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…Y LLEGARON CON CADENAS… Las poblaciones afrodescendientes en la Historia de Arica y Tarapacá (Siglos XVII-XIX) Alberto Díaz Araya Luis Galdames Rosas Rodrigo Ruz Zagal (Editores) Ediciones Universidad de Tarapacá 2019 …Y LLEGARON CON CADENAS… Las poblaciones afrodescendientes en la Historia de Arica y Tarapacá (Siglos XVII-XIX) Editores: Alberto Díaz Araya, Luis Galdames Rosas y Rodrigo Ruz Zagal Compilación: Felipe Casanova Rojas Ediciones Universidad de Tarapacá ISBN: 978-956-6028-08-6 Propiedad intelectual: 235934 Imagen de portada: Celebración del cumpleaños de María Esperanza Ayala Corvacho en el sector de las Chimbas. Arica, año 1891. Fotografía de Juan Manuel Anda. Segunda edición 2019: 300 ejemplares Primera edición 2013 Diseño: Eduardo Araya Castro Este libro fue evaluado por académicos e investigadores externos a la institución ÍNDICE Introducción 5 Características de la Esclavitud y la Resistencia Negra en el Virreinato Peruano. Luis Miguel Glave, Alberto Díaz Araya 11 Afrodescendientes en Arica. Registros Coloniales para una Historia Regional. Alberto Díaz Araya, Viviana Briones Valentín y Eugenio Sánchez Espinoza 29 Afrodescendencia y Registros Documentales Coloniales para el Corregimiento de Arica. Viviana Briones Valentín 65 Estudio Socioeconómico de la Población Afrodescendiente en Tarapacá (Siglos XVI-XIX). Carlos Donoso Rojas 103 Mkumba Cumbe, Tumbe en Carnaval; Baila Negro Cachimbo Andalajaya Ja. Aportes de los Africanos a la Identidad Musical en el Norte de Chile. Gianfranco Daponte 135 Caricaturas del Perú Negro en Magazines Chilenos. Referentes Iconográficos y Alteridad (1902-1932). Rodrigo Ruz Zagal, Luis Galdames Rosas, Michel Meza Aliaga y Alberto Díaz Araya 165 Con Agua, Óleo y Crisma. Afrodescendientes en los Libros Parroquiales de Lluta y Azapa. Siglo XVIII. Alberto Díaz Araya y Renato Calderón Gajardo 195 Censos y Disensos en Arica, Azapa y Lluta. Apuntes Sociodemográficos de los Afrodescendientes durante el Siglo XIX. Alberto Díaz Araya, Wilson Muñoz Henríquez y Paulo Lanas Castillo 227 Amos de Esclavos: Las Redes de la élite para recomponer los rastros de los negros y mulatos en el Corregimiento de Coquimbo (Siglos XVIII-XIX). Montserrat Arre Marfull 407 Afrodescendientes en documentos de Real Hacienda, Chile. 1565-1580. Juan Muñoz Correa 419 Promesa de Libertad: El retorno a la esclavitud de los soldados pardos del ejército de Buenos Aires. Análisis del tráfico de esclavos en la región Tacna-Arica, 1778-1815. Jaime Rosenblitt 427 El proceso criminal contra los negros esclavos en el valle de Sama, 1753-1754. Valeska Rojas Contreras 435 CARACTERÍSTICAS DE LA ESCLAVITUD Y LA RESISTENCIA NEGRA EN EL VIRREINATO PERUANO Luis Miguel Glave1 Alberto Díaz Araya2 Todos recordamos esa anécdota tan propia de Ricardo Palma, cuando decía que “quien no tiene de inga tiene de mandinga”. Tan profunda ha sido la presencia de los africanos y de sus descendientes afroandinos en la sociedad y la historia, que no se pueden entender nuestros países andinos y su cultura si no se tiene en cuenta el aporte de esta población en la creación de su sentir y sus seres nacionales. La historia colonial andina tiene todavía una deuda con esta población que tuvo un papel crucial en su definición. Aunque ahora tenemos cada vez más aportes que nos ayudan a solventarla. La historia de la cultura afroandina no ha sido sólo la de la esclavitud, pero sin duda ha estado marcada por ella. Los barrios de negros que han caracterizado la historia de nuestras ciudades fueron un producto de la esclavitud. Una vez liberados de esa inhumana sumisión, los pobladores negros se vieron reducidos a la marginalidad. Pero antes, fugados y ocultos o liberados por su propio esfuerzo, también estaban confinados a determinados espacios de ciudades que los segregaban. Lima por ejemplo fue la ciudad de los callejones, en el Rimac y Barrios Altos, cuartos ubicados en fila con un largo pasillo de “un solo caño”, donde se vivía en una extrema promiscuidad. Los viajeros lo notaron tanto y los describieron que las ciudades andinas se pueden pensar como espacios de gentes negras. “Chinganas”, “picanterías” y “casas de juego” donde negros y zambos, mestizos de negro llamados “castas”, junto a los cholos, se reunían a buscar un descanso y huir del callejón. Esa plebe urbana tomaba el centro durante las fiestas de las ciudades, donde canciones, bailes y costumbres eran un florido y desordenado hervidero de tradiciones de tres continentes: África, Europa y la América Andina. El sello y la autenticidad de las ciudades y su cultura no pueden ser conocidos sin reconocer la presencia de los afroandinos. La llegada de los negros a los Andes fue muy distinta a la imagen que se desprende de la trata de esclavos y la economía de plantación (AndrésGallego, 2005, Gómez, 2002, Lucena, 2002). Al igual que como ocurrió primero en la conquista del Caribe, México y Centro América, los 1Instituto de Estudios Peruanos, Lima, Perú. 2 Universidad de Tarapacá. Arica, Chile. 11 negros llegaron acompañando a los conquistadores. Primero pues fueron compañeros, auxiliares y sirvientes. Con el tiempo y el establecimiento de formas civilizatorias occidentales, particularmente las ciudades, estos compañeros se convirtieron en criados. Ya se había abierto la puerta a la trata en los territorios colonizados, y esta provenía de la demanda de servicio, propia de esa sociedad plagada de vínculos personales de dependencia. Según consigna Rolando Mellafe (1959, p. 36), apenas instalados los conquistadores en Jauja, uno de ellos se obligó con un compañero en Panamá para pagar ciertas mercaderías que le enviaría, entre ellas una centena de esclavos marcados. Como señala James Lockhart (1982), los españoles llevaron consigo esclavos con la idea de obtener grandes ganancias al venderlos una vez se descubrieran las prometidas grandes riquezas. Iniciada la conquista del Imperio Inca con la captura de Atahualpa y el reparto del primer botín, los negros entraron a raudales en los Andes, desde el actual Ecuador hasta Chile. Muchos negros llegaban con los españoles que se asentaban en los Andes provenientes de otros territorios conquistados por España en América y de la propia España, pero otros tantos comenzaron a llegar por compraventas que se fueron introduciendo por parte de otros migrantes y por las primeras licencias de importación de negros, que fueron la forma más importante de introducción de esclavos en el siglo XVI, hasta 1595 cuando se concretó el primer asiento o contrato monopólico. Para entonces y hasta principios del siglo XVII, los navíos con cargazones de negros de Angola y Guinea, ya arribaban por decenas anuales a los puertos de entrada, empezando por Cartagena de Indias. Se calcula que en el siglo XVI pasaron a la América española unos 900,000 esclavos (Kamen, 1971). Es interesante notar que mientras la densidad de esclavos en 1570 era mucho mayor en el Caribe, hacia 1650 tanto en Nueva España como en el Perú había zonas y ciudades donde la densidad era igual a la centroamericana. En los Andes, la creciente presencia de los negros se notó claramente a fines del siglo XVI y a principios del XVII fueron ya un factor de riesgo político, como veremos. Contamos con datos que ha reunido Frederick Bowser (1977, p. 407-411) y retomados por Jean Pierre Tardieu (2005) sobre la presencia de los negros en el virreinato del Perú. Veamos algunos de ellos, los más indicativos. Muy tempranamente, hacia 1554, Lima contaba con más de 1.500 esclavos y en todo el Perú había unos 3,000. En 1588, según las Relaciones Geográficas de Indias, había en Lima entre 12.000 y 15.000 negros. A fines del siglo, el número no era menor a 20.000 y un informe de principios del siglo XVII habla de una 12 cantidad similar en otras ciudades del virreinato. Ya en 1630 el cronista Antonio Vázquez de Espinoza pensaba que Lima albergaba a 50.000 esclavos. Aunque esta era una expresión exagerada según otros registros más precisos, lo cierto es que la presencia negra siguió creciendo y su proporción dentro del total de la población llegó a ser contundente. Para entonces, ya se hacían importaciones de tipo asiento y los mercaderes introducían centenas de esclavos para los que hubo que construir unos barracones aislados de la ciudad mientras se fueran vendiendo. En Chile la cosa no fue tan abrumadora, pero ya había más negros que blancos en el año 1620. No se puede establecer un precio medio de los esclavos pues éste variaba de acuerdo a muchos factores, no sólo el sexo y la edad, muchas veces el aspecto, la fortaleza, alguna habilidad real o supuesta, el punto de venta y demás. Bowser (1977) ha hecho una agrupación de datos que muestran variaciones alrededor de los 300 y 500 pesos, pero como bien anotaba Lockhart (1982), hubo negros expertos en oficios o artes que podían duplicar y triplicar el precio. Esta población estaba muy dividida. Fernando Romero (1987, 1994) ha identificado más de 50 tribus de dónde venían lo esclavos, desde la costa occidental del Senegal a Angola, aunque algunos vinieron del litoral oriental. Luego se mezclaron y se denominaron de las maneras más increíbles: mestizo prieto, negro chino, mulato, mulato claro, mulato oscuro, mulato morisco, mulato pardo, mulato lobo, tercerón, cuarterón, zambaigo, chino, rechino, chino prieto, chino claro, zambo, zambo claro, zambo prieto; ahí te estás (tente en el aire), salto atrás y... no te entiendo. Acompañaron a sus amos y los sirvieron en sus casas, fueron sostén fundamental del mantenimiento del tipo de vida de esas unidades domésticas. Hay que tener presente que se trata de la implantación de casas señoriales, de gran número de habitantes dentro de ellas. La formación de las ciudades y de las incipientes formas de división del trabajo dentro de ellas, para proveer servicios fundamentalmente, demandaron servidores que en su inmensa mayoría fueron esclavos, salvo en aquellos asientos serranos donde primero por vía de las encomiendas y luego por los mecanismos de servidumbre personal que se implantaron, el servicio fue proporcionado por los indios. La implantación de los indios en las ciudades fue todavía lenta y luego insuficiente, el espacio económico para proveer de ese servicio fue ocupado por los servidores negros. Carmen Bernard (2001) nos ha relatado muy bien el panorama que se presentó. Su estudio revela la vida de los negros en las ciudades, de manera que completa y corrige la imagen general que los estudios sobre la economía esclavista 13 de plantación han dado sobre la esclavitud africana en América. Parte de la importancia del fenómeno de la urbanización como construcción y aportación nueva de los espacios coloniales. Enfatiza la proximidad física entre los esclavos y la familia del amo. Además, el negro se desenvolvía en un espacio de mediación como fueron las calles y plazas. Allí se dio su presencia más notoria, cuando comenzaron a tomar los espacios públicos. Vendedores de asiento, pregoneros eximios, difundieron alimentos de origen africano: anticucho bereber, tamal yoruba, chicha de Terranova, sanguito de ñaju congoleño, champús de agrio chamba, choncholí y brebajes alcohólicos de factura esclavista como el cañazo, la cachina y el guarapo (Romero, 1988). Pero también, bebidas españolas como el emoliente y comidas como el pescado frito. Las ciudades mostraron zonas intermedias de mestizaje por la convivencia y el poco claro estatus de los horros que habían conseguido su libertad de la servidumbre. Se había producido una incorporación de esa población, en un largo y contradictorio proceso. Bozal (el negro africano), ladino (el negro aculturado), mulato (el descendiente mestizo): transmisión cultural occidental, pero también a la inversa. Se formaron rancherías de negros, que tenían vinculaciones con los espacios libres conquistados por los huidos, los llamados palenques, poblados de cimarrones. Hubo desde temprano uno en Huaura cerca de Lima y como en la capital, los hubo en los alrededores de otras ciudades importantes. Un caso que mencionamos a guisa de ejemplo de la cercanía que hubo entre amos y esclavos fue nada menos que el de un connotado oidor. En uno de los varios procesos que tuvo que enfrentar el oidor Manuel Barros de San Millán, un hombre culto y político, que tuvo gran figuración en los entretelones del poder virreinal en Charcas desde la época del virrey Toledo, se le acusó de tratar a sus negros “en igualdad”. Las escenas de este proceso nos llevan a la casa del oidor y allí lo vemos tratando con sus esclavos en la cocina, en la biblioteca, en la sala previa a su recámara. Tanta influencia tenían los esclavos de Barros sobre él que muchos pleiteantes se acercaban a ellos para pedirles que intercedieran en sus casos. Varios de los negros de Barros tenían presencia en la vida pública de la ciudad: jugaban, hacían algunas pendencias y uno de ellos, con quien se le vinculó sentimentalmente al oidor, era un gran bailarín y tañedor de vihuela, lo que le permitía incluso ganar dinero con el que aparentemente logró comprar su manumisión3. 3 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Escribanía 844 A. 14 Todos en la ciudad tenían esclavos, incluso los negros libres que adquirían cierta fortuna podían tener los propios. Los mismos indios los tenían como ha mostrado Emilio Harth-Terre (1973). No sólo los indios nobles y pudientes de la ciudad, también los tuvieron los comuneros de los pueblos, como los de los alrededores del río Apurimac que construían un importante puente para la circulación colonial, como lo señaló el mismo Harth-Terre. Estos indios fueron autorizados en 1595 a comprar con los fondos de sus cajas de comunidad, cien piezas -como se denominaban a las personas esclavizadas- para relevarse de las vejaciones que sufrían en la fábrica del paso, tan necesario para todo el reino. Esa presencia abrumadora de los negros y mestizos de negro que poblaron las ciudades se manifestó en un momento muy ilustrativo de la historia de las razas y del mestizaje cultural durante el siglo XVII, cuando la Inquisición procesó a muchas mujeres acusadas de hechiceras, embusteras y sortílegas. Ello ocurrió de manera continua, pero especialmente en el segundo cuarto del siglo y a fines del mismo. En ambos casos, luego de espectaculares procesos seguidos a mujeres blancas o mestizas acusadas de iluminadas. Luisa Ramos, mulata del Callao, Francisca Martel, mulata de Trujillo, Ana de Almanza y María de Bribiescas mulatas de Panamá y María Martínez, mulata esclava de Portugal que vivía en La Plata, fueron condenadas y públicamente azotadas hacia 1630 por sus hechizos amatorios, sus conjuros y sus pactos con el demonio. Nótese que todas eran mulatas, muchas venidas de otras latitudes y muy adentradas en la vida urbana de Lima y otras ciudades andinas. La historiadora Gabriela Ramos (1988) ha encontrado que en sesenta años del siglo XVII fueron procesadas 43 hechiceras, de las cuales, 20 eran negras y mulatas y nueve mestizas, más bien “pardas” que “cholas”. La Martínez por ejemplo era una hija de un cura de Portugal con una esclava de Guinea. Tenía cinco hijos de diversos padres cuando fue apresada luego que la acusara una de sus clientes que, aterrorizada testificó que sobre su órgano sexual hizo unos conjuros a Satanás y luego descubrió que la mulata estaba en realidad tras los favores sexuales de su propia clienta. Mucho podríamos comentar sobre estos casos, como la liberalidad sexual de estas negras, su desvinculación de algún varón o tutela familiar y la cantidad de ellas para ciudades tan pequeñas como eran las de la época, lo que revela la demanda que había por sus servicios. Pero sólo nos detendremos en algunos testimonios que revelan la mezcla de ritos en las prácticas de las negras y morenas. Una de las suertes básicas que traían era la “suerte de habas”, tirar habas para adivinar la suerte. Un rito que desde 15 Panamá y probablemente desde África, llegó a Lima y el interior andino. Pero lo curioso es que estas mujeres de Portugal, Panamá, Cuenca, Trujillo y Lima, juntaban el sortilegio de las habas con mascar coca, tirarla y hacer invocaciones a la hoja: “coca mía, madre mía...por quienes te idolatran, por el inga, por la colla, por el sol, por la luna...”. Invocaciones que eran pronunciadas muchas veces en quechua... por negras. Una muestra más de la riqueza de la aculturación y los intercambios que esa sociedad andina procesaba para dar origen al mundo andino colonial. Esa mezcla cultural, hecha de manera tan espontánea que incluso era marginal e ilícita, era parte de un proceso de aculturación donde los afroamericanos aportaban en el nacimiento de una nueva cultura. Lo mismo ocurría en México, peculiarmente en Veracruz. El historiador Antonio García de León (1992) ha llamado a esa región el caribe afroandaluz de México. Marineros españoles, población negra liberta o esclavos que desarrollaban oficios, se constituyeron en fundadores de una cultura de integración, desarrollada también en los márgenes de la sociedad, de manera desafiante y sin aceptar la norma, o reprocesándola tanto que eran, junto con libertinos y dados a los sortilegios, devotos y temerosos del poder del Rey. Hechiceras, suertes de hadas, encuentros carnales desinhibidos, mestizaje racial y cultural, en un mundo nuevo, dieron lugar a la cultura atlántica de México. En esas nuevas culturas americanas, los negros formaron grupos exogámicos, que se fueron fundiendo con otras razas y desaparecieron como tales, pero habiendo contribuido a crear esa “raza cósmica” de la que José Vasconcelos (1925) se preciaba en la revolución mexicana. Regresando a los relajos urbanos coloniales, veíamos que la práctica de la hechicería era básicamente hecha por mujeres, de origen africano pero muy americanas o, para dar un término más preciso: andino-americanas, afroandinas. Los hombres no destacaron en este espacio social disidente, ellos eran más bien cimarrones, bandidos salteadores que se refugiaban en lo que se conoce como palenques -nombre de origen antillano que significa “lugar inaccesible”. Los llamados palenques fueron lugares que funcionaron como aldeas, dominadas por los varones negros, donde los esclavos fugados se refugiaban y establecían un mecanismo de resistencia abierta a los abusos que sobre la gente de su raza se cometían. En la costa los lugares más importantes de estos núcleos de resistencia negra fueron varios, en los valles y el entorno de las ciudades. 16 La evasión y posterior formación de comunidades fue la forma más común de rechazo a la dominación por parte de los negros. Los españoles dividieron a los esclavos, los debilitaros para resistir, los enfrentaron. Pero luego se produjo un efecto contrario de recreación de identidades y creación de una “novedosa negritud” en la que estos palenques jugaron un papel muy importante. Sin temor a equivocarnos, podemos sustentar que, en una porción muy grande de la población rural andina, se procesó una etnogénesis afroandina colonial. En el norte del Ecuador actual, en el valle de Chota, todavía podemos encontrar pobladores negros que hablan el idioma indio y visten a la usanza de los campesinos locales. Bolsones negros son reconocibles en los valles bolivianos actuales, en las ciudades del norte de Chile y algunos del piedemonte oriental peruano. Pero, sobre todo, los poblados campesinos de la costa, particularmente la zona central peruana, muestran un panorama de mezcla que caracteriza las formas culturales y raciales de sus habitantes. Ello fue así porque los negros esclavos también resistieron en la etapa étnica, fugando, mezclándose, interactuando. Los testimonios de palenques o de cimarrones cercanos a la capital del virreinato los muestran en: montes de las chácaras de Chillón, Collique, Chuquitanta, Carabaillo; Cajamarquilla en Huachipa; los totorales de la hacienda Villa en los valles de Surco y Chorrillos. Célebres fueron los de las chácaras de Garagay. La zona de Chancay y Supe fue convulsionada en la segunda mitad del XVIII. El valle de Mala, particularmente los montes en sitios conocidos como el Guarangal y Bujama. Revueltas hubo en Supe y Andahuasi. El radio de acción de Chancay se extendió hasta Cañete, Mala e incluso Chincha e Ica. Junto con los palenques, que eran formas de resistencia marginal y permanente, se produjeron algunas sublevaciones de esclavos en haciendas, como la de Nepeña, San Nicolás de Supe, Andahuasi y Villa. Todas sin embargo ya en el último cuarto del siglo XVIII. Hubo una relación entre los esclavos de las haciendas y los palenqueros vecinos. Estos palenqueros alentaban a los rebeldes y actuaban como bandoleros en un radio muy amplio hacia el sur: las barreras étnicas del siglo XVII se iban rompiendo. En Huachipa y Carabaillo hubo famosos palenques. En Huachipa (1713) se detectaron formas de sincretismo religioso muy interesantes, junto con formas católicas, se practicaba el vudú; el líder, el General Francisco Congo -llamado Chavelilla- tenía dotes especiales de manera que además de líder militar y político, era brujo y chamán. En esos palenques 17 subsistieron las rivalidades, los Congos expulsaron a los Terranovos. Francisco Congo se enfrentó a Martín Terranova, matándolo finalmente. Pero, así como subsistían formas de enfrentamiento, también, el palenque estaba vinculado con el mercado urbano, constituyendo una forma de interacción entre los cimarrones y la sociedad central. Las mujeres del palenque hacían canastos que vendían con ayuda de los esclavos de las haciendas; los aliados eran los leñateros, negros libertos que llevaban leña a la ciudad y regresaban con negros fugitivos y con noticias y productos. En Carabaillo y Zambrano, valle del Chillón, se encontraba el otro gran palenque conocido. Asentamientos de larga duración, acentuados por la crisis agraria de fines del XVIII. Se caracterizaba por su dispersión, diferente al carácter militar de Huachipa, que tenía un fuerte hecho por Francisco Congo, donde se refugiaba. También subsistían rivalidades entre los Congos y los Minas, pero a la vez también se desarrollaban vínculos con el mercado y con las haciendas. Pero sin duda la forma más original de aldea dominada por los negros en un grado extremo de marginalidad, pero en vínculo con el sistema general y las otras razas fue la del puerto de La Canoa, en la región de Esmeraldas, en las costas más septentrionales del Ecuador actual. Tierras míticas de ensoñación y de riquezas que su nombre indica. El Ecuador negro actual tiene ahí su baluarte. La historia del poblado, siempre “libre” sin ser un palenque propiamente, está dotada de todo un mito. Según una relación atribuida al capitán Ruiz Díaz de Fuenmayor, hay una versión sobre la provincia de Esmeraldas que atribuye su surgimiento a un negro sobreviviente de un naufragio que se refugió entre los nativos, procreando muchos hijos y haciéndose jefe de los naturales y de su propia descendencia. Una especie de arquetipo fundador. Otras tradiciones hablan de un barco hundido con un grupo de negros que se fugaron en la espesura de la jungla, como lo relata la relación de Salazar de Villasante en 1570. Pero fue el cronista Miguel Cabello de Balboa el que hizo una prolija relación del descubrimiento de la provincia de Esmeraldas, poblada por negros y mulatos: según él, en 1553 en un barco procedente de Panamá venían 17 negros y seis negras quienes, luego de aportar en la costa, lograron fugarse y mezclarse con los indios -menos desarrollados que los serranos y llamados por ello “behetrías”- dominando la sociedad local y manteniendo un régimen que resultó irreductible por el poder central. Uno de ellos logró hacerse jefe. Alonso de Illescas, quien gozaba del favor de los nativos que le dieron por esposa a la más 18 bella mujer, hija de uno de los jefes indios del lugar. Mientras, otros barcos españoles naufragaron en el paso hacia Paita y Lima y fueron los negros y sus descendientes mestizos los que cobija- ron y ayudaron a los sobrevivientes, constituyéndose en una suerte de asistencia naval informal muy eficiente. Algunos de estos sobrevivientes lograron interceder por estos negros cimarrones, que comenzaron a ser receptores de otros cimarrones fugados de las zonas de la actual Colombia. Así, uno de los más famosos mulatos de la zona, Juan Mangache, llegó a Quito en 1598 entre homenajes y regalos de las autoridades. Los pobladores de las costas ecuatorianas fueron entonces negros, mulatos y zambos, que estuvieron dentro de un espacio marginal, donde eran libres, pero estaban integrados hasta la época republicana cuando fueron paulatinamente subordinados y terminaron siendo conocidos como los “mangaches” en recuerdo de su antiguo líder (Tardieu, 2006). Regresando a la incorporación forzada de los negros a la economía colonial, digamos que poco a poco, desde la economía urbana en la que se asentaron, los negros comenzaron a servir también en las primeras propiedades rurales de los alrededores de las ciudades. Los distintos informes acerca de la vida en las ciudades hablaban de esta ubicua presencia de los esclavos negros. Los señores tuvieron además de sus casas urbanas, grandes fincas que se fueron convirtiendo en las primeras haciendas, servidas en gran proporción por los esclavos ya que la provisión de mano de obra indígena para ellos fue insuficiente. Ya consolidadas las haciendas en espacios más denotadamente rurales, los esclavos más bien se desempeñaron como especialistas y regidores de los servidores indígenas que los primeros propietarios se agenciaron. En el campo además, la presencia de los negros se debió a las fugas que hicieron muchos desarrollando el cimarronaje. Hubo también y desde muy temprano, un sector rural de tipo ingenio y trapiche que se asentó en algunos valles costeños, e incluso en los valles bajos y calientes de la zona interandina, demandante de mano de obra esclava, única manera de abastecerla entonces por la falta de indios en esos espacios y por la novedad de todo el invento implanta- do en esa geografía que lo desconocía. El cronista Vázquez de Espinoza hablaba ya para 1540 de 300 esclavos trabajando en el valle de Nasca en las nuevas plantaciones azucareras. Mientras que a fines del siglo XVI, en los valles de la provincia de Vilcabamba, particularmente en los ingenios de Quillabamba, los testimonios hablaban de 2,000 piezas de todo género y nación. Pero el apogeo de estas empresas agrarias no se produciría hasta 19 ya entrado el siglo XVII. Sólo los jesuitas, al momento de su expulsión en 1767, tenían en sus plantaciones de caña y viñedos, más de 5,000 esclavos negros, con un promedio de más de 250 esclavos por hacienda. Esas haciendas eran las de mayor valor invertido, en un sistema económico que no se caracterizaba por la inversión. Dentro de ellas, el valor más alto de los factores productivos fue el que se hizo en los esclavos, un tercio del total. Al final del periodo colonial, apareció un tipo de esclavo criollo, nacido en América, que en algunas haciendas llegaba al 40% en su mayoría jóvenes de menos de 18 años. Una de las puertas de entrada de los esclavos procedentes del caribe y de Panamá fue el puerto de Paita, la puerta del Perú. Los barcos que traían los cargamentos de esclavos que habían sido comprados en un comercio interindiano en Panamá y Cartagena, tenían contra sí las corrientes del sur de manera que fue esta estación enclavada en el desierto del norte por donde se introducían los esclavos, probablemente las ventas más importantes de los mercaderes una vez que se estableció un sistema comercial maduro en el virreinato (Glave, 1993). Además, había una demanda importante en los valles del norte donde se comenzaron a establecer empresas agrarias del tipo estancia, trapiches y tinas de jabón (Espinoza, 2004). Los negros se asentaron tanto en los nuevos espacios económicos rurales como en los alrededores de las ciudades, tal el caso de Piura donde se fundó el asiento o barrio de los malgaches –provenientes de Madagascar- y dentro de las casas urbanas donde principalmente las mujeres servían en las necesidades domésticas. Pero la entrada más importante se daba en el Callao, el puerto de Lima, a donde llegaban las embarcaciones en las épocas del año cuando las corrientes lo permitían. Dadas las normas monopólicas que regían el comercio de Indias, esta era la ruta más importante. Allí llegaron, hasta el siglo XVII, fundamentalmente los negros que habían estado ya en Cartagena, Panamá y el Caribe, haciendo la llamada “ruta del Pacífico” (Mellafe, 1959, p. 247). Muy pocos eran pues negros recién sacados de sus puntos de origen, desde Angola y Guinea en África, desde donde eran llevados a estos primeros puntos de entrada, aunque poco a poco, ya fines del siglo XVI, se apersonaban los comerciantes limeños a comprarlos tan pronto arribaban. Los comerciantes que querían llevar negros a Chile no hacían la contrata en el norte, como los comerciantes limeños que iban a comprar cargazones hasta Cartagena y principalmente Panamá, contentándose con comprarlos en Lima en pequeñas cantidades. La conducción de los esclavos al sur, especialmente a Chile, por las largas distancias encarecían el valor de las piezas, por lo que se hizo recurrente 20 el uso de la ruta alternativa del oriente atlántico, la “ruta continental” abastecida clandestinamente desde el Brasil. El número creciente de negros en las casas de los señores y sus estancias y chácaras y el cimarronaje asociado a ellas, hicieron temer alzamientos, como ocurrió en Lima en más de una oportunidad a principios del siglo XVII como veremos más adelante. Pero no se trató sólo de un fenómeno capitalino. El inicio del siglo XVII mostró la presencia fundamental de los negros en la vida política del reino desde entonces. En una sonada causa política que tuvo su centro en Huamanga en 1601, cuando se denunciaron los intentos conspiratorios del que fuera corregidor de la plaza, el caballero García de Solís, que involucraron al noble descendiente Inca, don Melchor Carlos Inca en Cuzco, una de las acusaciones que se le hicieron fue el intento de movilizar a todos los mestizos, mulatos y negros, las capas sociales nacientes de esa sociedad en proceso de cambio4. En Quillabamba, jurisdicción de la provincia de Vilcabamba, a seis leguas de la ciudad de San Francisco de la Victoria, se produjo lo que debe ser el primer alzamiento de esclavos en los Andes, esta vez aunados con los indios del valle, cercando a los españoles hacendados, sus ayudantes y los indios servidores de sus casas. El gobernador, tan pronto tuvo noticia del suceso, por medio de una angustiosa comunicación de los afectados, organizó un operativo de represión, enviando gente armada y un caudillo, mientras “hacía rostro” a los indios de la ciudad que pretendían desamparar la labor de las minas, es decir una verdadera revolución en el valle. Su pequeña tropa actuó con sonado éxito y con una velocidad que sorprendió a los propios amenazados de muerte por los alzados. Sometidos los negros esclavos de las haciendas e ingenios del valle, los soldados acabaron con los jefes de la sublevación. Llevaron a Vilcabamba la cabeza del indio pilcosone, Chichima, “capitán belicoso” del alzamiento. Luego que, muertos dos capitanes de los esclavos, los negros Juan Bañón que era el primero y Domingo Biafra que tomó su lugar y un indio chiriguano “belicoso” llamado Conome, el corregidor mandó ofrecer paz a los negros, que tenían con ellos también indios como 4 AGI, Lima 273. Entre las f. 470-489 de la numeración a lápiz, en la anotación postrera dice “Relación del negocio de don García de Solis”. Lima 13 de octubre de 1601 los alcaldes del crimen habiendo visto el proceso criminal que se fulminó contra don García de Solís Portocarrero, corregidor que fue de la ciudad de Huamanga y villa rica de Oropesa de Huancavelica y otros culpados sobre el trato de rebelión que se pretendió hacer en ella en deservicio del rey, mandaron que el escribano ante quien pasó de un testimonio de la sentencia que se pronunció por Francisco de Coello, alcalde del crimen en la corte, juez pesquisidor en la causa, en que condenó a muerte al reo. 21 declarara un testigo, y premios por la entrega del trofeo mayor que era Chichima. Otro testigo, un minero que fue en la vanguardia armada al rescate, entendía al chiriguano que le dijo que “le mataría y bebería en su cabeza”. Logró con ello la pacificación y evitó que se perdiera la provincia donde había más de 2,000 piezas de todo género y nación. La gente que mandó sufrió muchas emboscadas preparadas por los alzados y cuando llegó al valle, procedió a quemar dos bohíos de comida compuesta de maíz, zapallos y yucas que ya habían recogido y a talar muchos sembríos que tenían hechos un año atrás los esclavos previniendo su intento. Si no se hubiese hecho esto no se hubiese podido dominar una zona tan fuerte y abastecida como esa5. El lunes 20 de mayo en la noche se amotinaron y alzaron 20 negros esclavos de uno de los principales ingenios del valle y quisieron matar a su propietario, encabezados por el indio Chichima y otros negros que alguna de las cartas dice eran hasta 40. El dueño logró huir, pero prendieron fuego a las casas de purga y resultaron muertos seis indios, entre los cuales el curaca del valle y quedaron otros mal heridos. Cuando llegaron los refuerzos salvadores, dieron testimonio como junto a la capilla del ingenio se hallaron medio enterrados muchos cuerpos de indios que daba lástima verlos. Todos los negros del valle de Amaybamba, del de Ondara y de toda la provincia estaban convocados con ellos. Otros testimonios suponían que también lo estaban los negros del Cuzco, ciudad donde a pesar de la abrumadora presencia de servidores indígenas, hubo una importante cuota de trabajadores negros (Tardieu, 1998). Los caminos estaban tomados y los españoles propietarios del valle en número de ocho cercados. Los alzados atacaban a todos los que encontraban. El alcalde de la hermandad por orden del corregidor había entrado hacía unos días en el valle, en donde además tenía una hacienda propia, a la captura del indio Francisco Chichima, de un negro y otras “piezas” que andaban con él, retirados en el monte ocultándose por haber cometido robos, asaltos y muertes. Es decir, no era una sorpresa la actuación de Chichima, al que un testigo calificaba como salteador y “cimarrón” y como vemos, capitán de otros cimarrones negros. A pesar de haberse sofocado este intento, poco después hubo nuevos, menos documentados, de alzamiento por parte de los negros de estos valles. 5 AGI, Lima 158. Expediente de probanza promovida por el capitán Diego de Aguilar y Córdoba, gobernador de la provincia, en San Francisco de la Victoria de Vilcabamba en 21 de octubre de 1602 ante Antonio Muñoz, teniente de corregidor sobre sus calificados servicios en el socorro de la gente cercada por el alzamiento de los esclavos e indios del valle de Quillabamba. Escribano Juan Díaz de Bermúdez. 22 Una década más adelante, en 1613, se pueden encontrar evidencias de nuevos desaguisados sociales y políticos en los que la presencia de los esclavos negros fue protagónica. Cuando el virrey el 8 de abril de 1613 escribió sobre los principales sucesos del país, dio cuenta del temor a un alzamiento de negros en Lima, que fue rápidamente sofocado. El informe de esta nueva presencia de los negros esclavos en el escenario de las protestas, va sin embargo junto a la noticia del levantamiento de otros descontentos en Potosí6. La noticia principal del virrey Marqués de Montesclaros fue en todo caso la del temor a lo que pudiesen haber intentado hacer los negros de Lima. De lo que se trató fue que hubo noticia de la inquietud que se manifestó entre los negros en México y por eso, en Lima se temía algo parecido. El virrey dijo no tener claro si por que los recelos tuvieron fundamento o porque ellos mismos le dieron aliento, lo cierto es que los negros “comenzaron a desvergonzarse en palabras”. Por ello se aplicaron medidas punitivas de gran crueldad para conseguir confesiones que a la postre y sin embargo no se dieron. Luego metieron en galeras a dos de los más señalados, castigaron a otros y se apuró la ejecución de algunos que ya estaban condenados a ello en la cárcel. Así se aquietó todo. Pero llegó la nueva de que, tal vez porque esta voz llegó a Potosí o ya antes tenían platicado el daño, se descubrió que unos extremeños, “hombres sueltos de Extremadura” “que acá llaman soldados”, en número de 60 ó 70 se concertaron para alzarse, repartidos en partidas que asesinarían al presidente de La Plata y a los oidores y en Potosí al corregidor y oficiales reales y algunos hombres ricos. Saquearían la caja real y en el camino a Arica matarían a los arrieros que llevaban la plata del rey y de particulares. Se harían dueños del galeón que esperaba por ella en el puerto y traerían el tesoro del año para pagar gente que se les uniera para “pregonar libertad en los negros y exención de tributos y mitas en los indios” y para que les creyesen asolarían los ingenios de la ribera de la villa minera. El programa de estos descontentos no era pues otra cosa que una verdadera revolución social. Tenía esta propuesta una amplitud de miras que desconcierta. Incluso si fue sólo figurada o temida por quienes los reprimieron, ya era una manifestación de que las posibilidades o los peligros de una sublevación contra el poder real y/o la justa dominación de los reinos indianos, eran un hecho histórico. Para cualquier plan al efecto, la participación de ese segmento creciente de la población constituido por los negros esclavos y todos los descendientes de africanos, era central. El 6 AGI, Lima 36. 23 alzado más nominado de la intentona potosina fue Alonso Yáñez y otros pocos soldados sueltos pobres y perdidos sin ningún género de armas, para más señas Yáñez además era hijo de una mulata. Los esclavos de las haciendas de la costa eran una creciente población que alguien en el proceso que presentamos a continuación estimaba en 60,000 almas sólo en los valles de Lima. El dato, a la vista de los que ya hemos presentado, suena exagerado, pero a la vez muestra que era muy difícil calcular cuántos esclavos había cuando a la vista su presencia era numerosa y creciente. Por eso es que la reacción del virrey, entonces el Príncipe de Esquilache, ante una denuncia de un intento de movilizarlos en 1619, nos devuelve al escenario de las ejecuciones de escarmiento y nos entrega la figura de otro descontento, algo marginal, que sin embargo osó pensar en pedir la libertad y en conseguirla con los esclavos negros. Como varias de estas denuncias de alzamientos, ocurrió el primer día del año, saliendo el virrey de la iglesia de la Compañía de Jesús. Se trató de una delación contra Sebastián Machado, natural de la isla de la Tercera, una de las Azores, de la corona de Portugal, oficial de herrero, de 34 años de edad, casado en la provincia de San Miguel de Ibarra en la provincia de Quito, que llevaba nueve años en el reino. Machado publicaba que estaba muy disgustado y que en aquella Audiencia no le habían hecho justicia, cuando seguía un pleito “por cierta fuerza” que decía habían hecho a su mujer. Buscando a su agresor, había bajado a Lima. Habiendo estado unos días como mayordomo en una chácara, con el fin de vengar su injuria, había inducido a su delator a acompañarlo, diciendo que tenía convocados “más de quinientos negros” que había juntado, doscientas libras de pólvora y cuatro escopetas. Con todo eso atravesarían muchas chácaras y los irían recogiendo hasta subir a la sierra y entrarían en tierra de guerra de donde irían a Lima y a Quito. Los pertrechos para su asonada los tenía escondidos en una guaca en una chácara7. Tenemos pues una pequeña y personal historia que sin embargo se destapa como una posibilidad de acción amplia, apelando a la movilización de los esclavos negros que a raudales poblaban los espacios rurales de las cercanías de las ciudades. El virrey, luego de dudar si intervenir al sospechoso de inmediato o dejar que fuera a buscar al delator para ir donde las armas, optó por tomarlo preso. No confiaba en el delator, temía que por alguna sospecha Machado moviese las armas y en todo caso, en el tormento declararía lo que había 7 AGI, Lima 38, Libro IV, f. 304, despacho del virrey don Francisco de Borja Príncipe de Esquilache del 27 de marzo de 1619, Gobierno N° 25. 24 al respecto. Ordenó que siguiesen al declarante y tan pronto lo viesen hablar con Machado, lo tomasen detenido. El doctor Francisco Carrasco del Saz8 fue cometido para examinar a los testigos, entre ellos un cerrajero quien dijo haber cebado una piedra imán en unas limaduras de acero y haber visto el agujón (de los testimonios se deduce que se trataba de una brújula, una punta imantada) que Machado tenía para hacer su jornada por despoblado, le dijo que con él podía salir de cualquier parte y montaña donde estuviese. Además, le quiso comprar una escopeta, un molde de hacer pelotas y un cucharón de hierro para hacer munición. Le enseñó también dos arrobas de hierro que traía en unas alforjas. Machado confesó el caso de la fuerza contra la mujer, que conocía a los testigos y haber enseñado el agujón el cual se le encontró cuando lo prendieron junto a quince balas, un molde de ellas, un canuto de maguey para yesca y tres cuchillos, pero negó lo demás. El supuesto escondite de las armas nunca se pudo encontrar. Carrasco prosiguió la averiguación. Constó que había comprado diez libras de pólvora y a quien se la vendió le dijo que sabía hacerla y que la revolvería con la que trajo de Quito. También constó que había convocado cuatro esclavos mulatos a quienes les mostró el agujón y les dijo que hablasen con otros amigos animosos, que a todos los llevaría con él, aunque fuesen mil. Declararon que les propuso salir de su esclavitud, irse por la tierra de los indios de guerra y llegar al Brasil, de donde podían ir a cualquier parte. Declararon que les enseñó el agujón con el que podría ir por descampados en su marcha y tener unos polvos con los que no podrían hacerle daño. Machado dijo que efectivamente buscó a los mulatos y les pidió juntasen otros, pero dijo que era para ir con ellos a Quito a su venganza. Machado terminó confesando que persuadió a sus cómplices para que lo acompañaran y fuesen con él recogiendo negros y toda la gente dispuesta que hallare. Una figura literaria animaba el espíritu del enfadado rebelde en ciernes, “no era más el ser uno rey que hacer hechos valerosos”. Con esa consigna, digna de un cante medieval o poema de caballería, que Machado 8 Por entonces ya estaba nombrado como oidor de Panamá y como era un veterano ministro de Lima, no quería irse, como lo promovió abiertamente, poniendo como uno de sus señalados servicios la participación en esta fulminante y “peligrosa” causa. Entre sus valedores estaba el mismo Príncipe de Esquilache, que lo tenía por asesor. Uno de sus principales méritos fue haber castigado a Sebastián Machado “persona que intentó de apellidar libertad y conducir a los negros y mulatos esclavos para que se levantasen con el reino lo cual fuera de muy grave daño por las muchas muertes e inquietudes que se habían de recrecer”. AGI, Lima 108. 25 relacionó con los hechos valerosos del rey don Alfonso9, se informaba el sentir de este otro rebelde popular al dominio real. Con estas evidencias se le hizo cargo en un día de proceso, se hizo ratificar a los testigos y a los esclavos en tormento y para descubrir si había más cómplices, se puso al propio Machado en el potro de la tortura, pero no constó nada nuevo. Se le declaró por facineroso, movedor de inquietudes contra el servicio del rey y se le condenó a morir en la horca y hacer cuartos de su cuerpo, lo cual se ejecutó el sábado 5 de enero, habiéndose hecho la delación el martes y la prisión el mismo día a las siete de la noche. La sentencia se pronunció el viernes a mediodía. “Como estas materias son tan peligrosas en este reino, procuré averiguarla y abreviarla con toda la diligencia posible” escribió el virrey. Consideraba además que de ese castigo no sólo se escarmentaba de otros posibles revoltosos, sino que además quedaban advertidos de españoles que podían hacer levantamientos de negros “que es un daño hasta ahora no advertido en este reino”. Temor que sin embargo nos relata cómo esa nueva sociedad colonial tenía un componente fundamental en la población africana trasladada por fuerza al Nuevo Mundo. Referencias Citadas Andrés-Gallego, J. (2005). La Esclavitud en la América Española. Fundación Ignacio Larramendi y Ediciones Encuentro, Madrid. Bernard, C. (2001). Negros Esclavos y Libres en las Ciudades Hispanoamericanas. Fundación Histórica Tavera, Madrid. Bowser, F. (1977). El Esclavo Africano en el Perú Colonial, 1524-1650. Siglo XXI Editores, México. Espinoza, C. (2004). Afropiuranos y esclavitud en el Perú. Umbral 8:18-25. García de León, A. (1992). El caribe afroandaluz: permanencias de una civilización popular. La Jornada Semanal 135:27-33. Glave, L. (1993). La puerta del Perú: Paita y el extremo norte costeño, 16001615. Boletín del Instituto Francés de Estudios Andinos 22(2):497-519. 9 A quien más adelante el propio virrey dedicó una épica en 1658 titulada Napoles recuperada por el rey don Alonso/poema heroico de don Francisco de Borja Principe de Esquilache, conde de Mayalde, comendador de Azuaga, de la Orden de Santiago, Gentilhombre de la Camara de Su Majestad. 26 Gómez, L. (2001). La esclavitud en el Perú colonial. Apuntes 48:29-52. Harth-Terré, E. (1973). Negros e Indios. Un Estamento Social Ignorado del Perú Colonial. Liberaría Editorial Juan Mejía Baca, Lima. Kamen, H. (1971). El negro en Hispanoamérica (1500-1700). Anuario de Estudios Americanos XXVIII:121-137. Lockhart, J. (1982). El Mundo Hispanoamericano 1532-1560. Fondo de Cultura Económica, México. Lucena, M. (2002). La Esclavitud en la América Española. Centro de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Varsovia, Varsovia. Mellafe, R. (1959). La Introducción de la Esclavitud Negra en Chile, Tráfico y Rutas. 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