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El Tercer Libro

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CuadMon 154 (2005) 333-404

FUENTES

LOS CUATRO LIBROS DE LOS DIÁLOGOS


DE SAN GREGORIO MAGNO (540-604)

LIBRO TERCERO130

Introducción131

Tal como señalamos en la Introducción a los 4 libros de los Diálogos, en este libro IIIº,
Gregorio deja la exclusiva presencia de santos monjes para incluir Papas y obispos y santos
hombres de Dios. Según el objetivo de la obra, todos ellos son italianos y abarcan la región
que recorre el corredor geográfico del centro de Italia, desde las cercanías de Nápoles hasta la
región de Nursia. Sin embargo en este libro llega hasta la región de Milán y todavía más allá,
pues llega hasta Hispania para contar el martirio de Hermenegildo, visigodo e hijo del rey,
asesinado por su mismo padre por su fe católica y antiarriana. Y, si bien la época en que
vivieron esos santos es el siglo VI, sin embargo en este Libro III se incorporan algunos de
siglos precedentes, como Paulino de Nola. También dentro de ese marco histórico la presencia
de los godos y del rey Totila es constante, resaltando su fe arriana y su crueldad extrema. La
presentación de personajes con quienes Gregorio pudo tener contacto directo, o bien muy
cercano, se manifiesta al narrar los episodios sucedidos entre los visigodos de Hispania, de los
cuales Gregorio conocía de modo personal a Leandro. Del mismo modo Gregorio describe
sucesos acaecidos en la corte de Constantinopla, en donde él mismo vivió y donde conoció a
Leandro, futuro obispo de Sevilla.

1. El misterio Eucarístico

También señalamos en la Introducción general que puede considerarse que el hilo conductor
de toda esta obra es la Eucaristía. Gregorio establece una gran inclusión con este tema, al
presentarlo de modo implícito en la Introducción a toda la obra y en la conclusión al último
libro. En efecto, en los dos textos Gregorio se refiere al Paraíso perdido, que era su monasterio
y que debió dejar para ser Papa. Sin embargo al final de la obra reaparece el Paraíso
encontrado, y ello se da en la Eucaristía, que es el gran consuelo de Gregorio y que le permite
reencontrarse con ese mundo que él había conocido siendo monje. El P. de Vogüé señalaba
esto al decir:

Caído del monasterio en este mundo, Gregorio decide volver a ponerse en


marcha hacia el Paraíso perdido. Pero de éste no puede recuperar el cuadro
claustral que aseguraba su quietud. Sin embargo una cierta medida de
interioridad y contemplación es recuperable. Es eso lo que se aplica a sí
mismo al hablar del “sacrificio cotidiano de las lágrimas” (Dialog. IV, LVIII)
que acompaña el de la Misa, y el de la compunción, que debe prolongar
ininterrumpidamente los beneficios de ésta.
En el corazón mismo de esa esperanza de elevación espiritual se encuentra
evidentemente el acto mismo de la celebración Eucarística132.

Esta situación existencial conduce al Papa Gregorio a presentar una nueva observancia
respecto del sacramento de la Eucaristía: su celebración diaria, cosa que todavía no era

130
Para la traducción de los libros precedentes ver: CuadMon 152 y 153. En este Tercer libro Gregorio deja por un
momento los santos monjes (sólo hace algunas referencias) para presentar una serie de Papas, obispos, nobles y
laicos.
131
Introducción y notas del abad Fernando Rivas, osb (Abadía San Benito de Luján, Buenos Aires, Argentina).
132
VOGÜÉ A. de, “Eucharistie et vie monastique”, en Coll. Cist. 48 (1986) 127-128.
costumbre en la Iglesia del siglo VI y que recién se hará práctica habitual al final del siglo VII,
cien años después de la muerte de Gregorio (604). Y al presentar su pensamiento acerca de la
Eucaristía el mismo Gregorio dirá al concluir el IV Libro:

Pero es necesario, cuando hacemos esto (celebrar la Eucaristía), que nos


inmolemos a nosotros mismos a Dios, mediante la contrición del corazón,
porque cuando celebramos los misterios de la Pasión del Señor, debemos
imitar lo que hacemos. Esta será, entonces, una verdadera hostia ofrecida a
Dios por nosotros, si hace de nosotros mismos una hostia. (Dialog. IV, LXI,1).

Gregorio tiene una visión de la Eucaristía que de ningún modo se reduce al rito. Es más, se
podría decir que sin la “imitación en la vida” de lo que se celebra sobre el altar, Gregorio
considera que el sacrificio no es pleno, la hostia (holocausto), no es plena. Por eso agregaba el
mismo P. de Vogüé:

Sin embargo no basta cumplir la acción litúrgica. Ésta, para obtener su efecto de
gracia, debe estar acompañada de un triple esfuerzo: en primer lugar quien ofrece la
víctima eucarística debe ofrecerse él mismo en sacrificio, “imitando lo que realiza”;
luego debe esforzarse por guardar continuamente en el corazón, después de la
liturgia, la compunción con la cual ha celebrado ésta; finalmente debe perdonar a
todos aquellos que lo han ofendido, condición “sine qua non” del perdón que él
mismo desea obtener para si mismo133 .

2. La Eucaristía y la compunción de corazón

Lo que nos interesa resaltar en esta introducción al III Libro es el lazo estrecho que Gregorio
establece entre la Eucaristía y la compunción de corazón. En efecto, casi concluyendo este III
Libro, después de narrar los acontecimientos de las vida de muchos santos, Gregorio hace una
reflexión teológica acerca de la compunción que sorprende al lector que no esperaba este
cambio temático tan fuerte. Con ello Gregorio logra su objetivo: impactar al lector con una
realidad a la que no siempre se le ha asignado el papel debido en toda vida espiritual y que sin
embargo es signo y causa de santidad. Creemos que es esto lo que quiere hacer entender al
poner una excursus sobre la compunción entre vidas de santos en quienes, como en san Benito,
la compunción de lágrimas era un fenómeno constante y natural.
En dicho pasaje Gregorio afirma:

Son dos los principales géneros de compunción, porque el alma que tiene sed
de Dios, primero se siente compungida por el temor y luego por el amor. En
efecto, primero se aflige y llora, pues al recordar sus pecados pasados teme
ser condenada a los tormentos eternos. Pero a medida que el temor es
superado tras prolongado llanto, de la certeza del perdón nace cierta
seguridad y entonces el alma se inflama en el amor de las alegrías celestiales.
Y la que primero lloraba por temor a ser condenada al suplicio eterno, llora
luego amargamente porque se difiere su entrada en el reino. Allí el alma
contempla qué son los coros angélicos, la asamblea de los espíritus
bienaventurados, la majestad de la visión interior de Dios. Y entonces llora
por carecer de los bienes perennes más de lo que antes lo hacía por temor de
los males eternos. Resulta así que la perfecta compunción de temor conduce
al alma a la compunción de amor ((Dialog. IV, XXXIV,2).

De este modo el lector no sólo se ve sorprendido por la aparición de la compunción en medio


de tantos signos de santidad de sus personajes, sino que también se encuentra con una
explicación cuidadosamente “científica” de la misma: sus géneros y sus causas.

133
Id., “Eucharistie et vie monastique”, en Coll. Cist. 48 (1986) 126.
Con esta doctrina de la compunción Gregorio se presenta como un fiel heredero de la gran
tradición monástica que sistematiza san Benito en su Regla y que él mismo describe en el
Libro II de los Diálogos como una realidad presente cada día en la oración del Patriarca de los
monjes. Pero al relacionar la compunción directamente con la Eucaristía Gregorio se presenta
como el maestro de espiritualidad que guiará a los cristianos del Medioevo y de la posteridad
entera de la Iglesia. De allí que se lo considere el autor más leído por los cristianos medievales
y la obra por excelencia era este libro de los Diálogos.

3. La compunción de corazón: un ejercicio de vida espiritual

Tal como lo señalara un gran estudioso del siglo XX, G. Morin, la compunción es la fuente
misma del deseo de Dios, y por lo tanto es el origen de la vocación monástica y de toda
santidad de vida, como también de la contemplación. Es así como comienza la predicación
evangélica, el día mismo de Pentecostés:

Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó la voz y les dijo:
“Judíos y todos los que vivís en Jerusalén: Que os quede esto bien claro y
prestad atención a mis palabras: Éstos no están borrachos, como vosotros
suponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta:
Sucederá en los últimos días, dice Dios:
Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal
y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas”.
... “Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazareno, hombre
acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y signos que Dios
realizó por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que
fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios,
vosotros lo matasteis clavándolo en la cruz por mano de unos impíos; a éste
Dios lo resucitó librándolo de los lazos del Hades, pues no era posible que lo
retuviera bajo su dominio”... “Sepa, pues, con certeza todo Israel que Dios ha
constituido Señor y Cristo a ese Jesús a quien vosotros habéis crucificado”.
... Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás
apóstoles: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?”. Pedro les contestó:
“Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de
Jesucristo, para perdón de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu
Santo”.
... Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión,
en la fracción del pan y en las oraciones (Hch 2,14-42).

Este texto de los Hechos de los Apóstoles establece la relación que estamos estudiando entre la
compunción, la conversión y la “fracción del pan” de la comunidad de los primeros cristianos.
La conversión puede significar el abrazar la fe cristiana o, como señala Morin134, abrazar la
vida monástica. Es una conversión de la vida en el mundo a Dios, y que Gregorio conoció
bien.

En primer lugar, como la presenta Morin, la compunción es una realidad teologal, no un


simple fenómeno antropológico o psicológico, y responde al encuentro con el Dios de
Majestad, ante el cual el hombre se recoge en una actitud de reverencia. Este Dios bíblico de la
Majestad y la Gloria es el que, en palabras del teólogo H. Urs von Balthasar, entró en
Occidente de la mano de tres grandes personajes del siglo VI italiano: Casiodoro, san Benito y
san Gregorio Magno. Y particularmente de este último dice:

San Gregorio Magno heredó no sólo el espíritu de san Benito, cuya figura
histórica fijó, y su gran estilo romano, con cuyos ropajes adornó su dolorosa
experiencia existencial, sino que junto con ello heredó también la ascética y
134
MORIN G., El ideal monástico y la vida cristiana de los primeros días, cap. I: La compunción del corazón.
Montserrat 1931.
mística de la ascensión del monacato oriental evagriano, difícilmente
compatible con aquel estilo; pero el persistente y a veces apremiante interés
por los grados de perfección activa y contemplativa queda, a pesar de todo,
asumido y ordenado en una predominante vivencia de avasallante gloria
divina... Las categorías del concepto de Dios de la antigüedad tardía sirven
de fondo dorado a esta experiencia bíblica de Dios, cuyos oscuros tonos
vienen reforzados por el doloroso destino de Gregorio. Extraño y ciertamente
único en la historia del espíritu cristiano es, como en el caso de Gregorio, el
empleo de un término predilecto “pondus” (peso, gravitación) radicalmente
nutrido por su experiencia existencial...un aspecto recuperado de la gloriosa
revelación del Antiguo Testamento: “kabod”, es originariamente la
importancia, el peso de una persona; Yahvé descarga su “kabod” sobre los
profetas, sobre Israel, sobre el mundo. Dios es para san Gregorio la
imponente majestad del absolutamente Infinito, que todo lo dispone y
domina135.

Y es ese Dios de la Gloria quien suscita en Job, personaje predilecto de Gregorio, las lágrimas
de la compunción. Sin embargo, como señala el texto de Balthasar, ellas son hermanas de la
verdadera contemplación que Gregorio siempre deseó como monje y que, como Papa, ve cada
vez más lejana por las preocupaciones del mundo que agobian su espíritu. Vida contemplativa
y compunción de lágrimas son dos realidades inseparables en la doctrina y los personajes de
Gregorio, como testifica la vida de san Benito. La contemplación mira las realidades del cielo,
la compunción las miserias de la propia persona. No hay contemplación sin las dos. La
compunción es, en expresión de este III Libro, un “sacrificio”, sacrificio de lágrimas, sacrificio
de confesión, en el sentido agustiniano del término.

Gregorio vuelve a repetir las enseñanzas acerca de la compunción que presenta en este Libro
III de los Diálogos en las Morales sobre Job, el hombre que por excelencia experimentó el
“peso” (pondus) de la mano de Dios sobre él. Morin sintetiza estas enseñanzas de Gregorio
diciendo que la compunción puede ser fruto: 1º del recuerdo de la propia historia (ubi fui); 2º
del pensamiento de las penas por los pecados cometidos de las cuales nos libró Cristo (ubi
ero); 3º de la constatación de las miserias que conlleva toda vida en este mundo, tal como lo
experimentaba el mismo Gregorio como Papa (ubi sum); 4º de la expectación de la vida eterna
que todavía no llega (ubi non sum). Estos son los cuatro géneros de situaciones que llevan al
hombre a lloran con lágrimas de compunción ante Dios. Es ahora cuando el lector de las
biografías contenidas en los Diálogos tiene la clave para comprender cada una de esas historias
y las circunstancias tan particulares, pero tan humanas, que se presentan en cada una de ellas.
La compunción es la verdadera compañera de peregrinación de hombre por este mundo. Y la
Eucaristía es la fuente de donde brota la compunción, pues en ella Cristo se ofrece a sí mismo
por nuestros pecados. Como dice el salmista: las lágrimas son mi pan noche y día (fuerunt
mihi lacrimae meae panes die ac nocte, Sal 41,4). Las lágrimas prolongan ese alimento
eucarístico, nutriendo al alma en sus efectos principales.

Sin embargo es importante señalar que, si bien estos pensamientos un día u otro llegan a todo
hombre, Gregorio propone una verdadera escuela de compunción, invitando al hombre a que
se ejercite en esos pensamientos, para vivir en el verdadero espíritu de los redimidos por
Cristo, que esperan su venida. Como ha señalado P. Hadot136, los Padres de la Iglesia fueron
los primeros en proponer “ejercicios espirituales” a todo cristiano. No se trata de algo que
recién llega en el siglo XV y en la era moderna de la Iglesia. Herederos de la tradición griega,
así como los grandes filósofos proponían ejercicios espirituales a sus alumnos haciendo de sus
escuelas un verdadero “gimnasio” del alma, del mismo modo los Padres, sobre todo los
monásticos, propusieron a sus discípulos ejercicios espirituales en los cuales trabajar y
ejercitarse. No hay bien del alma que no necesite una verdadera ejercitación. Y cada autor
señaló la que consideraba más importante. Gregorio nos presenta este ejercicio de la
compunción como una clave para toda la vida del cristiano en este mundo y como escuela de
135
BALTHASAR H. Urs von, Gloria. Vol. 4: Metafísica, Edad Antigua. Madrid 1987, 307-308.
136
HADOT P., Esercizi spirituali e filosofia antica, Torino 1988, 3-24.
contemplación. Es de este modo como debe considerarse esta rica enseñanza contenida y
representada por los personajes que recorren sus libros de los Diálogos, y los cristianos del
medioevo naciente supieron reconocerla y ejercitarse en ella, dando claros frutos de santidad
para la Iglesia.

Finalmente, como señala el mismo Hadot, los grandes maestros tuvieron la capacidad de
ejercitar a sus lectores con las obras que escribieron y con los género literarios que utilizaron.
¿Quién todavía hoy no se conmueve con el relato del llanto de san Benito cuando recibe la
revelación de que, a su muerte, el monasterio será destruido por los Godos?. No es una
casualidad, es una intención del autor que se comunica de modo inconsciente al lector gracias
al género literario. ¿Es casual que la gran obra de Gregorio haya sido un comentario al libro de
Job, el hombre sufriente por excelencia?. Los mismos textos de Gregorio son escuela de
compunción y contemplación. Así los consideraron los cristianos de los siglos VII-XI, que
multiplicaron las copias de sus escritos y legaron a nuestros días innumerables manuscritos
que manifiestan “el amor por esos escritos” que suscitan el “deseo de Dios”, tal como señalaba
J. Leclercq. De allí que estos grandes escritores recomendasen la lectura periódica de sus obras
y les diesen a las mismas un estilo oral, tratando de conservar todo el dinamismo de la palabra
hablada, no simplemente escrita. Por eso creemos que con esta obra de los Diálogos estamos
dando a nuestros lectores una de estas obras maestras de la literatura cristiana que debe
frecuentarse y releerse con el espíritu de un discípulo o un hijo que se pone confiadamente en
las manos de su padre.

TEXTO

LIBRO TERCERO

Al dirigir mi atención a los Padres más cercanos a nosotros, he dejado de lado los hechos de los
más antiguos. Así me parece haber olvidado el milagro de Paulino, obispo de la ciudad de Nola,
quien precedió en virtud y en tiempo a muchos de los que he recordado. Pero ahora volveré a los
tiempos anteriores y los expondré con la mayor brevedad posible.

Así como las obras de los buenos suelen ser conocidas prontamente por sus semejantes, así para
nuestros ancianos que han seguido las huellas de los justos, el nombre célebre de este hombre
venerable se hizo conocido, y su actitud admirable llegó a servirles de estímulo para su formación.
Teniendo en cuenta su edad avanzada, me he visto obligado a darles crédito, con una seguridad
tan grande como si lo que ellos contaban, lo hubiera visto yo con mis propios ojos.

I. Paulino, obispo de la ciudad de Nola137

En el tiempo en que los Vándalos causaban estragos, cuando Italia fue asolada en la región de la
Campania y muchos habitantes fueron deportados de este país a África, el hombre del Señor
Paulino distribuyó entre los cautivos y los pobres todo aquello de que disponía para uso del
obispado. Cuando ya no le quedaba absolutamente nada para dar a los que pedían, llegó un día
una viuda que le hizo saber que el yerno del rey de los Vándalos se había llevado prisionero a su
hijo. Le pidió al hombre de Dios el importe de su rescate, por si acaso su dueño se dignaba
aceptarlo y permitía que su hijo regresara a su casa.

2. Pero el hombre de Dios por más que buscó algo para darle a la mujer que le rogaba
insistentemente, no encontró nada en su casa, excepto él mismo. Entonces le respondió: “Mujer,

137
Paulino de Nola (353-431) era un noble romano, de la región de Hispania, que se convierte con su esposa
Therasia y venden sus inmensas propiedades en dicha región. Queriendo ser monje cerca de la tumba del mártir san
Félix se dirige a Nola, donde se encuentra el sepulcro. En sus cartas Paulino se da el nombre de “esclavo de san
Félix”. Su santidad de vida lleva al pueblo a proclamarlo Obispo de Nola. Fue un ejemplo de conversión a la vida
monástica que produjo gran impacto en la nobleza de Roma.
no tengo nada para darte, pero acéptame a mí mismo y declara que soy un esclavo tuyo, y para
recuperar a tu hijo, entrégame en su lugar como esclavo”138.

Al escuchar estas palabras pronunciadas por un hombre tan grande, creyó que eran una burla más
bien que expresiones de compasión. Pero él, con su gran elocuencia acrecentada por una
consumada formación en los estudios profanos, fácilmente persuadió a la mujer desconcertada de
que creyera lo que había oído y no vacilara en entregarlo a él, al obispo, como esclavo, para
recuperar así a su hijo.

3. Entonces, los dos partieron hacia África. Aprovechando una salida del yerno del rey que se
había apoderado de su hijo, la viuda importuna se presentó y primero le pidió que se lo devolviera
sin recompensa. Cuando el bárbaro, hinchado de soberbia y engreído por la euforia de una
prosperidad momentánea, desdeñó hacerle caso y ni siquiera quiso escucharla, la viuda agregó:
“Aquí traigo a este hombre para sustituir a mi hijo. Solamente ten piedad de mí y devuélveme a
mi hijo único”.

Después de haber mirado a Paulino que tenía un rostro agradable, le preguntó qué oficio conocía.
Y el hombre del Señor le contestó: “En verdad, no sé ningún oficio, pero sí sé cultivar bien un
huerto”. El pagano aceptó con mucho gusto su ofrecimiento, al oír que tenía experiencia en el
cultivo de las legumbres. Lo recibió como esclavo y devolvió el hijo a la viuda que lo reclamaba.
Después de haberlo recobrado, la viuda se alejó de África.

4. Paulino recibió entonces el encargo de cultivar un huerto. El yerno del rey entraba
frecuentemente allí y requería alguna cosa de su hortelano. Al ver que era un hombre muy sabio,
comenzó a abandonar a sus familiares y a conversar muy seguido con su hortelano y a deleitarse
con sus palabras. Paulino solía llevarle cada día a la mesa sus verduras frescas y aromáticas, y una
vez recibida su porción de pan, regresaba a su trabajo en el huerto.

5. Esto duró bastante tiempo. Un día en que Paulino conversaba más íntimamente con su señor le
dijo: “Mira lo que tienes que hacer y prevé el mejor modo de administrar el reino de los Vándalos,
porque el rey morirá muy pronto y en forma repentina”139.

El yerno, que era el favorito del rey, no le ocultó a éste lo que había oído, y le indicó lo que su
hortelano, un verdadero sabio, le había comunicado. Al enterarse el rey, le dijo en seguida: “Yo
quisiera ver a ese hombre del que estás hablando”. Su yerno, el dueño temporal del venerable
Paulino, respondió: “Él suele traerme verduras frescas para el almuerzo. Haré que las traiga aquí a
la mesa, para que veas quién es ese hombre que me ha hablado así”.

6. Y así se hizo. Cuando el rey se sentó a la mesa para el almuerzo, llegó Paulino para presentar,
como fruto de su trabajo, toda clase de verduras frescas y aromáticas. En el instante en que el rey
lo miró, se estremeció, y habiendo llamado al dueño de este hombre, emparentado con él por ser
marido de su hija, le contó un secreto que hasta entonces había mantenido oculto: “Es cierto lo
que has oído. Porque anoche vi en sueños a unos jueces sentados en estrados frente a mí. Entre
ellos estaba también este hombre, y por juicio de ellos me era quitado el bastón de mando que en
otro tiempo había recibido. Pero averigua quién es él. Porque me parece que un hombre de tan
gran mérito, no puede ser un hombre vulgar como aparenta”.

7. Entonces el yerno del rey llevó a Paulino a un lugar apartado y le preguntó quién era. El
hombre del Señor le respondió: “Yo soy tu esclavo a quien aceptaste en reemplazo del hijo de la
viuda”. El otro insistió en su demanda, no para que dijera quién era, sino quién había sido en su
tierra, repitiéndole reiteradas veces su pregunta. Entonces el hombre del Señor, obligado por el
insistente interrogatorio, ya no pudo negar quién era y atestiguó que había sido obispo. Al oír esto,

138
Esta situación de vender la propia persona con el fin caritativo de liberar a alguien es una tradición en la Iglesia
que se remontan a los relatos de Paladio en la Historia Lausíaca 37,2 y más tarde se institucionalizó en la Orden de
los Mercedarios, para rescatar a cristianos presos en tierras no cristianas.
139
Nuevamente Gregorio toma como modelo de la vida de sus santos a los grandes personajes del A.T. Aquí, por
las revelaciones acerca del futuro, Paulino se asemeja a José en Egipto (Gn 40-41).
su dueño sintió un gran temor y humildemente le ofreció una reparación: “Pide lo que quieras,
para que de aquí vuelvas a tu tierra con un gran regalo”. El hombre del Señor Paulino dijo: “El
único favor que me puedes conceder, es que liberes a todos los cautivos de mi ciudad”.

8. En el acto, se los buscó en toda el África, siendo liberados para acompañar al venerable hombre
Paulino, como señal de reparación, y escoltados por naves cargadas de trigo.
Pocos días después, el rey de los Vándalos murió y perdió el bastón de mando que, para su
perdición, había recibido de la providencia del Señor con el fin de castigar a los cristianos.

Ocurrió así que Paulino, el servidor de Dios todopoderoso, predijo cosas verdaderas y que,
habiéndose entregado él solo a la esclavitud, volvió con muchos de la esclavitud a la libertad,
imitando así a Aquel que asumió la condición de esclavo (cf. Flp 2,7) para que nosotros no
fuéramos esclavos del pecado (cf. Rm 6,17.20). Siguiendo sus pasos, Paulino se entregó
voluntariamente durante un tiempo, él solo, como esclavo, para ser libre después junto con
muchos.

9. PEDRO: Me sucede que cuando escucho lo que no puedo imitar, prefiero llorar a decir algo.

GREGORIO: Sobre su muerte en su Iglesia, se ha escrito que, atacado por un dolor de costado, le
llegó el último momento. Y mientras que toda la casa permanecía inmóvil, un temblor de tierra
sacudió la estancia donde estaba el enfermo, y todos los allí presentes fueron presa de un excesivo
terror. Así aquella alma santa fue liberada de la carne y un gran temor invadió a los que habían
podido presenciar la muerte de Paulino.

10. Pero como este suceso que acabo de contar, se refiere ante todo a la virtud interior de Paulino,
vayamos ahora, si quieres, a milagros exteriores. Muchos son los que los conocen, y en modo
alguno puedo dudar de lo que he sabido por relatos de hombres muy piadosos.

II. El Papa Juan

En los tiempos de los Godos, cuando el bienaventurado Juan140 , pontífice de esta Iglesia de Roma,
iba a visitar al anciano emperador Justino, llegó a la región de Corinto. Para continuar el viaje, se
vio en la necesidad de buscar un caballo de silla. Informado de esto, un hombre noble de aquel
lugar le ofreció el caballo que por su gran mansedumbre solía montar su mujer. En cuanto el Papa
llegara a otro lugar y pudiera encontrar un caballo apropiado, debería devolver sencillamente el
que le habían prestado.
Así se hizo, y el Papa llegó a cierto lugar montado en ese caballo. En cuanto hubo encontrado
otro, lo devolvió.

2. Pero cuando la esposa de aquel hombre noble quiso sentarse en su montura como de costumbre,
ya no pudo hacerlo porque el caballo, después de haber sido montado por un pontífice tan grande,
se resistió a llevar a una mujer. En efecto, con grandes resuellos y relinchos y con un incesante
sacudimiento de todo el cuerpo comenzó a expresar, como con un gesto de desprecio, que no
podía llevar a una mujer después de que se hubo sentado sobre él un pontífice. El marido
sagazmente se dio cuenta de ello y devolvió en seguida el caballo al venerable Papa, pidiéndole
con gran insistencia que lo tomara en posesión, porque al haberlo montado, lo había transformado
en propiedad suya.

3. Del Papa Juan también suelen narrar nuestros ancianos otro milagro. Al llegar a la Puerta de
Oro141 de la ciudad de Constantinopla, una multitud del pueblo salió a su encuentro y ante la
mirada de todos, devolvió la luz a un ciego que se lo pedía. Imponiéndole la mano, disipó las
tinieblas de sus ojos.

140
Teodorico envió al Papa Juan a la corte de Constantinopla para que el emperador Justino levantara las medidas
que había tomado contra los arrianos. El Papa partió de Ravenna (ciudad imperial) en el 526. Al volver será puesto
es prisión y muerto el 18 de mayo del mismo año.
141
Esta puerta de Oro estaría ubicada al sudoeste de la ciudad imperial.
III. El Papa Agapito

No mucho tiempo después, cuando los Godos le exigían que interviniera en su favor, el
bienaventurado Agapito142, pontífice de esta Iglesia a la que sirvo por disposición de Dios, fue a
visitar al emperador Justiniano.

Un día, estando aún de viaje y ya en el territorio de Grecia, le trajeron un hombre mudo y tullido
para que lo curara. El hombre no podía proferir ni una palabra ni levantarse del suelo, ni siquiera
por un instante.

Cuando sus parientes, llorando, se lo hubieron presentado, el hombre de Dios les preguntó con
insistencia si tenían fe en la curación del enfermo.

2. Ellos dijeron que esperaban firmemente su curación por el poder de Dios, en virtud de la
autoridad de Pedro. En seguida el hombre venerable se entregó a la oración y comenzando a
celebrar una Misa, ofreció el sacrificio en presencia de Dios omnipotente.
Concluido el rito, retirándose del altar, tomó de la mano al tullido,143 y frente al pueblo que asistía
y miraba, lo levantó al instante del suelo sobre sus propios pies. Después le puso el cuerpo del
Señor en la boca, y aquella lengua, muda durante tanto tiempo, quedó suelta para hablar144. Todos,
llenos de admiración, empezaron a llorar de alegría, y al instante quedaron invadidos de temor y
respeto, al ver lo que Agapito había podido hacer por el poder del Señor, en virtud del socorro de
Pedro.

IV. Dacio, obispo de la ciudad de Milán

En el tiempo de ese mismo emperador, Dacio145, obispo de Milán, obligado en razón de la fe a ir a


Constantinopla, llegó a Corinto. Salió en busca de una casa amplia para hospedarse, e idónea para
alojar a toda su comitiva, pero le resultó difícil encontrarla. Entonces vio desde lejos una cuyo
tamaño le pareció conveniente, y ordenó que se la prepararan para poder habitarla. Los habitantes
del lugar le avisaron que no podía establecerse allí, porque desde hacía muchos años estaba
ocupada por el diablo, y por eso permanecía vacía. El venerable Dacio respondió: “¡Razón de más
para que nos hospedemos en esta casa, si el espíritu maligno ha tomado posesión de ella
impidiendo que sea ocupada por los hombres!”. Ordenó por consiguiente que se dispusiera todo
allí para él, y entró tranquilamente, preparado para soportar los combates del antiguo enemigo.

2. Entonces, en el silencio de la medianoche, cuando el hombre de Dios descansaba, el antiguo


enemigo empezó a imitar, con enormes gritos y grandes clamores, el rugido de los leones, el
balido de las ovejas, el rebuzno de los asnos, los silbidos de las serpientes, y el chillido de los
cerdos y de los ratones146. Entonces Dacio, despertándose sobresaltado por estos múltiples gritos
de animales, se levantó muy irritado y comenzó a exclamar con fuerte voz contra el antiguo
enemigo: “Miserable, tienes justamente lo que mereces. Tú eres aquel que dijo: Pondré mi trono
sobre el Aquilón y seré semejante al Altísimo (Is 14,13s). Mira ahora que por tu soberbia te has
hecho semejante a los cerdos y ratones. Tú que quisiste imitar a Dios indignamente, he aquí que
estás imitando a las bestias, de acuerdo con lo que eres digno de hacer”.

3. Al escuchar estas palabras, el maligno espíritu se avergonzó de su abyección, si así puedo


decirlo. ¿Acaso no se avergonzó el que en adelante ya no entró en esa casa, para exhibir allí sus
142
El Papa Agapito fue enviado por Teodato a Constantinopla en el año 535 para calmar a Justiniano, irritado por el
asesinato de Amalasonte y así retirar sus tropas dirigidas por Belisario.
143
Esta curación recuerda la del tullido de Jerusalén (Hch 3,1-10).
144
Este detalle recuerda la curación del sordomudo por parte de Cristo, que suscita la admiración de la gente (Mc
7,32-37).
145
Dacio provoca la intervención de los bizantinos en Milán, a comienzos del 538. Sin embargo luego fue
reocupada y devastada por los Godos entre el 538-539.
146
Esta actividad demoníaca recuerda la que sufre san Antonio (Vita Antonii 9,5-9).
monstruos como le había sido habitual? Y así, en lo sucesivo la casa se transformó en morada
para los fieles, gracias a que en ella entró un solo verdadero fiel que causó la salida inmediata del
espíritu mentiroso e infiel.

4. Pero ya conviene que nos callemos con respecto a los tiempos más antiguos. Debemos
referirnos ahora a los acontecimientos de nuestros días.

V . Sabino , obispo de la ciudad de Canosa

Algunos hombres piadosos, muy conocidos en la región de la provincia de Apulia, suelen


atestiguar este hecho, que se divulgó a lo ancho y a lo largo, referente a Sabino147 , obispo de la
ciudad de Canosa.

Este hombre, en su ya prolongada ancianidad, había perdido la luz de sus ojos, de modo que no
podía ver absolutamente nada. El rey de los Godos Totila se enteró de que él tenía el espíritu de
profecía, pero no lo creyó en absoluto. Quiso poner a prueba la verdad de lo que había oído.

2. Cuando hubo llegado a esta región, el hombre de Dios lo invitó a almorzar. Al ponerse a la
mesa, el rey no quiso reclinarse, sino que se sentó a la derecha del venerable Sabino.

Como el criado presentara al Padre, según la costumbre, una copa de vino, el rey extendió la mano
sin ruido, tomó la copa y la ofreció él mismo en lugar del criado al obispo, para ver si éste, con su
espíritu profético, discernía quién se la entregaba. Entonces el hombre de Dios, recibiendo la copa
sin ver al intermediario, exclamó: “¡Que viva esta mano!”. Oyendo estas palabras, el rey se
ruborizó gozoso. Si bien había sido descubierto, encontró sin embargo lo que había buscado en el
hombre de Dios.

3. Ahora bien, la vida de este hombre venerable se prolongaba en una larga vejez, sirviendo de
modelo de vida para los más jóvenes. Su arcediano, enardecido por la ambición de alcanzar el
episcopado, urdió la manera de matarlo con un veneno. Sobornó la voluntad de su escanciador,
a fin de que le presentara una copa de vino envenenado.

A la hora de la comida, cuando el hombre de Dios ya se había reclinado para comer, el servidor,
sobornado por la recompensa, presentó la copa del veneno que había recibido de su arcediano. El
venerable obispo le dijo al instante: “Bebe tú lo que me estás ofreciendo para beber”.
Aterrorizado, el joven, sintiéndose descubierto, prefirió beber y morir, antes que soportar el
castigo por el crimen de un homicidio tan atroz. Al llevar la copa a sus labios, el hombre del Señor
lo detuvo con estas palabras: “¡No lo bebas! ¡Dámelo! Lo beberé yo. Pero vete y dile al que te lo
dio: Yo ciertamente bebo el veneno, pero tú no serás obispo”.

4. El obispo, después de haber hecho la señal de la cruz, bebió tranquilamente el veneno. Y a la


misma hora, su arcediano que se hallaba en otro lugar, murió allí, como si el veneno hubiera
pasado a través de la boca del obispo hacia las entrañas del arcediano. A éste en realidad le faltó el
veneno material que habría podido causarle la muerte, pero ante la mirada del Juez eterno lo mató
el veneno de su malicia.

5. PEDRO: De verdad, estos hechos son admirables y para nuestra época del todo extraordinarios.
Pero la vida de este hombre se presenta de manera tal que quien haya conocido su modo de vida,
ya no debe sorprenderse por su poder.

VI. Casio, obispo de la ciudad de Narni

147
Este obispo fue delegado en el 536 al Concilio de Constantinopla. Del mismo modo a lo que le sucede a san
Benito, este obispo es tentado por Totila para ver su poder de obrar milagros.
GREGORIO: Tampoco callaré, Pedro, lo que ahora muchos de la ciudad de Narni148 que se hallan
aquí, me atestiguan diligentemente.

En aquel tiempo de los Godos, cuando el mencionado rey Totila había llegado a Narni, el hombre
de vida venerable Casio, obispo de la ciudad, salió a recibirlo. Por su constitución física,
habitualmente tenía el rostro enrojecido, y el rey Totila atribuyó esto no a su constitución, sino al
exceso de la bebida. Y lo despreció profundamente.

2. Pero Dios omnipotente quiso demostrar la grandeza del hombre así despreciado.

En el campo de Narni, adonde el rey había llegado, un espíritu maligno agredió a su porta espada
delante de todo el ejército y empezó a atormentarlo cruelmente. En presencia del rey fue
conducido al venerable Casio, y el hombre del Señor, después de una oración, expulsó con la
señal de la cruz al espíritu que en adelante ya no se atrevió a entrar en él. Y así sucedió, que a
partir de aquel día el rey bárbaro llegó a venerar desde el fondo de su corazón al servidor de Dios,
al que había juzgado muy despreciable a causa de su rostro. Pues al ver a un hombre de poder tan
grande, aquella mente inhumana para con él se deshinchó de su orgulloso desdén.

VII. Andrés, obispo de la ciudad de Fondi

Pero he aquí que, mientras estoy narrando hechos de hombres fuertes, de pronto me viene a la
memoria lo que la divina misericordia hizo en favor de Andrés149 , el obispo de la ciudad de Fondi.
Deseo vivamente que esto sea de utilidad a los lectores, a fin de que, quienes han consagrado su
cuerpo a la continencia, no tengan la presunción de habitar con mujeres, pues podría causar la
ruina de sus almas, tanto más repentinamente cuanto que la presencia apetecida favorece el mal
deseo.

Y lo que cuento no es un hecho dudoso, ya que casi hay tantos testigos cuantos habitantes tiene
ese lugar.

2. Este hombre venerable que llevaba una vida llena de virtudes, se resguardaba en el baluarte de
la continencia con una vigilancia sacerdotal. Pero no queriendo privar a una religiosa que antes
había tenido consigo, del sustento que le brindaba el obispado, seguro de su castidad y de la de
ella, le permitió habitar con él.

De aquí resultó que el antiguo enemigo se empeñara en buscar en el alma de aquél una entrada
para tentarlo. Comenzó a imprimir en los ojos de su espíritu la imagen de aquella mujer, para que
seducido por ella, tuviera pensamientos indecorosos.

3. Y bien, un día, un judío que venía de la región de la Campania, se dirigía a Roma por la vía
Apia. Al llegar a la pendiente de Fondi, advirtió que ya anochecía, y no veía ningún lugar donde
alojarse. No lejos había un templo de Apolo y se dirigió allí para pernoctar. Aterrorizado por lo
sacrílego del lugar, aunque no creía en la cruz, tuvo la precaución de protegerse con la señal de la
cruz.

4. Pero a medianoche, cuando perturbado por el miedo a la soledad permanecía aún totalmente
desvelado y observaba, vio de golpe a una multitud de espíritus malignos que, como un cortejo,
precedían a uno que tenía la primacía. Éste, que era su jefe, se sentó en el centro del lugar y
empezó a indagar los cometidos y acciones de cada uno de los espíritus de su corte, para saber
cuánto mal había hecho cada uno.

5. Cuando a su demanda, ellos, uno por uno, iban exponiendo lo que habían obrado contra los
buenos, saltó uno al medio y manifestó la tentación carnal que había provocado en el espíritu del
148
Casio fue obispo de Narni en 536-558. Narni era un importante bastión que fue tomado por los bizantinos en 537
y recuperado en 552.
149
Este obispo es desconocido. La ciudad de Fondi fue devastada por los Lombardos a fin del siglo VI.
obispo Andrés, valiéndose de la belleza de una religiosa que vivía en su obispado. El espíritu
maligno que presidía, escuchó ávidamente considerando que ésta era para él una ganancia tanto
más grande, cuanto que había inclinado el alma de un hombre tan santo a una caída que lo
perdería. El espíritu que había contado esto, agregó que, la tarde anterior, había seducido el alma
del obispo hasta tal punto que llegó a dar a la religiosa una palmada cariñosa en la espalda.

Entonces, el espíritu maligno y antiguo enemigo del género humano lo exhortó con halagos a que
completara lo que había comenzado, ya que al conseguir la caída del obispo, obtendría la palma
de honor sobre todos los demás.

6. Mientras tanto el judío que había llegado allá, siempre despierto, temblaba de miedo con gran
angustia. El espíritu que era el jefe de toda la corte allí reunida, mandó que averiguaran quién era
el hombre que había tenido la audacia de acostarse en ese templo. Los espíritus malignos fueron a
investigar, y al observarlo detenidamente, vieron que estaba marcado con el signo de la cruz.
Dijeron asombrados: “¡Ay, ay, un vaso vacío y sellado!”. Y al oír esta noticia, toda aquella turba
de espíritus malignos desapareció.

7. El judío que lo había visto todo, se levantó al punto y se dirigió rápidamente a ver al obispo. Lo
encontró en la iglesia, lo llevó aparte y le preguntó cuál era la tentación que lo apremiaba. El
obispo, avergonzado, se negó a manifestar su tentación. Entonces el judío declaró que él, el
obispo, había dirigido miradas de amor desordenado a esa servidora de Dios, y como el obispo
siguiera negándolo, el judío agregó: “¿De qué te sirve negar lo que se te pregunta, si tú ayer a la
tarde, te dejaste llevar hasta el punto de darle una palmada por detrás?”. A estas palabras el
obispo, viéndose descubierto, confesó humildemente lo que antes había negado con obstinación.

8. El judío, preocupado por el bien de este hombre decaído y avergonzado, le contó de qué
manera se había enterado y lo que en la reunión de los espíritus malignos había oído sobre él. El
obispo, al saberlo, se postró en tierra en oración, e inmediatamente, echó de su casa no sólo a esa
servidora de Dios, sino también a todas las mujeres que vivían allí a su servicio. Transformó en el
acto el templo de Apolo en un oratorio en honor del bienaventurado apóstol Andrés, y fue
liberado radicalmente de toda aquella tentación carnal.

9. Por su parte condujo a la salvación eterna al judío que por su visión y reprensión lo había
salvado. Porque lo instruyó en los misterios de la fe, lo purificó con el agua bautismal y lo
introdujo en el seno de la santa Iglesia. Sucedió así que este Hebreo, al velar por la salvación de
otra persona, alcanzó la suya propia, y que Dios omnipotente condujo a uno hacia una vida buena
por haber custodiado al otro en una vida buena.

10. PEDRO: Este episodio que acabo de oír, me causa al mismo tiempo temor y esperanza.

GREGORIO: Ciertamente así debe ser. Debemos confiar siempre en la piedad de Dios y a la vez
tener miedo a causa de nuestra propia debilidad. Porque hemos oído que un cedro del paraíso fue
sacudido pero no arrancado, para que en nosotros, débiles, nazca de su sacudida el temor, y de su
firmeza la confianza.

VIII. Constancio, obispo de la ciudad de Aquino

Constancio150, hombre de vida venerable, fue obispo de Aquino y murió hace poco en tiempos de
mi predecesor de santa memoria, el Papa Juan. Muchos de los que pudieron conocerlo de cerca,
atestiguan que tenía el espíritu de profecía. Entre las muchas anécdotas a este respecto, hombres
piadosos y sinceros, testigos oculares del hecho, relatan lo siguiente:

En el día de su muerte, se hallaba rodeado por sus conciudadanos. Estos lloraban con profunda
amargura al Padre tan amable que debía abandonarlos, y le preguntaron entre lágrimas: “Padre, ¿a

150
Constancio de Aquino fue contemporáneo a san Benito en esta ciudad vecina de Montecasino.
quién tendremos después de ti?”. El Padre les contestó con espíritu de profecía: “Después de
Constancio, el cochero; y después del cochero, el batanero. ¡Oh ciudad de Aquino esto es lo que te
sucederá!”. Después de haber proferido estas palabras proféticas, exhaló su último suspiro.

2. Después de su muerte, Andrés, su diácono, recibió el ministerio pastoral de su Iglesia. En otro


tiempo, se había ocupado del relevo de los caballos en las postas de los caminos. Cuando Dios se
lo llevó de esta vida, fue promovido al orden episcopal Jovino. Éste había sido batanero en esa
misma ciudad. Aún vivía, cuando toda la población del lugar fue asolada por las espadas de los
bárbaros y por una peste despiadada. Después de su muerte, no fue posible encontrar ni un obispo
para el pueblo ni un pueblo para el obispo. Así se cumplió la sentencia del hombre de Dios, en el
sentido de que después de la muerte de sus dos sucesores, su Iglesia ya no tuvo otro pastor.

IX. Frigidiano, obispo de la ciudad de Luca

Pero tampoco callaré lo que he sabido hace dos días por el relato del venerable Venancio151,
obispo de Luna. Me dijo que en la Iglesia de Luca, cerca de la suya, había un obispo de una virtud
admirable, llamado Frigidiano.

2. El obispo Venancio da testimonio de un milagro suyo muy célebre, presente aún en la memoria
de todos los habitantes de la ciudad.

El río Ausarit que corría junto a las murallas de aquella ciudad, desbordaba frecuentemente y casi
siempre se expandía por los campos, arrasando todos los sembrados y plantaciones que podía
alcanzar. Como esto sucedía con mucha frecuencia, y los habitantes de la zona llegaron a una
extrema necesidad, ellos, mediante su aplicación y esfuerzo, trataron de conducir el río por otros
lugares. Pero a pesar de trabajar durante mucho tiempo, no lograron desviarlo de su lecho.

3. Entonces Frigidiano, el hombre del Señor, se hizo un pequeño rastrillo, se acercó al lecho del
río y se entregó, él solo, a la oración. Luego mandó al río que le siguiera, y por el camino que se
había propuesto, arrastró el rastrillo por el suelo. Saliendo de su cauce, toda el agua del río lo
siguió, abandonando por completo los parajes de su curso habitual. Reivindicando como lecho
propio la huella trazada en la tierra por el rastrillo del hombre del Señor, ya no dañó más los
sembrados y plantaciones destinados a alimentar a los hombres.

X. Sabino , obispo de la ciudad de Piacenza

Me he enterado, también por el relato del venerable obispo Venancio, de otro milagro que él sitúa
en la ciudad de Piacenza.

Un hombre sincero a toda prueba, Juan, actualmente viceprefecto de nuestra ciudad de Roma y
que nació y creció en la ciudad de Piacenza, atestigua la veracidad del suceso, tal como lo
recuerda el obispo.

2. Los dos afirman que en esta ciudad había un obispo llamado Sabino, distinguido por una virtud
admirable. Un día, su diácono le anunció que el río Po, salido de su cauce, había invadido los
campos de la Iglesia, y que el agua cubría todos los terrenos que se utilizaban para la alimentación
de los hombres. El obispo Sabino, hombre de vida venerable, le respondió: “Anda y dile: el
obispo te manda que te detengas y vuelvas a tu lecho”. El diácono, al oír esto, no le hizo caso y se
burló de él.

3. Entonces el hombre del Señor hizo venir a su secretario y le dictó el siguiente texto: “Sabino, el
servidor del Señor Jesucristo, manda al río Po esta instrucción: Te ordeno en el nombre del Señor
Jesucristo que en adelante no salgas más de tu lecho en estos lugares, y que no te atrevas más a
151
Venancio mismo narra a Gregorio estos hechos. Esta visita, que dataría del 594, sirven para datar este Tercer
Libro de los Diálogos.
violar los campos de la Iglesia”. Y agregó, dirigiéndose al secretario: “Ve, escribe esto en limpio y
arrójalo al agua del río”. Así se hizo, y el agua del río, al recibir la orden del hombre santo, se
retiró al momento de los campos de la Iglesia, y vuelto a su lecho, en adelante ya no se atrevió a
invadir aquellos terrenos.

4. En este asunto, Pedro, ¿qué otra cosa queda confundida sino la dureza de los hombres
desobedientes, cuando, en virtud del poder de Jesús, el elemento irracional obedeció la orden del
hombre santo?

XI. Cerbonio, obispo de la ciudad de Populonia

Igualmente Cerbonio, un hombre de vida venerable y obispo de Populonia, dio en nuestro tiempo
una gran prueba de su santidad.

Era muy diligente en el ejercicio de la hospitalidad. Un día recibió como huéspedes a unos
soldados que estaban de paso. Como inesperadamente llegaran unos Godos, él ocultó a los
soldados, y al esconderlos les salvó la vida de la maldad de aquéllos. Cuando Totila, el rey
herético de los Godos152 , fue informado de esto, enardecido por la locura de su atroz crueldad,
ordenó que llevaran al obispo adonde él acampaba con su ejército, es decir, al lugar llamado
Merolis, ubicado a ocho millas de la ciudad de Roma, con el fin de arrojarlo a los osos para ser
devorado, como espectáculo para el pueblo.

2. El rey herético fue en persona a celebrar este espectáculo, y una gran multitud del pueblo se
reunió para presenciar la muerte del obispo. Entonces éste fue conducido al medio de la arena, y
para darle muerte fue elegido un oso lo más salvaje posible, para que al despedazar cruelmente
miembros humanos, saciara el ánimo del rey enfurecido.

Soltaron al oso de su jaula. Muy excitado, se lanzó sobre el obispo; pero de repente, olvidando su
ferocidad, dobló la cerviz, bajó humildemente la cabeza y empezó a lamer los pies del obispo,
para dar a entender a todos con claridad, que si los corazones de los hombres podían ser bestiales
para con aquel hombre de Dios, los de las bestias, en cambio, eran en cierto sentido humanos.

3. Entonces el pueblo que había ido para un espectáculo de muerte, con un gran clamor cambió su
actitud en respetuosa admiración, al tiempo que el mismo rey se sintió incitado a honrarlo
reverentemente. En efecto, por decisión divina había sucedido esto a fin de que, quien no quiso
seguir a Dios protegiendo la vida de un obispo, al menos lo hiciera imitando la mansedumbre de
una bestia.

Entre los que estaban presentes en este suceso, algunos viven todavía y pueden dar testimonio de
lo que vieron, junto con todo el pueblo.

4. Me he enterado además de otro milagro de Cerbonio, debido al relato de Venancio, obispo de


Luna. Cerbonio se había preparado un sepulcro en la iglesia de Populonia que él presidía. Pero
como los Longobardos, llegados a Italia, lo devastaban todo, él se retiró a la isla de Elba.

Cayó enfermo y, ya cercano a la muerte, hizo a sus clérigos y a los que le servían la siguiente
recomendación: “¡Colóquenme en el sepulcro que me he preparado en Populonia!”. Y al objetar
ellos: “¿Cómo podemos llevar tu cuerpo allá, sabiendo que aquellos lugares están ocupados por
los Longobardos y que ellos recorren toda la región?”, él replicó: “¡Llévenme con toda
tranquilidad! No tengan miedo, sino solamente procuren sepultarme en seguida. Y en cuanto mi
cuerpo esté sepultado, ¡aléjense de aquel lugar a toda prisa!”.

5. Colocaron, pues, el cuerpo del difunto en un barco. Y mientras navegaban hacia Populonia, el
aire se condensó en nubes, y se desencadenó una lluvia torrencial. Pero para que todos pudieran

152
Igual que en la vida de san Benito, Gregorio no calla su aversión hacia los Godos y su terrible crueldad.
comprobar quién era el hombre cuyo cuerpo transportaba el barco, comenzó a caer por ambos
lados de la nave una lluvia tempestuosa, sin que cayera sobre ella ni una sola gota, y eso aún
cuando entre la isla de Elba y la ciudad de Populonia media una distancia de doce millas.

6. Una vez llegados a destino, los clérigos dieron sepultura al cuerpo de su obispo. Y cumpliendo
su orden, volvieron de prisa a la nave. Apenas alcanzaron a entrar en ella, cuando llegó al lugar
mismo donde el hombre de Dios había sido sepultado, el jefe de los Longobardos, el cruel e
implacable Gumari. Si consideramos el momento de su llegada, resulta evidente que el hombre de
Dios había tenido el espíritu de profecía, puesto que había ordenado a sus ministros que se
alejaran a toda prisa del lugar de su sepultura.

XII. Fulgencio, obispo de la ciudad de Otrícoli

Este milagro que acabo de narrar, el de la lluvia que se divide, se produjo también para demostrar
la santidad de otro obispo153.

2. En efecto, un clérigo anciano que todavía vive, atestigua que él asistió a un fenómeno idéntico:
“El obispo Fulgencio que presidía la Iglesia de Otrícoli, tenía como enemigo declarado al
cruelísimo rey Totila. Al acercarse este último con su ejército a esos lugares, el obispo tuvo la
precaución de hacerle llegar, mediante sus clérigos, unos obsequios, a fin de apaciguar, en lo
posible, con regalos el furor insensato del rey. Éste, en cuanto los vio los rechazó, y en su cólera
ordenó a sus hombres que ataran fuertemente al obispo, y que lo custodiaran hasta que él lo
juzgara. Los feroces Godos, cómplices, por supuesto, de su crueldad, apresaron a Fulgencio y lo
rodearon, obligándolo a permanecer en un lugar fijo, que le marcaron trazando un círculo en el
suelo, con la prohibición absoluta de atreverse a poner un pie fuera de él”.

3. “Y mientras el hombre de Dios permanecía allí, expuesto a un sol abrasador, rodeado por esos
Godos y recluido en su círculo, de repente, se desencadenó con truenos y relámpagos, una lluvia
tan fuerte, que los responsables de vigilarlo no pudieron soportar tal torrente de agua. Pero durante
este diluvio colosal, ni una sola gota de agua cayó dentro del círculo donde estaba el hombre de
Dios Fulgencio. Cuando comunicaron esto al rey tan cruel, su espíritu inhumano se inclinó a un
sentimiento de gran respeto hacia aquel a quien poco antes había ansiado castigar con insaciable
furor”.

4. Así Dios omnipotente opera, a través de los menospreciados, los milagros de su poder contra
los espíritus engreídos de hombres carnales, a fin de que a quienes se elevan con orgullo contra
los mandatos de la Verdad, la Verdad les aplaste la cerviz bajo el pie de los humildes.

XIII. Herculano, obispo de la ciudad de Perugia

Recientemente, también Florido, obispo de vida venerable, me contó un milagro muy digno de ser
recordado: “Herculano154 , hombre de gran santidad que me educó, fue obispo de la ciudad de
Perugia. Él pasó de la vida monástica a la dignidad del orden episcopal”.

“En los tiempos del rey herético Totila, el ejército de los Godos sitió esta ciudad durante siete
años. Muchos habitantes que no podían soportar el flagelo del hambre, huyeron. Cuando aún no
había terminado el séptimo año, el ejército de los Godos entró en la ciudad sitiada”.

2. “Entonces el conde que mandaba el ejército, envió al rey Totila unos mensajeros para
preguntarle sobre sus intenciones respecto al obispo y a la población. El rey le dio la siguiente
orden: «Al obispo, sácale primero una tira de piel, desde la cabeza hasta el talón, y después córtale
la cabeza. Y a toda la población que allí se encuentra, pásala a filo de espada.» Entonces el conde
mandó llevar al venerable obispo Herculano a la muralla de la ciudad y cortarle la cabeza. Y
153
Estos dos milagro sirven para señalar dos victorias sobre la crueldad de Totila.
154
Herculano fue obispo entre el 502 y 556.
después de muerto, le cortó la franja de piel desde la cabeza hasta el talón, de modo que podía
verse la tira desprendida de su cuerpo. Luego, su cuerpo fue arrojado fuera de la muralla”.

“Entonces algunos, movidos por sentimientos de piedad y humanidad, dieron sepultura al cuerpo
del obispo junto a la muralla. Colocaron la cabeza cortada junto al cuello, y a su lado, a un niñito
que allí habían encontrado muerto”.

3. “Unos cuarenta días después de esta masacre, el rey Totila ordenó que los habitantes de aquella
ciudad dispersos en diferentes lugares, regresaran a ella sin temor alguno. Y los que habían huido
a causa del hambre, aceptando esta posibilidad de sobrevivencia, volvieron. Los que recordaban la
vida ejemplar de su obispo, averiguaron dónde había sido enterrado su cuerpo, con el fin de
inhumarlo con los debidos honores en la Iglesia del apóstol San Pedro. Se dirigieron al sepulcro, y
después de remover la tierra, encontraron el cuerpo del niño, –que hacía cuarenta días había sido
enterrado al mismo tiempo que él– en pleno estado de descomposición y lleno de gusanos. El
cuerpo del obispo, en cambio, parecía como si hubiera sido enterrado ese mismo día y, cosa más
admirable aún, su cabeza estaba unida al cuerpo como si nunca hubiera sido cortada, de manera
que no se veía rastro alguno del corte. Lo dieron vuelta para ver si había en su espalda alguna
señal de la otra herida, pero encontraron todo el cuerpo sano e íntegro, como si ningún hierro lo
hubiera cortado”.

4. PEDRO: ¿Quién no se asombrará ante tales milagros en muertos, realizados para despertar a los
que viven?

XIV. Isaac, el servidor de Dios

GREGORIO: Al comenzar la ocupación de los Godos, había cerca de la ciudad de Spoleto un


hombre de vida venerable, llamado Isaac155 , que vivió casi hasta los últimos días de dicha
ocupación. Muchos de los nuestros lo conocieron, especialmente la virgen consagrada Gregoria,
que ahora vive en esta ciudad de Roma junto a la iglesia de la bienaventurada siempre Virgen
María156 .

Cuando ella era joven, le habían fijado el día de su boda, pero se refugió en la iglesia, buscando la
manera de vivir como religiosa. Fue defendida por Isaac y guiada, con la protección de Dios,
hacia el estado que había deseado. Por haber huido de un esposo en la tierra, mereció tener un
esposo en el cielo.

Me he enterado de muchas cosas sobre Isaac por la narración del venerable Padre Eleuterio, quien
lo había tratado familiarmente y cuya vida garantiza la veracidad de sus palabras.

2. En realidad, el venerable Isaac no había nacido en Italia. Pero quiero contar los milagros que él
realizó durante su estadía en Italia.

Primero, cuando llegó de Siria a la ciudad de Spoleto, entró a la iglesia y pidió a los guardas que
se le concediera el permiso para rezar allí todo el tiempo que quisiera, y que no lo obligaran a salir
durante las horas en que la iglesia estuviera cerrada. En seguida, se puso a rezar de pie y
permaneció todo el día en oración, continuando al día siguiente y durante la noche. También el
segundo día con su noche permaneció rezando infatigablemente. Y todavía agregó un tercer día de
oración.

3. Uno de los guardas, al ver esto, e hinchado por el espíritu de soberbia, cayó en una falta de la
que habría de sacar provecho. Porque empezó a tratar a Isaac de hipócrita y a gritar con palabras
groseras que era un impostor que se exhibía, como espectáculo para la gente, con sus oraciones de

155
Como en el caso anterior, Gregorio vuelve a la vida de santos monjes. Siguen otras vidas de monjes. Es
llamativa la extensión de los relatos que dedica a éstos.
156
Iglesia Santa María la Mayor.
tres días y tres noches. Se precipitó sobre el hombre de Dios y le dio una bofetada para que,
avergonzado, saliera de la iglesia, como un simulador de vida religiosa..

Pero de repente un espíritu vengativo invadió al guarda y lo arrojó a los pies de Isaac,
comenzando a gritar por su boca: “¡Isaac me echa afuera! ¡Isaac me echa afuera!”. En realidad,
nadie conocía el nombre de este extranjero. Pero aquel espíritu dio a conocer su nombre, al gritar
que por él era echado fuera. Apenas el hombre de Dios se reclinó sobre el cuerpo del atormentado,
el maligno espíritu que lo había invadido, se alejó.

4. Inmediatamente se supo en toda la ciudad lo que había sucedido en la iglesia. Comenzaron a


acudir hombres y mujeres, tanto nobles como del pueblo, y se empeñaban en llevarlo a sus casas.
Suplicándole que aceptase, los unos trataban de ofrecer al hombre de Dios sus propiedades para
construir allí un monasterio, los otros dinero, y otros, por fin, los recursos que podían
proporcionar. Pero el servidor del Señor omnipotente no aceptó nada de todo esto. Salió de la
ciudad y encontró, no lejos, un lugar desierto y se construyó allí una humilde morada.

5. Mucha gente fue a verlo. A su ejemplo, comenzaron a enardecerse en el deseo de la vida eterna,
y bajo su dirección se entregaron al servicio del Señor omnipotente. Con frecuencia sus discípulos
le insistían humildemente que aceptara las posesiones ofrecidas para uso del monasterio, pero él,
custodio solícito de su pobreza, hacía suya esta vigorosa máxima: “El monje que en la tierra busca
una posesión, no es monje”. Porque tenía tanto temor de perder su seguridad que era la pobreza,
cuanto los ricos avaros suelen custodiar sus riquezas perecederas.

6. Allí, pues, por su espíritu de profecía y sus insignes milagros, su vida se hizo célebre ante el
pueblo entero y hasta en lugares lejanos. Así un día, al atardecer, ordenó que fueran
desparramadas por el huerto unas herramientas, que aquí llamamos azadones. Había dicho a sus
discípulos: “Desparramen por el huerto tal y tal cantidad de azadones, y vuelvan en seguida”. Y
esa misma noche, cuando como de costumbre se había levantado con los hermanos para celebrar
las alabanzas del Señor, les ordenó: “Vayan a preparar una comida para nuestros obreros, y que
esté pronta para el amanecer”. A la madrugada hizo llevar el alimento encargado, y entrando con
los hermanos en el huerto, encontró tantos obreros dedicados al trabajo cuantos azadones había
mandado desparramar. Evidentemente, habían entrado como ladrones, pero cambiando su
intención por obra del Espíritu, agarraron los azadones que encontraron. Y desde la hora en que
entraron hasta la llegada del hombre del Señor, arreglaron todo el terreno que estaba sin cultivar.

7. El hombre del Señor, en cuanto entró, les dijo: “¡Alégrense, hermanos! Han trabajado muy
bien. ¡Ahora descansen!”. En seguida les ofreció los alimentos que había traído, para que se
repusieran del cansancio de un trabajo tan grande. Cuando habían comido suficientemente, les
dijo: “No hagan lo que está mal. Cada vez que quieran algo del huerto, acérquense a la entrada y
pidan tranquilamente, y van a recibir lo que piden junto con una bendición. Pero dejen de robar,
eso no está bien”.

A continuación dispuso que se llevaran una parte de las legumbres que habían recogido. Resultó
así que los que habían ido al huerto para hacer daño, salieron de él cargados con la recompensa de
su trabajo y a la vez sin culpa.

8. En otra ocasión fueron a verlo unos extranjeros para pedirle una limosna. Se presentaron con
los vestidos rotos y cubiertos con harapos, de modo que parecían casi desnudos. Le pidieron ropa.
El hombre del Señor los escuchó sin decir palabra, y en seguida llamó discretamente a uno de sus
discípulos ordenándole: “Vete a la selva, y en tal y tal lugar busca cierto árbol hueco, y trae la
ropa que vas a encontrar en él”. El discípulo fue y buscó el árbol conforme a la orden recibida,
encontró la ropa y la llevó en secreto al maestro. El hombre de Dios la recibió, y la mostró y
ofreció a los extranjeros desnudos que le habían pedido ropa: “¡Vengan, ustedes que están
desnudos! ¡Por favor, tomen y vístanse!”. Ellos, al mirar los vestidos, reconocieron que eran los
que se habían quitado. Y sintieron una vergüenza indecible: ellos, que habían intentado obtener
fraudulentamente unos vestidos ajenos, recibieron avergonzados los suyos propios.
9. En otra ocasión, cierto hombre encomendándose a sus oraciones, le envió por un criado dos
canastas llenas de alimentos. El criado sustrajo una de ellas y la escondió junto al camino, y la
otra, se la llevó al hombre de Dios y le expuso la petición de lo que, mediante este presente, se le
había encomendado. El hombre del Señor recibió al criado afablemente y le advirtió: “¡Muchas
gracias por tu atención! Pero fíjate de no tocar descuidadamente la canasta que dejaste junto al
camino, porque entró en ella una serpiente. Por eso procede con precaución, no sea que tomándola
desprevenidamente, seas mordido por la serpiente”. Con estas palabras, el criado quedó muy
confundido. En parte se alegró por haber escapado de la muerte, pero quedó también algo triste
por esta reprensión, que aunque lo había salvado, provocó su sonrojo. Volvió hasta la canasta y se
dirigió hacia ella con cuidado y precaución, pero como lo había predicho el hombre de Dios, una
serpiente ya se había apoderado de ella.

10. Isaac estaba incomparablemente dotado de la virtud de la abstinencia, del desprecio de las
cosas transitorias, del espíritu de profecía, y de la aplicación a la oración. Sólo había una cosa que
parecía reprensible en él: a veces ostentaba una alegría tan grande que, si no se hubiera sabido que
estaba colmado de tantas virtudes, en modo alguno se la habría juzgado sincera.

11. PEDRO: Una pregunta: ¿Qué hay que pensar exactamente de este caso? ¿Espontáneamente
daba curso libre a su alegría, o más bien, aún destacándose por tan grandes virtudes, a veces su
espíritu era arrastrado, a pesar suyo, hacia las alegrías de esta vida?

12. GREGORIO: Grande es, Pedro, la providencia de Dios omnipotente. Sucede a menudo que
ella no otorga ciertos bienes menores a quienes concede privilegios mayores, a fin de que su
espíritu siempre tenga algo que censurarse, ya que ellos buscan ser perfectos y no pueden; se
esfuerzan por lograr lo que no han recibido, y sin embargo, a pesar de sus esfuerzos no lo
consiguen. Así no pueden enorgullecerse por lo que han recibido, y en cambio aprenden que por
sí mismos son incapaces de poseer dones especiales, ellos que no logran dominar defectos
pequeños y despreciables.

13. Esta es la razón por la que el Señor, después de introducir a su pueblo en la tierra prometida, le
fue exterminando a todos sus adversarios fuertes y prepotentes, pero le reservó por un tiempo
prolongado a los Filisteos y a los Cananeos, a fin de poner a prueba por medio de ellos a Israel,
según está escrito (Jc 3,1-4).Porque a veces, como hemos dicho, Dios deja ciertas pequeñas cosas
reprensibles a quienes les ha otorgado grandes dones, para que siempre tengan algo contra qué
luchar, y después de haber vencido a enemigos importantes, no se enorgullezcan en el espíritu,
cuando aún adversarios de poca monta son suficientes para importunarlos. Se da así el caso
sorprendente de que un mismo espíritu sea fuerte por virtud y se canse por debilidad, de modo que
por una parte se ve construido y por otra destruido. Y así por ese bien que busca y no consigue
obtener, conserve humildemente el que posee.

14. Pero, ¿por qué asombrarse de que digamos esto de un hombre, cuando aquel reino celestial vio
que sus habitantes, en parte sufrieron el castigo, y en parte se mantuvieron firmes? Así los
espíritus angélicos elegidos, al ver caer a los otros a causa de su soberbia, permanecieron tanto
más firmes cuanto más humildes. Por eso en aquel reino también los daños resultaron
beneficiosos, pues por el hecho de que una parte haya sido destruida, se encuentra más
sólidamente construido para toda la eternidad. Lo mismo sucede con cada alma: por salvaguardar
la humildad, le está reservada a veces una ganancia inmensa al precio de un mínimo perjuicio.

PEDRO: Estoy de acuerdo con lo que dices.

XV. Eutiquio y Florencio, servidores de Dios

No callaré tampoco lo que he sabido por la narración de Santulo, un venerable presbítero de la


misma región, cuyas palabras no podrás poner en duda, ya que en modo alguno ignoras su vida y
su buena fe.
2. En aquella misma época habitaban en la provincia de Nursia dos hombres que se destacaban
por su vida y sus costumbres de santidad. Se llamaban Eutiquio y Florencio. Eutiquio había
pasado su juventud en el ardor espiritual y en el fervor de la virtud, y se esforzaba por conducir
con sus exhortaciones a muchas almas hacia Dios. Florencio, por su parte, llevaba una vida de
entera simplicidad y dedicada a la oración.

No lejos de allí había un monasterio que por la muerte de su superior había quedado sin gobierno.
Por eso, sus monjes quisieron que los gobernara Eutiquio. El aceptó su pedido y gobernó el
monasterio durante muchos años, formando las almas de sus discípulos en el celo de la vida santa.
Y para que el oratorio donde había vivido antes, no quedara abandonado, dejó allí al venerable
Florencio.

3. Como viviera allí en completa soledad, un día se postró en oración y pidió al Señor
omnipotente que se dignara darle alguna compañía. No bien hubo terminado la oración, salió del
oratorio y se encontró con un oso parado ante la puerta. Con la cabeza inclinada hacia el suelo y
sin mostrar ferocidad alguna en sus movimientos, daba a entender claramente que había ido para
ofrecer sus servicios al hombre de Dios. Por su parte el hombre del Señor lo entendió así de
inmediato. Y como en su ermita habían quedado cuatro o cinco ovejas sin que nadie las cuidara y
apacentara, ordenó al oso: “Ve y lleva esas ovejas a pastar, pero vuelve a mediodía”.

4. Así empezó a hacer esta tarea, sin interrupción. Se le impuso al oso el oficio de pastor, y en vez
de comerse las ovejas, como hubiera sido normal, el animal las apacentaba, estando él en ayunas.
Cuando el hombre del Señor quería ayunar, ordenaba al oso que regresara con las ovejas a las tres
de la tarde; si no, debía volver al mediodía. El oso obedecía en todo la orden del hombre de Dios,
de modo que cuando tenía que volver al mediodía, no lo hacía a las tres, ni cuando tenía que
hacerlo a las tres, volvía al mediodía.

5. Como esto se prolongara durante mucho tiempo, la fama de un milagro tan grande se difundió
por toda la región. Pero el antiguo enemigo, donde ve que los buenos se distinguen para gloria,
atrae allí por envidia a los perversos para castigo. Así, cuatro de los discípulos del venerable
Eutiquio, devorados por la envidia al ver que su maestro no hacía milagros y que aquel a quien
había dejado solo se destacaba con tanto éxito por este prodigio, tendieron al oso una trampa y lo
mataron.

6. Cuando éste no volvió a la hora establecida, el hombre de Dios Florencio empezó a dudar de su
regreso. Lo esperó hasta la tarde, y empezó a afligirse al ver que el oso, a quien él en su gran
simplicidad se había acostumbrado a llamar hermano, no volvía. Al día siguiente se fue al campo
a buscar al oso y a las ovejas. Lo encontró muerto. Averiguando con diligencia, pronto descubrió
quiénes lo habían matado. Entonces empezó a lamentarse, deplorando más la malicia de los
hermanos que la muerte del oso.

7. El venerable Eutiquio lo hizo llamar para tratar de consolarlo, pero el hombre del Señor, en su
presencia, exasperado por las punzadas de su gran dolor, profirió la siguiente imprecación:
“Espero de Dios omnipotente que en esta vida, ante los ojos de todos, reciban el castigo por su
malicia, ya que mataron a mi oso que no les había hecho ningún mal”. A estas palabras siguió de
inmediato el castigo divino. Porque los cuatro monjes que habían matado al oso, fueron atacados
al instante por el mal de la elefantiasis, de modo que sus miembros se pudrieron causando su
muerte.

8. Este hecho alarmó extremadamente al hombre de Dios Florencio, aterrorizado por haber
maldecido así a los hermanos. Todo el resto de su vida lloró por haber sido escuchado, y clamaba
que había sido cruel y homicida al haberlos hecho morir. Creemos que Dios omnipotente hizo
esto, a fin de que un hombre de tan sorprendente simplicidad, no se atreviera en adelante, por más
que el dolor lo afectara, a lanzar el dardo de la maldición.

9. PEDRO: ¿Debemos creer, entonces, que es una falta muy grave si por casualidad, exasperados
por la cólera, maldecimos a alguien?
GREGORIO: ¿Por qué me preguntas si este pecado es grave, cuando Pablo dice: Los que
maldicen no poseerán el reino de Dios (1 Co 6,10)? Piensa, entonces, qué grave es la culpa que
separa del reino de la vida.

10. PEDRO: ¿Pero si un hombre, tal vez no por malicia, sino por un descuido de la lengua, lanza
contra su prójimo una palabra de maldición?

GREGORIO: Si el Juez severo desaprueba una palabra inútil, ¡cuánto más una palabra ofensiva!
Piensa por consiguiente qué condenable es la palabra no exenta de malicia, si ya es culpable una
sentencia desprovista del bien de la utilidad.

PEDRO: Tienes razón.

11. GREGORIO: Este hombre de Dios hizo además otra cosa que no debemos pasar en silencio.
Como su buena fama iba creciendo en todas direcciones y a grandes distancias, un diácono que
vivía muy lejos, quiso ir a verlo para encomendarse a sus oraciones. Al acercarse a su ermita,
encontró todo el lugar y sus alrededores infestado de innumerables serpientes. Se asustó
extremadamente y gritó: “¡Servidor del Señor, reza!”. En ese momento, el tiempo estaba
admirablemente sereno. Florencio salió y alzó los ojos y las manos hacia el cielo, para que el
Señor quitara aquella peste como mejor le pareciere. A su voz, el cielo tronó de inmediato, y este
trueno mató todas las serpientes que habían invadido el lugar.

12. Cuando el hombre de Dios Florencio las vio muertas, dijo: “Mira, Señor, que las mataste. ¿Y
quién las va a sacar de aquí?”. A su voz llegaron pronto tantas aves cuantas serpientes muertas
había. Cada una llevó la suya y la arrojó lejos. Dejaron el lugar de su ermita completamente
limpio de serpientes.

13. PEDRO: ¿Qué virtud, qué mérito hay que atribuir a aquel a cuya voz Dios omnipotente se
hizo tan cercano?

GREGORIO: Pedro, ante la singular pureza y la naturaleza simple de Dios omnipotente, la pureza
y simplicidad del corazón humano valen mucho. Los servidores de Dios, por el mismo hecho de
que están separados de las preocupaciones terrenas, de que desconocen las palabras inútiles, y de
que evitan disipar y manchar su espíritu con vanas aspiraciones, logran ser escuchados mejor por
su Creador que los demás. Efectivamente, en cuanto es posible, por la pureza y la simplicidad de
su pensamiento ya se conforman con Él en virtud de cierta semejanza.

14. Mientras que nosotros, en medio de la multitud del pueblo, pronunciamos frecuentemente
palabras inútiles y a veces incluso gravemente perjudiciales, y nuestra boca se aleja tanto más de
Dios omnipotente cuanto más se acerca a este mundo. En verdad, nos vemos arrastrados hacia las
cosas de aquí abajo al mezclarnos en continuo parloteo con los hombres del mundo.

15. Por eso, con razón Isaías, después de haber visto al Señor Rey de los Ejércitos, se censuró a sí
mismo y se arrepintió diciendo: ¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios
impuros (Is 6, 5). Y aclaró por qué tenía los labios impuros, agregando: Y habito en medio de un
pueblo de labios impuros. Se afligió, por eso, de tener la impureza de los labios, pero señaló
dónde la adquirió, al indicar que habitaba en medio de un pueblo que tenía los labios impuros.

16. Por cierto, es muy difícil que la lengua de los mundanos no manche el espíritu que toca,
porque la mayoría de las veces condescendemos a ciertas maneras de hablar de ellos, y al
momento nos habituamos a ese lenguaje indigno de nosotros, lo usamos con gusto a tal punto que
después nos cuesta abandonar esas expresiones que habíamos admitido por condescendencia y
como a la fuerza. Así pasamos de las palabras inútiles a las nocivas, y de las ligeras a las más
graves, y nuestra boca es tanto menos escuchada en la oración, cuanto más manchada está por una
conversación necia. Porque como está escrito, si uno aparta su oído para no oír la Ley, hasta su
plegaria es una abominación (Pr 28,9).
17. En estas condiciones, ¿qué hay de extraño si en nuestras súplicas somos escuchados con
tardanza por el Señor, nosotros que escuchamos los preceptos del Señor tarde o de ninguna
manera? ¿Y qué hay de extraño si Florencio fue escuchado al instante en su oración, él, que al
instante escuchaba al Señor en sus preceptos?

PEDRO: Nada se puede responder a un argumento evidente.

18. GREGORIO: Eutiquio empero, que había sido compañero de Florencio en el camino de Dios,
sobresalió por el poder de los milagros más bien después de su muerte. En efecto, los habitantes
de su ciudad suelen narrar muchos de sus milagros. Pero hay que destacar especialmente uno que
hasta esta época de los Longobardos, Dios omnipotente se ha dignado obrar por medio de sus
vestiduras. Porque cada vez que faltaba lluvia, y una larga sequía abrasaba la tierra con un calor
excesivo, los habitantes de la ciudad se reunían para elevar su túnica y presentarla con súplicas
ante el Señor. Mientras iban rezando por los campos con esta reliquia, de inmediato les era
concedida la lluvia suficiente para saciar plenamente la tierra.

19. Este hecho pone de manifiesto la virtud interior y el mérito del alma de Eutiquio, puesto que
en el exterior la sola exhibición de su vestidura apartaba la cólera del Creador.

XVI. Martín, monje del Monte Mársico

Hace poco también, en la región de la Campania, en el Monte Mársico, un hombre muy venerable
llamado Martín, llevó una vida solitaria, y durante muchos años vivió recluido en una gruta
estrechísima. Muchos de los nuestros lo conocieron y presenciaron sus acciones. Yo mismo he
sabido muchas cosas de él, tanto por mi predecesor de feliz memoria, el Papa Pelagio, como
también por otros hombres muy piadosos.

2. Su primer milagro fue que al retirarse a una excavación de la mencionada montaña, desde la
misma roca cóncava que formaba una estrecha gruta, comenzó a brotar, gota a gota, suficiente
agua para el consumo diario del servidor de Dios, Martín. Tenía lo necesario, ni de más ni de
menos. Dios omnipotente dio a conocer con esto cuán solícitamente cuidaba de su servidor
mediante un antiguo milagro (cf. Nm 20,7-11), dándole a beber en la soledad, agua brotada de la
dura roca.

3. Pero el antiguo enemigo del género humano, envidioso de su fortaleza, trató de expulsarlo de la
cueva con su artimaña acostumbrada. Entró en el animal amigo suyo, es decir en la serpiente, y se
esforzó por echar a Martín de su vivienda aterrorizándolo. La serpiente comenzó a aparecérsele en
la cueva a solas, a extenderse delante de él durante su oración, y a compartir con él su lecho. Pero
el hombre santo, del todo impertérrito, extendía hacia su boca la mano o el pie y le decía: “Si
recibiste el permiso para morderme, yo no te lo prohíbo”.

4. Esto se prolongó sin interrupción durante tres años, hasta que cierto día, el antiguo enemigo,
vencido por tanto valor, se agitó con violencia y se arrojó al precipicio por la empinada ladera de
la montaña, incendiando con fuego salido de su cuerpo toda la vegetación de ese lugar. Al quemar
toda la ladera de la montaña se vio obligado, coaccionado por Dios omnipotente, a mostrar cuán
grande había sido el poder de quien ahora se retiraba derrotado.

Considera, te ruego, la cima espiritual en la que permanecía este hombre del Señor, que durante
tres años durmió tranquilo junto a una serpiente.

PEDRO: Lo oigo y me estremezco.

5. GREGORIO: Este hombre de vida venerable, al inicio de su reclusión, había decidido no ver en
adelante a ninguna mujer, no por desprecio al sexo, sino por temor a caer, si contemplaba su
belleza, en las asechanzas de la tentación.
Una mujer se enteró de esto. Audazmente subió a la montaña y enfiló descaradamente hacia la
gruta. Pero él, mirando a lo lejos y viendo que quien se le acercaba vestía ropa femenina, se
entregó a la oración con el rostro en tierra y permaneció postrado hasta que, cansada, la
desvergonzada mujer se retiró de la ventana de la celda. Ese mismo día, en cuanto hubo
descendido de la montaña, ella murió, de modo que por la sentencia de su muerte se dio a
entender cuánto había desagradado a Dios omnipotente, al contristar a su servidor con esa
tentativa perversa.

6. En otra ocasión, una muchedumbre de gente piadosa acudía a él por devoción. Se apresuraban
por un sendero estrecho que conducía a su celda, por la pendiente abrupta de la montaña. Un niño
pequeño que caminaba despreocupadamente, cayó despeñándose hasta el valle que se divisaba
como en un abismo al pie de la montaña. Porque en este lugar la montaña es tan alta, que los
árboles inmensos que crecen en el valle, parecen arbustos a quienes los miran desde lo alto.
Entonces todos los peregrinos alarmados se preguntaban con suma preocupación dónde podría
encontrarse el cuerpo del niño que se había caído. ¿Quién podía pensar que no había muerto?
¿Quién iba a imaginar que su cuerpo hubiera podido llegar entero al suelo, cuando las rocas
escarpadas debían haberlo destrozado durante la caída? Pero luego de una diligente búsqueda, el
niño fue encontrado en el valle, y no sólo con vida sino también completamente sano. Entonces se
hizo patente a todos que no sufrió ningún daño, porque en su caída fue sostenido por la oración de
Martín.

7. Por encima de la gruta, sobresalía una roca inmensa que se adhería a la montaña sólo por una
ínfima parte. Alzándose así sobre la celda de Martín, cada día amenazaba desprenderse, y su caída
lo hubiera matado.

Mascátor, sobrino del ilustre Armentario, fue con un gran número de campesinos a pedir al
hombre de Dios que tuviera la bondad de abandonar su gruta, para poder desprender de la
montaña esa roca y así el servidor de Dios podría vivir con seguridad en su gruta. El hombre de
Dios en modo alguno quiso consentir y dispuso que hicieran lo que pudieran; él por su parte se
retiró al lugar más apartado de su celda. Sin duda, si la mole llegaba a caer, destruiría la gruta y al
mismo tiempo mataría a Martín.

8. Entonces la multitud que había ido, trató –sin peligro, dentro de lo posible, para el hombre de
Dios– de quitar aquella enorme piedra que sobresalía en lo alto. Y de repente, ante la mirada de
todos, ocurrió un hecho del todo sorprendente: esa roca que se esforzaban por arrancar,
súbitamente desprendida por los trabajadores, dio un salto para no tocar la bóveda de la gruta de
Martín y, como evitando herir al servidor de Dios, cayó más lejos.

Que todo esto ocurrió conforme a la disposición de Dios omnipotente y por la intervención de los
ángeles, lo entiende quien fielmente cree que todo está dispuesto por la providencia divina.

9. Martín, al comienzo de su estadía en esta montaña, cuando todavía no se hallaba encerrado en


la cueva, se ató el pie con una cadena de hierro, fijando la otra punta en una roca, para que en
adelante no le fuera posible caminar más allá de lo que le permitía la longitud de su cadena.

Benito, el hombre de vida venerable del que ya antes hablé, se enteró de esto. Le hizo decir por
uno de sus discípulos: “Si eres servidor de Dios, no debe atarte una cadena de hierro, sino la
cadena de Cristo”. Al oír estas palabras, Martín soltó enseguida su atadura, pero jamás en lo
sucesivo dirigió su pie liberado más allá del lugar al que su ligazón lo había acostumbrado. Se
mantuvo, sin la cadena, en el mismo espacio en el que antes había permanecido atado.

10. Después, cuando se hubo recluido en ese lugar, empezó a tener discípulos que vivían en las
afueras de su gruta. Para el uso cotidiano sacaban el agua de un pozo. Pero la soga a la que estaba
atado el balde para sacar el agua, se rompía frecuentemente. Entonces sus discípulos pidieron al
hombre del Señor aquella cadena que había quitado de su pie, y la agregaron a la soga atada al
balde. A partir de ese momento, la soga se sumergió en el agua cada día, pero ya nunca más se
rompió. Porque una vez que estuvo unida a la cadena del hombre de Dios, adquirió la fuerza del
hierro necesaria para soportar el peso del agua.

11. PEDRO: Estas cosas causan placer porque son admirables, y especialmente porque pertenecen
a nuestro tiempo.

XVII. El monje del Monte Argentario, que resucitó a un muerto

GREGORIO: En nuestro tiempo, precisamente, un tal Cuadragésimo fue subdiácono de la Iglesia


de Baxentium y solía apacentar su rebaño de ovejas en la misma región de Aurelia. Por el relato
de este hombre muy honrado se hizo notorio un hecho asombroso que se había realizado en
secreto.

El subdiácono, como dije, cuidaba de su rebaño en Aurelia; al mismo tiempo vivía en el Monte
Argentario un hombre de vida venerable, que llevaba el hábito monástico y lo honraba con su
género de vida.

Se había acostumbrado a ir cada año desde el Monte Argentario a la iglesia del bienaventurado
Pedro, príncipe de los apóstoles, y solía bajar para gozar de la hospitalidad del mencionado
subdiácono Cuadragésimo, que ha relatado este episodio.

2. Un día, cuando ya había entrado en su albergue, que no estaba lejos de la iglesia, murió en las
cercanías el marido de una mujer pobre. Según la costumbre fue lavado, vestido y envuelto en una
sábana. Pero al caer la tarde, no pudieron sepultarlo, porque junto al cuerpo del difunto se había
sentado la viuda, que pasó la noche con fuertes llantos, desahogando su dolor en continuos gritos
y lamentos.

3. Como esta situación se prolongaba y la mujer en ningún momento dejaba de llorar, el hombre
de Dios que había sido recibido de huésped, dijo con dolor al subdiácono Cuadragésimo: “Mi
alma se compadece del dolor de esta mujer. ¡Por favor, levántate! Vamos a rezar”. Entonces los
dos se fueron a la iglesia vecina y se pusieron a orar juntos. Después de haber rezado durante un
largo rato, el servidor de Dios le pidió al subdiácono Cuadragésimo que concluyera la oración.
Terminada ésta, recogió polvo de la base del altar y se arrimó, junto con Cuadragésimo, al cuerpo
del difunto. Allí también se puso a orar.

4. Oró durante un largo tiempo, pero esta vez ya no quiso, como antes, que el subdiácono
concluyera la oración, sino que él mismo dio la bendición, y se levantó enseguida. Y como
llevaba en la mano derecha el polvo recogido, quitó con la izquierda el lienzo que cubría el rostro
del difunto. Cuando la mujer vio lo que había hecho, comenzó a recriminarlo violentamente
extrañada por lo que iba a hacer. Él, después de haber quitado el lienzo, frotó durante mucho
tiempo con el polvo que había recogido, el rostro del difunto. Este, al ser frotado durante un
tiempo prolongado, recuperó el alma, bostezó, abrió los ojos, e incorporándose se sentó
asombrado por lo que se le estaba haciendo, como si hubiera sido despertado de un pesado sueño.

5. La mujer, agotada por sus lamentos, cuando vio esto, empezó a llorar, ahora de alegría, y a dar
gritos más fuertes. El hombre del Señor la contuvo con una mesurada prohibición diciéndole:
“Calla, calla. Pero si alguien te pregunta cómo sucedió esto, contestarás únicamente: el Señor
Jesucristo ha obrado a su manera”. Dijo esto y salió de la casa de la mujer. Y sin detenerse, dejó
allí al subdiácono Cuadragésimo y en adelante no se presentó más en aquel lugar. Para huir del
honor temporal, hizo que los que lo habían visto dotado de un poder tan grande, ya nunca más lo
vieran en esta vida.

6. PEDRO: No sé qué pensarán los demás. Por mi parte, considero por encima de todos los
milagros éste, por el que los muertos vuelven a la vida, y el alma es devuelta al cuerpo.
7. GREGORIO: Si nos fijamos en lo visible, hemos de creer que es así. Pero si tenemos en cuenta
lo invisible, se hace patente que convertir a un pecador por la palabra de la predicación y con la
ayuda de la oración, es un milagro más grande que resucitar a un muerto en la carne. Porque en
este caso se resucita una carne que ha de morir de nuevo, en aquél, un alma que ha de vivir
eternamente.

8. Te propongo a dos hombres: ¿en cuál de los dos te parece que se obró un milagro mayor?
Lázaro que, como creemos, ya tenía fe, y al que el Señor lo resucitó en la carne; Saulo, al que
resucitó en el alma. Ciertamente, no se oye hablar de milagros obrados por Lázaro, después de su
resurrección de la carne. Pero después de la resurrección obrada en el alma de Pablo, nuestra
debilidad no alcanza a captar todo lo que la Palabra sagrada dice sobre sus milagros:

9. que sus pensamientos crueles y atroces se han transformado en sentimientos de dulzura y de


bondad; que desea morir por sus hermanos después de haberse alegrado por la muerte de ellos;

10. que lleno de toda la ciencia de la Escritura, estima que “no sabe nada, fuera de Jesucristo, y
Jesucristo crucificado” (cf. 1 Co 2, 2); que gozosamente se deja azotar por Cristo a quien había
perseguido a espada; que está enaltecido por el honor del apostolado, y al mismo tiempo se hace
espontáneamente muy pequeño en medio de los discípulos;

11. que es elevado hasta los misterios del tercer cielo, y sin embargo, por compasión inclina la
mirada de su espíritu para ocuparse de la unión de los cónyuges al decir: Que el marido cumpla
los deberes conyugales con su esposa; de la misma manera, la esposa con su marido (1 Co 7,3);
que por la contemplación es admitido en los coros de los ángeles, y no obstante no desdeña
reflexionar y ordenar los actos de los que viven en la carne;

12. que se alegra de sus debilidades y se complace en los ultrajes; para quien la vida es Cristo, y la
muerte una ganancia (Flp 1, 21); que su vida ya está totalmente fuera de la carne, esa vida que él
vive en la carne.

13. Así vive quien ha vuelto desde las regiones inferiores del espíritu a la vida del amor. Por eso
es cosa menor que alguien sea resucitado en la carne, a menos que por la vivificación de la carne
sea llevado a la vida del espíritu, de modo que por ese milagro exterior sea vivificado y convertido
el hombre interior.

14. PEDRO: Yo estaba persuadido de que la conversión era un milagro muy inferior, pero ahora
reconozco que es un prodigio incomparablemente superior. Pero te ruego que continúes lo que has
comenzado, para que mientras quede algún tiempo libre, no transcurra la hora sin que algo nos
edifique.

XVIII. El monje Benito

GREGORIO: Vivió conmigo en el monasterio157 un hermano, muy entregado al estudio de la


Sagrada Escritura, que era mayor que yo y solía edificarme con muchas cosas que yo ignoraba.
Así me enteré por un relato suyo que en la región de la Campania, dentro de las cuarenta millas
desde la ciudad de Roma, vivía un hombre llamado Benito, joven de edad, pero anciano por sus
costumbres y estrictamente sometido a la regla de la vida santa.158

2. Cuando en tiempos del rey Totila los Godos lo encontraron, resolvieron quemarlo junto con su
celda. Prendieron fuego, pero mientras que todo se quemó en los alrededores, la celda de Benito
no pudo ser dañada por el fuego. Al ver esto los Godos, en el colmo de su ensañamiento lo
sacaron de su habitación, y viendo en las cercanías un horno encendido y preparado para cocer

157
San Gregorio ha hablado de su monasterio en el Prólogo (libro I, pról. 3). Aquí vuelve a mencionar su
monasterio en Roma.
158
Este Benito, que no debe confundirse con san Benito del Segundo Libro, merece los mismos calificativos que
éste: “anciano por sus costumbres”.
pan, arrojaron a Benito dentro y cerraron el horno. Al día siguiente lo encontraron ileso: ni su
carne ni aún la más mínima parte de su hábito habían sido alcanzados por el fuego.

3. PEDRO: ¡Es el antiguo milagro de los tres jóvenes lo que estoy oyendo! Echados al fuego, no
sufrieron ningún daño (cf. Dn 3,23ss).

GREGORIO: Este milagro ofrece, a mi entender, una particularidad. En esa ocasión los tres
jóvenes fueron arrojados al fuego con los pies y las manos atados. Al día siguiente, el rey fue a
verlos y los encontró caminando en el horno con sus vestidos intactos. De esto se deduce que el
fuego adonde habían sido arrojados, no tocó sus vestidos, pero devoró sus ataduras. Así en
atención a los justos, la llama tenía fuerza para aliviarlos, pero al mismo tiempo, no la tenía para
atormentarlos.

XIX. La iglesia del bienaventurado Zenón en la ciudad de Verona

Un hecho análogo a este milagro tan antiguo aconteció en nuestros días, pero ocasionado por el
elemento opuesto. Porque hace poco, el tribuno Juan me contó durante una conversación que el
conde Pronulfo, mientras que estuvo allí, presenció junto con el rey Authari un suceso milagroso,
en el momento y en el lugar mismo del hecho, y atestiguó que lo había visto.

2. En efecto, el tribuno me contó que hacía unos cinco años, cuando, junto a esta ciudad de Roma,
el río Tíber salió de madre y creció de manera tal que sus aguas pasaron por sobre las murallas de
la ciudad e inundaron regiones muy dilatadas159, se produjo al mismo tiempo en la ciudad de
Verona una crecida del río Adigio que llegó hasta la iglesia del santo mártir y pontífice Zenón.
Las puertas de la iglesia estaban abiertas, pero el agua no entró. En poco tiempo, subió hasta las
ventanas de la iglesia que estaban a poca distancia del techo. Entonces el agua se detuvo y cerró la
puerta de la iglesia, como si este elemento líquido se hubiera transformado en una pared sólida.

3. Había mucha gente en la iglesia y como ésta estaba rodeada por todas partes por gran cantidad
de agua, no tenían por donde salir y temían morir de sed y de hambre. Entonces se acercaron a la
puerta de la iglesia y sacaron agua para beber. El agua había subido hasta las ventanas, como ya
dije, y sin embargo no penetraba en el interior de la iglesia. Así por ser agua pudo ser bebida, pero
aún siendo agua no pudo esparcirse. Al detenerse ante la puerta para mostrar a todos el poder del
mártir, era agua para ayudar, pero no era agua para invadir el lugar santo.

4. Dije antes acertadamente que este portento no era diferente del antiguo milagro del fuego, que
no tocó los vestidos de los tres jóvenes, pero quemó sus ataduras.

5. PEDRO: Las acciones de los santos que estás narrando son del todo admirables y
extremadamente sorprendentes para la mediocridad de la gente de nuestro tiempo. Pero puesto
que oigo que últimamente en Italia existieron tantos hombres de virtud admirable, quisiera saber
lo siguiente: ¿No ocurrió que tuvieron que soportar las asechanzas del antiguo enemigo?, ¿o acaso
sacaron provecho de sus insidias?

GREGORIO: Sin el esfuerzo del combate no se consigue la palma de la victoria. ¿Cómo entonces
pueden ser vencedores si no han luchado contra las asechanzas del antiguo enemigo? Porque el
espíritu maligno atisba sin cesar nuestros pensamientos, palabras y obras, por si casualmente
puede encontrar algún motivo de acusación en el examen del Juez eterno. ¿Quieres realmente
saber de qué manera está siempre junto a nosotros para engañarnos?

XX. Esteban, presbítero de la provincia de Valeria

Algunos de los que actualmente se encuentran entre nosotros, atestiguan lo que voy a contar.

159
La fecha de este acontecimiento fue noviembre del 589.
Un hombre de vida venerable, de nombre Esteban, fue presbítero en la provincia de Valeria. Fue
un pariente cercano de nuestro diácono Bonifacio160 , administrador de la Iglesia. Un día, de
regreso a su casa después de un viaje, ordenó a su esclavo, sin pensar lo que estaba diciendo:
“¡Ven, diablo, quítame los zapatos!”. A estas palabras comenzaron a desatarse con toda velocidad
las correas de su calzado. Así se manifestó con evidencia que el diablo, el mismo que había sido
llamado para quitar el calzado, le había obedecido.

2. Al ver esto, el presbítero al instante se estremeció horrorizado y se puso a gritar a voz en cuello:
“¡Aléjate, miserable, aléjate! ¡Porque no te hablé a ti, sino a mi esclavo!”. A su voz, se retiró de
inmediato. Las correas se quedaron así como estaban, ya desatadas en gran parte.

Por este ejemplo puedes deducir hasta dónde el antiguo enemigo, tan presente en los asuntos
corporales, persigue a ultranza e insidiosamente nuestros pensamientos.

3. PEDRO: Es muy fatigoso y aterrador estar siempre en tensión para resistir las trampas del
enemigo y hacerle frente sin cesar, como en un campo de batalla.

GREGORIO: No será fatigoso si confiamos nuestra custodia no a nosotros, sino a la gracia de lo


alto, haciéndolo sin embargo de manera tal que también nosotros vigilemos, en cuanto podamos,
bajo esta protección. Y si hemos empezado a expulsar del espíritu al antiguo enemigo, sucede con
frecuencia que, gracias a la generosidad de Dios, no solo ya no se lo ha de temer, sino que él
mismo se aterroriza por el poder de los que viven rectamente.

XXI. La joven consagrada a cuya orden un hombre fue liberado del demonio

De lo que voy a contar, fue testigo el muy virtuoso y anciano Padre Eleuterio161, al que ya
mencioné anteriormente. Él tuvo la atención de comunicármelo.

En la ciudad de Spoleto, una niña en edad de casarse e hija de uno de los habitantes notables, se
encendió en el deseo de la vida celestial. Su padre intentó oponerse a este camino de vida. Pero
ella, desoyendo al padre, recibió el hábito religioso. Por consiguiente su padre la desheredó,
concediéndole tan sólo una parte insignificante de una pequeña propiedad.

Pero movidas por su ejemplo, muchas jóvenes de familias nobles empezaron a abrazar la vida
religiosa junto a ella y a servir al Señor omnipotente consagrándole su virginidad.

2. Un día el abad Eleuterio, hombre de vida venerable, fue a verla para animarla y sostenerla en su
santo propósito. Se había sentado para hablar con ella acerca de la palabra de Dios, cuando de
pronto llegó con un regalo un aldeano del predio aquel del que la religiosa había recibido de su
padre una mínima parcela. Mientras se presentaba ante ellos, atacado por un espíritu maligno,
cayó por tierra, atormentado por balidos y chillidos estridentes.

3. Entonces la religiosa se levantó y con semblante airado ordenó con fuertes gritos: “¡Sal de él,
miserable! ¡Sal de él, miserable!”. A su voz, el diablo contestó de inmediato por boca del hombre
atormentado: “Y si salgo de él, ¿en quién voy a entrar?”. Casualmente estaba paciendo en las
cercanías un lechoncito. Entonces la religiosa le ordenó: “¡Sal de él y entra en ese cerdo!” Al
momento salió del hombre, entró en el cerdo conforme a la orden recibida, lo mató y se alejó.

4. PEDRO: Desearía saber si ella debió conceder, aunque no fuera más que un lechoncito, a un
espíritu impuro.

160
Futuro Papa Bonifacio IV (608-615).
161
Eleuterio, mencionado en XIV,1, vuelve a ser defensor de una joven que quiere consagrarse a Cristo como
monja.
GREGORIO: Los hechos y las gestas de la Verdad son normas propuestas para nuestro modo de
actuar. La legión que había tomado posesión de un hombre, había dicho al mismo Redentor: “Si
nos echas, manda que vayamos a la piara de cerdos”. Y expulsó del hombre la legión,
concediéndole entrar en los cerdos y precipitarlos al abismo. De este hecho se puede deducir que
sin la autorización de Dios omnipotente, el espíritu maligno no tiene ningún poder sobre el
hombre, puesto que sin permiso, ni en los cerdos hubiera podido entrar. Es necesario por
consiguiente, que nos sometamos espontáneamente a Él, a quien se sujetan todos los adversarios a
pesar suyo. Así seremos tanto más poderosos contra nuestros enemigos, cuanto más nos hagamos,
por la humildad, una misma cosa con el Creador del universo.

5. Pero, ¿por qué hay que admirarse de que ciertos elegidos ya en esta carne puedan hacer muchos
prodigios, si a menudo sus simples huesos mortales siguen vivos en múltiples milagros?

XXII. El presbítero de la provincia de Valeria que sujetó a un ladrón junto a su sepulcro

El siguiente hecho que voy a narrar, sucedió en la provincia de Valeria. Lo supe por un relatode
mi abad Valencio, de feliz memoria.

Vivía allí un sacerdote venerable que, dedicado con sus clérigos a la alabanza de Dios y a las
buenas obras, llevaba la santa vida religiosa. Habiéndole llegado el día de ser llamado por Dios,
murió y fue sepultado delante de la iglesia. Junto a la iglesia había unos apriscos de ovejas, y el
lugar donde fue enterrado estaba en el pasaje que conducía hasta las ovejas.

2. Una noche, mientras los clérigos rezaban los salmos en la iglesia, llegó un ladrón con el fin de
entrar en los apriscos y robar. Se apoderó de un carnero y salió rápidamente pero cuando llegó al
lugar donde estaba enterrado el hombre de Dios, de repente se sintió retenido, incapaz de dar un
paso. Bajó el carnero que llevaba sobre el cuello y quiso soltarlo, pero ¡imposible aflojar la mano!
Entonces se quedó allí de pie, miserable, con su presa, culpable y trabado. Quería deshacerse del
carnero, y no podía. Quería alejarse con el carnero, y tampoco lo lograba. Curiosamente el ladrón
que había temido ser visto por vivientes, se veía detenido por un muerto. Y como sus pies y sus
manos estaban bloqueados, permanecía inmóvil.

3. A la mañana, después de haber terminado las alabanzas de Dios, al salir de la iglesia, los
clérigos encontraron a un hombre desconocido que sujetaba con sus manos un carnero. Dudaron
si el hombre quería llevarse el carnero u ofrecerlo, pero el culpable explicó en seguida que era un
castigo. Todos se admiraron de que el ladrón que había entrado en el aprisco, permaneciera
retenido con su presa en virtud del poder del hombre de Dios. Al momento se pusieron a rezar por
él, y a duras penas lograron con sus oraciones que quien había ido a robarles algo que les
pertenecía, se marchara precisamente con las manos vacías. Así el ladrón que durante largo
tiempo había estado prisionero con su presa, al fin pudo irse, sin nada y liberado.

4. PEDRO: Se ve claramente cuán grande es para con nosotros la afabilidad de Dios omnipotente,
que realiza en favor nuestro milagros tan ocurrentes.

XXIII. El abad del monte de Preneste y su presbítero

GREGORIO: La ciudad de Preneste está dominada por una montaña sobre la que se sitúa un
monasterio de hombres de Dios, dedicado al bienaventurado apóstol Pedro. Por el relato de estos
hombres me enteré, cuando aún me encontraba en el monasterio, del gran milagro que voy a
contar. Los monjes de este monasterio atestiguaban su veracidad.

En ese monasterio había un Padre de vida venerable que formó a un monje, conduciéndolo a un
modo de vida digno de todo respeto. Cuando vio que había madurado en la plenitud del temor de
Dios, lo hizo ordenar presbítero en su monasterio.
2. Después de su ordenación, este presbítero supo por una revelación que su muerte no estaba
muy lejana. Pidió entonces al mencionado Padre del monasterio que le permitiera prepararse su
sepulcro. Éste le contestó: “Sin duda yo moriré antes que tú. No obstante ve y, conforme a tu
deseo, prepara tu sepulcro”. Él fue e hizo sus preparativos.

Pocos días después el anciano Padre, atacado por la fiebre, llegó a su fin y ordenó a su presbítero
que había ido a asistirlo: “¡Ponme en tu sepulcro!” Y cuando aquél le dijo: “Tú sabes que yo
pronto te seguiré, y los dos no podremos caber”, el abad le contestó al instante: “¡Haz como te
dije, porque tu sepulcro nos contendrá a los dos!”.

3. Murió entonces y fue colocado en el sepulcro que el presbítero se había preparado para sí. Muy
pronto también éste fue atacado por una enfermedad que se agravó y rápidamente terminó con su
vida. Los hermanos llevaron su cuerpo al sepulcro que él mismo se había preparado. Abrieron la
tumba, y todos los allí presentes vieron que no había lugar para ponerlo, porque el cuerpo del
Padre del monasterio que antes había sido colocado allí, ocupaba todo el sepulcro.

Los hermanos que habían llevado el cuerpo del presbítero, vieron la dificultad que se les
presentaba. Uno de ellos exclamó: “¡Eh, Padre!, ¿en qué queda tu palabra de que este sepulcro
podría contener a ambos?”.

4. A su voz, súbitamente y ante la vista de todos, el cuerpo del abad que poco antes había sido
inhumado allí y yacía boca arriba, se volvió de costado, dejando el lugar vacío en la tumba para
sepultar el cuerpo del presbítero. Este sepulcro contendría a ambos: en vida lo había prometido, y
en la muerte lo cumplió.

5. Pero puesto que este hecho que acabo de contar sucedió en el monasterio del apóstol san Pedro,
cerca de la ciudad de Preneste, ¿te gustaría escuchar también lo que les pasó en nuestra ciudad a
los porteros de su iglesia, donde su santísimo cuerpo está sepultado?

PEDRO: Con mucho gusto, y te lo pido con insistencia.

XXIV. Teodoro, sacristán de la iglesia de san Pedro apóstol en la ciudad de Roma

GREGORIO: Todavía viven algunos que conocieron a Teodoro, el sacristán de su iglesia. Por una
narración suya se conoce un hecho muy llamativo que le sucedió.

Una noche, se levantó más temprano para alimentar las lámparas junto a la puerta. Después de
haber colocado, como de costumbre, una escalera de madera debajo de una lámpara, mientras
reanimaba la luz, de pronto el bienaventurado apóstol Pedro, vestido de blanco, se presentó abajo
en el pavimento y le dijo: “Compañero, ¿por qué te has levantado tan temprano?”.

2. Dicho esto, desapareció de la vista de Teodoro, a quien invadió un pavor tan grande que se
quedó sin fuerzas, y durante muchos días no pudo levantarse de su cama. Con este hecho, ¿qué
otra cosa quiso mostrar a sus servidores el bienaventurado Apóstol, sino su presencia y su mirada
agradecida, dando a entender que todo lo que hicieran para su veneración, él lo veía
constantemente para tenerlo en cuenta en la retribución del más allá?

3. PEDRO: Para mí, lo sorprendente no es que se haya hecho visible, sino que aquel que lo
vio, estando en buena salud, se haya enfermado.

GREGORIO: ¿Por qué te admiras de esto, Pedro? ¿Has olvidado acaso aquella grande y terrible
visión del profeta Daniel? Se estremeció por ella de manera tal que concluyó así su relación: Yo
me desvanecí y estuve enfermo durante varios días (Dn 8,27)162. En efecto, la carne no puede
recibir lo que es del espíritu, y por eso a veces, cuando el alma humana es llevada a ver por
162
En Morales 4,67 Gregorio cita el mismo texto de Daniel con un comentario análogo. En este caso Gregorio
parece seguir 1 Co 2,14.
encima de sí, sucede forzosamente que este pequeño vaso carnal, incapaz de sostener el peso de
un talento, llegue a enfermarse.

PEDRO: Mi dificultad se ha solucionado gracias a tu claro argumento.

XXV. Aconcio, sacristán de esta misma iglesia

GREGORIO: Había allí no hace mucho tiempo, y conforme al relato de nuestros ancianos, otro
sacristán de esa iglesia. Se llamaba Aconcio, hombre de gran humildad y seriedad. Servía a Dios
omnipotente con tanta fidelidad que el bienaventurado apóstol Pedro demostró, mediante signos,
el gran aprecio que tenía por él.

En efecto, una niñita paralítica que permanecía en la iglesia, reptaba sobre las manos y arrastraba
su cuerpo por el suelo, porque tenía su espalda debilitada. Durante mucho tiempo había pedido al
santo apóstol Pedro ser considerada digna de recuperar la salud. Una noche, el santo se le apareció
en una visión y le dijo: “Vete a ver al sacristán Aconcio y preséntale tu pedido, y él te devolverá la
salud”.

2. Ella se sentía muy segura de esta visión tan grande, pero ignoraba quién era Aconcio. Empezó a
arrastrarse por todas partes en la iglesia, de un lugar a otro, para averiguar quién era Aconcio. De
repente se le presentó aquel a quien estaba buscando, y ella le dijo: “Por favor, Padre, indícame
quién es el sacristán Aconcio”. El le contestó: “Soy yo”. Y ella dijo: “Nuestro pastor y
bienhechor, el santo apóstol Pedro, me ha enviado a ti para que me liberes de mi enfermedad”. El
le respondió: “Si has sido enviada por él, levántate”, y tomándola de la mano, la enderezó al
instante a su estatura normal. Y desde aquel momento, todos sus miembros y nervios se
consolidaron, y ya no quedó ningún vestigio de su parálisis.

3. Pero si intentáramos todo lo que, según ha llegado a nuestro conocimiento, sucedió en su


iglesia, sin duda alguna tendríamos que callar todo lo demás. Es necesario, por consiguiente, que
nuestra narración vuelva a los Padres contemporáneos cuya vida resplandeció a lo largo y a lo
ancho de las provincias de Italia.

XXVI. Menas, el monje solitario

Recientemente, en la provincia de Samnio, un hombre venerable llamado Menas, llevaba vida


solitaria. Muchos de nosotros lo hemos conocido. Murió no hace más de diez años. Al narrar su
obra, no me remito a un solo autor, puesto que tengo casi tantos testigos de su vida, cuantos
conocen la provincia de Samnio.

2. No tenía nada para su uso personal, con excepción de unas pocas colmenas de abejas. Un
Longobardo que había querido apoderarse de sus abejas, fue recriminado al principio por su
palabra y pronto, cayendo a sus pies, fue atormentado por el espíritu maligno. Este hecho hizo
célebre su nombre entre todos los habitantes de la región y hasta entre el pueblo de los bárbaros. Y
desde entonces, ya nadie se atrevía a entrar en su celda, a menos que lo hiciera humildemente.

3. A menudo venían osos desde la selva vecina, tratando de comer sus abejas. Pero él los
sorprendía en este intento y los castigaba con un bastón que habitualmente llevaba en la mano.
Bajo sus golpes, estas bestias tan feroces rugían y se escapaban. Ellas, a quienes las espadas
apenas habrían podido intimidar, tenían miedo de los bastonazos inferidos por su mano.

4. Su empeño consistió en no poseer nada en este mundo, en no ambicionar nada, y en encender


en el deseo de la vida eterna a todos los que iban a verlo por motivo de caridad. Pero cuando
llegaba a conocer las faltas de alguien, nunca se abstenía de hacer una reprensión, aunque
inflamado por el fuego del amor se cuidaba de herir con sus palabras. La gente del vecindario y
también de lugares lejanos habían tomado la costumbre de enviarle, en ciertos días de la semana y
cada uno en particular, ofrendas, a fin de que él tuviera algo para ofrecer a los que lo visitaban.

5. En una ocasión, un propietario llamado Carterio, vencido por un deseo impuro, raptó a una
mujer consagrada y se unió con ella en matrimonio ilícito. Apenas lo supo el hombre del Señor, le
hizo llegar por unos mensajeros los reproches que merecía escuchar. Y él, consciente de su mala
acción, se atemorizó y en modo alguno se atrevió a presentarse ante el hombre de Dios, por temor
a que éste lo reprendiera con aspereza, como lo hacía siempre con los pecadores. Entonces
Carterio preparó sus ofrendas y las envió mezcladas con las de otros, para que aquél las recibiera
sin saber de quién eran.

6. Pero cuando las ofrendas de todos fueron depositadas delante del hombre de Dios, éste se sentó
en silencio y se puso a examinarlas una por una. Reservándose todas las demás, puso aparte las
ofrendas que le había enviado Carterio y que él reconoció por intuición espiritual.
Despreciándolas y rechazándolas, dijo: “Vayan y díganle: Arrebataste a Dios omnipotente su
ofrenda, ¿y a mí me envías tus ofrendas? Yo no acepto tu ofrenda, porque le quitaste a Dios la
suya”. Resultó de allí que también los mismos asistentes fueron invadidos por un gran temor,
puesto que el hombre del Señor era capaz de juzgar con tanta sagacidad a los ausentes.

7. PEDRO: Pienso que muchos de estos santos habrían podido afrontar el martirio, si hubieran
vivido durante el tiempo de la persecución.

GREGORIO: Pedro, hay dos clases de martirio: uno en secreto, el otro también en público.
Porque aunque falte la persecución exterior, el mérito del martirio existe en lo secreto, cuando el
valor que no teme el sufrimiento inflama el alma.

8. En efecto, puede existir un martirio sin sufrimiento externo. El Señor lo afirma en el Evangelio
al decir a los hijos de Zebedeo que, todavía en la debilidad de su espíritu, anhelaban ocupar los
sitios más encumbrados: ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé? Y como ellos le respondieran:
Podemos, les dijo a los dos: Está bien, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi
derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo (Mt 20,20ss). ¿Qué otra cosa significa la
palabra cáliz, sino la copa de la pasión? Y puesto que consta que Santiago murió en el martirio
(cf. Hch 12,2), y Juan en cambio se durmió en la paz de la Iglesia, se puede deducir sin vacilar
que existe un martirio sin pasión visible, ya que también a Juan, que no murió a causa de una
persecución, se le dijo que iba a beber el cáliz del Señor.

9. De estos grandes hombres de los que hice mención más arriba, ¿por qué no podemos decir que
si hubieran vivido en tiempos de persecución, habrían podido ser mártires, –y que en realidad, al
soportar las asechanzas del enemigo invisible, al amar a sus enemigos en este mundo, al resistir a
todos sus deseos carnales, y al inmolarse en su corazón a Dios omnipotente, fueron mártires
también en tiempos de paz–, cuando hasta en nuestros tiempos ocurre que personas que llevaban
en el mundo una vida ordinaria, y de las que nadie podría sospechar que anhelaban la gloria del
cielo, han alcanzado, al presentarse la ocasión, la corona del martirio?

XXVII. Cuarenta campesinos asesinados por los Longobardos, por haber rechazado comer
carne inmolada a los ídolos

Así, hace quince años más o menos, según lo afirman los que pudieron ser testigos, cuarenta
campesinos, prisioneros de los Longobardos, fueron obligados a comer carne inmolada a los
ídolos163 . Como se resistieron decididamente y no quisieron tocar un alimento sacrílego, los
Longobardos que los habían capturado, comenzaron a amenazarlos con la muerte si no querían
comer la carne inmolada. Pero ellos, que preferían la vida eterna a la presente y transitoria,
persistieron en su fidelidad, y en su constancia fueron exterminados todos al mismo tiempo. Por

163
Este episodio está datado en el 579 y recuerda la escena de los Macabeos (2 M 6,18). Llama la atención que en
este episodio y los que siguen los Longobardos no actúan como arrianos sino como paganos idólatras.
consiguiente, ¿qué otra cosa fueron éstos sino mártires de la Verdad? Para no ofender a su
Creador comiendo la carne prohibida, eligieron morir a filo de espada.

XXVIII. La multitud de prisioneros, muertos por no querer adorar una cabeza de cabra

En ese mismo tiempo, los Longobardos hicieron alrededor de otros cuatrocientos prisioneros.
Conforme a su costumbre ritual, inmolaron al diablo una cabeza de cabra y se la dedicaron
bailando en rondas y cantando blasfemias. Después de haberla adorado primero ellos con
profundas inclinaciones, obligaron también a sus prisioneros a adorarla de la misma manera. Pero
la mayor parte de la gran multitud de prisioneros prefirió morir y alcanzar la vida inmortal, que
adorar para conservar la vida mortal. No quisieron obedecer las órdenes sacrílegas y con desdén
se resistieron a inclinar la cabeza ante una criatura que siempre se había inclinado ante el Creador.
Y así resultó que los enemigos que los habían tomado presos, enardecidos por una violenta ira, los
mataron a todos a filo de espada, porque no habían podido hacerlos partícipes de su error.

2. ¿Por qué, entonces, hay que sorprenderse de que al sobrevenir un tiempo de persecución,
hubieran podido ser mártires aquellos que aún en la misma paz de la Iglesia se mortificaban
constantemente y seguían el camino estrecho del martirio, cuando al presentarse de golpe una
época de persecución, merecieron recibir la palma del martirio incluso los que en la paz de la
Iglesia parecían seguir los caminos anchos de este mundo?

3. Sin embargo, en cuanto a lo que dijimos acerca de estos hombres elegidos, no hagamos de ello
una regla general. Porque así como cuando sobreviene un tiempo de persecución declarada,
muchos de los que en la paz de la Iglesia parecen insignificantes, pueden soportar el martirio, así
también a veces aquellos a quienes en la paz de la Iglesia se los creía fuertes y firmes, desfallecen
a causa de su debilidad y miedo.

4. Pero de aquellos de quienes hablábamos, afirmamos confiadamente que habrían podido llegar a
ser mártires, porque lo deducimos de su fin. En efecto, no podían fallar en una persecución
declarada esos hombres que, con toda evidencia, persistieron hasta el fin de su vida en una secreta
fortaleza de alma.

5. PEDRO: Es así como lo afirmas. Pero yo admiro el proceder de la divina misericordia respecto
a nosotros, indignos, porque ella dispone la brutalidad de los Longobardos de manera tal, que no
permite en modo alguno a sus sacerdotes sacrílegos, que se consideran los vencedores de los
fieles, perseguir su fe verdadera.

XXIX. El obispo arriano que se quedó ciego

GREGORIO: Ellos, Pedro, han intentado hacer esto mismo muchas veces, pero los milagros de lo
alto hicieron fracasar su brutalidad. De estos milagros voy a contar uno del que me he enterado
hace tres días por Bonifacio, un monje de mi monasterio164, que vivía con los Longobardos hasta
hace cuatro años.

2. Un obispo de los Longobardos, un arriano, llegó a Spoleto sin encontrar allí ningún lugar para
celebrar su liturgia. Empezó por pedir al obispo de la ciudad una iglesia, con el fin de utilizarla
para sus servicios religiosos erróneos. El obispo rechazó su pedido decididamente. Entonces el
arriano intruso declaró que al día siguiente entraría a la fuerza en la iglesia del bienaventurado
apóstol Pablo, situada en las cercanías de allí. Al enterarse de esto, el portero de dicha iglesia
acudió en seguida, cerró la iglesia y aseguró los cerrojos. Al llegar la tarde, apagó todas las
lámparas y se escondió en el interior.

164
Gregorio sigue en contacto con los monjes de su monasterio.
3. Al amanecer del día siguiente llegó el obispo arriano, acompañado por una gran multitud,
dispuesto a forzar las puertas cerradas de la iglesia. Pero, de pronto y al mismo tiempo, todas las
puertas del templo, sacudidas por la fuerza divina, arrojaron a lo lejos sus cerraduras y se abrieron,
y con gran estruendo quedaron accesibles todas las entradas de la iglesia. Una luz se irradiaba
desde lo alto, y todas las lámparas que habían sido apagadas, se encendieron. El obispo arriano
que había ido para hacer violencia, fue herido con una repentina ceguera, y manos ajenas lo
condujeron a su alojamiento.

4. Cuando todos los Longobardos de la región se enteraron de lo sucedido, ya no se aventuraron


en adelante a profanar los lugares de los católicos.

Lo llamativo del suceso es que a causa de este arriano, las lámparas habían sido apagadas en la
iglesia del bienaventurado Pablo, y que a un mismo tiempo el arriano perdió la luz y la luz volvió
a la iglesia.

XXX. La iglesia de los arrianos que en la ciudad de Roma fue dedicada por una
consagración católica

Tampoco callaré lo que, también en esta ciudad, manifestó la bondad de lo alto hace dos años,
para condenar la herejía arriana. De los hechos que voy a narrar, uno es conocido por el pueblo, y
los otros, son atestiguados por el sacerdote y los porteros de la iglesia, que los han visto y oído.

2. La iglesia de los arrianos, situada en el barrio llamado de Subura, de nuestra ciudad, había
permanecido cerrada hasta hace dos años165 . Nos pareció bueno proceder a su dedicación en la fe
católica, trasladando allí las reliquias del bienaventurado Sebastián y de santa Águeda, mártires. Y
así se hizo. Con la asistencia de una gran multitud del pueblo y cantando las alabanzas del Señor
omnipotente, entramos en la iglesia.

3. Mientras que se celebraba la misa solemne, la multitud del pueblo se apretujaba a causa de la
estrechez del recinto. Algunos de los que estaban fuera del santuario, de pronto sintieron entre sus
pies, un cerdo que corría de aquí para allá. Mientras que cada uno lo sentía y prevenía a los que
estaban a su lado, el cerdo intentó llegar a las puertas de la iglesia provocando estupefacción en
todos aquellos entre los que se deslizaba. Aunque se lo advertía, nadie pudo ver nada. Así la
bondad divina dio a entender a todos de una manera inequívoca, que el impuro inquilino salía de
ese lugar.

4. Una vez terminada la celebración de la misa, nos retiramos. Pero además, en esa misma noche,
se produjo un gran estrépito en los techos de la iglesia, como si alguien, desorientado, corriera por
ellos de un lado a otro. En la noche siguiente el ruido aumentó, haciéndose ya difícil de soportar.
De repente, se hizo tan terrorífico como si toda la iglesia fuera arrancada de sus cimientos. De
golpe el ruido desapareció, y en adelante ya no se manifestó ninguna agitación ulterior del antiguo
enemigo. Por el ruido terrorífico que había causado, dio a entender que tuvo que salir a la fuerza
del lugar que durante tanto tiempo había ocupado.

5. Pocos días después, mientras que el cielo estaba perfectamente sereno, descendió una nube de
lo alto sobre el altar de la iglesia, lo cubrió con su velo y llenó todo el edificio de terror y a la vez
de un suave perfume. Aunque las puertas estaban abiertas, nadie se atrevía a entrar, y el sacerdote
y los porteros, o los que venían para la celebración de la misa, veían todo sin poder entrar, y
aspiraban la suavidad del perfume maravilloso.

6. Mas al día siguiente, las lámparas de la iglesia, que estaban apagadas, se encendieron con una
luz enviada desde el cielo. Pocos días más tarde, cuando el sacristán, una vez terminada la
celebración de la misa y luego de apagar las lámparas, se retiró de la iglesia, al regresar de nuevo
poco después, vio que las lámparas que había apagado, estaban encendidas. Pensó que las había

165
Este episodio data del 591-592.
apagado negligentemente y volvió a hacerlo con mayor atención. Después salió y cerró la puerta.
Pero al cabo de tres horas regresó y de nuevo las encontró encendidas. Este fenómeno luminoso
puso de manifiesto que aquel lugar había pasado de las tinieblas a la luz.

7. PEDRO: Aunque nos hallamos sumergidos en grandes tribulaciones, los milagros


sorprendentes que estoy oyendo, dan testimonio de que en modo alguno somos olvidados por
nuestro Creador.

8. GREGORIO: En realidad, mi intención era contar solamente los hechos sucedidos en Italia.
Pero para mostrar la condena de esa herejía arriana, ¿quieres que nos traslademos de palabra a
España, y desde allí a través de África regresemos a Italia?

PEDRO: Ve a dónde quieras. En cuanto a mí, feliz de que me guíes de ida y devuelta.

XXXI. Hermenegildo, rey e hijo del rey de los Visigodos Leovigildo, muerto por su propio
padre a causa de la fe católica

GREGORIO: Por el relato de muchos visitantes venidos de España166 , hemos sabido que
recientemente el rey Hermenegildo, hijo de Leovigildo, rey de los Visigodos, se ha convertido de
la herejía arriana a la fe católica, instruido por el muy reverendo Leandro, obispo de Sevilla,
vinculado conmigo desde hace cierto tiempo en íntima amistad.

2. Su padre arriano intentó hacerlo volver a la herejía, persuadiéndolo con recompensas y


atemorizándolo con amenazas. El respondió con gran entereza que nunca abandonaría la
verdadera fe, ahora que la conocía. Su padre, irritado, lo despojó de la dignidad real y le quitó
todos sus bienes. Y como ni siquiera así podía doblegar la firmeza de su alma, lo encerró en una
estrecha prisión y sujetó con hierros su cuello y sus manos.

El joven rey Hermenegildo, que despreciaba el reino terreno y buscaba el celestial con un firme
deseo y que, aherrojado yacía sobre un cilicio, empezó a rezar efusivamente a Dios omnipotente
para que lo confortara, y a desdeñar la gloria del mundo transitorio, tanto más cuanto que,
encadenado, llegó a conocer la nada de aquello que le pudo ser quitado.

3. Cuando llegó el día de la fiesta de Pascua, en el silencio de la medianoche su padre infiel le


envió un obispo arriano, para que de sus manos recibiera la comunión consagrada sacrílegamente.
De esta manera merecería recuperar el favor de su padre. Pero el hombre, totalmente entregado a
Dios, recriminó como correspondía al obispo arriano que había llegado hasta él, rechazando su
falta de fe con justos reproches, porque a pesar de que yacía allí encadenado, en su interior y en la
grandeza de su alma enaltecida, se irguió con seguridad y sin temor.

4. Cuando el obispo regresó, el padre arriano bramó furioso y mandó de inmediato a sus
ordenanzas que mataran al inquebrantable confesor de Dios allí mismo donde yacía. Y así lo
hicieron. En efecto, apenas entraron, clavaron un hacha en su cerebro, quitándole la vida.
Lograron destruir en él lo que este mismo hombre destruido, fiel a su propósito, había
despreciado.

5. Pero para manifestar su verdadera gloria, no faltaron los milagros desde lo alto. En el silencio
de la noche se comenzó a escuchar el canto de una salmodia, dirigida a este rey y mártir, y rey en
verdad por ser mártir. Algunos cuentan que también allí, durante la noche, aparecían lámparas

166
Fruto de su estadía en Constantinopla, Gregorio estableció amistad con Leandro de Sevilla y siguió de cerca los
acontecimientos en España. Leandro fue el hermanos mayor de Isidoro de Sevilla. Leandro abrazó la vida
monástica y difundió la fe católica entre los visigodos. Llegó a convertir a Hermenegildo, hijo de Leovigildo, quien
se levantó en armas contra su hijo y lo ajustició por su fe católica en el 582. Leovigildo ordenó el exilio de Leandro
en Constantinopla, donde se encontró con Gregorio (quien le dedicó su obras Las Morales sobre Job). Leovigildo se
arrepintió de lo hecho, llamó a España a los obispos exiliados y encomendó a Leandro la educación de su hijo
Recaredo para hacerlo su sucesor y defensor de la fe católica.
encendidas. Resultó pues que, dada su condición de mártir, su cuerpo fue venerado con razón por
todo el pueblo fiel.

6. Su padre herético y parricida, sacudido por el arrepentimiento, se dolió de su acción, pero no


hasta obtener la salvación. Porque reconoció que la fe católica era la verdadera, pero asustado por
temor a la reacción de su pueblo, no mereció acceder a ella. Atacado por una enfermedad que lo
llevó a sus últimos momentos, tuvo el cuidado de recomendar al obispo Leandro, a quien antes
había perseguido con tenacidad, a su hijo, el rey Recaredo, al que dejaba en su herejía, para que
con sus enseñanzas hiciera con él lo que había hecho con su hermano.

7. Después de su muerte, el rey Recaredo no siguió a su padre herético, sino a su hermano mártir.
Se convirtió de la perversidad de la herejía arriana y condujo a todo el pueblo de los Visigodos a
la verdadera fe: no permitió que en su reino militara nadie que se atreviera a ser enemigo del
Reino de Dios por seguir la impiedad herética.

8. No es de admirar que se haya convertido en heraldo de la verdadera fe, ese hermano de un


mártir. Los méritos de este último ayudan a Recaredo a conducir al seno de Dios omnipotente a
multitud de hombres. Respecto a este cambio total debemos tener en cuenta que nada de esto
habría podido realizarse, si el rey Hermenegildo no hubiera muerto por la verdad. Pues tal como
está escrito: Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho
fruto (Jn 12,24), vemos cumplirse en los miembros lo que se ha cumplido, como sabemos, en la
cabeza. En efecto, en la nación de los Visigodos, uno solo murió para que muchos tuvieran vida, y
cuando un solo grano cayó por su fidelidad para mantener la fe, se cosechó una gran mies de
almas.

PEDRO: ¡Cosa admirable y estupenda de nuestro tiempo!

XXXII. Los obispos africanos a quienes los Vándalos arrianos cortaron de raíz la lengua
porque defendían la fe católica, y que pudieron seguir hablando como de costumbre sin
ningún impedimento

GREGORIO: Durante el tiempo del emperador Justiniano167 , los Vándalos desencadenaron con
extrema violencia una persecución arriana contra la vida de los católicos en África. Algunos
obispos que persistieron con fortaleza en la defensa de la verdad, fueron llevados a comparecer. El
rey de los Vándalos, al no poder doblegarlos ni con palabras ni con regalos para que aceptaran su
herejía, creyó que podría quebrantarlos con torturas. Les había ordenado callar en lugar de
defender la verdad. Pero como ellos no guardaron silencio contra la herejía, –no fuera que
callando dieran la impresión de que consentían–, arrebatado por la ira, les hizo cortar la lengua de
raíz. ¡Cosa admirable, conocida por muchos ancianos! Porque después, aún sin lengua, hablaban
en defensa de la verdad, como solían hacerlo antes cuando tenían lengua.

2. PEDRO: ¡Sumamente admirable y sensacional!

GREGORIO: Está escrito, Pedro, sobre el Unigénito del Padre supremo: Al principio existía el
Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios (Jn 1,1). Acerca de su poder se añade:
Todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo (Jn 1,3). ¿Por qué admirarnos, entonces, de
que haya podido hacer emitir palabras sin lengua, el Verbo que hizo la lengua?

PEDRO: ¡De acuerdo!

3. GREGORIO: Durante este mismo tiempo, aquellos obispos se refugiaron en la ciudad de


Constantinopla. Y en la época en que fui enviado al emperador en calidad de encargado de
negocios de la Iglesia, encontré allí un obispo anciano que aseguraba haberlos visto hablar sin
lengua. Exclamaban con la boca abierta: “Mírennos y vean: no tenemos la lengua y estamos

167
Gregorio data en tiempos de Justiniano (527-565) algo que sucedió en la persecución de Hunerico (477-484).
hablando”. Según se cuenta, esto era visible a todos los que los miraban. Como sus lenguas habían
sido cortadas de raíz, mostraban en su garganta algo así como una cavidad profunda. Y sin
embargo, en su boca vacía las palabras se formaban perfectamente.

4. Allí, uno de ellos cayó en una falta de lujuria. En seguida fue privado de este don milagroso, sin
duda por un justo juicio de Dios omnipotente, para que quien había descuidado observar la
continencia de la carne, ya no tuviera palabras milagrosas sin su lengua de carne.

5. Pero sea suficiente lo que acabo de decir para condenar la herejía arriana. Volvamos ahora a los
milagros que recientemente se han obrado en Italia.

XXXIII. Eleuterio, servidor de Dios

Aquel Eleuterio a quien recordé más arriba, fue el Padre del monasterio del bienaventurado
evangelista Marcos, dentro de los muros de Spoleto. Durante mucho tiempo vivió conmigo en
esta ciudad de Roma, en mi monasterio, y allí murió. Sus discípulos decían que él, mediante la
oración, había resucitado a un muerto. Era un hombre de tanta simplicidad y compunción que sin
lugar a duda sus lágrimas, que brotaban de un corazón tan humilde y simple, pudieron conseguir
muchos favores de Dios omnipotente. Voy a narrar un milagro suyo que él mismo, a una pregunta
mía, me confesó con toda sencillez.

2. Un día, mientras recorría un camino y ya se hacía tarde, como no encontraba un lugar para
descansar, llegó a un monasterio de vírgenes, donde se hallaba un niño pequeño a quien el espíritu
maligno solía atormentar todas las noches. Las religiosas, al recibir al hombre de Dios, le hicieron
esta petición: “Padre, este niño ¿podría quedarse contigo esta noche?”. Él aceptó bondadosamente
y le permitió acostarse a su lado durante la noche.

3. A la mañana siguiente, las religiosas preguntaron con inquietud al Padre si durante la noche
había pasado algo con el niño que le habían confiado. Él, sorprendido por la pregunta, les
contestó: “Nada”. Entonces ellas le explicaron lo que sucedía: ni una sola noche el espíritu
maligno lo dejaba tranquilo. Le pidieron insistentemente que se llevara al niño a su monasterio,
porque ellas no podían soportar más verlo sufrir semejantes torturas. El anciano consintió y se lo
llevó al monasterio.

4. El niño estuvo durante mucho tiempo en el monasterio, y como el antiguo enemigo ya no se


atrevió a acercársele, el anciano se sintió inmoderadamente halagado por la alegría de ver al niño
restablecido. Entonces dijo a los hermanos reunidos: “Hermanos, el diablo se burlaba de aquellas
hermanas. Pero ahora que recurrieron a los siervos de Dios, ya no se atreve a acercarse a este
niño”. En el mismo instante en que terminó estas palabras, el diablo se posesionó del niño y lo
atormentó ante todos los hermanos.

5. Al ver esto, el anciano se lamentó y lloró largo tiempo. Cuando los hermanos trataron de
consolarlo él les respondió: “Créanme, ni un pedazo de pan entrará en la boca de ustedes, mientras
que este niño no sea arrancado del poder del demonio”. En seguida se postró en oración con todos
los hermanos y continuaron rezando hasta que el niño fue curado de su mal. Y a tal punto quedó
curado que en adelante el maligno espíritu no se atrevió a atacarlo más.

6. PEDRO: Creo que en vista de la pequeña arrogancia de Eleuterio, Dios omnipotente quiso que
sus discípulos intervinieran, ayudándolo en este hecho.

GREGORIO: Sin duda. Él no habría podido soportar solo el peso del milagro. Al compartirlo con
los hermanos, pudo sobrellevarlo.

7. Yo mismo he experimentado el poder que tenía la oración de este hombre. En un tiempo,


cuando estaba en el monasterio, sufría desfallecimientos en algunos de mis órganos vitales, y
opresiones angustiosas me llevaban por instantes al borde de la muerte –es el malestar que los
médicos llaman síncope, de la palabra griega sýnkopin. Si los hermanos no me hubieran
alimentado seguidamente para reconfortarme, el soplo vital se me habría cortado al acercarse el
día de Pascua. El Sábado Santo, en el que todos, incluso los niños, ayunan, me sentí desfallecer
más por tristeza que por debilidad.

8. Pero mi espíritu entristecido encontró rápidamente una estratagema: conducir secretamente a


este hombre de Dios al oratorio y pedirle que me obtuviera, con sus súplicas al Señor
omnipotente, la fuerza para ayunar ese día. Así se hizo.
En cuanto entramos en el oratorio ,accediendo a mi humilde pedido se entregó a la oración con
lágrimas, y poco después, concluida la oración, salió. Pero al pronunciar la bendición, mi
estómago recibió tal fuerza que me olvidé totalmente del alimento y de la enfermedad.

9. Me quedé admirado; ¿qué era yo antes?, ¿qué soy ahora? Porque cuando mi enfermedad me
venía a la mente, no encontraba en mí ninguno de los males que recordaba. Y cuando ocupaba mi
mente en los asuntos del monasterio, me olvidaba completamente de mi enfermedad. Pero cuando
ésta, como dije, me venía a la mente, al sentirme tan fuerte me preguntaba asombrado si no habría
comido. Al llegar la tarde, me encontré con tal vigor, que si hubiera querido, habría podido
prolongar el ayuno hasta el día siguiente. Esto sucedió para que por mí mismo comprobara que
también debían ser verdaderos los milagros de Eleuterio que yo no había presenciado.

10. PEDRO: Dijiste que este hombre tenía el gran don de la compunción. Deseo saber más acerca
del poder de las lágrimas. Te ruego por consiguiente, que me expliques cuántos son los géneros de
compunción.

XXXIV. Cuántos son los géneros de la compunción

GREGORIO: La compunción se divide en diferentes especies168 , según los penitentes lloren cada
una de las culpas. Así dice Jeremías también en nombre de los penitentes: Ríos de lágrimas
brotan de mis ojos (Lm 3, 48).

2. Son dos los principales géneros de compunción, porque el alma que tiene sed de Dios,
primero se siente compungida por el temor y luego por el amor. En efecto, primero se aflige y
llora, pues al recordar sus pecados pasados teme ser condenada a los tormentos eternos. Pero a
medida que el temor es superado tras prolongado llanto, de la certeza del perdón nace cierta
seguridad y entonces el alma se inflama en el amor de las alegrías celestiales. Y la que primero
lloraba por temor a ser condenada al suplicio eterno, llora luego amargamente porque se
difiere su entrada en el reino. Allí el alma contempla qué son los coros angélicos, la asamblea
de los espíritus bienaventurados, la majestad de la visión interior de Dios. Y entonces llora por
carecer de los bienes perennes más de lo que antes lo hacía por temor de los males eternos.
Resulta así que la perfecta compunción de temor conduce al alma a la compunción de amor.

3. Esto está bien simbolizado en la historia sagrada y verídica, en el relato figurado que dice que
Acsá, hija de Caleb, sentada en su asno, suspiró. Y Caleb le preguntó: “¿Qué quieres?”. “Quiero
que me hagas un regalo”, le respondió. “Ya que me has dado una tierra meridional y sedienta,
concédeme al menos un manantial”. Y él le dio el manantial de Arriba y el manantial de Abajo
(Jos 15,18 s.).

4. Así, Acsá está sentada en su asno cuando el alma domina los movimientos irracionales de su
carne. Suspirando pide a su padre un terreno regado, porque hay que implorar de nuestro Creador
con gran gemido la gracia de las lágrimas. En verdad, hay algunos que ya han recibido el don de
hablar libremente en favor de la justicia, de defender a los oprimidos, de dar sus bienes a los
necesitados, de sentir el ardor de la fe, pero todavía no tienen la gracia de las lágrimas. Es cierto
que tienen una tierra meridional y sedienta, pero todavía les hace falta la tierra regada, porque
entregados a las buenas obras, en las que son generosos y fervientes, les hace falta en sumo grado

168
Un tratamiento similar hace Gregorio en Mor 24,10-11 y Hom. in Ez. II,10,20-21.
que, ya sea por temor del suplicio o por amor del reino celestial, deploren también los males que
antes cometieron.

5. Pero en vista de que, como dije, hay dos géneros de compunción, su padre le dio el manantial
de arriba y el manantial de abajo. El alma recibe el manantial de arriba, cuando se aflige con
lágrimas por el deseo del reino del cielo. En cambio, recibe el manantial de abajo cuando teme,
llorando, los tormentos del infierno. Y primero se da el manantial de abajo y después el de arriba,
pero porque la compunción de amor es superior en dignidad, convenía mencionar primero el
manantial de arriba, y luego el manantial de abajo.

6. PEDRO: Está muy bien lo que dices. Pero ahora, después de haber recordado los méritos de
Eleuterio, este hombre de vida tan venerable, me gustaría saber si podemos pensar que en el
mundo actual hay otros hombres semejantes.

XXXV. Amancio, presbítero del distrito de Tuscia

GREGORIO: No quedan ocultas a tu caridad, la veracidad y santidad con las que se destaca
Florido, el obispo de Tiferno de Tiberia. Él me ha contado que cerca suyo vive un presbítero de
nombre Amancio, de una simplicidad extraordinaria. Se distingue, según parece, por un poder tal
que, al modo de los apóstoles, impone la mano sobre los enfermos y les restituye la salud. Y no
obstante la gravedad de cualquier enfermedad, ésta desaparece a su contacto.

2. Florido agregó que también tiene este don milagroso: dondequiera que encuentre una
serpiente169, por monstruosa y terrible que sea, no bien hace sobre ella la señal de la cruz, la mata,
de modo que en virtud de la cruz que el hombre de Dios traza con su dedo, la serpiente muere con
sus entrañas destrozadas. Y si alguna vez la serpiente huye a su agujero, él bendice la entrada con
la señal de la cruz, y al momento se puede sacar del agujero al reptil ya muerto.

3. Yo también procuré ver a un hombre de un poder tan grande. Lo hice venir y dispuse que
habitara durante algunos días en el hospital. Si tenía el don de curación, allí pronto podría
probarlo.

Entre otros enfermos yacía allí un hombre mentalmente alienado, de los que la medicina llama,
con una palabra griega, “frenético”. Una noche, este loco empezó a gritar a voz en cuello y a
perturbar a todos los enfermos con sus gritos, de modo que nadie allí logró conciliar el sueño. ¡Era
una gran miseria! El malestar de uno solo aumentó el desasosiego de todos.

4. Según me he enterado exactamente, primero por el muy reverendo obispo Florido, que en aquel
momento se hallaba allí junto con el presbítero Amancio, y luego por el muchacho que durante
aquella noche atendía a los enfermos, el venerable presbítero se levantó de su lecho y se acercó
silenciosamente a la cama del frenético y rezó imponiéndole las manos. En seguida el enfermo se
sintió mejor. Amancio lo llevó consigo al oratorio, en la parte superior de la casa. Allí, con mayor
libertad, se entregó a la oración por él, y luego lo condujo sano a su lecho. En adelante, ya no gritó
ni molestó a ningún enfermo con sus alaridos. Ya no agravó el malestar ajeno, pues había
recuperado íntegramente sus facultades mentales.

5. Este único hecho nos demostró que podíamos creer todo lo que habíamos oído decir de él.

6. PEDRO: Es un gran consuelo para nuestra vida ver a hombres que obran milagros, y
contemplar en la tierra la Jerusalén celestial a través de sus ciudadanos.

XXXVI. Maximiano, obispo de la ciudad de Siracusa

169
Este poder sobre las serpientes hace recordar a los signos que Cristo promete que realizarán sus seguidores.
GREGORIO: Pienso que no debo pasar por alto el milagro que Dios omnipotente se dignó
manifestar en favor de su servidor Maximiano, ahora obispo de Siracusa, pero en aquel entonces
Padre de mi monasterio170 .

Cuando por orden de mi obispo estuve en el palacio de la ciudad de Constantinopla, encargado de


los asuntos de la Iglesia, fue allí, impulsado por la caridad, el venerable Maximiano con un grupo
de hermanos para acompañarme.

2. Cuando volvió a Roma a mi monasterio, fue sorprendido en el mar Adriático por una
formidable tempestad. A causa de un fenómeno extraordinario y un milagro inaudito, llegó a
conocer la ira y la gracia de Dios omnipotente para con él y todos los que estaban con él. Con
amenaza de muerte, las olas se embravecieron por la extrema violencia de los vientos, el timón del
navío dejó de responder, el mástil se quebró, las velas fueron arrojadas al mar, y el casco entero,
sacudido fuertemente por el ímpetu del oleaje, quedó desencajado del conjunto de la embarcación.

3. El mar entró por las resquebrajaduras y llenó el navío hasta el puente superior. Así lo que se
veía no era tanto una nave entre olas, como olas en una nave.

Entonces, los pasajeros de la nave, perturbados no ya por la cercanía de la muerte, sino por su
misma presencia patentemente visible, se dieron mutuamente la paz y recibieron el cuerpo y la
sangre del Redentor, encomendándose cada uno a Dios para que Él recibiera benignamente sus
almas, ya que había entregado sus cuerpos a una muerte tan espantosa.

4. Pero Dios omnipotente, que había aterrorizado maravillosamente sus espíritus, conservó sus
vidas aún más maravillosamente. Porque durante ocho días la nave, llena de agua hasta el puente
superior, siguió su rumbo y se mantuvo a flote. Al noveno día llegó al puerto del fuerte de
Crotona. Todos los que navegaban con el venerable Maximiano, salieron de la nave sanos y
salvos.

5. Y cuando después de ellos también él hubo salido, de inmediato la nave se hundió hasta lo
profundo del puerto, como si a consecuencia del desembarco de ellos, la desaparición de su peso
le hubiera impedido mantenerse a flote. Esta embarcación llena de hombres, había soportado las
aguas en el mar y había flotado, pero después de la salida de Maximiano con sus hermanos, una
vez en el puerto, ya no tuvo fuerza para llevar las aguas sin los hombres. Dios omnipotente
mostraba así que había sostenido con su mano la nave y su cargamento, y que ella, una vez
desocupada y abandonada por los hombres, no pudo mantenerse sobre las aguas.

XXXVII. Santulo, presbítero del distrito de Nursia

También, hará apenas cuarenta días, has visto conmigo al presbítero Santulo, de vida venerable, a
quien he nombrado más arriba y que tenía la costumbre de venir a verme todos los años desde el
distrito de Nursia. Pero de este distrito llegó hace tres días un monje con una noticia que me ha
apenado muchísimo: Santulo ha muerto. Aunque no puedo dejar de gemir al recordar la dulzura
del carácter de este hombre, por lo menos puedo contar sin escrúpulo sus milagros, de los que me
he enterado por medio de los presbíteros que han sido sus vecinos y que se destacan por su
admirable sinceridad y sencillez. Y como entre los espíritus que se aman de verdad, la simpatía de
la caridad da lugar a una gran franqueza, él mismo también, estimulado por mí afectuosamente y a
menudo, se sentía obligado a confesar ciertos detalles de lo que había hecho.

2. Una vez, unos Longobardos exprimían aceitunas en la prensa para obtener aceite. Él, siendo de
rostro y espíritu alegre, llevó un odre vacío hasta la prensa, saludó con aire risueño a los
Longobardos dedicados a su trabajo, les mostró su odre y, ordenando más que pidiendo, les dijo
que se lo llenaran. Estos hombres bárbaros que habían trabajado todo el día sin haber podido sacar
aceite al prensar las aceitunas, reaccionaron muy mal a su demanda y lo cubrieron de injurias. A

170
Nueva mención de “su” monasterio.
lo que el hombre de Dios respondió con el semblante aún más alegre: “Recen así por mí: Llenen
este odre para Santulo, y el aceite les será devuelto”. Como no veían salir aceite de las aceitunas, y
el hombre de Dios insistía en que le llenaran el odre, ellos, muy irritados, lo insultaron con injurias
cada vez más afrentosas.

3. El hombre de Dios, al ver que no salía ni una gota de aceite de la prensa, pidió que le dieran
agua. A la vista de todos, la bendijo y con sus manos la echó en la prensa. A consecuencia de esta
bendición, brotó al instante tal abundancia de aceite que los Longobardos, que hasta aquel
momento se habían esforzado inútilmente, llenaron todos sus recipientes y también el odre que el
hombre de Dios había llevado. Y le dieron las gracias, porque el que había ido a pedir aceite, les
dio, con su bendición, lo que había solicitado.

4. En otra ocasión, el hambre asolaba intensamente todo el país. La iglesia del bienaventurado
mártir Lorenzo había sido incendiada por los Longobardos. El hombre de Dios la quiso restaurar y
empleó a unos cuantos artesanos y a gran cantidad de obreros auxiliares. Hacía falta
suministrarles cada día y sin retraso lo necesario para su sustento, pero a causa de la carestía
faltaba el pan. Los trabajadores pidieron con insistencia su alimento, porque a causa de la carencia
no tendrían fuerzas para su tarea. Al oír esto, el hombre de Dios los consoló exteriormente con
buenas palabras, prometiendo lo que faltaba, pero él mismo se sentía profundamente angustiado
interiormente, no sabiendo de dónde conseguir el alimento que les había prometido.

5. Yendo, ansioso, de un lado para otro, llegó a un horno en el que las mujeres del vecindario
habían cocido sus panes el día anterior. Se agachó para ver si casualmente las mujeres no habían
dejado olvidado algún pan. Y de pronto encontró uno de un tamaño asombroso y de una blancura
extraordinaria. Lo tomó pero no quiso llevárselo a los obreros, no fuera quizá de otra persona y,
bajo pretexto de caridad, incurriera en una falta. Lo llevó entonces a las mujeres y lo mostró a
todas , preguntando si alguna de ellas lo había dejado junto al horno. Pero todas las que el día
anterior habían cocido pan, negaron que les perteneciera, declarando que se habían llevado la
horneada entera.

6. Muy gozoso, entonces, el hombre del Señor se fue a ver a los numerosos artesanos con su único
pan. Los exhortó a que dieran gracias a Dios omnipotente, les anunció que les había traído su
ración y los invitó para la comida, sirviéndoles el pan que había encontrado. Ellos comieron la
cantidad suficiente y hasta saciarse. Después, recogió los restos en cantidad mayor de la que había
tenido el mismo pan (cf. Jn 6,12s). También al día siguiente se lo sirvió para la comida, y lo que
sobró, superó de nuevo la cantidad de los pedazos que les había servido.

7. Resultó así que durante diez días todos aquellos artesanos y obreros se saciaron de ese único
pan. Comieron de él cada día, y cada día quedaba de lo que comían para el día siguiente, como si
los pedazos de este pan, al comerlo, se multiplicaran y las bocas de los comensales renovaran el
alimento.

8. PEDRO: Un prodigio admirable, para quedarnos atónitos como frente a un milagro del mismo
Señor.

GREGORIO: De un solo pan, Pedro, y por su servidor, ha alimentado a muchos el que de cinco
panes y por sí mismo sació a cinco mil hombres (cf. Mt 14,13ss), el que multiplica unos pocos
granos de semilla para innumerables mieses de trigo, el que ha producido también las mismas
semillas de la tierra y ha creado a la vez todas las cosas de la nada (ver Gn 1,1ss).

9. Pero para que no te admires por más tiempo de lo que el venerable Santulo hizo exteriormente
por el poder del Señor, escucha lo que él era interiormente en virtud de este mismo poder.

10. Cierto día, un diácono fue tomado preso y atado por los Longobardos, y los que lo
custodiaban pensaban matarlo. Al atardecer, el hombre de Dios Santulo pidió a estos
Longobardos que lo liberaran y le perdonaran la vida. Le contestaron que esto era absolutamente
imposible. Al ver que habían decidido matarlo, pidió que se lo confiaran a su custodia. En seguida
le respondieron: “Te lo entregamos a tu custodia, pero con esta condición: si él huye, tú morirás
por él”. El hombre del Señor aceptó gustosamente, y bajo su garantía se hizo cargo del diácono.

11. Hacia la medianoche, cuando vio a todos los Longobardos sumidos en un pesado sueño,
despertó al diácono: “¡Levántate y huye rápido! ¡Que Dios omnipotente te libere!”. Pero el
diácono, que no había olvidado lo prometido, le contestó: “No puedo huir, Padre. Porque si yo
huyo, sin duda tú morirás por mí”. El hombre del Señor Santulo lo obligó a huir, diciéndole:
“¡Levántate y vete! ¡Que Dios omnipotente te salve! Porque yo por mi parte, estoy en su mano.
Solamente pueden hacerme lo que Él permita”. Por consiguiente, el diácono huyó, y su garante se
quedó allí como si hubiera sido burlado.

12. A la mañana, los Longobardos que le habían entregado el diácono para que lo custodiara,
fueron a reclamar al que le habían confiado. Pero el venerable presbítero contestó que se había
escapado. Entonces ellos replicaron: “Tú sabes muy bien lo convenido”. El servidor del Señor
dijo con firmeza: “Lo sé”. Ellos respondieron: “Eres un hombre bueno. No queremos que mueras
en medio de muchos tormentos. Elige para ti la muerte que quieras”. El hombre del Señor les
contestó: “Estoy en manos de Dios. Denme la muerte que Él haya permitido para mí”. Entonces
todos los Longobardos presentes se pronunciaron por la decapitación. Así, sin intensos
sufrimientos, terminarían con su vida por medio de una muerte rápida.

13. Al saberse que Santulo, –muy honrado entre ellos en consideración a su santidad–, iba a ser
ejecutado, todos los Longobardos de la región, extremadamente crueles, acudieron gozosos a este
espectáculo de muerte. Sus tropas formaron un círculo. El hombre del Señor fue conducido al
medio, y entre todos los hombres más fuertes fue elegido uno que, sin ninguna duda, cortaría su
cabeza de un solo golpe.

14. El hombre venerable, conducido entre hombres armados, recurrió al instante a sus propias
armas. Por eso pidió que se le diera autorización para rezar un instante. Al concedérsela, se postró
en tierra y oró. Como prolongara su oración por demasiado tiempo, el verdugo elegido lo empujó
con el pie para que se levantara, y le dijo: “¡Arriba! ¡De rodillas! ¡Estira el cuello!”. El hombre del
Señor se levantó, se puso de rodillas y estiró el cuello. Pero, con el cuello estirado, al ver la espada
levantada contra sí, dijo con voz fuerte –según se comenta– esta única frase: “¡San Juan,
recíbela!”.

15. Entonces el verdugo elegido, teniendo ya su espada desenvainada, levantó el brazo a lo alto
con un poderoso impulso para dar el golpe, ¡pero no pudo bajarlo de ninguna forma! Porque de
repente se paralizó, y con la espada dirigida hacia el cielo, el brazo permaneció rígido. Entonces
toda la multitud de los Longobardos que asistía a aquel espectáculo de muerte, cambió
favorablemente, elogiando con admiración y venerando con temor al hombre de Dios, porque se
hizo patente cuál era su santidad, capaz de atar en el aire el brazo de su verdugo.

16. Le pidieron que se levantara, y se levantó. Le pidieron que curara el brazo de su verdugo, y se
negó diciendo: “Ciertamente, no rezaré por él, antes de que me haya jurado que con esta mano ya
no matará a ningún cristiano”. El Longobardo que había perdido su brazo al levantarlo contra
Dios, por así decir, fue obligado a jurar como castigo, que ya no mataría jamás a un cristiano.
Entonces el hombre de Dios le ordenó: “¡Baja tu mano!”. Y al instante la bajó. Y el santo agregó:
“¡Mete tu espada en la vaina!”. Y de inmediato la envainó.

17. Entonces todos, dándose cuenta del poder prodigioso de este hombre, rivalizaron
afanosamente en ofrecerle como regalo los bueyes y caballos que habían robado. Pero el hombre
del Señor rechazó aceptar un regalo de esta índole. Les pidió un presente que constituía una buena
recompensa: “Si quieren concederme algo, entréguenme todos los cautivos que tienen. Así tendré
un motivo para rezar por ustedes”. Y así se hizo. Todos los cautivos fueron despedidos junto con
él, y por disposición de la gracia divina, el que se había ofrecido solo para morir por uno solo,
liberó de la muerte a muchos.
18. PEDRO: ¡Es admirable! Aunque me he enterado de ello por otras personas, confieso
sinceramente que cada vez que lo oigo, me resulta una historia nueva.

GREGORIO: En esto no hay nada admirable tratándose a Santulo. Pero considera, si puedes, cuál
era el espíritu que se había adueñado de este corazón tan sencillo y lo elevó hasta una cumbre tan
alta de virtud. ¿Dónde estuvo su alma cuando resolvió con tanta firmeza morir por su prójimo, y
cuando despreció por la vida temporal de un solo hermano, la suya propia al estirar su cuello bajo
la espada? ¿Qué fuerza de amor dominó aquel corazón que no sintió ningún temor a la muerte,
para salvar tan solo a uno de sus hermanos?

19. Sabemos con certeza que Santulo, este hombre venerable, apenas conocía el alfabeto e
ignoraba las disposiciones de la Ley. Pero, porque el amor es la plenitud de la Ley (Rm 13,10),
cumplió toda la Ley por su amor a Dios y al prójimo. Lo que no sabía exteriormente por
instrucción, lo vivía interiormente en el amor. Y el que tal vez nunca había leído lo que el apóstol
Juan dice de nuestro Redentor: Él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros
debemos dar la vida por nuestros hermanos (1 Jn 3,16), conocía este precepto apostólico tan
sublime más por obras que en teoría.

20. Comparemos, si te parece, su docta ignorancia con nuestra ciencia indocta. Donde nuestra
ciencia aparece a ras de tierra, la suya, a causa de su virtud, se manifiesta sublime. Nosotros
hablamos de las virtudes desde el fondo de nuestra vacuidad, y puestos en cierto sentido entre los
frutales, aspiramos el perfume de sus frutos, pero no los comemos. Él sabía recoger los frutos de
las virtudes sin saber aspirar su aroma por medio de discursos.

21. PEDRO: Quisiera preguntarte a qué se debe que todos los buenos desaparecen, y los que
podrían edificar con su vida a muchos, apenas pueden encontrarse, o bien, están totalmente
ausentes.

GREGORIO: La maldad de los que subsisten, merece que los que podrían ser útiles desaparezcan
rápidamente, y como el fin del mundo se acerca, los elegidos son llevados para que no vean el
envilecimiento. Por eso dice el profeta: El justo desaparece y a nadie le llama la atención; los
hombres de bien son arrebatados, sin que nadie comprenda (Is 57, 1).

22. Por ende también está escrito: ¡Abran, para que salgan los que han de pisotearla! ¡Quiten las
piedras del camino! (Jr 50,26). Y Salomón dice: Hay un tiempo para arrojar piedras y un tiempo
para recogerlas (Qo 3,5). Puesto que el fin del mundo es inminente, es necesario que las piedras
vivas sean recogidas para que se integren en el edificio celestial, y nuestra Jerusalén crezca hasta
la medida prevista para su estructura. Sin embargo, no pensamos que todos los elegidos serán
llevados, de modo que sólo los perversos permanezcan en el mundo, porque los pecadores nunca
volverían al lamento de la penitencia, si ya no existieran los ejemplos de los buenos para atraer su
alma.

23. PEDRO: En vano me quejo de que los buenos sean llevados, pues veo que también los malos
mueren en masa.

XXXVIII. La visión de Redento, obispo de la ciudad de Ferentino

GREGORIO: No te extrañes de esto, Pedro. Tu caridad ha conocido a Redento171 , obispo de


Ferentino y hombre de vida venerable, que murió hace unos siete años. Cuando yo todavía estaba
en el monasterio, estuvimos unidos por una gran amistad. A mi pedido, él mismo me contó lo que
había oído acerca del fin del mundo, en el tiempo de mi predecesor, el Papa Juan el joven. Esta
noticia había provocado una reacción muy ruidosa.

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Nuevamente Gregorio vuelve a un personaje contemporáneo que habría muerto en 586-587.
2. En efecto, me decía que un día, cuando hacía el recorrido de sus parroquias como de
costumbre, llegó a la iglesia del bienaventurado mártir Eutiquio. Al caer la tarde, quiso que le
prepararan una cama junto al sepulcro del mártir, y allí descansó después del trabajo. A
medianoche, según él aseguraba, no dormía ni podía quedarse despierto del todo. Su espíritu
velaba, pero abrumado, como suele suceder, por una pesadez agobiante. Delante suyo se detuvo el
bienaventurado mártir Eutiquio y le dijo: “Redento, ¿estás despierto?” Le respondió: “Sí, estoy
despierto”. El mártir le dijo: “Llegó el fin de toda carne. Llegó el fin de toda carne. Llegó el fin de
toda carne” (cf. Gn 6,13). Después de esta triple sentencia, la visión del mártir que se había
aparecido a los ojos de su alma, se desvaneció. Entonces el hombre del Señor se levantó y se
entregó con sollozos a la oración.

3. Al instante siguieron terribles señales en el cielo: del lado del aquilón aparecieron lanzas y
escuadrones de fuego. De inmediato la nación feroz de los Longobardos, saliendo de la vaina de
su región, se abalanzó contra nuestra cerviz, y el género humano, que por su densidad extrema en
este país se había levantado a la manera de una mies, fue cortado y se secó.

Las ciudades quedan despobladas, los fuertes derribados, las iglesias incendiadas, los monasterios
de hombres y mujeres destruidos, y las propiedades desprovistas de hombres; la tierra
abandonada, sin nadie para cultivarla, ya no es más que un desierto vacío. Ningún propietario la
habita. Los lugares habitados por una multitud de hombres, están ocupados por las bestias.

Ignoro lo que sucede en otras partes del mundo. Pero en esta tierra donde vivimos nosotros, el
mundo ya no solo anuncia su fin, sino que lo demuestra ostensiblemente.

4. Por consiguiente, es necesario que busquemos los valores eternos con tanta mayor urgencia,
cuanto nos damos cuenta de con qué velocidad se nos escapan los bienes temporales. Habríamos
tenido que despreciar este mundo, aún cuando lisonjeaba y acariciaba nuestro espíritu con cosas
agradables. Pero ahora que se ve oprimido por tantas calamidades y agotado por tantas
adversidades, que cada día duplica para nosotros tantos dolores, ¿qué otra cosa nos está gritando
sino que no debe ser amado?

5. Quedaría aún mucho por narrar sobre los hechos de los elegidos. Pero los paso por alto pues
tengo prisa por tratar otros temas.

PEDRO: Estimo que hay mucha gente, en el seno mismo de la Iglesia, que pone en duda la vida
del alma después de la muerte. Te ruego que expongas tus consideraciones teoréticas o también
las historias de las almas que te vienen a la memoria, para edificación de muchos, a fin de que
quienes vacilan en su fe, aprendan que el alma no muere con la carne.

GREGORIO: Esta es una tarea bien dificultosa, sobre todo para un espíritu muy ocupado y con la
atención dirigida hacia otros temas. Pero si hay quienes puedan sacar provecho de ello, por
supuesto pospongo mi propia voluntad a la utilidad del prójimo y demostraré en el siguiente
cuarto libro, en cuanto sea capaz con la ayuda de Dios, que el alma sigue viviendo después de la
muerte de la carne.

FIN DEL LIBRO TERCERO

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