Ethos Barroco
Ethos Barroco
Ethos Barroco
A partir del análisis de dos dinámicas del ethos barroco: valor de uso y tiempo
extraordinario, intentaremos responder a los interrogantes siguientes: ¿De qué
forma el ethos barroco se contrapone con la modernidad capitalista? Y ¿cuáles son
los elementos que obstruyen el buen funcionamiento del productivismo -puritano- ,
que sostiene a la lógica de la acumulación capitalista? Analizaremos de forma breve
las características del ethos barroco para conectarnos con los encuentros y
desencuentros del valor de uso y la modernidad. Una vez analizados estos dos
momentos, revisaremos el concepto de tiempo extraordinario, comprendido como
una dimensión que juega con las contradicciones del sistema, tratando de rescatar
al goce como parte fundamental de la sociabilidad.
El análisis de estos tres momentos: ethos barroco, valor de uso, y tiempo extra
ordinario, puede contribuir a la necesidad urgente de buscar alternativas políticas,
económicas y culturales sustentables a esta versión capitalista de la modernidad.
I/ El Ethos Barroco:
¿Qué nos dice el ethos barroco?: “No, yo no voy a sacrificar la riqueza cualitativa del
mundo”. Para Echeverría (1998) 3, el ethos barroco nace como consecuencia de la
destrucción que hace el mundo europeo de los mundos prehispánicos. Tiene que ver
con el modo en como los indios se inventan, junto con los españoles, una manera de
sobrevivir o de cohabitar de forma “civilizada” en América, una vez que éstos fueron
abandonados por España. Si bien los antiguos códigos culturales fueron devorados
por el código civilizatorio vencedor de los europeos, este proceso se llevó a cabo de
tal forma que lo que se reconstruyó resultó ser algo completamente diferente del
modelo esperado: una civilización occidental europea, sostenida en su núcleo por
los restos del código indígena que debió asimilar.
El ethos barroco surge de este momento en el que jugando a ser europeos, imitando
a los europeos, poniendo en escena lo europeo, los indios asimilados montaron una
representación de la que ya no pudieron salir, representación en la que incluso
nosotros nos encontramos todavía como parte de ese proceso, de esa puesta en
escena -absoluta-, de ese performance sin fin que significa nuestro mestizaje (a/
Echeverría, 1998). Desde esta perspectiva, en palabras del autor, se podría decir
que: “El término ethos, tiene la ventaja de un doble sentido, por un lado, se lo puede
entender por: refugio o abrigo, y por otro, está relacionado con los usos, costumbres,
y comportamientos automáticos de una comunidad o de una sociedad. Es un modo
de ser, o una manera de imponer nuestra presencia en el mundo (Echeverría,
1998:37).”
Durante mucho tiempo (entre los siglos XVIII y XIX), el término barroco tuvo un
sentido peyorativo, era sinónimo de recargado, de desmesurado y hasta de
irracional. Se decía que era una expresión de la simulación que termina por
transformar al arte en un instrumento de lo festivo (a/ Echeverría, 1998). Desde esta
perspectiva, se puede comprender la estrategia del mestizaje cultural en América
Latina, sin duda como barroca, ya que promueve un tipo de comportamiento que
intenta permanentemente romper con las reglas y las exigencias impuestas por el
canon clásico o por las relaciones capitalistas de producción, es decir, es una
estrategia que se resiste a aceptar la destrucción de los valores de uso, promoviendo
y reivindicando las formas sociales de la vida. El Ethos Barroco opera entonces como
una forma de rebelión dentro de la subordinación al capital, y lo hace activando la
teatralización de la vida, impulsando las dimensiones de lo imaginario,
construyendo mundos ficticios. De esa manera puede rescatar, al menos por unos
instantes, la riqueza cualitativa de la vida, aun en medio de la devastación que
implica el sacrificio al que estamos expuestos en manos del capital y su lógica de
acumulación. Por ello, para el ethos barroco el rescate de lo lúdico y lo festivo pasa
a ser esencial como elementos que reivindican lo humano. En este sentido, el ethos
barroco es muy poco productivo, ya que no contribuye para nada al incremento
“necesario” del “famoso” Producto Interno Bruto, más bien lo obstaculiza. Opera
justamente como una especie de resistencia al productivismo moderno. Por eso se
suele escuchar a menudo que los países latinoamericanos no estamos hechos para
el progreso, para la disciplina, o el sacrificio productivista, aspectos que son
indispensables para una vida moderna -capitalista- o para el ethos realista
(Echeverría, 2007).
Por ello, a diferencia del ethos realista que impera actualmente en occidente y que
estructura la vida siempre desde una lógica cuantitativa, valorizando por sobre
todas las cosas la multiplicación del capital; en el caso de América latina, debido a la
forma de construcción de su modernidad, el ethos que prima es el barroco, que se
mantiene al margen del productivismo afiebrado, tomando distancia en función de
una “desviación esteticista” que antepone el disfrute de lo bello como condición de
la experiencia cotidiana. El ethos barroco se presenta de esta manera como un
inventarse la vida aun dentro de la muerte (que implica las relaciones de
producción-explotación- exclusión), e intentará vivir plenamente las dimensiones
de lo sensible, de lo natural, de lo festivo, por encima de la dimensión de lo
netamente productivo, artificial, impuesto por el ethos realista dominante. A pesar
de la complejidad de tener que relacionarse cotidianamente con el ethos realista, el
Ethos Barroco va a intentar salvar el disfrute y, con ello, salvar el valor de uso. Para
el Ethos Barroco, la felicidad debe darse aquí y ahora, por ello somete
constantemente las leyes -“puras”, “clásicas” y “sobrias”- de la circulación mercantil
a un juego constante de transgresiones (a/ Echeverría, 1998).
Una imagen que puede ayudarnos a clarificar el Ethos Barroco puede ser el recordar
las grandes festividades en las que aun, en medio de una situación general de
penuria, de precariedad y de represión, los habitantes de nuestro continente se
procuran momentos de intensa felicidad a expensas de su propia subsistencia
(Echeverría, 2007). Ahora bien, ¿cómo se presenta esta amenaza del valor de uso
por parte del ethos realista?, ¿en qué circunstancias o momentos es posible apreciar
cómo el ethos realista sofoca u oprime al valor de uso tan reivindicando por el ethos
barroco?
II/ Valor de uso, frente al principio de multiplicación del capital:
Por esta razón, si no hay esta peculiar combinación de los dos tiempos en mayor o
menor escala en la vida individual, en un año, o en un mismo instante, si no hay una
combinación de la rutina con la ruptura de la rutina, no existe propiamente una
temporalidad humana (a/ Echeverría, 1998). Ahora bien, la expansión del tiempo
extraordinario se hace posible mediante su irrupción dentro del tiempo de la rutina,
ya que la rutina abre lugares o deja espacios para que se inserte, se cuele, se haga
presente ese tiempo extraordinario. La ruptura o irrupción es justamente eso: un
aparecimiento, una explosión en medio de la imaginación de la existencia rutinaria,
un aparecimiento de lo que puede ser y no es, es decir, puede convertirse en el
tiempo en una luminosidad absoluta si nos brinda placeres o goces, o el momento
de una tiniebla absoluta si nos sumerge en las actividades -enajenadas- de la rutina
(a/ Echeverría, 1998).
La Fiesta, por su parte, como agrega Bataille (1971), es esa dimensión en la cual está
permitido -y en la que incluso se exige- aquello que en lo ordinario está excluido. La
transgresión en los momentos de la fiesta es justamente lo que le da su colorido y
que llama nuestra atención. Es una ceremonia en donde la experiencia de un trance
o de delirio son indispensables para la constitución de la ruptura con el tiempo
cotidiano. Si no hay este traslado, si el paso de la conciencia rutinaria a la conciencia
de lo extraordinario no se da mediante una sustitución de lo real por lo imaginario,
no hay propiamente una experiencia festiva. Por ello, no hay sociedad humana que
desconozca o prescinda del disfrute de ciertas substancias potenciadoras de la
percepción, o hasta incluso, incitadoras de la alucinación. Gracias a estas
substancias, los seres humanos violentan su existencia orgánica, obligándose a dar
más de sí, a rebasar lo requerido por su simple animalidad para desde allí, poder
percibir algo que en estado consciente (o de fijación productivista) nos estaría
siempre vedado (a/ Echeverría, 1998). Muchas veces es en la dimensión festiva
donde lo imaginario da refugio a lo político y donde la actitud anticapitalista está
omnipresente. (Echeverría, 2011).
El caso del Arte es, sin embargo, completamente diferente a las dos anteriores. Con
el arte se intenta de revivir esas experiencias de plenitud de la vida; pero ya no
mediante el recurso a esas ceremonias o ritos sino a través de sus propias técnicas,
dispositivos e instrumentos, que nos invitan a apreciar otras dimensiones de la
vida que la rutina obstruye, silencia, posterga, o calla. Desde esta perspectiva el
ethos barroco inventa mundos imaginarios para poder afirmar el “valor de uso” en
medio del reino del “valor de cambio”. El ethos barroco se percibe, entonces, como
esa vocación extra-ordinaria de provocar experiencias estéticas, logrando
proporcionar al resto de la comunidad oportunidades de vida y de goce, incluso en
ocasiones de excepcional miseria. Es una forma de re-componer las relaciones
sociales de un modo no mercantilizado para que se regenere y alegre la vida
mediante la irrupción del tiempo de lo extraordinario en el tiempo de la rutina,
recuperando por unos instantes para la comunidad, oportunidades de vivir la vida
por fuera de las restricciones propias del ethos realista
Conclusión:
A partir del repaso de las dinámicas del ethos barroco, podemos darnos cuenta de
que no existe una modernidad monolítica o única. Esta modernidad trágicamente
regida por el capitalismo, que se pretende irrebasable, insuperable y al mismo
tiempo natural, tiene varios matices y uno de ellos resulta ser el ethos barroco.
Ethos, que por sus características históricas, tiene entre sus cualidades originales el
deseo de no perder o no sacrificar su relación con el valor de uso, o su relación con
las diferentes dimensiones que son posibles únicamente a partir del tiempo extra-
ordinario. Ethos que nos muestra al mismo tiempo que el mundo puede ser
completamente diferente, puede ser rico cualitativamente, y que a esa riqueza se la
puede rescatar. Sin embargo, como nos recuerda Echeverría, el ethos barroco no es
una solución, no conduce hacia la revolución. Es una resistencia al capitalismo que
no implica su destrucción. Es un modo de vivir y hacer de alguna forma más vivible
la vida dentro de un sistema opresor (de lo natural, de lo humano, de la vida, etc.).
No es una propuesta, ni una estrategia, y ni siquiera un proyecto de transformación.
Este es su gran problema, que se mantiene como un ethos conservador, que no logra
rebelarse del todo contra el capitalismo, juega con él, muy a pesar de que insista en
la recuperación de los valores de uso y del tiempo extra-ordinario. No obstante, a
este ethos barroco se lo puede asociar de algún modo a una de las formas de ser de
izquierda, ya que de una cierta forma, aunque muy mínima, logra imponer una
actitud de resistencia a la vorágine del esquema civilizatorio de la modernidad
capitalista, así sea ésta en lo íntimo o en lo público (Echeverría, 2007).