Prólogo Pol y Sub
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PRÓLOGO
Diálogo del Colectivo Situaciones con el Equipo de Investigación
Las acciones políticas registrables son sólo una de las bases materiales de la
producción política. Así como la subjetividad no puede pensarse sólo como mental, la
política no puede pensarse sólo como ideas y/o prácticas. Las acciones políticas
tampoco son sólo discurso o pura acción sin encarnadura.
Una de las cuestiones que a partir de esta investigación nos ha resultado muy
contundente es que en la articulación de política y subjetividad es imprescindible
pensar los cuerpos: cómo operan, cómo se potencian y despotencian, cuándo arman
masa, cuándo se singularizan, etc. Es decir que para pensar la dimensión política de la
subjetividad o la dimensión subjetiva de la política es necesario habilitar herramientas
que den cuenta de intensidades y afectaciones muchas veces más allá de las
problemáticas del sentido y la representación. No hay que olvidar que mantener las
intensidades de los cuerpos como un impensado abre el camino a distintos tipos de
pensamiento esencialista.
Es notable que ni en las fábricas sin patrón ni en las asambleas barriales se
encuentran necesariamente las transformaciones subjetivas que clásicamente han
anhelado las izquierdas. El hecho de que un obrero/a descubra la plusvalía puede no
producir en él/ella ninguna gran transformación clasista. Era impactante escuchar
“¡sabés que en dos días pagamos todos los sueldos!”; hasta ese momento no se
habían dado cuenta que ellos habían sido productores de importantes ganancias de
las que no participaban y sobre las que tampoco decidían.
Aquí tal vez sea útil distinguir la noción foucaultiana de modos históricos de
subjetivación de la idea de producción de subjetividad. Los modos de subjetivación
son formas de dominio, pero siempre se mantiene un resto o exceso que no puede ser
disciplinado y que genera malestares diversos. Es desde allí desde donde pueden
establecerse las líneas de fuga, las posibilidades de inventar, de imaginar radicalidad,
de producir transformaciones que alteren lo instituido; de esto se trata la producción de
subjetividad.
Es necesario aclarar que las estrategias de dominio que forman parte de los
modos de subjetivación operan en todos los niveles de la vida no sólo en la
conciencia. Por eso destacamos que una de las cuestiones muy importante que
lograron fue descomponer sus cuerpos de clase, es decir desarmar las sujeciones de
sus cuerpos fabriles. Hasta ahí es hasta donde lo vamos pensando y todo está sujeto
a revisión.
4. C.S.: ¿Estos procesos de transformación lograrían formar ciertas fronteras donde
quedarían establecidas nuevas formas de subjetividad?
E.I.: En principio habría que tener en cuenta que se trata de ensayos, de experiencias
de invención colectiva, donde no se puede aún determinar qué es lo estable y qué no
lo es. Las transformaciones que se producen no son lineales sino que establecen
múltiples derivas; por lo tanto nadie está en condiciones de anticipar hacía dónde irán.
Tampoco afectan a todas/os por igual. Se producen nuevas prácticas, algunos
sentidos cambian pero también hay mucho que permanece.
En las fábricas sin patrón, por ejemplo, muchos dicen: “no volveremos al
trabajo esclavo” y fue muy impactante ver cómo día a día, minuto a minuto, pasaban
los límites de lo imaginable horas atrás y cómo en cada uno de estos saltos iban
cayendo las naturalizaciones de las lógicas fabriles capitalistas.
5. C.S.: Lo que ustedes nos están contando es que no es posible hallar los signos que
busca cierta izquierda que pretende encontrar en todos los procesos de subjetividad
“obrera” los términos del pasaje de la clase “en sí” a la clase “para sí”. Como si todo lo
que pasara en una fábrica estuviera destinado a suceder según un guión previo que
culmina, siguiendo pasos predeterminados, en una conciencia revolucionaria. Y de
hecho, como ustedes lo cuentan, los obreros pueden comprender muy bien el
mecanismo de la plusvalía sin que este “descubrimiento” venga seguido
automáticamente de un deseo revolucionario. Ahora, si uno suspende el requisito de la
conciencia de clase como criterio último de comprensión, y se dispone a seguir las
derivas realmente existentes en la producción de subjetividad en estas experiencias,
es claro que las políticas de Farinello o Rico ya no quedan excluidas, y tienen
chances, como tantas otras, de ligar con la experiencia de la fábrica.
E.I.: No es un asunto fácil. La noción marxista de clase supone en ese pasaje del “en
sí” al “para si” un colectivo que construye homogeneidad y desde allí puede armar su
historia. Los colectivos que nos ocupan generalmente operan rechazando
homogeneizaciones y pertenencias estables; pueden hacer acuerdos puntuales con
organizaciones políticas muy diversas pero generalmente resisten la idea de adherir,
pertenecer, integrarse a organizaciones más amplias o a partidos políticos. Podemos
pensar que el propio dispositivo autogestivo está allí operando, obstaculizando
homogeneizaciones.
Suponer que estas experiencias han fracasado porque de allí no surgió una
nueva dirigencia política, reclamarles que no concretaran en su literalidad el que se
vayan todos es un modo de pensar estas experiencias que, como decíamos, no puede
captar su novedad, su especificidad. En ese sentido, más que medir conciencia de
clase o pensar en términos de una determinada teoría, a nosotras/os nos ha resultado
más fructífero preguntarnos: ¿en qué consiste la radicalidad de estas experiencias?.
6. C.S.: Nos pareció interesante su trabajo también desde otro punto de vista: por lo
que implica como investigación propiamente universitaria, en un contexto de una
universidad dormida, con su sueño de repetición burocrático-mercantil.
7. C.S.: ¿Y cómo están pensando lo público en relación con este tipo de formaciones?
¿Cómo piensan lo público no estatal y los modos de la política en estos espacios?
E.I.: Lo público estatal durante mucho tiempo fue prácticamente tomado como
sinónimo de lo público. Las experiencias autogestivas de asambleas barriales y
fábricas recuperadas, en la construcción de sus horizontalidades, comenzaron a
producir espacios ni privados ni estatales que hemos llamado espacios social-
comunitarios. Son experiencias que no fundan institución sino que instalan situaciones.
Rechazan desde un primer momento formas de organización que establezcan
jerarquías, que operen por delegación o a través de representantes, etc. Ésta sería
una de las principales características de este tipo de experiencias. Son situaciones
que instalan un espacio público que está por fuera de lo público estatal; en las nuevas
dimensiones de lo público se van constituyendo multiplicidades de islas autogestivas
conectadas en redes y armando lo común.
8. C.S.: Nos gustaría saber si es políticamente útil para ustedes distinguir entre lo
público- estatal y lo público como lo común, más allá del estado. De hecho, tenemos la
impresión de que las alteraciones del estado en relación a la crisis del neoliberalismo
no se comprenden sin la dinámica de disputa y producción del espacio público, como
modo de invención de lo “público”, en donde algo de lo público-común tiende a ser
inscripto, de modo ambiguo, en lo público estatal. ¿Se produce, entonces, un espacio
de lo público en la intersección entre lo que los movimientos lograron producir y lo que
el estado no puede evitar incorporar? O de otra forma: ¿emerge una intersección entre
elementos de sociabilidad que fueron producidos durante años por los movimientos y
que se fueron imponiendo y un nuevo conjunto de restricciones que el estado por
ahora debe respetar?
Cada vez que uno de estos colectivos recibe la oferta de un subsidio estatal se
producen fuertes discusiones. Desde el punto de vista material sin duda les daría más
posibilidades, pero lo que puede constatarse es que en la medida en que ilusionan el
amparo estatal pierden potencia de inventar sus propios recursos. En ese sentido es
que decimos que permanentemente en estas experiencias se despliega la tensión
entre los espacios público-comunes que habilitan, practican y habitan y lo público-
estatal.
Ahora bien, aún diciendo ésto no nos arriesgaríamos a pensar que esta
invención de un público-común se establezca en reemplazo de un público-estatal;
más bien se trata de una tensión permanente entre ambas dimensiones. Tampoco
hemos visto, por lo menos en nuestro país, que los gobiernos -reconociendo la
particularidad de estos movimientos- pongan en funcionamiento otros dispositivos que
no sean reprimir, judicializar, cooptar, desgastar, etc.
También es importante resaltar que los experienciarios de los que intenta dar
cuenta este libro han constituido acciones políticas activas de resistencias a la
barbarización que las políticas neoliberales de la expulsión social producen. Así por
ejemplo, que una mujer piquetera en el marco de la miseria extrema les pida a los
estudiantes de la facultad que les enseñen a jugar al ajedrez a los chicos en la ruta
dice de una acción política de resistencia -en acto- a la barbarización. En muchas
fábricas se han instalado centros culturales; cuando ese obrero dice “nunca había ido
al teatro y ahora lo tenemos acá todas las noches” no sólo está apropiándose de un
valor cultural de otra clase social -el gusto por el teatro- sino que está inventando otros
modos de existencia. Hay algo que no sólo resiste ya que inventa otro modo de habitar
la vida, la vida cotidiana. Y esto a nuestro criterio es radicalidad política.
En uno de los primeros capítulos contamos cómo durante una asamblea que
estaba sesionando en su esquina pasa el camión de la basura y tira bolsas de
residuos para que los vecinos/as las quemen y corten la calle; hay allí -en acto- una
transmisión de un saber-hacer piquetero y en ese punto se establece un
agenciamiento, una conexión no previsible que instala -de hecho- un rasgo
mínimamente identitario entre ambos colectivos: piquete y cacerola. Sin embargo, la
discusión en las asambleas de eventuales alianzas con el movimiento piquetero dio
lugar a interminables y conflictivos debates. Entonces, aquí es importante pensar la
diversidad de conexiones por las que se inventa, se imagina, se hace ese público-
común en medio de la multiplicidad de tensiones que los atraviesan.
Por otra parte, si bien este libro analiza algunas experiencias locales,
no puede dejar de mencionarse que éstas de despliegan en un momento
político latinoamericano en el que resuenan con muchos otros movimientos.
Cada uno de ellos se constituye en su singularidad pero de algún modo, con
limitaciones y asedios de todo tipo, van configurando potencias colectivas que
presentan un rasgo en común. Producen sus acciones generalmente más allá
de los marcos de la representación política y no se agotan en reclamar sino
que resisten inventando sus propias condiciones de existencia.
Ana Fernández: Por mi parte y pensándonos como equipo que realiza intervenciones
institucionales una primera cuestión que podría plantearse es que cae la función del
especialista. Cuando concurrimos a una institución que requiere nuestro saber-hacer
de especialistas, somos nosotros los que aportamos los dispositivos que diseñamos a
tal efecto y nuestra capacidad de lectura de lo que acontezca allí con el dispositivo en
acción. Nada de esto ocurrió en esta investigación ya que ellos mismos inventaban
sus propios dispositivos. Por lo tanto en ningún momento hemos operado como
especialistas en grupos e instituciones; ni ellos nos lo pidieron ni a nosotros se nos
ocurrió. Les decimos que estamos a disposición, acompañamos el devenir de ellos y
en ese devenir también se transforma el nuestro.
Cecilia Calloway: Hemos tenido que trabajar también con nuestras propias
emociones. Muchas veces volvíamos contagiados por el entusiasmo y la
alegría con que ellos encaraban su proyecto, otras veces, sobre todo al
principio a algunos de nosotros nos daba miedo ir a Brukman. El estar en
contacto con sus experiencias nos ha forzado a pensar, a inventar y ésto no es
algo que uno aprenda en la Facultad. No sólo constatábamos su capacidad de
imaginar sino que ésto también nos estaba pasando a nosotros.
Ana Fernández: En la modalidad del trabajo colectivo entre nosotros se han dado
buenos momentos de paridad que van a contramano de jerarquías de cátedra.
Cuando un integrante del equipo, muy joven, dice algo tal vez al pasar y ésto resulta
todo un hallazgo, se produce un movimiento que arma complicidades y entre nosotros
se establece una fratría que no es propia de las modalidades universitarias clásicas.
Xabier Imaz: Por mi parte hay dos cosas que cambiaron. Una es aprender a
trabajar con sentimientos; al ser una situación tan intensa uno siente
entusiasmo, simpatía, miedo, enojo, desilusión… pero se trata de seguir
pensando; conectarse con una realidad que te moviliza así no es fácil. La otra
cuestión que para mí fue inédita es el cambio en la forma de trabajo, es trabajar
a velocidad, pensar la inmediatez y esto es sumamente diferente a los tiempos
habituales en un equipo de investigación. En otro orden de cosas, me llamó
mucho la atención en estos modos de hacer política que lo importante no es el
debate de las ideas o el ganar la calle sino que es un accionar político que
produce transformaciones en escalas micropolíticas, donde se juega una
inmediatez de la acción directa tal vez con menos deliberación pero que se
construye en un ir haciendo.