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y relativismo
‘Igualdad en la diversidad’, ‘igual derecho a ser diferentes’... estas expresiones tratan de
recoger uno de los elementos que hemos caracterizado como aspecto central de una orien-
tación municipal hacia la integración y la ciudadanía. Son principios que tratan de incorpo-
rar lo mejor y evitar lo peor de dos perspectivas que se han dado en llamar universalismo
y relativismo.
Por universalismo entendemos aquella posición que defiende que existen unos valores
morales que están por encima de otros. Por relativismo entendemos la perspectiva que
plantea que “la bondad de unos valores y actitudes morales depende de la comunidad espe-
cífica en la que surgen y no de criterios independientes y generales que sobrepasan la fron-
tera de esa comunidad. [...] Ningún código moral es superior a otro o, al menos, nadie
Ya sea desde una mirada local o desde una mirada global, el reto al que nos enfrentamos
es la convivencia entre personas muy diferentes que viven en un mismo territorio, ya sea
mentos útiles para el afrontamiento del reto. Pero ambas posiciones conllevan también
Si todas las personas fueran idénticas unas a otras probablemente no necesitarían normas
explícitas para la convivencia puesto que siempre pensarían lo mismo y operarían de acuer-
do con la misma visión del mundo y concepción sobre cómo ha de vivirse la vida. Pero no
hay una persona igual a otra. Es precisamente el hecho de que somos diferentes lo que nos
obliga a elaborar normas válidas para todas las personas que garanticen la posibilidad de
convivir en la diversidad.
Esta es la aportación del universalismo, a saber, que existen valores morales que, al estar
por encima de otros, pueden tener la función de cohesionar a la humanidad diversa alrede-
dor de un terreno compartido. Esa es, por ejemplo, la perspectiva que motiva la elaboración
1 Salvador Giner. Universalismo y relativismo. En Identidades y conflicto de valores. Diversidad y mutación social en el
Mediterráneo. Icaria. Barcelona, 1997.
de la Carta de Derechos Humanos que busca ser la concreción en principios de una serie
de valores universales.
Ahora bien, esa búsqueda de lo que es universal a la humanidad no debe realizarse a costa
de imponer unos valores y formas de vida frente a otros, eliminando las diferencias entre
Y esa es la aportación del relativismo, que todo valor moral y forma de vida merece el
distintas a las de uno se hace precisamente desde los propios valores y éstos acaban impo-
Defender la existencia de valores morales universales que están por encima de otros con-
lleva un serio problema: ¿quiénes son los que deciden cuáles son esos valores? El riesgo evi-
dente radica en que aquellos grupos con mayores cuotas de poder acaben imponiendo los
suyos frente a los de otros grupos menos poderosos. Denominamos valores dominantes a
los que bajo una pretendida universalidad se tratan de imponer a todas las personas.
cos. Etnocentrismo significa percibir como ‘mejores’ los elementos culturales propios fren-
te a los de otras culturas. Esto conlleva la idea de que existen culturas que son superiores
a otras. Así, el etnocentrismo se configura como una suerte de ‘racismo cultural’ en el que
La historia muestra cómo las diversas concepciones etnocéntricas han tenido como resul-
cos, han pretendido imponer a través de diversas vías, unas más duras y otras más blan-
Pero esta lógica de dominación opera también en otras categorías que no son las de la cul-
muestra cómo los colectivos dominantes en el seno de una sociedad tienden a imponer su
visión del mundo hacia los grupos menos poderosos, entre otras cosas negándoles la
derecho a ser diferente. Si entendemos que existen formas de ver el mundo que son supe-
riores a otras, esas otras pueden llegar a ser consideradas como desviaciones del camino
correcto. El esfuerzo por evitar esas ‘desviaciones’ atrayendo a las personas a la senda de
lo ‘adecuado’ es lo mismo que esforzarse por que todas las personas estén ‘cortadas por el
mismo patrón’. Las diferencias entre los individuos podrán ser entendidas entonces como
Es precisamente esa perspectiva la que señala Cobo cuando critica la tendencia a “la unifor-
cio en el que confluyen personas que proceden de diversos territorios, vemos cómo se tra-
entendida como algo fijo e inmutable, a las personas que no los comparten.
En ese sentido, la integración aparece como proceso unidireccional en el que las únicas per-
sonas que han de poner de su parte son las que vienen de fuera a través de la asimilación
puede apreciar en las políticas denominadas asimilacionistas, las cuales generan dinámicas
de resistencia que bloquean la orientación hacia la cohesión social necesaria para la cons-
Proponer que ningún código moral es superior a otro es lo mismo que plantear que ‘todo
vale’, que ninguna visión sobre el mundo es criticable puesto que no existen parámetros de
validez que estén fuera de la propia visión del mundo de quien trata de enunciarlos.
3 Rosa Cobo. Multiculturalismo, democracia paritaria y participación política. En ‘Política y Sociedad’, 32, 1999.
nes distintas sobre las cosas vivieran aislados entre sí. Como no tendrían nada que compar-
tir, no tendrían nada sobre lo que ponerse de acuerdo, y así podrían vivir felizmente sin
tener que rendir cuentas a nadie sobre su forma de ver y actuar sobre el mundo. Porque si
tuvieran que ponerse de acuerdo en algo, y no hubiera ningún criterio que permitiera, de
entre varias posibilidades, definir cuál sería la idónea, al final se decidiría de acuerdo a los
planteamientos del grupo más poderoso. Y ese es el riesgo central del relativismo extremo
cuando se acerca a las posiciones que pretende atacar, a saber, que acaba instituyendo un
sobre el mundo que comparten terrenos comunes. Es más, si abrimos nuestra mirada a una
escala global, vemos que el mundo está cada vez más interconectado y que, a pesar de las
fronteras entre los países, son muchas las cuestiones que afectan a todos ellos.
Al poner el énfasis en las diferencias, ya sea desde la perspectiva de que son insalvables,
ya sea entendiéndolas como algo delimitado y estático que hay que proteger, podemos lle-
gar a la conclusión de que es mejor que los diferentes estén separados entre sí. Esta idea
es el caldo de cultivo para cerrar las fronteras de forma que esas culturas que hay que pro-
teger mantengan su esencia en el territorio que les corresponde evitando así la ‘desnatura-
planteamientos citados nos pueden llevar a establecer fronteras que dificulten el contacto
de unos grupos culturales con otros y a contribuir a fortalecer el núcleo duro identitario que
Pero poner el énfasis en la diferencia también conlleva otro riesgo: confundir la diferencia
con aceptar las desigualdades en las que viven las personas por el hecho de ser distintas.
Se considera que respetar la diferencia cultural conlleva aceptar, mantener e incluso repro-
ducir (directa o indirectamente) estas desigualdades. [...] Por ejemplo, la marginalidad labo-
ral en la que viven muchas personas gitanas llega a considerarse una característica cultural
5 Ramón Flecha. Teorías dialógicas en sociedades multiculturales. En Antonio Ariño. ‘Las encrucijadas de la diversidad
cultural’. CIS. Madrid, 2005.
las hacen diferentes, se abre el camino a su aceptación o, dicho de otro modo, se ‘naturali-
zan’ las desigualdades; en otras palabras, “resurge la idea de que la desigualdad forma parte
sos de injusticia social (que sería posible desactivar). O lo que es lo mismo, que en cualquier
dominación y subordinación. Por ejemplo, actualmente entre el primer y tercer mundo exis-
ten sistemas de dominación económica, que se perciben como naturales y tolerables, y que
conviven con sistemas de dominación de otros tipos: racial, de género, sexual, etc.”. 6
La encrucijada
sitamos encontrar elementos comunes y válidos para todas las personas que permitan la
convivencia en igualdad de oportunidades; de otro lado queremos que todas las personas
puedan ejercer libremente su derecho a ser diferentes. Y todo esto sin caer en la imposición
Para que un conjunto de normas aceptadas por todos respete al mismo tiempo las diferentes
visiones del mundo de las personas que las aceptan, ha de ser necesariamente un conjunto
reducido para evitar que arrincone esa pluralidad de perspectivas que pretende defender.
siva y a la lógica de las identidades cívicas ofrece una perspectiva interesante como res-
puesta a la encrucijada.
“La moral cívica consiste, pues, en unos mínimos compartidos entre ciudadanos que tienen distintas con-
cepciones del hombre, distintos ideales de vida buena; mínimos que les llevan a considerar como fecun-
da su convivencia. Precisamente por eso pertenece a la ‘esencia’ misma de la moral cívica ser una moral
mínima, no identificarse en exclusiva con ninguna de las propuestas de grupos diversos, constituir la base
del pluralismo y no permitir a las morales que conviven más proselitismo que el de la participación en
diálogos comunes y el del ejemplo personal, de suerte que aquellas propuestas que resulten convincen-
tes a los ciudadanos sean libremente asumidas, sean asumidas de un modo autónomo.” 7
6 Rosa Cobo. Intervención ante la Mesa Técnica de Diversidad del Ayuntamiento de Parla. 2 de noviembre de 2007.
7 Adela Cortina. Ética discursiva y educación en valores. En XV Congreso Interamericano de Filosofía. Lima, 2004.
posible que coexistan, simultáneamente, lealtades diferentes”. 8 Esa moral de mínimos será
incorporar necesariamente la participación de todas las personas que van a resultar afecta-
das por esas normas, pues si no caeríamos en uno de los problemas descritos en los párra-
fos anteriores: que quien decida sea quien más poder tiene.
Así llegamos al concepto de ética procedimental o dialógica o discursiva que, más que en
el contenido de las normas, pone el énfasis en el proceso seguido para llegar a ellas. La
ética dialógica se fundamenta en un principio ético fundamental que consiste en que “una
norma sólo será correcta si todos los afectados por ella están dispuestos a darle su consen-
timiento tras un diálogo, celebrado en condiciones de simetría, porque les convencen las
Esto no significa que todo aquello que decida un grupo será correcto desde un punto de
vista moral, puesto que la ética dialógica no se sustenta en el hecho de que se haya llega-
do a un acuerdo sino en el tipo de proceso seguido para llegar a él. Tampoco quiere decir
que las decisiones correctas sean aquellas que se han sustentado en la opinión de una
mayoría que ha resultado ganadora en una votación, puesto que en este caso habrá muchas
personas que, aún siendo una minoría, no estarán de acuerdo con la decisión adoptada.
La ética dialógica pone el énfasis en el consenso que se puede llegar a generar en un diálogo
en condiciones de igualdad. El “consenso por el que se decide que una norma es moralmen-
te correcta es aquel en que cada uno de los afectados por ella se siente invitado a dar su con-
sentimiento porque le han convencido plenamente las razones aducidas, en el sentido de que
cumplir este procedimiento de forma pura puesto que se refiere a una situación ideal. Viene
a ser más bien un modelo de referencia que nos permite analizar críticamente nuestras
prácticas de diálogo para mejorarlas acercándolas cada vez más a la situación ideal. Ha de
en el principio de autonomía. Según este principio, toda persona cuenta con la autonomía
mismo, también es capaz de rechazar o aceptar las emitidas por otros interlocutores. Por
consiguiente todas las personas afectadas por una norma se consideran, según este princi-
pio, interlocutores válidos. Y por ello se consideraría inmoral que se decida una norma sin
tener en cuenta a todos los afectados por ella (y no sólo aquellos que pueden participar en
los diálogos).
Este ejercicio supone elevar a la categoría de universal el procedimiento mismo a través del
cual se pretende llevar a acuerdos válidos para todos. El diálogo en condiciones de igual-
dad a través del cuál se llega a unos acuerdos mínimos que conforman la moral cívica se
Una vez definida la dimensión que han de tener las normas válidas para todos así como el
“Esto supone introducir la ya célebre distinción entre dos dimensiones del ámbito moral, cuya necesi-
dad no siempre es fácil apreciar, la distinción entre lo bueno y lo justo, entre los proyectos personales
y grupales de autorrealización y las normas mínimas compartidas por todos, que son normas de justi-
cia. [...] Aunque los límites entre lo bueno y lo justo son difíciles de trazar, y aunque la línea que los
separa se va cambiando de posición al hilo del tiempo, no hay convivencia democrática si los ciudada-
nos no tienen conciencia de que es preciso respetar determinadas condiciones de justicia, entre ellas el
derecho de cada cual a ser feliz como bien le parezca, siempre que con ello no obstaculice los proyec-
En resumen, la moral cívica se compone del conjunto mínimo de normas válidas para todas
las personas que son compatibles con distintas concepciones de la vida y que se alcanzan a
cipio de igualdad en la diversidad y supera muchos de los riesgos planteados por ciertas con-
una ciudadanía inclusiva basada en la participación de todas las personas en las decisiones
que les afectan puesto que son vistas como sujetos autónomos e interlocutores válidos.
ta de dificultades, como podemos apreciar en las controversias que giran alrededor de las
Internacional de los Derechos Humanos. Estas declaraciones han supuesto el esfuerzo por
concretar una serie de normas que tuvieran validez para todos los países y personas del
mundo. Pero cuentan con sólidas críticas que, bien hacen referencia a las carencias del pro-
o por la tendencia de ciertos países a criticar a otros por su incumplimiento cuando ellos
mismos cometen flagrantes violaciones de esos derechos en sus relaciones con otros paí-
aspectos criticados. Sirva como ejemplo el esfuerzo por elevar a la categoría de derechos
universales otras normas distintas a la Declaración Universal de los Derechos Humanos que
incorporarían una mirada más global sobre lo universal tales como el Pacto Internacional de
Culturales. 13
A pesar de las críticas, existen razones tales como el aumento de la pobreza en el mundo,
Este modelo se constituye en una referencia que marca los procedimientos para perseguir
la situación ideal, que no es más que, como señalábamos anteriormente, una tendencia que
Si adoptamos una perspectiva local, nuestra mirada se vuelve más optimista. Es más senci-
llo comprobar que es posible una relación igualitaria respetuosa con la diferencia en el
marco de grupos como una familia o una escuela, e incluso, un municipio como el nuestro.
Es más, pensamos que sin el desarrollo de una ciudadanía inclusiva en los ámbitos locales