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Introducción
El conocimiento científico representa los logros de muchos investigadores a través del
tiempo. Un aspecto fundamental del proceso de redacción es que usted ayude a sus
lectores a contextualizar su contribución citando a los investigadores que lo han influido
(goleman, daniel; boyatzis, Richard; Mckee, 2019)
Cuando citar
Cite las obras de aquéllos cuyas ideas, teorías o investigaciones han influido
directamente en su trabajo. Esto puede proporcionar antecedentes fundamentales,
sustentar o debatir su tesis u ofrecer documentación para todos los hechos y cifras que
no son del conocimiento común
Cita textual
Una cita es textual cuando se extraen fragmentos o ideas textuales de un texto. Las
palabras o frases omitidas se reemplazan con puntos suspensivos. Para este tipo de cita
es necesario incluir el apellido del autor, el año de la publicación y la página en la cual
está el texto extraído. El formato de la cita variará según el énfasis -en el autor o en el
texto-.
Acredite las citas directas de material en línea indicando el autor, año y número de
página entre paréntesis. Muchas fuentes electrónicas no proporcionan los números de
las páginas. Si los números de los párrafos son visibles, empléelos en lugar del número
de la página. Utilice la abreviación (párr.).
Basu y Jones (2007) llegaron al extremo de sugerir la necesidad de un nuevo
“marco
Cuando la cita tiene menos de 40 palabras se escribe inmersa en el texto, entre comillas
y sin cursiva. Se escribe punto después de finalizar la cita y todos los datos.
Las citas que tienen más de 40 palabras se escriben aparte del texto, con sangría, sin
comillas y sin cursiva. Al final de la cita se coloca el punto antes de los datos -recuerde
que en las citas con menos de 40 palabras el punto se pone después-. De igual forma, la
organización de los datos puede variar según donde se ponga el énfasis, al igual que en
el caso anterior.
Citas dentro de las citas textuales
No omita citas contenidas dentro del material original que usted esté citando de manera
textual. Los trabajos así citados no deben estar en la lista de referencias (a menos que
usted los llegara a citar como fuentes primarias en otra parte de su trabajo).
“En Estados Unidos la American Cancer Society (2007) calculó que en 2007
se diagnosticarán cerca de 1 millón de casos de cáncer cutáneo no melanomatoso
(NMSC) y 59,940 casos de melanoma, siendo este último el causante de 8,110
muertes” (Miller et al., 2009, p. 209).
Dos autores
Cuando son dos autores sus apellidos van separados por “y”, si se publica en inglés por
“&”.
Cuando son de tres a cinco autores, la primera vez que se citan se indican los apellidos
de todos. Posteriormente se cita solo el primero y se agrega et al, seguido de punto (et
al.).
Cuando son seis o más autores se cita el apellido del primero seguido de et al. desde la
primera citación.
Autor corporativo
En el caso de que sea un autor corporativo se coloca el nombre de la organización en
vez del apellido. La primera vez se cita el nombre completo y entre el paréntesis se
indica la sigla. En adelante, se cita solamente con la sigla.
Según la Policía Nacional (PONAL, 2010) ..., los homicidios (Policía Nacional
[PONAL], 2010).
Cuando un trabajo no tenga autor identificado, cite dentro del texto las primeras
palabras de la entrada de la lista de referencias (por lo común, el título) y el año. Utilice
comillas dobles para el título de un artículo, un capítulo o una página de Internet y anote
en cursivas el título de la revista científica, libro, folleto o informe:
Referencias
Julio Cortázar
Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome
con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los
árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va
llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una
mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad,
imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue
olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y
allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya
no importa.
FIN
ANÁLISIS:
Cortázar expone en el relato una relación del recorrido de las manecillas del reloj con el
tiempo con que nos acercamos a la muerte, dando se a entender que no podemos evitar
la muerte mas nosotros debemos encaminarnos a ella de una manera serena, como las
manecillas del reloj que estas siguen un patrón y no se apresuran ya que al fin y al cabo
tienen un recorrido el cual se acaba y comienza otro, referentemente dando a entender
que la muerte llegará a cada hombre en algún momento
Instrucciones para llorar
Julio Cortázar
ANÁLISIS:
Cortázar expone en el relato los pasos y formas de lograr el llanto desde su perspectiva,
plantea una idea más bien objetiva y certera de la manifestación de la tristeza, obviando
la necesidad imperante de expresar la fluidez particular de sentimientos puros y
espontáneos. Manifiesta la expresión de las lágrimas como el clímax referencial del
acabo de una emoción, en una duración pertinente y casi fugaz. De inicio a fin, el autor
intenta plantear una forma consecutiva y lineal del llanto. Entendiendo que su intención
primera es formular la instrucción de la expresión de un sentimiento.
Edmundo Paz Soldán- Amores Imperfectos
Romeo y Julieta
En un claro del bosque, una tarde de sol asediado por nubes estiradas y
movedizas, la niña rubia de largas trenzas agarra el cuchillo con firmeza y el
niño de ojos grandes y delicadas manos contiene la respiración.
--Lo haré yo primero --dice ella, acercando el acero afilado a las venas de su
muñeca derecha --. Lo haré porque te amo y por tí soy capaz de dar todo,
hasta mi vida misma. Lo haremos porque no hay, ni habrá, amor que se
compare al nuestro.
El niño lagrimea, alza el brazo izquierdo.
--No lo hagas todavía, Ale... Lo haré yo primero. Soy un hombre, debo dar el
ejemplo.
--Ese es el Gabriel que yo conocí y aprendí a amar. Toma. ¿Por qué lo
harás?
--Porque te amo como nunca creí que podía amar. Porque no hay más que
yo pueda darte que mi vida misma.
Gabriel empuña el cuchillo, lo acerca a las venas de su muñeca derecha.
Vacila, las negras pupilas dilatadas. Alejandra se inclina sobre él, le da un
apasionado beso en la boca.
Gabriel mira el cuchillo, toma aire, se seca las lágrimas, y luego hace un
movimiento rápido con el brazo izquierdo y la hoja acerada encuentra las
venas. La sangre comienza a manar con furia. Gabriel se sorprende, nunca
había visto un líquido tan rojo. Siente el dolor, deja caer el cuchillo y se reclina
en el suelo de tierra: el sol le da en los ojos. Alejandra se echa sobre él, le lame
la sangre, lo besa.
Hasta ahora recuerdo aquella tarde en que al pasar por el malecón divisé en un pequeño
basural un objeto brillante. Con una curiosidad muy explicable en mi temperamento de
coleccionista, me agaché y después de recogerlo lo froté contra la manga de mi saco.
Así pude observar que se trataba de una menuda insignia de plata, atravesada por unos
signos que en ese momento me parecieron incomprensibles. Me la eché al bolsillo y, sin
darle mayor importancia al asunto, regresé a mi casa. No puedo precisar cuánto tiempo
estuvo guardada en aquel traje que usaba poco. Sólo recuerdo que en una oportunidad lo
mandé a lavar y, con gran sorpresa mía, cuando el dependiente me lo devolvió limpio,
me entregó una cajita, diciéndome: “Esto debe ser suyo, pues lo he encontrado en su
bolsillo”.
Era, naturalmente, la insignia y este rescate inesperado me conmovió a tal extremo que
decidí usarla.
Durante algún tiempo estuve razonando sobre el significado de dicho incidente, pero
como no pude solucionarlo acabé por olvidarme de él. Mas, pronto, un nuevo
acontecimiento me alarmó sobremanera. Caminaba por una plaza de los suburbios
cuando un hombre menudo, de faz hepática y angulosa, me abordó intempestivamente y
antes de que yo pudiera reaccionar, me dejó una tarjeta entre las manos, desapareciendo
sin pronunciar palabra. La tarjeta, en cartulina blanca, sólo tenía una dirección y una
cita que rezaba: SEGUNDA SESIÓN: MARTES 4. Como es de suponer, el martes 4 me
dirigí a la numeración indicada. Ya por los alrededores me encontré con varios sujetos
extraños que merodeaban y que, por una coincidencia que me sorprendió, tenían una
insignia igual a la mía. Me introduje en el círculo y noté que todos me estrechaban la
mano con gran familiaridad. En seguida ingresamos a la casa señalada y en una
habitación grande tomamos asiento. Un señor de aspecto grave emergió tras un cortinaje
y, desde un estrado, después de saludarnos, empezó a hablar interminablemente. No sé
precisamente sobre qué versó la conferencia ni si aquello era efectivamente una
conferencia. Los recuerdos de niñez anduvieron hilvanados con las más agudas
especulaciones filosóficas, y a unas digresiones sobre el cultivo de la remolacha fue
aplicado el mismo método expositivo que a la organización del Estado. Recuerdo que
finalizó pintando unas rayas rojas en una pizarra, con una tiza que extrajo de su bolsillo.
-Sí -respondí, después de vacilar un rato, pues me sorprendió que hubiera podido
identificarme entre tanta concurrencia-. Tengo poco tiempo.
-¿Y quién lo introdujo?
-¿Quién? ¿Martín?
-Sí, Martín.
-Bueno… de Feifer.
-¿Qué le dijo?
-¿No lo sabía?
-Tráigame en la próxima semana -dijo- una lista de todos los teléfonos que empiecen
con 38.
Prometí cumplir lo ordenado y, antes del plazo concedido, concurrí con la lista.
Desde aquel día cumplí una serie de encargos semejantes, de lo más extraños. Así, por
ejemplo, tuve que conseguir una docena de papagayos a los que ni más volví a ver. Más
tarde fui enviado a una ciudad de provincia a levantar un croquis del edificio municipal.
Recuerdo que también me ocupé de arrojar cáscaras de plátano en la puerta de algunas
residencias escrupulosamente señaladas, de escribir un artículo sobre los cuerpos
celestes, que nunca vi publicado, de adiestrar a un menor en gestos parlamentarios, y
aun de cumplir ciertas misiones confidenciales, como llevar cartas que jamás leí o espiar
a mujeres exóticas que generalmente desaparecían sin dejar rastros.
De este modo, poco a poco, fui ganando cierta consideración. Al cabo de un año, en una
ceremonia emocionante, fui elevado de rango. “Ha ascendido usted un grado”, me dijo
el superior de nuestro círculo, abrazándome efusivamente. Tuve, entonces, que
pronunciar una breve alocución, en la que me referí en términos vagos a nuestra tarea
común, no obstante, lo cual, fui aclamado con estrépito.
Esta beligerancia doméstica no impidió que yo siguiera dedicándome, con una energía
que ni yo mismo podría explicarme, a las labores de nuestra sociedad. Pronto fui relator,
tesorero, adjunto de conferencias, asesor administrativo, y conforme me iba sumiendo
en el seno de la organización aumentaba mi desconcierto, no sabiendo si me hallaba en
una secta religiosa o en una agrupación de fabricantes de paños.
A los tres años me enviaron al extranjero. Fue un viaje de lo más intrigante. No tenía yo
un céntimo; sin embargo, los barcos me brindaban sus camarotes, en los puertos había
siempre alguien que me recibía y me prodigaba atenciones, y en los hoteles me
obsequiaban sus comodidades sin exigirme nada. Así me vinculé con otros cofrades,
aprendí lenguas foráneas, pronuncié conferencias, inauguré filiales a nuestra agrupación
y vi cómo extendía la insignia de plata por todos los confines del continente. Cuando
regresé, después de un año de intensa experiencia humana, estaba tan desconcertado
como cuando ingresé a la librería de Martín.
Han pasado diez años. Por mis propios méritos he sido designado presidente. Uso una
toga orlada de púrpura con la que aparezco en los grandes ceremoniales. Los afiliados
me tratan de vuecencia. Tengo una renta de cinco mil dólares, casas en los balnearios,
sirvientes con librea que me respetan y me temen, y hasta una mujer encantadora que
viene a mí por las noches sin que yo la llame. Y a pesar de todo esto, ahora, como el
primer día y como siempre, vivo en la más absoluta ignorancia, y si alguien me
preguntara cuál es el sentido de nuestra organización, yo no sabría qué responderle. A lo
más, me limitaría a pintar rayas rojas en una pizarra negra, esperando confiado los
resultados que produce en la mente humana toda explicación que se funda
inexorablemente en la cábala.
FIN