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Noche de bodas
Noche de bodas
Noche de bodas
Libro electrónico159 páginas2 horas

Noche de bodas

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Amor a primera vista... deseo a primera vista

El investigador privado Sam Cooper sabía que la bella Amanda Hailey era su mujer ideal. Pero antes de nada, debía salvarla de un destino peor que la muerte: su matrimonio con el promotor de Hollywood Marvin Burgues. Marvin no la amaba, sólo la quería para lucirla como un trofeo. Y Sam iba a demostrar eso y mucho más con sus dotes de investigador.
Amanda no sabía qué hacer con Sam. Aparecía en todos los sitios, incluyendo su fiesta de compromiso… lugar que eligió para pedirle que se casara con él. Enseguida se dio cuenta de que, a pesar de estar a punto de casarse con otro, era con él con el que fantaseaba.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 ene 2012
ISBN9788490104491
Noche de bodas
Autor

Elda Minger

USA Today bestselling author Elda Minger is a RITA finalist and has won numerous awards, including Romantic Times' Best American Romance. She is well known in the romance world for over two dozen romance novels, both series and historical, and numerous novellas. She is a popular speaker, and has given several very well received lectures at National Conferences and Universities. Elda enjoys approaching the romance novel from a sociobiological standpoint, and this approach has made her talks different from many other conference presentations. Perhaps the most popular of these was a talk entitled, "Writing Erotic Sex Scenes That Sell", a discussion of the differences in male and female brains, and how men and women think. The tape from this talk went on to become the bestselling tape from the RWA National Conference in Orlando in 1997 and is still mentioned at conferences today. (It can be ordered through Bill Stephens Productions.) Elda began her writing career at Harlequin Enterprises, Ltd., the single biggest publisher of romance in the world. She sold her first romance in her twenties and never looked back. She wrote for the American Romance series, then moved on to Temptation. She has sold two historical romances, one to Zebra/Kensington, and one to Jove. Both were set in Eighteenth-Century England, a time period that fascinates her.

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    Noche de bodas - Elda Minger

    Capítulo Uno

    A Sam Cooper le resultaba muy difícil tener espíritu navideño. Y no era para menos: su ex socio se había llevado todo el dinero de la agencia de detectives y había huido a paradero desconocido. Así que Sam estaba prácticamente sin un dólar y sin buenas perspectivas.

    Pero no era la primera vez que se encontraba en una situación difícil. Además, acababa de encontrar una pista sobre su ex socio que lo situaba en Beverly Hills, cerca del Beverly Wilshire Hotel.

    Detuvo el coche en la parte trasera del hotel y admiró las luces navideñas. El edificio parecía un palacio de cuento de hadas y por unos instantes Sam sintió que la alegría renacía en su interior.

    La vida no podía ser tan mala cuando faltaban apenas tres semanas para Navidad.

    Y además, su filosofía de vida era que siempre había una nueva aventura esperando a la vuelta de la esquina. Gracias a eso, él tenía, o mejor dicho había tenido, tanto éxito en su trabajo.

    Hasta la desaparición de Evan, su socio. El muy canalla.

    En aquel momento, mientras Sam se colocaba con el coche en la fila para entrar al aparcamiento, cayó en la cuenta de que las navidades eran una de las épocas del año con más trabajo para el hotel. Lo cual significaba que había mucho tráfico, o sea, que le tocaba esperar un rato. Hubiera aparcado en la calle, pagando incluso el parquímetro aunque anduviera justo de dinero, pero no había ni un sitio libre.

    El dinero del parquímetro era menos importante que su potente deseo de ver de nuevo a Evan, de mirarlo a los ojos y pedirle explicaciones. Y, sobre todo, exigirle el dinero que le había robado. No le importaba tener que esperar un poco, incluso mejor. Así tendría oportunidad de tranquilizarse, de escuchar la música jazz que sonaba suavemente en la radio… y de pensar en lo que iba a decirle a Evan si tenía la suerte de encontrarlo.

    Después de pegarle un puñetazo en la cara, claro estaba.

    El sonido del teléfono le sacó de sus pensamientos.

    –Cooper al habla.

    La ansiosa voz al otro lado del hilo pertenecía a su única clienta en aquel momento, la anciana señora Boswell, que había perdido a su caniche hacía cinco días. Aunque era un caso que Sam no hubiera aceptado en circunstancias normales, en aquel momento de su vida no podía ponerse exigente.

    El hecho de que Evan hubiera huido de la ciudad con los fondos de la agencia había dañado seriamente la credibilidad de la empresa. Muchos clientes potenciales se habían echado atrás. Después de todo, si dos hombres no podían ponerse de acuerdo en cómo llevar su negocio, ¿por qué el que se quedaba iba a ser mejor que el que se había marchado?

    Sam sabía además que la gente creía que él era igual que su socio. Y nada asustaba más a la gente en lo relativo a su dinero que pensar que pudiera estar en manos deshonestas.

    Él no podía culpar a la gente. Pero había decidido reconstruir la agencia, poco a poco, caso a caso. Así que, aunque la misión de encontrar a una mascota parecía más un caso de broma, lo había aceptado.

    Fifí, la perrita en cuestión, estaba resultando difícil de encontrar. Por el momento, el trabajo de Sam consistía más en consolar a la señora Boswell que en otra cosa.

    Era extraño, pero Sam estaba decidido a encontrar a esa mascota. Y tenía la intuición de que lo haría.

    –No, señora Boswell, lo siento. Aún no tengo noticias de Fifí.

    La mujer estaba triste, casi resignada. Y él no podía permitir que colgara en aquel estado.

    –Quiero que se imagine a Fifí, que la visualice. Los perros pueden percibir los pensamientos de sus dueños. Y tengo la intuición de que alguien bueno la ha encontrado y la está cuidando.

    –Eso sería maravilloso –comentó la señora Boswell y suspiró–. Es usted un hombre tan amable…

    Sus palabras fueron reemplazadas de pronto por:

    –Estoy pensando aumentarme los senos.

    «¿Cómo?». Sam se irguió en el asiento, alerta. Comprendía que la señora Boswell echara de menos a Fifí, pero para animarse no necesitaba un aumento de pecho. Y menos a su edad.

    –La criatura no sabe arreglárselas por sí misma –se oyó y fue perdiendo fuerza, hasta que otra voz la reemplazó–. ¡Ni se te ocurra!

    Sam se apartó el teléfono de la oreja molesto. Con los teléfonos móviles de vez en cuando se interceptaban conversaciones ajenas. Sam se preguntó a quién estaba espiando sin quererlo.

    No tuvo que buscar muy lejos. Dos coches por delante de él había una preciosa rubia en un Mercedes hablando por teléfono móvil.

    Sam se la quedó mirando boquiabierto. Era una mujer despampanante.

    Amanda Hailey estaba deprimida. Tanto, que se había planteado seguir conduciendo hasta la playa, aparcar allí su coche y dar un largo paseo junto al mar. La sombría noche encajaba perfectamente con su estado de ánimo.

    También se había planteado no acudir a la fiesta que se daba en su honor en el Beverly Wilshire Hotel aquella noche. La fiesta a la que llegaba tarde.

    Toda la gente a la que su madre conocía estaría allí para celebrar con ella la boda de su única hija, que tendría lugar el día de Nochebuena. ¿Y qué importaba si la mencionada hija no sabía siquiera si quería casarse?

    Amanda sabía la respuesta: no importaba nada.

    Así que había telefoneado a su mejor amiga, Cindy, e intentaba identificar sus sentimientos mientras esperaba en la larga fila de coches a que le tocara el turno para entregar su vehículo al aparcacoches.

    –No sé… –dijo Amanda.

    Cindy y ella habían repasado todas las posibles razones de que estuviera tan triste, excepto la más obvia: aunque Cindy era su mejor amiga, Amanda aún no se había sentido capaz de confesarle que, cuanto más se acercaba el día de la boda, más deprimida se sentía.

    «Quizá en el fondo no quieres casarte con Marvin…», se dijo, pero reprimió aquel pensamiento en cuanto apareció. La culpa, sensación muy familiar para ella, se apoderaba de ella con sólo pensar en decepcionar a su madre. Amanda le debía mucho y no pasaba ni un día sin que su progenitora le recordara todo lo que le había hecho por ella.

    –Quizá el problema sea yo –continuó Amanda–. Quizá necesito un cambio. Marvin ha insinuado que estoy un poco… plana por delante. Así que estoy pensando aumentarme los senos.

    Cindy se quedó en silencio unos momentos y Amanda se revolvió en el asiento del coche. Su mejor amiga tenía un detector de mentiras insuperable, así que no tardó en responder.

    –¡Ni se te ocurra! ¡Tíñete el pelo de un color estridente o incluso hazte un piercing en el ombligo, pero no empieces a implantarte sustancias sintéticas que afectan a tu sistema linfático!

    Amanda hizo avanzar su coche unos centímetros. Aún había cuatro coches delante de ella. Llegaba tarde a la celebración de aquella noche, su madre no estaría muy feliz.

    –¿Te has planteado que quizá el origen de tus problemas y de tu depresión sea la boda con Marvin?

    –Oh, Cindy, no quiero volver a hablar de esto.

    –Pues vamos hacerlo porque voy a tratar de convencerte, hasta que no pueda más, de que vas a cometer el mayor error de tu vida. No es tu madre la que va a tener que convivir con Marvin Burgues durante el resto de su vida, sino tú. Y creo que no has pensando en serio lo que vas a hacer esta Nochebuena.

    –Cindy…

    –¿No te parece extraño que tu madre no me haya invitado a la boda? Yo creo que tiene miedo de que me enfrente a ella cuestionándole qué te está haciendo. Esta boda no tiene nada que ver con tu felicidad, sino con el espectáculo que ella es capaz de desplegar.

    Amanda no sabía qué decir. En su interior tenía la horrible sensación de que Cindy tenía razón. Su madre había visto en la boda de su hija la cumbre de su carrera como «consultora de estilo de vida». Al mismo tiempo, Amanda había decidido casarse con Marvin porque era la única manera que veía de escapar por fin al control de su madre, a sus tentáculos.

    –Cindy, conociendo a mi madre, seguramente la preocupará que les hables a sus amigos de los beneficios del ajo o de los lavados de colon.

    –Pues ya que lo dices, un buen lavado de colon sería lo mejor que la estirada Libby Hailey podría hacer por sí misma. Ojalá dejara de organizarte la vida.

    –Marvin es…

    –¡Lo suficientemente mayor para ser tu padre, por el amor de Dios!

    –Bueno, supongo que es una especie de figura paterna. Pero hemos hablado y hemos acordado celebrar este enlace…

    –¡Oh, Amanda! La única razón que se me ocurre para que aceptes pasar por esto es que nunca has estado enamorada de verdad.

    –Cindy, por favor, no empieces…

    –Voy a empezar, a continuar y a terminar hasta el día de Nochebuena. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras veo el error que vas a cometer…

    –Cindy, no me digas que aún crees en el amor, como por ejemplo el amor a primera vista. Me refiero a ese tipo de amor donde con sólo ver a alguien, sabes que lo amas.

    –Estás hablando como tu madre –replicó Cindy.

    Amanda dudó. En el fondo de su corazón sabía que su amiga estaba diciendo la verdad. Cindy casi nunca mentía.

    –¿Cómo lo sabré? –preguntó Amanda en voz baja.

    –Lo sabrás, simplemente lo sabrás. Y no tendrás tantas dudas. Simplemente serás feliz.

    –Últimamente has visto demasiadas películas antiguas.

    –Tal vez. Pero tú no oyes campanas cuando miras a Marvin, ni tu corazón se acelera al verlo.

    La conversación estaba adentrándose demasiado en algunas verdades que Amanda quería ignorar. No sería capaz de soportar aquella velada si se rendía a sus sentimientos.

    –Tengo que dejarte, me ha tocado el turno para que me aparquen el coche. Te llamaré esta noche después de la fiesta.

    Y Amanda apagó su teléfono móvil y se concentró en la noche que la esperaba.

    «Es increíble cuánta información puede obtenerse con la tecnología moderna», pensó Sam.

    Ella se llamaba Amanda. Tenía una amiga, una buena amiga llamada Cindy. La madre de Amanda se llamaba Libby y quería que se casara con un tal Marvin que podría ser su padre. Y Marvin quería que ella se aumentara el pecho. Pero Cindy no quería que su amiga se implantara sustancias…

    La boda se había fijado para dentro de menos de un mes. Amanda tenía serias dudas al respecto y estaba tan deprimida que se planteaba mutilar su cuerpo por ese Marvin.

    Pero lo más importante de todo era que, según parecía, ella nunca había estado enamorada, así que no sabía lo que se estaba perdiendo. Y no sólo eso, sino que ni siquiera parecía creer en el amor. El amor a primera vista.

    Y si ella no creía en el amor a primera vista, él apostaba a que nunca se había planteado la opción de desear a alguien a primera vista. Después de todo, el amor tenía que surgir de alguna manera, y la lujuria era un punto de partida tan bueno como cualquiera.

    Aquella mujer, aquella Amanda, despertaba su curiosidad como ninguna otra mujer lo había hecho nunca. Quería averiguar más cosas sobre ella, quién era

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