En ti está mi futuro
Por Corín Tellado
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"—Es decir, que ese Roger Chiles tendrá ahora treinta y algunos años.
—Treinta y dos, llevaba dos de casado.
—¿Con hijos?
—Afortunadamente, no. La esposa es rica y le costó poco conseguir el divorcio dada su posición y los motivos aludidos. Tengo que añadir algo aún más desagradable, Maud, La policía anda a la caza de Roger.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Pues por eso, Por ser drogadicto, por encontrar la organización que ha de suministrarle el género…
—Ya entiendo.
—Y prefiero que la caza se la demos nosotros primero.
Maud se impacientó.
Su tío era un samaritano."
Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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En ti está mi futuro - Corín Tellado
Índice
Portada
CAPITULO PRIMERO
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
Créditos
El mundo es todo puertas, todo oportunidades y cuerdas tensas que aguardan a que se las toque.
R. W. EMERSON
CAPITULO PRIMERO
—Siéntate, Maud —invitó Richard Rusell con desgana—. Tengo algo desagradable que decirte.
—¿Como qué, tío?
—Acabo de enterarme de algo tremendo —se pasó los dedos por el pelo con agitación—. No sé si debo preocuparme o no, pero dada mi conciencia de médico entiendo que debo inquietarme mucho y ayudar a un colega.
Maud le miraba sin pestañear.
Sentada al lado de la mesa, tras la cual se hallaba su tío enfundado en la bata blanca, esperaba con cierta indiferencia.
En realidad, ella también era médico psiquiatra y prestaba allí sus servicios.
Había hecho una rápida carrera y después de dos años en Alemania se prestó a trabajar con su tío en su psiquiátrico particular.
No era fácil su trabajo porque allí, o todo lo tomabas con filosofía, o te convertías en un esquizofrénico, un paranoico o un drogadicto, y lo que es peor, un loco sin remedio.
Pero ella estaba curada y prefería tener su vida particular lejos de aquel psiquiátrico. Por eso, mientras su tío vivía en la misma clínica, soltero y a veces algo maniático, ella prefería dejar aquel recinto a una hora determinada del atardecer y hacer su vida en un apartamento ubicado no lejos de la clínica, pero totalmente aparte de aquélla.
No tenía más familiar que su tío, y ya cuando era una niña y éste se quedó con su tutela, debido a la muerte de sus padres por súbito accidente, empezó a quererlo con verdadera sinceridad. Es más, casi estaba segura de que si su tío no se casó fue debido a ella.
Al lado de él empezó a amar su carrera y nació así su vocación.
Pero mientras su tío se entregaba a la misma con intensidad, ella lo tomaba un poco filosóficamente procurando no contagiarse con los enfermos allí recluidos.
La fama de la clínica era notoria en Nueva York. Cara, pero eficaz y eficiente, y el enfermo que no salía de allí curado, es porque en ninguna parte del mundo tendría cura.
Por otra parte, la clínica psiquiátrica más que a nada se dedicaba a los drogadictos. A desintoxicaciones profundas y pocos eran los que al salir de allí reincidían.
La terapia usada por el dueño y director era, más que dura, persuasiva, y el que iba allí por su propia voluntad para curarse, sin duda salía curado.
—¿Conoces al doctor Longo, Maud?
La joven hizo memoria.
Pensativa miraba a su tío.
Era una chica bonita, delgada, esbelta, morena, de pelo negro y ojos, en contraste, rabiosamente azules.
Contaría a lo sumo veinticinco años y a los veintitrés escasos era médico ya, sin saber aún en qué se especializaría, pero dado el interés de su tío y el suyo propio, rápidamente se inclinó por la psiquiatría y era, a no dudar, una buena colaboradora.
No obstante, cuando empezó a trabajar, no quiso quedarse en el piso alto ubicado sobre la misma clínica y le pidió permiso para vivir aparte, ya que además de ser socia de aquella clínica particular, afamada en Nueva York, tenía fortuna propia heredada de sus padres y entregada por su tío cuando cumplió la mayoría de edad.
No obstante, Maud Mills no tenía demasiado interés por el dinero.
Vestía bien, poseía un buen coche, su apartamento estaba decorado a capricho, pero eso no evitaba que se entregara al trabajo con verdadero afán.
—No tengo demasiada idea —dijo.
—Pues se trata de un médico especializado en cardiología. Estaba en sociedad con el doctor Roger Chiles, su cuñado, pero resulta que Roger tuvo un accidente de auto hace cosa de dos años y en un hospital de Boston, para calmarle los fuertes dolores, le calmaron con morfina.
Guardó silencio.
—En principio —añadió al rato sin que Maud le interrumpiera— tanto la esposa de Roger como su hermana y cuñado le ayudaron. Le consolaron, le visitaron con frecuencia, pero al ser dado Roger de alta y empezar de nuevo a trabajar cosas no fueron tan bien. Ni con la esposa ni con su cuñado.
—¿Y con la hermana? —preguntó Maud distraída.
—Pues también fue cómoda y se limitó a vivir al margen. Bueno, al fin y al cabo, Roger, estaba casado y si bien trabajaba en sociedad con su cuñado, eso no significaba que la hermana tuviera por fuerza que inmiscuirse demasiado en la vida de Roger.
—No sé aún adónde vas a parar.
—Te lo puede contar con más, detalle Max, si te parece. Por él me enteré de este desagradable asunto. La esposa se divorció, Roger dejó de ir por la consulta que tenía en sociedad con su cuñado y… puedes suponerte lo demás.
—¿Debo suponer que el tal Roger, médico cardiólogo, se hizo adicto?
—A este punto quería llegar. Un adicto absoluto. Pese a ser médico y saber lo que ello iba a reportarle, por ahí anda en garitos, cayéndose de sueño todos los días, sin dignidad y convertido en un paria infeliz.
Maud iba entendiendo.
Pero no acababa de ver claro del todo porque, por lo que observaba, el tal Roger no era amigo de su tío, y todo lo más que podía ser era un conocido.
Lo dijo así.
* * *
Richard Rusell hizo un gesto vago.
—Le conozco de verlo en lugares públicos, de acuerdo. Nos han presentado en una ocasión y nos vimos y charlamos en dos o tres más. Cierto que no es mi amigo, pero es un colega que está pasando por un momento tremendo.
—¿Te lo contó él?
—¿No te estoy diciendo que fue Max quien me refirió esta triste historia? Ni siquiera sé por dónde anda Roger, pero Max sí que lo ve. O le vio y conoce sus garitos.
—Es decir, que se hizo un adicto absoluto.
—Pues sí. Sin remisión. ¿No te estoy diciendo que su esposa se divorció de él, que está a punto de casarse con otro hombre? Su hermana se mantiene al margen y el cuñado utiliza para sí la clínica que es de los dos o que al menos lo fue.
—Eso tiene una penalidad.
—Por supuesto, pero no creo que a Roger le interese meter a la ley en este asunto. Roger tenía dinero particular, supongo que lo habrá gastado desde que dejó el hospital donde empezó a habituarse a la morfina. Por supuesto, la morfina se usa para aliviar dolores y no todo el que la toma, o se la dan; se habitúa, pero, por lo visto, con Roger, por ser colega o por serles más cómodo, se pasaron. El caso es ése. Debemos ayudar a Roger.
—¿Y cómo?
—Pues por eso te llamo a mi despacho. Después que hayamos conversado sobre el particular tú y yo, harás muy bien en buscar a Max y pedirle más detalles.
—¿Es amigo de Max?
—Por lo menos, fueron de la misma promoción.
—Es