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El Nervio: Púlstarverso
El Nervio: Púlstarverso
El Nervio: Púlstarverso
Libro electrónico336 páginas4 horas

El Nervio: Púlstarverso

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Información de este libro electrónico

En busca de redención, un agente desacreditado investiga la asombrosa muerte de un anciano millonario, desenterrando un macabro complot que lo podría involucrar a él mismo.

 

"Un thriller de ciencia ficción negra al estilo de Philip K. Dick". ★★★★★ – Goodreads
"El Nervio es la mejor introducción al festín que continúa en Púlstar. Roversi ha creado una obra de arte extraordinaria." ★★★★★ – Goodreads
"Dado que está escrito con absoluta maestría, leerlo tres veces, o más, me parece una idea fantástica." ★★★★★ – Goodreads

 

Astralvia: una nación al borde del colapso.

Jon Creepel, un anciano millonario y CEO de una prestigiosa empresa de alta tecnología, ha muerto.

El desacreditado agente Graham Squirrel investiga este desconcertante fallecimiento. Es la oportunidad de limpiar su nombre y volver al trabajo de Policía Federal que le apasiona.

A medida que profundiza en las pesquisas, descubre capas de intriga, secretos y complots que alcanzan escalas macabras. Trabajando en colaboración con Zabrinah Yorkt, una misteriosa y complicada agente de los servicios de inteligencia, Squirrel se enfrenta a más retos y preguntas que nunca habría anticipado.

Tiene que escapar de la siniestra amenaza que se cierne sobre él y averiguar por qué le asignaron el caso, pero nada es lo que parece.

Y está a punto de descubrir la verdad... porque está a punto de conocer el Nervio.

Acompaña al agente Squirrel para saber si descifra el misterio de la muerte de Creepel y sobrevive a la investigación en este thriller de ciencia ficción cargado de misterio y suspenso.

 

El Nervio es la enigmática precuela de la apasionante trilogía Pulstar (aunque la puedes leer como una novela independiente), la cual tomó más de diez años en hacerse (en inglés y en español) y cuenta con una banda sonora en producción.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 mar 2023
ISBN9798215549704
El Nervio: Púlstarverso

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    El Nervio - Giancarlo Roversi

    Ésta es una obra de ficción. Los nombres,

    personajes, lugares e incidentes son producto

    de la imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia.

    Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas,

    sucesos o lugares es pura coincidencia.

    Copyright © Giancarlo Roversi, 2021

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte

    de este libro puede ser reproducida o utilizada de

    ninguna manera sin el permiso escrito del propietario

    de los derechos de autor, excepto para el uso de citas

    en una reseña del libro. Para mayor información, comunicarse

    a la dirección de correo: info@giancarloroversi.com.

    Primera edición: Marzo 2023

    Portada: Maximiliano González

    Formato: Giancarlo Roversi

    Mapas: Fabrizio Giuliano (Neyther en Fiverr), basados en diseños

    hechos por Giancarlo Roversi

    Imágenes y brochas de Guía de Conespa: brusheezy.com - 123freebrushes.com

    fbrushes.com - fuzzimo.com - pexels.com - pixabay.com

    Maqueta 3D de libros: Derek Murphy

    Maqueta de cds y vinilos: Leandry Pauquer

    giancarloroversi.com

    info@giancarloroversi.com

    Para Mimí

    PARTE I

    El Obelisco

    El Nervio ya no me excitaba como antes. La rutina marchita hasta lo más sublime, y lo que antes era magnánimo puede llegar a lucir como una roca pintada con tinta dorada.

    ¿Cuándo se inició la transformación?

    Quizá cuando descubrí aquellos pensamientos que activarían mi corazón con la golosina más novedosa y adictiva. A partir de ese momento, me alimenté en secreto con ese néctar exquisito. Aquellas ideas me hacían vibrar como una guitarra con alta distorsión.

    Esa nueva excitación era excepcional, única. Por segunda vez en mi vida, me sentía inspirada.

    La primera vez había ocurrido varios años atrás, cuando las hipócritas leyes sociales me asfixiaban como una humarada de dióxido de carbono en mis pulmones. Me visualizaba como una mujer distinta, fuera del sistema, lejos del rebaño de ovejas. Estaba harta de tanta mediocridad. La mayoría de las personas que encontraba me resultaban predecibles, básicas, a pesar de que ellos no dejaban de vanagloriarse de cuan grandiosos eran o podían llegar a ser. En la carrera tras lo absurdo, yo corría extenuada y sin endorfinas. Ya no tenía paciencia para las pueriles leyes mundanas.

    Fue entonces cuando me visitaron nuevos invitados, trayendo consigo una pócima salvadora repleta de sabiduría, de libertad. Y yo me entregué a ellos sin pensarlo. Acepté esa ideología superior y me la tragué sin masticar, sin medir las consecuencias. Me sentía insaciable. No sólo me salía del canal de los bovinos, sino que ahora formaba parte del grupo minúsculo y silente que dictaba las normas de la vida de esos ganados.

    Por un largo tiempo, esta manera de vivir electrizó mis células, encendió mi espíritu. Sin embargo, en un procedimiento azaroso y de rutina, descubrí algo tan poderoso y a la vez tan primario. Y lo más desconcertante: me encantó. Pensé que jamás me pasaría, mucho menos ahora, y sin embargo…

    Entonces hilvané el plan. El Nervio seguiría siendo mi prioridad, pero también lo utilizaría para satisfacer uno de mis mayores anhelos, tal vez, el más verdadero.

    1

    Jon Creepel no dejaba de jadear. Desnudo sobre la pulcra alfombra de aquel apartamento en las afueras de la capital de Astralvia. Viera Lenz bailaba la danza más erótica que él jamás presenciara en su larga vida, el joven cuerpo de ella encima de él.

    Escasa luz, y las ventanas de la habitación estaban abiertas. Pocos sonidos, leves zumbidos que arribaban desde los alrededores casi desérticos y desde el aeropuerto de Conespa a pocos kilómetros. Aviones y algunos aerocarros ataviaban la noche de julio.

    Viera observaba el paisaje mientras meneaba las caderas. Creepel la contemplaba, evocando la juventud que había perdido medio siglo atrás; sus ojos deliraban ante las llamas de lo más preciado, lo más prohibido. La respiración de cada uno amplificándose al ritmo del deseo.

    —¿Lo sientes? —preguntó Creepel—. ¿Sientes lo mismo?

    Viera se mantenía inmersa en su bailoteo y deleite personal. Primero extendía sus brazos como si quisiera alcanzar el techo, luego los balanceaba sin quitar la vista del panorama exterior.

    El cuerpo de Creepel palpitaba. Ella lo dosificaba con un viaje erótico, alucinógeno, como si quisiera convertirlo en gas.

    Los doctores le habían recomendado al anciano que evitara las emociones fuertes; noventa aniversarios pesaban. Creepel siempre cuidaba de su privilegiada salud, pero nadie le impediría vivir su vida como a él le placiera. Pocas personas de su edad, o menores que él, podían disfrutar de una mujer como Viera. Aquellas caricias en su piel senil y atiborrada de marcas de cirugía plástica; las frases de miel que (verdaderas o no) endulzaban su día; esos fulgurosos momentos de éxtasis que le hacían creer que él aún estaba en el juego, que aún era un buen partido.

    Sí, jamás renunciaría al placer.

    —Dilo. —Creepel se agitaba y temblaba—. Dilo.

    Viera dedicó su atención a la habitación donde se encontraban. Él hizo lo mismo.

    Había algunos cuadros de un joven pintor astralviano con un exquisito estilo impresionista- surrealista, el cual acababa de morir en la miseria. Un elegante lecho con sábanas escarlatas, la lámpara roja con forma de campana tubular y flotando a pocos centímetros del techo, y el amplio armario en una esquina, al lado del Integrado de Escritorio y de la mesa de grafito.

    Creepel volvió la vista a Viera.

    —Nunca me cansaré de admirarte —dijo—. Adoro estar contigo; haces que me comporte como un adolescente.

    Viera aceleró sus movimientos. Cerró los ojos, acercando su rostro al de Creepel.

    Él la besó torpemente varias veces, su corazón bombeando éxtasis. Por un momento, le pareció que el aliento de ella lo asfixiaría. Y qué extraordinaria forma de despedirse del mundo.

    Así se mantuvieron por unos cuantos minutos hasta que Creepel alcanzó el cenit. Sofocado, sin voz, el hombre más afortunado del mundo pensó que podría vivir noventa años más; el ciclo de la vida apenas comenzaba. Qué vengan los envidiosos del mundo. Todos son bienvenidos. Él era el verdadero amo de las masas. Tenía a una mujer como aquella y saboreaba el éxito colosal de su carrera. Nadie podía hacerle daño. Nadie jamás llegaría tan lejos y escalaría tan alto como él.

    Allí, en aquel refugio lujurioso, abrazando el dócil, húmedo y tibio cuerpo de su diosa Viera Lenz, Jon Creepel creyó que era el dueño de Astralvia.

    —Ella lo sabe —dijo Creepel.

    Los amantes desnudos estaban sentados en un rincón de la habitación oscura, fumando y contemplando la ciudad. Viera apoyaba su espalda en su pecho mientras los brazos de él la abrigaban.

    —No es la única —espetó ella con voz árida—. Hay otros que ya sospechan.

    —No te preocupes por ellos.

    —Me tiene sin cuidado el juicio de los demás, pero no quiero que el rumor se siga esparciendo. Y con respecto a Miriam, no deberíamos subestimarla.

    —Nunca lo haría. —Creepel continuaba acariciándola—. Aunque ella se ha adaptado bien a los nuevos tiempos; muchas veces hemos hablado sobre el poliamor.

    —Exacto, y ése puede ser un problema serio. Las batallas legales relacionadas con el poliamor son feroces.

    —En el caso de Miriam, el problema sería de otro calibre. Hemos estado juntos por demasiados años, pero ella cree que aún es una colegiala, como yo. —Una risa sin intención—. Cada vez me cuesta más mantener el mismo papel, Viera. Estoy tan orgulloso de lo que tú y yo tenemos: quisiera gritarlo a través de un megáfono.

    —Serías la burla de tus enemigos y luego te destruirían. —Ella conservaba el tono inexpresivo—. E insisto; la separación sería una carnicería legal. Hay una gran fortuna en juego. No eres cualquier hombre, Jon.

    —Bueno, si ése es el precio para que tú y yo estemos juntos y tranquilos. —Creepel observó uno de los aviones que en breves momentos aterrizaría en el aeropuerto. Luego volvió su atención a Viera—. Si no fuera quien soy, ¿estarías conmigo?

    Ella sonrió sin ganas y dio un par de fumadas veloces.

    —Podría ser tu nieta —dijo, poniéndose de pie—, pero cuando hablas así, siento que la abuela soy yo.

    Él apenas podía verla, a pesar de que sus ojos ya estaban acostumbrados a la penumbra de la habitación. Viera recogió su blusa negra del suelo alfombrado y se la puso mientras sostenía su cigarrillo con sus labios.

    —Cada vez estás más débil —dijo ella, sentándose de nuevo en la cama—. Tienes que bajar de la nube. Si no sales de este letargo de romanticismo, te van a destrozar. Y si tú te hundes, yo también.

    Creepel se puso de pie. A tientas, halló su ropa cerca de la puerta del cuarto.

    —Eso no va a pasar, cielo. —Se puso los pantalones—. Mis guantes de seda sólo los uso cuando estoy contigo. Con el resto, sabes bien cómo soy.

    —Ya no estoy tan segura. Mañana vence el plazo y vas a tener que…

    —No lo voy a hacer, Viera. —Creepel levantó la voz—. Es una trampa. Las condiciones del trato son demenciales, y una de ellas resulta sospechosamente ridícula. No me cansaré de repetirlo: hay algo escamoteado detrás de todo esto. He llegado hasta aquí por mi instinto, mi valentía, por nunca bajar la cabeza ante nadie. Sé lo que hago.

    Acomodándose el cinturón en los pantalones, se sentó junto a Viera y le sobó la mejilla.

    —Olvídate de eso. No sigas trayendo esos temas a colación cuando estamos juntos. Yo exprimo cada minuto que paso contigo.

    Ella suspiró, ladeando varias veces la cabeza.

    —Jon, a veces las cosas sencillas son solo eso y nada más. No todo tiene que ser una conspiración, un complot. Sí, las cláusulas parecen caprichosas, pero tú aceptaste cumplirlas. Sé fiel a tu palabra y deja de inventarle defectos al poderoso regalo que nos dieron. Tú mismo lo has dicho tantas veces: estamos en la mejor etapa de la compañía y vamos a participar en el Congreso de Paltrum.

    —Mi cielo, tu inocencia te nubla. Ya tomé la decisión. Confía en mí. —La besó en los labios—. Y sí, cada vez soy más vulnerable, pero sólo a ti.

    Creepel tenía una buena excusa para no volver a su casa, ya que todo el proceso de selección de Paltrum culminaba el día siguiente. Así que los amantes saldrían a cenar. Luego, volverían al apartamento y pasarían la noche juntos.

    En la mañana, se dirigieron a su lugar de trabajo. Como en anteriores oportunidades, entraron por separado. CEO y primera asistente de Daver, ambos en sus labores habituales, intentando apaciguar los agudos rumores de pasillos.

    Pocas horas antes de que Creepel nombrara a los trabajadores que representarían a Daver en el Congreso de Paltrum (el evento más importante de su historia), el anciano recordó las palabras de Viera.

    La jornada laboral concluyó y el destino hipotecado de Jon Creepel expiró.

    En la noche, Creepel llegó a su mansión e interpretó el rol exasperante y gastado del fiel esposo. No fue capaz de enfrentar los ojos de Miriam, la mujer con quien había estado por más de cincuenta años. Durante la silenciosa y agotadora cena, él se mantuvo pensando en la noche anterior. Dosis de placer se entremezclaban con la culpa, y una colmena de látigos azotaba su conciencia. Además, no podía dejar de pensar en Paltrum. No había pagado el precio: las repercusiones golpearían en cualquier momento.

    Luego de cenar, fue a su estudio. Como era costumbre en las últimas semanas, la intrusa angustia lo saludó, aunque esta vez con mayor euforia. Creepel le pidió a Marco (un robot sirviente era un lujo que pocos podían tener) que le trajera un frasco de Phidok. Esta medicina basada en la nanotecnología era la pastilla legal más avanzada para relajar el sistema nervioso.

    El medicamento no atemperó la ansiedad de Creepel, ni siquiera después de tomar varias tabletas.

    Miriam debía estar arriba haciendo sus ejercicios. Y él necesitaba estar lejos de ella, de ese lugar al que ya no pertenecía. Su verdadero hogar era junto a Viera.

    Mañana, pasaría otra vez la noche con ella: nada más importaba. En pocos días, él terminaría con su matrimonio desvalido. Y él y Viera, juntos, resolverían las repercusiones por la decisión que él acababa de tomar con respecto a Daver.

    Observó las pequeñas y redondas cámaras camufladas en los rincones del techo del estudio. Se trataba de un proyecto personal que llevaba perfeccionando desde hacía varias décadas y que se había convertido en su principal pasatiempo. El sistema de cámaras especiales. En toda la casa, había decenas de estas capturadoras de video de pequeñas dimensiones. Creepel sonrió con nostalgia.

    Luego de ingerir un total de diez pastillas de Phidok, tuvo el presentimiento de que algo estaba por ocurrir; una desagradable premonición, una solemne estela de desesperanzas que lo invadió sin motivo alguno. Trató de relajarse, pero no lo logró, como si el Phidok no hiciera efecto.

    El sueño lo venció al fin y sus ideas tormentosas empezaron a disiparse. Fue entonces cuando la aflicción irrumpió, una visita inesperada, filosa, internándose en sus huesos como si quisiera rasguñarlos. Primero las piernas; luego, todo el cuerpo.

    Por un segundo, Creepel creyó que se había dormido y que se trataba de una pesadilla. Pero la intensidad del dolor rugía y le aseguraba que era real. Intentó llamar a Miriam, a Marco, mas no podía hablar. Su rostro se había paralizado. Luchó por levantarse del sillón, pero cayó al suelo.

    No entendía nada y apenas soportaba el padecimiento. Con considerable esfuerzo, se puso las manos en la cabeza. Y allí se quedarían; tiesas, contraídas. Todos sus miembros parecían convertirse en piedra.

    Creepel aún era capaz de respirar, de pensar; lo que fallaba era la parte motriz de su cuerpo. Eso le dio esperanzas. Podía tratarse de algo momentáneo, quizá, un efecto secundario por tanto Phidok. Sin embargo, ahora el suplicio se agigantaba dentro de su cabeza y se hacía cada vez más fuerte. Gritó. Sus neuronas enloquecían, como si alguien le estrujara el cráneo.

    La visión de Creepel se tornó borrosa. Algo acababa de irrumpir en el estudio. ¿Qué era? Él no podía vislumbrarlo, pero estaba seguro de que se aproximaba a él. Creepel luchó por razonar. En lo único que lograba pensar era en su inminente derrota. Y el intruso sería testigo de ella.

    La oscuridad arreciaba en el ambiente brumoso. La tiranía del dolor esclavizaba la mente de Creepel. Sus sentidos y percepciones continuaban alborotados, embriagados de borrascosas miserias.

    Todavía sentía la presencia del intruso, quien ya debía estar a pocos pasos de él. A menos que todo fuera un producto de su dislocada imaginación. No.

    Ahora la tortura alcanzaba su corazón, como si se lo apretaran con fuerza.

    Creepel sólo coordinaba aquel histérico calvario en su cerebro. Lo sentía como si una mano gigante de acero le espachurrara el cráneo.

    Todo se tornó negro. Él experimentó un frío cortante y un mareo desenfrenado.

    ¿Era aquella presencia invisible quien provocaba el martirio? ¿O sólo se trataba de un espectador furtivo que observaba su espíritu moribundo?

    2

    Graham Squirrel arribó a su casa luego de una larga jornada. Al ver a su esposa Xaro regodeada de apatía, se le quitaron hasta las ganas de saludar. Presentía que esa noche su matrimonio sin alas aceleraría su caída en picada.

    Xaro se encontraba recostada en uno de los dos sofás de la sala, viendo varios canales de la Red Global en la pared. Su piel blanca y sus labios de rojo extremo, junto al lacio cabello negro, lograban un rostro inolvidable: el rostro más hermoso que Graham había visto en su vida.

    Él sacó de la nevera una bebida alcohólica con sabor a manzana, se acercó al sofá y se sentó al lado de Xaro.

    —¿Qué tal estuvo todo? —preguntó ella mirando el suelo de madera que hacía días que no se limpiaba. Su acento foráneo sonó más fuerte.

    —Conseguí un nuevo abogado. Parece bastante interesado, y la gente habla muy bien de él.

    —¿Y los honorarios?

    —Aún no lo sé. Tiene que estudiar el caso con detenimiento para darnos un estimado.

    —¿Cuándo lo hará?

    —Tengo que llamarlo la semana que viene.

    Xaro se arrimó hasta el otro extremo del sofá.

    —¿Y luego? —Lo miró fijamente.

    Él replegó sus labios hacia adentro, esquivando sus ojos.

    —Replantearía toda la investigación.

    —¿Cuánto tiempo, Graham?

    Él se quedó observando el suelo.

    —¿Cuánto tiempo? —insistió Xaro.

    —Una vez le paguemos la primera parte: seis meses.

    —Mecachis. —Ella se levantó del sofá y fue a la cocina.

    Una pared metálica incompleta separaba la sala de la cocina. A través de un gran hueco cuadrado en el centro, Graham vio a Xaro hurgar en varios de los estantes. Ella sacó una botella de ron casi vacía y vertió una gran cantidad en un vaso de vidrio.

    —Seis meses, Graham, seis meses —dijo, endureciendo el tono después de beber una porción. Retornó a la sala—. ¿Qué piensas hacer?

    —No lo sé. Creo que deberíamos trabajar juntos en tomar una decisión.

    —Tú sabes que yo lo tengo bastante claro desde hace mucho, ¿vale? Desde que pasamos nuestras primeras semanas aquí. —Se sentó de nuevo en el sofá, ahora un poco más cerca de él.

    —Ésta puede ser nuestra oportunidad, Xaro. Si lo logramos, todo volverá a ser como…

    —¿Y si no?

    Graham colocó su bebida en el suelo.

    Para recuperar la carrera por la que tanto había luchado, para volverse a sentir apasionado al despertar en la mañana, para sacar a Xaro de aquel coliseo de vicios donde vivían, para traer un nuevo miembro a la familia binaria, necesitaba resucitar su nombre.

    Llevaban casi dos largos años viviendo en la urbanización de Arguel, en el centro este de Conespa: un conjunto residencial repleto de precarias y desatendidas construcciones y plagado de la imperante degeneración social en rápido ascenso. Todavía tenían algunas cajas de mudanza en la sala; no había espacio para otros enseres. Al asomarse por el diminuto balcón, sólo se veían bloques ensombrecidos. Lo que debía ser una acomodación temporal había alcanzado su fecha de caducidad; aquella había sido una de las tantas cláusulas ocultas en el contrato de matrimonio.

    Durante los primeros cuatro años de relación, antes de casarse, habían vivido en Dampelj: un complejo urbanístico mucho más apacible que Arguel. Las cosas parecían ir bien. Incluso, Graham había conseguido éxito como agente federal, pero aquella última operación había sido un desastre, costándole su empleo y su licencia. Y a partir de allí, todo comenzó a desmoronarse.

    —Serán otros seis meses perdidos —continuó Xaro—, donde me dirás que vas a luchar, que lo seguirás intentando, que encontraste la fórmula perfecta en una meta valiente, admirable, pero impráctica.

    —No tiene que…

    —Tú eres un gran hombre, Graham, lo mejor que he conocido. Era nuestro momento, como siempre lo habíamos planeado. Habías conseguido ascender y por fin estabas donde siempre quisiste estar, haciendo lo que amas, con esa intensidad tan arrolladora que hizo que volviera a creer en las personas y que me enamorara de ti. Nunca te presioné, nunca te exigí nada, y a veces hasta soporté ser el plato de segunda mesa por lo que te apasiona, pero el tiempo no perdona. Cada vez estoy más vieja y no vislumbro posibilidades de agrandar la familia. No debí haberte hecho caso. Venga ya. Si todos los astralvianos esperaran el momento perfecto para tener un hijo, este país se quedaría sin población.

    »Vives estancado, enfrascado en lo mismo. Lo entiendo. Es lo que adoras, y fue injusto lo que ocurrió, pero la vida continua, Graham. Hay que seguir adelante, buscar otras alternativas. No todo puede ser la Policía Federal. ¿Y yo?

    Ella bebió todo lo que quedaba del ron y dejó caer el vaso vacío en el sofá.

    —Xaro, nunca quise echarte a un lado —dijo Graham—. Lo que deseo es que podamos salir de aquí y que todo sea como antes.

    —Pero lo de antes ya no está —Xaro gritó—. Acéptalo, vale. Me has arrastrado a esa batalla fantasiosa que ni siquiera eres capaz de afrontar como se debe. Es una guerra perdida desde el comienzo porque… maldita sea... no estás dispuesto a usar las armas adecuadas. ¿Cómo diablos vas a vencer? Dime, ¿cómo?

    —Al parecer, este abogado puede hacer...

    —No va a lograr nada, Graham. Abre los ojos. Tienes que enfrentar a tus soldados, sacar las garras como lo hiciste una vez. Ya, listo, así de sencillo. Pero claro, todo en tu vida tiene que ser complicado, rebuscado, imposible. Y por un tiempo, eso me fascinaba, pero ahora… mershk. No sé qué hacer, pero sé que no quiero vivir así. No quiero. Me he convertido en una mujer amargada, dejada, deprimida, y me siento atrapada en tu mundo de filosofías pasadas de moda. Mecachis. Hasta he tenido que soportar tus repetitivos ataques de insomnio y la fábula de que alguien te vigila en la noche. Por favor, Graham, por favor.

    —Xaro, sólo una oportunidad. Creo que este hombre sí va a conseguir algo. Seis meses, si no funciona…

    —¿Qué es lo que va a hacer? —Ella volvió a ir a la cocina y apoyó sus codos en la base de la ventanilla de la pared.

    —Una vez que le paguemos la primera parte —dijo Graham, aproximándose a ella—, va a repasar cada uno de los testimonios de los implicados y todas las irregularidades que ocurrieron en mi apelación.

    —Ya eso lo hicieron los otros chupa-sangre y no se tardaron tanto.

    —Este tipo es un zorro, con ideas nuevas. Me aseguró que sí se puede hacer algo, a pesar de la burocracia y del dinero de por medio en…

    Xaro dio un golpe en la base de la ventanilla. Sacudió la cabeza y suspiró.

    —Así no me sirve —dijo—. Será otro fracaso.

    —Es una buena posibilidad. Déjame explicarte bien.

    —Me importa un bledo. No va a funcionar, ¿vale? Y perderemos seis meses más. Medio año más aquí, en este barrio de mershk que detesto, y escuchando tu discurso de siempre. Llevamos mucho tiempo sobreviviendo con las ventas que haces en la Red Global, las asesorías que das los fines de semana y los escasos eventos que yo consigo organizar. Este país va rumbo a la ruina. Para sobrevivir, necesitamos convertirnos en otro tipo de ciudadano, uno que estoy segura de que aún llevas por dentro, pero que siempre has despreciado.

    —Entonces dime tú qué es lo que quieres que haga.

    —Que afrontes esto como un hombre de verdad. ¡Khurf! Qué seas un guerrero, no un filósofo con ideas grandiosas.

    Graham dio unos pasos hacia atrás, con la respiración agitada y su semblante atiborrado de ira. Recordó cuando Xaro y él se conocieron. Una vuelta cínica al pasado.

    El Hospital de Conespa.

    Graham salía de la consulta mensual por su hernia discal. En el alborotado pasillo, divisó a una mujer de edad avanzada, enjuta, desconectada del mundo y sentada en una silla de ruedas junto a varias personas. Y allí estaba Xaro, agachada, alimentándola con la mayor paciencia y el amor más auténtico que Graham jamás hubiera presenciado. Ella asía un plato con crema y una gran cuchara que aproximaba con calma hasta la boca de la anciana. La presionaba con suavidad para que ella tragara el alimento. Esa escena

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