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Coordinando Grupos

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Coordinando grupos.

Una lógica para los pequeños grupos


Gabriela Jasiner
El malestar en la cultura y la subjetividad en la época.
“Enfermo estaba y ese fue, de la creación, el motivo. Creando convalecí y en ese esfuerzo
sané” Heinrich Heine. (citado por Freud en El malestar en la cultura)

Para pensar los grupos centrados en una tarea, propongo servirnos del texto freudiano: El
malestar en la cultura (1929).
“¿Por qué es tan difícil para los seres humanos conseguir la dicha?”, se pregunta Freud en
ese tratado sobre la felicidad y las complejidades del alma humana (1). A veces en la
apresurada inquietud de encasillar u texto-en este caso con el título de “texto social” -(2),
se olvidan las preguntas importantes. ¿O acaso no nos ocupamos de los problemas con la
felicidad de quien acude a la consulta y, de alguna manera, de quien se reúne en grupos
con otros?
El ser humano sufre un mal estructural, nunca busca exactamente lo que busca; entre el
placer buscado y el placer encontrado hay una ineludible distancia y solo serán fugaces los
momentos de felicidad…solo instantes. Siempre queda un resto y no se logra la armonía
tan buscada. Entre el placer buscado y el encontrado jamás hay adecuación, nunca se
encuentra exactamente lo que se busca, y lo que cada uno haga con esta diferencia marca
su posición en la vida.
El ser humano llega a la vida desamparado, y Freud llama “naturaleza” al mundo hostil al
que se enfrenta, y “cultura” a todo aquello que busca bordearlo. El malestar tiene que ver
con lo real del cuerpo, el paso del tiempo, la enfermedad, la muerte de los seres queridos,
los imponderables, todo aquello que, aunque la cultura intente velar, nunca logra hacerlo
del todo, siempre queda un resto.

1- Dice J. Strachey en la introducción del texto de Amorrortu: “El título que inicialmente
había elegido Freud fue “La felicidad en la cultura” pero más tarde Freud reemplazo
felicidad por” malestar”.
2- Los grupos están inscriptos en lógicas colectivas, pero no se explican por ellas. Psicología
de las masas y análisis del yo, El yo y el ello, El porvenir de una ilusión y El malestar en la
cultura están inscriptos en la línea de los textos sociales de Freud, con lo que en una época
se diferenciaban de los escritos teóricos y los técnicos
De tres fuentes proviene el “penar”: la fragilidad de los cuerpos, la hiperpotencia
de la naturaleza en la furia de su impredecible fuerza destructora y la insuficiencia
de las normas que regulan los vínculos recíprocos, o sea el vínculo con “otros”
también trae malestar; las normas que nosotros mismos hemos inventado,
paradójicamente no nos protegen. Ya en 1929 Freud anuncia a la humanidad que
estar con otros no es fácil. Hay algo ingobernable e inexorable, con la misma fuerza
de los fenómenos de la naturaleza, que recorre nuestro psiquismo. Pero en el
mismo vínculo con otros- nos anticipa el maestro- hay a la vez una salida posible.
En la compleja temática del malestar en la cultura queda planteado un
irremediable antagonismo entre la pulsión y las restricciones de la civilización.
La vida desengaña, duele, y para soportarla, hay diferentes salidas: la enfermedad,
el síntoma, la soledad, las adicciones, las “actividades científicas” o las religiones,
que operan, según Freud,” gracias a un infantilismo psíquico insertando al sujeto
en un delirio de masas y señalando el mismo camino para todos” (3).
Pero “(…) hay por cierto otro camino, un camino mejor: como miembro de la
comunidad (..)se trabaja con todos por la dicha de todos”, o sea ante el malestar,
en vez de salir enfermantes, el trabajo con otros. Subrayo el verbo trabajar; en u
pie de página Freud ubica el trabajo como un modo de inserción en la comunidad,
vía posible de una pasajera e incompleta- pero no por eso despreciable- felicidad, y
plantea una cuestión teórica no poco relevante que es el valor del trabajo en el
destino de los componentes agresivos, eróticos y narcisistas.
A veces, antes el vacío, el misterio, lo que duele, buscamos inmediatamente
reparar y llenar la falta, embriagándonos para adormecernos y nombrar
rápidamente lo que es innombrable, o en cambio nos enseña Freud: los posibles
“caminos de la creación, con otros”.
“El arte, la creación o, en cambio, las formas patológicas como síntomas y
adicciones son salidas posibles para el sujeto””. (Los tóxicos producen cambios
químicos que dan placer inmediato, nos previene Freud). Y, como no podría ser de
otra manera, nos anuncia una salida posible para el ser humano: la sublimación.
El malestar paradójicamente, puede ser el punto de partida de la insatisfacción y el
padecimiento, o, a la vez, causa para la creación. El vínculo con otros, como fuente
del malestar a la vez que salida posible, y los caminos de la creación como vía para
hacer algo no enfermante con el malestar inexorable, son dos ideas fuertes en la
lógica para trabajar con grupos centrados en la tarea, tal como lo propondré a lo
largo de este libro. Freud se pregunta por la felicidad y nos enseña: la dicha (…)
“solo es posible como un fenómeno episódico, de vez en cuando”. “Ser felices”, el
programa del principio del placer, pareciera irrealizable. Discernir la dicha posible

3- En estos tiempos en que sectas religiosas y salidas fundamentalistas retornan en su


esplendor, mejor no olvidar que la etimología de religión es “religar”, “reunir”.
es cuestión de “cada quien”. “Cada uno tiene que ensayar la manera de encontrar
la bienaventuranza”. Ante el malestar, ante la desventura, ante lo impredecible de
lo real, en el “arte de vivir”, no ser como fruto de un “resignado cansancio”, el ser
humano también ama. Pero nos vuelve a advertir Freud:” Nunca estamos menos
protegidos contra las cuitas que cuando amamos” ante ese propósito del amor, de
convertir lo múltiple en Uno.
Los seres humanos anhelamos recuperar un paraíso que nunca tuvimos,
sentimiento oceánico, de plenitud; búsqueda imposible de ser uno con el otro, de
sentirnos un todo con el mundo.
Hay un malestar estructural, producto de la agresión y de la sexualidad, precio
que paga el sujeto para tener acceso a otros goces (4). En pie de página (89) (5),
Freud nos recuerda que al hombre originario le jugaba jugar a extinguir el fuego
con la orina y que solo pudo preservar el fuego que necesitaba para la comida,
para el calor, para sus inventos, allí donde renuncio a ese placer “pulsional”.
Ahogar el fuego de los propios goces para construir una cultura plantea desde el
vamos una lógica: en el lazo social hay goces que se pierden para ganar otros.
Estoy proponiendo el trabajo y la creación con otros como vía posible en el que se
pueda salir del atrincheramiento más narcisista, de la así llamada “inercia
psíquica”, de la lógica de la repetición más tanática, inscribiendo perdidas de goce
a cambio de la luz y el calor de un fuego común. Pero esto no supone embanderar
los beneficios de una vida ascética sino, en cambio, poder disfrutar y gozar de la
vida, cuando se deja de vivir atado a goces parasitarios.
Los grupos pueden operar como recurso ante el malestar en la cultura, tejiendo
una salida digna a ese malestar estructural, si en la búsqueda de respuestas más
allá de lo inmediato y en la producción de nuevas narrativas pueden bordearlo, y
tal vez en algo de esto radique su eficacia.
Se sale, muchas veces del exilio de uno mismo, en un proyecto con otros, pero el
lazo con otros no es del orden de lo natural. Estar con otros puede conmover el
narcisismo más letal, ese que a uno lo deja arrasado en la añorada plenitud de su
propia imagen. Al malestar se lo puede evitar o, en cambio, se lo puede convertir
en causa para la producción, y que así devenga entusiasmo. Malestar y deseo, en
este sentido, son compañeros de ruta en el trabajo grupal.
Sin embargo, los grupos, como los seres humanos, remiten a lo mejor y lo peor.
Bola de sebo, del genial Guy de Maupassant, autor de la Horla, es una especie de
muestrario casi siniestro de los peores goces que se pueden dirimir en un grupo

4- Resulta interesante investigar la eficacia de estos grupos, en los caminos de la


sublimación, articulada con la tarea, en tanto plantean otro destino para la pulsión que no
sea la culpa ni el superyó.
5- Freud, S (1929), El malestar en la cultura, Obras completas, tomo XXI, Amorrortu, Buenos
Aires, 1982.
humano. Es cierto que en los grupos se pueden jugar las peores posiciones
sacrificiales del ser humano, y la posterior segregación de aquel que se ofreció en
una posición sacrificial, cuestión en la que Pichón Reviere se detenía bastante y en
la que sería bueno demorarnos en los días que corren. Pero no nos salvamos de
ello no haciendo grupos, sino estando advertidos de nuestra estofa.
Estar en grupo es difícil; en la escena grupal se presenta de infinitos modos esa
tendencia que, según Lacan, tenemos los humanos de ofrecernos como objeto,
sacrificialmente al goce del Otro, para sostener a otro sin barrar.
Decía Hegel: “Quizá la más clara expresión de la tragedia humana es no poder
vivir sin dioses” y Lacan (1964) también insiste: “El ser humano busca dioses
oscuros”.
El psicoanálisis puede resultar en este sentido una herramienta teórica allí donde
podemos pensar que el sujeto se presenta en una posición sacrificial, y será tarea
del coordinador de grupos orientar el recorrido para que la situación grupal
propicie en cada quien un recorrido liberador respecto de esta posición. Ya en
1929, Freud nos había anticipado el problema del superyó.
Las voces del superyó nos habitan y en su completud dejan al sujeto en la
inhibición, el arrasamiento subjetivo. Si no hay atenuantes, si no hay opción, el
sujeto queda en posición sacrificial; su paradigma seria la frase de San Martin:
“Serás lo que debas ser, o no serás nada”: el todo o nada. El punto en que se busca
es la completud, lo absoluto, es el fracaso de cualquier hijo, de cualquier tarea, de
cualquier coordinador. Se tratará de propiciar “otros recorridos que no conduzcan
inexorablemente al mismo destino: un superyó obsceno”, que pide más y más.
Coordinando grupos, entonces, mejor no propiciar superyosino, por el contrario,
agujerearlo, creando condiciones para crear en la relación con otro la falta, la
completud. Si coordinamos desde un lugar muy superyoico, lo que hacemos es
propiciar en la trama grupal lo más arrasador. Si coordinamos desde un lugar más
humilde, pero bien direccionado, en general producimos mejores efectos en un
grupo. A esto lo llamamos “mostración”, efectos que se producen en la presencia,
por algo de poner en escena, más que por lo que se dice (6).
A veces decimos que un coordinador” esta trabajado” ¿A que nos referimos?
Justamente, a que tiene trabajados esos aspectos superyoicos; entonces se
permite decir algo, aunque no sea todo; no busca el brillo de la completud. Se gana
en humildad y, por lo tanto, en eficacia, y suele resultar muy propiciatorio en los
grupos.
Si resulta imposible encontrar exactamente lo que se busca, irremediable
diferencia entre el placer buscado y el encontrado, y siempre habrá un resto, los
grupos pueden poner al sujeto ante el desafío de interrogar su posición con cada
desajuste, y a quienes los coordinamos, ante la necesidad de inventar dispositivos
que propicien el tejido de tramas más allá de las narcisistas búsquedas de lo
imposible. Limite al a vez que condición de libertad: solo así la coordinación de un
grupo deviene posible.
Como diría el pesimista de Schopenhauer, “los puercoespines se congelaban, y a
pesar de eso ninguno soportaba una aproximación demasiado intima de los otros”.
Si nos acercamos nos pinchamos los unos a los otros; si nos alejamos nos
morimos de frio. Hay ciertas cercanías entre los humanos en que una y otra vez se
clavan las espinas. El ser humano, en tanto habla, no puede dejar de clavar sus
pues, pero a la vez no puede tampoco, prescindir del acercamiento.
En el libro Y mañana que…, en esos imperdibles diálogos entre Roudinesco y
Derrida, dice Roudinesco: “Los puercoespines renuncian a apretarse unos contra
otros para luchar contra el frio. Sus pinchos los lastiman. Obligados a volver a
acercarse en tiempo de helada, terminan por encontrar, entre la atracción y la
repulsión, entre la amistad y la hostilidad, la distancia conveniente” ¿Que pueden
hacer para calentarse entre sí los puercoespines en el invierno? ¿Cómo pueden
aproximarse y brindarse calor sin tener que dañarse con sus espinas? Parecería
que, no habiendo una distancia optima ni justa, se trata todo el tiempo de su
búsqueda, pero la metáfora de los erizos también sugiere que hay una segregación
propia de todo lazo social.
Los seres humanos quisieron construir una torre tan alta que llegara a las puertas
del cielo (7).” La palabra Babel- en lengua sumeria., puerta de los dioses- nos
cuenta de una torre con su templo en la cima que era como una puerta, abierta al
cielo para comunicarse con los dioses”. Si tan deslumbrado estas con tu propia
obra y lo más importante es que llegue más alto que todo lo que hay en el mundo,
nunca te podrás entender con los otros, les enseño Dios. Multiplicidad de lenguas,
castigo divino ante la soberbia de querer llegar tan alto.
En los grupos vamos a hablar otras lenguas, porque están nuestros narcisismos
porque cada uno habla desde su propia fantasmatica. Y, a la vez, el otro escucha
desde su propio fantasma.
Los puercoespines y la torre de Babel, dos metáforas sobre lo difícil de estar con
otros en un grupo. El narcisismo, paradójicamente, es lo mejor y lo peor; es
fundante del sujeto y, a la vez, el mayor obstáculo. Narciso murió de amor así
mismo, fascinado con su propia imagen. El efebo no acepto amar a la ninfa Eco,
esa bella muchachita que solo podía pronunciar las ultimas letras de cada palabra…
Jamás una palabra entera. Narciso no acepto escuchar palabras de amor que solo
fueran medias palabras.

6-En el capítulo” las intervenciones del coordinador “abordare la cuestión de la


mostración” de ese lenguaje no solo de palabras que a veces utilizamos en nuestra operatoria.

7-La torre de Babel (Génesis 11, 1-19)


De la lógica freudiana podríamos concluir: la creación con otros (a través de una
tarea, agregaría), pagando el precio de perder algo del propio narcisismo, traza un
camino posible ante lo imposible. El “no todo”, la posibilidad de sostener un acto,
aun con malestar, alivia y traza hilachas que tejen algo de alegría para el ser
humano.
A las criaturas que habitan en el limbo, dice Agamben, no les está reservado
ningún dolor porque su estado, como el de los ángeles es el de una impasible
alegría natural. Pero no es lo mismo la alegría impasible de estar en el limbo que la
alegría del trabajar con otros; jubilo de la imaginación colectiva, de la producción
de lo nuevo.
El trabajo con grupos centrados en una tarea se orienta en el sentido de la
producción de lo singular en tanto anudado a la potencia de los colectivos. Una
postura respecto del colectivo, que ya señalo Paul Ricoeur: las producciones
culturales no son siempre repetición, pueden abrirse a nuevos sentidos, lectura
que, desde ya, hace a la orientación del trabajo con grupos centrados en la tarea.

Los grupos y la subjetividad de la época

En los tiempos en que el escepticismo parecería instalarse con fuerza en los


horizontes de la humanidad y en que resulta difícil aceptar que el otro hace a la
estructura de cada quien, y que puede ayudar a sostenerla, el trabajo con
pequeños grupos parecería ofrecer modos posibles de atravesar el malestar en la
cultura, que no sean los del individualismo y los fundamentalismos. Subjetividad
de nuestro tiempo en una tensión entre la masificación y el individualismo, entre la
producción masiva y seriada de los mass media y el aislamiento solitario, aun
cuando estemos rodeados por otros. Hay una “desmesura” contemporánea, un
“fuera de medida” que insistentemente señala y prescribe el goce.

La posmodernidad, la falta de alguna narrativa esperanzada, de utopías, y el así


llamado desfallecimiento del nombre del padre, parece no ser sin efectos en la
subjetividad de nuestros días. Con la ilusión de gobernar lo ingobernable avanza la
tecnología, subsidiaria de un discurso científico que promete neutralizar lo
imposible, nombrar lo que es radicalmente innombrable, cuando no borrar el
resto, desconociendo que hay misterios, que hay enigmas, que no nacieron para
ser develados, y que se trata más bien de la magia y por qué no del dolor de ir
atravesándolos.
Hay discursos a los que parece no faltarles nada, saberes, tecnologías, objetos de
consumo, en que la incompletud y la castración están desestimadas. Universo de la
visibilidad y la vorágine, mundo Light, lleno de marcas registradas en que parecen
perderse los trazos diferenciales y donde la pregunta es como “marcar”
propiciatoriamente ese desierto despoblado, esos tiempos circulares de lógicas de
lo único y no de las diferencias.
Allí donde el sujeto quiere “ya y todo”, imperio del yo ideal, de lo absoluto, no hay
tiempo de demora, no hay inscripción de un intervalo. Buscar algo absoluto,
suprimir la falta – nos enseña el psicoanálisis – remite a un narcisismo mortífero.
Imperio del yo ideal, de lo absoluto, que nos deja sometido a un superyó obsceno,
que pide más y más, y circulando desamarrados por laberintos infinitos. ¿Acaso la
vida cotidiana es otra cosa que un devenir de encuentros y desencuentros de
amores e in completudes, en que cada uno va trazando algún camino, va haciendo
algo con sus propias marcas? El mito de nuestro tiempo, según Suely Rolnik, es la
promesa del paraíso en la tierra, la idea occidental del paraíso prometido a través
de diferentes modos de consumo es un nuevo garante de promesa. Otra vez,
promesa de lo absoluto.
Al ser humano le cuesta aceptar que no hay teoría ni practica que pueda agotar el
encuentro y desencuentro con lo real. El discurso de la ciencia y la tecnología
promete hoy este dominio. En la era de lo que Mark Auges ha llamado los “no
lugares”, entre promesas de eternidad y del no paso del tiempo, cuesta ubicar
alguna marca singular en los modos de vivir; y allí donde el sujeto no tiene marcas
que le señalicen propiciatoriamente el camino, produce marcas mortíferas.
En un universo que amenaza con avanzar hacia lo uniforme, violencia, o algunas
patologías- asa llamadas- de nuestro tiempo, a veces ofrecen la ilusión de una
identidad, o por lo menos alguna narrativa, una posibilidad de compartir con otros
el sufrimiento. ¿Radicaría la subversión de los grupos en una oportunidad de
“hollar”, de marcar el camino? La ilusión de una tarea compartida, en lo inacabable
de su recorrido, puede ayudar a contornear lo insoportable, lo innombrable de
otro modo, haciéndole borde.
Voy a insinuar que Asterión, el Minotauro borgeano, es un paradigma de la
subjetividad de nuestra época, circulando solo, en medio de sus excesos, en un
laberinto todo igual, casi sin marcas. ¿Laberinto globalizado, diríamos hoy? En el
cuento La casa de Asterión (1949), Jorge Luis Borges retoma bellamente el mito del
Minotauro. Borges se detiene en el monstruo sediento. Nos recuerda que las
galerías del laberinto son todas insoportablemente iguales, que el Minotauro mata
a sus víctimas para producir una diferencia, que deja los cadáveres por mucho
tiempo frente a las galerías para diferenciar unas de otra.
El laberinto supone un espacio y un tiempo circular, uniforme, de lo único, más de
lo mismo, de los “no lugares”, desierto de lisuras y no de rasgos singulares. Sujeto
de nuestros días, que camina, solo, desafiliado, sin poder detenerse en nada.
En la clínica actual, las consultas son por cuadros de gravedad y urgencia
subjetiva. Sujetos impulsivos que, más que recordar, muestran; que no terminan
de armar un síntoma a través del cual encaminar una cura, ni de formularse una
pregunta – desde un deseo de saber- sobre el propio padecimiento, modos de
presentación, llamados “ nuevos padecimientos”( la bulimia , la anorexia, pánico,
soledad y tristeza; enfermedades psicosomáticas en gente joven), que parecerían
retornar salvajemente desde lo real recordándonos que, por mucho que el
biologicismo banalice la angustia reduciéndola a una anomalía neuropsiquica o
genética, la angustia crece en nuestros días. No olvidemos que en tiempos de
Hipócrates se hablaba de enfermos, y hoy se habla de enfermedades.
“Nuevos padecimientos”, que se tiende a ubicar en las fronteras de las clásicas
tripartición (neurosis –psicosis-perversión) y que, en todo caso, lo que más tienen
de nuevo es que, en la urgencia- muchas veces en la premura del acting-,
interrogan la lógica de las clásicas intervenciones y de ciertas nociones
tradicionales de la teoría psicoanalítica,, intranquilizan las serenas moradas
teóricas y conmueven el dispositivo tradicional, poniendo a veces al analista en los
bordes de su ”saber- hacer”;” de borde”, se ha denominado a estas presentaciones
clínicas. ¿De quién el borde?, ¿del paciente?, ¿del analista? Es como la resistencia:
no siempre del paciente.
La resistencia es del analista, sentencio Lacan. El borde también puede ser del
analista, de sus teorías y sus dispositivos. Lo cierto es que, una vez más, desde los
bordes se produce lo nuevo, y es los impasses donde se pone a trabajar las zonas
oscuras de la teoría vigente. Una vez más la teoría no cierra, y los dispositivos
clásicos no se sostienen incólumes.
Estas consultas, cada vez más habituales, no siguen la clásica secuencia neurótica
represión- retorno de lo reprimido al modo del síntoma, es decir, un síntoma que
recuerda, un significante que remite a otro significante, que asocia, que pide ser
elucidado. Modos actuales del sufrimiento, que llevaron a los analistas a tener que
recurrir a intervenciones no solo en lo simbólico, sino también en lo real y en lo
imaginario .Padeceres que, además, producen múltiples estrategias sanitaristas,
una proliferación de especialidades y los famosos grupos de autoayuda, o grupos
monosintomáticos , cuya eficacia sería interesante investigar , estando alertados
de que a veces portan el riesgo de multiplicar a l infinito lo mismo no apostar por
un cambio de posición subjetiva. En el campo grupal es frecuente recibir demandas
de supervisión o de formación de profesionales que trabajan con este tipo de
problemáticas: grupos de adictos, de obesos o de enfermos psicosomáticos, entre
otros.
En este horizonte de una circularidad no señalizada, de un presente eterno,
tiempo de lo único, lo homogéneo y lo compacto, y no de las diferencias, donde no
parecería propiciarse la pregunta y en que tantas veces quedamos prisioneros en
una encerrona trágica, soñando y declamando solidaridad y libertad, pero cada vez
más enredados en los caminos de la servidumbre, los abordajes grupales pueden
ofrecer una alternativa en otra dirección.
Los grupos monosintomáticos, o sea, esos dispositivos que se arman en relación
con padecer un síntoma común, han demostrado por cierto cierta eficacia; sin
embargo, estoy investigando en estos tiempos la diferencia en sus efectos
subjetivos entre trabajar con grupos respecto de un síntoma y hacerlo respecto de
una tarea en común, lo cual desde ya no es lo mismo. Podría anticipar que, en mi
experiencia, los grupos en relación con una tarea en común, por ejemplo, de
capacitación, produce efectos más estables en el sujeto que los dispositivos
armados en función de un síntoma.

Los duelos nuestros de cada día

En nuestros días, parecería no haber oferta de significaciones sociales que


propicien la inscripción de una perdida, de un duelo. Falta de rituales, dificultad de
cobijar el vacío, lo que se repite. Nuestra cultura individualista propone, más bien,
una desmentida de los duelos y oferta, en cambio, objetos que prometen una
completud inmediata y absoluta. Falta de rituales que, antiguamente,
acompañaban, por ejemplo, la pérdida de un ser querido y permitían inscribirlo en
su ausencia.
Los ritos de las sociedades antiguas eran un modo de tramitación colectiva de los
duelos. De esos espacios colectivos en que se legitimaba una ausencia, solo
quedaron ceremonias vaciadas de sentido. Ya Sófocles, en su Antígona, nos
advertía que, si un cuerpo no se entierra con rituales, devendrá la tragedia. Tal vez
una de las locuras colectivas actuales es que no haya un sistema simbólico,
ofrecido desde lo social, para inscribir las perdidas, en una cultura del llenado que,
por el contrario, busca forcluir cualquier vacío, paliando el malestar muchas veces
vía desconocimiento de la castración. Falta de rituales, dificultad de cobijar el
vacío, objetos que prometen lo inmediato.
Sabemos que cada civilización trata la muerte a su manera y, como dijo Albert
Camus en La peste, “una manera fácil de conocer una ciudad es indagar como se
trabaja, como se ama y como se muere en ella”
El arte ha nacido funerario; los antepasados debían sobrevivir en imágenes. Las
sepulturas fueron nuestros primeros museos; algo se dejaba en la tumba del
muerto. Sepulturas de 15.000 años a.C., bajorrelieves de las sepulturas romanas,
catacumbas cristianas, santos arrodillados de las tumbas renacentistas. Siempre
había un monumento. La tumba egipcia vuelta hacia el alma del difunto; la griega,
hacia el exterior, interpelando a los seres vivos. Pero ya fuera en la cámara
sepulcral en el pozo o en la cúpula, siempre había un monumento.
A lo largo de la historia, el trabajo del duelo suponía la confección de una imagen
del muerto, oponiendo a la descomposición la composición de la imagen. Hoy en
cambio hay cada vez menos momentos funerarios, no hay estatuas ni frescos en
las cámaras de los muertos.
Y a la vez junto con las antiguas ceremonias de duelo y liturgia, se fueron de
nuestras ciudades los carnavales, las fiestas y las máscaras. Nuestra civilización
pertenece a una era visual: “da crédito a sus ojos”. Lo que se ve, lo visible es lo
inverosímil. Lo, invisible en cambio, pierde terreno.
Cuando los rituales en la corte francesa indicaban cuarenta días de exposición
pública del rey muerto (Carlos VI, Enrique IV), y una esfinge vestida con las mismas
galas presidia durante cuarenta días las ceremonias y los banquetes de la corte,
significaba que los honores se rendían a la copia y no al nuevo rey. La copia era la
representación de algo ausente. Espacio colectivo en que se legitimaba la ausencia.
En las practicas colectivas de nuestros días, en cambio, parecerían insistir como
orientación lógica la negación, la desmentida y el rechazo a incluir la muerte en el
proyecto de vida.
¿Podremos trazar alguna relación entre estos modos actuales de tratar los duelos
y la proliferación de algunos modos de padecimiento antes mencionados?
Patologías de alto riesgo, que parecen un sórdido reclamo o, más bien, una
mostración de la imposibilidad de tramitar una perdida, un vacío, y de la imperiosa
necesidad de horadar lo que se ofrece como completo.
Tramitar un duelo, subjetivar una falta, supone dar algo por perdido, pero, a la
vez, pagar con algo propio por ese proceso. ¿Que ponemos en la tumba del
muerto? Esa flor que uno lleva, esas palabras que se dicen son metáfora de la
creación y la producción, de lo que del lado del sujeto es protagonismo en la
elaboración de un duelo.
Cuando hablo de duelos me refiero, obviamente, no solo a la pérdida de un ser
querido: me refiero a diferentes cuestiones, como el duelo por no ser quien uno
hubiera deseado, el duelo por no ser más objeto para el goce del Otro, al duelo no
por saberlo todo, por falta de certezas.
Propongo que hay modos de trabajo que pueden propiciar la tramitación, con
otros de dichos duelos. En este universo por momentos desesperanzado, y
desesperadamente fundamentalista en la búsqueda de verdades absolutas, los
grupos podrían indicar cierta esperanza: la de sostener alguna utopía, de tejer
redes solidarias y acabar con “el cansancio hecho de esperas infinitas”. Hilos de
Ariadna que se irán entramando, para que cada uno pueda producir sus propias
marcas anudadamente, más en el registro de la pulsión de vida que de una
repetición mortífera. Proceso de creación de lo nuevo, que quedara entonces del
lado de la tramitación de duelos y no de su desmentida.

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