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Con mucho amor
Con mucho amor
Con mucho amor
Libro electrónico166 páginas3 horas

Con mucho amor

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Información de este libro electrónico

Por teléfono, Layla Laraway siempre enloquecía a los hombres con su voz sexy. Pero en los encuentros cara a cara, pocos miraban más allá de sus kilos de más para descubrir a la mujer que había dentro. Por ello, hacía mucho que había dejado de creer en los cuentos de hadas... y en el Príncipe Azul.
Con un vistazo a Layla Laraway, el empresario Ethan Winslow supo que había encontrado a una princesa. Layla era más mujer que cualquera de las que hubiera conocido jamás, y la deseaba como nunca deseó a ninguna de las esculturales mujeres con las que solía salir. De pronto, ese hombre reacio al matrimonio buscó conquistar a Layla y convencerla de que existían los finales felices...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 feb 2020
ISBN9788413481074
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    Con mucho amor - Justine Davis

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2000 Janice Davis Smith

    © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Con mucho amor, n.º 961 - febrero 2020

    Título original: A Whole Lot of Love

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-1348-107-4

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Capítulo Trece

    Capítulo Catorce

    Capítulo Quince

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo Uno

    –No mostraría aversión a vender su cuerpo por una buena causa, ¿verdad?

    El primer pensamiento de Ethan Winslow fue que esa mujer tenía la voz más sexy que jamás había oído. El segundo fue que si no prestaba atención, terminaría por seguir esa voz ronca, baja y erótica hasta quién sabía qué lío.

    –Mire, señorita…

    –Laraway.

    –Señorita Laraway, aprecio su esfuerzo, pero preferiría hacerle un cheque.

    Ella rio. Maldita sea, la risa aún era más sexy, profunda y sensual.

    –Encantados lo aceptaríamos también. Pero realmente nos gustaría algo más… corpóreo, por decirlo de alguna manera.

    –¿Mi trasero a subasta? –preguntó con ironía.

    –Tengo entendido que es un trasero estupendo.

    Lo dijo con tanto júbilo que él se encontró sonriendo a pesar de no quererlo. Estaba sentado discutiendo de su trasero y la subasta del mismo con una mujer a la que jamás había visto pero que tenía una voz que provocaba sueños eróticos en los hombres.

    –¿Y quién se lo dijo?

    –Oh, tiene muchas fans en la ciudad, señor Winslow. No querrá decepcionarlas, ¿verdad? Por lo que me han dicho, usted podría conseguir la mayor cantidad de la noche.

    Como fuera igual que su voz, podría reconsiderar el hecho de hacer algo con su nula vida social.

    –Veo que le han dicho mucho.

    –Es un defecto –suspiró con exagerado dramatismo–. La gente habla conmigo.

    Ethan rio. Le sonó extraño y se preguntó si su hermana menor tenía razón y se había vuelto demasiado serio.

    –Entiendo por qué.

    –También le resulta muy difícil darme un no. Verá, soy muy… persistente.

    –También lo son los recaudadores.

    –Algunas personas lo ven de esa manera, lo sé –volvió a emitir esa risa maravillosa–. Pero yo prefiero considerarlo más como un cachorrito que suplica a la mesa, con ojos grandes y tristes que es imposible ignorar. Entonces uno termina sintiéndose culpable y le da lo que quiere.

    –¿De modo que reconoce que emplea la culpabilidad? –rio entre dientes.

    –Decididamente. Es una de mis mejores armas. Además, en cuanto la gente da, se siente mejor.

    –Así que termina siendo por su propio bien, ¿eh?

    –Por supuesto. Y el nuestro, claro está, pero esa es la mejor parte. Todo el mundo termina feliz. Entonces, ¿puedo añadirlo a la lista?

    Estuvo a punto de responder que sí. Pero en el último segundo recordó qué era lo que iba a aceptar. Jamás había asistido a una de esas subastas de caridad. Hmm. Imposible.

    Dios, con esa voz casi lo había convencido.

    –Escuche, señorita Laraway, tengo una reunión programada para dentro de diez minutos. Pensaré en su… petición, pero ahora he de irme.

    –Por supuesto. Mi objetivo es convencerlo de que se presente voluntario, no interferir en su trabajo. Pero, por favor, piénselo. Volveré a ponerme en contacto con usted.

    Y lo pensó. De hecho, cuando su secretaria asomó la cabeza por la puerta y le recordó que la reunión comenzaría en cuarenta y cinco segundos, se dio cuenta de que llevaba los diez minutos pensando en ello.

    O, más bien, en la divertida y sexy señorita Laraway. No iba a participar en la subasta, desfilar no era su idea de diversión, pero resultaba tentador, aunque solo fuera por volver a verla.

    Recogió los papeles y se dirigió a la sala de juntas, pero se detuvo cuando su secretaria giró para volver a su mesa.

    –¿Karen?

    Había heredado a Karen Yamato y esa oficina cuando Pete Collins le entregó las riendas y se jubiló. Su viejo mentor le había dicho que Karen era tanto el pegamento que unía las cosas como el aceite que las mantenía en marcha, y no tardó mucho en darse cuenta de que Pete había sido mesurado en su apreciación. La pequeña y al parecer sin edad mujer euroasiática, que estaba igual que la primera vez que él apareció por ahí de niño, era la única en West Coast Technologies que podía considerarse indispensable. Incluido él.

    –¿Le dejó algún número la mujer que acaba de llamar?

    –¿Layla? Desde luego.

    ¿Layla? ¿Se llamaba Layla? ¿Una voz así con el nombre de Layla Laraway? Su mente invocó todo tipo de imágenes encendidas y sudorosas.

    –¿Ha cambiado de parecer y decidido asistir a la subasta?

    –Yo… no. Solo quería saber cuándo iba a celebrarse. Olvidé preguntárselo –entonces frunció el ceño–. ¿Cómo sabía que no iba a aceptar?

    Karen enarcó una ceja, recordándole en silencio que a pesar de que llevaban juntos cinco años, lo conocía casi tan bien como había conocido a Pete después de veinte años de trabajar con él.

    –Si quiere, llamaré a Layla por usted mientras está en la reunión –ofreció ella.

    –¿La conoce? –preguntó con curiosidad por la familiaridad con que la mencionó.

    –Solo por su fama.

    –¿Y cuál es?

    –Inteligente. Dinámica. Entregada –tres cosas que garantizaban ganar la aprobación de Karen–. Lo que he oído de ella lo admiro –añadió.

    Sabía muy bien que nadie conseguía la admiración de Karen Yamato con ligereza; si Layla Laraway la había obtenido sin siquiera conocerse personalmente, debía ser extraordinaria.

    –¿Cree que debería ir?

    –Creo –señaló hacia la puerta– que debería ir a la reunión.

    Lo había vuelto a olvidar.

    Aún sacudía la cabeza al entrar en la sala. Nunca estaba tan disperso. No quería pensar que una simple llamada telefónica de una mujer desconocida era la causa, porque eso significaría que sus dos hermanas tenían razón y que empezaba a perder lo que ellas habían bautizado como sus mínimas habilidades sociales.

    –Comprendimos que necesitaras al menos un año después de romper con Gwen –le había dicho Margaret el día anterior–. Estuvisteis juntos mucho tiempo. Pero ya han pasado tres años. Es hora.

    –¿Qué os pasa a las mujeres? –había preguntado él, pensando que la mejor defensa era la distracción–. ¿Siempre ponéis límites de tiempo en cosas así?

    –Solo cuando nuestro hermano se convierte en un monje adicto al trabajo –había respondido su hermana mayor.

    –Eres demasiado sexy para ser célibe –añadió Sarah.

    Eso sí que lo había dispersado. Por el amor del cielo, era su hermana menor, no se suponía que pensara en cosas de ese estilo, y menos aún que las comentara en voz alta.

    Claro está que tenía veintiocho años. Imaginó que ya no era la pequeña inocente que había abrazado en la oscuridad la noche en que su mundo se desmoronó. No obstante, a veces costaba no pensar en ella como aquella niña asustada de diez años.

    –¿Ethan? ¿Estás listo para empezar?

    Miró a su jefe de Investigación y Desarrollo, Mark Ayala, cuyo informe sobre el progreso del proyecto Collins era el motivo de la reunión. Hacía solo diez meses que lo había iniciado y esperaba que tardara años en finalizarse, pero consideraba que merecía el tiempo y el dinero que se invertirían en él.

    –Lo siento, Mark –comentó mientras se sentaba a la cabecera de la larga mesa–. Empecemos.

    Mark empezó, con ese tono monocorde que siempre le recordaba a Ethan las clases de teoría económica del profesor Kosell. No le gustaban ese tipo de reuniones. Había descubierto que el entorno formal intimidaba a la mayoría e impedía cualquier pensamiento original. Prefería mantenerse al corriente de los proyectos visitando a su gente en su propio entorno, donde realizaba el trabajo de verdad. Y para conseguir pensamientos originales era mejor invitar al grupo a pizza y cerveza, dejando que las ideas fluyeran.

    Le gustaba el hecho de que West Coast Technologies aún era lo bastante pequeña como para poder hacer eso, y pensaba mantenerla así. Sabía que no podían competir con las grandes compañías, de modo que se centraba en la especialización, trabajando en cosas que tenían potencial para ser multifuncionales o altamente útiles para un grupo reducido de personas.

    Y luego estaban sus proyectos mimados, como ese. Se obligó a volver a la sala, ya que el tono de Mark le indicó que al fin estaba a punto de terminar.

    –… en conjunto, la situación parece muy prometedora. La diferencia entre el grupo de control y los que llevan el implante está marcada.

    –¿Cuánto tiempo más van a durar tus pruebas? –inquirió Ethan.

    –Otros dos meses antes de que pasemos a la siguiente fase –se reclinó en la silla y se rascó la barba–. En cuanto a eso, sería mucho más provechoso si pudiéramos…

    Ethan alzó la mano, sabiendo lo que iba a decir.

    –Lo siento. Tiene que haber una manera mejor de probarlo que realizar lobotomías a una docena de ratones. Eso lo dejaremos como último recurso. No me gusta la idea de destruir intencionada y permanentemente sus memorias para comprobar si podemos devolvérselas.

    –Son ratones –indicó Mark–. Y además mimados. Reciben a diario la mejor comida en jaulas impecables… mi perro no vive tan bien como ellos.

    —Tal vez deberías cuidar mejor a tu perro –comentó en tono de broma–. Piensa en otro modo, Mark. Sé que puedes. Quizá… ¿algo temporal?

    El otro lo miró y suspiró.

    –Lo intentaré. Estoy comprobando un producto químico que al parecer afecta temporalmente esa parte del cerebro, aunque desconozco cómo podrá influir en los resultados para nuestros objetivos –se encogió de hombros–. Tal vez debería emborracharlos.

    –Mejor ratones con resaca que psicóticos –Ethan sonrió. Miró a Moira O’Donnell, la directora de producción–. ¿Estás al día, Moira?

    La pelirroja asintió. Señaló su cuaderno de notas con una uña larga y roja.

    –He seguido los cambios necesarios a medida que avanzamos. Podemos comenzar la producción en siete días y sacar suficientes al mercado para que nos proporcionen una buena ventaja sobre cualquier imitador.

    Ethan comprendió su preocupación. Con cualquier producto semejante, sin importar lo complejo que fuera, tenías que esperar que en cuanto un competidor pudiera ponerle las manos encima, de forma legal o no, lo desmontaría para estudiar su construcción y luego fabricar uno propio. Los productos que pudieras introducir en el mercado

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