Bajo la luz del norte
Por Louise Fuller
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Lottie Dawson se había quedado atónita al descubrir la identidad del padre de su hija, aquel irresistible desconocido con el que había pasado una única e increíble noche. Ella no había conocido a su padre, de modo que tomó la decisión de encontrar a Ragnar Stone por el bien de su hija, a pesar de que lo que aquel hombre la hacía sentir le aterrase…
La caótica infancia de Ragnar le había inspirado para crear su millonaria app de citas. Cuando Lottie le reveló que el indescriptible encuentro de ambos había tenido consecuencias, decidió de inmediato y sin dudas reclamar a su bebé. Pero los sentimientos que despertaba Lottie en él… ¡eso era infinitamente más complicado!
Louise Fuller
Louise Fuller was a tomboy who hated pink and always wanted to be the prince. Not the princess! Now she enjoys creating heroines who aren’t pretty pushovers but strong, believable women. Before writing for Mills and Boon, she studied literature and philosophy at university and then worked as a reporter on her local newspaper. She lives in Tunbridge Wells with her impossibly handsome husband, Patrick and their six children.
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Bajo la luz del norte - Louise Fuller
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Louise Fuller
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bajo la luz del norte, n.º 2758 - enero 2020
Título original: Proof of Their One-Night Passion
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-043-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
FROTÁNDOSE los ojos, Lottie descorrió la cortina y miró a través de la ventana de su dormitorio. El jardín estaba oscuro, pero se oía el ritmo constante de la lluvia y, en el cristal, se veían gruesas gotas de agua.
Bostezó y miró el reloj que tenía junto a la cama. Eran solo las cinco y media de la madrugada, una hora desagradable en casi cualquier día del año, pero sobre todo en una noche húmeda y fría de noviembre en la zona rural de Suffolk. Por una vez, las costumbres mañaneras de su hija de once meses resultaron ser una ventaja. Iban a ir a Londres, y necesitaba levantarse ya.
Miró a la cuna en la que Sóley dormía, sus rizos rubios aplastados, la boquita cerrada junto al oso de peluche. Lottie se acercó a ella y la pequeña levantó sus bracitos gordezuelos y comenzó a moverlos.
–Hola –la saludó, y la tomó en brazos, apretándola contra su pecho.
El corazón se le inflamó. Era tan preciosa, tan perfecta… había nacido en diciembre, en el día más corto del año, y había sido tan bienvenida como el sol dorado impropio de aquella estación que había aparecido para celebrar su nacimiento y que había acabado sugiriendo su nombre.
–Vamos a prepararte el bibe –le susurró.
Bajó las escaleras, encendió la luz de la cocina y frunció el ceño. En el fregadero había una sartén y los restos resecos de un sándwich de beicon adornaban la mesa, llena de migas. A su lado había una caja de herramientas abiertas y una máquina de tatuar.
Le gustaba vivir con su hermano Lucas, y era maravilloso con Sóley, pero medía casi metro ochenta y cinco, y a veces tenía la sensación de que su pequeña casita no era lo bastante grande para él, sobre todo porque su idea de la domesticidad se reducía a quitarse las botas para dormir.
Se cambió a Sóley de lado.
–Fíjate la que ha liado el tío Lucas –le dijo a la niña, mirando sus preciosos ojos azules.
Pero no había tiempo de ocuparse de eso si quería que estuvieran en Londres a las once en punto. Mientras llenaba la tetera, el corazón le dio un vuelco. La galería Islington era pequeña, pero iba a albergar su primera exposición en solitario.
Era increíble que algunas de sus piezas se hubieran vendido ya, y más increíble aún que la Barker Foundation quisiera hacerle un encargo. Conseguir fondos era dar un gran paso que no solo la ayudaría a seguir trabajando sin tener que dar clases nocturnas, sino que con ellos podría también ampliar el taller. De hecho, su familia no lo sabía, pero había podido disponer de una cantidad con la que dar una entrada para aquella casa gracias al dinero que su padre biológico le había dado, un hombre cuya existencia desconocía hasta hacía dos años.
Probó la temperatura de la leche, le entregó a la niña el biberón y volvieron a subir. Mientras abría los cajones, recordó cómo había sido el momento en que por fin había conocido a Alistair Bannon en la gasolinera de una autopista.
Se había pasado horas de niña mirándose en el espejo, intentando adivinar qué rasgos de su cara se parecían a él, pero desde el momento mismo en que despegó los labios, supo que no pretendía reconectar con su hija, ya adulta. No es que no la aceptase, sino que simplemente no había sentido necesidad de conocerla, y su encuentro había resultado extraño, forzado y breve.
Se oyó dese arriba el golpe de unas botas en el suelo. Lucas se había levantado.
¿Qué diría su hermano si le mostrase la carta que había enviado después su padre? Era educada, escogidas con esmero las palabras para no ofrecer un rechazo demasiado obvio, pero al mismo tiempo sin esperanza, diciendo, en resumen, que era una joven maravillosa y que le deseaba toda la suerte del mundo. En el sobre iba un cheque por la cantidad que esperaba que cubriese la contribución económica que debería haber tenido durante los años que se había perdido.
Ver aquello le había revuelto las tripas, y a punto había estado de hacerlo pedazos. Pero entonces se había quedado embarazada.
Se miró el cuerpo desnudo, las líneas plateadas que eran apenas visibles en su vientre. Ser madre quedaba para ella en un futuro muy lejano, de modo que ni siquiera se le había pasado por la cabeza la posibilidad de estar embarazada, y había ido al médico a consultarle aquel pertinente malestar estomacal, un malestar que, tres días después, había pasado a ser oficialmente un bebé.
Un bebé que, como ella, iba a crecer sin conocer a su padre. La verdad es que ni siquiera estaba del todo segura de cómo había ocurrido. Habían usado protección, pero la primera vez había sido tan frenética, tan urgente, que de alguna manera debía haber fallado.
Con un estremecimiento se vistió, intentando no pensar en el acelerado latido de su corazón.
Recordaba perfectamente la noche en que su hija había sido concebida. De hecho, era poco probable que la olvidase. El calor y el frenesí se habían apagado, pero el recuerdo permanecía en sus huesos y en su piel, hasta el punto de que, a veces, creía ver una cabeza rubia y unos hombros anchos, y tenía que pararse y cerrar los ojos para bloquear la urgencia del deseo.
Ragnar Steinn.
Nunca lo olvidaría.
Era imposible.
Sería como olvidarse del sol.
Pero, a pesar de tener el cuerpo musculoso y el perfil limpio de un dios nórdico, había demostrado ser tristemente humano en su comportamiento. No solo le había mentido sobre su paradero y sobre que quería pasar el día con ella, sino que se había escabullido de su lado antes de que amaneciera.
Sin embargo, juntos habían creado a Sóley, y no había cantidad de mentiras, de dificultades o de soledad que pudieran empujarla a lamentar el nacimiento de su preciosa hija.
–Parece que viene nieve –comentó Lucas al verla entrar en el diminuto salón llevando a la niña a la cadera y dando un mordisco a una tostada.
Tenía puesto el viejo televisor y estaba devorando lo que quedaba del sándwich de beicon.
–Siento este lío –se disculpó con una sonrisa–. Ahora recojo, te lo prometo. Y voy a cortar leña. La tendré preparada antes de que las temperaturas empiecen a bajar. ¿Quieres que me ocupe un rato de Little Miss Sunshine?
–No, pero nos vendría bien que nos llevaras a la estación.
–Vale, pero solo si me dejas achucharla un poco.
Levantó los brazos y Sóley se inclinó hacia él. Ver cómo la niña se tiraba a los brazos de su hermano hizo que el enfado que tenía con él desapareciera, viendo cómo la niña se agarraba a su pelo y le arrancaba una mueca de dolor.
–Podías poner agua para el té, ya que estás levantada…
Miró el reloj. Aún le quedaba tiempo.
–Vale –suspiró.
–¿Sabes? Creo que Sóley está bastante más espabilada que la mayoría de críos de su edad –oyó decir a Lucas mientras encendía el fuego.
–¿Tú crees?
Para ser un tío tan despreocupado en general, su hermano se había vuelto muy competitivo en cuanto a su sobrina.
–Sí… mira. Está viendo las noticias como si las entendiera.
–Estupendo. Así seremos dos contra uno cuando haya partido de fútbol.
–No, en serio. Parece hipnotizada con ese tío. Mira, ven.
–Ya voy.
Salió de nuevo al salón. Era cierto. Sóley parecía fascinada.
La entrevistadora parecía mirar a su entrevistado con la misma fascinación que su hija, de modo que durante un instante Lottie solo registró un hombre de pelo rubio y ojos del azul frío y limpio de un glaciar. Entonces sus facciones se enfocaron y abrió la boca de par en par.
Era él.
Era Ragnar.
Había querido contactar con él al enterarse de que estaba embarazada, y después volvió a intentarlo al dar a luz, pero los dos habían cerrado sus perfiles en la app de citas que habían utilizado para conocerse, y no había encontrado ni rastro de Ragnar Steinn por ningún lado.
–¿Quién es? –le preguntó a su hermano, mientras una corriente helada le subía por la espalda–. O sea, ¿por qué está en la tele?
Menos mal que Lucas estaba demasiado distraído para notar que tenía la voz distinta.
–Ragnar Stone, el dueño de esa app de citas. Parece ser que va a lanzar una versión VIP.
–¿App de citas? –repitió. Tenía la sensación de que el aire no le llegaba a los pulmones.
–Ya sabes… ice/breakr.
Había salido con él creyendo que era simplemente una persona que, como ella, utilizaba la app para conocer gente. No sabía que era el propietario… y estaba casi segura de que él no se lo había mencionado.
Lucas la miró.
–Claro que lo sabes… –musitó.
Había sido él quien la había inscrito. Él quien la había animado a responder a la pregunta «rompehielos». Podía versar sobre cualquier asunto, desde política a vacaciones. Estaban diseñadas para suscitar una respuesta instintiva que, al parecer, ayudaba a que los emparejamientos fuesen mucho más acertados que una foto y una lista de cosas que te gustaban o que detestabas.
¡Ragnar Stone!
Así que le había mentido incluso sobre su apellido.
Respiró hondo intentando absorber aquella nueva versión de los hechos.
–¿Está en Londres?
–Sí, para el lanzamiento. Tiene una oficina aquí –Lucas le había dado a la niña un trocito de plátano y le estaba limpiando la boca con la manga de la camisa–.