por los exégetas de la Third quest
con mucha precaución y matices, según el caso de cada uno de los logion de
los Evangelios, por ejemplo, Mt 10: 23 ”Si l’on vous pourchasse dans une telle
ville, fuyez dans telle autre [...] Amen, je vous le dis, vous n’achèverez pas le
tour des villes d’Israël avant que ne vienne le Fils de l’homme”, John Meier
concluye: “Le logion fixe bien une date limite à la venue finale du royaume
(que les chrétiens traduisaient tout naturellement par la venue du Fils de
l’homme). Mais, c’est une date limite fixée par les prophètes chrétiens pour
réconforter et instruire les missionnaires chrétiens las et persécutés, vivant
287
Carlos Mendoza–Álvarez
de Jerusalén, cuando con claridad percibió el conflicto
que se anunciaba con las autoridades del Templo en
la Ciudad Santa. Ante dicha amenaza de muerte que
se dibujaba en el horizonte provocada por su acción
profética en Galilea, Jesús buscará comprender el
sentido de dicho conflicto: el anuncio de la destrucción
del Templo —figura por excelencia de lo sagrado—
vendrá a jugar así una doble significación: de acabamiento en relación con lo religioso arcaico y también
con el mundo terrestre atrapado en la rivalidad.65 Tal es
el doble sentido de la expresión fin del mundo.
ii. La metáfora de “los cielos abiertos” con la que se
anuncia la llegada del Hijo del Hombre, designa un
horizonte aun más radical que la catástrofe cósmica
que lo acompaña: es la llegada inminente del Reinado
de Dios predicada por el Jesús histórico.66 Si este título
dans l’attente de la venue du Royaume, qui serait le signe de leur délivrance.
Cela n’a rien à voir avec le Jésus historique”. Meier, John. Un certain juif Jésus.
Les données de l’histoire, vol.II La parole et les gestes (París: Cerf, 2005) p.297.
65
“La Passion révèle les mécanismes victimaires: elle s’enroule dans «les replis
et les tours» du péché originel et les fait apparaître au grand jour. Le Christ
impose donc une alternative terrible: ou le suivre en renonçant à la violence,
ou accélérer la fin des temps. Il nous met dans les deux cas, face au péché
originel, nous oblige à regarder cette «abyme» Qu’est–ce à dire sinon que le
christianisme a le religieux archaïque comme unique horizon?”. Girard, René.
Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord, 2007) p.149.
66
En este sentido, Meier defiende la idea de una escatología futura actuante
en la predicación del Jesús histórico, siguiendo los pasos del Bautista, contra
lo que piensan Marcus J. Borg y John Dominic Crossan: “On sait que Jésus
a déplacé l’accent de sa prédication, pour passer du jugement imminent de
Dieu par le feu à l’offre de la miséricorde du Père. De ce fait, en tant qu’action
symbolique destinée à éteindre le feu à venir, le baptême a naturellement reflué
à l’arrière plan du ministère de Jésus. Cependant, malgré son insistance sur la
miséricorde et le pardon de Dieu, déjà à l’œuvre dans les guérissons et les repas
288
El Dios escondido de la posmodernidad
mesiánico propio a la apocalíptica judía fue empleado
por los evangelistas para codificar el anuncio del fin
del mundo y las buenas noticias de la instauración del
Reino, parece claro que esta figura del libro de Daniel
quedará integrada por los sinópticos en un orden más
amplio de reconstrucción del mundo a partir de Dios.
Esto es lo que la escatología de las cartas paulinas desarrollará posteriormente con una serie de expresiones
paradójicas, como verdaderas metáforas vivas, para
designar aquella realidad del todo nueva: “hombre
espiritual” (1 Cor 2: 14), que tiene un “cuerpo espiritual” (1 Cor 15: 44), sujeto de una esperanza viva
en un mundo donde “entonces conoceré como soy
conocido” (1 Cor 13: 12), viviendo desde ahora en ese
descentramiento fundador de la vida nueva pues “ya no
soy yo, sino Cristo quien vive en mí” (Gal 2: 20).
iii. Por último, la expresión de San Pablo al hablar del
conocimiento presente de Dios: “porque ahora vemos
como en un espejo” (1 Cor 13: 12a) fue la expresión
prototipo aplicada por los teólogos medievales para
partagés ensemble, Jésus, à la suite de Jean, n’a jamais renoncé à annoncer une
venue future de Dieu pour juger le monde, une venue imminente. En fait,
avant et après Jésus, on a, d’un côté, un Baptiste qui proclame un message
d’eschatologie future, et, de l’autre côté, une Église qui porte aussi un tel
message; pris entre ces deux pôles, un Jésus qui ne parlerait pas d’eschatologie
attirerait les soupçons dès le départ. Cela met fortement en cause la manière
dont Marcus J. Borg et John Dominic Crossan abordent la question: ils
veulent tous les deux éliminer de la prédication de Jésus toute eschatologie
future. Quelque soit la distance prise par Jésus par rapport à Jean, il a toujours
été porteur d’une grand part du message de son ancien maître. En un sens,
Jésus n’a jamais été sans Jean”. Meier, John. Un certain juif Jésus. Les données
de l’histoire, vol.II La parole et les gestes (París: Cerf, 2005) p.19.
289
Carlos Mendoza–Álvarez
hablar del conocimiento de los bienaventurados en la
gloria “in speculum aeternitatis”.
Esta frase denota finalmente lo que será lo propio de la
visión beatífica, interpretada según este modelo metamoderno: una contemplación indirecta del misterio
divino, siempre en retirada en relación con toda voluntad de apropiación y de omnipotencia, incluso para
aquellos que creen.
Así, la afirmación de la imposible apropiación de Dios
conlleva, de hecho, la advertencia contra toda religión
sacrificial y contra todo totalitarismo del pensamiento
o de la acción. Un camino de gran valor para la mística
de todos los tiempos, sedienta de comunión y, al
mismo tiempo, siempre consciente de la fragilidad de
su condición vulnerable. Y a pesar de ello, han sido los
místicos quienes desde antiguo se dejan impulsar sin
cesar por ese deseo de Dios.
Los callejones sin salida de la reconciliación
El conocimiento divino del que venimos hablando —aquél
que es participado por Dios al creyente en tanto que inteligencia de la víctima— representa una verdadera potencia
de experiencia. A pesar de ello, no hay que caer de nuevo en
una lectura romántica de la fe, en el sentido de la alienación
del mundo violento y contingente como condición para ser
elevados al mundo celeste por la mera inspiración divina.
Porque nada hay más alejado del sentido propio de la crisis
de los metarrelatos expresada por la posmodernidad. En
efecto, conscientes del poder devastador del deseo mimético, es absolutamente necesario, en esta época posmo290
El Dios escondido de la posmodernidad
derna, hablar de pistis como de un claroscuro. Los impasses
propios al deseo mimético siempre estarán ahí hasta el
acabamiento apocalíptico del mundo. Seríamos ingenuos, e
incluso cómplices, de la ceguera propia del sueño de omnipotencia si no estuviésemos alertas contra las resistencias y
las oposiciones a la fe.
Girard ya mostró de manera suficiente, a nuestro
juicio, en su última obra consagrada a la guerra, cómo “la
montée aux extrêmes” típica de la violencia mimética nos
conduce, tarde o temprano, al colapso total. Sólo la elección de la paciencia, en el corazón del “tiempo de los paganos”, nos hará capaces de captar la verdad que nos anuncia
el cristianismo, sin enmascarar la locura del mundo caído,
según aquellas palabras maestras que escribió Pascal:
Es una extraña y prolongada guerra aquélla donde la
violencia intenta oprimir la verdad; todos los esfuerzos de la violencia no pueden debilitar la verdad, ni
tampoco pueden sino hacerla más patente. Todas las
luces de la verdad no pueden hacer nada para detener la violencia y no hacen sino irritarla aun más.67
La fides requiere, por tanto, expresarse como comprensión
alternativa del mundo fratricida. Pero ella negaría su condición de inteligencia de la víctima, si no desenmascarara
los ídolos de la omnipotencia. En suma, en el seno de los
escombros de la modernidad colapsada, la fides es el coraje
67
Pascal, Blaise. Œuvres complètes (París: Gallimard, 1954) p.805. Apud.
Girard, René. Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord, 2007) p.150.
291
Carlos Mendoza–Álvarez
de decirse a sí mismo, al mundo y a Dios como apertura68 de
gratuidad y, por lo tanto, como inauguración de los tiempos mesiánicos más allá de todo triunfalismo.
La dimensión creadora del perdón
El impulso vital del “conocimiento de las cosas de arriba”
(Col 3: 2) propio de la fides cristiana inaugura un nuevo
estadio de la subjetividad y, por esa vía, hace posible otro
tipo de dinamismo intersubjetivo. En efecto, si la inteligencia de la víctima habla de la verdad del no–resentimiento,69
68
La interpretación nihilista de la fe nos hace estar atentos y sensibles a la apertura de la subjetividad en tanto permanente disponibilidad a la hospitalidad
con el otro: “Cette foi —ou bien, la foi judéo–chrétienne et aussi islamique—
serait l’acte d’un non–savoir en tant que non–savoir de la nécessité de l’autre
en tout acte et en tout savoir de l’acte qui se tienne à hauteur de ce que Jacques
[l’épître] appelle ici (V 21. 24–25) la «justification»: cela qui rend juste, cela
qui fait un juste (lequel ne peut être dans l’adéquation du savoir de sa propre
justice). Cet acte tiendrait d’abord à la foi dans l’autre —ce que l’autre Jacques
appelle «le rapport à l’autre comme secret de l’expérience testimoniale»— si,
par «témoignage», on veut entendre, comme lui, l’attestation de vérité que
toute parole postule dans l’autre ou de l’autre, et en moi en tant qu’autre à
moi–même (en tant que le platonicien «dialogue avec moi–même»). Le juste
ou le justifié serait celui qui se laisse attester dans l’autre”. Nancy, Jean–Luc.
La Déclosion, Déconstruction du christianisme, 1 (París: Galilée, 2005) p.80.
69
El giro propio de la superación del resentimiento es subrayado por Alison
como un rasgo propio de la novedad del Crucificado–resucitado: “You will
remember that what has been key throughout this book has been the intelligence of the victim [...] I have emphasized repeatedly that this involves a prior
self–giving out of freedom. So, the whole process of Jesus’ life was not simply
the story of a lynching, but the story of a man who acted in freedom in certain
ways which he knew would lead to his being killed. He did not want to be
executed, but he knew he would be. He didn’t allow that fact to change the
way he acted or taught. And in fact what he taught was the same: he taught
people how to act freely, how not to have their lives run by being locked, in
an unhealthy or resentful way, into the life of someone else, or the life of the
group that formed them. The symbol of this freedom is the ability to turn
292
El Dios escondido de la posmodernidad
como verdadera disolución del mundo caduco destinado
a su propio fracaso, ella habilita también al creyente para
transfigurar este mundo con la fuerza inusitada del olvido
y el perdón.
Si el análisis fenomenológico de Ricœur sobre la
memoria, la historia y el olvido nos ha mostrado la trama
de la intersubjetividad expuesta y reconciliada, en la misma
perspectiva, los relatos de resurrección70 afirman sin equívoco la fuerza transformadora que instaura la mirada del
perdón que proviene de la víctima: palabra de gracia y
absolución sólo venida de parte de la víctima, ya que es
ella quien desata los nudos del resentimiento y hace libres
a sus verdugos por medio de la llamada a la conversión. En
este sentido, la insistencia de Girard71 sobre la conversión,
concomitante a la manera como Cristo se enfrentó a la
violencia, es esencial para comprender mejor la dimensión
creadora del perdón. Se trata, en efecto, de la génesis de la
the other cheek, to go the second mile, and so on”. Alison, James. Knowing
Jesus (Londres: spcK, 1993) p.80.
70
La interpretación nihilista va a privilegiar, por el contrario, el carácter irreductible de esta experiencia: “Un corps glorifié se présente et se refuse à un
corps sensible, chacun des deux exposant la vérité de l’autre, un sens frôlant
l’autre mais les deux vérités demeurant irréconciliables et se repoussant l’une
l’autre. Arrière! Recule!”. Nancy, Jean–Luc. Noli me tangere. Essai sur la levée
du corps (París: Bayard, 2003) p.89.
71
“La vérité de la violence a été dite une fois pour toutes. Le Christ a révélé la
vérité que les prophètes annonçaient, celle de la fondation violente de toutes
cultures. Ce refus d’entendre une vérité essentielle nous expose aux retours
d’un archaïque qui n’aura plus le visage de Dionysos, comme Nietzsche
l’espérait encore. Car il s’agira d’une destruction totale. Le chaos dionysiaque
était un chaos fondateur. Celui qui nous menace est radical. Il faut un certain
courage pour le dire, comme il en faut aussi pour ne pas céder à la fascination
de la violence”. Girard, René. Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord,
2007) p.190.
293
Carlos Mendoza–Álvarez
existencia nueva, surgida de la Cruz, bajo un triple aspecto
en tanto creación nueva:
i.
Una conversión de la inteligencia sobre el mundo en su
inmanencia propia, lo que permite al creyente desmantelar la lógica de la violencia con la fuerza de un realismo
radical que desenmascara el principio mimético.
ii. Asimismo conlleva una conversión de la mirada sobre
los otros, más allá del resentimiento que vive la persona
en su tejido relacional, tanto interpersonal como social.
iii. Y, sobre todo, implica una conversión en la relación
con Dios, según la potencia de la gratuidad, por la
que se devela su verdadera condición de ser fuente de
compasión, ya que su misterio no tiene nada que ver
con el sacrificio fundador, sino todo lo contrario, su
ser insondable es justo su indigencia radical de la que
procede su donación.
De esta manera, el perdón es recibido y ofrecido como
gratuidad absoluta en un dinamismo de transmisión de la
vida teologal que incluye en su seno al sujeto vulnerable,
expuesto ante la presencia del Otro en tanto otro, pero al
mismo tiempo convoca a una existencia nueva a aquél que
había naufragado en las aguas caudalosas de la omnipotencia. Se trata, en síntesis, de aprender a vivir el deseo mimético ciertamente, pero como imitación alternativa: de un
amor no recíproco y asimétrico porque es donación pura.
294
El Dios escondido de la posmodernidad
V. EL PAPEL DE LA TEOLOGÍA
FUNDAMENTAL POSMODERNA
La teología fundamental en la edad de la razón posmo-
derna1 ha de dar cuenta de la esperanza posible en el
contexto del colapso de un modelo moderno de civiliza1
El término posmodernidad suscita reacciones opuestas entre los teólogos. Algunos, como Andrés Torres–Queiruga hablan de la última fase
del desarrollo de la modernidad. Otros, como Claude Geffré, insisten en el
carácter inédito de este paradigma cultural en la historia de la civilización:
“Jusqu’ici, j’ai parlé du défi de la modernité pour le christianisme dans le cadre
classique en Occident d’une exclusion réciproque de la religion et de la modernité comprise comme processus de sécularisation de tous les registres de la vie
humaine. Mais depuis déjà deux décennies, notre paysage culturel a profondément changé et le vrai défi, c’est celui de la postmodernité. On peut à bon
droit exprimer quelque réserve à l’égard de ce mot tellement flou de postmodernité. Mais il n’est pas abusif pour désigner la contestation d’une modernité
qui se définit par une raison trop sûre d’elle-même et nécessairement en conflit
avec toute forme de religion. Cette postmodernité aura justement deux issues
qu’il ne faut pas confondre, celle du retour du religieux et celle d’un nihilisme
néo-païen”. Geffré, Claude. “La modernité: un défi pour le christianisme et
l’islam”. Chemins du dialogue, vol.X, núm.18 (París, 2001) p.25. Por nuestra
parte, situamos nuestra reflexión en la frontera entre la mirada crítica ante los
excesos de la modernidad ilustrada, reconocemos sus irrenunciables adquisiciones y, al mismo tiempo, el desafío de pensar el misterio de Dios en medio
de los escombros de los sueños de omnipotencia.
295
Carlos Mendoza–Álvarez
ción, derivado tanto del cristianismo como de la cultura
occidental grecorromana. Ya no parece posible para el
pensamiento teológico en la hora presente afirmar la revelación divina fuera del marco de la subjetividad frágil que
se abre a la trascendencia como experiencia de gratuidad.
Para lograrlo, ha sido necesario primero atravesar por un
proceso de construcción de la catedral de la cristiandad y
del rascacielos de la Ilustración. Cada uno de estos metarrelatos, en su momento respectivo y a partir de sus presupuestos teocéntrico y antropocéntrico, propuso la idea de
una manifestación de lo divino por medio de un mesías
glorioso, sea religioso o laico.
Pero el naufragio del arca de la civilización occidental,
heredado de aquellas dos grandes tradiciones humanistas
evocadas arriba, dio lugar, a fines del siglo XX, al nihilismo posmoderno que no cesa de proclamar el fin del
mundo como el único horizonte de vida que nos queda.
Por cierto, este naufragio es evocado con frecuencia por el
fundamentalismo religioso como ejemplo y prueba tangible
del egoísmo narcisista predominante. En consecuencia,
proclama con ardor la necesidad de invocar al Dios salvador
para rescatar a la humanidad de la tempestad desencadenada en la que ella está a punto de ahogarse junto con toda
la creación.
En estos tiempos de diversos clamores,2 es el momento
oportuno para no ceder a la devastación que acompaña la
2
La crisis ecológica actual ya fue anunciada por los científicos desde hace más
de medio siglo. Luego de la catástrofe Chernóbil el 26 de abril de 1986, el
llamado a la acción fue todavía más urgente en el mundo entero. La expresión
de este grito de alarma vino de un científico alemán en su manifiesto “Die Zeit
drängt” (“El tiempo urge”), dirigido a la sociedad mundial, a los gobiernos y a
296
El Dios escondido de la posmodernidad
destrucción del sueño moderno, ni a la ilusión de un rescate
milagroso. Cuando las aguas se encuentran más agitadas es
necesario apelar a la calma para vislumbrar una ruta segura
que permita sobrevivir, utilizando los instrumentos que
nos permitirán no sucumbir al pánico ante el abismo y el
naufragio.
El llamado a la razón en este momento ha venido paradójicamente de la teología, dirigido a las ciencias humanas.
Tal llamado es un salvavidas indispensable para no ceder
al pánico: se trata de encontrar la ocasión propicia para
una “segunda navegación”3 que muestre la viabilidad de la
razón, capaz de conocer lo real a pesar de todo. Una razón
por supuesto sensible al desamparo humano como también
al misterio divino, donde se descubre como razón creadora de sentido. Ha llegado el momento de proponer una
mayéutica4 de la razón, cuya fuerza es el cuestionamiento
los líderes de las religiones para reaccionar de manera rápida ante la catástrofe
inminente. Cf. Von Weizsacker, Carl Friedrich. Le temps presse (París: Cerf,
1987) 112 p.
3
Tal ha sido el principal tema de la conferencia inaugural del rectorado de
Guido Vergauwen en la Universidad de Friburgo, en Suiza, en la que recordó
a los universitarios este horizonte apocalíptico posmoderno donde los saberes tienen un papel insustituible para pensar el mundo y la historia después
del naufragio del ego cartesiano. Cf. Vergauwen, Guido. “Wenn die Arche
Schiffbruch erleidet… La tâche de l’Université face aux limites du savoir”,
Universitas, núm.12 (Friburgo, diciembre de 2007) p.39. [La versión íntegra
de la conferencia se encuentra en el portal de la Universidad de Friburgo en la
red, de disponible en: www.unifr.ch].
4
Un método empleado en teología fundamental por Torres-Queiruga, quien
ha logrado articular una reflexión teológica sobre la cuestión antropológica
en debate con la razón moderna. Cf. Torres–Queiruga, Andrés. La revelación
de Dios en la realización del hombre (Madrid: Cristiandad, 1987) 505 p. La
misma obra, corregida y aumentada 20 años después, aporta precisiones a la
problemática que se ha desarrollado posteriormente, en el contexto de la crisis
de la modernidad. Repensar la revelación. La revelación divina en la realización
humana (Madrid: Trotta, 2008) 576 p.
297
Carlos Mendoza–Álvarez
perpetuo sobre sí mismo. Una razón, en último término,
capaz de hablar de Dios en el seno de la vulnerabilidad
extrema, en tanto gratuidad que adviene a través de la superación de la rivalidad.
Sin embargo, no hay que olvidar que la razón aislada
no existe ya como tal en la posmodernidad. Hoy estamos
conscientes del profundo enraizamiento de la razón en el
subsuelo de las pulsiones fundamentales del dinamismo
relacional de la persona: una razón sentiente según aquello que afirmaron algunos filósofos del límite, tales como
Xavier Zubiri5 y María Zambrano6 en el contexto del tota5
Cf. Zubiri, Xavier. La inteligencia sentiente (Madrid: 1983); “En torno al
problema de Dios”, en Revista de Occidente, núm.149 (Madrid, 1935) pp.
129–159. El papel de la “inteligencia sentiente” en el acercamiento a la
pregunta por Dios explica también una correlación con la trascendencia a
partir de la apercepción emocional y racional de la “realidad última” que todo
ser humano cumple en su historia. Cf. Marquínez Argote, Germán. “Paul
Tillich et Xavier Zubiri: planteamiento del problema de Dios”, en The Xavier
Zubiri Review, vol.8 (Washington, 2006), pp. 103–110.
6
Se puede ver la aguda crítica de María Zambrano al orgullo de la filosofía
moderna, en especial en el caso de Georg Wilhelm Friedrich Hegel: “Los
breves pasos en que hemos acompañado a la razón en su caminar por nuestro
angosto mundo de Occidente, son suficientes, creo yo, para poder advertir
que la razón se ensoberbeció. No me atrevo a decir que en su raíz; creo, por
el contrario, que en sus luminosos y arriesgados comienzos con Parménides y
Platón, la razón pudo pecar de otras cosas, mas no de soberbia. La soberbia
llegó con el racionalismo europeo en su forma idealista y muy especialmente
con Hegel. Soberbia de la razón es soberbia de la filosofía, es soberbia del
hombre que parte en busca del conocimiento y que se cree tenerlo, porque
la filosofía busca el todo y el idealista hegeliano cree que lo tiene ya desde el
comienzo. No cree estar en un todo, sino poseerlo totalitariamente. La vida
se rebela y se revela por diversos caminos ante este ensoberbecimiento y se va
manifestando. El último período del pensamiento europeo se puede llamar:
rebelión de la vida. La vida se rebela y se manifiesta, pero inmediatamente
corremos otro riesgo: la vida sigue por los mismos cauces de la razón hegeliana
y la sustituye simplemente, y allí donde antes se dijera ‘razón’ se dice después
‘vida’, y la situación queda sustancialmente la misma. Se cree poseer la tota-
298
El Dios escondido de la posmodernidad
litarismo político y religioso derivado del franquismo en
España e Iberoamérica.
La fides revela así su potencia de significación en el
corazón de la problemática posmoderna para aportar ahí no
tanto la respuesta al cuestionamiento de la razón sino para
sumergirse aún más en la densidad de lo real. Y si lo real
es mimético, como lo mostró ya René Girard, entonces la
fides será verdadera en la medida en que se hunda en dicho
mimetismo hasta develar su verdad y su mentira.
Si escogemos la vía fenomenológica, diremos más bien
que lo real está marcado por la intersubjetividad diferida.7
En ese caso, la fides no puede existir sino como comprensión de la instauración latente del nosotros en la historia, a
partir de la correlación yo–tú, pero siempre a través de la
gramática de la gratuidad como superación de la reciprocidad, marcada de manera inexorable por la dialéctica de la
rivalidad. En ambos casos, la fides podrá ser significativa y
creíble en este momento crítico de la historia, ya no como
apología de un sistema religioso sino en tanto horizonte de
vida, de comprensión y de acción de personas y comunidades vulnerables, conscientes de la vida teologal que las
anima, gracias al poder del no–poder que les ha revelado el
Crucificado–viviente.
A lo largo de este último capítulo, iremos desarrollando
los elementos constitutivos de una teología fundamental
lidad, se cree tener el todo”. Zambrano, María. “La soberbia de la razón”, en
Filosofía y poesía (México: fce, 1939) 121 p.
7
Se trata de dar cuenta, por medio de esta expresión, del inacabamiento de la
historia y de su carácter conflictivo, en un sentido que la dialéctica hegeliana
no parece resolver. En efecto, la idea del mutuo reconocimiento aparece como
un proyecto contradictorio, si se considera la noción teológica de mutua donación como la única salida posible al impasse del deseo mimético.
299
Carlos Mendoza–Álvarez
posmoderna,8 apta para pensar de manera diferente la revelación y la tradición cristianas según la lógica de la gratuidad.
Por medio del término “posmoderno” intentamos honrar
a la vez la herencia válida de la Cristiandad y de la Ilustración,
en el entendido de su mutuo agotamiento histórico, para
descubrir ahí una ruptura ciertamente, pero también alguna
continuidad. Posmoderno significa para nosotros al menos
cuatro cosas:
i.
Una crítica a los sistemas de totalidad como garantes de
la voluntad de omnipotencia.
ii. La conciencia de la superación de aquella lógica, que
aporta la fe como comprensión de lo religioso no
arcaico y no sacrificial, conciencia despertada en la
historia gracias a Cristo.
iii. La puesta en marcha de una potencia de gratuidad que,
en tanto relación al otro no atrapada en la reciprocidad,
es solución al odio por medio del perdón.
iv. El despertar de la subjetividad extrema en el seno de los
procesos victimarios donde ella dará testimonio de una
esperanza posible para la humanidad que está a punto
de naufragar.
8
El término posmoderno designa aquí la asunción de la modernidad en su
lógica emancipadora, sin excluir la apertura constitutiva de la subjetividad a
la trascendencia, sea por medio de la donación al otro, sea por la irrupción
de lo divino en el corazón de lo humano como gratuidad. A diferencia de las
numerosas críticas contra–modernas analizadas previamente en este libro, la
interpretación que aquí proponemos asume las adquisiciones de la modernidad y reorienta el horizonte de cumplimiento de la trascendencia divina a
través del devenir de la subjetividad vivida como donación de la propia vida.
300
El Dios escondido de la posmodernidad
Detengámonos un momento aquí para analizar cada uno de
estos cuatro elementos en su irreductibilidad propia, puesto
que nos parece que ellos representan las problemáticas principales de la teología fundamental en tanto disciplina de las
fundaciones de la fides, preámbulo y metadiscurso a la vez,
tanto de la incorporación al misterio de Cristo como de
toda experiencia de vulnerabilidad asumida.
la necesaria deconstrucción
La filosofía posmoderna de la diferencia ha subrayado la
pregunta por la deconstrucción como condición metodológica de posibilidad de todo pensamiento crítico, luego
del fracaso de la Ilustración. Al menos dos periodos de
este pensamiento, representados por Jacques Derrida y
Jean–Luc Nancy, nos serán de gran valor para comprender
la importancia esta primera problemática de la teología
fundamental posmoderna, que consiste en la crítica a los
sistemas de totalidad.
Es preciso subrayar antes que nada el aporte de Derrida
y Maurice Blanchot al desmantelamiento de las estructuras
lingüísticas y pragmáticas de la razón instrumental. Este
punto es crucial si se desea en verdad dar cuenta de los
impasses de la civilización moderna, tales como los sistemas
de objetivación propios de la técnica, la política parlamentaria y la moral religiosa que se imponen como totalidad.
No sólo es justo criticar los efectos sociales de exclusión que
de ello se desprenden sino que es preciso intentar rastrear
la intencionalidad epistemológica de la interpretación:
esclarecer la pretensión de absoluto que subyace en toda
estructura de significación.
301
Carlos Mendoza–Álvarez
Ahora bien, algunas interpretaciones posmodernas se
han basado en este principio gnoseológico para afirmar la
imposibilidad del sentido. Basta concentrarse en las obras
del mismo Derrida para mostrar cómo, para este autor,
situado en el linaje de Martin Heidegger, se trata más bien
de señalar la apertura propia de la significación en tanto
preámbulo y prólogo del verbo, y detenerse en el momento
mismo en el que el ser brota en cuanto devenir, antes que la
significación surja como construcción de sentido, es decir,
como sustantivo.
Sobre esta base un ejemplo de la deconstrucción del
cristianismo será desarrollado posteriormente por Nancy
al hablar de la resurrección de Cristo. Se trata del segundo
momento del desmantelamiento del significado, cuando se
tenga en cuenta el vacío de la apertura y de su función de
intriga, puesta en cuestión, del sentido objetivo. La finalidad de esta operación de deconstrucción radica en preservar
el carácter originario de la experiencia fundacional, para no
desviarse de su “ek–sistencia”, es decir, de su esencia–en–
devenir, y mantener así la tensión existencial por excelencia.
Dicho proceso de la deconstrucción tendrá consecuencias inmediatas para el sujeto posmoderno, para su objeto
de conocimiento y acción, y también para la relación que
los une. Después de tal vuelco, la fides, transmitida por el
cristianismo, saldrá depurada de sus pretensiones abstractas
de objetivación y podrá así dar mejor cuenta del umbral de
comprensión de lo real que ella lleva en su seno, como testimonio profundo, a saber: el anuncio de lo divino como rebasamiento perpetuo de sí, vivencia del creyente como siendo
aquél que imita el deseo de Cristo de vaciarse de sí mismo
para dar su vida por los otros y con los otros. Se trata de
302
El Dios escondido de la posmodernidad
una potencia del deseo propia del creyente —sobre todo del
místico— que anhela una relación nueva cumplida gracias
al primado de lo divino. En fin, se trata de una condición
identitaria propia de la Ecclesia como comunidad profética
y apocalíptica9 que anuncia este cumplimiento de la comunicación divina en la lógica del Reinado de Dios.
Recorramos ahora, paso a paso, las etapas de este
vuelco propio de la deconstrucción posmoderna.
El desmontaje del fundamento
Antes de proceder a la elaboración del discurso teológico,
es necesario iniciar la reflexión subrayando los excesos
de significación y de sentido que la religión, en su figura
mitológica, propone en el orden del fundamento y de la
finalidad de la historia y de la creación. Existe un exceso
de sentido que encuentra sus orígenes en la proyección del
deseo dentro de la esfera de lo divino, cuando la religión
9
René Girard y David Tracy, un antropólogo y un teólogo respectivamente,
que en cierto sentido podríamos llamar posmodernos, convergen en un
análisis análogo del carácter apocalíptico del cristianismo, casi olvidado por
la teología moderna. Tal acento es esencial para la adecuada comprensión
de la tensión de la historia y del fin del mundo, como parte constitutiva del
anuncio cristiano. Así, por ejemplo, el teólogo de Chicago escribe: “I cannot
share any fundamentalist readings of the book of Revelation. But I have now
come to see how foolish the rest of Christians have been to ignore that book
and to ignore the apocalyptic Second Coming. Why do we ignore it when our
name for the liturgical season of Advent is the only word left in English to my
knowledge that speaks of that another notion of the future, of God’s coming
from the future to the present? How can Advent become just a preparation for
the Incarnation and Christmas? What of all the readings of the Second Coming?
What does one do with them?”. Tracy, David. “The Christian option for the
poor”, en Groody, Daniel (ed.). The option for the poor in Christian theology
(Notre Dame: University of Notre Dame Press, 2007) pp. 129–130.
303
Carlos Mendoza–Álvarez
habla de cumplimiento de la creación en Dios. La significación metafísica y moral construye sobre estos cimientos
el edificio de la ritualidad y de las mediaciones necesarias
para lograr la salvación. Así, la experiencia de la redención
mediada por las religiones es transmitida por una serie de
significados que van a secar poco a poco —o al menos a
hacerlo inasequible— el manantial sin fundamento propio
del Misterio divino de lo real.
Deconstruir significa, en este contexto preciso, el
desbloqueo del manantial divino antes de que quede
cubierto por las mediaciones simbólicas. Esto implica ciertamente un retorno a las fuentes, pero no en el sentido del
reencuentro con el hecho histórico fundador en su objetividad empírica, ni aún menos con su enigma mitológico,
sino en el sentido de un retorno fenomenológico a la cosa
misma.
Tal proceso significa en concreto, para el cristianismo,
el retorno a la experiencia fundacional pascual de Cristo,
en el corazón del tejido relacional mimético e intersubjetivo donde aconteció su predicación, pero sin olvidar
su conflicto con el Templo, su condenación a muerte y su
resurrección. La cosa misma del acontecimiento pascual
indica así, desde un punto de vista antropológico, la superación del odio. Y desde un punto de vista fenomenológico,
significa el nacimiento de una identidad relacional ya no
más marcada por la reciprocidad violenta sino por la gratuidad venida del Padre de los cielos. Así, sobre la base de una
ontología relacional, la verdad teológica se presenta, de hecho,
como narración escatológica: “El Reinado de Dios está
cerca de ustedes” (Lc 10: 9) como el corazón de la predica-
304
El Dios escondido de la posmodernidad
ción del Jesús histórico.10 Se trata del futuro que viene hacia
el presente para revertir la historia de los poderosos.
En consecuencia, desmontar el fundamento quiere
decir para el cristianismo ir más acá de los significados
rituales y morales, para llegar al corazón de la cosa misma
de la Pascua de Jesús, en tanto que distancia entre el mundo
humano violento y el pacífico de Dios: cohabitación enigmática del sacrificio y la donación hasta el fin del mundo.
Se trata no tanto de afirmar, como lugar originario fenomenológico, un contenido preciso de la fe como formulación
lógica de verdades, sino de reencontrar su enraizamiento
fenomenológico en el devenir salvífico, para alcanzar a
describir la salvación en su fuente originaria: Dios se revela
como amor sin condición en el seno del proceso de aniquilación de las víctimas para anunciar justo ahí una creación
nueva.
La crisis del fundamento, característica de la posmodernidad, se centra entonces en las mediaciones culturales
con pretensión de absoluto que marcaron la historia de
Occidente. Y más específicamente aún, enfoca algunas
10
La búsqueda del núcleo de la predicación del Jesús histórico se ha convertido en el símbolo del desarrollo de la exégesis moderna, desde la Ilustración
hasta la Third quest posmoderna o, dicho de otro modo, de Hermann Samuel
Reimarus hasta John P. Meier. Habría dos corrientes que pareciesen oponerse
en torno al problema de la centralidad del Reinado de Dios en la predicación
del Jesús histórico: la del profeta escatológico, representada por Robert W.
Funk y “the Jesus Seminar”, quienes afirman esta centralidad; la que insiste en
el carácter más bien mesiánico de la predicación de Jesús dentro de la simbología del Segundo Templo, representada por E.P. Sanders. Cf. Morton, Russel.
“Quest of the historical Jesus”. Evans, Craig (ed.). Encyclopedia of the historical
Jesus (Nueva York / Londres: Routledge, 2008) pp. 472–479.
305
Carlos Mendoza–Álvarez
expresiones totalitarias del cristianismo grecorromano y de
la razón secularizada surgida de la Ilustración.
Este fundamento primero había tomado la forma
metafísica de la causalidad y de la finalidad objetiva como
verdad última, en la que se identificarían razón y fe. Ese
fondo fue en seguida reapropiado por las ideologías totalitarias del fideísmo o del racionalismo, lo que provocó el
colapso cultural que conocemos ahora. Si bien el paso de
cierta idea de metafísica del Ser al totalitarismo del Estado
tuvo muchas variantes a lo largo de la historia de Occidente,
es posible afirmar que su fuente común se encuentra en la
voluntad de omnipotencia.
El así llamado fundamento se convirtió entonces en
un proyecto colonizador,11 en el que la ontoteología y el
progreso fueron las dos caras de un único relato narcisista
occidental: sea como idolatría de la sustancia o del mercado,
a fin de cuentas se trató de una sustitución del Indecible por
un discurso y por una práctica que buscaban la uniformización doctrinal, moral, económica o política.
En este contexto, la deconstrucción del fundamento
implica la necesaria liberación del dominio de la omnipotencia infantil, mismo que ha marcado tanto a la razón
occidental como a la fe de cristiandad, en sus respectivas
versiones sacrificiales y violentas, como imposición de un
orden cultural o religioso, exportado a otras civilizaciones
11
El uso político de los metarrelatos es una de las críticas más polémicas
propias de la posmodernidad. No obstante, queda aún por evaluar el vínculo
existente entre la pretensión de verdad y el ejercicio del poder, en particular
en lo referente a la racionalidad occidental euro–céntrica que ha predominado
desde 1492. Cf. Dussel, Enrique Domingo. Política de la liberación. Historia
mundial y crisis (Madrid: Trotta, 2008) 592 p.
306
El Dios escondido de la posmodernidad
a partir de la primera globalización de la técnica en el
alba de los tiempos modernos.12 Ante la constatación del
fracaso terrible de este proyecto de civilización tal como
es posible vislumbrarlo en los impasses de la modernidad
tardía, nos encontramos ahora en el momento oportuno
que nos permitirá llegar al fondo místico de lo real, siempre
más exigente que nuestros propios relatos infantiles de
omnipotencia.
En efecto, “hablar de Dios”13 después del desmantelamiento del fundamento nos hará capaces al fin de evocar el
12
La modernidad como civilización surgida del rechazo del otro fue iniciada,
según Enrique Dussel, en 1492, como un año fatídico para la historia de
Occidente, cuando se pone en acción la dialéctica de lo Mismo (europeo,
cristiano, macho y blanco) y se instaura el rechazo del otro (judío, musulmán y cristiano). Cf. Dussel, Enrique. “De la invención al descubrimiento del
Nuevo Mundo”, en Freiburger Zeitschrift für Philosophie und Theologie, vol.39,
núm.3 (Friburgo, 1992) pp. 264–278. Su más reciente crítica a esta filosofía
euro–céntrica de la historia, la desarrolla en una de sus obras más recientes:
Política de la liberación. Historia mundial y crítica (Madrid: Trotta, 2008) 592
p. Se puede ver un acercamiento complementario a este rechazo de la racionalidad instrumental desde la perspectiva liberacionista en: Hinkelammert,
Franz. La crítica de la razón utópica (Bilbao: Desclée, 2002) 412 p.
13
Hablar de Dios es un acto de significación que implica una experiencia
de finitud donde acontece la gracia, asumiendo todas las dimensiones de la
existencia presente. Una obra que hizo época, justo en el postconcilio, por su
audacia para profundizar la dimensión psicoanalítica de la fe, es el libro del
padre Jacques Pohier. Incluso si 40 años después ha sido superado por ciertos
análisis psicológicos, esta obra sigue siendo un acercamiento válido para explorar los meandros de la subjetividad creyente inserta en la temporalidad: “Alors
que la création, c’est autant aujourd’hui et demain que hier ou au premier
jour. Quant aux derniers temps ils sont déjà commencés. C’est l’espace ouvert
entre les deux, l’espace ouvert par le mouvement dont l’un et l’autre sont le
principe (car il ne s’agit pas de passer de l’un à l’autre puisque tous deux ont
lieu aujourd’hui), qui est l’espace de la présence de Dieu. Notre Dieu est un
Dieu qui vient, et sa gloire ne sera pas consommée du fait qu’un jour enfin il
n’aurait plus besoin de venir; sa gloire consiste à être reconnu quand il vient
comme venant. En chosifiant la présence de Dieu comme si elle était plus
307
Carlos Mendoza–Álvarez
misterio trascendente como horizonte último de realización
del cosmos y de la humanidad, evitando, sin embargo,
las trampas del deseo de apropiación del fuego divino.
Fracaso que parece extenderse de manera inexorable sobre
la humanidad, según lo que ya ha sido contado por los
antiguos: por el mito griego del insensato semidiós Ícaro,
que pretendió robar el fuego a los dioses volando hacia el
cielo con sus alas de cera, o por el mito mesoamericano del
arrogante dios Tecuiciztécatl, quien no se atrevió a lanzarse
a la hoguera para dar paso al nacimiento del Quinto Sol en
Teotihuacán, que alumbraría al cosmos.
Ante tal naufragio del sujeto atrapado en su propio
deseo temerario, Cristo simboliza la alternativa para decir
lo real humano–divino según una lógica diferente: aquélla
de la donación. Y, por este medio, mostró la apertura constitutiva del sujeto a su propia finitud y vulnerabilidad, al
mismo tiempo que inauguró la posibilidad de la creación
nueva por medio del perdón.
El derrumbamiento del sujeto omnipotente
Sin embargo, la deconstrucción no sólo afecta al fundamento: ni a aquél que fue identificado por la metafísica con
la sustancia divina, ni tampoco el proyectado por la antropología nietzscheana como imagen del maestro guerrero
réelle dès lors qu’elle serait fixée, on méconnaît que Dieu–avec–nous est un
Dieu vivant et qu’il est le Dieu des vivant, et que par conséquent l’espace
privilégié de sa présence est la vie en tant que processus et non pas l’en deçà
de la vie, même s’il s’agit de son origine, ou l’au–delà de la vie, même s’il s’agit
de sa consommation et de sa fin”. Pohier, Jacques. Quand je dis Dieu (París:
Cerf, 1968) pp. 35–36.
308
El Dios escondido de la posmodernidad
y vencedor. La deconstrucción se aboca al sujeto mismo
en sus pretensiones totalitarias, de suerte que le posibilita
descubrir sus potencias de experiencia susceptibles de ser
vivenciadas luego del colapso, y de conducirle de manera
progresiva hacia su reconstitución fenomenológica, una
vez que logró superar el estadio narcisista de omnipotencia
sacrificial.
Ya antes evocamos este proceso de la subjetividad para
hablar de esta manera sobre la crisis del sujeto moderno. Es
importante ahora acercarnos de nueva cuenta a este fenómeno, pero ahora desde la perspectiva teológica, propia de
la cuestión de la esperanza. ¿Será posible a este sujeto esperar un porvenir de manera razonable y sostenible? Y aún
más, ¿qué figura de salvación metahistórica puede surgir de
esta experiencia de vulnerabilidad? ¿Existen significaciones
antropológicas y teológicas pertinentes para comunicar tal
vivencia, de modo que sea posible decir lo humano y lo
divino según una nueva gramática surgida del logos escatológico?14 La esperanza mesiánica anunciada por el judaísmo
y asumida por el cristianismo, ¿será acaso una solución a los
enigmas del fin del mundo?
Con la finalidad de sugerir una hipótesis para responder a tales interrogantes, es necesario partir primero de la
constatación de las consecuencias sociopolíticas del colapso
del sujeto moderno hasta aquí descrito. En efecto, la obje14
El tono específico de este lenguaje escatológico es descrito por James
Alison como una “presencia agónica” que no es del orden de la omnipotencia
sino de la superación del resentimiento y del odio. Cf. Alison, James. “Los
cambios de tono en la voz de Dios: entre el deseo divino y la marea humana”,
en Mendoza, Carlos (coord.). ¿Cristianismo posmoderno o postsecular? Dos
interpretaciones de la modernidad tardía (México: uia, 2008) pp. 39–53.
309
Carlos Mendoza–Álvarez
tivación del mundo operada por la razón instrumental
condujo a la reducción del campo de significación de lo
real a su dimensión mensurable. El dominio del mundo
se convirtió así en el metarrelato por excelencia del poderío tecnológico moderno. Ahora bien, la sustitución de la
dimensión interior del conocimiento por su pura exterioridad objetivante provocó el disfuncionamiento de las potencias de experiencia nacidas de la subjetividad, tales como el
arte, la ética y la religión. A partir de ahí, es posible trazar
de nuevo la historia de la instrumentalización del mundo,
misma que condujo a la humanidad al saqueo del planeta
(en sus recursos naturales, fuerza de trabajo humano y
gestión de la energía) en provecho de una minoría de la
población mundial.
Desde el punto de vista antropológico, por lo tanto, el
colapso del sujeto moderno pasa por la creciente obsesión de
apropiación: la codicia del mercado siendo el nuevo ídolo
de la religión sacrificial. El deseo mimético encontró así en
las relaciones económicas una expresión altamente eficaz
e inmediata de la complacencia descrita ya por el análisis
fenomenológico al hablar de la subjetividad. La violencia se
transfiere entonces del dominio militar y político al campo
económico mundial. Esto es lo que Franz Hinkelammert
llamó “la religión del mercado”, contexto en que llevó
a cabo su crítica de la razón utópica.15 Es lo que, por su
parte, Enrique Dussel criticó como “la moral dominante
del capital”, desde donde pudo develar la urgencia de una
ética y de una política de la liberación, basadas en la defensa
15
Cf. Hinkelammert, Franz. Crítica de la razón utópica (Barcelona: Desclée de
Brouwer, 2002) 412 p.
310
El Dios escondido de la posmodernidad
de las condiciones materiales de supervivencia para todos,
como condición de posibilidad de una ética del discurso en
las sociedades democráticas en tiempos de la globalización
y la exclusión.
Articulemos otro elemento más a este argumento. En
el registro propiamente fenomenológico, el colapso del
sujeto en sus sueños de omnipotencia infantil conlleva una
oportunidad para recuperar la subjetividad en su relación
constitutiva con el otro como única condición de existencia
auténtica, basada en la afirmación de una ontología relacional como interpretación pertinente del mundo vivido.
Según este acercamiento descriptivo, el acceso al estadio
originario de la subjetividad es posible en la medida en que
la labilidad del sujeto toma su lugar como verdadera potencia de experiencia, de memoria, de lenguaje y de práctica.16
Todo ello en tanto que el sujeto, por fin depurado de sus
fantasías infantiles, logra alcanzar al estadio adulto de la
relación asimétrica con el otro, tal como lo señaló fuertemente Emmanuel Levinas, según la lógica del don:
Reconocer al otro es entonces esperarlo a través del
mundo de las cosas poseídas, pero de manera simultánea, instaurar, por medio del don, la comunidad y
la universalidad […] Es la relación de lo Mismo con
lo Otro, es mi acogida del otro lo que será el hecho
16
Noción clave en la filosofía de la voluntad de Paul Ricœur, la labilidad
designa la afección de la subjetividad en la relación dialéctica con el otro, su
experiencia de finitud, su conciencia de culpabilidad y su deseo de reconocimiento cumplido. Cf. Ricœur, Paul. Finitude et culpabilité (París: Aubier,
1993) 492 p.
311
Carlos Mendoza–Álvarez
último y donde llegarán las cosas no como aquello
que se edifica, sino como aquello que se dona.17
En este marco de referencia propio de la inversión fenomenológica del sujeto posmoderno, la fe echa sus raíces, en un
doble aspecto según la gramática de de su único dinamismo
teologal:
i.
Primero, en tanto potencia de experiencia emancipadora del deseo de omnipotencia. La fides exime a la
subjetividad de su círculo perverso de manipulación
(del mundo–objeto, de los otros–enemigos, de dios–
juez–vengador) y la hace libre para pasar de la reciprocidad violenta hacia la relación.
ii. La fides es un conocimiento del otro a partir de Dios,
según aquello que Cristo hizo posible gracias a la
comprensión de la corrupción del mimetismo, a partir
del develamiento de la mentira del mundo violento
y de la revelación de la verdad del perdón. Es lo que
James Alison denomina, siguiendo a Girard, “the intelligence of the victim”.18
Por todo lo anterior, en lugar de hablar de afirmación
narcisista de sí, la fides anuncia la realización plena de la
relación con el otro como fraternidad —yendo aun más
lejos de lo que el judaísmo había ya anunciado, a saber:
17
Levinas, Emmanuel. Totalité et Infini. Essai sur l’extériorité (París: lp, 1990)
pp. 74–75.
18
Alison, James. El retorno de Abel. Las huellas de la imaginación escatológica
(Barcelona: Herder, 1999) 264 p.
312
El Dios escondido de la posmodernidad
el reconocimiento del otro como prójimo— a través de la
donación de la propia vida en la lógica del “pan partido y
de la copa ofrecida”.19 Esta vertiente simbólica típica de
la subjetividad expuesta será la base fenomenológica para
llevar a cabo una lectura renovada de la sacramentalidad del
cuerpo de Cristo, en el corazón de la historia, como signo
de un mundo diferente nacido no de la rivalidad mimética
sino de la gratuidad de la víctima no resentida.
La verdad como acontecimiento discreto20
La fides se convierte así en una verdad que se devela en el
seno del deseo mimético y en el corazón del advenimiento
de la subjetividad expuesta. En tanto verdad, la fe denota el
orden del conocimiento de las cosas mundanas a la luz de
la vida de Cristo, de modo análogo a la esperanza, que se
enfoca en el cumplimiento final del mundo, según la Ruah
divina, y de la caridad, que instaura el reconocimiento como
koinonía de Dios en medio de la finitud de la creación.
19
Cf. Schillebeeckx, Edward. L’histoire des hommes, récit de Dieu (París: Cerf,
1990) 381 p.; Tillard, Jean–Marie–Roger. Chair de l’Église, chair du Christ:
aux sources de l’ecclésiologie de communion (París: Cerf, 1992) 168 p.; Chauvet,
Louis–Marie. “Le pain rompu comme figure théologique de la présence
eucharistique”, en Questions liturgiques, vol.82 (Louvain, 2001) pp. 9–33.
20
Retomamos aquí el término discreción en el sentido teológico propuesto por
Christian Duquoc a fin de hablar de la presencia del Dios revelado en Cristo a
partir de su kénosis, su praxis y palabra de compasión cerca de los pobres y, en
fin, en el silencio de la cruz: “Le Nouveau Testament introduit une dimension
différente et originale: le Père se retire devant le Fils. Cette lecture implique
que le silence du Père soit la conséquence du mode de manifestation du Fils.
En effet, si l’on confesse la foi de Nicée, comme interprétation authentique
de l’apport néotestamentaire sur l’identité de Jésus: il est le Fils éternel.
On doit admettre que cette identité filiale, désignant sa divinité, se traduit
humainement, dans le parcours choisi, sous la forme d’un déni de puissance.
313
Carlos Mendoza–Álvarez
Según este orden propiamente epistemológico, nos
es preciso distinguir los elementos constitutivos de tal
aproximación de la verdad: el carácter de develamiento
de la mentira; la revelación propiamente dicha de la verdad de
la víctima no–resentida, y finalmente la discreción propia
a este anuncio profético y mesiánico. Veamos cada uno de
estos tres elementos.
i.
El primer elemento de la verdad de la fides, según una
aproximación fenomenológico–antropológica que aquí
proponemos, es un desvelamiento de la codicia que
imprime su sello al deseo mimético. No se trata de otra
cosa sino de una nueva expresión, ya no mitológica
como aquélla de la caída, del relato de la narrativa del
pecado original. De hecho, gracias a la antropología
moderna es posible llegar a la misma constatación a
la que llegaron las sabidurías antiguas en torno a la
condición asesina de la humanidad, aunque agregando
un plus: el valor crítico de la modernidad tardía que
explica esta condición como deseo mimético. Por
tanto, el develamiento de la mentira no es, en primer
La doctrine paulinienne de la kénose en Philippiens 2 forme la synthèse du
parcours christique: Jésus se révèle divin par rupture avec ce que le désir
souhaite du divin. Le silence du Père, lors du parcours de Jésus par lequel il
est reconnu et invoqué sans préciser en rien son mode d’intervention en ce
monde, est un corrélat du choix du Fils de ne pas entrer dans les attentes du
peuple auquel il annonce le Règne de Dieu”. Duquoc, Christian. “Discrétion
trinitaire et mission chrétienne”, en Mission, vol.1, núm.1 (1999) [de disponible en: http://www.sedos.org/french/Duquoc.html]. El desarrollo cristológico de esta idea de la discreción divina fue propuesto por el autor desde hace
ya tres décadas, véase: Messianisme de Jésus et discrétion de Dieu (Ginebra:
Labor et Fides, 1984) 256 p.
314
El Dios escondido de la posmodernidad
lugar, de orden moral sino antropológico. Y podría
decirse más aún, ontológico, en tanto verdad constitutiva de toda subjetividad en relación con el curso de su
existencia histórica.
ii. Luego aparece el segundo estadio de la verdad de la
fides, que consiste en el momento revelador por excelencia, es decir, la afirmación del poder–del–no–poder.
El boquete abierto por la exposición al otro de la subjetividad señala el camino de una presencia diferente,
sólo posible porque viene de la víctima, del excluido,
y ya no más del poderoso ni del verdugo triunfador. Y
esto porque, de hecho, éstos ya no tienen el poder de
perdonar. Sólo la víctima tiene la capacidad de desatar
lo que fue atado y revuelto por la voluntad de omnipotencia convertida en fratricidio.21 El perdón se
21
El poder del no–poder aparece como el corazón de la no–violencia, una
sabiduría compartida por muchas tradiciones religiosas, desde el budismo
hasta el cristianismo, inspiración que se ha convertido en fuerza histórica de
los creyentes y de los pobres. Como ejemplo de la vasta literatura teológica
sobre el tema, se pueden ver las obras clásicas de los tiempos modernos. Una
visión hindú también fue propuesta por Mahatma Gandhi en los siguientes
términos: “A variety of incidents in my life have conspired to bring me in
close contact with people of many creeds and many communities, and my
experience with all of them warrants the statement that I have known no
distinction between relatives and strangers, countrymen and foreigners, white
and colored, Hindus and Indians of other faiths, whether Musulmans, Parsis,
Christians or Jews. I may say that my heart has been incapable of making any
such distinctions. I cannot claim this as a special virtue, as it is in my very
nature. Rather than a result of any effort on my part, whereas in the case of
ahimsa (non–violence), brahmacharya (celibacy), aparigraha (non–possession)
and other cardinal virtues, I am fully conscious of a continuous striving for
their cultivation”. Gandhi, Mahatma. An autobiography or the story of my experiments with the truth (Bombay: Navajivan Publishing House, 1980) p.145.
En un contexto de cristianismo social, el famoso discurso de Martin Luther
King Jr. subraya, por su parte, la necesaria superación del odio: “Ne cherchons
315
Carlos Mendoza–Álvarez
manifiesta así no como debilidad sino como potencia
discreta, pero eficaz, que rompe el círculo mimético del
resentimiento para inaugurar así un estadio de relación
del todo inaudito.
iii. En el corazón de este impulso intersubjetivo propio
a la potencia del perdón, no se trata ya de situar
un nuevo metarrelato narcisista, venido ahora de la
víctima erigida contra su verdugo. Por el contrario,
la exposición de sí, concomitante al ofrecimiento del
perdón, muestra de manera adecuada la permanente
vigilancia crítica exigida a la víctima, para hacer surgir
una correlación al otro completamente nueva: una relación nacida de otro tipo de deseo mimético, distinto
de aquél de la rivalidad, un deseo instaurado en la
relación–en–la–diferencia, como nueva expresión de
la antigua Imitatio Christi.
La discreción propia de la verdad de la víctima no resentida
denota de este modo un estadio no totalitario de la subjetividad. Aquélla que logró por fin derribar “en su propio
cuerpo” el muro del odio, como dice San Pablo en su carta
a los Efesios:
pas à étancher notre soif de liberté en buvant à la coupe de l’amertume et de
la haine. Livrons toujours notre bataille sur les hauts plateaux de la dignité
et de la discipline. Il ne faut pas que notre revendication créatrice dégénère
en violence physique. Encore et encore, il faut nous dresser sur les hauteurs
majestueuses où nous opposerons les forces de l’âme à la force matérielle”.
Luther King Jr., Martin. I have a dream (discurso en Washington, 28 de agosto
de 1963). La no–violencia forma parte también de la sabiduría budista, cf.
Thich Nhat Hanh. Bouddha vivant, Christ vivant Les enseignements pratique
spirituels et les correspondances entre les deux traditions. (París: J.C. Latès, 1996)
189 p.
316
El Dios escondido de la posmodernidad
Pero ahora, en Cristo Jesús, ustedes que antes estaban lejos, han sido hechos cercanos por la sangre
de Cristo. Es él, en efecto, quien es nuestra paz: de
lo que estaba dividido él ha hecho la unidad. En
su propia carne destruyó el muro de separación:
el odio. Abolió la ley y sus observancias. Así lo ha
querido, a partir del judío y del pagano, crear un
solo hombre nuevo estableciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio
de la cruz: ahí él dio muerte al odio.22
A partir de esta revelación de la potencia de Cristo, el ser
humano es inspirado por una comprensión diferente del
proceso victimario, posibilitada por la travesía por la tierra
del no–resentimiento. De este modo, la fides puede dar
testimonio de la verdad en tanto relación cumplida no
según el lenguaje triunfalista de los relatos totalitarios sino
enraizada en un anuncio discreto del fin del mundo y de
la instauración de los tiempos nuevos: kerigma que será
convocatoria dirigida a todos para alcanzar el rebasamiento
de la rivalidad narcisista.
Por último, gracias a que Cristo Jesús se ha revelado
como la víctima–no–resentida en los relatos de las apariciones posteriores a su muerte en la cruz, desde ahora es posible llamar verdad a dicho estadio de la subjetividad en su
significación mesiánica, la expresión más audaz y universal
de la verdad que sea posible imaginar: Dios–con–nosotros y
manifestación del Mesías de Dios.
22
Efesios 2: 13–14.
317
Carlos Mendoza–Álvarez
por una práctica graMatical de la diVersidad
La teología fundamental posmoderna aquí propuesta en sus
líneas generales hace posible un despliegue de la subjetividad
a partir de la imaginación escatológica23 de la experiencia
Cristo Jesús en su relación con el Padre, según la potencia
de la Ruah que lo vivifica. Este dinamismo escatológico es
pensado y comunicado por medio de la vida teologal en su
conjunto a la subjetividad deconstruida. Se convierte en una
práctica gramatical de la diversidad,24 en el sentido de que
desarrolla juegos de lenguaje, de significación y de praxis
histórica que comunican, en el corazón de la complejidad
humana y de la creación entera, la vida nueva del Mesías.
La gramática25 propia de la fides es, de hecho, escatológica porque es un lenguaje del fin de los tiempos, en el
23
El sentido teológico de la escatología está marcado por la experiencia del
kairós, el momento oportuno de gracia cuando Dios pasa: de este modo Dios
da cumplimiento a su Reino en lo profundo de la temporalidad, superando así
la simple idea de una plenitud cronológica para llegar al fin de los tiempos. Cf.
Brantschen, Johannes. Renouveler l’espérance chrétienne (París: Cerf, 1999) 160
p. En un sentido más marcadamente antropológico, según la teoría del deseo
mimético aplicado a la cristología, véase: Alison, James. El retorno de Abel. Las
huellas de la imaginación escatológica (Barcelona: Herder, 1999) 264 p.
24
Cf. Ferry, Jean–Marc. Habermas: l’éthique de la communication (París: puf,
1987) 587 p. Véase asimismo una perspectiva latinoamericana en: Dussel,
Enrique. Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión
(Madrid: Trotta, 1998) 661 p.
25
Se trata de una expresión teológica derivada de los análisis de Jean–Marc Ferry
sobre las potencias de la experiencia, misma que designa la existencia vivida en
la lógica de la donación extrema hecha posible por el testimonio de Cristo. Cf.
Ferry, Jean–Marc. Les puissances de l’expérience. Essai sur l’identité contemporaine,
t.II. Les ordres de la reconnaissance (París: Cerf, 1991) 254 p. Una aplicación
de sus análisis filosóficos al papel de las religiones en las sociedades democráticas
puede verse en su artículo: “Éthique et religion”, en Revue de théologie et de philosophie, vol.132, núm.iV (Ginebra / Lausanne / Neuchâtel, 2000).
318
El Dios escondido de la posmodernidad
sentido literal de acabamiento del mundo presente y en
el sentido metafórico de promesa de otro mundo posible venido de Dios. El fin de los tiempos no le quita su
dramatismo a la historia. Por el contrario, la conduce hasta
su límite en la conciencia de la nada, como ya lo había
pensado el nihilismo posmoderno de manera trágica. Pero
esta nueva gramática, ahí donde el nihilismo designa el fin,
ella pronuncia el cumplimiento de la promesa: cuando la
violencia es desmantelada por el justo al precio de su propia
vida.
Tal gramática escatológica emplea los mismos tiempos
verbales que la gramática de la inmanencia, pero según una
perspectiva nueva: el modo indicativo como designación
del Reinado de Dios escondido y, a la vez, activo en medio
de nosotros; el futuro imperfecto según la conciencia de
la ambigüedad del deseo conducido por la inteligencia
de la víctima a otro tipo de mimetismo; el subjuntivo
como anhelo del fin del mundo violento aquí y ahora
puesto en marcha en virtud del otro deseo mimético, en
el seguimiento de Cristo, característico de la llegada del
Reino; en fin, el imperativo como perdón ofrecido por la
víctima perdonadora,26 ya que ella ha logrado llegar al no–
resentimiento y ha aprendido a confiar en ese mundo otro
que vive gracias al Dios viviente.
Según esta gramática es entonces posible habitar este
mundo tal como es, marcado por el mimetismo de manera
inexorable, pero también fecundado por las semillas de
26
Expresión empleada por Alison para dar cuenta del carácter de superación
del resentimiento propio a la inteligencia de la víctima. Cf. Alison, James. Faith
beyond resentment. Fragments catholic and gay (Londres: dlt, 2001) 256 p.
319
Carlos Mendoza–Álvarez
gratuidad. Un mundo fratricida, pero también un terreno
de compasión donde la vida de los justos brilla como
vislumbre en medio de las tinieblas.
La construcción del espacio público —tan anhelada
por las sociedades y las disciplinas moderno–tardías que
ya hemos descrito— será por tanto la escena donde la
gramática escatológica jugará su papel propio. No hay que
olvidar que se trata de un espacio público conflictivo, lugar
de todos los clamores y reivindicaciones, pero también
casa principal de la donación y del diálogo entre iguales
asimétricos que reconocen cada vez más sus diferencias y
su común espera de los tiempos nuevos venidos de Dios.
En este espacio intersubjetivo podrá entrar en escena
la teología fundamental posmoderna, para aportar ahí su
testimonio como fides quaerens gratuitatem, es decir, la fe
que busca vivenciar la gratuidad en tanto modo de existencia. La fe que busca no sólo comprender sino amar aquello
que comprende y cree, como ya lo había descrito de manera
magistral san Anselmo en el siglo Xi, cuando habló de la
presencia divina en el corazón del creyente, donde la inteligencia juega un papel correlativo al de la fe:
Reconozco, Señor, y te doy gracias, que has creado
en mí esta imagen para que me acuerde de ti, para
que piense en ti, para que te ame. Pero esta imagen
se halla tan deteriorada por la acción de los vicios,
tan oscurecida por el vapor del pecado, que no
puede alcanzar el fin que se le había señalado desde
un principio si no te preocupas de renovarla y reformarla. No intento, Señor, penetrar tu profundidad,
porque de ninguna manera puedo comparar con ella
320
El Dios escondido de la posmodernidad
mi inteligencia; pero deseo comprender tu verdad,
aunque sea imperfectamente, esa verdad que mi
corazón cree y ama. Porque no busco comprender
para creer, sino que creo para llegar a comprender.
Creo, en efecto, porque, si no creyere, no llegaría a
comprender.27
No se trata entonces sólo de una fides quaerens amorem,
como lo sugirió Jon Sobrino28 hace unos años, según una
interpretación propia a su cristología de la liberación.
Ambas expresiones, la de san Anselmo y la de Sobrino, son
correctas en cuanto designan la formalidad y la inspiración
del acto de fe respectivamente, pero se quedan a medio
camino al intentar descifrar la subjetividad. Para salir de la
dialéctica irreductible entre comprensión y amor, nos parece
necesario volver a la cosa misma, es decir, a la experiencia
de la subjetividad expuesta. Entonces, la fe de la que habla
la teología fundamental posmoderna será aquella que busca
habitar la subjetividad según la potencia diferente propia de la
experiencia pascual del Crucificado viviente. Y eso incluyendo
todo el procedimiento fenomenológico que hemos evocado
más arriba.
27
“Fateor, Domine, et gratia ago, quia creasti in me hanc imaginem tuam,
ut tui memor cogitem, te amem. Sed sic est abolita attritione vitiorum, sic
est offuscata fumo peccatorum, ut non possit facere ad quod facta est, nisi tu
renoves et reformes eam. Non tento, Domine, penetrare altitudinem tuam,
quia nullatenus comparo illi intellectum meum; sed desidero aliquatenus
intelligere veritatem tuam, quam credit et arrat cor meum. Neque enim
quaero intellegere ut credam, sed credo ut intelligam. Nam et hoc credo; quia
nisi credidero, non intelligam”. S. Anselmi. “Proslogion” I, 12–18. En Opera
Omnia, vol.I (Edimburgo: Thomas Nelson & Sons, 1946) p.100.
28
Cf. Sobrino, Jon. La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas (Madrid:
Trotta, 2002) 512 p.
321
Carlos Mendoza–Álvarez
Ahora bien, esta aproximación se quedaría en un
argumento racionalista si no tuviese en cuenta un contenido antropológico. Es decir, si no considerara el carácter
conflictivo de la historia, marcada por el signo de Caín. Tal
realismo no puede faltar en el análisis de la fe, por el contrario, le otorga su agudeza propiamente teologal.
De esta manera, la práctica gramatical de la diversidad
en tanto discurso de la subjetividad expuesta, propia de la
fides, nos ubica del otro lado de la historia violenta, a partir
de la mirada de las víctimas de esa misma historia, mirada
que fue sometida primero a su propia deconstrucción de la
pulsión de omnipotencia. La diversidad propia de la fides
no es por sí misma un asunto ideológico de promoción
de la diversidad humana, ni sólo una práctica política de
promoción y defensa de los derechos de las minorías que
tienen su justo valor sino una diversidad trascendente en
cuanto se devela como rostro, clamor y llamado venido del
Otro como Infinito.
En efecto, en el seno de la subjetividad expuesta
adviene el Infinito como presencia de la diferencia que
ofrece la vida, y no como diferencia que se hunde en los
pantanos de la rivalidad. La profundidad teologal de la fides
aparece entonces como principio de praxis alternativa, en
el corazón de los metarrelatos totalitarios, incluidos el de la
religión sacrificial y del racionalismo económico y político,
para anunciar justo ahí el fin del mundo atrapado en su
propia vanidad y el advenimiento del Reinado de Dios.
322
El Dios escondido de la posmodernidad
El espacio público conflictivo
Si, gracias a la Escuela de Frankfort, fuimos conscientes
en el siglo XX de los problemas de una ética secularizada,
objeto del deseo de las sociedades occidentales liberales,
también nos encontramos de repente ante sus impasses
epistemológicos y antropológicos. El primer cuestionamiento se presenta en relación con el difícil problema del
fundamento ontológico y religioso del estado moderno
y de la ética mundial. El segundo pone sobre la mesa la
pregunta acerca del reverso de la moneda del progreso y de
los derechos individuales: la vida amenazada de las víctimas
que exigen una ética del discurso y de la praxis que tenga en
cuenta la exclusión, como ya lo señaló Dussel.
Ante tales problemáticas, propias del espacio público
mundializado, habría que preguntarse si la fe teologal
tendría algo que decir más que una simple apología de la
metafísica o de la institución eclesiástica como mediadora
de salvación. Es necesario postular una lectura teológica
pertinente para la construcción del espacio público en
tiempos de la razón posmoderna, vinculada a los análisis antropológico y fenomenológico para volver a la cosa
misma.
Para responder a esta pregunta, primero veamos de
cerca la propuesta pragmática referente al espacio público
y a la cuestión de la utopía. Desde los trabajos de Theodor
Adorno y Max Horkheimer, la razón occidental se enfocó
en las condiciones de posibilidad para dar cuerpo histórico
y social a una ética común que fuese aceptada por todos los
miembros de la sociedad de naciones.
323
Carlos Mendoza–Álvarez
Cierta corriente jurídica clásica había insistido previamente sobre la necesidad de reconocer un código de derecho internacional para garantizar la paz entre las naciones.
Pero todos conocemos los continuos tropiezos que conlleva
este sistema jurídico desde la creación de las Naciones
Unidas, en concreto en los momentos de crisis internacionales en los que esta institución se ha revelado impotente
para señalar el colonialismo de las grandes potencias y de
los sistemas totalitarios.
Además, el debate propiamente ético se centró en la
cuestión del fundamento de tal ética mundial. Algunos
autores propusieron en aquellos momentos, como Jacques
Maritain, luego de la Segunda Guerra mundial, designar
a Dios como fundamento de los derechos humanos. Tal
proposición fue rechazada en 1948 por los estados miembros de la onu apenas fundada, en un clima de laicidad
radical.
La cuestión siguió evolucionando en un sentido cercano
a este clima de laicidad, a lo largo de las décadas siguientes, gracias a la creciente secularización de las sociedades
modernas. El proceso llegó a tal grado que hoy, algunos
como Jürgen Habermas,29 proponen una ética sin teología,
o bien un humanismo sin cristianismo como Umberto
Eco30 y Gianni Vattimo.31
El lugar de la revelación cristiana en este debate de la
ética moderna ha sido más bien rechazado por las socieda29
Cf. Habermas, Jürgen. L’éthique de la discussion et la question de la vérité
(París: Grasset, 2003) 80 p.
30
Eco, Umberto y Carlo–Maria Martini. Croire en quoi? (París: Payot &
Rivages, 1998) 128 p.
31
Cf. Vattimo, Gianni. Espérer croire (París: Seuil, 1998) 112 p.
324
El Dios escondido de la posmodernidad
des liberales fundadas en un prejuicio racionalista y ateo,
no sin la resistencia activa de las iglesias y de algunos pocos
intelectuales creyentes que percibieron con gran agudeza
en este rechazo racionalista el último de los síntomas del
fin de Occidente, que se resiste a despertar de su sueño de
omnipotencia.
Del murmullo débil al grito de la víctima
En este contexto liberal moderno de la ética del discurso,
queda por saberse si, antes del debate sobre el fundamento
religioso objetivo de los derechos humanos, no sería acaso
necesario proponer una lectura crítica —y con ello pretendemos decir racional, en el seno del ambiente contemporáneo marcado por el pensamiento débil— para mejor dar
cuenta de las implicaciones epistemológica y teológica de la
cuestión del espacio público.
Como ya lo señaló en su momento Dussel contra
Karl–Otto Apel,32 la búsqueda de la construcción de una
ética mundial, “en tiempos de la globalización y la exclusión”, debe partir de la cuestión prioritaria y preliminar por
la vida amenazada y, por tanto, del contenido material de la
ética, anterior a todo cuestionamiento sobre las condiciones
formales del debate público o sobre el código positivo por
consensar como norma reconocida por todos.
A partir de un acercamiento fenomenológico levinasiano, Dussel sugiere la idea de una ética que piense la
32
Cf. Dussel, Enrique Domingo. La ética de la liberación ante el desafío de
Apel, Taylor y Vattimo. Con respuesta inédita de Apel (Toluca: uaeM, 1988) [de
disponible en: http://www.misioncultura.gob.ve/descarga/01/desc11.pdf ].
325
Carlos Mendoza–Álvarez
acción responsable a partir del “ser que tiene hambre”. De
otro modo, cualquier discurso cae tarde o temprano en la
ideología tribal que busca garantizar el bienestar de algunos
grupos dominantes. La cuestión del espacio público debe
ser fundada en el reconocimiento de la exclusión provocada
por los sistemas de totalidad en la economía, la política y
la cultura, desde donde postula su propósito de articular
interpretaciones y dispositivos de reconocimiento mutuo
en el seno del espacio público mundializado.
En tanto filósofo e historiador de la Iglesia, Dussel
propone también una serie de reflexiones compartidas con
sus colegas latinoamericanos, surgida de la lectura liberadora de la kénosis del Verbo.33 En efecto, la praxis y la palabra de Jesús de Nazaret son la realización de la “inclusión
del otro excluido” en la comunidad querida por Dios. En
consecuencia, no se trata ya de la lógica de la acumulación
sino del compartir que prevalece en las relaciones sociales.
De esta manera, la economía divina aparece como fuente
de inspiración para una praxis y una ética de la liberación.
El sentido trascendente de esta afirmación ha escapado a
muchos de los teólogos de la liberación. Pero es tiempo de
actualizar esta intuición teológica fundacional del espacio
público en tiempos posmodernos.
33
Desde los primeros trabajos de Gustavo Gutiérrez y Rubem Alves, en los
medios católico y protestante latinoamericano respectivamente, la teología de
la liberación atravesó, al menos, tres etapas de evolución: el debate sobre el
método teológico que articula praxis–reflexión–praxis y, posteriormente, la
respuesta a las dos Instrucciones romanas de 1984 y 1986; la etapa del desarrollo de una teología sistemática y ética; la última década ha visto aparecer
nuevas problemáticas propias de la posmodernidad. Cf. Gibellini, Rosino.
Panorama de la théologie au XXe siècle (París: Cerf, 1994) 680 p. Groody Daniel
(ed.). The option for the poor in Christian theology (Notre Dame: Notre Dame
University Press, 2007) pp. 1–13.
326
El Dios escondido de la posmodernidad
En este sentido, la teología pragmática implica una
continuidad con la problemática indicada por la teología
de la liberación, aunque supone también cierta ruptura
por lo que concierne a los instrumentos de análisis de la
intersubjetividad y al sentido de la propuesta para salir de
sus impasses.
Del grito de la víctima al murmullo de Dios
El principio kenótico revela la potencia divina como fuente
de alteridad y de comunión en la diferencia. En efecto, el
Logos se ha hecho carne para que la carne se deifique según
aquella máxima de san Ireneo de Lyon34 que sintetiza el
movimiento salvífico: la kénosis se encuentra profundamente orientada a la theosis o deificación. Se trata de un
dinamismo de trascendencia que da su pleno sentido y su
fuerza final a la inmanencia. La encarnación hace actual
la deificación por la intermediación de la humanización
o, dicho de otro modo, el despojo de la condición divina
apunta a la inclusión de toda la creación por el acto de amor
que la conduce a la vida divina. He aquí un sentido a la vez
trascendente y fenomenológico de la polaridad creadora
kénosis–theosis que nos ubica en el corazón de la inteligencia
teológica de lo real.
Ahora bien, esta inteligencia teológica no puede ignorar el contenido conflictivo de lo real, descrito en su sentido
antropológico por la teoría del deseo mimético. En consecuencia, la inteligencia teológica deber estar profunda34
“Gloria Dei vivens homo et vita hominis visio Dei”. Irenée de Lyon. Contra
Haereses, iV, 20, 7.
327
Carlos Mendoza–Álvarez
mente inspirada por la mirada de la víctima perdonadora,35
como ya dijimos, la única capaz de absolver a su verdugo y,
por ello, la única susceptible de desencadenar por este acto
los tiempos mesiánicos.
El espacio público conflictivo, por su parte, permanece
anclado en la inmanencia con su carácter dramático. Pero el
relato del Crucificado viviente abre una nueva e inédita vía
de sentido, marcada por la posibilidad del reconocimiento
más allá de la rivalidad, en aquel espacio intersubjetivo
propio de la relación no recíproca, accesible en el orden de
la donación y la gratuidad.
Una lectura teológica posmoderna del espacio público
se concentrará, en consecuencia, al menos en dos vertientes
de lo real, para dar cuenta de la esperanza cristiana, a saber:
i.
35
La vertiente antropológica del realismo mimético, por
la cual es posible constatar la rivalidad narcisista que
preside toda relación intersubjetiva, sea entre los individuos o entre las colectividades.
Se trata otra vez de un neologismo que traduce la expresión “the forgiving
victim”, acuñada por Alison: “We might put this more simply by saying that
the presence of the crucified and risen Lord to the disciples revealed that
humans are wrong about God and about humanity. Not simply wrong as
mistaken, but wrong as actively involved in death. And that this being wrong
does not matter any longer, because we can now receive the truth, and thus
life, from the forgiving victim. This then might be said to be a first approximation to original sin: that the doctrine of original sin is the doctrine according
to which divine forgiveness makes known the accidental nature of human
mortality, thus permitting an entirely new anthropological understanding”.
Alison, James. The joy of being wrong. Original sin through eastern eyes (Nueva
York: Crossroad, 1998) p.119.
328
El Dios escondido de la posmodernidad
ii. La vertiente fenomenológica en la que se devela de manera
progresiva la aparición del estadio pronominal del nos–
otros, no como utopía inalcanzable sino como proyecto
ético del mutuo reconocimiento en la diferencia.
No obstante, las aporías de dicho espacio público no
encuentran solución en esta historia atrapada en su finitud.
Será así pertinente manifestar la importancia del llamado
teologal venido de Dios como otro murmullo, no aquél del
pensamiento débil que designa, sin esperanza, la nada, sino
el murmullo de aquel último aliento. Por la mediación de
esta existencia agónica vivida por las víctimas de la historia
—y en particular y de modo sumo por el Crucificado que
se entrega como ofrenda de la posibilidad de encontrarse
con el otro— es posible ir más allá de la historia violenta y
de su inevitable apocalipsis.
En síntesis, la teología fundamental posmoderna
se despliega en el horizonte de la fides que es negación
del mundo como último sentido de lo real y afirmación del
Reinado de Dios como promesa cumplida porque ha
sido realizada en Dios y no en la voluntad humana: para
reunir el clamor de los inocentes en un murmullo, más
allá del resentimiento, ganar tanto el corazón de los verdugos como el de las víctimas resentidas, e instaurar así la
Ciudad de Dios.
329
Carlos Mendoza–Álvarez
un discurso preliMinar de la trascendencia
apercibida coMo GRATUIDAD
La teología fundamental en el siglo XX se consolidó como
disciplina autónoma36 en el conjunto de la arquitectura del
pensamiento teológico.
36
De hecho, se denomina “teología fundamental” —ya no “apologética”—
hasta después del Concilio Vaticano I: “El nombre de Teología fundamental
fue insinuado por el Conc. Vaticano I cuando dijo: ‘la recta razón demuestra
los fundamentos de la fe’ (Denz. Sch. 3019). Acuñado inmediatamente
después, fue usado por destacados autores desde los comienzos de nuestro
siglo, tales como Ottiger (1897), A. Stummer (1907), P. Mannens (1910),
H. van Laak (1910), C. Carmigniani (1911), G. Reinhold (1915), A. Dorsch
(1916-28), J. Stadler (1917), H. Dieckmann (1925-30). Otros, en cambio,
acuden a otras denominaciones afines, como las de Propedéutica a la Teología
(P. Schaff, 1912, y C. Pesch, 1921), o la de Doctrina de los principios de
la Teología (A. Schill, 1923). A partir de la década de los años treinta
prevaleció definitivamente la expresión ‘teología fundamental’; y así la S.
Congregación de Estudios, en las Ordenaciones para ejecutar la Const.
«Deus scientiarum» de Pío Xi (1931), al enumerar, en su art. 27, las disciplinas que debe haber en las Facultades teológicas, incluye entre las disciplinas
principales, y en primer lugar, la Theologia Fundamentalis. No es, pues, de
extrañar que en adelante los autores siguiesen ese ejemplo en la denominación
de su disciplina. Así, H. Straubinger (1936), A. C. Cotter (1940), A. M.
Horváth (1947), F. X. Calcagno (1948), A. Tanquerey (1949), M. Nicolau y
J. Salaverri (1950-62), F. Vizmanos e I. Riudor (1953), G. Sóhngen (1960),
Iragui (1959), J. Hasenfuss (1963), A. Lang (1967), A. Darlap (1969)”.
Enciclopedia GER, voz: Teología fundamental (Madrid: Rialp, 1991). Para
conocer el desarrollo temático posterior de esta disciplina teológica se puede
consultar: Latourelle, René y Gerard O’Collins (eds.). Problèmes et perspectives
de théologie fondamentale (Montreal: Bellarmin, 1982) 482 p. Latourelle René
y Rino Fisichella (éds.). Dictionnaire de Théologie Fondamentale (París: Cerf,
1992) 1315 p. Para ponderar una perspectiva histórica y crítica de la evolución de esta disciplina en las dos décadas posteriores al Concilio Vaticano II,
según un riguroso análisis tomasiano, véase: Torrell, Jean–Pierre. “Chronique
de théologie fondamentale”, en Revue Thomiste, t.lXiV (París, 1964) pp.
91–127; t.lXVi (París, 1966) pp. 63–103; t.lXVii (París, 1967) pp. 439–465;
t.lXXi (París, 1971) pp. 61–98; t.lXXV (París, 1975) pp. 599–624; t.lXXVi
(París, 1976) pp. 97–127; t.lXXViii (París, 1978) “Révélation et expérience”,
330
El Dios escondido de la posmodernidad
En el contexto de la cristiandad, ahora colapsada, la
apologética como preámbulo de la dogmática y de la moral
tenía como tarea pensar la revelación de la Palabra de Dios
y la tradición viva de la fe para comunicarlas luego como
elementos fundamentales del desarrollo de la verdad católica. Los manuales de apologética del siglo XiX son testigos
de este acercamiento apologético de la fe que enfrentó,
entre otras, la crisis modernista de aquella época.
La obra del cardenal jesuita Johann–Baptist Franzelin37
o la del teólogo dominico Réginald Garrigou–Lagrange38
son ejemplos acabados de este moderno fundamental que
predominó en la teología y la enseñanza católica de aquella
época, donde revelación era sinónimo de conocimiento
objetivo de la verdad:
Porque como fue demostrado, el apostolado fue
instituido en la primera fundación de la Iglesia por
medio de la predicación de toda la verdad de la
pp. 430–463; t.lXXiX (París, 1979) “Questions de théologie fondamentale”,
pp. 273–314; t.lXXXi (París, 1981) “Méthode en théologie et en théologie
fondamentale”, pp. 447–476; y para cerrar este ciclo de veinte años, la última
“Chronique de théologie fondamentale”, t.lXXXiV (París, 1984) pp. 625–639.
Finalmente, desde una perspectiva pragmática, Helmut Peukert analiza los
cuatro modelos predominantes de teología fundamental en el siglo XX (trascendental, hermenéutico, político y pragmático) en: Peukert, Helmut. Teoría
de la ciencia y teología fundamental (Barcelona: Herder, 2000) 420 p.
37
Cf. Franzelin, Johann–Baptist. Tractatus de Divina Traditione et Scriptura,
thesis XXii: ‘Revelatio catholica per Iesum Christum et per Spiritum Sanctum
in Apostolis completa est’, n.Vi (Roma: sc De Propaganda Fidei, 1870) pp.
263–277.
38
Cf. Garrigou–Lagrange, Réginald. “La surnaturalité de la foi”, en Revue
Thomiste, vol.22 (Toulouse, 1914) pp. 17–38; Apologétique de la foi catholique
I (París: Beauchesne, 1924) pp. 189–225.
331
Carlos Mendoza–Álvarez
fe; por lo que el oficio de los sucesores no puede
ser otro sino la manifestación de esta verdad; esta
“verdad toda” fue aceptada por los Apóstoles en su
integridad y por ellos es conservada y predicada en
su genuino sentido.39
Los temas privilegiados eran aquéllos del conocimiento
objetivo de Dios, de la credibilidad de la revelación
comprobada por los milagros de Cristo y, en fin, de la mediación absoluta de la Iglesia como depositaria fiel de la herencia
íntegra del depósito de la fe.
La crisis modernista de fines del siglo XiX mostró el
agotamiento del modelo apologético, al mismo tiempo
que hizo más acuciantes ciertas cuestiones lanzadas por la
apologética católica, como ya lo mostramos en el segundo
capítulo, al hablar del tomismo crítico. En especial hay que
retener las problemáticas de la ontología de la persona y del
realismo epistemológico.
En el impulso de la modernidad posterior, la teología fundamental asumió el triple giro moderno, a saber,
fenomenológico, hermenéutico y pragmático, para hablar
de la esperanza cristiana en el corazón del metarrelato de
emancipación típico de la razón crítica. Esto trajo consigo
la realización de enormes esfuerzos de investigación para
encontrar las mediaciones teóricas aptas para la formulación del sentido de la salvación cristiana, sin menoscabo de
39
Franzelin, Johann–Baptist. Tractatus de Divina Traditione et Scriptura, thesis
xxii: ‘Revelatio catholica per Iesum Christum et per Spiritum Sanctum in
Apostolis completa est’, n.vi (Roma: sc De Propaganda Fidei, 1870) pp.270.
332
El Dios escondido de la posmodernidad
la autonomía de la razón y de la voluntad humanas, adquisiciones irrenunciables de la modernidad.
La teología fundamental moderna se caracterizó así,
a lo largo del siglo XX, por la voluntad de dar prioridad a
temáticas tales como la significación de la revelación, la
constitución de la subjetividad creyente, la comunicación
de la fe en cuanto acontecimiento de sentido, la posibilidad de la salvación en la historia, y el papel de la Iglesia
como testigo de la esperanza en el seno de los procesos de
liberación vividos por los seres humanos.
Sin embargo, el colapso de la modernidad puso en
evidencia las pretensiones prometeicas de la cristiandad,
así como las propias de la modernidad, y su respectivo
fracaso. La teología fundamental posmoderna nace en este
contexto: ella queda interpelada para hacer un balance
crítico de este doble derrumbamiento, para hacer surgir el
sentido de la salvación posible para la humanidad y, a partir
de ahí, comunicarlo al mundo por medio del testimonio de
los creyentes en el corazón de la historia fragmentada.
Nos es preciso ahora desarrollar los elementos mayores
de una nueva constitución de la teología fundamental como
disciplina posmoderna encargada de pensar el despertar de
la subjetividad extrema —según aquella gramática del
perdón ofrecido como principio de mutuo reconocimiento,
más acá de la reciprocidad fratricida— en tanto apercepción
de la trascendencia como gratuidad. Dicho despertar llega a
la historia de la humanidad como ofrecimiento gratuito de
parte de Dios por medio de la donación del último aliento
del Crucificado, con lo que se abre un ámbito de trascendencia en la intersubjetividad, ahí donde la comunión es
vivida en la diferencia. Esto es posible gracias a la fuerza
333
Carlos Mendoza–Álvarez
pneumatológica que la Iglesia recibe, celebra y atestigua en
comunión con las víctimas de todo sistema de totalidad, a
la espera de la Parusía, para convocar a todo mundo, tanto
a las víctimas como a los verdugos de diferente manera, a la
Mesa común del Banquete escatológico.
La credibilidad y la significación rebasadas
Pero no hay que olvidar que la teología fundamental es por
naturaleza un discurso preliminar, una palabra creyente
pronunciada en el umbral. Esto significa que ella permanece
siempre en el cuestionamiento de la fe, para identificar ahí las
huellas del Misterio último de lo real y apercibir la trascendencia que se devela en la inmanencia: en el rostro del otro,
en el clamor de los inocentes, en la inspiración del poeta, en
la honestidad del justo y en el arrepentimiento del pecador.
En lugar de centrar su atención en la objetividad de lo
real —con tanta frecuencia identificada con una máscara
que esconde el rostro en lugar de revelarlo— la teología
fundamental en la edad de la posmodernidad ya no lanza la
pregunta por la credibilidad como primera mediación del
sentido, ni tampoco aquella otra de la significación que se
sitúa en el orden de la representación formal. La teología
fundamental posmoderna se interroga sobre la apercepción de
la Gratuidad extrema y sin condición que es posible vivir por
el sujeto expuesto.
Ya asumió el cambio en el registro del pensamiento o,
aún mejor, en la gramática de la inteligencia, a fin de poder
dar mejor razón de la potencia del Crucificado viviente.
Este despliegue de la fuerza de Dios en la debilidad del
inocente es una verdadera buena noticia para todos, para
334
El Dios escondido de la posmodernidad
las víctimas y para los verdugos encarnizados: para los
débiles resentidos al convocarlos a la superación de la sed
de venganza sin renunciar a la justicia, pero también para
los guerreros vencedores que viven la ilusión narcisista que
tarde o temprano se evapora.
Incluso desde un punto de vista social, tanto la credibilidad de la fe como de la Iglesia han sido superadas como
principal clave de interpretación en estos tiempos de la
razón moderno–tardía, en particular en las sociedades
secularizadas. Ahora bien, a pesar del hecho que hoy constatamos el retorno de lo religioso con sus pretensiones de
inspirar de nuevo la política y la moral —como lo vimos en
el primer capítulo de esta obra—, la credibilidad juega un
papel más bien estratégico y no tanto fundamental para la
constitución del sentido de la salvación.
Tomando en cuenta esta situación, el kairós permite
plantear un intento de arquitectura del pensamiento
teológico fundamental centrado en la apercepción de la
trascendencia en la inmanencia, como primer momento
fenomenológico, para en seguida articularlo con la dimensión antropológica de la experiencia pascual fundacional.
Entonces es posible descubrir la experiencia de gratuidad
como el corazón y la luz del sentido último de lo real.
Ciertamente, se trata de una experiencia universal en tanto
que es una posibilidad ofrecida a todos, pero de manera
más específica a los inocentes y a las víctimas de la historia
que hicieron del perdón su morada.
El centro del acontecimiento pascual en la vida de
Cristo Jesús da testimonio de la fuerza de tal experiencia
que se despliega en su triple fuerza lingüística como fides:
en tanto fuerza locutoria del kerigma; fuerza ilocutoria
335
Carlos Mendoza–Álvarez
propia del perdón ofrecido y recibido; y, por último, fuerza
perlocutoria como reconocimiento realizado. Veamos
brevemente cada una de estos elementos teológicos:
i.
La primera potencia gramatical propia de la fides es
del orden kerigmático, es decir, de la enunciación del
mundo nuevo en el seno de la devastación surgida por
el sacrificio vicario del inocente. No en cuanto evasión
del mundo sino, por el contrario, su consagración
como lugar y tiempo de la vida ofrecida hasta el límite
y, por esta donación, cumplimiento de la historia, al
mismo tiempo que su rebasamiento. Un anuncio de
orden profético y mesiánico que conlleva también, por
supuesto, la interpelación a los sistemas de totalidad
y a sus responsables. Denuncia que es desenmascaramiento de sus mentiras para mostrar que la verdad se
encuentra más lejos, en aquel terreno de la intersubjetividad que hay que recibir y construir de manera
siempre provisional a la espera de la Parusía.
ii. La fuerza ilocutoria de esta experiencia fundacional y
kerigmática de la fides consiste en el establecimiento
del perdón como principio de relación, en tanto superación de reciprocidad violenta. Intercambio doloroso
y progresivo del resentimiento al perdón gracias al
procedimiento de la memoria, la narración y el olvido.
Se trata de una experiencia de despojo de sí que
concierne a todos los implicados, de manera que el
Sí–mismo ceda su lugar a Un–otro. Instauración de la
intersubjetividad en la relación con los otros e indica-
336
El Dios escondido de la posmodernidad
ción del “Infinito que viene a la idea” (Levinas) y de la
experiencia de vida nueva como víctima perdonadora.
iii. Por último, la fuerza perlocutoria de la fides consiste en
la experiencia pascual que cumple de manera plena el
reconocimiento del otro en el porvenir del Reinado de
Dios. Se trata de una fuerza escatológica y no histórica,
porque la historia está a punto de acabarse. En este
sentido, la experiencia cristiana es apocalíptica, dado
que anuncia el fin del mundo y el advenimiento del
Reino, sin por ello quitarle el más mínimo ápice al
compromiso para mejorar las estructuras sociales, políticas y religiosas, ni a la defensa de la vida amenazada,
en particular, la vida de los pobres. Por el contrario,
esta mirada escatológica es una fuente de inspiración
aún más profunda y radical en los momentos de crisis,
de colapso y de derrumbamiento. Y esto porque ella
abre una perspectiva al momento presente: en el corazón del desamparo brota la aparición de un porvenir
venido de Dios y no de los hombres.
Cabe aclarar que afirmar que la credibilidad y la significación han sido superadas, no significa negar la cuestión de
la autoridad ni del significado para pensar la fe. Ambas son
restituidas en un dinamismo anterior aún más vasto: el de
la posibilidad de la experiencia de la gratuidad como horizonte de vida y de comprensión ciertamente, pero sobre
todo como verdadera gramática apta para conjugar el Verbo
encarnado en el seno de nuestros límites subjetivos e intersubjetivos y ahí encontrar una fuerza de esperanza posible
en tiempos del fragmento.
337
Carlos Mendoza–Álvarez
La significación asumida
Contrariamente a lo que podría proponer el pensamiento
débil con respecto a las dos vertientes hasta aquí analizadas —el nihilismo extremo de Vattimo y el nihilismo de la
apertura de Nancy— la teología fundamental posmoderna
asume la significación desde su misma fuente fenomenológica. Esto quiere decir que, en cierto modo, reconocemos
la pertinencia del nihilismo en su rechazo de la objetivación y la manipulación que conlleva, de lo real. El nihilismo
tiene la virtud de llevar al extremo la lógica iconoclasta: sea
para desenmascarar la idolatría del concepto en el ámbito de
la inteligencia, o de la moral y la religión en el orden de la
voluntad.
Ahora bien, el problema del nihilismo radica justo en
su esterilidad. Deja desprovisto al sujeto débil a tal punto
que ya no se alcanza a pensar siquiera una posible comprensión de lo real, y aún menos se postula una acción afirmativa de sí, del mundo y de la trascendencia. Su apofatismo
se detiene a medio camino entre el derrumbe de la sustancia
y la nada del Dasein.
En esta perspectiva, sería necesario asumir este horizonte, ya que nos coloca de manera diferente ante lo real,
más acá de lo Mismo–idéntico, pero también será preciso
leerlo con las herramientas fenomenológica y antropológica, ya que nos permitirán postular una heurística de
la esperanza. Por eso, más que quedar paralizados con la
mirada frente al abismo, necesitamos descubrir la potencia
de esa experiencia diferente que hace posible el cristianismo
338
El Dios escondido de la posmodernidad
como rebasamiento perpetuo de sí como donación y gratuidad y, en último término, afirmación de la vida.
En este sentido, será importante subrayar la significación asumida en el orden del reconocimiento, no aquél
que viene de la afirmación de Sí–mismo, como fue el caso
del racionalismo moderno y de su antecesora la apologética
escolástica, sino un reconocimiento proveniente de la inteligencia de la víctima. Ésta nos permite mirar al “Sí–mismo
como Otro”, según la feliz expresión de Paul Ricœur,40 para
comprender el mundo como creación no susceptible de ser
dominada, y poder así contemplar a Dios más acá de la
objetivación del sueño de omnipotencia.
Acercarse a lo real conlleva entonces un llamado de
orden ético fundacional, como ya lo mostró Levinas. Pero
se trata de un llamado de correlación marcado, desde el
punto de vista cristiano, por la donación, la vida ofrecida,
la reconciliación no recíproca, en suma, por el amor al
enemigo. La significación teológica de lo real es así referida
a su fuente fenomenológica, de suerte que es posible afirmar sin equívoco alguno que lo real es teologal, en cuanto
se refiere a la relación originaria de donación divina que
preside el acto de creación–revelación–redención que nos
fue revelado en Cristo como Logos hecho carne: un único
dinamismo de correlación divino–creatural que nos hace
capaces de contemplar el mundo de manera por completo
nueva y diferente, que si sólo lo miráramos en su finitud y
su carácter sacrificial.
40
Cf. Ricœur, Paul. Soi–même comme un autre (París: Seuil, 1996) 424 p.
339
Carlos Mendoza–Álvarez
La gramática de la gratuidad
Una vez designado por la fides / pistis, ese fondo sin fondo
que es propio de lo divino —en tanto que fuente inextinguible de gratuidad— aparece entonces la subjetividad
expuesta que es capaz de hablar un lenguaje nuevo. Ella
buscará entablar una comunidad siempre en acto en las relaciones intersubjetivas, en la reverencia a la creación como
alteridad no manipulada y en la comunión trinitaria que es
la fuente de dicha koinonía.
La gratuidad evocada por la fides como fuente es
asimismo horizonte en la historia, al recordarle siempre su
fin inminente, en el sentido doble de acabamiento temporal y de superación en el Reinado metahistórico.
En relación con el sujeto, la gratuidad desarrolla en él
tres potencias de experiencia: en relación consigo mismo,
al percibirlo como vulnerabilidad; en relación con los otros
enemigos al convertirlos en hermanos, y en relación con
Dios, que se revela como misterio de donación extrema.
i.
340
Un verdadero poder–del–no–poder queda manifiesto
de manera siempre más paradójica gracias a aquéllos que viven el principio de la no–violencia activa
en el corazón de los conflictos de este mundo. Ellos
nos muestran cómo el destronamiento del poder del
mundo no es posible sino cuando se le haya perdido
el miedo a la propia muerte primero, ya que éste es el
último refugio del amor de sí que preside los sueños
narcisistas de omnipotencia. La gratuidad recibida de
parte de estos testigos conlleva así la aceptación de la
El Dios escondido de la posmodernidad
propia muerte y, aún más, la necesidad de morir a sí
para nacer al Reino de Dios.
ii. Esta lógica subvierte por lo mismo la relación con el
otro, tarde o temprano percibido al interior del juego
del mimetismo como rival y enemigo a vencer para
obtener la posesión del bien deseado. Ya hemos visto de
cerca en los capítulos anteriores esta rivalidad, cuando
analizamos la lógica del deseo mimético. La renuncia a
sí implica la muerte a la relación con el otro como mi
rival y la posibilidad de una inteligencia nueva de la
relación con los demás. Tal es un segundo aspecto de
la gratuidad que surge en tanto convocatoria para pasar
del estadio de la reciprocidad al de la relación, imagen
de la vida intratrinitaria que los antiguos cristianos
llamaron perijóresis y que nosotros llamamos aquí
reconocimiento mutuo realizado, según el vocabulario
fenomenológico hasta aquí utilizado.
iii. Por último, la gratuidad es la fuente viva del acontecimiento originario mismo y le otorga su consistencia
ontológica y trascendente: el amor de las personas
divinas precede a la creación del mundo y le da un
horizonte de correlación para rebasar la finitud de lo
creado. Ya no se trata, en principio, de un más allá sino
de un más acá de la historia que indica, a la vez, su fin
y su cumplimiento metahistórico. La gratuidad divina
se muestra finalmente como cumplimiento de toda
relación. Las imágenes apocalípticas y escatológicas
del Reinado de Dios por llegar —predicado por Jesús
en Galilea según su poética única y magistral— nos
hablan con elocuencia y en verdad de esos tiempos
341
Carlos Mendoza–Álvarez
nuevos, diferidos en nuestra historia, pero activos de
manera discreta en la profundidad de la trama espacio–
temporal para instaurar los tiempos mesiánicos.
la disciplina del despertar de la subjetiVidad
eXtreMa
La teología fundamental posmoderna tiene por objetivo
establecer un trabajo de análisis en medio de los escombros
de la cristiandad y la modernidad, a fin de aprender a tocar
la orla del manto del Misterio divino.
Algunos autores, como Michel de Certeau41 y Mariano
Corbí,42 ya vieron desde hace al menos tres décadas la relación existente entre el fracaso sociológico del cristianismo
y el fin del modelo grecorromano, y ahí interpretaron la
posibilidad de una nueva expresión del cristianismo. Otros,
como Claude Geffré43 o Jacques Dupuis,44 más interesados
41
Cf. Certeau, Michel de y Jean–Marie Domenach. Le christianisme éclaté
(París: Seuil 1974) 118 p.; La faiblesse de croire. Editado por Luce Giard (París:
Seuil, 1987) 322 p. Véase también: Geffré, Claude (ed.). Michel de Certeau ou
la différence chrétienne (París: Cerf, 1991) 182 p.
42
Cf. Corbí, Mariano. Hacia una espiritualidad laica. Sin creencias, sin religiones, sin dioses (Barcelona: Herder, 2007) 350 p.
43
Cf. Geffré, Claude. “Le non–lieu de la théologie”, en Michel de Certeau ou
la différence chrétienne (París: Cerf, 1991).
44
Luego de la publicación de la obra de Jacques Dupuis, la Congregación
para la Doctrina de la Fe publicó una nota doctrinal para esclarecer algunos
puntos esenciales de la teología de la única economía salvífica (de la salvación, de Cristo y de su Iglesia) en los siguientes términos: “La foi de l’Eglise
enseigne que l’Esprit Saint, à l’œuvre après la résurrection de Jésus–Christ,
est encore l’Esprit du Christ envoyé par le Père qui opère de manière salvifique aussi bien dans les chrétiens que dans les non–chrétiens. Il est donc
contraire à la foi catholique de considérer que l’action salvifique de l’Esprit
Saint puisse s’étendre au–delà de l’unique économie salvifique universelle du
342
El Dios escondido de la posmodernidad
en el diálogo interreligioso en el orden de las ideas teológicas, sugieren un camino de apertura epistemológica y
hermenéutica que nos haga capaces de captar la intencionalidad teológica de las religiones asiáticas en particular.
Además, en una línea más cercana a la interculturalidad,
Raimon Panikkar45 ha recorrido, desde hace más de medio
siglo, el camino del diálogo entre Jerusalén, Atenas y
Benarés, es decir, ha proseguido la búsqueda de una nueva
síntesis del cristianismo grecorromano con una racionalidad asiática precisa, aquélla surgida del hinduísmo, para
articular una propuesta de racionalidad “cosmo–teándrica”,
tal como él la denomina, centrada en especial en la potencia
de la divinización del cosmos entero operada por la encarnación del Logos divino, con sus efecto concomitantes en
las culturas y religiones del mundo.
Es cierto que nos encontramos ahora delante de tierra
incógnita, a veces espacio arriesgado y desconcertante. Un
horizonte donde la cultura moderno–tardía se mezcla con
el retorno de lo religioso, con un marcado acento apocalíptico sobre todo acentuado por los movimientos religiosos
fundamentalistas. Sin embargo, en el orden de la discusión
teórica se intenta identificar problemáticas fundamentales a
Verbe incarné”. Congrégation pour la Doctrine de la Foi. Notification sur le
livre du P. Jacques Dupuis, SJ, Vers une théologie chrétienne du pluralisme religieux, Paris, Cerf 1997 (Rome, 24 de enero de 2001) núm.5 [de disponible
en: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_
con_cfaith_doc_20010124_dupuis_fr.html]. La respuesta de Dupuis subraya
esta unicidad de la economía salvífica. Fue integrada en la segunda edición de
su obra principal, justo antes de su muerte: La rencontre du Christianisme et des
religions. De l’affrontement au dialogue (París: Cerf, 2002) 410 p.
45
Cf. Pannikar, Raimon. The Cosmotheandric Experience. Emerging Religious
Consciousness (Nueva York: Orbis Books, 1993) 160 p.
343
Carlos Mendoza–Álvarez
partir de la indagación sobre la subjetividad, la trascendencia, el sentido de la historia, la ética mundial, la comunicación en el espacio público y, en fin, la terrible cuestión de
la esperanza en un porvenir de la humanidad.
En este contexto incierto de cuestionamientos diversos,
la teología fundamental posmoderna ha de poner de manifiesto su sentido heurístico para proponer interpretaciones
pertinentes para ese sujeto débil. No en tanto respuesta
pasajera a la cultura ambiente sino como comprensión de
los “signos de los tiempos” por los que el Espíritu continúa
inspirando a los justos de la historia viva de la humanidad,
según el seguimiento del Mesías Jesús.
Este último punto de nuestra investigación actual
está dedicado a una descripción sintética de la identidad,
la estructura y la función de la teología fundamental
en contexto de modernidad tardía. Hemos de tener en
cuenta, en efecto, las corrientes propuestas a lo largo del
siglo XX, en especial los modelos trascendental, fenomenológico, hermenéutico y pragmático. Pero insistiremos sobre
todo en el humus antropológico, porque nos permitirá no
perder de vista los indicadores del realismo crítico que
propusimos desde el principio como criterio epistemológico de referencia capital.
No hay que olvidar que el tiempo de los paganos nos
urge a dar razón de la esperanza mesiánica con mayor claridad, autenticidad y audacia.
344
El Dios escondido de la posmodernidad
La tradición como memoria dichosa
La identidad de la teología fundamental posmoderna es
aquélla de la memoria dichosa. Con esto queremos señalar
todo el procedimiento fenomenológico y hermenéutico de la
voluntad, confrontada a sus potencias de lenguaje y de acción,
marcadas ambas por el signo de la temporalidad y del deseo.
Ricœur, habiendo iniciado esta colosal tarea del pensamiento crítico, logró edificar una filosofía de la voluntad
apta para dar cuenta de la importancia capital del olvido
en la constitución de la subjetividad, de la sociedad y de la
historia. Desde sus primeras investigaciones sobre la voluntad hasta sus últimas obras sobre la memoria, la historia y
la política del reconocimiento, pasando por el debate del
dinamismo del lenguaje, un hilo conductor fue apareciendo
cada vez con mayor nitidez y carácter consistente en su
reflexión: la búsqueda de sí mismo en la relación con el
otro es el lugar principal en el que se puede manifestar la
trascendencia. La intuición fenomenológica del profesor de
Nanterre se mostró así siendo la capa más profunda de su
identidad como filósofo, creyente protestante y ser humano
lúcido.
Retomando la vertiente fenomenológica, hemos situado
a lo largo de esta obra la constitución de la subjetividad
como base de la identidad posmoderna. En su devenir
mostramos también cómo el sujeto moderno deviene cada
vez más consciente de sus potencias y de sus límites: los del
deseo mimético, de la finitud ontológica, de la culpabilidad
moral y de la religión sacrificial.
345
Carlos Mendoza–Álvarez
La identidad de la teología fundamental, al mantenerse
siempre en el umbral entre razón y fe, echa sus raíces justo
en la aparición de la subjetividad expuesta y capacitada
para lo divino (homo capax Dei) gracias a la presencia
perdonadora del otro, quien le permite vivir en la lógica
de la gratuidad. Pero para advenir a dicho estadio de la
subjetividad es preciso entretejer, paso a paso, el tejido del
mutuo reconocimiento por medio del olvido, es decir,
del perdón que desata los nudos del resentimiento, del
odio y de la rivalidad.
De esta manera, la teología fundamental en la hora
presente no se puede comprender sino como el análisis
crítico de la memoria dichosa en su cumplimiento teologal.
Esto significa entonces que la mirada teológica no consiste
sólo en la constatación del acontecer fenomenológico sino
más bien en la realización de su cumplimiento, en la imprecación apocalíptica contra la mentira del sueño prometeico
y en el pacífico anuncio mesiánico del advenimiento de
Dios como perdón.
Tal verdad liberadora instaura, de este modo, en el seno
de las sociedades violentas, una distancia profética frente
a la locura sacrificial y hace posible el reconocimiento de
aquella otra potencia activa pero escondida de la fuerza
de la reconciliación. Experiencia que en lenguaje hebreo
Cristo designa como advenimiento del Reino.
La dimensión espiritual del despertar
La estructura de la teología fundamental posmoderna se
constituye así, según la lógica del perdón recibido y ofrecido, en la dimensión espiritual de la subjetividad expuesta y
346
El Dios escondido de la posmodernidad
abierta a la irrupción del otro. Dicho estado de vigilancia, de
vigilia e inquietud que vive la subjetividad, fue ya descrito
en su sentido fenomenológico por Levinas. El autor lituano
subrayó entonces el sentido propiamente filosófico de
dicho estado de alteración nacido por la irrupción del otro
en la Ipseidad: irrupción que se convierte en mandato del
rostro, en idea de Dios y, al final, en llamado del Infinito.
La luz de la fides cristiana ilumina este humus de la
subjetividad expuesta y abierta al encuentro, pero para plantar en él, en el corazón de su inquietud, el llamado al reconocimiento: “Le dijo: ¡María!; ella respondió: ¡Maestro!”
(Jn 20; 16). Tal fue el diálogo admirable entre María
Magdalena y Cristo en la mañana del primer día de la
semana, delante de la tumba vacía. Ahí ya no se trata de
duelo sino de nupcias, ya no de historia sino de esjatón y
de día nuevo, pero siempre en una proximidad inabarcable.
En efecto, será a la luz del alba matinal de Pascua que será
posible decir ese estadio de la subjetividad: no en la claridad
del día sino en el amanecer; no en el encuentro de posesión
sino en la distancia de la diferencia: “Noli me tangere” le
dijo en seguida Cristo a María Magdalena, antes de anunciarle su retorno al Padre.
El despertar de la subjetividad se convierte así en verdadera potencia de experiencia, escudriñada por la teología
fundamental con el fin de experimentar, pensar y decir lo
real. Sin triunfalismo alguno, la fides es propuesta entonces
como verdad: en su triple vertiente de exposición, donación
y encuentro. Verdad siempre diferida del Mesías que llega.
“Tiempos nuevos” le llamaron los primeros cristianos, en
especial san Pablo, porque trataba de afirmar con esta
347
Carlos Mendoza–Álvarez
expresión una temporalidad inédita propia del ser divino y
no del devenir humano.
Es necesario precisar aún más: la subjetividad iluminada por el resplandor de Pascua no es sacada del mundo
sino hundida más en él. Simone Weil describió la fides de
manera magistral diciendo que “es la experiencia que vive
la inteligencia de ser iluminada por el amor”.46 En esta
perspectiva, la fides se instaura como la mirada creyente que
se posa sobre el deseo mimético para conducirlo más allá
del mero resentimiento. Una inteligencia del proceso victimario que le quita su poder. En fin, una contemplación in
speculum aeternitatis, según aquella expresión medieval que
comentaba a San Pablo, misma que salvaguarda siempre la
vigilancia contra los ídolos de la razón o de la emoción que
dominan sin referente crítico.
El despertar que brota de la fe es un estadio de la
subjetividad extrema en tanto apertura permanente al
otro, conciencia del nihilismo del mundo creado, vigilancia crítica que nos preserva del desesperar, inteligencia del
mundo a partir del deseo mimético de Dios. Y esto, según
lo que Cristo reveló: no un deseo de apropiación sino de
donación en vistas a establecer la koinonía. A la luz de tal
acontecimiento es posible habitar el mundo de otra manera:
en la exposición de la finitud, según la lógica no totalitaria
de la gratuidad. En el corazón de esa profundidad de experiencia será posible afirmar que los verdugos ya no triunfan
sin ser ingenuos, en la medida en que la víctima es la única
capaz de ejercer la potencia de conducirle más allá de la
46
“La foi c’est l’expérience que l’intelligence est éclairée par l’amour”. Weil,
Simone. La pesanteur et la grâce (París: Plon, 1948) p.130.
348
El Dios escondido de la posmodernidad
rivalidad y del resentimiento. Recordemos aquel sueño de
Johannes Brantschen al hablar de la pequeña Ana Frank.
«Fides quaerens gratuitatem»
Hemos llegado al final de nuestro recorrido por los meandros del río caudaloso de la subjetividad moderna y sus
posibilidades de experimentar salvación venida de Dios. La
constitución moderna de la subjetividad nos ha mostrado
cómo ella continúa siendo la sede de nuestra presencia en el
mundo y, también, en la clave del pensamiento débil. Una
de las primeras referencias inevitables de tal existencia es la
conciencia de sí.
Pero la irrupción del otro, su deseo mimético sacrificial
y “la montée aux extrêmes” propia de esta historia nuestra,
nos han conducido a descubrir el rostro oculto de la violencia, latente como lógica perversa y pecaminosa desde la
fundación del mundo.
La vida teologal, en particular la lumbre de la fe
como fides, nos ofrece una posibilidad de experiencia del
todo inédita para desmantelar el sistema sacrificial y para
hacernos capaces de decir lo real con una potencia admirable, siempre discreta, venida de Dios. La inteligencia de
la víctima nos ha revelado el sentido del mimetismo. La
memoria dichosa nos ha recordado, en fin, el hontanar
fenomenológico de ese movimiento interior.
Aquello que la teología fundamental puede afirmar
en este momento de la modernidad tardía, consiste en
el despertar de la dimensión espiritual de la subjetividad
expuesta y su responsabilidad en habitar el mundo con el
poder del no poder. Señoría de Cristo sí, pero sin el menor
349
Carlos Mendoza–Álvarez
indicio de triunfalismo, porque está siempre consciente de
las trampas del deseo de omnipotencia, de sus metarrelatos
prometeicos y de sus historias sacrificiales.
Según este acercamiento que aquí hemos desarrollado,
podemos proponer en suma la práctica de la teología
fundamental posmoderna como fides quaerens gratuitatem.
Esto significa que la fides, en tanto virtud teologal que
acoge la revelación divina, es una fuerza de comprensión
y de acción, pero sobre todo, y antes que todo, designa la
subjetividad inspirada por la heurística de la gratuidad, en
tanto estadio plenamente realizado en el encuentro con el
otro como hermano, con lo que se rebasa el estadio de la
reciprocidad sacrificial. La fides no busca sólo comprender
el mensaje de la revelación sino que se apresta de manera
continua a descubrir la gratuidad como expresión más
acabada de la subjetividad, de manera provisional, en esta
historia finita, según el testimonio dado por Cristo Jesús en
su predicación en Galilea y hasta llegar al momento crucial
de su ejecución en Jerusalén.
Este cumplimiento de la historia está marcado por la
fuerza de lo real, es decir, por el mimetismo violento, pero
anunciando en su seno su fracaso y, al mismo tiempo, el
resplandor de un nuevo día que se nos escapa siempre. Un
día nuevo inaugurado en la mañana de Pascua.
Pensar la gratuidad como relación con el Dios vivo
despliega en nosotros una potencia de experiencia que,
lejos de separarnos del mundo, nos inserta con una fuerza
mesiánica en él, discreta pero eficaz.
Es tiempo de estimular la paciencia de los creyentes a la
espera de la Parusía.
350
El Dios escondido de la posmodernidad
EPÍLOGO
Hemos llegado al final de este recorrido de exploración
de la teología fundamental posmoderna.
Desde el inicio quisimos prevenir a nuestros lectores
sobre la difícil tarea en la cual íbamos a arriesgarnos juntos,
dado el carácter fragmentario de la razón moderna en estos
tiempos de la posmodernidad.
Como parte de una generación de cristianos nacidos
en la segunda mitad del siglo XX, fuimos animados por los
movimientos utópicos de liberación social y por el entusiasmo evangélico del Concilio Vaticano II. Ambos nos
prometían entonces dejar atrás los horrores de las guerras y
revoluciones de la primera mitad del siglo pasado.
Desconocíamos en ese momento las proporciones de la
crisis de civilización que nos esperaría años más tarde, crisis
que iba a causar estragos en toda certeza, incluida aquélla
de un porvenir para la vida. La esperanza de salvación en la
inmanencia de la historia se convirtió entonces en una difícil esperanza, cada vez pareciéndose más a un fantasma sin
carne ni huesos para los ciudadanos de la sociedad mundia-
351
Carlos Mendoza–Álvarez
lizada y, de manera paradójica, también para los creyentes
de las diversas religiones de la humanidad.
el ruMor de la Violencia
La crisis de la modernidad explotó delante de nosotros
cuando las sociedades y las iglesias modernas se encontraban debatiendo y negociando la vida en común en el
planeta, reconocido al fin como casa común, por la vía
de un ecumenismo en los foros económico, político o
religioso. Pero de repente vimos reaparecer el fantasma
de la omnipotencia con fuerza inusitada: la violencia del
mercado globalizado que somete a naciones enteras a relaciones de dependencia económica de los grandes capitales,
y la violencia profunda que surge como efecto del choque
entre Occidente e Islam, conflicto que trajo a colación de
nuevo la pregunta por el papel de la religión en la constitución de la sociedad mundializada.
el MurMullo de los inocentes
La crisis de la omnipotencia moderna ya había mostrado algunos síntomas claros antes de su irrupción, pero sólo algunos
sabios y místicos los percibieron en su momento con gran
agudeza. Algunos de estos exiliados del ensueño de la modernidad vinieron del judaísmo, otros de la filosofía de la
Ilustración, y algunos más del cristianismo social, preocupado por la resistencia contra los regímenes totalitarios que
pulularon en todas las latitudes del planeta en el siglo XX.
352
El Dios escondido de la posmodernidad
Ahora hay que vivir algo semejante a lo que en su
momento hicieron Blaise Pascal o Friedrich Hölderlin, en
momentos cruciales de la instauración y consolidación de
la modernidad. En nuestros tiempos, cuando la espiral de la
violencia pareció prevalecer en el siglo XX, algunas personas
lúcidas —tales como Dietrich Bonhoeffer, Simone Weil,
María Zambrano y Óscar Romero— se concentraron
también en lo esencial de la fe: la vivencia de la compasión.
Lo hicieron como praxis en medio de los más débiles, al
mismo tiempo que se retiraban en el ático de la contemplación y del pensamiento de cara al Amor sin condición, para
permanecer ahí. Pero hay que precisar que no lo hicieron
para huir del mundo sino para hacer surgir de nuevo, a
partir de esta distancia crítica y mística ante lo real mimético, una palabra de indignación como “voz que grita en el
desierto: preparen ustedes los caminos del Señor, enderecen
sus senderos” (Is 40: 3; Mt 3: 3 y Jn 1: 23). Era cuestión,
para aquellos visionarios del Reinado de Dios, de comunicar un destello de esperanza con y en medio de los sobrevivientes. No se retiraron del mundo, aunque tampoco se
dejaron atrapar por el mundo en sus pesadillas de omnipotencia. Por el contrario, el desapego que caracterizó sus
vidas no hubiese sido posible sino en tanto seguimiento de
la kénosis del Verbo de Dios, cumplida plenamente en la
encarnación y pasión de Jesús de Nazaret.
353
Carlos Mendoza–Álvarez
una potencia de eXperiencia:la iMaginación
escatológica
Será gracias a estos maestros del siglo XX que la Sabiduría
divina nos abrió la inteligencia a la imaginación escatológica
en estos tiempos inciertos, para aprender a vivir en medio
de los escombros de la modernidad con la fuerza inaudita de los justos de la historia. En efecto, se trata de una
fuerza escatológica que se va desplegando in crescendo desde
Abel el justo hasta Jesús de Nazaret, “varón de dolores”
(Is 53: 3b), según aquella intuición que el segundo Isaías
captó como culmen de la revelación divina en el Primer
Testamento: un mesías sufriente. Culmen porque en él la
luz cegadora del perdón se transmite de manera paradójica
a través de las heridas “en las que somos curados” (5c). ¿De
dónde procede este poder del no–poder? La hermenéutica
mimético–pragmática no encuentra otra explicación que
aquélla de la donación extrema como expresión plena del
Amor sin condición que procede del Padre y que se reveló
plenamente en el Hijo por medio de la koinonía que es su
Ruah divina.
En estos tiempos de escombros hemos aprendido
a describir así, con asombro y no sin cierto temor, que
la historia de la Ciudad de Dios se encamina siempre a
contracorriente de la ciudad terrestre y que no puede ser de
otra manera. En efecto, la consistencia mimética de lo real
se encuentra marcada a tal grado por la lógica de la reciprocidad “desde la fundación del mundo” que no puede sino
empantanarse cada vez más en el abismo de la rivalidad, del
resentimiento y la venganza sin límite.
354
El Dios escondido de la posmodernidad
Ha sido preciso que Dios se encarne para asumir su
amada creación y rescatarla de la espiral de la violencia,
al desarticular la rivalidad por medio de la donación de su
propia vida hasta el límite de su muerte en cruz. La mentira
de Satán quedó por fin, de este modo, develada por Cristo,
aunque no hayamos querido los cristianos aceptar y reconocer tal verdad.
un lenguaje apocalíptico
Estos tiempos posmodernos han sido descritos aquí como
tiempos apocalípticos. Siguiendo los análisis de Paul
Ricœur y René Girard, comprendimos cuán importante es
encontrar de nuevo el tono escatológico de la teología, por
el que lo apocalíptico se hace inevitable para hablar del ser
humano y hablar de Dios, cada uno en su lugar: el primero,
encadenado por sus sueños de omnipotencia; el segundo,
Libertad suprema en el amor sin medida y, por ello, verdad
de la víctima perdonadora. Tal es la verdad del cristianismo
que lleva en su seno la fides quaerens gratuitatem, aquélla que
aún debe resonar en el corazón de la vulnerabilidad posmoderna.
Los diferentes caminos para buscar una respuesta a la
vulnerabilidad posmoderna han sido ya evocados en este
libro en su irreductibilidad formal: el nihilismo posmoderno y el retorno al fundamento. Uno orientado a la nada,
en estado de alerta ante toda nueva idolatría, con el riesgo
de quedarse mudo ante la realidad; el otro, obsesionado por
la objetividad de lo real y su estatuto metafísico que daría
solidez a la búsqueda humana de la verdad, del sentido y de
355
Carlos Mendoza–Álvarez
la salvación. Intentamos mostrar, a lo largo de estas páginas,
los cuestionamientos propios a cada camino, para discernir
sus respuestas y delinear un campo de trabajo para la teología fundamental en su porvenir.
De esta manera, hemos deseado proponer algunos
elementos significativos para un pensamiento teológico
fundamental post–moderno: una expresión problemática,
pero necesaria para hablar de la actualidad algunas adquisiciones de la modernidad, mientras se reconoce a la vez su
agotamiento en relación con la constitución teologal de lo
real. ¿Se trata de un nuevo paradigma de pensamiento? No
lo creemos así, en la medida en que no capitulamos en la
batalla para hablar del ser humano, del mundo y de Dios
en su correlación constitutiva.
Hemos propuesto los elementos fundacionales para
declinar el verbo creer según una gramática nacida de la
experiencia del amor de donación. Un modelo, al fin y al
cabo, para captar la fides como búsqueda de gratuidad, es
decir, en tanto experiencia fundacional en su devenir como
fondo sin fondo primero, pero asimismo en tanto sentido
de comprensión de la subjetividad más acá de su egocentrismo. La gratuidad sería entonces la experiencia pertinente
para vivir y pensar un destino de porvenir esperanzado para
la humanidad.
Hacia el redescubriMiento de la FIDES
Es tiempo de dejar que estas páginas emprendan su vuelo,
incluso si nunca quedamos satisfechos de los resultados:
los matices por precisar, por ejemplo, sobre la actualidad
356
El Dios escondido de la posmodernidad
de una metafísica del ser súper–esencial. O también el
deseo de consultar nuevas fuentes, entre otras, la sabiduría
teológica autóctona del pueblo maya tseltal, con quien
hemos ido aprendiendo a descubrir un rostro matricial
de la gratuidad. Al final, ideas descubiertas en los últimos
tiempos que merece la pena profundizar, como aquéllas de
los filósofos rusos del siglo pasado con su poderosa crítica
a la modernidad.
En tanto que obra de un cristiano posmoderno, este
trabajo busca comprender la propia condición de vulnerabilidad y de imaginación creadora, en el intercambio con
los contemporáneos. Una condición que no existe sin los
vínculos con los estudiantes y colegas, amigos y hermanos
en la fides. Todos ellos han acompañado estas reflexiones a
lo largo de tres lustros, por medio de cursos e intercambios,
presenciales o cibernéticos, de sesiones de meditación y de
predicaciones litúrgicas.
Pensar la fe en tanto gratuidad parece ser, en fin, una
vía pertinente para nosotros en el acercamiento al Misterio
divino. Ese Deus absconditus de nuestros ancestros en la fe
que se devela y a la vez se nos escapa. Que acontece siempre
de manera inquietante y paradójica, una vez que los ídolos de
los metarrelatos han sido desenmascarados y que hemos
desarrollado la capacidad, por medio de la gratuidad del
Dios inefable, de apercibir su salvación en el claroscuro de
la existencia y de la historia.
357
El Dios escondido de la posmodernidad
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388
El Dios escondido de la posmodernidad
ANEXO
“pensar la esperanZa coMo apocalipsis”.
conVersación con rené girard1
A mediados de otoño de 2007, el antropólogo fran-
cés René Girard, profesor emérito de la Universidad de
Stanford, en California, y miembro de número de la
Academia Francesa, presentó su último libro intitulado
Achever Clausewitz (París: Carnets du Nord, 2007, 366
pp.), donde el autor dirige una pregunta crucial a la civilización moderna sobre el final de los tiempos, a partir de un
pensamiento que él no duda en llamar apocalíptico.
La obra de Girard es conocida desde los años sesenta
en los medios literarios y de la antropología cultural por
desentrañar la lógica de la violencia en las sociedades arcaicas, quienes expresaron con diversos mitos el asesinato
fundador que preside la historia de la humanidad. A lo
largo de cuatro décadas, el pensador de Aviñón fue cons-
1
Una versión resumida de esta entrevista fue publicada en la revista electrónica
Letras Libres en abril de 2009 [de disponible en: http://www.letraslibres.com/
index.php?art=12884].
389
Carlos Mendoza–Álvarez
truyendo su teoría mimética del sacrificio, a partir del rito
del chivo expiatorio y su eficacia simbólica para contener
la rivalidad entre contrincantes ávidos de poseer el mismo
objeto de deseo y, aún más, el deseo mismo del otro. La
religión arcaica, sacrificial y victimaria fue cobrando así
mayor importancia en los análisis girardianos, hasta que
logró descubrir la lectura alternativa de este mito fundador
que construye en filigrana la Biblia hebrea y cristiana: desde
el relato del asesinato de Abel el justo hasta la crucifixión
de Jesús de Nazaret el Hijo de Dios, revelación que cobra
especial claridad con el pensamiento profético de Israel y
se descubre como verdad en los relatos apocalípticos de los
Evangelios.
Así, Girard en su momento de madurez habla de Cristo
como aquél que revela la verdad de la víctima y como quien
manifiesta la mentira propia de la violencia sacrificial.
No duda en insistir que este desvelamiento tiene carácter
apocalíptico porque la mentira de Satán con su poder
devastador, que no es otra que la de los sacrificios de los
inocentes en todo sistema de totalidad, al ser desenmascarada en su perversión adquiere mayor virulencia.
Tal es la lógica que, en el contexto del mundo moderno
nacido con la Ilustración, Georg Wilhelm Friedrich Hegel
pensó como dialéctica de los contrarios que aspiran a una
elevación, pero que no es, en realidad, sino la consagración
de la violencia como ley de la historia. Tal es también la
verdad que paradójicamente descubrió Carl von Clausewitz
en la espiral de la violencia, propia de los conflictos armados del Imperio Prusiano contra Napoleón de Bonaparte.
Este teórico prusiano de la guerra, contemporáneo del filósofo de Jena y rival mimético de Napoleón, en su célebre
390
El Dios escondido de la posmodernidad
tratado De la guerra, publicado por su esposa de manera
póstuma después de 1831, despliega con rigor implacable
el sentido de la rivalidad mimética.
Presentamos ahora la entrevista que, en su residencia
en París, Girard concedió a Carlos Mendoza–Álvarez,
dominico profesor de teología en México y en Friburgo,
Suiza, en otoño de 2007. Se trata de una conversación que
entreteje las anécdotas personales del autor con su pensamiento antropológico y teológico, y evoca en ocasiones al
pie de la letra su última obra publicada, siempre en pos de
la comprensión de la esperanza en medio de situaciones
cada vez más violentas. Para Girard se trata, en efecto, de
pensar aquella esperanza posible en medio del realismo
de la religión violenta. Tal comprensión pasa primero por
la crítica al racionalismo moderno que invadió la política, la técnica, la economía y la religión misma en tanto
consagración del deseo violento. Pensar la esperanza como
apocalipsis significará entonces desmantelar la lógica de la
religión arcaica por medio de otra mirada sobre el mundo
que nace de la verdad de Cristo, pero que no esconde la
mirada ante el apocalipsis que nos aguarda sino que es un
incesante llamado a la conversión.
◊
Carlos Mendoza (CM): Usted fue recibido en la Académie
Française hace unos años, para ocupar el sitio del padre
Robert–Ambroise–Marie Carré, dominico francés, capellán
de artistas en París y personaje notable por su itinerario
social en la Resistencia durante la ocupación nazi, pero
conocido también por su obra espiritual y por su vivo
391
Carlos Mendoza–Álvarez
sentido de amistad con diversos personajes del mundo intelectual y cultural francés del siglo XX.
René Girard (RG): Nunca conocí personalmente al padre
Carré, pero sí leí sus libros. En efecto, cuando ocupé su sitio
en la Académie Française, me correspondió hacer su elogio
según la tradición de esa venerable institución de mi patria.
Algunas personas cercanas a él no quedaron muy satisfechas
con mis palabras, porque centré mi atención sobre aquella experiencia mística que él vivió como joven creyente
cuando tenía apenas 14 años: esa vivencia cambió su vida,
aunque luego experimentó grandes periodos de sequía
interior, como le ha sucedido a la mayoría de los místicos.
Me llamó la atención de manera particular la mirada retrospectiva que él mismo tenía sobre su propio itinerario, en
especial, sobre cierta hybris moderna que poco a poco fue
contemplando con mirada crítica. En efecto, los últimos
escritos del padre Carré muestran cómo fue cayendo en la
cuenta de una especie de círculo vicioso moderno al que
cedió de manera progresiva por la preocupación de dialogar
con el mundo que servía y amaba, hasta extraviar en algunas ocasiones el misterio de la fe. Pienso que esas palabras
mías fueron interpretadas de manera negativa por algunos
dominicos, que se sintieron criticados, pero no era ésa mi
intención. Mi deseo era resaltar la mirada lúcida del padre
Carré al final de su vida y mostrar en su obra el coraje de la
autocrítica de la racionalidad moderna.
CM: Ciertamente, en el siglo XX en Francia un grupo
de católicos ilustrados quiso llegar a fondo en este diálogo
con la herencia decimonónica de la Ilustración, a veces en
el sentido de cierto racionalismo de la fe que parecía dife392
El Dios escondido de la posmodernidad
rir el sentido del misterio y de la trascendencia, como fue
el caso del padre Jacques Pohier, fallecido recientemente,
al asumir el psicoanálisis como principal herramienta para
pensar la experiencia de fe. Otros más llegaron a realizar
extraordinarias síntesis entre la racionalidad moderna autónoma y la intuición del Evangelio sobre el ser humano,
el mundo y Dios, como fue el caso de los padres Marie
Domenique Chenu e Yves Congar, que tanto colaboraron
a la actualización de la Iglesia en el Concilio Vaticano II,
cuyo dinamismo evangelizador y de diálogo con el mundo
moderno hoy echamos de menos.
RG: El catolicismo tanto en Francia como en Estados
Unidos sufrió una pérdida significativa en este debate con
la modernidad. En cierto modo se fue esclerosando la generosidad que procede de la caridad, y se fue creando una
generación marcada por cierto desánimo y hasta por alguna
amargura. Las reivindicaciones sociales fueron cediendo el
paso a la indiferencia religiosa en las sociedades secularizadas. La crisis comenzó ya en Francia desde el siglo XiX.
Entonces todavía existían multitudes de hombres y mujeres
que se entregaban a un ideal de servicio, a través, por ejemplo, de la vida religiosa muy activa en hospitales y escuelas,
cuyo espíritu no fue reemplazado después por las instituciones laicas promovidas por el Estado. A finales del siglo
XiX, el Seminario de las Misiones Extranjeras de la calle de
Bac en París enviaba una cantidad impresionante de misioneros a países de religiosidad arcaica, pero ese proceso se
interrumpió por completo en la segunda mitad del siglo XX.
Ahora, en cambio, son los sacerdotes de la India, Filipinas,
Polonia y Colombia quienes vienen a la Europa racionalista
y secularizada como misioneros, con un bagaje cultural y
393
Carlos Mendoza–Álvarez
espiritual que es muy distinto al que vive la mayoría de la
población europea.
CM: Aunque hay que señalar que esos nuevos misioneros conocen con frecuencia más al Occidente ilustrado
que lo que conocían los misioneros decimonónicos europeos sobre las culturas a las que llegaban. Lo sorprendente
ahora es la conciencia de la analogía de problemáticas en
tiempos de la mundialización. Por ejemplo, gracias a la
obra de jóvenes pensadores, el intercambio entre culturas es
fecundo. Tal es el caso de James Alison, quien se formó en
Inglaterra y Brasil. Es un tipo de pensamiento que pone a
dialogar diversas mentalidades y disciplinas. Gracias a este
tipo de trabajos comenzamos a comprender, por ejemplo,
con mayor profundidad las consecuencias teológicas del
pensamiento antropológico de René Girard y su teoría
mimética, en particular a partir de la intuición de lo que,
siguiendo sus investigaciones, el teólogo inglés denomina
“la inteligencia de la víctima”.
RG: En efecto, conocí a James Alison en Brasil hace
más de 20 años, durante un encuentro con teólogos de la
liberación organizado por Hugo Assmann. Estaban presentes muchos de los grandes autores de la teología de la liberación. Era la época de cierta sorpresa para la mentalidad
europea por la insistencia de los teólogos latinoamericanos
en la acción para transformar el entorno social, económico
y político como condición para el anuncio del Evangelio.
Pero quienes más me impresionaron fueron los sacerdotes
de la base que se encontraban viviendo y trabajando en los
medios populares. Su testimonio era conmovedor, y aún
más lo era su mirada crítica sobre el fracaso del cristianismo, incluida a veces la misma teología de la liberación,
394
El Dios escondido de la posmodernidad
en lo referente a la catequesis, al servicio y al apostolado
cada vez más alejado de las vivencias de esas comunidades
de excluidos. Con azoro constataban esos sacerdotes la
creciente presencia de las iglesias pentecostales. Tal vez esas
nuevas iglesias comprendieron mejor desde entonces lo que
la cultura popular buscaba y no encontraba en sus iglesias
tradicionales, no lo sé.
Hace pocos meses encontré al editor de Alison en
Londres y me llamó la atención saber que es un teólogo
católico cada vez más conocido y apreciado en el medio
anglicano. La expresión original que él forjó siguiendo mi
pensamiento para hablar de la verdad de Cristo, the intelligence of the victim, es difícil traducir a otras lenguas porque
designa al mismo tiempo la intelección o comprensión que
tenemos de la víctima en medio del proceso violento, así
como la comprensión de la víctima, ella misma, cuando
logra ir más allá de su resentimiento. Alison tiene logros
verbales de una fuerza extraordinaria.
CM: El problema de la víctima tiene una gran significación en el pensamiento hebreo, tanto en su versión
religiosa con las instituciones jurídicas de Israel como en
su versión filosófica moderna del pensamiento en torno
al Holocausto. Un linaje admirable de pensadores judíos
modernos, a partir de Hermann Cohen hasta Emmanuel
Levinas, ha insistido en pensar esos símbolos religiosos
expresados siglos atrás con la gramática hebrea, pero ahora
con el rigor de la filosofía “que se habla en griego”. En su
último libro, usted habla de Levinas como de aquel pensador moderno que, de manera coincidente con su teoría
mimética, captó la necesidad de ir más lejos de la violencia
de la identidad.
395
Carlos Mendoza–Álvarez
RG: Conocí a Levinas de manera azarosa en los encuen-
tros con editores y en algunas presentaciones de libros en
París, pero siempre lamenté no tratarlo con mayor cercanía.
En mi último libro subrayo la proximidad con su planteamiento de la alteridad como solución al deseo mimético en
estos términos: “Levinas es importante para ayudarnos a
pensar la rivalidad. No se trata de un autor belicista, ya que
no cree en una regeneración por medio de la guerra. Incluso
podemos ver en su posición una crítica al pacifismo. Él
acaba con Hegel como nosotros intentamos acabar con
Clausewitz. Llega hasta las últimas consecuencias de una
tendencia filosófica como nosotros vamos hasta el final
de una tendencia antropológica. Más allá de la guerra,
Levinas piensa una relación al otro que estaría purificada
de toda reciprocidad. Más allá de la indiferencia y de su
lógica implacable, ambos intentamos pensar el Reinado
de Dios. Cuando él habla de la guerra en términos de
‘rechazo de pertenencia a una totalidad’, parece inquietante
si se lee como una apología de la guerra. En cambio, es
una reflexión interesante si se lee como pensamiento de
la trascendencia, en el sentido etimológico del término, es
decir como salida de la totalidad. Levinas apunta directo al
Estado y al totalitarismo. Es claro que el hegelianismo está
en su mira. [...] Un pensamiento del Otro hace enloquecer
a la totalidad revelando su esencia guerrera. Y al afirmar que
la lucha a duelo es ya por sí misma una relación al Otro,
revela que la relación habita en el corazón de la reciprocidad
violenta” (pp. 178–180).
El problema de fondo que considero en mi obra es
precisamente cómo interpretar la salida de la totalidad.
En este sentido, “Levinas llegó tal vez al corazón de esta
396
El Dios escondido de la posmodernidad
misteriosa semejanza entre la violencia y la reconciliación.
Pero a condición de subrayar con claridad que el amor
hace violencia a la totalidad, hace estallar en pedazos a los
Principados y a las Potestades. Para mí, la totalidad sería
más bien el mito, aunque también el sistema reglamentado de intercambios, todo lo que disimule el principio de
reciprocidad. ‘Salir de la totalidad’ quiere decir por tanto
para mí dos cosas: o bien regresar hacia el caos original
de la violencia indiferenciada, o bien dar un salto hacia la
comunidad armónica de ‘los otros en tanto otros’” (p.181).
CM: La crisis del sujeto moderno tardío tiene relación
directa a esta crítica de la totalidad. Es pensada por algunos autores según el nihilismo místico, como es el caso
de Gianni Vattimo y algunos filósofos posmodernos. Para
otros, como el teólogo anglicano John Milbank, la salida a
este impasse radica en volver al fundamento y en particular
a la razón teológica para superar el reduccionismo de la
modernidad. ¿Cómo ubica usted su propia obra en este
debate?
RG: Habría que preguntar a estos autores cuál es el papel
de la encarnación del Verbo de Dios en sus propuestas.
Porque ahí se juega, a mi juicio, el aporte del cristianismo
al enigma del deseo violento y de lo religioso arcaico y, en
consecuencia, la salida de la totalidad. Vattimo, por ejemplo, no parece darle una importancia capital a esa encarnación del Logos divino. Pienso, por otra parte, que Milbank
tiene razón al señalar las insuficiencias de la modernidad
ilustrada y su racionalismo reductor. Ambos extremos de
pensamiento son los más vivos en nuestra época. Por mi
parte, no me canso de insistir en que lo real no es racional,
como lo pretendía Hegel y como lo leyeron sus discípulos
397
Carlos Mendoza–Álvarez
idealistas, sino que lo real es religioso, como lo he subrayado
en mi último libro, y religioso arcaico, es decir, violento y
sacrificial. Ahí radica la comprensión de la historia, de la
condición humana y del sentido de la existencia.
CM: ¿Se trata entonces de recuperar cierto realismo
teológico indispensable en esta hora de la modernidad
tardía?
RG: Usted me hace preguntas que me sobrepasan
porque no soy teólogo. Inicié mi carrera como antropólogo,
muy lejos de la teología. Pero poco a poco me fui dando
cuenta de que, si hacemos antropología mediante cierta
observación atenta de los fenómenos, en lugar de alejarnos de lo religioso, ese camino nos lleva a ese centro. No
se trata de proponer tesis que intelectualicen lo religioso,
haciendo de ello un objeto de observación, porque entonces lo des–antropologizamos, como lo hizo Augusto Comte
en Francia. Él veía en lo religioso una interpretación del
universo. Pensaba lo religioso a partir de la ciencia empírica
de su tiempo, de una ciencia atea. Tal es la visión común de
muchos autores en nuestros días, como Gerard Manley
Hopkins en el mundo anglosajón, cuyos libros tienen un
gran éxito en el mercado editorial.
Pero a mi parecer ese tipo de obras atestiguan, en el
fondo, cierta inquietud existente ante la autosuficiencia
del pensamiento científico moderno y la conciencia de sus
callejones sin salida. Dicha inquietud se encuentra presente
en muchos otros círculos, por ejemplo, entre los masones
de la Logia Francesa, que no son anti–espiritualistas, un
poco como los ingleses o estadunidenses. He encontrado en
ellos una extraordinaria sed de espiritualidad. Incluso mis
obras que hablan de manera explícita del aporte del cristia398
El Dios escondido de la posmodernidad
nismo, de la mística y de la oración, son muy bien recibidas
en esos medios, a diferencia de la recepción agria en algunos medios católicos progresistas en Francia. Incluso en los
medios masones ateos como la Orden del Gran Oriente en
Francia se encuentra viva esta inquietud.
Podemos así constatar ahora una situación paradójica
porque el ateísmo de inicios del siglo XX se encuentra en
movimiento abierto hacia lo religioso. Lo paradójico radica
en constatar que los medios católicos en Francia se quedaron bloqueados en el progresismo de los años sesenta, lo
que los ha hecho caer en cierto modo en la trampa del
racionalismo. Pareciera haber una implacable ley de la
historia que hace que los católicos, a fuerza de ideas fijas y
estáticas, lleguemos siempre tarde a lo que sucede en cada
época, quedando paralizados ante los cambios evidentes.
Tiene uno ganas de decirles que reaccionen y se pongan en
movimiento.
Provengo de una familia típica del catolicismo occidental: una madre piadosa, en cierto modo conservadora,
marcada por las costumbres de sus ancestros, incluida la
simpatía por la tradición de la realeza católica, hasta con
algunos tintes de racismo. Mi padre, por el contrario, pertenecía a la tradición radical socialista cercana al ateísmo. En
mi juventud me alejé de la Iglesia y regresé a ella justo antes
del Concilio Vaticano II, pero buscando vincularme a la
larga tradición cristiana. Y dadas mis tendencias estéticas
y antropológicas fue la Iglesia antigua la que me llamó la
atención. Por estos motivos, por ejemplo, en Stanford, me
gusta participar en una Misa gregoriana, pues el canto pleno
preserva con gran vigor ese dinamismo místico propio de la
fe. Al mismo tiempo, debo decir que eso no significa que
399
Carlos Mendoza–Álvarez
me sitúo del lado de una teología conservadora. Cristo es
quien ha mostrado el fracaso de la religión arcaica, sacrificial, al desmontar sus mecanismos victimarios y llamar a la
humanidad a romper el círculo de la violencia mimética.
Creo que por eso su mensaje es universal y trascendente.
CM: Aunque usted dice no ser teólogo, en realidad su
obra, en particular los últimos libros, a partir de Veo a Satán
caer como el relámpago, contienen ideas verdaderamente
teológicas. Por cierto, es de subrayar la preferencia que
muestra allí por la tradición paulina y lucana, quizá por su
común insistencia en el dramatismo de la salvación. Se echa
de menos, por ejemplo, una influencia joánica más inspirada por la divinización de la creación que por la redención
del pecado.
RG: En realidad, mi último libro hubiese querido trabajarlo aún más, sobre todo con respecto a los textos apocalípticos sinópticos porque son la consecuencia directa de
la lectura mimética de lo real. Hubiese querido detenerme
más para mostrar cómo los textos apocalípticos primitivos
del cristianismo, desde un punto de vista estrictamente
lógico, son la consecuencia directa del mimetismo. El pasaje
esencial de la historia que el cristianismo revela consiste en
la revelación de la verdad de la víctima. Así lo he explicado con anterioridad: “El tiempo lineal en el que Cristo
nos hace entrar hace ya imposible el eterno retorno de los
dioses, lo mismo que imposibilita las reconciliaciones que
se construyen sobre las espaldas de las víctimas inocentes.
Privados del sacrificio, nos encontramos frente a una alternativa inevitable: o reconocer la verdad del cristianismo, o
400
El Dios escondido de la posmodernidad
bien contribuir a la ‘montée aux extrêmes’2 rechazando la
Revelación. Nadie es profeta en su tierra, porque ningún
país quiere entender la verdad de su propia violencia. Cada
uno buscará disimularla para obtener la paz. Y la mejor
manera de tener esa paz es haciendo la guerra. Tal es la
razón por la que Cristo padeció la suerte de los profetas. Se
acercó a la humanidad y provocó el enloquecimiento de su
violencia al mostrarla en su desnudez. En cierto modo, él no
podía triunfar. Sin embargo, el Espíritu continúa su obra en
el tiempo. Es el Espíritu quien nos hace comprender que el
cristianismo histórico fracasó y que los textos apocalípticos
ahora nos hablarán como nunca lo han hecho” (p.188).
Pero se devela entonces el otro aspecto de la verdad de
Cristo. La manifestación de la víctima impide a la mentira
del chivo expiatorio ser la realidad fundadora. En suma, la
crisis ya no es tal. De ahí que aquella misteriosa palabra de
Cristo, ‘Veo a Satán caer como el relámpago’, transmitida
por Lucas en su evangelio (Lc 10: 18), resume de manera
magistral esta revelación. La perpetuidad de la crisis mimética ha quedado puesta en entredicho: “Cristo enciende la
mecha revelando la esencia de la totalidad. Por tanto pone
la totalidad en estado febril porque el secreto de esta totalidad ha sido revelado a plena luz” (p.180).
Por eso hay algo radicalmente más importante: la crisis
no es ya la última palabra sobre la humanidad. Como lo
2
Esta frase emblemática de Girard se inspira en la expresión crucial de
Clausewitz para definir el sentimiento de hostilidad que preside la guerra: “so
gibt jeder dem anderen das Gesetz, es entsteht eine Wechselwirkung, die dem
Begriff nach zum äusseresten führen muss”, que traduce por: “Chacun des
adversaires fait la loi de l’autre, d’où résulte une action réciproque qui, en tant
que concept, doit aller aux extrêmes”.
401
Carlos Mendoza–Álvarez
escribí en mi último libro: “Cristo retiró a los hombres
sus muletas sacrificiales dejándoles así frente a una terrible
elección: creer en la violencia o no creer ya más en ella.
El cristianismo es la increencia. [...] Tarde o temprano, o
bien los hombres renunciarán a la violencia sin sacrificio, o
bien harán estallar el planeta: estarán en estado de gracia
o de pecado mortal. Se puede decir, por tanto, que si lo
religioso inventó el sacrificio, el cristianismo lo anuló. [...]
Habrá que volver siempre sobre esta salida de lo religioso
que solamente se puede realizar en el seno de lo religioso
desmitificado, es decir, del cristianismo” (pp. 58, 60 y 64).
Esta verdad es, a mi parecer, la que aporta la apocalíptica cristiana primitiva, en especial los textos apocalípticos
sinópticos, ya que son los más completos al revelar la verdad
de la víctima: “la destrucción sólo concierne al mundo.
Satán no tiene poder sobre Dios” (p.190). Esos textos
describen así con gran dramatismo cómo la violencia siempre se da como rivalidad entre dobles miméticos: ciudad
contra ciudad, nación contra nación, padres contra hijos.
Hablan de una catástrofe inminente, pero precedida por un
tiempo intermedio, de duración casi infinita, que posterga
la llegada del día final. Por ello me parece que tales textos
son de una actualidad extraordinaria.
CM: Aunque esa demora del día final genera impaciencia y hasta desánimo puesto que no sabemos entonces qué
esperar ni hasta cuándo.
RG: ¡Eso es precisamente lo que reprochaban los tesalonicenses a Pablo! Le interrogaban por lo que sucede cuando
la Parusía se retrasa. Es lo que Lucas, que al fin y al cabo fue
compañero de Pablo en sus viajes, llama ‘el tiempo de los
paganos’, cuya demora es muy larga e incierta, terrible. En
402
El Dios escondido de la posmodernidad
ese sentido, la Segunda Carta a los Tesalonicenses habla de lo
que retrasa la Parusía: el Katéjon (2 Tes 2: 5) o personaje que
‘retiene’ la manifestación del Anticristo es el orden arcaico
representado por el Imperio Romano en aquel contexto de
decadencia que viven los tesalonicenses. Habría que leer
también a Agustín en este sentido apocalíptico cuando
escribe sobre el retraso del día final.
La paciencia es entonces la respuesta de los cristianos
al ‘tiempo de los paganos’ (Lc 21: 24): “La gran paradoja
en este asunto es que el cristianismo provoca la ‘montée
aux extrêmes’ al revelar a los hombres su propia violencia.
Impide a los hombres endosar a los dioses esa violencia y
los coloca delante de su propia responsabilidad. San Pablo
no es para nada un revolucionario, en el sentido moderno
que se ha dado a este término: dice a los tesalonicenses que
deben ser pacientes, es decir, obedecer a los Principados
y Potestades que de todos modos serán destruidos. Esta
destrucción llegará un día a partir del hecho del imperio
creciente de la violencia, privada ya de su altar sacrificial,
incapaz de hacer reinar el orden sino a través de más violencia: serán necesarias cada vez más víctimas para crear un
orden cada vez más precario. Tal es el devenir enloquecido
del mundo del que los cristianos llevan sobre sí la responsabilidad. Cristo habrá buscado hacer pasar a la humanidad
al estado adulto, pero la humanidad habrá rechazado esta
posibilidad. Utilizo adrede el futuro anterior porque existe
ahí un fracaso profundo” (p.212).
CM: De esta manera pasamos al orden de la fe que, en
medio del apocalipsis, designa una experiencia íntima de
habitar el mundo violento pero con la fuerza de la víctima
perdonadora.
403
Carlos Mendoza–Álvarez
RG:
Este apocalipsis no es verdadero terror, porque lo
verdaderamente terrible es la ausencia de sentido. Al fin y
al cabo, para la mayoría de los seres humanos de nuestros
tiempos, esta violencia está en aumento en el mundo. Y en
la medida en que esta violencia no tiene sentido, es cada
vez más terrible. Por eso el anuncio apocalíptico del cristianismo no es una amenaza, sino por el contario la esperanza de la realización de la promesa cristiana: Cristo ve en
el mundo cosas que el mundo no ve. “Cristo es ese Otro
que viene y quien, en su misma vulnerabilidad, provoca el
enloquecimiento del sistema. En las pequeñas sociedades
arcaicas, ese Otro era el extranjero que trae consigo el desorden y que termina siendo siempre el chivo expiatorio. En el
mundo cristiano es Cristo el Hijo de Dios quien representa
a todas las víctimas inocentes y cuyo retorno es llamado por
los efectos mismos de la ‘montée aux extrêmes’. ¿Entonces
qué podrá constatar? Que los hombres se han vuelto locos
y que la edad adulta de la humanidad, esa edad que él
anunció por medio de la Cruz, ha fracasado” (p.191).
Por eso, aunque parezca paradójico, el apocalipsis es
reconfortante en cuanto satisface el deseo de significación.
Las pruebas y dificultades actuales no son insignificantes
porque siempre se encuentra escondido detrás de ellas el
Reino de Dios.
CM: Pero entonces, ¿las masacres como Acteal en
México y tantas en el mundo pueden tener otro sentido
que el solo equilibrio de rivalidad mimética entre rivales,
con el deseo de aniquilación de unos contra otros? ¿No es
predicar a las víctimas una resignación ante sus verdugos?
¿Qué memoria cristiana es posible hacer de esas víctimas
404
El Dios escondido de la posmodernidad
que no signifique pasividad ante la injusticia, la violencia
y la muerte?
RG: Sólo es posible recuperar esa memoria de la masacre
sin atribuirle un sentido sacrificial arcaico. Frente al sufrimiento del inocente no nos queda sino la indignación. Este
tipo de acontecimientos trágicos no me es ajeno, aunque
debo decir que tampoco es parte de mi problemática inmediata en la que he construido mi pensamiento. Pero hay que
insistir en la importancia de actuar para superar las causas
de ese sufrimiento y muerte, sin ceder al resentimiento que
se expresa como deseo de venganza.
Con lo anterior no quiero decir que haya que renunciar
a la acción para intentar cambiar el sentido de la violencia
mimética. La cuestión consiste en saber si el uso de la
violencia para mejorar el mundo puede ser legítimo. Este
aspecto de la teología de la liberación fue puesto en cuestión
hace un par de décadas por algunas declaraciones del magisterio de la Iglesia. El pensamiento cristiano que procede
como respuesta inteligente a una situación de injusticia y
violencia a la que son sometidas naciones enteras es totalmente razonable y legítimo, con las nuevas expresiones que
el cristianismo pueda tomar en estas circunstancias. Quizás
haya que reconocer que los pueblos latinoamericanos tienen
razón al indignarse por no palpar un sentido de esperanza en
las acciones del Estado ni en las actitudes tradicionales de las
Iglesias. No hay que olvidar que el cristianismo fracasó en
Occidente tanto como el racionalismo moderno, y por eso
ahora nos encontramos en medio de esta violencia extrema
que amenaza no sólo a la humanidad sino al planeta entero.
405
Carlos Mendoza–Álvarez
CM:
En ese sentido de la violencia extrema Hegel
propuso, con una ingenuidad muy grande según usted,
una dimensión intersubjetiva como solución a la dialéctica
de los contrarios y como sentido de la historia, que radica
en el mutuo reconocimiento superando la rivalidad. Usted
toma distancia de esta visión dialéctica.
RG: Hegel es un autor complejo, porque al mismo
tiempo es un ilustrado y un pensador que también desconfía de la Ilustración en la que fue educado. Lo explico así en
mi libro: “Hegel retomará de la revelación cristiana la necesidad de una doble reconciliación (Aufhebung): la de los
hombres entre sí y la de los hombres con Dios. La paz y la
salvación son por tanto dos movimientos conjuntos; porque
Hegel piensa que las Iglesias fracasaron en la reglamentación del juego de voluntades humanas asignará esta tarea
al Estado, ‘universal concreto’, que nada tiene que ver con
los estados particulares. La universalidad racional de dicho
Estado debe, en efecto, devenir una organización mundial.
Pero mientras tanto, los estados particulares continuarán
manteniendo relaciones guerreras: hay en esta sucesión una
contingencia esencial de la historia. [...] El racionalismo
hegeliano busca entonces conjurar la dialéctica, haciendo
salir a la razón de los espejismos de la omnipotencia. Del
cristianismo retoma la reconciliación, que es la única que
permite evitar la abstracción, la única que puede aportar a
los hombres la salvación y la paz. Pero lo que Hegel no ve es
que la oscilación de las posiciones contrarias que devienen
equivalentes puede con facilidad llegar a los extremos, que
la adversidad puede perfectamente acercarse a la hostilidad,
la alternancia convertirse en reciprocidad de rivalidad” (pp.
68–70).
406
El Dios escondido de la posmodernidad
En este contexto de la búsqueda de superar el racionalismo ingenuo, quisiera decir algo, en cierto modo retórico,
sobre mi insistencia en la apocalíptica. Pienso que la gente
no tiene suficiente temor sobre la violencia desencadenada
‘desde la fundación del mundo’ hasta la violencia extrema
que vivimos en estos tiempos inciertos. Y yo no quiero tranquilizar a nadie: “Es urgente tomar en cuenta la tradición
profética con su implacable lógica que escapa a nuestro
racionalismo extendido. Si el Otro se acerca, y si un pensamiento del Otro radicalmente otro es aún posible, es tal
vez porque los tiempos están llegando a su cumplimiento”
(p.195).
Reitero lo que ya he escrito recientemente: “Es necesario pensar el cristianismo como esencialmente histórico y
Clausewitz nos ayuda a ello. El juicio de Salomón lo dice
ya todo al respecto: existe el sacrificio del otro y existe el
sacrificio de sí mismo; el arcaico y el cristiano. Pero siempre
se trata del sacrificio. Nosotros estamos sumergidos en el
mimetismo y es necesario renunciar a las trampas de nuestro deseo, que siempre radica en el deseo de lo que posee el
otro. Lo repito una vez más, no hay saber absoluto posible,
estamos todos obligados a permanecer en el corazón de la
historia, de actuar en el corazón de la violencia, porque
comprendemos cada vez más sus mecanismos. ¿Sabremos
sin embargo desmontarlos? Lo dudo” (p.80).
Sin embargo, pienso que para encontrar la salida hemos
de volver la mirada hacia poetas como [Blaise] Pascal, quien
vio con claridad lo que estaba sucediendo: “Pascal tiene
razón: existe una intensificación recíproca de la violencia y
de la verdad, ella aparece hoy ante nuestros ojos, al menos
ante los ojos en quienes el amor aún no se apaga...” (p.206).
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Carlos Mendoza–Álvarez
Lo mismo nos puede enseñar [Friedrich] Hölderlin, quien
se retiró a la torre del ebanista de Tubinga en un silencio
total ante el poderío del dios de la guerra que campeaba
en Europa. Porque “la presencia de lo divino crece en la
medida que eso divino se retira: es la retirada lo que salva,
no la promiscuidad. Hölderlin comprende súbitamente
que esa promiscuidad divina sólo puede ser catastrófica. El
retiro de Dios es así pasaje, en Jesucristo, de la reciprocidad a la relación, de la proximidad a la distancia. Tal es la
intuición fundamental del poeta, lo que ha descubierto en
el momento mismo en el que inicia su misma retirada. Un
dios del que podemos apropiarnos es un dios que destruye.
Nunca los griegos buscaron imitar algún dios. Hubo que
esperar al cristianismo para que esta perspectiva mimética se
impusiese como la única redención posible, habida cuenta
de la locura revelada de los hombres [...] Hölderlin siente
por lo tanto que la Encarnación es el único medio dado a la
humanidad para afrontar el muy saludable silencio de Dios:
Cristo mismo interrogó ese silencio en la Cruz para luego él
mismo imitar la retirada de su Padre y volverse a encontrar
con él en la mañana de la Resurrección. Cristo salva a los
hombres ‘destrozando su propio cetro solar’. Se retira en
el momento mismo en que podría dominar. De ahí nos
es dado a nosotros probar dicho peligro de la ausencia de
Dios, experiencia moderna por excelencia —porque es el
momento de la tentación sacrificial, de la regresión posible
a los extremos—, pero también redentora. Imitar a Cristo
consiste en rechazar el deseo de imponerse como modelo,
siempre borrarse frente a los otros. Imitar a Cristo es hacer
todo para no ser imitado” (p.218).
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Lo que no podemos olvidar —y lo quiero reiterar con
insistencia— es que el cristianismo logró descubrir esta
verdad de la víctima y también desenmascaró la mentira del
sacrificio, quizá con más radicalidad que otras tradiciones
religiosas de la humanidad. Tal es la herencia que deseo
perpetuar.
Carlos Mendoza–Álvarez
París–Friburgo, 15 de noviembre de 2007
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El Dios escondido. Deseo, memoria e imaginación
escatológica. Ensayo de teología fundamental posmoderna
se terminó de imprimir en septiembre de 2010
en los talleres de eXiMa, Panteón 209, Bodega 3
Los Reyes, Coyoacán 04330 México, df.
La edición, que consta de 1,000 ejemplares, estuvo al cuidado de la
Oficina de Difusión de la Producción Académica del iteso.