Sucedió en la playa
Por Heidi Rice
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Tras recibir una mala noticia, Ella se marchó a Las Bermudas en busca de ocio y descanso. Allí, rodeada de enamorados y de casados mirones, se dio cuenta de que aquellas soñadas vacaciones resultaban aburridas, pero sucedió algo inesperado: un tipo guapo y enigmático llamado Cooper Delaney la invitó a salir.
Aunque Coop no era de los que flirteaban con las turistas, no podía sacarse a la dulce Ella de la cabeza. Aprovechó un viaje de negocios a Europa para verla, pero una vez en Londres se encontró con una joven aún más hermosa, con muchas más curvas y que guardaba un secreto que jamás hubiera esperado.
Heidi Rice
USA Today bestselling author Heidi Rice used to work as a film journalist until she found a new dream job writing romance for Harlequin in 2007. She adores getting swept up in a world of high emotions, sensual excitement, funny feisty women, sexy tortured men and glamourous locations where laundry doesn't exist. She lives in London, England with her husband, two sons and lots of other gorgeous men who exist entirely in her imagination (unlike the laundry, unfortunately!)
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Sucedió en la playa - Heidi Rice
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Heidi Rice
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Sucedió en la playa, n.º 2058 - septiembre 2015
Título original: Beach Bar Baby
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6811-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
«La próxima vez que reserves las vacaciones de tu vida, no escojas el destino de todas las parejas, idiota».
Ella Radley se acomodó la mochila y puso una mueca. Había pasado todo el día recluida en una lujosa habitación con vistas al mar del Paradiso Cove Resort de Las Bermudas, también conocido como Canoodle Central, la piel aún le escocía.
Suspiró. Las quemaduras de tercer grado también le recordaban que estaba soltera. Todo le recordaba que estaba soltera. Contempló la cola de seis parejas que tenía delante en el muelle Royal Naval Dockyards, en Ireland Island. Todos esperaban para subir a bordo de la lancha y estaban en distintas fases de intensidad amorosa. La página web de la empresa de buceo les había prometido que sería «la expedición de sus vidas».
Desafortunadamente, había reservado la visita una semana antes, antes de verse cortejada por una sucesión de hombres casados y de chicos pubescentes, antes de que el sol más inclemente le quemara toda la piel de los hombros. La posibilidad de vivir la «experiencia de su vida» había quedado, por tanto, descartada.
Ruby, su mejor amiga, le había dicho una vez que era demasiado romántica y dulce. Pero eso lo tenía superado. El paraíso y todos sus encantos podían irse al infierno. Ella prefería hacer cupcakes en la acogedora cocina de la pastelería Touch of Frosting, situada en el norte de Londres. Prefería reírse de la pesadilla en la que se habían convertido sus vacaciones de ensueño. Eso era mucho mejor que hacer cola para ir a bucear y terminar con el estómago revuelto.
«Deja de quejarte».
Ella miró al otro lado de la bahía. Trató de encontrar algo que la hiciera recuperar esa perspectiva positiva que siempre la había caracterizado. Yates, lanchas, un enorme crucero… El agua estaba tan azul que casi le dolían los ojos de tanto mirarla. Recordaba la arena rosada que había visto durante el viaje, las palmeras exuberantes, los bungalows que parecían sacados de un folleto turístico.
Solo le quedaba un día más para disfrutar de la deslumbrante belleza de esa isla paraíso. A lo mejor reservar esas vacaciones no había sido la cosa más inteligente que había hecho en toda su vida, pero necesitaba distraerse. El cosquilleo del pánico le recorrió la piel. Ese nudo en el estómago ya le resultaba tan familiar… Se tocó el vientre por encima del fino algodón del vestido y la sensación acabó desvaneciéndose. Necesitaba ese viaje. Necesitaba salir de su habitación antes de que el miedo se apoderara de ella, antes de que terminara haciéndose adicta a los culebrones.
La cola avanzó un poco. Un hombre alto llamó su atención. Llevaba unos viejos pantalones cortos, una camiseta negra con el logo de la empresa y escondía el rostro debajo de una gorra. Ella contuvo la respiración y cerró los ojos para no verse deslumbrada por el resplandor del agua. Tenía que ser el capitán Sonny Mangold, el mismo que aparecía en la web. Para andar cerca de los sesenta estaba en muy buena forma. No podía verle el cabello a esa distancia, pero debía ser de color blanco…
El capitán Sonny comenzó a darles la bienvenida a todas las parejas a medida que subían a bordo. Su marcado acento americano llegaba hasta ella a través del aire húmedo y espeso. No era capaz de oír lo que decía, pero algo la inquietó. La pareja que tenía justo delante le impedía ver con claridad lo que ocurría. Cuando el capitán les ayudó a subir al barco, Ella dio un paso adelante. Se fijó en sus anchas espaldas y en sus piernas musculosas. Mechones de color rubio le sobresalían por debajo de la gorra; y una fina barba de un día le cubría la mandíbula, cuadrada y masculina. De repente él levantó la vista.
«Dios mío. Es impresionante. Y tendrá unos treinta y pocos».
–Usted no es el capitán Sonny.
–Capitán Cooper Delaney, a su servicio.
Unos ojos de color verde jade la miraron durante una fracción de segundo.
–Y usted debe de ser… la señorita Radley –dijo, mirando la lista que tenía en las manos.
Un segundo después le tendió una mano fuerte y bronceada.
–Bienvenida a bordo del Jezebel, señorita Radley. ¿Hoy viaja sola?
–Sí –dijo Ella, tosiendo de repente. Un calor repentino se apoderó de ella.
«¿Pero qué me pasa? ¿Se habrá dado cuenta?».
–¿Hay algún problema? –le preguntó, y entonces se dio cuenta de que era como si le estuviera pidiendo permiso.
–No. Claro que no –sus labios hicieron un gesto que no llegó a ser una sonrisa–. Siempre y cuando no tenga inconveniente en tenerme de compañero de buceo.
Ella sintió que le apretaba los dedos al ayudarla a subir al barco. Pudo sentir las durezas que tenía en la palma de la mano.
–No dejamos que los clientes buceen solos. No es seguro.
–Ningún problema.
Aunque acabara de conocerle, Ella sabía que no había nada seguro con el capitán Cooper Delaney. Sin embargo, el inofensivo peligro le resultaba de lo más emocionante.
–¿Qué tal si se sienta delante conmigo?
No parecía una pregunta, pero Ella asintió.
Cooper Delaney le dio una palmadita en la espalda, justo por debajo de la quemadura, y la guio hasta uno de los asientos de la cabina del barco.
–Siéntese ahí, señorita Radley –se tocó la visera y dio media vuelta para dirigirse a los otros pasajeros.
Ella le escuchó mientras se presentaba a sí mismo y a los dos jóvenes tripulantes que le acompañaban. El viaje duraba veinticinco minutos y visitarían una zona de buceo llamada Western Blue Cut. Allí estaba el pecio que iban a explorar.
Él se sentó a su lado. Bajó la palanca del cambio de marchas, apretó un botón y el motor se puso en marcha. La miró de reojo un instante y entonces se puso las gafas de sol.
Ella sintió el rubor en las mejillas nuevamente.
El barco comenzó a moverse y pasó por delante de los demás botes que estaban amarrados en el puerto. En cuestión de segundos estaban en alta mar, navegando rumbo al arrecife.
Él esbozó una sonrisa cómplice.
–Agárrese bien, señorita. No quiero perder a mi compañera de buceo antes de llegar.
Los labios de Ella formaron la primera sonrisa auténtica que era capaz de esbozar en muchos meses.
Después de todo, a lo mejor no había sido tan mala idea ir sola de vacaciones.
–Bueno, cielo, ya veo que has llamado la atención de Coop.
Ella se ruborizó al oír el comentario de la señora que estaba parada a su lado frente a la barandilla del barco. Tendría unos cincuenta y pocos años y tenía algo de sobrepeso. Llevaba unos pantalones cortos de color rosa y una camiseta en la que se podía leer: «Encontré a mi corazón en Horseshoe Bay».
Habían llegado a su destino diez minutos antes y estaban esperando a que el capitán y la tripulación distribuyeran el equipo de buceo.
–¿Conoce al capitán?
–Conocemos a Coop desde hace más de diez años –dijo la mujer con acento del oeste–. Bill y yo venimos a St. George todos los años desde nuestra luna de miel en 1992. Y nunca nos perdemos la excursión del Jezebel. Coop era uno de los mozos de Sonny, pero ya es capitán desde hace mucho –la mujer extendió una mano–. Me llamo May Preston.
–Ella Radley. Encantada de conocerla –Ella le estrechó la mano.
El gesto amable de la señora resultaba reconfortante.
Había visto a May en el complejo del hotel, y también a su marido, Bill. Era uno de los pocos casados de Paradiso Cove a los que no se les iba la mirada.
–Eres un encanto, y con ese acento tan dulce… –May ladeó la cabeza y la miró de arriba abajo. Los turistas americanos eran los únicos que eran capaces de hacer eso sin parecer maleducados–. Tengo que decir que siempre me he preguntado cuál era el tipo de Coop, pero tú eres toda una sorpresa.
–Yo no diría que soy su tipo. Simplemente es que soy la única mujer que está sola. Él solo trata de ser amable y de hacer su trabajo.
May dejó escapar una risotada.
–No te creas, cielo. Coop no es muy amable que digamos. Y suele pasar casi todo el tiempo quitándose de encima a las pasajeras.
–Seguro que se equivoca en eso –Ella sintió que el corazón se le aceleraba.
–A lo mejor. Pero esta es la primera vez que oigo hablar de la norma de seguridad de la excursión de buceo, y llevo veinte años viniendo.
Ella esperó su turno pacientemente. El capitán y sus marineros ayudaron a todos los buceadores a echarse al agua. Cooper Delaney daba la impresión de ser todo