12° CONGRESO ARGENTINO DE ANTROPOLOGÍA SOCIAL
La Plata, junio a septiembre de 2021
GT 61: Políticas públicas y prácticas comunitarias en salud mental en Argentina.
Debates y aportes al diálogo de saberes.
Aportes de Salud Mental Comunitaria y Pedagogías Críticas para un
prisma epistémico-político pluridisciplinar en Ciencias Sociales
Bruno Hennig. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas–Universidad
Nacional de Lanús. espaciosfisicoscomunes@gmail.com
Introducción
El presente trabajo pretende construir y visibilizar algunos vínculos posibles entre Salud
Mental Comunitaria y Pedagogías Críticas, en pos de elaborar una urdimbre epistémicopolítica desde la cual aportar a las Ciencias Sociales y al pluralismo epistemológico. Para
ello, tomo como anclaje tanto el marco conceptual de la Salud Mental como el marco
teórico de las Pedagogías Críticas. Comprendo a la salud como un derecho humano, que
a su vez abarca el derecho al trabajo, el derecho a la educación, a una vida digna, a una
vivienda, etc. Asimismo, comprendo a la educación como un derecho y en tanto acto
político, según los planteos de Paulo Freire (2013; 1988; 1975), Henry Giroux (2003),
Peter McLaren (2012), y Pedro Enriquez (2007).
Uno de los sentidos desde los cuales es posible comprender a la Salud Mental
Comunitaria es pretender y contribuir a ésta en tanto campo pluridisciplinar en constante
construcción, con la posibilidad de estructurarla a partir de prácticas, saberes, reflexiones
y articulaciones desde un enfoque integral/integrador del ser humano, en consonancia
con la perspectiva de derechos. Para ello será fundamental tanto despsiquiatrizar y
despsicologizar el campo de la salud mental como indisciplinar al mismo, en pos de una
verdadera pluridiversidad de saberes. Esto se debe, en primer lugar, a que el campo de
la salud mental debe romper con las lógicas psiquiatrizantes dominantes de buscar
comprender la vida, los vínculos intersubjetivos, el sufrimiento y los horizontes y, en
segundo lugar, que resulta importante reconocer la indisciplina de los problemas sociales
que se nos presentan (Stolkiner, 2005) y que dan lugar así a la necesidad de enfoques
inter o transdisciplinarios. La psiquiatría positivista constituye la forma dominante de
acercarse a los sujetos y sus sufrimientos.
Por su parte, en el marco de la educación formal hay que reconocer la existencia de al
menos dos corrientes diferentes entre sí. Se trata de la educación formal tecnocrática,
por un lado, y las pedagogías críticas, por otro. Las pedagogías críticas son una
respuesta contrahegemónica a la educación formal tradicional-tecnocrática, abarcando
las primeras diversos saberes, y focalizando, según el caso, en distintas referencias
geopolíticas, problemáticas, y asuntos. La educación formal-tecnocrática es la que es
llamada como “educación bancaria” por Freire (1975), y es la que opera a modo de
adiestramiento de las personas pues no enseña pensamiento crítico sino solamente a
memorizar y repetir sucesos, hechos y fenómenos como si fueran cosas. Se trata de la
mecanización de las relaciones humanas a través de la educación que “deposita” saberes
en sujetos a los que trata como meros receptores pasivos en una relación asimétrica de
poder. La educación formal tecnocrática constituye el modo dominante de entender y
replicar el conocimiento al modo de un enlatado.
Las pedagogías críticas (Giroux, 2003), en cambio, presentan la perspectiva de la
educación en tanto esfera pública, en el sentido de la sociedad civil como pluralidad de
espacios (Rebellato, 2009) en los que se disputa la lucha por tener voz (Giroux, en
Rebellato, 2009). Las pedagogías críticas reconocen como fundamentales los aportes de
Paulo Freire y, de este modo, encarnan una lucha contra toda forma de dominación,
apoyándose en valores como la justicia, la libertad y la igualdad en pos de fomentar la
lectura de la historia como un modo de recuperar poder e identidad, entretejiendo el
sufrimiento humano con un proyecto de posibilidad (Rebellato, 2009). En general, las
pedagogías críticas remiten a revisar la función social de la escuela y de la universidad,
a co-construir una mirada política de la realidad, a la co-construcción de saberes para la
emancipación de los pueblos y la transformación social de la realidad. También, plantean
la necesidad de re-pensar las relaciones de poder que nos atraviesan, la relación entre
docentes y estudiantes, de reflexionar sobre relaciones opresivas que nos constituyen, y
a propiciar una lectura crítica del capitalismo. Además, las pedagogías críticas no ven a
la escuela sólo como aparato ideológico del Estado, y sostienen que “la ideología no es
mera reproducción; es entrelazamiento de redes y procesos de saber y poder
desarrollados en el mundo de la vida” (Rebellato, 2009: 132). Finalmente, desde las
pedagogías críticas es posible sostener que “las escuelas son sitios donde el lenguaje
proyecta, impone y construye normas y formas particulares de significado” (Giroux, cit.
en Rebellato, 2009: 135).
De este modo, tenemos un primer punto de encuentro entre la Salud Mental Comunitaria
y las Pedagogías Críticas, a saber, ambas constituyen una respuesta contrahegemónica
a las formas dominantes de andar la vida.
Positivismo en salud y educación
Un segundo puente posible consiste en la tematización que realizan la salud mental
comunitaria y las pedagogías críticas acerca de la cuestión del sufrimiento humano,
problematizando las segundas acerca de que dicho sufrimiento es por efecto de
opresiones varias, tales como por clase, género, raza. En esta sintonía, en el campo de
la Salud Mental se torna importante recuperar la noción de malestar, pues rompe con la
clínica dominante y su perspectiva estática y dicotómica salud –enfermedad, ya que
implica pensar en otros términos, posibilitando tanto resituar el carácter dinámico de los
procesos
dialécticos
de
salud/malestar/enfermedad/cuidado
como
propiciar
la
comprensión de los orígenes del malestar en los procesos socio-políticos que imponen
condiciones opresivas a determinados grupos de sujetos. En esta sintonía, las
pedagogías críticas denuncian esas condiciones opresivas. Retomando, la noción de
malestar es una categoría entre objetiva y subjetiva, en el sentido de que implica tomar
la palabra de quien padece (en contraposición al Modelo Médico hegemónico en el cual
sólo rige el saber del especialista), y refiere a considerar sensiblemente las condiciones
de vida y su relación con el sufrimiento.
Uno de los ejes transversales que es posible encontrar en la educación formal
tecnocrática y en la psiquiatría dominante es el positivismo. El mismo opera como un gran
organizador y clasificador de la experiencia, incidiendo de gran manera en la
estructuración de conocimientos. El gran referente del positivismo es Augusto Comte
(1984), quien considera que sólo puede ser conocido aquello que se aborde con el
método de las ciencias naturales. Para Comte (1984), son necesarios los hechos y la
observación de los mismos para un conocimiento objetivo verdadero. Su entender no sólo
refiere a un modo particular de concebir el conocimiento, sino que prescribe los principios
y el método para asentar las bases de legitimidad del conocimiento científico y así
considerar lo único que sería válido. Además, el positivismo es el que sostiene la idea del
conocimiento como reflejo puro de la realidad, concepción hegemónica del pensamiento
científico (Breilh, 2015).
Por su parte, las prácticas y discursos en la psiquiatría clásica de corte biologicista se
sustentan en el positivismo de A. Comte, no refiriéndome sólo a las prácticas dentro de
las instituciones psiquiátricas, sino también a una psiquiatrización de la vida y a una
clasificación de los comportamientos considerados desviados, siendo una forma de
control social. De este modo, la medicina mental dominante se envuelve de positivismo
y desde sus prácticas y discursos contribuye a un proceso general de normalización de
cuerpos (Foucault, 2002).
Asimismo, cabe expresar que existen debates en psiquiatría entre posicionamientos
objetivistas y subjetivistas, aunque ambos están encerrados en una teoría positivista de
causalidad (Galende, 2012). Lo que resalto es que los objetivistas se apoyaban en el
“sujeto objetivo” de Descartes (Galende, 2012) y, a su vez, posteriormente adhirieron al
positivismo médico a través del pensamiento de Augusto Comte (Galende, 2012).
Respecto a la psiquiatría biologicista − influida por el positivismo −, la misma desconoce
que lo objetivo y la objetividad son una construcción social (Galende, 2008) y que por ello
el conocimiento depende de los contextos de construcción de conocimientos y de los
posicionamientos, valores e intereses de los actores intervinientes en esos procesos.
Para Giroux (2003), el positivismo se expresa en un lenguaje técnico y en apariencia libre
de valores, donde se concibe al conocimiento como sólo aquél que puede ser mensurable
y contable. Una de las debilidades de la cultura del positivismo en educación consiste en
negar su propia ideología, así como también la negación entre conocimiento y control
social (Giroux, 2003). Además, para este autor, la enseñanza positivista se basa, en
general, en disciplinas y asignaturas de modo atomizado y compartimentado (Giroux,
2003). La estructuración del conocimiento en tanto parcelamiento del saber en disciplinas
aisladas como compartimentos estancos es una de las características principales de la
educación formal acorde a una concepción positivista de áreas del conocimiento, que
dificulta así la comprensión de la totalidad, de la pluralidad y complejidad de las diferentes
dimensiones de la realidad (Elichiry, 2009). Así, el positivismo tanto en la educación
formal tecnocrática como en la psiquiatría dominante fragmenta y compartimenta la
experiencia. Además, el congelamiento de la realidad, junto a la fragmentación del sujeto
y del saber, propias del positivismo, son necesarias para la reproducción de la hegemonía
(Breilh, 2015).
También, la escuela, desde una perspectiva tecnocrática, cumple una función
normalizadora y adaptativa (Enriquez, 2007) en el sentido de que constituye un espacio
privilegiado para garantizar la continuidad del sistema a través de una mecánica
transmisión de la cultura, perpetuando los patrones de comportamiento que legitiman el
orden social y suprimiendo la posibilidad de conflicto (Enriquez, 2007). Cuando desde las
pedagogías críticas se trata de propiciar y ensayar una lectura crítica sobre las relaciones
desiguales que nos constituyen y sobre el sistema capitalista, comprendiendo a la
realidad como totalidad, y buscando para ello perspectivas integradoras y enfoques
desde una lógica de los trans-saberes.
En cuanto a la salud mental comunitaria, se trata de ejercitar una lectura de la realidad
como totalidad, como entidad no fragmentada, y por ello se tornan necesarios los
abordajes transdisciplinarios. Así, otro elemento de lenguaje compartido entre la salud
mental comunitaria y las pedagogías críticas es la preponderancia de una perspectiva no
positivista en la construcción de conocimiento. A su vez, si la psiquiatría positivista
dominante en su proceder es biologicista, la salud mental comunitaria promueve la
comprensión de los padecimientos no biologizados. Además, históricamente, la
psiquiatría dominante ha operado para garantizar el mantenimiento del statu quo a través
de la producción y distribución de clasificaciones y etiquetas (Basaglia y Basaglia Ongaro,
1977). Se trata de una práctica histórica signada por la importación y elaboración de
rótulos mediante los que se estigmatiza, se aparta y se encierra a quienes se consideran
como desviados (Basaglia y Basaglia Ongaro, 1977). Aquí, cabe aclarar que los
diagnósticos psiquiátricos son una producción social, que en el fondo son sostenidos por
juicios sociales. Por lo cual, en Salud Mental no hay verdades objetivas universales, no
existe un conocimiento de la realidad como puro reflejo, sino que ésta es una coconstrucción social y accedemos a ella mediante el lenguaje, este último atravesado por
la ideología y las relaciones de poder, cuestión sostenida por las pedagogías críticas
(Giroux, 2003). Respecto a la hegemonía en los hospitales psiquiátricos, los/las
psiquiatras tradicionales hacen el juego y son funcionales a la clase dominante (Basaglia,
1970), que es la que impone el sentido hegemónico acerca de qué es y cómo vivir.
Mientras que las prácticas en salud mental comunitaria consisten en desmontar las
lógicas psiquiatrizantes, en despatologizar el sufrimiento y en no pensar en términos
normal–patológico, ya que esta categoría resulta estigmatizante y potencialmente
produce malestar.
Asimismo, son importantes las instancias que posibilitan construir y distribuir visibilidad
pública a la contradicción que implica la locura, en el sentido de que ésta cuestiona la
normalidad, y es justamente éste uno de los puntos que fue propiciado por las
experiencias de desinstitucionalización italianas (De Leonardis y Emmenegger, 2011). En
esta misma línea, las pedagogías críticas también cuestionan la normalidad, en tanto la
misma es un constructo funcional al sistema, ya que dificulta pensar por fuera de los
marcos que impone la realidad dominante.
Por otra parte, así como la autobiografía personal no debe ser desarticulada de la trama
social, el experimentar padecimiento no debe ser exclusivo de sujetos con sufrimiento
psíquico, sino que es importante que la sociedad viva la experiencia anormal sin
cosificarla, alejarla ni ocultarla en tanto residuo de la modernidad (De Leonardis y
Emmenegger, 2011). Esto en contraposición a la histórica función de los hospitales
psiquiátricos como depósitos de desechos sociales. En este sentido, algunas
perspectivas en el marco de las pedagogías críticas también denuncian la red de
opresiones mediante la cual se tratan y destinan a ciertos sectores al olvido como residuo
de la modernidad.
Además, una de las tantas cuestiones que ha propiciado Foucault (2002), entre muchos
de sus estudios, es la posibilidad de pensar a la educación y a la medicina en tanto
medios de normalización y control social que responden al proyecto de dominación y
docilización, donde rige un poder-saber que genera conocimiento sobre los individuos.
De este modo, si la educación bancaria y la psiquiatría positivista han operado
históricamente como mecanismos de normalización y control social, uno de los desafíos
radica en cómo construir contra-pedagogías tanto en salud mental comunitaria como en
prácticas de pedagogías críticas que propicien, alienten y acompañen el empoderamiento
y la emancipación. Es decir, que de lo que se trata es de imaginar y postular a las
pedagogías críticas y a la salud mental comunitaria como proyectos posibles otros, que
favorezcan un camino de liberación constante de todas las ataduras políticas, materiales,
culturales y simbólicas.
Palabras finales
En primer lugar, he definido brevemente cómo entiendo a la salud y a la educación, a la
vez que establecí algunas diferencias tanto entre la educación bancaria (Freire, 1975) y
las pedagogías críticas como entre la psiquiatría dominante y la salud mental comunitaria.
En segundo lugar, a lo largo de esta breve producción escrita he descripto sucintamente
al positivismo a la vez que planteé y desarrollé cómo este último es transversal a los
“campos” de salud y educación. Se trató, además, de dejar esbozadas algunas
articulaciones posibles entre salud mental comunitaria y pedagogías críticas.
Frente al positivismo que fragmenta y compartimenta la experiencia, una respuesta
posible consistiría en proponer esfuerzos transdisciplinarios y lógicas trans-saberes, en
el sentido de recuperar saberes no necesariamente disciplinares.
Finalmente, se trazaron algunas ideas alrededor de la cuestión de la normalidad, la
normalización y el control social en relación a la salud y la educación.
Por último, creo que se trata, entonces, de (re)politizar espacios que no son neutros y de
(re)situar el poder-saber de lxs trabajadorxs de salud y educación en pos de una vida
digna de lxs demás, sin que quede intocada la estructura social, sabiendo que muchas
veces los comportamientos pueden emerger como denuncia de malestares sociales
(Basaglia, 1977). Además, se trata de reconocer que la realidad en sí misma es opresiva
y violenta, y es en el encuentro entre los seres humanos a través de relaciones dialécticas
que muchas veces se ocasiona el sufrimiento (Basaglia, 1977).
Referencias bibliográficas
AAVV, 2009. José Luis Rebellato. Intelectual radical. Uruguay: Extensión, EPPAL,
Nordan Comunidad.
BASAGLIA, Franco, 1977. La utopía de la realidad. Trieste: Departamento de Salud
Mental de Trieste. Disponible en línea:
http://www.triestesalutementale.it/spagnolo/basaglia_1972_lautopiadelarealidad.pdf
__________, 1970. La institución negada. Informe de un hospital psiquiátrico. Barcelona:
Barral Editores S.A.
BASAGLIA, Franco y Franca BASAGLIA ONGARO, 1977. La mayoría marginada. La
ideología del control social. Barcelona: Editorial Laia.
BREILH, Jaime, 2015. Epidemiología Crítica. Ciencia emancipadora e interculturalidad.
Buenos Aires: Lugar Editorial.
COMTE, Auguste, 1984. Discurso sobre el espíritu positivo. Madrid: Sarpe.
DE LEONARDIS, Ota y T. EMMENEGGER, 2011. “La desinstitucionalización italiana:
pistas y desafíos”, en VERTEX, Revista Argentina de Psiquiatría. Vol. XXII. Buenos Aires,
Pp. 31-43.
ELICHIRY, Nora, 2009. “Importancia de la articulación interdisciplinaria para el desarrollo
de metodologías transdisciplinarias”, en Escuela y Aprendizajes. Trabajos de Psicología
Educacional. Buenos Aires: Manantial (Capítulo 9).
ENRIQUEZ, Pedro Gregorio, 2007. El docente-investigador: Un mapa para explorar un
territorio complejo. San Luis: Ediciones Lae – Laboratorio de Alternativas Educativas.
Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de San Luis.
FOUCAULT, Michel, 2002. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo
XXI.
FREIRE, Paulo, 2013. Política y educación. México: Siglo XXI Editores.
_______, 1988. ¿Extensión o comunicación? México: Siglo XXI.
_______, 1975. Pedagogía del oprimido. Buenos Aires: Siglo XXI Argentina Editores.
GALENDE, 2012. “Consideración de la subjetividad en salud mental”. En Salud Mental y
Comunidad. Año 2, número 2. Universidad Nacional de Lanús. Buenos Aires: Ediciones
de la UNLa.
_________, 2008. Psicofármacos y Salud Mental. Buenos Aires: Lugar Editorial.
GIROUX, Henry, 2003. Pedagogía y política de la esperanza: teoría, cultura y enseñanza.
Buenos Aires: Ammorrortu.
MCLAREN, Peter, 2012. La pedagogía crítica revolucionaria. Buenos Aires: Herramienta.
STOLKINER, Alicia, 2005. “Interdisciplina y salud mental”, en IX Jornadas Nacionales de
Salud Mental, I Jornadas Provinciales de Psicología. “Salud Mental y Mundialización:
estrategias posibles en la Argentina de hoy”. 7 y 8 de octubre 2005. Posadas. Misiones.
Argentina. Disponible en línea:
http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_catedras/obligatorias
/066_salud2/material/unidad1/subunidad_1_3/stolkiner_interdisciplina_salud_mental.pdf