Independencia, Javier Ortiz Cassiani
Independencia, Javier Ortiz Cassiani
Independencia, Javier Ortiz Cassiani
1
“Continúan las reflexiones sobre nuestro estado”, en El Argos Americano, Cartagena de Indias, noviembre 12
de 1810, n0 9. Citado por Jorge Conde Calderón, “La república ante la amenaza de los pardos”, en El Caribe
en la nación colombiana, Bogotá, Museo Nacional, Cátedra Ernesto Restrepo Tirado, 2005, pp. Las cursivas
son nuestras.
proyecto político, “todo vecino de conocida honradez por miserable y pobre que sea, puede
elegir sus representantes y ser el mismo elegible”2.
No obstante, el documento citado, anota que posterior al año de 1816, una vez consolidado
el nuevo Estado, de acuerdo con los proyectos del patriciado criollo, se debían implementar
restricciones en el derecho al sufragio. Según la propuesta, después de esa fecha, el acceso al
voto sería asignado previo censo que demostrara solvencia económica, tal como se hacía para
el caso de Estados Unidos y Gran Bretaña, sistemas con los que en un principio el texto se
mostraba en franco desacuerdo. Aunque el periódico justifica la medida como una forma de
incentivar a la población al trabajo y a la búsqueda del bienestar económico, y a impedir que
vagos públicos, deshonestos y criminales disfruten de los beneficios públicos que otorgaría
el nuevo orden de cosas, estas restricciones también pueden analizarse como una forma de
controlar al protagonismo alcanzado por los grupos de negros y mulatos en Cartagena:
[De] dicho año en adelante [1816] se haga un censo general del estado de los
bienes de cada ciudadano y que no se concedan las expresadas facultades sino a
los que posean al menos 2µ[mil] pesos en bienes muebles o raíces [...] De este
modo conseguirá la Patria la doble ventaja de estimular a sus hijos al trabajo, y se
evitaran los inconvenientes de que hemos hablado en los números
anteriores[...]Así como es muy justo que todo ciudadano por infeliz que sea
disfrute del derecho de sufragio, lo es igualmente que carezcan de tan preciosa
facultad aquellos individuos corrompidos que lejos de servir a la sociedad la
perjudican, y prostituyen. Bajo esta denominación se comprenden los que han
sufrido pena infamatoria, o corporis aflictiva o los que tienen causa criminal
pendiente. Deberán igualmente proscribirse los holgazanes, o zánganos de la
república que la agotan y consumen en vez de fomentarla, tales son los vagos
públicos. Tampoco obtendrán dicha facultad los que por su estado y circunstancias
no pueden contribuir por su parte al bien estar común, en cuya clase están
incluidos los que adeudan a la Real Hacienda, lo fallidos, los insensatos, los sordo
mudos, los transeúntes o extranjeros, a no ser que estén avecindados.3
Para la primera etapa de la consolidación de la república (1810-1815), era necesaria la
participación de un amplio sector de la población. Una vez conseguido el objetivo central
había que empezar a desarrollar los ajustes necesarios que pudieran garantizar sólo a un grupo
reducido los beneficios públicos del nuevo orden. Beneficios que además, y esto el patriciado
cartagenero lo tenía claro, no podrían conseguirse sin la participación de éstos. Para desgracia
de los criollos cartageneros, la fecha en que –según el artículo del Argos- debían aplicarse
2
Ibid
3
Ibíd.
las medidas alrededor del sufragio y la representación, coincide con la reconquista española
liderada por Pablo Morillo. De modo que había que convocar nuevamente al pueblo para que
diera inclusive su vida por la defensa de las libertades amenazadas.
Unos meses antes, en agosto de 1815, y ante la necesidad de reunir el máximo de tropa
posible, este mismo comisionado a través de decreto, concedió a todos los desertores de las
tropas de la provincia un indulto absoluto, con el que se olvidaba de manera total la deserción,
y además abría la posibilidad a los desertores de retener sus antiguos empleos. Podían hacerse
acreedores a estos beneficios quienes se presentaran, dentro de las veinticuatro horas
posteriores a la publicación del decreto, ante los jefes militares y los jueces del lugar más
cercano de donde se encontraran. La medida prometía además, el olvido de cualquier otro
delito cometido, excepto el de homicidio que la legislación castigaba con pena capital5.
El militar y político cartagenero Manuel del Castillo en una proclama del mismo tenor de la
de Marimón, y ante la eminente llegada de las tropas españolas, exhortaba a la población
con un discurso de igualdad que dejaba abierta la posibilidad de la participación de todos.
Se exaltaba el patriotismo, los valores republicanos y la necesidad de tomar las armas; la
toma de las armas por parte del pueblo llano, los convertía en patriotas, y el patriotismo en
4
“Proclama del comisionado del gobierno general, Juan Marimón, a los habitante de Barú”, en José P.
Urueta, Los mártires de Cartagena, Cartagena, Tipografía de Antonio Araújo, 1886, p. 179-180, citado por
Múnera, Fronteras…, p. 42.
5
“Edicto del Gobierno de Cartagena, sobre indulto a los desertores del Ejército”, Cartagena, 15 de agosto de
1815, en Documentos para la historia de la provincia de Cartagena hoy estado soberano de Bolívar en la unión
colombiana, Bogotá, Imprenta de Medardo Rivas, 1883, pp. 97-98.
iguales. Deponer los odios y los resentimientos particulares, la república convocaba, y su
convocatoria a través del ejercicio de las armas los hacía libres:
Lejos ahora de nosotros los resentimientos particulares, la reclamación de los
fueros, de los trámites de rutina; todos somos hermanos, todos hijos de una
misma familia, y sólo las circunstancias nos excitan a la defensa general de la
república, todos somos militares, desde el tierno infante hasta el débil anciano,
deben correr las armas y formar una respetable porción de hombres libres
decididos a perecer antes que ser víctimas de la tiranía española. A este objeto
sagrado es que se dirigen mis fatigas, y a este mismo han de cooperar todos los
habitantes del Estado, cumpliendo exactamente los preceptos que impone este
bando: el ciudadano que los pusiese en práctica sin necesidad de
comunicaciones, será un verdadero republicano, y él tendrá la dulce satisfacción
de llamarse una de las columnas que sostiene el majestuoso edificio de la
libertad6.
6
Gabriel Jiménez Molinares, Los mártires de Cartagena de 1816 ante el Consejo de Guerra y ante la historia,
Cartagena, Imprenta Departamental de Bolívar, fecha?, Tomo II, p. 236.
7
Lemaitre, Historia General…, tomo III, p.
Los sucesos revolucionarios se representan sobre todo a través de símbolos; escudos,
banderas, estandartes, cargados de “un rico contenido metafórico fácil de asimilar por
cualquier individuo”8. Lo fundamental de todo esto, es que se pueden convertir en un
elemento movilizador de las masas, que incluso, por la facilidad de asimilación por todos,
termina siendo más efectivo que “un corpus teórico o ideológico perfectamente elaborado”9.
¿Por qué los negros y mulatos acudieron a la retórica de rescate indigenista que venían
utilizando las élites criollas durante la independencia? El uso de estas referencias, y no de
otro tipo de representación iconográfica, es tal vez una importante evidencia del alto grado
conocimiento por parte del grupo de cuáles eran los símbolos de movilización en boga.
Las proclamas que hemos mencionado, cargadas de un acento patriótico, republicano, son
importantes, porque, aunque coyunturales y con un marcado interés de generar movilización
en los grupos subalternos, sirvieron a éstos para incorporar el discurso patriótico y
republicano. Philip Corrigan ha dicho de manera lúcida que si el estado engaña “también
tiene que dejarse engañar. Pues en su intento de engaño y cohesión le suministra las
herramientas al débil para que las haga operativa a su favor”10. Además, la necesidad del
patriciado cartagenero de introducirlos en los discursos, pone en evidencia el protagonismo
que estos sectores venían alcanzando. Carlos Aguirre, por ejemplo, señala para el caso
peruano que durante el período de la independencia un importante número de población
negra y mulata, esclava y libre, que compartía los mismos espacios habitacionales en Lima,
“se apropiaría del discurso de liberación que circulaba profusamente”11. Anota además, que
en este nuevo escenario legal y político que aparecía con la independencia y el período
republicano los esclavos desarrollaron importantes estrategias en pos de la libertad12.
8
Mario Aguilera Peña y Renán Vega Cantor, Ideal democrático y revuelta popular. Bosquejo histórico de la
mentalidad política popular en Colombia, 1781-1948, Bogotá, IEPRI, Universidad Nacional, Cerec, 1998, p.
25.
9
Ibid.
10
Philip Corrigan, “La formación del Estado”, p. 238.
11
Carlos Aguirre, Breve historia de la esclavitud en el Perú. Una herida que no deja de sangrar, Lima,
Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2005, p. 162.
12
Ibid., pp. 170-171.
vez muchos negros y mulatos tuvieron las armas y lograron sembrar el pánico y alcanzar
reconocimiento de las élites locales. Sabemos de la importancia que para el proyecto
bolivariano de independencia tenían los negros y mulatos esclavizados y libres13. La
participación y el protagonismo de éstos en Cartagena, no deja lugar a dudas. Se tomaron las
calles y causaron, como lo ha demostrado Alfonso Múnera, una alteración del orden, y en
varias ocasiones colocaron en situaciones embarazosas a importantes miembros de la élite
cartagenera, al punto de hacerlos saltar por patios y correr por las calles. El 10 de febrero de
1811, Manuel Trinidad Noriega oficial de las milicias pardas, quien siempre trabajó como
dependiente de comerciante español Francisco Bustamante, le relató a través de una carta a
su patrón que se encontraba en Bogotá la delicada situación:
Ese día 5 fue de horror y espanto. Las calles nubladas de gente buscando
los cómplices de la sublevación del “Fijo”, que según decían eran todos los
europeos. A Aviles lo sacaron casi arrastrando de su casa; a Pardo el
dependiente de González, a empellones; la casa de Torres (D. Tomás) fue
la más insultada, pues le derribaron las puertas, y él tuvo que salir huyendo
por las tapias. A Llamas lo mismo, y lo llevaron preso; a D. Juan Francisco
le sucedió otro tanto; a Trava, y en un apalabra a todos. Día de juicio
parecía; el furor llegó al último desenfreno14.
De no haber sido tan protagonistas los negros y mulatos en Cartagena para éste período, José
Manuel Restrepo en sus memorias, no se hubiera tomado el trabajo de gastar varias páginas
dedicadas a registrar en tono amargo y condenatorio las acciones de ésta población, a quienes
llamó “la hez del pueblo”. Para Restrepo, debido a que desde el principio fue necesario contar
con “la plebe a tomar parte en los movimientos para derrocar al partido real, esta se insolentó;
y la gente de color, que era numerosa en la plaza, adquirió una preponderancia que con el
tiempo vino a ser funesta a la tranquilidad pública”15.
13
Harold A. Bierck, “Las pugnas por la abolición de la esclavitud en Colombia”, en Jesús Antonio Bejarano
(comp.), El siglo XIX en Colombia visto por historiadores norteamericanos, Bogotá, La Carreta, 1977, p. 316.
14
Citado por Múnera, El fracaso…, p. 173.
15
José Manuel Restrepo, Historia de la revolución de la República de Colombia en la América, tomo I,
Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1942, p. 167.
porque “la plebe paladeada con el vicio, con quiméricas promesas de felicidad, y con una
frenética igualdad, se hayan bien con la miseria, con tal que no se les corrija sus
desórdenes”16. En una carta envida al gobierno español el 1 de febrero de 1815, el capitán
general realista Francisco Montalvo, explicaba las dificultades en la elección del nuevo
gobernador, y mostraba el protagonismo de negros y mulatos, a tal punto que se temía por
una guerra racial:
Llegado en estas circunstancias al tiempo de la elección de Gobernador del
pretendido Estado de la referida ciudad de Cartagena, y habiendo discordado
en el nombramiento hecho para el indicado empleo en el Doctor José María
García de Toledo, por intrigas e influencia de Gabriel Gutiérrez de Piñeres
entre los zambos, tomaron tal aspectos las dichas desavenencias, que fue
necesario que las tropas expedicionarias de ellos, acampadas a la margen
derecha del Magdalena, bajasen a Cartagena a las órdenes de su Comandante
general don Manuel del Castillo, para sostener la elección verificada en el
doctor García de Toledo y disipar los tumultos, que parece daban señales de
parar en una guerra civil entre las clases blanca y de color17.
Todo lo que fue terminado con la colocación del Gobernador electo y destierro
de los conjurados al Norte de América; no siendo poca ventaja el que hayan
salido de Cartagena Germán Piñeres y su hermano Gabriel con los demás de
su partido, porque pensando hacerse fuertes inducían a estos [negros y
mulatos] a destruir a los blancos, comenzando así a asomar la guerra más
horrible que podía amenazar a estos países18.
16
“Noticias sobre el estado de la plaza de Cartagena”, 15 de octubre de 1812, AGN, Archivo Anexo, Fondo
Historia, Folios 445-53, citado por Marixa Lasso, “Haití como símbolo republicano popular en el Caribe
colombiano: Provincia de Cartagena”, en Revista Historia Caribe, No. 8, Barranquilla, 2003, pp. 8-9.
17
Jiménez Molinares, Los Mártires…, p. 89. El resaltado es de Jiménez Molinares, quien cita el documento.
18
Ibid.
o colocarles cadenas y grilletes19. Los milicianos pardos ponían a los prisioneros a excavar
en los muelles con el lodo al cuello y cadenas en los pies, y los insultaban todo el tiempo.
Este trato, que según Del Castillo reñía con los principios y las leyes de la guerra, era el que
se pretendía frenar20.
Al parecer, Del Castillo desarrolló varias acciones tendientes a controlar los excesos
cometidos por las milicias de pardos, y “reguló el tratamiento de los prisioneros
humanizándolo y confiando su custodia a tropas veteranas; castigando las crueldades o
injusticias de que se les hiciera blanco y aún poniendo en libertad a muchos, no cogidos en
combates, no sorprendidos conspirando, sino apresados por sospechas, o víctimas de
obscuras delaciones interesadas”21. Además, trató de controlar el poder del batallón de los
Lanceros de Getsemaní, quien había sido protagonista central en el proceso de declaración
absoluta de independencia de la ciudad, a través de la estrategia de separar a los oficiales y
soldados “caracterizadamente perjudiciales por su conducta incorregible e incorporándolos
en los batallones veteranos y castigando sus graves faltas como antes no hubo valor para
haberlo hecho”22. Según el relato de Gabriel Jiménez Molinares, estas tropas inspiraban
temor por las constantes sublevaciones, al punto de que muchas familias se habían visto en
la necesidad de irse a vivir a Turbaco “y otros sitios para sustraerse a los desórdenes
permanentes de la ciudad”23.
A pesar de los denodados intentos de pacificación de Manuel del Castillo, en la noche del 5
de julio de 1815, unos meses antes de que se produjera la toma de Pablo Morillo a la ciudad
conocida históricamente como el Sitio, varios oficiales de la marina y de la artillería, formada
por negros y mulatos del barrio de Getsemaní y de pueblos de la bahía, asaltaron disfrazados,
la prisión en donde había más de 280 presos españoles. Algunos fueron asesinados y la
mayoría resultaron heridos24. Del Castillo apresó a los autores del atentado y nombró una
comisión comandada por el coronel pardo Remigio Márquez para juzgarlos. Temiendo la
19
Ibid., p. 5.
20
Ibid.
21
Ibid.
22
Ibid., pp. 6-7
23
Ibid., p. 14
24
Ibid., p. 192.
sublevación de los negros y mulatos de Getsemaní que permanecían en constante actividad,
Del Castillo congregó a las llamadas tropas de “extranjeros”, soldados haitianos comandados
por Histoy, cuyo objetivo era custodiar las prisiones. Sin embargo, los negros haitianos le
notificaron que su obligación era sólo batirse con los españoles. La respuesta de los haitianos
a las pretensiones del comandante de la plaza dejó muy en claro que éstos no se iban a
enfrentar a sus similares del barrio de Getsemaní y de los pueblos de la Bahía de Cartagena.
Situación que comprendió muy rápido, pues de la manera más cautelosa posible frenó
cualquier posible alianza y empezó a disolver la tropa. Tampoco le quedó otro remedio que
dejar libres a los culpables de haberse tomado la cárcel y asesinar y herir a los prisioneros.
25
El máximo representante de esta tendencia historiográfica es Francois-Xavier Guerra, Modernidad e
independencias, México, Fondo de Cultura Económica, 1992; para el caso colombiano véase Clément
Thibaud, Repúblicas en armas. Los ejércitos bolivarianos en la guerra de Indepedencia en Colombia,
Bogotá, Editorial Planeta, 2003; Guillermo Sosa, Modernidad y Representación, Bogotá, ICANH, 2006.
26
Gilbert M. Joseph y David Nugent, “Cultura popular y formación del Estado en el México revolucionario”,
pp. X-XI
27
Por ejemplo Peter Guardino ha trabajado sobre las tendencias liberales de los campesinos de guerrero, Peter
Guardino, Peasants, Politics, and the formation of Mexico´s Nacional State. Guerrero, 1800-1857, Stanford,
California, Stanford University Press, 1996; Silvia Arrom trabajó el levantamiento de Parián de 1828, Silvia
M. Arrom “popular politics in Mexico City”, in Silvia M. Arrom, Servando Ortom (editors) Riots in the Cities:
Popular Politics and the Urban Poor in Latin American, 1765-1910, Wilmington, Scholary Resources, 1996,
De hecho, en nuestro medio, los pocos trabajos que rescatan la participación política de los
negros y mulatos han sido objeto de críticas. En los comentarios de un trabajo de Alfonso
Múnera, el historiador Mauricio Archila plantea que las acciones de estos grupos, en la
reconstrucción que hace su autor, parecen demasiado modernas. Elemento problemático si
para esas fechas, la acción de los marginados en Latinoamérica, sobre todo la de indígenas y
campesinos, ha sido a través de la vía tradicional:
Estamos ante un caso –anota Archila- en donde los sectores subalternos no
miran hacia atrás, como parece ser el caso de muchas comunidades campesinas
e indígenas. En muchas partes de América Latina, los indígenas pedían
restitución de sus tierras y preservación de sus autoridades. En este caso se
pide el ejercicio de una prometida ciudadanía. Cartagena sería un ejemplo de
una revuelta explosiva, hacia fuera de lo cual, bastante moderna para su
momento28.
pp. 71-96; y Virginia Guedea ha analizado la ideología política de los jefes indígenas en Ciudad de México en
el período 1810-1816, Virginia Guedea, “De la infidelidad a la infidencia”, en Jaime E. Rodríguez (editor),
Patterns of contetion in Mexican History, Wilmington, Scholarly Resources, 1992, pp. 95-123.
28
Comentarios de Mauricio Archila a la ponencia de Alfonso Múnera, “Las clases populares en la historiografía
de la independencia de Cartagena, 1810-1821”, en Haroldo Calvo Stevenson y Adolfo Meisel Roca (editores),
Cartagena de Indias y su historia, Cartagena, Universidad Jorge Tadeo Lozano-Banco de la República, 1998,
p. 182.
29
El estudio más interesante al respecto es el de Christine Hünefeldt, “Indios y negros en la construcción del
nuevo estado republicano. Perú en la primera mitad del siglo XIX”, en revista Cahiers des Ameriques latines,
No. 10, 1990.
Nadie parece poner en duda la condición realista de Antonio Núñez, el cacique de Mamatoco,
en la provincia de Santa Marta, quien defendió a la Corona española contra el ejército patriota
republicano, tratando de proteger un orden monárquico que le había garantizado privilegios
y derechos a los nativos de la provincia. El cacique, el 25 de julio de 1815, fue condecorado
por el expedicionario Pablo Morillo, por su valentía y lealtad a la Corona. La Corona no sólo
ratificó la condecoración, sino que le concedió el grado y salario de Capitán y la Orden de la
Cruz de Isabel30. Comandando a los indígenas del pueblo de Mamatoco y algunos de la
población de Bonda, Núñez sitió la ciudad el 5 de marzo de 1813, y expulsó a los patriotas
cartageneros que se la habían tomado tres meses atrás, durante el conflicto que sostuvieron
estas dos ciudades en el período independentista. Tampoco nadie, por lo menos en la
historiografía reciente, considera a Antonio Núñez un ignorante manipulado por los realistas
o la élite criolla samaria, ni mucho menos, que sus acciones hayan sido producto del exceso
del alcohol. Sin embargo, muchos, en el medio historiográfico nacional, parecen ponerse en
alerta, ante cualquier alusión al republicanismo y patriotismo de los negros y mulatos libres
de Cartagena. Lo que parece demostrar que todavía hay una fuerte tradición historiográfica
difícil de rebasar, sumada también a una imagen demasiado conservadora de la esclavización
y de la participación en procesos políticos de los afrodescendientes libres.
Es necesario tener en cuenta que para los sectores populares, la revolución de independencia,
representa un “interregno” y “un paréntesis de autonomía”, que, para el caso específico de
Cartagena, estos negros y mulatos estaban aprovechando revertiendo las injusticias31. Es
decir, ellos también aprovechaban el supuesto vacío de poder, pues tal como lo ha dicho
James Scott:
30
Véase Steinar A. Saether, Identidades e independencia en Santa Marta y Riohacha, 1750-1850, Bogotá,
Instituto Colombiano de Antropología e Historia-ICANH-, 2005.
31
Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent (compiladores), Aspectos cotidianos de la formación del Estado, México,
Ediciones Era, 2002.
periodo notable, sin impuestos ni vigilancia estatal, un período en el que
pueden revertirse las injusticias; en suma, un paréntesis de autonomía32.
Este “paréntesis de autonomía” es el que estaban usando los negros y mulatos de Cartagena
de Indias, y que tanto temor les causaba a las élites locales. En este sentido, la guerra es un
elemento fundamental, pues a través de ella se crean solidaridades, y se le da sentido,
coherencia y legitimidad a las facciones políticas en contienda. Es decir, la evolución de la
guerra determina la evolución de la política y define las lealtades. Es a través de la
confrontación armada que las pequeñas diferencias se acentúan, se simplifican, se carga de
sentido la diferencia, y se moviliza a partir de ella. Sin embargo, también las identidades
anteriores a la guerra, construidas, como afirma Gonzalo Sánchez, en la confrontación de
opiniones de la escena pública serían las que condicionarían el sentido de la guerra. De modo
que será la política la que jalonaría la guerra y no a la inversa33.
No olvidemos que Cartagena se caracterizó por tener una importante fuerza militar, en
términos comparativos, y que los políticos del interior se quejaron de que a través de ella
impusieron muchos de sus criterios políticos durante la independencia34. De modo que la
guerra de independencia fue fundamental para el ascenso de sectores bajos de la población.
El historiador francés Clément Thibaud, piensa, sin embargo, que a pesar de que “el ejército
se convierte para serlo por mucho tiempo, en la escala de ascenso privilegiada de las castas
inferiores de la población”35, algunos comportamientos son demasiado sutiles para el soldado
raso. Así, en la medida en que empieza el proceso de profesionalización, se pierde la
capacidad de cuestionar la lealtad, y se desnuda la incapacidad de estos grupos para articular
estrategias políticas de reclamo y de movilidad social. A mayor profesionalización hay una
mayor cosificación, pues la disciplina militar, mejorada por las reformas borbónicas, “hizo
al soldado obedecer a su jefe de compañía, con quien se codea todos los días, que conoce
bien, y lo quiere o detesta según el caso, pero que respeta”36.
32
Ibid., p. 19. Prólogo de James Scott.
33
Prefacio de Gonzalo Sánchez al libro de Clément Thibaud, Repúblicas en armas…, pp. xviii-xix.
34
Restrepo, Historia de la…, tomo I.
35
Thibaud, Repúblicas…, p. 47.
36
Ibid.
De acuerdo con esto, el soldado sólo ve a través de la ventana que le abre el oficial y el
suboficial, y “su capacidad de resistencia no se basa aún en creencias políticas generales
(nación, libertad, igualdad). La cohesión de las tropas se alimenta más bien de los rituales
colectivos que forjaban superficialmente el sentido de solidaridad manifiesta en símbolos
como la bandera, pero reposando ante todo en la confianza del jefe”37. La idea, según lo que
plantea Thibaud, es crear un ejército desideologizado, sobre todo en la fase de guerra a
muerte, donde los objetivos vitales tienden a encubrir los objetivos revolucionarios, y la
naturaleza guerrera crea una escisión entre el cuerpo del guerrero y el cuerpo político.
Thibaud parece poner mucho énfasis en la importancia del jefe como depositario de todas las
solidaridades del grupo, de allí la importancia en su trabajo de la figura carismática a la
manera weberiana del jefe o caudillo. No obstante la importancia de los caudillos en la
construcción de la identidad política en Latinoamérica, y del concepto de carisma, aplicado
por Weber para entender movimientos de carácter básicamente religioso, es posible que sólo
estemos viendo una sola cara de la moneda. Si el énfasis se pone “en las cualidades del líder
antes que en las expectativas de los seguidores que le atribuyen esas cualidades”38, quizá nos
olvidemos que el caudillo, el líder o jefe es importante en la medida en que encarna o sirve
como punto de fuga para los intereses de los actores populares, independientemente de que
éste sea o no consciente de ello.
Por otro lado, el estado de excepción causado por la guerra también fue aprovechado por
varios negros y mulatos para fugarse de los controles de las autoridades. En cierta manera,
estos grupos estaban aprovechando una larga tradición, en la provincia de Cartagena y el
Caribe colombiano en general, de problemas de autoridad y control social de la población39.
37
Ibid., p. 90
38
Peter Burke, Historia y teoría social, México, Instituto Mora, 1995, p. 106.
39
Para un análisis detallado sobre el problema del orden y el control social en la provincia de Cartagena y el
Caribe véase Múnera, “Ilegalidad y frontera”…; Marta Herrera, Ordenar para controlar. Ordenamiento
espacial y control político en las Llanuras del Caribe y en los Andes Centrales neogranadinos. Siglo XVIII,
Bogotá, Instituto Colombiano de Antropología e Historia-ICANH-, Academia Colombiana de Historia, 2002;
Jorge Conde Calderón, Espacio, sociedad y conflictos en la Provincia de Cartagena, 1740-1815, Barranquilla,
Fondo de Publicaciones Universidad del Atlántico, 1999; Gustavo Bell Lemus “Deserciones, fugas,
cimarronajes, rochelas y uniones libres: El problema del control social en la provincia de Cartagena al final del
dominio español 1816-1820”, en Cartagena de Indias de la Colonia a la República, Santafé de Bogotá,
Los obispos asignados para la plaza de Cartagena y los visitadores, se quejaban en forma
reiterativa de la proliferación de rochelas en el territorio de la provincia. Vistos como
espacios habitados por indios, negros, zambos y mulatos, de costumbres relajadas, entregadas
a los bailes lascivos, al consumo permanente de alcohol, sin obediencia al toque de
campana40.
Fundación Guberek, 1991; Orlando Fals Borda, Historia doble de la Costa, Mompox y Loba, tomo 1, Bogotá,
Universidad Nacional de Colombia-Banco de la República-Áncora Editores, 2002; Aline Helg, Liberty and…,
40
El relato más fascinante de la vida en las rochelas nos lo dejó el cura franciscano Joseph Palacio de la Vega,
en su labor de congregador de pueblos en los años 1787 y 1788 emprendida en los territorios de los ríos San
Jorge, Nechí y el Cauca. Joseph Palacio de la Vega, Diario de viaje entre los indios y negros de la provincia
de Cartagena en el Nuevo Reino de Granada, 1787-1788, Bogotá, 1955.
41
Bell Lemus, “Deserciones….”, p. 78.
42
Ibid
mantendrá un porte sostenido aunque sin orgullo con la plebe y en tal forma
será amado, respetado y temido generalmente”43.
La orden era tratar de mantener una conducta cordial con los marginados de esas zonas. En
los afanes de controlarlos se podía perder a una importante población para los intereses de la
corona. Sobre todo, en momentos tan delicados para los destinos políticos de las posesiones
de la metrópolis en América. Había que tener “mucha moderación y suavidad a efecto de que
no padezca detrimento alguno de sus bienes, siembras y ganados, prefijándoles tiempo
proporcionado y oportuno para su recolección, persuadiéndoles con la misma suavidad, que
conviene a su intereses que se reduzca a poblado”44. Esto decía el gobernador, a propósito de
la necesidad de trasladar los arrochelados de los montes de Pedraza para que se establecieran
en poblados.
Durante el proceso de reconquista, la corona trató de ganarse el favor de los esclavos fugados
y usarlos como delatores de activistas de la causa patriota. El 24 de abril de 1816, dentro del
indulto general ofrecido por Pablo Morillo desde su cuartel general en Ocaña, se invitaba a
los esclavizados a que “aprehendieran y presentaran ante las autoridades algún cabecilla o
jefe revolucionario”. Como recompensa se les ofrecía “libertad, una gratificación pecuniaria
y una condecoración”45. No sabemos cuantos esclavizados fugados se beneficiaron de esta
medida, lo que sí sabemos es que durante el tiempo que duró la independencia los
esclavizados tuvieron un espacio de relajamiento de los controles al que trataron de sacarle
partido. En marzo de 1819, el mismo gobernador Torres y Velasco le comunicaba al alcalde
de Mahates, su preocupación por la presencia de esclavizados fugados en pueblos cerca a
Cartagena, y la falta de atención de los jueces ante este fenómeno:
[He] tenido noticias de que en Ternera, Palenque y Gambote […] hallan
una decidida protección de los esclavos cimarrones y toda clase de
delincuentes, consistiendo aquella principalmente en la escandalosa
tolerancia de los jueces de dichos sitios y en la criminal omisión con que
miran el cumplimiento tan repetidamente los encargado de las provincias
de este gobierno46.
43
Citado en Ibid., Las cursivas son nuestras
44
Ibid., p. 94.
45
“Indulto del General Morillo dado en Ocaña”, en Roberto Arrázola, Documentos para la historia de
Cartagena, 1813-1820, tomo II, Cartagena, Tipografía Hernández, 1963, p. 167.
46
Bell Lemus, “Deserciones…, p. 94.
Así, como lo ha señalado Flores Galindo para el caso peruano, las guerras de independencia
dejaron una secuela de desorden e inestabilidad social, política y económica que
favorecieron el desarrollo de formas de sociabilidad y conducta de las clases populares47.
Para el caso de Cartagena y su provincia, representada en su mayoría por negros y mulatos.
47
Alberto Flores Galindo, Aristocracia y plebe: Lima, 1760-1830. Estructura de clase y sociedad colonial,
Lima, Mosca Azul Editores, 1984.