…Y LLEGARON CON CADENAS…
Las poblaciones afrodescendientes en la Historia
de Arica y Tarapacá (Siglos XVII-XIX)
Alberto Díaz Araya
Luis Galdames Rosas
Rodrigo Ruz Zagal
(Editores)
Ediciones
Universidad de Tarapacá
2019
…Y LLEGARON CON CADENAS…
Las poblaciones afrodescendientes en la Historia de Arica y Tarapacá
(Siglos XVII-XIX)
Editores:
Alberto Díaz Araya, Luis Galdames Rosas y Rodrigo Ruz Zagal
Compilación: Felipe Casanova Rojas
Ediciones Universidad de Tarapacá
ISBN: 978-956-6028-08-6
Propiedad intelectual: 235934
Imagen de portada: Celebración del cumpleaños de María Esperanza Ayala Corvacho
en el sector de las Chimbas. Arica, año 1891.
Fotografía de Juan Manuel Anda.
Segunda edición 2019: 300 ejemplares
Primera edición 2013
Diseño: Eduardo Araya Castro
Este libro fue evaluado por académicos e investigadores externos
a la institución
ÍNDICE
Introducción
5
Características de la Esclavitud y la Resistencia Negra
en el Virreinato Peruano.
Luis Miguel Glave, Alberto Díaz Araya
11
Afrodescendientes en Arica. Registros Coloniales para una
Historia Regional.
Alberto Díaz Araya, Viviana Briones Valentín y
Eugenio Sánchez Espinoza
29
Afrodescendencia y Registros Documentales Coloniales
para el Corregimiento de Arica.
Viviana Briones Valentín
65
Estudio Socioeconómico de la Población Afrodescendiente
en Tarapacá (Siglos XVI-XIX).
Carlos Donoso Rojas
103
Mkumba Cumbe, Tumbe en Carnaval; Baila Negro
Cachimbo Andalajaya Ja. Aportes de los Africanos a la
Identidad Musical en el Norte de Chile.
Gianfranco Daponte
135
Caricaturas del Perú Negro en Magazines Chilenos.
Referentes Iconográficos y Alteridad (1902-1932).
Rodrigo Ruz Zagal, Luis Galdames Rosas, Michel Meza Aliaga
y Alberto Díaz Araya
165
Con Agua, Óleo y Crisma. Afrodescendientes en los
Libros Parroquiales de Lluta y Azapa. Siglo XVIII.
Alberto Díaz Araya y Renato Calderón Gajardo
195
Censos y Disensos en Arica, Azapa y Lluta.
Apuntes Sociodemográficos de los Afrodescendientes
durante el Siglo XIX.
Alberto Díaz Araya, Wilson Muñoz Henríquez y
Paulo Lanas Castillo
227
Amos de Esclavos: Las Redes de la élite para recomponer
los rastros de los negros y mulatos en el
Corregimiento de Coquimbo (Siglos XVIII-XIX).
Montserrat Arre Marfull
407
Afrodescendientes en documentos de Real Hacienda,
Chile. 1565-1580.
Juan Muñoz Correa
419
Promesa de Libertad: El retorno a la esclavitud de los
soldados pardos del ejército de Buenos Aires. Análisis del
tráfico de esclavos en la región Tacna-Arica, 1778-1815.
Jaime Rosenblitt
427
El proceso criminal contra los negros esclavos
en el valle de Sama, 1753-1754.
Valeska Rojas Contreras
435
CARACTERÍSTICAS DE LA ESCLAVITUD Y LA
RESISTENCIA NEGRA EN EL VIRREINATO PERUANO
Luis Miguel Glave1
Alberto Díaz Araya2
Todos recordamos esa anécdota tan propia de Ricardo Palma, cuando
decía que “quien no tiene de inga tiene de mandinga”. Tan profunda ha
sido la presencia de los africanos y de sus descendientes afroandinos en la
sociedad y la historia, que no se pueden entender nuestros países andinos y
su cultura si no se tiene en cuenta el aporte de esta población en la creación
de su sentir y sus seres nacionales. La historia colonial andina tiene todavía
una deuda con esta población que tuvo un papel crucial en su definición.
Aunque ahora tenemos cada vez más aportes que nos ayudan a solventarla.
La historia de la cultura afroandina no ha sido sólo la de la esclavitud, pero sin
duda ha estado marcada por ella. Los barrios de negros que han caracterizado
la historia de nuestras ciudades fueron un producto de la esclavitud. Una
vez liberados de esa inhumana sumisión, los pobladores negros se vieron
reducidos a la marginalidad. Pero antes, fugados y ocultos o liberados por
su propio esfuerzo, también estaban confinados a determinados espacios
de ciudades que los segregaban. Lima por ejemplo fue la ciudad de los
callejones, en el Rimac y Barrios Altos, cuartos ubicados en fila con un largo
pasillo de “un solo caño”, donde se vivía en una extrema promiscuidad. Los
viajeros lo notaron tanto y los describieron que las ciudades andinas se pueden
pensar como espacios de gentes negras. “Chinganas”, “picanterías” y “casas
de juego” donde negros y zambos, mestizos de negro llamados “castas”,
junto a los cholos, se reunían a buscar un descanso y huir del callejón. Esa
plebe urbana tomaba el centro durante las fiestas de las ciudades, donde
canciones, bailes y costumbres eran un florido y desordenado hervidero de
tradiciones de tres continentes: África, Europa y la América Andina. El sello
y la autenticidad de las ciudades y su cultura no pueden ser conocidos sin
reconocer la presencia de los afroandinos.
La llegada de los negros a los Andes fue muy distinta a la imagen que se
desprende de la trata de esclavos y la economía de plantación (AndrésGallego, 2005, Gómez, 2002, Lucena, 2002). Al igual que como ocurrió
primero en la conquista del Caribe, México y Centro América, los
1Instituto de Estudios Peruanos, Lima, Perú.
2 Universidad de Tarapacá. Arica, Chile.
11
negros llegaron acompañando a los conquistadores. Primero pues fueron
compañeros, auxiliares y sirvientes. Con el tiempo y el establecimiento
de formas civilizatorias occidentales, particularmente las ciudades, estos
compañeros se convirtieron en criados. Ya se había abierto la puerta
a la trata en los territorios colonizados, y esta provenía de la demanda
de servicio, propia de esa sociedad plagada de vínculos personales de
dependencia. Según consigna Rolando Mellafe (1959, p. 36), apenas
instalados los conquistadores en Jauja, uno de ellos se obligó con un
compañero en Panamá para pagar ciertas mercaderías que le enviaría, entre
ellas una centena de esclavos marcados. Como señala James Lockhart
(1982), los españoles llevaron consigo esclavos con la idea de obtener
grandes ganancias al venderlos una vez se descubrieran las prometidas
grandes riquezas. Iniciada la conquista del Imperio Inca con la captura de
Atahualpa y el reparto del primer botín, los negros entraron a raudales en
los Andes, desde el actual Ecuador hasta Chile. Muchos negros llegaban
con los españoles que se asentaban en los Andes provenientes de otros
territorios conquistados por España en América y de la propia España,
pero otros tantos comenzaron a llegar por compraventas que se fueron
introduciendo por parte de otros migrantes y por las primeras licencias
de importación de negros, que fueron la forma más importante de
introducción de esclavos en el siglo XVI, hasta 1595 cuando se concretó
el primer asiento o contrato monopólico. Para entonces y hasta principios
del siglo XVII, los navíos con cargazones de negros de Angola y Guinea,
ya arribaban por decenas anuales a los puertos de entrada, empezando por
Cartagena de Indias. Se calcula que en el siglo XVI pasaron a la América
española unos 900,000 esclavos (Kamen, 1971).
Es interesante notar que mientras la densidad de esclavos en 1570 era
mucho mayor en el Caribe, hacia 1650 tanto en Nueva España como en
el Perú había zonas y ciudades donde la densidad era igual a la centroamericana. En los Andes, la creciente presencia de los negros se notó
claramente a fines del siglo XVI y a principios del XVII fueron ya un
factor de riesgo político, como veremos. Contamos con datos que ha
reunido Frederick Bowser (1977, p. 407-411) y retomados por Jean Pierre
Tardieu (2005) sobre la presencia de los negros en el virreinato del Perú.
Veamos algunos de ellos, los más indicativos. Muy tempranamente, hacia
1554, Lima contaba con más de 1.500 esclavos y en todo el Perú había
unos 3,000. En 1588, según las Relaciones Geográficas de Indias, había
en Lima entre 12.000 y 15.000 negros. A fines del siglo, el número no era
menor a 20.000 y un informe de principios del siglo XVII habla de una
12
cantidad similar en otras ciudades del virreinato. Ya en 1630 el cronista
Antonio Vázquez de Espinoza pensaba que Lima albergaba a 50.000
esclavos. Aunque esta era una expresión exagerada según otros registros
más precisos, lo cierto es que la presencia negra siguió creciendo y su
proporción dentro del total de la población llegó a ser contundente. Para
entonces, ya se hacían importaciones de tipo asiento y los mercaderes
introducían centenas de esclavos para los que hubo que construir unos
barracones aislados de la ciudad mientras se fueran vendiendo. En Chile
la cosa no fue tan abrumadora, pero ya había más negros que blancos
en el año 1620. No se puede establecer un precio medio de los esclavos
pues éste variaba de acuerdo a muchos factores, no sólo el sexo y la edad,
muchas veces el aspecto, la fortaleza, alguna habilidad real o supuesta, el
punto de venta y demás. Bowser (1977) ha hecho una agrupación de datos
que muestran variaciones alrededor de los 300 y 500 pesos, pero como
bien anotaba Lockhart (1982), hubo negros expertos en oficios o artes que
podían duplicar y triplicar el precio.
Esta población estaba muy dividida. Fernando Romero (1987, 1994)
ha identificado más de 50 tribus de dónde venían lo esclavos, desde
la costa occidental del Senegal a Angola, aunque algunos vinieron del
litoral oriental. Luego se mezclaron y se denominaron de las maneras
más increíbles: mestizo prieto, negro chino, mulato, mulato claro, mulato
oscuro, mulato morisco, mulato pardo, mulato lobo, tercerón, cuarterón,
zambaigo, chino, rechino, chino prieto, chino claro, zambo, zambo claro,
zambo prieto; ahí te estás (tente en el aire), salto atrás y... no te entiendo.
Acompañaron a sus amos y los sirvieron en sus casas, fueron sostén
fundamental del mantenimiento del tipo de vida de esas unidades
domésticas. Hay que tener presente que se trata de la implantación de casas
señoriales, de gran número de habitantes dentro de ellas. La formación de
las ciudades y de las incipientes formas de división del trabajo dentro de
ellas, para proveer servicios fundamentalmente, demandaron servidores
que en su inmensa mayoría fueron esclavos, salvo en aquellos asientos
serranos donde primero por vía de las encomiendas y luego por los
mecanismos de servidumbre personal que se implantaron, el servicio fue
proporcionado por los indios. La implantación de los indios en las ciudades
fue todavía lenta y luego insuficiente, el espacio económico para proveer
de ese servicio fue ocupado por los servidores negros. Carmen Bernard
(2001) nos ha relatado muy bien el panorama que se presentó. Su estudio
revela la vida de los negros en las ciudades, de manera que completa y
corrige la imagen general que los estudios sobre la economía esclavista
13
de plantación han dado sobre la esclavitud africana en América. Parte
de la importancia del fenómeno de la urbanización como construcción y
aportación nueva de los espacios coloniales. Enfatiza la proximidad física
entre los esclavos y la familia del amo. Además, el negro se desenvolvía
en un espacio de mediación como fueron las calles y plazas. Allí se dio su
presencia más notoria, cuando comenzaron a tomar los espacios públicos.
Vendedores de asiento, pregoneros eximios, difundieron alimentos de
origen africano: anticucho bereber, tamal yoruba, chicha de Terranova,
sanguito de ñaju congoleño, champús de agrio chamba, choncholí y
brebajes alcohólicos de factura esclavista como el cañazo, la cachina y
el guarapo (Romero, 1988). Pero también, bebidas españolas como el
emoliente y comidas como el pescado frito.
Las ciudades mostraron zonas intermedias de mestizaje por la convivencia
y el poco claro estatus de los horros que habían conseguido su libertad de
la servidumbre. Se había producido una incorporación de esa población,
en un largo y contradictorio proceso. Bozal (el negro africano), ladino
(el negro aculturado), mulato (el descendiente mestizo): transmisión
cultural occidental, pero también a la inversa. Se formaron rancherías de
negros, que tenían vinculaciones con los espacios libres conquistados por
los huidos, los llamados palenques, poblados de cimarrones. Hubo desde
temprano uno en Huaura cerca de Lima y como en la capital, los hubo en
los alrededores de otras ciudades importantes.
Un caso que mencionamos a guisa de ejemplo de la cercanía que hubo
entre amos y esclavos fue nada menos que el de un connotado oidor. En
uno de los varios procesos que tuvo que enfrentar el oidor Manuel Barros
de San Millán, un hombre culto y político, que tuvo gran figuración en
los entretelones del poder virreinal en Charcas desde la época del virrey
Toledo, se le acusó de tratar a sus negros “en igualdad”. Las escenas de
este proceso nos llevan a la casa del oidor y allí lo vemos tratando con sus
esclavos en la cocina, en la biblioteca, en la sala previa a su recámara. Tanta
influencia tenían los esclavos de Barros sobre él que muchos pleiteantes
se acercaban a ellos para pedirles que intercedieran en sus casos. Varios
de los negros de Barros tenían presencia en la vida pública de la ciudad:
jugaban, hacían algunas pendencias y uno de ellos, con quien se le vinculó
sentimentalmente al oidor, era un gran bailarín y tañedor de vihuela, lo que
le permitía incluso ganar dinero con el que aparentemente logró comprar
su manumisión3.
3 Archivo General de Indias (en adelante AGI), Escribanía 844 A.
14
Todos en la ciudad tenían esclavos, incluso los negros libres que adquirían
cierta fortuna podían tener los propios. Los mismos indios los tenían
como ha mostrado Emilio Harth-Terre (1973). No sólo los indios nobles y
pudientes de la ciudad, también los tuvieron los comuneros de los pueblos,
como los de los alrededores del río Apurimac que construían un importante
puente para la circulación colonial, como lo señaló el mismo Harth-Terre.
Estos indios fueron autorizados en 1595 a comprar con los fondos de sus
cajas de comunidad, cien piezas -como se denominaban a las personas
esclavizadas- para relevarse de las vejaciones que sufrían en la fábrica del
paso, tan necesario para todo el reino.
Esa presencia abrumadora de los negros y mestizos de negro que poblaron
las ciudades se manifestó en un momento muy ilustrativo de la historia
de las razas y del mestizaje cultural durante el siglo XVII, cuando la
Inquisición procesó a muchas mujeres acusadas de hechiceras, embusteras
y sortílegas. Ello ocurrió de manera continua, pero especialmente en el
segundo cuarto del siglo y a fines del mismo. En ambos casos, luego de
espectaculares procesos seguidos a mujeres blancas o mestizas acusadas
de iluminadas. Luisa Ramos, mulata del Callao, Francisca Martel, mulata
de Trujillo, Ana de Almanza y María de Bribiescas mulatas de Panamá
y María Martínez, mulata esclava de Portugal que vivía en La Plata,
fueron condenadas y públicamente azotadas hacia 1630 por sus hechizos
amatorios, sus conjuros y sus pactos con el demonio. Nótese que todas
eran mulatas, muchas venidas de otras latitudes y muy adentradas en la
vida urbana de Lima y otras ciudades andinas. La historiadora Gabriela
Ramos (1988) ha encontrado que en sesenta años del siglo XVII fueron
procesadas 43 hechiceras, de las cuales, 20 eran negras y mulatas y nueve
mestizas, más bien “pardas” que “cholas”. La Martínez por ejemplo era
una hija de un cura de Portugal con una esclava de Guinea. Tenía cinco
hijos de diversos padres cuando fue apresada luego que la acusara una
de sus clientes que, aterrorizada testificó que sobre su órgano sexual hizo
unos conjuros a Satanás y luego descubrió que la mulata estaba en realidad
tras los favores sexuales de su propia clienta.
Mucho podríamos comentar sobre estos casos, como la liberalidad sexual
de estas negras, su desvinculación de algún varón o tutela familiar y la
cantidad de ellas para ciudades tan pequeñas como eran las de la época,
lo que revela la demanda que había por sus servicios. Pero sólo nos
detendremos en algunos testimonios que revelan la mezcla de ritos en las
prácticas de las negras y morenas. Una de las suertes básicas que traían era
la “suerte de habas”, tirar habas para adivinar la suerte. Un rito que desde
15
Panamá y probablemente desde África, llegó a Lima y el interior andino.
Pero lo curioso es que estas mujeres de Portugal, Panamá, Cuenca, Trujillo
y Lima, juntaban el sortilegio de las habas con mascar coca, tirarla y hacer
invocaciones a la hoja: “coca mía, madre mía...por quienes te idolatran,
por el inga, por la colla, por el sol, por la luna...”. Invocaciones que eran
pronunciadas muchas veces en quechua... por negras. Una muestra más de
la riqueza de la aculturación y los intercambios que esa sociedad andina
procesaba para dar origen al mundo andino colonial.
Esa mezcla cultural, hecha de manera tan espontánea que incluso era
marginal e ilícita, era parte de un proceso de aculturación donde los
afroamericanos aportaban en el nacimiento de una nueva cultura. Lo
mismo ocurría en México, peculiarmente en Veracruz. El historiador
Antonio García de León (1992) ha llamado a esa región el caribe afroandaluz de México. Marineros españoles, población negra liberta o
esclavos que desarrollaban oficios, se constituyeron en fundadores de
una cultura de integración, desarrollada también en los márgenes de la
sociedad, de manera desafiante y sin aceptar la norma, o reprocesándola
tanto que eran, junto con libertinos y dados a los sortilegios, devotos y
temerosos del poder del Rey. Hechiceras, suertes de hadas, encuentros
carnales desinhibidos, mestizaje racial y cultural, en un mundo nuevo,
dieron lugar a la cultura atlántica de México. En esas nuevas culturas
americanas, los negros formaron grupos exogámicos, que se fueron
fundiendo con otras razas y desaparecieron como tales, pero habiendo
contribuido a crear esa “raza cósmica” de la que José Vasconcelos (1925)
se preciaba en la revolución mexicana.
Regresando a los relajos urbanos coloniales, veíamos que la práctica de
la hechicería era básicamente hecha por mujeres, de origen africano pero
muy americanas o, para dar un término más preciso: andino-americanas,
afroandinas. Los hombres no destacaron en este espacio social disidente,
ellos eran más bien cimarrones, bandidos salteadores que se refugiaban
en lo que se conoce como palenques -nombre de origen antillano que
significa “lugar inaccesible”. Los llamados palenques fueron lugares que
funcionaron como aldeas, dominadas por los varones negros, donde los
esclavos fugados se refugiaban y establecían un mecanismo de resistencia
abierta a los abusos que sobre la gente de su raza se cometían. En la costa
los lugares más importantes de estos núcleos de resistencia negra fueron
varios, en los valles y el entorno de las ciudades.
16
La evasión y posterior formación de comunidades fue la forma más
común de rechazo a la dominación por parte de los negros. Los españoles
dividieron a los esclavos, los debilitaros para resistir, los enfrentaron.
Pero luego se produjo un efecto contrario de recreación de identidades y
creación de una “novedosa negritud” en la que estos palenques jugaron
un papel muy importante. Sin temor a equivocarnos, podemos sustentar
que, en una porción muy grande de la población rural andina, se procesó
una etnogénesis afroandina colonial. En el norte del Ecuador actual, en el
valle de Chota, todavía podemos encontrar pobladores negros que hablan
el idioma indio y visten a la usanza de los campesinos locales. Bolsones
negros son reconocibles en los valles bolivianos actuales, en las ciudades
del norte de Chile y algunos del piedemonte oriental peruano. Pero, sobre
todo, los poblados campesinos de la costa, particularmente la zona central
peruana, muestran un panorama de mezcla que caracteriza las formas
culturales y raciales de sus habitantes. Ello fue así porque los negros
esclavos también resistieron en la etapa étnica, fugando, mezclándose,
interactuando.
Los testimonios de palenques o de cimarrones cercanos a la capital del
virreinato los muestran en: montes de las chácaras de Chillón, Collique,
Chuquitanta, Carabaillo; Cajamarquilla en Huachipa; los totorales de la
hacienda Villa en los valles de Surco y Chorrillos. Célebres fueron los de
las chácaras de Garagay. La zona de Chancay y Supe fue convulsionada en
la segunda mitad del XVIII. El valle de Mala, particularmente los montes
en sitios conocidos como el Guarangal y Bujama. Revueltas hubo en Supe
y Andahuasi. El radio de acción de Chancay se extendió hasta Cañete,
Mala e incluso Chincha e Ica.
Junto con los palenques, que eran formas de resistencia marginal y
permanente, se produjeron algunas sublevaciones de esclavos en haciendas,
como la de Nepeña, San Nicolás de Supe, Andahuasi y Villa. Todas sin
embargo ya en el último cuarto del siglo XVIII. Hubo una relación entre
los esclavos de las haciendas y los palenqueros vecinos. Estos palenqueros
alentaban a los rebeldes y actuaban como bandoleros en un radio muy
amplio hacia el sur: las barreras étnicas del siglo XVII se iban rompiendo.
En Huachipa y Carabaillo hubo famosos palenques. En Huachipa (1713)
se detectaron formas de sincretismo religioso muy interesantes, junto
con formas católicas, se practicaba el vudú; el líder, el General Francisco
Congo -llamado Chavelilla- tenía dotes especiales de manera que además de líder militar y político, era brujo y chamán. En esos palenques
17
subsistieron las rivalidades, los Congos expulsaron a los Terranovos.
Francisco Congo se enfrentó a Martín Terranova, matándolo finalmente.
Pero, así como subsistían formas de enfrentamiento, también, el palenque estaba vinculado con el mercado urbano, constituyendo una forma
de interacción entre los cimarrones y la sociedad central. Las mujeres del
palenque hacían canastos que vendían con ayuda de los esclavos de las
haciendas; los aliados eran los leñateros, negros libertos que llevaban leña
a la ciudad y regresaban con negros fugitivos y con noticias y productos.
En Carabaillo y Zambrano, valle del Chillón, se encontraba el otro gran
palenque conocido. Asentamientos de larga duración, acentuados por
la crisis agraria de fines del XVIII. Se caracterizaba por su dispersión,
diferente al carácter militar de Huachipa, que tenía un fuerte hecho por
Francisco Congo, donde se refugiaba. También subsistían rivalidades entre
los Congos y los Minas, pero a la vez también se desarrollaban vínculos
con el mercado y con las haciendas.
Pero sin duda la forma más original de aldea dominada por los negros
en un grado extremo de marginalidad, pero en vínculo con el sistema
general y las otras razas fue la del puerto de La Canoa, en la región de
Esmeraldas, en las costas más septentrionales del Ecuador actual. Tierras
míticas de ensoñación y de riquezas que su nombre indica. El Ecuador
negro actual tiene ahí su baluarte. La historia del poblado, siempre
“libre” sin ser un palenque propiamente, está dotada de todo un mito.
Según una relación atribuida al capitán Ruiz Díaz de Fuenmayor, hay una
versión sobre la provincia de Esmeraldas que atribuye su surgimiento a
un negro sobreviviente de un naufragio que se refugió entre los nativos,
procreando muchos hijos y haciéndose jefe de los naturales y de su propia
descendencia. Una especie de arquetipo fundador.
Otras tradiciones hablan de un barco hundido con un grupo de negros
que se fugaron en la espesura de la jungla, como lo relata la relación de
Salazar de Villasante en 1570. Pero fue el cronista Miguel Cabello de
Balboa el que hizo una prolija relación del descubrimiento de la provincia
de Esmeraldas, poblada por negros y mulatos: según él, en 1553 en un
barco procedente de Panamá venían 17 negros y seis negras quienes, luego
de aportar en la costa, lograron fugarse y mezclarse con los indios -menos
desarrollados que los serranos y llamados por ello “behetrías”- dominando
la sociedad local y manteniendo un régimen que resultó irreductible por
el poder central. Uno de ellos logró hacerse jefe. Alonso de Illescas,
quien gozaba del favor de los nativos que le dieron por esposa a la más
18
bella mujer, hija de uno de los jefes indios del lugar. Mientras, otros
barcos españoles naufragaron en el paso hacia Paita y Lima y fueron los
negros y sus descendientes mestizos los que cobija- ron y ayudaron a los
sobrevivientes, constituyéndose en una suerte de asistencia naval informal
muy eficiente. Algunos de estos sobrevivientes lograron interceder
por estos negros cimarrones, que comenzaron a ser receptores de otros
cimarrones fugados de las zonas de la actual Colombia. Así, uno de los
más famosos mulatos de la zona, Juan Mangache, llegó a Quito en 1598
entre homenajes y regalos de las autoridades. Los pobladores de las costas
ecuatorianas fueron entonces negros, mulatos y zambos, que estuvieron
dentro de un espacio marginal, donde eran libres, pero estaban integrados
hasta la época republicana cuando fueron paulatinamente subordinados
y terminaron siendo conocidos como los “mangaches” en recuerdo de su
antiguo líder (Tardieu, 2006).
Regresando a la incorporación forzada de los negros a la economía
colonial, digamos que poco a poco, desde la economía urbana en
la que se asentaron, los negros comenzaron a servir también en las
primeras propiedades rurales de los alrededores de las ciudades. Los
distintos informes acerca de la vida en las ciudades hablaban de esta
ubicua presencia de los esclavos negros. Los señores tuvieron además
de sus casas urbanas, grandes fincas que se fueron convirtiendo en las
primeras haciendas, servidas en gran proporción por los esclavos ya
que la provisión de mano de obra indígena para ellos fue insuficiente.
Ya consolidadas las haciendas en espacios más denotadamente rurales,
los esclavos más bien se desempeñaron como especialistas y regidores
de los servidores indígenas que los primeros propietarios se agenciaron.
En el campo además, la presencia de los negros se debió a las fugas que
hicieron muchos desarrollando el cimarronaje.
Hubo también y desde muy temprano, un sector rural de tipo ingenio y
trapiche que se asentó en algunos valles costeños, e incluso en los valles
bajos y calientes de la zona interandina, demandante de mano de obra
esclava, única manera de abastecerla entonces por la falta de indios en
esos espacios y por la novedad de todo el invento implanta- do en esa
geografía que lo desconocía. El cronista Vázquez de Espinoza hablaba
ya para 1540 de 300 esclavos trabajando en el valle de Nasca en las
nuevas plantaciones azucareras. Mientras que a fines del siglo XVI, en los
valles de la provincia de Vilcabamba, particularmente en los ingenios de
Quillabamba, los testimonios hablaban de 2,000 piezas de todo género y
nación. Pero el apogeo de estas empresas agrarias no se produciría hasta
19
ya entrado el siglo XVII. Sólo los jesuitas, al momento de su expulsión en
1767, tenían en sus plantaciones de caña y viñedos, más de 5,000 esclavos
negros, con un promedio de más de 250 esclavos por hacienda. Esas
haciendas eran las de mayor valor invertido, en un sistema económico
que no se caracterizaba por la inversión. Dentro de ellas, el valor más
alto de los factores productivos fue el que se hizo en los esclavos, un
tercio del total. Al final del periodo colonial, apareció un tipo de esclavo
criollo, nacido en América, que en algunas haciendas llegaba al 40% en su
mayoría jóvenes de menos de 18 años.
Una de las puertas de entrada de los esclavos procedentes del caribe y de
Panamá fue el puerto de Paita, la puerta del Perú. Los barcos que traían los
cargamentos de esclavos que habían sido comprados en un comercio interindiano en Panamá y Cartagena, tenían contra sí las corrientes del sur de
manera que fue esta estación enclavada en el desierto del norte por donde
se introducían los esclavos, probablemente las ventas más importantes de
los mercaderes una vez que se estableció un sistema comercial maduro en
el virreinato (Glave, 1993). Además, había una demanda importante en los
valles del norte donde se comenzaron a establecer empresas agrarias del tipo
estancia, trapiches y tinas de jabón (Espinoza, 2004). Los negros se asentaron
tanto en los nuevos espacios económicos rurales como en los alrededores
de las ciudades, tal el caso de Piura donde se fundó el asiento o barrio de
los malgaches –provenientes de Madagascar- y dentro de las casas urbanas
donde principalmente las mujeres servían en las necesidades domésticas.
Pero la entrada más importante se daba en el Callao, el puerto de Lima,
a donde llegaban las embarcaciones en las épocas del año cuando las
corrientes lo permitían. Dadas las normas monopólicas que regían el
comercio de Indias, esta era la ruta más importante. Allí llegaron, hasta
el siglo XVII, fundamentalmente los negros que habían estado ya en
Cartagena, Panamá y el Caribe, haciendo la llamada “ruta del Pacífico”
(Mellafe, 1959, p. 247). Muy pocos eran pues negros recién sacados de
sus puntos de origen, desde Angola y Guinea en África, desde donde eran
llevados a estos primeros puntos de entrada, aunque poco a poco, ya fines
del siglo XVI, se apersonaban los comerciantes limeños a comprarlos
tan pronto arribaban. Los comerciantes que querían llevar negros a Chile
no hacían la contrata en el norte, como los comerciantes limeños que
iban a comprar cargazones hasta Cartagena y principalmente Panamá,
contentándose con comprarlos en Lima en pequeñas cantidades. La
conducción de los esclavos al sur, especialmente a Chile, por las largas
distancias encarecían el valor de las piezas, por lo que se hizo recurrente
20
el uso de la ruta alternativa del oriente atlántico, la “ruta continental”
abastecida clandestinamente desde el Brasil.
El número creciente de negros en las casas de los señores y sus estancias
y chácaras y el cimarronaje asociado a ellas, hicieron temer alzamientos,
como ocurrió en Lima en más de una oportunidad a principios del siglo
XVII como veremos más adelante. Pero no se trató sólo de un fenómeno
capitalino. El inicio del siglo XVII mostró la presencia fundamental de los
negros en la vida política del reino desde entonces. En una sonada causa
política que tuvo su centro en Huamanga en 1601, cuando se denunciaron
los intentos conspiratorios del que fuera corregidor de la plaza, el caballero
García de Solís, que involucraron al noble descendiente Inca, don Melchor
Carlos Inca en Cuzco, una de las acusaciones que se le hicieron fue el
intento de movilizar a todos los mestizos, mulatos y negros, las capas
sociales nacientes de esa sociedad en proceso de cambio4.
En Quillabamba, jurisdicción de la provincia de Vilcabamba, a seis
leguas de la ciudad de San Francisco de la Victoria, se produjo lo que
debe ser el primer alzamiento de esclavos en los Andes, esta vez aunados
con los indios del valle, cercando a los españoles hacendados, sus
ayudantes y los indios servidores de sus casas. El gobernador, tan pronto
tuvo noticia del suceso, por medio de una angustiosa comunicación
de los afectados, organizó un operativo de represión, enviando gente
armada y un caudillo, mientras “hacía rostro” a los indios de la ciudad
que pretendían desamparar la labor de las minas, es decir una verdadera
revolución en el valle. Su pequeña tropa actuó con sonado éxito y con
una velocidad que sorprendió a los propios amenazados de muerte por los
alzados. Sometidos los negros esclavos de las haciendas e ingenios del
valle, los soldados acabaron con los jefes de la sublevación. Llevaron a
Vilcabamba la cabeza del indio pilcosone, Chichima, “capitán belicoso”
del alzamiento. Luego que, muertos dos capitanes de los esclavos, los
negros Juan Bañón que era el primero y Domingo Biafra que tomó su
lugar y un indio chiriguano “belicoso” llamado Conome, el corregidor
mandó ofrecer paz a los negros, que tenían con ellos también indios como
4 AGI, Lima 273. Entre las f. 470-489 de la numeración a lápiz, en la anotación postrera dice “Relación
del negocio de don García de Solis”. Lima 13 de octubre de 1601 los alcaldes del crimen habiendo
visto el proceso criminal que se fulminó contra don García de Solís Portocarrero, corregidor que fue
de la ciudad de Huamanga y villa rica de Oropesa de Huancavelica y otros culpados sobre el trato de
rebelión que se pretendió hacer en ella en deservicio del rey, mandaron que el escribano ante quien
pasó de un testimonio de la sentencia que se pronunció por Francisco de Coello, alcalde del crimen en
la corte, juez pesquisidor en la causa, en que condenó a muerte al reo.
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declarara un testigo, y premios por la entrega del trofeo mayor que era
Chichima. Otro testigo, un minero que fue en la vanguardia armada al
rescate, entendía al chiriguano que le dijo que “le mataría y bebería en su
cabeza”. Logró con ello la pacificación y evitó que se perdiera la provincia
donde había más de 2,000 piezas de todo género y nación. La gente que
mandó sufrió muchas emboscadas preparadas por los alzados y cuando
llegó al valle, procedió a quemar dos bohíos de comida compuesta de
maíz, zapallos y yucas que ya habían recogido y a talar muchos sembríos
que tenían hechos un año atrás los esclavos previniendo su intento. Si no
se hubiese hecho esto no se hubiese podido dominar una zona tan fuerte
y abastecida como esa5.
El lunes 20 de mayo en la noche se amotinaron y alzaron 20 negros
esclavos de uno de los principales ingenios del valle y quisieron matar
a su propietario, encabezados por el indio Chichima y otros negros
que alguna de las cartas dice eran hasta 40. El dueño logró huir, pero
prendieron fuego a las casas de purga y resultaron muertos seis indios,
entre los cuales el curaca del valle y quedaron otros mal heridos. Cuando
llegaron los refuerzos salvadores, dieron testimonio como junto a la
capilla del ingenio se hallaron medio enterrados muchos cuerpos de indios
que daba lástima verlos. Todos los negros del valle de Amaybamba, del
de Ondara y de toda la provincia estaban convocados con ellos. Otros
testimonios suponían que también lo estaban los negros del Cuzco, ciudad
donde a pesar de la abrumadora presencia de servidores indígenas, hubo
una importante cuota de trabajadores negros (Tardieu, 1998). Los caminos
estaban tomados y los españoles propietarios del valle en número de ocho
cercados. Los alzados atacaban a todos los que encontraban. El alcalde
de la hermandad por orden del corregidor había entrado hacía unos días
en el valle, en donde además tenía una hacienda propia, a la captura del
indio Francisco Chichima, de un negro y otras “piezas” que andaban con
él, retirados en el monte ocultándose por haber cometido robos, asaltos y
muertes. Es decir, no era una sorpresa la actuación de Chichima, al que un
testigo calificaba como salteador y “cimarrón” y como vemos, capitán de
otros cimarrones negros. A pesar de haberse sofocado este intento, poco
después hubo nuevos, menos documentados, de alzamiento por parte de
los negros de estos valles.
5 AGI, Lima 158. Expediente de probanza promovida por el capitán Diego de Aguilar y Córdoba,
gobernador de la provincia, en San Francisco de la Victoria de Vilcabamba en 21 de octubre de 1602
ante Antonio Muñoz, teniente de corregidor sobre sus calificados servicios en el socorro de la gente
cercada por el alzamiento de los esclavos e indios del valle de Quillabamba. Escribano Juan Díaz de
Bermúdez.
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Una década más adelante, en 1613, se pueden encontrar evidencias de
nuevos desaguisados sociales y políticos en los que la presencia de los
esclavos negros fue protagónica. Cuando el virrey el 8 de abril de 1613
escribió sobre los principales sucesos del país, dio cuenta del temor
a un alzamiento de negros en Lima, que fue rápidamente sofocado. El
informe de esta nueva presencia de los negros esclavos en el escenario
de las protestas, va sin embargo junto a la noticia del levantamiento de
otros descontentos en Potosí6. La noticia principal del virrey Marqués
de Montesclaros fue en todo caso la del temor a lo que pudiesen haber
intentado hacer los negros de Lima.
De lo que se trató fue que hubo noticia de la inquietud que se manifestó entre
los negros en México y por eso, en Lima se temía algo parecido. El virrey
dijo no tener claro si por que los recelos tuvieron fundamento o porque
ellos mismos le dieron aliento, lo cierto es que los negros “comenzaron a
desvergonzarse en palabras”. Por ello se aplicaron medidas punitivas de
gran crueldad para conseguir confesiones que a la postre y sin embargo no
se dieron. Luego metieron en galeras a dos de los más señalados, castigaron
a otros y se apuró la ejecución de algunos que ya estaban condenados a ello
en la cárcel. Así se aquietó todo. Pero llegó la nueva de que, tal vez porque
esta voz llegó a Potosí o ya antes tenían platicado el daño, se descubrió
que unos extremeños, “hombres sueltos de Extremadura” “que acá llaman
soldados”, en número de 60 ó 70 se concertaron para alzarse, repartidos
en partidas que asesinarían al presidente de La Plata y a los oidores y en
Potosí al corregidor y oficiales reales y algunos hombres ricos. Saquearían
la caja real y en el camino a Arica matarían a los arrieros que llevaban la
plata del rey y de particulares. Se harían dueños del galeón que esperaba
por ella en el puerto y traerían el tesoro del año para pagar gente que se les
uniera para “pregonar libertad en los negros y exención de tributos y mitas
en los indios” y para que les creyesen asolarían los ingenios de la ribera de
la villa minera. El programa de estos descontentos no era pues otra cosa
que una verdadera revolución social. Tenía esta propuesta una amplitud de
miras que desconcierta. Incluso si fue sólo figurada o temida por quienes
los reprimieron, ya era una manifestación de que las posibilidades o los
peligros de una sublevación contra el poder real y/o la justa dominación de
los reinos indianos, eran un hecho histórico. Para cualquier plan al efecto,
la participación de ese segmento creciente de la población constituido por
los negros esclavos y todos los descendientes de africanos, era central. El
6 AGI, Lima 36.
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alzado más nominado de la intentona potosina fue Alonso Yáñez y otros
pocos soldados sueltos pobres y perdidos sin ningún género de armas,
para más señas Yáñez además era hijo de una mulata.
Los esclavos de las haciendas de la costa eran una creciente población
que alguien en el proceso que presentamos a continuación estimaba en
60,000 almas sólo en los valles de Lima. El dato, a la vista de los que ya
hemos presentado, suena exagerado, pero a la vez muestra que era muy
difícil calcular cuántos esclavos había cuando a la vista su presencia era
numerosa y creciente. Por eso es que la reacción del virrey, entonces el
Príncipe de Esquilache, ante una denuncia de un intento de movilizarlos
en 1619, nos devuelve al escenario de las ejecuciones de escarmiento y
nos entrega la figura de otro descontento, algo marginal, que sin embargo
osó pensar en pedir la libertad y en conseguirla con los esclavos negros.
Como varias de estas denuncias de alzamientos, ocurrió el primer día del
año, saliendo el virrey de la iglesia de la Compañía de Jesús. Se trató de
una delación contra Sebastián Machado, natural de la isla de la Tercera,
una de las Azores, de la corona de Portugal, oficial de herrero, de 34 años
de edad, casado en la provincia de San Miguel de Ibarra en la provincia de
Quito, que llevaba nueve años en el reino. Machado publicaba que estaba
muy disgustado y que en aquella Audiencia no le habían hecho justicia,
cuando seguía un pleito “por cierta fuerza” que decía habían hecho a su
mujer. Buscando a su agresor, había bajado a Lima. Habiendo estado unos
días como mayordomo en una chácara, con el fin de vengar su injuria,
había inducido a su delator a acompañarlo, diciendo que tenía convocados
“más de quinientos negros” que había juntado, doscientas libras de
pólvora y cuatro escopetas. Con todo eso atravesarían muchas chácaras y
los irían recogiendo hasta subir a la sierra y entrarían en tierra de guerra
de donde irían a Lima y a Quito. Los pertrechos para su asonada los tenía
escondidos en una guaca en una chácara7. Tenemos pues una pequeña
y personal historia que sin embargo se destapa como una posibilidad de
acción amplia, apelando a la movilización de los esclavos negros que a
raudales poblaban los espacios rurales de las cercanías de las ciudades.
El virrey, luego de dudar si intervenir al sospechoso de inmediato o dejar
que fuera a buscar al delator para ir donde las armas, optó por tomarlo
preso. No confiaba en el delator, temía que por alguna sospecha Machado
moviese las armas y en todo caso, en el tormento declararía lo que había
7 AGI, Lima 38, Libro IV, f. 304, despacho del virrey don Francisco de Borja Príncipe de Esquilache
del 27 de marzo de 1619, Gobierno N° 25.
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al respecto. Ordenó que siguiesen al declarante y tan pronto lo viesen
hablar con Machado, lo tomasen detenido. El doctor Francisco Carrasco
del Saz8 fue cometido para examinar a los testigos, entre ellos un cerrajero
quien dijo haber cebado una piedra imán en unas limaduras de acero y
haber visto el agujón (de los testimonios se deduce que se trataba de una
brújula, una punta imantada) que Machado tenía para hacer su jornada por
despoblado, le dijo que con él podía salir de cualquier parte y montaña
donde estuviese. Además, le quiso comprar una escopeta, un molde de
hacer pelotas y un cucharón de hierro para hacer munición. Le enseñó
también dos arrobas de hierro que traía en unas alforjas. Machado confesó
el caso de la fuerza contra la mujer, que conocía a los testigos y haber
enseñado el agujón el cual se le encontró cuando lo prendieron junto a
quince balas, un molde de ellas, un canuto de maguey para yesca y tres
cuchillos, pero negó lo demás. El supuesto escondite de las armas nunca
se pudo encontrar.
Carrasco prosiguió la averiguación. Constó que había comprado diez
libras de pólvora y a quien se la vendió le dijo que sabía hacerla y que la
revolvería con la que trajo de Quito. También constó que había convocado
cuatro esclavos mulatos a quienes les mostró el agujón y les dijo que
hablasen con otros amigos animosos, que a todos los llevaría con él,
aunque fuesen mil. Declararon que les propuso salir de su esclavitud, irse
por la tierra de los indios de guerra y llegar al Brasil, de donde podían ir a
cualquier parte. Declararon que les enseñó el agujón con el que podría ir
por descampados en su marcha y tener unos polvos con los que no podrían
hacerle daño. Machado dijo que efectivamente buscó a los mulatos y
les pidió juntasen otros, pero dijo que era para ir con ellos a Quito a su
venganza.
Machado terminó confesando que persuadió a sus cómplices para que lo
acompañaran y fuesen con él recogiendo negros y toda la gente dispuesta
que hallare. Una figura literaria animaba el espíritu del enfadado rebelde
en ciernes, “no era más el ser uno rey que hacer hechos valerosos”. Con esa
consigna, digna de un cante medieval o poema de caballería, que Machado
8 Por entonces ya estaba nombrado como oidor de Panamá y como era un veterano ministro de Lima,
no quería irse, como lo promovió abiertamente, poniendo como uno de sus señalados servicios la
participación en esta fulminante y “peligrosa” causa. Entre sus valedores estaba el mismo Príncipe de
Esquilache, que lo tenía por asesor. Uno de sus principales méritos fue haber castigado a Sebastián
Machado “persona que intentó de apellidar libertad y conducir a los negros y mulatos esclavos para
que se levantasen con el reino lo cual fuera de muy grave daño por las muchas muertes e inquietudes
que se habían de recrecer”. AGI, Lima 108.
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relacionó con los hechos valerosos del rey don Alfonso9, se informaba el
sentir de este otro rebelde popular al dominio real. Con estas evidencias
se le hizo cargo en un día de proceso, se hizo ratificar a los testigos y a los
esclavos en tormento y para descubrir si había más cómplices, se puso al
propio Machado en el potro de la tortura, pero no constó nada nuevo. Se le
declaró por facineroso, movedor de inquietudes contra el servicio del rey
y se le condenó a morir en la horca y hacer cuartos de su cuerpo, lo cual
se ejecutó el sábado 5 de enero, habiéndose hecho la delación el martes y
la prisión el mismo día a las siete de la noche. La sentencia se pronunció
el viernes a mediodía.
“Como estas materias son tan peligrosas en este reino, procuré
averiguarla y abreviarla con toda la diligencia posible” escribió el virrey.
Consideraba además que de ese castigo no sólo se escarmentaba de otros
posibles revoltosos, sino que además quedaban advertidos de españoles
que podían hacer levantamientos de negros “que es un daño hasta ahora
no advertido en este reino”. Temor que sin embargo nos relata cómo esa
nueva sociedad colonial tenía un componente fundamental en la población
africana trasladada por fuerza al Nuevo Mundo.
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9 A quien más adelante el propio virrey dedicó una épica en 1658 titulada Napoles recuperada por el
rey don Alonso/poema heroico de don Francisco de Borja Principe de Esquilache, conde de Mayalde,
comendador de Azuaga, de la Orden de Santiago, Gentilhombre de la Camara de Su Majestad.
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