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ISSN: 1131-9070
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Luis Gil: un logos gegrammnos siempre vivo
Emilio SUREZ DE LA TORRE
Universidad de Valladolid
En el corto espacio de tres aos hemos podido ver nuevas ediciones de dos obras
magistrales de Luis Gil: Therapeia (2004) y Censura en el Mundo Antiguo (2007)
1
.
Eran reediciones totalmente necesarias, porque son obras imprescindibles. Y, des-
graciadamente, poco o mal difundidas, por las circunstancias histricas de su pri-
mera publicacin. Por eso considero necesario dedicar unas pginas a estos dos hitos
de la Filologa Clsica espaola: espero que, de algn modo, se despierte el inters
por las mismas en aquellos que se inician en el estudio de la inmensa riqueza cultu-
ral de Grecia y Roma; y espero asimismo contribuir a que los ya iniciados no las
olviden como referencia obligada.
Therapeia es probablemente la mejor obra que se ha escrito en el siglo XX sobre
medicina popular griega y, no en vano, contina siendo un ensayo fundamental (y
seminal) sobre los numerosos aspectos que en ella se incluyen. Hay que llamar la
atencin en primer lugar sobre el subttulo. Escrito en los aos sesenta, con una tra-
dicin de Filologa Clsica en Espaa an poco dada a romper esquemas, Luis Gil
tuvo el valor de adentrarse en un territorio an salvaje, en el que el armamento del
fillogo deba completarse con el de los conocimientos mdicos, la antropologa, la
etnologa y una sutil metodologa de penetracin en la psicologa y las caractersti-
cas de las sociedades griega y romana en sus diversos momentos histricos. Es,
pues, un ejemplo de profundizacin en la cultura de estas sociedades a travs de sus
modos, actitudes y respuestas ante la enfermedad. Ese carcter pionero en nuestros
estudios, ese salto a la otra cara de la vida de los griegos y romanos, al mundo de lo
irracional
2
(que no ilgico) y esa apertura al espacio de las creencias y prcticas no-
cientficas de dichos pueblos configuran una obra que, tanto en su primera aparicin
como en esta edicin, contiene el germen de otras muchas y numerosas tendencias
de la Filologa Clsica, desarrolladas tanto en nuestro pas como fuera o que an hoy
podran ser susceptibles de desarrollo.
La divisin temtica de la obra establece una panormica en la que casi ningn
aspecto posible se escapa al anlisis. El lector abandona cada una de esas partes con
informacin ms que suficiente, pero incentivado y espoleado en su curiosidad para
conocer ms de todas ellas. La primera establece el marco general: Enfermedad,
1
Therapeia. La medicina popular en el mundo clsico, Madrid, Triacastela, 2004 (1. edicin,
Madrid, Guadarrama, 1969); Censura en el Mundo Antiguo, Madrid, Alianza Editorial, 2007 (1. edicin,
Madrid, Revista de Occidente, 1960; 2. edicin, Madrid, Alianza Editorial, 1985).
2
Del impacto que la obra de E. Dodds ejerci sobre Luis Gil no hay duda alguna.
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sociedad e individuo (pp. 19-57). En ella se perfila el camino a seguir por el autor
y se toma postura frente a las dos orientaciones, histrica y etnolgica, que se ofre-
cen como alternativas al investigador del tema. Luis Gil considera que la sociedad
griega no es en absoluto un modelo simple y que incluso el concepto de cultural pat-
tern debe ser entendido, en el caso de los griegos, de modo plural, segn momentos,
ciudades y grupos tnicos. Escrito en entraable sympatheia con la metodologa
cientfica de Pedro Lan Entralgo, el estudio establece el modo en que la vivencia de
la enfermedad se manifiesta entre los Antiguos, con ideas entre las que destaca la
apreciacin de que la nocin de enfermedad como contingencia fortuita es exclusi-
va del pueblo griego, sin que falte la creencia en un castigo divino en determina-
dos momentos (especialmente en poca arcaica) o incluso, con el estoicismo, la
visin de la enfermedad como prueba, tan cara al cristianismo. Tanto en Grecia
como en Roma la consideracin de la dolencia (fuera de las tendencias cientficas
hipocrticas) se mova en un terreno que oscilaba entre la supersticin y la religin;
de esto ltimo ser un exponente la gran importancia del culto de Asclepio.
Sigue despus el estudio de los protagonistas de la prctica mdica: Mdicos,
Iatromanteis y Hombres divinos (pp. 59-83). Es un apartado breve, que encerraba
desde que se escribi la semilla de un desarrollo del tema que no tard en producir-
se. Se observa aqu cmo la figura del mdico como profesional respetado, e inclu-
so especializado, coexisti en Grecia desde tiempos muy antiguos con la de los
medicine-men de prodigiosas cualidades. Desde la primera publicacin de estas
pginas, numerosos estudios, en Espaa y en el extranjero, han desarrollado las ideas
que aqu se contienen, a veces sin hacer referencia al planteamiento de Luis Gil.
Tras los protagonistas, Luis Gil nos lleva al territorio del mito: Enfermedad y
curacin en la Mitologa griega (pp. 85-134). Tan vasto campo est sustancialmen-
te resumido. Encontramos proyectada al territorio del imaginario la figura del mdi-
co y del iatromantis (ilustrada esta ltima con la fascinante genealoga de los
Melampdidas). Asimismo Luis Gil repasa el modo en que se describen diversas
afecciones (normalmente heridas) en personajes mticos, como Filoctetes o Tlefo.
Siguen pginas esplndidas sobre la afeccin punitiva (lepra, ceguera y locura), la
farmacopea mtica o las manifestaciones de la enfermedad y sus remedios en
Homero, para concluir con un resumen muy rico de esta consideracin mtica de la
enfermedad, en la que prcticamente los nicos procedimientos que no aparecen
(por recientes) son la incubatio o la medicina astral.
La abundancia de estudios que en los ltimos decenios se han ocupado de la
cuestin de los rituales de purificacin, por una parte, y de la magia (una de las
estrellas de la filologa clsica actual), por otra, demuestran que Luis Gil haba
realizado una esplndida investigacin en la parte cuarta, titulada Contagio, manci-
lla y transferencia (pp. 135-213). Los apartados de este captulo analizan con sutil
detalle procedimientos que, en ltima instancia, responden a una misma concepcin
basada en esa posibilidad de transferencia, en ambos sentidos (entre sanador y enfer-
mo y viceversa), a lo que se suma el concepto de homeopata y su contrario. La des-
cripcin de los mtodos catrticos con agua, sangre y fuego (con una interesante
combinacin de testimonios mticos, literarios y de los iamata de Epidauro) es de
una solidez admirable y lo mismo cabe decir de la descripcin de los procesos de
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contactus y contagio, o de los de homeopata, alopata, simpata y antipata, tan
importantes en los procedimientos mdicos populares de todas las pocas. En rela-
cin con los ltimos conceptos, Luis Gil presenta pginas muy esclarecedoras acer-
ca de su presencia en la filosofa griega tarda y, al mismo tiempo, sus consecuen-
cias para las creencias mgicas. Por ello dedica asimismo otras pginas a los trata-
dos y corrientes antiguos de medicina mgica. Se discute despus con detalle la uti-
lizacin de materia mdica animal y, con no menor rigor, la materia ltica. Tanto
estas pginas, como las que siguen sobre los amuletos y las curas por homeopata y
transferencia, son un tesoro de ideas y datos sobre temas que no pueden estar hoy en
da ms en boga entre los estudiosos.
De la accin, la parte quinta pasa a la curacin por la palabra: Teraputica y far-
macopea epdicas (pp. 215-280). Se trata de un anlisis exhaustivo de todos los pro-
cedimientos de esta naturaleza, componiendo un panorama completo respecto a las
creencias mgicas, ya iniciado en el apartado precedente. No slo se enumeran las
diversas prcticas, sino que se dedican varias pginas a la valoracin de la epod por
los Antiguos, por las que apreciamos que, a pesar de diversas opiniones peyorativas
o negativas de determinados autores, su aceptacin estaba bastante generalizada e
incluso penetra en la literatura mdica.
La parte sexta aborda otro aspecto que de nuevo nos introduce en el mundo de
una de las creencias ms extendidas en el Mundo Antiguo: La enfermedad como
posesin demonaca (pp. 245-280). Bajo este epgrafe Luis Gil aborda la cuestin de
la explicacin de las enfermedades (y de toda alteracin psicosomtica del indivi-
duo) como efecto de la actividad de entes externos al individuo que pueden llegar a
penetrar en el mismo. Es el caso de las nefastas keres, mencionadas desde las fuen-
tes ms antiguas, de los dmones o del ephialtes. Pero tambin se estudian las enfer-
medades que suelen interpretarse como posesin por tales entes o incluso por
divinidades: la locura y la epilepsia. Por ltimo, en interesantes pginas, se analiza
el fenmeno tardo de la generalizacin de los dmones.
Un variado contenido encontramos en la parte sptima, dedicada a Teraputica
y profilaxis expulsatoria (pp. 281-348). Especialmente relevantes son los captulos
dedicados al empleo de la msica en los procedimientos teraputicos. La incursin
por las prcticas modernas para establecer un paralelo con las antiguas es de una efi-
cacia sorprendente, para entender los mecanismos en el uso de tales procedimientos:
ni siquiera faltan lneas dedicadas al tarantismo, que habran satisfecho al mismsi-
mo Ernesto De Martino. Tambin la danza, el exorcismo o el ayuno profilctico son
sometidos a revisin.
No poda faltar una parte sobre La medicina sacra de Asclepio (349-399), una
parte que, por s sola, constituye un admirable tratado sobre el tema. Luis Gil, gran
conocedor del mundo de los ensueos en Grecia, analiza con detalle el fenmeno de
la incubatio, los procedimientos de cura de Asclepio y se atreve, en inteligentes
pginas, a plantear una interpretacin de los milagros de Asclepio, sobre el trasfon-
do de la prctica coetnea de la medicina, pero sin olvidar el componente psicolgi-
co de tales fenmenos y el contexto histrico y social en que se producen.
Por ltimo, igual que la parte precedente puede considerarse un manual de ini-
ciacin a la medicina de Asclepio, la novena y ltima del libro, titulada La iatroma-
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temtica o medicina astrolgica (401-457) es un clarsimo compendio de esta parti-
cular ciencia, que se establece en Grecia a fines de la poca clsica, pero que conta-
ba con antecedentes egipcios y de otros pueblos. Luis Gil demuestra que el arraigo
de estas creencias entre los griegos contaba con el frtil suelo de diversas tradicio-
nes y creencias helnicas, algunas de las cuales se tratan precisamente en los cap-
tulos precedentes: el hombre como pequeo universo, las teoras sobre la simpa-
ta universal, la atomstica democritea o algunas de las doctrinas pitagricas sin duda
enlazaban con facilidad con la nueva corriente. Asimismo debieron de engarzar
fcilmente con creencias de antiguo cuo, como las referentes a la simpata lunar, a
las que se dedican aqu magnficas pginas. Por lo dems, los aspectos sustanciales
de la medicina astrolgica encuentran aqu cobijo en apartados de cuidada elabora-
cin: los conceptos de macrocosmo y microcosmo, la melotesia, la literatura iatro-
matemtica o el pronstico genetlaco.
Censura en el Mundo Antiguo es un libro de valor permanente. Escrito en cir-
cunstancias histricas en las que era necesario, precisamente, pasar la censura, Luis
Gil tuvo la habilidad de no levantar sospechas en el censor de turno, por lo que, con
su habitual sentido del humor, el autor recuerda lo siguiente en el prlogo a la segun-
da edicin:
Los censores decidan a su arbitrio, segn la mayor o menor amplitud de su cri-
terio, con plenitud de atribuciones. Aunque, en honor sea dicho de la verdad, haba
muchos que no se tomaban demasiado en serio su trabajo y se caracterizaban por su
sorprendente lenidad. En este nmero estaba, sin duda, quien dej salir mi libro, tal
cual se haba escrito, sin enmienda ni raspadura, sin la menor alteracin. Ydesde aqu
quiero expresarle mi agradecimiento por algo en s contradictorio, a saber, que mi
Censura pasase la censura, si de ella caba extraer la moraleja de una censura de la pro-
pia censura.
Triste es, no obstante, que el prlogo de la edicin que aparece cuando el autor
ha cumplido ochenta aos tenga un cierto toque de amargura, cuando manifiesta que
el libro se reedita
en un momento en que se estn implantando nuevas formas de coartar la libre
expresin del pensamiento, prevalindose bien de la disciplina de partido o sindicato,
bien del respeto a los derechos histricos o los hechos diferenciales, bien del temor a
transgredir lo polticamente correcto.
En cualquier caso, son formas de limitacin bien distintas de la censura que Luis
Gil estudia en su obra y que, como es lgico, oscilan en el Mundo Antiguo entre el
amordazamiento de la libre expresin por razones religiosas o la prohibicin pura-
mente poltica, aunque a veces se justifique especiosamente unas causas por encu-
brir las otras.
El libro se articula en seis partes, de las que slo la primera se refiere al Mundo
Griego (Grecia, pp. 39-118). Sus tres captulos recogen los aspectos ms sustanciales,
en un recorrido temtico, pero histricamente organizado. El bloque ms amplio, dedi-
cado a la creacin literaria en la polis, se extiende desde Homero hasta el siglo IV. Tras
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una reflexin sobre el testimonio de los primeros poetas (en los que se refleja el gusto
griego por el debate, pero tambin las consecuencias de la envidia y la maledicencia),
Luis Gil analiza el papel de las tiranas en relacin con la creacin literaria. Define
las reformas de Clstenes de Sicin como el primer ejemplo de censura literaria (p.
48), pero reconoce que los tiranos dispensaron un claro trato de favor a la creacin
literaria (de manera, naturalmente, interesada), aunque ningn ambiente ser tan posi-
tivo con el de las antiguas politeiai oligrquicas y democrticas: considera que los
casos de Safo y Alceo en Lesbos y de Arquloco en Paros son prueba de ello
3
. No obs-
tante, el talante cambia ya frente a las opiniones de los filsofos, con un exponente
claro en los avatares de los pitagricos. Por otra parte, la naturaleza de un estado
como el espartano, a raz del rigor de la legislacin atribuida a Licurgo, muestran
cmo un estado de floreciente tradicin potico-musical ve radicalmente endurecido
el ambiente poltico y social para tales manifestaciones. Luis Gil se detiene en el caso
de la tajante eliminacin de los poemas de Arquloco, el defensor de la huida segura
4
.
Pero tambin quedaron suprimidos de este estado gneros como el teatro: En una
palabra, los beneficios de la cultura se sacrificaron en aras de la seguridad interior
(p. 61)
5
. En cuanto a Atenas, el panorama es mucho ms rico. La ciudad de la iso-
noma, la isegora y la parrhesa pasa por momentos muy diversos en su historia, pero
en general predomina una libertad efectiva, aunque esto no impide tendencias y
momentos en que aqulla se ve limitada. En primer lugar, desde Soln los legislado-
res trataron de poner cortapisas a los excesos verbales. Como era de esperar, fue la
comedia objeto de los ms repetidos intentos de limitacin de aqullos, como lo
demuestran los sucesivos decretos del siglo V (en general, destinados a frenar el ono-
mast komodein), aunque la verdad es que se vieron abocados al fracaso. Por el con-
trario, mucho ms grave fue lo que sucedi con la censura religiosa. Yno slo por la
gravedad que supona la contravencin de la ley sobre la asbeia, sino por el enrare-
cimiento del ambiente de libertad de opinin religiosa que se desencaden frente a los
filsofos, sofistas y los crculos intelectuales de la Atenas de Pericles y posteriores.
Luis Gil analiza muy bien las consecuencias de un decreto tan radical como el que el
adivino Diopites consigui que aprobara la Asamblea (430 a. C.), que declaraba haba
que denunciar a quien no creyera en las cosas divinas o diera explicaciones sobre los
fenmenos celestes: el destierro de Anaxgoras, la quema de libros de Protgoras y,
en ltima instancia, la condena de Scrates muestran las consecuencias de semejante
medida y del ambiente creado. Por ltimo, algunas medidas de carcter poltico, ten-
dentes a cortar amenazas contra el estado, en parte suscitadas por los sucesivos inten-
tos de ataque contra la democracia; junto ciertas normas contra la libertad de palabra
de los oradores y, finalmente, algn intento en el siglo IV de cerrar las escuelas filo-
sficas (todo ello sin grandes repercusiones) conforman el panorama de la censura en
Atenas en poca clsica en lo que se refiere a la libertad de palabra.
3
No obstante, los datos de la inscripcin del Archilocheion de Paros, con la biografa relatada por
Mnesepes, apuntan a una reaccin hostil de los ciudadanos.
4
Y ahora que conocemos su criterio en casos de peligro (hay un momento para huir), podemos
entender mejor su nula adecuacin al entorno espartano...
5
Que el censor de la primera edicin no se percatara de la carga de esta frase es asombroso!
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Ahora bien, en la Atenas del siglo IV, y en el seno de esa democracia ateniense,
el conjunto de las teoras de Platn acerca de la ciudad ideal constituye un sorpren-
dente ejemplo de propuesta de rgimen poltico basado en una estricta censura de la
creatividad literaria, magnficamente sintetizado por Luis Gil. En efecto, con la
excepcin de los himnos religiosos y la comedia (pero llena de limitaciones forma-
les y de contenido), los gneros poticos quedan expulsados de la ciudad platnica
por razones morales y religiosas. La asbeia de la ciudad platnica adquiere una tri-
ple dimensin (atesmo, afirmacin de la despreocupacin de los dioses o de su faci-
lidad para ser persuadidos) y el detalle de la legislacin que la penaliza es verdade-
ramente espeluznante. Como bien observa Luis Gil, las propuestas de tan insigne
filsofo tendrn una nefasta influencia de largo alcance, registrada, entre otros,
incluso en los Padres de la Iglesia.
Llegados a la poca helenstica, el autor resume con precisin los rasgos de las
monarquas helensticas acerca de la cuestin de la censura. Por un lado, la creacin
literaria se vio coartada por la necesidad de mantener una relacin de servilismo con
los monarcas helensticos, erigidos en autoridad para sustentar el criterio tambin en
ese terreno. Casos como el del gramtico Dfitas, ejecutado por su ataque a la his-
toricidad del asedio de Troya, son espectaculares. Pero, como era de esperar, la eli-
minacin de libertad de palabra afect asimismo a los gneros teatrales (con la
comedia como gran vctima), la retrica poltica, ciertas corrientes filosficas (con
el epicuresmo como objeto de los peores ataques) y, en general, otros movimientos
intelectuales. Por otra parte, en una sociedad en que tambin la religin tiene una
vertiente oficial en la que incluso cabe el culto al monarca, dicha faceta quedar tam-
bin a su arbitrio. Empieza as una peligrosa tendencia a la persecucin religiosa,
muy agudizada en la monarqua selucida, con los judos como vctima principal:
En poca helenstica se perfil, pues, una poltica represiva que anticipa a la que
hemos de ver en accin en el Imperio romano (p. 118).
El desarrollo del tratamiento de la censura en Roma comienza en la parte segun-
da, dedicada a La Roma republicana (119-156). Es ste un perodo marcado sustan-
cialmente por la censura religiosa, concretada en la peridica quema de libros de
contenido adivinatorio y mgico. En una palabra, aquellos que podan fomentar un
estado de opinin que contribuyera a desestabilizar la tradicin religiosa y a la mani-
pulacin de las masas. No obstante, como bien observa Luis Gil, dichas cremacio-
nes se produce entre el 213 y el 181 a. C., es decir, en el momento decisivo de asi-
milacin de la cultura griega por los romanos y, asimismo, de importacin de
algunos cultos griegos u orientales. Esa resistencia a las innovaciones y a los hipo-
tticos peligros de la externa superstitio se manifestaba tambin en la oposicin a
determinadas corrientes filosficas, pero, a la postre, ni la una ni la otra se impon-
dran, sino todo lo contrario. Frente a la progresiva aceptacin de estas novedades,
algunos casos reflejan una fuerte resistencia. Tales son la expulsin de los caldeos
el 139 a. C., las persecuciones de prcticas religiosas judas o, en ltima instancia,
dos notables ejemplos de castigo de crmenes contra la religin, como los que pade-
cieron Q. Valerio Sorano (por revelacin de secretos religiosos) y el clebre Nigidio
Fgulo, acusado de sacrilegus. Por otra parte, en poca republicana (ya desde la Ley
de las XII tablas) se encuentran las bases de lo que luego sern instrumentos de cen-
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sura literaria por parte de los emperadores, slo que no estamos en condiciones de
asegurar que realmente se trate de ataques contra textos escritos. En efecto, las leyes
que tratan de proteger los delitos de injurias verbales (como la lex Cornelia de iniu-
riis) y el amplio concepto de laesa maiestatis y afines, en manos de los emperado-
res, se convertirn en un poderoso instrumento represivo.
Yeste ser, pues, el talante que, con oscilaciones segn los emperadores, predo-
minar en el siglo I de nuestra era, tal como se aprecia en la parte tercera (Los empe-
radores del siglo I, pp. 159-214). En efecto, este perodo estar marcado, de modo
general, por una constante tendencia a la represin, muy especialmente de carcter
poltico y literario, siempre en funcin de la mayor o menor prudencia del gober-
nante de turno. Una de las consecuencias ser la progresiva decadencia literaria.
Otra caracterstica general es que, tras unos comienzos de una cierta libertad de
expresin (en los que se fraguaban vanas esperanzas), los mandatos de los sucesivos
emperadores evolucionaban hacia una represin cada vez ms encarnizada. Las
oscilaciones se registran especialmente en la conducta respecto a la magia y la astro-
loga. Asimismo todos los emperadores debern hacer frente a la profusin de una
amplia literatura clandestina difamatoria, bajo la forma de carmina probrosa o de
panfletos, a la vez que hasta el codicilo testamentario acaba por convertirse en una
vlvula de escape pstuma frente a la opresin poltica. En el mbito de la adivina-
cin, un arma de doble filo en su vertiente poltica, la mayor persecucin la regis-
trarn los libros sibilinos, frente a los que cada vez sern mayores las suspicacias
imperiales y que conocern diversas destrucciones (que culminarn, pasado el tiem-
po en la eliminacin llevada a cabo por Estilicn). Esta ser la tnica general de
Augusto a Domiciano, pasando por la severidad de un Tiberio, la lenidad de las pol-
ticas de Calgula y Claudio, el terror impuesto por Nern, la campechana ecuanimi-
dad de Vespasiano, que no excluy duras persecuciones de filsofos, que continua-
ron con mayor dureza (tambin en otros aspectos) con Domiciano.
En el siglo II (tema de la parte cuarta, El viraje espiritual del siglo II, pp. 215-
245) se produce un sustantivo cambio en dos sentidos. Primero por la disminucin
de la opresin en la persecucin de la produccin literaria o poltica y, por otro, de
signo muy distinto, por la creciente confrontacin que se va a ir registrando en el
terreno religioso entre la religin oficial y las corrientes representadas por el judas-
mo, el cristianismo y las religiones mistricas. Ese ambiente de exaltacin religiosa
no slo ser una marca de este siglo, sino que abonar el terreno para la evolucin
posterior. Son varios los aspectos que lo configuran: creencia en aspectos sobrena-
turales y prodigios incluso por intelectuales, revalorizacin de personajes como
Apolonio de Tiana (perteneciente al siglo anterior), aparicin de embaucadores
como Alejandro de Abonutico, descrdito y ataques contra el epicuresmo, revitali-
zacin de la magia y de la astrologa y, con un endurecimiento progresivo (culmi-
nado con Marco Aurelio), persecucin del cristianismo, considerado sin duda un
peligro contra la estabilidad del estado y de la sociedad (p. 245).
El retorno a la represin poltica y la continuacin de la situacin creada por el
auge del cristianismo marcarn el perfil del siglo III, analizado en la quinta parte (El
Bajo Imperio, pp. 247-313). Desde Cmodo a Diocleciano asombra el nmero de
emperadores indignos (250) y, en lo que se refiere a libertad de expresin, los resul-
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tados estn en concordancia con el calificativo. Ello se refleja en la cautela que cual-
quier literato tena que tener en sus manifestaciones (muy especialmente los autores
de teatro), ya que se encontraban con prohibiciones de todo tipo, lo que trajo consi-
go un empobrecimiento del panorama literario, apenas aliviado con Alejandro
Severo o Galieno. En cuanto a la situacin creada por la difusin del cristianismo,
el principal problema lo representaba la apariencia de hostilidad hacia los poderes
pblicos que creaba el rechazo de los cristianos a participar en el culto oficial. Luis
Gil seala acertadamente que durante este siglo los emperadores ensayaron tres pau-
tas bien distintas en su confrontacin con el nuevo credo: la localizacin del mal,
cortando sus progresos; su tolerancia en la expectativa improbable de su absorcin;
y la extirpacin radical por procedimientos violentos (p. 268). Eso explica las dife-
rentes actitudes de los emperadores, que a veces llegan a un grado notable de tole-
rancia (Heliogbalo, Alejandro Severo, Filipo el rabe, Galieno). Sin embargo,
segn avanza el siglo las posturas se radicalizan. Se da adems el factor aadido de
la reaccin anticristiana desde la filosofa neoplatnica, en la que la figura de
Porfirio destaca especialmente. Por otra parte, la actitud oficial hacia todo tipo de
creencias que levantaran la ms mnima sospecha de riesgo se agudiz con los
Severos. En esta actitud hostil se vieron envueltos tanto los practicantes de ritos adi-
vinatorios, mgicos y similares, como los seguidores del cristianismo y del judas-
mo. Ello produjo una tremenda represin no slo de tales prcticas, sino tambin de
los escritos que las sustentaban, desde los papiros mgicos a las sagradas escrituras.
Una ilustracin de esta actitud est en las nuevas normas jurdicas de la poca de
Caracala, que abarcan adems un nuevo grupo de malditos: los astrlogos. Sin
embargo, ser Diocleciano el que lleve a su culminacin la poltica persecutoria, esta
vez con un nuevo frente: el maniquesmo. Y, de alguna manera, el ataque desenca-
denado ya en el terreno legal, mediante edictos, de las actitudes religiosas no oficia-
les repercutir asimismo en el cristianismo, que conocer con este emperador su ms
cruel persecucin. sta tendr un aspecto estrictamente relacionado con la censura
contra la obra escrita, ya que ser frecuente el martirio en defensa de las sagradas
escrituras, lo que tendr una natural repercusin en conseguir entre los cristianos una
mayor valoracin de aqullas para la transmisin de la doctrina, frente al logos vivo.
En la sexta y ltima parte (El Imperio cristiano, pp. 315-403) Luis Gil, una vez
ms, se anticipa a la eclosin posterior de estudios sobre las relaciones entre paganis-
mo y cristianismo. Con una claridad de ideas y de exposicin sin par, asistimos pri-
mero al trazado de un preciso perfil del Imperio cristiano. Primero a sus palpables
contradicciones, sobre todo en las primeras fases, con un pasado de cultura pagana que
se haca patente por doquier. En el siglo precedente se haba llegado a la definitiva
sacralizacin de los emperadores, algo insostenible con el cristianismo, pero ese entor-
no de consideracin sagrada y hiertica se mantuvo. Los Padres de la Iglesia se encar-
garon de reforzar una justificacin teolgica de la teocracia imperial, lo que redun-
dara en una actitud autoritaria exacerbada. Pronto, a pesar de cierta moderacin en
emperadores como Constantino, la tolerancia fue desapareciendo, llegndose a extre-
mos inconcebibles de control ciudadano. En este ambiente, la represin descargaba
sobre escritos y corrientes de todo tipo. Por ejemplo, la persecucin de los famosi libe-
lli trajo de cabeza a ms de un Emperador. Pero era, sobre todo, el mundo de la mn-
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tica y de la magia, una vez ms, el que atraa ms sospechas y persecuciones. Sobre
todo desde Constancio se endurece esta persecucin y, a su vez, diversos concilios
harn hincapi en el ataque contra estas prcticas. Claro que, de nuevo, las contradic-
ciones asoman: Constancio prohbe en el 357 todo tipo de prctica de magia y adivi-
nacin, Valentiniano y Valente, muy supersticiosos, slo persiguen los ritos mgicos y
sacrificios funestos nocturnos, mientras que un autor como Frmico Materno, astr-
logo converso, trazar un perfil moderado de esta profesin, pero rechazar (por impo-
sible) que se indague sobre la vida del prncipe. La historia de los siglos IV y V (sobre
todo el primero) est llena de procesos por prcticas mgicas y destino similar corri
la adivinacin. La culminacin, de las desgracias para la mntica pagana fue la quema
de los libri sibyllini por Estilicn, el valido de Honorio. Por lo dems, la historia de
los ltimos siglos del Imperio romano est marcada por una doble tendencia persecu-
toria y censoria: la persecucin del paganismo, a veces con tintes muy violentos, y la
represin de las herejas, llevada a cabo con una saa mayor si cabe. En cuanto a lo
primero, Luis Gil sigue con detalle los pasos de las diversas oscilaciones en la dureza
de la opresin de los ltimos paganos y, asimismo, estudia los testimonios de la acti-
tud de stos frente a cristianos y judos, no menos variada. Porque es evidente que, por
ejemplo, algunos neoplatnicos se significaron en los ataques (por escrito) a los mono-
testas, a veces con acritud; y es evidente tambin que Juliano, en su intento de recu-
perar los cultos y tradiciones paganos, se caracteriz por una notable intolerancia.
Ahora bien, no es menos evidente que las polticas represivas y persecutorias, de
nuevo, vinieron de la mano de los emperadores cristianos, y en diversos momentos se
registraron virulentos ataques y quemas de templos (recordemos el desesperado dis-
curso de Libanio). Por otra parte, fuera de las decisiones polticas, hubo otras realida-
des. Luis Gil dedica unas pginas, no carentes de admiracin, a la actitud de los Padres
de la Iglesia, que en general nunca supieron renunciar al gusto por las letras antiguas
y que intentaron llegar a un frmula de compromiso con esa rica tradicin. Pero no
era, evidentemente, la postura destinada a triunfar, sino que progresivamente se acu-
mularon las acciones destinadas a cercenar el enlace con la Antigedad clsica (de
nuevo las quemas de libros), con una actitud que se prolonga hasta la Constantinopla
bizantina. En cuanto a la represin de la hereja, queda constancia clara de la dureza
de la misma y de su consecuencia: a veces persecucin y muerte y, en cuanto a la pro-
duccin escrita, sucesivas cremaciones; y, para completar el cuadro, el primer ejem-
plo de ndice de libros prohibidos, el Decretum Gelasianum.
Yno falta un Eplogo (404-407) que resume bien la leccin que se extrae de todo
este triste panorama histrico. Las prohibiciones, las persecuciones de la obra escri-
ta no tienen efectividad, sino que, por el contrario, acaban estimulando la circulacin
clandestina de lo que se persigue (alguien, incluidos los que nunca compraban la
revista, ha dejado de ver la portada ertico-principesca de el Jueves?). Aunque, afor-
tunadamente, el principio no siempre se cumple: al librarse de la censura supresora,
esta obra sigue aleccionndonos como lgos gegrammnos que tiene vida. Se podr
decir que esto es contradecir a Platn. Pero se nos puede permitir: para eso es un
libro de Luis Gil.
Quiz me he excedido en la extensin y el detalle, pero creo que vala la pena
dedicar unas pginas a la difusin de estas dos obras maestras de la Filologa Clsica
Emilio Surez de la Torre
346
CFC (G): Estudios griegos e indoeuropeos
2008, 18 337-346
aprovechando el gozoso motivo de su reedicin. Son obras que hay que leer con
calma, que no defraudan, y en las que la elegancia del estilo, la profundidad y pre-
cisin de los conceptos, la claridad de exposicin y, ac y all, el inteligente buen
humor y la sutileza de Luis Gil nos hacen agradecer que sus pginas perpeten su
docencia.
Notas y discusiones Emilio Surez de la Torre