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CESPEDES Guillermina Entrar en La Danza

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Dossier: Paradigma Post-religional – Artículo original

DOI – 10.5752/P.2175-5841.2015v13n37p253

Entrar en la danza o desaparecer de la escena.


Las religiones ante los cambios de paradigma
Enter into the dance or disappear.
Religions before paradigm shifts

Geraldina Céspedes

Resumen
Estamos en una época de cambios cruciales en la que se están dando verdaderas mutaciones en la vida
de las personas y de las sociedades. Las religiones, que muchas veces muestran resistencia al cambio y
miedo a lo nuevo, se ven sacudidas en sus mismos cimientos por todos los movimientos ligados al
cambio de época y al cambio de paradigma. El artículo plantea cómo las distintas religiones hoy están en
una encrucijada en la que tienen que tomar una decisión: o entrar en la danza de la vida y de la historia,
practicando los movimientos y aprendiendo nuevos pasos, o simplemente ellas desaparecerán de la
escena como instancias significativas e inspiradoras para personas adultas que saben distinguir entre la
copa y el vino. Si las religiones quieren seguir ofreciendo un horizonte de sentido para la humanidad,
aportando sus energías y su fuerza transformadora para rehacer nuestro mundo, tienen que resituarse y
reconfigurarse, repensando y recreando sus prácticas, sus interpretaciones y sus lenguajes.

Palabras-clave: religiones; posreligional; espiritualidad; cambio de paradigma; sagrado.

Abstract
In current times we have noticed crucial changes with real mutations in the lives of individuals and
societies. Religions, which often show resistance to change and fear the new, are shaking in its
foundations by movements linked to changing times and changing paradigm. This article discusses how
the different religions are now at a crossroads where you have to make a choice: acquire new ways and
steps, or simply disappear as significant and inspiring instances for adults. If religions want to keep
offering such a horizon of meaning for humanity, bringing their energy and transforming power to
remake our world, they have to be placed differently and reconfigured, as well as to rethink and
recreate their practices, interpretations and languages.

Keywords: Religion; Post-religional; Spirituality; Paradigma shift; Sacred

Artículo recibido el 17 de octubre de 2014 y aprobado el 03 de marzo de 2015.



Doctora en Teología y Cristología (Universidad Pontificia Comillas) y Profesora de Teología y Cristología Feminista de la Escuela
Feminista de Teología de Andalucía. País de origen: República Dominicana. E-mail: dissgeral@hotmail.com.

Horizonte, Belo Horizonte, vol. 13, no. 37, p. 253-278, Enero/Marzo 2015 – ISSN 2175-5841 253
Geraldina Céspedes

Introducción

Nunca antes en la historia de la humanidad nos habíamos enfrentado a


tantos cambios y a tantas sacudidas en los distintos aspectos de nuestra vida y de la
vida del mundo. Se puede decir que el piso sobre el que estábamos cimentados se
está moviendo y lo que está asentado sobre ello se tambalea o empieza a
derrumbarse.

Estamos en un cambio de época en el que se están dando mutaciones tan


sustanciales y radicales que si no cambiamos desde lo profundo y entramos en la
dinámica de esta mudanza, el edificio de nuestras creencias podría derrumbarse.
Muchas personas estamos percibiendo que en nuestros sistemas de creencias y en
nuestras estructuras de pensamiento religioso hay cosas que sencillamente ya no se
sostienen o se han vuelto incomprensibles y extrañas para el ser humano de estos
tiempos modernos.

Los seres humanos de hoy, en general, tenemos una nueva conciencia y una
nueva visión e interpretación del funcionamiento de las cosas, de la evolución de la
vida, del desarrollo de la ciencia. Esa nueva visión no siempre ha sido bien acogida
en el ámbito religioso. Aceptamos que todo lo demás pueda cambiar y pueda ser
sacudido, pero hay una tendencia a mantener inamovible el edificio del mundo de
nuestras creencias y de nuestras teologías. Es por ello que podemos afirmar que
dentro de todos los cambios que se están dando en el mundo, el ámbito de las
religiones y de los sistemas de creencias son los que, por lo general, tienen más
resistencia al cambio y un mayor miedo a lo nuevo.

Sin embargo, el cambio toca a la puerta y de algún modo hay que responder.
¿Le abriremos o reforzaremos las cerraduras? Alguna respuesta tendrá que darse,
de parte de las religiones, ante las nuevas situaciones y el nuevo clima en el que
está viviendo hoy día gran parte de la humanidad. No se puede seguir con
esquemas y formas caducas de vivir la fe y de explicar las cosas. El cambio de
paradigma tiene que darse porque hay cuestiones que son insostenibles para un

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creyente adulto y para un mundo que ha evolucionado. En el ámbito religioso, o


nos abrimos a los grandes cambios de paradigmas que se están dando hoy en
nuestro mundo, o simplemente las religiones quedarán como piezas de museo o
como los objetos obsoletos que guardamos en nuestras casas que nos evocan
recuerdos de tiempos pasados, pero que ya tienen muy poca utilidad.

El propósito de este artículo es plantear cómo los grandes cambios que están
sacudiendo nuestro mundo también sacuden a las religiones, por más que ellas
muchas veces se resistan a entrar en esta nueva danza que tiene un nuevo ritmo y
un nuevo escenario. Ante la nueva visión que nos va llegando en esta nueva era de
la sociedad del conocimiento y la innovación, las religiones, si quieren seguir
ofreciendo un horizonte de sentido para la humanidad, tienen que resituarse y
reconfigurarse, repensando y recreando sus prácticas, sus interpretaciones y sus
lenguajes.

1 Ante la emergencia de un nuevo paradigma

A lo largo de la historia, las religiones se han visto en situaciones en las que


un cambio de paradigma ha puesto en cuestión sus mismos cimientos. Sin
embargo, no siempre ellas se han dejado afectar e impactar por los nuevos vientos
que han soplado en determinadas épocas históricas. Si echamos una mirada a la
historia, encontramos circunstancias diversas en que las religiones y movimientos
religiosos ante lo nuevo han huido (fuga mundi) o han reforzado sus cerrojos,
encerrándose en sí mismas sin apenas diálogo con el mundo y con los clamores de
su tiempo. Hay también casos en los que, sin ningún afán de contemporizar, ha
habido intentos de salir al encuentro de lo que sucedía en el mundo y esfuerzos por
entablar un diálogo.

Asistimos hoy a una situación de crisis plurales y de cambios acelerados que


no son superficiales y pasajeros, sino profundos y sustanciales. Por eso se habla de
cambio de época y de cambio de paradigmas. Este cambio epocal y de paradigmas

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está afectando seriamente a las religiones, aunque muchas personas no son


conscientes de ello o quizá les dé vértigo sólo pensar en el maremoto que se avecina
para las religiones que han funcionado como estructuras fijas e inamovibles. Hay
quienes ya se han situado a la defensiva, cerrándose a la evidencia y a lo que
podemos constatar día a día en personas y grupos concretos para quienes las
religiones organizadas están dejando de ser instancias significativas y
configuradoras de sus vidas.

Está emergiendo con fuerza un nuevo paradigma religioso que estamos


llamando posreligional (también podría ser denominado transreligional).
Necesitamos analizar este nuevo fenómeno religioso que va tomando auge en
distintos lugares del mundo y que se vislumbra será el modelo predominante y con
más tendencia al crecimiento. Las religiones que quieran renovarse y ubicarse en
este cambio de época tendrán que abrirse y acoger las riquezas y posibilidades que
trae este nuevo paradigma posreligional, asumiendo las implicaciones que se
derivan del mismo. Ubicarse en un nuevo paradigma es un riesgo en el que habrá
pérdidas y ganancias para las religiones. Es sin duda un atrevimiento que supone
entrar en un terreno inseguro y movedizo que puede dar miedo y desencadenar una
crisis aún más profunda. Pero en ese suelo también puede brotar lo nuevo y ahí
podemos levantar un edificio religioso mucho más sencillo y abierto, con unos
cimientos nuevos que sean más profundos y, por lo tanto, más consistentes.

2 Tiempos de poli-crisis, ¿tiempos de poli-oportunidad?

La humanidad atraviesa por una de las crisis más profundas y complejas.


Son crisis plurales e interconectadas que en el marco del fenómeno de la
globalización se extienden a lo ancho y a lo largo de la geografía, de modo que no es
asunto de unas sociedades específicas, sino de la sociedad en general. Retomando
los planteamientos de Edgar Morin que ya en 1929 hablaba de que había varias
crisis interconectadas. Esta poli-crisis lo que viene a revelar es que hay un
problema de fondo, un problema serio de raíz: el sistema no sirve, el modelo con

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el que se ha funcionado ya está desgastado. Cuando en nuestra persona y en


nuestras instituciones hay una poli-crisis, es hora de cambios radicales, no de
pequeños arreglos o de poner remiendos al vestido. Si todo está colapsando, es que
los fundamentos que se pusieron en otros tiempos ya no sirven para sostener el
edificio. Entonces hay que tener el coraje de demoler y empezar de nuevo. Es
tiempo de situarnos en otro marco de comprensión, es decir, en un nuevo
paradigma. Cambiar de paradigma es cambiar la forma en que una determinada
sociedad organiza e interpreta la realidad. La constatación de una situación de poli-
crisis tendría que llevarnos a acoger los nuevos paradigmas que muchas veces
emergen entre los mismos escombros del paradigma anterior; en otras ocasiones
los paradigmas nuevos coexisten con los viejos. En el mundo de las religiones
tenemos muchos ejemplos de esta situación.

Podríamos decir que estamos en tiempos de una poli-crisis en que todos los
aspectos de la vida humana y de la vida en sociedad están implicados y están siendo
zarandeados. Si analizamos seriamente los distintos aspectos de la vida de las
personas nos damos cuenta que todos están en cuestionamiento, que hay un
malestar (a veces manifiesto y otras veces latente), un sentimiento de que hay cosas
que ya dieron de sí, que ya no puede ser así en estos tiempos modernos. La
sensación es que hay cuestiones que ya se desgastaron, que ya dieron lo que tenían
que dar y hoy necesitamos otras ideas, interpretaciones y estructuras nuevas en las
que apoyarnos.

A veces la percepción de la poli-crisis es tal, que podemos experimentar la


sensación de que todo se está desmoronando y estamos al borde de que colapsen
las estructuras en las que nos habíamos apoyado como suelo firme y seguro. El
cambio de paradigma al que nos está llamando la situación de poli-crisis viene
dada por la misma ruptura que experimentamos entre el transcurrir de la vida y lo
que proclaman las religiones. Vivimos un desfase, una distancia que muchas veces
es abismal, entre la vida corriente, las preocupaciones cotidianas, los grandes
cambios culturales y lo que predican las religiones. Algo no anda bien y no se puede

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seguir con esa esquizofrenia, pues es como vivir en una doble vida. La mayor
parte del tiempo, la vida de las personas transcurre en la atmósfera del siglo XXI,
de la era de la sociedad del conocimiento y la innovación. Pero muchas veces
cuando participamos en los rituales de la religión, es como si retrocediéramos
algunos siglos atrás.

Aunque las religiones tienen muchas veces la pretensión de la perennidad,


de ser inamovibles y de bregar con verdades eternas, lo cierto es que ellas son
afectadas por los cambios y son sacudidas profundamente por los grandes cambios
que se van dando en el mundo. El mundo de las religiones no está vacunado contra
todas estas crisis y transformaciones que se están dando en nuestro mundo. Por el
simple hecho de existir en nuestro mundo y en cuanto fenómenos culturales, ellas
son tocadas (y muchas veces trastocadas) por los grandes cambios que se van
dando en nuestro mundo. Para comprender la crisis de las religiones y el clamor
por lo nuevo que se esconde en cada crisis, hay que ubicarse en las grandes crisis y
transformaciones que se están dando en nuestra cultura. Las crisis en las religiones
no se pueden comprender si no es en el marco de las crisis culturales, pues las
religiones se sitúan en el corazón de las culturas y las culturas de algún modo han
emergido de una matriz religiosa. Dada esta imbricación entre religión y cultura,
hay que plantear un marco de comprensión que abarque tanto a las religiones como
a las culturas. Tanto la visión de Clifford Geertz como la de Paul Tillich iluminarían
muy bien esta relación entre religión y cultura. Ambos consideran que religión y
cultura son inseparables. Para Tillich la religión es la substancia de la cultura y la
cultura es la expresión de la religión, y para Geertz las religiones son sistemas
simbólicos muy relacionados con la cultura.

Si esto es así, las grandes transformaciones culturales y los cambios de


paradigmas tendrían que afectar profundamente a las religiones. De hecho las
religiones no quedan fuera de ese mar de cambios que se están dando en nuestro
mundo. Lo que sucede es que muchas veces las instituciones religiosas son lentas
para reaccionar y reacomodarse en una sociedad en estado de conmoción. Las
instituciones religiosas están siendo sacudidas y cuestionadas desde los grandes

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cambios que se dan en nuestro tiempo. El piso de las instituciones religiosas


también se está moviendo y está reclamando una nueva reconfiguración y
actualización de sus estructuras y sus sistemas de creencias.

Si las religiones saben situarse en estos tiempos (integrando su capacidad


adaptativa con su capacidad crítica), las poli-crisis de nuestro mundo pueden llegar
a convertirse en su poli-oportunidad, inventando formas variadas y nuevas en las
que recrear sus intuiciones más significativas y que aún serían un aporte válido
para nuestro mundo. Para acceder a las múltiples oportunidades que pueden estar
soterradas bajo los escombros de lo que se ha derrumbado, hay que estar dispuesto
a entrar en la dinámica muerte-vida, pérdida-ganancia.

3 Una imagen de Dios insostenible

Al preguntarnos qué es hoy día lo insostenible desde el punto de vista


religioso, una se encuentra con una serie de afirmaciones y prácticas que formarían
una lista larga (sería interesante que las personas y las instituciones religiosas se
autoanalizaran y se atrevieran a hacer su propia lista de aquellas creencias,
posturas y prácticas que resultan chocante para la sensibilidad actual). Sin
embargo, lo que considero crucial y decisivo es ir a la raíz de donde brotan esas
afirmaciones y prácticas. Y considero que lo que está a la base es la imagen de Dios,
pues nuestras imágenes de Dios tienen el poder de inspirar y desatar posturas y
prácticas que pueden liberarnos u oprimirnos; que nos dejan petrificados al borde
del camino o que nos ponen a caminar o incluso a abrir nuevos caminos; que nos
aprisionan dentro de una jaula o que nos hacen volar, traspasar fronteras y conocer
nuevos paisajes.

Cuando nos adentramos en la cuestión de las crisis en las religiones y sus


formas obsoletas y/o extrañas de pensar y practicar lo religioso, constamos que el
problema raíz tiene mucho que ver con la concepción de la divinidad desde la que
funcionamos. Si no hay un cambio en la imagen de Dios, se hace difícil estrenar

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nuevas prácticas socio-religiosas y elaborar otras teologías que muestren que, como
plantea Elizabeth Johnson, “hay modos de pensar sobre Dios que todavía
desconocemos” (JOHNSON, 2002).

Entonces hay que cambiar de Dios para poder cambiar de vida, para poder
cambiar este mundo, como afirma el obispo Pedro Casaldáliga (CASALDÁLIGA,
2011, p. 2), pues lo que sea ha hecho insostenible (en el sentido de que ya no se
sostiene ni nos sostiene) fundamentalmente es apoyarse en una imagen de Dios y
en unas formas de vivir lo religioso que corresponden a un estadio infantil o a
épocas de la evolución de la humanidad que quedaron atrás. Necesitamos un Dios
para hoy y para un creyente adulto y eso implica atrevernos a “matar nuestros
dioses”, como plantea J. M. Mardones (MARDONES, 2006).

Las religiones tienen que plantease ir más allá de las religiones y atreverse a
nacer de nuevo, es decir, salir de la carcasa o de la armadura de sus formas
institucionales que atrapan o asfixian al mismo Dios y a las personas. Estas
instituciones religiosas muchas veces funcionan fundamentadas en imágenes de
Dios distorsionadas o alienantes.

Las imágenes distorsionadas de Dios son las que han distorsionado el


mundo, las que han distorsionado la visión que tenemos sobre las distintas
realidades humanas (como la visión de la sexualidad, la relación con la naturaleza,
la concepción de la política, la relación entre hombres y mujeres, etc.). Es crucial
cambiar o sanar las imágenes de Dios con las que nos manejamos.

En nuestro mundo hoy los cambios son mucho más rápidos, más
perceptibles y con un mayor efecto de contagio. Pero en materia religiosa, a veces
vamos a estilo tortuga, olvidando que el Espíritu va como una paloma,
impulsándonos a volar, a la agilidad para movernos y seguir el ritmo de la historia.
Se podría decir, en lenguaje de la tradición religiosa cristiana a la que pertenezco,
que cuando estamos abiertas al Espíritu y le escuchamos marchamos al ritmo de
los grandes cambios de nuestra historia. Pero cuando no le escuchamos perdemos
el tren de la historia y nos quedamos desfasados, realizando prácticas religiosas con

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posturas, lenguajes, ropajes y estilos de organización y funcionamiento que nada


tienen que ver con la sensibilidad actual. Esto lo percibió muy bien el cardenal
Carlo María Martini cuando dijo: "La Iglesia se ha quedado atrás 200 años”1.

4 La emergencia de lo religioso y la ruptura con las religiones

Hay dos elementos que caracterizan la cuestión religiosa en este cambio de


época. El primero es que estamos asistiendo a una época de gran efervescencia de
la sensibilidad religiosa, hay un creciente interés por lo religioso o pseudo-
religioso, tal como se puede apreciar en que hoy día son cada vez más los seres
humanos que dedican algo de tiempo y de recursos para participar en algo que
tenga que ver con lo religioso.

Hoy día es más evidente que nunca cómo el ser humano anda en una
interesante búsqueda espiritual, que ve la necesidad de encontrar sentido y
orientación a su vida, que da importancia a los valores emergentes. Contra todo
pronóstico realizado en épocas anteriores y que vaticinaban un abandono de lo
religioso, hoy día hay mucha demanda de lo religioso. Sea denominado como
“rebelión espiritual” en palabras de J.L. Aranguren, o como “reencantamiento del
mundo”, “retorno a lo sagrado” o “vuelta de lo religioso”, lo cierto es que se trata
de un fenómeno constatable tanto en la vida cotidiana como a nivel personal y
colectivo.

Estamos ante una situación nueva y característica de la modernidad en la


que las personas no están pasando de largo ante la cuestión religiosa, sino que
estamos en una era de la religión en expansión. Esta situación inesperada, en
cuanto que se vaticinaba una ruptura entre modernidad y religión, ha llevado a que
eruditos como por ejemplo, como el teólogo y sociólogo Peter Berger, una de las
figuras destacadas en sociología de la religión, se replanteara la tesis sobre la
secularización generalizada. Se pensaba que la entrada de la modernidad iba a

1
Véase la última entrevista al Cardenal Martini, que ha quedado como su testamento espiritual (MARTINI, 2012).

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suponer una secularización de la sociedad, pero los datos de lo que está sucediendo
en el mundo, con la ebullición religiosa que se manifiesta en una pluralidad de
nuevas expresiones y nuevos movimientos, manifiestan que las religiones han
vuelto para quedarse2.

Pero no se trata de una vuelta a las religiones en su configuración tradicional


ni la religión sociológica. Más bien con ellas se da una ruptura y un
distanciamiento, sobre todo con respecto a lo que en ella hay de estructura, de
normas establecidas. Es como si los seres humanos se sintieran a gusto con el
espíritu y las intuiciones más auténticas y profundas de las religiones, pero a
disgusto con sus formas institucionalizadas. Va cobrando cada vez más fuerza la
tendencia a vivir lo religioso de una forma libre y sin vínculos normativos con las
instituciones religiosas. Es la desregularización de la religión, tal y como plantea A.
Frigerio3.

Se podría decir que si el ser humano se está encantando o re-encantando con


la espiritualidad, también se está desencantando cada vez más de las religiones en
su forma más institucionalizada y estructurada. Por eso cada vez más y en mayor
número las personas están haciendo sus búsquedas y sus experiencias espirituales
al margen de las estructuras tradicionales de las religiones, que ofrecen ciertamente
muchos y variados “productos religiosos” pero no los que ellos y ellas andan
buscando. Es por eso que muchas personas están diseñando nuevas formas de vivir
su dimensión religiosa. La gente está reinventando las religiones o diseñando, en
muchos casos, su propia religión, pues desea formas más libres, frescas y
espontáneas de vivir su espiritualidad. Sin entrar a hacer juicios ni análisis más
profundos, lo que podemos afirmar es que esta búsqueda es parte de su condición
de adulto, de su conciencia de autonomía y su condición de sujeto.

2
Berger destaca cómo hay dos excepciones en la afirmación de que la modernidad no mató la religión: el caso de los países europeos y
el de las clases intelectuales. Pero lo del secularismo no se convirtió en fenómeno mundial. Lo que sí sucedió fue que la gente recreó y
reinventó nuevas formas de vivir la fe. Esto lo expresó muy claro Berger cuando en su conferencia sobre globalización y religión en el
Pew Forum en diciembre de 2006 planteó que la religión ha evolucionado hacia el pluralismo y no hacia el secularismo (cfr. BERGER,
2006).
3
Véase el estudio de FRIGERIO, 2000.

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Si las religiones no ofrecen respuesta a las preguntas más acuciantes de las


personas más inquietas y críticas; si no ofrecen espacios saludables y liberadores
donde las personas puedan recrear y expresar su dimensión de hondura; y si no
acogen a las personas como seres humanos adultos, capaces de decidir sobre los
distintos aspectos de sus vidas, entonces no será nada extraño que se dé un
abandono cada vez y más creciente de las instituciones religiosas. En la medida en
que las personas toman conciencia de la obsolescencia de los sistemas culturales y
religiosos, se va desapuntando de sus filas y busca sus propios caminos para
encontrar el sentido y la orientación de sus vidas.

El segundo elemento es la proclamación de la condición de sujeto del ser


humano interesado seriamente en la espiritualidad. Los nuevos sujetos religiosos
son conscientes de que estamos en una época en que las personas quieren ser
tratadas como adultas, es decir, como seres humanos capaces de tomar la vida en
sus manos y de ejercer el derecho a decidir por sí mismas.

5 Espiritualidad, sí; religión, no, gracias!

El año pasado estuve dando un curso con otra hermana de mi Congregación


a un grupo de religiosas y religiosas encargados de la animación vocacional en sus
instituciones. Una de las preguntas que les planteaba era que revisaran cuáles cosas
de sus congregaciones podrían tener un “efecto imán” (tener una fuerza de
atracción para otras personas) y cuáles podrían tener el “efecto repelente” (que
aleja o produce repulsión). No hay que tener mucha imaginación para concluir que
lo que gozaba de mayor magnetismo eran aquellos elementos que tenían que ver
con la vivencia de una espiritualidad profunda y descomplicada y con el
compromiso por la transformación del mundo (lucha por la justicia, opción por los
pobres, defensa del medio ambiente, etc.) y los que causaban mayor repulsa eran
aquellos ligados al control institucional, a los formalismos y dogmatismos y a la
infantilización de las personas.

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Esta pregunta, planteada a unos pocos delegados de congregaciones


religiosas, se podría trasladar al ámbito de las religiones. Y creo que las respuestas
irían en la misma línea, aunque sin caer en la ingenuidad, pues muchas veces hay
cuestiones accesorias que no forman parte de la esencia más profunda de una
religión, pero que tienen aún gran poder de atracción, sobre todo para muchas
personas que a nivel religioso todavía están en un estadio más bien infantil.

Pero las nuevas generaciones, sobre todo, y las personas que se sitúan como
sujetos religiosos adultos no se sienten atraídas por espacios religiosos en los que
abundan las normas, los dogmatismos y la burocratización. Hoy día vemos que hay
un creciente interés por la espiritualidad, pero no por las religiones en cuanto
sistemas institucionalizados de creencias, ritos, normas éticas y sentimientos
peculiares por medio del cual el ser humano se comunica con lo divino. Esto se
puede apreciar en el declive que se está dando en muchas de las religiones, no sólo
fijándonos en el factor numérico como uno de los indicadores, sino también en el
de su relevancia en la sociedad.

En estos nuevos tiempos, las instituciones no tienen el peso de antaño,


cuando eran consultadas o su palabra era determinante para las personas y los
grupos. Hoy la gente busca más bien estar libre de la tutela y del control ejercido
por las religiones, sin que ello signifique que la espiritualidad y las intuiciones de
las figuras centrales de las religiones pierdan su fuerza de atracción. Por ejemplo,
veamos lo que sucede en el cristianismo: muchas personas ya no se identifican con
las iglesias, pero sí les atrae la figura de Jesús de Nazaret y su proyecto, y
consideran que los evangelios son escritos inspiradores para la humanidad.

Las religiones están en crisis y entrarán en una crisis aún mayor, pero la
espiritualidad no. En este sentido, parece que hará realidad la predicción del
escritor francés André Malreaux cuando decía que “El siglo XXI será espiritual o
no será”, expresión que luego Karl Rahner aplicará al cristianismo en estos
términos: “El cristiano del mañana, o será místico o no será”.

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La vuelta a la espiritualidad, aunque como todo puede tener sus peligros, es


un buen síntoma de que hay una búsqueda sincera, un anhelo por llegar a lo
esencial y trascender el ropaje en el que eso esencial aparece envuelto. El disgusto y
la creciente falta de interés por las religiones no tiene que ver tanto con la sabiduría
y el camino hacia Dios que ellas nos pueden ofrecer, sino que el problema reside en
la envoltura en que eso nos viene presentado.

Estos son tiempos en que la gente busca “menos religión y más


espiritualidad”4. Esta búsqueda lo que pretende en el fondo es devolvernos a
nuestro origen o a lo más original, a esa especie de paraíso perdido y olvidado por
las mismas religiones. En realidad, las religiones surgen para ayudar a cuidar esa
experiencia originaria y ofrecer a las personas los medios para cultivarla. Es una
cuestión que las religiones no deben olvidar. Como tampoco se puede olvidar que la
espiritualidad es anterior a las religiones y que la función de las instituciones
religiosas debería consistir en mantener encendida y ayudar a avivar esa llama
original, que, de algún modo, está presente en todo ser humano.

La cuestión de la relación entre religión y espiritualidad está dando mucho


que pensar y que escribir. Algunas simplifican el asunto, pero considero que es una
cuestión compleja y no exenta de riesgos y banalizaciones. Tomada en serio, en la
relación adecuada entre religión y espiritualidad está en juego nuestra capacidad de
ser seres más interreligiosos y transreligiosos, pues la espiritualidad en cuanto vivir
desde la profundidad y, en términos cristianos, vivir según el espíritu, tiene mucho
menos miedo a cruzar las fronteras y al encuentro con el otro que habita en
territorios religiosos desconocidos por nuestra propia tradición.

De todos modos, vivir desde la espiritualidad más que desde la religión


supone audacia y lucidez. Para encontrarnos con lo Sagrado, con el Misterio,
muchas veces hay que plantearse dar el paso de la religión a la espiritualidad, que

4
En octubre de 2008 la Escuela Feminista de Teología Andalucía (EFETA) realizó el III Seminario Presencial anual y tomamos esta
cuestión de la relación entre religión y espiritualidad como nuestro tema de debate y reflexión. Lo hicimos desde una perspectiva
feminista planteando como lema “Mujeres: ¿menos religión y más espiritualidad? Para más información véase la website de EFETA.

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como nos dice Joan Chittister, es un paso peligroso. Ella cuenta cómo la decisión de
vivir más desde la espiritualidad que desde la religión la situó en otra coordenada y
la llevó a levantar preguntas inéditas:

Aquel día empecé mi propio combate a brazo partido con Dios que ningún
catecismo ni credo podía mediar. Y comprendí que, de entonces en
adelante, tendría que atreverme a hacer las preguntas que nadie había
querido nunca que hiciera (CHITTISTER, 2006, p. 15).

Para terminar este breve apartado quiero tomar prestadas de Martínez


Lozano dos imágenes que suelen usarse para ilustrar la relación entre religión y
espiritualidad: la copa y el vino; y el mapa y el territorio (FRANCO, 2014, p. 4-5).
La espiritualidad es el vino que andan buscando los sedientos y la religión tendría
que ser la copa en la que se ofrece el vino. La espiritualidad es el territorio a donde
queremos llegar; la religión tendría que ser el mapa que nos sirve de guía y de
orientación para no extraviarnos en nuestro camino hacia ese lugar. De aquí que,
las instituciones no tendrían otro papel que el de ser buenas mediadoras o parteras
de procesos espirituales, tomándose más en serio su papel de facilitar que las
personas accedan al vino y lleguen al territorio. Pero la realidad es que muchas
veces las instituciones religiosas impiden ese acceso y se convierten en
controladoras o neutralizadoras de la capacidad transformadora de la experiencia
espiritual. Por eso hay tantas personas que prefiere vivir su espiritualidad al
margen de las estructuras religiosas, por temor a que el fuego que llevan dentro sea
apagado por la institución religiosa.

6 La interespiritualidad: el surgimiento de una nueva conciencia religiosa

El paradigma posreligional nos podría situar en los márgenes de las


instituciones religiosas, haciendo búsqueda común con otros buscadores y
buscadoras. En el futuro habrá muchas más personas provenientes de distintos
trasfondos religiosos que se sentirán más cercanas e interconectadas compartiendo
una misma espiritualidad. De hecho esta es una experiencia que ya estamos
haciendo, pues muchas veces constatamos que dos personas de distintas religiones

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pueden tener mayor sintonía en su experiencia espiritual y su praxis que con


personas de la misma religión.

Dado que a lo largo de la historia ha habido una tendencia a considerar


ciertas experiencias y prácticas como propiedad privada de una determinada
religión, confesión o congregación religiosa, hoy tenemos el desafío de
desprivatizar la riqueza espiritual de cada tradición y declarar como patrimonio de
la humanidad aquello que hemos considerado propiedad particular. Todas las
instituciones religiosas tenemos que aprender a democratizar y compartir lo que
por mucho tiempo hemos considerado como una pertenencia o una herencia no
traspasable.

Cuando todo es puesto al alcance de todos y todas y cuando también


perdemos el miedo a beber de distintas fuentes, el enriquecimiento es mayor.
Cuando una religión se absolutiza tiene dificultades para poner sobre la mesa su
sabiduría para que otros también se nutran de ella. Se sitúa en una actitud celosa
frente a quienes toman de su mesa algo que es considerado como “propio”, como
algo de lo que tenemos la “exclusiva” y por tanto es propiedad privada. Es algo que
aparece entre los mismos discípulos de Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que
hacía uso de tu nombre para echar fuera demonios, y hemos tratado de
impedírselo porque no es de los nuestros” (Mc 9, 38).

El modelo con el que tradicionalmente han funcionado las instituciones


religiosas han sido por lo general el modelo de la casa cerrada en la que quien está
fuera no entra y quien está dentro no sale. Más que casa es una especie de prisión.
¿No deberíamos plantearnos la cuestión de la pertenencia a una institución
religiosa como una casa abierta donde todos y todas caben y pueden transitar con
libertad? ¿No deberíamos poner sobre la mesa la riqueza y la sabiduría de cada cual
y nutrirnos de ello más allá de las pertenencias? Quizá ahí descubramos que si
muchas veces a lo largo de la historia las pertenencias religiosas nos separan y nos
dividen, quizá la vivencia de una espiritualidad interreligiosa y transreligiosa nos

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une y nos reconcilia. Sin duda, mucha gente se encamina a una creencia sin
pertenencia y a una práctica religiosa desregularizada. Este va siendo un rasgo
distinto del fenómeno religioso en los nuevos tiempos, en los que, como afirmaba
hace unos años M.E. Talavera, “lo sagrado moderno estalla de mil maneras; sus
migajas se recogen fuera de las instituciones religiosas” (TALAVERA, 2008, p.
62).

La gente tiene una mayor conciencia de ser sujetos capaces de organizarse su


mundo religioso y de recrear significados y símbolos religiosos sin enredarse en las
cuestiones de la adscripción a una religión. Ciertamente tras esta autonomía y
autogestión religiosa también se esconden peligros, como el diseñar una
espiritualidad propia light, el habitar en el reino de la religiosidad difusa o
construir una religiosidad que recicla retazos de una y otra tradición religiosa.

En un mundo en el cual las fronteras se diluyen y las distancias se acortan,


tenemos que ser capaces de vivir una espiritualidad de frontera, encontrándonos
con el Misterio más allá de las fronteras y los límites establecidos por las
estructuras religiosas. Son muchas las personas que están viviendo su dimensión
espiritual más allá de los confines denominacionales. Este situarse en “tierra de
nadie” es una especie de rebeldía y de protesta ante estilos religiosos que se
mueven en marcos estrechos. Las personas de visión amplia y que anhelan una
espiritualidad que les permita moverse con libertad, sienten que se asfixian en los
espacios cerrados y controlados. Todo esto representa un serio desafío para
cualquier institución religiosa. La espiritualidad nos puede lanzar a terrenos
desconocidos, nos saca de lo que consideramos nuestro territorio y nos lleva a ser
personas liminales, que vivimos en la frontera de nuestra propia religión y nuestras
iglesias.

Nos estamos moviendo hoy día en un nuevo paradigma en el que pasamos


del miedo a la espiritualidad que no está vinculada a nuestra religión, a un
reconocimiento y acogida a la riqueza espiritual de otras tradiciones, sin caer en
una religiosidad difusa o una espiritualidad de retazos. Quizá como fruto de la

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globalización de las religiones y de una mayor oferta de bienes simbólicos y de


posibilidades de vivir la religación con lo sagrado, nos estamos atreviendo a beber
de otras fuentes.

7 ¿Acta de defunción para las religiones?

Al hablar del paradigma posreligional no podemos pensar que consiste en


una disolución de las religiones y que mejor si vamos preparando el funeral de las
mismas. Las cosas son mucho más complejas y quizá más que de desaparición o
disolución de las religiones tengamos que hablar de una transformación de las
mismas, de una reconversión de sus energías espirituales y su poder de incidencia
en la sociedad. Quizá se dé o ya se esté dando una “metamorfosis de lo sagrado”,
pero no una desaparición del fenómeno religioso.

Aunque estamos en una época de crisis de las religiones, ellas seguirán


existiendo (aunque M. Corbí no habla tanto de situación de crisis profunda de las
religiones, sino del colapso mismo de las religiones, CORBÍ, 2007, p. 17), pero sólo
tenderán una fuerza significativa y aportarán algo al mundo aquellas que tengan el
coraje de replantearse su razón de ser y sepan ubicarse de otra manera en el nuevo
universo cultural.

No considero que haya que plantear la desaparición de las religiones en esta


sociedad de grandes y aceleradas transformaciones, sino que lo que debe morir en
las religiones será lo que en ellas no encaja dentro de los nuevos moldes culturales.
Por eso, aunque Corbí sostiene que la religión está abocada a la desaparición
(CORBÍ, 2007, p. 207), hay que considerar que hay algo que no desaparecerá en las
religiones y que para nuestro mundo y nuestra sociedad cambiante es bueno y
saludable que no cambie.

Lo primero es la dimensión de hondura, los elementos místicos, que en


realidad son transreligiosos y de libre circulación. Lo mismo las personas místicas,

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por los cuales suele haber una fascinación que trasciende el ámbito de la
pertenencia religiosa y una percepción de que sin ellos y ellas la religión sería, en
palabras de Fraijoó, “un museo al que le han robado sus mejores cuadros”
(FRAIJÓ, 1998, p. 389). Los elementos místicos y los grandes místicos y místicas,
aunque no son propiedad privada de la religión, sí son una levadura aportada por
las religiones para fermentar nuestro mundo. Una religión que aporta su levadura
(su mística, su espiritualidad) para ayudar a crecer y a transformar a las personas y
los grupos, puede sentirse satisfecha de haber cumplido con uno de sus cometidos.
Esa es una misión importante. Si con seriedad hace esto, no importa si en un futuro
desaparece o disminuyen sus miembros o caen sus estructuras, lo importante es
que ha dejado sembrada una buena semilla que será fructificando en diferentes
surcos.

En segundo lugar, es saludable que aunque las religiones se actualicen y se


pongan en sintonía con los cambios de paradigmas, ellas sigan aportando al mundo
lo que en ellas hay de contracultural. Toda religión alberga dentro de sí algunos
elementos y prácticas contraculturales, que podríamos denominar como su
carácter profético porque son elementos de denuncia que hacen que la religión
pueda funcionar como una instancia crítica del orden establecido. Esta función de
las religiones es importante, dado que no todo lo que nos viene con el cambio de
paradigmas es bueno y constructivo. Cada tradición religiosa debería esforzarse en
buscar y potenciar lo que en ella hay de contracultural y aportarlo al mundo y
también a otras religiones con las que intercambiar sus elementos místicos y
proféticos.

Además de aportar lo contracultural, las religiones deberían preguntarse si


en medio de los distintos cambios de paradigmas que se van sucediendo a lo largo
de la historia, ellas albergan en su seno algo que pudiera ser considerado
metaparadigmático, o sea, que vaya más allá de todo paradigma y que pueda ser
válido para iluminar a los seres humanos de todos los tiempos y para conducirlos a
un buen vivir y a un buen convivir con las personas y con toda la creación.

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Las religiones tienen que redefinir su papel, su misión y su función en estos


tiempos en que las personas están buscando sentido y orientación desde una
postura de adultez y libertad. La gente no quiere una religiosidad cargada de
normas, doctrinas y prohibiciones, una religión controladora de la vida de la gente.
Más bien lo que tendrá aceptación será un tipo de religión o aquellas instituciones
religiosas que no apaguen el espíritu, sino que aviven el fuego. Las religiones
entonces tendrán que ser servidoras humildes en la tarea de ayudar a canalizar y a
transportar a otros y otras las “energías renovables del espíritu”. De otro modo
ellas no tendrán sentido ni serán atrayentes, al menos para quien busca seriamente
cultivar su dimensión espiritual y dejar que fluyan sus energías espirituales.

El futuro de las religiones tiene también que ver con la actitud con la que
ellas se sitúen ante los grandes clamores de nuestro mundo. Es decir, cómo asumen
su parte de responsabilidad ante las magnas cuestiones de nuestro mundo, cómo
ejercitan su compasión ante el sufrimiento y su opción por las víctimas, por los
empobrecidos. Desde este punto de vista, las religiones tienen que cuestionarse
sobre a qué causa sirve lo que ellas predican y proponen, a quién sirve y qué están
ofreciendo para la construcción de otro mundo posible. Tienen que interrogarse
respecto a su papel como instancias llamadas a levantar una crítica y ofrecer una
alternativa a la construcción de un mundo distinto.

Esto supone que ellas deben estar constantemente revisando y redefiniendo


lo que es central e innegociable como parte de su esencia y su identidad más
profunda, lo cual no está en las normas ni en su ortodoxia, sino en el rol que
pueden jugar en la tarea de iluminar el camino de la humanidad ofreciendo sentido
y orientación, buscando la justicia y la paz.

Aun en el caso de que las religiones lleguen a ser en un futuro fenómenos


marginales, ellas tendrán un aporte que hacer a la humanidad, sobre todo si se
saben ubicar y cultivar actitudes nuevas. Así, por ejemplo, ellas deben ubicarse de
una forma más humilde, abandonando el lenguaje abstracto y grandilocuente y las

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afirmaciones absolutas. Tendrán que dialogar y abrirse a otras formas de


interpretar el mundo que nos vienen de otras cosmovisiones y de las nuevas
ciencias.

Uno de los ámbitos desafiantes para las religiones es la cuestión de la moral,


pues es uno de los aspectos en los que se resiente el cuestionamiento a las
religiones. Hoy día, hay en el creyente adulto un cierto malestar, un descontento
por la forma en que las religiones tratan ciertos temas de ética, sobre todo aquellos
que incumben a la moral sexual que son en los que las religiones suelen estar más
vigilantes. No sucede así con los temas de ética social o ética global.

En un futuro las religiones podrían recrearse y redefinir su misión desde una


actitud más humilde y dinámica. Por ejemplo, cumpliendo una misión de servicio a
la espiritualidad, favoreciendo que las personas hagan experiencias fundantes
profundas y no se limiten a cumplir ritos y normas. Las religiones podrían tomarse
más en serio su papel de ser iniciadoras para las personas que necesitan hacer una
iniciación para la experiencia espiritual. También tendrían que ser acompañantes y
cuidadoras de esa experiencia espiritual.

Las distintas tradiciones religiosas de la humanidad tienen aún una reserva


espiritual y unos recursos impresionantes que podrían ayudar a la humanización de
nuestro mundo y que servirían de orientación para que el ser humano pueda
encontrar y expresar el sentido trascendente de su vida. El problema es el
recipiente o el molde cultural en el cual se guardan esos recursos. Las religiones se
bloquean a sí mismas y se van auto-aniquilando cuando no son capaces de colocar
su riqueza en las vasijas nuevas de la cultura de hoy que ya no es la cultura en las
cuales ellas surgieron y se desarrollaron. Ciertamente esta tarea no es fácil y a mi
juicio constituye el magno desafío que tienen las religiones que quieren seguir
aportando lo más más preciado de sus energías y su fuerza transformadora para
rehacer nuestro mundo.

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8 Entrar en la danza: el futuro de las religiones

Si nos preguntamos por dónde va el problema de fondo de la crisis de las


religiones tenemos que ubicarlo en su resistencia al cambio, en su no encarnación
en el tiempo de hoy. Al no saber ubicarse en una historia cambiante y en estos
modernos tiempos de cambios acelerados, las religiones van perdiendo actualidad y
relevancia, van dejando de ser significativas y pasan a ser más bien sistemas
caducos, reliquias del pasado. Como dice Corbí, al dirigirse a sociedades estáticas y
pre-industriales que ya no existen, las religiones hoy nos han dejado huérfanos y
hemos perdido para siempre la guía de los dioses (CORBÍ, 2007, p. 198).

Las religiones nacieron y se desarrollaron en un mundo agrario y en


sociedades estáticas, de poca movilidad de las personas y de escasos cambios.
¿Cómo podrían sobrevivir las religiones hoy en una sociedad dinámica, de cambios
acelerados y de gran movilidad? ¿Están las religiones dispuestas a adaptarse a la
sociedad el conocimiento y al fenómeno de lo urbano, hoy que, como dice Galli,
“Dios vive en la ciudad”? (GALLI, 2014).

Es un hecho que la mayoría de las instituciones religiosas no están a la altura


de las circunstancias culturales y de los cambios más sobresalientes de nuestro
tiempo. Ellas tienen que ponerse en camino para ajustarse a las nuevas tendencias
y los nuevos signos de los tiempos. Las religiones siguen ubicadas en el paradigma
pre-industrial; muchas de sus prácticas y sus discursos no corresponden a una
sociedad evolucionada que ya no se rige por los parámetros correspondientes al
mundo agrario y a todo un sistema de cuño autoritario y patriarcal. A las religiones
les falta un gran camino que recorrer para responder a las exigencias de la sociedad
del conocimiento, de las sociedades dinámicas y de la innovación. Las religiones
mantienen unas prácticas y un lenguaje que choca para la sensibilidad actual. Ellas
tienden a ser muy repetitivas y poco innovadoras. Por eso no interesan a gente
inquieta y, principalmente las generaciones jóvenes.

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El modelo religioso agrario, autoritario y patriarcal, resulta poco atrayente


en un mundo en el que, aún viviendo en zonas rurales, ya las personas participan
de la modernidad y están conectados a un mundo globalizado, a nuevas ideas y
nuevas formas de sentir y de pensar a través de las modernas Tecnologías de la
Información y la Comunicación (TICs). Las formas autoritarias, la imposición sobre
qué debo hacer, cómo debo practicarlo causa cierto rechazo en un mundo en el que
las personas queremos ser sujetos adultos y cada vez más reclamamos el derecho a
decidir y a disentir.

Por otro lado, las religiones que han hecho de la ideología patriarcal un
principio importante e inamovible dejan de ser atractivas para las mujeres y los
hombres que están en búsqueda de un nuevo paradigma en el que las mujeres no
sean seres de segunda categoría, ciudadanas de segunda clase. En estos momentos
estamos asistiendo a una crítica creciente y generalizada a todas las religiones en lo
que respecta a su carácter androcéntrico-patriarcal. Esta no es una cuestión sólo de
un conflicto entre las mujeres que van despertando y tomando conciencia de que
no quieren una religión o unas prácticas religiosas de las que ellas son simples
consumidoras o son objetos, sino que es cuestión de quienes perciben desde hace
rato la obsolescencia de un sistema religioso que realiza algunas prácticas que en el
mundo de hoy no sólo no tienen sentido, sino que resultan chocantes y en
ocasiones insultantes. Tal es el caso de una organización de rituales y del ejercicio
del poder de la palabra ejercido sólo o mayoritariamente por varones. Es curioso
que en un mundo que ha evolucionado tanto y en el que a nivel civil las mujeres
han conquistado mayores espacios y mayor protagonismo en la toma de decisiones
y reclamen su mayoría de edad, las personas que normalmente ejercen la
mediación con lo sagrado sean sólo los varones. Esta es una situación que se da no
sólo en la religión cristiana, sino también en muchas otras tradiciones religiosas.

El desfase que se da entre las prácticas religiosas instituidas por las


religiones y los cambios en las sociedades modernas, muchas veces es abismal.
Muchas prácticas, hábitos y discursos que las religiones consideran normales y
hasta queridos por Dios, realmente son anormales en este cambio de época. Si las

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religiones son fenómenos culturales y las culturas están cambiando drásticamente,


tenemos que preguntarnos en qué pie se sostendrán las religiones en el futuro. Es
esta situación la que lleva a Corbí a hacer afirmaciones radicales como ésta: “La
estructura cultural en la que se sustentaban las religiones está agotada, muerta, y
debe, por tanto, ser abandonada, porque es un perjuicio para las condiciones
culturales de las nuevas sociedades industriales” (CORBÍ, 2007, p. 204).

El cambio de época al que estamos asistiendo es un tiempo de movimiento.


Todo está en un dinamismo y en un fluir constante que exige flexibilidad y agilidad.
Es tiempo de danza (danza proviene del sánscrito y significa “anhelo de vivir”), de
aprender a llevar el ritmo de la historia, el ritmo de los grandes cambios. Es tiempo
de facilitar experiencias gozosas, de buena convivencia, de armonía e
interconexión, tras una larga historia en que las religiones, en general, han
destacado más bien por su rigidez, su seriedad y sentido del sacrificio; han
destacado más por enfatizar el “valle de lágrimas” y por ser “aguafiestas” de la
felicidad humana; han sido más propensas al dogmatismo y a las posturas
inflexibles; han sido creadoras o cómplices de situaciones de conflicto, guerra y
confrontación; y han estado aisladas unas de otras, con actitudes de autosuficiencia
y de rivalidad que las han incapacitado para dialogar y para unir fuerzas, aportando
lo mejor de sí para transformar la realidad de injusticia de nuestro mundo.

Si las religiones no quieren quedarse fuera de la danza de la vida, tienen que


desaprender ciertos hábitos ya caducos, aprender nuevos pasos y sobre todo saber
llevar el ritmo de la historia. Es decir, incorporarse a la danza que ya hace mucho
viene bailando nuestra historia.

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Conclusión

Las religiones, aunque están en crisis y en estado de cuestionamiento,


todavía pueden tener futuro si son capaces de entrar en la danza y seguir el ritmo
de la corriente de vida y de energía creadora y transformadora que está fluyendo en
nuestro mundo. El futuro de las religiones guarda relación con su capacidad para
regenerarse y retomar sus intuiciones más profundas y originales y llevarlas al
círculo de la danza como su aporte propio a esa corriente de la vida. Para entrar en
una danza hay que eliminar los bloqueos y hacerse flexible. Para danzar hay que ser
libre, pues es un ejercicio de libertad y de dinamismo para hacer que fluya lo mejor
que tenemos. Estos son los ingredientes que necesitan cultivar las religiones para
poder entrar en la danza. De lo contrario se quedarán fuera de la danza, acaso como
simples espectadoras (y ojalá no como controladoras o censuradoras) de los
grandes cambios que está ocurriendo en nuestro mundo. Es más interesante y más
gozoso entrar en la danza!

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