Derecho A El Sufragio
Derecho A El Sufragio
Derecho A El Sufragio
DOI:
https://doi.org/10.53557/Elecciones.2003.v2n2.04
INTRODUCCIÓN
Derecho de sufragio y participación política están, en teoría, íntimamente
vinculados. Son o deberían ser, en cierto modo, directamente proporciona-
les. No ha sido ese el caso del Perú en los dos últimos siglos. La extensión
del sufragio, por paradoja, redujo la participación popular y la libertad del
elector. El voto de los analfabetos, lejos de permitirles una mayor participa-
ción en la vida política del país, aumentó el poder de los gamonales. La re-
ducción del cuerpo electoral, por obra de las limitaciones impuestas a la par-
ticipación popular (por ejemplo, voto capacitario, voto masculino o exclusión
de ciertos sectores como el ejército, el clero, etc.) o a la forma de elección
(sufragio indirecto), tampoco aseguró una mayor pulcritud y verdad en los
comicios. No obstante el reducido cuerpo electoral constituido sólo por los
alfabetos, con excepción de los indios —como se verá más adelante—, las
elecciones fueron casi siempre fraudulentas durante los inicios de la Repú-
blica y, desde luego, en la República Aristocrática.1 Lo fueron más todavía
bajo el imperio de las autocracias tanto civiles (Leguía, Prado en su primera
administración, y Fujimori) como militares (Benavides, en 1936 y 1939, y
Odría en 1950 y 1956) ¿Cómo puede explicarse tal paradoja?
Ex presidente de la República y del Congreso del Perú. Profesor de Derecho Constitucional en la Pontificia
Universidad Católica del Perú y en la Universidad Femenina del Sagrado Corazón. Jefe de la Misión de
Observación Electoral de la OEA en Guatemala (2003).
1. Con excepción de las elecciones presidenciales de 1872 y 1895, todas las demás en el siglo pasado tuvie-
ron vicios fundamentales, señala Basadre (1980). Las dos elecciones de Gamarra a mediados del siglo XIX,
fueron una «imposición oficial». Castilla se «autoeligió» en 1845 y se reeligió en 1858 usando de su poder
mediante «un proceso doble de seducción e intimidación»; del mismo modo impuso a sus sucesores:
Echenique en 1851 y San Román en 1862. El coronel Balta «debía» ganar por ser militar, y Manuel Toribio
Ureta «debía» perder «todavía» en 1868. Pardo pudo ganar en 1872 por su enorme prestigio político y eco-
nómico y porque, finalmente, contó con el respaldo popular frente a la intentona militar que trató de impe-
dirle la asunción del mando. Por su parte, Piérola era en 1895 el caudillo indisputable de la República.
2. «Reportaje al Jefe del Partido Demócrata, señor Nicolás de Piérola», en El Nacional, Lima, 10 de mayo
de 1886 (citado por Dulanto, 1947, 352).
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Casi medio siglo después, Víctor Andrés Belaunde comprobaba, con amar-
gura, que en el Perú no existía ni había habido jamás «verdad electoral» ni
«sufragio libre» y que las elecciones habían sido siempre «una comedia» y
«una imposición del gobierno y de la mayoría del Congreso» (1963, 71). Era
verdad en 1914 y lo sería también hasta muy entrados los años sesenta.
Hasta 1992 era casi una verdad inconcusa que el Perú había conquistado
por fin, en 1963, un régimen de genuina libertad electoral. Había la sensa-
ción de que nada retrotraería etapas superadas o comprometería el curso de
un proceso que parecía irreversible. Esa convicción se fundaba en la expe-
riencia vivida desde 1962 en que se depuró y reguló el Registro Electoral con
mayor propiedad (decreto ley 14207) y se expidió una nueva ley de eleccio-
nes políticas (decreto ley 14250); y, posteriormente, ya en pleno régimen
democrático (1963), se sancionó una nueva ley de elecciones municipales
(ley 14669). Esa convicción estaba avalada, además, por la conducta de los
gobiernos tanto democráticos como autocráticos en los procesos electorales
celebrados entre 1963 y 1990. A todo ello se añadía una circunstancia singu-
lar. El Jurado Nacional de Elecciones, integrado por ilustres magistrados y
juristas, había afianzado no sólo su autoridad sino también su autonomía,
siempre discutida y avasallada antes de 1963. La quiebra del orden constitu-
cional el 5 de abril de 1992 puso fin a esa etapa.
3. En el proceso electoral del año 2000 se denunciaron diversos actos de intromisión gubernamental. Por
ejemplo, la Misión de Observación Electoral de la OEA, en su tercer Boletín del 23 de marzo, recomendó al
gobierno: «Hacer efectiva la prohibición sobre el uso de fondos públicos para la campaña y el comportamiento
proselitista de funcionarios públicos». Sin embargo, el gobierno hizo caso omiso a tal recomendación y usó las
instituciones estatales, sobre todo las de carácter social (FONCODES, INFES, PETT, COFOPRI, PROMPYME, FONAHPU,
PRONAA y PROFAM, entre otras), para sus fines «reeleccionistas» (Defensoría del Pueblo, 2000, 322).
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1. NACIONALIDAD Y SUFRAGIO
Gozan del derecho de sufragio, de acuerdo a todas nuestras constituciones,
los peruanos por nacimiento y también por naturalización. Se consideran pe-
ruanos por nacimiento los nacidos en el Perú o en el extranjero, de padre o
madre peruanos, a condición de estar inscritos en el registro respectivo o de
optar por la nacionalidad peruana al llegar a la mayoría de edad. Los peruanos
por naturalización alcanzan la nacionalidad luego del cumplimiento de requisi-
tos específicos establecidos por la ley. Hasta la Constitución de 1839 se recono-
cía, prácticamente de forma automática, la condición de peruanos a los extran-
jeros residentes en el Perú oriundos de los países latinoamericanos y, en gene-
ral, a los extranjeros que hubiesen participado en la guerra de emancipación.
A partir de la Constitución de 1856 se optó por la fórmula ahora vigente, esto
es, previo cumplimiento de algunas formalidades —que han variado en el tiem-
po— para lograr la nacionalización o la naturalización.
7. El decreto ley 21994, de 15 de noviembre de 1977, modificó el artículo 8 del Código Civil de 1936 y
otorgó la ciudadanía a los nacionales alfabetos desde los 18 años: «Son personas capaces de ejercer los
derechos civiles los que han cumplido los 18 años de edad» (art. 1).
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8. En el irregular y fraudulento proceso electoral de 2000, la ONPE amenazó a aquellos ciudadanos que no
concurrieran a sufragar, señalando que «...el documento electoral de las personas que no voten queda
automáticamente INHABILITADO» para acreditar su identidad y sufragar en elecciones políticas, entre
otras restricciones al ejercicio de los derechos civiles (Comunicado 008-2000-GIEE/ONPE, 21-5-2000).
Este comunicado, a pesar de no tener carácter vinculante, estaba en contradicción con la ley 26497 que
prescribe la vigencia del valor identificatorio del documento de identidad a pesar de la omisión y no
haberse cancelado la multa respectiva (art. 29), y la resolución 620-2000-JNE (9-5-2000) que había preci-
sado el no impedimento a sufragar a los ciudadanos omisos de la primera elección.
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4. SEXO Y SUFRAGIO
El derecho de sufragio estuvo reservado a los peruanos varones hasta el 7
de setiembre de 1955 en que se extendió a las mujeres (ley 12391), las que,
desde la dación de la Carta de 1933 (art. 86), gozaban de ese derecho de
manera restringida. Las mujeres alfabetas, mayores de edad, casadas, o
madres de familia, aunque no hubiesen llegado a la mayoría de edad, po-
dían sufragar únicamente en las elecciones municipales (art. 86). Todavía
en 1933 subsistían enormes prejuicios contra la mujer. Hasta la Comisión
Villarán —llamada así por su presidente Manuel Vicente Villarán— creía
que ésta no tenía independencia como para votar «con entera libertad»: «No
se concede voto a las mujeres, porque sus condiciones no son propicias toda-
vía al ejercicio de derechos políticos. La mujer peruana, en general, no se
halla en posesión de suficiente independencia civil, social, económica, ni in-
telectual y religiosa, para votar con entera libertad» (Villarán, 1962a, 27). Los
constituyentes de 1931 hicieron suyo el prejuicio, manteniendo una limita-
ción francamente irracional.10 Hoy la legislación electoral obliga a incorpo-
rar, por el sistema de «cuotas de género», no menos del treinta por ciento de
candidatos (mujeres o varones) al Congreso (ley 27387), al Consejo Regio-
nal11 (ley 27683, art. 12) y al Concejo Municipal12 (ley 27734, art. 1).
09. En mayo de 2000, la Defensoría del Pueblo dirigió a la Presidencia del Consejo de Ministros un
documento en el que recordaba «...que la omisión a un deber ciudadano en ningún caso puede acarrear
la suspensión de los derechos fundamentales de las personas» (Defensoría del Pueblo, 2000, 129-130).
10. El Congreso Constituyente de 1931 desechó el sufragio femenino. Roisida Aguilar afirma: «El rechazo a
la aceptación del derecho de sufragio femenino pasaba por la concepción que se tenía del papel que desem-
peñaba la mujer en la sociedad y por la calificación de la actividad que ésta realizaba en el ámbito privado y
público que debía ser reconocida y aceptada como trabajo. Los parlamentarios que querían seguir mante-
niendo el statu quo de la mujer en la sociedad no estaban de acuerdo con el voto femenino. Ellos le asigna-
ban las actividades que la ‘madre naturaleza’ le había encomendado en el ámbito privado ser la conservado-
ra de la especie, la protectora del hogar y de la familia bajo el amparo del varón quien debía protegerla y
cuidarla, pese a que en última instancia aceptaron que interviniera en labores de beneficencia y de magis-
terio porque ambas actividades eran la prolongación de un proceso maternal» (Aguilar, 2002, 156).
11. Véase la resolución 185-2002-JNE que define el número de candidatos varones o mujeres para las
elecciones regionales (ONPE, 2002, 471-473).
12. Resolución 186-2002-JNE que define el número de candidatos varones o mujeres para las elecciones
municipales (ib., 473-474).
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13. Véase el interesante debate entre Bartolomé Herrera y Pedro Gálvez sobre el sufragio de los indios
en el que la votación fue favorable a la doctrina de Gálvez por 46 contra 19 votos (Congreso de la Repúbli-
ca —CP—, 1849, sesiones del 6 y 7 de noviembre de 1849). Un resumen del mismo, aunque con un error
en el resultado de la votación —96 contra 19— (Basadre, 1983, III, 245-247).
14. La reforma del artículo 38 de la Constitución se debatió y aprobó en la Legislatura Ordinaria de 1890.
El 13 de agosto de 1891 se emitió el dictamen de la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados
pidiendo ratificar la modificación. Sin embargo, recién en la legislatura ordinaria de 1895 se eleva el
expediente de la reforma para su ratificación en la Cámara de Diputados. Puesta en debate, no suscitó
mayor oposición salvo de Modesto Basadre; en consecuencia, se aprobó el dictamen ratificatorio el 25 de
octubre de 1895 (CP, 1890, 1101 y ss; y CP, 1895, II, 289-290).
EL DERECHO DE SUFRAGIO EN EL PERÚ 71
Sufragio y tributación
En rigor, en el Perú no hubo sufragio censitario. El componente restrictivo
del censo, entendido como determinado nivel de riqueza o capacidad contri-
butiva para ejercer el sufragio, no existió. Por el contrario, la tributación im-
plicó la ampliación del cuerpo electoral. Hasta mediados del siglo XIX los
indios eran contribuyentes. Eliminado el tributo indígena en 1854, fue resta-
blecido posteriormente bajo el nombre de contribución personal. Fue, en
realidad, una de las vías que permitió legitimar el sufragio indígena, mas no
debe llevar al equívoco de otorgar un carácter excluyente al sistema, pues
estaba afecto a la contribución personal todo varón mayor de 21 años y me-
nor de 60, debiendo pagarla a razón de un sol de plata por semestre en la
sierra y dos soles en la costa.16 En consecuencia, el ejercicio del sufragio era
prácticamente universal.
los órganos electorales. Fue éste hasta 1912 un derecho ilusorio. En la gran
mayoría de provincias no era suficiente su número para constituir la asam-
blea de mayores contribuyentes (25 en total) y, por cierto, para integrar los
órganos electorales. Por ello mismo, las leyes 1777 y 2108 permitieron in-
cluir, para el caso de las provincias en las que no se alcanzase tal mínimo, a
cualquier persona que abonara cualquier cuota como contribución. Más aún,
si no se lograba completar el número con este procedimiento, permitía la ley
de 1915 incluir a los mayores propietarios.17
17. El proyecto original de la ley de elecciones de 1912 —señala Alberto Ulloa— pretendió ampliar la base
de los miembros de la asamblea de contribuyentes, formándola democráticamente con contribuyentes que
pagasen una cuota reducida o baja. Sin embargo, intereses «particulares» desecharon la propuesta y dieron
una conformación plutocrática de las listas de mayores contribuyentes (CP, 1917, 323, sesión de 19 de
noviembre; y Villarán, 1998, 593-594).
18. José María Químper: «Extracto de la Memoria que el Secretario de Estado en el Despacho de Gobierno,
Policía y Obras Públicas, presenta al Congreso Constituyente de 1867» (García, 1954, XII, 77).
EL DERECHO DE SUFRAGIO EN EL PERÚ 73
casos en los que cabe la suspensión «del ejercicio de la ciudadanía», por cierto
siempre por mandato judicial (interdicción judicial, privación de la libertad y
suspensión de derechos políticos). Excepción hecha de la Ley Reglamenta-
ria de Elecciones de 1825, de la Ley Reglamentaria de Elecciones de 1828 y
del Reglamento del Plebiscito de 1919, todas nuestras leyes de elecciones
negaron derecho de sufragio a los miembros de las Fuerzas Armadas y
Policiales. La Constitución de 1933 (art. 87) formalizó tal limitación. Las cons-
tituciones de 1979 (art. 67) y de 1993 (art. 34) han convertido la restricción
así impuesta en una «inhabilitación», lo que es absurdo.
19. Al debatirse el artículo 2 del proyecto de la ley de elecciones de 1861, se consideró innecesaria la
privación del sufragio a las autoridades políticas, ya que de todas formas influirían en las elecciones; no
obstante, primó el criterio general de negarles el sufragio. De esa forma no coaccionarían directamente
en el proceso electoral (CP, 1861, 192-194, sesión de 13 de diciembre).
20. Al debatirse el proyecto de ley electoral de 1915, Wenceslao Varela, senador, recordaba que nuestra
legislación electoral había consagrado el principio de la exclusión del sufragio a «los individuos de la fuerza
armada»; lo que significaba «no tener intervención alguna en las elecciones políticas». Sin embargo, el uso
del Registro de la Conscripción Militar como «base para las elecciones políticas» implicaba contradecir tal
principio, con lo que se desnaturalizaban las elecciones políticas y, desde luego, la importantísima institu-
ción del servicio militar obligatorio (CP, 1917, 125-126, sesión de 11 de noviembre).
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21. La ley de elecciones del Estado de Buenos Aires de 14 del agosto de 1821 estableció dos principios:
«Artículo 1. Será directa la elección de los Representantes que deban completar la Representación Ex-
traordinaria y Constituyente; Artículo 2. Todo hombre libre, natural del país o avecindado en él, desde la
edad de 20 años, y antes si fuera emancipado, será hábil para elegir». Para mayor información sobre las
elecciones bajo este sistema véase Ternavasio, 1995, 65 y ss.
22. «Segunda parte del Discurso Preliminar del Proyecto de Constitución de 1823» (CP, 1823, 6).
23. El informe de la Comisión de Constitución, al presentar el proyecto de Constitución de 1860, expresaba:
«Hemos reservado para la legislación orgánica el ejercicio del sufragio y otras disposiciones, que siendo
por su naturaleza muy variables, no deben formar parte de la Constitución del Estado [...]. En nuestro
concepto, una Constitución no está destinada a reglamentar los derechos políticos, sino a establecer los
principios en que se fundan todas las Leyes secundarias» (CP, 1860, 75, sesión de 24 de agosto).
24. El reglamento electoral de 1822 que creó, sin duda, el régimen electoral peruano, consagró de inicio
el sufragio directo y casi universal. El texto del reglamento, en la práctica, era una adaptación de las
normas electorales de la Constitución de Cádiz (art. 35 a 103). A diferencia de aquella, sin embargo,
estableció el sufragio directo y, por consiguiente, introdujo el uso de dos urnas con la finalidad de que, en
una, se depositasen los votos para diputados propietarios y, en la otra, los de los suplentes (art. 21).
Asimismo debió arbitrar un órgano de competencia departamental para el cómputo de los votos, dado
que optó por el distrito departamental. No obstante no haber regido a plenitud, este reglamento influyó
de modo decisivo. Excepción hecha del sufragio directo, casi todas sus instituciones prevalecieron poste-
riormente en la legislación peruana. El sufragio indirecto obligó a modificar el número de los órganos
electorales y su forma de integración así como el procedimiento de votación, pero subsistieron, en esen-
cia, la gran mayoría de sus disposiciones (véase Paniagua en prensa).
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25. En 1890, el escrutinio de la Cámara de Diputados respecto a 40 actas de los colegios electorales dio a
Morales Bermúdez 1.842 votos y 161 a Francisco Rosas, mientras que el Senado —escrutando otras 27
actas— reconoció 929 votos a favor de Rosas y sólo 282 para Morales Bermúdez («Dictamen de la Comi-
sión de Cómputo, 2 de agosto de 1890», CP, 1890, 52-53; y Basadre, 1980, 41-42).
EL DERECHO DE SUFRAGIO EN EL PERÚ 77
La ley de elecciones de 1896 intentó pues fundar sobre base firme el régi-
men representativo y, al consagrar el sufragio directo, aportó una de las pie-
zas maestras del régimen político peruano que se funda en una acentuada
personalización del poder.
26. M. V. Villarán. «Costumbres electorales», en Mercurio Peruano, 1, Lima, 1918, p. 11 y ss, reproducido
en Páginas escogidas, 1962b, 197-198. Además véase Lecciones de Derecho Constitucional, 1998, 582 y ss.
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27. El artículo 89 de la Constitución de 1933 estableció que el Congreso estaba compuesto por una Cáma-
ra de Diputados, elegida en sufragio directo y un Senado Funcional. El proyecto de reforma constitucio-
nal de Bartolomé Herrera presentado al Congreso de 1860 ya había previsto la composición funcional y
corporativa de la Cámara de Senadores (art. 59) —«Proyecto de reforma constitucional de Bartolomé
Herrera», en Pareja, 1954, 845-880.
28. Similar ensayo pretendió realizar la ONPE en el proceso electoral general de 9 de abril de 2000, intro-
duciendo dos solapas troqueladas en la cédula de sufragio (resolución jefatural 078-2000-J/ONPE, 12 de
febrero de 2000).
29. El sufragio público suscitó ciertos temores en la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputa-
dos en 1895. Así, en su dictamen en minoría señalaba que el voto público coactaría la independencia del
sufragante, estimularía el cohecho y, desde luego, garantizaría la compra de votos; en consecuencia, era
necesario suprimirlo (CP, 1896, II, 557).
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modelo «australiano» esto es, por la cédula única de sufragio. Con ello se
aseguró eficazmente el secreto del sufragio, se eliminó de modo efectivo la
amenaza del cohecho o de la coacción, y se garantizó también a todas las
candidaturas la posibilidad de llegar a todas las mesas de sufragio y, por
tanto, de competir en igualdad de condiciones frente a los electores.
7. LA CÉDULA DE SUFRAGIO
30. La ley de elecciones de 1896 consagró como órgano electoral supremo a la Junta Electoral Nacional,
la misma que tenía nueve miembros: dos elegidos por la Cámara de Senadores, dos por la de Diputados,
cuatro por el Poder Judicial y uno designado por el Poder Ejecutivo. El Partido Civil llegó a monopolizar,
desde 1899, a la Junta Electoral porque manejó los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial.
EL DERECHO DE SUFRAGIO EN EL PERÚ 81
Las leyes de 1825 (art. 19) y de 1828 (art. 23) ratificaron la utilización de
cédulas en las asambleas electorales parroquiales, permitiendo que el ciuda-
dano entregara «la lista o cédula comprensiva del número de electores» o
que se hiciera escribir por uno de los secretarios los nombres de los candida-
tos de su preferencia. Se prohibía sufragar por sí mismo. «Las cédulas [decía
el artículo 24 de la ley de 1828] se entregarán dobladas al Presidente, quien
las depositará en una urna que debe estar sobre la mesa». Por el contrario,
las leyes electorales de 1834, 1839, 1849 y 1851, si bien no hacían mención
expresa del procedimiento de votación mediante cédulas, continuaron con la
práctica electoral de utilización de las mismas. El reglamento electoral de
1855 volvió a señalar en la ley la forma de votación mediante cédulas: los
ciudadanos votarían «...en una sola cédula, para el Diputado o los Diputados
propietarios y suplentes que corresponden a la provincia» (art. 33); si no
supieran escribir, votarían «de palabra» y el secretario escribiría en una cé-
dula los nombres que aquellos indicaran (art. 26).
La ley de 1857 (que reguló elecciones por voto directo) intentó, en cam-
bio, especificar las características de la cédula y la forma de votación: el 10
de diciembre de cada año se iniciarían las elecciones en todos los pueblos de
la República, siendo simultáneas las elecciones para municipios, juntas de-
partamentales y Congreso (art. 18). Por esa razón dispuso que «...el voto
será escrito en un octavo de pliego de papel blanco, y se entregará doblado
en cuatro, sin que contenga dentro ni fuera contraseña alguna» (art. 19).
Para evitar confusiones, cada cédula, ya doblada, llevaría un número que
identificase el tipo de elección para la cual se emitía el voto; el número 1 si se
trataba de elección municipal, el 2 si la elección era para juntas departamen-
tales, y el 3 si se trataba de elección del Congreso (art. 20). Así, habría en las
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Elecciones de 1919.
La ley de 1896 precisó que «...todo voto se emitirá en dos cédulas perfec-
tamente iguales, que llevarán el número de la boleta de inscripción del
sufragante [...] y en dichas cédulas se designará el nombre y cargo del elegi-
do o elegidos y la fecha del voto» (art. 57). Las cédulas podían ser impresas
y se podía colocar en ellas las marcas o contraseñas que el votante creyera
conveniente «para la oportuna identificación de sus sufragios» (art. 58). Una
de las cédulas, firmada por el sufragante, quedaba en poder de la comisión
receptora como comprobante del sufragio; la otra, firmada por el presidente
de la comisión, se devolvía inmediatamente al elector (art. 59). Dichas dispo-
siciones fueron reproducidas por la ley de 1915 (art. 48 a 50) y, en parte, por
la ley de 1924 (art. 13).
8. DURACIÓN DE LA VOTACIÓN
La votación en los siglos pasados requería, sin duda, plazos relativamente
amplios. Las dificultades de comunicación, la inexistencia de facilidades y
servicios suficientes en los centros de votación (alimentación, hospedaje,
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etcétera) los justificaban. Los plazos se fijaron, sin embargo, de modo relati-
vamente arbitrario. La ley de 1825 estableció los plazos en función del núme-
ro de sufragantes. Señaló un máximo de diez días para las circunscripciones
con 2.000 o más electores. Debían destinarse los cuatro o seis primeros días
a la votación y los dos o cuatro últimos para la regulación de los sufragios
(art. 21). La ley de 1828 fijó la duración entre tres y, como máximo, seis días;
sin embargo, dejaba abierta la posibilidad de un plazo mayor dado que «no
concurriendo los dos tercios» podía compelerse «...prudentemente a los que
no hayan concurrido hasta llenar los expresados dos tercios» (art. 25 y 26).
La ley de 1834 preveía un plazo regular de seis días y un requerimiento adi-
cional de dos para los omisos. De no sufragar los dos tercios, la mesa debía
seguir reuniéndose «...hasta que se complete el número referido, sin perjui-
cio de la aplicación de la pena a los electores que no hubiesen concurrido
después del último término» (art. 26 a 29).
La ley de 1849 fijó en seis días el plazo para la votación, al cabo de ese
lapso y de un requerimiento formulado por el gobernador para que los omi-
sos concurrieran a votar en los tres días siguientes, la mesa imponía una
multa de cuatro pesos a los renuentes y otorgaba un nuevo plazo de dos días
y, vencido éste, se cerraba la votación «con los sufragios recibidos», impo-
niendo a los omisos la pena de suspensión de la ciudadanía por un año (art.
28). La ley de 1851 fijó en tres días el plazo de votación. Si en ese período
sufragasen los dos tercios «del registro de ciudadanos activos», la votación
continuaría por tres días más. Si en ese lapso no sufragaren los dos tercios,
de todos modos se cerraba la votación a las dos de la tarde (art. 25). El regla-
mento de 1855 estableció que se admitirían «...durante ocho días los votos
EL DERECHO DE SUFRAGIO EN EL PERÚ 85
9. SUSPENSIÓN DE LA VOTACIÓN
La suspensión de la votación diaria resultaba inevitable en razón de la dura-
ción del proceso mismo. Las leyes establecieron dos diferentes procedimien-
tos para cautelar la verdad electoral. Originalmente —leyes de 1822 a 1839—
se interrumpía la votación hasta el día siguiente. La ley de 1825 obligaba a
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depositar las ánforas «en una caja de tres llaves» que debía pagar la parro-
quia. Una de las llaves se entregaba al presidente, otra a uno de los secreta-
rios, y la tercera al párroco. Las ánforas quedaban bajo la custodia de ocho
ciudadanos que designaba el presidente, bajo su responsabilidad (art. 24).31
Del mismo modo, la ley de 1896 dispuso que, una vez cerrada la votación
diaria a las cuatro de la tarde, las comisiones receptoras procederían a hacer
el escrutinio y asentarían la correspondiente acta, detallando «todas las cir-
cunstancias ocurridas en la votación». Del escrutinio diario se sacaba copia,
firmada por los miembros de las comisiones receptoras, colocándola en «un
lugar público» y publicándola en los periódicos si los hubiere (art. 61). Nor-
mas que reprodujeron la ley de 1915 (art. 51) y, en parte, la ley de 1924 (art.
15). Las leyes posteriores dieron término a aquellos procedimientos al fijar
en un solo día la duración de la votación.
31. Un ejemplo de los problemas que ocasionaba aquel procedimiento lo podemos ver en el expediente
formado sobre la nulidad de las elecciones de la parroquia limeña de Santa Ana (elecciones de diputados
al Congreso Constitucional de 1826). En la vista fiscal se menciona haber encontrado dos defectos en la
elección parroquial: «...que el escrutinio se hubiese hecho acto continuo durante toda la noche, y que los
sufrajios no se hubiesen custodiado, en los intervalos de las elecciones, en las arcas de tres llaves que la
Parroquia debió costear, especialmente para este efecto». Sin embargo, el fiscal estimaba que los aludi-
dos defectos no eran sustanciales para anular la elección de la Parroquia «...dada la probidad y honor del
Presidente del colejio, y las razones en que funda su informe». Recomendaba, por último, amonestar al
presidente del colegio, haciéndole entender el desagrado del gobierno por tales deficiencias, «...que en
los primeros momentos de la ejecución de una ley nueva son casi indispensables [y que] el tiempo y
estudio irán disipando» (Gaceta del Gobierno de Lima, 25 de septiembre de 1825, 1).
EL DERECHO DE SUFRAGIO EN EL PERÚ 87
CONCLUSIÓN
El examen de las normas electorales en tópicos como los que se han estudiado
revela, en algunas etapas, un intenso esfuerzo por hallar fórmulas capaces de
garantizar la limpieza y transparencia de los procesos electorales. Hubo, por
cierto, leyes electorales concebidas y diseñadas para burlar la voluntad popu-
lar o imponer el arbitrio de los gobiernos. Eso aconteció, lamentablemente,
sólo en el siglo XX y, por cierto, durante y por obra de las autocracias que
asolaron la vida política del Perú. Es el caso de la legislación electoral expedida
para regular, o torcer, sea el sistema o los procesos electorales, con Leguía
(1919 y 1930), con Benavides (1933) y Prado (1945), con Odría (1950 y 1956) y,
desde luego, con Fujimori (1992-2000). La experiencia es reveladora. Demues-
tra, una vez más, que cualquier democracia, con todas sus limitaciones, sirve
siempre mejor a la libertad que las autocracias y que, a fin de cuentas, la demo-
cracia prevalece siempre, aunque no siempre es duradera.
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