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Castillo Puche Jose - Los Murcielagos No Son Pajaros

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J. L.

CASTILLO-PUCHE Los murcilagos no son pjaros


Despus del amplio impacto de la triloga de la liberacin, que culmin con el xito de Conocers el poso de la nada, (Premio Nacional de Narrativa, 1982), Castillo-Puche haba anunciado el ciclo de una nueva triloga llamada Bestias, hombres, ngeles, cuyo primer volumen que ahora aparece se titula Los murcilagos no son pjaros, una obra que resulta nueva en la novelstica castillopucheana, porque desde el ambiente al conflicto existencial, nos introduce en un mundo de alucinacin y smbolos muy distinto al que nos tiene acostumbrados el novelista yeclano. El protagonista, un pintor que se cree abocado a la locura por herencia, hace un examen de su propia existencia pero no desde la peripecia real sino a travs de alucinaciones, divagaciones nocturnas y sueos que nos permiten penetrar hasta el fondo mismo de su ser obsesivo, hasta el lmite mismo de la perspectiva aberrante de su larvada homosexualidad y hasta el laberinto inesquivable de su complejo de culpa. En ciertos ambientes y en ciertos personajes parece haber querido representar el novelista el mal, la hipocresa, la abominacin y lo abyecto que en determinadas situaciones pueden cercar y constreir al hombre, si bien todo este delirio quiere ser mera labor de purificacin interior. Novela dura, stira quevedesca, en la cual Castillo-Puche alcanza la mxima tensin de su poder expresivo y las ms profundas y preocupantes significaciones a travs de un relato pleno de fantasa, de reflejos onricos y de humor.

Jos Luis Castillo-Puche Los murcilagos no son pjaros

Ediciones Destino Coleccin Ancora y Delfn Volumen 597

Jos Luis Castillo-Puche Ediciones Destino, S.A. Consejo de Ciento, 425. 08009 Barcelona Primera edicin: septiembre 1986 ISBN: 84-233-1493-6 Depsito Legal: B. 30142-1986 Impreso y encuadernado por Printer industria grfica s.a Sant Vicen dels Horts (Barcelona) Impreso en Espaa - Printed in Spain

A Hiplito Escolar, amigo de toda la vida.

Como si en virtud de un experimento de genes, un ser humano comenzase a convertirse, lenta pero inexorablemente, en murcilago o lagarto: y lo que es ms atroz, sin que casi nada de su aspecto exterior revelase un cambio tan profundo. ERNESTO SBATO, Sobre hroes y tumbas

Como un alma de murcilago en la cual entre silencio, tinieblas y soledad, la conciencia se despertara de su sopor... JAMES JOYCE, El artista adolescente

Qu es esto, qu puede ser, qu ha sido, qu ha podido ser este friolento, dulce y frentico roce en mi mejilla, algo helado, viscoso, blando, como roce de ptalos marchitos, o pisadas de patas de araa peluda? Quin, cundo has sentido este roce, quin te haba tocado as alguna vez? Nadie, nunca, nunca? Quizs alguien alguna vez te pellizc la mejilla en una maana de fro, o alguna vez te pasaron levemente la mano por el cuello en una tarde que alarg demasiado su crepsculo, o alguien te produjo escalofros al posar su mano suavemente sobre tu muslo, en esa hora tontisiesta del tren parado en una estacin. S, quizs alguna vez antes haba sentido este respingo inusitado de rechazo y placer al mismo tiempo; pero no habra sido igual, no hay nada igual ni comparable. Algo tan leve, tan suave, tan repugnante. Y todo fue tan rpido, de una fugacidad tan extraa, que cuando quise darme cuenta y apartar la cara ya no quedaba ms que el recuerdo, un recuerdo pegajoso, de aquella seda, aquella lija, uas, garras o lenguas, no sabra decirlo, aquella afrentosa caricia de beodo cerca de mi oreja, como un obsceno besuqueo o algo peor; y es evidente que me qued aterrado, porque a la vez sent como un pao fnebre sobre los ojos, maraa inexplicable e infecta que me rodeaba, plasma revulsivo tan cerca de los labios, algo que me hizo irrumpir en manotazos extemporneos e intiles, como si hubiera de espantar algn bicho sorbetripas o chupasangres, algo repulsivo, caliente y fro a la vez, garra telrica o escozor inmundo, bao satnico de un humor macabro, sudor, saliva o semen de ahorcado putrefacto... No s, no sabra definir aquella sensacin que me paraliz durante segundos. Supe, por fin, lo que era, un juguetn, estrafalario y anmalo murcilago que pas rozndome de la frente a la mejilla, como besndome querellante e impdico, despistado y absurdo; pero lo peor fue que, de repente, salieron no s de dnde, acaso de los puros infiernos, otros murcilagos, muchos, no s cuntos, que me circundaron como un remolino de alas negras, y yo me qued tan estupefacto, tan asqueado y enloquecido que seguramente grit no lo recuerdo, pero s recuerdo que enseguida pude escuchar una voz estentrea, indescifrable al principio y que acab en una gran carcajada, como si alguien se estuviera burlando de m. Probablemente era ridculo sentir miedo, aprensin y asco, como yo senta por los voltarios, raudos y verstiles murcilagos; pero cuando mir hacia el cielo y sobre los rboles, hacia la terraza y ms arriba, hacia aquel ornamento de hierro en forma de corazn o de flor o signo extrao anejo al pararrayos, me qued pasmado porque arriba y por los costados de la terraza y alrededor de aquel extrao adorno de la veleta cientos de murcilagos, como ciegos ratones salidos no se sabe de qu pozo negro, se descolgaban y giraban hacia las luces de las ventanas y hasta el farol de la esquina, formando como una intensa nevada negra y moviente, como hecha de trozos de paos de mortaja, colmena inmunda que seguramente provena de abominable habitculo, acaso un hospicio de techos resquebrajados, o cueva de cementerio profanado o quin sabe si cuartel o convento derruidos, lugar para cnclave de brujas con moos atados con tripas de gato, quin sabe, quin sabe, me preguntaba yo, dnde se acogera aquella bandada pululante de murcilagos paroxsticos, ya que cerca de esta colonia de chals, que yo sepa, no hay ninguna catedral en ruinas, ni mazmorras antiguas y cegadas, ni hospitales cerrados con depsitos de cadveres. Y los murcilagos seguan lamiendo los tejados y la terraza del chal, como moscas sobre tarro de miel. Y yo de vez en cuando me restregaba los ojos y me pasaba la mano por la cara como para quitarme aquel contacto repelente, y alejar aquella visin de los asquerosos mamferos beodos de sangre, aleteantes y como sedientos de esa cera que hay dentro de los odos de los mortales o quin sabe si de la agilla de los lacrimales humanos, o peor an, animales malditos que con el pretexto de los insectos del aire lo que buscan es lo ms oscuro, lo

ms hmedo, lo ms recndito y secreto del plpito del hombre, donde se mezclan la obscenidad con el miedo, la culpa con la osada, sapos voladores de cuerpecillos pegajosos, recaderos satnicos del fondo de la noche.

Y comenc a preguntarme quin vivira en aquel chal, sobre el cual se amontonaban estas criaturas fatdicas y monstruosas, mientras sobre los dems reinaban el silencio y la paz de la noche. Resultaba un rincn sombro de la colonia de los Serafines a pesar de que muy cerca, pasado un seto espeso y un terrapln lleno de rboles, estaba la carretera principal por donde circulaban autobuses y coches fluyentes, segn poda notarse por los ruidos y el resplandor de los faros. De pronto me volv hacia la regin ms oscura del jardn donde se movan dos sombras, una alargada y flexible como de tiburn deslizante, la otra ms achatada y blandengue, como de foca torpe amaestrada; la figura alta era un mulato enorme con fulgores lvidos de luna, y a su lado, muy cerca, tanto que a veces las dos sombras se fundan, se bamboleaba una especie de cra de ballena blanca, gordinflona y fofa, un hombre ms bien casi anciano, que caminaba a pasitos cortos y haca inclinaciones ceremoniosas a cada momento. Ambos cuchicheaban, rean, daban vueltas o se detenan en torno a un falso cenador; se cogan del brazo, se toqueteaban, se quedaban de pronto callados y quietos. La voz que oa ms era la del hombre bajo y gordinfln, una voz pastosa, dulzona, un tanto cascada como de caa que se quiebra, pero de pronto la voz del negro antillano se impuso y comenz casi a berrear poesa, una poesa espumosa, salitrosa, lechosa que embadurnaba de algo aceitoso los crespones de la noche, y don Amadeo, que ste era el nombre del rechoncho dueo del chal, segn sabra ms tarde, pareca escucharle arrobado, embobado, y las manos se le iban hacia el negro monumental, manazas, tetazas, un torso de coloso y un culo trinitario como dos ruedas de molino encajadas y prietas, y don Amadeo que suspiraba y juntaba las manos como si quisiera aplaudir sin ruido, y se remojaba los labios febriles mientras las manos parecan dibujar en el aire la silueta firme y vibrante de caimn caribeo del negro Hernando, que tambin llegu a saber su nombre, el cual segua impertrrito su recital untuoso y aterciopelado. Los murcilagos, entretanto, equilibristas ciegos de la noche, volteadores y revoloteadores locos, continuaban su negra zarabanda y hacan jaula alquitranada de los tejados y ventanas del chal, ensuciando con sus tiznajos la tersa hora del entrelubricn. Sobre el azul oscurecido del cielo se remova de manera confusa y aciaga aquella gusanera de tinta corrida, y acaso por ser la hora de las tinieblas descendentes nadie miraba hacia arriba y quizs tampoco nadie escuchaba la respiracin crepitante y excitada de los dos paseantes nocturnos, el betunoso tiburn poeta y la foca blancuzca y lacrimosa, bramidos de toro y mugidos de vaca, resoplidos de elefante entre la hojarasca y lloriqueo de monja con barba entre las magnolias, que entre los dos era evidente que haban asesinado el silencioso bullir de la noche, el leve rumor de la arboleda, el deslizante rodar de los autobuses por la carretera, la sirena sofocada de alguna ambulancia lejana y ritual y el paso nocturno de los aviones bajos con sus luces rojas. Todo haba muerto, todo yaca inexistente, todo era silencio, slo exista en aquel instante el trmolo canela del mulato recitador, al que a veces se le rompa la voz en caiflor de mujer, y los insoportables suspiros del que por lo visto era el propietario del chal, hombre pblico y respetable, incluso prcer de nuestra sociedad, como sabra ms tarde y como, sin duda ninguna, algn da rezar una de esas placas ostentosas y falaces.

Tampoco aquella mujer pasmada, plida y quieta que se asomaba al ventanal semiiluminado pareca advertir la presencia de los murcilagos ni la de los dos paseantes del jardn. Absurda, casi invisible, apareca ahora la silueta de esta mujer enlutada y pegada a los cristales, como una bruja de papel recortado, retrato al aire, aureolado de pena y vaho, de humo y niebla. Y como la noche se haba quedado blanca y desnuda, hueso mondo y chupado hasta las races por un perro hambriento, y apareca de vez en cuando un baleo de harina lunar entre las nubes corredizas, decid retirarme de aquel lugar que pareca nefando, y ya estaba metido en la callecita retorcida y estrecha que conduce al garaje del chal cuando las voces que haba escuchado antes sonaron ahora cerca, y eran ellos que venan hacia la verja de salida con palabras y zalemas de despedida. Se detuvieron an antes de llegar a la puerta de hierro. El gigantesco mulato tena rizos grises que enmarcaban su rostro, y su hablar era melodioso y cantarn. All de nuevo volvi a recitar, y su poema tena ritmo de brisa y calor de playa, mientras don Amadeo susurraba frases de elogio y haca gestos de adoracin, "eres un artista exquisito, precioso, precioso", y se estableci un duelo ridculo entre la perorata potica de Hernando y las ternezas evagaradas de don Amadeo, dos bultos fondillones, mohnos e inflados que avanzaban apoyndose uno en el otro, que agachaban la cabeza de vez en cuando, seguramente para no tropezar con las ramas de los pinos, uno cimbreante y pausado, el otro andando a saltitos, vacilante y abierto de piernas, entrepierna acaso tumefacta, el uno recitando mientras mova el culo en parablica rumba despaciosa, el otro con pasos curvos despeado y tropezn. Y antes de llegar a la cancela don Amadeo, con sigilo y mucha zalema, le col al otro un papelito blanco en el bolsillo, pareca un sobre, acaso con algn billete dentro o quin sabe si con alguna jaculatoria, lo cual produjo en el negro Hernando un rendido gesto de clueca amanerada mientras don Amadeo se contoneaba como un pavo real, un poco desplumado ya que le sala el "glu, glu" trmulo y tartamudo, y las manos y los pies le oscilaban con ese torpor senil de la menopausia precoz. Ciertamente, don Amadeo pareca un pez gordo y quizs acabbamos de descubrir su cueva o madriguera, este chal pretencioso bajo el lgubre torbellino de los murcilagos que parecan ahora enormes araas volatineras sobre aquel corazn de hierro atravesado por una espada, extrao smbolo, junto al pararrayos, en este rincn, el ms oscuro, de la colonia de los Serafines, conglomerado burgus de familias embrujadas por la soledad, la suficiencia econmica y un gusto ms bien mediocre y chapucero. Pero lo que a m me tena ahora ms sobrecogido era la inmovilidad, congelada, alucinada y alucinante de aquella mujer plida y empalidecedora, figura ajena y distante a todo y de todo lo que suceda abajo, a ras de tierra, y que acaso, quin sabe, o padeca de una horrenda depresin o estaba rematadamente loca. Tambin pudiera ser que simplemente le dolieran las muelas, o permaneciera as por el luto y la pena de alguna prdida irreparable, el caso es que contrastaba su figura con los dos lagartones que ahora se despedan entre sombras con aparente circunspeccin y recato, pero que no acababan de separarse, porque quizs era duro decirse adis, y se tomaban de las manos, se inclinaban, se posaban en un pie, luego en el otro, se daban palmaditas, se consolaban, se despedan, se animaban, se reconfortaban mutuamente. Y la consumida, pattica, esttica mujer de la ventana permaneca indiferente a todo, incluso a los crculos concntricos excntricos de los murcilagos, bestezuelas de humo y befa, mensajeros ttricos del osario y la charca, hechizados y hechizadores fantasmillas de las tinieblas. Pasaron entretanto parejas abrazadas, arrimndose a las tapias y a los setos, novios que se perdan suspensos y silenciosos. Unos se embarraban y maldecan, otros rean y

se acariciaban con la respiracin entrecortada. Por fin se separaban la foca torpona y el tiburn cimbreante bajo las tristes buganvillas de la cancela que parecieron marchitarse repentinamente ante la despedida de don Amadeo y el mulato platanero, poeta romntico y mercrico. Yo estaba pegado al muro del transformador de la luz, procurando no ser visto, aunque me pareci que don Amadeo miraba demasiado hacia mi escondite, y no slo vea perfectamente sus siluetas sino que poda or sus palabras. Don Amadeo se frotaba las manos, aunque no haca nada de fro, y ladeaba la cabeza en un gesto de prpados cados, como si acabara de salir de una gran soarrera. Estrechaba las manos del mulato entre las suyas. Adis, caporal y aadi en voz ms baja y pastosa: Y que seas bueno. Usted sabe que lo soy, don Amadeo. Y djate ver ms a menudo. S, s, en cuanto pueda. Y sigue escribiendo as, lo haces muy bien. Ya sabes que me emocionas. Gracias, gracias, don Amadeo. Y el fiel mulato, como un perro que lamenta dejar a su dueo, aadi: Acaso la semanita que viene... A ver si es verdad, a ver si es verdad. Y don Amadeo, que pareci que iba a decir algo ms, se trag las palabras y mir cautamente hacia la ventana donde la mujer desteida y triste segua pegada al cristal. En ese momento, el negro Hernando, como un barco caribeo cargado de azcar y caf, acaso tambin de pltanos olorosos, sali andando pesadote, lento, ondulante, y uno no saba bien si su vista causaba ms pena que terror o ms terror que pena. Era una figura descomunal y fantasmal en la noche coronada de murcilagos. Don Amadeo entr en el chal, vacilante y encogido, y fue entonces cuando la mujer petrificada en el cristal desapareci de la ventana. Tan pronto las sombras se hacan puncin de sangre sobre las sierras vecinas, tan pronto la luna se dilua en leche sobre las tapias residenciales, tan pronto los pinceles en mis manos eran como alas ciegas, ya me era imposible resistir la mortaja de la luz elctrica ni el pao fnebre de la arboleda inminente ni, sobre todo, era fcil soportar el susurrar rezante de ta Catalina, porque ta Catalina al mezclar vivos con muertos en sus machacones y entrecortados rezos, me introduca en una zarabanda de ausencias y presencias caticas, esto es, me colaba en el atrio de una locura sumisa, pero locura al fin. Y uno recordaba otras escatolgicas locuras. Y huyendo, casi diariamente, sala a la noche. Y desde que haba visto la gusanera convulsa de los murcilagos, y al gran ricacho benefactor bamboleante despedir no slo al gigantn semirrizado de halos de nubes blancas sobre la costa bituminosa de su negror de haitiano, sino que tambin haba visto salir corriendo como ngel travieso a un muchacho rubiales que bien poda ser un recadero agradecido, s, poda ser un recadero satisfecho por la propina, nunca mejor dicho, pero, al verlo montar en un coche que obviamente no era de recadero, not en l algo as como el pjaro sobreexcitado que se ha dejado crespa la cocorota al pegarse en los barrotes de la jaula. Pero acaso lo que ms me inquietaba era la mujer de los ojos hundidos, la sombra blanca de la fra tristeza que se presenta en sus manos y sobre todo el antiguo y hmedo llanto que era casi perceptible en la angostura de los prpados. Quizs a partir de este momento iba a ser ella el mvil de mis pasos entre aquellos seoriales bosquecillos y aquellas rejas cegadas de verde que tanto tenan de prisin, de convento puro como de mansin licenciosa. Busca a alguien? me pregunt un seor con paraguas y boina, tipo raro.

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No, estoy viendo morir el da contest. Parece que dijo algo as como "ah, ah, ah", pero yo le poda haber dicho muy certero que estaba buscndome a m mismo pero no ahora, sino desde haca mucho tiempo. Y aadir, adems, que no acababa de encontrarme. Probablemente uno no se encuentra ms que en ese instante fugaz y eterno en que uno ya no se busca. De nuevo me plant como un rbol ante la ventana de ella, la ingrvida mujer de las apariciones fantasmales. Y comenc a rascarme el cogote segn mi costumbre de pintar con las uas en el cerebro y en los sueos lo que no puedo grabar ni dejar fresco para siempre con los pinceles. Desde que el viejo fofo haba entrado en la casa, ella no volvi a aparecer, y decid alejarme de aquel lugar de delirios. Cuntos cofrades del arte estaran en aquellos momentos de centinelas en las cafeteras de las vas centrales de la urbe, esperando ver sentarse un figurn y cuntos adems estaran tirando trapos de ropa interior en algn piso moderno de los novsimos barrios. Todo era novsimo en Espaa, hasta la poesa, y no digamos nada las paletadas de los albailes de la pintura y hasta de la escultura, pontificando en el bar Gijn o emborronando cuartillas en el Teide. Sin embargo, esto eran distracciones. Yo miraba lo que miraba, y lo que miraba era una ventana semiiluminada, por lo que tena de hornacina, de cripta lbrega, de dormitorio luntico, de rejilla de confesonario mortificante, por lo que ella y su infecto chal tenan de purgatorio. Y de golpe, mi razn se ofuscaba y me brotaban palabras para una carta inoportuna, impensada, una carta que a lo mejor slo brotaba en mi delirio de palabras, un modo de romper el silencio abismal de la noche, unas palabras que eran puro desvaro, desahogos necesarios como el dar puntapis a las piedras, aunque por estos lares no hay piedras. Y pensando, mientras me alejaba y mentalmente escriba cartas, cartas que no escribira ni echara al correo, fragmentos de acusaciones y descargos de conciencia, liberaciones, exoneraciones, justificaciones, cartas deshilvanadas que daban un poco idea del caos que me colgaba de la conciencia como cuelgan de los muros, de los arcos y de las repisas los odiosos, los infernales murcilagos:

Palmira: Por ms que pase el tiempo nunca comprenders lo que pas, que yo lamento como nadie. Tu padre, que ya viste cmo termin, fue la causa de todo, porque yo hice lo que hice y cmo lo hice por tu bien y para tu bien y espero que algn da lo entiendas. Recuerdo que una noche estbamos al borde de la tapia del Huerto de los Ciruelos y como siempre t estabas lejana y distante como un meteoro, con aquel mutismo que no era indiferencia, pero que ms bien pareca como que estabas cada en un pozo de agua demasiado quieta, que haba que sacudirte como la rama de un arbolillo para volverte en ti, y ms all de tus labios y de tus manos, en cierto modo podra decirse que haba como un convulso terror entre los dos, y no s por qu pasara tu padre a nuestra vera, y creo que tuviste que darte cuenta del fro que sent, porque sus ojos errticos, tan disparados de sus rbitas, se quedaron un rato como carbones encendidos burbujeando con el sarpullido de agua fra que yo sacaba de los mos para apagarlos, y no era posible, porque eran los ojos de una fiereza capaz de todo, mirada amenazante y peligrosa por s misma. Volver a este pasado descompuesto, aunque fuera con palabras meramente

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pensadas o imaginadas, era entrar en pleno desvaro. Son pocas huidas en que me enfrasco en los pinceles, y nunca me da por irme al centro de la urbe, de los o de copas. Viviendo como vivo entre el sueo y la realidad, en el devaneo entre el fracaso y la ilusin, lo que me gusta es meterme por los vericuetos disimulados de estas avenidas, cortadas por pasarelas hacia los recintos residenciales. Entonces el pudor del retiro se trueca en silencioso esplendor de escondite vergonzante. Me atrae como misterioso extravo este mundo aislado donde abundan las colonias de anglicas constelaciones. Acaso me atrae porque me solivianta, acaso voy a l porque me subleva y aturde y acaso sea ste el nico furor que necesito para pintar lo que estoy pintando, que ya no quieren ser meras gregueras plsticas para entretener el aburrimiento de los burgueses sin imaginacin; uno algo busca entre lo ms incierto y confuso, algo ms provocador y estimulante, acaso algo que ni yo mismo entiendo ni domino, una pintura del desasosiego perfecto, una angustia atenazante que mata los colores. Una vez ms flotaba en la noche, perdindome voluntariamente por los ngulos y apndices de las colonias anglicas, atento al aterciopelado silencio y al confuso alboroto del viento del crepsculo cuando ya una porcin de estrellas se iba destacando en el ocano oscuramente azul de la noche. Despus de das enteros matando la luz del da, iluminando amorosas telas con lneas y manchones, con trazos, corrimiento de tintas y sangra de colores poco color en mi paleta, despus de este sumergirme en el pozo de la visin oscura de mi mundo, floto, navego, pastoreo, naufrago, me hundo quejumbroso, querellante y denunciador en estas islas residenciales de las colonias de hermticos chals, y entre todas la de los Serafines. Me abisma el silencio, me atrae y repugna a la vez la sociedad de estas mansiones, donde no hay ni gritos de nios, ni canturreo de chachas, ni silbo de jardineros, ni carreras de guardas. Vuelvo con una querencia de vicio de la mente a estos parques umbrosos, penumbrosos, donde la chapa, el hierro, la piedra, la fronda, todo lo tapa. Absolutamente todo. Ni siquiera hay mirlos ni trtolas ni palomas. Todo se parece a la paz podrida de los sepulcros.

Me haba quedado pegado al betn de la noche y apenas ya si me importaban ni me asustaban los diminutos cometas funerarios, aunque segua oyendo sus respiraciones, que eran como el agitado batir de unas branquias de peces podridos en el aire, y poco a poco hasta esta presencia inmunda de los murcilagos me fue pareciendo normal, como si fuera lgico que aquellas bestezuelas se pasaran la noche tejiendo y destejiendo, se dira que ovillando, la inmensa pelota negra de la noche con el sedal de la muerte. Acaso ste era su oficio y su misin en la noche misteriosa y petrificada sobre el chal de don Amadeo, en el cual, a la entrada de su dueo, se haban encendido algunas luces espectrales, arriba y abajo. Curiosidad y repulsa al mismo tiempo me entraban acerca del chal malfico y de su dueo, y hasta rfagas de asco me perseguan como el cortejo anillar de los murcilagos que, efectivamente, tenan algo de jaura desordenada y temible. Me retiraba pensando ms que en don Amadeo, en la mujer marchita, misteriosa y fantasmal de la ventana, y ms an que en ella en los murcilagos, preguntndome si estos animales inmundos tendran sentido de la esfera, dado que tienden invariablemente a los crculos, aunque unos crculos con puntas y ngulos como las estrellas, volviendo siempre sobre s mismos, en rbitas que rompen en distintas partes

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de su vuelo atrabiliario y zigzagueante, desbordando y destruyendo el fanal hipottico de la presunta esfera, como si estos bichos infernales hubieran descubierto ellos solitos la cuadratura del crculo, quin sabe, porque habra que ver si en lo aparentemente instintivo y funcional, estratgico y ciego de sus giros y rodeos no habra que encontrar algo ms trascendental y significativo, como la fuerza aciaga de la incertidumbre, la perplejidad, la terrible duda, entre lcida y ciega, entre iluminada y maldita, expresada en los vaivenes, ascensos y descensos, rodeos y virajes, cadas y elevaciones de estos pequeos monstruos nocturnos, algo como el castigo de la negacin del propio ser. Con todo, resultaba fascinante el juego de sus idas y venidas, sus parbolas, sus elipses, toda la geometra de la noche, ritmo de la arritmia, pndulos locos que suben y bajan con enorme precisin, que nos rozan, que parece que van a chocarnos y no nos chocan, que es lo ms sorprendente del mundo, burla total de la naturaleza, irrisin de las leyes naturales, acaso, todo pudiera ser, una protesta ciega, descompuesta y rebuscada, silenciosa y nocturna, contra el mismo Dios, el Dios de la luz, de los soles, de las estrellas, de la luminosa y armoniosa arquitectura del universo, pajarracos contra la creacin, hijos de la noche sempiterna.

Y en estas reflexiones estaba yo cuando un coche de la polica, o que pareca de la polica, fren a mi lado y dos manos, mejor dicho, cuatro manos, asentadas, agarradas fuertemente a mis brazos, me metieron, en un abrir y cerrar de ojos, dentro del coche y me empujaron sobre un maldito asiento metlico. Uno de ellos, ms bien bajito y calvo, con voz de eunuco y ojos verdosos, me dijo: Esperemos que ahora, cuando estemos ante la mquina y sentaditos, desembuchars. Quise protestar y comenc, confuso y aturullado. Yo? Pero si yo... Entretanto, el otro agente, o lo que fuera, que era tan alto que iba con la cabeza ladeada para no tocar en el techo, y que llevaba un sombrero en la mano, un sombrero como de cazador, la cosa ms rara del mundo, pero estoy seguro de que se trataba de un sombrero de cazador porque recuerdo muy bien que llevaba una pluma de faisn o de pato, o de perdiz, eso s que no podra precisarlo, el caso es que este personaje, con mucha flema y aires de superioridad, dirigindose a su compaero, le dijo: Te tengo dicho que no se dice desembuchar, que se dice desbuchar. Y otro agente, o lo que fuera, que iba al volante, solt la carcajada. Aqu hay un error manifiesto intent explicar yo. En qu hay un error? En lo de desembuchar? y ellos dos se miraban como esperando que yo resolviera aquella cuestin lingstica. Que yo no he hecho nada, que yo puedo ensearles mi documentacin, y est en regla. Quiere ensearnos papeles. Vaya Pajarito! S, un pajarito cantor. No se preocupe, ya tendr tiempo de mostrar los papeles. S, tendrs que poner los papeles sobre la mesa, y te enterars de lo que vale un peine. Ahora, tranquilo y quieto. El que iba conduciendo slo iba atento a la radio del coche. En el cruce de la gasolinera, frente al chiringuito "Tiln" del asturiano, el coche se detuvo ante el semforo en rojo. Iban tranquilos, como de paseo, sin tocar las sirenas ni nada. Y, por

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cierto, mientras esperbamos en el semforo pude ver de nuevo al calmoso y macizo Hernando que, con las manos en los bolsillos se diriga a la boca del metro, oscilando como una botija de dos asas. La luz de la farola pona reflejos violceos en su rostro y mova ligeramente los labios como si fuera canturreando, o quizs iba recitando alguno de sus poemas. Pero yo tena que volver a mi asunto, y comenc mi cantinela: Aqu hay un error, seguro, yo no he hecho nada malo. Ustedes no saben quin soy yo... Pero ni siquiera me miraban. Iban pendientes ahora de las putonas de la acera y de los travests que se paseaban sobre inmensos tacones. De vez en cuando, seguramente para demostrar que eran buenos agentes, se fijaban en la matrcula de algn coche y consultaban un montn de papeles. Tambin de vez en cuando silbaban como si estuvieran aburridos. Cuando llegamos a la comisara, sin mediar ninguna palabra, me empujaron hacia un sotanillo en donde jugaban a las damas, sobre un tablero dibujado en el suelo y usando como fichas unos trocitos de papel, un cura vasco, con su cruz en la solapa, y con una cara de nariz enrojecida y aplastada como el culo de una mona, y otro personaje que despus supe que era francs y que tena un cuello robusto con berrugas y cicatrices como el cuello de las avestruces machos.

Y all me qued, arrumbado sobre un rincn hmedo de aquel sotanillo, como si fuera un ratero de ocasin, un ladronzuelo de chals de ricos "serafines". Me reclinaba sobre la pared costrosa de aquella sala de espera de las acusaciones, y acaso los dos vascos, el espaol y el francs, y hasta una gitana que tambin se acurrucaba en otro rincn, me miraban como a un violador, aqu te pillo aqu te casco, cuando yo, pobre de m, con las mujeres ms he sido siempre un despepitado, despepitador, ms bien despistado, y perdn por el trabalenguas, que lo que ms hice siempre fue escribir billetes, poticos y amorosos billetes, e incluso mi experiencia matrimonial fue una especie de fiasco, entre el romanticismo y la incomunicacin; escribir cartas y billetitos es lo mo; pero a las mujeres les gusta poco leer, que esto lo he comprobado ms de una vez, y qu le vamos a hacer, quizs uno naci idealista, iluso o tonto, pero as es la vida, unos todo y otros nada, como los recnditos habitantes de los chals de la colonia de los Serafines, que me estaba acordando de la danza de los murcilagos y se me estaba ocurriendo un dibujo para mi seccin del peridico que sera yo metido entre rejas y todo alrededor lleno de murcilagos, negros y siniestros murcilagos, y la leyenda que pondra debajo sera esta: "Por irse detrs de inflagaitas y sucedneos". Comenz a llegarme un hedor dulzn que proceda de la gitana, y los curas vascos, porque seguramente los dos eran curas, olan hasta peor que la gitana. La partida de damas era interrumpida de vez en cuando por exclamaciones del uno o del otro, y el que tena acento francs, de pronto clam: Y que un profesor de Pau, con palmas acadmicas en su expediente, tenga que aguantar esto! No te jode? y hasta se levant del suelo como un profeta airado y se puso a dar vueltas por la escasa habitacin. Entonces, el espaol se levant tambin y muy conciliador comenz a calmarlo. Lo agarr de las mangas de la chaqueta y lo oblig a sentarse en el suelo de nuevo. Clmate, hombre! Son unos cabrones, ya lo sabemos, pero nosotros a aguantar. Venga! Vamos a jugar, que lo que te pasa a ti es que vas perdiendo. Y se rea. Ni me miraban ni parecan preocuparse de m, ni siquiera me haban dirigido la

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palabra una sola vez. Yo, por mi parte, me dedicaba a rebuscar en los bolsillos para tener preparada la documentacin que llevaba en la cartera, pero, de pronto, madre ma, Virgen de los Remedios, de las cosas que no tienen remedio, que mi cartera no estaba en el bolsillo de atrs, donde la llevaba siempre y donde tena que estar; me haban robado, sin duda ninguna me haban robado, y cuando yo estaba en esta confusin, palpndome por todas partes, metieron en el sotanillo a otra gitana, jovencita y muy guapa, que entraba protestando y lanzando maldiciones mientras una pandilla de churumbeles armaban gritero y gritaban "madre", "madre", y no era posible que aquella gitana tan joven fuera madre y menos madre de tal patulea, pero quizs todo tena que ver con la gitana ms vieja que dormitaba en el rincn. Tampoco a este alboroto los curas vascos, o el cura y el profesor, o el cura y profesor-cura, o lo que fueran, se dignaron hacer caso ni levantar la vista de su tablero dibujado en el suelo, y yo creo que no hacan caso por puro racismo. Yo comenc a pasearme como un len enjaulado de punta a punta de la apestosa celda, y es que me haban entrado unas ganas incontenibles de mear, pero quera aguantrmelas por no hablar con los agentes de mierda que andaban por all fuera. La gitanilla recin llegada comenz a buscar y rebuscar entre sus mltiples y coloreados refajos, hasta que veo que se me acerca con algo en la mano, y me dice: Seor, creo que se le ha cado esto y era mi cartera. Estaba salvado y tan apresuradamente me puse a buscar mi carn de identidad, que all estaba, que ni siquiera di las gracias a la gitana, pero, qu demonio de gracias le iba a dar, si lo que no estaba eran las dos mil pesetas que tambin deberan estar all. La gitanilla entretanto se haba sentado en el suelo, debajo del ventanillo y se rascaba por todas partes como si tuviera tigres en lugar de pulgas. Yo me qued mirndola en cierto modo fascinado, porque su belleza y la lnea de su perfil eran ajenos a la suciedad y a la miseria. El cura vasco y el vasco francs, medio cura medio profesor, o lo que fuera, se pasaban un pitillo uno al otro con la mano izquierda, mientras con la derecha movan las fichas de papel, y como la gitanilla haba advertido el desprecio profundo de aquellos dos seres por su persona, mientras los cros gitanos seguan chillando en la calle, los mir con un inmenso desdn y solt: Mira esos dos, parecen dos bueyes lamiendo el suelo.

Entr por fin un guardia a buscarme y por cierto que ahora se portaba muy correcto y hasta respetuoso, aunque era el mismo que antes me haba mirado como a un perro lisiado. Yo pensaba mostrarme irritado, porque yo no era culpable de nada, aunque, quin sabe, tambin pudiera ser que no fuera inocente del todo. Quin es inocente del todo? A m me preocupaba lo que haba visto aquella noche, los murcilagos, pero sera una tontera hablar de murcilagos con el comisario, y tampoco poda decir nada porque nada haba visto ni apenas odo de los dos paseantes nocturnos, y sobre todo lo que ms me obsesionaba ahora era el recuerdo de la imagen de aquella mujer quieta y borrosa, que pareca una efigie inmutable, y yo dira que haba sido una visin, pero luego se apart de la ventana en cuanto don Amadeo entr en el chal, luego haba una relacin entre ellos, y lo que no acababa de comprender era la relacin que yo poda tener con todo ello, si todo haba sido una pesadilla o haba estado de verdad rondando el chal del tal don Amadeo, a qu haba podido ir yo all, quin o qu misterio me haba llevado all, para acabar ahora ante un comisario de polica, quin me lo iba a decir, y sin comerlo ni beberlo como quien dice, que yo no s si somos siempre

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conscientes y dueos de nuestros actos o alguna vez fuerzas misteriosas nos llevan y nos traen, como hojas en el viento; pero haba algo muy real, muy agudo incluso, clavado entre ojo y ojo, como un punzn, y era una especie de pena o dolor por aquella mujer entrevista detrs de la ventana, demacrada y triste, porque incluso se notaba que iba un poco zarrapastrosa, como fmula de convento, y que incluso a distancia pareca un poco lerda, o acaso se trataba de una mansedumbre animal, gentes para las que el cielo es su techo y el techo es su cielo; pero yo la recordaba como la imagen de una santa metida en la hornacina de la ventana, era seguramente la ventana de la cocina, una santa de cocina, una santa seguramente venida a menos o en desgracia, una santa cada que no sabe siquiera que es santa, que no sabe siquiera que existe, quin sabe lo que pasar por la mente de aquella mujer si algo pasa por su mente, y yo estaba seguro de que me haba visto, me haba mirado, pero hizo como si no me viera, y lo mismo hara con los dos paseantes nocturnos, porque quizs ella haca como que no se enteraba de nada, aunque estuviera al cabo del asunto, porque acaso crea que su papel era ignorar, aguantar, aislarse, petrificarse en aquella ventana; pero de esto tampoco sera aconsejable ni prudente hablar con el jefe de la polica, ni que yo estuviera loco, yo no tena que hablar de nada, yo haba salido a dar una vuelta porque la noche estaba tibia y agradable, y eso era todo. Cuando llegamos al despacho del comisario, un cuchitril con las paredes, las puertas y hasta la mesa, pintado todo de gris, me encontr delante de una especie de bonzo lamentable, con la cabeza afeitada y el ojo izquierdo hundido en el crneo, mejor dicho, en lugar de ojo tena una cueva sanguinolenta que pareca destilar sangre cristalizada, todo lo cual haca horrendo mirarle y yo no saba dnde poner los ojos, y opt por bajarlos, lo cual supongo que le habr parecido al siniestro comisario un signo de sumisin y de humildad. Encima de su silln, colgado en la pared, haba un trapo rojo que llevaba prendido el emblema de los caballeros mutilados, y todo era tristsimo porque el trapo rojo apareca manchado y ajado como si fuera una muleta arrastrada por la arena en un da de corrida trgica. A su lado, de pie, estaba sumiso y servil el polica larguirucho que haba venido en el coche pelendose con el otro bajito y calvo. El comisario caballero mutilado, con atuendo civil, se dirigi al galgo despellejado que se rascaba la barba preocupado y como contrito. Es que no dais una en el clavo, vamos. Revolvi un rato en los papeles que tena sobre la mesa y luego, dirigindose a m, con una sonrisa de hiena que quiere hacerse simptica, me dijo: Tiene usted que perdonar, son como nios. Quiere usted un cafetito? S, s, que le traigan un cafetito. Y el galgo sumiso se escurri hacia la puerta con el rabo entre las piernas. El comisario del ojo escachifullado se estir entonces en el silln como un oso que se adormila y se relaja y me susurr, un poco hablando para s mismo: Nadie sabe lo que es estar aqu las veinticuatro horas del da, s, prcticamente las veinticuatro horas, y en cuanto te descuidas, zas!, el resbaln. Y todo fue porque don Amadeo llam diciendo que haba un tipo extrao rondando su chal. Mira que confundirle a usted con un atracador o algo parecido... Y es que don Amadeo vive en las nubes, estos hombres estn siempre en las nubes, y adems estn asustados, no cree usted que estn asustados? Y es para estarlo. Mire, aqu vienen todos los das media docena de rateros cogidos in fraganti, pero, qu vamos a hacer con ellos? Pues soltarlos, no podemos hacer otra cosa. El comisario hablaba y hablaba y haca preguntas como si me las dirigiera a m, pero yo saba que l no esperaba respuesta de mi parte. Acababa de enterarme de que el

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viejo fofo y gordinfln se llamaba don Amadeo y que, al parecer, era un personaje respetable. Don Amadeo est asustado, se lo digo yo, y parece que vio a alguien... Pero, quin es don Amadeo? me atrev a preguntar. No me diga que no sabe usted quin es don Amadeo. Todo el mundo sabe quin es don Amadeo. Pues, si me quiere creer, yo, yo... Me va a decir que no sabe quin es don Amadeo, y quiere que yo le crea? Don Amadeo, qu ms? Pues, don Amadeo, no hay ms que un don Amadeo, ni en la colonia de los Serafines ni en todo el pas. No hay otro don Amadeo, y usted se pasa dos horas como un papamoscas dando vueltas alrededor del chal del hombre ms conocido, el famoso don Amadeo, y ahora me sale hacindose el despistado. Vamos, vamos. Me di cuenta de que haba metido la pata y el comisario se estaba cabreando por momentos. Lo que haba empezado tan bien poda ahora torcerse, pero l tir por la calle de en medio y, como para terminar, dijo: Pues, sabe lo que estoy pensando? Que lo mejor, y adems as se lo he prometido a l, es que usted vaya a verlo, a fin de cuentas es su vecino y adems as lo conoce. Es una gran persona, es un personaje muy influyente, un prcer, amigo mo, un prcer, aunque usted a lo mejor le tiene alguna mana, y no ser el nico, ya se sabe, estas personas prepotentes siempre tienen enemigos, muchos enemigos, pero no creo que usted sea uno de ellos, que yo s muy bien quin es usted, que usted es el que dibuja esos monigotes en ese peridico que yo nunca leo; pero parece que sus monigotes gustan mucho a la gente, bueno, all ellos, pero yo, si le digo la verdad, yo no los entiendo; pero, bueno, si le pagan a usted bien por hacerlos, pues bueno, pues est usted en su derecho, y ya sabe, un da se pone usted formal y arregladito y se va a ver a don Amadeo, que l ya lo espera, que ya le dije yo que usted ir a darle una explicacin, a saludarle, ya sabe, lo que sea. Pero, yo no lo conozco y... No me venga con pipioladas y juegos de hugonote, que si no lo conoce, pues qu haca usted dando vueltas por all; pues ahora lo conocer y en paz, vamos, que ya est bien, porque ustedes, los intelectuales o lo que sea, siempre nos quieren tomar el pelo, pero yo sabe ust?, yo, de ustedes, paso, como dicen ustedes, y usted siga llenando el peridico ese de caricaturas, que yo de todo eso, paso. Como se lo digo. En esto, entr el agente gordito, con su boquita de salmonete, se acerc al comisario y, como quien sopla una bafitorra, le solt en el odo algn recado que puso al comisario frentico y empez a dar gritos: Y por qu no me habis pasado la comunicacin, si sabais que estaba aqu? Es que estis atontados, o qu? Es que el subse dijo que se iba a nuestro Padre Jess y que a las dos le espera. El comisario empez a dar puetazos en la mesa, se puso de pie y por el orificio del ojo escurrido pareca que se le iba a salir la sangre, o los sesos, quin sabe, y daba miedo verle, firme y erguido como si fuera a arengar a un batalln del infierno antes de entrar a la carga. Gritaba como energmeno: Malditos! Parece que estis siempre borrachos. Culebrones del infierno, qu hatajo de intiles. De pronto, pareci fijarse en m, baj un poco la voz, aunque no mucho, y me dijo: Y usted, vyase y siga pintando monas, pero que no reciba yo ms llamadas de don Amadeo, y vaya a verle, ya sabe, es un compromiso que tiene que cumplir.

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Y sin darme tiempo a salir, que es lo que estaba deseando, se sali l corriendo del despacho, y al llegar a la puerta, se volvi como para decir algo, pero lo debi de pensar mejor y dio un enorme portazo. El agente gordito, entonces, se vino hacia m y me rode atentsimo y pidiendo disculpas. Yo le expliqu quin era y cmo todo haba sido un error, y l, a cambio, me dijo muy confidencialmente, casi como si se tratara de algo misterioso y como si temiera pronunciar su nombre completo, que don Amadeo era un seor muy importante y que se llamaba don Amadeo Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga, y que cmo era posible que no lo conociera, porque a don Amadeo Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga le conocan en nuestro pas hasta las ratas; quizs por eso, pens yo, le conocan tambin los murcilagos, y para m todo segua siendo confuso, porque si don Amadeo era un seor tan importante era verdaderamente raro que yo nunca hubiera odo hablar de l, porque seguramente adems haba mucho que or del tal don Amadeo, y todo esto me dejaba ms confuso, porque para m todo lo de aquella noche, incluida la comisara y la gitana preciosa, era como nuevo, como inslito, como irreal, acaso estaba viviendo una pesadilla, acaso era vctima de algn maleficio, y me pellizcaba para comprobar que estaba despierto. Pero, s, estaba despierto y caminaba hacia mi casa poniendo un pie delante del otro con mucho cuidado, quiero decir que caminaba pensativo, reflexivo, porque apenas comprenda nada de todo lo sucedido, y a veces me suba a la acera, y en seguida me bajaba y caminaba un rato por la calzada, y todo lo haca con previa intervencin de mi voluntad, "ahora voy a hacer esto", "ahora voy a hacer lo otro", y comprobando si era capaz de hacer lo que me propona y si me obedecan los msculos, las piernas, la cabeza, y me propuse tambin mover el cuello, de un lado a otro, como si estuviera haciendo una gimnasia especial y poda hacerlo, y lo mova, y estirar el brazo, y lo estiraba, y esto me fue tranquilizando, dominaba mi cuerpo, dominaba mis nervios, era seguramente yo el que avanzaba por la calzada; aunque cualquiera que hubiera podido verme me hubiera credo loco o perturbado, haciendo movimientos estrambticos y desacompasados, porque de pronto me paraba para ver si era capaz de hacerlo, pero entonces me entr como la vaga sensacin de que yo era solamente un cuerpo que transitaba en la noche; pero, quin era yo, qu era yo, adems de un cuerpo humano que caminaba unas veces por la acera y otras por la calzada?; estaba mi carn de identidad, el que me haba devuelto la gitana, pero eso no significaba mucho, lo saqu de la cartera y mir mi foto durante un rato, pero no tena ningn espejo para comprobar que era yo, me vea extrao, una cara demasiado flaca, unos ojos demasiado vivos, la boca, s, siempre me haban dicho algunas mujeres que tena una boca sensual, y qu es una boca sensual, me tocaba los labios, los tengo abultados, grandes, esto debe de ser sensual, no tanto como la boca del mulatn Hernando, poeta caribeo y lunar, y me empec a tocar la frente, las orejas, la nariz, tengo una nariz bonita, me lo han dicho muchas veces, pero todo esto no es bastante, todo el mundo tiene orejas, y nariz y boca, ms o menos sensual, pero tiene que haber algo ms, algo que me identifique ms, qu hay, qu puedes presentar en este momento de la noche, con recuerdo de murcilagos y de una mujer fantasmal pegada a una ventana, y de una comisara con gitanas, y un comisario con un ojo sanguinolento? Y todo esto era peor porque todos estos no tenan nada que ver conmigo mismo, todo esto me alejaba de m mismo, y haba que volver, haba que regresar a mi rbita, y cul era mi rbita, haba tenido una infancia, unos padres, tena amigos y tuve que aferrarme a esto, mis padres, mi padre se haba muerto siendo yo muy pequeo, apenas lo recordaba, estaba mi madre, ella haba muerto tambin, lejos, en el pueblo, era una sombra ms, un recuerdo muy querido pero tan nebuloso como el cielo que se estaba poniendo plomizo y negro; el comisario tuerto me

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haba llamado pintamonas, y record la redaccin del peridico, mis dibujos, s, entonces era yo, era quizs un dibujante de chistes en un peridico de gran tirada, y de pronto me volvieron las ganas de mear y como no haba nadie en la calle me arrim a unas tapias conventuales y el chorro sali humeante e intermitente, me haba aguantado tanto que ahora no poda parar de mear, y me entr la risa y una como felicidad inesperada me recorra el cuerpo, y creo que fue entonces cuando me sent ms yo, ms cerca de m mismo; con todo, sent la necesidad urgente, imperante, de ver a alguien conocido, de ver a los amigos, a los compaeros, pero sera intil aparecer ahora en la redaccin, no habra nadie ms que el guarda de noche, y entonces se me ocurri dirigirme al bingo de la Ciudad de los Periodistas, en cuyo bar encontrara compaeros y amigos que me sacaran de este estado raro y confuso y pudiera ser que incluso all conoceran a don Amadeo Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga y hasta me haran una ficha completa del personaje, don Amadeo Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga, apellidos seguramente rimbombantes pero que a m me daban mucha risa, y esto me pareca sano, rerme en medio de la calle, yo solo, y me repeta Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga, Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga, y me rea ya casi a carcajadas, unos apellidos que tenan tufo de carcunda y ranciedad beata, quizs uno de esos prohombres y nombres de "pro Ecclesia et Patria", acaso tambin pro culo y pro mierda, y yo tena que ir a visitarlo, por lo visto, a santo de qu, y por qu. Ya veramos. Pens que deban de estar a punto de cerrar el bingo y apresur el paso. Es muy raro que yo aparezca por el bingo, y cuando voy no paso de las mil pesetas, pero a veces me inspiran las caras entre ilusas y trgicas de los jugadores y all mismo me pongo a dibujar y me salen muy buenos dibujos, y con esto creo yo que no ofendo a nadie, aunque el comisario del ojo espachurrado me hubiese llamado pintamonas, y seguramente me considera un imbcil por dedicar mi vida a dibujar monigotes, como l deca, qu sabr l, mamarracho de las mamas militares. Pero slo el recuerdo bochornoso y abochornante de la comisara me volva a la confusin, porque por ms que intentaba encontrar natural todo lo que me haba pasado, no consegua ni siquiera creerlo del todo y no saba qu deba hacer, si contarlo a los amigos o callrmelo, casi como si todo hubiera sido un delito, algo que me implicaba y me repugnaba, pero al mismo tiempo algo que no estaba seguro de que hubiera sucedido y tema que si lo contaba poda quedar en ridculo.

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Al llegar al bar del bingo, sent un gran alivio porque all estaba Rafa, el andaluz medio gitanillo, medio zascandil, picaflor, pinchauvas, pinchaglobos o pinchaflautas, que de todo poda ser y todo poda esperarse de l, y sin embargo me dio como seguridad verlo y orle decir "hola, qu haces por aqu a estas horas?", con la mayor naturalidad. Sent que por primera vez en esta noche macabra vea a una persona conocida, aunque iba a decir normal y Rafa no poda ser considerado normal del todo, pero era alguien amigo, alguien de mi mundo y me sent como si acabara de llegar de un mundo extraterrestre. Reconozco que salud a Rafa con una efusin desconocida en m, porque a Rafa siempre lo haba mirado con cierto desdn y no haba querido demasiadas confianzas con un tipo que primero haba sido de los de aquellos campamentos de la paella, la bandera y el mariconeo, aunque despus apresurase el paso para colocarse en primera fila de los llamados de izquierdas, la cosa ms corriente del mundo, un tipo que lea a los poetas con voz de trtola atravesada, y era ideal para todo esto, porque siempre andaba alrededor del botafumeiro de la lrica rebelde y vanguardista; el lindo Rafa, rubito, menudo, lametn, castrn y puterillo, que siempre hablaba como confidencialmente poniendo la mano sobre el pecho y los ojos en blanco, pero que era capaz de denunciar a su padre, y le daba lo mismo que fueran de un lado que del otro, y mira por donde all estaba, con un libro de poesa antolgica en la mano. Siempre un libro de poesa a mano, eso s, un libro manoseado con sus dedos finos como palillos de probar el jamn, dedos plidos y afilados, como palitos delicados propios para remover y buscar entre la mierda la sortija perdida en el estmago de un nio tsico, y con todo me alegraba de verle y estaba dispuesto en este momento a ir con l a donde fuera, a agarrarme a l, a quedarme a su lado, con tal de olvidar los murcilagos, la comisara, la gitana bonita y todo lo que ahora me pareca tan lejano, como si no hubiera sucedido, y a lo mejor no haba sucedido. Ahora mismo no sabra decir si haba sucedido o no, porque ahora mismo las luces del bar, el chocar de los platos que fregaba el camarero debajo de la barra, los guios de las tragaperras, todo haca un mundo distinto a mi alrededor, y Rafa sonrea de medio lado, como siempre, y de vez en cuando escupa, porque lo peor de Rafa eran los dientes, que los tena negros y podridos como pipas de chirimoya, y eso me haca muchas veces apartarme de l, pero ahora estaba dispuesto a aceptarle como clavo ardiendo para librarme de la malsana obsesin que me vena persiguiendo desde la colonia de los Serafines, y hasta me sent con l en el rincn del destartalado bar y l, como siempre, estaba muy atento y me preguntaba por mis chistes del peridico, que cmo y de dnde sacaba las ideas para hacer un chiste diario, aunque me dijo que le perdonara pero que l crea que tenan muy poco de chistes y que ms bien rezumaban mala uva, y que tendan ms al comentario social y poltico, con muy poco de humor, y que le perdonara, me repiti, pero que l era as de sincero, pero yo lo oa como quien oye llover, que ya estaba muy acostumbrado a estos desahogos de la envidia que, sin poderlo remediar, mis dibujos despertaban en Rafa, una envidia que casi me produca dolor fsico. Para cambiar de conversacin, le dije: Te invito a un cubata. Se acepta, pero se repite a mi costa. Has jugado ya algn cartoncito? le pregunt. Ya sabes que yo aqu estoy ms bien de supervisor, me dan una pequea comisin. Ah, no saba... S, pero a veces me aburro un poco, y por eso me alegro de que se pasen por aqu los buenos amigos. Y me dio una palmada cariosa en la espalda.

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Si quieres, entramos luego y te juegas un cartn. La cosa hoy est en unas cien mil, que no est mal... No, no est nada mal. Hasta nosotros llegaba sofocada la voz de los cantadores de nmeros y de tanto en tanto se escuchaba el grito de "Lnea" o "Bingo", y enseguida comenzaba el ajetreo de los camareros. En la entrada de la sala dos policas nacionales se despatarraban en sendos butacones viejos y desfondados, aunque parecan atentos a entradas y salidas. En realidad, los que salan del inmenso antro salan murmurantes y apestosos, con caras de cabreo o de sueo. Se estaban repartiendo los ltimos cartones de quinientas, lo cual era seal de cierre. Quieres probar? me pregunt Rafa. Ni hablar. Faltara ms, que yo contribuyera a la comisin de Rafa, y adems no estaba yo para tachar numeritos. Al diablo con los cartones, aunque a lo mejor era una noche de suerte para m, pero pens que ms bien sera de suerte aciaga, y me dediqu a mi cubata, con ron puertorriqueo, segn el camarero. A Rafa le gustaba moverse y entraba de vez en cuando, y hasta se arrimaba a las chicas y les gastaba bromas o les daba besitos de refiln, meloso y lagotero, y todo para darme a entender a m que prcticamente era dueo del cotarro. En realidad, lo que Rafa quera, y me lo haba pedido muchas veces, era que yo le dedicara uno de mis dibujos. Sin pensarlo mucho, se me ocurri preguntarle: Oye, t que ests enterado de todo, has odo hablar de un tal don Amadeo Jimnez de la Murga? Preguntar a Rafa por algo de lo que no estuviera enterado era verle rascarse y meterle el escozor de los escozores, porque l presume de tener respuesta y comentario para todo. En cuanto le vi moverse como si le picara algo, aflojarse el cuello, alisar la pechera, y llegar incluso a los tobillos para alzarse los calcetines, me di cuenta de que no conoca a don Amadeo, no le sonaba, seguramente. Yo insist: Don Amadeo Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga. Pero, se quin es, qu quieres saber? Porque a m... me suena, pero no s de qu ahora mismo. Parece que es un magnate de ah, de la colonia de los Serafines. La colonia esa...? Hombre, ah hay muchos magnates. Si es de la colonia esa ser un pez gordo, seguramente. Lo raro es que yo no me doy cuenta ahora mismo. Por otra parte, yo conoca a Rafa y su habilidad para escamotear las respuestas explcitas, porque l siempre daba un rodeo, sacaba del bolsillo algn papelito, se pona a dibujar circulitos, haca como que pensaba mucho la cosa y a lo mejor, finalmente, te deca algo, siempre como si fuera algn secreto, dndote una palmadita o guindote un ojo, todo para hacerse el misterioso, el enterado, el prudente. Yo esper intilmente noticias de don Amadeo, estaba visto que no saba nada, porque por otra parte Rafa era servicial, uno de esos personajes que por hipcrita, sabihondo y lameculos, resulta utilsimo y utilizable, aunque para sacar provecho de l haya que halagar su vanidad y darle a entender que uno se pone en sus manos, eso le gusta mucho, y yo en esta ocasin estaba dispuesto a hacer lo que fuera, aunque me repugnaba, y tambin saba que Rafa sola cobrarse en chismes y confidencias, que siempre ha sido un puto amigo de secretos y complacencias, aunque yo crea que nunca habra llegado a mayores con nadie, a pesar de su voz cadenciosa, sus toqueteos, sus palmadas, como si no supiera hablar sin tocar, caricias menudas como las de las lombrices, delicadas obsequiosidades, y por todo esto haba credo yo que era la persona ms indicada para decirme algo acerca del personaje que yo iba a tener que visitar por mandato del comisario de polica. Pero Rafa

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esta vez no soltaba carrete y todo se quedaba en fruncir el ceo como si estuviera reflexionando profundamente. Not que le molestaba no saber nada del tal don Amadeo, y de repente se levant y dijo: Eso tiene arreglo, sabiendo los dos apellidos... Se dirigi a la mesita del rincn y comenz a sacar las guas de telfonos y comenz a buscar, siguiendo con el dedo sobre los nombres, en la letra J, pero nada. No aparecieron los extraos apellidos Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga. Pero qu tonto soy dijo dndose una palmada en la frente si donde hay que buscar es en la gua de calles. Dices que vive en un chal de la colonia esa? S, s, casi el ltimo hacia la gasolinera. Entonces hay que mirar en la gua de pginas azules. En la calle de las Magnolias. Y comenz a pasar hojas en el tomo de calles. Efectivamente, en la calle de las Magnolias apareca un Jimnez de la M, as, sincopado, pero era natural, deca Rafa, no iban a poner unos apellidos tan largos completos en la gua. Aqu lo tienes! Pues debe de ser un pez gordo, porque ah, ya sabes, slo viven grandes personalidades y sobre todo prepotentes, financieros, empresarios, agentes de cambio y bolsa, diplomticos, y tambin creo que estrellas de cine, de televisin, de teatro, de... De la mierda, seguramente, estrellas de la mierda, que tambin las hay. Ah!, y polticos en auge, de esos que suben como la espuma, o sea, cuervos a mantas. Y murcilagos remat yo, mirndole fijamente, para ver el efecto. Pero Rafa ense sus dientes podridos y sigui: Hombre, murcilagos y lechuzas, y bhos, y seguramente buitres, lo que ms hay seguramente son buitres. Pero sobre todo, negros murcilagos de la noche dije lentamente pensando muy bien las palabras. No te pongas fnebre y Rafa se rea. Lo que ms hay seguramente son zorras, desvergonzadas raposas. No crees? No, lo que ms abunda son los calientes y fros murcilagos de la noche. Rafa no poda entenderme, y como a l le gustan estas cantinelas repetitivas y los juegos de palabras, segua: Y sapos, seguramente hay sapos de cieno y mierda. Lo que hay, te digo, son inmundos murcilagos. Y culebras y culebrones habr, mira este. Ya me lo has hecho decir. Y como espantado de s mismo, a fin de cuentas Rafa era andaluz, se levant y sali corriendo para meterse entre el aluvin de la gente que en ese momento sala del humoso y pestilente saln de las bolitas flotantes en el aire del vicio, y los empleados salan an ms deprisa que los clientes, con malhumor visible en los rostros, y los fracasados apostantes con semblantes lvidos y amarillentos procuraban componer el semblante antes de alcanzar la calle, y una tanda de chulos esperaba alrededor de la puerta a las seoritas del reparto de cartones, les echaban cariosamente, chulonamente, el brazo en torno al cuello y se alejaban fundidos en parejas tambaleantes, y Rafa, a todo esto, diciendo adis y repartiendo sonrisas y reverencias, rictus envilecido de los que viven a sueldo vergonzante, con su corbata roja y pauelito del mismo color de turno, que yo le haba visto con camisa azul y seguramente haba llevado azules hasta los calzoncillos, y yo me preguntaba qu haca yo all, aunque me justificaba pensando que todo aquello era material para mis dibujos, por ms que haba tratado el tema del bingo ya demasiadas veces, y estaba uno harto de bingos y bingueros.

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En realidad, tengo que confesarlo, estaba fascinado con el ceremonioso talante de Rafa, un tipo que me repela pero que no poda dejar de tratar, que me atraa al mismo tiempo con su zalamera, su viscosidad, su hipcrita seduccin, lo mismo que dicen que les sucede a inocentes bestezuelas con el bho o con la serpiente, con el gaviln y con el cerncalo, y no es que yo me quiera hacer pasar por inocente, pero mi curiosidad me mata, mi curiosidad puede llevarme a las peores aberraciones, sin poderlo remediar, lo mismo que les ocurre tantas veces a los cndidos muchachos que se van embobados detrs del curita zalamero, del profesor de educacin fsica demasiado entusiasta, del ecologista apasionado o del rapado hare krishna, sin saber que quizs estn cayendo en las garras de chacales del desierto, escorpiones del boscaje, piraas del ro, ratas de alcantarillado o mochuelos de la arboleda. Rafa, todo ceremonia, todo sonrisa, despeda a unos y otros, palmaditas en el hombro, apretones de mano, sonrisas, sobre todo sonrisas, sonrisa negra de dientes averiados, pero qu importa, la sonrisa vale aunque sea negra, aunque sea falsa, aunque sea horrenda, y Rafa era respetado, saludado, correspondido por todos, con sonrisas acaso ms negras que la suya, ms falsas que la suya, qu ms da, el mundo circula as y estos tipos prosperan y tienen amigos y viven bien y saben vivir. Rafa haba recogido ya su sobre, y ahora se multiplicaba en felicitaciones, en promesas imposibles, un secretillo al odo de un personaje que se rea mucho, algn chiste poltico de ltima hora, la frasecita ms apropiada para cada cual, un ligero cepilleo en el taln de la vanidad de ste o del otro, y as iban pasando por la babosa representacin de este mequetrefe, ay, Rafa, embusterillo, chismoso, adulador; iban pasando y l los conoca a todos, los grandes demandadores del orden y de la justicia social, los denunciadores de fallos y fraudes, los logreros de una fama de farndula, los hechiceros rampantes sobre la prosa del Boletn Oficial, los pregoneros de mentiras a cinco mil pesetas la colaboracin, cinco mil pesetas que se quedaban en el bingo cada noche, los mustios galanes de la televisin, chepados por el peso de la vanidad, los absortos, frenticos, adoradores de la computadora, el periodismo del futuro, los acomplejados del zumo aejo de la tinta, que se restregaban las manos para quitarse el olor, como hacen los pescaderos, los manoseadores de salmos de convivencia, forjadores de las puyas encubiertas o de los silencios culpables, todo un mundo inframundo de los derrotados, preteridos, machacados de la prensa de todos los tiempos que buscaban en el juego la compensacin de tanto fracaso, periodistas que llevaban siglos sin ver su nombre escrito en los peridicos, pero que sumaban pinges ingresos de aqu y de all, dciles canes de los llamados departamentos de prensa de los ministerios, moscones de boletines confidenciales, avechuchos de la propina oficial, inclinados de tanto someter el espinazo a los repartos del que manda, tristes y anormales criaturas que chupan del bibern dulcemente y sin conciencia de nada igual que hace el recin nacido; ahora, por lo visto, fiaban a las blancas bolitas volanderas lo que nunca supieron esperar del trabajo honesto y de la pluma valiente. S, eran los plumferos desplumados, los plumastres retrgrados, los plumistas pedantones, los pesados, estrujados, molidos hombres de la prensa con los bolsillos vacos y los ojos cargados de sueo, con las manos sudorosas y la conciencia dormida.

Como la espuma de la leche se desborda cuando hierve por los bordes del cazo, salan tambin apelotonadas y ruidosas las damas jugadoras, peores que los hombres, algunas que slo haban ido de acompaantas, pero otras que acaso tenan al marido de guardia de redaccin, iban solas como gatas en celo, y salan trotando, arreglndose el

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pelo desmadejado por el disgusto de las prdidas inconfesables, otras salan cansadas y cojeando, corrido el rmel y arrugadas las medias, mujeres en derrota por la suerte adversa, pero las haba que salan an desafiantes, como urracas vigiladoras que se dorman sobre una pata, otras con aire de tigresas llevaban atuendos selvticos, cabello erizado, la ltima moda; las haba mujeres de rompe y rasga que haban sido consideradas como leonas, ahora sin dientes ni melenas sino ms bien con calvas enfermizas mal disimuladas bajo las pelucas; algunas se apretujaban discutidoras como avispas sin aguijn, comentando a gritos las incidencias del juego, aquel maldito cartn que estaba a punto de ser llenado cuando son la palabra "bingo", y las que slo haban conseguido cantar "lnea", qu mala pata; y las despedidas se alargaban entre discusiones, lamentos y maldiciones a la puerta del establecimiento, en una noche aciaga que no terminaba de oscurecer ni de aclararse. Rafa estaba visto que no saba nada de don Amadeo Jimnez de la Murga y Sanchs de la Braga, y yo tendra que averiguar algo por mi propia cuenta, porque tampoco aquellas iniciales de la gua de telfonos decan gran cosa, y aquel Jimnez de la M. tanto poda ser un Jimnez de la Murga como un Jimnez de la Morena como un Jimnez de la Mierda, y todo habra que comprobarlo. El cielo se espesaba gris como la pelusa de los conejos recin paridos y la ceremonia de las despedidas en la puerta del bingo no acababa de finalizar, entre besos, apretones de mano, palmaditas en la espalda, manos al aire, y cuando yo me acerqu a Rafa para decirle adis l me puso la mano delicadamente en la cabeza, deslizndola hasta el cuello, caricia convincente, sin dejar de sonrer con gesto exquisito, pastelero inmundo de eso que se llama las relaciones pblicas, una manera refinada de engatusar y sorprender a confiados y desaprensivos, profesin ideal para mangoneadores de baratillo, nostlgicos del poder, tipos que alimentan con el polvillo de la lisonja todos los sueos de bienestar y de lujo, y a Rafa slo le faltaba llevar delicadamente un trozo de papel higinico entre los dedos, servicio esmerado, agua caliente en todos los cuartos, necesita un algodoncito, un poco de aceite, un plumero, un rabo de conejo, un poco de miel de flores para las tetillas? No, gracias, yo prefiero el limn y hasta el vinagre. Hasta la vista! le dije casi a gritos mientras caminaba hacia la parada del autobs. Adis, adis me hizo un gesto con la mano y sigui: Y a ver si pintas algo ms... Pintar mierda le grit. Como si se hubiera escandalizado, porque haba todava seoras delante, se llev ambas manos a los odos y comenz a menear la cabeza, pero enseguida se volvi a sus despedidas, como un peluquero de lujo que despide a sus clientes, haciendo gestos de conmiseracin, ay, estos artistas, como si lo estuviera oyendo y seguramente aadira "pero es muy inteligente", "no conoce usted sus chistes? Son famosos", todo sin perder la soltura, la desenvoltura y el arrumaco, como el capitn del barco desde la pasarela, ponindose de puntillas entre las seoronas modorras y las putillas saltarinas, siempre hasta el final, l tena que ser ltimo, faltara ms.

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Al llegar a la esquina de mi casa, me sobresalt, porque la fachada estaba encendida toda y lo primero que pens fue si le habra pasado algo a ta Catalina, siempre inoportuna, lamentosa y fatalista, aunque servicial y cariosa conmigo, aparte de gruona y sermoneadora. Tan pronto me vio entrar, llevndose las manos a la cabeza y al corazn, por turno, comenz a chillarme: Pero, dnde has estado, Dios mo, qu horas son estas? Y en qu lo te habrs metido, que aqu ha estado un seor muy raro preguntando por ti, y que dnde estabas, y que a qu horas volvas? Y yo levantada toda la noche: Qu horas, Dios mo, qu horas... Y t sabrs en qu los te metes, pero yo no tengo por qu aguantar a cualquier seor raro que venga en este plan. Pero, en qu plan, ta, si se puede saber? Pues como si hubieras hecho algo malo. Hasta me pareci un polica, fjate. Pero, era un polica? Yo no lo s, yo no s lo que era, pero haca muchas preguntas. Pero, qu clase de preguntas? T qu le has dicho? Yo, nada, qu s yo de tu vida? Nada, nada. Pero l parece que quera saberlo todo. Pero, no te tengo dicho que preguntes siempre quin me llama o quin viene? Hay que saber quin es, se pregunta de parte de quin... Ya se lo pregunt, o crees que soy tonta. Pero l me dijo que era un amigo. No te ha dicho el nombre? No, no me dijo el nombre. Nada ms que un amigo, un amigo. Y quera pasar y recoger no s qu papeles, pero yo no le dej. Muy bien, ta. Sub a mi cuarto y not cierto desorden. Algunas carpetas estaban fuera de su sitio y hasta algunas en el suelo. El cajn de la mesilla estaba abierto y haba algunos lapiceros, gomas, papeles, sobre la alfombra. Esto me pareci muy raro, aunque tambin poda haberlo dejado yo as, la verdad es que no soy muy ordenado. Pero no recordaba... Llam a ta Catalina: Nadie ha entrado en mi cuarto? Nadie, nadie. Quin iba a entrar? Nada, nada. Quieres que te traiga algo, un vaso de leche, con una yema, o algo? No, ta, nada de yemas. Treme una tila, bien cargada. Sera cosa del tal don Amadeo? Tena la impresin de que todo, la comisara, el comisario, la visita extraa a mi casa, era cosa de don Amadeo, pero que se trataba de una polica especial y un comisario especial al servicio de aquel magnate, como si esto fuera posible. Un cartapacio de los que estaban en el suelo me llam la atencin y me agach a recogerlo, y result ser uno que contena estampas de Goya, que parece que siempre nos viene a la mano lo que menos deseamos ver, otra vez murcilagos, aquelarres, monstruos, me tumb en la cama sin desvestirme y con los ojos cerrados segua viendo el fleco entrecruzado de los murcilagos, como pinzas mojadas y colgadas de la noche, juguetones testigos de la menstruacin fluyente de la luna, flotar de garras, vibrar de bocas impdicas, carbones exanges de la hoguera invisible de la noche, cortejo de sombras para un festival de brujas y demonios; mi cabeza convertida en un puro remolino de alas negras, y menos mal que la ta Catalina, renqueante y bufadora, suba ya las escaleras. Y cuando lleg la tila-tila-tila de ta Catalina, lo que senta eran ganas de vomitar, bascas que me sacudan desde lo alto del estmago hasta ms abajo de las ingles, la

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basca universal que me produca el recuerdo de los manoseos de Rafa, la respiracin inmunda de los murcilagos, el bamboleo de las nalgas de don Amadeo, todo revuelto con las ondulaciones del negro Hernando, que ahora se me apareca en forma de falo gigante, y la tila a cucharaditas pequeas me araaba el garlito como si llevara disueltas garras de murcilago, y tener que contestar a ta Catalina, tan pesada la pobre, tan buena como ignorante, aunque para m intocable, porque fue un recuerdo que me dej mi madre en sus ltimos momentos. No la abandones, te suplico. No la abandonar, madre. Y ella ahora, cargada y cargante: No quieres nada ms? No, ta, vete a dormir. Buenas noches... Buenas noches, ta. Y poco a poco, entre las cucharaditas de tila-tila-tila y las bascas y los eructos, creo que me fui durmiendo, porque recuerdo que quera rascarme algo, no s si la cabeza o la entrepierna o el tobillo, y no poda, estaba como hecho estatua de m mismo, metido en una barca que se deslizaba sobre la corriente, una corriente desigual y tumultuosa que tan pronto saltaba hacia arriba como se hunda dejndome sin aliento, hasta precipitarse en el interior de una largusima cueva oscura y sulfurosa, tibia como un enorme vientre, y en aquel vientre de piedra y aguas negras, de riscos afilados y curvas suaves, donde las voces eran unas veces risas y otras llanto, caan del techo unas gotas lentas y viscosas, y estas gotas eran murcilagos, pero no revoloteadores y traviesos murcilagos, sino murcilagos muertos, inertes y blandos como cagadas de toro, flcidos y negros como pupilas de ciego. Deb de gritar, porque de nuevo estaba a mi lado ta Catalina con otra taza de tilatila-tila y una cucharita muy pequea y, cosa rara, el desorden de la habitacin haba desaparecido y todo estaba en su sitio, acaso ms ordenado que nunca, solamente mi ropa colgaba de una silla. A travs de los visillos entraba la claridad lechosa del amanecer.

Reclinado en la cama, con el almohadn como soporte de la espalda, estuve rumiando mis andanzas de la noche hasta que el sol me dej eclipsado como le poda haber sucedido a un mochuelo, exactamente. Los prpados me pesaban y la cabeza me daba vueltas. No entenda nada, y lo peor era que no estaba para salir ni para ir al peridico y menos para ponerme a dibujar. Llam a ta Catalina y le ped que llamara al peridico y dijera que no me encontraba bien y que ira a las cinco de la tarde. Me dej deslizar de nuevo entre las sbanas y trat de dormir. Estaba hecho polvo y las imgenes de la noche anterior danzaban dentro de mi cabeza. Decididamente, no podra dormir. Tom una pastilla de esas que tengo para estos casos y ni as poda dejar de pensar en don Amadeo Jimnez de la Murga y sobre todo en el comisario del ojo vaco y en el compromiso que haba adquirido estpidamente de hacer una visita al viejo prepotente, repelente y fofo, al parecer dueo y habitante de aquel chal infestado de murcilagos no menos repelentes que su dueo y seor. Me preguntaba si todo esto me haba sucedido o lo haba soado, pero era todo demasiado ntido, demasiado coherente para que fuese simplemente un sueo; con todo, estaba deseando que llegara la noche para hacer comprobaciones. Tendra que volver al chal fatdico antes de intentar una visita formal a la vieja foca de melosidades, tendra que comprobar por segunda vez la

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existencia de aquel vibrar tenebroso del aire cruzado por los avechuchos infernales, me atraa sobre todo la imagen de aquella mujer palidsima que apareca en la ventana, entre luces y sombras, edad indefinida, quietud lacerante, manos finas y blanqusimas agarradas a los barrotes de una reja. Haba una reja? Ahora estaba seguro de que haba una reja y de que los ojos de la mujer miraban entre los barrotes con una negrura traspasadora y agresiva, a pesar de la dulzura de toda su figura, era como si los ojos quisieran transmitir una pena infinita. Estaba secuestrada? Estaba esclavizada? Representaba algo para m indefinible? Quin sabe a qu chantajes, vilipendios o ruindades estaba sometida, acaso por el viejo de la Murga, camalen que no duerme, prototipo de prcer inflado por la mentira social-oficial, unicornio sin duda del embuste religioso, superviviente de una guerra y una situacin que montaron altar y colchn, oficina y retrete, mesa y cuadra sobre la victoria, la traicin y la oratoria imperial, multimillonarios de la facilidad y la infamia, lujo y mierda del tinglado poltico de antes, de ahora y de siempre.

Seguramente mis pensamientos iban demasiado lejos, eran demasiado atrevidos, porque a las cinco en punto recib otra visita extraa, tan extraa que incluso se present sin que nadie le abriera la puerta, sin que ta Catalina lo introdujera, sino que as, sin ms ni ms, estaba sentado al lado de mi cama en plan inquisitorial, echndose sobre m hasta hacerme percibir su aliento calentujo y apestoso. Seguramente era el mismo hombre de la noche anterior. Y sin ms presentaciones ni saludos, me pregunt. Cul es su teora sobre el libello? Jurara que lo pronunci con dos eles, lo cual me produjo como una distraccin de todo el entorno. No supe qu contestar y comenc a buscar palabras intilmente. Me haba quedado como mudo. Entonces l, insistente y cada vez ms acosador, sigui con las preguntas: Y de mujeres, qu tal? De mujeres? Pues, peor, qu poda yo contestar de mujeres? Al diablo con las mujeres, pero me call, quin sabe hasta dnde quera llegar aquel tipo, quin poda adivinar sus intenciones, qu quera sugerir con esta pregunta. Se trataba de una verdadera pregunta o quera ser una acusacin, una insinuacin, una calumnia quizs? Comenc a sentirme incmodo, quera incorporarme, enfrentarme a l a su nivel, echarle de mi cuarto si era preciso; pero no poda moverme, estaba como hechizado, paralizado, estaba condenado a mirarle desde el embozo, mientras l, osado, acusador, fisgn, se echaba sobre m, pareca que iba a ponerme las manos encima. Diga, diga! No se haga el loco! y casi me gritaba. Yo me dediqu a observarle y not que llevaba un uniforme, pero no sabra decir si era de jesuita o de guardia civil, poda ser ambas cosas o una mezcla de ambas cosas, era un atuendo de clergyman pero del color de los uniformes de la guardia civil o de la polica, no sabra decirlo. La cabeza, rapada como los curas y los policas, aunque no podra decir si llevaba tonsura, porque slo poda verlo de frente. Era muy delgado, el uniforme le caa como colgado de un palo, pero en cambio sus manos eran gruesas y pesadas como panes de la Mancha. Llevaba correaje, como los policas, pero, cosa ms rara, en lugar de pistola, llevaba un libro o cuaderno grueso de tapas negras y brillantes sujeto entre la correa y la camisa. Lo peor de todo fue cuando me di cuenta de que de los hombros, de las mangas, de la cabeza, seguramente de sus entretelas saltaban bichos menudos como piojos o

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pulgas, como dicen que sucede a quienes se acercan a los pelcanos, y algo de pelcano tena aquel hombre, porque siendo muy delgado le colgaban sin embargo de la papada unos pellejos que se inflaban cuando hablaba; yo quera sacudirme aquellas pulgas o piojos, o lo que fueran, y aquellos bichitos repugnantes se metan en mi cama, se paseaban por mi cuello y mis orejas, causndome una sensacin de comezn irresistible, y mientras tanto el pelcano humano, ojeroso y esmirriado, se acercaba ms y ms, acosndome: Hable, hable! Qu pasa con las mujeres? Entonces sac del bolsillo, o no s de dnde, un objeto redondo, como si fuera una medalla, pero tambin poda ser un reloj muy pequeo o un micrfono, quin sabe, hasta pens con horror que poda ser algn detector de mentiras, y me senta atrapado. Qu decirle? Qu tena yo que ver con las mujeres? Y de qu mujeres se trataba? Era yo acaso el guardin de las mujeres, de alguna mujer en concreto? Con una me bast y, como dicen, una y no ms, Santo Toms. Pero yo, nada de nada, yo no soltara prenda, siempre es mejor callar en estos casos, y sobre todo cuando uno mismo no se aclara ni sabe bien de qu se trata; francamente, deseara decirle que no entenda su pregunta, pero esto poda ser peligroso, poda no resultar sincero, y l me acercaba aquella cosa redonda a la boca, a los odos, a la nariz... Sudaba de terror, quera contestar, pero no saba qu debera decir; por supuesto nada de decir la verdad, mejor callar, quin era l para venir a sonsacarme a m sobre mi vida, mis inclinaciones o mis fallos, que ms o menos son los de cada cual? Tampoco estaba seguro de que podra contestarle, ya que no poda mover ni un msculo de mi cuerpo y tampoco poda mover la lengua, estaba a merced de aquel tipo y de sus pulgas, que ya me picaban por los sobacos, la cintura, las ingles. Lo nico que deseaba es que apareciera ta Catalina y me librara de aquel pelcano entre eclesistico y guerrero, porque ta Catalina enseguida le dira si quera tomar algo, una cerveza o un vasito de moscatel, ella era muy aficionada al moscatel, y entretanto me dejara en paz el sucio pelcano agotado y contumaz, y pens llamar a gritos a ta Catalina, o tocar el timbre de la mesilla, pero no poda hacer ninguna de las dos cosas, y quera rezar para que ta Catalina llegara y le trajera algo al visitante de las pulgas saltarinas, un corazn de iguana con sal y limn, cosa que no tendra en la nevera seguramente, pero que no sera difcil de conseguir, porque hay cosas que parecen imposibles y sin embargo se realizan, sobre todo si se est soando y se tiene fe, si se tiene esperanza y nadie te despierta del sueo horrible; pero el pelcano-jesuita-guardia civil se me acercaba cada vez ms, hasta rozarme la mejilla tan suavemente como los borriquillos topan en las ferias con los pezones de las muchachas de la gitanera; su aliento era infecto y, por fin, se aclaraba su cometido, porque me dijo: Sepa que traigo una misin secreta. Ya no me caba duda de que vena de parte de don Amadeo, porque este don Amadeo no solamente tena, al parecer, su polica particular sino que tena agentes especialsimos, como este pelcano-jesuita-guardia civil que me estaba apremiando, hostigando, mientras senta su respiracin anhelante y ftida sobre mi rostro, sin poder apartarlo siquiera. Por lo visto esperaba de m una respuesta y la esperaba vidamente, perentoriamente, como si le fuera la vida en ello, o como si hubiera sido enviado para estrujar mi conciencia y arrancarme una confesin sin darme tiempo ni a reflexionar ni a preparar una respuesta; me tema que estara dispuesto a llegar hasta la tortura y en mi interior gritaba llamando a ta Catalina, pero bien me daba cuenta de que mi voz no asomaba fuera de mis labios y acaso ta Catalina estaba rezando la insensata, siempre estaba rezando, y yo saba que cuando rezaba siempre rezaba por mi madre y por m. Ella era muy rezadora, pero de qu le vala, si no se enteraba siquiera de lo que a m me

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estaba sucediendo. Ahora estaba bien claro que el pelcano-jesuita-polica era un emisario siniestro de don Amadeo, pues aunque yo hubiera prometido al comisario del ojo hueco que ira a verlo, era casi seguro que aquel prcer, benefactor, enredador no se conformara con promesas en el aire y haba decidido perseguirme con mtodos ms expeditivos y contundentes, envindome por delante a este pelcano-jesuita-guardia civil que ahora se iba poniendo verdoso de impaciencia y rabia y que ya, sin poder contenerse, me solt: Cunto tiempo tengo que esperar? Y como viera seguramente que yo continuaba paralizado, mudo y sin rechistar, vi que maniobraba dentro de una bolsa de plstico que tena a los pies, como escondida o camuflada, al tiempo que repeta: Adnde vamos a llegar? Qu piensa usted hacer? Yo, nada, nada, si yo no quera hacer nada, yo slo quera que se fuera, que me dejara en paz, yo no estaba para confidencias ni para confesiones, yo no haba hecho nada, nada de nada, slo pasear a la luz de la luna, y si haba visto algo o a alguien, no era culpa ma, no haba ido all intencionadamente, ni siquiera conscientemente, haba ido seguramente como hago todas las cosas, sin pensarlo, sin quererlo, a lo tonto, sin darme cuenta, empujado quin sabe por quin, quin sabe por qu. Y si esto era un delito, que me lo explicaran, porque no acababa de entenderlo. El pelcano-jesuita-polica se impacientaba por momentos y daba golpecitos con el pie en el suelo, y ya sin poder contenerse, como enfurecido total, me dijo: Ahora confesar, ahora confesar. Se trataba, pues, de confesar, y sin darme tiempo a nada, levant con una mano la bolsa de plstico y con la otra sac de dentro una pequea serpiente negra como el betn, con un afilado cuernecillo en la cabeza, y me la acercaba, me la acercaba, hasta que sin poder contenerme di un grito enorme y comenc a moverme hacia el otro lado de la cama y cuando ya iba a caer al suelo, me despert angustiado, exhausto. Cuando abr los ojos lo primero que vi fue a ta Catalina que remova musicalmente con una cucharilla el contenido de un vaso enorme, alargado y alto, que pareca un tubo. Ests sudando como un pollo me dijo.

En el reloj eran ahora las cinco en punto, cosa rarsima, como si el reloj hubiera estado parado, pero yo record que haba quedado en el peridico a las cinco. Me vest lo ms deprisa que pude y sal. Pero en el peridico segu atontado, me puse a dibujar y slo me salan murcilagos, murcilagos y ms murcilagos, como si los lpices estuvieran embrujados, o el embrujado era yo. Tena la cabeza como llena de humo y no haba coordinacin entre mi voluntad y la mano que dibujaba. Romp varios dibujos y finalmente me fui a ver al redactor jefe. Chico, me encuentro mal, tengo fiebre, creo. Pero me habrs hecho algo, no? Le pas varios dibujos, los mir asombrado y dijo: Pero, qu pasa contigo, to? Qu es esto? Son murcilagos, est claro, no? Tengo la cabeza llena de murcilagos. Pero, chico, los murcilagos no son pjaros, que yo sepa. Tendrs la cabeza llena de pjaros, pero de murcilagos... De pronto tuve una idea. Recog mis dibujos y me volv a mi cuchitril, una especie de estudio-leonera, muy pequeo, que tengo para m solo.

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Nerviosamente me puse a corregir. En las alas de los murcilagos fui poniendo letras, siglas, lo que me sala. Puse ONU, OTAN, IGLESIA, ESTADO, CEE, SINDICATOS, HACIENDA, EJRCITO, POLICA, y debajo la siguiente leyenda: ZARABANDA DE LA CONFUSIN. Se lo llev al redactor jefe, lo mir, y haciendo gestos de aprobacin, me dijo: Muy bien, t haces siempre lo que te da la gana, all t. Bueno, yo creo que esto es genial. Y cambiando de tono, me los devolvi, como con muchas prisas y me dijo: Venga, llvalos enseguida, los estn esperando. Los llev a hueco y me qued libre. Era lo que estaba deseando. Corr a la ventana y auscult las sombras; ya se estaba haciendo de noche y era como si para m comenzara la verdadera vida. En todo el da haba hecho otra cosa ms que esperar este momento. Tena que volver a la colonia de los Serafines, que no s de qu mente ms diablica que anglica poda haber brotado la idea de poner este nombre a aquella urbanizacin, ms bien recoleta y lujosa; y es que sin duda hay quien disfruta poniendo confusin en las palabras, acaso porque confundiendo las palabras se confunden tambin su ejercicio, su funcin y su fin.

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Parecer mentira, pero caminando hacia la colonia, iba yo ms bien alegre, apresurado, como si me esperara alguna fiesta, insensato de m, que siempre que hacemos alguna tontera la hacemos con la mayor inconsciencia, y siempre que obedecemos a alguna obsesin lo hacemos como embobados, aturdidos, como si estuviramos hechizados, y as iba yo hacia el mayor embrollo en que jams me hubiera metido. Las arboledas que hacan recndito, abscndito y hermtico aquel lugar parecan acercarlo, pero antes de llegar all haba que atravesar una especie de descampado entre colinas, quebradas y vaguadas y al rato pude percatarme de que entre los cascotes y los desperdicios que se amontonaban en aquel paraje pululaban ratas grandes como conejos y hasta ranas, me pareci al menos ver unas ranas enormes que saltaban, ranas inmensas con vientres hinchados de diosas del paraso hind. A continuacin ya venan las colonias anglicas, porque no estaba solamente la de los Serafines, sino que ms all, como serpientes de verdor que se muerden la cola, se esparcan otras colonias con nombres parecidos, como la de los ngeles Custodios y la de los Arcngeles, todas ellas exentas y alejadas de la urbe infame y degradante, bien resguardadas del contagio de penurias, ajetreos y presiones de la masa circulante de la ciudad, presidido el conjunto por una teora paradisaca o anglica de placidez, molicie y delectacin, que se haca manifiesta en las umbrosas florestas, las luces blandas, las verjas slidas y las alfombras de csped impecables, las torres semiocultas entre el foscaje, los materiales de las construcciones nobles y artsticamente trabajados, y hasta unos guardas silenciosos, que parecan caminar sin pisar la tierra, y que mantenan sin duda, ms que el orden y el silencio, la placidez y los sueos de los habitantes de aquellas colonias terrestres, pero sin duda inspiradas en la teora de lo anglico, seguramente no seres de carne y hueso como yo, expectante impvido de tanto misterio, insensato y curioso visitante de tanta paz, quizs una paz cubierta de mierda como la de cualquier vecino en las apreturas del Metro o en la cola de una ventanilla de la Seguridad Social. Pero aquello verdaderamente pareca la conclusin del silogismo de la prosperidad, la opulencia, la seguridad, la prepotencia y el capricho. Por todas partes smbolos en hierro forjado, en mrmoles, en bronces, seguramente emblemas y escudos de una altsima teologa inescrutable e incomprensible para los mortales de a pie y a palo como yo. Junto a los guardas cosa de la que no me haba dado cuenta la noche anterior, perros lustrosos defendan, protegan, aislaban y excelsifcaban a unos dueos que aparecan como inexistentes e invisibles, pero que se movan, como las lechuzas entre la fronda, amparados en el silencio de los despachos enmoquetados, de los coches blindados y los interiores aislados con lana de vidrio, seres aparte que haban llegado a las alturas quin sabe desde qu bajezas inconfesables y que se mantenan incontaminados de las miserias de la naturaleza humana, encerrados en sus quimricas residencias y en sus jardines mnimamente terrenos y terrenales. Menos mal que yo haba llevado mi paraguas, nunca sabr por qu, ya que en todo el da no haba habido indicios de llover, pero estoy seguro de que llevaba el paraguas y me aferraba a l como a un pararrayos o a un amuleto contra ciertos maleficios o terrores que de vez en cuando amenazaban con paralizar mis piernas. Todo se fue haciendo demasiado oscuro, demasiado laberntico, demasiado cerrado, como si aquellos reductos, con vallas, muros, setos, terrazas cegadas, piscinas recnditas, saunas extrasimas, formaran automticamente, misteriosamente, un todo hermtico, impenetrable, arisco y hasta amenazante, como si all se concentrara el desprecio mximo y absoluto del prjimo humano y viandante.

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Caminaba yo con miedo, con verdadero miedo, aunque obstinadamente terco en seguir hasta encontrar el chal-santuario de don Amadeo, prepotente entre los prepotentes habitantes de la colonia de los Serafines. Caminaba sin escuchar mis pasos, convertido acaso, por misterio indescifrable, en uno de aquellos entes sin color y sin sombra, habitantes del refinado y siniestro recinto. No haba colores, ni ruidos ni malos olores, como que no haba basuras por ningn lado, y entonces me di cuenta de que no haba tampoco buzones, ni otros servicios comunitarios, ni farmacia, ni capilla, ni estanco, ni tiendas, ni supermercados, ni taberna, ni taxis, ni casa de socorro. Nada que recordara necesidades o debilidades humanas. El nico establecimiento ostensible era una clnica para perros, con su cartel sobre la puerta, pero estaba cerrada. Se vea que los moradores de este mundo estaban exentos de las necesidades perentorias o imprevistas. Y de pronto me di cuenta de que tampoco haba nios, ni restos o recuerdos de nios, ni juguetes en los jardines, ni columpios, ni llantos de nios ni risas de nios. Dnde tendran los nios estos disfrutadores de la gloria aqu en la tierra? Probablemente no tenan nios, los nios son un estorbo y una gaita, o si los tenan los tendran en frascos higinicos, en stanos mgicos o en galeras especiales y recoletas, para que su presencia no pudiera interrumpir la apacible tranquilidad del ambiente. De pronto fue como si las paredes de todos aquellos chals se hubieran vuelto transparentes y me fuera dado contemplar los interiores en medio de una muelle e inquietante penumbra: no haba nios, no haba cunas ni juguetes ni canciones ni sombra de juegos infantiles. Tampoco haba msicas, ni radios ni discos, aunque haba televisores, pero sin sonido. Al menos eso me pareci, y recordndolo despus tuve que admitir que efectivamente los sonidos estaban eliminados, a lo mejor prohibidos, en aquel mundo. Hasta los coches por aquellas carreteras o calles, que no eran ni lo uno ni lo otro, tenan que avanzar muy despacio, como si todos fueran a algn entierro, porque la calzada presentaba a intervalos muy cortos esas filas de frenadores a base de enormes clavos acerados que hacan saltar los amortiguadores si se circulaba deprisa. Caminaba yo despacio, presintiendo que poda ser de nuevo detenido por algn coche misterioso, como la noche anterior, cuando de pronto apareci ante m una especie de muro o tmulo o monumento ridculo, que me advirti de modo intempestivo de que estaba a punto de cruzar la frontera de la osada, porque sobre el muro en letras muy claras y bastante grandes se poda leer: COLONIA DE LOS SERAFINES. Jurara que la noche anterior este cartel no estaba, o sera que ahora me estaba introduciendo por otro lado, y efectivamente al rato pude comprobar que me encontraba frente al chal de don Amadeo, pero por la parte de atrs; con todo, a los pocos metros ya la misma quietud del aire y una especie de espesor siniestro en la atmsfera presagiaban el delirio de los murcilagos, hojarasca tenebrosa de alas inmundas, hmedas membranas y vibrtiles garras que parecen traer desde el ms oscuro abismo una influencia nefasta a este mundo de los vivos y de los muertos, ms bien de los muertos, porque nada me pareca tener sensacin de vida a mi alrededor, a pesar de la zarabanda de los oscuros pajarracos. Parece absurdo o por lo menos irnico y risible que una colonia que se ha bautizado de los Serafines se vea poblada de tal aglomeracin maligna de murcilagos, esos avechuchos infames e infamantes que, segn se dice, son los serafines, o los querubines, que tampoco importa si pertenecen al primero o al segundo coro, pero del seor de las tinieblas o de los infiernos, es decir, del prncipe de los demonios. Al menos eso es lo que yo he odo siempre, y por eso me causaban tanto repeluzno, al mismo tiempo que me atraan sin poderlo remediar, y la prueba es que all estaba yo embobado, perdido, fascinado por los giros quebrados y asesinos con nocturnidad de aquellos bichos horrendos, y era precisamente como si los murcilagos y su baile

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histrico y estrafalario estuviera puesto all para atraerme quin sabe hacia qu laberintos insospechados a travs de la persona del tal don Amadeo, al cual por lo visto tendra que visitar. Estaba yo dispuesto a entrar en contacto con aquella foca grasienta y ventruda de pasitos cortos, seguramente ingles herniadas y sexo abotargado?

Todo era neutro, ajeno, tupido, indiferente, todo era fantasmal en el umbral mismo del chal de don Amadeo por la parte de atrs, desde donde se vea claramente aquel smbolo en forja de hierro que coronaba el edificio y en el cual, por ms que me fijaba, no encontraba yo formas descifrables, aunque me pareca distinguir un corazn y una espada, pero, con todo, a veces hasta esta figuracin se me antojaba que desapareca o por lo menos se tornaba borrosa y confusa, quedando solamente una especie de escultura vanguardista y extraa a base de hierros retorcidos y enmaraados sin sentido alguno. Pensaba yo que eso del corazn y la espada era algo que se formaba en mi imaginacin, como cuando era nio y trataba de imaginar formas concretas en las manchas de humedad de la pared. El aire se inflamaba por momentos con los aleteos vibrantes de aquellas mariposas negras, enormes, oscilando en el espacio como garrapatas hinchadas, acaso de sangre, como descomunales ladillas ahtas de humores humanos, y me detuve pensando si esta visin no sera cosa ma particular, engendro de mi imaginacin camino de alguna alevosa enfermedad propia de intelectuales sin ideas y con mucho alcohol dentro. Comenc a sentirme inquieto, pues todo pareca, aparte el revuelo de los murcilagos en las alturas, como muerto o deshabitado, una soledad y un silencio espectrales; pero como si fuera una respuesta sbita a mi miedo, algo pareci moverse entre la floresta y al rato un ser humano avanzaba por un camino lateral, lo cual me tranquiliz en cierto modo, aunque por otra parte resultaba una figura un tanto fantasmal; por lo pronto avanzaba sobre la gravilla del camino sin producir el menor ruido; cuando estuvo ms cerca, vi que era una especie de guarda pues llevaba un uniforme azul con muchos dorados viejos, en realidad todo pareca viejo, el mismo uniforme era de un azul desvado, gastado, casi como si acabaran de recogerlo en algn cubo de basura, aunque pareca limpio; el hombre que lo llevaba era tambin viejo, canoso, pero con un rostro ms bien agradable, risueo, beatfico, y al acercrseme me dijo, con gran correccin, "buenas noches", y yo le contest "buenas noches", y como l hizo ademn de seguir sin ms su camino, yo pens que no debera perder la ocasin de entablar conversacin con l y tratar de comenzar as mis averiguaciones, de modo que, acercndome un poco, le pregunt: Ha visto usted la cantidad de murcilagos que se amontonan por aqu? A qu cree usted que es debido esto? Pero l, detenindose amable, mir hacia arriba, luego me mir a m, luego volvi a mirar arriba, y finalmente, como si no hubiera concedido importancia a mi pregunta, o como si yo estuviera loco, replic: Murcilagos? Se sacudi los pantalones con un gesto muy delicado, como si alguna mota inmunda o cagada de pjaro le hubiera cado encima, y sin perder la amabilidad pero impenetrable, llev su mano a la gorra en un saludo apenas breve y sali andando, en la misma direccin en que haba venido, con paso mesurado y lento, como si fuera un almirante jubilado, un almirante en dique seco, por supuesto, pero que no hubiera visto en su vida un murcilago, y quin sabe si lo que yo cre ser un guarda no sera un almirante, residente en la colonia, que haba salido a dar un paseo nocturno. En realidad,

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yo no me haba fijado mucho en sus dorados y no sabra decir si eran simples galones de guarda jurado o entorchados de alta graduacin. Lo que estaba claro era que no haba visto los murcilagos o no quera soltar prenda, y que me haba dejado igual que estaba, con las mismas dudas y las mismas aprensiones. A todo esto los murcilagos seguan all, vaya si seguan, y hasta comenzaron a descender en sus giros de modo que me circundaban, me acosaban, me obligaban a dar manotazos estpidos para apartarlos de m. Por qu estos sanguinarios, nochimuertos bichos, inciertos animalejos, slo aparecen cuando se ha ido la luz del da y slo se muestran cuando la oscuridad planta sus reales en la impvida soledad de la noche? Y por qu, me preguntaba, estaba yo all, metido en aquel berenjenal de siniestras membranas funerarias y repelentes? Ahora estaba claro que haban descendido a mi nivel y casi me envolvan en sus giros de tiralneas enloquecidos, flecos de la noche turbia, estrambticos y repulsivos, como si trataran intilmente de elevarse para volver a caer, como buscando sin encontrarlas las lbregas cornisas o los techos donde estuvieron colgados y a donde queran volver sin volver, entretejidos en el frentico y enrevesado trapecio de la cpula nocturna. Yo me tapaba la cabeza, temeroso de ver acercrseme sus dientecillos afilados o sus garras inmundas. La colonia poda llamarse en buena hora colonia de los Serafines, pero all ola a panza de burra hinchada, a peto de caballo desangrado en la plaza, a saco de hospital donde los fetos todava se mueven. All podran vivir residencialmente algunos magistrados que a lo mejor cenaban con el bonete calado, ingenieros jefes de empresas multinacionales o segursimos directores generales de grandes compaas de seguros, presidentes de consejos de administracin o tcnicos y supertcnicos muy cualificados de la poderosa administracin; all podran vivir refinadamente polticos de xito de esos que adems tienen a cubierto mediante fidelsimos testaferros grandes y sucios negocios; all podran disfrutar de la suma comodidad grandes artistas de esos que haban logrado traspasar la barrera del sonido de los xitos, y all seguramente encontraban su paz aqu en la tierra los eminentes prceres de los estamentos ms respetables de la sociedad, miembros seguramente de veinte cofradas, condecorados, honrados, respetados, prepotentes, como el tal don Amadeo, personajes que aparecen todos los das en la prensa o en televisin, que hacen declaraciones, que pontifican y juzgan y prejuzgan, (qu vergenza, tener que aparecer en esta servidumbre de la publicidad), y por ello buscan para purificarse de semejantes pecados el aislamiento, el silencio y la camndula de estas colonias fantasmales coronadas de murcilagos, atestadas de ratas en los stanos y de bhos en la arboleda.

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Tirando hacia el norte y antes de llegar al conglomerado proletario y las chabolas pintadas de azulete, estaba, como hemos dicho, la colonia de los Arcngeles, habitada principalmente por periodistas de la pluma, de la radio y de la todopoderosa televisin, y pensaba yo ahora en esta colonia y su ambiente tan distinto, como de la noche al da, al de la colonia de los Serafines. Todo lo que en sta era silencio, hermetismo, apartamiento y misterio, como un miedo a la contaminacin del resto de los mortales, en la zona del mundo de la comunicacin todo era fanfarria, pugna, carteles, disputas, vulgaridad presuntuosa, ruido y vanagloria. Eran evidentes en la colonia de los Arcngeles de la informacin el descuido, la improvisacin, las pequeas envidias y las grandes rencillas, la descomposicin del cuerpo social y la desintegracin del espritu a base de una forma rauda, despreocupada e intensa del vivir sobre la marcha y de correr tras de la noticia. La simetra de las tapias, el alineamiento abstruso de rboles y setos, la sinopsis igualitaria de las viviendas cuasi prefabricadas ya predisponan para la visin de los jardines, con papeles rotos por aqu y por all, pellejos de frutas, bolsas de plstico sobre el csped, excrementos de perro y hasta alguna compresa atrapada entre las ramas de los setos. Aqu s que haba farmacia, taberna, varias tabernas, pubs, estanco, quiosco de peridicos, varios quioscos, buzn para las cartas, clnica, varias clnicas, servicios mdicos con profusin; oh, Dios, cuntas deben de ser las necesidades y las debilidades de la gente de la prensa, no como en la colonia de los Serafines, donde toda necesidad, toda ancdota, pareca eliminada, toda vivencia apremiante suprimida, toda angustia apagada, y hasta cierto punto era lgico que los habitantes de esta colonia serfica estuvieran disfrutando seguramente un paraso anticipado, mientras los dems, y por supuesto los periodistas se vieran obligados, constreidos, atrapados por las necesidades perentorias de su condicin y de su profesin. Era como una frontera, era como otro mundo, era casi como lo que debe de ser pasar de la vida a la muerte, lo que en mi colonia era msica brotando de ventanas y terrazas, lo que eran voces, carcajadas, ruido de vasos y mquinas tragaperras, aqu era silencio espeso, misterio calculado, hasta el aire pareca espesarse, detenerse, cargarse de efluvios siniestros. Yo me acercaba despacio a la mansin de los murcilagos, aunque debera decir a la mansin de don Amadeo, irritante personaje que si bien se pareca a tantos otros que me haba encontrado en la vida, resuma en cierto modo a todos ellos, pero, entonces, yo me preguntaba por qu yo estaba all, y si bien no era capaz de responderme a m mismo de una manera clara, s tena la certeza de que era necesario que yo estuviera all, como si se me hubiera encomendado alguna misin, no sabra decirlo, acaso porque tena necesidad de hacer comprobaciones y llegar a la clarificacin total de este personaje al cual, por orden de un comisario arbitrario y raro, yo tendra que visitar, ms tarde o ms temprano. Pero a medida que me acercaba al chal comprobaba que todo estaba apagado, ni una luz ni un sntoma de movimiento en la casa, aunque esta comprobacin dur poco, porque al rato comenc a ver sombras que se acercaban, como siempre sin hacer ruido alguno, y slo cuando estuvieron ms cerca pude ver que eran coches, unos coches que se deslizaban como fantasmas metlicos, brillantes, coches grandes, ostentosos, ltimos modelos de grandes marcas, y todos se dirigan al chal de don Amadeo, con lo que pens que se trataba de alguna reunin importante, acaso alguna celebracin o recepcin para concurrencia selecta. Los coches se deslizaban despacio, solemnes y como si llevaran los motores apagados. Pareca el desfile funerario de un muerto ilustre camino del osario o del crematorio. Algunos coches llevaban las cortinillas echadas, de modo que no poda ver claramente que iba el viejo rechoncho, infantiloide, don Amadeo, acurrucado en el asiento como un mueco; pero mi sorpresa fue mayor cuando pude reconocer a la persona que conduca

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el coche y que era esa vieja rancia marquesa loca y alocada que tanto se haba distinguido en manifestaciones y sentadas contra la dictadura y que ahora decan que estaba hecha una reaccionaria, quizs porque para ella lo importante era ir contra corriente; en otro coche pude distinguir a un famoso siquiatra y millonario que se haba dedicado al espionaje durante la guerra civil y que ahora tena clnica de lujo por estas cercanas, clebre doctor y ms que por sus conocimientos de Freud, por sus siempre misteriosas relaciones con embajadas y asociaciones internacionales, y como de l se deca que su oficio principal era la intriga, pens que alguna intriga se cocera en la casa de don Amadeo. Yo me arrim al garito del transformador elctrico para no ser visto y desde all poda observar el desfile de los silenciosos y lujosos vehculos. El cuarto coche llevaba chfer de uniforme, con ojos achinados y pelo brillante, y cuya gorra se pareca a las de los marinos. De los coches comenzaron a salir personajes elegantes, muchos de ellos fondones y algunos ms que decrpitos, pero todos con aire respetable; al salir de los coches algunos formaron corrillo antes de entrar en una especie de crculo confidencial, y pude ver entonces que haba entre ellos ms de un militar, un clergyman y algn rubiales que pareca extranjero. A discreta distancia otro grupo lo formaban unos tipos ms bien fornidos, con todo el aire de ser guardaespaldas al mismo tiempo que confidentes. En el ltimo coche, que era como el ms lujoso de todos, uno de esos coches americanos largos como un barco, de color verde brillante que destacaba porque todos los dems eran negros, vena un personaje con toda seguridad extranjero y llevaba una abultada cartera colgando de la mano; con l sali otro caballero de grandes bigotes, con aire aristocrtico y llevando una capa, tanto que en un primer momento me pareci que era exactamente igual al retrato que haba en casa de mi padrino, que era caballero de la Orden de Calatrava pero que haba muerto haca bastantes aos. Al rato y como por ensalmo se encendieron las luces en el chal, estaba visto que iba a haber celebracin o reunin o cnclave, quin sabe qu clase de contubernio traa all a todos estos personajes que fueron entrando en la casa, todo sin hacer el menor alboroto y sin que se oyeran voces ni discusiones ni saludos. Quise acercarme a la casa para tratar de asomarme por alguna ventana y fisgar en torno a aquella extraa reunin, pero algunos chferes se haban quedado fuera y paseaban al lado de los coches. Di la vuelta al jardn hasta encontrarme frente a la otra fachada y por un amplio ventanal pude ver que ms que una reunin se trataba de una ceremonia extraa. En primer lugar, pareca que estaban en una capilla, ya que las paredes enmaderadas y las luces opacas, as como unos asientos en fila y en forma de reclinatorios, parecan indicar un lugar de oracin o de encuentro extrao. Todos los asistentes silenciosos miraban hacia el mismo lado, todos de pie, rgidos y atentos a alguien o a algo, aunque no se oan voces ni sonido alguno, y de vez en cuando hacan una profunda reverencia. Tambin vi que de vez en cuando se pasaban algo de mano en mano, aunque no pude ver de qu se trataba, era algo que reciban, lo miraban, lo besaban y lo pasaban al siguiente. No se trataba de ninguna ceremonia religiosa conocida por m sino de algo tan extrao que quise subirme a un rbol por ver si lograba una perspectiva ms favorable, pero en ese mismo momento, como si yo hubiera hecho algn ruido o como si hubieran adivinado mis pensamientos, uno de aquellos caballeros se mostr inquieto y se vino hacia el ventanal como para escrutar la oscuridad. Al rato, estaba a su lado la fofa mole de carne de don Amadeo, que tambin escudriaba el jardn a travs de los cristales. Yo sent que la sangre se me helaba en las venas, si me descubra no s lo que esta vez sera capaz de hacer don Amadeo a travs de su amigo el comisario, y muerto de miedo me qued pegado a un rbol, como si quisiera formar parte de su corteza, y de hecho me sent rbol o piedra o seto, sin pestaear y sin mover un msculo.

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Ellos estuvieron un buen rato mirando fijamente por la ventana, de vez en cuando cambiaban algunas palabras y hasta sealaban hacia donde yo estaba. Las sienes comenzaron a palpitarme y un sudor fro se apoder de m; si ahora sacaban a unos perros o guardianes o lo que fuera, me iba a ser difcil librarme; por lo pronto mi imaginacin maquinaba ya las explicaciones que dara: dira que estaba recogiendo impresiones para un libro de cuentos de terror y que los murcilagos eran mi tema. Afortunadamente, los dos hombres o las dos sombras, mejor dicho, se apartaron de la ventana, y yo aprovech para salir casi a la carrera, tropezando con las matas y los setos, y entonces me pareci que los murcilagos me seguan, los senta cerca, senta sus alientos inmundos sobre la nuca, sus garras a punto de caer sobre m. Por fin, me par en un puentecillo que separaba la colonia de los desmontes cercanos y una vez all tuve la sensacin extraa de haber estado antes en aquel mismo lugar, y no solamente haber estado all sino haber vivido exactamente, con los mismos pasos y las mismas sensaciones, aquel momento de angustia y miedo. No haba notado antes que hiciera viento, y sin embargo los setos, los rboles, todo a mi alrededor se mova lentamente, oscilaba, como movido por un viento blando y apestoso. Me tap la cara con las dos manos, me sub el cuello de la cazadora para taparme las orejas y el cuello, incluso en un momento dado me tap el sexo; ahora comprendo que era ridculo pero haba como una amenaza de mutilacin implcita en las sombras, algo inexplicable que me obligaba a mirar a todas partes como si fuera espiado, perseguido.

En cuanto pude reponerme, ech a andar todo lo despacio que exigan la situacin y la prudencia, pero mucho ms deprisa de lo que sera discreto. El caso es que estaba caminando en sentido opuesto a lo que era mi deseo y tard en darme cuenta de ello. Era como si hubiera perdido el sentido de la orientacin y hasta la voluntad; me daba igual hacia dnde caminar, el caso era salir de all, alejarme cuanto antes, y as me encontr rebasando la frontera de la colonia de los Serafines, por el lado de la Vaguada, un desmonte quebrado en cuyo fondo est la estacin del subterrneo y un lugar que llaman el Jardn de las Delicias, una serie de moteles y restaurantes donde se huele muy mal pero donde se fornica, por lo visto, a calzn quitado y a todas horas, seguramente es que el olor a cloaca despierta en el hombre todos los apetitos. Pasada la Vaguada me encontr caminando en direccin de las otras colonias, en algunas de las cuales jams haba estado, y no sabra decir cmo ahora me encontraba all. La primera que me top fue la colonia de los Tronos, donde dicen que viven los banqueros, grandes financieros y agentes de cambio y bolsa, gestores de finanzas y gentes de este mundo. Los chals eran suntuosos, como corresponde a una colonia donde corre el dinero, pero, qu digo, el dinero aqu precisamente ni corre ni se ve, el dinero contante y sonante, qu es eso de dinero contante y sonante?; el dinero es cosa de pobres, las monedas contadas en el bolsillo, los billetes sudados en el monedero mugriento, cosa de pobres, pero los ricos, de qu?, ellos no tocan el dinero, faltara ms, el dinero ensucia las manos, el dinero es otra cosa, el dinero para ellos es como el aire que respiran, est ah, no hay que contarlo, eso era cosa de los avaros de teatro, el dinero llega como las bocanadas del aire, como el sol que nos calienta, como la luz a las bombillas, pero tocar el dinero, puaf!, "pngamelo en la cuenta", "enveme la factura", "crguemelo al Banco", eso es el dinero para ellos, cuestin de palabras, cuestin de papeles, algo limpio, no como las monedas, que van de mano en mano y hasta son antihiginicas. Los chals, eso s, todos presentan un aspecto casi de cajas fuertes, grandes y fuertes cancelas con potentes candados, las ventanas tambin con rejas,

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algunas tapias advertan de defensas electrificadas, pero todo esto seguramente era por deformacin profesional y por influencia de los medios en que trabajan. Bordeando la colonia de los Tronos, que no era cosa de penetrar en un reino tan erizado de seguridades, llegu a la colonia de los ngeles Custodios, especie de castillo aparte en este callejero de las potestades, una colonia donde se vean centinelas en sombra, garitas amenazadoras, y de vez en cuando sonaba algn cornetn o tambin tambores, creo que los cornetines al amanecer y los tambores en la atardecida; pero aqu no slo residen generales, almirantes, lugartenientes o mariscales, sino que, por lo visto, aqu viven tambin ministros, senadores, diputados, subsecretarios y dems mandatarios del pas en pleno disfrute de poder, y por eso aqu el ambiente cambia completamente, las mansiones son un derroche de luz, reflectores, cascadas, piscinas iluminadas, grandes murales en mosaicos y esmaltes, farolas a todo gas, un mundo, en fin, lleno de luz y de felicidad, que de algn modo el Seor debe premiar a quienes administran las riquezas de los pobres, y lo que ms me sorprendi fue que a aquella hora estuvieran jugando al tenis en canchas bien iluminadas, con la piscina al lado para darse luego un chapuzn. En tumbonas de mimbre, otros charlaban en torno a la piscina con el vaso en la mano, a la luz de los farolillos de colores.

Segu andando; sin habrmelo propuesto, empujado no sabra decir por qu misteriosos motivos, estaba dando un enorme rodeo antes de tomar el camino de mi casa, caminaba ahora deprisa, hundiendo mis pies escandalosamente en la gravilla, hasta que llegu a la fuente del Pino, y a partir de este cruce comenzaba la selva ululante de las barriadas populares espesas, casitas en hilera y ventanucos cegados, a veces los edificios se prolongaban en series todas iguales, con terrazas corridas donde ondeaba la ropa tendida, a veces estas series eran interrumpidas por casitas, casi chabolas, que tenan una higuera en la puerta o alguna enredadera prendida de los destartalados balconcillos; aqu las callejas, casi caminos que suban y bajaban por las colinas, no tenan nombres trascendentales ni sublimes, aqu reinaba la naturaleza y los nombres eran bellos y hasta poticos, calle de las Adelfas, de la Madreselva, de la Aurora, y hasta haba una calle de las Ortigas, que seguramente obedeca al verdadero nombre de los matujos que crecan en las aceras desportilladas y embarradas. Pasada la hondonada, con su charca hedionda y sus montones de latas enrobinadas, plsticos prendidos en los arbustos y que hacan un ruido continuo y montono, como el de las perdices atrapadas, vena un cauce seco que en tiempos remotos debi de ser un fresco riachuelo y que ahora era vertedero, repleto de carbn quemado, bolsas con basuras, escombros de derribos, cagarrutas de ovejas y montones de frutas podridas; en medio de estos detritus crecan algunos lirios y otras flores silvestres. Al otro lado se acentuaba el mapa de la pobreza decente y agresiva, un casero bajo, hecho de chapas, tablas y tejas formando habitaciones de milagro y corralizas con gallineros guardados por perros olfateadores, caaverales entre el lodazal y rboles frutales con los troncos pintados de blanco, y las ratas, ratas enormes como zorras, y los perros que husmeaban entre las basuras, y arriba, indiferentes y lejanas, las estrellas, y yo pensaba en qu cerca y al mismo tiempo qu lejos quedaba todo este arrabal de establo y cabaa, de quincallera y parral, de gitanera y campamento, qu cerca y qu lejos de todo el trasunto de las colonias celestiales, que por mucho que quisieran aislarse no podan evitar que el puto arroyo llegara a lamer sus setos, sus murallas y sus verjas.

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En fin, que iba yo hacia mi casa, cansado y aturdido, ya que si no llego a casa cansado, bien rendido, no duermo ni dibujo, ni siquiera puedo pensar, y a veces ni siquiera ceno, porque la noche es mi techo y tengo que vivirla; de da no soy nadie, no soy nada, la luz me desintegra, me aturde, y lo nico que me gusta hacer de da es dormir, con gran escndalo de ta Catalina, "qu horas son stas"? "Si viviera tu madre!..", pero es que la vida del da no me interesa, se reduce a un ir y venir, al corre que te corre, de la casa a la oficina, de la oficina al bar o al restaurante, alguna vez al cine o a alguna cuchipanda, para volver a empezar al da siguiente, y as es como muchos se ven un da en posicin horizontal para siempre sin haberse enterado siquiera; la noche es la que guarda los secretos y comunica los silencios todos, y yo siento la necesidad de hacer comprobaciones, de penetrar los mundos adormecidos de la noche, y as iba yo casi tambalendome cuando de una de aquellas casitas, o de un corral abierto, salieron dos nios, aunque uno pareca nia por ms que fuera pelada como los nios de orfelinato, y se me pusieron delante como si fueran a pedirme una limosna, y ya estaba yo buscando por los bolsillos cuando, lo mismo que haban venido se fueron, sin decir palabra, sin pronunciar ningn sonido, como animalillos que se hubieran acercado a olfatearme; fue entonces, cuando, mientras yo me volva para ver por dnde se haban escabullido los dos zagales, sent que dos tipos morenos surgan de la sombra y se ponan a mi lado, uno de ellos como de cincuenta aos, pelo rizado y un poco canoso, y el otro un muchacho como de unos veinte y ambos se colocaron a mis costados, dejndome en medio, al mismo tiempo que el mayor me deca... Vamos, vamos, camine. Siga, venga... Hay momentos en la vida que parecen tan peligrosos que nuestros mecanismos de reaccin se inhiben y no somos capaces de responder a la situacin, ni de articular palabra, ni de tomar decisiones propias, y as me pas a m, en medio de aquellos dos gitanos, que no sent en mi interior sino un vaco total, como si fuera un mueco de trapo, y me dej conducir, como si nada estuviera ocurriendo, como si nada pudiera ocurrir, como si fuera la cosa ms natural del mundo que despus de estar a las mismas puertas de las colonias celestiales, a punto de coger un arpa, acabara uno recibiendo piojos en cualquier tugurio de mala muerte. No pens que quisieran atracarme porque en ese caso lo hubieran hecho desde el primer momento, de modo que los segu como un manso cordero, aunque en algn momento pens en echar a correr y escaparme, cosa que me hubiera sido difcil; con todo, viendo que me conducan hacia unos descampados, tuve valor para detenerme y preguntar: Adnde vamos, por favor? A lo cual, el mayor, cuyo pelo pareca chorrear grasa, me contest: No se preocupe, es un momento nada ms. Pero... es muy tarde y yo tengo que estar en casa. Un momento, nada ms. Sganos, sganos. Se agudiz mi sensibilidad, comenc a sentir verdadero miedo, miraba de reojo a todos lados, esperando que de un momento a otro surgira algo que pusiera fin a aquella absurda caminata; bamos como en procesin, como si yo fuera un detenido por dos policas muy especiales, y todo pudiera ser, ya que nada de lo que estaba sucediendo aquella noche tena sentido, y quin poda fiarse de las apariencias, sin duda eran policas y yo era un detenido, un vulgar delincuente, quin sabe de qu se me acusara, al fin ya la noche anterior se me haba detenido y, si he de decir verdad, esperaba haber sido detenido mucho antes. Pero todo cambi en un momento: aquellos hombres me conducan como por radar hacia una casita ms bien terrosa, del color del suelo, que tena en la puerta una bombilla colgada de un palo y que, por lo que pareca, estaba en ruinas. Nos fuimos

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acercando y vi que las paredes estaban apuntaladas con tablas cruzadas, las ventanas tapadas con chapas de cinc y el tejado pareca ser el techo viejo de un tranva. Alrededor se amontonaban electrodomsticos rotos, montones de chatarra, macetas rotas y latas vacas. Haba tambin un carro destartalado y un coche viejo, sin puertas y sin ruedas. Un perro ladr a lo lejos y unos nios corran entre la chatarra. Antes de entrar en la casucha intent zafarme de nuevo, diciendo: Tengo que irme, se me hace tarde. No le vamos a hacer nada malo dijo el mayor. No somos criminales dijo el joven. Pase, pase continu el mayor. Ya desde fuera pude distinguir en el interior de la cabaa las sombras de dos mujeres, una desgreada, que se llevaba las manos a la cabeza, dando gritos, la otra, ms vieja y parada, permaneca acurrucada en un rincn, pero tambin con cara de llanto. Pase, pase segua dicindome el hombre mayor. Al entrar pis unos azulejos sueltos, todos diferentes, y me encontr frente a una cortina roja que pareca de iglesia, con borlas y todo, que medio separaba un catre donde yaca tumbada pero retorcindose como aquejada de intensos dolores, que yo no saba si seran de parto o si simplemente se trataba de un ataque de epilepsia, una mujer joven que en seguida reconoc, pues era la misma gitanilla de la comisara, slo que ahora, con el dolor estaba desencajada, con manchas rojas por la cara, pero aun as resultaba hermosa. Uzt la ve, uzt la ve? me preguntaba el hombre mayor con ansiedad y como si yo tuviera el remedio para la preciosa gitanilla. Pero yo les dije: Yo no soy mdico, deben de haberme confundido. Tienen que buscar a un mdico. La gitanilla se tapaba la cara con las manos y comenz a dar saltos sobre su propia espalda y a retorcerse como una lombriz pisada, y entonces las dos mujeres viejas se echaron sobre ella y la sujetaban y le daban bofetadas en la cara. Hay que buscar un mdico segu diciendo yo. Pero las mujeres hacan gestos negativos con la cabeza y la enferma gritaba tambin "No, no, no!" y yo no saba a qu se refera, si a la idea de un mdico o a mi presencia all, que desde luego era inexplicable, porque yo no poda hacer nada, y mi situacin era de lo ms estpida, pero me estaba bien empleado por haber salido de noche a hacer comprobaciones sobre el chal de don Amadeo, aquel hombre que aguantaba sobre su techo el revuelo de los murcilagos, como si l mismo fuera el padre de aquellas cras infernales, y quizs del maleficio de los murcilagos me vena a m todo esto. La joven gitana daba saltos como una trucha sobre el jergn y todo pudiera dar a entender que iba a parir de un momento a otro, que las mujeres siempre paren cuando menos se lo esperan hasta ellas mismas, y a ver ahora si lo que me iba a tocar era actuar de comadrona; pero lo que ms confuso me tena era el comprobar que aquella gitana era la misma que me haba robado y devuelto la cartera en la comisara, aunque tambin pudiera ser que no lo fuera, porque a m todas las gitanas me parecen iguales, por ms que sta me haba llamado la atencin desde el primer momento por su belleza brava y dulce a la vez. Ella se revolva en la cama como el rabo de una culebra cuando le pisan la cabeza, y yo no poda mirarla sin sentir una gran aprensin y malestar, y me dediqu a mirar alrededor y entonces vi que detrs mismo del catre, por encima de los hierros y los palos de unas camas viejas se mova la cabeza de un burro que pareca ciego; tambin a los pies del catre, muy tranquilo, como si nada estuviera

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pasando all, se enroscaba un gatazo blanco, un gato enorme que tena algo de perro y de cordero, con un cabezn monstruoso, prpados rojos y uas rosadas. Los nios se acercaban a la cama cada vez que la gitanilla gritaba ms y ms, pero el gitano joven los echaba a la calle, mejor dicho, a la noche, porque all todo era calle y nada era calle, pero todo era noche negra y embrujada. Hace falta un mdico, un mdico, un mdico sera lo mejor insista yo, pero no me hacan caso. Al otro lado de la estancia haba una conejera separada por una red, y los conejos se metan entre las patas de una cabra que no se estaba quieta y que a m me pareca que cada vez que se mova levantaba el cieno hediondo del fondo de la conejera. Si quieren, yo mismo voy a buscar a un mdico... Pero nadie me escuchaba, todos entretenidos en sujetar a la enferma y ponerle paos de agua fra en la frente y arreglarle los refajos. Comenc a preguntarme qu haca yo all, aunque reconozco que uno siempre es llevado donde no quiere ir y aparece all donde le conducen fatales designios, o sin ir tan lejos simplemente eso que llamamos las circunstancias, los imponderables, presiones, condicionamientos, a menudo torpezas propias o propias desidias, curiosidades inconfesables, ambiciones larvadas, el caso es que casi siempre estamos donde no debiramos estar, y desafo a cualquiera que me asegure que est donde debe, o donde verdaderamente quiere estar, que la vida es un entramado tal de posibilidades, casualidades, esfuerzos, equivocaciones, xitos y fracasos, que a m que me digan que alguien verdaderamente domina sus actos, controla su situacin y hace lo que le da la real gana, que todo est de tal manera velado por frustraciones y espejismos que ms de uno estar tan contento con lo que hace cuando lo que hace es mierda y nada ms que mierda, que por lo que a m respecta no me llamo a engao y no era sta ni mucho menos la primera vez que me preguntaba por qu estaba all y qu haca all, que muchas otras veces me lo haba preguntado en lugares nada srdidos sino deslumbrantes o acogedores y confortables; a m que no me digan, por ejemplo, que don Amadeo, ese saco de inmundeces, est bien en su sitio y est donde debe estar, que a lo mejor hasta se cree que est haciendo algo por la humanidad, como tantos otros, cuando lo nico que hace es empudrecer el aire que respira y que respiramos todos, llenarlo todo de murcilagos y, siempre que puede, tocar las nalgas a los muchachitos que se ponen a tiro; no es que yo sea fatalista, pero lo cierto es que senta cierta resignacin all en el cuchitril de los gitanos, como si fuera natural todo, porque en realidad lo que no espero nunca son peras del olmo y menos del olmo seco, y por eso quizs tengo esa forma indecisa de vivir, esa permanente dubitacin esencial, esa constante tendencia a la interrogacin, que prefiero esto a la seguridad de los memos que se creen que pueden alcanzar el cielo con las manos y que estn tan contentos sobre la bazofia de sus vidas, y por todo esto seguramente dicen que mis dibujos son pesimistas, y a lo mejor tambin son cobardes, porque, aunque son pesimistas, y a lo mejor tambin son cobardes, porque, aunque me duela confesarlo, un cierto tipo de cobarda paraliza muchas veces mis mejores impulsos, incluso cuando no hay peligro por delante, pero tampoco me avergenzo de ello, porque ya se sabe que la valenta y el arrojo son el desquite de los tontos, que hasta ahora no he sabido de nadie que teniendo talento haya sido un valiente, y al diablo los valientes, que los hacen hroes y los ponen sobre un pedestal, bueno, pues me cago en los pedestales, y esto lo entienden muy bien los perros, que siempre se mean en los pedestales y se quedan tan anchos; yo siempre he tenido la idea de que vivimos usurpando algo de alguien y por eso prefiero no investigar demasiado, porque uno no sabe nunca lo que puede encontrarse debajo de esa imagen que nos hemos hecho o nos han hecho los dems, que lo nico que s es que cada vez que he intentado

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identificarme de verdad me he encontrado con que tena que saltar sobre el dolor de alguien, de otros, y eso me saca de quicio, y por eso prefiero dedicarme a otra cosa, mariposa, que esos que estn tan seguros de su imagen y de su honestidad, estn seguramente metidos en la mierda hasta el cogote. La verdad sea dicha, que yo tena menos miedo entre aquellos gitanos que seguramente llevaban la faca en la cintura que al pie del chal de don Amadeo coronado de murcilagos, y tambin quizs era porque haba heredado de mi madre cierto respeto por los gitanos, "que tambin son hijos de Dios", deca ella. En fin, que estaba yo all casi tranquilo, esperando en qu paraba aquello, cuando vi que la vieja gitana revolva debajo del jergn de la enferma y pude ver que all se escondan cosas que relucan, como si fueran de oro o por lo menos de bronce. La gitana tena aquello muy bien tapado, y como si se diera cuenta de que yo estaba all por primera vez, me trajo una sillita de enea, con el asiento roto, para que me sentara. "Pues esto va para largo", pensaba yo, pero me sent para no ser descorts. No volv a hablar del mdico, porque estaba visto que no tena ningn xito, y al rato el gitano mayor vino a mi lado y me dijo casi al odo: Usted puede curarla. Yo? Si ya le he dicho que no soy mdico. Ella le dir, ella le dir. Al hablar de ella, no se refera a la enferma, sino a la gitana mayor y robusta, con el pelo ensortijado y brillante hasta por encima de los ojos y de las orejas, buena inspiracin, pensaba yo, para ese pintor de gitanas que ha llegado hasta los billetes, no s ahora mismo si son de cien o de quinientas o de mil, que en esto se puede ver la poca atencin que yo presto a los billetes, que me lo dice ta Catalina, "tiras el dinero", "algn da te har falta", y quizs tiene razn, pero yo estaba all esperando en qu paraban los saltos y los retortijones de la gitanilla guapa, que a m me estaba poniendo hasta cachondo, como cuando era yo jovencito y mi ta Catalina, mientras mi madre estaba en misa, me mandaba matar palomas ahogndolas en un cubo de agua. Y nadie sabe lo que eso es, meter la cabeza de la paloma en el agua, y el movimiento, el estremecimiento, las sacudidas, los estertores tan ardientemente voluptuosos que la pobre desarrolla hasta quedar sin vida y sin movimiento, y entonces se me quedaba en las manos atrozmente quieta, atrozmente blanda; pero la gitanilla del catre no pareca que fuera a irse de este mundo, tal era la energa que mostraba en sus saltos y retorcimientos, pero yo peda en mi interior que no se muriera, no te mueras, gitanilla, porque me recordaba las palomas y me haca sentirme terriblemente culpable. En un momento dado, la joven gitanilla se qued como exhausta, tendida, sin moverse, y entonces la gitana mayor, como si tuviera que aprovechar aquel momento de descanso para hacer algo muy urgente, nos ech a todos fuera de la chabola, gritando, "afuera", "afuera", y cogi mi sillita y me la puso en la puerta, casi bajo la bombilla que colgaba de un palo. Desde all, a lo lejos, la ciudad era como el rescoldo de una inmensa hoguera invisible, los dos gitanos se haban sentado en el suelo, frente a m, aquello pareca el prembulo de alguna ceremonia de brujera, pues de otra cosa no poda ser, y yo segua preguntndome qu haca yo all, resignado a contemplar cmo los algodones de las nubes limpiaban las pupilas ciegas de la luna, y en cierto modo mi preocupacin era de ritmo tranquilo, me tomaba el pulso y nada denotaba la menor excitacin alarmante, y si bien me daba cuenta de que sera incapaz de emprender cualquier movimiento peligroso, por ejemplo, intentar escaparme, esta misma indecisin me produca cierto insensato placer, una especie de complacencia en la irresolucin y en la capacidad de esperar, acaso por pura curiosidad, porque todo suceda fuera de la lgica ms elemental, y menos lgico pareca que de nuevo empezaran los ayes de dolor de la

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gitanilla, otra vez los saltos y los retortijones, que a m me parecieron ahora totalmente falsos, acaso una comedia ms, como falso me pareca el resplandor de la ciudad a lo lejos, la urbe tan increblemente remota y tan cercana, tan lejana y tan prxima a la vez, algo que poda contemplar tan ajeno a m mismo, tan fuera de m que me pareca como si estuviera contemplando una ciudad extraa y desconocida, como cuando uno se baja del avin en una ciudad nueva, nunca vista ni siquiera en postales, y tuve entonces la sensacin vivsima de ser viajero en un mundo ajeno, indiferente, desconocido; siempre he sido un hombre perplejo al que las cosas inslitas tienden a producirle desdoblamiento y confusin, pero acaso nunca me haba sentido tan desconcertado, porque es cierto que siempre sucede lo que tiene que suceder y todo lo que es acaece por lo que ya no es, y todo lo que ahora mismo est pasando, incluso mientras escribo estas minucias, en cierto modo ya pas, y hay gente que se consuela pensando que el ayer es un sueo y ni siquiera sueo es, y lo que ahora vivo es parte de la nada de lo que he dejado de vivir sin recuperacin posible, que nada se recompone en la existencia, y slo queda el humillo flotante del recuerdo, ese recuerdo que es humo inaprensible y que como humo se esfuma en la bveda del cielo, y hasta podra decirse que ni siquiera el nacer es comienzo de nada, o es tan slo el comienzo de esa nada que tendr su final en el morir; pero tampoco es eso, porque, si no hubo un principio no puede haber un final, porque ese final sin final y sin comienzo del morir tambin es nada o parte de la nada, o humo de la nada, o pesadilla de una imaginacin gigante que nos suea a todos en esta mezcla de paraso y de infierno, y por eso y por todo tengo para m que el nico gesto posible es el de esperar, y si esto me califica de inhibicin o cobarda, all ellos; algo iba a pasar, algo tena que pasar despus de esta espera pasiva, y hasta presenta que si aquella gitana era la misma que me haba encontrado en la misteriosa comisara, algo tena que haber que me ligaba a ella de alguna manera, algo que no poda precisar de qu tipo, pero ya era bastante extrao que ambos nos hubiramos vuelto a encontrar en esta noche en que hasta los perros haban dejado de ladrar como si les hubieran metido una bola de estopa o de lana en la garganta, y los nios haban dejado de moverse, quizs ya dormidos entre algn revoltijo de trapos y arpilleras; los dos gitanos se levantaron y se fueron a atender al burro y se removan al fondo entre el gallinero y la conejera. Entonces yo me levant tambin y entr en la cabaa, pareca que estuviera en mi propia casa y yo me asombraba de la naturalidad con que tomaba la situacin; al entrar me encontr con la mirada de carbn piedra de la gitana de los rizos grasientos, y pareca que me iba a hablar cuando de pronto la enferma, lanzando un gran chillido, comenz a gritar, "una rata", "una rata", y levant sus faldas dejando al aire, como un murcilago aplastado, el negro, negrsimo sexo, que se ofreci al descuido como un murcilago sacrificado, flor estrujada, pjaro sin po manchado de luto, que aunque pudiera parecer muerto bien poda ser el fondo oscuro de un ardiente volcn; pero todo fue raudo, manchn fugaz, tinta corrida en un momento, pluma negra al aire. La vieja acudi a bajarle los refajos, que eran varios, y me acerqu y le dije: Tengo que irme. Ya debera estar en casa y mir el reloj significativamente. Claro que s, hermoso, claro que s. Ahora mismo te irs... en cuanto hagamos el trato. Un trato? Claro que s, hermoso. T has sido elegido, t ests aqu para algo. Por ti ella sanar. Cada vez lo entenda menos, pero pareca que iba a poder irme y esto era lo importante. Pregunt: Qu tengo que hacer yo? T has sido elegido. T tendrs mucha suerte. Pero antes tienes que

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comprender. T saldrs ganando, t saldrs ganando mucho, porque te ha tocado a ti esta suerte, un tesoro, un verdadero tesoro. La vieja segua hablando y mirndome fijamente, las palabras las pronunciaba casi sin abrir la boca, y salan prietas, duras, cortantes. Ahora s que me impacientaba y le pregunt de nuevo: Qu tengo que hacer yo? Qu puedo hacer? Lo has de comprender, hermoso. T has llegado hasta aqu y ests aqu para algo. T tendrs el tesoro, el gran tesoro... Pero... insinu una rplica. Quera saber de una vez cul iba a ser mi papel en este asunto, pero no me dej continuar y casi me puso su mano sarmentosa en la boca. T lo comprenders enseguida, pero t no has de mirar hacia atrs, t no has de pararte en el camino, hasta llegar a tu casa, all comprenders que has sido afortunado, muy afortunado, y ella se curar. Me cogi las manos con las suyas, amarillas y rugosas, me las tena apretadas y me miraba fijamente como si quisiera hipnotizarme, y sigui: T eres bueno, t has sido elegido. T tendrs lo tuyo, pero a cambio, tienes que comprender, a cambio una ayudita... Qu puedo hacer yo? tonto de m, segua sin comprender. Puesto que el ngel te ha puesto en este camino, en nuestro camino, en el camino de ella, pues una ayudita... Qu ayudita puedo hacer yo? Hermoso, t eres bueno, un ngel te ha trado aqu esta noche. Tienes que comprenderlo: ese reloj mismo que llevas, y esa sortija... No es capricho, es necesidad. Pero t tendrs lo tuyo. Al recalcar lo tuyo comenc a percibir un aire de misterio, cierto enigma que estaba en el fondo de la mirada oscura de la vieja. De todos modos me alegr de que el asalto proviniera de la gitana y no de ellos, que entretanto, como si estuviera convenido, andaban por el fondo de la choza, murmurando no saba qu cosas ni si sus cuchicheos tendran algo que ver con el negocio que la vieja se traa conmigo. Con tal de poder salir de all, comenc a quitarme el reloj y la sortija, y la gitana sonrea complacida y diablica. Le tend las dos cosas, pero ella sigui con la mano tendida: Algo ms, hermoso? y miraba hacia las entretelas de la cazadora, donde se supone que uno lleva la cartera. Lo dijo claramente: Como es de ley, me dars todo lo que lleves. Es una necesidad, habrs hecho una buena obra, hermoso. Adems, tendrs lo tuyo, tendrs lo tuyo. La gitanilla enferma pareca haberse calmado, quizs estaba todo preparado, y yo saqu mi cartera dispuesto a que no hubiera la menor discusin. Separ los billetes uno a uno y se los di. Ella los bes y me dedic una sonrisa de dientes blancos que brillaron en su rostro oscuro y curtido. T eres bueno, y ahora, para que veas que somos de ley, t tendrs lo tuyo, algo que no es nuestro, que es ms tuyo que nuestro, te pertenece, porque has sido elegido... Ven. Me agarr de la manga y me llev casi arrastrando hasta el fondo de la chabola, descorri unas cortinas en las que no me haba fijado antes y apareci un cobertizo donde se removi una cerda negra y enorme, con ojos como de persona, cuya mirada tard mucho tiempo en olvidar, que hasta me despertaba por las noches con los ojos de aquella cerda mirndome fijamente y al mismo tiempo dulcemente. La vieja gitana se agach en un rincn del cobertizo y vino con un saco de

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plstico atado con unas cintas rojas y me lo puso en las manos, diciendo: Esto te pertenece. Es tuyo, t has pagado y es tuyo. Intent resistirme, no saba lo que contena aquel saco y no estaba dispuesto a tomarlo, pero ella insisti: Es tuyo, es tuyo, y nosotros no queremos saber nada de esto. Tmalo, tienes que tomarlo. Y ladeando la cabeza, como zalamera, continu: Ella se curar, y t eres bueno. Segua yo sin entender nada y, por supuesto, no estaba dispuesto a recibir el saco sin saber lo que contena. Pero la gitana se pona seria, me puso el saco en las manos a la fuerza, me dio un empujn y me fue llevando hasta la puerta de la chabola. Los dos gitanos estaban ahora pendientes de nosotros, como si fueran a intervenir si fuese necesario. Comprend que no tena escapatoria, tom el saco y sal. La vieja me acompa hasta la puerta y me advirti: Es tuyo, tuyo, y nosotros no sabemos nada, no sabemos nada. Pero has de llevarlo hasta tu casa sin parar, sin mirarlo, porque si lo miras, caer sobre ti la maldicin. Sus ltimas palabras sonaron agoreras, profundas, tremendas. Con el saco colgando, me puse a caminar cada vez ms deprisa, lo nico prctico era huir, huir cuanto antes y para nada se me ocurri pensar en lo que poda haber dentro del saco. Caminaba como embrujado, como un autmata y dira que el camino se me hizo corto, pues al rato me volv y no haba ya ni rastro de la chabola ni de su bombilla colgada de un palo. Quizs la haban apagado. La bolsa pesaba bastante y algo sonaba dentro como si fuera una cacerola, una sopera o cualquier cacharro estpido, y yo llevaba el saco con mucho cuidado como si, efectivamente, fuera un tesoro, como haba dicho la vieja. Hubo un momento en que pens que con tirarlo al borde del camino, ahora que la gitana ya no poda verme, me quedaba libre de aquella horrible sensacin de verme convertido en mercachifle de ocasin, mercachifle a la fuerza, sa es la verdad, pero no caba duda de que yo haba comprado aquello, lo que fuera, es decir, haba sido engaado como un chino, con toda seguridad, pero ni por un momento se me ocurri detenerme y ver el contenido del saco; tampoco me atrev a dejarlo tirado en los desmontes, tena como un miedo a la maldicin de la vieja gitana, y segu caminando a grandes zancadas, casi corriendo. Hubo incluso un momento en que me pareci que alguien me segua, me detuve y me volv, escuch sin respirar el latido de la noche, nada, el silencio y la soledad eran totales, no me segua nadie, pero la soledad me sobrecoga, quise caminar casi a la carrera y me ahogaba, como si me faltaran aliento y fuerzas, adems el camino estaba lleno de barro y meta los pies en los pocos charcos que haba, al rato tena grandes pelotones de barro y quizs incluso de excrementos de animales pegados en el fondo de los zapatos y me pesaban. No quera acercarme a la colonia de los Serafines y sin embargo la tena siempre a mi lado o enfrente, con sus setos malsanos, sus focos fros, metlicos, tristsimos. Quise dar un rodeo, y cada vez estaba ms embarullado, el lugar me resultaba desconocido, pero la colonia de los Serafines la tena siempre a mi costado, sin poderlo remediar, quizs estaba dando vueltas sin saberlo, quizs la colonia se haba convertido en una especie de pulpo o ameba y se extenda en todas direcciones y por todas partes, como una mancha de aceite sobre el agua. Crea volverme loco, estaba extenuado. Haba un fulgor neblinoso que multiplicaba las sombras y haca ms irreal todo el entorno. Yo caminaba sobre el barrizal pantanoso o un estercolero putrefacto, los pies se me hundan y cada vez se hacan ms pesados. A ratos corra, a ratos me paraba tratando de orientarme, pero la colonia de los Serafines estaba siempre

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a mi lado, como si su espacio fuera interminable, infinito, o como si yo caminase sin avanzar, y esto era lo que ms me preocupaba. De vez en cuando lo que haba dentro del saco, lo que fuera, sonaba como algo metlico, pero ni se me ocurra mirar de qu se trataba, ni siquiera me atreva a palparlo. Estaba, por supuesto, lejos de los desmontes, las chabolas y los montones de chatarra, estaba como amarrado, igual que el burro a la noria, a aquella colonia, jardn de las delicias de los potentados, los pudientes, los poderosos de la tierra, los notables, lo notorios, los herldicos, los condecorados, los gloriosos, los ilustres, los famosos, los bien forrados, los superhorteras, mientras yo pisaba el barrizal adjunto; no se vean luces, y si se vea alguna, era suave, mortecina, para no turbar el sueo de los edificantes, ejemplares, apocalpticos prohombres de la capital, seguramente todos ellos salvadores del reino, redentores del pas, benefactores de la sociedad, arregladores de las vidas ajenas, protectores de los humildes y defensores de las instituciones; en cuanto a m, me estaba bien empleado rebozarme en el lodazal, acaso un castigo por haber intentado turbar la paz del nclito don Amadeo, sin duda patrn y modelo de todos los babosos, perversos, traidores, bastardos, abusadores, cerdos, arreglamatrimonios, disuelvematrimonios, vendepatrias, pendejos, habitantes del selecto, pacfico, impoluto, recoleto, celestial paraso en que vivan, en que jodan, se masturbaban y rezaban estos serficos seres de la colonia de los Serafines, nombre simblico, adecuado, apropiado, felicsimo nombre, maldito nombre, y empec a cagarme en la colonia y sus habitantes, mientras a grandes zancadas intentaba alejarme de ella sin conseguirlo. Era como una maldicin, acaso la gitana?..., que me mantena pegado a las tapias, los setos, los jardines solitarios, los murcilagos zigzagueantes, caminando sin avanzar en este amanecer incierto, arrastrando mi saco con un cencerro mgico dentro, regalado a cambio de mis billetes por una gitana loca y agorera.

Qu haba ido yo buscando all? Qu misterio me arrastraba todas las noches desde haca algn tiempo, hacia el siniestro chal de los murcilagos? Tena que haberme quedado dibujando, pero ltimamente nada me sala de la pluma, nada que valiera la pena, era como si otro llevara mi mano, me sentaba delante de la mesa, y hasta la luz del flexo me molestaba, y por ms que lo haca girar y cambiar de direccin, acababa por apagarlo; comenzaba a dibujar como un autmata, para acabar rompiendo el papel vegetal y lo haca hasta con el gozo de escuchar el ruido, ese ruido tan especial y tan precioso que hace el papel vegetal al ser rasgado. Slo sentarme a la mesa para dibujar me causaba casi un espanto indefinible, algo como el temor de lo que pudiera salir de mi pluma, como si algo pudiera salir que yo no hubiera querido dibujar. Comenz a lloviznar levemente, aunque probablemente no era lluvia, quiero decir una lluvia normal, sino un agua purificadora, dulce, que bajaba en silenciosas gotas desde la frente a la boca, de los labios a las manos como un bautismo de serenidad, y sent que poco a poco me serenaba, me tranquilizaba, al mismo tiempo que un amanecer plido, como si el cielo se hubiera vuelto de porcelana, haca todas las cosas menos siniestras, ms gozosas, ms inocentes. Slo entonces me vi claramente en el camino de casa, y comenc a caminar deprisa con el ansia de llegar cuanto antes, pero una cosa me preocupaba ahora, y era el encuentro con ta Catalina, que era capaz de esperarme despierta, y no era precisamente una cantamusa, sino una celadora pitonisa, vigilanta implacable que yo haba recibido en herencia cuando todos faltaron, y que me cuidaba con horripilante celo y que nunca se dorma mientras yo no llegaba y quizs esto me haca llegar ms tarde, que ya no s si sus sermones o sus quejas o sus lamentos

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entrecortados me resultaban intolerables o me fascinaban, como los murcilagos del chal de don Amadeo. La niebla se fue haciendo nacarada, las piedras comenzaban a ser piedras y los postes de la luz eran postes de la luz, las luces elctricas de la urbe se iban quedando inermes sobre la llanura de los tejados y yo pens que acaso era la hora ideal para acariciar morosamente la carne tibia de una mujer, pero a m slo me esperaba ta Catalina, como un zorzal al que se le han cado las plumas, como una gata a la que acaban de robar las cras. En todo caso, era mejor as. Al acercarme a la esquina de mi casa, todava tuve un encuentro grotesco: un hombre altsimo, con una gabardina blanca y sombrero negro, fumaba como impaciente, mirando a todas partes. Yo iba tan aturdido, con mi saco colgando, que casi me tropiezo con l y tuve que pararme en seco. l, muy correcto, se llev la mano al sombrero y me dijo: Buenas noches. Buenas noches le contest de mala gana. Pero l sigui, como si me estuviera diciendo algo muy confidencial: Sabra usted decirme...? Sabe? Busco una casa de estas, donde una mujer ha tenido un nio muerto. No, no, yo no s nada balbuce aturdido, y casi me met corriendo en el portal. Como es lgico, yo no saba nada de tal cosa, y por supuesto no sera a ta Catalina a quien buscaba el hombre altsimo, porque ta Catalina no haba tenido un hijo ni en sueos, probablemente, aunque de haberlo tenido, creo yo, habra nacido muerto, muerto como un mochuelito de ojillos grises, redondos y apagados. Entr despacito, con la intencin de burlar el odo alerta de ta Catalina, pero, oh milagro, ta Catalina no estaba ni dormida ni despierta, ni viva ni muerta, seguramente se haba ido a misa, cada da iba ms temprano y acabara durmiendo en la parroquia, pero a m me vino de perlas, pues no slo me evitaba su letana de recriminaciones, "qu horas son estas", "si viviera tu madre", etc., sino que me sera ms fcil desenvolverme con el saco del gafismo, mirar por fin su contenido y ver qu haca con l, y as, con todo cuidado, empec a destapar el saco y ya iba a meter la mano dentro cuando apareci ta Catalina, y menos mal que pude or la puerta de la entrada y met el saco debajo de la cama, al lado del perico, porque yo, aunque sea un humorista de la nueva ola, como me dicen, uso orinal, y es que no s si es porque bebo bastante o porque no retengo bien, el caso es que tengo que orinar dos o tres veces en la noche.

Efectivamente, ya tena a ta Catalina en la puerta de la habitacin, porque ella se desliza como las alas de los ngeles, sin peso y sin ruido, y se pasa de habitacin a habitacin como si traspasara las paredes; al asomarse y verme en pijama, ella, que es pudorosa como una violeta solitaria en una colina griega, se fue rezongando: Conque, acabas de llegar, eh? Pero yo saba que la cosa no acabara as, sino que ella volvera con el pretexto de preguntarme si quera algo, porque, eso s, a la pobre no se le podan negar sus condiciones de bondadosa infeliz y sacrificada, lo que no quera era que una vez ms me mentase a mi madre, porque ella, aunque tan borrega y tan sin parir, siempre estaba hablando de hijos y de madres, ella que no funcionaba ms que por pedos, suaves pedos entre la mstica agustiniana y el sopor del licor carmelitano, y yo saba que ella volvera y por eso no me atreva a sacar el envoltorio de debajo de la cama. Al rato, estaba all

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otra vez en la puerta de la habitacin, pero vena suave, comprensiva, enternecida. Esto no es vida, reconcelo, esto no es vida. No, ta, no, pero esto va a cambiar. Ya vers. Si tu madre levantara la cabeza... Vaya, ya estamos. Te tengo dicho que no me hables de mi madre. Ella te habla por m. Que no la nombres, por favor. Tu madre fue una santa. Ya lo s, ya lo s. No me lo repitas. Y estoy segura de qu si algn da buscaras sus huesos no los encontraras. Calla! A ella los gusanos no la han tocado. Te quieres callar de una vez? Pero cuando se empieza mal... Cllate ya, te digo. S, ya me callo, ya me callo... Y se fue por el pasillo, murmurando, quizs rezando, y comenzaron los ruidos de la casa: cerrar de puertas, abrir de grifos, subidas de persianas, la cisterna del retrete, los grifos del agua, toda una sinfona de malditos ruidos cotidianos, rutinarios, torturantes, y todo mezclado con jaculatorias, suspiros, quejas, "ay, seor". "Qu vida esta, qu vida esta."

Poco a poco ella se fue yendo, como si se alejara por un largo camino, como el hilo de la caa de pescar se va con la corriente del agua, como el agua jabonosa se va por el desage de la baera, como los candorosos mocos de los nios se pasan de las narices a la boca, pero no haba que confiarse, haba que dar tiempo al tiempo antes de registrar el saco, haba que esperar quizs a que ta Catalina se fuese a la compra, o se quedara amodorrada como una ensaimada en un tazn de leche. No poda dormirme, al menos no poda hacerlo sin haber visto el contenido del saco. Y me puse a repasar los dibujos empezados; me di cuenta de que desde haca algn tiempo mis dibujos eran un tanto extraos, extraos al menos para m, sin que expresamente dibujara murcilagos, en todos los bocetos y los garabatos haba garras, cabezas monstruosas, manchas oscuras de formas inquietantes, extraos insectos y parsitos raros y enormes pegados al sexo de los desnudos, tambin aparecan cuevas, osarios, y la cosa ms rara del mundo, haba tambin un dibujo de una extraa escultura de hierro forjado que reproduca exactamente, en toda su incgnita, la figura que coronaba el chal de don Amadeo, sin embargo yo no recordaba haber dibujado aquello; estaba tambin, sin que pudiera explicarlo, aquella cabeza de mujer pegada a la ventana, perfil de esfinge dolorida, cabellos erizados, sombras oscuras en torno a los ojos de mirada fija, como si mirara desde el vaco de su silencio, desde la nada de su propia sombra; ahora recordaba que en los ltimos das haba estado rompiendo dibujos porque ninguno me gustaba, mir en la papelera, y efectivamente all estaban los trozos de papel rasgados, algunos hechos pedacitos pequeos, otros rasgados solamente en dos trozos o en cuatro, comenc a recogerlos y a descifrarlos, ya que me eran completamente desconocidos, y los fui recomponiendo, uniendo los pedazos, y todo era nuevo para m, como si los hubiera dibujado otro, pero en casi todos estaba aquella mujer, mejor dicho, aquella cabeza de mujer, vago rostro detrs de los cristales que eran cadena y crcel, fragua apagada y sepulcro abandonado, y yo mismo me admiraba de la maestra con que estaba lograda la

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cabeza como dibujada en cal y plomo, como surgida del mundo de la sombra y la arena, una cabeza y un rostro que recordaban el mrmol y la cera, la piedra y la ceniza, la carne consumida y conservada de una momia; ms que una presencia, en fin, apareca dibujada una ausencia, una obsesin, una visin perfecta de la ms acerada tristeza que el carbn y la tinta hacan agresiva y maldita. Aquellos dibujos eran buensimos, quizs no eran mos, pero entonces, de quin?, y si eran mos, por qu los haba roto? Sin duda haba sufrido un ataque de amnesia, pues no recordaba en absoluto haberlos dibujado, pero all estaban; adems, si hubiera sufrido de amnesia no recordara tampoco otras cosas, no sabra quin era ta Catalina, ni el redactor jefe, ni el director de mi peridico, ni mis compaeros, y en cambio los recordaba a todos, con sus nombres y sus efigies, con sus rostros y sus manas. Junt todos los dibujos, los rotos y los enteros, y los fui haciendo pedacitos diminutos, los rompa metdicamente, cuidando de que no quedara nada reconocible en cada pedacito, slo rayas, manchas, puntos. Lo tir todo a la papelera y entonces me acord del saco. Me acerqu despacito a la puerta del pasillo, casi sin respirar, intentando vigilar a ta Catalina, pero ahora s que no estaba la vigilanta de mis das y de mis noches, el alma en pena de mi albedro, haba salido seguramente a la compra o a la farmacia, quin sabe, pero el caso es que recorr la casa y no estaba. Entonces me fui derecho al saco no sin antes echar el pestillo a la puerta y cerrar la persiana, como si fuera a hacer algo prohibido, y en cierto modo no saba ni lo que iba a hacer ni lo que me iba a encontrar. Tir del saco y solt la cuerda que lo ataba y al suelo cay con un tintineo que reson en la habitacin un copn plateado de iglesia, cuya tapa, con su crucecita en lo alto, rod por el piso hasta que lo atrap con la mano, asustado por el ruido, y al suelo cayeron tambin unas hostias sueltas como papelillos de seda rayados y sin peso; un sudor fro, un temblor febril se apoder de m. Tena perfecto conocimiento de lo que era aquello desde la infancia, desde mi primera comunin y otras comuniones en el colegio, y todo lo del altar lo haba visto siempre ms bien de lejos, con ms temor que reverencia, y por supuesto haca mucho tiempo que no tena yo relacin con la iglesia ni sus ritos. Me qued paralizado, no me atreva ni a tomar el vaso sagrado ni mucho menos la siembra de las blancas hostias esparcidas en crculo sobre la alfombrilla. Estaba aterrorizado, sin saber qu hacer, pasmado de la incongruencia, del disparate, del terror ms que de la cosa en s, que yo no la haba buscado, yo no la haba robado, tampoco la haba comprado aunque hubiera pagado por aquello ms de veinte mil pesetas, pero yo no saba lo que compraba, lo que tomaba, lo que reciba, maldita gitana, que buena me la habas hecho, ahora empezaba a comprender algo, ahora vea que yo haba sido tomado como el gran inocente, el gran pardillo a quien se carga con una culpa ajena, y empec a gritar "soy inocente", "soy inocente", "soy inocente", y me llevaba las manos a la cabeza sin atreverme a tocar nada de aquello, y cada vez gritaba ms, pero enseguida o que ta Catalina meta la llave en la cerradura y que estaba de regreso con sus ayes sempiternos y su jadeo sibilante, y comprend que no tena ms remedio que actuar, recog del suelo primero el copn y con mucho cuidado, como quien recoge los trocitos de un viejo florero roto, fui metiendo dentro las hostias, una por una, y luego la tapa, busqu un peridico y lo envolv muy bien en papeles antes de meterlo en el saco y luego puse el envoltorio en el armario, pero para disimularlo mejor lo met todo en la bolsa de deportes, donde el chndal, los calcetines y las Adidas formaban una pelota. Cerr la bolsa y me tumb en la cama rendido. Maldeca a la gitana y pensaba qu iba a hacer yo con todo aquello. Tendra que deshacerme de ello cuanto antes, pues ta Catalina de vez en cuando ordenaba mi armario y lo remova y lo arreglaba todo; sin embargo, tena que darme un plazo para

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pensar, para asumir tan absurda situacin y salir de ella, y en stas me fui descolgando en el sueo igual que un cono que baja rodando hasta la cueva de la bodega. Dos o tres veces me despertaba sobresaltado por extraas sacudidas de pavor, causadas por imgenes informes y deformes; una de las veces me vi rodeado de gitanos que me invitaban a seguir un camino, otra vez me vea caminando con un saco a la espalda, el saco pesaba mucho pero yo me vea obligado a caminar porque detrs me segua una especie de procesin de cannigos o frailes, o nazarenos encapuchados que cantaban horribles canciones obscenas. En grupos, beatas feas y bigotudas, unas cojas y otras mancas, runruneaban como conejas en la madriguera.

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Las pesadillas a veces duran pocos minutos, casi segundos, pero a veces a m me parece que duran casi semanas, o por lo menos dos o tres das y es que algunas obsesiones te penetran y te funden durante un sueo que resulta implacable, srdido, feroz, de tal modo que luego no sabes bien dnde comienza la realidad y dnde termina el sueo. Yo, por ejemplo, me miro en un espejo, pero no hay luz y no puedo verme, entonces tengo la sensacin de que algo de mi cuerpo me falta, de que estoy mutilado, de que me falta un brazo o todo un lado de la cara, y me palpo y est ah, pero entonces me falta una oreja, o las dos, o la nariz, y es una sensacin angustiosa, hasta que penetra un resquicio de luz, muy poca luz, y entonces la desazn se acenta porque con tan poca luz me veo ms mutilado todava; repaso delante del espejo, lo cual es una expiacin tristsima, todo mi cuerpo, y voy viendo que estn las dos orejas, los dos ojos, la nariz, pero aun esto lo veo mal y tengo que acudir al tacto para estar seguro, y lo peor de todo es cuando unas rachas de viento negro parecen espolvorear tinta o ceniza sobre el espejo y no me dejan ver, y de nuevo tienes que repasarte, recontarte, mirarte minuciosamente las manos, los dedos, y cuentas los dedos, y cuando por fin puedes verte piensas que el espejo no abarca todo el cuerpo y entonces crees que te falta una pierna, hasta que lo compruebas, y acaso la mutilacin est en alguna parte que no se ve, que no puede verse, y hago inflexiones, movimientos, y me palpo, y me toco por aqu y por all, y adopto las posturas ms raras para tocarme la espalda, el coxis, el sexo, el taln, y est todo, al parecer, estoy entero; pero algo entonces da vueltas a mi alrededor, me pasa por detrs y se arrastra por el suelo, algo que no se sabe de dnde procede pero que pienso que es una parte de mi cuerpo que se ha desprendido, pero es algo muy raro, como un aditamento monstruoso que perteneca a mi cuerpo y que es como una cola de lagarto grande que se mueve a mi alrededor como se mueve la cola de un lagarto despus de desprendida; entonces es cuando comienza la verdadera pesadilla, porque buscando el lugar de mi cuerpo que ha sido mutilado, aunque hago esfuerzos heroicos por controlarme y por mantener la serenidad, siento que me voy precipitando por un abismo en forma de torrentera seca por donde me persigue una jaura de lobos que parecen hambrientos. Esta pesadilla tiene muchas variantes, y sobre todo la de los murcilagos, y en sta siempre hay una especie de redondel formado por murcilagos vigilantes, que me vigilan a m, aunque sea de da, y son unos murcilagos demasiado grandes, quizs son como cuervos pero en forma de murcilagos. Otras veces, voy corriendo, ms bien cuesta abajo, y entonces quiero detenerme para tomar unos apuntes, hacer un boceto de una procesin macabra que cruza la rambla; pero alguien no me permite detenerme, me lo prohben terminantemente, me empujan, me obligan a continuar, y quienes me obligan son unos demonios con un cuerno retorcido en medio de la frente, o sea, unos demonios unicornios, lo cual me extraa muchsimo porque siempre he visto y sabido que los demonios tienen dos cuernos, por ejemplo los que haba en aquel cuadro de las nimas del purgatorio que tenamos en casa cuando yo era pequeo, en el cual haba unos demonios con cuernos y rabo, y haba tambin llamas de azufre, y murcilagos, y hasta ratas voladoras; pues en este sueo o pesadilla en el que los demonios no me permitan dibujar, ni siquiera sacar el rotulador que llevo siempre en el bolsillo, apareca de pronto un seor que era como un protector o defensor mo, era ms bien un seorito con sandalias blancas y voz un poco afeminada, pero me defenda y echaba a los diablos, que parecan temerle y huan, y entonces el seorito deca: "Es intolerable, es intolerable", "Al profeta hay que dejarle tomar sus notas", y yo que me vea llamar profeta quera protestar, pero la voz no me sala o nadie me haca caso, nadie poda orme y me callaba un poco avergonzado; y cuando ya quera empezar a dibujar, y ya tena el permiso y la proteccin del joven de las sandalias blancas, suceda lo que sucede

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en todas las pesadillas, que algo me faltaba, me faltaban el papel y las pinturas, y entonces yo buscaba a mi alrededor y no poda encontrar papel ni lpices, y mi cara de angustia haca que el seorito de las sandalias acudiera de nuevo en mi ayuda, porque este seorito deba de ser un ngel o haca al menos el papel de ngel, y enseguida me proporcionaba no solamente papel sino hasta un tablero y muchos lpices de colores; pero entonces yo quera ponerme a dibujar y no poda porque soplaba un aire fortsimo que se llevaba el papel y los lpices y hasta me llevaba a m. Me hubiera gustado poder tomar apuntes de estas procesiones porque hubieran sido unos atisbos dignos de Solana. A veces, esta procesin se detena como cuando en una pelcula se para la mquina, y yo poda ver que eran unas procesiones formadas por seres no solamente deformes, sino que eran seres mutilados a los que les faltaba incluso la cabeza, o un brazo, o los dos brazos, o las piernas, y a veces eran ahorcados que llevaban la soga cogida con sus propias manos; otros eran fusilados, que se arrastraban por el suelo como si los hubieran dejado con un resto de vida; tambin haba cabezas sueltas y manos que giraban por s mismas en el aire, otras veces las cabezas iban colgadas de palos o picas y los cabellos les caan lacios y mojados quiz de sangre, de su propia sangre; algunas manos aparecan cortadas pero llevaban bien sujeta la bolsa del dinero; tambin algunas cabezas escupan sus propios dientes como si fueran piedrecitas, y en los pies, muchos, llevaban grilletes y chorreaban sangre. Yo pintaba, me pona a pintar convulso y apresuradamente y, de hecho, algunos dibujos mos parecen realizados durante una de estas pesadillas, y a veces cuando los repaso no s si reflejan un sueo o son producto de mi imaginacin, que ya no s cuando sueo despierto ni cuando sueo dormido. A veces siento que los murcilagos voladores me rozan la cara, y los espanto a manotazos, pero al rato escucho unas carcajadas horrendas.

Yo segua pintando, pintaba nerviosamente, porque pintar es lo mo y es lo nico que me ata no s si a la tierra, a la vida o al infierno. Entonces se me acerc por la espalda un encapuchado con un puntero en la mano, y mirando sobre mi hombro deca con una flema insufrible y con un retintn sarcstico: "Veamos lo que pinta el artista", y se rea, y en seguida me deca: "Me lo puede explicar?" Y yo me asombro de mi astucia sibilina, aun en sueos, porque pens que la pregunta era insidiosa y malintencionada, y que yo no tena por qu responder a aquel sujeto que ni siquiera me dejaba ver su cara, y entonces le dije: "Trato de partir de la ancdota para elevarla a categora"; pero el encapuchado se atragantaba de risa, con muy mala educacin y muy mala uva, porque su risa era una risa infernal, una risa que adems me llegaba con un aliento pestilente, una risa que supona un desprecio total y casi una condenacin; entonces yo, procurando pronunciar muy bien para que se me entendiera, y para demostrar que haba un sentido profundo en mis dibujos, aad: Yo siempre he ido tras la esencia y la sustancia de las cosas. Lo cual ahora me da risa a m y casi comprendo que el diablo aquel, o fraile o lo que fuera, se estuviera riendo en mis barbas. No entiendo repeta l. Pues, s seor, quiere decir que yo voy detrs del trasfondo y lo que me importa es lo que est ms all... Ms all... De dnde? Pues ms all de la noticia. O sea, que usted no piensa morirse.

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No, no es eso; ya s que me tengo que morir. Y cmo lo sabe? Pues yo... yo... y romp a llorar yo soy un profeta. Nunca lo hubiera dicho, porque ahora l comenz a burlarse de m, y dirigindose a otros encapuchados que hacan como un corro en torno a l, les deca: Un profeta, he ah un profeta, y miren ustedes lo que lleva en esa bolsa, un copn sagrado. Retumb la montaa, se deslizaron piedras hacia el abismo, probablemente algn sepulcro debi de abrirse y dejar los muertos al aire. Los penitentes que formaban la procesin y que ahora eran muchos, unos encapuchados, otros mutilados, porque eran slo medios cuerpos, y hasta algunas de las cabezas que iban clavadas en lo alto de las picas, todos gritaban, feroces: "Reo de sacrilegio", "Reo de sacrilegio". T, efectivamente, llevabas aquel saco colgando de la mano, lo llevabas sin saber que lo llevabas, pero eras inocente, pero t no podas explicar lo de la gitana, porque en primer lugar no te dejaban hablar, que t en aquella procesin no tenas vela ni voz, y ahora comenzaste a notar el peso del saco y era un peso excesivo que te haca caminar de lado, encorvado, casi arrastrndote y arrastrando el saco, y lo peor de todo era que no podas defenderte, no podas soltar el saco, que lo llevabas como atado a la mano, como un castigo, como una carga, como una culpa. Y ellos seguan: Reo de sacrilegio, reo de sacrilegio. En algn momento tenas conciencia de que estabas bajo una pesadilla, pero resultaba angustioso mi esfuerzo por salir de ella sin conseguirlo. Los extraos penitentes formaban un eco terrible y amedrentador que se repeta en unas montaas lejanas. Hubo entonces como un toque de campanas e incluso apareci un sacristn que tambin tocaba una campanilla como si quisiera imponer orden, o silencio o acaso anunciar el comienzo de una ceremonia; el sacristn llevaba en la otra mano una especie de prtiga de perrero; se vino hacia m, me cogi de las solapas y me llev arrastrando hasta una amplia nave que a lo que ms se pareca era a un estudio de cine y donde, al parecer, no haba alma viviente, hasta que se descorri un gran teln rojo y apareci un sitio que por lo visto estaba destinado a m, y efectivamente me metieron en una especie de hoyo como los pozos del alcantarillado; antes me haban esposado como a un criminal, con las manos a la espalda, pero era como si mis brazos quedaran cortos y no me llegaba una mano a la otra, y yo haca grandes esfuerzos dolorossimos para juntar las manos en la espalda, pero era como si la espalda se me hubiera abultado enormemente, y entonces me vea monstruoso, jorobado, y me haba quedado pequeito, porque alargaba cuanto poda el cuello pero apenas poda ver lo que tena delante de m y que me importaba mucho, porque era una especie de tribunal donde se me iba a juzgar, y eran una serie de seores sentados en torno a una mesa en forma de redondel, casi como la barrera de una plaza de toros, y cada uno de aquellos seores tena detrs una especie de criado o conserje que sostena un paraguas abierto como para abrigar a aquellos hombres, lo cual resultaba ridculo porque no llova en absoluto, aunque tampoco haca sol; entonces el que pareca que se sentaba en el centro y que tena unas cejas muy espesas, puso delante de todos, sobre la mesa, el famoso copn que me haba entregado la gitana, y dirigindose a m, me solt: Reconoce este copn sagrado? Yo quise contestar y explicar cmo haba llegado a mi poder, pero no me sala la voz, no me salan las palabras y slo poda gemir y gesticular angustiado. Entonces, todos los de la mesa se levantaron de sus asientos y se pusieron de rodillas y todos a la

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vez, sin que ninguno desentonara, gritaron: Reo es del fuego eterno. Se volvieron a poner de pie y aplaudieron todos y parecan muy contentos, como si hubieran cumplido con una obligacin. Pero entonces aparecieron unos esbirros que iban desnudos y slo llevaban encima, cada uno, una metralleta y una gorra de uniforme, pero la llevaban todos o hacia un lado o echada hacia atrs. Se vinieron hacia m y me llevaron arrastrando por un piso de cemento como el de los mataderos. Yo gritaba: Ya me han condenado, ya me han condenado. A todo esto, uno de los esbirros dijo: Se equivoca. No hemos terminado con usted. Y me arrastraron hacia una sala que pareca una sala de juicios, a juzgar por los sillones de terciopelo rojo y las alfombras, y un gran estrado preparado para los jueces; pero al mismo tiempo era una especie de almacn de carnicera porque del techo colgaban reses en canal y hasta jamones y embutidos de todas clases. Me sentaron frente al estrado, pero all no haba nadie y hasta los esbirros desaparecieron. Me qued solo en una sala grandsima, y de las reses colgadas caan de vez en cuando gotas de sangre, y yo tena que moverme a un lado y a otro para esquivar las gotas. No haba nadie en la sala pero se escuchaban voces como si hubiera una discusin en la sala de al lado, aunque por ms que aguzaba el odo no poda cazar ninguna palabra concreta, y de pronto una voz se oy por encima de todas y dijo: Reo es de muerte. Y aquella voz retumb como si se descompusiera en cientos de voces, como si un eco saltara de una pared a otra y se multiplicara en repetidos y mltiples ecos, tanto que yo me tapaba los odos o quera taprmelos pero no poda. Menos mal que deb de agitarme y estirar un brazo, el caso es que di en el vaso de agua que tengo siempre en la mesilla para tomar mis pastillas cuando sobreviene el insomnio y el vaso cay al suelo, rompindose y encharcndolo todo. Me despert y al rato ta Catalina, que duerme como las lechuzas, con un ojo cerrado y otro abierto, estaba en la puerta de mi habitacin gritando: Qu pasa? Qu ha sido eso? Salt de la cama y me puse a pintar de un modo febril, indetenible, casi rabioso, como un animal. Manchaba papel, trazaba lneas, intentando apresar todas las imgenes del sueo. Si hubiera sido capaz de hacerlo hubiera logrado algo muy parecido a los disparates de Goya; pero yo no soy Goya y demasiado bien lo s. Con todo, creo que estaba consiguiendo unos bocetos impresionantes, pero para m resultaban flojos, dbiles, tal como estaba de excitado bajo los efectos terribles de la pesadilla. Creo que lo romp todo y comenc con otra lnea distinta, pintaba ahora montaas, valles, todo muy tenebroso, pero a lo lejos, por encima de picachos, rboles y tejados, se vislumbraba una luz tenue como si fuera leche tibia saliendo de la ubre de la cabra, y ciertamente era una luz de paz y pacificadora; pero estaba demasiado lejana, inalcanzable, imposible. Es curioso, pero casi siempre salgo de mis pesadillas con el canto salvaje de un gallo, un qui-qui-ri-qu que no s decir si pertenece al sueo o hay algn gallo en las fincas vecinas y pertenece a la realidad. Todo est muy confuso; pero un da descubr, por fin aunque tampoco estoy seguro del todo que lo que hay encima de la casafinca de don Amadeo, aquel artilugio de hierro forjado que no se sabe bien si es una veleta o un simple adorno para sostener el pararrayos, no representa un corazn ni una espada, ni una cruz extraa, ni un dragn oriental, sino que ahora veo claro que representa un gallo, un gallo por supuesto muy estilizado y vanguardista, pero un gallo que a m se me aparece en la luz del amanecer y me despierta con su qui-qui-ri-qu estridente y me hace dar un salto de la cama.

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Y cada vez que me pilla una de estas pesadillas, como si un toro me persiguiera durante horas por una pradera, me quedo tundido para varios das. Para rehacerme, me pongo a mis vietas, las del peridico, o mis monigotes, como dira el seor comisario del ojo vaco, o tambin como dice mi propia ta Catalina; pero a m ni siquiera el nombre de vietas me gusta, que me parece una palabra cursi y un tanto mariquitona; yo prefiero llamarlos mis monstruos, y eso que las grandes concepciones macabras no acabo de conseguirlas, al menos como yo las veo y las quiero ver pintadas. Muchos creen, y hasta me lo dicen, que mis monstruos son el intento de una revelacin metafsica y que nacen de un humor fnebre y escatolgico. Es verdad que me considero un representante bastante digno del humor negro, pero de ah a otras pretensiones, no hay nada; me conformo con que las gentes ms sencillas se empavoricen pero tambin se diviertan; me gusta que digan: "Has visto lo que pone hoy ese to de los murcilagos?", o tambin: "Qu mala leche tiene el to ese de los murcilagos!" y adems nadie puede decir que busco el xito, que a m el xito no me quita el sueo; ms bien se puede decir que pinto adversas me, si bien esto no quiere decir que yo no me divierta tambin alguna vez pintando. Pero lo que ms me divierte es pensar que los dems se van a divertir y al mismo tiempo se van a escalofriar un poco. Que el humor sea para m ldico, elusivo, teraputico, y que yo crea que no vale la pena tomar nada en serio, ni siquiera las cosas ms serias, forma parte de mi filosofa de la existencia, de este ser para la nada y ni siquiera para dejar huella, porque las huellas todas sern borradas, por ms que el artefacto ese llamado de neutrones pretenda salvar la civilizacin y destruir al hombre. Tiene esto algn sentido? Pero mientras tanto, se encrespa el torbellino loco en siniestros remolinos de los mercaderes fraudulentos, detentadores de los bienes y del bienestar de la sociedad; de los arrogantes y prepotentes hipocritones, salvadores del mundo; de los violentos caudillos o lderes de la furia destructora con cualquier pretexto o en nombre de las ms bellas causas; de los avaros tramposos, de los amarillentos envidiosos, de los sodomitas irremediables; en fin, de los amoratados "hijos de la ira", vividores ya muertos que circulan por nuestras urbes como cadveres ambulantes, que dira Dmaso Alonso. A lo mejor, uno de esos das en que me siento aplanado, me dedico a hacer vietas, mejor dicho, preparo varios monstruos para el peridico y as tengo cubierta la colaboracin de varios das. Entonces me dedico a mis correras y me voy al centro de la ciudad, me meto en varias galeras, veo todas las exposiciones que valen la pena y acabo luego en un cine o en uno de esos salones nocturnos con piano y putas, que todava los hay, y francamente yo los prefiero, y si pueden ser cuevas o stanos, mejor, que a m no me van las luces del lser ni las estridentes bateras del rock, y si me apuran no me va ni la guitarra, que si tuviera que inclinarme por algn instrumento musical yo me inclinara por la ocarina, que tiene nombre bonito y que ya no la toca nadie, y por eso me gusta.

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Dormir es amanecer, cuando se amanece, y con frecuencia yo no amanezco porque tampoco duermo, y es posible que tampoco suee porque si no llego a prender el sueo no comprendo cmo puedo soar, que a veces pienso si mis sueos no son ms que retazos de una nebulosa antigua y larvada que me envuelve y me atosiga y me acongoja al querer desentraarla, y tambin pienso que a veces se me juntan viejos y antiguos sueos con sueos recientes o quin sabe si hechos reales que yo no acabo de discernir, y por eso trato de hacer comprobaciones y pretendo descifrar todo lo que me pasa, lo cual me conduce a unas confusiones enormes, porque, por ejemplo, los dibujos, bueno, pues ltimamente no s si es que se me habr agotado el caletre o el talento, o lo que fuera, porque tengo que decir que mis dibujos llegaron a ser populares y famosos y se comentan y se buscan, pues bueno, ltimamente no se me ocurre nada y es que he empezado a pensar para qu y por qu hacer dibujos y qu sentido tiene que yo pretenda estar haciendo algo importante con esos monigotes, como deca aquel comisario del ojo huero; me he pasado muchas horas tratando de descubrir qu pretendo hacer con mis dibujos, si hacer rer a la gente o hacerla pensar, o crear opinin, como se dice ahora, o criticar esto o lo otro, y no encuentro una respuesta, y esto me aturde y me imposibilita para dibujar, porque sera estpido pensar que mis dibujos o los de nadie sirven para algo, al menos para algo til, algo beneficioso, edificante o demoledor, constructivo o destructivo, porque hay muchos por ah que van creyendo que con sus palabras o sus hechos, con sus discursos o sus escritos, con sus bombas o sus sermones, arreglan el mundo, o lo desarreglan, que tambin hay muchos empeados en desarreglarlo, pero es una vana ilusin, una estpida ilusin para creerse que son alguien en el mundo, y yo he acabado por desengaarme porque he visto claro que todo eso son monsergas, que nada de lo que haga sirve para nada y que, en todo caso, puedo entretener a la gente, nada ms, y ya sera bastante si yo estuviera dispuesto a hacerlo, porque, desde luego, de lo que el mundo est ms necesitado es de entretenimiento, digamos de ceguera, de aturdirse, de no querer ver, ni or, ni escuchar, que hay que ver qu ciega va la gente por el mundo, a todo y por todo, como si les fuera el alma en ello, que cada cual se engaa y se encandila como puede, all ellos, pero yo no voy a caer en ese juego, al diablo los dibujos y el peridico y todo lo dems, y pensando estas cosas, la cabeza me da vueltas, las ideas se me agolpan y giran sin conexin y sin sentido, como esos perros abandonados y hambrientos que dan vueltas por los alrededores de los pueblos, buscando cualquier mendrugo; pero, qu es lo que yo busco? Doy vueltas y ms vueltas y slo me encuentro con un chal coronado de murcilagos errticos y estridentes.

No llegu a saber si estuve despierto o dormido. Ta Catalina vino con su vasito de leche y su odiosa solicitud. "Qu quieres?" "Quieres una magdalena, o una ensaimada?" "Quiero que me dejes en paz", y ella se va sumisa, refunfuando pero dispuesta a volver con la tila, o el ponche, o la camisa limpia, sermoneadora pero jams enfadada, jams una espantada, un insulto, jams el abandono, que a veces pienso que ta Catalina es mi castigo, mi castigo hecho culpa, porque la necesito, la utilizo, la acepto pero la trato mal, y no puedo remediarlo, siento como una necesidad de humillarla, de zaherirla, de rechazar sus cuidados, aunque reconozco que los necesito y los aprovecho y quizs en el fondo quiera justificarme a m mismo por el abuso que hago de un ser indefenso, llamndole pesada, pedorra, beata asquerosa, incordianta y quejicosa, y me siento encerrado en este disgusto, incapaz de reaccionar de otro modo, como si estuviera encerrado en una habitacin y quisiera salir de ella a travs de la

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pared teniendo la llave de la puerta en el bolsillo. Recuerdo que son el telfono y que ta Catalina me avis llena de confusin, porque no haba entendido el nombre ni saba quin llamaba. Le llam tonta una vez ms y agarr el tubo, y lo que menos poda esperar, el comisario al habla para felicitarme por el dibujo de aquella maana en el papel de todos los das; me qued estupefacto, y l segua "muy bueno, lo de hoy es muy bueno", "para que vea que yo reconozco...", y enseguida pas a lo que seguramente le interesaba ms y me pregunt de sopetn: "Ha visto ya a don Amadeo?". Yo me qued un tanto desconcertado y comenc a divagar diciendo que s, que haba estado por all pero que don Amadeo estaba muy ocupado, que lo vera ms adelante, que yo tambin estaba muy ocupado con ese almanaque que me haban encargado y que ya estaba anunciado, pero el comisario del ojo hundido no pareci nada satisfecho con mis disculpas y cambiando de tono casi me fulmin: "Bueno, usted es libre. Yo se lo dije por su bien, y puesto que usted ha ido varias veces por all, lo ms natural sera que hubiera puesto algn inters en conocerle, un hombre que ha protegido a muchos artistas..." De una manera fra y distante, cort y colg y yo me qued corrido y confuso, y hasta ta Catalina, la vigilanta impenitente de mis das y mis noches, se dio cuenta de que algo pasaba y se me qued mirando de una forma inquisitiva y me pareci que algo burlona, lo que faltaba, que ta Catalina comenzara a sospechar, y lo malo no era ya que hubiera una ta Catalina del incordio familiar, y quizs haba muchas tas Catalinas en el mundo, lo peor era que comisarios con ojos vacos estuvieran siempre de guardia para no dejarnos vivir, de guardia en tabernas y sacristas, en oficinas y sindicatos, en mercados y hasta en hospitales, vigilantes sempiternos de nuestros actos, de nuestros fallos y hasta de nuestros pensamientos, y sobre todo vigilantes del ogro sexual, cmo te comportas, cmo te arreglas, cmo no te arreglas, cmo prescindes si prescindes, cmo te gusta si te gusta, y de mujeres, qu?, que no parece sino que todo el mundo fuera maricn en este pas, y si eres un artista, o un poeta, o un filsofo, ya parece como si tuvieras que poner el culo en pompa, quieras no quieras, y si no ah est el tal don Amadeo, que seguro que huele a los efebos a varias leguas, y tampoco se arredra ante melosos negroides antillanos, con todo su aspecto de gran prcer, protector de artistas que se dejan proteger, por encima de idealismos y de obsesiones lricas, que eso parece que da mucho vuelo a la inspiracin y aleja de los contactos fros y desangelados de la realidad; la naturaleza es vulgar, la depravacin es exquisita y es preciso rebasar el nivel de las bestias para alcanzar la cumbre refinada de la podredumbre. Me met en la habitacin y me puse a dibujar como un loco, y me propuse no salir de all hasta rendirme de cansancio y rendir a ta Catalina que merodeaba y no haca ms que preguntar cundo podra hacer la cama, hasta que le tir una zapatilla y le dije que no haba por qu hacer la cama, o que ya la hara yo, "maldita bruja, djame ya", y yo saba que era una pobre mujer, una bendita mujer, una infeliz que slo quera ayudarme, pero esto mismo me pona frentico y si tuviera los ms mnimos instintos criminales sera capaz de matarla en un momento de estos. La pobre se fue refunfuando, "all t", "all t", y "ests loco", "ests loco". Haba que arremeter con el lpiz y el papel, trazar lneas, sin ton ni son, romperlas, volver a hacer otras, volverlas a romper, tachar, confundir, rerme de lo dibujado, y efectivamente comenc a rerme a carcajadas "ests loco", "ests loco", y quizs tena razn ta Catalina, y pintaba rostros como el de ta Catalina, y como el de aquella mujer plida y quieta de la ventana del chal de don Amadeo, y pintaba rostros que a m mismo me preocupaban, como si cada dibujo pudiera ser el retrato de mi mayor enemigo, de mis mayores perseguidores, de mis atroces perseguidores, como si mi propia conciencia fuera un caldero colgado sobre la sima ms profunda, ms oscura de m mismo.

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Si yo pudiera escribir, si tuviera el don literario como parece que tengo el plstico, escribira todo esto y creo que me aclarara ms a m mismo, pero tengo que conformarme con hacer rayas y figuras y no acierto con la expresin, todo es convulso, fragmentado, roto, rotas figuras, rotos smbolos, rotos sueos, truncos como columnas de mrmol destrozadas por los siglos; hay quien dice que mis dibujos son pura mofa de un anarquista que no sabe dibujar, otros dicen que slo soy un buen dibujante que no tiene nada que decir y que se divierte con estrafalarias y mordaces representaciones sin sentido. Qu sabrn unos y otros, qu sabemos cada cual de los dems! Cada hombre es una sima para s mismo y mucho ms para los otros, que ni los ms prximos se enteran de la misa la media, que yo estuve casado una vez, hace ya tanto tiempo que a veces ni me acuerdo, pero lo que s recuerdo como una pesadilla es que ella resbal por mi vida sin enterarse de nada de m, ni de mis preocupaciones, ni de mis obsesiones, ni siquiera de que haba una soledad que penetrar, que descubrir, y se fue sin saber de m apenas ms que mi nombre y el color de mis calzoncillos; pero la verdad sea dicha, que yo tampoco pude entenderla nunca a ella, y cuando nos separamos, de comn acuerdo, recobr algo de tranquilidad y me centr sobre m mismo y mi trabajo, aunque con poca suerte porque tampoco he conseguido aclararme yo, y cada vez es mayor mi confusin, sobre todo desde que he descubierto ese chal malfico, sin duda malfico, con sus murcilagos revoloteando en torno a un smbolo cabalstico.

Dicen que no respeto nada, ni lo divino ni lo humano, pero los que as hablan no saben nada de nada, ni lo que es fe ni lo que es desesperacin, ni lo que es esperanza ni lo que es asco, y si mis lneas se rompen en la pesadilla sin llegar a la perfeccin, ni siquiera a la concrecin, que si se trata de una puerta se derrumba, si es una escalera se corta sobre el vaco, si es un precipicio se funde en el lgamo de la tierra, como los murcilagos se suspenden y se enfangan en el silencio de las rbitas podridas de la noche, y que no digan que slo pinto murcilagos, que alguna vez tambin pint palomas pero palomas muertas, de cera o pedernal, sin rumor de nido ni tibieza de plumas, pero rechazo toda culpabilidad por mi parte, que la culpa seguramente es de la vida en torno, como deca un amigo mo, filsofo barato, revolucionario y tuberculoso, que midi sus ideales por sus fracasos y sus ideas por sus contradicciones, aquel que un da me dijo: "T podas ser el artista de esta poca, pero no quieres", y yo le podra haber contestado: "Y t podas haber sido el hroe, el santo o el poeta de esta poca, y no fuiste ms que un intrigante traidorzuelo, un soador varado en la arena de las palabras, como una antena sin fin y sin principio". Pero el que ms risa me daba era otro amigo, del tiempo en que yo iba a tertulias, que me deca: Y por qu no metes color en tus dibujos?, y yo le contest un da: No crees que ya hay demasiado color de mierda en esos carteles revolucionarios del museo contemporneo? A m que me digan en qu puede uno creer limpiamente o en quin puede confiar hasta el fin, que uno ha optado por la soledad sin remedio. Y por qu la soledad tiene que ser misantropa, y ms an, por qu ha de llevar consigo el desahogo en el onanismo? Qu clase de impotencia es la que hace que toda entrega al sexo en exclusiva sea entrar en la cueva de la locura? Es preciso atenazar, ridiculizar, desmitificar, desacralizar, jugar con el sexo lo primero y despus apechugar, despotricar, reventar, romper, pulverizar todos los altares, tronos, dolos, idolillos, fantasmas, fantasmones, personajes, personajillos, capitostes sin cabeza, partidos, consignas, todo sometido a los cidos corrosivos, todo simplificado en tinta negra, todo convertido en gusanera, abierto el pez por la mitad, abierto el toro en canal,

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desparramadas las tripas del gato familiar, quemado el panal con las abejas dentro, destruido el nido sacudiendo la rama del rbol, voladura del manicomio con los locos dentro, asalto al seminario por un ejrcito de mujeres desnudas, manifestacin de verdugos pidiendo el seguro de desempleo, sentada de curas pidiendo subvencin matrimonial, suicidio colectivo de militares ejecutado con la propia espada, lanzamiento de misiles atmicos con banda de msica y aplauso de todas las organizaciones pacifistas del mundo, que el mundo tiene ganas de rer, pues que ra y rimonos todos, riamos por no llorar, porque en un mundo de muertos las que mejor y ms ren son las calaveras, y hay por ah innumerables muertos pestilentes y descompuestos que pueblan los inmensos cementerios repartidos en esas colonias con jardincillos y parterres floridos, con piscinas y pistas de tenis, con terrazas y saunas particulares, cementerios con biblioteca y sala de billar, cementerios con gimnasio y sala de msica, cementerios con capilla, habitaciones para huspedes y pajareras, cementerios con vdeos y ordenadores familiares, y por encima revoloteando estelas de ngeles y serafines, peludos y con garras, formando ramilletes y guirnaldas, y por debajo, atravesando alcantarillas, stanos y pozos negros, en las junturas de los cimientos y en los canalillos de los desages, socavando las estructuras y minando los espritus, los viejos, sucios y condenados demonios de siempre, con sus mensajeros de pesadilla, lechuzas, bhos, salamandras y sapos inflados. Y todo esto era lo que yo quera pintar, y murcilagos, murcilagos sobre estrellas y luceros, murcilagos sobre tejados y azoteas, murcilagos entre copas de rboles verdes y ventanales con mujeres estticas, un trozo de carbn volador tiznando el manto de la noche. Y las calaveras chocaban sus huesos al rer, y de tanto rer locamente se descomponan, pero al terminar la risa volvan a juntarse y a recomponerse, muy formales, y es que las calaveras no hablan, no pueden hablar, pero ren por todos los vivos juntos, lo suyo es la risa, y todo eso trataba yo de reproducir en mis dibujos, y ya s que dirn que qu macabro, pero les gustar, porque la gente es malsana y la prueba es que stos son los dibujos que ms les gustan y que mejor me pagan, y tampoco yo me meto con los que pintan palomas o ruiseores, o trtolas, que cada uno puede pintar lo que quiera o lo que ms le guste. Sea por mis prejuicios de la vigilia o por mis devaneos de durmiente, para m los murcilagos a lo que ms se parecen es a hilachas de sotana vieja, a recortes de tnica de nazareno, a pedazos de crespones de viuda, o a flecos y puntillas de braga de prostituta gastada, pero a m no me llam Dios para escribir, sino para pintar y dibujar, porque dibujar es ms divertido; yo, con poner el lpiz sobre el papel, ya todo me sale solo y rodado, a lo mejor una araa inmensa con las patas como alambres y el vientre enorme como una tinaja de vino; a veces hasta me duermo sobre el papel, o sobre el tblex, porque ahora se pinta en tblex, igual que se hace de plstico hasta el jamn; y cuando me despierto, o sueo que me despierto, o me despierto en sueos, siempre estoy con el papel delante y los rotuladores destapados, y nada los evapora y los estropea tanto como dejarlos al aire; entonces me restriego fuertemente los prpados y los bichos voladores, que hasta creo que no son todos murcilagos, sino insectos enormes de formas disparatadas, revolotean en torno a m, y tengo que irme a la ducha o por lo menos a refrescarme la cara; un da, aunque siempre lo pienso pero nunca lo hago, tengo que visitar el chal de don Amadeo a la luz del da, y ya s que entonces no podr ver los murcilagos, pero quiero saber si entonces ver a la mujer de la ventana, figura desconcertante y desconcertada, asustante y asustada, silueta plida y ojerosa, demacrada y tristsima, y al fondo dos lucecitas rojas como las de los frenos de los coches, una visin ntida y fija, y ah estn mis dibujos para demostrarlo, y por encima las garras voladoras, con un nido de parsitos en las membranas, los ojos ciegos y un

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radar oculto en la ovalada cabecita, en forma de vulva, smbolo e imagen del sexo, sexos volantes y devoradores. Cuando me despierto, se dira que algo del sueo permanece confuso, y cuando me duermo los terrores y las figuras de la realidad permanecen amenazantes en la pesadilla, de tal modo que sueo y vigilia se mezclan, se trasfunden y confunden, y sobre todo mis caminatas o carreras o paseos por los arrabales ms o menos opulentos de mi fantasa soante, en que casi siempre se impone lo oscuro, el dominio de la noche, y dentro de lo oscuro lo silencioso, lo derruido, lo infame, donde todo lo que se mueve arrastra miseria, impotencia o fraude, y la noche es para m o muy breve o largusima, quizs porque no distingo a ciencia cierta dnde y cundo comienza la noche, o porque para m todo es noche. Ahora mismo, por ejemplo, me he puesto a pintar a aquella mujer de la ventana, pero ella es un personaje de mis noches, y ahora mismo trato de apresar su figura, ni joven ni vieja, ni anglica ni bruja, ni santa ni arpa, pero me sale distante, lejana de la realidad, fra, helada, en el rescoldo apagado de la noche, blancura aterida que se va destacando sobre el papel como hecha de sal o de harina o de nieve pero con trazos fuertes y negros al mismo tiempo, luz y sombra, pan y muerte. De vez en cuando interrumpo el trabajo para poner mis cosas en orden, como si me fuera necesario para poder continuar, mis frascos de tinta china, que ta Catalina se asombra de ver tantos y de que compre tantos, "parece como si te los bebieras", me dice; mis bolgrafos, crayolas, lpices, pinceles, rotrings, el aergrafo, los botes, las gafas, todo bien colocado, toda mi intendencia y mi banco, bien surtido de todo, que a veces soy tan manitico que antes de acabar un frasco tengo que empezar otro y otro, como si todo esto fuera mi nica vida, mi nica compaa, mi vicio ms que profesin, y cuando mejor pinto y dibujo es de noche, que la noche es mi guarida, mi jardn y quizs mi autodefensa, y a veces tengo que salir sin remedio en busca de mis murcilagos, que quizs son mis ngeles custodios, o mis abogados, alas negras de la noche, almas vacilando como pavesas suspendidas del raso de la noche; he nacido, estoy viviendo, estoy vivo, me morir, y ser como si no hubiera nacido, deambular errante entre aves ciegas, entre seres ciegos, sordos, impertrritos y contumaces, y seguirn ah, por cunto tiempo?, pero yo me habr ido sin saber para qu estoy aqu ni por qu tengo que pintar monas para que alguien se divierta; sera lo mismo si pintara ros cristalinos, y flores y estrellas, y mujeres en el jardn de las delicias, que nada iba a cambiar, y por eso prefiero pintar sobre arena o sobre el vaco, o por lo menos esta pesadilla del negro sobre blanco, los negros, la negrura, la noche y sus habitantes, el luto de la existencia total, la vida en negro, o la muerte, principio y fin de todas las cosas, las vividas y las pensadas y las soadas, porque nada para la vida y por la vida tengo que pensar si estoy programado desde el principio para la muerte.

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Termin mi trabajo sin gusto y sin ganas, y pens que de seguir as mi carrera profesional estaba acabando. Menos mal que viva econmicamente gracias a ta Catalina y que haba tenido la iluminada tentacin de comprar este chal cuando se vendi todo lo del pueblo y meter aqu mis ahorros, una verdadera ganga que ha centuplicado su precio, pues nadie creer que este chal, aunque pequeo, con reformas y todo no lleg a las cuatrocientas mil pesetas y en cuatro plazos. Sin embargo, todo tiene su contrapartida y su fallo, porque aqu tengo a ta Catalina que forma ya parte del edificio, de su escalera, de su sombra y de su techo, y es para m como los grilletes del prisionero, porque ella no se limita a rezar y a hablar sola por los pasillos, "hablo conmigo misma, a ti qu te importa", me dice, "no me vas a prohibir que hable con Dios tampoco, que es lo nico que me queda en la vida", y reza en voz alta y a todas horas, pero adems de rezar est vigilante, y se mete en todo, sobre todo en mis gastos, porque est convencida, y esto es lo malo, de que terminaremos arruinados y que tendremos que vender el chal. Otra botella de whisky? Dios santo!, no te duran ni tres das. Cllate, bruja. S, s, me callo, me callo, pero esto no hay quien lo arregle. Dios nos coja confesados. Y eso que yo no invito a nadie. A mi chal viene poca gente, y muy rara vez. Cuando quiero juerga o lo, que tampoco me complico mucho la vida, lo busco fuera y en paz. Cuando se da una aventura es casi siempre a pesar mo y la vivo como una carga o un castigo. Y siempre fue as, adems. En realidad, me he pasado la vida huyendo, huyendo hacia todas partes menos hacia m mismo, menos hacia dentro. Ta Catalina, al principio de venirse conmigo, cuando fracas lo de mi matrimonio, me llamaba siempre "viudo" y hasta "soltern viudo", hasta que se acostumbr y seguramente sac la conclusin provechosa de que mi vida de solitario era la mejor para m y sobre todo para ella. "No me llevars al asilo, verdad?", me repeta siempre, y yo la mandaba al diablo. El diablo, el demonio, incluso el demonio con cuernos y rabo, aparece mucho en mis dibujos, el demonio ejerciendo, funcionando, comisionando con el mal por medio del telfono, las cartas, la prensa, la televisin, las mquinas tragaperras, las quinielas, las pastorales, el Boletn Oficial del Estado, la polica, las drogas, los homosexuales, los deportistas, los del Opus, los jesuitas, las celestinas, los polticos y hasta los poetas; pero no todos son demonios del mismo grado, ni mucho menos, porque entre los demonios tambin hay clases. Quien no crea en tabs ni en dogmas fciles, ni en ticas de conveniencia y oportunidad, o sea, quien busque y quiera la verdad desnuda, vamos, lo poco que la verdad deja ver de su desnudez, se muy negras se las tiene que haber con el demonio, porque si algo el demonio no perdona llammosle H, porque tampoco se sabe muy bien qu sea o quin sea el demonio, como tampoco sabemos dnde empieza y dnde acaba Dios es que uno se plantee dudas y problemas sobre la injusticia y la estupidez de la existencia, porque a los simuladores, a los instalados cmodamente, a los comediantes, a los convencidos de que viven en paz y gracia y beatitud, a esos a quienes les importa un rbano el dilema de la vida, a sos est visto que el demonio los deja tranquilos en sus sepulcros de paz, cobarda y miedo, porque ellos mismos se condenan al vaco de la nada, sitio sin lugar en la negacin absoluta, que stos no son seres para la muerte sino seres para la nada, porque la muerte al menos es vida.

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Termin mi trabajo, que slo qued a falta de firma y algn retoque de ltima hora, pero de nuevo me entr la prisa, la angustia, la necesidad de salir, encendido el avispero de mi curiosidad y el voraz compromiso de mi obsesin para merodear en torno al chal de los murcilagos. Pero antes de salir, record la gua de telfonos y aquel Jimnez de la M., y ni corto ni perezoso tom la gua y me propuse llamar a aquel telfono, quin sabe, a lo mejor sala de mis dudas y poda concertar la cita que el comisario me haba aconsejado, casi impuesto, sa era la verdad. Marqu el nmero con cierta cautela y me contest una voz de mujer, voz de chacha, seguramente, "Diga", "diga", y yo entonces pregunt: Don Amadeo Jimnez de la Murga, est, por favor? Hubo unos segundos de silencio, seguramente pensaban que era una broma, porque, por fin, la voz de la mujer reaccion y dijo, un poco seca: Aqu no hay ningn don Amadeo... A qu nmero llama, por favor? Bueno, perdn comenc a balbucear no s si es don Amadeo, pero... el Sr. de la Murga? Otro nuevo silencio, y al fin la voz dijo: Lo siento, seor, se ha equivocado. Y colgaron. Decididamente, el telfono no iba a resolverme nada y tendra que volver a mis investigaciones personales. Me entraron como unas prisas enormes, necesitaba volver a la colonia enseguida, mientras la claridad vespertina todava bajaba de los cielos en raudales grisceos y sosegados. Llam un taxi por telfono, me vest y baj al portal a esperar al taxista, y lo ms raro del mundo fue que me dijeron que el taxista se llamara Evaristo y que el nmero del taxi era de dos unos y dos doses, y yo pregunt "en qu orden?" pero me dijeron que daba igual el orden. No tard nada en llegar el taxi, pero lo peor fue que el taxista no entenda las seas que yo le daba: La colonia de los Serafines, esa que est ah, despus de los descampados. Pero, a qu descampados se refiere, seor? Hacia la derecha, ya sabe... Quiere usted decir que hemos de salir?... S, s, esa colonia de chals. Seor, hay muchas colonias de chals por aqu. Bueno, pero ya sabe, yo digo la de los Serafines. No conozco ninguna colonia con ese nombre. Pero si usted me dice por dnde hemos de tirar. Hacia la derecha. Creo que hacia la derecha no hay ninguna colonia de chals, pero si usted me indica... Este taxista era idiota. Me estaba exasperando. Siga, siga, y yo le indicar. El caso es que llegamos a un cruce totalmente abarrotado de autobuses, turismos, y hasta al fondo haba un tren resoplando. Seguramente habamos ido hacia la estacin, y yo estaba completamente despistado. El taxista, con recochineo, me pregunt: Hacia dnde quiere que vayamos ahora? Qu taxista ms pesado, la verdad es que no saba hacia dnde tenamos que continuar, pero yo le dije: Siga recto. Hacia dnde? Estbamos en una rotonda y verdaderamente era difcil saber cul era el camino recto. Entonces, la cosa ms rara del mundo, el taxista, volvindose hacia atrs, me solt:

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Quiere conducir usted? Seguramente usted sabe ir, pero no acierta a indicarlo bien. Pero... yo no saba qu contestar a esta salida. Y l continu: Psese aqu delante. Usted conduce y en paz. Y sin esperar a ms, sali del taxi y se meti por el otro lado en el asiento delantero, cedindome el volante. Entretanto haba oscurecido intensamente, aunque ms que oscuridad pareca rodearnos una niebla espesa, y el taxista dijo: Es que no se ve nada, est todo muy borroso. He visto pocos das tan borrosos como hoy. Lleve cuidado, yo le ayudar. Y efectivamente, con gran amabilidad, l me iba sealando los peligros, avisndome de los semforos y de cundo deba irme hacia la derecha o hacia la izquierda. Circulbamos por una ancha avenida y haba que arrimar los ojos al cristal para distinguir las aceras y las seales. De pronto tuvimos que parar porque una gran manada de ovejas, con su pastor y su perro, cruzaban la avenida. El taxista dijo: Es un derecho que tienen, sabe usted? Las ovejas cruzaron lentamente la calzada atropellndose unas a otras, mientras el pastor se mova de un lado a otro, azuzndolas; arrancamos de nuevo y seguamos por la gran avenida envueltos en niebla. Yo no estaba seguro de saber hacia dnde bamos ni si llegaramos a algn lado, cuando de pronto distingu los descampados y me met rpidamente hacia la derecha en una salida, pero el taxista, muy alarmado, me dijo: Por ah no puede usted ir, est prohibido. Fren en seco, y l continu: Tiene que dar marcha atrs, atrs, atrs. Di marcha atrs, pero parece que hice la maniobra demasiado rpida y de pronto omos gritos y chillidos. Ha atropellado usted un perro. Cmo es posible? Yo no haba visto ningn perro. Pues hay que ver siempre los perros. Claro, claro, pero si uno no los ve... Los perros nos conducen hasta ms all de la muerte pero si los aplastamos... Las palabras del taxista me hacan sentir terriblemente mal. Jams hubiera querido atropellar un perro, y yo no haba visto ningn perro ni delante ni detrs del taxi. Pareca todo como una trampa. Entonces le dije: Ya hemos llegado. Cunto le debo? Nada, nada, no me debe nada. Y rpidamente se puso l al volante y sali a toda velocidad, yo entonces me mir los bolsillos y no llevaba ningn dinero. Tampoco haba ningn perro muerto en la calle, y pens que el maldito taxista haba querido asustarme. Me encontr solo en medio de la niebla, rodeado de montones de chatarra, y de vez en cuando unas luces dbiles y como lejanas oscilaban entre las sombras. Sin embargo, todo aquello me era conocido y me bastara dar un pequeo rodeo para encontrarme ante el chal de los murcilagos. Pareca mentira que la colonia de los espritus celestiales ms poderosos de la tierra estuviera cercada prcticamente de inmundicias y basureros, de desperdicios y charcas inmundas. La verdad es que yo de da nunca me haba acercado por estos lugares y quizs fuese la noche la que haca tan srdidos los alrededores y tan solitaria y siniestra la colonia. Estuve un rato indeciso, pero pesaba en m la obligacin contrada, o impuesta por el comisario, de visitar al tal don Amadeo, de la Murga y de la Braga, una visita que no se cumpla y el tiempo pasaba, y yo a menudo pensaba en ella como una obsesin, y

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tengo que reconocer que lo que ms me obsesionaba era la posibilidad de ver de cerca a aquella mujer extraa, martirizada o beata, o loca visionaria, que seguramente me abrira la cancela o la puerta y podra al menos escuchar su voz, porque alguna palabra me dira, creo yo; hasta ahora slo la haba visto en la ventana y su mirada haba estado siempre tan ajena, tan por encima de m, por encima de todo al parecer, que ms bien se dira una momia egipcia si estuviera enrollada en vendas, pero ella estaba enlutada, aunque el luto pareca proceder de su mirada, de su figura, ms que de sus ropas. La imagen dolorida de esta mujer, que por otra parte parece tener un mensaje para m, o para alguien, no se sabe, es lo que ms me atrae de la mansin de don Amadeo, y me atrae y me obsesiona incluso cuando estoy en mi casa, cuando estoy trabajando y cuando estoy durmiendo, que ya no s si la veo en sueos o la he visto verdaderamente en su ventana, slo s que parece sufrir atrozmente y a veces hasta pienso y creo que debo hacer algo por ella, o que ella espera algo de m, posiblemente ilusiones mas.

Me bast dar un pequeo rodeo y saltar unos setos para encontrarme frente por frente al chal de los murcilagos que giraban frenticos en torno al smbolo retorcido y enigmtico de la veleta. Lentamente me acercaba con mi cartapacio bajo el brazo, tranquilo ya como si acabara de alcanzar una meta buscada, pensando si me atrevera esta noche a traspasar la cancela y llamar al timbre, como si nada, cuando un coche negro se acerc silencioso y fren a mi lado. Una mano gordezuela, blanca, como hecha para repartir bendiciones, surgi de la ventanilla hacindome seas de que me acercara, al mismo tiempo que el rostro del propio don Amadeo se asomaba para decirme: Qu honor, usted otra vez por aqu. Vena a verme? Me qued cortado, sin saber qu contestar. Pero l abri la portezuela y me dijo: Pase, pase... Yo sent asco y miedo a la vez, pero algo superior a mi voluntad me empujaba a obedecer y entr en el asiento delantero. As vamos ms cmodos. Podemos entrar directamente desde el garaje a la casa. Es por seguridad, sabe? Todas las medidas de seguridad en estos tiempos son pocas. Entramos directamente al garaje y por un ascensor diminuto subimos a la casa. Don Amadeo me conduca ponindome de vez en cuando su mano gordezuela y fofa en el hombro o en la espalda, lo cual me produca escalofros, y de pronto nos encontramos en una especie de saln bastante amplio pero decorado con malsimo gusto. Las alfombras tenan colores chillones, las lmparas eran vulgares y los sillones estaban tapizados en terciopelos de colores que se mataban entre s. Haba algunos cuadros en las paredes, pero eran tambin vulgares, estampas y cromos que ofendan mi sensibilidad. Don Amadeo, bamboleante y con pasitos cortos, arrastrando los pies, se acerc a una lmpara de pie como de iglesia, con una pantalla con muchos flecos y la encendi. Al mismo tiempo me deca: Sintese, sintese. Pens que ahora aparecera la mujer plida y sufriente y nos traera algo de beber. Pero en su lugar y sin que yo pudiera precisar por dnde haba entrado, apareci en el saln un muchacho rubiales, menudo y con una sonrisa permanente y cnica, que traa en las manos un enorme carpetn de papeles y que, obsequioso y servil se acerc a don Amadeo: Aqu tiene la documentacin. Est toda, creo.

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Don Amadeo, como si se hubiera olvidado de m, tom el carpetn al mismo tiempo que se arrellanaba en el silln mediante movimientos revolventes como una tortuga que se hubiera quedado panza arriba. Comenz entonces a repasar los folios y, como si lo hiciera instintivamente, tom de una mesita lateral una especie de vaso que contena lapiceros de todos colores. Don Amadeo iba tomando unos y dejando otros, negros, azules, rojos, y pareca subrayar sobre los folios algunas palabras con todo cuidado. De vez en cuando tambin se quitaba las gafas que llevaba puestas y se pona otras de oro, luego se las volva a cambiar, como si fuese un personaje cmico de opereta. Entretanto, el muchacho rubiales de la sonrisa perenne se mantena medio encorvado, como en actitud de reverencia, delante del prohombre, porque seguramente don Amadeo era un prohombre con toda la barba, ms bien con toda la grasa o toda la flema o toda la mierda de los prohombres. Yo estaba ya a punto de ponerme de pie y despedirme, pero de repente don Amadeo volvi a poner todos los papeles en las manos del servicial criado o secretario o lo que fuese, y se vino derecho a m, hecho un mar de excusas: Perdneme, perdneme, pero tena que ver esos papeles. Enseguida estoy con usted. Se fue al fondo del saln, abri una puerta y hasta me pareci que suba unas escaleras, el caso es que al minuto volvi muy zalamero trayendo una bandeja moruna y encima cuatro copitas y un frasco de licor; yo vi las cuatro copas con extraeza, puesto que all slo estbamos tres, mejor dicho, habamos estado tres pero ahora mismo estbamos slo l y yo. Don Amadeo dijo: Un poco de mistela no nos vendr mal. Sirvi tres copas y dej una vaca, y al rato entr de nuevo el rubiales de la sonrisa clavada. Don Amadeo nos entreg las copas y dijo: Hay que tratar bien a los artistas. Y levant su copa en plan de brindis. Al muchachito rubiales, no se sabe por qu ni cmo, acaso porque estuviera nervioso, se le cay la copa sobre la alfombra. Afortunadamente no se rompi pero la mistela se derram sobre los horrendos dibujos. Don Amadeo hizo como que no se enteraba y no dijo nada, pero el muchacho recogi la copa y sali disparado hacia una puerta del saln y ya no volvi a aparecer. Me pareci orle hablar con alguien al otro lado de la puerta y puse atencin por si se trataba de la mujer de la ventana, pero no pude comprobar nada. Entonces don Amadeo, acercndose a m, vino con su copa y la tintine con la ma, lo cual me produjo tremenda vergenza, y es que, por lo que fuera, don Amadeo no solamente me produca asco sino que al mismo tiempo me daba una gran pena, ahora que lo vea de cerca, fofo, balbuciente, con una salivilla sobre los labios, y unos ojos hundidos, invisibles como los de un topo. Le record paseando con el poetastro negro, y ahora no me pareca el mismo, acaso tena el mismo volumen, el mismo bamboleo, pero ni su voz ni sus movimientos parecan los mismos. Sin quererlo, yo miraba hacia el ventanal para ver si poda distinguir los murcilagos, avechuchos de la noche, pero no se vea ninguno, ni tampoco cantaba la lechuza ni brillaban en la foresta los ojos de los bhos, lo nico que haba ahora eran moscas, unas moscas azuladas y enormes que chocaban con los cristales pero sin producir ruido, lo cual me pareca muy raro. Don Amadeo se haba sentado otra vez y con voz compungida y a la vez sentenciosa, dijo: Ustedes, los artistas, estn siempre en un gran peligro. No cree? Me dej helado y no supe contestar, pero l tampoco esperaba ninguna respuesta, sino que sigui: Ustedes pueden ser la sal del mundo, pero tambin pueden ser escoria, basura.

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Ustedes suelen dar la espalda a Dios... Escuchar la palabra Dios en sus labios abotargados y rezumantes de saliva espesa, me caus cierta revulsin. En el fondo de los ojillos de cerdo en estado de ceba brillaba como un reflejo de cinismo, casi de sacrilegio. Me senta terriblemente incmodo, pero a la vez fascinado, incapaz de reaccionar ni de moverme. La copita vaca segua en la bandeja como una ofrenda a algn ser misterioso y ausente. La luz de la lmpara de pie descargaba sobre el sof de don Amadeo la indiscreta revelacin de grandes manchas de grasa, de sudor o quin sabe de qu repugnantes sustancias. Y qu estaba haciendo yo all? De pronto me sent como implicado en algo nefando, abiertamente fuera de mi sitio, sin conexin alguna con todo lo que me rodeaba, avergonzado y atrapado en algo confuso, ajeno, inconfesable, pero ciertamente yo esperaba todava que de un momento a otro apareciese aquella mujer que me tena intrigado, la doliente mujer de la ventana, como si su presencia me fuera indispensable para descifrar las cosas que ahora se me aparecan en nebulosa. Tuve la sensacin, que ya he experimentado otras veces en mi vida, de que me encontraba donde no deba, donde no tena nada que hacer, un sitio que no era el mo, pero entonces me dio por pensar si realmente yo tena algn sitio apropiado, si haba en algn lugar un sitio para m, vamos, mi sitio, y llegu a la estpida conclusin de que yo no saba si tena un sitio en el mundo, en esta vida, en esta sociedad, cul era mi sitio, al lado de ta Catalina, en el peridico, en el bingo, en el cine, en la calle? Sin duda ninguna todo esto me pasaba por despistado, por no saber a ciencia cierta cul era mi sitio en esta vida, yo no s si los dems sabrn con fijeza y sin dudas cul es su sitio en el mundo, pero yo en aquel momento me sent totalmente errtico y errante, desarraigado y despegado de todo, y don Amadeo se me apareca como un mueco fondn y repugnante, flotando sobre una cinaga entre moscas relucientes y murcilagos horripilantes, y yo, qu haca all? Mi impulso era huir, pero estaba como clavado al asiento, sin poderme mover, y de pronto don Amadeo que se me acerca con una especie de carpeta muestrario en la mano, y abrindola me dijo: Ve usted esto? Pues todo esto son anticonceptivos, distintas marcas, distintos modelos, distintos colores... El muestrario contena, efectivamente, una serie de bolsitas, todas iguales, muy bien colocadas, y don Amadeo continu: Cada bolsita de estas contiene cien mil anticonceptivos. Se da usted cuenta? Se imagina lo que va a ser del mundo, lo que va a ser de la especie humana? Recuerdo que ni las cifras ni las bolsitas me causaron demasiada impresin, y slo me preocup de pensar por qu este asunto de los anticonceptivos le preocupaba tanto al tal don Amadeo, ms bien una foca humana y grasienta, sin indicios de tener hijos ni esposa, sino ms bien con definida proclividad hacia el mariconismo untuoso y tocn. Estuve por preguntarle si tena hijos, pero l no me dejaba opcin, porque segua: Dios se est cansando de nosotros. Se lo digo yo. Otra vez la palabra Dios en su boca, como si l fuera una especie de recadero o secretario de Dios, y me acord de ta Catalina, siempre con Dios en los labios, y por qu siempre haban de ser estos seres mentecatos, o ridculos, o hipcritas o repulsivos los que tenan que hablarme de Dios, que yo quera dejar a Dios en paz y que l me dejara a m, y de nuevo me puse a atisbar por si haba algn ruido, alguna seal de que aquella mujer pudiera aparecer, como si estuviera seguro de que ella me sacara de aquella situacin tan embarazosa para m, tan acongojante y ridcula. Pero don Amadeo pareca dispuesto a sorprenderme con nuevas muestras y nuevos datos de la aberracin humana, y con sus pasitos cortos se dirigi ahora hacia un armario, lo abri y sac de l una especie de maletn o caja con asa, como las que usan los viajantes de laboratorios para visitar a los mdicos, y abrindola se vino derecho a

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m y me hizo ver que en su interior haba una serie de tubos de ensayo, como cincuenta o cien tubos de ensayo, perfectamente colocados, y me dijo: Ve usted esto? Pues stos, todos estos tubitos, son embriones humanos fertilizados in vitro. Una aberracin. Y sabe usted cuntas fertilizaciones as se hacen ya en el mundo, no dir cada ao, sino cada da? Miles y miles de ellas. Miles y miles. Y cada vez le colgaba una salivilla ms espesa del labio inferior. Yo no saba qu decir, pero no era necesario. l segua hablando sin esperar dilogo. Comprender usted que esto lleva muy mal camino. Dentro de poco el hombre ser un ser artificial. Fabricado, cultivado como los championes de vivero. Se da usted cuenta? Yo casi tuve que contener la risa. Me imagin un vivero de seres humanos, nios plidos como championes pegados al suelo, con races en los pies. Pero de nuevo pens en qu le iba ni le vena a don Amadeo en todo esto. l ahora estaba cerrando la caja con todo cuidado, pero antes haba repasado los tubos, casi acaricindolos, y de nuevo volvi la caja al armario. Todo realizado con gran parsimonia, casi como si fuera un rito, y yo pens que quizs haca esto varias veces al da, con sus visitantes, y me pareci que en todo ello slo haba una especie de complacencia en una morbosidad repelente y aument en m el asco que senta por aquel viejo bamboleante y viscoso. Y no saba si lo que quera era catequizarme, escandalizarme, asustarme o convertirme a alguna secta rara. Pareca verdaderamente un Mefistfeles caduco y fondn manipulando en aquel armario-laboratorio, y quin sabe si no era l quien haca todas aquellas fertilizaciones o cultivos, y hasta tal punto me impresion que cuando cerr el armario y se volvi hacia m lo vi transformado en un personaje ms oscuro, con ojos brillantes y una especie de cuernecillos sobre la frente. Vi tambin que me hablaba y hablaba moviendo los labios, pero no poda or nada de lo que deca, como si de repente hubiera sufrido un ataque de afasia y no le saliera la voz, o como si yo me hubiera vuelto sordo de repente, y el movimiento de sus labios era horrendo, de tal modo que no se saba si hablaba o masticaba o maldeca o rezaba. Me sent angustiado y opt por mirar a travs de la ventana hacia la espesura vegetal circundante y los rboles parecan dormidos y entre las torres y verjas se perciban de vez en cuando reflejos muy lentos de faros que se movan sin ruido y avanzaban como clandestinamente por entre los ricos tugurios, llammosles as a estas opulentas mansiones de la corte celestial, apartadas del mundo corriente y moliente, en donde escondan sus cadveres vivientes los grandes banqueros, los polticos, los empresarios, algn publicista famoso, algn artista triunfante y tambin algunos nuevos ricos aupados en la escala social y sobre todo en la del dinero a base de las mil formas de picaresca inventadas por el hombre para enriquecerse a costa de otros; todos ellos sin duda considerados benefactores, protectores de las mejores causas, militantes de un apostolado evanglico, miembros de nmero o de honor de las grandes instituciones benficas, culturales o artsticas del mundo. Todos, por supuesto, en posesin de medallas, condecoraciones, lazos, bandas, pergaminos, grandes cruces, placas honorficas y otras chatarras de mierda. Y todos, quin sabe, guardando en sus vitrinas o en sus armarios tubitos de ensayo, probetastero, probetas-madre, pldoras de colores y otros avances de la ciencia, que para eso ellos son los guardadores de la decencia, la virtud, el avance y el progreso de la humanidad. Al verme el tal don Amadeo mirar con tanta ansiedad hacia la espesura de los jardines, se levant como un inmenso flan parlante, y me dijo: Quizs afuera estaremos mejor, respirando la inefable noche. Y salimos. Entre los rboles del esquinazo del jardn se movi algo aleteante y escurridizo y se oy un ruido extrao, como una risa sofocada acompaada de crujir de

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dientes, o como un resoplido de bruja impaciente. Es una lechuza dijo don Amadeo con tono pedante de conocedor. La lechuza seguramente regurgitaba despus de un festn, quin sabe si de algn pajarillo o de las cucarachas que se arrimaban a las paredes del jardn debajo de los focos. Al separarnos un poco de la casa de nuevo vi cmo los murcilagos seguan zambullndose en la noche, tejiendo hilos invisibles entre la torre y los rboles, la misma ceremonia lasciva del primer da, la misma masa de alas volcndose en vrtice siniestro desde las alturas y girando hacia los cobijos de las sombras. Cuntos murcilagos dije. Pobrecitos. Tambin ellos son criaturas de Dios. No oye, cmo silban? Pero silban? Yo no oigo nada. Me entr un escalofro al pensar en los dientecillos de sierra de estas "criaturas de Dios" y al ver la naturalidad con que don Amadeo se refera a ellos, quizs hasta los alimentaba echndoles miguitas en la terraza, porque estaba visto que haba como una gran compenetracin entre don Amadeo y sus huspedes voladores y siniestros, y no es que yo sea excesivamente supersticioso, pero hay bichos de estos que me hacen verdaderamente sentir mal. Don Amadeo, en cambio, pareca enteramente satisfecho y a sus anchas y hasta comenz a perorar en un tono eufrico y protector: Y cmo va su arte? Pregunta retrica, porque sin darme tiempo a que yo contestara, continu: Yo creo que le rinde como para vivir de esos dibujos, supongo. Trabaja usted mucho, no? Vamos, eso es lo que me parece a m, que vivo tan alejado de su mundo, pero que procuro estar enterado, vamos, leo los peridicos y las revistas en que usted dibuja. Muy interesantes, muy interesantes, s, s, muy interesantes... l se lo deca todo y estaba visto que no esperaba siquiera que yo contestara. Como mandatario burgus sin complicaciones, como financiero apostlico con entraas de mercader, como especie de misionero con alma de polica, estaba visto que lo que quera era meterse en mi vida, venir a por m, vamos, a por mi tiempo, a por mi trabajo, a por mi libertad, a por mi alma, si era menester, y como era evidente que no tena hijos, ni preocupaciones, ni familia, lo que al parecer quera era salvarme, salvar mi arte, salvar mi cuerpo, salvar mi alma, salvar mi culo. No crea que a m no me gustan sus dibujos. Me gustan y mucho, pero permtame que le diga una cosa... Hay algo ms hermoso que la belleza? Y sobre todo la belleza increada. Por eso, ustedes, los artistas, para m son lo mejor de este mundo, lo ms valioso. Hay algo ms valioso, ms noble que el arte? Y se bamboleaba, y a veces se dejaba caer hasta rozarme y entonces casi le temblaba la voz y le temblaba sobre todo la papada. Seguramente lo que pensaba era "Hay algo ms emocionante que un esfnter cerrado, que se resiste?". Su voz iba por un lado y su emocin iba por otro, pero sin duda tena costumbre y hbito de hablar con coherencia mientras pensaba en otra cosa, mejor dicho, mientras se emocionaba y se excitaba con la proximidad y el toqueteo. A veces me pona una mano sobre el hombro y era como el tacto de un limaco, adherencia total que se dejaba resbalar en una caricia. Entretanto, hablaba y hablaba: El talento, los talentos que Dios nos ha dado, hay que dedicarlos tambin un poco a su gloria, y el arte es un medio maravilloso. Yo no s si usted tiene mucho tiempo libre, pero usted tiene un instrumento valiossimo, sus manos, lo que sus manos son capaces de hacer. Ya lo quisieran tener otros, ese don... Por eso usted tiene un gran porvenir, usted, amigo mo, acabar haciendo una gran obra, una gran obra. Se lo digo yo.

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Yo miraba insistentemente hacia la ventana y dos o tres veces me haba parecido que alguna luz se encenda o se apagaba en la casa, pero la mujer del ventanal no estaba, o si estaba no se la vea por ningn lado. Me senta como hurfano, como defraudado. Las galaxias menudas de las colonias anglicas, este mundo mgico de silencio y reserva, casas irreales de puro hermticas y distantes, formaban como una escenografa teatral para una ceremonia de misterio y soledad. Ni msicas ni voces por ninguna parte. Si algn coche se deslizaba entre los setos lo haca silenciosamente, como un despegar de alas, y los chals apagados tenan aire de sepulcros, de grandes tmulos abandonados. Retiro orgulloso para estos satisfechos y opulentos funcionarios, gente enterada de todo, cmo no, pero sobre todo enterada del precio del dinero, de cambios y cotizaciones, porque el dinero lo es todo en estos lares, lo es todo y no es nada, segn se mire, y entre tanto don Amadeo segua hablndome como un alado angelote gordo, y lo malo era que la salivilla le saltaba al hablar y los pies le olan mal. Estaba visto que su fuerte era dar consejos, que disfrutaba dando consejos y a m me estaba aconsejando muy bien, porque me deca los artistas somos como aves locas y haba que preocuparse del da de maana, haba que ordenar la vida, porque ese da de maana llega sin pensarlo, cuando menos lo esperamos, y llega siempre, nunca falla. Entretanto los murcilagos seguan montando su zarabanda en lo alto de la veleta, y yo comenzaba a sentir mareos, porque don Amadeo, decididamente, ola mal, no s si los pies, los sobacos o las narices pero un olor abominable nos envolva, un olor que recordaba el de las sotanas viejas de un cura de pueblo, o el de una sacrista con moho y cirios apagados, porque claramente haba un olor a cera y a iglesia abandonada, y estaba visto que si don Amadeo no era un eclesistico era por lo menos eclesistico de adopcin o meapilas, pero tambin un personaje pachn y vicioso, capaz de las mayores canalladas, llegado el caso. Demasiadas veces me haba nombrado a Dios, lo cual siempre es sospechoso. Al fin, solt lo ms importante. Me dijo: Y si yo, es decir, yo y otros le hiciramos una proposicin? Me pill tan de sorpresa, que slo pude repetir: Una proposicin? S, una proposicin. Ya habl con los dems y... Pero, quines? Nosotros, nosotros. Estaba claro que no quera ser ms explcito y que gozaba con mi confusin. Se paseaba sobre las losetas arrastrando un poco los pies como el caimn sobre la hierba fangosa. Iba a pedirle explicaciones acerca de quines eran nosotros, pero l, evitndome la pregunta, matiz con cautela: Usted sabe muy bien que nosotros no somos ellos. Ellos, ellos y yo me qued repitiendo la palabra en mi interior sin comprender nada. Me pareca escuchar el eco de una pelota en el frontn, algo hueco, sin agarradero posible, sin pies ni cabeza, y el amantsimo don Amadeo me miraba como a un ser descolocado, como a una criaturilla despistada, a la que resulta fcil ponerle una mano en el hombro y sealarle un camino; comenc a sentirme disgustado conmigo mismo, en primer lugar por haberme dejado atrapar, por estar all, donde nada se me haba perdido, por dejarme embaucar, como si yo fuera un ser indefenso y desorientado que no sabe lo que quiere, y haba acaso algo de eso, porque, si no, qu haca yo all, escuchando a este viejo de sonrisa ajada, de mirada de palomo con las patas atadas, de movimientos de alacrn que avanza humilde con el aguijn enhiesto? No saba qu hacer ni saba si verdaderamente era yo quien me paseaba al lado de un ser tan lamentable, tan untuoso y

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repulsivo, y si verdaderamente era yo y estaba all no sera culpa de nadie sino ma, y me estaba bien empleado. Pero don Amadeo segua con su ofrenda zalamera y perfectamente calculada: Creo que sera algo muy bueno para usted, porque usted se merece ms de lo que tiene y nosotros y lo recalc estamos dispuestos a drselo. Sin transicin apenas y volvindose a m, me dijo: No cree usted que ahora hace demasiado fresco? Vamos a entrar, le parece? Y como quien anima a un burro terco a que cruce el portaln, me dio una palmada en la espalda, diciendo: Pinselo, pinselo... Yo estoy seguro de que usted necesita un cambio, y ese cambio ser para mejorar. Habamos dado la vuelta al jardn y entramos ahora por la puerta principal, derechos al saln, y nada ms entrar don Amadeo dio la luz y luego apret otro botn y comenz a sonar una msica suave pero litrgica, aunque hbrida y ramplona, no por supuesto el gregoriano antiguo, tan bello, sino una imitacin dulzona y blandengue. Don Amadeo sonrea feliz, felino y fraudulento. Y fue entonces cuando sin que yo pudiera darme cuenta de por dnde ni cundo haba entrado, se puede decir que apareci ante nosotros aquel joven, bello y esplndido como el lucero de la tarde, armonioso y delicado como una estatua de Praxteles, y su voz pareca despedir un resplandor hmedo, como cuando en la noche recin llovida estallan cohetes, y toda su figura tena algo de irreal, como una sombra que se hiciera clida y luminosa por momentos. Me estaba preguntando de dnde vena y cmo haba entrado este cuarto invitado, pues ahora recordaba la copa vaca en la bandeja, y efectivamente don Amadeo, solcito y tembloroso, acudi rpidamente a la botella y llen la copa y se la ofreci al nuevo visitante, con una sonrisa plenamente diablica: Una copita de mistela? Nosotros ya hemos tomado. Has llegado un poco tarde...

El muchacho, que poda tener dieciocho o veinte aos, en todo caso nunca ms de veinticinco, comenz entonces a contar de forma animada y graciosa una insulsa peripecia con la polica de trfico; pero se mova con tal dominio de la escena y hablaba con tal alegra en la voz y en los ademanes como si estuviera de verdad ante un auditorio, y el auditorio deba de ser yo, y acaso don Amadeo era el apuntador, porque a cada cosa que deca el muchacho, l haca gestos de aprobacin, de admiracin y de arrobo de tal modo que nos tena a los dos encandilados, y la magia no poda estar en las palabras, sino en la voz, en el tono, en los movimientos de toda su figura, que con la copita en la mano hablaba y hablaba: Qu risa, don Amadeo! Se puede usted figurar, que vena yo tan tranquilo y al cruzar el puentecillo, ya sabe, se de la gasolinera, pues que el guardia sale de detrs de la pilastra, con el bloc en la mano, y que multa tenemos, vaya, y yo, caramba, con el coche parado, cuando toda la riada vena. Y cmo vena!, y yo entonces voy y le digo, "pero, oiga, que nos van a dar por detrs", qu risa, don Amadeo... Que nos van a dar por detrs, le dijiste? Ja, ja, ja y los dos, el joven y el viejo, se rean sin poderse contener y hasta se doblaban por la cintura. Asimismo se lo dije, y es que yo estaba de lo ms divertido, porque, vamos, venirme con una multa, si yo haba hecho el STOP, yo no saba a qu vena aquello, pero ya sabe cmo son estos polis de mierda, y que tena que ensearle la documentacin, y yo que la busco y no la encuentro, ja, ja, y l que me dice: "No se

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ponga nervioso, tranquilo"; pero si yo estaba de lo ms tranquilo, oiga, pero que me empiezo a mirar en todos los bolsillos y que no saba dnde haba metido el carn; pero, bueno, al fin lo encontr y se lo puse delante de las narices, y sabe qu pas al fin? Pues que se ve que los hay de todas clases y ste era de los buenos, y va y me dice "que no le vuelva a ver pasarse sin hacer el STOP". Yo le iba a replicar, pero pens que era mejor callar, porque, oiga, que no me puso la multa ni nada. Increble! Seguramente le gustaste, y vio que eres bueno, eres bueno como un ngel. Pero lo que a m me impresionaba ms era la boquita que pona don Amadeo al escuchar a Lucindo, porque enseguida supe que el bello joven se llamaba Lucindo, la boquita fruncida como de pin, pero que en realidad se le quedaba arrugada como culo de mona, y al mismo tiempo ladeaba la cabeza en actitud de arrobo y admiracin. La escena me estaba dando asco, aunque no sabra decir si el joven participaba de alguna manera en la viscosa, tenebrosa y ambigua conducta de don Amadeo, o si era simplemente una vctima ingenua y candorosa de la nefasta influencia del viejo torpn y sus murcilagos. Lucindo no es que fuera afeminado, sino que resultaba lnguido y provocador, su atractivo comprob que poda ser irresistible, incluso para m, su voz era aterciopelada y tena algo de muchacha frgil, suave y flexible como las caas de bamb; tena tambin algo de porcelana, de odalisca, de estatuilla que en un momento dado fuera a ponerse a danzar con inefable armona, haca pensar tambin en un San Sebastin, y me lo imaginaba desnudo, mrbido y clavado de flechas, y resultaba ms hermoso, ms inocente, quizs por verlo al lado del bulto de carne fofa y untuosa, aroma de pachul y fondillos brillantes, que ahora me estaba dando la mano blandorra y hmeda para despedirme. Yo no haba podido resistir ms y me haba levantado: Tengo que irme dije. Don Amadeo me acompa hasta la puerta mientras Lucindo se tumbaba en el sof con actitud lnguida y hasta puso los pies sobre el brazo del asiento. Sal de repente, como si acabara de recibir un mensaje de urgencia, y en la puerta vi el Ronda de Lucindo, un Ronda flamante color guinda. Me detuve un rato y mir hacia el ventanal, y me pareci ver la sombra de una sombra que se mova lejos de los cristales, acaso la sombra de aquella mujer cuyo recuerdo se haba fijado en mi imaginacin y me obsesionaba. Permanec un rato esperando verla asomarse, pero la luz estaba apagada y nada se vea, acaso solamente el reflejo sobre los cristales me produjo el fingimiento anterior que me hizo ver una sombra.

Nada ahora se vea ni se mova tras los cristales ciegos. Pero sobre el chal segua la torva zarabanda de los murcilagos y ahora la nube de avechuchos era tan espesa que el aire estaba como parado en torno al chal, y un olor refinado y repugnante descenda como de una cloaca inmensa, retrete de enfermera o desage de matadero. Senta un fuerte dolor de culpa al alejarme dejando a Lucindo all, como si fuera una pertenencia de don Amadeo, y seguramente, lo era, pero yo poda haberle preguntado si quera venirse conmigo, quin sabe, a lo mejor era otra vctima como yo de la atraccin siniestra de los murcilagos. Me alejaba despacio, pesaroso, disgustado conmigo mismo, porque ya otras veces me haba sucedido, haber podido y deseado hacer una buena obra y no haberla hecho por cobarda, por indecisin, por esa inhibicin culpable de pensar que a m no me incumbe nada, que se las arreglen, que se las arregle Lucindo, pobre muchacho, y la pena haca pesados mis pies; me volv desde el camino y vi que la lmpara del saln que daba a la terraza, donde habamos estado, y donde se haban quedado el buitre y la paloma, se haba apagado, y ahora se perciba en

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el interior solamente una luz tenue que iba de un lado a otro, como si alguien llevara una palmatoria encendida de un extremo a otro del saln, y me qued clavado en el suelo intentando descifrar la clase de ceremonia que se estara celebrando all dentro, una especie de procesin medrosa y sigilante, oficiada por el gran atn de don Amadeo, el fofo len sin garras que se enfureca solamente con el vaho de la entrepierna, y a su merced aquella vctima, obsequio tibio de carne adolescente, delgado y tmido, insolente y etreo, contradiccin eterna de la adolescencia, y el vaivn de la luz irrisoria continuaba y aquello no poda ser otra cosa que un preludio macabro de alguna funcin espantosa, quizs un preludio entre susurros que yo no poda or. Pero entretanto los murcilagos, como si formaran parte de la ceremonia, bajaban cada vez ms hasta los ventanales como si quisieran araar con sus dientecillos y sus garras los cristales hermticos, y formaban una algaraba de chillidos y luto, de aleteos apremiantes e impacientes, como ansiosos de participar en alguna horrenda y diablica orga.

Me alej de all a toda prisa, pero cuanto ms me alejaba ms me pesaban los pies y el corazn, como si un sentimiento opuesto tirara de m hacia aquel chal que pareca tener un imn secreto para m, y me iba pero saba que volvera, que tendra que volver. Sufra como un encadenamiento oscuro con todo lo que el chal representaba, un encadenamiento que se haca irresistible en cuanto llegaba la noche y que durante el da me vaciaba de m mismo, dejndome en la mayor de las incertidumbres, en el mayor desasosiego, y lo que era peor en la mayor apata, indiferencia y desencanto de todo. Como un cansancio infinito se apoderaba de m y slo en la noche me volvan las fuerzas para cambiarme y dirigirme al chal, un chal adems que nadie conoca, que al parecer nadie haba visto ni nadie saba nada de su dueo, un seor que sin embargo era tan importante, prepotente e influyente, un prcer de la sociedad, de esos cuyo nombre pasa a lpidas conmemorativas y a menudo a efigies de bronce o mrmol entre la floresta de algn jardn. Iba yo seguramente distrado, porque de pronto sent a mi alrededor como un tropel de ejrcito en huida, sombras tozudas que merodeaban, me impedan el paso, me atosigaban, me cercaban sin dejarme caminar, hasta que me di cuenta de que lo que me rodeaba era un inmenso rebao de ovejas gordas y redondas, otra vez las ovejas, las malditas, las pobres ovejas, malolientes y topadoras, que me tropezaban, me trababan, me impedan dar un paso; en la noche pude or la voz del pastor azuzndolas y los perros que ladraban, sera el mismo rebao de antes, que tambin daba vueltas en la noche?; pero yo no poda moverme y el rebao pareca inacabable; no s el tiempo que pasara rodeado de ovejas, pues tengo la impresin de que fue interminable y de que el mar de lana que me rodeaba era infinito. Y ahora tendra que soportar el encuentro con ta Catalina, otra vez "Qu horas son estas, Dios mo", "Si viviera tu madre", "T andas en malos pasos", "De dnde puedes venir a estas horas", y yo le dira que acababa de descubrir que los murcilagos tienen ojos muy brillantes, o que haba estado metido en un mar de lana, o que haba descubierto un stano lbrego y pestilente donde una cabra haba parido tres palomas blancas; pero ella entonces, lo saba muy bien, comenzara con la segunda cantinela, que "sigues la ley de tu padre" que "el vino, el vino, el alcohol, que a l lo mat y a ti te est matando poco a poco", "Ay, Enriquito mo, que no me hables de animales, que eso mismo haca tu pobre padre, y ya sabes, que acab loco, loquito del todo", y que "al final slo hablaba de santos y de animales", y "T lo que tienes es que tomar muchas yemas, que dan mucho fsforo, y t lo que tienes es debilidad en la sesera, que t naciste en un mes de luna, que yo lo recuerdo muy bien,

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luna llena que haba cuando t naciste", y yo le tendra que contestar lo de siempre que "T s que ests loca, ta, que todos los meses tienen luna, y qu es eso de un mes de luna" y "Djame en paz" y "Djame, ta bruja, que t s que me tienes embrujado", y entonces ella se iba santiguando y musitando oraciones, pero nunca se enfadaba, y esto era lo que me pona ms frentico, que al rato volva hecha unas mieles y me deca si quera tomar algo, y otra vez las yemas, que ta Catalina todo lo arreglaba con yemas, pobre hgado, si yo hubiera tomado todas las yemas que ta Catalina quera darme, y entonces me ofrecera unas hierbas y vendra con su tila-tila-tila, bien cargadita, y "Si no fuera por m", "si no fuera por m", y a menudo estoy tentado de decirle que si no fuera por ella estara ms tranquilo y no tendra a nadie que metiera las narices en lo que hago, a qu hora vuelvo y a qu hora salgo, si duermo o si no duermo, si como o si no como, pero a esto no me atrevo quizs por la promesa que hice a mi madre; pero reconozco que me hace dao el reprimirme y me hace el mismo dao el tratarla mal, que hay cosas en la vida que son puro dilema y hagas lo que hagas no te libras de la mala conciencia, de la repulsa de ti mismo, un asco de vida que te aprisiona por algunos lados sin darte la menor oportunidad, y luego lo ms curioso es que ta Catalina me da pena, y a veces siento un rpido y fugaz ramalazo de ternura hacia ella y me gustara decirle algo carioso, o hacerle una caricia, pero enseguida me avergenzo de este sentimiento y a lo mejor salgo por peteneras llamndole bruja, beata asquerosa, arpa, y as, y ella, como siempre, se va rezongando, lastimera y lastimada, pero siempre vuelve, y a lo mejor me dice: "Me han dicho que te metes con los curas, y eso no est bien", y yo le replico "Los curas, los curas, siempre los curas, ellos te lo dicen, verdad?", "No, ellos no me dicen nada, ellos callan ms de lo que t crees", "Si no fueras tan soberbio, que te crees el ombligo de todo, que es que a veces das miedo", "Miedo, miedo yo?, ja, ja, ja. T s que das miedo, que eres una especie de murcilago" me sali sin querer , pero ella replic enseguida: "Qu dices t de murcilagos, t, que slo sales y entras de noche como los murcilagos?", y me hizo dao porque tena razn.

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Se me ha ocurrido pasar otra vez por el bingo de la Ciudad de los Periodistas, por donde no haba vuelto desde aquella noche de la comisara extraa, y para que se vea lo abstrado que ando y lo fuera de regin que yo estoy, me encontr con la sorpresa de que Rafa no estaba ya all como maestro de ceremonias de todo aquello, y al preguntar por l como si nada hubiera pasado, el ms viejo de los porteros se me qued mirando como a un bicho raro y me dijo: Pero, no lo sabe usted? Rafa est enfermo, ya lleva ms de una semana... Notaba yo unas miradas raras, unas cautelas extraas y tem que lo hubieran "botado", como dicen los hispnicos. Pero no era eso. Entonces el portero que haba comenzado a hablar me llev un poco aparte y con mucho sigilo, me dijo: Tiene el SIDA ese. Que tiene qu? me pareca no haber odo bien. S, hombre, esa enfermedad que hay ahora, que... ya sabe usted... Dicen que les da a los que toman o dan por detrs. Ya sabr usted... Me qued de una pieza, no como si me hubieran echado el jarro de agua fra, sino como si me hubieran volcado encima un perol de plomo derretido. No me sala palabra y no saba qu decir al portero, que estaba como esperando algn comentario; pero yo estaba como cuando un rgano de tubos flamantes se descompone y lo nico que sale por sus resquicios al pisar el pedal es un lamento penoso y triste. Slo me salan balbuceos, y al fin, por decir algo, pregunt: Est usted seguro? Y cmo lo sabe? Bueno, lo sabe todo el mundo. Dicen que no durar mucho, que eso es peor que el cncer. Verdad, usted? Pero cuando el diablo golpea no lo hace al buen tuntn sino que da un golpe tras otro, en cadena. Porque al abandonar el edificio del bingo, una decoracin plmbea y presuntuosa, de psimo gusto, me sali al paso un seor con gafas oscuras, un poco chepado y piernas arqueadas como los caballistas, y sin ms ni ms se viene a m, me da un golpe en el hombro con su manaza de cargador y me dice: Hombre, dichosos los ojos... Yo al principio no ca, pero al or su voz lo reconoc enseguida, y era nada menos que el comisario de marras, el del ojo chuchurro, slo que al llevar gafas no me haba dado cuenta, pero ahora, fijndome bien, incluso a travs de las gafas poda ver la cueva sanguinolenta de su ojo vaco. Pareca que el encuentro era casual, aunque de esta clase de personajes no me fo un pelo y era capaz de haber estado espindome. Con pertinacia inflexible, repeta: Quin me lo iba a decir... Vivo por aqu cerca, no lo saba? S, hombre, claro, claro. Pero, usted, vive tambin por aqu? No contest a mi pregunta, sino que continu: Pues el otro da, viendo yo uno de esos muecos suyos y recalc lo de muecos en ese peridico que nunca leo, me dije: a ver cundo este hombre expone su obra por ah, en alguna sala, y me gustara ir a verla. De verdad. No va usted a exponer? Y me figuro que hasta darn un copetn, como es costumbre, cuando se trata de buenos artistas. Yo hasta no s si decrselo... pero a veces quisiera invitarle a mi casa para que viera usted un hueco que tengo en el pasillo, donde vendra muy bien uno de sus dibujos. No querr usted decir que... Entonces l solt una carcajada que son a diablica y replic enseguida, dndome otro golpe en la espalda que me dej baldado:

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No, hombre, no; no tenga miedo. Era una broma, pero parece que ustedes los artistas no tienen sentido del humor. Ja, ja, ja. Es lo que le digo a mi mujer, que por cierto tambin lo admira a usted, en cierto modo, y yo le pregunto que dnde ve ella sus dibujos y dice que en las revistas de la peluquera, y es que usted dibuja mucho, eh? Se hace lo que se puede. Ya sabe usted, esas revistas de peluquera, una porquera, revistas que viven del desconcoamiento nacional, aunque tambin se podra decir el descojonamiento nacional, y perdn; pero yo estoy venga a hablar como un sacamuelas y usted tan calladito. Pareca lgico que me hablara de don Amadeo y yo no saba cmo no lo haba hecho ya; yo notaba que lo estaba evitando o quizs esperaba que lo hiciera yo primero, pero en ese caso iba listo. As que, estbamos all, en medio de la acera, como dos estatuas de corcho o de barro que, por ms que hablan, no se comunican. No saba yo cmo desprenderme de tal fantasma, porque sigo creyendo que era un fantasma, y de pronto vi que vena un autobs, y como si fuera a tomarlo, le tend la mano precipitadamente y le dije: Perdone, tengo que tomar ese autobs. Ya ir a verle un da. A verme a m? S, s, claro... y sal corriendo. Vi que se quedaba un poco corrido, y como una gansada imprevista, me solt casi gritando, al mismo tiempo que me haca un saludo militar: Cunto honor! Naturalmente, haba tomado el autobs que no debera tomar, as que a la parada siguiente, me volv. Me fui derecho al kiosco de la Ciudad de los Periodistas, que por los pelos estaba todava abierto, a ver si encontraba un libro que andaba buscando. Hay noches gafadas, o ms gafadas que otras, porque gafadas estn todas, y fue que, al sacar la cartera para pagar el libro, se me cay al suelo una tarjeta. La recog, y pona: DORA SEGRELLES Astrloga Creo en la Astrologa casi tanto como en la Santsima Trinidad, pero se me ocurri visitar a la astrloga, y es que cuando el diablo no tiene qu hacer, con el rabo espanta las moscas, segn dicen. Dicen que tenemos que creer en algo y puede que sea verdad, porque yo de vez en cuando acudo a que me echen las cartas o me lean la mano o cosas as, y no me avergenzo de ello. Es divertido. El chalecito de la astrloga, adems, est a un paso y con este pretexto me libraba esa noche de irme a ver murcilagos sobre el chal de don Amadeo. Cruc la Carretera de la Playa y me encontr casi enfrente del chal de doa Dora, que tiene alrededor campos pedregosos y solitarios, con algn seto estropeado y medio seco. Siempre haba querido ver a esta seora, que me haba recomendado mi amigo Jos Luis Romero, el hombre ms supersticioso que yo conozco, y ahora estaba ya en la misma puerta. Sali una muchacha medio tonta que me dijo que me sentara. Luego volvi a pedirme la tarjeta. Qu tarjeta? La que usted tena en las manos. Se vea que all haca falta una contrasea. Al fin me recibi doa Dora, una seora opulenta y cachonda, con un batn de colores vivos, y yo me pregunto por qu todas estas sacerdotisas de lo oculto tienen que llevar siempre un batn floreado, como si fuera el hbito de la profesin. Tambin llevaba en el dedo anular una piedra gorda de color verde que pareca una esmeralda 75

pero que seguramente era un culo de vaso, aunque yo no entiendo de piedras precisamente. Antes de empezar el rito cerr unas cortinas de modo que dej la sala en penumbra y luego me puso en la mano un trozo de madera que representaba como un diosecillo o era algo como un amuleto muy tosco. Apritelo en su mano me dijo. Para qu es esto? No tenga miedo. Es un trozo de rama de olivo. Muy antiguo. Y enseguida fue rpida al asunto, advirtindome: Antes de comenzar, dos cosas. La primera, que usted no preguntar nada, pero contestar con verdad a las preguntas que yo le haga. La segunda es que el servicio vale cinco mil pesetas. Est usted preparado para darlas? Dije que s, por supuesto. Ya puestos en faena, era casi como un polvo, pero era un polvo limpio. Y comenzaron las preguntas: da, mes, hora en que haba nacido, o sea, un carn de identidad muy detallado. Se haba sentado frente a m, nuestras rodillas se tocaban y me sent un poco excitado. Tom mis manos entre las suyas, tena unas manos blandas, suaves, clidas. Esto empezaba mal para m, pero ella entorn los ojos, pareca musitar alguna oracin y enseguida comenz el ritual, mejor dicho, el recitado: Usted viajar mucho, quiero decir que recorrer mundo pero tambin es un hombre de terremotos interiores. Yo trataba de distraerme, porque si no me pona cachondo. Miraba sus enseres y objetos por la habitacin: un arbolillo que tena ella detrs, oh, pasmo, oh, horror, era de plstico, y tambin unas flores que haba encima de la mesa. En la pared haba un San Antonio, y en una pequea estantera haba una coleccin de vasos enigmticos con contenidos extraos: unos contenan hierbas, otros tenan como huesecillos, y otros unos lquidos raros. Todo ello, sin embargo, en lugar de producirme nuseas me causaba una sensacin de embriaguez vibrante y a la vez relajada. No me caba duda de que en el ambiente tena que haber algo que produjese esta sensacin, aunque yo no haba notado ningn perfume especial, pero algo tena que haber que a m me estaba proporcionando como un descanso agradable y excitante a la vez. Ella continuaba con su retahla: Su signo es Cncer, claro, pero las caractersticas de su estructura sicolgica, que deberan corresponder a un tipo de Cncer, estn profundamente modificadas por su ascendente, que es Gminis, y debido a esto tengo que destacar su versatilidad, aunque diluida por la influencia del signo dominante, claro. Su forma de ser es poco abierta, aunque a veces pueda parecerlo, ya que puede tener raptos de alegra, de comunicacin y euforia, pero sern raptos que durarn poco. Su gran peligro es una cierta inestabilidad emocional, lo cual puede ser la causa de su gran dificultad para establecer y fundamentar vnculos afectivos slidos y duraderos... "Noticia nueva" pensaba yo. Usted no tiene mucho sosiego y no se da cuenta de que en cierto modo es feliz, porque usted gusta de la soledad pero la soledad para usted es una incertidumbre, una duda que est no ya en el alma sino en los ojos, en la pulpa de los dedos. Ve usted sus manos? Podran ser las de un romntico apasionado y son tambin las de un mstico impotente; podan ser las de un pagano disfrutador y son tambin las de un fantico religioso... Usted ha querido alguna vez ser misionero o anarquista revolucionario, o pintor... Alguna vez dije de manera evasiva y floja. Y ella mientras tanto me acariciaba la mano como si fuera la mano de un enfermo. Luego agreg:

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Usted sufre algunas veces alteraciones de conciencia. Qu quiere decir? Pues... claramente le dir que es capaz de alternar la crueldad con la piedad de una manera arrebatada, loca. Pero como yo tenda a poner la cara tensa y amenazante, ella me pas dos dedos por la mejilla suavemente.

Sigui hablando de casas astrolgicas, de planetas y de estrellas, de que si Cncer era un signo de origen babilnico, de mapas celestes, cartas astrales, de horizontes, elpticas y meridianos celestes, y yo no entenda nada; pero enseguida se centr en m y me dijo cosas que me dejaron un poco helado: La luna preside su mapa celeste, esto quiere decir que usted tiene una sensibilidad artstica fuertemente desarrollada, y tiene usted grandes dificultades para comunicarse con la gente que le rodea; puede usted obtener fciles xitos si logra vencer cierta indolencia que tiende incluso a la pereza; tiende a ocultar sus sentimientos, se avergenza de lo que cree son debilidades suyas; carcter emotivo... Me estaba empezando a interesar, puesto que algunas cosas eran calcadas. A todo esto, ella miraba y pasaba un dedo lentamente por una especie de dibujo cabalstico y complicado que tena sobre la mesa. Yo comenzaba a estar intrigado, s vagamente que la astrologa es una ciencia, pero soy bastante escptico frente a cualquier ciencia y sobre todo a estas llamadas ciencias ocultas. Y todo iba bien hasta que ella, frunciendo incluso el entrecejo, como si le costara revelar lo que iba a decir, me solt aquello: Hay una cosa que debo decirle, y es que su poderosa imaginacin puede llegar a hacer que usted confunda los lmites de la realidad, es decir, que no reconoce del todo el mundo real, que hay en su apreciacin a menudo una fuerte dosis de imaginacin y de ensueo que le lleva a difuminar las fronteras entre lo real y lo soado o imaginado, o digamos forjado por su... mente. Se vea que ella sudaba, que le costaba decirme esto; pero yo me hice casi el ofendido y pregunt: Qu quiere usted decir? o, bueno, qu pretende insinuar? Por favor, tranquilcese. Recuerde que usted ha prometido no hacer preguntas. Usted luego me dejar sus seas y yo le enviar por escrito su carta astral, debidamente detallada. Ahora le estoy haciendo solamente un esbozo un tanto revuelto. Pero, no puede usted aclararme... ? Tranquilo. No le estoy diciendo nada malo. Debera estar usted orgulloso de su carta astral. Usted es sin duda un artista. Todo artista tiene una vida interior, digamos una especie de sima donde se cuece la creacin, y la realidad de este mundo interior a menudo est en contradiccin, o enfrentado, a la realidad exterior. Ustedes, los artistas, a veces optan por la realidad interior y... Bueno, bueno, segn yo entiendo, usted ha venido a decir, poco ms o menos... La verdad es que yo tampoco me atreva a terminar la frase. Ella se dio cuenta, y sigui: Lo ve? Se avergenza usted de ser como es. Teme que alguien pueda penetrar en su bien guardado interior. Pero usted ha venido aqu por su pie; yo no he ido a buscarlo. No saba si irme violentamente sin darle las cinco mil pesetas; lo que ms me dola era reconocer que tena razn. Y yo me contuve, porque doa Dora me deca todas las cosas con extrema suavidad, y sonriendo, siempre sonriendo. Era su puetero oficio.

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Estas cosas de las brujas estas, que nos sacan el dinero adems, siempre las tomamos a broma; pero algunas veces, como me pasaba a m ahora, algunas cosas salen, no sabemos si ser por casualidad; pero era mucha casualidad. Uno se re al principio, pero luego, por dentro, uno va masticando la evidencia de lo misterioso, la cochina verdad de la vida. Tambin uno intenta tomar la vida a broma, con juerga o con monserga, con afiliaciones a esto y a lo otro, por hacer algo, por distraernos de lo que importa, supongo. Pero por dentro va lo que va, todo el manantial de melancolas y desesperanzas que es el vivir, que es el soar, pues vivir no es ms que soar. Y que venga uno a ver a una gorda de estas con vestido floreado para que casi le desnude a uno el alma... Estaba para irme y hasta hice ademn de levantarme. Doa Dora segua sonriendo, y me dijo: Le mandar por correo su carta astral y se reconciliar usted conmigo. Si yo no tengo nada contra usted. Pero no debe usted tener nada tampoco contra los astros. Los astros le han tratado a usted muy bien, ya lo ver... Y me atrevo a predecirle una cosa: usted tendr mucha suerte, no slo en amor, como se dice siempre y ahora le estoy hablando como una amiga, no como la astrloga y tendr suerte tambin en dinero, pero eso s, slo al final de su vida. A buenas horas mangas verdes. Usted es hombre de un ltimo primer amor, sabe usted lo que eso quiere decir? Parece ms bien una paradoja. Pues, s, una paradoja. Me levant y le di las cinco mil pesetas. Ella, muy amable, me acompa hasta la puerta y siempre recomendndome tranquilidad, tranquilidad.

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Quin me haba mandado a m visitar a una astrloga? Me estaba bien empleado. Estuve para decirle que no me mandara la carta astral; pero eso ya sera revelar demasiada debilidad, miedo, todo lo que no quera revelar pero que ella pareca haber descubierto. Me iba terriblemente disgustado, furioso. Y bien, era yo un soador insensato? Era yo un loco? Todo el mundo suea, pero hay quien suea la corteza, el brillo externo de una realidad que tratamos de adornar lo ms posible; pero por dentro lo que est planteado es otra cosa, es el ser o no ser, esa balanza en que todas las bazas estn perdidas de antemano. Y es que la existencia es un fardo, un fardo con el que tenemos que pechar. Me hicieron siempre mucha impresin, y nunca los he olvidado, aquellos simblicos personajes del divino Dante que van con su fardo a cuestas, y si recordamos su purgatorio y su infierno vemos hasta qu punto el divino poeta tuvo la revelacin de poner en el amontonado montculo de las cortapisas todos los vicios del ser humano, es decir, su existencia, mejor dicho, su historia. Se me dir que Dante, el fantstico, tambin pint el cielo; pero a eso yo no llego, ni me atrevo, ni sabra. Pero tambin creo que dudar no es renunciar a nada, porque si renunciamos a la duda, renunciamos a la vida. Y la vida sigue siendo un misterio. La vida, la ciencia, la verdad. Hasta la verdad es un misterio. Ya lo dijo Pilatos, el interrogativo. Se sucedieron unos das de impensado ajetreo, porque aparte del trabajo que tena pendiente, que nunca me deja libre para dedicarme a lo que a m me gusta, la pincelada tosca de mis pretensiones plsticas, y tena muchas ideas anotadas y cartulinas emborronadas, cuando comenzaron a lloverme llamadas y los encargos ms raros, ms imprevistos, menos esperados, peticiones que suponan cierta satisfaccin econmica, adems de tratarse de solicitudes que tampoco estaban mal para el prestigio que todo artista busca. Ta Catalina repeta, aunque se vea que tambin disfrutaba con ello, "este telfono me pone tarumba", y yo comenzaba a sentir asco, dentro del orgullo ms o menos satisfecho, porque me pareca ver la mano de don Amadeo en todo aquello, una mano flccida y lasciva, y quera recordar cmo se le iban las manos en pos del bello Lucindo, como si lo acariciara sin tocarlo mientras le miraba embobado con la baba Cada, pero no todo frente a Lucindo era mimo, porque se adverta tambin algo extrao, dira que algo como miedo, inseguridad, sensacin de peligro, no se poda precisar, porque ahora, recordando la escena, la encontraba confusa, incierta y vaga, como la playa cuando est turbia por los coletazos de no se sabe qu monstruos marinos, o por la potencia encenagadora de cualquier astro sidreo en descomposicin, que all arriba tambin dicen que todo es polvo y ceniza, y hay momentos en la vida, encuentros, escenas, que se nos quedan en la conciencia como tejidos de nieblas y sombras, y hasta quin sabe si el tal don Amadeo no nos haba echado algo en la mistela, porque aquel paseo por la terraza y luego la llegada de Lucindo se me ha quedado en la memoria como algo incorpreo, fragmentado, y aunque recuerdo algunas palabras y gestos y las posturas de los dos, algo flota, se evapora, se me pierde sin que pueda precisar lo que realmente pas o dej de pasar, que, por ejemplo, creo recordar que cuando don Amadeo sali a despedirme, mir hacia arriba y dijo no s qu, y ahora creo recordar que era algo que tena que ver con la imagen sonmbula o evanescente de aquella mujer de la ventana, que aunque yo no pude verla, presenta que estaba all, es ms, en algn momento hasta llegu a temer que apareciera, como si no me pareciese oportuno el momento para su aparicin, pero, por qu, me pregunto, una y otra vez, por qu llegu a temer que apareciera? Todo era inexplicable, pero lo ms inexplicable para m era la irresistible atraccin, ms que fsica o de otro orden, misteriosa, que me ligaba al nefasto chal, por el cual ms bien senta repugnancia, una repugnancia consciente pero una atraccin inconsciente, y es que creo que hay a veces en la vida focos de perturbacin que por lo

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mismo que nos repelen nos succionan, nos subyugan, sin que podamos remediarlo si no es a base de una gran fuerza de voluntad, pero yo no estaba dispuesto a hacer ese esfuerzo, as que, como acostumbro en tantas cosas, me dejaba llevar con gran disgusto de m mismo. Con todo, fui capaz durante unos das de encerrarme con mis dibujos, mis pinceles y mis tintas, hacindome el loco a muchas llamadas misteriosas que yo s que procedan de don Amadeo o de sus mandados; estaba visto que el baboso consejero de algn crculo de dirigentes o de alguna mafia celestial, apstol para la transformacin de la sociedad moderna, como hay tantos, seguramente un propagandista del cielo para los pobres y del mundo para los ricos, benefactor de los artistas sin arte y sin oficio, que yo me conoca muy bien esta clase de benemritos prohombres, estaba clarsimo que el tal don Amadeo me haba tomado como catecmeno y no me dejara vivir. Me daba cuenta de todo esto, y sin embargo, por esa misteriosa atraccin que digo, despus de varios das de ausencia y aislamiento, volcado sobre el papel y la cartulina, decid salir o alguien lo decidi por m, que no estoy seguro de ser del todo consciente de estas escapadas, pero, sea como fuere, a esa hora en que el sol baja y se pone tibio y dulzn como los membrillos maduros y cuando la tierra comienza a decolorarse y a hacer que todos los gatos parezcan pardos, aunque no era de noche todava y haba en el cielo una luna como una hermosa hoz de nieve, sal decidido a darme un borneo por la colonia de mis desdichas. Una vez ms.

Nada ms salir de casa, como si me estuviera esperando, me encontr con la gitana vieja, la que me haba entregado la bolsa, y enseguida adems supe que era ella porque vino hacia m zalamera y con la mano extendida: Dme algo, seorito... Me qued lvido, porque adems me acord del copn metido en el armario, donde seguramente ta Catalina poda hacer algn da limpieza general. Para quitrmela de delante, saqu del bolsillo lo primero que encontr y le puse en la mano mil pesetas. Pero ella entonces, se me acerc confidencial y me pregunt: Qu tal la joyita? Era una joya, una joya de verdad. Enfurecido, le dije: Pues la joyita todava la tengo ah. Todava. Si quiere puede usted llevrsela. Yo no la quiero para nada. La agarr del brazo y le dije: Venga y se la va usted a llevar. La gitana, como alma espantada por el mismo diablo, se desprendi con fuerza y sali corriendo a todo correr. En un segundo haba dado la vuelta a la esquina y ya no la vi ms. En cuanto volviera a casa lo primero que hara sera desprenderme del copn y su contenido, que bastante loco tena que estar yo para haberlo conservado en el armario tantos das, y habiendo gitanas por medio, que seguramente estas cosas traen mala suerte a todo el mundo menos a los curas, y ya era bastante mala suerte para m haberme encontrado con aquello sin comerlo ni beberlo y sabiendo que yo no quiero saber nada de estas cosas, que quiero que me dejen tranquilo los curas, la religin y la iglesia, que bastante tengo con aguantar a ta Catalina dndome la tabarra todos los das y rezando a todas horas, pues que rece ella por m y por todos y que me dejen en paz. Pero me qued tan preocupado con este encuentro que, sin ser yo muy supersticioso, pens que poda ser un aviso extrao, y entonces me detuve, lo pens un momento y me volv a casa dispuesto a sacar el saco del armario. Pero, cosa increble, cuando fui a abrir el armario y a sacar aquello de all, algo como un mandato o una fuerza irresistible me lo impidi.

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El saco estaba all, pero yo no poda sacarlo, cada vez que iba a tocarlo algo me echaba hacia atrs, hasta que decid dejarlo pero escondindolo mejor, y lo tap con botas y jerseys dentro de la bolsa de deportes. Sal y haba oscurecido, entre unas cosas y otras se haba hecho, ms o menos, la hora de siempre, la hora del chal, la hora de los murcilagos, y casi alegre y ansioso como si me esperara una fiesta, me dirig a la colonia, y lo que ms me animaba, como otras veces, era la esperanza de poder ver a la mujer de la ventana y, sobre todo, de poder desentraar su misterio. Sera una loca, familiar de don Amadeo, que la tena encerrada? Sera una vulgar fmula mugrienta y servicial? Sera un alma en pena que se haca visible solamente en muy escasas ocasiones? Sus apariciones y desapariciones eran muy raras, y recuerdo que alguna vez la haba visto sacar un pauelo y llevarlo a la cara, pero no estoy seguro de si lloraba o simplemente se limpiaba la nariz. Recuerdo que hasta me pareci que agitaba el pauelo muy sutilmente, como alguien que dice adis antes de emprender un viaje. Las ltimas veces que haba ido all no la haba visto, pero era absurdo y gratuito pensar que se hubiera ido y que precisamente hubiera sacado un pauelo para despedirse de m. De m? A santo de qu? Era ridculo pensarlo siquiera, pero yo caminaba de prisa slo con la obsesin de ver a la mujer enfermiza y ojerosa.

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Estaba visto que nunca podra visitar de da el barrio de los celestiales habitantes de la colonia, siempre tena que ser por la noche o al menos a esa hora tarda del crepsculo, cuando las larvas del infierno se dejaban caer de los oscuros techos, de las infectas vigas, de los inmundos rincones. La verdad era que tampoco crea posible que a la luz del da me fuera dado ver la efigie misteriosa de aquella mujer de la ventana, figura plida como la noche, y no me resultaba fcil imaginrmela rodeada de luz y de color. Ella era ms bien una sombra, una quimera, una aparicin, y lo ms grave era que yo iba como loco detrs de esta ficcin o figura ectoplstica, lo que fuera, puro misterio para m. Recuerdo que me haba vestido de oscuro para no destacar en la noche y me dirig al chal, no como otras veces por el puentecillo con su tnel, ni tampoco por la carretera de los sanatorios, donde siempre haba alguna ambulancia depositando un enfermo o algn coche funerario preparado para salir con el muerto acaso a la tierra de origen, polvo que vuelve al polvo; al rato de merodear por all comenz a caer una lluvia menuda y prieta que al principio incluso es estimuladora, pero que concluye por hacerse tan incmoda como las chinitas que se nos meten en las sandalias; dos o tres veces estuve por volverme, pues me expona a acabar empapado, pero el chal de don Amadeo se haba trocado para m en algo irresistiblemente obsesivo, como si de all pudiera venirme una iluminacin de algo, o la resolucin de mis dudas, de mis vacilaciones, o como si tuviera la intuicin o la sospecha de que all iba a encontrar la respuesta para tantas cosas que me resultaban confusas, desazonadoras, arcanas; otras veces pensaba que lo nico que me atraa de aquel lugar era la curiosidad, una curiosidad malsana, por supuesto, porque hay veces en que el horror por lo vergonzoso, por lo hediondo, por lo impdico soterrado, por la bestialidad camuflada, nos atraen y nos impelen como si necesitramos comprobar que efectivamente las monstruosidades existen y que hay seres capaces de realizarlas y adems de ofrecerlas como una sublimacin. Haba un tal don Amadeo, al que por cierto nadie haba visto ni nadie me saba dar noticias de l, pero que exista, vaya si exista, es ms, yo dira que exista multiplicado, reduplicado y casi omnipresente, y que se presentaba como el salvador de la sociedad, el negociador de los bienes del espritu, redentor de almas, apstol seglar, como yo haba conocido tantos, orador que pona en pie los corazones hambrientos de verdad y de bondad, pero, cmo poda ser si casi era tartamudo y las palabras le salan mojadas y envueltas en saliva pastosa y repulsiva?; hombre que apareca en la prensa, aunque yo nunca lo hubiera visto a l personalmente, pero s a muchos de su especie, y apareca en la televisin cada vez que haba que defender una buena causa; dispona de polticos, obispos y financieros, mova medio mundo, viva como un dspota sibarita, sucio, libertino y engaador, abusaba del nombre de Dios y del cuerpo de los hombres y de sus vidas. Y todo esto tena yo que ponerlo en claro, tena que descubrirlo y revelar lo que suceda en el chal nefasto, coronado de murcilagos, cuyo dueo era uno de esos seores prepotentes que lo mismo encabezan una suscripcin para la Cruz Roja que dan consejos a los padres de familia, que lo mismo aparecen en las grandes Fundaciones que en las Cortes, en los clubs sociales que en los cementerios, en las embajadas que en los consejos de administracin; seores que brindan, con champn de la Viuda, por supuesto, y que sonren, siempre sonren, aunque la sonrisa de don Amadeo estaba un poco ajada, y quizs por eso su labor ahora era ms bien de zapa y bajo capa; seores a quienes un buen da en alguna provincia le ponen una calle, en Guadalajara o en Toledo, en Teruel o en Jan, en Villacaas de Arriba o de Abajo, segn; seores que hablan directamente con los ministros, los obispos y los banqueros, seores cargados de medallas, de condecoraciones, de escapularios y de grandes cruces, y no hara falta ser un Sherlock Holmes, seguramente, para descubrir sus nefandas inclinaciones o sus clandestinas ceremonias, y all estaba yo caminando bajo la lluvia que segua cayendo

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menudsima, imperceptible como una aspersin ceremonial de liturgia misericordiosa, porque la lluvia me serenaba, me tranquilizaba, me purificaba, seguramente porque hasta la lluvia en estas periferias de lujo tiene un signo benigno y suave, no como en los barrios masivos y zarrapastrosos, donde la lluvia azota inclemente y rompe los cntaros, las tinajas y las tuberas, cuando las hay. Aqu la tenusima lluvia, entre el matiz delicado de los verdes indicaba ya que estaba llegando a los umbrales de la colonia celestial de los Serafines y ya se vean tenues lucecitas sobre el boj y los cipreses. Y, naturalmente, ya hervan tambin las liblulas negras de la negra descomposicin, o sea, los murcilagos enloquecidos que no parecan notar siquiera la finsima lluvia.

Sin embargo, aquella noche, por ms que avanzaba hacia donde giraban los infames avechuchos, no acababa de reconocer el chal de don Amadeo, y conforme avanzaba aumentaba ms mi confusin, porque todo era silencio, un silencio penumbroso de mansiones que parecan casas cerradas a la vida, a cualquier indicio de vida, y aunque dentro hubiera plata y oro, joyas y espejos, cristales y alfombras, todo pareca cubierto, tapado, como estn los santos en las iglesias los das de Semana Santa; no haba luces sino tenues, no haba el menor ruido, no se vean balcones ni ventanas ni terrazas abiertas, todo era fantasmal, impenetrable, muerto, como si all vivieran solamente espritus sin comunicacin posible con los mortales, y todo resultaba tan desfigurado que en un momento determinado, con una especie de aura dorada que la luz del atardecer haba dejado prendida en la arboleda, uno no saba ni dnde se encontraba, ni si iba o vena, ni si haba llegado o estaba todava lejos, es decir, que yo me hall totalmente despistado, y esto aumentaba mi excitacin porque la mansin de don Amadeo no se me apareca donde yo pensaba que tena que estar; tan aturdido me encontr que volv sobre mis pasos, y era como si los murcilagos, con su vuelo zigzagueante, como serpentinas de la noche, estuvieran dando vueltas y ms vueltas, alejndose y acercndose caprichosamente, como si quisieran expresamente desorientarme o como si ellos mismos estuvieran enredados en una telaraa inmensa e invisible, y tan pronto los tena muy lejos como los tena encima, pero no haba ni rastro de la extraa veleta de hierro que coronaba el chal de don Amadeo; era como si se hubieran extendido a toda la colonia y pretendieran turbar la paz espesa del lugar con sus errabundos y pestilentes vuelos, hijos de la inclemente noche, nietos putrefactos de los ngeles con furia de laberinto, con ardor fro como el sexo de los ahorcados, con caprichoso, giratorio y ciego vuelo que acaso evidenciaba simple ansia de subsistencia pero que sin duda significaba mucho ms, muchas ms cosas, entre ellas la zarabanda loca de los intraatrapados en las telaraas de la vida, de todo lo podrido, lo vergonzoso que repudiaba la luz, lo turbio, lo infame, lo inconfesable. Decididamente el chal de don Amadeo aquella noche se me escabulla, se me borraba incomprensiblemente, y pens si ni siquiera existira, si sera una invencin de mi mente trastornada, como quizs no exista el tal don Amadeo, que la nica persona que me haba hablado de l haba sido aquel comisario mutilado y siniestro, que a lo mejor tampoco exista. Qu saba yo de don Amadeo? De dnde poda provenir personaje tan ambiguo y tan vulgar a la vez? Lo curioso era que yo haba hablado con l y recordaba perfectamente sus pasitos cortos, su voz siempre meliflua, conversacin a medias palabras, nariz fea y fluyente, cabellos ralos y ojos lacrimosos, tobillos de buey y manazas gordezuelas y blancuzcas, un tipo como tantos de tercera edad, pero con algo especial y era que difcilmente uno poda pensar que algn da este hombre hubiera tenido una niez, unos padres, unos juegos, sino que sin duda, si alguna vez haba

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nacido, haba nacido ya viejo, caduco y fofo, vestido de negro, con la papada colgante y los fondillos cados. Haba como una violencia mental en pensar que el tal don Amadeo hubiese sido alguna vez algo distinto de lo que ahora era, habitante siniestro de un chal coronado de murcilagos, visitado por muchachitos y seguramente servido por una mujer enlutada, con ojos de pena y ojeras de santa atribulada, una mujer que seguramente estaba secuestrada o maltratada y cuyo secreto tendra que descubrir yo antes o despus. De la bruma oscilante como humo de escenario en discoteca fantasmal, pasamos a una llovizna como si una telaraa hmeda y dulce invadiera cielo y tierra; la noche era tan sucia y hosca que uno senta casi la necesidad de toser para sentirse vivo en aquel ambiente paralizado. El chal de don Amadeo segua sin aparecer, pero yo slo pensaba en la efigie de aquella mujer y hasta pens que deba gritar y llamarla, pero llamarla cmo?, no saba su nombre y sin embargo era para m ya como una imagen familiar y cercana, es ms, hubo un momento en que sent que aquella mujer estaba presa dentro de alguno de aquellos chals, cualquiera que fuese, la senta incluso como algo mo, como una imagen que se haba asomado a la ventana solamente por m y para m, senta que ella me llamaba y por eso me qued indeciso y quieto bajo la lluvia sin atreverme a dejar aquel lugar, es ms, estaba seguro de que esta noche ella me hara alguna revelacin importante, ella, sin duda quera algo de m, del mismo modo que yo esperaba algo de ella, y todo consistira en interpretar su llamada, una llamada que llegara desde el silencio y la sombra, como siempre. Pero si era una mujer, como creo que era, tendra voz, como tena ojos, aunque ojos llorosos, como tena cuello, como tena manos, unas manos plidas que cruzaba sobre el pecho, y yo me mora por verla y por or su voz, como si me fuera en ello la vida, aunque a veces tambin me tema, desde el primer momento en que la haba visto, que aquella mujer, aquel rostro, aquellas manos, aquella frente, encerraban una especie de acusacin contra m; otras veces me pareca al revs, que desde luego yo reconozco que a m no hay quien me entienda, ni yo mismo, porque otras veces tena como la seguridad de que de aquella mujer me llegara alguna clase de iluminacin, de alegra, de felicidad incluso, pero claro que todo era pura fantasa y quizs por eso tengo por ah fama de loco y de pirado total. El caso es que aquella sombra de mujer era algo que me obsesionaba, algo cercano a m, benfico y consolador, algo de lo que no poda desprenderme ni en sueos, a veces tambin la recordaba como una nia, otras veces como una vieja, acaso una nia vieja o una vieja nia, nia que no pudo llegar a madre, vieja que no ha sido nunca nia, pero algo irradiaba de aquella mujer que a m me daba aliento y vida, y por eso, aquella noche de la llovizna y el desconcierto, vindome desorientado y perdido, pens que deba gritar, decir "aqu estoy", y gritarlo bien alto, a ver si la enigmtica figura se asomaba. Y entonces grit: "aqu estoy", "aqu estoy", "soy yo", pero lo ms curioso de todo era que por ms que esforzaba mis cuerdas vocales, la voz no me sala, o por lo menos yo no poda orme, cosa increble porque ni estaba acatarrado ni afnico; esto me produjo una gran irritacin y sobre todo una gran tristeza y me sent como desvalido y abandonado, no slo abandonado de los hombres sino de los fantasmas, de mis fantasmas.

Pasaron slo unos instantes durante los cuales me sent aterido, desanimado, y tiritaba de fro bajo la llovizna. De pronto, se produjo un cambio en la escena, una especie de claridad se abri paso entre la fronda y tuve delante los ventanales de un chal que no era precisamente el de don Amadeo pero pareca prximo a l, a juzgar por

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la proximidad de los murcilagos, y lo ms sorprendente es que en este ventanal apareci la efigie tan esperada, aquella mujer de la palidez extraa y del misterioso encanto que claramente se destacaba esttica y fija detrs de los cristales; fue para m como un bao de paz, desapareci mi irritacin y quise poner toda mi atencin en los menores movimientos de la imagen, y como si ella respondiera a mi gran ansiedad tuvo un gesto increble y es que abri el ventanal de par en par y sali a la terraza, sus movimientos eran lentos, como solemnes, enigmticos y muy elegantes, entonces pude darme cuenta de que esta vez no iba de luto, sino que llevaba encima, sobre los hombros, una especie de chal, algo como una colcha azul con flecos y hasta con flores, lo cual le daba un aire campesino, como si fuera una Inmaculada escapada de un lienzo de almanaque o de feria; llevaba tambin la muchacha, porque ahora me pareca ms bien una muchacha, las manos adelantadas en actitud oferente y en las manos portaba un objeto que primero pens que era un libro voluminoso, pero fijndome ms, pude ver que era una especie de concha marina, inmensa y refulgente, una concha que pareca concentrar la luz de una luna ausente; se paseaba despaciosamente, sin apenas moverse a lo largo de la terraza llevando aquella concha como con mucho cuidado, como si en su interior llevara contenido un lquido precioso que ella no quisiera derramar, y hasta me pareci que de la concha brotaba algo como un humo ligero y muy sutil, acaso algn perfume o incienso, pero yo no perciba desde mi escondite entre la fronda ningn olor, no s si sera mi imaginacin o que algn misterioso poder me haca suponer que de aquella concha marina tendra que salir una fragancia exquisita; otras veces, vindola moverse con aquella especie de vasija humeante en las manos, pens si sera una bruja, pero inmediatamente me arrepenta de este pensamiento que me pareca casi un sacrilegio, porque de aquella figura se desprenda algo muy distinto, una serenidad absoluta, una dignidad total; probablemente yo haba calculado mal cuando la haba credo una fmula de don Amadeo, pues ahora vea que no haba nada de servil, nada de ominoso, nada de humilde en su figura ni en su actitud, sino todo lo contrario, haba en todo caso mucho de intangible y de dulzura en su manera de moverse llevando con todo cuidado aquella concha de la que se desprenda un hlito finsimo, y si don Amadeo en el piso de abajo, o en el de al lado, porque me pareca que ste era el chal de al lado, si don Amadeo probablemente era un facineroso hipocritn, metido entre obispos, militares, diplomticos y polticos, y si su ocupacin favorita era subvertir, confundir, mentir, infamar, esta mujer sin duda era todo lo contrario porque de ella ahora, en este momento, al menos para m, se desprenda paz, sosiego y casi alegra. Yo ya no senta la lluvia ni el miedo ni nada, y slo estaba pendiente de aquella mujer y de sus movimientos, aunque a veces hasta me daba risa, porque era totalmente ilgico que a aquellas horas de la noche una mujer, joven o vieja, que no se saba, se paseara tan displicente y hermtica por una terraza sobre la cual en giros histricos y vertiginosos volaban unos murcilagos. Pens que poda ser una loca, acaso alguna parienta de don Amadeo que estuviera perturbada y por eso la encerraban; pens por un momento si debajo de aquella colcha estara desnuda y quise imaginarla, no porque yo sea un rijoso o est obsesionado con el desnudo de la mujer, porque nada de eso, y si me apuran niego que el cuerpo de la mujer sea la belleza suma o la suma tentacin hacia el deseo de lo perfecto, porque para eso habra que preguntar a Miguel ngel, o a Goya mismo, que para m es la gran borrachera, si el cuerpo del hombre no es ms armnico, ms bello, ms limpio y ms puro, sin rincones para la astucia ni divisas fciles para la seduccin; y si el cuerpo del hombre no es ms perfecto que el de la mujer, que yo s creo que lo es, no se puede negar al menos que tiene mayor nobleza, mayor dignidad y mayor sobriedad de lneas, tambin mayor fuerza, que no se puede comparar siquiera un torso masculino, donde la armona de lneas, sin protuberancias disformes y

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blandengues, es rotunda y total, sin engaos ni trampantojos, mientras que de la mujer nada se sabe o se sabe muy poco, y nunca sabes lo que siente o si te est engaando, mientras que el cuerpo del hombre es claro y contundente, y por m, a la higa el sexo quemado de las mujeres, a la alcantarilla con sus senos, sus pelos, sus flujos, pero nada de esto pareca tener que ver con la mujer que se paseaba por la terraza en camisn de flores o lo que fuera, que ahora la vea como con otros ojos y me pareca ms bien un fantasma de mujer o una mujer hueca, como si fuera de cartn, tan hueca como una caja de zapatos o una maleta de plstico, sin embargo algo tena que significar y precisamente para m, porque incluso me pareca que alguna vez se quedaba fija mirndome, como si quisiera transmitirme algn mensaje y estaba dispuesto a reconocer que yo le deba algo a aquella mujer, y hasta le deba mucho, sin que acertara a saber qu ni por qu.

Seguramente me distraje en un momento y entonces la figura o fantasma o lo que fuera, se haba vuelto a encerrar detrs de la ventana y apareca como la primera noche, absorta, inmvil, como muerta, llegu a pensar si no sera la misma que unos momentos antes se paseaba por la terraza, pero era imposible suponer que all hubiera dos mujeres extraas, pues con una era bastante, al menos para llenarme a m de confusin. Su rostro ahora, de cara a la luna, una luna enfermiza que se haba asomado despus de la llovizna, presentaba una quietud que ms que de muerte pareca de eternidad, y su carne como hecha de harina y ceniza era ms bien la carne consumida de una momia, pero una momia hermosa, casi lozana. Era como la sombra de alguien o algo muy querido para m, al menos tena la sensacin de que esta mujer, no solamente ahora sino antes y siempre, haba estado unida a m y yo le deba mucho, aun sin saber quin era, pero era algo que me ataa, me ligaba y me importaba, y es ms, tena tambin la impresin ciertsima de que yo era importante para ella, de que me conoca muy bien, me comprenda incluso, cosa rara, porque nunca haba conocido a nadie que me comprendiera, ni falta que me haca; pero ella s, ella pareca saber incluso de mi arte, de mi vida, acaso tena de m un conocimiento superior, muy superior al que tena yo mismo, y por eso era importante para m, porque yo esperaba que de un momento a otro se me revelara o me revelara algo que necesitaba saber. Sera cosa de esperar, de tener paciencia. Ella seguramente, por ejemplo, saba todo el martirio de mis pinceles y mis lpices, todo el sufrimiento de mis ltimos meses, cuando mis lpices parecan rebelarse y pintar lo que les daba la gana sin intervencin de mi voluntad, cuando pintaba murcilagos y ms murcilagos, que ya no saba si los murcilagos estaban sobre el chal de don Amadeo o estaban dentro de mi cabeza. Pero tena la impresin de que ella lo saba, porque ella lo saba todo.

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Un da al llegar a casa del peridico me encontr a ta Catalina muy eufrica y amable y nada ms verme me solt: Te hice limpieza a fondo en tu cuarto y orden tu armario. Vaya desorden que tenas! Un horror, un horror. Me qued lvido y no supe qu contestar. Record el saco con el copn y esperaba que me dijera algo, pero, nada, ella segua solcita, charlatana, ajena, como siempre, y al parecer, ni lo haba visto, aunque esto pareca imposible. Lo que hice fue meterme corriendo en el cuarto y ver lo que haba pasado en el armario, pero, nada, todo estaba en su sitio, muy ordenado pero en su sitio, el saco del copn ni siquiera estaba atado, las cosas en la bolsa de deportes haban sido perfectamente dobladas y ordenadas, era imposible que no lo hubiera visto, y sin embargo ni su expresin, ni sus gestos ni sus palabras denotaban lo ms mnimo; yo no saba si ella estaba disimulando o era posible que no lo hubiera visto, pudiera ser que el copn fuese mgico, el caso es que ante la indiferencia de ta Catalina, me fui tranquilizando, pero me propuse deshacerme de aquello lo antes posible. Mientras aquel vaso de culto estuviera en mi armario yo no estara tranquilo; al principio, hasta me levantaba alguna vez en la noche obsesionado con aquello, y me iba al armario y comprobaba que estaba all y entonces me volva a acostar. A medida que pasaron los das casi me fui olvidando de ello, pero ahora la cosa se pona seria, ta Catalina poda haberlo visto y cualquier da me preguntara o me dira algo. Un copn sagrado entre las botas y las camisetas, eso era algo que a ta Catalina podra muy bien producirle un infarto, y a ver cmo le explicaba yo que aquello haba llegado a mi poder de manos de unas gitanas en tcita y amalgamada escena digna de un cuadro de Solana; a ver cmo justificaba yo que no era un robacopones cualquiera, que bien sabe Dios que aunque desde nio no haba vuelto a comulgar, senta un respeto a mi manera por todo lo sagrado, y a ver qu pasaba si por cualquier causa haba un registro en mi cuarto, no quera ni pensarlo, porque adems este copn tena que haber faltado de algn sitio, que las gitanas no lo haban encontrado entre la chatarra, eso era seguro. Me puse a pensar en las diversas maneras que poda tener a mi alcance para desprenderme de tan valioso copn, porque de veras era un copn precioso, sin duda revestido de oro por dentro y muy repujado en plata por fuera; pens que en una tienda de antigedades me daran bastante por l y al fin y al cabo yo haba perdido mi reloj y varios miles de pesetas; pero enseguida rechac la idea y pens que lo mejor sera dejarlo en el interior de alguna iglesia, que todo debe volver a su origen, y esto lo hara cuanto antes, porque mientras tuviera aquel tesoro en casa estaba expuesto a que me siguiera la polica, quin sabe si las mismas gitanas no soltaran prenda, y quin sabe si no estaba siendo ya objeto de seguimiento, que lo bueno o lo malo que tiene la polica es que siempre te viene por detrs, nunca por delante, como si lo que les interesara fueran siempre los traseros o como si fueran especialistas en olfatear por detrs y quizs con razn porque quizs los traseros asustados huelen de manera especial y distinta, y tambin por eso en la plaza nunca un torero va detrs de otro que va a morir, y por eso ser tambin que los ajusticiados antes de llegar a las tablas dicen que se hacen caca a chorros.

Por supuesto esa noche no poda dormir y tampoco me atrev a salir, me qued sentado en la cama sin saber qu hacer. Hubo un momento en que pens bajar al amanecer, antes de que pasara el camin de la basura y meterlo en uno de los cubos que haba en la parte de atrs del chal, pero esto sera tambin peligroso porque la basura siempre es una pista inequvoca; adems me pareca un sacrilegio y descart tambin

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esta idea. Me quedaba la nica salida posible, que era dejarlo en una iglesia, y estaba visto que no poda hacer otra cosa y que era el sitio a donde deba volver. Antes de acostarme, completamente decidido, saqu el copn del armario y lo met debajo de la cama como para tenerlo listo para una accin rpida, pero aun despus de esto tampoco poda dormir. Ni siquiera se me ocurri acostarme. Me puse a ver dibujos, lo cual era para m una tortura porque nada de lo que haba dibujado ltimamente me gustaba, murcilagos, slo murcilagos, brujas, rostros doloridos, escenas macabras. Qu me estaba sucediendo? Precisamente ahora, cuando tena trabajo y encargos a porrillo, cuando poda destacar y extender mi prestigio, me senta con la cabeza llena de monstruos y de obscenidades. Incluso haba comenzado a pintar murcilagos con cuernos. Alguien ha pintado alguna vez un murcilago con cuernos? Pues yo los estaba pintando, si bien es verdad que sus lbregas orejitas, hervideros de parsitos voladores, pueden a veces parecer unos cuernecillos. Pero no, adems de sus orejitas puntiagudas yo les pona cuernos, unos cuernos respetables, aunque no he podido encontrar libro ni autor que hable de murcilagos con cuernos. Pero no es esto lo ms grave, sino que ahora me da por pintar tambin serpientes, junto al murcilago la serpiente, y a veces tambin a las serpientes que pinto les salen cuernos, y digo les salen porque no tengo conciencia de habrselos pintado yo, sino que creo que les crecen despus, lo cual puede producir risa a cualquiera pero yo soy el primero en quedarme estupefacto, y ms que estupefacto, asustado, que a veces pienso si todos estos monstruos que salen de mi pluma y de mis pinceles no revelan una especie de pavor interno que me domina a la hora de dibujar, y tengo que confesarme a m mismo que, efectivamente, acaso por mi carcter retrado y solitario, todos los pavores que pueden afectar a la sociedad de hoy yo los vivo dentro de m mismo, porque a fin de cuentas ah, dentro, muy dentro, es donde estn todos nuestros miedos, incluso los que proceden de lo nuclear, de lo gentico, del terrorismo, de todas esas monsergas que la sociedad se inventa para desor las voces interiores, para salir fuera de s mismos y de sus propios terrores, y con esto no quiero decir que yo sea ms valiente o ms acertado, porque confieso que estoy temblando y tiemblo sobre todo ante mis dibujos; quisiera ser capaz de reproducir el pnico que me domina a veces, trasladarlo a manchas, lneas, rasgos, y todo lo que me sale son murcilagos, murcilagos con cuernos y serpientes cornpetas, que no s si ser porque los espaoles pensamos demasiado en los cuernos del toro, pero yo no dibujo toros, que sera ms estimulante, ms vistoso, ms vendible incluso; de las brumas nocturnas y del cielo en transparencia lunar, he pasado ya hace tiempo a los setos y al csped, reflejo seguramente de la colonia que visito en mis obsesiones, pero nadie crea que son unos setos verdosos ni siquiera verdinegros, porque son negros del todo, y rodando de entre las humedades recnditas y el tibio calor de la almohada y del colchn, slo salen serpientes; de las nubes rastreras y los cielos emplomados han descendido al csped negro, a la hierba oscura, donde se arrastran los ofidios inmundos, y a veces siento cmo se enredan en mis entraas, en mi garganta, y suben hasta mis ojos para hacerme muecas horrendas, muecas acaso sin agresividad y sin malicia pero muecas incmodas, nauseabundas, descaradas.

Toda mi vida es pintar, dibujar, y tengo que hacerlo, salga lo que salga; hubo un tiempo en que pensaba escribir todo esto que me pasa, pero la palabra me ha dado miedo, con las palabras acaso me hubiera visto obligado a decir ms cosas de las que estoy dispuesto a decir; en cambio, pintar es ms inocente, menos comprometido, pintar sin solemnidad alguna, esbozar, manchar la tela, manchar el alma, manchar el mundo,

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meter en la blancura del papel el negro de la puntilla, el descabello y las tripas por el suelo; me gustara dibujar un enorme cubo de basura vertido sobre el mundo, ese mundo de los hombres, lleno de rascacielos de aluminio y cristal reflectante, lleno de tipos como don Amadeo, fondones, zalameros e hipcritas, lleno de dignidades, tronos, instituciones respetables, mujeres delgadas y bfidas como serpientes; lleno de hombres con el alma tan planchada como sus pantalones; lleno de portaaviones y de submarinos atmicos, lleno de misiles y de nios hambrientos, lleno de campos de deportes y de campos de concentracin. Pero eso no hay que pintarlo, eso es ya la realidad, y acaso por eso yo slo puedo pintar murcilagos, esos bichos repugnantes que acaso nos van a suceder sobre la superficie de la tierra y van a seorearla impdicos y desvergonzados en medio de grandes risotadas; yo podra pintar minuciosamente y con deleite campos floridos, mariposas y palomas, ngeles y pavos reales, o podra seguir al Bosco con horrendos y alegres disparates, a veces lo pienso y hasta lo intento, pero mis pinceles slo pintan murcilagos, brujas o serpientes, monstruos y negruras de antro infernal, y lo siento, porque si sigo as y mando todo esto a una exposicin no solamente sera mi ruina sino mi desprestigio. Hay quien por ah ya me llama pirado, pero me temo que acabarn llamndome loco, igual que lo hace ta Catalina.

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En la vida todo es rpido, todo sucede en un minuto, aunque haya quien diga que todo viene lento como paso de buey. Un fuego, un amor nuevo, una tormenta, un tiro en la nuca, un accidente en la carretera, todo sucede no digo en un minuto sino en segundos. Andaba yo dndole vueltas y ms vueltas a lo del copn bendito, porque supongo que un copn tiene que ser bendito, nunca mejor dicho, y estaba decidido a que volviera al lugar de donde no tena que haber salido, que no era precisamente la chabola de las gitanas sino con toda seguridad una iglesia, mejor dicho, la iglesia, una cualquiera, me daba igual, y lo que ms me preocupaba era que los vecinos me vieran entrar en la iglesia, cosa que no me haban visto hacer nunca. Entrara de noche? Entrara al amanecer? A esa hora poda encontrarme muy bien con ta Catalina, pero yo no ira a la iglesia ms cercana, al contrario, buscara una lo suficientemente alejada. Y dicho y hecho, sin lavarme apenas y sin haber dormido, me llegu con mi bolsa, que poda ser tomada por una bolsa con merienda abultada, al bar "Tiln" donde me atic un lamparillazo de ans para darme nimos, y luego, como si me fuera a la tienda de hortalizas o a la panadera, me met en una iglesia que creo que es de Agustinos, donde la puerta estaba ya abierta pero la soledad era total y los ladrillos parecan ser los nicos que estaban en oracin profunda; tengo que reconocer que entr asustado, temeroso como si fuera un ladrn y algo haba de ladrn en mi actitud con aquel saco en la mano, aunque yo no hubiera robado nada, pero cmo lo demostrara si de repente alguien me interrogaba, me sorprenda y me preguntaba qu llevaba en el saco? Por mi poca costumbre de entrar en las iglesias olvidaba que en este lugar nadie pregunta nada y me qued un rato pasmado quizs por el silencio y la paz, sin saber dnde debera depositar el saco, cuando suavemente y casi sin alterar el silencio una puerta, una puertecilla pequea, al fondo, se abri y entr alguien, seguramente un sacerdote, aunque ahora no hay quien los distinga tal como van de deportivos y algunos, quizs por aquello de que la moda ni el gusto son sus fuertes, van bastante horteras. El cura, o lo que fuera, pantaln gris y jersey rojo, se acerc al altar y dej algo all, cambi de sitio un candelabro grande y se volvi a salir; tal como yo estaba de asustado y preocupado con mi "mercanca", pens que hasta esta salida del cura era una manera convenida de vigilarme y controlarme, pero yo creo que ni siquiera me vio o al menos no se fij en m; tendra que dejar mi saco cuanto antes si no quera que me encontraran all las beatas que no tardaran en llegar, y entonces me dirig hacia el fondo, ni corto ni perezoso sino ms bien resuelto y rpido de movimientos, y me met por una puerta lateral en una especie de capilla que tena en los laterales varios confesonarios; me pareci que un confesonario era el sitio ideal, y met mi saco dentro de uno, dejndolo en el asiento del confesor, pero enseguida sent como un remordimiento, como si aqul no fuera un sitio de bastante respeto, volv sobre mis pasos, tom el saco otra vez y casi corriendo, porque tema que el cura volviera a salir, lo deposit al pie del altar, primero por la parte del pblico, pero pensando que el cura all no lo vera volv a tomarlo y lo dej en la parte del sacerdote. Nada ms soltarlo se me quit un gran peso, no de las manos, sino de encima de todo mi ser, me sent aliviado y hasta sent ganas de rezar, pero era peligroso quedarme si el cura volva y vea el envoltorio. Con todo, mecnicamente y sin saber lo que haca, me santig varias veces y quise rezar un padrenuestro aunque fuera a la carrera y mientras me diriga a la calle, pero la verdad es que pude comprobar que no recordaba el texto completo del padrenuestro y, o estaba muy nervioso o no era capaz de ir ms all de aquello de "que ests en los cielos", y me repeta "que ests en los cielos", "que ests en los cielos" y de ah no pasaba, santo Dios, qu dira ta Catalina si lo supiera? Iba yo muy pensativo, desconfiado, y una vez en la calle me asaltaron toda clase de recelos, no porque me hubieran visto depositar el saco ante el altar, sino porque

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alguien conocido me hubiera visto salir de la iglesia como un beato ms, y miraba a todas partes para cerciorarme de que nadie se fijaba en m; tena desde luego toda la actitud de un malhechor que va huyendo de todo y sobre todo de s mismo, y ya metido en un autobs, cosa que no hago nunca, comenc a sentirme no slo culpable sino perseguido, ahora me daba cuenta de que mis huellas dactilares estaban en el saco y hasta en el copn y si se descubra que haba sido robado, todo caera sobre m. Haba estado loco para aceptar aquello, y haba estado ms loco todava en la manera como me haba comportado; sudaba fro, me senta acorralado y pensaba que lo normal era haber ido derecho al cura aquel y haberle contado la verdad de pe a pa y haberle entregado en mano el copn. Pero, como siempre, todo estaba consumado y a lo hecho pecho, que a m siempre me pasaba igual, que me dejaba llevar de cualquier impulso y luego, cuando nada tena remedio, era cuando vea claro que lo haba hecho mal y que no hubiera querido hacerlo as. Me haba metido en un autobs cualquiera, sin saber a dnde me llevaba con tal de alejarme del lugar del delito, y al mirar a la calle vi que se estaba formando una gasa de neblina que por momentos se enriqueca y espesaba a rachas. Me ape en la primera parada y tuve que orientarme, no estaba muy lejos de casa pero no me senta con ganas de andar y tom un taxi. Cuando entr en la casa comprob que haba tardado en mi operacin ms de tres horas, pareca imposible, pero eran cerca de las once. Ta Catalina acudi a decirme que tena una carta urgente que haban trado a mano. Efectivamente, la carta estaba sobre mi mesa. Una gran firma comercial, para la que haba dibujado ltimamente un almanaque, como premio a mi trabajo, adems de pagarme, claro est, me regalaba un viaje a Italia, quince das en un buen hotel y los billetes de ida y vuelta en avin. Esto s que era una sorpresa, me ira a Roma, oh, Roma, cuna y sepultura de lo que somos y sabemos, aunque algn romano pueda decir lo mismo de Grecia, y cmo sera mi entusiasmo que, inesperadamente, y sin pensarlo, me encontr dando un abrazo a ta Catalina y la haca girar en volandas mientras le gritaba. A Roma, ta, me voy a Roma. Ests loco, ests loco, djame, djame. Pero, ta, si me voy a Roma. Irs a ver al Santo Padre, promteme que irs a ver al Papa. No me reconoca a m mismo en aquella explosin de estupidez, pero tambin comprenda que era una manera de salir de m mismo y de mis pavores, una manera de olvidar el copn, un copn en Roma, qu minucia, all habra copones hasta por las esquinas, y santos y faunos y diosecillos y ninfas y probablemente hasta habra murcilagos sobre la cpula de San Pedro. A Roma por todo, ta. Me voy a Roma. Irs a ver al Papa insista ella. Y yo me rea, me rea como nunca, y hasta canturreaba mientras pona mis cosas en cierto orden de preparativo para el viaje. Ta Catalina no sala de su asombro ni de su cantinela de "irs a ver al Papa", "irs a ver al Papa". Al fin se fue repitiendo por el pasillo. Qu juventud ms loca, qu juventud ms loca. Las dos semanas que tard en salir para Roma fueron de gran excitacin y ajetreo. Ni acordarme siquiera en todo este tiempo de la colonia de los Serafines ni de su dueo don Amadeo Jimnez de la Murga y otras msicas. Terminar los encargos, dejar algunos dibujos adelantados en el peridico, arreglar mis cosas, pasaporte y otras gaitas, comprarme algo de ropa, todo esto me tena ms que ocupado. Roma, a fin de cuentas, es siempre una meta fascinante para un artista y yo estaba ilusionado como nunca.

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Un buen da me fui a la agencia de viajes indicada en la carta con el fin de tramitar mis billetes. Era una maana radiante de sol y todo invitaba a la aventura. Yo me haba preparado debidamente comprndome guas y libros clsicos sobre Roma y haba ledo todo lo que haba podido. En las amplias oficinas de la agencia me toc esperar mi turno y me acomod en un silln orejero de terciopelo amarillo, cuando de sopetn vi que quien estaba despachando en este momento con la guapa seorita del mostrador era nada menos que Lucindo, el hermoso Lucindo que pareca tan parlanchn y desenvuelto como el da del chal. Iba muy deportivo y hasta un poco llamativo, con la camisa abierta dejando asomar un vello suave y rubio, pantalones muy ajustados y mocasines claros de piel vuelta. Hasta que l no sali a la calle por la puerta giratoria no me atrev a moverme del silln, ms bien encogindome todo lo que pude para no ser visto. Estaba yo estupefacto, porque lo nico que me faltaba ahora era que Lucindo viajara a Roma tambin, y quin sabe si acompaado del viejo fondn don Amadeo, bal cargado de inmundicias y lutos del alma. No me atrev a preguntar a la chica del mostrador si aquel joven haba tomado billete para Roma, aunque estuve tentado de hacerlo, pero sera una curiosidad impertinente y adems ni siquiera saba el nombre completo de Lucindo, slo saba Lucindo y nada ms y quin sabe si ste ni siquiera sera su nombre verdadero, porque en el chal de don Amadeo todo tena aire de representacin teatral y quizs Lucindo era solamente el nombre de escena, un nombre sacado sin duda de la comedia clsica. La presencia de Lucindo en la agencia fue como un ramalazo o recada en mis obsesiones y pens que para salir de dudas lo mejor era irme aquella misma noche a la colonia y sabra si haba viaje a Roma del pez gordo y de su indefenso angelillo, y hasta trataba de justificar mi escapada con la intencin de proteger o defender a Lucindo, como si me correspondiera a m avisarle del peligro en que se encontraba; pero, afortunadamente, no haba billetes para el da que yo quera y tuve que tomarlos para el da siguiente, con lo cual entr en un torbellino de excitacin y cuando llegu a casa slo pens en prepararlo todo; la verdad es que no tengo mucha costumbre de viajar y menos de hacer viajes de estos largos, de modo que los nervios me tenan casi descompuesto, a cada momento crea que olvidaba algo importante, el pasaporte, o las liras o las llaves de la maleta, y cuando me acostaba me levantaba veinte veces para comprobar que todo estaba en su sitio y que no me faltaba nada, la agenda, los libros, las cartas para el hotel, incluso algunos dibujos mos por si en un momento dado necesitaba dinero y poda vender alguno. Como casi siempre o siempre que voy a salir de viaje, al final me vuelvo, me sumerjo en una operacin en la que aparentemente no haba pensado antes y prcticamente necesito como comenzar de nuevo, y parece como si todo lo que haba preparado no sirviera para nada y se me queda por hacer lo ms importante; esta vez me pas lo mismo y a medio camino del aeropuerto le dije al taxista que me volviera a casa, menos mal que salgo siempre con tiempo bastante. Al verme llegar, ta Catalina se llev el gran susto y empez con sus cantinelas: "Es que no te han dejado salir?" "Es que no te dejan montar en el avin?", "Es que has perdido el avin?" Todo lo cual era de carcajada, pero yo sub corriendo a mi habitacin y me puse a rebuscar entre mis carpetas, pues ahora se me haba ocurrido llevar unos dibujos que antes haba desechado, los ms antiguos, todava un poco llamativos o coloristas, porque ltimamente me muevo entre el negro, el gris y el blanco, ms en lo nocturno que en lo diurno, ms en lo tenebroso que en lo difano, cosa de la herencia seguramente, o del temperamento, o algo inexplicable. En el fondo de la maleta llevaba una docena ms o menos de dibujos, que no los iba a vender precisamente en la plaza de Venecia ni en la puerta de San Pedro, ni en las

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escalinatas de la Plaza de Espaa que dicen que es tan alegre y pintoresca; slo los vendera en caso de extrema necesidad, porque una cosa que no me gusta es vender mis dibujos y sobre todo esos que hago porque me gustan, en momentos muy especiales. Por ser Italia tan afn y concorde con Espaa en tantas cosas, eso dicen, estaba yo fervientemente entusiasmado con mi viaje y mis dibujos tambin podan servirme en algn momento de carta de crdito, como diramos, aunque naturalmente lo que ms me convendra en Roma, y tambin si poda acercarme a Venecia y a Florencia, sera observar, estudiar, registrar para mi archivo sonamblico, comprobar cmo los artistas italianos, por va del humor desde lo trgico, se ajustan a la realidad y sobre todo ver cmo la desbordan, y entrar por medio de los monigotes en la magia que deformando define, que haciendo rer hace pensar, que abrumando y enajenando y descomponiendo consigue crear un orbe catrtico, liberador y original.

Nadie puede negar que mis dibujos representan una visin muy personal del mundo, de mi mundo, y que este mundo no es un mundo alegre ni feliz, porque esta clase de mundo no existe ms que en Agfacolor, y yo no pinto en Agfacolor; mi mundo es una conciencia en vigilia y acaso por eso mis monstruos son nocturnos, pero es que en realidad mis murcilagos, por ejemplo, son reptiles y mis reptiles, o esas enormes ratas panzudas que tambin pinto, son voladoras; pero todo esto, y por qu late el sexo en la pintura y por qu hay agona en el sexo, todo eso no hay que explicarlo, al menos no ser yo quien lo explique. Y los crticos, llammosles as, estn ms pendientes de mi leyenda, es decir, de lo que se piensa y se dice de m por ah, que de lo que pinto o de si hay algo potico que emana y deviene de mis rayas, de mis trazos, de mis manchas, y slo alguno ha hablado de cierta coherencia filosfica mantenida, resumida y cantada desde el existencialismo a la esperanza. Pero quien menos sabe de la obra que realiza es uno mismo, y los crticos parten de supuestos y significaciones que es muy posible que para m no existan, porque con toda seguridad yo pinto desde un estado en que no me pertenezco, pero no me pertenezco porque pertenezco al mundo, pertenezco a todos. Es muy posible que algn da me reproche y me arrepienta de romper y de haber roto mis borradores, mis apuntes y bocetos, porque quin sabe si no seran ellos quienes dijeran la razn de mi bsqueda y el sentido de mis exploraciones mucho mejor y ms claramente que los dibujos terminados, estos disparates que tanto hacen rer a quienes slo saben rer. Algn crtico ha hablado tambin de m estado patolgico, ya que por lo visto si produzco aberraciones es que soy un consumado anormal, pero en este punto quien se re y no poco, soy yo. Yo puedo tener secretos personales conflictivos, como los tiene o los debe de tener todo ser que nace y camina por la vida con ojos de ciego buscando el destello aquietador y definitivo de la luz, pero mi ficcin es real y la realidad que pinto es pura ficcin; nadie me dir que el arte es otra cosa que la confusin de los trminos. Yo me confundo, t te confundes, l se confunde, y en la confusin, si es sincera, encontrars la claridad. No hay otra salida. Los siquiatras, algunos, creen o nos hacen creer a veces que lo importante es que nos expliquemos. No hay nada que explicar, todo est explicado, pero dentro del misterio, y el misterio no sabemos hasta qu punto es indescifrable o por lo menos incomunicable. Pinto yo lo que veo? Yo pinto al menos lo que sueo, y si no hubiera soado no sabra que he vivido y pasara por la tierra sin enterarme; cada artista pinta sus sueos, lo que pasa es que hay mucha gente y hasta algunos artistas que no suean, que son incapaces de soar. Mis sueos, efectivamente, no son tranquilizantes ni

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pacificadores, lo s, no pinto verdes prados ni floridos, no pinto playas ni marinas, no pinto nubes ni palmeras. Todo lo que sueo dormido y hasta despierto es entre luces, entre sombras, entre tinieblas, lo siento mucho. A veces ya es un respiro y un consuelo que al despertarme est vivo, y sobre todo que quiera seguir viviendo. Tambin yo he soado alguna vez con hembras turbadoras y muslos brillantes, pero eso con una ducha fra se pasa; pero yo no tengo paisajes abiertos, mis paisajes son tneles, calles lbregas y solitarias, infinitamente largas, inacabables, calles que he de recorrer fatigosamente, hasta la extenuacin, y montones de gentes espantadas, empavorecidas, atnitas, en medio de barrizales y charcas nauseabundas, personajes patticos que me acosan y se me acercan al odo y me dicen palabras de doble sentido y las tengo que descifrar; y entre mujeres bellas tambin algn adolescente bellsimo, y siempre surgen a mi lado, irrumpen en mi vida, brotan en mi trabajo, y yo acaso lo pacifico todo convirtindolo en murcilagos; tambin, claro est, sueo alguna vez con ngeles, con vrgenes, con sirenas, pero al lado estn los peces repugnantes, los monstruos con aguijones, y siempre dentro, alrededor, por debajo, por encima de mi mundo, ojos vigilantes, puntos oscuros, cuernos como bonetes de cura, antiguos, simas, simas, simas de refugio, cuevas oscuras, mamferos inexistentes, y quizs, quizs, yo con tanto murcilago no hago ms que infantilizar y suavizar todo esto y otras cuestiones. Yo oigo hablar a cada momento, en el caf, en la calle, en el taller, en la televisin, a mucho genio que interpreta la realidad, la realidad de fuera, lo que menos interesa, pues bien, yo me cago en todos ellos. En una exposicin la gente estlida va, pasa por los cuadros, vuelve, mira como si entendiera mucho, y al final del pasillo, sin saber qu decir, en la mayora de los casos, comienza a perorar sobre perfiles, colores, materia, objetos, perspectivas, y siguen horas y horas y todos dicen ms o menos lo mismo. De qu perspectiva hablan? Dnde est el perfil verdadero de una muchacha, de una torre, de un puente, de un caballo, de un barco, de un toro? Hay un perfil que no est fcil y es el que el artista tiene que descubrir, lo dems es repeticin, vulgaridad, monotona, nada. Un cisne es bello y sutil, cosa preciosa, y un murcilago puede ser algo detestable, feo, fnebre, pero no sabemos lo que pensar la noche, y sobre todo que el murcilago, como la paloma, como el pez, como la cruz, significa ms de lo que muchos creen. Y si hay quien pinta palomas porque eso es lo que lleva dentro, lo que ve y lo que suea, pues enhorabuena, que yo pinto murcilagos porque es lo que puedo pintar, lo que me sale, y quizs esta impotencia sea tambin un signo de potencia creadora, que yo no me planteo ms problemas de los que se me plantean solos sobre el papel o sobre la tela. Alguien, algn insensato, me ha preguntado insistentemente: Y por qu no haces retratos? Eso da dinero. Yo no suelo contestar, pero es evidente que si yo quisiera retratar a alguien no me iba a conformar con su perfil visible, sino que me empeara en profundizar a travs de su piel y hasta de sus huesos y acabara por descubrir su alma en descomposicin, porque hay pocas almas que no estn podridas, y mis retratos oleran mal. Y lo mismo me pasa con los desnudos, sobre todo de mujer, no, no me gusta pintar desnudos porque debajo de la piel tersa estn los pellejos colgantes, la decrepitud, los brotes de lesbianismo, los demonios interiores, y creo que un desnudo de mujer lo nico que me inspirara sera un murcilago ms. Si hay quien dice que me quedo en los manchones y que no domino la materia, o que soy un anarquista de las formas, pues que digan misa. Yo me conformo con decir "dibujeras" y "pintarrajeos", que todos los dems trminos altisonantes y llenos de sabidura me dan asco. Que a m lo nico que me entretiene de verdad es vapulearme a m mismo hasta la extenuacin, y eso es lo que hago con los pinceles y con los tubos, muy pocos por

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cierto, que hay que ver la cantidad de colores que emplean algunos para expresar una cosa tan cierta y tan simple como es la muerte y otras emes, como mierda, mujeres, muchachos, majadera, y a todo luego lo llaman expresionismo, impresionismo, abstracto, modernismo y ahora hasta estn con el posmodernismo, o sea, mierda.

Pero algo ms que unos dibujos buscaba yo apresuradamente en mi habitacin, mientras un taxista esperaba en la puerta. Buscaba una carta, la carta, la carta de mi existencia, de mis dudas, de mi perplejidad, acaso la carta de mi soledad. La noche anterior al viaje me despert sudando fro y empavorecido, me haba visto convertido en murcilago y volando entre murcilagos que adems se rean de m y me mostraban sus dientecillos y sus hocicos de aves sin pico y sin plumas, mientras yo luchaba para volar y alejarme de ellos, lo cual me resultaba imposible porque mi cuerpo pesaba demasiado y no poda volar con la rapidez con que lo hacan ellos, pero yo era un murcilago ms y vea mi propia cara de murcilago horrendo, un murcilago gordo, con cara de cerdo ms que de murcilago, y los otros murcilagos cada vez se acercaban ms, se rean ms, chillaban en mis propios odos, me acosaban, hasta que me despert angustiado y sudando. No pude dormir ms, y entonces me levant y me puse a escribir una carta, una carta que haba empezado a escribir otras veces pero que siempre acababa rompindola y tirando los pedacitos al water para que nadie, ni por casualidad, pudiera encontrarlos y juntarlos. Era la carta que siempre necesitaba escribir, acaso una carta para m mismo, aunque fuera dirigida a ella. Le deba una explicacin, y aunque hubieran pasado muchos aos, siempre tena clavada la misma sensacin de que deba escribirle esta carta. Ahora que iba a emprender un viaje importante para m, le escribira y esta vez la echara. Estuve varias horas escribiendo, salieron varias cuartillas y haba llegado hasta la firma, pero, tonto de m, a la hora de salir para el aeropuerto me la haba dejado. Por eso volv, remov todos los papeles y la carta no apareca, saba que la haba dejado doblada en algn lugar muy escondido, pero no era cosa de irme y dejar detrs de m una confesin tan clara, porque lo que me haba salido era una especie de confesin; sin embargo la carta no apareca y llegu a pensar que slo la haba escrito en sueos como otras veces. Estaba desesperado y dispuesto a perder el avin. Saqu todos los cajones, los volqu en el suelo, le di mil vueltas a todos los papeles. No era la primera vez que me pasaba algo semejante, que yo tengo la costumbre de esconder algunas cosas, las que son ms importantes para m, y tanto las escondo que luego no las puedo encontrar. Esto me desquicia y me vuelvo loco, pero siempre lo hago. Por fin apareci la carta, la recog como quien recoge algo muy valioso y me sent liberado, la guard cuidadosamente entre la solapa y la camisa, es decir, en el bolsillo interior del lado del corazn, la palp un momento para asegurarme de que iba all y sal corriendo a retomar el taxi. El taxista estaba ya preocupado y me dijo: No iba usted al aeropuerto? A qu hora sale su avin? Lo tranquilic: No se preocupe, llevamos tiempo suficiente. Bueno, bueno, usted ver. Yo, como tardaba usted tanto... Volv a palpar la carta, quizs la echara al correo en el mismo aeropuerto, o se la dara a la azafata para que la echara, o la reexpedira desde Roma, sera ms emocionante.

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Metido en el taxi miraba mi barrio como si lo viera por primera vez o acaso por ltima vez, me despeda sin despedirme, me emocionaba pensando que ah se quedaba ta Catalina, el kiosco de la esquina, la cafetera donde sola desayunar, y de paso me despeda con la memoria de todas las colonias en procesin, la de los Serafines, la de los Custodios, la de los Tronos, las Potestades, las Dominaciones, los Principados... Me pareca dejar atrs un mundo maldito y me senta como si verdaderamente fuera a emprender una aventura capaz de renovarme y de darme una nueva piel, una nueva vida; el aire que dejaba atrs era un aire corrompido, espeso y ttrico, y haba como un aura de frescor en el aire que entraba por las ventanillas del taxi. Puede un viaje romper con el pasado, puede un nuevo pas, un nuevo paisaje proporcionar un cambio tan profundo que no empiece a ser otro? Me senta capaz de renacer, de recomenzar, pero esto sera una ilusin pasajera. All estaba yo, en el fondo del taxi, y era yo mismo, mi pasado iba conmigo, acaso mi futuro tambin. Era demasiado temprano y haba poco movimiento en las calles. No era, por supuesto, la hora de jugar al pquer ni a la canasta, tampoco era la hora del bingo ni de las discotecas. Algn loco estara jugando al tenis o en la piscina, pero los dems estaban seguramente durmiendo, o masturbndose, o jodiendo, quin sabe. No todo lo que parece es paz ni cualquier paz es confesable. No fue culpa ma si nada cambi, pues mi corazn iba abierto a la esperanza, al menos por un momento pens que las cosas podan ser de otra manera, que yo mismo poda ser otro, actuar como otro, revivir, olvidar. Podemos en un minuto vivir una vida nueva, pero slo un minuto, un minuto que puede valer por una vida, pero algo hay que se impone, que de nuevo nos atenaza y nos recuerda lo que somos, lo que llevamos dentro, puede ser una persona, una imagen, una palabra, un sonido que nos devuelve al punto de partida, donde estn los murcilagos, las simas, las oscuridades, las cavernas nauseabundas. De vez en cuando palpaba la carta que llevaba entre chaqueta y camisa, y recordaba tiempos en que haba intentado echar races o algo as, como dice la gente, nunca muy convencido, siempre un poco empujado por las circunstancias, pero siempre esperando una seal que no llegaba, un indicio de liberacin que no poda llegar, un golpe de gong que rompiera el crculo cerrado y angustioso, una palabra, una palabra que resolviera algo, que iluminara el camino. Dnde anida la trtola, si slo podemos escucharla en el atardecer? En qu prados umbros crece el susurro que puede aquietar nuestro corazn? En qu soledades de huerto y silencio en agraz, en qu recovecos de aromas perdidos y de pureza vegetal temprana podramos encontrar el apaciguamiento del espritu? En qu pramos de castidad fragilsima crecera la serenidad encendida de una amistad sin presagios? Inutilidad del amor nacido en la sombra de las dudas, y en la negrura de los pavores interiores. Un da se rasg el cortinn de la inconsciencia para dejarnos inanes frente al tumulto de lo irremediable y se rompi el encanto de la inocencia. El impoluto aleteo de la ilusin se ha quedado prendido para siempre en lo ms recndito del parque de nuestra infancia, y en los amaneceres de voluptuosa indecisin y clidas sbanas, se qued para siempre la huella tibia de nuestro propio desnudo y el desnudo de tantas muchachas o acaso de una sola en todas, y de todas en una, dibujada por m, y de los adolescentes que tenan tanto de muchachas, y a la hora del crepsculo la hojarasca fogueada que se arremolinaba en las sienes y te haca pintar el glande como una flor inmarcesible, siempre a esa hora ltima, en el umbral de la noche, cuando las trtolas se arrullaban en el bosque como en un cuarto de internado, y siempre de guardia el ojo abierto del pene, ojo sin sueo en la juventud inmadura, insatisfecha, crucificada de deseos tan opuestos pero tan imperiosos.

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Despus de pasar por facturacin y todo eso, donde me dieron la tarjeta de embarque, faltaba todava bastante tiempo para que saliera el avin, adems se deca por all que estaban saliendo con retraso debido a la niebla. Tardaran en llamarnos, decan, porque una especie de humo denso y como aceitoso envolva las hmedas vidrieras. Mejor sera que no saliramos as, porque poco haba montado yo en los aviones, pero cada vez que volaba no las tena todas conmigo y el miedo era mi acompaante en cada vuelo. Me sent en un banco dispuesto a esperar y casi deseando que suspendieran el vuelo en el ltimo momento. Me entraban ganas de volverme a casa, pero tena que resistir, porque eso era siempre lo ms corriente para m, arrepentirme en el ltimo momento en que voy a hacer una cosa, perder toda ilusin antes de comenzar, retirarme a la menor dificultad, pero resistira, vaya si resistira, se trataba de ver Roma, la ciudad eterna, la meta para cualquier artista. Palp de nuevo la carta que llevaba en el bolsillo interior del lado del corazn y comprob que estaba all. Sera capaz de echarla al correo? Tendra que leerla antes, y me puse a leerla: Querida Palmira: (Debo ponerle querida? Primera duda. Pero, s, dejara lo de querida, por qu no?) Salgo fuera de Espaa acaso por algn tiempo. Es un viaje muy importante para m, y antes de emprenderlo, quin sabe lo que puede pasar en un viaje largo, siento la necesidad de explicarte algo... Dirs que a buenas horas, ya lo s; ya s que deb hacerlo hace mucho tiempo, pero puedo decirte que he vivido todo este tiempo como sonmbulo y este viaje me ha despertado de mi murria. De todos modos, no es la primera vez que te escribo, aunque nunca te haya echado las cartas. Te prometo que esta vez la echar. En realidad, no s si te escribo a ti o me estoy escribiendo a m mismo; t siempre has dicho que yo no me aclaraba, que no saba lo que quera, y estabas en lo cierto, pero slo hasta cierto punto. Hubo algo que tuve muy claro cuando di la espantada y lo dej todo, te dej a ti, y en cierto modo me dej a m mismo, porque desde entonces no me encuentro. Pero tuvo que ser. Has de comprender que si hubiramos seguido todo poda haber sido mucho peor. Ms tarde hubiera sido imposible, hubiera sido como salir del infierno, de donde dicen que no se sale. Yo no tengo ni tuve nunca nada contra ti, a veces tengo, en cambio, mucho contra m mismo. Lo que hice lo hice para salvarte a ti, aunque no me creas. Mejor dicho, lo hice por evitar a los dems este infierno que yo llevo dentro. Cre que no tena derecho a compartirlo ni a traspasarlo a otros seres. Yo puse de mi parte, y no puedes negarlo, todo lo que pude por ser primero un novio normal y despus un marido hasta carioso, aunque esto fuera para m una gran violencia. No poda explicarte nada entonces y prefer huir y soportar que me consideraras un loco; quizs tenas razn, y lo que ahora voy a decirte te parecern razones tardas, adems de una crueldad; pero la vida es cruel, las cosas son crueles, los seres tambin lo somos. Cmo responder a la crueldad si no es con la crueldad? Esta carta quiere ser una explicacin, nunca una disculpa, porque nunca me he arrepentido de lo que hice. Es ms, lo volvera a hacer, ahora quizs con mayor razn. El infierno lo quiero para m solo, espero que algn da lo comprendas. T eras una chica inteligente, me comprendas bastante para que yo hubiera llegado a creer que nuestro matrimonio era posible y hasta que poda haber resultado. Parecas estar en todo de acuerdo conmigo, sin necesidad de palabras, sin discutir los asuntos, sin explicar nada. Pero las mujeres sois as, enseguida os entra la oez maternal, que si tener un hijo, que si un nio es la alegra de la casa, que si los nios unen ms los matrimonios, que si monsergas de este estilo, y en esto creo que te ayudaba tu madre. Pero t no fuiste capaz de entender que mi mente estaba llena de

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terror, un terror que llegaba a paralizar mi potencia de hombre. T sabes cmo muri mi padre, aunque lo suyo pudo muy bien ser atribuido al alcohol. Mi ta Catalina se encarga de recordrmelo siempre. Pero lo que termin por desquiciarme fue aquel precipitado brote de tu padre, su locura declarada y seria hasta el extremo de tener que meterlo en aquel sitio, de donde ya no podra salir, y t bien sabes cmo sali. Todo esto me inhibi hasta la impotencia, y fue lo que me hizo huir de ti y de todo de aquella manera vergonzosa, o llmalo como quieras. Siempre me he dolido de lo que tuvo que ser para ti y hasta para tu familia. Por eso no quise ver a nadie ni dar explicaciones, estas explicaciones que ahora, tan tarde y tan a destiempo, intento darte. Tienes que comprender que para m, en cambio, no hay explicacin posible, y acaso porque s que yo no puedo ser explicado ni disculpado, es por lo que te escribo. Mi reaccin puede no ser confesable, pero es para m la nica aceptable; s que en ella se funden muchas cobardas y que no tuve la suficiente fuerza para hacer frente a todos los miedos que se iban amontonando en mi mente y en mi corazn, s, en mi corazn tambin, aunque t creas y hasta lo hayas dicho que no tengo corazn. Durante largas noches en que t dormas y a veces suspirabas, y yo saba muy bien por qu suspirabas, yo no poda dormir y un pavor inmisericorde era mi tormento; pero t no te enterabas, no llegaste a enterarte de nada, del mismo modo que yo no poda entender tu inconsciencia, tu desaprensin, tu trivialidad. Lo mo era miedo, ya lo sabes ahora, y el miedo era muy superior a mi amor, a mi compasin, a mi respeto humano ni de ninguna clase. No creo que soy tan malvado como tu madre dijo y hasta me escribi en una carta que romp. Pudimos tener un hijo, y slo de pensarlo se me hiela la sangre; por esto tuve que cortar, romper, destruir y desde entonces slo siento placer en la destruccin. Prefiero mil veces entrar como el murcilago en el pozo profundo del desasosiego constante, en ese pozo donde las telaraas son dudas y los rayos de luz son pesadillas; prefiero mil veces llevar la vida abismal de los reptiles inmundos a perderme en la cueva sin salida de la locura, en esa sombra de reflejos en que no se sabe qu papel juegan los ojos ni los odos, porque al menos el bicho de Kafka tiene conciencia de su ser; prefiero mil veces perder el alma por las mil cosas que pueden sucederme a ser culpable de transgresiones y maldades sin tener conciencia del bien y del mal, esa suprema inocencia de los locos, que los salva incluso ante los tribunales, pero que es la derrota del hombre como tal. El loco es siempre inocente, pero yo no soy inocente, ni quiero serlo. Prefiero que t y tu familia, y tus amigas y la sociedad entera me tachen de malvado a confesar una debilidad que pudiera eximirme de culpa, la culpa es compaera del miedo y yo los llevo ambos encima quizs desde que nac, y podra decir aquello de "la vida es sueo", "qu delito comet...?" en fin, nada tiene remedio, y nada sabemos que pueda aclarar el sentido que en la vida, incluso en la naturaleza, tiene la crueldad. Pero hay algo que estuvo en mi mano, y fue cortar la cadena de los desastres, romper el eslabn fatal, y lo hice. S que t nunca lo comprendiste y menos los tuyos; no s tampoco si lo comprenders ahora que me confieso ante ti en toda mi debilidad y mi miedo; s que no es fcil, porque todos vais detrs de las pequeas cosas de la vida sin deteneros a pensar para qu; s que t slo pensabas en los hijos, no s si para utilizarlos en satisfaccin de tu necesidad de ternura o para intentar una perpetuacin que para m es criminal e imperdonable. No s, ni me lo planteo, para qu quiere la gente tener hijos, que por m que se acabe el mundo, y yo har todo lo posible para que mi mundo al menos, este mundo mo que me atenaza y me ahoga, se acabe conmigo. T y los que como t se aferran a lo establecido, no os dais cuenta de que todo se lo va a llevar la riada que viene, este ro loco de las destrucciones totales, y no quedarn ms que los

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murcilagos; ellos saldrn de sus cuevas indemnes y sin merma, y ellos, como emisarios de Satans, sern los nicos supervivientes. Perdname si te escandalizo. sta es seguramente mi ltima carta; el escribir de nuevo tu nombre despus de tantos aos no creas que significa nada. Quizs tampoco llegue a echar esta carta, que acaso t no necesitas explicaciones a estas alturas; pero yo s las necesito. Deseo que seas feliz y que encuentres un hombre tan inconsciente como t. Los hay a montones. En cuanto a m, me he acostumbrado a caminar solo por la vida, broma pesada, por cierto, adems de dolorosa como en nuestro caso. Termin de leer la carta y me qued con ella entre las manos sin saber qu hacer. De echarla al correo, nada. Una vez ms la rompera en pedacitos bien menudos y la tirara a alguna papelera del aeropuerto. Me hubiera gustado tirarlos desde el avin, en el aire, sobre la ciudad, sobre el mundo entero, como una nevada de mierda, confesin estpida de estpidas pretensiones. Haba sido sincero en esta carta? En cierta capa de mi ser haba sido sincero, pero estamos hechos de muchas capas, y en alguna capa de la sima profunda de m mismo, era totalmente insincero. Pero mejor sera no profundizar, porque confieso que yo mismo no sabra decir dnde comenzaba mi sinceridad ni dnde acababa la superchera que se encerraba en esta carta. Entonces, para qu o para quin la haba escrito? Por supuesto, la haba escrito para m mismo, tratando de aclararme, pero estaba bien claro que mi confusin continuaba, que no tena remedio y que ni siquiera el viaje a Roma iba a significar nada para m ni para mi arte. Lo que somos lo llevamos encima y difcilmente nos libramos de nuestras obsesiones, de nuestras dudas, de nuestros conflictos. Y por si fuera poco, y por si no eran suficientes mis reflexiones, cuando todava estaba con la carta abierta en mis manos, me pareci ver moverse a lo lejos una figura fofa, de colgajos y pasitos cortos como si fuera don Amadeo, y claro que lo era, y se mova rutinario y bamboleante con sus tobillos de buey, y hasta muy pronto estaba tan cerca que hasta m llegaba el sonido gangoso de su voz cargante y chillona como el llanto de un nio anormal, y lo peor de todo es que a su lado caminaba Lucindo, ms que esbelto, verdadera arquitectura corporal de efebo glorioso, y resultaba increble y hasta infame que don Amadeo, con celo de gallina clueca y caderas de cargador de muelle derrengado, fuera capaz de arrastrar en pos de s a un muchacho tan bello y tan grcil; procur esconderme detrs de unos guardias y pasaron sin verme, don Amadeo balancendose como un navo escorado o como un carro que pierde el eje de la rueda, pareca tambin una de esas vacas enfermas que van oscilando por el prado hasta que caen en el matorral espeso y cenagoso, pero yo tampoco me senta libre en aquel momento. Ya que estaba visto que no me librara de la persecucin del viejo licencioso y adems se haba apoderado de m la idea de salvar a Lucindo, lo cual era ridculo y a m mismo me produca vergenza, pero acaso era una manera de justificar de algn modo la atraccin inesquivable que me empujaba hacia el juguetn y apuesto muchacho. Por qu don Amadeo tena que viajar y seguramente a Roma, y en el mismo da que yo? Es que no podra ya librarme jams de esta presencia bochornosa? Toda la ilusin que haba puesto en el viaje se me vino abajo y qued sumido de nuevo en la sima de mis obsesiones visionarias. Estaba por volverme a casa, pero no lo hara porque nunca hago lo que quiero sino lo que me imponen las circunstancias, los hechos consumados, ese dejarme llevar que me llevar un da a la destruccin total. Nada vale la pena, y ahora vea claro que incluso don Amadeo tendra algo que ver en esta bolsa de viaje que yo no haba pedido y que se me haba venido a las manos con la misma inconsciencia con que se me venan ltimamente todas las cosas. Don Amadeo y su corte, porque adems de Lucindo le acompaaban otras

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personas, entre ellas unas monjas, se metieron en la sala de distinguidos y yo me qued en aquella sala de espera abrumado, indeciso y como si me hubieran descargado un golpe en la cabeza. El avin no sala. Y comenc a ver ms monjas, demasiadas monjas, algunas llevando en las manos unas banderitas espaolas, y rean y se hablaban a gritos; tambin haba demasiados frailes y hasta algn obispo, y comenc a pensar que ste era un vuelo eclesistico y carcunda, especialmente preparado para m por don Amadeo. Esto me llenaba de indignacin, me sent vctima de un chantaje y de una manipulacin, hasta que pude escuchar la conversacin de dos mozos que ofrecan sus carritos a los pasajeros. S, hombre, es que maana es la canonizacin de esa santa espaola... No saba nada. S, hombre. Va el avin lleno de monjas, frailes y obispos. Ya lo veo. Poco trabajo tendremos con esta gente. Tambin van muchos valencianos, parece que es una santa valenciana, vaya, de un pueblo de Valencia. Tambin haba sido oportunidad la ma, tomar billete para un da as. Con todo, me pareca imposible poder atribuirlo todo a la mera casualidad, aqu haba gato encerrado y la mano de don Amadeo estaba en todo esto. Me dediqu a pasear por el largo pasillo, las azafatas, como grullas presumidas, como odaliscas en descanso, charlaban en grupos, se vea que la niebla estaba dando tregua a viajeros y tripulantes. El paquidermo inflado de don Amadeo apareci en la puerta de distinguidos, seguramente impaciente, y se qued contemplando el gento que ahora era enorme en la sala, se llenaron de gente los pasillos, las escaleras rodantes, el gran vestbulo, y lo que ms me sorprenda era que tantos viajeros llevaran animales, como trtolas y palomas en jaulas, y tambin gatos y perros en canastos especiales, aquello pareca un abuso, pero yo ya no saba si vea realidades o visiones. De pronto se me acerc un hombre vestido de azul, que pareca pertenecer a la compaa area, y muy al odo me dijo que el avin tardara un poco en salir todava, que hiciera el favor de repetirlo al odo de los dems pasajeros, y que les poda decir que era aconsejable para evitar impaciencias, que se durmieran, o rezaran o hablaran en voz baja. Pero el mensaje de este hombre, que sin duda era un representante autntico de la compaa, se avena muy mal con la bullanga que monjas y frailes mantenan agitando banderitas, dando saltos y gesticulando, como si pertenecieran a una representacin teatral de fin de curso. Las monjas comenzaron un juego estpido que consista en girar a gran velocidad hasta que las faldas de los hbitos se les inflaban como campanas y entonces saltaban y cuando alguna lograba subir ms de un metro del suelo, todas aplaudan como locas. Me restregaba los ojos y de pronto sent la necesidad de mojarme la cara; adems tena una sed horrible, busqu el bar, pero no lo encontraba y en mi bsqueda me tropezaba con otras personas que tambin buscaban algo, y era el lavabo, y preguntaban y nadie les saba dar noticia, y entonces algunos se acercaban a un rincn y hacan all sus necesidades.

En un momento vi que don Amadeo vena hacia donde yo estaba y se mova como un capn ahuecado, y a su lado siempre el bello Lucindo, pero a m lo que me preocupaba era tener que saludar a don Amadeo, cosa que no quera hacer en pblico por nada del mundo, porque adems yo era muy conocido, o al menos eso me crea yo, y no quera que nadie pudiera ver que tena relacin alguna con l ni con su mundo, un mundo que ya estaba claro que perteneca a lo enigmtico e inconfesable, por ms que

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apareciera como un preboste de la catolicidad. Por fin, nos llamaron a todos, pero a don Amadeo, y a su acompaante y lo dijo claramente el altavoz los citaban por la escalerilla delantera del avin, mientras todos los dems deberamos subir por la cola y quin sabe si no me tocara sentarme entre una jaula de trtolas y una cesta de perros, de gallos o de pavos, que de todo iba en aquel avin. La masa de viajeros tiraba de m como el agua de una presa cuando se abre la compuerta y de pronto me vi metido en el autocar que nos conducira al avin, pero lo peor de todo fue que cuando pude ver el pajarraco que nos esperaba en medio de la pista me qued helado, porque era un avin que tena la forma de un murcilago con las alas extendidas, el hocico abierto mostrando sus dientes afilados, y apart la vista horrorizado porque era un murcilago enorme, ventrudo, negro, imponente. Estuve a punto de gritar pero me contuve, sobre todo cuando a mi alrededor todo el mundo hablaba, rea, gastaba bromas con la mayor naturalidad. Al parecer yo no era el invitado de piedra pero s el invitado del aire, un devoto ms de la compacta y festiva peregrinacin a una beatificacin, cosa impensable e impensada y trat de dirigirme hacia mi asiento como un poseso, abrindome paso entre monjas, frailes y gentes con cartelones plegados, pancartas enrolladas y banderitas enfundadas, y all al fondo entre cortinas rosa y gorras de plato con galones dorados, sobre las tocas de las monjas y las borlas verdes del obispo, la temblequeante figura de carcamal saturado de don Amadeo, con su enorme culo que hara seguramente que el avin volara de lado. Me toc el asiento que queda junto a la "emergencia", y a m esto de la emergencia siempre me ha gustado, que la palabra emergencia siempre la relaciono con la salida del cuerpo de Afrodita de entre las ondas espumosas del mar; pero aquella demostracin del chaleco salvavidas en las manos de una azafata ms bien fea y desgarbada, me recordaba que en este caso la palabra emergencia poda terminar en muriencia, palabra que no estar en el diccionario pero que me serva para evitar, de momento, otra ms terrible. El avin, visto desde la pupila rota de la ventanilla y por encima de los asientos poblados de calvas, tocas, pelucas, rizos y al fondo solideos y entorchados, a los que las azafatas atendan y sonrean como si fueran geishas amaestradas, el avin quieto todava pero ya trepidante, sin rodar pero rugiendo como un abejorro inmenso me pareca una bestia todava no bien domesticada por el hombre. Y si algo me inspiraba aquel enorme aparato con cientos de plazas que hasta ahora mis viajes haban sido ms bien en aviones caseros, muy pequeos y limitados ser ridculo que lo diga, pero lo que me pareca era un monstruoso bicho con algo de murcilago y algo tambin de serpiente, acaso no una serpiente de tierra ni de mar, sino una nueva especie de serpiente del aire, monstruos de la nueva era que nos acostumbramos a ver como cosa corriente pero que lentamente nos devoran y nos engullen sin piedad. Estbamos soltando vapores que desfiguraban el campo y los montes vecinos, entre humos que hacan huir despavoridos a los pjaros, entre voces obsequiosas y corteses que nos hablaban de miles de metros de altura, de kilmetros de velocidad, de capacidad de aire en las cabinas y otros pormenores tcnicos, pero todo esto era rutina y yo ni la escuchaba, porque al fondo haba aparecido la figura entre decadente y viril de Lucindo, un muchacho con gallarda en los hombros y anhelo de hombra en la mandbula poderosa, torso de escultura exclusiva para un spot publicitario, rasgos remotos de gitano fronterizo, un ser ambiguo que podra ofrecer todava una claridad hermosa si no estuviera ligado a ese odre de podredumbres que era don Amadeo.

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El avin, por fin, renovado el rugido de sus motores, empinando y sacudiendo sus vrtebras interiores, dejando casi exnimes a los pasajeros como peces semiahogados en un mundo submarino, suspendiendo la respiracin de todos y elevando al cielo los mil caballos desatados de su orga mecnica, se desprendi del suelo y comenz a sorber las nubes con voracidad de monstruo enfurecido. Pero no se abra el resplandor blanco y cegador de la maana, sino que fue colndose el avin por los tneles secretos de la niebla y la borrasca, no sin altibajos, sin sacudidas y desequilibrados vaivenes. Yo hubiera querido ver la luz, que asomara el sol o al menos que las nubes se emblanquecieran como una grande y alba alfombra, como lo haba visto otras veces. Pero bamos entre cavernas de nubes, moles de granizo y de agua helada, hasta tal punto la flecha delantera del avin se enfrentaba con resistencias descomunales. Nadie poda quitarse los cinturones, nadie poda fumar todava. Las azafatas desaparecieron, como si se hubieran escondido debajo de los asientos. Todo pareca de mal presagio y yo lo achacaba a la presencia de don Amadeo, que sin duda era gafe. Los barrenos ululantes de los motores iban rompiendo el muro de aquellas nubes amontonadas y pegajosas, nubes sucias que hacan pensar en la tierra y en sus lbregas crcavas; pero de repente, la boca del ballenato del avin mordi el azul y todo se hizo en un momento cpula luminosa y radiante. Al fin el avin dominaba el mundo y uno era muy poca cosa ante el innumerable rebao de nubes, manadas de nubes, nubecillas tambin de vez en cuando que dejaban ver algo de la costra de la tierra. Todo pareca paz y tranquilidad en un vuelo suavsimo y deslizante sobre la tnica albsima de las nubes, y entre rfagas, unos azules de Fra Anglico, o azules verdosos de Tiziano, o morados amarillentos de El Greco, toda la biblia de los colores de un Velzquez, y hasta los espacios vacos pintados por Dal. Era magnfico el panorama de esta visin area y pens cunto la pintura moderna le debe a la aviacin. Hay paisajistas, por ejemplo, que podan ser llamados paisajistas de avin. En la parte delantera ira don Amadeo, seguramente amodorrado como un marrano, y acaso a su lado y mirando como yo por la ventanilla el Lucindo de rostro semisalvaje. Yo por supuesto no hara nada por verlos, es ms, si ellos se acercaban pegara mi nariz al cristal hacindome el loco. Cada hombre es una historia y la historia de cada hombre tambin puede servir para muchos hombres. Recuerdo que en el avin senta una especie de felicidad slo turbada por la idea de que don Amadeo iba tambin all. Y tambin me preocupaba la presencia de Lucindo. Se trataba de una mera casualidad o haba algo indefinido, desconocido e indescifrable que me una o me ligaba de alguna manera a estos dos seres que me repugnaban, cada uno por su estilo? Era para volverme loco. Ped un gisqui a la azafata. Cuando se trazan lneas y se enredan en girones fatdicos, cuando se revuelven las entraas en un insomnio de ira, dentro de la noche ciega como la pupila de un dios moribundo, qu se persigue, qu cuenta, qu queda? Acaso y bien acaso, un soplo loco de identidad perseguida. Es obvio que lo que persigues entre sombras, lo que temes en la zozobra de tus pesadillas, es tan slo un refugio protector contra la propia locura. Porque pintar para ti, ms que un juego es una purga, y tanto como iluminarte, lo que haces es pudrirte, aunque acaso otros vean la luz que t no puedes ni sabes ver. Definitivamente, ms all del dolor est la nada, y el ser es nada, y la nada... La azafata, remota y pulcra, me puso la bandejita delante y coloc encima el botelln de gisqui. Menos daba una piedra, aunque claro que una piedra y otra piedra pueden constituir una muralla, y hasta la pequea tapia de un pequeo sepulcro. En Roma o donde fuera.

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Despus del tercer gisqui se par el servicio y mi inspiracin dej de funcionar. Tom uno de mis rotuladores, esos que llevo siempre por los bolsillos, y sobre la hoja del avin me puse a escribir cosas sin sentido. Vuela el avechucho, vuela el pez austral, vuela el mirlo de azuloso cuello, vuela el cardenal con su cresta prpura, vuela la golondrina que vuelve de la procesin del Cristo vuela el ave fra sin motores. Vuela el demonio montado en don Amadeo, vuela el Espritu Santo sobre las aguas, sobre las nubes, sobre el vaso de gisqui. Y no se enfra la paloma de pecho inflado por el viento de lo alto, ni muere el moscardn por ms que se estrella contra el cristal, ni el pulmn ascendido del metlico pjaro en este levsimo equilibrio entre falaces andamios de nubes y lagunas de azul, me dice, me dice, me dice... Hice una bola con el poema y lo met en la funda delantera del asiento, all donde dicen y repiten que est el chaleco salvavidas, salvaleches, y cuando me quise dar cuenta estbamos sobrevolando Roma, tras la tnica del verde azul del Mediterrneo, y creo que por cumplir con los personajes de rango pontificio y poltico que llevbamos a bordo, el avin dio una solemne y reposada vuelta por encima de la Ciudad Eterna en su crepsculo erizado de torres de oro viejo y de fontanas refulgidas de plata y el incendio intil del viejo Tber, piedra blanca como la veste de las vestales, arcos opulentos de la Roma pagana, cristiana, legionaria y martirial, la Roma de los Csares, los Papas y los concilios que luchan contra el tiempo y el espacio como pueden. La Roma tambin del cine, de las meretrices, de los homosexuales y de la loca locura de la poltica; italianos que se ren de la mitologa, del Derecho Romano y de la historia, de la pasada, de la presente y de la futura; italianos que son ms sentimentales que el sentimental Francisco de Ass, aquel rico entre los pobres, pobre entre los ricos. Roma desde arriba no eran las catacumbas pero tampoco era el plat divinizado del Renacimiento. Roma eran calles, palacios, suburbios, tristeza, riqueza y pobreza mal repartidas; Roma era Roma, disoluta y misteriosa, despreocupada y eterna, fuego de esplendor y caverna de abismos... Y yo me senta fundido en aquel silogismo de ciudad, en aquella procesin de colinas como inmensos labios de amor, y me senta inundado de una extraa alegra y de una no menos extraa serenidad, absorto y esperanzado, atnito y expectante, como ese momento indefinible que precede a una zambullida en el mar. Pero fue sin duda un sentimiento pasajero, atravesado y destruido, al ponerme de pie, por la presencia y la mirada, una mirada como llena de complicidad, de Lucindo, y un revuelo amistoso de su mano en el aire, como para decirme adis. Adis a m? Hasta cundo? Por qu? Y ya mis ojos no descansaron hasta encontrar, entre solideos y sombreros de ceremonia, la plasta facial de don Amadeo en la que se definan los rasgos ms torpes y depravados que pueden darse en los hombres. 103

Descendimos del avin, yo hacindome todo lo remoln que poda para evitar el encuentro directo con aquellas dos sombras que parecan perseguirme desde mis obsesiones abismales, desde mis pasadas excursiones a las colonias celestes y nefastas, algo que ahora mismo me pareca tan lejano, casi como si no hubiera existido. Pero all estaban ellos para encadenarme acaso a algo ms que al aciago recuerdo. Sal casi el ltimo, lentamente, sin prisas; cualquiera que me hubiera visto podra creer que entraba sin ganas y sin entusiasmo en la Ciudad Eterna, y sin embargo una especie de plenitud desconocida inflaba mi pecho, como el de las palomas que volaban sobre Fiumiccino. Madrid, 1986

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