[Fragmento del libro: ¿LA ESCRITURA NACIÓ EN OCCIDENTE? Marcelino Sanz de Sautuola y la Cueva de Altamira. Ensayo sobre la Escritura Lineal Paleolítica. Las primeras escrituras lineales fonográficas de la historia, halladas en cuevas y artefactos paleolíticos de España, Portugal y Francia, de Georgeos Díaz-Montexano, 2014. Una obra sin precedentes con más de doscientas ilustraciones].
Georgeos Díaz-Montexano: La Escritura Lineal Paleolítica (ELPA). Arte y escritura en el Paleolítico
Cuando tenemos contacto visual con cualquier obra de arte, del tipo que sea, la primera experiencia de nuestro cerebro es el análisis estético. Nuestro cerebro, de acuerdo a ciertos patrones forjados en nuestra experiencia de vida (según nuestras creencias, ideologías, filosofías, conocimientos, tendencias y gustos, etc.), en cuestiones de segundos, y valiéndose de la vista, realiza un rápido barrido o «escaneo visual», cuyo resultado será muy importante para los próximos segundos, ya que será lo que determine que sigamos observando la obra, o que simplemente pasemos de inmediato a otra. Este primer análisis, producto de nuestro primer contacto visual con la obra de arte, es la que nos dirá, sencillamente, si «nos gusta» o «no nos gusta». Si «nos gusta», entonces pasamos a otros niveles como recrearnos visualmente en el placer estético, primero, y segundo, tratar de comprender la obra, es decir, conocer el mensaje que encierra, qué fue lo que el autor quiso representar o trasmitir con la misma. Este proceso elemental se cumple en todos por igual. No es exclusivo de unas pocas mentes privilegiadas con un alto cociente intelectual. Todos, desde el más humilde obrero, o campesino sin apenas estudios, hasta el más culto intelectual, sometemos cada obra de arte o cada expresión gráfica visual a los mismos procesos elementales. No necesitamos un «crítico de arte» para saber, tras el primer análisis visual, si «nos gusta» o no «nos gusta», ni tampoco lo necesitamos para determinar si la obra es «buena», según nuestros patrones estéticos y culturales. Si «nos gusta», y por tanto, nos parece una «buena» obra de arte, nos interesamos en la misma, nos recreamos con ella, la intentamos adquirir o guardar en el formato que nos sea posible, la visitamos (si está en algún museo, galería o monumento arqueológico) cuando podemos, y hasta intentamos profundizar en ella, en su significado, en el «por qué» y el «para qué» de la misma, pero si «no nos gusta», sencillamente pasamos de ella, sin preocuparnos en lo más mínimo por saber más de la misma, y seguramente hasta la olvidamos, a menos que nos la estén recordando constantemente. De hecho, todos conocemos y recordamos «obras de arte» que ni siquiera merecen tal denominación, por anti-estéticas, horribles, grotescas, y hasta repulsivas para nuestra alma, pero que ciertos «modismos» e «intereses» nos la han estado siempre vendiendo como ejemplos de «grandes obras de arte» de la humanidad. Y no pondré ejemplos, porque, obviamente, el «gusto» por determinadas obras de artes, es tan personal como el gusto o preferencia por el tipo de música o literatura, o de mujer u hombre que nos «gusta». Cada cual sabe cuáles son esas «horribles obras de arte» que su alma o ser no es capaz de soportar.
Cuando se toma contacto visual con las obras de arte del Paleolítico Superior europeo, especialmente el de la cornisa Astur-Cántabro-Aquitana, la mayoría pasamos esa primera fase en la que sentimos que «nos gusta», especialmente las manifestaciones de Altamira, no en balde llamada la «Capilla Sixtina del arte cuaternario», y después, pasamos a la segunda fase, donde nos interesamos y sentimos que queremos «saber más» sobre las mismas. Queremos saber no solo quién las creo exactamente, sino «el por qué» y el «para qué». Estas preguntas se mantienen en nuestras mentes y ahí quedarán siempre, hasta que las respuestas a las mismas sean halladas, quedando archivadas en nuestros cerebros, hasta entonces. Pero nunca serán enviadas a la «papelera» de nuestro ordenador mental.
Esta es la razón por la que desde el primer momento en que fueron halladas, no se ha parado de intentar responder tales preguntas. Obviamente, esto no habría sucedido si hubieran sido ta rematadamente grotescas y horribles, sin valor estético alguno, que solo causaran rechazo. De hecho, algo parecido ha pasado con las abundantes muestras de signos lineales y geométricos simples, que al no producir «placer estético» alguno en nuestros cerebros -ni de inmediato ni tardíamente- han sido condenados al casi olvido, ocupándose de los mismos muy pocos investigadores, los cuales, casi como «lobos solitarios», clamando a voces en el desierto, han intentado catalogarlos y estudiarlos. Resulta que justo en esta abundante presencia de signos «no figurativos», lineales o geométricos simples, es donde se podría hallar la evidencia de un verdadero sistema codificado de comunicación gráfica, o sea, un tipo de escritura lineal. Probablemente, la verdadera y única razón por la que no leemos en los libros de Historia que la escritua ya fue inventada en el Paleolítico es porque, sencillamente, los elementos del signario o los signarios lineales que la podrían componer, apenas han sido estudiados ni considerados, precisamente, por esa carencia de placer estético que experimentamos cuando los vemos. Nuestro cerebro solo percibe «garabatos» sin sentido alguno, y en algunos casos solo percibe caos. No sentimos (la mayoría) placer estético cuando vemos signos lineales que como simples rayas inconexas, casi siempre negras, aparecen distribuidas a veces de un modo algo aleatorio y caótico, sin aparente orden o simetría, por tanto, sin sentido alguno para nuestras mentes racionales. Pero estas manifestaciones gráficas «feas», resultan que podrían ser tan importantes, o más, que las más bellas grafías o pinturas de nuestro remoto pasado. Podría ser códigos o signos de las primeras escrituras de la humanidad.
En cuanto a la «función» o «fundamento» del Arte Rupestre como tal, es de mero sentido común que no se puede hablar de intención de hacer mero arte, para ser contemplado o admirado por otros, cuando un humano se adentra hasta los puntos más recónditos de una caverna, se arrastra por estrechos pasos, y hasta atraviesa, en algunos casos, pequeños estanques naturales de agua, o bien baja por pozos peligrosos, para simplemente grabar o pintar un solo animal, a veces, o unos pocos signos no figurativos, lineales, geométricos y «abstractos» a los que los estudiosos no hayan sentido alguno. Más allá de cualquier duda razonable posible, en estos casos no podemos hablar de simple arte ni de intencionalidad artística de ninguna clase. Algo así solo puede hallar justificación en la necesidad de plasmar algo que no es para el común de los mortales. En casos como estos, es lícito pensar que la intencionalidad es ocultista, mistérica o mágica. La mayoría de los científicos huyen como de la peste negra de términos como ocultismo, misterio, magia, esoterismo, y cualquier idea que los relacione. Pero es completamente absurdo rechazar ideas que forman parte natural de cualquier pensamiento mágico-religioso del ser humano de cualquier época, más aún en tiempos tan remotos. Ciertamente, hay pinturas cerca de las entradas de las cuevas y a veces hasta casi al aire libre, en abrigos rocosos, en muchos casos junto a sus hogares, lo que evidencia que algunas sí fueron realizadas para que fueran vistas por cualquiera, o al menos, que no importaba que fueran vistas. Pero muchas otras se hicieron en los sitios más recónditos y difíciles de acceder, como si la intención fuera justo lo contrario, es decir, ocultarlas todo lo posible. De modo que se puede hablar claramente de dos tipos de manifestaciones rupestres: las expositivas o que no importaba que fuera vistas por cualquiera, que podríamos llamar «grafismo exotérico», y las ocultas, que solo conocería el autor mismo o algunas personas selectas, y seguramente creadas para que fueran vistas por determinados seres espirituales o ciertas divinidades elementales, y que bien podríamos llamar «grafismo esotérico».
Toda manifestación gráfica, sea del tipo que sea, cumple como mínimo una de cuatro funciones básicas, aunque puede cumplir dos, tres, e incluso las cuatro a la vez. Estas son: comunicar, evocar, adorar, y testimoniar.
Comunicación: Cuando el autor representa una figura, signo o escena con el objeto de comunicar, o sea, «hacer a otro partícipe de lo que uno tiene» (RAE), «descubrir, manifestar o hacer saber a alguien algo» (RAE). Todo ello mediante el acto de «trasmitir señales mediante un código común al emisor y al receptor» (RAE).
Evocación: Cuando el autor representa una figura, signo o escena con el objetivo de evocar, o sea, «traer algo a la memoria o a la imaginación» (RAE), y por definición, «para llamar a los espíritus (o divinidades) y a los muertos, suponiéndolos capaces de acudir a los conjuros e invocaciones» (RAE)... (Continua en el PDF).
[Fragmento del libro: ¿LA ESCRITURA NACIÓ EN OCCIDENTE? Marcelino Sanz de Sautuola y la Cueva de Altamira. Ensayo sobre la Escritura Lineal Paleolítica. Las primeras escrituras lineales fonográficas de la historia, halladas en cuevas y artefactos paleolíticos de España, Portugal y Francia, de Georgeos Díaz-Montexano, 2014. Una obra sin precedentes con más de doscientas ilustraciones].
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