Tercera Parte
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en relación con este último momento del trayecto. Porque, para decirlo pronto, en
Flaubert, la decisión misma de publicar (y éste es el momento que estas mesas están
analizando: el juicio señala el momento en que un libro sale a la luz pública, señala un
efecto de ese libro) no es algo que vaya de suyo sino que es un problema poético de
primer orden: publicar (o no), cómo se publica, cómo se mantiene el control sobre la
propia obra, es objeto en Flaubert de una reflexión que constituye parte fundamental de
políticas (en el sentido de cómo se inserta y opera esa obra en el ámbito público) muy
Flaubert es que esas consecuencias son, por así decir, bifrontes, se articulan en una
doble dirección: porque si publicar fue un “escándalo” desde el punto de vista del
Camp, “amigo” de Flaubert (dicho sea entre comillas) y uno de los responsables de la
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Revue de Paris practicó sobre el manuscrito definitivo de Madame Bovary para ver en
porque, signada por lo que podríamos denominar una mala lectura, es al mismo tiempo
II. Tras el decepción que significó la primera versión de La Tentación de San Antonio
(texto de 1849, que Du Camp y Louis Bouilhet, otro de los amigos íntimos de Flaubert,
aconsejan quemar porque se trata de un texto ilegible), Flaubert emprende con Du Camp
un viaje por Oriente de aproximadamente dos años. Y es allí, en ese viaje, en el que se
consolida (por una conjunción de la experiencia constante de las ruinas del antiguo
posición que Flaubert se propone ocupar en el “campo intelectual” de la época (uso esta
misión. No tengo que hacer nada y creo que no haré casi nada [...] Y además el Oriente,
Egipto sobre todo, es un país que anula las pequeñas vanidades humanas. A fuerza de
recorrer tantas ruinas, no piensas en construirte una bicoca. Todo ese antiguo polvo te
la visión de las ruinas inspira grande pensamientos. Pero me pregunto de dónde viene el
profundo desagrado que tengo ahora por la idea de agitarme para hacer que hablen de
mí. Siento que no tengo la fuerza física para publicar, ir al impresor, elegir el papel,
corregir las pruebas, etc. […]. Es lo mismo trabajar para uno mismo. Y además… ¡el
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Evidentemente, está aquí prefigurada la imagen del eremita de Croisset, el
Maxime Du Camp, que tiene planes muy concretos para hacer carrera y ocupar un
Uno podría plantear aquí un cierto debate entre una productividad luciferina, moderna,
(podemos decir: industrial), una estrategia que apunta a hacer reconocible un nombre en
el mercado literario, frente a otro modelo de trabajo (porque Flaubert tampoco caerá en
lo activo, el consumo rápido del tiempo, Flaubert representa esa otra corriente que toma
el arte como un objeto de auténtica consagración (en el sentido fuerte, religioso, del
término) y que, por lo tanto, hace de la lenta formación reflexiva de la obra un valor
(Flaubert tarda entre 5 y 6 años en escribir cada una de sus novelas). Es decir que, por
burguesa: se convierte en ese “idiota de la familia” del que hablaba Sartre. Y esto es así
incluso en el interior del campo intelectual (que es parte fundamental de esa sociedad):
su posición es, si se quiere, una no posición, que se resiste a cumplir con los pasos que
le darían una cierta notoriedad (actividad febril, polémicas, etc.). No rechazo de toda
acción sino de un tipo particular de acción, con una finalidad determinada: la acción
socialmente útil, la acción que genera una posición o un relieve social bajo la figura del
nombre. Porque lo que Flaubert quiere (es lo que aprende en las ruinas de Oriente) es
ocuparme de la posteridad. Es una decisión tomada. [...] Estoy muy decidido a no ‘hacer
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677). Al bullicio fáustico de Du Camp, Flaubert opone el silenciamiento del nombre. Es,
que está en juego en esta operación. Flaubert la formulará ejemplarmente más tarde: el
autor tiene que escribir de tal forma de convencer a la posteridad que nunca existió.
Aquí se marca pues una primera separación con Du Camp. Al volver del viaje,
vida intelectual, del proyecto de la Revue, etc. Flaubert, por supuesto, se niega i. El
esos littérateurs u hommes de lettres (las dos expresiones repugnan a Flaubert) que
sacrifican el ideal del Arte por el consumo cotidiano de la palabra, que se someten al
publicaciónii. Pero, una vez terminada la novela, su actitud con respecto a la publicación
(con respecto a ver su nombre impreso en letras de molde), cambia: “[...] no te oculto
[escribe a L. Bouilhet] que ahora [es Flaubert quien subraya] tengo muchas ganas de
verme impreso y lo más pronto posible.” (II, 613; 1/6/1856). Comienzan las tratativas
a Bouilhet]. Pero incompletamente, escribiendo mi nombre sin L (te la dejo para que
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Como siempre en Flaubert, se trata de una ironía significativa: Madame Bovary
nace, desde su réclame, bajo el signo de una mala lectura. Y Flaubert ve en esa mala
cuenta lo tonto del episodio: Flaubert no parece temer una “conspiración” de Du Camp
y sus amigos sino un rasgo más de la idiotez del mundo (la proverbial bêtise). Segundo
aspecto a considerar: se trata de una caída, de un recorte. Y la cuestión del recorte, del
refreno, de la sujeción del impulso de escritura es algo que atraviesa todo el proceso de
“impulso lírico” del joven Flaubert. En la búsqueda de esa contención nacía además uno
de los pilares de la poética flaubertiana: la doctrina del mot juste, el pulimento obsesivo
etc.), proceso desgastante de la escritura (vale aquí el doble genitivo) que se evidencia al
su nombre, hacerlo otro, precisamente cuando (casi por primera vez) acepta salir a la
revista.
III. Porque, de hecho, con el manuscrito del copista en su poder, la primera reacción del
Camp envía a Flaubert el 14 de julio de 1856 (II: 869). No puedo citar toda la carta,
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pero quisiera señalar algunos de sus argumentos principales: en primer lugar, sostiene
(embrouillée), plagado de detalles inútiles que impiden la visión del conjunto y el ritmo
fluido del relato. Du Camp golpea en el núcleo de la ideología estética flaubertiana (que
precisamente hace del ver, de la captación simultánea tanto del plano general como del
detalle, un elemento central: es lo que Flaubert denomina “captar la obra en una única
mirada, un único coup d’oeil” que debería ser el resultado que se busca como efecto de
lectura). Pero es todavía peor, porque Du Camp afirma que la novela, tal como Flaubert
semejante para un novelista que ha desarrollado, con esta novela, toda una teoría en
etc.). Du Camp, entonces, parece retomar algunas de las críticas hechas por él y
desde ese episodio fallido. Además, utiliza una metáfora médica (“Sé valiente, cierra los
que hemos adquirido para este tipo de cosas”) que no podía sino sonar preocupante
tratándose de una novela que tiene, entre sus episodios más famosos, el relato de una
operación médica que termina desastrosamente (con una amputación, de hecho). Por
último, la idea de un savoir faire (del que Flaubert carecería) que deriva no de la
posesión abstracta de un talento literario sino del contacto cotidiano con el mundo de las
propone que ese trabajo de “limpieza” sea realizado por un tercero (a quien no
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ella, de repente se ve en las manos de un “corrector” anónimo, casi un ghostwriter, que
haría su trabajo mejor (de acuerdo con los estándares de la revista). Como se ve, pues,
en esa carta Maxime parece moverse dentro del plano de la estética literaria: no hay
admitido estar en un todo de acuerdo con él), algunas importantes: Du Camp quiere
texto (algunos cambios los mantiene) y exige que sea publicado del modo previsto. La
revista acepta, lo que motiva una carta “de agradecimiento” (por decirlo de algún modo)
sea, el 2 de octubre), y allí Flaubert sostiene que no hay, entre la posición de la revista y
la suya propia, una distancia real, sino que también él, Flaubert, abomina del crudo
realismo que la revista quiere evitar mostrar. Pero, en realidad (sigue diciendo Flaubert)
Flaubert) que excede el mero realismo: “quise decir todo, aceptar todo, pintar todo,
una poética (que es la de la impersonalidad, la del estilo como “manera absoluta de ver
las cosas”, la del “libro sobre nada”) cuya unidad habría sido menoscabada si se
hubieran aplicado las reformas propuestas. Con esta carta, Flaubert está señalando ya un
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como dirá unos días más tarde en una carta a Edma Roger des Genettes, “emprendí esta
caso, Du Camp había admitido (en carta a Flaubert del 19 de noviembre) que se trataba
de un recorte motivado por el temor a la policía correccional: “Se suben al coche y más
tarde bajan, eso puede pasar sin problemas; pero el detalle es realmente peligroso, y
reculamos por simple miedo al Procurador imperial” (II: 873). En la edición del 1° de
diciembre, la revista decide anular todo el episodio, añadiendo una nota de Du Camp:
es todo: exige nuevas supresiones para la última entrega (una parte de la escena de
entrega, una nota firmada por el propio Flaubert llamando a leer la novela, tal como
apareció en la revista, como una serie de fragmentos y no como una unidadv. Ahora
bien, más interesante que la nota en sí es una carta de Flaubert a Laurent-Pichat del 7 de
diciembre, con ocasión de los nuevos cortes exigidos. Allí, por un lado, Flaubert se
tomado la decisión de publicar. Pero, más importante todavía, Flaubert hace, por
que merece ser citado in extenso: “Al suprimir el pasaje del coche, no han quitado nada
quitarán nada. Ustedes se la agarran con los detalles, es el conjunto lo que hay que
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captar. El elemento brutal está en el fondo, no en la superficie. No se blanquea a los
empobrecer, eso es todo.” (II: 650). La imagen de la sangre de una obra literaria es rara
(frente a las más usuales de “la obra como pirámide”, “la obra como collar de perlas”,
incluso los músculos de una obra, como líneas de tensión). Amén de la posible
“fanfarronería” del pasaje, si lo tomamos al pie de la letra cabría suponer que, para
Flaubert, hay una vida, una vitalidad de la obra. Y resulta extraño leer al portaestandarte
de la doctrina del mot juste aventurar la posibilidad de que una obra puede ser recortada
esa vida que está en las palabras pero también más allá de ellas (en su combinación, en
claramente: lo peligroso no está allí donde ustedes quieren encontrarlo. Es lo que, por
otra parte, había aventurado en una carta a L. Colet de 1853 (25/6/53): “el efecto del
efectos, de todos los cálculos de aquello que va por debajo [de la obra].”vii
Bovary no debe buscarse en el detalle, en alguna imagen más o menos escabrosa, sino
dudaría (la Biblia, por caso) para compararlos con los pasajes acusados de su obra y
obscenidad, etc. Ahora bien, a esta estrategia Du Camp responde con una profundidad
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de miras que ciertamente no había demostrado al momento de justificar la propia
censura de la revista: “Te equivocas al buscar analogías, no las hay. Encontrarás frases
[es Du Camp quien destaca] más vivas que las tuyas, no hay duda de ello. Pero no
encontrarás un conjunto [de nuevo destaca Du Camp] tan violento. Allí está el
IV. Concluyo, entonces, con esta idea: la mala lectura de Madame Bovary. En este
último caso (en esa carta del 7 de diciembre), se aventura la posibilidad de que se trate
de una mala lectura virtuosa. Porque, si todo ha sido un experimento sobre la bêtise,
fuerza es reconocer que ese experimento ha tenido éxito: Laurent-Pichat, Pinard, cada
cátedra donde Madame Bovary es enseñada como epítome del realismo son a la vez el
objeto del experimento y la prueba palpable de esa bêtise. Como sea, el veneno no está
allí donde se ha querido verlo (en lo obsceno, en lo real, etc). El veneno, claro, está en la
sangre de Emma. Pero es más que arsénico. ¿Cuál es el veneno, la sangre de Emma?
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i
“Si publico, va a ser del modo más estúpido del mundo. Porque me dicen que lo haga, por imitación, por obediencia y
sin ninguna iniciativa de mi parte. No siento ni la necesidad ni el deseo.” (II: 10).
ii
“Ser uno mismo su público, su crítica, su propia recompensa”, escribe a L. Colet ya en un momento avanzado de la
redacción (II: 313). Público, crítica, premios: es todo el sistema literario el que Flaubert pone (al menos
declaradamente) en la picota.
iii
El desprecio del realismo es una constante en Flaubert: “execro el realismo, aunque me hayan transformado en uno de
sus pontífices” (a Sand, 6/2/1876). También a Maupassant (21/10/1879). La mala comprensión de la novela también se
manifestaría en el hecho de que nadie parece ver que eso no es Flaubert: que esos no son sus temas, sus medios, etc.
Que nada hay de él en la representación de ese ambiente burgués.
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De hecho, Pinard se mostraría irónico con respecto a la censura practicada por la revista: “los señores de la Revue de
Paris me permitirán decir esto: han dado el golpe de tijeras dos palabras tarde; había que hacerlo antes del subir al
coche. Cortar después, ya no valía la pena”.
v
“Consideraciones que no puedo apreciar han obligado a la Revue de Paris a realizar una supresión en el número del 1°
de diciembre. Habiéndose renovado sus escrúpulos con ocasión del presente número, ha juzgado conveniente quitar
todavía más pasajes. En consecuencia, declaro negar la responsabilidad de las líneas que siguen. Se ruega pues al lector
que no vea en ellas más que fragmentos y no un conjunto.” (p. 250)
vi
Casi hay algo de borgeano avant la lettre con la traducción: habría algo inherente a la obra – a las buenas obras- que
no puede perderse en la traducción – en las buenas traducciones-: curiosamente, Borges esgrimía esta teoría
precisamente para confrontar con la doctrina del mot juste
vii
Si tomáramos la imagen flaubertiana de la obra literaria como un collar de perlas donde lo que realmente importa es
el hilo, podríamos pensar que e episodio del fiacre (y todos aquellos con una capacidad –módica- de escandalizar) son
las perlas, mientras que lo verdaderamente revulsivo (la representación de la estupidez, etc.) es el hilo que, sin embargo,
pasa. Es de nuevo