Miguel Hernández
Miguel Hernández
Miguel Hernández
Como homenaje al estilo de Luís de Góngora, Hernández escribe en 1932 su primer poemario:
Perito en Lunas, uno de los mayores exponentes de la poesía pura. Está formado por una
colección de 42 octavas reales que se transforman en verdaderos acertijos poéticos, que
constituyen imágenes vanguardistas cercanas a la greguería, lo que lo aproxima a Ramón
Gómez de la Serna. El autor incorpora una serie de recursos característicos del creador del
Polifemo: hermetismo, complejidad metafórica, lenguaje culto, hipérbatos…
Tras Perito en Lunas, el poeta compuso en 1936 El rayo que no cesa, de estética
neorromántica. Es un poemario de temática amorosa compuesto por sonetos y otras
composiciones como la Elegía a Ramón Sijé. En esta obra, el amor aparece tratado de un modo
que resulta cercano al de los cancioneros medievales, en especial al Cancionero de Petrarca, en
el que la amada aparece idealizada y presentada como la causa del sufrimiento del poeta.
Durante esta etapa, Hernández se debate entre una moral rígida y una libertad deseada; por un
lado se produce la exaltación del amor y por otro se lamenta de las limitaciones, las
restricciones y la frustración amorosa.
Con la llegada de la Guerra Civil española en julio de 1936, Hernández se adentra en la poesía
comprometida con Viento del Pueblo (1937) y El hombre acecha (1939), y cree necesario
convertir el arte en un arma de combate y en un instrumento útil para mantener alta la moral
del soldado.
Viento del pueblo es un poemario épico y optimista, que recoge diversas composiciones
escritas a lo largo de doce meses en revistas, diarios, periódicos… Es una obra comprometida
que denuncia las injusticias y se solidariza con el pueblo oprimido. En ella, la voz patriótica se
alza para proclamar el amor a la patria, para educar a los suyos en la lucha por la libertad e
increpar a quienes tiranizan al ser humano.
El hombre acecha presenta un giro hacia el pesimismo intimista, ahora el poeta se aflige por la
muerte colectiva, los heridos, las cárceles y el odio entre hermanos.
En suma, la obra de Miguel Hernández, no muy extensa pero sí muy variada, no solo fusiona
gongorismo, simbolismo y ultraísmo (Perito en Lunas), sino que también explora el surrealismo
y la poesía impura (El rayo que no cesa), sin olvidar la poesía comprometida (Viento del pueblo
o El hombre acecha), o su aproximación al neopopularismo (Cancionero y romancero de
ausencias).
2. TRADICIÓN Y VANGUARDIA EN MIGUEL HERNÁNDEZ
Nacido en 1910, el oriolano Miguel Hernández está considerado como uno de los poetas más
significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios
factores lo relacionan estrechamente con la del 27, destacando la fusión de la tradición e
innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia
de las vanguardias.
Miguel Hernández se inspira en la tradición literaria, de ahí que Garcilaso, Quevedo, Lope de
Vega, y sobre todo, Luís de Góngora, se convirtiesen en sus principales referentes.
El rayo que no cesa, su segunda publicación, entronca no solo con el surrealismo sino también
con la tradición, de la que toma la métrica clásica (Soneto quevedesco) y los motivos temáticos,
que nos remiten al Cancionero de Petrarca, donde la amada es idealizada y presentada como la
causa de sufrimiento del poeta.
Por otra parte, en los años treinta lega una nueva vanguardia, el surrealismo, que va a producir
una ‘’rehumanización en el arte’’, un nuevo romanticismo e irracionalismo que dará cabida, no
solo a lo humano, sino también a lo social y político. El surrealismo se aprecia en El rayo que no
cesa (poesía impura, metáfora surrealista y tradición y Viento del pueblo (poesía impura,
comprometida y épica).
En suma, la obra de Miguel Hernández, no muy extensa pero sí muy variada, se origina una
clara simbiosis entre tradición y vanguardia. El trayecto del poeta constituye una acertada
recopilación de todas las tendencias del momento, lo que enriquece sobremanera la obra de
una de las figuras más representativas de las letras castellanas del siglo pasado.
3. EL COMPROMISO SOCIAL Y POLÍTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Nacido en 1910, el oriolano Miguel Hernández está considerado como uno de los poetas más
significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios
factores lo relacionan estrechamente con la del 27, destacando la fusión de la tradición e
innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia
de las vanguardias.
Cuando en marzo de 1934 viaja por segunda vez a Madrid, comienza para él una nueva etapa
en la que se introducirá en la intelectualidad de la capital y se desprenderá del influjo del
ambiente oriolano, lo que provocará una crisis personal y poética de la que saldrá su voz
definitiva. Empezará a colaborar con la revista Cruz y raya y entablará amistad con algunos
miembros de la Generación del 27, en especial con Vicente Aleixandre, cuya obra La
destrucción o el amor, lo decantarán finalmente por la poesía impura.
Esta quedará recogida en el Viento del pueblo, obra épica, optimista y comprometida que
denuncia las injusticias y se solidariza con el pueblo oprimido. En ella, la voz patriótica se alza
para proclamar el amor a la patria, para educar a los suyos en la lucha por la libertad e increpar
a quienes tiranizan al ser humano.
En suma, la obra de Miguel Hernández, no muy extensa pero sí muy variada, muestra el
compromiso social y político del autor, que exalta a los hombres que luchan por la justicia,
lamenta el dolor de las víctimas y reprende a los explotadores de la patria.
4. LENGUAJE POÉTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ: SÍMBOLOS Y FIGURAS RETÓRICAS
Nacido en 1910, el oriolano Miguel Hernández está considerado como uno de los poetas más
significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios
factores lo relacionan estrechamente con la del 27, destacando la fusión de la tradición e
innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia
de las vanguardias.
Su universo poético se va forjando a medida que evoluciona su concepción del mundo, creando
así una obra personal que lo convierte en un artista complejo y original, influida tanto por los
clásicos del Siglo de Oro como por los poetas coetáneos al autor.
1. Gongorismo: presente en Perito en lunas (1932), donde el autor istenta una gran
destreza verbal e imaginativa, e incorpora una serie de recursos característicos del
creador del Polifemo: hermetismo, complejidad metafórica, lenguaje culto,
hipérbatos…
2. Neorromanticismo: en El rayo que no cesa (1936), poemario de temática amorosa que
nos remite al Cancionero de Petrarca, en el que emplea una gran variedad de recursos
retóricos, destacando la metáfora surrealista.
3. Poesía comprometida con Viento del pueblo, en el que destaca el lenguaje directo y
claro.
4. Neopopularismo de Cancionero y romancero de ausencias, integrado por
composiciones de verso corto y rima asonante que beben de la sencillez de la lírica
popular y que contiene recursos que favorece la musicalidad (el cantar) o la
expresividad.
Con respecto a los símbolos que le sirven a Miguel Hernández como vehículo expresivo, se
aprecia que varían en intensidad y significado a lo largo de toda su obra. Estos proceden de la
naturaleza y se dividen en dos fuentes: la primera se vincula con lo telúrico (elementos
terrenales), y la segunda con lo cósmico.
La luna adquiere dos significados: por una parte, sugiere el paso del tiempo o el ciclo
de la vida, y por otra, es signo de la fatalidad y la muerte, en contraposición con el Sol,
emblema de la luz y vida.
A partir de su segunda etapa, aparecen elementos punzantes como el rayo, el cuchillo,
la navaja o la espada, asociados al dolor y la frustración amorosa. En la etapa bélica, el
rayo se transforma en símbolo de la fuerza y el coraje.
La lluvia se relaciona con la pena por amor, y el viento con la fuerza del pueblo y la voz
del poeta.
La tierra es la madre, la cuna y la sepultura del hombre. El toro representa la muerte
en Perito en Lunas, la virilidad en El rayo que no cesa, y el valor en Viento del pueblo.
En suma, el lenguaje poético de Miguel Hernández experimenta una serie de cambios a lo largo
de la trayectoria del poeta, que afectan del mismo modo a la métrica: octavas reales, sonetos,
tercetos, romances, silvas… inundan las composiciones de una de las figuras más
representativas de las letras castellanas del siglo pasado.
5. LA VIDA Y LA MUERTE EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Nacido en 1910, el oriolano Miguel Hernández está considerado como uno de los poetas más
significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios
factores lo relacionan estrechamente con la del 27, destacando la fusión de la tradición e
innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia
de las vanguardias.
Podríamos decir que toda su obra es una constatación de la definición del filósofo alemán
Heidegger: ’’el hombre es un ser para la muerte’’. En efecto, a poesía de Miguel Hernández
comienza con un canto a la vida, una vida casi festiva que, poco a poco, conforme se va
desarrollando la dolorosa historia personal del poeta, acaba por convertirse en trágica.
En sus primeras etapas se aprecia una continua exaltación de la vida, con poemas que elevan a
la perfección todo elemento de la naturaleza que le rodea. Estos poemas contienen cierta
despreocupación, vitalismo y optimismo. Aquí, no hay muerte, si acaso una muerte literaria
con un toque melancólico.
Las tres heridas hernandianas (‘’la de la vida, la del amor y la de la muerte) no llegan hasta El
rayo que no cesa, “cancionero” de la pena amorosa, en el que la vida es muerte por amor. El
poeta, simbolizado en el toro, muere a causa de las heridas del amor que han provocado una
serie de símbolos cortantes: cuchillo, rayo, espada, cornada… Y es que en su poesía amor y
muerte se plasman en los símbolos del toro y la sangre.
Con la llegada de la guerra, la voz poética adquiere un tono combativo en Viento del pueblo
(1937), donde la muerte se convierte en parte de la lucha por la victoria. Pero el optimismo
inicial deriva en pesimismo a medida que se desarrolla la guerra, como se aprecia en El rayo
que no cesa (1939), donde los muertos ya no son héroes sino víctimas.
Desde siempre ha estado muy ligado a la naturaleza, como poeta y como persona. Su labor
como cabrero, asignada por su padre, le llevaría a aprender a cuidar el ganado, limpiar el
establo, recolectar fruta… por lo que no sorprende la presencia constante de la naturaleza en
su obra.
En sus primeras etapas se aprecia una continua exaltación de la vida, con poemas que elevan a
la perfección todo elemento de la naturaleza que le rodea, lo que le llevará a la publicación de
su primer poemario Perito en lunas (1932).
Además se nutre también de símbolos de animales. Desde El rayo que no cesa hay un
paralelismo simbólico entre el poeta y el toro, destacando en ambos su destino trágico, su
virilidad, su corazón, la fiereza y la pena. El buey representará en Vientos del pueblo me llevan,
la sumisión y la cobardía.
Por otra parte, su poesía aborda los temas más obsesionantes del mundo lírico: el amor, la vida
y la muerte, sus ‘’tres heridas’’.
El rayo que no cesa, su principal poemario amoroso, nos remite al Cancionero de Petrarca, que
se centra en torno al dolor, el desdén de la amada, y el amor como muerte.
Con la llegada de la guerra, la voz poética adquiere un tono combativo en Viento del pueblo
(1937), donde la muerte se convierte en parte de la lucha por la victoria. Pero el optimismo
inicial deriva en pesimismo a medida que se desarrolla la guerra, como se aprecia en El rayo
que no cesa (1939), donde los muertos ya no son héroes sino víctimas.
En suma, la obra de Miguel Hernández, no muy extensa pero sí muy variada, se origina una
clara simbiosis entre tradición y vanguardia. El trayecto del poeta constituye una acertada
recopilación de todas las tendencias del momento, lo que enriquece sobremanera la obra de
una de las figuras más representativas de las letras castellanas del siglo pasado.