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Vida Recibida Vida Añadida

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VIDA RECIBIDA Y VIDA AÑADIDA

Resumen Leonardo Polo

1. Unidad cuerpo y alma humana


La vida humana, según Aristóteles, integra los niveles de vida vegetativa,
sensible y racional. Los niveles de vida vegetativa y sensible constituyen la vida
natural, en la cual las operaciones del viviente humano dependen de lo corpóreo.

En la concepción humana toman parte activa los padres, que otorgan células
vivas al hijo. Por eso, más que reproducción cabe hablar de procreación, porque
contribuyen con dicha dotación a que Dios pueda crear una persona, un acto de ser
personalísimo. Según el planteamiento creacionista de la antropología de Leonardo
Polo, Dios se sirve de esa contribución para crear el acto de ser personal, con el que
le llega el alma humana que es concreada con el acto de ser personal. Polo considera
que el alma humana equivale a la esencia humana, la cual se distingue del acto de ser
personal. En este sentido, se puede decir que el hijo pertenece más a Dios que a los
padres humanos. Polo habla de la vida recibida referida a lo orgánico, la cual es
acogida por el viviente humano ya desde el seno materno; éste se encarga de llevar
adelante la vida recibida, y al hacerlo le añade más vida; ese ‘plus’ de vida es
añadida, a partir del mismo despliegue epigenético, del cumplimiento de las
admirables y puntuales tareas que realiza el embrión humano.

En ese nivel de vida recibida y añadida se encuentra la llamada vida natural, en


cuanto que se refiere básicamente a la vida vegetativa y sensible, que tiene un soporte
orgánico que es muy importante. Así, Polo considera que la complejidad de la vida
humana es posible de ser vista como una especie de tejido de dualidades (que no es
dualismo) en que un término de la dualidad está muy relacionado con el otro que es
superior y que lo integra.

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Así, lo maravilloso es que los seres humanos somos de tal condición que las
actividades biológicas van muy unidas con las espirituales. Tenemos una gran unidad
de cuerpo y alma. No somos ángeles, pero tampoco bestias. A menudo los problemas
han venido por no ver esa dualidad que se integra de manera jerárquica. La vida
natural es dual con la vida racional, y ésta se articula con la vida personal, cuya
actividad es radical ya que el acto de ser personal es muy activo y sostiene e influye
en toda la vida del viviente.

Es evidente que tanto las operaciones vegetativas de la nutrición como las de


desarrollo y reproducción biológicos implican funciones orgánicas; y también en el
nivel sensible se requiere de la base corpórea, y eso no sólo en lo que respecta a los
sentidos externos: ver, oír, oler, gustar y tocar; sino también en lo que toca a los
sentidos internos, como la conciencia sensible o sensorio común, la imaginación, la
memoria y la intuición sensible, llamada por los medievales cogitativa.

Sin embargo, aún en el nivel sensible, es conveniente no ver esa relación como
algo mecánico, ya que no se trata de una simple relación entre elementos corpóreos u
orgánicos. Según el planteamiento aristotélico esas operaciones en sí mismas son
inmanentes, por lo que no cabe un mecanicismo que considere el movimiento vital
como si fuera una relación mecánica de unas partes con otras.

Como ya hemos señalado, el viviente articula un principio material, con otros


tres que son formal, eficiente y final, de manera que el alma funciona en base a esos
principios (tri-causalidad) sin excluir ninguno. En cambio, los mecanicistas se quedan
sólo con la causa material y la causa eficiente; como el movimiento (causa eficiente)
que imprimo a este lapicero (en su aspecto material) sin más. Dicho de manera breve:
el mecanicismo considera sólo dos causas, la eficiente y la material, pero Aristóteles
considera que en el viviente intervienen dos causas más, la causa formal y la causa
final. Al respecto hay que recordar que el estudio del código genético va en la línea
de recuperar la causa formal.
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En el ser humano el cuerpo, su dotación orgánica, presenta una admirable
apertura, no está tan determinado como en el caso del animal. El movimiento
sensible, tanto el que atañe al conocimiento sensible como a las tendencias sensibles,
va más allá del simple mecanicismo, porque en el viviente humano existe un alma, un
acto formal que no se agota en la constitución de uno o varios órganos, sino que
‘sobra’ respecto de ellos, de manera que se puede realizar más de una función; pero
en general todo el cuerpo está abierto al alma humana signada por la racionalidad.

El alma humana es tan potente que se podría decir que no sólo constituye e
informa al cuerpo, sino que ‘sobra’ respecto de lo orgánico. Así, la lengua no se agota
simplemente en el gustar, sino que también sirve para hablar; asimismo la laringe no
sólo sirve para respirar sino también para emitir voces con significado. Esa
plasticidad, que da lugar a la plurifuncionalidad, manifiesta la grandeza del alma
humana que puede servirse de lo orgánico no para una o varias operaciones, sino que
puede engarzar esas operaciones sensibles en la riqueza de su alma racional.

Así pues, el alma racional integra la sensibilidad y la dimensión vegetativa hasta


donde le es posible. La unidad o integración no quiere decir que no diferencie la
índole propia de lo vegetativo y de lo sensible. Hay que diferenciar para unir o
integrar, de lo contrario se daría algo así como un “totum revolutum”.

En esa línea hay que recordar que las operaciones sensibles en sí mismas no son
materiales, pero ello no quiere decir que se confundan con la vida intelectual.
Inmaterial quiere decir no material, pero no todo lo inmaterial es intelectual. Por
ejemplo: una operación como puede ser una asociación proporcional que hace la
imaginación, en cuanto tal no es material (no le podemos hacer una fotografía), pero
no por ello es intelectual, sino sensitiva. Por lo demás, representaciones imaginativas
pueden tener los animales, en cambio, vida intelectual solamente los seres humanos.
Las operaciones de entender y de querer, pueden darse independientemente de los
órganos corpóreos (que si bien se encuentran presentes, no constituyen lo inteligido).
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Algo inmaterial como el imaginar tiene soporte sensible, no se puede realizar
sin funciones neurológicas, aunque dicha operación no se confunda con ellas. Esa
dependencia del sentido respecto de lo orgánico lleva a que pueda frustrarse cuando
se presenten alteraciones neurológicas o desgaste orgánico considerable. Así también
el crecimiento de la imaginación puede detenerse en alguna etapa de la vida humana;
en cambio, la vida de la inteligencia, aún en la ancianidad, puede ser de gran lucidez,
tiene capacidad para tener un crecimiento irrestricto, por ello su existencia trasciende
lo material, es inmortal.

Los actos propiamente humanos como los de entender, el querer, pueden crecer
irrestrictamente, siempre pueden ejercerse más y mejor. En cambio, las operaciones
vegetativas y sensibles son limitadas, dependen de lo orgánico; por ello el alma de los
vegetales y de los animales es mortal, deja de existir en el momento en que lo
corpóreo-material se desorganiza.

Con todo, la vida sensible aún siendo inferior a la intelectual es superior a la


vegetativa. Algo central en que se diferencia el vegetal del animal no es tanto que
aquel no pueda trasladarse con movimiento local como el animal, sino que lo más
serio es que no posee conocimiento, si bien no está ‘cerrado’ a lo exterior como una
piedra, su apertura es pequeña. De ahí que la vida animal sea un poco más compleja
que la vegetativa, especialmente en los animales más desarrollados. La vida sensible
posee más apertura que la simple vida vegetativa, ya que ésta no puede conocer ni
apetecer. En cambio gracias a la vida sensible se puede conocer imágenes y en
consecuencia se puede apetecer sensiblemente.

Como el ser humano posee operaciones sensibles no sólo posee los clásicos
nueve sentidos, cinco externos (vista, oído, olfato, gusto, tacto) y cuatro internos
(conciencia sensible, imaginación, memoria y cogitativa), sino que junto con ellos
tiene básicamente dos apetitos sensibles, uno que le hace tender al bien sensible
placentero y otro por el que tiende al bien sensible arduo.
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En cuanto que los animales superiores poseen también aquellas once facultades
sensibles, nueve cognoscitivas y dos tendenciales; pueden conocer y apetecer. Y, sin
embargo, aunque esas facultades son semejantes, no se despliegan igual que en el ser
humano. A veces se llega a afirmar que los animales son inteligentes, pero su conocer
sensible es inferior al conocer intelectual. No se debe confundir la imaginación o
cualquier sentido humano, por más desarrollado que se encuentre, con la inteligencia
humana.

En el ser humano los sentidos tienen una base orgánica, como en los animales,
pues tales potencias no se ejercen independientemente de lo corpóreo, pero no se
activan igual que en ellos. Los sentidos no son exclusivos del hombre, aunque el
alcance que tienen en los seres humanos es mayor debido a la presencia de las
facultades superiores como son la inteligencia y la voluntad.

La vida humana es superior porque el alma humana es espiritual; como ya


señalamos, el hombre puede abstraer, entender, querer, etc., con una gran apertura
que lleva al infinito, y que puede crecer irrestrictamente. Así, el ser humano puede
habérselas con lo infinito y las realidades trascendentes.

Asimismo, no se puede decir, por ejemplo, que se ame con un órgano, ya que si
bien el amor involucra a todo nuestro ser, por lo que incluye también a los
sentimientos, en realidad, no se reduce a éstos, ya que es muy superior a lo sensible.
Hace poco lo veíamos en una entrevista a una joven a quien le habían realizado un
trasplante de corazón, afirmaba que seguía amando a su mismo novio, antes, con el
otro corazón, igual que con el corazón que ahora tenía.

Aunque en algunas ocasiones se puede representar el amor con el corazón, esto


sucede porque estamos muy dados a imaginar y a veces no sabemos cómo conocer si
no es con imágenes sensibles, o porque a veces se reduce el amar al sentir. Pero el

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acto de amar es un acto distinto de una simple afección del órgano. Con éste se puede
sentir, pero el amor humano no se reduce a eso.

A veces también se dice que los animales son ‘inteligentes’ porque poseen un
cierto «lenguaje», pero es diferente de la comunicación del lenguaje articulado que
puede contener un significado abstracto, universal, principial, etc., y que conlleva
detenerse, comprender, contemplar, de manera profunda la realidad.

En los animales superiores su capacidad neurológica les permite un gran


desarrollo de la imaginación y hacer relaciones de “Si A entonces B”, pero en dicha
relación A y B son muy concretos, ya que ellos sólo funcionan con imágenes
sensibles, las que asocian, relacionan, etc., pero imaginativamente, no racionalmente,
ya que no pueden universalizar.

Por otra parte, si bien el animal posee conocimiento sensible éste se da sólo en
relación a un comportamiento determinado, es decir, su conocer está en función de
fines que ya están en él de manera instintiva, de manera que no tiene libertad para
modificarlos; es más, el mismo conocimiento del medio en cuanto tal le está vedado
al animal. En el animal no cabe el «detenerse» a pensar, ni tampoco el penetrar
intelectualmente en la realidad. Las cosas, su entorno, los otros animales, las
personas, sólo son conocidos por el animal –y consiguientemente apetecidos– no en
sí mismos, sino en relación a operaciones instintivas como las de comer, dormir,
aparearse u otras necesidades biológicas. Por ejemplo, el animal conoce a «éste» que
es su dueño, que le prodiga la comida, que le hace sentirse protegido, etc., conoce
«aquel» rincón o lugar en el que le ponen la comida, a «esta» agua, etc. Pero de este
conocimiento concreto no saca propiedades, características generales, universales,
etc. No puede dar cuenta del ser humano que es su dueño, ni del espacio en cuanto
tal, ni del concepto de agua, etc.

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Además, como se sabe, con el conocimiento siempre se despierta la apetición.
En el caso del animal, dado que su conocimiento es sensible, una vez despertados sus
sentidos, inmediatamente se ponen en marcha los apetitos sensibles, de manera que
en los animales el estímulo es ‘irresistible’. En los seres humanos, en cambio, media
la inteligencia, la cual puede detenerse a pensar, dirigir o retirar la atención de
determinados objetos libremente. Por lo tanto, el animal no tiene control de sus
apetitos, sino que su conducta es instintiva, es decir, no puede ejercer un dominio
sobre ella. Debido a esto, se explica que frente a la presencia del objeto, en cuanto lo
capta como bueno –o no– inevitablemente despliega sus emociones o ‘sentimientos’
sensibles que ‘dirigen’ su comportamiento.

Así pues, el alma animal comienza y cesa con lo orgánico. Comienza a existir
cuando el cuerpo está suficientemente organizado gracias a recibir una dotación
corpórea, y cesa cuando le acaecen amenazas por encima de un cierto límite, por
influencia de agentes externos destructivos, o por el desgaste de los propios órganos.
La muerte resulta de la lucha del organismo contra las fuerzas de destrucción, y es
parte del proceso de envejecimiento.

La vida humana es el nivel de vida más complejo porque involucra la vida


vegetativa y sensitiva, cuyas operaciones integra dentro de la racionalidad humana.
Según Leonardo Polo el método más adecuado para hacer frente a la complejidad
humana es el llamado método sistémico, ya que en la vida humana todo está
intrínsecamente relacionado y, además, propone no objetivar (conocer formando
ideas) ni el vivir ni la vida, ya que el pensamiento objetivo es fijo; en cambio, la vida
es todo lo contrario, es actividad. En correspondencia con esa actividad se precisa un
acto de conocer superior a la operación (con ésta se captan objetos pensados o ideas).
El acto de conocer que no conoce objetos sino actos es el hábito. Con éste se puede
captar la vida. Es muy conveniente tratar de no perder de vista la actividad vital, para
no fijarla o considerarla estáticamente.

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Como ya vimos, la vida es acto, y donde luce esa actividad con todo su
esplendor es en la vida humana. Las operaciones vitales son inmanentes, aluden a una
interioridad, y la humana es de una riqueza admirable.

Frente al mecanicismo o fisiologismo, que pretende reducir las operaciones


sensibles a lo meramente orgánico, hay que llamar la atención de que el alma humana
va guardando sus experiencias sensibles y disponiendo de ellas de un modo diferente
a una computadora.

Lo maravilloso es que los seres humanos somos de tal condición que las
actividades biológicas van muy unidas con las espirituales. Tenemos una gran unidad
de cuerpo y alma. A menudo los problemas han venido por no ver esa relación, esa
gran unidad de cuerpo y alma, de tiempo y eternidad, de un ser personal con una
continuidad temporal, biográfica. En efecto, en el ser humano, hasta la sensación
menos intensa, por muy básica que sea, no es igual a la de un animal. Se podría decir
que en el ser humano lo biológico o corpóreo está ‘empapado’ (poco o mucho) de lo
espiritual; inclusive las cosas que usa, que toca, etc., adquieren una cierta
modificación. Efectivamente, hay cierta ‘humanización’ del hábitat o mundo físico o
material. Por ejemplo, eso está en el fondo del significado que adquiere todo lo
referido a la persona amada. Su mirada, sus palabras son manifestaciones, una cierta
‘revelación’ de aquella persona. Los lugares dejan de ser anodinos si los ha mirado
aquella persona, el suelo que se pisa, el paisaje, las personas, el universo entero
cobran especial valor si la persona amada los ha ‘vivido’, porque entonces los ha
metido en su interior, están enriquecidos con su presencia, porque han sido
contemplados, valorados, amados, por ella.

Por poco que se vea la maravilla del alma humana, la riqueza de su vitalidad
inmanente, le lleva a uno a preguntarse: ¿cómo se puede seguir creyendo que el alma
humana es material? Aunque parezca increíble, todavía existen materialistas que
sostienen que nuestras operaciones ‘no son más que’ actividades de índole físico-
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química, que el cerebro ‘segrega ideas’ como el hígado la bilis, o como los riñones la
orina. ¿Qué sentido tiene decir que las ideas son un segregado del cerebro? El sentido
que tenía en los materialistas del siglo XIX –que eran de una ingenuidad admirable–
era un sentido cinético, mecánico, como se produce la luz con el fósforo. Tales
materialistas pensaban que las ideas eran producidas en un sentido puramente físico
de producción. Pero lo característico de las ideas no es que sean producidas, sino que
sean conocidas en el mismo acto de conocer. Como ya señalamos, una computadora
no conoce el contenido de los archivos que guarda, ni se beneficia de su ciencia y
sabiduría.

Las facultades intelectuales realizan operaciones que, a diferencia del alma


vegetativa y sensitiva, no necesitan de la influencia directa del cuerpo ni de sus
órganos. Esa naturaleza espiritual se nota también en la índole de los objetos que
captan sus operaciones. Por ejemplo, la inteligencia tiende a captar el ser, el ente y la
verdad. Estos objetos son universales, esenciales, inteligibles. Por su parte la voluntad
tiende al bien infinito, trascendente, lo cual abre al ser humano unos horizontes
insospechados para un animal, que se encuentra limitado por las cosas finitas,
concretas, materiales, sensibles.

El ser humano es el único ser que no se sacia con lo concreto, material, finito,
sino que, gracias a su espíritu, anhela lo que no se acaba, lo que no tiene fin, lo
infinito, lo permanente, lo eterno. Cuando se es pequeño quizá pueda contentarse sólo
con cosas de aquel nivel concreto. Pero cuando la inteligencia se abre paso el niño da
un salto en su conocer y en su querer y, si quiere una verdad, busca que ésta sea para
siempre (que no pase con el tiempo) y si barrunta el amor, quiere que éste no se
acabe, que sea eterno. En suma, en la integración cuerpo y alma, sensible e
intelectual, esencial y personal, es donde se juega el transcurso de la vida humana.
Esa unidad se puede ver en la teoría aristotélica de las facultades humanas, que
integra tanto a las intelectuales como a las sensibles con base orgánica.

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Así, el alma es el principio remoto de operación y las facultades los principios
próximos de actuación. La facultad explica el hecho de que el ser vivo no esté
ejerciendo siempre en acto todas sus operaciones, sino que unas veces activa unas
facultades y otras unas distintas. Por lo cual las facultades son principios inmediatos
de las operaciones, pero que pueden alternar con no obrar. Consideradas en sí mismas
las facultades humanas se ordenan a sus actos propios y éstos a sus objetos. De esta
manera, si uno quiere conocer a las facultades, tiene que ir a las operaciones, a las
cuales accedemos a través de sus objetos propios. Así, por ejemplo, el acto de ver
especifica la vista que es la facultad de la visión, a su vez el acto de ver se especifica
por su objeto: el color. Del mismo modo la inteligencia es una facultad que se
especifica por su acto de entender y éste a su vez por el objeto entendido, la verdad.

Es importante resaltar una característica de las facultades, y es que son muy


dinámicas; son como los ‘resortes’ de la actividad, por lo que se ordenan a la acción,
tienen a su cargo la realización de los actos u operaciones. Debido a esa dinamicidad,
que es inmanente, sucede que cuando actuamos esas facultades no se quedan
estáticas, sino que –como ya vimos– se modifican, no quedan igual que antes, sino
que se reconfiguran: adquieren una nueva ‘forma’.

Como ya señalamos, en el ser humano existen muchas facultades, pero las


principales son unas trece, de las cuales diez sirven para conocer, por lo que son
posesivas, ya que poseen el objeto propio conocido, y tres son tendenciales, es decir
que al no poseer tienden, ‘se dirigen hacia’ el término de su inclinación. Si las
presentamos de acuerdo con el siguiente esquema, tenemos que distribuirlas entre dos
grupos: las cognoscitivas y las apetitivas.

A) FACULTADES COGNOSCITIVAS
Son aquellas potencias del alma humana que tienen como acto propio el
conocimiento. Estas facultades cognoscitivas pueden ser de dos tipos: sensibles e
intelectuales.
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1. Facultades cognoscitivas sensibles
-Sentidos externos: vista, oído, gusto, olfato, tacto.
-Sentidos internos: sensorio común, imaginación, memoria e intuición
sensible (cogitativa).
2. Facultad cognoscitiva intelectual
-Inteligencia.

B) FACULTADES APETITIVAS
Son aquellas potencias humanas cuyo acto propio es tender hacia un objeto, un
bien, que se encuentra fuera del sujeto. Pueden ser también de dos clases: facultades
apetitivas sensibles y facultad apetitiva racional.
1. Tendencias sensibles
-Apetito o tendencia concupiscible
-Apetito o tendencia irascible
2. Tendencia racional
-Voluntad.

Antes de pasar a estudiar las operaciones propias de las facultades cognoscitivas


y apetitivas, tanto sensibles como espirituales, tenemos que recordar algo muy
importante, y es que el ser vivo es una unidad, y cada una de sus operaciones no se
dan de manera aislada, sino en relación con las demás. Esto se hace todavía más
patente en el ser humano.

Al tratar de cada una de las operaciones vitales trataremos de tener en cuenta


que, si acaso tenemos que separarlas para poder centrar más la atención en la
naturaleza de su actividad, no podemos olvidar que forman parte de un conjunto de
actividades vitales que pertenecen a la unidad del sujeto.

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