LA HISTORIA QUE SE PIENSA Conferencias, clases y conversaciones en Chile Josep Fontana

Edicin e introduccin de Pablo Aravena Nez

EDICIONES ESCAPARATE

LA HISTORIA QUE SE PIENSA Conferencias, clases y conversaciones en Chile Josep Fontana Edicin e introduccin de Pablo Aravena Nez Registro Propiedad Intelectual N 202.059 ISBN: 956-7827-95-4 Produccin General: Miguel Soto Inostroza Diseo de Portada : Francisco Figueroa Royer

Josep Fontana Escaparate Ediciones Concepcin www.escaparate.cl E-mail: escaparate_ediciones@yahoo.com

Marzo 2011

IMPRESO EN CHILE

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LA HISTORIA QUE SE PIENSA Conferencias, clases y conversaciones en Chile Josep Fontana

Edicin e introduccin de Pablo Aravena Nez

C o l e cc i n H i s t o r i a V ital E D I C IONES ES C A P ARATE

Lamento con frecuencia no tener el temperamento y el talento de Josep Fontana cuando denuncia tales errores en el seno de tales escuelas histricas. El tono de sus malos humores me recuerda con frecuencia el de Febvre y el de Marx. Pierre Vilar

Agradecimientos

La estada acadmica de Josep Fontana en Chile, realizada durante los das 21 al 25 de octubre del 2008, fue organizada y auspiciada por la Carrera de Historia y Geografa de la Escuela de Educacin de la Universidad de Via del Mar y el Instituto de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad de Valparaso. Cont con el patrocinio de la Carrera de Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Arcis, el Museo Nacional Benjamn Vicua Mackenna y la Biblioteca Nacional. Vayan nuestros agradecimientos a todas las autoridades y acadmicos involucrados: Miguel Daz (UVM), Leonardo Jeffs (UV), Alexis Meza y Pedro Rosas (Arcis), Sergio Grez (MNBV) y Claudio Aguilera (BN).

INTRODUCCIN
Muchos de los que ingresbamos a estudiar historia en las universidades chilenas a inicio de los noventa, llevbamos un nimo de verdad, memoria, justicia y democracia, alimentado de lo experimentado de diversas maneras durante toda la dcada anterior. Una gran parte de las vacantes de las universidades eran ocupadas por jvenes de clase media provenientes de familias no adherentes, o derechamente opuestas, al rgimen de Pinochet cuando no con alguno de sus integrantes torturados o desaparecidos. No slo no nos incomodaba en absoluto la, para nosotros, evidente naturaleza poltica de la historia, sino que considerbamos ms necesario que nunca apostar por ella. Claro que en el nico (y elemental) sentido en que lo entendamos por ese entonces. Para muchos la historia era crtica vala decir de izquierda tan slo por restituir hechos y acontecimientos que el rgimen y su aparato educativo haban negado. Elegir la carrera de historia tena que ver tambin con una opcin algo militante, aunque en un sentido distinto a las vocaciones de los sesenta y setenta: ya no era la Revolucin, sino la memoria y la justicia. Muchos de nosotros partimos as al rescate de la memoria de los postergados, de los vencidos: torturados, exiliados, mapuche, pobladores, trabajadores, etc. La Historia Social, del Tiempo Presente, la Historia Oral y la Etnohistoria no constituan tan slo campos de inters, sino reas en donde deban despejarse problemas a los que nos sentamos obligados tica y polticamente. Pensbamos que restituir una historia era la condicin para recomponer lo 11

roto, para rehabilitar a un sujeto fragmentado por los efectos concretos de la dictadura y su historiografa. La dcada de los noventa se iniciaba con entusiasmo, en el sentido kantiano del trmino: evidenciando un potencial de subjetividad. Lo experimentado era lo peor, pero en ello se fundaba precisamente la expectativa de algo mejor por venir. Ms aun, era evidente que ese futuro tena que ver en gran medida con lo que pudiramos hacer en aquel hoy. La poltica era una actividad todava reputada en nuestro pas, veinte aos atrs. (Poco o nada de esto pudimos observar unos aos ms tarde cuando nos toc pararnos delante de los primeros productos escolares de la democracia chilena. As, con pocos aos de diferencia, nos hicimos viejos, quedamos desfasados, ms que otros, de las generaciones que nos sucedieron. Esa circunstancia nos convirti en profesores). Era inicio de los noventa y en los departamentos de historia se poda ver cmo la academia chilena trataba de recomponerse, revelando ante nuestros ojos todas las paradojas y conflictos de un proceso tal. De un lado desfilaban por las aulas los viejos profesores, los que aprendieron la forma de ensear historia sin causar el disgusto ni la sospecha de nadie, los que duraron gracias a que no llegaron a leer los libros que por rigor profesional deban, o los que sencillamente reemplazaron los libros rojos que mientras las cosas pintaban para bien les permitieron contar con la simpata de esos estudiantes de Historia y Geografa que nunca ms volvieron. Del otro lado los profesores retornados, intelectuales formados en el exilio cuya nostalgia de un pas que ya no era acompa nuestro entusiasmo durante ese breve trayecto que va desde la primera leccin hasta el escepticismo de rigor que quiebra el espritu de los bien intencionados. Pero adems de estas dos especies acadmicas haba una tercera y minoritaria estirpe que tardamos en distinguir, figuras ms bien grises, reservadas, absolutamente marginales en la facultad, de las que rodaban leyendas de un 12

pasado comprometido y un presente acadmicamente riguroso, aunque sin postgrados. Sus asignaturas eran curricularmente secundarias, pero las ms importantes. Nunca hablaban de s mismos ni ofrecan livianamente su amistad al alumnado. Imagino que todos guardamos nombres que caben en estas tres categoras. Cada libro que nos ilumin durante nuestra formacin lleva tambin impreso el nombre de quien nos condujo a l. Y desde luego habr uno en mi caso, de los del ltimo grupo descrito para el de Josep Fontana: Historia: Anlisis del pasado y proyecto social, editado originalmente por la barcelonesa casa Crtica en 1982. (Como tantos otros, el libro llegaba recin a Chile en los noventa). Pasada la criba poltica y ya entregados a su lectura, el libro dejaba entrever algo perturbador para un alumno que comenzaba la carrera de historia en el contexto arriba aludido. Tratando de recapitular lo que nos llamaba la atencin de l, dira que era su extraordinaria capacidad para agregar elementos que hacan ms compleja la relacin entre historia y poltica (una tautologa, como dejar claro en el presente libro), para generar una comprensin histrica del saber histrico mismo, su extraordinaria claridad para explicar cuestiones que sabamos complejas, sin por ello simplificar. Y finalmente el enorme y pesado aparato crtico, por el que se asomaba la aplastante erudicin del autor. Terminaba el libro con una crtica a la concepcin histrica de izquierda fundada en la idea de progreso (la misma que haba servido a los proyectos liberales de derechas!), tras la que se revelaban con tufillo benjaminiano los efectos perjuiciosos que haba acarreado para las masas trabajadoras de los siglos XIX y XX, el pensarse en la Historia nadando a favor de la corriente. Pero ms all de la arremetida contra nuestro sentido comn y los descalabros conceptuales, nos dio por un buen tiempo, y a algunos hasta hoy invaluables pistas para comprender el sentido de la funcin historiadora. El pasado no 13

es algo que deba interesar a los hombres por una presunta curiosidad innata, no debemos esperar siempre algo as como la inquietud por el origen. El centro de gravedad de toda operacin histrica para usar el valioso concepto de Michel de Certeau es el presente. En la primera pgina de aquel libro se poda leer: Toda visin global de la historia constituye una genealoga del presente. Selecciona y ordena los hechos del pasado de forma que conduzcan en su secuencia hasta dar cuenta de la configuracin del presente, casi siempre con el fin, consciente o no, de justificarla. As el historiador nos muestra una sucesin ordenada de acontecimientos que van encadenndose hasta dar como resultado natural la realidad social en que vive y trabaja, mientras que los obstculos que se opusieron a esta evolucin se nos presentan como regresivos, y las alternativas a ella, como utpicas.1 Pero un poco ms tarde camos en la cuenta de que lo que haba de fundamental en el libro de Fontana era la articulacin de una memoria inscrita en una tradicin. Memoria de la crtica. No obstante, dicha funcin era del todo azarosa para un libro editado en 1982. Inicio de los noventa cada del muro mediante fue poca del descarte del marxismo. As las cosas, se presentaban dos destinos para el libro de Fontana: era tambin descartado, por descansar en un paradigma obsoleto, o era rescatado en toda su lucidez como el aviso de la operacin ideolgica (archiconocida por el historiador de oficio) que se estaba efectuando en ese preciso momento. Tal como en otro presente-pasado lo hiciera uno de los fundadores de la tradicin aludida.
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Fontana, Josep, Historia: anlisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crtica, 1982, p. 9.

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Los economistas tienen una manera singular de proceder. Para ellos no hay ms que dos clases de instituciones: las del arte [artificiales] y las de la naturaleza. Las instituciones del feudalismo son instituciones artificiales, y las de la burguesa son instituciones naturales. En lo cual se parecen a los telogos, que establecen tambin dos clases de religiones: toda religin que no es la de ellos es una invencin de los hombres, al paso que su propia religin es una emanacin de Dios. Al decir que las relaciones actuales las relaciones de la produccin burguesa son naturales, los economistas dan a entender que son relaciones dentro de las cuales se crea la riqueza y se desenvuelven las fuerzas productivas con arreglo a las leyes de la Naturaleza. Luego esas relaciones son, a su vez, leyes naturales independientes de la influencia de los tiempos; son leyes eternas que deben regir siempre la sociedad. De suerte que la Historia ha existido, pero ya no existe. Ha habido Historia, puesto que han existido instituciones feudales, y en esas instituciones se encuentran relaciones de produccin enteramente distintas de las de la sociedad burguesa, que los economistas pretenden dar por naturales, y por lo tanto, eternas.2 El asunto es que por la fecha en que leamos Historia... deslumbraba en la academia en gran medida por efecto de cierta prensa la tesis del Fin de la Historia rehabilitada por Francis Fukuyama. Fue gracias al libro de Fontana, a su saludable historicismo, que no slo no desistimos de la historiografa, sino que estimamos ms necesario que nunca persistir en ella: tantas veces en la historia se haba echado mano al truco de hacer pasar lo contingente por necesario y a la subjetividad universalizada por objetividad para detener
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Marx, Karl, Miseria de la filosofa. Contestacin a la Filosofa de la miseria de Proudhom [1847}. Cap. II: La metafsica de la economa poltica, Navarra, Ediciones Folio, 1999, p. 137.

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la rueda de la historia en el momento ms provechoso para el poder de turno. Pero el olvido alentado por la moda intelectuales de la poca: el posmodernismo de que la historia es el resultado de la construccin y lucha de unos proyectos de sociedad, de unos sujetos que se imponen momentneamente sobre otros, no permita una lectura de ms larga duracin. Lo que para muchos fue motivo de renuncia, fue para algunos de nosotros prueba de que la historia estaba ms viva que nunca y de que no exista una radical novedad o aquella pregonada discontinuidad alentada por el fin de milenio en las estrategias para construir hegemona. (En esta misma direccin preparaba sus respuestas Perry Anderson en Los fines de la historia, publicado en 1992). Los problemas abordados en Historia: Anlisis del pasado y proyecto social fueron ms tarde continuados, en buena medida, en La historia despus del fin de la historia, (Crtica, 1992) y La historia de los hombres: el siglo XX, (Crtica, 2002). Y es que aunque la labor propiamente historiogrfica de Fontana ha estado ligada a la historia econmica y poltica de la Espaa del siglo XIX, los avatares de la distribucin editorial nos ha hecho acceder preferentemente al citado tipo de escritos. As, por estos lados, Fontana es ms usualmente citado como terico o historiador de la historiografa que como historiador aplicado a la hacienda o a la poca del liberalismo espaol. (Ciertamente muy a pesar del mismo autor, como se observar en la entrevista incluida en este libro). Pero en esos libros, que l toma como compilacin de notas y apuntes para despejar el campo de la investigacin historiogrfica, va implcita una apuesta. Ante todo una defensa de la historia: como saber pblico (y no como intercambio de papers entre especialistas), como posibilidad concreta de conocer lo real-pasado (y no como mera narracin verosmil), como un modo especfico de explicar ciertos fenmenos (y no como pura representacin del pasado) y finalmente como 16

un conocimiento enteramente situado en un presente que exige historia.3 Y quiz no haya un presente que la necesitara tanto como el nuestro, paradojalmente hoy cuando desde todas partes se nos invita a valorar el pasado, las fuentes de nuestra identidad, la memoria, nuestra cultura, etc. Desde luego la alternativa la han tenido desde siempre los profesionales de la memoria. En palabras de Pierre Vilar maestro reconocido de Fontana los historiadores pueden hacer una historia para divertir e incluso instructiva. Pero la curiosidad del historiador no es la curiosidad del mirn.4 Si no es el mero pasado como lo pudiera usar un coleccionista o un turista qu es lo propio de la historia entonces? Fontana estar de acuerdo con esta nada novedosa frmula: la historia va al pasado porque le importa el presente. Esta es la verdadera cantera de la que extrae sus problemas y no meras curiosidades. Cmo se ha constituido este presente? Por qu estos niveles de desigualdad? Por qu la exclusin de los pueblos indgenas? Por qu esta crisis econmica global? Cierto es que estas preguntas no son propias de los historiadores, pero la forma en la que contesta la historiografa es lo que la distingue de otros saberes. Cada pregunta nos hace indagar en materiales (indicios) de distintos tiempos y niveles de la vida social. El historiador trabaja con huellas que han dejado sujetos de otro tiempo, recompone la accin de cada sujeto y
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Al respecto la declaracin de Pierre Vilar: Josep Fontana me lo dijo el martes pasado, aqu mismo (y estoy completamente de acuerdo con l): pretender hacer la historia haciendo abstraccin de los problemas del momento del momento de una sociedad, as como de los problemas personales del historiador, sera una hipocresa. La nica manera de realizar una aproximacin cientfica a los hechos humanos y ello es vlido tanto para una sociologa o una politologa como para una historia es tomando conciencia clara de la propia situacin en el interior de los hechos [] El historiador y la historiografa estn incluidos en la historia. Recuerdos y reflexiones sobre el oficio de un historiador, en: Pensar la historia, Mxico, Instituto Mora, 1992, p. 110 y 112. Vilar, Pierre, Op. cit., p. 110.

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va tramando sus encrucijadas combinando materiales tanto concretos como imaginativos (hiptesis): una accin se encuentra con otra, luchan, se anulan, hacen alianza excluyendo a otros que forman nuevos proyectos, etc. Se ver por qu el historiador produce un relato, una trama. La mayor parte de las veces ste tiene la estructura de una genealoga del presente, es decir, muestra debido a qu acciones e intereses el presente ha llegado a ser lo que es. Pero como es siempre, a fin de cuentas, fruto de la accin humana una construccin de sujetos en pugna nunca sella el juicio de que el presente es inmodificable. Al contrario, al restituir los proyectos que competan en el pasado por un futuro que hoy habitamos como el presente, nos hace comprender que ste siempre pudo ser otra cosa, que el actual orden presente descansa en elementos absolutamente artificiales: la fuerza, el inters o la estrategia de algunos para darse un mundo como traje a la medida, desde luego en donde no cabemos todos. Pensar la historia como un mundo de sujetos no equivale a postular una soberana plena del sujeto individual o colectivo. El nfasis en esta direccin se justifica ante todo en el esfuerzo por contrarrestar las usuales lecturas ideolgicas de lo histrico: explicar el cambio como un devenir absolutamente determinado, de manera que el presente es mero cumplimiento de unas leyes a las que los hombres y mujeres no tendran ms remedio que plegarse. No obstante, sabemos, por lo menos hace siglo y medio, que las circunstancias hacen a los seres humanos, tanto como los seres humanos hacen las circunstancias.5 A parte de un gusto por la lectura de los escritos de Fontana, compartido por quienes nos involucramos en el proyecto de su estada acadmica en Chile, se constitua en motor de la iniciativa el hecho de que desde un comienzo vislumbra5

Marx, Karl, La ideologa alemana (I) y otros escritos polticos, Madrid, Losada, 2005, p. 77-78.

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mos la perspectiva historiogrfica de Josep Fontana como un contrapunto a las hoy imperantes. Hay mucho de una impronta ilustrada en su discurso, reflejada en la manera en que concibe la funcin historiadora: como un saber destinado a desmontar mitologas y mistificaciones, provisto de normas y modos de control interno, pero fundamentalmente como una herramienta para el cambio social. (La historia como arma, en la frmula de Manuel Moreno Fraginals, otro de los historiadores promovidos desde su labor editorial en Crtica). Porque qu sentido tendra a estas alturas defender la posibilidad cierta de un conocimiento de lo real-pasado que tiene a la plaza pblica como destino? De otro modo: no son triviales las cosas a las que se renuncia cuando se admiten livianamente los planteamientos tericohistoriogrficos de moda: que la historiografa es una funcin ms de la memoria, que la historiografa se juega en el puro estilo (en sus efectos de escritura), o que no nos remite jams al pasado, sino que a otros textos. Esta debilidad de un conocimiento histrico retirado al cdigo6 no puede sino redundar en la apuesta por un sujeto tambin dbil. Nuestro presente es el extremo de una genealoga de acontecimientos realmente ocurridos: Negar que existan semejantes filiaciones o que
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Con este concepto, tomado de Anthony Giddens, el filsofo argentino Jos Sazbn se ha referido al rasgo de cierta historiografa o ms bien teora de la historia contempornea: apartar al lenguaje de su nexo referencial, de manera que la historia queda igualada al mito: Tal equiparacin de mito e historia, ser asumida crecientemente por los pensadores postestructuralistas dentro de un diseo general de devaluacin de la conciencia histrica que impide cualquier restablecimiento de los nexos de racionalidad entre el conocimiento de lo social y la intervencin activa en su produccin. La devaluacin formalista de la historia, en: Historia y sentido. Exploraciones en teora historiogrfica, (E. Adamovsky Ed.), Buenos Aires, El cielo por asalto, 2001, p. 84. Al respecto tambin son tiles los siguientes textos: Conciencia histrica y memoria colectiva, en: Nietzsche en Francia y otros estudios de historia intelectual, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes Editorial, 2009, pp. 65-105. Y la entrevista Nueva historia y conciencia histrica, en: Aravena, Pablo, Los recursos del relato. Conversaciones sobre Filosofa de la Historia y Teora Historiogrfica, Santiago de Chile, Departamento de Teoria, Facultad de Arte, Universidad de Chile, 2010.

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puedan ser concebidas (aproximativa, pero suficientemente), es negar la objetividad de la sucesin temporal y vedarse con ello, para s mismo y cotidianamente, la posibilidad de emprender alguna accin con el pretexto o bien de que no tendr ninguna relacin con lo que va a seguir o bien de que no se puede prever (con esa probabilidad que equivale, tcnicamente, a la certeza) su resultado. Es, pues, en contra de todo sentido comn, separar el hecho de ser consecuente (temporalmente) de la consecuencia (lgica y ontolgica).7 Desde luego esto choca frontalmente con el criticismo y las perspectivas estetizantes que imperan hoy en historiografa, las que an no nos pueden dar respuesta o no admiten ser interrogadas acerca de cul es su relacin con la economa poltica del poder. Existe en el enfoque de Fontana y ntese su acercamiento crtico a los Annales una mirada de larga duracin, una forma de entender los acontecimientos por sobre la escala del individuo y de los medios, que tantas veces nos sumen en el sin sentido, la angustia y la desercin de lo real. Hay un tipo de lucidez que, ms all del talento individual, es patrimonio de todo historiador y que es la de no perderse en el humo de los fenmenos recientes ni en la dispersin de los hechos. Para el historiador la historia siempre sigue, y si no la hacen unos sujetos la hacen otros... Y el historiador es, l mismo, un sujeto. No podemos contentarnos con los mapas del futuro que se trazaron cuando los cambios iniciados en Petrogrado en octubre de 1917 parecan ofrecernos soluciones al alcance de la mano, pero esto no implica renunciar a cuanto hay en ellos de aportacin positiva a la lucha contra el capitalismo. Ni mucho menos aun seguir a las gentes de Annales cuando
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Chatelet, Franois, El tiempo de la historia y la evolucin de la funcin historiadora, en: Preguntas y rplicas. En busca de las verdaderas semejanzas, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1989, p. 50.

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consideran que el posible fracaso de tales frmulas significa que hay que renunciar a cualquier esperanza de progreso social, y que lo que le toca al historiador es abandonar la politizacin de su disciplina para volver a hacer ciencia. Nuestro objetivo difcilmente puede ser el de convertir la historia en una ciencia en un cuerpo de conocimientos y mtodos, cerrado y autosuficiente, que se cultiva por s mismo, sino, por el contrario, el de arrancarla a la fosilizacin cientifista para volver a convertirla en una tcnica: en una herramienta para la tarea del cambio social.8 *** Las gestiones para concretar la estada acadmica del profesor Josep Fontana comenzaron dos aos antes de su viaje. Siendo un perfecto desconocido para l, me contact telefnicamente durante el ao 2006 para pedirle que nos acompaara durante la ltima semana del mes de octubre del 2007. Su respuesta fue que le interesaba mucho venir a Chile, que no conoca el pas, pero que tena puesta sus energas en dos actividades que no le permitan venir: integrar una comisin en Bruselas y terminar de escribir un libro que ya haba postergado por mucho tiempo. A lo que aadi: Pero si le parece lo agendamos para el 2008. De aqu en adelante la historia de esta visita se puede hacer a partir de una serie de correos que, en distintos tonos plantean una misma pregunta por parte de nuestro invitado: Qu espera que haga yo en Chile?. Ya junto a nosotros pude confesarle que nunca tuve muy clara la respuesta. De seguro las preguntas del numeroso pblico que asisti a sus seminarios dieron mejor respuesta a su inquietud. Pablo Aravena Nez Valparaso, enero de 2011
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Fontana, Josep, Op. cit., p. 214.

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LA HISTORIOGRAFA VUELTA SOBRE S

Pablo Aravena: Tratando de organizar sus escritos para efectos de esta entrevista, me encontr con una idea que se mantiene a lo largo de su obra, aquella con la que abre por ejemplo ese paradigmtico libro Historia: Anlisis del pasado y proyecto social,1 acerca de un distanciamiento de la Filosofa de la Historia y de una Teora de la Historia en favor de una Historia de la Historiografa, entendida como una aplicacin de los mtodos de la historia al trabajo que han hecho los historiadores. Podra usted decirnos algo ms acerca de esta opcin terica? Josep Fontana: Lo que yo sostengo no es un rechazo a la filosofa de la historia, sino a una filosofa de la historia impuesta desde fuera, es decir que no parta de la experiencia y la reflexin de quien trabaja en el terreno concreto de la investigacin histrica. Un rechazo a posturas como la de Louis Althusser, quien pensando que el campo de la historia estaba en pleno desconcierto, se propuso darle un orden conceptual desde fuera. Este tipo de operaciones me parecen inadmisibles. La reflexin sobre los mtodos de la historia no se puede hacer sin la experiencia del historiador.
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Fontana, Josep, Historia: Anlisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crtica, 1982. Existe una segunda edicin actualizada del ao 1999, publicada tambin en Crtica, casa editorial con la cual Fontana ha mantenido un largo trabajo a cargo de la coleccin de historia. En tal labor ha introducido al habla hispana desde las ms relevantes obras de la historiografa marxista britnica (E. Hobsbawm, E.P. Thompson), hasta las aportaciones tericas de la historiografa india, englobada usualmente bajo el rtulo de estudios subalternos (R. Guha), entre otras.

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P.A: Y en qu medida esta aplicacin de los mtodos de la historia sobre el quehacer de los historiadores puede dar mejor cuenta de cuestiones que aparecen ms difusas desde otros enfoques, como la relacin de la historiografa con la poltica y los poderes dominantes? J.F: Para empezar, lo de la relacin de la historiografa con la poltica es prcticamente una tautologa. Todo lo que puedas hacer en el campo de la historia tiene un punto de partida y unos condicionantes polticos y acaba teniendo un sentido poltico, siempre que entendamos lo poltico de un modo global, social, y no en trminos de partido. Es imposible reflexionar sobre la vida de los hombres y las mujeres en la sociedad sustrayendo de esta reflexin la poltica. Lo de la relacin con los poderes dominantes es una cuestin ms compleja, pero tampoco logro ver cmo se podra hacer una aportacin importante desde fuera. Me parece que nadie est en mejor situacin que el historiador para ver las trampas de quienes conducen su trabajo hacia unas finalidades no confesables. P .A: Se lo pregunto porque al final del libro que le he recordado, usted realiza un rechazo a la iniciativa de la segunda y tercera generacin de la escuela de los Annales, referente a su llamado a hacer de la historia una ciencia. En este punto usted ha reivindicado la historiografa no como ciencia, sino como una tcnica2 Cmo se entiende esto?
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La cita textual es: No podemos contentarnos con los mapas del futuro que se trazaron cuando los cambios iniciados en Petrogrado en octubre de 1917 parecan ofrecernos soluciones al alcance de la mano, pero esto no implica renunciar a cuanto hay en ellos de aportacin positiva a la lucha contra el capitalismo. Ni mucho menos aun- seguir a las gentes de Annales cuando consideran que el posible fracaso de tales frmulas significa que hay que renunciar a cualquier esperanza de progreso social, y que lo que le toca al historiador es abandonar la politizacin de su disciplina para volver a hacer ciencia. Nuestro objetivo difcilmente puede ser el de convertir la historia en una ciencia en un cuerpo de conocimientos y mtodos, cerrado y autosuficiente, que se cultiva por s mismo-, sino, por el contrario, el de arrancarla a la fosilizacin cientifista para volver a convertirla en una tcnica: en una herramienta para la tarea del cambio social. Op. cit., p. 261.

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J.F: No estara de acuerdo en la manera en que usted lo plantea. La escuela de los Annales ha sido para m, en un momento determinado, un elemento de formacin fundamental. Creo que hizo una aportacin muy seria en la etapa de Marc Bloch y de Febvre, en especial hasta el momento, durante la ocupacin alemana, en que Febvre da un viraje a la derecha y comienza a decir que eso de una historia social y econmica no tiene sentido. Luego creo que tambin hay una etapa muy brillante en la fase dominada por las figuras de Laborusse y de Braudel. Hasta que llega el momento en que sus propios discpulos defenestran a Braudel los antiguos rojos que ahora se haban vuelto anticomunistas, dir Marc Ferro, que es cuando comienza una poca de absoluta frivolidad metodolgica (mientras Braudel, que no volvi a escribir en Annales, la criticaba desde fuera): un camino hacia abajo, caracterizado por un eclecticismo en el peor sentido de la palabra, apuntndose a las modas intelectuales del momento y publicando trabajos que llegan a ser ridculos, como aquel en que, hablando del sentido simblico de la coronacin, compara el acto del emperador al levantarse para ser coronado con una ereccin, etc.3 P.A: A qu historiadores puede mencionar? J.F: Me refiero a casos como el de Le Roy Ladurie, que era un estalinista convencido en su momento. Y el ejemplo paradigmtico del pretendido gran historiador de la Revolucin: Furet. Aprend algo sobre los aspectos internos de estas pugnas cuando me toc sostener una largusima conversacin con Ruggiero Romano, quien me cont bastantes cosas en un
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Se refiere al trabajo de D. A. Miller, Realeza y ambigedad sexual, publicado en Annales, 26, N 3-4, mayo-agosto de 1971, pp. 639-652. Sobre la valoracin de Fontana sobre la escuela de los Annales se puede consultar su artculo Ascenso y decadencia de la escuela de los Annales, en: Hacia una nueva historia (A.A.V.V.), Madrid, Akal, 1985, pp. 109-127.

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viaje de vuelta de Lima a Madrid. Pero no puedo dejar de asumir mi deuda hacia los aos fecundos de Annales. Mi propio maestro, Pierre Vilar, se reconoca discpulo de Febvre. Y en el terreno editorial pienso que he conseguido que se publicara en castellano ms Marc Bloch que nadie. Pero eso no me impide afirmar que llega un momento en que la escuela cae en la absoluta frivolidad. P.A: Usted asocia esta frivolidad de Annales al giro culturalista o comienza antes? A qu se debe? J.F: Evidentemente comienza con el auge del estructuralismo levistraussiano. Descubren all, de sbito, un marco de referencia que les parece que da un soporte cientfico a su quehacer, etc... P.A: Porque habitualmente en manuales e incluso clases de historiografa nosotros entendemos que Braudel es quien se esfuerza por ligar el estructuralismo con la historiografa Cmo es que, segn usted, l no cae en los vicios interpretativos de la generacin que lo sucede? J.F: Veamos. Hay toda una parte de la obra de Braudel que no me causa entusiasmo. Me refiero a lo que se refiere a unos montajes literarios que pretenden presentarse como un mtodo de investigacin. El Mediterrneo,4 por ejemplo, est dividido en tres partes, en las que pretende captar, como el mismo dice, el tiempo geogrfico, el tiempo social y el tiempo individual. Las tres son, independientemente, esplndidas, pero al intentar asociarlas no cuadran: la historia lenta del medio ambiente no liga con la historia poltica que viene arriba esto se lo dijo pblicamente mucha gente, por ejemplo Elliott en una crtica.5
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Braudel, Fernand, El Mediterrneo y el mundo mediterrneo en la poca de Felipe II, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1953. Se refiere a la resea que Elliott publica en The New York Review of Books, XX, N 7, mayo de 1973, pp. 25-28.

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Lo mismo ocurre con su ltima gran obra Civilizacin material.6 Cada una de las partes puede tener aportes de inters, pues Braudel era un historiador inteligente, pero no podemos tomar su artificio trinitario y he sealado adems que en el curso de publicacin de esta ltima obra pasa de un enfoque binario a otro en tres planos como un sistema de trabajo vlido. Con el modelo braudeliano nadie ms ha podido trabajar, porque es fundamentalmente literario: es un artificio para encuadrarlo todo en una visin global. P.A: No habra una teora braudeliana de la historia entonces? J.F: Pero Qu sera una teora braudeliana de la historia? La longue dure? P.A: S. La larga duracin como una manera de instalar acontecimientos como epifenmenos de los imperceptibles ajustes de las estructuras. J.F: Pero es que esta idea tampoco es original de Braudel. Solemos olvidar algo que es muy importante para entender a esta gente, y es que los hombres de Annales son hijos de la geografa humana francesa: de Vidal de La Blache y sus continuadores. De hecho una persona como Pierre Vilar viene de la geografa, y es a partir de un tema geogrfico como el de estudiar Barcelona como un lugar en que se ha creado un ncleo industrial en unas condiciones desfavorables, que acaba dndose cuenta de que la explicacin a ese problema no puede encontrarse en la geografa, sino en una dimensin ms compleja, como es la de la historia. Ahora, tampoco creo que un historiador a menos que proceda del campo de la filosofa pretenda aportar teoras de la historia, en un sentido global. Lo que un historiador puede
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Braudel, Fernand, Civilizacin material, economa y capitalismo. Siglos XV XVIII, Madrid, Alianza Editorial, 1985.

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aportar son reflexiones a partir de su experiencia, que sera lo que hace Vilar en el congreso de Estocolmo con su trabajo sobre Crecimiento y desarrollo. Del mismo modo lo que hay en Braudel son fundamentalmente reflexiones metodolgicas. No me parece que haya en su obra algo que vaya ms all que la idea de la longue dure. La primera parte de El Mediterrneo, con su anlisis del medio geogrfico, es hija de esa tradicin francesa que procede de Vidal de La Blache, y que puede verse por igual en la obra de Vilar sobre Catalua y en la mayor parte de las grandes tesis de estado francesas de estos aos. Que puede ser un esplndido inicio de una investigacin histrica, como en Braudel o en Vilar, o no conducir a nada, como en el caso de ese gran fraude que fue Sville et lAtlantique, de Pierre Chaunu, que fue capaz de engaar al viejo Febvre, quien crey hallarse ante una obra maestra, ignorando que no haba detrs de aquellos miles de pginas una investigacin suficiente, del estilo de la que Bernal ha efectuado hace unos aos para establecer de verdad las cifras de la carrera de Indias. Yo me suscrib a Annales cuando estaba an estudiando, de manera que recib su influencia desde el principio; procur leer todo lo que era posible de la escuela y tuve como maestro a una persona como Vilar que se haba formado en esa tradicin. Lo que pasa es que luego vi en qu se iba convirtiendo Annales en las nuevas generaciones: en un potpurr abigarrado. Tenga en cuenta que he ledo la revista desde 1955, hace ya ms de cincuenta aos. Pero ha llegado un momento en que los nuevos nmeros me caen de las manos. Lo nico medianamente til que encuentro en ella son las reseas de libros, pues puede que encuentre alguno que me interese y no conozca. Cosa que no me ocurre con revistas ms serias como Past and Present o Economic History Review. Es algo que pienso que est estrechamente ligado a la situacin de la cultura contempornea francesa, que se ha despegado del mundo y vive encerrada en s misma. No hay que ver ms que los franceses no traducen, 28

o en todo caso los hacen muy tarde, obras fundamentales de otros pases. Dudo incluso que los libros de E.P. Thompson estn traducidos al francs... P.A: La misma Historia del siglo XX de Hobsbawm fue constantemente rechazada para ser traducida y publicada en Francia.7 J.F: Claro. Se negaron a traducirla diciendo que ese tipo de obras haba pasado de moda y ha sido uno de los mayores xitos de la literatura histrica en el mundo entero. La cultura francesa sigue encerrada en s misma, como si creyesen an que son una gua para el resto de la humanidad. P.A: Pero volvamos a un problema planteado. Es importante que usted se refiera a su concepcin de la historiografa como una tcnica para el cambio social y no como una ciencia. J.F: En primer lugar y en relacin a Annales el mismo Lucien Febvre rechaza el que la historia sea una ciencia, aunque este sea un trmino que empleamos usualmente, sin preocuparnos demasiado por el sentido real del trmino. P.A: Pero sepa usted que Febvre y Bloch son parte de las primeras lecturas de los estudiantes de historia al menos de las carreras que se dictan en Chile bajo una interpretacin cannica que lee a estos autores como quienes defienden el carcter cientfico o cercano a la ciencia de la historia. J.F: Febvre rechaza la idea de la historia como una ciencia. Por lo dems, no encuentro mucho sentido en discutir acerca de este problema. Qu es una ciencia? Lo que rechazo
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En una conversacin sostenida en el alo 2003 con Antoine Spire, Hobsbawm parece aceptar como explicacin que el retraso de la publicacin de Historia del siglo XX se debe a la vuelta crtica sobre el marxismo en un pas fuertemente influido por dichas corrientes. Al respecto Hobsbawm, Eric, El optimismo de la voluntad. Conversacin con Antoine Spire, Barcelona, Paids Asterisco, 2004.

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es concebirla como un sistema cerrado y autocontenido de principios, que es lo que suelen hacer muchos. Si la definimos como un conjunto de mtodos que se utilizan para un estudio concreto no hay problemas para aceptarlo, sabiendo, adems, que con frecuencia les tenemos que pedir tambin prestados sus mtodos al vecino: gegrafo, antroplogo, economista Lo dems es hacer juegos de palabras. No estoy en contra de la gente de Annales. Tengo un gran respeto por Bloch y me interesa el Febvre historiador, menos el terico, del que me preocupan en especial ciertos bandazos, como el que se produjo en 1942, cuando se desentiende de aquellas primeras formulaciones, que estn presentes en el ltimo Bloch, acerca del compromiso social de la historia. Febvre cambia en este terreno hasta el extremo de que ha habido que revisar la forma en que ha editado los textos metodolgicos de Bloch, su Apologie pour lhistoire, que nosotros conocemos como Introduccin a la historia. Usted sabr que el hijo de Bloch ha vuelto a hacer la edicin de estos textos, apartndose de la edicin de Febvre.8 En los ltimos tiempos de su vida Bloch tuvo discrepancias con Febvre, por el hecho de que hubiese optado por seguir publicando durante la ocupacin nazi de Francia. He hecho traducir los textos de Bloch de estos momentos, La extraa derrota9, donde me parece que estn contenidas unas reflexiones vitales, de compromiso explcito, opuestas a lo que ha sido la actitud de buena parte de gente de Annales en tiempos posteriores. Bloch reivindica aqu la necesidad de que el historiador se implique en los problemas de su tiempo y seala que todos ellos han sido responsables del hundimiento
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En castellano la edicin de Febvre se encuentra publicada como Introduccin a la historia, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1952. La edicin realizada por tienne Bloch se halla publicada como Apologa para la historia o el oficio de historiador, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1996. Bloch, Marc, La extraa derrota, Barcelona, Crtica, 2002.

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de Francia, pues optamos por quedarnos trabajando en nuestros laboratorios y no supimos ser en la plaza pblicas la voz que clama. Como ver este Bloch no tiene nada que ver con las frivolidades posteriores de la escuela de Annales. No voy a rechazar nunca a un Labrousse, cuya obra es esplndida, ni menos a un Vilar que ha sido mi maestro y amigo... Esta gente son tambin Annales. Pero despus de ellos y de Braudel viene el descalabro de la escuela. Hay que tener en cuenta, tambin, que este viraje postBraudel cont con incentivos poco confesables. Por ejemplo, el dinero que Furet y otros como l conseguan de las fundaciones norteamericanas en unos aos de la guerra fra cultural en que en los Estados Unidos se crey que esta gente significaba una alternativa progresista a la historiografa marxista. A lo que contribuy que sus protagonistas fuesen gente como Le Roy y Furet, que hacan penitencia explcita por haber sido comunistas y haber estado comprometidos con una historia social y econmica de raz marxista. El personaje de esta generacin por quien siento mayor rechazo es Furet, que pontifica sobre la Revolucin Francesa sin tener detrs un trabajo propio de investigacin que le autorice a ello, y margina por completo a quienes s lo tienen, como Soboul. Afortunadamente la historiografa sobre la revolucin ha ido despus de 1989 por otros caminos. P.A: En este sentido En qu direccin cree usted que ha decantado la tradicin de los Annales? Qu opinin le merece esta nueva historiografa que tiene que ver con objetos atpicos por decirlo de alguna manera como la identidad, la mujer, la vida privada, la sexualidad, etc.? J.F: Pero veamos... la mujer no es un tema o un objeto de estudio, la mujer es una parte fundamental de la historia. Si hay algo que es preciso rechazar es que la forma de combatir la marginacin de la mujer en la historia sea constituir una 31

historia de las mujeres separada. Esto no tiene ningn sentido, pues el lugar de las mujeres est en la historia de todos. Lo que hay que hacer es reivindicar su participacin, no como mera presencia, sino para comprender mejor los procesos. Lo de la historia de la mujer me parece en definitiva una mala salida. Lo que hay que hacer es darle su lugar en la historia, de la misma manera que se la hemos dado a otros actores, como los trabajadores o los campesinos, y con mucho ms motivo. De hecho no se puede entender ni el mundo obrero ni, muy especialmente, el campesino, si se prescinde del papel que desempea en ellos la mujer. En este ltimo sentido me parece que las ms importantes aportaciones han venido de la historiografa marxista britnica, por ejemplo al explicar el rol de la mujer en la familia obrera o la forma en que surge en ella la idea de un control consciente de la natalidad, cuando se cansa de ser un simple objeto sexual que va pariendo un hijo detrs del otro en dursimas condiciones. Cuestiones como estas son las que permiten comprender cabalmente la sociedad en que viven los obreros. P.A: Pero comprender usted que una historiografa fundada en estas totalizaciones como la comprensin de la sociedad, e incluso la misma idea de la historia como proceso global, no genera demasiados adeptos hoy en da. Parece que esta propuesta se opone a las propuestas ms en boga que tienden a compartimentar... J.F: A qu clase de propuestas historiogrficas se refiere? P.A: Como las que veo detrs de proyectos como los de la Microhistoria, la Historia Local e incluso una Historia Barrial, que fragmentan, se separan, pero nunca vuelven para iluminar la sociedad o la historia. Lo que identifico ah es una renuncia a

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alguna lgica o coherencia de distintos fenmenos en la historia. Algo que no veo muy distante del posmodernismo.10 J.F: Creo que estamos confundiendo las cosas. Por un lado estn las modas acadmicas que ofrecen frmulas fciles, que parecen innovadoras, sobre todo cuando no se trata ms que de cambiar el vocabulario para decir lo mismo, pero de manera que slo nos comprenden los entendidos. No es nada raro que tengan xito y que se apunten a ella los muchachos que recin empiezan. O el caso que pone usted de la Microhistoria, que no tiene absolutamente ningn sentido sin la macrohistoria a su lado, para explicar lo que, fuera de contexto, se queda en pura ancdota. Se pueden producir trabajos de esplndida calidad literaria, pero a dnde se va historiogrficamente a partir de ah? qu se explica? Pienso que Ginzburg hace buena literatura, y que en algn momento va incluso ms all, para intentar entender algn problema de conjunto, pero habitualmente hace ms literatura que historia. Cuando uno ve las obras que marcan poca y que son un recurso permanente para nuestros estudios, son siempre libros que se han mantenido al margen de las modas. Una cosa son las modas acadmicas, incluso los xitos editoriales, otra las obras y trabajos con las que las editoriales usualmente pierden dinero pero que hacen un aporte
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Dentro de la visin postmodernista de la historia, el objetivo ya no es la integracin, la sntesis ni la totalidad, sino esas migajas histricas que son el centro de atencin. Tomemos por ejemplo, Montaillou y otros libros escritos subsiguientemente por Le Roy Ladurie, la Microstorie de Ginzburg, el Sunday of Bouvines de Duby o el Return of Martn Guerre de Natalie Zemon. Hace quince o veinte aos nos habramos preguntado llenos de asombro cul podra haber sido el inters de este tipo de escrito histrico, qu est intentando probar. Y esta pregunta tan obvia hubiera sido provocada, como siempre, por nuestro deseo modernista de llegar a conocer cmo trabaja la mquina de la historia. Sin embargo, en la visin anti-esencialista, nominalista del posmodernismo, esta pregunta perdi su significado. Ankersmit, Frank, Historiografa y postmodernismo, en: Historia Social, N 50, Valencia, Fundacin Instituto de Historia Social, 2004, p. 19. (Traduccin del artculo publicado originalmente en History and Theory, vol. 28, N 2, mayo 1989)

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serio a la disciplina y que siempre suelen ser esfuerzos por una comprensin global de los fenmenos histricos. No se hablar mucho ahora del gran libro de Chris Wickham sobre los orgenes de la Edad Media11, pero se seguir hablando de l dentro de cincuenta aos. P.A: Ligado tambin a esta difuminacin de la historiografa Qu tipo de alcance cree usted que han tenido trabajos como los de Hayden White o incluso Paul Veyne? Me refiero a impacto a nivel del trabajo historiogrfico, porque uno podra medir un impacto ms o menos cierto en la epistemologa, la filosofa, etc. J.F: Una de las pruebas de la validez de los planteamientos es ver que es lo que sale de ellos. Me parece vlido el entusiasmo por ciertas preocupaciones tericas, ciertos problemas que terminan en unas formulaciones ms o menos mgicas, en el caso de Veyne y de, por poner un ejemplo, los famosos esquemas trinitarios, etc. Pero luego viene la prueba: ponga usted sobre la mesa lo que ha logrado hacer con estas precisiones tericas. El asunto es que estas modas francesas tienen an un gran impacto en Italia y en Amrica latina, cuando han dejado de tener peso en el resto del mundo, en donde las propuestas de renovacin van ya por otros caminos. Me parece que hay que tener puesto el odo en el resto de la orquesta, y no slo en Pars. Ahora, tambin en Francia hay lneas de trabajo interesantes, como todo lo que tiene que ver con la historia agraria, por ejemplo. Pero que no tienen el mismo eco editorial que las biografas y los ensayos para entretener a las seoras en sus horas de aburrimiento. A mi no se me ocurrira aconsejarle a un estudiante que vaya a Pars a formarse, a no ser que vaya a los centros en donde se trabaja en historia agraria.

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Chris Wickham, Una historia nueva de la Edad Media. Europa y el mundo mediterrneo, 400-800, Barcelona, Crtica, 2008.

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P.A: En Chile por contarle alguna de las cosas que pasan en el mbito de la historia, sobre todo a partir de los preparativos para celebrar el bicentenario de la independencia, que ha trado una explosin de inters y financiamiento editorial para la historia, se ha privilegiado un tipo de estudios por sobre otros, que son los relacionados con Historia de la vida privada. Pero leda en una determinada clave, como recortes o confeccin de cuadros de poca en torno a cuestiones como la vestimenta, la vida de los salones aristocrticos, la cocina... y a esto estn abocados algunos de nuestros ms serios historiadores. J.F: Pero esto no produce ms que trabajos aptos para la diversin del lector, en donde no se ventilan problemas fundamentales. Por ejemplo esto de la vida privada, la vida privada de quin? Porque recuerdo, por ejemplo, que una de las trampas de un libro de historia de las mujeres de Louise Tilly y Joan W. Scott, Women, work and family, consista en hablar de mujeres, en general, sin distinguir que hay mujeres y seoras, que son dos especies sociales distintas, que tienen vidas distintas y problemas muy diversos. Una cosa es buscar frmulas para entretener a los lectores, en libros de temporada que pasan sin haber tenido influencia alguna sobre la disciplina, y otra ocuparse de problemas que sirven para comprender el mundo en que uno vive y para tirar adelante. Es evidente que algunos de estos temas, trabajados con un propsito adecuado, pueden servir para iluminar problemas ms amplios. Por ejemplo, el fenmeno de la moda es relevante para entender el proceso de la industrializacin, sobre todo a partir del momento en que la moda se constituye en un elemento de estmulo del consumo que implica a diferentes capas de la poblacin. Pero hay que situarlo dentro de un marco interpretativo adecuado. Si uno se dedica tan slo a la historia del vestido de las capas altas de la sociedad, podr hacer un trabajo descriptivo ms o menos pintoresco y divertido, que en el mejor de los casos servir para proporcionar datos a 35

quienes trabajen en cuestiones ms serias asociadas a la historia del consumo. Me parece muy bien que se haga historia de la cocina seguramente yo mismo comprara un buen libro sobre esto, pero lo que es vital es que hagamos un tipo de historia de la alimentacin en que entren a la vez la hartura y el hambre. P.A: Al parecer, una de las tantas cosas que est detrs de esto, es el abandono de la explicacin como una matriz epistemolgica que puede arrojar luz sobre ciertos fenmenos, a favor de enfoques deliberadamente descriptivos, que suelen autofundamentarse como perspectivas fenomenolgicas, que aspiraran a la comprensin, pero que terminan siendo trabajos de corte muy conservador. Porque de pronto lo que uno ve en estas perspectivas narrativistas o estetizantes son formas habituales en los historiadores del siglo XIX. J.F: Pues claro, seguramente esto ayuda a explicar la naturaleza de aquellas historias que slo buscan la curiosidad de los lectores. Y es que esta evolucin tiene que ver con lo que ha sucedido en el trabajo del historiador... Con ciertas renuncias, detrs de las cuales hay una crisis poltica en un momento determinado. La crisis poltica y social que se produjo despus de la dcada de los sesentas, cuando muchos revolucionarios, reales o supuestos, descubrieron que las cosas no iban a cambiar tan fcilmente cmo haban esperado, lo cual les condujo a abandonar las ideas en que haban apoyado estas esperanzas. Y con ellas echaron todo el viejo instrumental al garete, sin entender que ni siquiera haban aprendido a utilizarlo correctamente, para apuntarse a nuevas frmulas salvadoras, que no se ofrecan ya como recetas para transformar el mundo, pero podan asegurarle a uno una cmoda carrera acadmica. El viejo estalinista que haba sido Le Roy Ladurie, por ejemplo, escribira ahora un libro como Montaillou, village occitan12, con ciertas dosis de morbo y de sexo, que iba a convertirse en
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Le Roy Ladurie, Emmanuel, Montaillou, village occitan de 1294 1324, Pars, Gallimard, 1975.

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un xito de lectura entre las seoras (que encima el libro fuese tramposo y se hubiese escrito desvalijando el trabajo de un investigador serio del catarismo como Duvernoy agravaba el asunto). Lo malo es que estas modas que garantizan un xito de pblico son de temporada, y caducan con ella: mucha de la literatura que se lleg a escribir cuando se puso de moda hablar de las mentalits resulta hoy ilegible. La que a m me interesa es aquella clase de historia que en ltima instancia nos ayuda a comprender el tiempo en que vivimos y a plantear la forma de abordar sus problemas. Recordar al respecto lo que deca uno de los humanistas por quienes siento una mayor admiracin una admiracin que, por cierto, comparto con Lucien Febvre, y que releo con frecuencia, Rabelais, que rechazaba a quienes hacan nuevas construcciones con piedras muertas y proclamaba: Yo no construyo ms que con piedras vivas, que son los hombres.13 Para m el trabajo de los historiadores que no sirve para entender el presente, no sirve para nada, por ms bien escrito y brillante que sea y por ms xitos que consiga. He tenido la suerte de aprender mi oficio de tres maestros que me ensearon otra cosa. Y aadir que mi amigo el filsofo Manuel Sacristn me deca que no fuera por el mundo haciendo esta afirmacin acerca de mis tres maestros, que era escandalosa, porque la mayora de los espaoles no haba tenido ni uno. El primero fue Ferran Soldevila, en la poca en que haba regresado del exilio y haca sus clases, rigurosamente clandestinas, en el comedor de su casa, fiel a los principios de catalanidad y democracia por los que haba tenido que exiliarse. Por el mismo tiempo en que en la universidad seguan con los tpicos ms manidos, l me ense a leer una crnica o un documento poniendo atencin en los problemas humanos que revelaba.
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Rabelais, Franois, Le tiers libre, captulo VI.

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El segundo, ya en la universidad, fue Jaume Vicens Vives, que me ense que nuestro trabajo tena una dimensin cvica que era lo que le daba valor, en especial en tiempos como los de la dictadura. En una carta me deca que el pas era ms importante que la Universidad, y que la Universidad era ms importante que la ciencia histrica, pero que se puede servir al pas a travs de la ciencia histrica. Y mi tercer maestro fue Pierre Vilar, a quien escrib por consejo de Vicens, que pensaba que me poda aconsejar mejor que l en el tema que haba escogido para investigar, y que me contest con una carta esplndida, que conservo como un tesoro, donde me daba toda una leccin de mtodo y me prevena, ante todo, del riesgo de politizar superficialmente los problemas que tienen que ver con la suerte de los seres humanos. No es una ciencia fra lo que queremos me deca; pero es una ciencia. (Y ya ve que no me importa este uso abierto del trmino ciencia). Quisiera que entendiese que toda mi formacin se produjo en medio de una larga dictadura, con maestros que eran conscientes de que la historia tena una utilidad cvica y poda ser tambin un arma de lucha poltica contra la dictadura (contra la cual, evidentemente, luchbamos tambin de otras formas, pero esto no entra en esta cuenta). Si no hubiese credo en la utilidad social de mi trabajo me hubiese dedicado a actividades ms rentables propuestas para hacerlo no me han faltado. Me he dedicado a lo que me gustaba hacer, y he disfrutado y sigo disfrutando con ello, sin preocuparme por hacer carrera. Y he recibido a cambio compensaciones muy agradables. Hace unos das, por ejemplo, recib un correo electrnico de un joven estudiante de historia argentino que me deca: hay gente que me pregunta que cmo una persona joven como yo se va a dedicar a algo como la historia, me lo pregunta incluso mi madre que trabaja en un supermercado y que entiende que lo se le paga es el precio de

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su trabajo, a pesar de que est explotada. Y yo le digo: estudio historia para que se oiga la voz de personas como t. P.A: Acerca de estas mismas cuestiones, recuerdo que en la segunda edicin de Historia: Anlisis del pasado y proyecto social (del ao 1999), usted incorpora en el nuevo prlogo una referencia un tanto dramtica sobre la forma en la cual una profesora que est al borde de la muerte dota de sentido lo que le queda de vida a partir de la funcin social de la historia. J.F: S, se trataba de una alumna ma, profesora de enseanza secundaria, que estaba trabajando su tesis conmigo cuando descubri que tena cncer. Quiso seguir enseando hasta el final y guardo de ella unos papeles en que aparecen sus reflexiones sobre la pasin que senta por su trabajo. Era en los momentos de las masacres de Ruanda y le importaba que sus alumnos compartiesen su preocupacin ante esta catstrofe humanitaria. Acept su muerte pensando que mereca la pena aquello en que haba empleado su vida, enseando a otros a pensar por s mismos. Y quiso redactar su propia esquela en que vena a decir: Muerte. Si no me siento derrotada cul es tu victoria? Son del tipo de experiencias que le cargan a uno de adrenalina y le animan a seguir. Lo viv tambin en una ocasin en el norte de Argentina, regresando a Jujuy de una excursin a la quebrada de Humahuaca, cuando una joven profesora de historia, de origen indgena, casada con quien haca de maestro de escuela en un poblado de mineros, me pidi que le firmara mi libro y me trajo un ejemplar tan manoseado y trabajado que me emocion pensar que hubiese podido servirle tanto. Era realmente para esto, y para esta gente, que lo haba escrito. Y fue en este mismo momento, cuando tom el avin para regresar a Buenos Aires, cuando me hice el propsito de mejorar lo que

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haba hecho con un nuevo libro, La historia de los hombres14, con la intencin de ampliar y actualizar el viejo. Y djeme que le aclare que para m la historia de la historiografa no es un campo de trabajo que me interese en s mismo; lo que me importa es entender lo que los historiadores han pretendido hacer, para mejorar ms conscientemente mi propia prctica y ayudar a otros en sus dudas. Otra experiencia semejante la he tenido recientemente con un antiguo alumno de la dcada de los setenta cuando yo trabajaba en la Universidad Autnoma de Barcelona que me envi un correo electrnico donde me contaba que l no se haba dedicado finalmente ni a la investigacin, ni a la enseanza de la historia, puesto que la vida lo haba llevado por otro camino (era bombero forestal), pero me confesaba que nunca se haba arrepentido de haber estudiado historia, puesto que a lo largo de su vida, al enfrentarse a un problema sindical o integrarse en un movimiento social, se dio cuenta de que lo que haba estudiado en la facultad le haba servido para entender mejor las cosas. Para m este tipo de reconocimientos es lo mejor que me puede ocurrir; me satisface mucho ms que recibir un ttulo de Doctor Honoris Causa o que me traduzcan un libro al japons. El xito acadmico es algo que no me importa... Si se alcanza, bien, pero sin pagar ningn precio por l. De verdad que espero seguir siendo tan incmodo para el orden establecido en lo que me quede de vida como lo he sido hasta ahora. P.A: Me doy cuenta que quedara muy bien esta entrevista si la dejramos ac. Pero me interesa hacerle un par de preguntas ms. La primera en torno a una de las ltimas cuestiones que usted ha publicado acerca de la historiografa, precisamente en el libro que recin usted aluda: La historia de los hombres. Porque uno ve que aqu se contina con cuestiones que se venan planteando
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Fontana, Josep, La historia de los hombres: el siglo XX, Barcelona, Crtica, 2002.

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en Historia: anlisis del pasado y proyecto social, pero tambin en La historia despus del fin de la historia...15 J.F: Pero este ltimo es un libro que despus me arrepent de haber publicado. Me estimul reaccionar a la situacin de desconcierto reinante; pero luego me di cuenta de que no haba en l ms que crticas, sin aportar propuestas de solucin. Por eso me olvid de l, para escribir este otro en que intentaba dar respuestas. P.A: Una de las cuestiones que ms me llamaba la atencin de la Historia de los hombres, es un captulo exactamente el captulo seis: La crisis de 1989 en que usted comienza desmontando materialmente la tesis de Francis Fukuyama. Porque ha habido refutaciones filosficas de fuste Derrida e incluso Perry Anderson16 dada la puerilidad intelectual que ella significaba. Pero usted realiza una suerte de genealoga institucional de la tesis. J.F: S, es algo que inicialmente he publicado en otro lado. Y es algo que quisiera replantear, en trminos ms generales, en el libro en el que actualmente estoy trabajando17, que es el esfuerzo efectuado por la derecha norteamericana por tratar de conquistar el mundo intelectual. Lo de Fukuyama, en concreto era el producto de un montaje de la fundacin Olin, que es una institucin que recibe el dinero, muchos millones de dlares al ao, de una empresa de fabricacin de armas y con otras actividades tan limpias como esta. Dirigiendo estas actividades est un grupo de judos, antiguos trotskistas, que a partir del tema de Israel pegaron un viraje para irse al lado contrario. En el caso de Fukuyama la cosa empez con una
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Fontana, Josep, La historia despus del fin de la historia, Barcelona, Crtica, 1992. Derrida, Jaques, Espectros de Marx. El estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva internacional, Madrid, Trotta, 2005. Anderson, Perry, Los fines de la historia, Barcelona, Anagrama, 1997. Se refiere a un proyecto en curso al que Fontana, por pudor, no le gusta referirse, pero que guarda la pretensin de dar cuenta de la historia universal luego de la segunda guerra mundial.

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invitacin para dictar una conferencia, que luego se edit en alguna de la publicaciones financiadas por la propia fundacin, a lo que siguieron una serie de rplicas, crticas y objeciones de gente de su propio entorno, que fingieron as la existencia de un debate abierto que se pudo vender a la prensa y acab en la publicacin de un libro que daba amplia difusin al producto.18 El fin era poltico y la moraleja no poda ser ms clara: Se han acabado los vaivenes de la historia y estamos ahora en el triunfo definitivo de lo que tena que triunfar. Resignacin y obediencia. Cuando esto fall estaba claro que seguan los conflictos la fundacin fabric otro producto semejante, que fue el del choque de civilizaciones de Samuel P. Huntington, tambin hombre de la casa.19 Y lo fabricaron exactamente igual: la conferencia, el artculo, las respuestas, el libro. Estos montajes son triviales. Con un Huntington que se inventa una amenaza musulmano-confuciana, sin ni siquiera tomar en cuenta que entre los musulmanes hay una profunda diferencia entre sunitas y chies, que puede llevar, como en Irak, a una guerra a muerte. Me pregunto cmo un producto tan deleznable pudo haber suscitado la atencin durante tanto tiempo de un pblico de profesores universitarios ms o menos serios, cuando no daba para ms de cuatro das. Fukuyama, ha pegado tales virajes posteriormente y ha publicado libros sobre tantas cosas, con planteamientos tan diversos, que a veces cuesta saber dnde se ubica cada temporada. Figur entre los firmantes de los primeros manifiestos neocons que proponan la invasin de Irak, luego se arrepinti, y, como dice Blumenthal, al igual que los comunistas
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Fukuyama, Francis, El fin de la historia y el ltimo hombre, Barcelona, Planeta, 1992. Huntington, S.P., El choque de civilizaciones y la reconfiguracin del orden mundial, Barcelona, Paids, 1997.

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de generaciones anteriores, rechaza ahora al dios que fall.20 Lo ltimo que s es que este ao anunci que iba a votar por Obama. Lo que puede hacer el ao prximo es imprevisible. Y de Huntington no digamos... Por ejemplo aquel libro sobre la amenaza latina de la integridad de Estados Unidos...21 Uno se pregunta cmo es posible que se venda una mercanca intelectual semejante? La vaciedad de ese mundo orientado a captar el favor poltico y a estar siempre presente en el mercado es terrible. Pero, por lo menos, estos suelen ser prestigios de temporada. Ms daino es cuando esto mismo aparece construido con ms inteligencia y ejerce una influencia duradera, como ocurre en el caso de Foucault. P.A: Por qu no se refiere a esto con ms detalle? Porque Foucault es un autor muy ledo por filsofos e historiadores, respetado y seguido incluso como modelo de intelectual comprometido. J.F: Foucault, quien siente un gran desprecio por los historiadores y por su saber menor y que por esto mismo se dedica a darles lecciones acerca de cmo deben hacer su trabajo se ocupa tramposamente de problemas reales, y vende bien sus propuestas. Fabrica una seudohistoria falseando las fuentes, cuando le conviene, y a partir de muy escasos conocimiento de base, y la vende con habilidad. Habla, por ejemplo, del poder. Pero qu es eso del poder? Un historiador sabe que hay que comenzar identificndolo, porque tiene nombres y mecanismos propios. Es un supuesto revolucionario que a poco ms de cuarenta aos consigue acceder al Collge de France, algo que les va a estar negado a la gran mayora de quienes resultan incmodos
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Blumenthal, Sidney, Bushs world of illusion, en: Open Democracy, 17-3-2006, refirindose al nuevo libro America at the Crossroads: Democracy, Power and the Neoconservative Legacy, New Haven, Yale University Press, 2006. Huntington, S.P., Quines somos? Los desafos a la identidad nacional estadounidense, Barcelona, Paids, 2004.

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al poder. Foucault tiene una historia poltico-personal muy poco respetable. Hombre supuestamente de izquierda, se vuelve anticomunista cuando en Polonia descubre que su amante de turno es un infiltrado de la polica; pero ms adelante vuelve a luchar por causas de una izquierda radical, como contra el sistema carcelario, cuando tiene, en Francia, un nuevo amante maosta que va a la crcel. El final es todava peor, y prefiero dejarlo sin explicar. Pero todo esto que se refiere a la persona se puede dejar a parte, pues para nosotros lo principal es su trabajo. Cuando se publicaron los volmenes de Faire de 22 lhistoire, Pierre Nora le encarg un trabajo a Vilar, donde ste denunciaba alguno de los trucos de Foucault, diciendo que eran tan evidentes y elementales que era imposible que no fuesen conscientes. Nora cuenta que a Foucault le sobrevino un ataque de ira, hasta el punto que le exigi que el texto de Vilar se eliminase de una nueva edicin. Era incapaz de enfrentarse a un anlisis crtico. En su obra se ocupa de problemas atractivos, pero la forma en que los plantea no permite verificacin, ni ofrece pautas para seguir por el mismo camino. P.A: Acaba de aparecer en el suplemento de El Clarn de Buenos Aires,23 a propsito de un ltimo libro de Paul Veyne sobre la figura de Foucault, un comentario en que Veyne que fue muy amigo de Foucault, incluso Foucault utiliz mucho sus trabajos acerca de la antigedad seala que este no tena ninguna simpata por algo as como la Revolucin y, en segundo lugar, que sus objetos y problemas de estudios no tienen ninguna sistematicidad, sino que se deban a intereses epidrmicos, es decir a inquietudes de un momento dado.
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Le Goff, Jaques y Nora, Pierre, Hacer la historia, Vol. I y II, Barcelona, Laia, 1978. (Edicin original francesa de 1974) Droit, Roger-Pol A Foucault no le interesaba la revolucin, en: . Revista de Cultura, N 240, Buenos Aires, El Clarn, pp. 10-11. 03/05/2008.

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J.F: Y de bsqueda de xito pblico. Otro que ha hecho una seria denuncia de Foucault ha sido Chomsky a propsito de la etapa en que se entusiasm con la revolucin islmica iran. Pero respecto de su trabajo lo que hay que hacer es someterlo a anlisis y tratar de separar lo que pueda haber de grano aprovechable de la mucha paja del ensayismo irresponsable y de la provocacin. P.A: Una ltima cuestin. (Y es que mientras usted habla me estoy poniendo en lugar de aquel que lea esta entrevista y creo que hay una pregunta que no es posible omitir) Acerca de algo que es evidente en sus trabajos y que es una matriz terica marxista. S que es una pregunta que podra servir ms para empezar una nueva conversacin que cerrarla. Pero le pido tan slo que nos d algunas pistas Cuales seran las aportaciones que podra seguir entregndonos una historiografa de este tipo, frente al devenir de la historiografa contempornea, que ms o menos hemos tratado en esta conversacin? J.F: Veamos. Es que lo de ser marxista es algo complejo. Usted sabe que el primero que deca que no era marxista era Marx, con toda la razn del mundo. Para m Marx es una referencia intelectual, entre otras, aunque de una extraordinaria importancia. Entre mis autores formativos figuran desde Polibio, acerca del cual he publicado un trabajo, o el Maquiavelo de las Istorie fiorentine, hasta el Diderot que colabora con Raynal en la primera denuncia del imperialismo, y por este camino hasta Marx. Pero un Marx que no tiene gran cosa que ver con el de los catecismos de los aos cincuenta y sesenta del siglo pasado, elaborados a base de citas de unos textos de los primeros aos, que en ocasiones han sido maltratados por las traducciones, sin que muchos de estos supuestos marxistas acertasen a darse cuenta de errores tan groseros que hubieran debido resultarles perceptibles a primera vista. En la traduccin de El Capital editada por el Fondo de Cultura Econmica, que 45

es la de Wenceslao Roces, hay a veces deslices tremebundos que han sido usados sin ninguna precaucin como base de estudios como ocurre en el caso de un famoso socilogo brasileo en un trabajo sobre las clases sociales, lo que demuestra que en realidad no se lean, sino que se recitaban como si fuesen textos litrgicos. Mi Marx es el Marx viejo que en abril de 1879, cuatro aos antes de su muerte, le deca en una carta a Danilson que no poda concluir la redaccin del tomo segundo de El Capital hasta ver como acababa la crisis econmica que estaba afectando entonces a Gran Bretaa, con estas palabras: Es necesario observar el curso actual de los acontecimientos hasta que lleguen a su maduracin antes de poder consumirlos productivamente, esto es tericamente. Esto es, que al final de su vida no crea tener una teora completa y cerrada (eso que hablbamos de una ciencia) que explicase las cosas. Por ello los marxistas que me han influido son atpicos, como es el caso de E.P. Thompson e incluso el de alguien que no es precisamente un historiador, como Walter Benjamin. Que no me interesa como objeto de estudio: no me interesa hacer filologa con su obra, ni elucubrar acerca de sus orgenes judos. Lo que me interesa es lo que sus textos me sugieren. Es igual que lo que te sucede cuando lees un poeta, que importa menos lo que ha querido decir en concreto lo normal es que ignores las circunstancias puntuales que le han inspirado que lo que sus palabras suscitan en ti. Caf de la Biblioteca Nacional Santiago, 21 de octubre de 2008.

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LA CRISIS DE LA HISTORIA SOCIAL

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Lo que me propongo en estos das es compartir con ustedes el tipo de preocupaciones que vivimos muchos de los que hemos dedicado una vida de trabajo a la investigacin y la enseanza de la historia, al descubrir que la cmoda prctica del investigador acadmico, centrada en la comunicacin con la gente de la propia tribu que es, al fin y al cabo, quien reparte las cualificaciones en que se basa el xito de nuestra carrera profesional se estaba convirtiendo en una especie de actividad vaca, carente de sentido para el resto de la sociedad. El problema no es, como muchos argumentan en su defensa, que nuestro trabajo se haya convertido en algo tcnico, demasiado difcil para la comprensin del pblico de la calle; de ser as, se podra resolver con la prctica de la divulgacin, y eso no lo remedia, como se puede ver si consideramos el tipo de divulgacin que tiene xito entre el pblico, que es el que difunde un gnero de literatura ms o menos novelstica que no tiene punto de contacto alguno con los resultados de la investigacin. De lo que se trata, fundamentalmente, es de la falta de relevancia, si me permiten ustedes que use este anglicismo, porque decir pertinencia, en buen castellano, no me parece que sirviera para expresar lo mismo.
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Clase dictada el 22 de octubre de 2008, en el contexto del seminario La historia hoy: viejos y nuevos caminos. Sala Rubn Daro, Direccin de Extensin de la Universidad de Valparaso.

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Hablar hoy de la crisis que sufri, a partir de los aos setenta, el modelo de historia social que cultivbamos, para hacerlo, maana y pasado, de los nuevos caminos que estamos explorando. A comienzo de los aos setenta del siglo pasado se estaba gestando un cambio poltico y cultural de la mayor importancia. Contribuyeron a ello la frustracin de los movimientos izquierdistas del 68 y el desengao que para muchos signific el aplastamiento por la Unin Sovitica de la llamada primavera de Praga, a lo que pronto se iban a sumar los efectos de una crisis econmica, iniciada con el alza de los precios del petrleo, que pona fin a las tres dcadas de crecimiento ininterrumpido de posguerra, as como la subida al poder de gobiernos de una derecha dura, como los de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, empeados en liquidar la fuerza de los sindicatos y en frenar los cambios que se haban producido en la dcada de los sesentas. Esta campaa contrarrevolucionaria se propona combatir las ideas avanzadas que haban inspirado los movimientos de los aos sesenta. En los Estados Unidos lo expresaba el texto que en 1971 escribi Lewis Powell, futuro miembro del Tribunal supremo, que la United States Chamber of Commerce hizo circular con el ttulo de Memorndum confidencial: Ataque al sistema americano de libre empresa, en que se adverta a los dirigentes de los negocios que las amenazas al mundo de la empresa libre tenan como autores intelectuales a los estudiantes universitarios, los profesores, el mundo de los medios de comunicacin, los intelectuales y las revistas literarias, los artistas, los cientficos. En Gran Bretaa la lucha fue todava ms directa, como se manifest en los esfuerzos por transformar la enseanza de la historia en las escuelas, definiendo unos programas unificados de los que se quera eliminar cualquier rastro de la vieja historia social progresista. La propia seora Thatcher, que intervena personalmente en estos debates, no dud en 48

expresar sus objetivos ante la Cmara de los Comunes: En lugar de ensear generalidades y grandes temas, por qu no volvemos a los buenos tiempos de antao en que se aprendan de memoria los nombres de los reyes y las reinas de Inglaterra, las batallas, los hechos y todos los gloriosos acontecimientos de nuestro pasado? .25 Como ha escrito Geoff Eley en una obra que citar en ms de una ocasin en estos das, porque tiene la particularidad de ser, a la vez, una especie de libro de memorias de un historiador y una historia de la evolucin de las ideas de su oficio en los ltimos cuarenta aos, el cambio que se produjo en el instrumental terico y metodolgico de los historiadores fue paralelo al agotamiento de las esperanzas polticas de la izquierda. Mi argumento en este libro, nos dice, trata de usar la evolucin poltica de las cuatro ltimas dcadas como un contrapunto esencial de los intereses cambiantes de los historiadores.26 Las etapas de esta evolucin paralela de su vida y de su oficio arrancan, nos dice, del optimismo que caracteriz sus aos de formacin y de aprendizaje, histrico y poltico; siguen con el desengao de los aos del reflujo, en que un historiador de izquierdas de la talla de Tim Mason abandon su proyecto de escribir una historia social del nazismo y acab suicidndose, y continan con el ttulo de reflexin, que le sirve para caracterizar su trayectoria, y la de los historiadores
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Sobre los trabajos de reforma de la enseanza de la historia en Gran Bretaa, Terry C. Lewis, The National Curriculum and history en V.R. Berghahn y H. Schlisser, eds., Perceptions of History. An Analysis of School Textbooks, Oxford, berg, 1987, pp. 128-140. La cita de la Sra. Thatcher, de Pilar Maestro, El modelo de las historias generales y la enseanza de la historia, en: J.J. Carreras y C. Forcadell, eds., Usos pblicos de la historia, Madrid, Marcial Pons, 2003, p. 219. Eley, Geoff, A Crooked Line. From Cultural History to the History of Society, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2005, p. 187. Paralelamente, pero con un character menso personal, el tema se aborda en Geoff Eley y Keith Nield, The Future of Class in History, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2007.

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de su generacin, en los aos ochenta y parte de los noventa. Del final les hablar en otro momento, porque corresponde a otra etapa y a otros problemas. En cuanto se refiere al repertorio de ideas con que trabajaban los historiadores de los tiempos del optimismo, lo primero que se hundi, y estrepitosamente, fue una amalgama de frmulas de conjuro que pasaba fraudulentamente por marxismo, aunque apenas tena nada que ver con lo que escribi realmente el viejo Marx, reducido en esta versin de los sesentas a unas cuantas citas de textos cannicos que se utilizaban para buscar todas las respuestas, sin necesidad siquiera de investigar la realidad. Algo que evidentemente se apartaba de la prctica personal de Marx, que en abril de 1879, cuatro aos antes de su muerte, le deca en una carta a Danilson que no poda concluir la redaccin del tomo segundo de El Capital hasta ver como acababa la crisis econmica que estaba afectando entonces a Gran Bretaa, con estas palabras: Es necesario observar el curso actual de los acontecimientos hasta que lleguen a su maduracin antes de poder consumirlos productivamente, esto es tericamente.27 El estructuralismo marxista a la francesa, amparado por una cobertura filosfica de apariencia respetable, se haba convertido en la forma dominante de difusin de ese seudomarxismo en Europa Occidental y en Amrica Latina. La cobertura filosfica la dara sobre todo Althusser, quien, criticando la confusin que reina en el concepto de histo ria, se decidi a reestructurar la disciplina desde la pura reflexin filosfica, en un ejercicio de metateora. El modo de produccin se dividi en estructuras regionales y se estableci todo un juego de relaciones entre stas, con el que se quera resolver verbalmente todas las contradicciones. La euforia verbalista estimul la creacin de toda suerte de nuevos modos de produccin especializados domstico, tributario, parcelario, etc. cayendo
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Marx Engels Werke, 34, pp. 370-375.

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en la vieja trampa de resolver los problemas reformulndolos verbalmente.No se trataba de consumir tericamente la realidad, como peda Marx, sino de usar una teora previamente establecida para interpretarla. La teorizacin se mantena en un terreno de mxima abstraccin y slo se acuda a la realidad, a posteriori, para buscar en ella ejemplos que ilustrasen los resultados previstos (es bien sabido que, si se la encaja de manera adecuada en esquemas prefabricados, una realidad parcial y cuidadosamente acotada nunca desmiente la teora) . De la rapidez con que se vino abajo la mquina verbal del galomarxismo, que tena incluso un catecismo como el de Marta Harnecker, puede dar idea lo sucedido con dos socilogos britnicos que en 1975 publicaron un libro en que sostenan que, estando la historia condenada por la naturaleza de su objeto al empirismo, era necesario construir un materialismo histrico reducido a una teora general de los modos de produccin, esto es, a la pura y simple teorizacin. El libro en que se haca esta afirmacin se publicaba en 1975. En 1977, dos aos ms tarde, los mismos autores presentaban un nuevo libro en el que se criticaban a s mismos por lo que haban escrito anteriormente y llegaban hasta el punto de negar la utilidad del concepto mismo de modo de produccin.28 Cmo entender, en este caso, que un editor espaol tradujera en 1979 el libro de 1975 que sus propios autores haban desautorizado en 1977? Slo la extrema confusin de estos aos puede explicarlo. Lo peor del caso fue que el descrdito arrastr tambin a la tradicin de la llamada historia social, que haba madurado en la Gran Bretaa de los aos veinte y treinta, y haba alcanzado su plenitud en la obra de los llamados historiadores
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Hindess, Barry y Hirst, Paul, Pre-capitalist modes of production, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1975 (cita de pp. 310-311) y Mode of production and social formation. An auto-critique of Pre-capitalist modes of production, Londres, Macmillan, 1977. La traduccin espaola del primero, Modos precapitalistas de produccin, la public Ediciones Pennsula en 1979.

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marxistas britnicos (Christopher Hill, Eric Hobsbawm, Edward Thompson), al igual que sucedi con la de la etapa ms fecunda de la escuela francesa de Annales: la que empez con Lucien Febvre y Marc Bloch, y concluy con Ernest Labrouuse y Fernand Braudel. Braudel, en concreto, fue defenestrado en 1969 por sus antiguos discpulos aquellos a los que Marc Ferro llama los antiguos comunistas, convertidos ahora en anticomunistas, esto es los Furet, Le Roy Ladurie y compaa. En los diecisis aos que le quedaban de vida, Braudel no volvi a publicar nunca ms en Annales, una revista que iniciara entonces unos aos de desconcierto y de frivolidad que el propio Braudel criticaba desde fuera. No tendra sentido seguir a esta gente desconcertada en sus sucesivas aventuras intelectuales, que no han dejado tras de s, y esto me parece ser la prueba definitiva de su esterilidad, obras que puedan ni remotamente compararse a las de Bloch, Vilar, Labrousse, Hobsbawm o Thompson. El punto de llegada y el elemento comn de esta deriva puede definirse a grandes rasgos por dos conceptos: el de posmodernismo y el de lo que se llam el giro cultural o giro lingstico. Este giro se expres sobre todo a travs del abandono gradual de la vieja histo ria social en favor de la cultural y del anlisis del discurso. Uno de los principales protagonistas de esta evolucin en los Estados Unidos fue Hayden White, que elabor una combinacin entre teora de la historia y teora literaria que le llevaba a considerar la obra histrica como una estructura verbal en forma de discurso en prosa narrativa que, al margen de los datos que pueda contener, tiene un componente estructural profundo, de naturaleza potica y lingstica, que sirve como paradigma precrticamente aceptado de la interpretacin. Esta infraestructura metahistri ca no est formada por los conceptos tericos explcitamente usados por el historiador a fin de dar a su narrativa el aspecto de una explicacin, sino que depende de un nivel profundo en que el historiador 52

realiza un acto esencialmente potico, en el cual prefigura el campo histrico y lo constituye como un dominio sobre el cual aplicar las teoras especficas que utilizar para explicar lo que realmente estaba sucediendo. La interpretacin histrica aparece as denunciada como un procedimiento que no tiene nada que ver con los mtodos de la ciencia, sino que procede excluyendo determinados hechos de su relato como irrelevantes para su propsito narrativo e incluyendo, con el fin de hacer posible la explicacin que propone, especulaciones que no se encuentran en los hechos verificables. La visin del pasado que nos da un historiador no deriva, por tanto, de la evidencia que utiliza, sino de las elecciones conscientes e inconscientes que ha hecho de acuerdo con la potica histrica que usa.29 El de posmodernismo es un trmino muy amplio y, por ello mismo, difcil de definir. Para empezar tiene genealogas muy diversas segn se le considere desde el punto de vista del arte, de la filosofa o de la literatura. Se acostumbra a considerar que tuvo su origen en la arquitectura, y en concreto en el rechazo del alto modernismo representado por la arquitectura de Le Corbusier, Frank Lloyd Wright o Mies van der Rohe. Se ha llegado a concretar, en este sentido, que el posmodernismo nace a las 3:32 de la tarde del 15 de julio de 1972, cuando un edificio de viviendas moderno de Saint Louis, inspirado en Le Corbusier y premiado por su calidad arquitectnica, fue dinamitado, considerndolo como un entorno inhabitable para la gente de bajos ingresos que vivan en l, lo que sealara el momento en que las ideas del modernismo tradicional dejaban paso a nuevas propuestas. Quien dara una mayor difusin al trmino sera JeanFranois Lyotard con La condition posmoderne, un libro escrito
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Rorty, Richard, El giro lingstico, Barcelona, Paids, 1990; Hayden White, Metahistory, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1973 (hay traduccin castellana, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1992), Tropics of discourse. Essays in cultural criticism, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1978 y The content of the form. Narrative discourse and historical representation, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1990.

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por encargo, publicado en 1979, donde anunciaba el fin de lo que denominaba las metanarrativas, es decir de las grandes interpretaciones generales como el socialismo, el cristianismo, la ideologa del progreso, etc., lo que en el terreno de la historia llevaba al rechazo de las periodizaciones y de las interpretaciones globales, a la substitucin del grand rcit (el gran relato) de la Historia en mayscula que Lyotard consideraba de naturaleza legitimadora por el petit rcit de las historias en minscula y al reemplazo de las afirmaciones sobre la realidad por metforas. Lo que se buscaba en el nuevo mtodo era el anlisis histrico de la representacin frente a la quimrica persecucin de una realidad histrica perceptible y accesible, con lo cual se acababa negando la posibilidad y la utilidad de la historia.30 Si en el terreno historiogrfico la reaccin posmoderna se suele limitar a presentarse como una serie de negaciones y rechazos, comenzando por el de los mtodos de historia social que dominaban en los aos sesenta, en sus formulaciones ms coherentes y ms ambiciosas los posmodernos se postulan como defensores de un cambio mucho ms radical, que enlaza con el rechazo de la tradicin ilustrada por parte de Adorno y de Horkheimer. Segn Keith Jenkins, vivimos en la condicin
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Lyotard, Jean-Franois, La condition postmoderne, Pars, Seuil, 1979; Perry Anderson, Los orgenes de la posmodernidad, Barcelona, Anagrama, 2000; sobre la arquitectura, David Harvey, The condition of postmodernity, Oxford, Blackwell, 1990, pp. 39 y ss; Frederic Jameson, Theories of the postmodern, en: The cultutral turn, Londres, Verso, 1998, pp. 21-32. Frank R.Ankersmit, The origins of postmodernist historiography, en: Jerzy Topolski, ed., Historiography between modernism and postmodernism, Amsterdam, Rodopi, 1994, pp. 87-117; F.R. Ankersmit History and topology. The rise and fall of metaphor, Berkeley, University of California Press, 1994; Patrick Joyce, The end of social history, en: Keith Jenkins, ed., The postmodern history reader, Londres, Routlege, 1997, pp. 341-365. Una reciente reafirmacin de sus principios se encontrar en el volumen colectivo: Keith Jenkins, Sue Morgan and Alun Munslow, Manifestos for History, Londres, Routlege, 2007. Michael Roberts, Posmodernism and the linguistic turn, en: Peter Lambert and Phillipp Schofield, Making History: An Introduction to the History and practices of a discipline, Londres, Routledge, 2004, pp. 227-240.

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general de la posmodernidad, que no es una ideologa o una postura a la cual podamos escoger adherirnos o no. La posmodernidad es nuestro destino. Un destino que nace del gran fracaso de la modernidad, del fracaso del intento, que comenz en la Europa ilustrada del siglo XVIII, de conseguir elevados niveles de bienestar personal y social por medio de la aplicacin de la razn, la ciencia y la tecnologa. Para Lyotard el proyecto moderno habra conducido a Auschwitz, y habra marcado con esto su trgica liquidacin.31 Uno de los aspectos de este giro que resulta ms difcil de comprender es su falta de rigor intelectual, que comienza manifestndose por los modelos filosficos que elige. El ejemplo ms evidente de ello es el de Michel Foucault, que teorizaba sobre las ciencias humanas y sobre la historia, o mejor dicho, sobre la inutilidad del saber menor de los historiadores por los cuales, dir Pierre Nora, senta un desprecio que nunca pudo disimular, a quienes acusaba de elaborar un discurso falsificador, de inventar evolucin y continuidad sobre la base de las discontinuidades de la realidad, y de ofrecer una narracin construida de acuerdo con su contexto cultural y con sus intereses, como si fuese un relato verdadero de lo que aconteci en el pasado. Este ataque al saber establecido, sumado a sus denuncias de los mecanismos ocultos de dominacin del poder, que los historiadores habran pasado por alto, ligaba aparentemente con el espritu de revuelta de 1968, lo cual ayuda a explicar su xito. Es evidente que Foucault plante, aunque fuera confusamente a veces de forma tramposa, problemas importantes, pero sus propuestas metodolgicas no eran aplicables a la
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Jenkins, Keith, On What is history?. From Carr and Elton to Rorty and White, Londres, Routledge, 1995, p.6 De manera semejante, Alun Munslow, en: The Routledge companion to historical studies, Londes, Routledge, 2000, p. 188, dice: Posmodernismo es una descripcin general de la condicin de nuestra existencia presente, que sera mejor llamar posmodernidad. Para una forma distinta de entender la herencia de las luces, Zeev Sternhell, Les anti-Lumires. Du XVIIIe sicle la guerre froide, Pars, Fayard, 2006.

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prctica en la forma en que aparecan formuladas y sus intentos personales de escribir historia resultaban inaceptables, basados como estaban en un conocimiento sesgado y muy escaso de las fuentes, agravado por el uso de citas textuales adulteradas y por la formulacin de afirmaciones con una vaguedad que impeda someterlas a crtica. Cuando, en su contribucin a los volmenes de Faire de lhistoire, la compilacin dirigida por Jaques Le Goff y Pierre Nora, Pierre Vilar denunci las trampas y errores de Foucault, dando a entender que eran tan grandes que slo podan ser deliberados, la ira de ste le llev a exigir que el texto de Vilar se retirase de la segunda edicin, demanda propia de la miseria del personaje, de quien Chomsky dir que era completamente amoral, y que demostraba con ello su incapacidad para enfrentarse a una crtica hecha con rigor.32 Desde el posmodernismo se puede ir, en teora, hacia posiciones polticas muy diversas, pero sucede que casi siempre conducen a un escepticismo paralizador, harto satisfactorio para el orden establecido, que no ha de temer molestias de este lado (lo cual ayuda a explicar la llegada de un Foucault, con slo cuarenta y cuatro aos, a una posicin privilegiada como la de profesor del Collge de France). Esta pretensin de neutralidad se puede ver, por ejemplo, en un Mark Poster, que nos asegura que los problemas del mundo no tienen nada que ver con teoras liberales o marxistas, o de una Patrick Joyce que, refirindose a los conceptos de derecha e izquierda se pregunta si es que estos trminos todava tienen un sentido claro. La teorizacin posmoderna tiende a alejarse de la confrontacin con la realidad y tiene, mayoritariamente, unas consecuencias de inhibicin de cualquier compromiso, ya que
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Eribon, Didier, Michel Foucault, Pars, Flammarion, 1989; Richard F.Hamilton, The social misconstruction of reality. Validity and verification in the scholarly community, New Haven, Yale University Press, 1996, pp. 171-196; Franois Dosse, Histoire du structuralisme, Pars, La Dcouverte, 1991-1992, II, pp. 296-335.

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los mismos argumentos que sirven para sostener la imposibilidad de conocer el autntico significado del pasado, son vlidos para negar nuestra capacidad de conocer un presente que no podemos analizar, forzosamente, ms que cuando ya se ha convertido en pasado.33 No hace mucho Noam Chomsky reflexionaba acerca de los efectos de la deriva de una cierta izquierda que se cans de tener razn sin que el mundo le hiciera el menor caso, y prefiri prescindir alegremente del mundo. Contaba las experiencias que haba vivido en Egipto, entre gente que haba luchado valientemente en tiempos de Nasser y de sus sucesores, que haban sufrido entonces la crcel y la tortura, pero que ahora, desesperanzados, preferan sumergirse en las ltimas locuras posmodernas. As cuenta, cuando daba conferencias sobre la situacin actual, incluso en institutos de investigacin dedicados al anlisis de los problemas estratgicos, los asistentes queran que eso se tradujera en trminos de jerga posmoderna. Por ejemplo, en lugar de pedirme que hablara de los detalles de la poltica norteamericana o del Oriente medio, donde ellos viven, algo demasiado srdido y falto de inters, queran saber cmo la lingstica moderna brinda un nuevo paradigma discursivo sobre los asuntos internacionales que substituir al texto postestructuralista.34 Cmo debera ser una historia posmoderna? Resulta difcil imaginarlo, puesto que esta misma denominacin es contradictoria. Las influencias tericas que reconocen sus cultivadores (Lyotard, Baudrillard, Barthes, Foucault, Derrida) no proceden en ningn caso del campo de la historia, y sus afirmaciones acostumbran a ser crticas de la prctica moderna de la disciplina, pero no nos proporcionan, en contrapartida, reglas para organizar
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Poster, Mark, Cultural history and postmodernity. Disciplinary readings and challenges, New York, Columbia University Press, 1997, p.32; Patrick Joyce, The return of history: postmodernism and the politics of academic history in Britain, en: Past and Present, 158 (febr.1998), pp. 207-235 (cita de p. 231) Palermo, Darwin, Chomsky contra Foucault, 35 aos despus, en: www. sinpermiso.com, 20 de noviembre de 2006.

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una forma alternativa de trabajo desde la perspectiva del postempirismo, como dicen. Uno de sus cultivadores afirma, por ejemplo que el empirismo de base documental con su sentido implcito de objetividad no es la nica forma disponible para el estudio histrico. Todos los historiadores construyen el pasado como un objeto, sostiene, y su construccin est mediatizada por demandas ideolgicas y se ofrece en forma de una narracin, marcada ella misma por sus reglas. Vamos a dejar sentado, para empezar, que un cientfico como el paleontlogo Stephen Jay Gould afirma taxativamente que toda la ciencia se hace, expresa o tcitamente, en forma de una narrativa Los seres humanos son contadores de historias por naturaleza. Organizamos el mundo como un conjunto de cuentos35, o sea que no tiene nada de delictivo, en el contexto de la prctica global de la ciencia, que el historiador haga otro tanto. Pero sigamos con los posmodernos, que afirman que sus posturas no implican negar su realidad al pasado, sino reconocer que hay diversas realidades a imaginar o que yo puedo construir como existentes en el pasado. La historia no es ni ficcional ni factual, es imaginativa e interpretativa. Y, llevando las cosas al tema del eurocentrismo, del que nos ocuparemos ms adelante: La Historia, con mayscula, es la metanarrativa cultural central de Occidente, una especulacin modernista que hace que asignemos tradicionalmente a acontecimientos fortuitos una trayectoria y una significacin determinadas por los grandes programas de desarrollo y progreso marxismo, liberalismo, capitalismo, socialismo, nacionalismo y el resto.36

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Jay Gould, Stephen, Milenio, Barcelona, Crtica, 1998, pp. 164-165. Munslow, Alun, Routledge companion to historical studies, pp. 20 y 188-191. Keith Jenkins califica de historiadores a Derrida, Lacan, Lyotard, Foucault, Rorty, etc., y nutre su The postmodern history reader con sus textos tericos, mezclados con los de profesionales como Elton, Perez Zagorin o Patrick Joyce.

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Si los posmodernos no nos proporcionan, como recambio de las que condenan, unas prcticas alternativas para la investigacin de la historia es, nos dicen, porque en nuestra condicin posmoderna no hay ninguna prctica ni conjunto de reglas del tipo de aquellas en que insisten los historiadores normales (esto es extra-histricas) que puedan revelar exclusivamente la(s) verdad(es) del pasado. Convendra, sin embargo, que nos explicasen cmo se puede elaborar una historia postemprica, abierta a formas no convencionales de representacin histrica, de la cual no hay, por ahora, ningn ejemplo conocido, ya que sus partidarios se dedican en cuerpo y alma a la teora y no nos han ofrecido ninguna muestra de cmo conciben esta historia liberada de los vicios de la modernidad. Las consideraciones entorno a la construccin social de las ideas, que no son precisamente una novedad, son interesantes, pero llevar esta cautela hasta una negacin de la validez de todo conocimiento objetivo resulta innecesariamente paralizador. Lo podemos ver en el caso de las ciencias de la naturaleza, a las cuales han llegado tambin los efectos de la crtica posmoderna, que sostiene que sus resultados son meras construcciones sociales, productos de una cultura que acepta como verificado aquello que corresponde a los paradigmas dominantes, y rechaza tomar en cuenta y analizar lo que los contradice. Harry Collins y Trevor Pinch han insistido en que no pueden separarse ciencia y sociedad, y en que la historia de la ciencia, tal y como se nos explica habitualmente, es un ejercicio de retrospeccin en que se nos oculta que las cosas han sido generalmente mucho menos claras y limpias de lo que se nos quiere hacer creer en las historias establecidas de la ciencia. La aceptacin de una nueva hiptesis, e incluso de un nuevo descubrimiento, resulta fcil si encajan en los paradigmas aceptados, y en este caso hay menos rigor en las exigencias de verificacin, pero puede resultar muy difcil, si los contradicen. 59

Del segundo caso tenemos ejemplos como el del astrofsico indio Subrahmanyan Chandrasekhar, que era an un joven cientfico desconocido cuando expuso la hiptesis, basada en sus clculos, de la existencia de lo que hoy denominamos agujeros negros, pero choc con la autoridad de Sir Arthur Eddington y no consigui que nadie examinase seriamente sus argumentos durante un tiempo. Pero una cosa es explicar el contexto social en que se desarrolla el trabajo del cientfico, y otra reducirlo todo a este contexto. Los viejos planteamientos de Kuhn sobre la estructura de las revoluciones cientficas nos explicaban ya que el avance de la ciencia no es lineal; pero sabemos tambin que los obstculos sociales no han tenido, ni siquiera a medio plazo, ningn efecto paralizador sobre la marcha de la ciencia, donde, ms pronto o ms tarde, han acabado aceptndose los agujeros negros (Chandrasekhar obtuvo finalmente el Premio Nobel en 1983).37 En un estudio sobre la ciencia y el comercio en el siglo XVII holands, Harold J. Cook nos dice que no se pueden cambiar sin lucha las ideas que la sociedad tiene sobre la naturaleza, pero que quienes se encuentran inmersos en una vida activa acaban reconociendo la validez de las nuevas interpretaciones cuando ven que permiten resolver problemas reales y acuciantes de la vida material, que aportan satisfaccin a los sentidos y que ofrecen a la mente la seguridad de que el mundo natural es as .38
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Sobre la construccin social de la ciencia, vase Steven Shapin, A social history of truth. Civility and science in seventeenth-century England, Chicago, Chicago University Press, 1994. Sobre las incertidumbres de la ciencia, Harry Collins y Trevor Pinch, El glem, Barcelona, Crtica, 1996; John Ziman, Prometeus bound. Science in a dynamic steady state, Cambridge, Cambridge University Press, 1994, etc. Sobre el asalto del posmodernismo a las concepciones tradicionales de la ciencia, Gregory N.Derry, What science is and how it works, Princeton, Princeton University Press, 1999, pp. 207-213. Ian Hacking, The social construction of what?, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1999. Cook, Harold J., Matters of Exchange. Commerce, medicine, and Science in the Dutch Golden Age, New Haven, Yale Unviersity Press, 2007, p. 416.

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Al historiador, en concreto, los principios del posmodernismo le han sido tiles como herramientas de crtica para corregir errores de visin, para incitarle al rigor en el anlisis de los textos y para hacerle consciente de la forma en que sus condicionamientos personales, y sociales, pueden afectar a su trabajo. Pero no le sirven, en contrapartida, para encontrar pautas para investigar el pasado. En los escritos de los posmodernos encontramos generalmente mucha teora y muy poca confrontacin con la realidad. Sus elaboraciones suelen tener un carcter libresco: Mark Poster, un profesor de la Universidad de California a cuyas ideas polticas me he referido antes, nos explica cmo son sus cursos de concienciacin terica en el terreno de la historia cultural posmoderna. Los problemas de la sexualidad, nos dice, pueden estudiarse con una perspectiva freudiana, foucaultiana o feminista, lo que crea dificultades como consecuencia del uso de diferentes terminologas, que no tienen nada que ver con las cuestiones empricas de quin lo dijo o quin lo hizo, en qu momento o en qu lugar, con la verificacin de los documentos o con el conflicto entre los testimonios. Cuestiones, stas de la realidad de los hechos, que no parecen importarle.39 Lo cual hace comprensible el reproche de Kevin Passmore cuando dice que no est claro por qu los posmodernos, pese a su conviccin de que es imposible escribir historias vlidas, no dudan en escribir sobre el pasado e interpretarlo. De hecho el posmodernismo acaba conduciendo, como lo demuestran los libros de Keith Jenkins o de Alun Munslow, a negar cualquier validez a la historia y a la tica, dos disciplinas que, como estn muertas, no
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Poster, Mark, Cultural history and postmodernity, pp. 157-158. Tal vez sea profesor de historia en la Universidad de California, pero toda su obra parece limitarse a rumiar una y otra vez ideas de Foucault, Derrida y compaa, mientras que sus conocimientos acerca de la investigacin histrica de su tiempo parecen ms bien escasos, como se puede ver en la bibliografa que usa para hablar de la historia del consumo.

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vale la pena ni siquiera seguir criticando y deconstruyendo; basta con olvidarse de ellas, ya que el posmodernismo nos ha llevado a un momento en que, afirma Jenkins, podemos vivir nuestras vidas en nuevas formas de medir el tiempo que no se refieren a un pasado articulado en discursos que se nos ha convertido en histricamente familiar. Y tal vez podemos comenzar a formular nuevas moralidades sin recurrir a los moribundos sistemas ticos.40 Llegado a este punto no es solamente que el historiador se encuentre explcitamente excluido de una corriente que niega la posibilidad de su trabajo, sino que se percata de que una ptica semejante lo aleja por completo de los problemas reales de los hombres y de las mujeres, que son, o habran de ser, el objetivo propio de cualquier investigacin histrica vlida. Como ha dicho Ziauddin Sardar, el posmodernismo es el autntico fin de la historia tal y como la hemos conocido, porque priva a todos los acontecimientos histricos de sentido. El significado es un acto de interpretacin que escogemos de entre las mltiples interpretaciones en competencia. El fin de la historia del posmodernismo es la conversin de toda secuencia temporal en simultaneidad, la coexistencia de todas las posibilidades como un gran calidoscopio en que ninguna de las pautas es ms persuasiva, dominante o significativa que cualquier otra.41 Sealar la esterilidad del posmodernismo no implica menospreciar la influencia que los argumentos que ha planteado han tenido en la crtica de determinadas posiciones. Lo podemos ver, por ejemplo, en el caso de la arqueologa, donde han servido para superar el estrecho cientifismo casi positivista del procesualismo. En los aos ochenta la arqueologa
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Jenkins, Keith, Why history? Ethics and postmodernity, Londres, Routledge, 1999, p. 2. Entre las incoherencias de Jenkins habra que sealar que vive profesionalmente como reader de historia en University College de Chichester. Las nuevas moralidades no llegan, por lo visto, al punto de renunciar a cobrar por ensear una materia caducada y perversa. Sardar, Ziauddin, Postmodernism and the other. The new imperialism of western culture, Londres, Pluto Press, 1998, citas de pp. 85-86 y 15.

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procesual entr en crisis y comenz a sufrir ataques surgidos de las corrientes posmodernas, que la volvieron a aproximar, paradjicamente, a una ptica cultural. Ian Hodder reaccion contra el positivismo cientifista de la new archaeology, sealando que esta haba olvidado al individuo en su preocupacin por el sistema. La nueva arqueologa postprocesual o contextual recoge aspectos del posmodernismo, como la admisin de que toda interpretacin del pasado se hace siempre en funcin del presente y que tiene siempre una resonancia poltica. Pero la diferencia con la retrica libresca de los posmodernos es que busca las respuestas en una prctica crtica de la investigacin y no en el mero debate terico.42 Aunque, con el fin de simplificar, est hablando globalmente de posmodernismo, el repertorio de los enfoques tericos de los posmodernos adopta una multiplicidad de formas. En un manual de introduccin encontramos, por ejemplo, captulos dedicados a todas estas diversas metodologas: posestructuralismo y deconstruccin, posmodernismo, crtica psicoanaltica, crtica feminista, crtica gay/lesbiana, crtica marxista (!), nuevo historicismo y materialismo cultural, y poscolonialismo. En opinin de Russel Jacoby esta secuencia se puede interpretar genealgicamente de este modo: el marxismo engendr el estructuralismo y el posestructuralismo, el posestructuralismo engendr el deconstruccionismo, el deconstruccionismo engendr el posmodernismo y los dos dieron nacimiento al poscolonialismo.43 Cuesta en ocasiones resistir la irritacin que produce el empacho de retrica de los poscoloniales cuando hacen
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Hodder, Ian, Interpretacin arqueolgica. Corrientes actuales, Barcelona, Crtica, 1988; Matthew Johnson, Archeological theory. An introduction, Oxford, Blackwell, 1999, pp. 98-115; Ian Morris, Archaeology as cultural history, Oxford, Blackwell, 2000. He usado tambin el artculo sobre arquelogia postprocesual de Nicola Terrenato en R.Francovich y D.Manacorda, eds., Dizionario di archeologia, Roma, Laterza, 2000, pp. 220-222. Barry, Peter, Beginning theory. An introduction to literary and cultural theory, Manchester, Manchester University Press, 1995.

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afirmaciones como las de Allan Bishop de que las matemticas occidentales son el arma secreta del imperialismo cultural, lo que se debera remediar con la adopcin de los sistemas de contar de los primitivos, esto es con las etnomatemticas.44 Con las cuales, como es evidente, sera imposible la prctica de la ciencia moderna, incluyendo la de la medicina, a la que no creo que dejen de recurrir, cuando la necesitan, los poscoloniales, por coherencia con sus principios. O cuando hay que soportar la prosa pedante de Gayatri Chakravorty Spivak, que se define a s misma como persona con una cierta carte dentre en los ateliers tericos de lite de Francia, que crey necesario defenderse de los amigos teoricistas que haban criticado un trabajo suyo por excesiva preocupacin por el realismo histrico diciendo: espero que una segunda lectura los persuadir de que mi preocupacin se ha dirigido a la fabricacin de representaciones de la denominada realidad histrica.45 El poscolonialismo parte de una fuente de escasa validez cientfica, como es la obra de Edward Said, Orientalismo, un libro que fue rechazado desde el primer momento por los especialistas, de oriente y de occidente, por su simplismo y por la ignorancia de las realidades culturales e histricas de los estudios referidos a Oriente, lo que ha llevado a Robert Irwin a afirmar recientemente que resulta un escndalo y un testimonio sangrante sobre la calidad de la vida intelectual en Gran Bretaa en las ltimas dcadas que los argumentos de Said sobre orientalismo hayan podido tomarse en serio.46 Pero las afirmaciones rotundas de este especialista en literatura, que afirmaba la primaca del aficionado y despreciaba la erudicin no-literaria, le
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Jacoby, Russell, Marginal returns. The trouble with post-colonial theory, en: Linguafranca, 5 (n 6), sept/oct 1995, pp. 30-37. Spivak, Gayatri Chakravorty, A critique of postcolonial reason. Toward a history of the vanishing present, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1999, p. 244. Irwin, Robert, For Lust of Knowing. The Orientalists and their Enemies, Londres, Allen Lane, 2006, p. 309. Bill Ashcroft y Pal Ahluwalia, Edward Said. The paradox of identity, Londres, Routledge, 1999.

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ganaron un buen nmero de adeptos, la mayora de los cuales procedan del campo de los estudios literarios o de la cultura, en especial de los departamentos de ingls de las universidades norteamericanas, donde las perspectivas de aportar algo nuevo en sus propias materias, sobrecultivadas, les estimulaba a hacer estas incursiones irresponsables por huertos ajenos.47 Denunciar la prctica acadmica de la historia universal como un elemento de apoyo intelectual del imperialismo poda estar justificado; pero, para comenzar, la reduccin del conocimiento histrico a representacin conduce a menospreciar los problemas reales de los hombres y mujeres del tercer mundo y, lo que es ms grave, a sostener que los colonizados no se pueden expresar por s mismos, sino que necesitan para hacerlo del auxilio de la voz que les presta el cientfico social poscolonialista, ninguno de los cuales se sabe que haya llevado su combate ms all de los ateliers tericos de lite o de los departamentos de las universidades norteamericanas en que prestan sus servicios.48 Como ha dicho Kenneth Pomeranz, es verdad que las ciencias sociales dominantes son eurocntricas, pero la solucin no consiste en abandonar las comparaciones entre culturas y limitarse a exponer la contingencia, la particularidad y tal vez la incognoscibilidad de los momentos histricos, sino que hay

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Russell Jacoby ha denunciado (The end of Utopia . Politics and culture in an age of apathy, New York, Basic Books, 1999, p. 123) la farsa de deconstructores y poscolonialistas que se fingen intelectuales marginales que luchan contra el sistema, cuando lo que buscan son lugares tranquilos de trabajo en las universidades y conferencias bien pagadas. Un indio, Aijaz Ahmad, ha dicho que la nueva disciplina de poscolonialismo es menos un campo subversivo que una maniobra de carrera para inmigrantes asiticos de clase elevada en las universidades norteamericanas. Spivak, Gayatri Chakravorty, Les subalternes peuvent-ils sexprimer?, en: Mamadou Diouf, ed., Lhistoriographie indienne en dbat. Colonialisme, nationalisme et socits postcoloniales, Pars-Amsterdam, Karthala-Sephis, 1999, pp. 165-229.

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que confrontar las percepciones sesgadas de los dos lados para construir otras mejores.49 Una respuesta crtica a estas limitaciones, que enlazaba conjuntamente los problemas de la exclusin social y los de la marginacin eurocntrica, la dio, a partir de fines de los aos setenta, la escuela india de los subaltern studies, inspirada sobre todo por Ranajit Guha, de quien hablar en otro momento, que en el manifiesto inicial de Subaltern studies denunciaba el carcter elitista de una historia nacionalista india que haba heredado todos los prejuicios de la colonial y que era incapaz de mostrar la contribucin hecha por el pueblo por si mismo, esto es independientemente de la lite y de explicar el campo autnomo de la poltica india en los tiempos coloniales, en que los protagonistas no eran ni las autoridades de la colonia ni los grupos dominantes de la sociedad indgena, sino las clases y grupos subalternos que constituyen la masa de la poblacin trabajadora y los estratos intermedios en la ciudad y en el campo esto es, el pueblo. Desde 1985, sin embargo, comenzaron a plantearse disidencias en el grupo, cuando una parte de sus miembros se propuso abandonar el proyecto historiogrfico de Guha para avanzar por los caminos del poscolonialismo ms convencional. Fue entonces, significativamente, cuando los medios acadmicos occidentales que nunca haban hecho demasiado caso de Guha, un hombre con un pasado subversivo de organizador sindical comenzaron a tomarlos en cuenta y cuando su estilo es difcil hablar de mtodo en estas circunstancias se ofreci como una va aplicable de manera general al tercer mundo. Gyan Prakash lo presentaba en 1990 como un posible modelo para escribir historias posorientalistas del tercer mundo, pero se encontraba con las objeciones de Rosalind OHanlon y David Washbrook, que denunciaban la incoherencia de querer
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Pomeranz, Kenneth, The great divergence. China, Europe and the making of the modern world economy, Princeton, Princeton University Press, 2000, p. 8.

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combinar una perspectiva marxista que se propona interpretar la historia y cambiar la sociedad, con otra de anlisis textual que, a la vez que negaba la historia, contribua con su mismo escepticismo a perpetuar un status quo regresivo en la sociedad. En 1994 los postulados de la escuela fueron objeto de un forum de la American Historical Review en que el propio Prakash defendi una visin cada vez ms alejada de sus orgenes iniciales izquierdistas, en que el marxismo era acusado de haber perpetuado el discurso eurocntrico que universalizaba la experiencia histrica de Europa, e intentaba justificar la deriva desde el modelo de la historia desde abajo hasta los mtodos foucaultianos, que prestaban mayor atencin a desarrollar la emergencia de la subalternidad como un efecto discursivo, sin abandonar la nocin del subalterno como sujeto y actor. Desde aqu pasaba a una crtica de la disciplina acadmica de la historia como una categora terica cargada de poder, que siempre acababa siendo historia de Europa y marginaba a las otras disciplinas, y defenda un programa segn el cual Subaltern studies obtiene su fuerza como crtica postcolonial de una combinacin catacrstica de marxismo, postestructuralismo, Gramsci y Foucault, del oeste moderno y de la India, de la investigacin de archivo y la crtica textual. (Obsrvese de paso el carcter elitista de un lxico con palabras como catacrstica, que obligan al ciudadano normal a la consulta del diccionario, lo que le permitir descubrir que en este contexto concreto la palabra que se refiere a la licencia retrica que permite usar una palabra en sentido traslaticio para darle ms fuerza expresiva, por ejemplo boca muda es ms bien equvoca, y por eso mismo innecesaria, perfectamente reemplazable por cualquier otra ms corriente). Este programa fue recibido con una actitud crtica por una investigadora a quien ustedes deben conocer por sus estudios sobre la historia del campesinado latinoamericano, Florencia E. Mallon, que, a la vez que mostraba la imposibilidad 67

de ligar dos tendencias tan contradictorias, sealaba la trampa que poda implicar para quienes proponan nuevos mtodos ignorar todo el trabajo erudito anterior.50 Una crtica a los usos establecidos de la historia acadmica era algo que exista ya antes de que los posmodernos la propusieran. Tal vez la crisis de los aos setenta hiciera ms urgente esta tarea. Pero lo que est claro es que no se poda realizar ms que desde dentro. Una lectura histrica viciada slo puede combatirse desde la propia prctica de la investigacin, que nos proporciona la nica forma eficaz de denunciar sus debilidades y falacias. Renunciar a las herramientas de la investigacin histrica para evadirse al terreno de la reflexin abstracta implica dejar libre para la accin del orden establecido el campo de la visin de la historia que se utilizar en la enseanza y en la pedagoga, esto es el campo del uso pblico de la historia, que se emplea habitualmente para crear con l convicciones colectivas. Lo que conviene es explorar los nuevos caminos en que puede hacerse una historia adecuada a las necesidades de nuestro tiempo. En una resea publicada recientemente en Economic History Review Patrick OBrien declaraba acabadas las guerras culturales entre los historiadores posmodernos y los otros y sostena que no hay ya necesidad de tratar las metanarrativas actuales con incredulidad, como eurocntricas, exclusivas o
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Prakash, Gyan, Writing post-orientalist histories of the third world: perspectives of Indian historiography, en: Comparative studies in society and history, 32 (1990), n 2 pp. 383-408; Rosalind OHanlon y David Washbrook, After orientalism: culture, criticism, and politics in the third world, Comparative studies in society and history, 34 (1992), N 1, pp. 141-167, seguida de una rplica de Gyan Prakash, Can the subaltern ride? A reply to OHanlon and Washbrook, id, pp. 168-184. El forum de American Historical Review, vol. 99, n 5, diciembre de 1994, comprenda: Gyan Prakash, Subaltern studies as postcolonial criticism, pp. 1475-1490, Florencia E.Mallon, The promise and dilemma of Subaltern studies: perspectives from Latin American history, pp. 1491-1515 y Frederick Cooper, Conflict and connection: rethinking colonial African history, pp. 1516-1545.

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taradas por categoras fundacionales teleolgicas derivadas de la ciencia social occidental, porque hemos aprendido a hacer las cosas de otro modo. Lo que ahora necesitamos, aade, es otra cosa. Ms bien la tarea (...) es la de convertir una profesin muy especializada, obsesionada (como lo estamos la mayora de nosotros) con la erudicin, el detalle, el contexto y los estilos de comunicacin, para que lea, escriba, ensee y emprenda investigaciones en una escala ilimitada por el espacio y el tiempo.51 Es a estos nuevos caminos a los que quisiera referirme maana.

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En una resea publicada en Economic History review, 61 (2008), n 3, pp. 764-765.

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RECONSTRUCCIN

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Pasados unos aos de destruccin crtica y de incertidumbre, en que la llamada historia social qued marginada y una parte de la historia econmica cay en una estril imitacin de los mtodos de la teora econmica, que llevara a la llamada nueva historia econmica o historia economtrica a producir trabajos que no conectaban con el resto de los historiadores, y que no conseguan tampoco interesar a los economistas, lleg el momento de tratar de reconstruir una mnima base de acuerdo para seguir trabajando. En el ao 2006 la revista Times Literary Supplement dedicaba un nmero especial a Nuevos caminos de la historia53, recordando que haca cuarenta aos, en 1966, haba dedicado nada menos que tres nmeros al mismo tema. Se trataba de ver cmo aparecan ahora las confiadas predicciones y reglas de entonces, y de averiguar dnde estbamos. En 1966, cuando se haba hecho el balance anterior, a los tres aos de la publicacin de The Making of the English Working Class de Thompson, posiblemente el libro de historia ms influyente del siglo, se estaba en plena euforia de planteamientos de nuevos caminos. Se supona, por ejemplo, que la historia iba a abandonar las viejas y trilladas sendas de la historia poltica institucional, para aliarse a otras disciplinas de las ciencias sociales, como la antropologa y la sociologa, a
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Clase dictada el 23 de octubre de 2008, en el contexto del seminario La historia hoy: viejos y nuevos caminos. Sala Rubn Daro, Direccin de Extensin de la Universidad de Valparaso. New Ways in History, Times Literary Supplement 13 de octubre de 2006.

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la vez que hara mayor uso de la cuantificacin. A los cuarenta aos de esta prediccin, se sealaba en la revisin inicial del nmero del TLS del 2006, escrita por Keith Thomas,54 se haba visto que la cuantificacin slo poda aplicarse con eficacia a un mbito limitado de problemas, como los estudios demogrficos y antropomtricos, y a algunos aspectos puntuales de la historia cultural, y que los contactos con la antropologa y la sociologa no haban prosperado como consecuencia del carcter anhistrico de estas disciplinas, que las llevaba a estudiar las sociedades en su estructura y no en su evolucin.55 Hubo algunos contactos ms serios con la sociologa en Estados Unidos o en Alemania occidental, donde lneas de teora histrica prximas a ella, como las propugnadas por Charles Tilly o por la escuela de la Gesellschaftsgeschichte de Hans-Ulrich Wehler y Jrgen Kocka, haban fructificado como alternativas al marxismo, pero se haban agotado muy pronto.56 Nadie haba previsto en 1966, prosegua Thomas, el impacto que iban a tener las teoras lingsticas y literarias del postestructuralismo y el posmodernismo, que causaron alguna perturbacin en los aos ochenta, cuando pareci que estos modernos escpticos negaban la posibilidad de alcanzar algn conocimiento cierto del pasado, pero esta doctrina nihilista ha sido tcitamente rechazada por los historiadores, aada, que han aprendido a ser crticos respecto de sus fuentes y no necesitan que les digan que no son un espejo de la realidad. La prueba de esta superacin la ejemplificaba en una de las obras ms ambiciosas de este comienzo de siglo XXI, Framing
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New ways revisited, pp. 3-4. Olivier, Laurent, Le sombre abme du temps. Mmoire et archologie, Pars, Seuil, 2008, pp. 269-270. Lambert, Peter, Social history in Germany, en: Peter Lambert y Philipp Schofield, eds., Making History: An Introduction to the History and Practice of a Discipline, Londres, Routledge, 2004. pp. 93-108 y Geoff Eley, A Crooked Line. From Cultural History to the History of Society, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2005, pp. 65-75.

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the Early Middle Ages, de Chris Wickham,57 donde cada uno de los trminos que se emplean es definido cuidadosamente y donde el propio ttulo muestra que el libro se ocupa de un proceso continuado de construccin. De estas experiencias haban salido los historiadores ms conscientes de la necesidad de contar no ya lo que sucedi, sino lo que la gente pensaba que sucedi, prestando una mayor atencin a los sistemas de pensamiento del pasado, y de ah haba surgido tambin una ampliacin de los temas de estudio, que no se limitaban ahora a los de la historia poltica tradicional. La conclusin de Thomas era que no se poda hablar hoy de unos nuevos caminos definidos de la historia, porque no haba una sola respuesta: la historia se ha convertido en un campo heterogneo y densamente poblado, caracterizado por una asombrosa diversidad de planteamientos. No hay acuerdo acerca de qu es central y qu perifrico, y hay muy poca conciencia de estar participando en una empresa intelectual comn. Hacia el fin del recorrido, Thomas observaba que todos los temas histricos ms cultivados del presente deban su favor a preocupaciones que son esencialmente no acadmicas, y pasaba revista as a las explicaciones que podan dar cuenta del auge de la historia ecolgica, de la del imperialismo, del cuerpo y la salud humanos, del consumo, de las emociones, de la identidad... La historia, conclua, ha encarnado siempre las esperanzas y los miedos de quienes la escriben. Su carcter futuro depender de lo que resulten ser estas esperanzas y estos miedos. Quisiera seguir este mismo proceso a travs de la visin de alguien que vivi estos cambios desde dentro, como Geoff Eley, a quien me refer ayer, que completa el relato de sus experiencias y acaba definiendo la etapa final de esta evolucin como un regreso de la historia cultural a la historia social. No quiere decir con ello que se trate de un retorno a la misma
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Framing the Early Middle Ages. Europe and the Mediterranean, 400-800, Oxford, Oxford University Press, 2005.

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clase de historia de su juventud. Para empezar, Eley considera que el impacto del giro cultural sobre el pensamiento de los historiadores ha sido constructivo, beneficioso y del todo inevitable, de modo que propone una especie de nueva historia social hbrida, capaz de asociar una perspectiva materialista con una preocupacin por el discurso, y de compaginar una variedad de modos de mirar al mundo, tanto en el pasado como en el presente. Lo cual debe relacionarse con su toma de conciencia de los riesgos que implicaba la despolitizacin que difundi el posmodernismo. Los posmodernos denunciaron las grandes narrativas del socialismo marxista en un plano meramente libresco, porque el sistema que acab hundindose en la Unin sovitica hacia 1989, lo que se haba dado en llamar el socialismo realmente existente, ni era socialismo ni tena apenas nada que ver con Marx: era un programa hbrido que haba acabado agonizando por su propia esterilidad y que no se haba hundido por las crticas de los posmodernos, sino por su propio desmoronamiento interior. Cuando seguimos por dentro el proceso de fosilizacin ideolgica de la Unin sovitica nos damos cuenta de que, desde Brezhnev para ac, incluso la versin degradada del marxismo que haba codificado Stalin se haba convertido en una mera referencia litrgica que los funcionarios especializados se encargaban de aadir a los documentos polticos oficiales. La etapa final de este desmoronamiento la podemos seguir en el diario de uno de los colaboradores ms estrechos de Gorbachov, el ltimo secretario general del PCUS, como era Anatoly Cherniayev. Tras el fracaso inicial de las reformas intentadas por Gorbachov, lo que en los primeros momentos haba sido una crtica de la deformacin del socialismo y de la desviacin de Lenin, se transform en una condena total del marxismo-leninismo como ideologa y como teora, y en el rechazo en general de un rgimen socialista. 74

Hasta 1988 todava se defendan en pblico los valores del socialismo, pero el propio proceso de la glasnost, que favoreci la publicacin de crticas frontales al sistema, acab conduciendo a un clima general de condena de todo lo que hasta entonces haba caracterizado la vida de la Unin Sovitica, a la demolicin de su historia y a la condena del comunismo y aun del propio marxismo. Tales crticas eran exageradas la televisin y la prensa mostraban ahora a la poblacin una imagen idealizada de la vida en el occidente capitalista, que ignoraba sus limitaciones y esconda la pobreza y, lo que es peor, condujeron a que lo que inicialmente pretenda ser una rectificacin acabase en una gravsima crisis. Los sueos de los antifascistas de 1945, de los rebeldes hngaros de 1956 o de los checos de 1968, que aspiraban a construir un socialismo con rostro humano, haban sido olvidados y los disidentes de Alemania del este que luchaban contra un rgimen corrompido para crear una sociedad mejor fueron entregados a sus enemigos del otro lado del muro atados de pies y manos. Volvamos sin embargo a los historiadores de occidente que haban aceptado, como Eley, la renuncia a la gran narrativa de la izquierda. En 1990 un lector de la London Review of Books haba denunciado en una carta lo que suceda: Veinte aos atrs la izquierda atacaba a los historiadores de derechas, correctamente, por su descarado empirismo. Ahora las cosas han cambiado por completo. La derecha hace atrevidas generalizaciones polticas, mientras la izquierda se ha extraviado en la biblioteca.58 A comienzos del siglo XXI estos izquierdistas reformados se vean asaltados por otra gran narrativa, la de la derecha, que tambin negaba la historia, como el posmodernismo, al sostener que sta haba llegado a su fin, pero que recuperaba a su modo el mensaje de la modernidad, expresado ahora en un lenguaje
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Flett, Keith en una carta a la London Review of Books de 26 de Julio de 1990, p. 5.

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neoliberal que sacralizaba los principios del mercado (que son los que han llevado a la economa norteamericana, y a la del resto del mundo, arrastrado por ella, a la crisis actual) y legitimaba su poltica con una retrica trascendente sobre el bien y el mal. Eley se daba cuenta entonces de que las grandes narrativas no pueden combatirse solamente con el escepticismo y la incredulidad, en especial las que, como el nuevo imperialismo de los neocons norteamericanos, se consideran legitimadas para usar la fuerza militar para reordenar el mundo. Las grandes narrativas concluye Eley no pueden combatirse pretendiendo que no existen. Esta es la razn por la que necesitamos una nueva historia de la sociedad.59 La percepcin de esta necesidad de una nueva historia social no slo surge en la vieja izquierda, sino incluso en los sectores ms tradicionales de la erudicin. Citaba ayer las afirmaciones de Patrick OBrien en Economic History Review, pidiendo a los historiadores que investiguen en una escala ilimitada por el espacio y el tiempo.60 Esto estn intentando una serie de investigadores que en un momento de sus carreras han sentido la necesidad de iniciar un cambio de rumbo, de romper las escalas tradicionales del espacio y del tiempo, con el fin de reemplazar las viejas interpretaciones lineales por otras capaces de percibir la diversidad, y de sustituir el mito de la continuidad del progreso por la bsqueda de la contingencia. Con la idea de que adoptar una visin contingente de la historia del mundo en que vivimos puede ayudarnos a tomar decisiones y actuar a fin de garantizar un futuro sostenible para toda la humanidad.61
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He combinado aqu citas de Geoff Eley y Keith Nield, The Future of Class in History, Ann Arbor, University of Michigan Press, 2007, pp. 197-201 y de Geoff Eley, A Crooked Line. From Cultural History to the History of Society, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 2005, pp. 200-203. En una resea publicada en Economic History review, 61 (2008), n 3, pp. 764-765. Marks, Roger, Los orgenes del mundo moderno. Una nueva visin, Barcelona, Crtica, 2007, p. 299.

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Esta ruptura ha significado para la historia un replanteamiento de dos problemas fundamentales, a los que dedicar atencin por separado. En lo que se refiere al espacio, el fin del llamado eurocentrismo, que ya veremos que era algo ms complicado que lo que este nombre sugiere y, en cuanto al tiempo, el de la linealidad, ligada a la vieja visin del progreso. Comencemos por el llamado eurocentrismo, o sea por la fbula del excepcionalismo que pretende explicar la superioridad de un colectivo difcil de definir, que en ocasiones se presenta como la parte de la humanidad de origen europeo, otras veces se define como Occidente, en relacin antagnica con Oriente62 o, como haca Rudyard Kipling en su poema de 1899 La carga del hombre blanco, como el colectivo de los blancos en contraste con los hombres y mujeres de piel ms oscura. Para fundamentar esta idea se crearon mitos como el de los europeos descubridores y civilizadores del mundo, olvidando que en el mbito del ocano ndico se haba producido hace ya dos mil aos, al inicio de nuestra era, lo que ha podido calificarse como un espectacular florecimiento de civilizacin y comercio a larga distancia en un rea que iba de

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Pero qu es realmente este Occidente? Al comienzo de un estudio comparado Powelson hace una afirmacin tan rotunda como sta: Por qu Japn, la Europa occidental, Amrica del Norte, y Australia y Nueva Zelanda dirigen el mundo en el desarrollo econmico y por qu su prosperidad, infraestructuras y niveles de vida son mucho ms importantes que los de las zonas menos desarrolladas? (John P. Powelson, Centuries of economic endeavor. Parallel paths in Japan and Europe and their contrast with the Third world, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 1994, p.1). Eso no es occidente en ningn sentido geogrfico ni cultural, sino tan slo, para decirlo crudamente, la polarizacin entre lo que llamamos un norte desarrollado y un sur condenado a la dependencia, puesto que su propia definicin parte del concepto de desarrollo.

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Madagascar a China.63 Estos intercambios llegaron a alcanzar tanta importancia que se ha podido decir que entre 1250 y 1350 se estaba aqu en pleno proceso de formacin de un mercado mundial que se extenda desde el norte de frica hasta Insulindia y desde las ciudades de caravanas de Asia central hasta el este de frica y que tena como sus dos motores fundamentales la economa china y la cultura islmica.64 En los siglos XV y XVI se utilizaban aqu grandes embarcaciones que llevaban productos de consumo como cobre, hierro, arroz o caballos, y transportaban numerosos peregrinos: musulmanes que iban a la Meca, hindes que se dirigan a Benars, budistas en viaje hacia Sri Lanka e incluso cristianos asiticos, sobre todo nestorianos, que iban a Etiopa siguiendo los pasos de Santo Toms.65 Cuando los supuestos descubridores europeos llegaron a Oriente lo hicieron como actores secundarios en un mundo de intercambios desarrollados que tena su centro en el puerto de Melaka, tal vez el mayor centro comercial del planeta en aquellos momentos, donde llegaban naves de medio mundo y se hablaban ochenta y dos lenguas distintas. Y, trasladando el tema a Amrica, tal vez convenga recordar que cuando llegaron, en el siglo XVI, al Mxico actual,
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McPherson, Kenneth, The Indian Ocean. A History of People and the Sea, Delhi, Oxford University Press, 1995; George F. Hourani, Arab Seafaring in the Indian Ocean in Ancient and Early Medieval Times, rev. and expanded by John Carswell, Princeton, Princeton University Presw, 1995; James Tracy, ed., The Rise of Merchant Empires. Long Distance Trade in the Early Modern World, 1350-1750, Cambridge, cambridge University Press, 1990, y The Political Economy of Merchant Empires. State Power and World Trade, 1350-1750, Cambridge, Cambridge University Press, 1991. Sanjay Subrahmanyam, ed., Merchant Networks in the Early Modern World, Brookfield, Variorum, 1996; Janet L. Abu-Lughod, Before European Hegemony. The World System A.D. 1250-1350New York, Oxford University Press, 1989. Risso, Patricia, Merchants and Faith. Muslim Commerce and Culture in the Indian Ocean, Boulder, Westview Press, 1995; M. N. Pearson, Port Cities and Intruders. The Swahili Coast, India, and Portugal in the Eraly Modern Era, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1998.

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los descubridores se encontraron con Tenochtitlan, una ciudad de 150.000 a 200.000 habitantes, mayor que Pars o Npoles, asentada en una zona interior, lejos de las rutas martimas o fluviales de transporte, que no hubiera podido subsistir sin un alto nivel de organizacin, superior al que hubiera podido encontrarse en cualquier lugar de la Europa de aquel tiempo. El excepcionalismo permita, adems, justificar la riqueza adquirida por los pueblos desarrollados, combatiendo la idea, extendida entre los colonizados, de que este enriquecimiento se debiese a su despojo.66 Esto es, serva para buscar alguna forma decorosa de explicar este enriquecimiento. Estos intentos de explicacin componen un repertorio tan extenso y tan diverso que se necesitaran semanas para revisarlo. Los hay que se basan en ventajas naturales (en razones biolgicas, ecolgicas o geogrficas).67 La ms antigua es la que toma como pretexto el clima. Montesquieu sostena que en los pases del norte el aire fresco aprieta las extremidades de las fibras exteriores de nuestro cuerpo, favorece el retorno de la sangre al corazn, hace a los hombres ms fuertes y activos, les da confianza en s mismos y los hace ms valientes y conscientes de su superioridad. En los pases clidos, en cambio, las fibras se relajan, disminuye su fuerza y los hombres son perezosos. No piensen sin embargo que sta era una opinin desinteresada, puesto que le serva al cabo para justificar que se esclavizase a los negros que vivan en los trpicos, porque no trabajaran si no se les obligaba a hacerlo. Otras explicaciones se basan en determinadas virtudes morales (como el matrimonio tardo, que dara lugar a una demografa menos expansiva y, como consecuencia, dejara
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Por ejemplo en el libro de Walter Rodney, How Europe underdeveloped Africa, Londres, Bogle-LOuverture, 1972. Pomeranz, Kenneth, The great divergence. China, Europe and the making of the modern world economy, Princeton, Princeton University Press, 2000, por ejemplo da una gran importancia a la disponibilidad de carbn mineral en los momentos de inicio de la industrializacin.

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ms recursos para la inversin),68 en diferencias culturales (que se resuelven en afirmaciones tpicas como la de que en China el impulso para el cambio era pequeo, en contraste con el espritu fustico, innovador y creativo de los europeos), en razones diversas de eficacia econmica o en la tecnologa de las velas y los caones,69 entre muchas otras. Como la que explica la superioridad europea por el uso del vidrio, que transform la relacin de la humanidad con el mundo natural y cambi el sentido de la realidad, privilegiando la visin sobre la memoria y sugiriendo nuevos conceptos de prueba y de evidencia, lo cual habra dado una ventaja indiscutible a Occidente sobre las civilizaciones miopes de Oriente.70 Otras veces se acaba explicando la riqueza y la pobreza de las naciones, como hace Landes, con el sencillo argumento de que los que se han enriquecido es porque han sido mejores, y que los pobres lo son porque eran vagos y malgastadores. Refirindose a las tesis dependentistas Landes dice que son malsanas, porque al fomentar la propensin a culpabilizar a otros promueven la impotencia econmica. Lo que le lleva a esta gloriosa conclusin: Aunque fueran ciertas, habra que desecharlas.71
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Para limitarme a algn ejemplo reciente de una extensa bibliografa: J.R. McNeill The reserve army of the unmarried in world economic history: flexible fertility regimes and the wealth of nations, en: D. H. Aldcroft and R. E. Catterall, eds., Rich nations-poor nations. The long-run perspective, Cheltenham, Edward Elgar, 1996, pp. 23-38; o el libro de Powelson citado. Una idea de Carlo M. Cipolla (Guns and sails) en la que ha insistido despus Alfred W. Crosby en Throwing fire. Projectil technology through history (Cambridge, 2002). Crosby haba escrito con anterioridad sobre el imperialismo ecolgico (Cambridge 1986) y sobre las ventajas nacidas de la difusin de la cuantificacin (La medida de la realidad. La cuantificacin y la sociedad occidental, 1250-16006, Barcelona, Crtica, 1998). Alan Macfarlane and Gerry Martin, The glass bathyscaphe. How glass changed the world, Londres, Profile Books, 2002, p. 18; tambin Chiara Frugoni, Medioevo sul naso, Roma, Laterza, 2001. Landes, David S., La riqueza y la pobreza de las naciones. Por qu unas son tan ricas y otras son tan pobres, Barcelona, Crtica, 1999, p. 305.

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Una visin del mundo semejante a la de Landes inspira una visin reciente, que no es eurocentrista sino anglocentrista. Algo que parece disparatado, pero que ha recibido la mayor atencin de economistas e historiadores en el mundo anglosajn, lo cual demuestra el grado de desconcierto que reina en la actualidad en las ciencias sociales acadmicas. Me refiero al libro de Gregory Clark,72 A Farewell to Alms, que aparte del mal gusto del ttulo (Adis a las limosnas, que quiere recordar el de la novela de Hemingway A farewell to arms), hace una propuesta disparatada. Gregory Clark sostiene que el crecimiento econmico britnico hacia 1800, en la poca de la llamada revolucin industrial, se debi a un cambio en la naturaleza moral de su poblacin, que desarroll los valores, propios de las clases medias, de la no violencia, la alfabetizacin, las largas horas de trabajo y la voluntad de ahorro. La causa habra sido que, viviendo la poblacin britnica en los lmites de la supervivencia maltusiana, se dio la consecuencia evolutiva de que, generacin tras generacin, los ricos tuvieran ms hijos que sobrevivan que los pobres. De este modo, a medida que moran ms pobres, los hijos de los ricos iban ocupando sus lugares, bajando en la escala social, con la consecuencia de que la sociedad estaba cada vez ms integrada por los descendientes de las clases altas, que eran los portadores de los valores de ms propensin al trabajo, ms alfabetizacin y menos violencia interpersonal. Ahorro, prudencia, negociacin y trabajo duro se convirtieron gradualmente en valores para comunidades que previamente haban sido malgastadoras, impulsivas, violentas y dadas al ocio. Estas nuevas generaciones habran sido las que hicieron posible el aumento de productividad que permiti acabar con la trampa maltusiana. Para Clark los cambios polticos, sociales e institucionales que se produjeron al mismo tiempo en Gran Bretaa, desde la glorious revolution de 1688 para ac, y en general
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Clark, Gregory, A Farewell to Alms, Princeton, Princeton University Press, 2007.

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en el occidente europeo, no tienen importancia, de modo que se permite aadir, comparativamente, que si esta revolucin no se produjo antes en pases como China o Japn se debi a que sus clases superiores eran menos frtiles, tenan menos hijos y no pudieron engendrar el tipo de movilidad social hacia abajo que transform la sociedad britnica. Observacin que choca frontalmente, por ejemplo, con el hecho de que el Japn entrase por la senda de la industrializacin despus de la revolucin Meiji de 1868, que tuvo consecuencias tan importantes como el fin del feudalismo, y que su despegue industrial se produjera en un perodo de tiempo muy corto, en que era imposible que se produjese el gran cambio demogrfico que Clark postula para Gran Bretaa.73 Otra familia de explicaciones asocia la superioridad occidental a su avance en el terreno de la formacin del estado moderno, lo que nos expone, de entrada, a una serie de confusiones, tanto por la dificultad de definir en qu consiste exactamente el estado moderno, como por el hecho de que una aproximacin comparada a la historia de los estados de Europa y de Asia revela mas paralelismos que divergencias.74 Lo que ocurre es que el estado, concebido en la forma en que cuaj en occidente, es el motor esencial del modelo tradicional de la historia universal hegeliana formada por la agregacin de historias de las naciones-estado, que ha sido denunciada como una herramienta de exclusin de la mayora de

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Clark, Gregory, A Farewell to Alms. A Brief Economic History of the World, Princeton, Princeton University Press, 2007. Una amplia discusin sobre el libro, que ha vendido 25.000 ejemplares y va a traducirse al rabe, chino, japons, italiano y turco, se encontrar en European Review of Economic History, 12, part 2, august 2008, con anlisis generalmente desfavorables. Lieberman, Victor, Transcending east-west dichotomies: state and culture formation in six ostensibly disparate areas, en: Victor Lieberman, ed. Beyond binary histories. Re-imagining Eurasia to c. 1830, Ann Arbor, The University of Michigan Press, 1999, pp. 19-102.

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la humanidad, con sus culturas, sus literaturas, sus religiones y sus filosofas, arrojadas en el mundo baldo de la prehistoria.75 Esta idea fue sacralizada a partir del siglo XIX por los estados-nacin europeos, que descubrieron que uno de los mejores mtodos de educacin social era el que consista en inculcar desde la escuela un discurso que proyectaba el marco del estado actual, y las estructuras sociales y culturales en que este se apoya, hacia el pasado y converta la evolucin histrica en una mera genealoga del orden establecido en el presente. La evolucin de los trabajos de los historiadores puede haber ido por otros caminos, pero los estados no han abandonado en ningn momento su preocupacin por imponer, a travs de la escuela y de los medios de conmemoracin pblica, una visin legitimadora. La seora Thatcher, por ejemplo, no vacil en manifestar este tipo de ideas ante la Cmara de los Comunes, combatiendo la enseanza de una historia de ms amplios horizontes: En lugar de ensear generalidades y grandes temas dijo, por qu no volvemos a los buenos tiempos de antao en que se aprendan de memoria los nombres de los reyes y las reinas de Inglaterra, las batallas, los hechos y todos los gloriosos acontecimientos de nuestro pasado?. Lo cual significaba, evidentemente, escoger de entre todas las luchas, proyectos y posibilidades del pasado tan slo aquellos que conducan en lnea directa a la poltica de la seora Thatcher, entendida como culminacin del progreso humano y como fin de la historia. No siempre tienen los polticos tanta franqueza para decir en pblico lo que piensan, pero est claro que nunca como en el presente ha adquirido tanta importancia lo que se conoce como el uso pblico de la historia, eso que un historiador italiano ha definido como todo lo que no entra directamente en la historia profesional, pero constituye la memoria pblica (...); todo lo que crea el discurso histrico difuso, la visin de
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Guha, Ranahit, La historia en el trmino de la historia universal, Barcelona, Crtica, 2003.

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la historia, consciente o inconsciente, que es propia de todos los ciudadanos. Algo en que los historiadores desempean un papel, pero que es gestionado substancialmente por otros protagonistas polticos y por los medios de comunicacin de masas.76 Uno de los mayores daos causados por esta estatalizacin del discurso histrico es que favorece la nefasta confusin entre un fenmeno cultural y de conciencia como la nacin, con la realidad poltica del estado, cuyo fundamento habra que buscar en el contrato social y no en una manipulada legitimacin histrica. En la medida en que en las ltimas dcadas se han producido fragmentaciones de viejas estructuras estatales, como ha ocurrido con la Unin sovitica o con Yugoslavia, y se ha visto cmo los nuevos estados se apresuraban a fabricarse tradiciones histricas supuestamente nacionales, ha comenzado a ponerse en discusin la validez de esta forma de entender el pasado. Contra una visin que sacraliza unas fronteras que no existieron de hecho hasta el siglo XIX, que ignora que los lmites definidos en los tratados se atravesaban fcilmente o que las monedas circulaban internacionalmente, sin ms garanta que la de su valor metlico,77 hemos aprendido a valorar las zonas de contacto, a uno y otro lado de las fronteras, que han sido escenario de una multitud de intercambios econmicos, culturales y ecolgicos en unos tiempos en que las personas, las mercancas y las ideas se movan a travs de ellas con toda libertad.78
Santomassimo, Gianpasquale, Guerra e legitimazione storica, en: Passato e presente, (Florencia) n 54 (settembre-dicembre 2001), pp. 5-23 (citas de pp. 8-9) 77 Helleiner, Eric, The making of national money: territorial currencies in historical perspective, Ithaca, Cornell University Press, 2003. 78 von Hagen, Mark, Empires, borderlands, and diasporas: Eurasia as antiparadigm for the post-soviet era, en: Ab Imperio, una revista publicada en Kazan.
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Contra la reduccin de la historia a las actividades del estado y el protagonismo que se otorga a sus dirigentes reaccion en su tiempo la escuela de lo que se llama tradicionalmente la historia desde abajo, ocupada, como quera Rud, en recuperar los rostros de la multitud. El propsito que gua los planteamientos de la escuela de los estudios subalternos, y ms en concreto los de su inspirador Ranahit Guha, es semejante, pero ms complejo. Ranahit Guha ha denunciado los vicios de una historiografa acadmica que parece tener como objeto central el de legitimar retrospectivamente las construcciones estatales del presente y la estructura del poder social de nuestro tiempo, o sea, el orden establecido. En Las voces de la historia79 Guha nos dice que los historiadores trabajan sobre la base de escoger determinados acontecimientos y hechos a los que se refieren como histricos, lo cual significa que se los ha seleccionado para formar parte de la historia. Pero quin los designa para esta funcin? Porque hay una discriminacin en esta seleccin que se ha hecho de acuerdo con criterios que no se especifican, pero que tienen que ver con una ideologa para la cual la vida del estado es central para la historia. Una ideologa que, al escoger por nosotros lo que es histrico, nos deja sin ninguna opcin para relacionarnos personalmente con el pasado. Del conjunto de voces humanas que forman el coro de la historia, el estatismo privilegia las de los dirigentes polticos y sociales y nos impide escuchar la mirada de voces de la sociedad civil para conversar con ellas. Son voces ms bajas que ahoga el estruendo de las rdenes estatistas, lo cual nos obliga a desarrollar habilidades especiales para escucharlas e interactuar con ellas. Porque tienen muchas historias que explicarnos, historias que por su complejidad no son compatibles con el
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Guha, Ranahit, Las voces de la historia y otros estudios subalternos, Barcelona, Crtica, 2002, pp. 17-32.

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discurso estatista y resultan opuestas a sus modos abstractos y simplificadores. Al hablar de estatismo Guha no se refiere tan slo a una versin de la historia destinada a privilegiar la actuacin de los reyes y los dirigentes, sino que este sesgo existe tambin en los discursos nacionalistas o revolucionarios, aunque el estado a que se refieren sea diferente en estos casos, puesto que el suyo es todava el sueo de poder de un estado a establecer. Guha lo ilustra con el relato de la revuelta de Telangana, dirigida por el partido comunista entre 1946 y 1951: su principal dirigente escribi aos despus un relato de estas luchas en que el objetivo central resultaba ser el poder anticipado de su propio proyecto de estado. En l no olvidaba elogiar a las mujeres como colaboradoras en la empresa revolucionaria comn, pero no fue capaz de entender que stas estaban movidas tambin, y sobre todo, por su propio objetivo de emancipacin de una servidumbre ancestral, que los hombres con quienes colaboraban nunca escucharon seriamente, considerndolo como algo complementario, de lo que habra que ocuparse despus de la toma del poder. Este es un aspecto que tiene ms importancia de lo que suele creerse. Estudiando algo tan alejado de la India como es la historia del franquismo espaol, por ejemplo, se acaba descubriendo que el relato de lo sucedido que nos han dejado los dirigentes de los grupos de la clandestinidad en sus escritos polticos y en sus libros de memorias est seriamente tarado por un afn de legitimacin de sus decisiones de ltima hora. La historia real de lo sucedido que aparece a partir de las experiencias y de los recuerdos de los militantes de base, cuyas voces no aparecen en los relatos oficiales, sino que las tenemos que recoger de los trabajos de historia oral que se han realizado, nos muestra el panorama de una lucha que tena unos objetivos de transformacin social que para los militantes eran lo esencial, pero que para los dirigentes resultaron ser meramente complementarios, de modo que se apresuraron a marginarlos a dejarlos para ms adelante cuando 86

lleg la transicin a la democracia y renunciaron explcitamente a estas aspiraciones, por las que muchos hombres y mujeres se haban jugado la libertad y hasta la vida, a cambio de parcelas de poder personal, legitimadas por un nuevo discurso reformista. Enfrentarnos a las limitaciones del proyecto estatista con un proceso de reescritura que tome en cuenta las voces bajas de la historia las de las mujeres de Telangana en la India, las de los militantes antifranquistas en Espaa pondra en discusin la preponderancia de los dirigentes, que relegan todo lo dems a la instrumentalizad. Para ello ser necesario romper la lnea de la versin dominante, complicando el argumento. Porque la autoridad de la versin oficial es inherente a su estructura narrativa: una estructura sostiene Guha formada en la historiografa posterior a la Ilustracin, como en la novela, por un cierto orden de coherencia y linealidad. Es este orden el que dicta lo que hay que incluir en la historia y lo que se deja fuera de ella, y la forma en que la trama debe desenvolverse de un modo consistente, con su final eventual, y cmo debe controlarse la diversidad de caracteres y acontecimientos, de acuerdo con la lgica de la accin principal. Mientras la univocidad del discurso estatista se base en este orden, un cierto desorden una desviacin radical del modelo que ha dominado la escritura de la historia en los ltimos trescientos aos ser una exigencia esencial de nuestra revisin. Qu forma concreta adoptar este desorden en difcil de predecir, aade Guha. Tal vez forzar a la narracin a balbucear en su articulacin, en lugar de darla en una corriente continua de palabras. Tal vez la linealidad de su avance se disolver en lazos y nudos. Tal vez la propia cronologa, la vaca sagrada de la historiografa, acabar sacrificada en el altar de un tiempo caprichoso, que no se avergence de su carcter cclico. Todo lo que uno puede decir en este punto es que la destruccin de la narratologa burguesa ser la condicin necesaria para esta nueva historiografa, sensible a los ecos de desesperacin y deter87

minacin de las voces de una subalternidad desafiante dedicada a escribir su propia historia. Es posible pensar en formas de narracin polifnica. Se dan en la novela y tenemos algunos ejemplos de historiadores que lo han intentado, como Mack Walker, que nos relata la expulsin de 20.000 campesinos protestantes de Salzburg que en el siglo XVIII fueron obligados a asentarse en tierras lejanas del este de Prusia y nos explica este acontecimiento desde cinco perspectivas distintas.80 O como Paul A. Cohen, que narra la historia de los boxers como un hecho reconstruido por la investigacin histrica, como experiencia vivida y como mito.81 Pero una solucin meramente narrativa de este tipo no resuelve los complejos problemas de una historia integral que recoja las visiones de grupos sociales distintos (incluyendo los que la historia social tradicional considera como marginales), o los de una historia comparada que deba referirse a marcos nacionales distintos. Para poner orden en la diversidad de narraciones que se nos ofreceran y organizar con ellas una sntesis, nos veramos obligados a desagregar una gran parte de los elementos de anlisis que recibimos de investigaciones anteriores, concebidas en su mayor parte dentro de marcos estatales, y deberamos volver a componer las piezas con nuevas agregaciones organizadas de acuerdo con las necesidades de nuestras indagaciones.82 Un mtodo que respondiese a estos planteamientos nos obligara a un esfuerzo de investigacin muy complejo, escogiendo las diversas voces, altas y bajas, para articularlas
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Como parte de la historia del arzobispado de Salzburg, como un acontecimiento integrado en la historia de Prusia, como una muestra de los problemas confesionales y constitucionales del Imperio, como experiencia vivida de los campesinos y en el marco de la historia del protestantismo ( The Salzburg transaction. Expulsion and redemption in eighteenth-century Germany, Ithaca, Cornell University Press, 1992). History in three keys. The Boxers as event, experience and myth (New York, Columbia University Press, 1997. Gregg, Robert, Inside out, outside in. Essays in comparative history, Londres, Macmillan, 2000, pp. 25-26.

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en un nico relato, sin prescindir tampoco del hilo conductor del estado, porque se quiera o no el papel del poder es siempre importante, pero sin simplificarlo y despersonalizarlo como se suele hacer en una cierta tradicin a la manera de Foucault, sino analizando cuidadosamente los diversos poderes concretos que actan en cada lugar y en cada momento. La mejor forma de emanciparnos del falso universalismo hegeliano y del estatismo es adoptar una perspectiva que corresponda en el terreno de la historia a los planteamientos que hacemos para el mundo de hoy cuando hablamos de globalizacin: Entre otras razones porque, como ha dicho Luciano Canfora, lo que ocurre en Occidente tiene sus races en el conjunto de los mundos que domina, gua o controla.83 Hopkins, con su propuesta de global history, reivindica una investigacin basada en el estudio de la interaccin entre lo universal y lo local, necesaria para que estemos en condiciones de poder responder a las demandas que nos harn los partidarios y los crticos de la globalizacin. Unas demandas que sera imposible contestar desde la perspectiva de las viejas historias nacionales.84 Me he referido antes al hecho de que un conocimiento adecuado del pasado del mbito que abarca el ocano ndico cambiaba por entero nuestra percepcin de la historia del mundo hasta el siglo XVIII. La de los siglos XVIII y XIX resulta difcil de entender si no la miramos desde otra perspectiva global, centrada ahora en el Atlntico, en una nueva etapa de globalizacin que tendra como uno de sus motores la produccin y comercio del azcar, que los europeos necesitaban para consumir el caf de Arabia y el t de la India, convertidos en productos de amplio consumo popular: en Londres haba en 1700 ms de dos mil
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Canfora, Luciano, Critica della retorica democratica, Roma, Laterza, 2002, p. 91. A.G. Hopkins, ed., Globalization in World History, Londres, Pimlico, 2002, y Anthony G. Hopkins, Global history: interactions between the universal and the local, Basignstoke, Palgrave Macmillan, 2006.

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cafs, locales en que no slo se tomaba la bebida, sino que eran centros de discusin poltica, lugares de intercambio intelectual (Newton los frecuentaba), de juego y de negocios, donde se compraban esclavos, se negociaban acciones y se contrataban seguros: Lloyds, que se convertira en la mayor empresa de seguros del mundo, era inicialmente un caf.85 Para obtener el azcar que necesitaba el consumo creciente de Europa se recurri a las tierras privilegiadas de la zona tropical de Amrica, y en especial al rea del Caribe. Pero como no haba all las grandes masas de poblacin indgena que haban hecho rentable la minera de la plata en el continente, hubo que traer de frica la mano de obra esclava que lo produjese. En mi libro Europa ante el espejo cit dos textos de Montesquieu sobre los esclavos, el primero era una justificacin implcita de la esclavitud africana: uno no puede hacerse a la idea de que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y en especial una alma buena, en un cuerpo enteramente negro. El segundo sacaba las consecuencias prcticas de esta afirmacin, diciendo: el azcar sera demasiado caro, si no se hiciese trabajar la planta que lo produce por medio de esclavos. Cuando se iba a hacer la traduccin francesa del libro, Jacques Le Goff protest indignado dicindome que yo no haba entendido que Montesquieu deca estas cosas en un sentido sarcstico. Que quieren ustedes, a m lo que me parece un sarcasmo es que la repblica francesa, fundada por la revolucin, mantuviese el trabajo forzado de los indgenas en sus colonias africanas hasta despus de 1945, cuando se vio obligada a suprimirlo por las protestas de los africanos. Fue a partir de mediados del siglo XVIII cuando el Atlntico se convirti en el gran motor econmico que hizo posible
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Jamieson, Ross W., The essence of commodification: Caffeine dependencies in the Early Modern World, en: Journal of Social History, 35 (2001), n 2, pp. 269-294; Anne E.C. McCants, Poor consumers as global consumers: the diffusion of tea and coffee drinking in the eighteenth century, en: Economic History Review, 61 (2008), n 51, special issue, pp. 172-200.

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el despegue de la industrializacin, gracias a los beneficios proporcionados por el tringulo de los intercambios de caf, azcar, tabaco y algodn americanos hacia Europa; bebidas alcohlicas y productos industriales europeos hacia frica y esclavos africanos para las plantaciones americanas; un comercio triangular al que se sumaba, subsidiariamente, el que se mantena con Asia. David Hancock nos ha explicado cmo un grupo de comerciantes de Londres establecieron una factora en la isla de Bance, en el ro de Sierra Leone, donde no slo adquiran los esclavos que vendan a los plantadores norteamericanos, sino que almacenaban los productos con que pagaban los esclavos (adquiridos a cambio de tejidos de la India, hierro sueco, ron de las Antillas y manufacturas britnicas), en un complejo sistema de relaciones que enlazaba cuatro continentes, dominado por los objetivos de planting, slaving and contracting: produccin de coloniales en las planta ciones americanas, trata de esclavos africanos y negocios financieros diversos, ligados en buena medida a estas mismas actividades, puesto que los esclavos solan venderse a crdito a los plantadores. De una combinacin semejante de actividades en el marco del Atlntico, que fue en los siglos XVIII y XIX el mar de los esclavos, surgieron los estmulos que favorecieron la expansin mundial del capitalismo britnico, que no puede explicarse tan slo por lo sucedido en el interior del marco de las islas britnicas, como pretende el mito de la revolucin industrial, de que me ocupar maana.86 En contrapartida de estas actuaciones de industriales, armadores, traficantes de esclavos o plantadores surgi tambin aunque este es uno de aquellos temas polticamente incorrectos de los que no se ocupa la historia acadmica una respuesta de resistencia y de revuelta por parte de esclavos, marineros, trabajadores de fbrica y campesinos a los que se estaban arrebatando
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Hancock, David, Citizens of the world. London merchants and the integration of the British Atlantic community, 1735-1785, Cambridge, Cambridge University Press, 1995.

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sus tierras comunales, contra lo que Linebaugh y Rediker han llamado el estado martimo: un sistema financiero y nutico diseado para captar los mercados y operar en ellos, que permiti consolidar un capitalismo atlntico en que las naves que hacan la travesa combinaban la doble opresin de la fbrica y la crcel. Fue de la lucha de la masa multitnica de los rebeldes campesinos, marineros, librepensadores, esclavos o trabajadores de fbrica que naci la gran amenaza que oblig a liquidar la esclavitud, como consecuencia del gran miedo de la sociedad europea en los ltimos aos del siglo XVIII y las primeras dcadas del XIX. Refirindose a su visin de un mundo atlntico de rebeldes y revolucionarios, Lineabugh y Rediker nos dicen: que sus protagonistas sean invisibles en la historia se debe en buena medida a la represin que se les aplic en su tiempo: a las cadenas, los azotes y la horca. Pero se debe tambin a la abstraccin que se produce en el proceso de escribir la historia que ha permanecido demasiado tiempo cautiva del marco del estado-nacin, que sigue siendo el marco de anlisis dominante en la mayor parte de los estudios. 87

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Linebaugh, Peter and Rediker, Marcus, La hidra de la revolucin. Marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlntico, Barcelona, Crtica, p. 2005; Bernard Baiylin, Atlantic History. Concept and Contours, Cambridge, Cambrisge University Press, 2005.

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TIEMPO DE PROGRESO, HISTORIA UNIVERSAL. RECONSIDERACIONES

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A los cambios en la concepcin del espacio a que ayer me refera hay que aadirles los que se refieren a la concepcin del tiempo, que tienen que ver sobre todo con el carcter lineal de la visin tradicional del progreso. Este carcter lineal est asociado al concepto del fin de la historia, propugnado por una burguesa triunfante que tiene inters en que creamos en la existencia de un nico orden final de las cosas, al cual tienden naturalmente todas las lneas de evolucin, porque, como dijo Walter Benjamin, los conceptos de la clase dominante han sido siempre los espejos gracias a los cuales se ha venido a constituir la imagen de un orden. A lo cual se puede aadir que los historiadores construyen entonces la genealoga que lleva a este orden presente y lo elevan a la categora de historia universal. La visin lineal exige, por fuerza, la idea de continuidad. Y vuelvo a Benjamin: La celebracin o la apologa se esfuerzan en ocultar los momentos revolucionarios en el curso de la historia. Lo que quiere en el fondo de su corazn es fabricar una continuidad. No da por ello importancia ms que
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Clase dictada el 24 de octubre de 2008, en el contexto del seminario La historia hoy: viejos y nuevos caminos. Sala Rubn Daro, Direccin de Extensin de la Universidad de Valparaso.

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a aquellos elementos de la obra que han entrado ya a formar parte de su influjo posterior. Olvida en cambio los puntos en que la tradicin se interrumpe y los riscos y las asperezas que ofrecen un apoyo para ir ms all. Hay que arrancar la poca de esta continuidad cosificada y hacer estallar su homogeneidad llenndola con las ruinas, esto es con el presente. Podremos as superar la idea de progreso con la de actualizacin y aprender a aproximarnos a lo que ha sido, tratndolo no de manera historiogrfica, como hasta ahora se ha hecho, sino de manera poltica, con categoras polticas. Que es lo que significa romper la continuidad introducindole los problemas del presente. Abandonar esta visin lineal nos ayudar a superar, no solo el eurocentrismo, sino tambin el determinismo. Al proponer las formas de desarrollo econmico y social actuales como punto culminante del progreso como el nico punto de llegada posible, pese a sus deficiencias e irracionalidades escogemos retrospectivamente de entre todas las posibilidades que se ofrecan a los hombres del pasado tan slo aquellas que llevaban a este presente y menospreciamos las alternativas que se propusieron, o intentaron, sin detenernos a explorar las posibilidades de futuro que contenan. Hemos necesitado recurrir a un nuevo manejo del tiempo histrico para desmontar el esquematismo de la visin de la historia como una secuencia de etapas temporales que se presentan articuladas en una lnea de desarrollo nica, desde los inicios de la especie humana hasta el ascenso a la modernidad occidental como punto de llegada. Asumiendo este marco tradicional, cada historiador se haba limitado, por fuerza, a un segmento concreto y puntual de la cadena temporal, sin preocuparse de si el marco general en que su investigacin se encuadraba, y que en buena medida le daba sentido, estaba o no justificado. Lo que llambamos historia universal no era ms que una seleccin de momentos cruciales de esta lnea de evolucin, unidos en una secuencia artificial. William McNeill nos dice que 94

en la universidad de Oxford la enseanza de la historia se limitaba a: fragmentos aislados de la historia de Inglaterra desde la poca de los romanos, fragmentos aislados de la historia general europea y, ocasionalmente, algunas dcadas seleccionadas de la historia de los Estados Unidos.89 Esta construccin artificial se presentaba al estudiante como si fuese una visin global de la historia de la humanidad. En contradiccin con esta prctica han comenzado a surgir propuestas para trabajar con un manejo distinto del tiempo, como las de la big history de David Christian o de la deep history, de Smail. David Christian pretende, en palabras del propio autor, mostrar cmo la historia humana est sujeta a la interminable danza que bailan el caos y la complejidad,90 en una postura no muy distante de la de Penelope Corfield, que sostiene que es necesario combinar las perspectivas temporales largas y las cortas,91 Daniel Lord Smail, con su propuesta de deep history, plantea un cambio de visin que acabe con los tpicos que hacen arrancar la historia de la llamada revolucin neoltica y quiere integrar en ella el tiempo profundo a partir de los datos que nos proporcionan los arquelogos y los antroplogos que trabajan desde una perspectiva biolgica.92 Renunciando a una visin que ha servido para justificar como necesario e inevitable no slo el imperialismo, sino las formas de desarrollo con distribucin desigual o la subordinacin de la mujer podremos construir interpretaciones ms realistas, capaces de mostrarnos no slo la evolucin simultnea de lneas diferentes, sino el hecho de que en cada una de ellas, incluyendo la que acabara siendo dominante, no haba un avance
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Del prlogo al libro de Christian que se cita a continuacin, p. 12. Christian, David, Mapas del tiempo. Introduccin a la gran historia Barcelona, Crtica, 2005, cita de p. 605. Corfield, Penelope J., Time and the shape of history, New Haven, Yale University Press, 2007, pp. 249-252. Smail, Daniel Lord, On Deep History and the Brain, Berkeley, University of California Press, 2008.

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continuado en una direccin, sino una sucesin de rupturas, de bifurcaciones en que pudieron escogerse diversos caminos posibles y no siempre se escogi el que pudo haber sido el mejor en trminos del bienestar colectivo del mayor nmero de seres humanos, sino el que convena, o por lo menos el que pareca convenir en el corto plazo, a aquellos grupos que disponan de la capacidad de persuasin y de la fuerza represiva necesarias para decidir. Aprenderemos as a reconocer cada punto determinado de desarrollo como una encrucijada, lo cual ha de ayudarnos a entender que, igual que ocurra en el pasado, cada momento del presente no contiene tan slo la semilla de un futuro predeterminado, sino el de toda una diversidad de futuros posibles. Christopher Hill ha dicho: El acontecimiento, una vez se ha producido, parece inevitable; las alternativas se esfuman. Como escribi el poeta T.S. Eliot, en Burnt Norton: Lo que pudo haber sido es una abstraccin/ que queda como una posibilidad perpetua,/ en un mundo tan slo de especulacin./ Lo que pudo haber sido y lo que ha sido/ apuntan a un final siempre presente./ Pasos resuenan en la memoria/ por el corredor que no tomamos/ hacia la puerta que nunca abrimos.93 Abandonar esta visin lineal nos ha llevado a formas nuevas de comprender acontecimientos que ocupan un lugar fundamental en la versin establecida de la historia, como, por poner un par de ejemplos, la revolucin agrcola y la revolucin industrial. Rompiendo con el mito de aquella revolucin agrcola que habra sido obra de unos propietarios ilustrados, enfrentados a un campesinado retrgrado, Robert Allen nos ha enseado a distinguir dos revoluciones agrcolas inglesas distin93

What might have been is an abstraction/Remaining a perpetual possibility/ Only in a world of speculation./What might have been and what has been/Point to one end, which is always present./Footfalls echo in the memory/Down the passage which we did not take/Towards the door we never opened..., T.S.Eliot, Four quartets. Burnt Norton, v. 6-13.

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tas: la de los labradores y la de los terratenientes. La primera, de la que no habla habitualmente la historia acadmica, logr aumentar la produccin y reparti sus beneficios entre toda la sociedad. La de los terratenientes, en cambio, basada en el cierre de los campos y la usurpacin de las tierras comunales, empobreci a la mayora y slo benefici a los grandes propietarios.94 Buena parte de la historia europea del siglo XIX est dominada por este mismo mito, que oculta lo que signific la apropiacin en masa de las tierras comunales. Todava es ms radical el cambio que ha experimentado nuestra visin de la llamada revolucin industrial, que era una pieza fundamental en el mito de la va nica del progreso econmico, tal como qued establecido en la versin de la industrializacin que Walt Rostov elabor como base terica para la campaa de la Alianza para el progreso de Kennedy, en 1960, que sostena que haba un nico camino para el crecimiento, con unas connotaciones sociales y polticas claras, como expuso en un libro, Las etapas del crecimiento econmico, que llevaba un subttulo tan significativo como un manifiesto no comunista.95 Veinte aos despus, ya en los ochentas, todo el tinglado rostowiano del take-off y de las condiciones sociales y polticas del crecimiento se haba ido al agua. En 1984 Williamson publicaba un artculo titulado, provocativamente, Por qu fue tan lento el crecimiento britnico durante la revolucin industrial?, que sostena que haba habido una baja formacin de capital como consecuencia de las grandes emisiones de deuda pblica para financiar la guerra contra la Francia revolucionaria, que absorbieron la acumulacin civil
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Allen, Robert C., Revolucin en los campos. La reinterpretacin de la revolucin agrcola inglesa, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004. W.W.Rostow, The stages of economic growth: a non-communist manifesto, Cambridge, Cambridge University Press, 1960. La traduccin castellana apareci en 1961, publicada en Mxico por Fondo de Cultura Econmica.

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e inhibieron el crecimiento.96 Paralelamente, Crafts y Harley revisaban las cifras y negaban que hubiese habido las tasas espectaculares de crecimiento que Rostow sostena que se haban dado de 1780 a 1831.97 Maxine Berg desmitific la importancia de la fbrica y la de las supuestas industrias de punta, el algodn y la siderurgia, en La era de las manufacturas, y Von Tunzelman la del papel desempeado por la mquina de vapor.98 Cul fue, pues, en realidad el papel de la fbrica? Stephen Marglin revis su funcin para sostener que la fbrica no surgi por razones de eficacia tecnolgica, sino para asegurar al patrn el control sobre la fuerza de trabajo y facilitarle la obtencin de un excedente mayor. El modelo de control del trabajo que estableci se asemeja sobre todo al de la plantacin esclavista, que parece ser el lugar donde se han producido los primeros desarrollos del taylorismo, de la fragmentacin del trabajo. La fbrica no sera un instrumento de progreso econmico sino de

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Williamson, Jeffrey G., Why was British growth so slow during the industrial revolution?, en: Journal of Economic History, XLIV, n 3 (sept.1984), pp. 687712. Crafts, N.F.R., British economic growth, 1700-1831: a review of the evidence, en: Economic History Review, XXVI, n 2 (mayo 1983), pp. 177-199, y British economic growth during the industrial revolution, Oxford, Clarendon Press, 1985; C. Knick Harley, British industrialization before 1841: evidence of slower growth during the industrial revolution, en: Journal of Economic History, XLII, n 2 (junio 1982), pp. 267-289. Desde 1992, sin embargo, las estimaciones de Crafts y Harley han provocado una controversia, en especial en Economic History Review, que es imposible sintetizar aqu. Las referencias esenciales, hasta 1994, se citan en N.F.R. Crafts and C.K.Harley: Output growth and the British industrial revolution: a restatement of the Crafts-Harley view, en: Economic History Review, XLV (1992), n 4, pp. 703-730 y David Greasley and Les Oxley, Rehabilitation sustained: the industrial revolution as a macroeconomic epoch, en: Economic History Review, XLVII (1994), n 4, pp. 760-768. Berg, Maxine, La era de las manufacturas, Barcelona, Crtica, 1987; G.N. Von Tunzelman, Steam power and British industrialization to 1860, Oxford, Clarendon Press, 1978.

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control social.99 Otro paso en la revisin lo dio en 1994 Graeme Donald Snook en un libro colectivo que llevaba un ttulo tan provocador como Fue necesaria la revolucin industrial?, donde sostena que lo de la revolucin era un mito, porque el crecimiento britnico se haba iniciado haca mil aos y haba que estudiarlo en el largo plazo.100 En esta visin a largo plazo cobraban una nueva importancia las perspectivas que abri en 1972 un artculo innovador de Franklin Mendels, que renov la visin de la industria antes de la industrializacin, planteando el modelo de lo que l denomin protoindustrializacin, que ha dado lugar a un replanteamiento muy amplio del tema, que adquiere aqu una dimensin espacial y temporal muy interesante, y ha acabado, de paso, con la vieja tipologa que distingua entre formas distintas rural y urbana, gremial y domstica de la actividad industrial anterior a la industrializacin y mostr su carcter complementario.101 Partiendo de esta revisin espacial, Sydney Pollard propona en 1981 una interpretacin regional del desarrollo,
What do bosses do?. Cito a travs de la traduccin italiana A che servono i padroni? Origini e funzioni della gerarchia nella produzione capitalistica, incluida en el volumen de David S.Landes, ed., A che servono i padroni? Le alternative storiche dellindustrilizzazione, Torino, Bollati Boringhieri, 1987, pp. 13-59. 100 Graeme Donald Snooks, ed. Was the industrial revolution necessary?, Londres, Routledge, 1994 (en especial el trabajo de Snooks Great waves of economic change: the industrial revolution in historical perspective, 1000 to 2000, pp. 43-78). Snooks, pofesor del Institute of Advanced Studies de Australia y autor de ensayos tericos interesantes como Economics without time. A science blind to the forces of historical change, Londres, Macmillan, 1993, acab yendo ms all de lo razonable con The laws of history, Londres, Routledge, 1998. 101 F. Mendels, Proto-industrialization: the first phase of the industrialization process, en: Journal of Economic History, XXXII (1972), n 1, pp. 241-261. El primer estudio global en P. Kriedte, H. Medick y J. Schlumbohm, Industrializacin antes de la industrializacin, Barcelona, Crtica, 1986. La bibliografa posterior es demasiado extensa para resumirla. Una sntesis con un buen estado de la cuestin y orientaciones bibliogrficas adecuadas, es la de Sheilagh C. Ogilvie and Markus Cerman, eds., European proto-industrialization, Cambridge, Cambridge University Press, 1996.
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que mostraba la relacin que exista entre la aparicin de un foco ms potente de industria y la desindustrializacin de las regiones vecinas. La industrializacin no era un fenmeno global de avance de un pas, sino que tena unas dimensiones de especializacin y regionalizacin; el fenmeno global haba que entenderlo como una suma de avances y retrocesos, de crecimiento y de desindustrializacin, que no poda interpretarse meramente a partir de las cifras nacionales de produccin.102 De ah que se tendiera a buscar sus orgenes en el mercado interior y en la llamada revolucin del consumo. Obsesionados por el mito de las exportaciones industriales habamos pasado por alto hechos tan reveladores como el de que en las ltimas dcadas del siglo XVIII hubiesen sido ms importantes en Inglaterra las inversiones en rutas de peaje (turnpike roads) y en canales, que las que se realizaban en la construccin de fbricas, lo cual hubiera sido inexplicable de no haber existido anteriormente una multiplicacin de los trficos y de los intercambios internos que los hiciese rentables. La idea de una revolucin previa del consumo la expuso en 1983 McKendrick, que sostena que haba sido el desarrollo del mercado interior britnico el que habra creado las condiciones graduales que condujeron al crecimiento industrial, partiendo de actividades modestas, como la produccin de clavos, cuchillos, candelabros o cermica, que habran ido penetrando en los hogares populares. Sin olvidar el gran motor de la moda, la imitacin de los vestidos de las clases altas, que habra impulsado un elevado consumo de tejidos nuevos, como los estampados de algodn, que desempeaban
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Pollard, Sidney, Peaceful conquest (1981) (traduccin espaola: La conquista pacfica. La industrializacin de Europa, 1760-1970, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 1991) y Marginal Europe: the Contribution of Marginal Lands since the Middle Ages, Oxford, Clarendon Press, 1997. Pat Hudson, The regional perspective, en: Pat Hudson, ed., Regions and Industries. A Perspective on the Industrial Revolution, Cambridge, Cambridge University Press, 1990, pp. 5-38.

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para el consumidor de bajo nivel de ingresos el papel que la seda de China para el consumo de lujo.103 En esta lnea Jan De Vries propona en 1994, y lo ha desarrollado en un libro aparecido este mismo ao, el concepto de la industrious revolution. De Vries parte del fenmeno de la revolucin del consumo a escala europea, al que hay que integrar adems la importancia que adquieren el caf, el t y el azcar en los hogares populares. Se trata, claramente, de un proceso anterior a la industrializacin, que ha tenido lugar sin que los precios de estos bienes se hubiesen abaratado, y lo que es ms importante, en una poca en que no ha habido una mejora sustancial de los salarios, sino que de hecho parecen haber disminuido en Europa entre 1500 y 1800. Este contraste entre salarios estables y consumo en aumento slo fue posible por una intensificacin del trabajo destinado al mercado, que tendi adems a incluir a la totalidad de la familia. El gran acicate de esta revolucin industriosa no habra sido la necesidad y menos an aquella estupidez de la difusin de las virtudes de las clases altas que propone Clark sino el deseo de consumir.104
McKendrick, Neill, Brewer, John and J.H.Plumb, The Birth of a Consumer Society. The Commercialization of Eighteenth-centruy England, Londres, Hutchinson, 1983; Lorna Weatherill, Consumer Behaviour and Material Culture in Britain, 1660-1760, Londres, Routledge, 1988; C. Shamas, The Pre-industrial Consumer in England and America, Oxford, Clarendon Press, 1990; M. Berg, ed., Mercados y manufacturas en Europa, Barcelona, Crtica, 1995; J. Brewer y R. Porter, eds., Consumption and the World of Goods, Londres, Routledge, 1993, etc. Una revisin de la bibliografa sobre el tema en Peter N. Stearns, Stages of consumerism: recent work on the issues of periodization, en: Journal of modern history, 69 (marzo de 1997), pp. 102-117. Maxine Berg, From imitation to invention: creating commodities in eightennth century Britain, en: Economic History Review, LV (2002), n 1, pp. 1-30. 104 De Vries, J., The industrial revolution and the industrious revolution, en:
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Journal of economic history, 54 (1994), pp. 249-270; Una vision crtica en Jan L. Van Zanden, Wages and the standard of living in Europe, 15001800, en: European Review of Economic History, 3 (1999), n 2, pp.175197, que presenta un cuadro pesimista de la evolucin de los niveles de vida en los siglos modernos. Los nuevos planteamientos de De Vries en The Industrious Revolution. Consumer Behavior and the Household Economy, 1650 tot the Present, Cambridge, Cambridge University Press, 2008.

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Hay ms elementos que apuntan en esta misma direccin. Las observaciones antropomtricas muestran entre 1500 y 1800 evoluciones negativas, algo que hay que asociar con empobrecimiento, tanto para Inglaterra, como para Holanda o para los Estados Unidos, lo cual coincide con las estimaciones igualmente negativas que se hacen en la actualidad de la evolucin de los salarios reales, que han llevado a Van Zanden a concluir que de comienzos del siglo XVI a fines del XVIII hubo una relacin inversa entre desarrollo y nivel de vida, lo que obliga a pensar que amplios sectores de la poblacin de Europa no sacaron mucho provecho del progreso econmico que se estaba produciendo.105 Este cuadro puede prolongarse de algn modo hasta las primeras etapas de la revolucin industrial. Hans-Joachim Voth ha mostrado que la industrializacin implic un aumento considerable en la carga de los trabajadores britnicos, que hubieron de aportar muchas ms horas a sus tareas, sacndolas de
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Durante muchos aos hemos usado las serie de salarios de Henry Phelps Brown y Sheila V.Hopkins, A Perspective of Wages and Prices, Londres, Methuen, 1981. Dos de las diversas revisiones: David Loschky, New pespectives on seven centuries of real wages, en: Journal of European Economic History, 21 (1992), n 1, pp. 169-182 y Jan L. Van Zanden, Wages and the standard of living in Europe, 1500-1800 en European Review of Economic History, 2 (1999), pp. 175-197. Sobre los problemas de definicin y medida de los niveles de vida y los salarios reales, P. Scholliers y Vera Zamagni en la introduccin (pp. ix-xvii) del libro, editado por ellos, Labours Reward. Real Wages and Economic Change in 19th- and 20th-Century Europe, Edward Elgar, 1995, o Donald Woodward en Men at Work. Labourers and Building Craftsmen in the Towns of Northern England, 1450-1750, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pp. 209-249 (Towards an understanding of living standards). Sobre el medio urbano, J.G.Williamson, Coping with City Growth during the British Industrial Revolution, Cambridge, Cambridge University Press, 1990 y Simon Szreter y Graham Mooney, Urbanization, mortality, and the standard of living debate: new estimates of the expectation of life at birth in nineteenth-century British isles, en: Economic History Review, LI (1998), 1, pp. 84-112. Una aportacin fundamental para el caso espaol, referida al medio rural, es el volumen colectivo de Jos Miguel Martnez Carrin, ed. El nivel de vida en la Espaa rural, siglos XVIII-XX, Alacant, Universidad, 2002.

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sus das de fiesta y de descanso. La revolucin industrial habra sido un ejemplo de lo que Paul Krugman ha llamado, refirindose al crecimiento de los nuevos pases industriales asiticos en la segunda mitad del siglo XX, un crecimiento estalinista, basado en el aumento del esfuerzo humano.106 Con la importancia de la industrializacin reducida a sus justas proporciones nos vemos obligados a abandonar la idea de que haya sido el crecimiento industrial el factor que ha determinado, a travs de la conquista de los mercados exteriores, el ascenso del capitalismo britnico. La revisin que han propuesto Cains y Hopkins acerca de lo que denominan el gentlemantly capitalism obliga a cambiar tambin esta perspectiva.107 La cuestin no slo afecta a lo que podemos llamar el mito de la revolucin industrial britnica, sino que tiene un alcance ms general. Sabel y Zeitlin mostraron en 1985 que haba diversas vas de progreso industrial que no pasaban necesariamente por la fbrica. Estas ideas las completaron y desarrollaron en un libro de 1997 en que pretendan reemplazar el viejo relato que contrapona un antiguo rgimen de control gremial y produccin manual domstica a una modernidad marcada por la libertad de mercado, la mecanizacin y la fbrica, y proponan un relato alternativo. En este la etapa final del Antiguo rgimen se define como una de modernidad de la tradicin, que estaba haciendo posible la mecanizacin y el progreso tecnolgico dentro del marco institucional vigente, que fue reemplazada, de mediados del siglo XIX hasta la Primera guerra mundial, por una etapa de batalla de los sistemas, en que se dio la coexistencia de una industrializacin de fbrica con
Voth, Hans-Joachim, Time and Work in England, 1750-1830, Oxford, Clarendon Press, 2000. 107 Cain, P.J. and Hopkins, A. G., Gentlemanly capitalism and British expansion overseas, en: Economic History Review, XXXIX (1986), n 4, pp. 501-525 y XL (1987), n 1, pp. 1-16. Una reformulacin ms reciente en P.J. Cain and A.G. Hopkins, British Imperialism, 1688-2000, Londres, Longman, 2001.
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empresas integradas verticalmente que utilizaban sus costosos equipamientos para producir objetos estandardizados, y otra de unidades menores, capaces de cooperar entre s en un marco de instituciones y reglas que aseguraban su colaboracin, orientada hacia una especializacin flexible (como la seda de Lyon, los cuchillos de Solingen o los relojes suizos). La tercera etapa de este proceso, que ira de 1920 a 1970, sera la del triunfo de la produccin de masa, pero la crisis de los aos setenta, sostienen, ha abierto una nueva batalla de los sistemas, como consecuencia del estancamiento de los centros clsicos de produccin en masa, bloqueados por su tradicionalismo. Este planteamiento tiene la virtud de reemplazar la vieja visin simplista que lo interpretaba todo en funcin del progreso tecnolgico, por otra ms abierta, en que los hombres tienen la opcin de seguir caminos distintos y tomar decisiones, optando por uno u otro de los diversos futuros posibles. Por lo general, nos dicen, la opcin de la produccin fabril estandardizada se toma cuando una economa es estable, mientras que cuando el entorno es voltil resulta mucho mejor organizar cada etapa de la produccin como una empresa independiente, colaborando en un marco en que unos acuerdos institucionales adecuados garantizan la seguridad de los tratos, con el fin de realizar una produccin flexible que har posible sobrevivir a los cambios desfavorables del entorno.108 Djenme hacerles una propuesta para aplicar esta forma abierta y no lineal de razonar a la historia de Amrica latina entre el descubrimiento y la emancipacin, para usar los dos trminos que emplea el americanismo espaol, que convierte
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Sabel, Charles F. y Zeitling, Jonathan, Historical alternatives to mass production: politics, markets and technology in nineteenth century industrialization, en: Past and Present, n 108 (agosto 1985), pp. 133-176, y World of Possibilities. Flexibility and Mass Production in Western Industrialization, Cambridge, Cambridge University Press, 1997. Clive Behagg, Politics and Production in the Early Nineteenth Century, Londres, Routledge, 1990 haba mostrado ya la lgica de la coexistencia de grandes y pequeas unidades de produccin.

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toda la historia anterior al descubrimiento en prehistoria y, al calificar la etapa posterior como colonial, la reduce a un apndice de la de la metrpoli. En lugar de utilizar la relacin lineal metrpolicolonia, como es habitual, les propongo que consideremos la historia de la Amrica colonial, en una primera y elemental aproximacin, como el resultado de la interaccin de una serie de mbitos engranados: las relaciones con el mundo exterior (con la metrpoli por la va legal y con otros pases por la del contrabando), el mbito de los trficos intercoloniales e intracoloniales del sector productivo criollo (minas, haciendas y obrajes) y la actuacin, de ms corto radio geogrfico, pero posiblemente de mayor trascendencia, de la produccin familiar y campesina.109 Podemos partir, por ejemplo, de la llamada decadencia espaola del siglo XVII, para la que disponemos de una coleccin inagotable de hiptesis explicativas que van de la mera atribucin de la culpa a la mediocre calidad intelectual y humana de los gobernantes hasta la renovada propuesta climtica que ha hecho recientemente Parker.110 Hiptesis que no nos afectan en este caso, puesto que no son vlidas para las Indias, donde no ha habido decadencia, sino que parece claro que, por el contrario, la debilidad del aparato de gobierno de la monarqua se manifest en un
Romano, Ruggiero, Algunas consideraciones sobre los problemas del comercio de Hispanoamrica durante la poca colonial, en: Boletn del Instituto de Historia Argentina Dr. E. Ravignani, 3 serie, 1 (1989), pp. 23-49. 110 Geoffrey Parker ha vuelto recientemente a interpretar la crisis del siglo XVII a escala mundial como la consecuencia de un repentino episodio de enfriamiento global que coloc a muchas zonas de un planeta superpoblado bajo una extrema presin, insistiendo en que no se trata de considerar tan slo el clima, sino que la crisis surgi de una combinacin de los factores naturales y los humanos, del empeoramiento de las condiciones climticas actuando sobre un rgimen demogrfico tenso (Geoffrey Parker, El desarrollo de la crisis en G. Parker, ed., La crisis de la monarqua de Felipe IV, Barcelona, Crtica, 2006).
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cierto grado de liberalizacin econmica colonial.111 Como lo muestra el contraste entre la brutal cada del trfico de metales preciosos oficialmente registrados en Sevilla (a fines del siglo XVII haba quedado reducido a un 10 por ciento de las cifras de su inicio), que sera en realidad fruto de la incapacidad del gobierno espaol para controlarlo y no de una disminucin de la produccin americana. Como parece demostrarlo el hecho de que entre estas mismas fechas de comienzo y fin del siglo XVII hayan aumentado de manera espectacular las exportaciones de Holanda e Inglaterra hacia los mercados asiticos de unos metales preciosos que haban de ser en su mayor parte de origen americano, que pasaron de 3 millones de pesos al ao hacia 1600 a ms de 6 millones hacia 1700. Si el grifo americano se hubiese cerrado, como sugieren las cifras oficiales espaolas, este aumento sera imposible y Europa se hubiera encontrado en 1700 falta de circulacin monetaria y con sus trficos intercontinentales colapsados, lo cual no sucedi.112 El paso siguiente ha de llevarnos a observar en esta orilla del Atlntico los efectos del nuevo proyecto colonial de los Borbones en el siglo XVIII. Visto desde la corte se trataba de una especie de reconquista de las colonias: del establecimiento de un segundo imperio que se ira construyendo con las llamadas reformas borbnicas, cuyo objetivo principal era drenar un mayor excedente econmico hacia la metrpoli
Algo que supo ver tempranamente John Lynch y que plantean J. J. Te Paske y H.S. Klein en The seventeenth-century crisis in New Spain: myth or reality, en: Past and Present, 90 (1981), pp. 116-135. 112 Attman, Artur, The Bullion Flow between Europe and the East, 1000-1750, Gteborg, R. Soc. de Letras y Ciencias, 1981; Antonio Miguel Bernal, La financiacin de la carrera de Indias, Sevilla, Fundacin El Monte, 1993; M. Morineau, Incroyables gazettes et fabuleux mtaux, Cambridge, Cambridge Universiry Press, 1985; J. Everaert, De internationale en koloniale handel der Vlaamse firmas te Cadiz, 1670-1700, Brujas, De Temple, 1973; Carlos lvarez Nogal, Las remesas americanas en la financiacin de la real hacienda. La cuantificacin del dinero de la corona, 1621-1675, en: Revista de Historia Econmica, XVI (1998), n 2, pp. 453-488, etc.
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a travs de reformas administrativas, pero sobre todo con el aumento y endurecimiento de los cobros fiscales y de los controles aduaneros.113 Sin olvidar los rendimientos que se obtenan de la venta de cargos. Algo que en la metrpoli se haca de forma ms o menos disimulada, pero que se converta en un mercadeo descarado en el caso de los cargos destinados al gobierno y administracin de las Indias, incluyendo los que implicaban responsabilidad en la administracin de justicia, que se negociaban con toda publicidad. Se vendan cargos de gobernador, de presidente de la audiencia o de capitn general. Juan Andrs Uztriz, por ejemplo, compr en 1704 los cargos de gobernador y capitn general de Chile por 360.000 reales. Las investigaciones de Francisco Andjar114 sobre los primeros aos del reinado de Felipe V han sacado a la luz la amplitud de estas ventas, que eran tan numerosas que, cuando no quedaban ms cargos disponibles, se vendan plazas de supernumerarios o de futuras, esto es, se venda el derecho de obtener la plaza cuando cesase el que la ocupaba, hasta el punto de vender incluso terceras futuras. La corrupcin implcita en el procedimiento resulta patente si advertimos que se pagaban por algunos cargos sumas enormes que no se hubieran podido compensar con los salarios oficialmente asignados a los mismos. Se vendan, adems, con la facultad de cederlos a otras personas, lo que explica que alguien pudiera comprar de golpe una serie de plazas diferentes, sin que tuviera la intencin de desempear ninguna de ellas, sino tan slo de negociar su reventa.
Burkholder M. A. y Chandler, D. S., De la impotencia a la autoridad. La corona espaola y las audiencias de Amrica, 1687-1808, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1984; J. Fontana y J.M. Delgado, La poltica colonial espaola, 1700-1808, en: Enrique Tandeter y Jorge Hidalgo Lehued, eds., Procesos americanos hacia la redefinicin colonial. Historia general de Amrica Latina, IV, Madrid, Unesco/Trotta, 2002, pp. 17-31. 114 Andjar Castillo, Francisco, Necesidad y venalidad. Espaa e Indias, 1704-1711, Madrid, Centro de Estudios Polticos y Constitucionales, 2008.
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Hay, por ejemplo, un individuo que paga ms de un milln de reales por diez corregimientos en Indias. Investigando este caso concreto Andjar ha encontrado, adems, que ni siquiera lleg a pagar esta suma: se trataba de un joyero que haba proporcionado a la familia real joyas para el casamiento de un infante y las cobraba de este modo, con corregimientos en Indias, ya que era la nica forma en que se le poda pagar. Lo de hacer constar que se le venda por un precio que en teora hubiera debido revertir en la hacienda pblica era tan slo para disimular lo sucio del trato. Incapaz de reformar su propio entorno peninsular y de mejorar all los rendimientos de su hacienda, la corona espaola traslad sus exigencias econmicas a las Indias. Pero lo que sucedi en stas no fue una mera inversin de los beneficios que las colonias haban obtenido del debilitamiento de la administracin metropolitana en el siglo XVII. Para analizar esta nueva etapa hay que partir de las complejas relaciones que se establecan en la colonia en los tres mbitos que antes he mencionado. Polarizando estas relaciones, en una primera aproximacin, tenemos, por una parte, unos grupos dominantes, espaoles o criollos, que no siempre y en todo estaban enfrentados, sino que colaboraban en muchas ocasiones en sus negocios y en la explotacin del campesino y, por otra parte, los campesinos indgenas y un amplio grupo de mestizos, denominaciones que son de naturaleza fundamentalmente econmica y social de clase, si quieren ustedes. Hemos dicho que el vaco dejado por el debilitamiento de la maquinaria administrativa metropolitana en el siglo XVII pudo beneficiar a los grupos locales dominantes y favorecer el desarrollo de las actividades econmicas controladas por ellos, a la vez que permita una cierta expansin de la produccin campesina. Pero el proceso contrario de recuperacin de la administracin metropolitana en el siglo XVIII no poda volver las cosas a su estado anterior, porque procesos de evolucin 108

como estos no son reversibles, sino que cada uno de los grupos afectados por ellos trata de adaptarse a los cambios que se han producido.115 El resultado fue que las oligarquas locales procuraron mantener las formas de explotacin y los niveles de bienestar que haban conseguido anteriormente, trasmitiendo el peso de las nuevas cargas hacia abajo, hacia la economa informal de los campesinos y de las capas populares urbanas, cosa que la administracin toleraba en la medida en que ello no afectaba su preocupacin esencial por acopiar recursos y lo toleraba, entre otras razones, porque en las colonias funcionarios, hacendados y comerciantes estaban estrechamente asociados, hasta hacer difcil distinguir unos de otros116 con el resultado de que, entre todos, aumentaron gravemente la carga de los de abajo. La primera consecuencia de este hecho fue la interrupcin de una trayectoria econmica en ascenso que a mediados del siglo XVIII pareca haber alcanzado un notable grado de articulacin interior, basada en el desarrollo de los trficos intracoloniales, asociados probablemente a una expansin de la produccin textil, no slo de los grandes obrajes sino tambin de los chorrillos, o sea de la pequea produccin artesana campesina. Con referencia a Huamanga se ha dicho que el tejido de los chorrillos cumple entre los siglos XVI y XVIII un rol articulador (...) en el mbito de la regin: las mantas, frazadas, tocuyos asumen el papel de lanzadera entre centros urbanos y zonas rurales, entre obrajes y regin, entre produccin mercantil

Fontana, Josep, Auge y decadencia de la economa del imperio espaol en los siglos XVII y XVIII: una propuesta interpretativa, en: Revista Ecuatoriana de Historia Econmica (Quito), n 3(1988), pp. 83-110; El tocino y el caldo: una reflexin sobre el imperio espaol, en: Ruggiero Romano y Massimo Ganci, eds., Governare il mondo. Limpero spagnolo dal XV al XIX secolo, Palermo, Societ Siciliana per la Storia Patria, 1991, pp. 463-472. 116 Moutoukias, Zacaras, Contrabando y control colonial en el siglo XVII, Buenos Aires, Centro Editor de Amrica Latina, 1988.
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y no mercantil. Por trueque o venta, los tejidos circulan en un espacio realmente grande y sirven para acumular capitales.117 El proceso de aumento de la carga de los de abajo comenz con las alcabalas, que se extendieron a productos locales que antes estaban exentos de pagarlas, y con la creacin de una serie de aduanas interiores, y vino a agravarse con los excesos del reparto forzoso de mercancas importadas, que beneficiaba a los comerciantes y a los corregidores118 e irritaba a los indgenas obligados a adquirirlas. Tpac Amaru se quejar de que nos botan alfileres, agujas de Cambray, polvos azules, barajas, anteojos, estampitas y otras ridiculeces como stas. Hacia 1770 el corregidor de Chichas pretenda vender a sus indios la Ciropedia de Jenofonte y las obras completas del padre Feijo. De 1754 a 1780 los repartos se triplicaron en el virreinato del Per, de 12 millones de pesos a 36, una suma que equivala al valor de cerca de quince millones de das de trabajo. En pocos lugares pudieron los campesinos hacer frente a la carga con la venta de sus frutos; los ms haban de recurrir al trabajo asalariado y en muchos lugares perdan la
Andrien, Kenneth J., The Kingdom of Quito, 1689-1830. The State and Regional Development, New York, Cambridge University Press, 1995, pp. 149-162; Jaime Urrutia, Huamanga. Regin e historia, 1536-1770, Ayacucho, Universidad Nacional de San Cristbal de Humanaga, 1985, p. 159. 118 Golte, Jrgen, Repartos y rebeliones. Tpac-Amaru y las contradicciones de la economa colonial, Lima, Insituto de Estudios Peruanos, 1980; Javier Tord y Carlos Lazo, Hacienda, comercio, fiscalidad y luchas sociales (Per colonial), Lima, Biblioteca peruana de historia, economa y sociedad, 1981; Carlos Sempat Assadourian, El sistema de la economa colonial: mercado interno, regiones y espacio econmico, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1982; Enrique Tandeter, Trabajo forzado y trabajo libre en el Potos colonial tardo, Buenos Aires, Cedes, 1980: Coaccin y mercado. La minera de la plata en el Potos colonial, 1692-1826, Buenos Aires, Sudamericana, 1992 y Poblacin y economa en los Andes (siglo XVIII), en: Revista Andina, 15 (1995), n 1, pp. 7-42; Neus Escandell, Produccin y comercio de tejidos coloniales. Los obrajes y chorrillos del Cusco, 1570-1820, Cusco, Centro Bartolom de las Casas, 1997; Scarlett OPhelan Godoy, Las reformas fiscales borbnicas y su impacto en la sociedad colonial del Bajo y el Alto Per, en: Historia y cultura, Lima, n 16 (1983), pp. 113-128.
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cosecha, el ganado y las semillas. No habr de extraar que la mayor parte de las rebeliones locales de que tenemos noticia tuviesen como uno de sus principales motivos las quejas contra los repartos. Esta situacin benefici, en un primer momento, a los propietarios de haciendas y obrajes, al destruir la produccin familiar campesina que competa con sus productos y forzar a los indgenas a aceptar un trabajo asalariado a bajo precio en las haciendas, los obrajes y las minas; pero acab perjudicndoles, cuando la ruina de la economa informal empobreci a las capas populares y contrajo la capacidad de compra del mercado interior.119 Fue as como se complet el cuadro de una crisis que iba ms all del empobrecimiento de los campesinos y abarcaba desde las haciendas del sur del Per hasta la lite tradicional obrajera-terrateniente de Quito. Las divisiones y las dudas crecieron entonces en las capas intermedias mestizos y criollos de la sociedad colonial. Hasta que las grandes sublevaciones lo cambiaron todo. Las revueltas haban comenzado en Quito con el motn de los barrios de 1765, motivado por una reforma de las alcabalas que iba a gravar el aguardiente. Aqu las capas populares de la capital, los propietarios de las haciendas cercanas y los monasterios que tenan censos sobre estas haciendas parece que andaban de acuerdo en su oposicin a las reformas. Pero las cosas cambiaron radicalmente con la gran revuelta peruana de 1780-1781, donde tambin se haban mezclado inicialmente campesinos con mestizos, con algunos clrigos y ciertos sectores urbanos, en manifestaciones de conflictividad social que alcanzaron una extensin y gravedad nunca conocidas desde el
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Glave, Luis Miguel y Remy, Mara Isabel, Estructura agraria y vida rural en una regin andina: Ollantaytambo entre los siglos XVI-XIX, Cusco, Centro Bartolom de las Casas, 1983, p. 520, Martin Minchom, The People of Quito, 1690-1810. Change and Unrest in the Underclass, Boulder, Westview, 1994, pp. 101-115.

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asentamiento definitivo de la conquista. Hasta que el tomar las revueltas unas direcciones que parecan amenazar los fundamentos mismos de la sociedad colonial, produjeron una grave alarma en los criollos y les llevaron a abandonar sus simpatas iniciales.120 Para comprender las reacciones de estos sectores de la sociedad colonial ante las revueltas no basta con precisar lo que fueron, sino que necesitamos entender lo que los otros pensaron que eran, o que podan llegar a ser, y est claro que los propietarios se alarmaron cuando vieron aparecer signos que hacan creer que las masas indgenas podan tratar de subvertir el orden establecido de la sociedad criolla en un aspecto tan fundamental como el de discutir la legitimidad de las apropiaciones de tierras efectuadas desde la conquista. E incluso ir ms all: los campesinos que asaltaron Oruro en 1781 se proponan suprimir las pensiones a las que estaban sometidos y apropiarse, para el comn, de haciendas, minas e ingenios, y arrasar con la villa y sus pobladores,121 Lo cual permite explicar que los ncleos de criollos, e incluso de mestizos, que inicialmente haban simpatizado con las revueltas, porque se sentan tambin vctimas de las reformas borbnicas, acabaran dando pleno apoyo a la represin. Un miedo semejante se dio en la Nueva Granada ante el movimiento de los comuneros122 y, con nuevos matices y con un desfase de treinta aos, en Nueva Espaa. Toda la economa
OPhelan Godoy, Scralett, Rebellions and Revolts in Eightennth century Peru and Upper Peru, Colonia, Bhlau, 1985; Rebeliones andinas anticoloniales. Nueva Granada, Per y Charcas entre el siglo XVIII y el XIX, en: Anuario de estudios americanos, XLIX (1993), pp. 395-440 y La gran rebelin en los Andes: De Tpac Amaru a Tpac Catari, Cusco, Centro Bartolom de las Casas, 1995; Segundo E. Moreno Yez, Sublevaciones indgenas en la audiencia de Quito, desde comienzos del siglo XVIII hasta finales de la colonia, Quito, Universidad Catlica, 1985/3. 121 Cajas, Fernando, Los objetivos de la revolucin indgena de 1781: el caso de Oruro, en: Revista andina, I (1983), n 2, pp. 407-428 (cita de p. 424). 122 Phelan, John L., El pueblo y el rey. La revolucin comunera en Colombia, 1781, Bogot, Carlos Valencia, 1980.
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mexicana, que estaba articulada en unos circuitos que enlazaban a travs del capital de los miembros del consulado de la ciudad de Mxico la circulacin del comercio de mercancas importadas (de Espaa y de Asia), la produccin agrcola de las haciendas y la industrial de los obrajes y de la minera, se vio gravemente afectada por la poltica de los Borbones. Aqu tambin, finalmente, la insurreccin de Hidalgo acab pareciendo tan amenazadora para el orden colonial criollo como la de Tpac Amaru en los Andes, ya que daba entrada a un componente de reivindicacin de las tierras de las comunidades indgenas usurpadas por los propietarios espaoles o criollos, lo que permiti a las autoridades metropolitanas presentar el movimiento como una explosin de odio racial del indgena contra el criollo de sangre europea.123 Una primera revisin superficial como sta nos muestra la necesidad de enfocar la historia de la Amrica colonial, como he dicho antes, a la luz de la observacin de toda una serie de mbitos engranados, que van desde el comercio con la metrpoli hasta las actividades de la produccin familiar y campesina. Cada uno de estos mbitos tiene su propio ritmo, pero depende de los dems e influye a su vez en ellos, a travs de un juego de respuestas econmicas, pero tambin sociales, y de la actuacin poltica de los grupos de arriba, fijando las normas, y de la revuelta de los de abajo, cuando se pretende forzar unas nuevas reglas del juego demasiado gravosas. Lo ms perturbador del caso es que esta forma de plantear los problemas nos lleva a ver las historias nacionales de los pases independizados como una continuacin de la vieja historia colonial del hispanismo acadmico, encaminada
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Tutino, John, From Insurrection to Revolution in Mxico: Social Bases of Agrarian Violence, Princeton, Princeton University Press, 1986; Romeo R. Flores Caballero, La contrarevolucin en la independencia. Los espaoles en la vida poltica, social y econmica de Mxico, 1804-1838, Mxico, El Colegio de Mxico, 1973; Pedro Prez Herrero, Plata y libranzas, Mxico, El Colegio de Mxico, 1988.

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ahora a legitimar, a travs de los nuevos estados, con su legado fundacional de libertadores y prceres, las sociedades actuales. Una visin que sigue dejando en la oscuridad, reducidos a perturbadores o a comparsas, las grandes masas de pobladores campesinos, para quienes la lucha era sobre todo, como siegue sindolo en Mxico, en Guatemala, en Colombia o en Brasil, una lucha por la tierra. La historia oficial de las repblicas suele eludir, por ejemplo, ocuparse de las dificultades que hubo para incorporar las masas campesinas indgenas a un proyecto nacional. La construccin de los estados-nacin en territorios hasta entonces escasamente articulados, y con poblaciones diferenciadas tnica y culturalmente, no iba a resultar un problema sencillo, como lo demuestra que pueda decirse todava hoy, desde Colombia, que el proyecto de construir la nacin sigue siendo todava una realidad inconclusa, atravesada por toda clase de conflictos culturales.124 Esta historia ha olvidado muchos elementos de las luchas del pasado latinoamericano, desde los quilombos de esclavos fugitivos hasta la creacin de repblicas campesinas en Colombia, tras el perodo llamado de la violencia, de 1946 a 1965, en que los terratenientes recuperaron la tierra y el poder, a costa de que ms de 200.000 seres humanos perdieran la vida. Y nos dificulta, con ello, comprender algunos de los problemas ms graves que siguen vivos en el presente. Como se ve, romper con las viejas narraciones lineales, donde todo el conflicto se reduca a la oposicin binaria colo124

Munera, Alfonso, El fracaso de la nacin. Regin, clase y raza en el Caribe colombiano, 1717-1821, Bogot, Banco de la Repblica, 1998, p. 223; Jos Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, estados: orgenes de la nacin argentina, 18001846, Buenos Aires, Ariel, 1997; Michael P. Costeloe, Response to Revolution. Imperial Spain and the Spanish American Revolutions, 1810-1840, Cambridge, Cambridge University Press, 1986; Jos Jobson de Andrade Arruda, Mercado nacional e mundial entre o estado e a nao: Brasil da colnia ao imprio, en: Actas dos 3os. Cursos Internacionais de Cascais, Cascais, Cmara Municipal de Cascais, 1997, III, pp. 195-206.

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nizador-colonizado, acaba conducindonos a planteamientos peligrosamente subversivos. Volvamos, si les parece, para acabar, al terreno de la globalizacin, un trmino que se usa de manera tan amplia como confusa, con una recepcin ambivalente: Los defensores del capitalismo y de la libertad de comercio se ha dicho ven la globalizacin como una fuerza positiva y progresiva que crea puestos de trabajo y eleva en ltima instancia los niveles de vida en el mundo entero. Los crticos la ven como un medio para expropiar los recursos de los pases pobres, hundindolos en el endeudamiento, llevndoles a usar el trabajo mal pagado de los pobres y acelerando la degradacin del medio ambiente .125 Y es que ambos aspectos se dan conjuntamente. Lo mejor es considerar eso que llamamos convencionalmente globalizacin como el momento actual de un proceso de convergencia, como una aceleracin del ritmo evolutivo que puede resultar positiva cuando se refiere a algo que lo sea por su propia naturaleza, y negativa en caso contrario. Algo que nos afecta especialmente a los historiadores porque, como ha dicho Hopkins: Sus protagonistas se dirigirn cada vez ms a la historia para encontrar apoyo. A los historiadores nos toca la obligacin de asegurarnos cuando menos de que la historia que se utilice se base en evidencia y no en datos extrapolados, y de esforzarnos en ver cmo podemos utilizar, en contrapartida, argumentos acerca del presente para mejorar nuestra comprensin del pasado.126 Slo a la luz del conocimiento del presente se pueden explorar aquellas zonas del pasado que pueden ayudarnos en la tarea de ensear a los hombres y mujeres de nuestro entorno, en estos tiempos de perspectivas tan sombras, aquello que Walter
Hopkins, A. G., ed., Globalization in World history, Londres, Pimlico, 2002, cita de pp. 1-2. 126 Hopkins, A. G., Globalization in world history, p. 9.
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Benjamn acert a describir con tanta precisin: a descubrir las fuerzas oscuras a que su vida ha sido esclavizada.127 Pienso que la historia que hemos de investigar, escribir y ensear debe estar orientada a reflexionar acerca de los problemas fundamentales de nuestro tiempo. Como, por poner un ejemplo, a buscar las causas de los dos grandes fracasos del siglo XX: de la barbarie que lo ha caracterizado, con el fin de evitar que se reproduzca en el futuro (y, por lo que estamos viendo, en este nuevo siglo las cosas van por el mismo camino) y, sobre todo, de la naturaleza de los mecanismos que han dado lugar a que, pese al innegable enriquecimiento global que han aportado los avances de la ciencia y de la tecnologa, haya aumentado la desigualdad, desmintiendo las promesas de los proyectos de desarrollo global que se formularon despus de la segunda guerra mundial. Unos mecanismos creadores de desigualdad que siguen actuando hoy, porque una globalizacin que se nos quiere presentar como progresiva, tiene como consecuencia que sus operaciones incontroladas estn produciendo una redistribucin de la riqueza en tres sentidos: de los pobres a los ricos en el interior de cada pas, de los pases pobres a los pases ricos a escala mundial y del futuro al presente en las expectativas de todos nosotros. Porque el problema no es slo que existan desigualdad y pobreza, sino que vivimos en un sistema que lleva a que una y otra crezcan. Crecen en el interior de los propios pases desarrollados, como se puede ver por el hecho de que los porcentajes de pobreza aumenten ao a ao en Estados Unidos: segn las ltimas cifras del censo norteamericano un 125 por ciento de sus habitantes, esto es uno de cada ocho, vive por debajo del lmite de la pobreza, en un pas donde cerca de 46 millones de ciudadanos carecen de seguros mdicos y en que el servicio social que supera ms claramente a los de otros pases avanzados es la
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Benjamin, Walter, Direccin nica, Madrid, Alfaguara, 2005/4, p. 30.

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crcel, puesto que tiene en la actualidad 726 presos por cada 100.000 habitantes, o sea una proporcin cinco veces mayor que la de Gran Bretaa y 8 veces mayor que la de Francia.128 Crece tambin la desigualdad de pas a pas: el Banco Mundial acaba de rectificar sus estimaciones de la pobreza en el mundo, reconociendo que la realidad es mucho peor de lo que inicialmente haba calculado. Estima ahora que en 2005 haba 1.400 millones de seres humanos que vivan con ingresos inferiores a 125 dlares al da y sostiene que no es previsible que esta cifra baje por debajo de los mil millones antes de 2015. Un 42 por ciento de los habitantes de la India y por lo menos un 50 por ciento de los del frica subsahariana estn por debajo de estos niveles de pobreza.129 Qu puede hacer el historiador ante estos problemas? Explicar sus orgenes y su evolucin, con el fin de ayudar a formar una conciencia colectiva; ensear desde la escuela a que cada uno mire a su alrededor, se entere del mundo en que vive, piense por s mismo y escoja su propia respuesta a estas realidades. No estoy diciendo que slo se deba ensear la historia contempornea ms reciente, la que aparece en las noticias de la televisin, sino que nuestro estudio del pasado debe estar en lo posible orientado a arrojar luz sobre las cuestiones fundamentales que preocupan en estos momentos a la sociedad en que vivimos, ya sea buscando la viejas races de problemas actuales, ya mostrando posibilidades alternativas o poniendo de relieve el carcter contingente de mucho de lo que se nos suele presentar como fatalmente condicionado. Tenemos una gran responsabilidad ante una sociedad a la que no slo hemos de explicarle qu sucedi en el pasado, que en el fondo es la parte menos importante de nuestro trabajo,
Laszlo, Erwin, The Chaos Point. The World at the Crossroads, Charkittesville, Va, Hampton Road Publ, 2006, pp. xix-xxi; tomo las cifras del censo de The Economist, 3 de agosto de 2008. 129 An even poorer world, editorial del New York Times del 2 de septiembre de 2008.
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sino que hemos de ensearle a no aceptar sin crtica nada de lo que se pretende legitimar a partir de este pasado, y a no dejarse manipular por quienes pretenden jugar con los sentimientos y los prejuicios colectivos para inducirles a no utilizar la razn. En este tiempo supuestamente feliz en que se supona que la evolucin de las sociedades humanas haba llegado a la perfeccin, resulta que ha vuelto a haber, como sucedi en 1968, una generacin de jvenes que no acepta de buen grado el mundo que van a heredar de nosotros y que se revuelven contra l. Lo malo es que estos nuevos rebeldes, como les sucedi a los de Pars en 1968, actan movidos por un rechazo moral, y no tienen muy claro cmo se puede construir un sistema alternativo al que combaten. Necesitamos repensar el futuro entre todos para encontrar caminos hacia delante. Pero el futuro slo se puede construir sobre la base de las experiencias humanas, esto es sobre el conocimiento del pasado, y aqu el papel de quienes trabajamos en el campo de la historia es indispensable. Aunque slo sea para evitar que se siga intoxicando a la gente con una visin desesperanzadora que sostiene que todo intento de cambiar las reglas del juego social lleva necesariamente al desastre. Quienes seguimos considerndonos de izquierda lo que, para m, significa fundamentalmente que creemos que hay muchas cosas que no estn bien y que se pueden, y deben, mejorar pensamos que el estudio de la historia debera servir para ayudarnos a refundar la utopa, porque, como se ha dicho, en un tiempo de resignacin poltica y de cansancio el espritu utpico es ms necesario que nunca.130 Una historia como la que reivindico no puede basarse en manuales que definan sus contenidos, porque estos los hemos de ir construyendo entre todos y habr que renovarlos da a da desde la experiencia del trabajo y desde la necesidad de adaptarlos a una realidad cambiante. Debe ser una historia
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Jacoby, Russell, The End of Utopia. Politics and Culture in an Age of Apathy, New York, Basic Books, 1999, p. 181.

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que no se haga desde el distanciamiento del archivo, sino en el interior de este mundo revuelto en que vivimos, como peda mi amigo Moreno Fraginals, que quiso mantener estas ideas en su prctica de investigador y de docente, y consigui con ello que lo excluyesen de la universidad cubana, porque los disidentes estorban en todas partes. Una historia que cumpla con la exigencia que formulaba Marc Bloch de convertirse en la voz que clama en la plaza pblica y que nos ayude, como peda el malogrado historiador peruano Flores Galindo, a recuperar la dimensin de la utopa, lo cual significa, como dijo un poeta de mi tierra, a recuperar la conviccin de que todo est por hacer y todo es posible. O, si lo quieren ustedes dicho en las palabras del viejo Tom Paine, que est en nuestras manos comenzar el mundo de nuevo. Esta es la clase de historia que necesitamos para el siglo XXI, la que puede conseguir que nuestro trabajo sea til en trminos sociales, aunque resulte polticamente incmodo. Lo que necesitamos en el terreno de la metodologa es todo aquello que, dentro del rigor de la racionalidad y de las exigencias bsicas de la ciencia en la primera carta que me escribi, mi maestro Pierre Vilar me adverta: no es una ciencia fra lo que queremos, pero es una ciencia, nos sirva para responder a las necesidades sociales de nuestro tiempo y de nuestro entorno.

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POR UNA NUEVA HISTORIA DE LA GUERRA FRA

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La historia de los aos que van del fin de la Segunda guerra mundial hasta la cada del rgimen sovitico en 1989 suele presentrsenos con la denominacin global de la guerra fra, que se define como el enfrentamiento a escala mundial entre los dos bloques capitaneados por los Estados Unidos y la Unin sovitica respectivamente. Ha habido, por ello, dos versiones contrapuestas de esta historia, cada una de acuerdo con la ptica de uno de los bandos, pero como, finalmente, gan el primero de ellos, es la de ste la que ha acabado dominando, que es la que la interpreta como una cruzada dirigida por los Estados Unidos contra un enemigo que aspiraba a conquistar el mundo para dominarlo. Esto ha impreso un sesgo a la mayor parte de lo que se ha escrito y se escribe todava acerca de la historia de estos aos, y en buena medida de los posteriores, puesto que muchos problemas han seguido sin una clara solucin de continuidad; por poner un solo ejemplo, la guerra de Corea no ha llegado nunca a su fin, ya que slo se firm un armisticio y no un tratado de paz, y subsisten an de esta confrontacin rasgos tan importantes como la particin del pas en dos estados.
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Conferencia dictada el 22 de octubre de 2008. Sala Amrica, Biblioteca Nacional de Chile.

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Este sesgo tiende a mostrarnos la guerra fra como un enfrentamiento entre los buenos y los malos, en los trminos ntidos en que esto aparece por ejemplo en las pelculas del oeste norteamericano, que no en vano eran uno de los gneros preferidos por quienes organizaban y censuraban el cine de estos aos. Las batallas de los buenos son siempre combates por la libertad. E incluso en aquellos casos en que los propios dirigentes de alguna de las diversas guerras que se desarrollaron en el perodo han acabado reconociendo su error, como hizo Robert McNamara, que fue secretario de Defensa norteamericano de 1961 a 1968, con los presidentes Kennedy y Johnson, respecto de la guerra de Vietnam, cuando admiti pblicamente que haba sido un tremendo error, todava se puede ver cmo en 2006, un libro publicado por la Universidad de Cambridge sostiene que Vietnam del Sur era vital para los intereses de los Estados Unidos y que la poltica de defenderlo fue correcta.132 Son muchos los que siguen pensando que no se pueden hacer concesiones al enemigo de ayer: un libro muy reciente sobre las intervenciones de los presidentes norteamericanos en Amrica Latina sostiene, al referirse a la que tuvo como objetivo Chile: Nixon tena sobradas razones para aborrecer a Allende.133 No habr de extraar demasiado que esta vieja historia de buenos y malos, que nos sirve de muy poco para entender el mundo en que vivimos, haya perdido todo su inters. Hace unos meses Roger Cohen publicaba en el New York Times un artculo con el ttulo de La guerra fra como historia antigua, en que explicaba su sorpresa al encontrarse con un estudiante de 17 aos en lo que antes fue el Berln oriental que, cuando le pregunt qu pensaba sobre el comunismo contest: Me parece que eso es algo
Moyar, Mark, Triumph Forsaken. The Vietnam War, 1954-1965, New York, Cambridge University Press, 2006, p. xxii. 133 Grow, Michael, U.S. Presidents and Latin American Interventions. Pursuing Regime Change in the Cold War, Lawrence, University Press of Kansas, 2008, p. 93.
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de lo que se habl en una leccin de historia, pero ese da yo estaba enfermo. Cohen se escandalizaba de que estos muchachos ignorasen la epopeya de los Kennedy y compaa que les devolvieron la libertad de que hoy gozan. Pero l, en cambio, no supo entender, cegado por su propio discurso de viejo estilo, lo que significaban las palabras que le dijo la profesora de esta misma escuela, Heike Krupa, una mujer de 45 aos que haba vivido en la Alemania oriental: aquello por lo que luchbamos no era una Alemania unida, sino para construir un socialismo mejor, y, por ello, esto no es lo que deseaba, aunque he acabado acostumbrndome.134 Empieza a haber, pero son an muy pocos, libros que explican otra historia de la guerra fra que puede interesarnos ms y que, sobre todo, sirve para entender mejor la realidad del mundo actual. Melvyn Leffler, por ejemplo, en La guerra despus de la guerra,135 se interroga acerca de la racionalidad de un conflicto que amenaz la supervivencia de la humanidad, y lo hace a la luz de los documentos publicados en estos ltimos aos, que demuestran que tanto los dirigentes de un bando como los del otro eran conscientes de que aquella rivalidad global desviaba recursos de las prioridades domsticas y de que la carrera de armamentos tena poco sentido. Sabemos, por ejemplo, que en 1961 los Estados Unidos tenan una enorme superioridad de armamento sobre los soviticos, tanto en lo referente al nmero de cabezas nucleares como al de medios de transportarlas: se calculaba que los norteamericanos disponan de 175 misiles intercontinentales, por slo 72 los soviticos y se supona que bastaban 400 ICBM para matar a la mitad de la poblacin de la Unin sovitica. Pero los militares norteamericanos pedan que se construyesen
Cohen, Roger, The Cold war as ancient history, en: New York Times, 4 de febrero dd 2008. 135 Barcelona, Crtica, 2008; la edicin original, For he Soul of Mankind, New York, Hill and Wang, 2007.
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2.400 ms (esto es, los suficientes como para matar tres veces a la poblacin sovitica, como si matar tres veces a alguien tuviera sentido). Robert McNamara, que era entonces secretario de Defensa, le dijo a Kennedy que estaba polticamente muerto si construa menos de mil, y ste lo acept, aunque saba que esto no servira ms que para acelerar intilmente la carrera de armamentos en que los dos bandos gastaron sumas que hubieran bastado para transformar sus respectivas sociedades, y hasta para acabar con la pobreza en el mundo. Se daban cuenta adems, aade Leffler, de que la Guerra fra les implicaba en guerras civiles y en conflictos regionales en Asia y en frica que tenan escasa relacin con los intereses vitales de sus propios pases, y de que crisis locales en lugares lejanos podan embarcarles en una escalada de medidas que poda descontrolarse y conducir a una confrontacin nuclear. Los gobiernos matiza, estn dirigidos por hombres y mujeres con ideas y con memorias histricas. Sus creencias y sus recuerdos influyen en su comprensin de lo que est sucediendo en el mundo, dan forma a sus percepciones de las amenazas y de las oportunidades, y les inspiran sueos acerca de lo que puede conseguirse (...). Por otra parte, estos hombres y mujeres no siempre pueden hacer lo que quisieran, porque estn condicionados por grupos domsticos de intereses, por la opinin pblica y por poderosas burocracias (). Ningn lder, en ningn lugar del mundo, acta en un vaco en que la poltica pueda hacerse sin tomar en cuenta las opiniones pblicas, las burocracias y los grupos de intereses. Este ltimo punto, en concreto, permite entender mejor algunas de las actuaciones de los presidentes norteamericanos en Amrica Latina, que estuvieron en ocasiones determinadas por la necesidad de satisfacer las demandas de unos sectores de la opinin pblica de su pas que tenan una concepcin paranoica de la supuesta amenaza roja. En la Guayana Britnica, por ejemplo, donde estaba claro que, cuando se produjese 124

la independencia, el poder iba a caer en manos del Peoples Progressive Party de Cheddi Jagan, un izquierdista de retrica marxista, Kennedy intervino para impedir su acceso al poder porque no poda permitirse algo que se pareciese a una nueva Cuba si quera ser reelegido en 1964 (Jagan no pudo llegar a la presidencia de su pas hasta 1992, 28 aos despus). Esta forma de enfocar el estudio de la Guerra fra significa una clara mejora sobre la tradicional. En lugar de partir de una interpretacin previamente establecida, nos invita a acercarnos a los problemas para tratar de entenderlos, analizndolos con las perspectivas contrapuestas de cada uno de los actores. Pero hay ms correcciones que conviene hacer. Si queremos considerar la guerra fra como un problema global, y no como un mero enfrentamiento entre dos potencias, hay que darle una nueva dimensin: la de los costes que asumieron, no slo los dos contendientes principales, sino el conjunto del mundo, por aquella insensata aventura. Djenme plantearlo de otro modo. En 1945, al concluir la Segunda Guerra Mundial, los vencedores nos prometieron el inicio de una nueva poca en que veramos la extensin de la democracia al mundo entero, el fin del dominio colonial, una paz perpetua garantizada por esa especie de gobierno universal que iba a ser la Organizacin de Naciones Unidas y la desaparicin de la pobreza en el mundo, gracias a las perspectivas que planteaban nuevos avances tecnolgicos que parecan ofrecer oportunidades ilimitadas de crecimiento. La verdad es que todo esto era posible, y que se dispona de los recursos para realizarlo. Sesenta y tantos aos despus, sin embargo, resulta evidente que nada de esto se ha cumplido, lo cual debera conducirnos a pensar que el principal inters que debe tener el estudio de lo sucedido en estos aos ha de ser, precisamente, el de averiguar las causas que han llevado a que las promesas de 1945 no se hayan realizado, que es lo que ms nos afecta e importa a todos. Lo cual nos ha de obligar a plantearnos el 125

estudio de los acontecimientos de la guerra fra con una ptica muy distinta a la de la historiografa tradicional. Para empezar, fue precisamente la dinmica de la guerra fra la que impidi que hubiera paz en el mundo. No se trata tan slo de los conflictos en que intervino ms o menos directamente una de las dos grandes potencias enfrentadas, como los de Corea, Vietnam o Afganistn, sino que la interferencia de stas las llev a apoyar a dictadores sangrientos y a financiar guerras civiles en Asia, frica o Amrica Latina. He citado el caso de la guerra de Corea, que no ha terminado oficialmente an, pero hay ms herencias de este pasado: en Afganistn se siguen desarrollando hoy unos combates que se iniciaron en realidad en 1980, cuando los Estados Unidos, Arabia Saudita y Pakistn se aliaron para dar apoyo a las milicias islamistas, y hay conflictos, como los de Somalia o del Congo, que prolongan en la actualidad viejas guerras civiles provocadas muchos aos atrs por las interferencias de las grandes potencias. Volvamos sin embargo al pasado y demos, si les parece, una rpida ojeada al precio que Amrica Latina pag por este conflicto global que le vena de fuera. Acabada la Segunda guerra mundial los Estados Unidos anunciaron a los pases del sur, en el transcurso de la Novena Conferencia Interamericana, celebrada en Bogot en 1948, que no iba a haber para ellos una ayuda parecida a la del Plan Marshall para Europa, uno de cuyos objetivos principales era impedir que los partidos comunistas de los pases europeos accediesen al poder por la va parlamentaria. Y es que en 1948, a diferencia de lo que ocurra en Europa, el comunismo no era seriamente peligroso en Amrica Latina, segn opinaba el departamento de Estado. Lo que explica que Dean Acheson, el hombre que control la poltica exterior norteamericana durante buena parte de la presidencia de Truman, dijera en privado, refirindose a los pases latinoamericanos: puesto que de todos modos van a estar con nosotros, para qu molestarnos en ayudarles?. Para Acheson los problemas de Amrica Latina se reducan a los que causaba la inferioridad de unos pueblos de 126

cultura hispano-india o sin ninguna cultura. El diagnstico no poda ser ms simple. Les leo lo que escribi en sus memorias: Una poblacin explosiva, una economa estancada, una sociedad arcaica, una poltica primitiva, una ignorancia masiva, analfabetismo y pobreza, todo esto haba contribuido ampliamente a la creacin de muchas crisis locales, que tienden a fundirse en una de mbito continental.136 Lo malo fue que este menosprecio les llev a desconfiar de cualquier proyecto de poltica reformista en unos momentos, de 1944 a 1946, en que estaban surgiendo en Amrica latina una serie de movimientos democratizadores que hubieran podido contribuir a cambiar el panorama poltico de un continente en que los aos de la gran depresin haban favorecido la aparicin de gobiernos autoritarios. En este escenario lo que preocupaba sobre todo a los norteamericanos no eran todava los comunistas, sino los polticos latinoamericanos nacionalistas, partidarios del proteccionismo y opuestos a las inversiones norteamericanas, lo cual explica que, desde su perspectiva, lo menos arriesgado fuesen las dictaduras estables, que podan tolerarse en nombre de la no interferencia en los asuntos internos de estos pases.137 La primera amenaza comunista (por lo menos en la percepcin norteamericana) que se combati fue en 1954 la de Guatemala, donde no haba tal comunismo, sino tan slo un intento de realizar una reforma agraria, expropiando las tierras que no se cultivaban, por las que sus propietarios recibiran, como compensacin, el valor por el que las declaraban para el pago de impuestos. Con la ayuda de bombarderos norteamericanos se derrib al gobierno que se haba atrevido a tanto y se coloc en el poder al primero de una larga serie de dictadores.
Acheson, Dean, Present at the Creation. My Years in the State Department, New York, Signet, 1970, p. 341; en las mil pginas de este volumen los problemas de Amrica Latina ocupan menos de dos. 137 Torres del Ro, Csar, Diplomacia y guerra fra. Amrica Latina, 1945-1948, Bogot, Fundacin Nueva poca, 1992.
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 De todos los crmenes de la guerra fra en el mundo entero, el de Guatemala, lo que Greg Grandin ha llamado la ltima masacre colonial, es uno de los peores. Porque el precio por defender las propiedades de una compaa bananera, que se arruin al cabo de pocos aos, fue iniciar una larga etapa de violencias que, de acuerdo con las investigaciones de una comisin de la verdad patrocinada por las Naciones Unidas, lleg a producir 161.500 asesinatos y 40.000 desaparecidos, con un total de 658 masacres documentadas y la evidencia de que de 1981 a 1983 el estado llev a cabo una poltica deliberada de genocidio contra la poblacin maya.138 Lo malo, adems, es que una larga etapa de violencias como esta no se supera fcilmente. Hoy, al cabo de ms de diez aos de paz, Guatemala sigue siendo escenario de muertes violentas, con un ejrcito que, impune por los crmenes cometidos en el pasado, continua matando, y unos terratenientes (un 15 por ciento de los propietarios poseen el 625 por ciento de la tierra) que se niegan a cualquier reforma. La polica echa de las fincas con violencia a los campesinos que se han instalado para cultivarlas e incendia sus casas y sus cosechas. De verdad mereca la pena verter tanta sangre, y llegar en ltima instancia a la destruccin entera de un pas, para evitar una reforma agraria como la de Arbenz?139
Grandin, Greg, The Last Colonial Massacre. Latin America in the Cold War, Chicago, University of Chicago Press, 2004. 139 Eisenhower, Milton S., Informe del Dr. Milton S. Eisenhower sobre las relaciones entre los Estados Unidos y Amrica Latina, Ciudad Trujillo, Secretara de estado del tesoro y del crdito pblico, 1954, p. 15; e Richard H. Immerman, The CIA in Guatemala. The Foreign Policy of Intervention, Austin, University of Texas, 1982; Nick Cullather, Secret History. The CIAs Classified Account of its Operations in Guatemala, 1952-1954, Stanford, Stanford University Press, 1999; Max Holland, Private sources of U.S. foreign policy: William Pailey and the 1954 coup dtat in Guatemala, en: Journal of Cold War Studies, 7 (2005), n 4, pp. 36-73; Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, Guatemala: nunca ms. Informe del Proyecto Interdiocesano Recuperacin de la Memoria Histrica, Versin abreviada, San Sebastin, Tercera Prensa, 1998.
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En el nico caso de implantacin de un rgimen comunista en Amrica Latina, el de Cuba, sabemos que fueron Eisenhower, primero, y Kennedy, ms tarde, forzados por la paranoia de los militares y de la derecha norteamericana, quienes echaron a Castro en brazos de Mosc. Cuatro meses despus de la fracasada invasin norteamericana de Baha de Cochinos Ernesto Che Guevara contact en Uruguay con Richard Goodwin, un joven asesor de asuntos latinoamericanos de la Casa Blanca, ofreciendo el inicio de negociaciones, con el compromiso de no aliarse a Mosc y de reconsiderar su poltica de apoyo a la revolucin en el continente americano. Temiendo que un acuerdo con Cuba poda verse como una victoria de Castro, y consciente de la resistencia que iba a encontrar entre los polticos y los militares norteamericanos, Kennedy no tom en cuenta la oferta. Guevara acab al verano siguiente en Mosc, donde los soviticos iban a proponer a los cubanos que les permitiesen instalar en la isla los msiles que haban de defenderles de la esperada invasin norteamericana.140 Hay otros muchos casos de proyectos reformistas combatidos a sangre y fuego, o de polticos arrojados violentamente del poder porque en Washington se les consideraba, por lo general sin razn suficiente, como demasiado avanzados. En la Repblica dominicana, por ejemplo, se haba echado del poder en 1963, con el apoyo de los empresarios y los militares locales, a Juan Bosch, a quien se tena por demasiado izquierdista. Pero cuando dos aos ms tarde se produjo un movimiento para volverle a la presidencia, Johnson, alegando, sin ninguna razn, que era inminente que se apoderasen de la repblica elementos dominados por los comunistas, intervino
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Sobre las conversaciones entre Guevara y Richard Goodwin, David Talbot, Brothers. The Hidden History of the Kennedy Years, New York, Free Press, 2007, pp. 55-64 (trad. espaola, La conspiracin, Barcelona, Crtica, 2008). Al parecer, Kennedy volvi a intentar una negociacin en los ltimos meses de su vida, Kennedy sought dialogue with Cuba, en: National Security Archive, 24 de noviembre de 2003.

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militarmente para evitarlo y abri en 1966 el camino del poder a Joaqun Balaguer, que inici ocho aos de persecuciones y de terror, protagonizados por la Banda, un grupo de desertores de los partidos de izquierda y de asesinos a sueldo, que fueron responsables de buena parte de las cuatro mil vctimas del terrorismo de estos aos. A juicio de un historiador norteamericano actual, la intervencin de los Estados Unidos en la Repblica Dominicana parta de una estimacin errnea de la realidad y fue tan slo un ataque trgicamente equivocado contra las fuerzas del cambio progresista en Amrica Latina.141 Tras de estas decisiones de intervenir en la poltica de los pases del sur haba, generalmente, una gran ignorancia de sus realidades recuerden ustedes que en 1982 Reagan, de regreso de un viaje por Amrica central, les dijo a los periodistas norteamericanos: He aprendido mucho. Os sorprendera, pero resulta que todo aquello son pases distintos y un profundo desprecio por sus habitantes. Antes de intervenir en la Repblica dominicana, un artculo de John N. Plank en Foreign Affairs justificaba la legitimidad de esta actuacin con este despectivo juicio sobre el pas: La Repblica Dominicana () ha tenido una triste carrera como estado independiente. Miserablemente pobre, poltica y socialmente primitiva, sin nada que la distinga en el terreno intelectual y cultural, ha sido un desecho arrastrado por las grandes mareas de los siglos diecinueve y veinte: un objeto y no un sujeto en la escena internacional.142 No era mucho mejor la opinin que Nixon tena de los chilenos cuando en septiembre de 1970 un memorndum del jefe de la Divisin del Hemisferio Occidental de la CIA comunicaba que el presidente Nixon ha decidido que un rgimen Allende en Chile no es aceptable para los Estados Unidos. La reciente publicacin de las conversaciones telef141 142

Grow, U.S. Presidents, p. 92. Plank, John N., The Caribbean: intervention, when and how, en: Foreign Affairs, 44 (1965-1966), pp. 37-48.

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nicas de Kissinger nos muestra al secretario de Estado, William Rogers, proponiendo que se busquen formas de entendimiento con Allende, preocupado por el efecto que puede causar en el pblico el hecho de que Nixon haya decidido derribar un gobierno elegido democrticamente, frente a la actitud totalmente decidida del presidente, que pocos das despus de haberse realizado el golpe se lamenta de que la prensa liberal no les comprenda y le dice a Kissinger: En tiempos de Eisenhower hubiramos sido considerados unos hroes.143 Tras el fracaso de la operacin de 1961 contra la Cuba castrista, que demostr que era inviable repetir xitos como el de Guatemala ms all del mbito del Caribe, se opt por establecer alianzas permanentes con los militares de los pases del sur, a los que se les proporcionaban armas y apoyo. Se organizaron cursos para latinoamericanos en las escuelas militares del norte y, sobre todo, en la School of the Americas, en que se formaban jefes militares y de polica. De esta escuela salieron, entre otros, el general Galtieri, jefe de la junta argentina; Manuel Callejas, que dirigi los servicios de informacin de Guatemala; Roberto dAubuisson, jefe de las escuadras de la muerte de El Salvador, ms de cien de los 246 oficiales colombianos denunciados en 1993 por crmenes de guerra o diecisiete de los veinte asesinos que en 1989 mataron a un grupo de jesuitas espaoles en El Salvador.144 En los aos sesenta se intent, como alternativa, una poltica de apoyo a regmenes estables, basados en la alternancia pacfica de dos grandes partidos que representasen,
Kissinger estuvo grabando en secreto sus conversaciones telefnicas desde 1969 hasta 1977; estas grabaciones eran destruidas despus de haber sido transcritas por sus secretarios. Al dejar el cargo en 1977 se llev 30.000 pginas de transcripciones, alegando que eran papeles personales, pero han sido finalmente desclasificadas. Vase, sobre esto, la prepublicacin de National Security Archive en su web: Electronic Briefing Book 255, 10 de septiembre de 2008. 144 Gill, Lesley, The School of the Americas. Military Training and Political Violence in the Americas, Durham, Duke University Press, 2004.
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ms o menos verosmilmente, a la derecha tradicional y a una izquierda liberal, con el apoyo de los respectivos ejrcitos para mantener a raya a unos disidentes que, alejados de este juego poltico restringido, y perseguidos con saa cuando intentaban protestar, tenan pocas salidas ms que la revuelta. Con ello se evitaba el riesgo de que la continuidad de las dictaduras pudiera acabar desencadenando una protesta social incontrolable, pero, al propio tiempo, se cerraba el acceso a la vida poltica legal de los otros grupos y se alimentaba una cultura insurreccional. Esto se concret en Colombia en el pacto de Sitges-Benidorm, acordado en julio de 1956 entre Laureano Gmez y Lleras Camargo, que hizo posible el rgimen de Frente Nacional que durante diecisis aos asegur la alternancia en el poder de los dos partidos, liberal y conservador, y en Venezuela en el Pacto de Punto Fijo, firmado en octubre de 1958. Con la estabilidad alcanzada, ambos pases se convirtieron en el tipo de sociedades latinoamericanas con las que los Estados Unidos aspiraban a colaborar, al igual que suceda con Chile, el tercer pas modelo del nuevo sistema de relaciones. El problema era que si con esta frmula se consegua una cierta tranquilidad poltica, los problemas sociales no se resolvan, sino que simplemente se aplazaban. Kennedy hizo en 1962 un discurso en Bogot en que reconoca los errores cometidos por los Estados Unidos en el pasado y anunciaba su decisin de colaborar con el programa de Alianza para el progreso a mejorar el bienestar de estos pases. Pero, a su vez, peda a los empresarios y terratenientes locales que reconociesen tambin sus propios errores y asumieran sus responsabilidades, porque sin una poltica de reforma agraria y de reforma fiscal, las esperanzas de progreso podran, dijo, consumirse en unos pocos meses de violencia. El diagnstico era claro, pero la naturaleza misma de los regmenes polticos de Colombia y de Venezuela implicaba su incapacidad para desarrollar las polticas de reforma que 132

hubieran sido necesarias para cambiar las cosas. Ambos pases se beneficiaron de las ayudas norteamericanas, concebidas como parte de un programa que exiga de sus receptores la solidaridad con los Estados Unidos contra cualquier manifestacin subversiva en su territorio, y las aprovecharon sobre todo para el momento de una inversin industrial orientada a la sustitucin de importaciones. Los tmidos intentos de reforma agraria, en cambio, no tuvieron resultados apreciables, porque el precio a pagar por los acuerdos polticos entre las oligarquas locales era el de dejar sin resolver los problemas de fondo, y en especial los que derivaban del desigual reparto de la propiedad agraria, fruto en muchos casos de la apropiacin ilegtima de las tierras cultivadas tradicionalmente por los campesinos, y agravada por la forma en que los terratenientes, asociados al ejrcito y al poder poltico, explotaban el trabajo de stos. Si los ingresos del petrleo permitieron aplazar el problema en Venezuela, en Colombia prosigui una violencia en que cientos de miles de campesinos perdieron sus tierras, cuando no sus vidas. Algo que, lamentablemente, parece no haber concluido todava en un pas en que, por no citar ms que uno de los signos del conflicto, los asesinatos de sindicalistas, ms de 2.500 desde 1986, quedan generalmente impunes. De lo cual no suele decir nada la prensa internacional que se emociona, en cambio, por la suerte corrida por la seora Betancourt, quien, a diferencia de estos sindicalistas, o de las 350 vctimas de la masacre de Trujillo, sigue por lo menos viva.145
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Palacios, Marco, Entre la legitimidad y la violencia. Colombia, 1875-1994, Bogot, Norma, 1995; Gonzalo Snchez y Donny Meertens, Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la violencia en Colombia, Bogot, El ncora, 1992; Vladimir Carrillo y Tom Kucharz, Colombia: terrorismo de estado. Testimonios de la guerra sucia contra los movimientos populares, Barcelona, Icaria, 2006; Guido Piccoli, El sistema del pjaro. Colombia, laboratorio de barbarie, Tafalla, Txalaparta, 2004; Csar Torres del Ro, Grandes agresiones contra Colombia, Bogot, Martnez Roca, 1994, pp. 218-235; Michael Evans, Trujillo desclasificado: documentando una tragedia que no cesa, en: National Security Archive, 6 de octubre de 2008.

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Cuando la inestabilidad se extendi a los grandes pases del sur, donde haba partidos de izquierda importantes que, como se demostr en Chile, podan incluso llegar al poder a travs de su victoria en unas elecciones democrticas y unos sindicatos fuertes, qued claro que a estas amenazas slo se les podra hacer frente con unas dictaduras militares que contasen con un amplio apoyo de los Estados Unidos, con el fin de que pudieran presentarse como alternativas de modernizacin. El ciclo comenz con los 21 aos de regmenes militares en Brasil, de 1964 a 1985, sigui en Chile a partir de 1973 y en Argentina desde 1976. La pretensin de estas dictaduras no era ya la de asegurar un parntesis de orden social, como en la mayora de las del pasado, sino la de desarraigar por completo, a sangre y fuego, las races mismas del progresismo reformista. El general Ibrico Saint-Jean, gobernador de Buenos Aires, declaraba poco despus del golpe: Primero mataremos a los subversivos; despus a sus colaboradores; despus... a sus simpatizantes; despus, ...a los que permanezcan indiferentes: y, finalmente, a los tmidos. Los muertos por el terror militar se calcula que fueron en Argentina entre 10.000 y 20.000, los exiliados, muchsimos ms. Kissinger le dijo en dos ocasiones en Santiago de Chile en junio de 1976 y en Nueva York en octubre del mismo ao al ministro de Exteriores de la Junta argentina, almirante Csar Augusto Guzzetti, que los Estados Unidos no les causaran dificultades innecesarias en esta tarea de limpieza, a lo que aadi el consejo que sola dar a los dictadores amigos que le anunciaban su propsito de realizar alguna salvajada: cuanto ms pronto se haga mejor. Los militares argentinos suprimieron los sindicatos, confiaron la gestin de la economa a un neoliberal incompetente como Martnez de Hoz, y alimentaron la pasin nacionalista popular con la conquista en la propia Buenos Aires del campeonato del mundo de ftbol de 1978, planeado se ha dicho como una vastsima operacin poltica y militar. Pero 134

la marcha de la economa no respondi a las perspectivas de mejora que se esperaban, pese a que los costes empresariales se encontraron con el beneficio de unos salarios reales en descenso, como lo muestra el hecho de que la participacin de los asalariados en el PIB bajase del 50 al 29 por ciento entre 1976 y 1981. Comenzaba la etapa de la especulacin financiera, con tipos de inters libres que alentaban las incursiones a corto plazo de capitales del exterior, que aprovechaban los altos tipos de inters para obtener beneficios rpidos y retirarse del pas sin trabas, mientras un peso sobrevaluado y un mercado abierto a las importaciones exteriores arruinaban a la industria local, incapaz de competir, pese a la ventaja de los bajos salarios, lo que acab llevando, a partir de 1980, a una oleada de quiebras de empresas y de bancos privados, y a una inflacin galopante. Por esos mismos aos se produca tambin la crisis del modelo neoliberal chileno y los militares brasileos, ante su incapacidad para resolver los problemas de la deuda y de la inflacin, se retiraban a los cuarteles.146 Es difcil que podamos llegar a valorar los costes que para Amrica Latina tuvieron los proyectos de mejora frustrados, las reformas agrarias boicoteadas o los disparates de las polticas econmicas de sus dictadores. Aunque tampoco se trata de sostener que todo esto vino por completo de fuera, sin la colaboracin de fuerzas internas que estaban igualmente empeadas en evitar la transformacin de estas sociedades.
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Marchak, Patricia, Gods Assassins. State Terrorism in Argentina in the 1970s, Montreal, McGill-Queens University Press, 1999; Andrew Graham-Yooll, Memoria del miedo, Barcelona, Libros del Asteroide, 2006; Eduardo Anguita y Martn Caparrs: La voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina, 1966-1973, Buenos Aires, Norma, 1998/4, y La voluntad, II. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina, 1973-1976, Buenos Aires, Norma, 1998. Mara Seoane, Argentina. El siglo del progreso y la oscuridad, 1900-2003, Barcelona, Crtica, 2004; Comisin nacional sobre la desaparicin de personas, Nunca ms, Barcelona, Seix Barral/Eudeba, 1985; Eduardo Valera-Cid, ed., Juicio de residencia a Martnez de Hoz, Buenos Aires, El Cid, 1981

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Pero pienso que urge que los historiadores latinoamericanos revisen lo sucedido en estas dcadas a la luz de argumentos ms relevantes que las amenazas, reales o supuestas, del comunismo internacional. El fallo ms escandaloso de las promesas que se formularon en 1945 es el de la prometida eliminacin de la pobreza. La divergencia entre los niveles de renta de los pases desarrollados y los que, no sin cierto sarcasmo, se acostumbraba a definir como en vas de desarrollo no slo es mayor hoy que en 1945, sino que sigue aumentando en la actualidad. El pasado mes de agosto el Banco Mundial, revisando las cifras de 2005, reconoci que se haba equivocado en su estimacin de la pobreza en el mundo y que sta era mayor de lo que haba calculado. Segn esta revisin hay en el mundo 1.400 millones de seres humanos que viven por debajo del nivel de la pobreza, esto es con unos ingresos diarios inferiores a 125 dlares. Entre stos figura el 42 por ciento de la poblacin de la India y el 50 por ciento de la de frica al sur del Sahara. Para acabar de completar el panorama el propio Banco Mundial calcula que es poco probable que esta cifra baje de los 1.000 millones antes de 2015.147 En los ltimos treinta aos la crisis econmica africana se ha transformado en una tragedia humanitaria. La esperanza de vida al nacer de los africanos es en la actualidad de 49 aos y el 34 por ciento de la poblacin est subalimentada; las tasas de mortalidad infantil son del orden de 107 por mil nacimientos vivos, comparadas con 32 por mil para Amrica Latina. Para acabar de enfrentarnos a la realidad, nos encontramos ahora con el problema de la escasez y encarecimiento de los productos alimentarios fundamentales. En 2007 todava, un libro con pretensiones de ofrecernos una visin a largo plazo
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An even poorer world, editorial del New York Times del 2 de septiemrbe de 2008.

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de la historia,148 cerraba su captulo final de prospectiva con un optimista grfico sobre la evolucin del coste de los alimentos entre 1957 y 2000 que vena a ilustrar la afirmacin de que la alimentacin costaba en el ao 2000 menos de una tercera parte que en 1957, gracias a los avances de las tcnicas agrarias y de la irrigacin. Slo un ao despus de la publicacin de esta alegre afirmacin nos encontramos con un futuro incierto y amenazador. Explicar el papel de la guerra fra en el empobrecimiento global exige, sin embargo, un anlisis mucho ms complejo que el que hemos utilizado hasta aqu. En el caso de frica, por ejemplo, no basta ya con tomar en cuenta los factores polticos que han perturbado la vida de los nuevos estados africanos, aunque sean de tanta importancia como el asesinato de Lumumba por orden de Eisenhower (y el apoyo dado posteriormente a un personaje tan corrompido como Mobutu), el asesinato de Sylvanus Olympio en Togo, la interferencia de soviticos y norteamericanos en la guerra civil de Angola y tantos otros de la misma naturaleza. Para explicar unas actuaciones que han desangrado a estos pases y los han empobrecido, hay razones mucho ms importantes que el posicionamiento en el terreno de la poltica internacional de los polticos africanos. Razones, por una parte, que tienen que ver con la continuidad de los intereses de las metrpolis, que siguieron explotando sus negocios coloniales despus de la independencia, para lo cual se preocuparon de poner en el poder a tteres que podan comprar a bajo precio, como hizo Francia en casi todas sus antiguas colonias, o Gran Bretaa en Kenia. Ms tarde se iba a agregar a ello la lucha por controlar el petrleo, el uranio o el coltan que producen estos pases. Este ha sido un juego muy complejo en que con mucha frecuencia las interferencias de las viejas metrpolis
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Stokes Brown, Cynthia, Big History. From the Big Bang to the Present, New York, The New Press, 2007, pp. 230-231.

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han tenido que ver sobre todo con los intereses de sus grandes empresas. Las intervenciones militares de Francia en apoyo de Paul Biya en Camern o del general Sassou-Ngesso en el Congo-Brazzaville pretendan simplemente proteger los intereses de la petrolera Elf-Total. Sassou-Ngesso, por ejemplo, que se contentaba con percibir de la petrolera francesa un 17 por ciento del valor del petrleo, se enfrent en una guerra civil a un contrincante que pretenda pactar un canon del 33 por ciento con una petrolera norteamericana. Cmo extraarse de que Francia diese pleno apoyo al candidato del 17 por ciento en esta guerra civil, de modo que ste sigue hoy en el poder, en un pas rico en petrleo pero que vive en plena pobreza? Casos como estos nos muestran que la pobreza no slo es una consecuencia colateral de la guerra fra, sino que en muchos casos es su objetivo: el apoyo dado por las grandes potencias a los Mobutu, Franco o Pinochet, con el pretexto de defender a su pases de la amenaza de la subversin roja, tena en realidad como objetivo el mantenimiento de un sistema econmico internacional que crea desigualdad y pobreza. Lo cual nos invita a explorar desde esta perspectiva la propia gnesis de la guerra fra. Al acabar la segunda guerra mundial los gobernantes norteamericanos estaban preocupados por los efectos que poda acarrear para los Estados Unidos el fin de las hostilidades y aspiraban a recomponer un mundo de libre comercio que hiciese posible reactivar unos intercambios internacionales en que, con su aparato productivo intacto, tendran un papel predominante. Como haba dicho Cordell Hull, Si las mercancas no pueden cruzar las fronteras, lo harn los soldados. De ah su inquietud al ver que los soviticos se negaban a integrarse en los organismos de Bretton Woods, con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional como reguladores del sistema financiero. James Forrestal, tal vez el principal artfice de la guerra fra, fue quien con ms claridad expres la relacin entre comercio y guerra, en un texto no 138

destinado al pblico: Mientras produzcamos ms que el resto del mundo, podamos controlar el mar y golpear tierra adentro con la bomba atmica, podemos asumir ciertos riesgos, que de otro modo seran inaceptables, en un esfuerzo por restaurar el comercio mundial, restablecer el equilibrio del poder poder militar y eliminar algunas de las causas que engendran la guerra.149 De modo semejante opinaba Eisenhower, que en una carta escrita en mayo de 1952 afirmaba que la preponderancia en los recursos mundiales no debe pasar a manos de los soviticos. Los Estados Unidos deban poder acceder a las reas del mundo que producan materias primas vitales y asegurarse de que los gobiernos que dominaban en ellas eran favorables a nuestro estilo de vida y crean en la libre empresa y el libre comercio.150 Nunca se ha expresado con mayor claridad la lgica interna de la guerra fra, con su mezcla de objetivos polticos y econmicos. Que es la que explica tambin su persistencia. Porque en teora el conflicto acab en 1989 con el desmoronamiento de la Unin sovitica, que liquidaba al enemigo pblicamente proclamado al imperio del mal, como lo haba definido Reagan pero es evidente que la confrontacin sigui, como lo demuestra que la OTAN, surgida de las necesidades de la guerra fra, no slo no se desmantelase, sino que incluso haya seguido extendindose. Contra qu nuevo enemigo? El equipo neocon que, en los ltimos aos de la presidencia de Clinton, preparaba el nuevo proyecto imperial norteamericano de Bush junior, parta de la negativa a aceptar que la guerra fra hubiese terminado y se propona luchar por una hegemona norteamericana que tena el fin de promover la democracia y
Beisner, Robert L., Dean Acheson. A Life in the Cold War, New York, Oxford University Press, 2006, p. 70. 150 Leffler, Melvyn P., La guerra despus de la guerra. Estados Unidos, la Unin sovitica y la Guerra fra, Barcelona, Crtica, 2008, p. 192.
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la libertad de los mercados. Uno de los objetivos de las acciones militares norteamericanas deba ser, segn un documento publicado el ao 2000, Rebuilding Americas Defenses: Strategy, Forces and Resources for a New Century, evitar la aparicin de nuevas potencias competidoras. La llamada guerra contra el terror no ha sido realmente una guerra contra el terrorismo Irak no tena nada que ver con al-Qaeda y su invasin se haba proyectado antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001, pero tampoco es, como piensan mayoritariamente los habitantes de los pases musulmanes, una guerra por el petrleo, sino que sigue siendo, como lo ha sido la guerra fra desde 1945, una guerra por la defensa de un sistema econmico global y de la hegemona poltica que le es necesaria a este sistema para seguir creciendo. Una guerra que no parece que vaya a acabarse por ahora. El mes pasado se public la noticia de que los Estados Unidos han decidido vender o transferir en este ao fiscal armas a otros pases por un valor global de 32.000 millones de dlares, cuando esta cifra haba sido tan slo de 12.000 millones en 2005. Este aumento, hasta cerca del triple, de las ventas de armas a Oriente prximo, frica del norte, Asia, Amrica Latina, Europa e incluso al Canad no parece precisamente un augurio de paz.151 Y si algo puede decirse con certeza del sistema por cuya supervivencia se combate es que entre sus caractersticas figura en lugar destacado su capacidad de seguir engendrando desigualdad y, con ella, pobreza. No es la globalizacin la que genera estas consecuencias, sino la forma en que esta se organiza. Las subvenciones a los productos agrcolas de la Europa comunitaria y de los Estados Unidos, no slo cierran sus mercados a los productos agrcolas de otros pases, sino que los desplazan del comercio mundial. Los precios del algo151

Lipton, Eric, U.S. arms sales climbing rapidly, en: New York Times, 14 de septiembre de 2008.

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dn cayeron en todo el mundo porque los mercados se vean invadidos por la produccin norteamericana que, subsidiada por el gobierno, desplazaba a los productores de otros pases. El propio Wall Street Journal ha llamado la atencin sobre las complejas consecuencias de este hecho: los expulsados de la produccin de algodn en el frica occidental, donde el Islam es la religin dominante, afluyen en masa a las ciudades de Europa. Los que se quedan en su pas ven cada vez ms cmo llegan a sus mezquitas y a sus escuelas cornicas religiosos originarios del Pakistn y del Oriente prximo.152 He ah, pues, que en la gnesis del terrorismo no cuenta tan slo al-Qaeda. La realidad, como seala Hubert Reeves, es que la miseria, y sobre todo la disparidad de las riquezas representan, junto al calentamiento planetario, las mayores amenazas para el porvenir de la humanidad. En cada minuto, en alguna parte del planeta, (...) quince personas mueren de hambre. (...) Uno de cada tres seres humanos vive por debajo del umbral de pobreza.153 Claro est que esto se escriba antes del gran desquiciamiento que se inici en Wall Street en agosto de 2007, de modo que faltaba en el cuadro una tercera amenaza para la humanidad. Entender la relacin que existe entre la guerra fra, la desigualdad y la pobreza, nos obliga a mirar con ms atencin un pasado que contiene muchas de las claves del inquietante presente en que vivimos. Revisar la historia de estos sesenta y tantos aos no puede limitarse al problema de las oportunidades perdidas. Las razones de la mayor parte de los acontecimientos de este relato se explican por causas polticas complejas: hay muchas guerras internas en este conflicto global, que es necesario desentraar para entender plenamente su significado.
Citado en Hubert Reeves et Frdric Lenoir, Mal de terre, Pars, Seuil, 2003, p. 200. 153 Reeves et Lenoir, Mal de terre, Le spectre de la misre plantaire, pp. 187-202.
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Lo que estoy proponiendo es un tipo de historia que, aunque plenamente consciente de las consecuencias sociales de lo que estudiamos, debe ser fundamentalmente poltica, en la medida en que debe cumplir con la exigencia que sealaban aquellos versos de Brecht que planteaban la necesidad de que all donde se echa la culpa al destino, se deben denunciar los nombres de los responsables. No basta con proclamar que otro mundo mejor es posible, limitndonos a un rechazo moral de ste. Lo que debe hacerse es crear la conciencia colectiva necesaria para que entre todos nos pongamos a cambiar lo mucho que necesita mudarse. En 1940, tras la derrota de Francia por los alemanes, Marc Bloch reflexionaba acerca de la responsabilidad que los historiadores haban tenido en aquel desastre y se deca: callamos lo que sabamos y que debimos haber dicho porque temimos la confrontacin con la multitud, los sarcasmos de nuestros amigos, el menosprecio y la incomprensin de nuestros maestros. No nos atrevimos a ser, en la plaza pblica, la voz que grita, tal vez al comienzo en el desierto, pero que al menos, sea cual sea su suerte final, siempre tendr la justificacin de haber gritado su verdad. Preferimos, en cambio, encerrarnos en la timorata quietud de nuestros lugares de trabajo. Ojal nuestros sucesores puedan perdonarnos la sangre que llevamos en las manos!.154 El lugar del historiador est, como deca Bloch, en la plaza pblica, para ayudar, con sus conocimientos, a formar una conciencia colectiva. Tal vez sea verdad que la hora de las grandes revoluciones ha pasado, entre otras razones porque el orden establecido que deberan combatir ha aprendido la suficiente historia de la que tiene un autntico valor crtico, no de la que l mismo propone que se ensee en las escuelas como para prevenir que lleguen a producirse. Pero en la medida es que es incapaz de gestionar satisfactoriamente nuestras sociedades, como lo revela
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Bloch, Marc, La extraa derrota, Barcelona, Crtica, 2003, pp. 163-164.

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el desquiciamiento en que hoy vive la economa mundial, son muchos los flancos dbiles por los que se le puede combatir. El nuevo mundo ir naciendo poco a poco en el terreno que entre todos vayamos desbrozando, que vayamos limpiando de la maleza de los errores interesados y los tpicos irracionales. La tarea ser larga, pero merece la pena. Barcelona, Agosto-septiembre de 2008.

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PARA QU SIRVE LA ENSEANZA DE LA HISTORIA?

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Para qu sirve la enseanza de la historia? Para contestar a esta pregunta conviene que reflexionemos por unos momentos acerca de la naturaleza y de la funcin de la memoria, que es el territorio en que se desenvuelve el trabajo del historiador. La memoria personal es el componente fundamental de nuestra identidad como individuos, aquello que nos hace ser nosotros mismos y no otros. Lo mismo sucede, en otra escala, con esa memoria colectiva que es, o que pretende llegar a ser, la historia, cuya funcin es expresar la identidad de un grupo. Lo deca un historiador norteamericano recientemente desaparecido, Arthur Schlessinger jr.: La historia es a la nacin como la memoria al individuo. Del mismo modo que una persona privada de memoria vaga desorientada y perdida, sin saber de dnde viene o hacia dnde va, una nacin a la que se niega una concepcin de su pasado ser impotente para enfrentarse a su presente y a su futuro. Slo que el problema es aqu ms complejo que en el caso de la memoria personal, porque esta memoria social debera reflejar una pluralidad de experiencias, debera ser capaz
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Conferencia dictada el 24 de octubre de 2008 en el contexto de la VIII Jornada de Encuentro y Debate de la Escuela de Educacin de la Universidad de Via del Mar. Saln Zcalo del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Valparaso.

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de escuchar y armonizar las diversas voces de quienes integran este grupo. Y ocurre que, por lo general, la definicin de esta identidad suele caer en el dominio de lo que llamamos el uso pblico de la historia, eso que un historiador italiano ha descrito como todo lo que no entra directamente en la historia profesional, pero constituye la memoria pblica (...); todo lo que crea el discurso histrico difuso, la visin de la historia, consciente o inconsciente, que es propia de todos los ciudadanos. Algo en que los historiadores desempean un papel, pero que es gestionado substancialmente por otros protagonistas polticos y por los medios de comunicacin de masas.156 La historiografa acadmica parece tener como objeto central el de legitimar retrospectivamente las construcciones estatales del presente y la estructura del poder social de nuestro tiempo, o sea, el orden establecido. Escoge para ello como objetos dignos de estudio, como hechos histricos, los que se refieren a la vida del estado y elige como protagonistas a sus dirigentes. Una historia de la que, por tanto, estn ausentes los ms, los que no son ni gobernantes ni personajes sociales destacados. La alternativa sera construir un tipo de historia que permita escuchar, a la vez, las diversas voces que hay en la sociedad y no slo las de los dirigentes; que recoja las de unos grupos subalternos que hasta ahora han quedado al margen del relato central, como sucede en el caso de las mujeres. Pero no es esto lo que se espera de quienes ensean historia. Ms bien al contrario. Los gobiernos han sido siempre conscientes de la importancia de controlar el uso pblico de la historia. En un pasado ms lejano, nombrando cronistas oficiales (Luis XIV de Francia tena en nmina hasta diecinueve historiadores) o controlando la forma en que se recordaban
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Santomassimo, Gianpasquale,Guerra e legitimazione storica, en: Passato e presente, (Florencia) n 54 (settembre-dicembre 2001), pp. 5-23 (citas de pp. 8-9)

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los acontecimientos: Napolen se encargaba de fijar todos los detalles de los cuadros que reproducan sus victorias. Esta preocupacin aument considerablemente, y tom un nuevo sentido, a partir del siglo XIX, con la formacin de los estados-nacin modernos. Los gobiernos decidieron vigilar estrechamente los contenidos que se transmitan en la enseanza, porque eso de la historia, como dijeron en su momento tanto la seora Thatcher como Nikita Jrushchov, que al menos en esto coincidan, era demasiado importante como para dejarlo sin vigilancia en manos de quienes se dedican a la enseanza. La historia que los gobiernos imponan deba cumplir la doble funcin de legitimar cada estado-nacin, construyendo una visin que sola pasar por alto las crisis y las disidencias que se hubiesen producido en su evolucin, y de asentar, a la vez, la aceptacin de los valores establecidos, transmitiendo una determinada concepcin del orden social. Esto es lo que garantiza la presencia de la historia en la enseanza. Cuando en los aos ochenta del siglo pasado hubo tentaciones de reemplazarla por otras disciplinas sociales o por mtodos que se encaminaban a desarrollar habilidades, tanto el gobierno socialista francs como el conservador britnico rectificaron inmediatamente, ante el riesgo de perder el ms eficaz instrumento de enseanza del patriotismo. Una preocupacin que llev a Christopher Hill a decir que cuando los polticos empiezan a hablar de inculcar patriotismo en la enseanza escolar de la historia hemos de felicitarnos por su inters, pero preocuparnos por sus intenciones. En Francia se ha llegado al extremo de que se publiquen leyes que fijan los contenidos acerca de una serie de cuestiones histricas, con lo que convierten en delictivo apartarse de la ortodoxia establecida: en 1990 fue la ley sobre el holocausto, en 2001 otras dos sobre el genocidio armenio y sobre la trata negrera y en 2005 una acerca de que se reconozca un papel positivo a la colonizacin francesa. Todo lo cual culmin con la 147

propuesta de Sarkozy de crear un ministerio que tuviera entre sus objetivos la identidad nacional.157 En otros casos no hace falta siquiera la actuacin del estado, sino que los mismos efectos se consiguen con la presin social. James W. Loewen explica en Las mentiras que me cont mi maestro cmo los libros de texto norteamericanos actuales manipulan lo que se refiere a la guerra de Vietnam, y nos dice que los profesores temen meterse en controversias en estas cuestiones por miedo a ser despedidos. Son all los propios padres los que ejercen la vigilancia intelectual sobre la escuela: los que exigen que no se ensee a sus hijos el evolucionismo, en el terreno de la ciencia, y quienes cuidan de que en lo referente a la historia se apliquen criterios de puro americanismo, de mi pas, con razn o sin ella.158 Por qu este miedo a lo que pueda aprenderse en la escuela acerca de temas como la guerra de Vietnam? No es tanto porque se puedan difundir contenidos antipatriticos, lo cual no es previsible, como por el riesgo de que se deje a los alumnos que piensen por su cuenta. Si lo hicieran, podran descubrir que esta guerra, que acab en 1975, la ganaron los malos, y que entonces se pudo ver que no ocurra ninguno de los desastres con los que se haba justificado la propia contienda: no hubo la temida operacin domin ningn otro pas cay bajo un rgimen comunista, como se haba profetizado, y no slo no se produjo un retroceso de la civilizacin, sino que el nuevo Vietnam unificado ha avanzado desde entonces por un camino de prosperidad. La reflexin lgica a que los alumnos podran llegar sera la de que aquella guerra, que les cost a los norteamericanos 58.000 muertos y 300.000 heridos (y una prdidas inmensamente mayores a los vietnamitas) y que tuvo para los Estados Unidos un coste directo de 140.000 millones de dlares, con lo que, segn dice la Gua para el estudio de la
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Rmond, Ren, Quand ltat se mle de lhistoire, Pars, Stock, 2006. Loewen, James W., Lies my teacher told me, New York, Touchstone, 1996.

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guerra de Vietnam de la Universidad de Columbia,159 absorbi recursos que se necesitaban para los servicios sociales, haba sido un error estpido de los dirigentes de su pas, engendrado por la ignorancia y por el miedo. Est claro que no se puede tolerar que los alumnos que estudian historia descubran, pensando por su cuenta, estas cosas; de otro modo no se les podra engaar de nuevo para llevarlos a Irak o a Afganistn. Con esto, sin embargo, estamos pasando ya del terreno de la memoria como signo de identidad al de otra de sus funciones, ms importante todava, si cabe. Un gran neurobilogo, el premio Nobel de Medicina Gerald Edelman, nos dice que una de las funciones esenciales de la memoria individual es la de permitirnos hacer una especie de reordenacin constructiva de nuestros recuerdos cada vez que nos enfrentamos a una experiencia nueva. Esta reelaboracin no es una simple reproduccin de una secuencia anterior de acontecimientos, sino una estrategia para evaluar las situaciones nuevas a que hemos de enfrentarnos, construyendo con los elementos que conservamos en la memoria, fruto de nuestras experiencias anteriores, un escenario al cual puedan integrarse los datos nuevos que se nos presentan, para elaborar lo que Edelman llama presentes recordados. Esta interaccin de nuestra memoria y de las percepciones que recibimos del exterior es precisamente lo que da nacimiento a la conciencia.160 Lo mismo debera poder decirse de esta memoria colectiva que es, o que aspira a ser, la historia. El valor fundamental
Anderson, David L., The Columbia guide to the Vietnam war, New York, Columbia University Press, 2002, p. 78. 160 Edelman, Gerald M. y Tononi, Giulio, El universo de la conciencia. Cmo la materia se convierte en imaginacin, Barcelona, Crtica, 2002 y Gerald M. Edelman, Wider than the sky. A revolutionary view of consciousness, Londres, Penguin, 2005. De modo semejante, Gilles Fauconnier y Mark Turner en The way we think. Conceptual bending and the minds hidden complexities, Nueva York, Basic Books, 2002, sealan la importancia de la construccin de lo irreal, mediante el uso de escenarios contrafactuales.
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de la memoria colectiva, como de la individual, debera ser el de proporcionarnos una herramienta de anlisis de la realidad que nos rodea con el fin de ayudarnos a construir presentes recordados con los que podamos enfrentarnos a los problemas nuevos que se nos presentan. Se trata de aquello que mi maestro Pierre Vilar llamaba pensar histricamente, que no quera decir mantenerse permanentemente aferrados al pasado, sino, por el contrario, usar lo aprendido en l para tratar de comprender mejor el mundo en que vivimos. Entendida as la historia, nuestra funcin al ensearla a nuestros alumnos no debe ser la de inculcarles unas verdades determinadas sobre el pasado, sino la de alimentar sus mentes, no slo con elementos de conocimiento histrico para que puedan operar con ellos, sino tambin, y yo dira sobre todo, con un sentido crtico que les lleve a entender que son ellos quienes deben utilizar este aprendizaje para juzgar, con la experiencia adquirida, con los presentes recordados que elaboren, el paisaje social que les rodea, sin aceptar que se les diga que es el producto de una evolucin lgica, natural e inevitable. Nuestros alumnos podrn aprender de este modo a asimilar las noticias que les llegan cada da a travs de los medios de comunicacin con un espritu crtico, en lugar de aceptarlas sin discusin, porque con mucha frecuencia lo que parece un relato objetivo de acontecimientos viene envuelto en todo un ensamblaje de tpicos y prejuicios interesados. Una enseanza adecuada de la historia debe servir, ante todo, para que aprendan a mirar con otros ojos su entorno social; para que aprendan a pensar histricamente, puesto que todos los datos sociales que puedan ser objeto de reflexin, incluyendo los que contiene el peridico de hoy, son ya pasado y, por ello mismo, objeto potencial de anlisis histrico. Raphael Samuel escribi, celebrando el pleno retorno de la historia a la escuela: Como una disciplina intelectual la historia requiere un grado de distanciamiento: la habilidad de establecer 150

contrastes y hacer conexiones, de descubrir un principio de orden en medio de un caos aparente, de explicar, o tratar de explicar, los porqus y las razones de hechos aparentemente misteriosos, de pensar lo impensable. Como una forma de investigacin es un viaje a lo desconocido. Como una materia de enseanza, se supone que ensancha la mente, que desafa las suposiciones admitidas en la vida cotidiana al mostrarnos la contingencia de mucho de lo que consideramos natural y permanente, la modernidad de mucho de lo que equivocadamente suponemos tradicional, y la antigedad de mucho de lo que pasa por nuevo.161 Hace muy poco recib un mensaje de un antiguo alumno mo, que haba estudiado historia en la Universidad en que trabajaba a fines de los aos setenta. Me contaba que su vida le haba llevado lejos del terreno de la investigacin o de la enseanza de la historia, pero aada: Nunca me he arrepentido de haber estudiado historia, porque lo que aprend entonces me ha permitido ver las cosas con ms claridad en estos aos turbios. Muchas veces, mientras haca sindicalismo o participaba en movimientos sociales, he recordado lo que haba aprendido en la facultad y he comprobado hasta qu punto me resultaba til. Este ha sido uno de los momentos en que me he sentido ms orgulloso de mi oficio; mucho ms que cuando he recibido premios o distinciones pblicos por mi trabajo como investigador. Pienso que lo ms importante que he realizado en mi vida profesional ha sido ensear a algunos de los que pasaron por mis clases a orientarse en medio de la sociedad en que viven y a pensar por su cuenta. Para realizar este trabajo de estimular las conciencias el profesor de historia tiene dos privilegios. El primero, que es el nico que se ocupa globalmente de todas las dimensiones del ser humano, desde sus necesidades vitales y sus trabajos, hasta sus aspiraciones y sus sueos. El segundo, que la historia es la
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Samuel, Raphael, The return of history, en: London Review of Books, 14 de junio de 1990, pp. 9-12.

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nica disciplina de cuantas se dan en las educaciones primaria y secundaria esto es, en la educacin que va a recibir un mayor nmero de ciudadanos que tiene la capacidad de crear una conciencia crtica respecto del entorno social en que vivimos, lo cual puede convertirla en una herramienta eficaz de educacin cvica. Recuerdo aquella afirmacin de Voltaire de que, una vez que los hombres han aprendido a pensar por su cuenta, no se les puede ya seguir tratando como a bueyes: una de las misiones esenciales de la enseanza de la historia es precisamente la de abrir los ojos de los seres humanos para que no se les pueda manipular como a bueyes. Algo que, por desgracia, sigue ocurriendo con frecuencia. No se trata, quiero insistir en ello, de fijar e inculcar un nuevo canon contra el de las verdades histricas establecidas, sino de ensear una historia entendida sobre todo como mtodo, como instrumento de comprensin de nuestro entorno, y por ello mismo, en perpetua transformacin. El historiador no es el guardin de un repertorio de datos sobre el pasado establecidos para siempre, sino alguien que se ocupa en una investigacin abierta y dinmica de este pasado. Como escriba Arthur Schlesinger jr., a quien he citado antes, en un artculo al que dio el ttulo de Historia y estupidez nacional, para aludir a la forma en que los norteamericanos estaban repitiendo en Irak los errores de Vietnam: Las concepciones del pasado estn muy lejos de ser estables, puesto que se revisan constantemente de acuerdo con las urgencias del presente. La historia no es nunca un libro cerrado o un veredicto final. Est siempre en construccin (...). Cuando aparecen nuevas urgencias en nuestro tiempo y en nuestra vida, el historiador vuelve su foco, examinando las sombras, sacando a primer plano cosas que siempre estuvieron all, pero que los historiadores anteriores haban dejado al margen de la memoria colectiva. Nuevas voces surgen de la oscuridad histrica y piden nuestra atencin. El papel de quienes enseamos historia en la tarea de ayudar a que los alumnos desarrollen una conciencia crtica es mucho ms importante de lo que habitualmente pensamos. Lo 152

entendi en los das finales de su vida, cuando luchaba en la resistencia contra los nazis, Marc Bloch, que en momentos de tantas dificultades, que acabaron con su asesinato a manos de la GESTAPO, reivindicaba la capacidad del historiador para ayudar a cambiar las cosas. Una conciencia colectiva, escribi, est formada por una multitud de conciencias individuales que se influyen incesantemente entre s. Por ello, formarse una idea clara de las necesidades sociales y esforzarse en difundirla significa introducir un grano de levadura en la mentalidad comn; darse una oportunidad de modificarla un poco y, como consecuencia de ello, inclinar de algn modo el curso de los acontecimientos, que estn regidos, en ltima instancia, por la psicologa de los hombres.162 Pienso en una enseanza de la historia que aspire no tanto a acumular conocimientos como a ensear a pensar, a dudar, a conseguir que nuestros alumnos no acepten los hechos que contienen los libros de historia como si fuesen datos que hay que memorizar, certezas como las que se ensean en el estudio de las matemticas, sino como opiniones e interpretaciones que se pueden y se deben analizar y discutir. Para que se acostumbren a mantener una actitud parecida ante las supuestas certezas que querrn venderles da a da unos medios de comunicacin domesticados y controlados. Como dijo Bloch, lo que hay que hacer es introducir un grano de levadura en la mentalidad del estudiante. Esta es la gran tarea que pienso que podemos hacer los que enseamos historia. Valparaso, Octubre de 2008.

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Bloch, Marc, La extraa derrota, Barcelona, Crtica, 2003, pp. 164-165.

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ndice

Introduccin La historiografa vuelta sobre s (Conversacin con Pablo Aravena)

Clase 1

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La crisis de la historia social

Clase 2

Reconstruccin
Clase 3

Tiempo de progreso, historia universal. Reconsideraciones

Conferencia 1

93 121 145

Por una nueva historia de la guerra fra

Conferencia 2

Para qu sirve la enseanza de la historia?