Elizalde
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de Flores Arroyuelo; Las novelas históricas de Pío Baroja, de Carlos
Longhurst; El arte narrativo de Pío Baroja: Las trilogías, de Emilio
González López, etc. Y aunque sobre él se ha escrito mucho, todavía
quedan ricos filones sin explotar. Por ejemplo, falta un profundo es-
tudio sobre Baroja y la ciencia, Baroja y la religión, Baroja y la filo-
sofía, Baroja y la política..., con una lectura exhaustiva de su ex-
tensa obra.
No hay duda que este libro va a servir para descubrir el autén-
tico retrato de Baroja. Este importante miembro del 98 vivió en una
época de tensiones políticas y religiosas y faltó la serenidad para
una crítica imparcial. Fue víctima de apasionamientos, tanto de sus
amigos como de sus enemigos. Faltaba un juicio equilibrado y obje-
tivo que hubiera asimilado todas las ricas facetas del autor vasco. El
profesor Elizalde ha sabido penetrar dentro de la piel anticlerical con
que se le presentaba y ha sabido descubrir su fondo de moralista
crítico, de inconformista reformista y de entusiasmo por la libertad.
Su amor a la justicia social y su hostilidad a los abusos del poder le
hacía ir más lejos de lo que convenía en su agresividad y protesta.
Comienza el libro con dos certeras semblanzas del autor: su per-
sonalidad humana y su personalidad literaria. Esto nos sirve para en-
juiciar mejor los siguientes aspectos que trata la obra. Azorín escri-
be, en el prólogo a las obras completas de Baroja, que leyendo a los
autores españoles del Siglo de Oro y llegando a los novelistas del si-
glo XIX, sentía la misma sensación, la misma continuidad directa de
estilo y técnica. Sólo al encontrarse con Baroja, advirtió un cambio
de valores. Baroja le representó un cambio de sensaciones que no le
había dado otro nunca.
Sigue estudiando dentro de la problemática barojiana el tema de
Baroja y España, que está, por otra parte, dentro de la entraña de la
generación del 98. Baroja fue siempre apolítico, pero sus intuiciones
certeras sobre el problema español no han perdido actualidad. En
particular, estudia el profesor Elizalde las guerras carlistas, tema ob-
sesivo de tres grandes novelistas: Baroja, Galdós y Valle-Inclán. Y
también de Unamuno, con su novela Paz en la guerra.
Entre los personajes barojianos le interesan los que encarnan dos
actitudes opuestas o dos posturas extremas ante la vida: el sacerdote
y el anarquista, con un fondo común de idealismo y fanatismo mo-
ral. Contraste propio de la literatura española, ya que los dos géne-
ros literarios inventados por los españoles han sido paradójicamente
la mística y la picaresca. También el anarquismo ha nacido y ha arrai-
gado preferentemente en España, y el sacerdote ha proliferado tan
extraordinariamente que ha podido exportarse y España ha sido la
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nación misionera por excelencia. Baroja sintió un pseudomisticismo,
en la línea de Tolstoy, Galdós, Unamuno y Valle-Inclán. Aunque no
un pseudomisticismo tan imaginativo como el de Tolstoy, ni tan des-
engañado como el de Galdós, ni tan trágico como el de Unamuno,
ni tan literario como el de Valle-Inclán. Con frecuencia tropezamos
en su obra con personajes místicos que culminan en Fernando Osso-
rio, protagonista de Camino de perfección, quizá la novela mejor cons-
truida del autor. Baroja también sintió un pseudoanarquismo, o, me-
jor, un anarquismo literario. Nunca fue activista, y ha sido calificado
como el mayor burgués de la generación del 98, a pesar de todas sus
fobias y agresividad. Quizá influyó en su simpatía por el anarquis-
mo su inconformidad reformista y su moralismo crítico. Trató perso-
nalmente con diversos anarquistas y demostró un gran conocimiento
del anarquismo español.
Después de estudiar el sacerdote y el anarquista en la obra del
novelista vasco, pasa a tratar sobre la mujer en Baroja. Mucho se
ha hablado del misoginismo barojiano desde que Silvio Lanza, al apa-
recer, en 1902, Camino de perfección, en el banquete-homenaje a
Baroja, afirmó que la obra de Baroja carece de mujeres. El mismo
dio ocasión a ello al escribir que la mujer era la otra orilla, que hace
imposible al hombre su conocimiento. De ahí el interés del estudio
de la mujer en su novelística. Pero el autor se fija únicamente en
la mujer vasca, menos estudiada, y por otra parte, mejor conocida
y descrita por el novelista vasco.
Finalmente estudia Elizalde el tema de Navarra en Baroja. El autor
vivió los años más decisivos de su vida, el despertar de su concien-
cia a la realidad española, en la capital navarra, y son muchas las
obras barojianas que tienen por escenario, con sus hombres y cos-
tumbres, la tierra navarra. Hay que confesar que su visión es apasio-
nada y subjetiva, en la que abundan más las tintas negras con algu-
nas observaciones acertadas. Más tarde se reconcilió, por lo menos,
con el paisaje navarro de Vera, donde pasó en su casa de ltzea
grandes temporadas, y nos hace sentir gozosamente el paisaje y los
hombres de esta región.
Es muy interesante la extensa lista de libros que nos da—más
de 16 páginas—más o menos relacionados con la religión, que se
encuentran actualmente en la biblioteca de Iztea, en Vera del Bida-
soa, y que pertenecieron a Baroja. Lo que demuestra la preocupación
religiosa y de todo lo relacionado con lo sobrenatural o misterioso
de este novelista. Cuatro de sus novelas tienen como tema central
la religión: Camino de perfección (Pasión mística) (1902), La leyenda
de Juan de Álzate (1922), El «nocturno» del hermano Beltrán (1929)
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y El cura de Monleón (1936). En otras muchas, el tema religioso ocupa
un lugar importante.
Nos encontramos, por consiguiente, ante una aportación muy im-
portante, dentro de la crítica barojiana, para el conocimiento de este
gran novelista. Y no hay duda que algunos aspectos son nuevos y
estaban todavía sin estudiar. He aquí una valiosa interpretación rea-
lizada con honestidad y profundidad sobre el más polémico novelista
del siglo XX.—/. AGUIRRE (Universidad de Deusto. BILBAO).
* Las confesiones de Antonio Mairena, Edit. Universidad de Sevilla, 1976, edición prepa-
rada por Alberto García Ulecia; Pedro Camacho Gallndo: Los payos también cantan flamenco.
Ediciones Demófllo, colección «¿Llegaremos pronto a Sevilla?», 1977; Eugenio cobo: Pasión
y muerte de Gabriel Macandé, Ediciones Demófllo, colección «El Duende», 1977.
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