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Prólogo Pol y Sub

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Política y subjetividad:

Asambleas barriales y fábricas recuperadas


Ana María Fernández y Colaboradores/as
Buenos Aires, Biblos.

PRÓLOGO
Diálogo del Colectivo Situaciones con el Equipo de Investigación

1. Colectivo Situaciones: Querríamos empezar preguntándoles ¿Qué llevó a


un equipo de una cátedra universitaria a investigar asambleas y fábricas
recuperadas?, ¿Cómo llevaron a cabo ese trabajo? Notamos que el libro en su
conjunto posee varios niveles –metodológico, de registro, teórico- y a la vez un
notable esfuerzo por contener la opinión propia, para dar cuenta de los
acontecimientos privilegiando las voces de sus protagonistas y trasladar ese
punto de vista a otras dimensiones de la composición integral del texto.
¿Podrían comentar cómo fueron los procesos de elaboración de escritura del
texto, por medio de qué registros?

Equipo de investigación: Llegamos a los primeros cacerolazos y luego a


asambleas y fábricas recuperadas con más preguntas que respuestas. No
coincidíamos con las primeras caracterizaciones que aparecían en diversos
espacios acerca de lo que estaba sucediendo; teníamos cierta incomodidad
ante las interpretaciones que se realizaban; daba la impresión que esas
lecturas dejaban muchas cuestiones por fuera; así es que fuimos a indagar los
acontecimientos.
Allí nos interesaba fundamentalmente tratar de elucidar la especificidad
de esa singularidad política que se produjo a partir del 19 y 20 de diciembre del
2001. Desde nuestra perspectiva, cuando se intentaba analizar estas formas de
organización horizontal desde criterios válidos para colectivos organizados
desde otras formas de producción de poder se invisibilizaba la novedad de
estas experiencias.
La potencia, la capacidad de invención y de acción de un colectivo que
trabaja en horizontalidad tiene una fuerza, una intensidad muy diferente a
aquella que se genera en agrupamientos que se dan formas de organización
de partido o de sindicato (cualquiera sea el grado de burocratización que
presenten) o que siguen a un líder (cualquiera sean las ideas que los guíen);
por eso nos ha interesado indagar los procesos autogestivos que allí se
instalaron desde un principio.
De nuestra parte se fue construyendo una modalidad que se propuso
mantener operando preguntas abiertas, trabajando siempre en el límite de lo
que se sabe. Obviamente, la indagación no se ha realizado sin un
posicionamiento pero éste no ha pasado por expresar opinión o fijar posición
sino que queda situado por el tipo de interrogaciones que se formulan y por las
operatorias de lectura que se realizan; como podrán observar la pregunta por la
radicalidad política recorre el conjunto de los capítulos.
En tal sentido, hemos buscado desarrollar una narrativa en torno de una
modalidad o estilo de lectura que opera problematizando los procesos que
indaga; no cierra juzgando, caracterizando o haciendo clasificaciones.
Privilegiamos las voces de asambleístas y obreras/os -incluso cuando en sus
discursos afloraban contradicciones muy visibles, no intentamos esclarecerlas
con opiniones nuestras- ya que nos parecía necesario distinguir y puntuar de
qué se tratan estas experiencias de modo tal que se pueda mostrar cómo se
producen las transformaciones de la dimensión política de la subjetividad.
Asimismo, la elección de priorizar las preguntas se acompaño de un criterio
que implicaba estar ahí, en esos espacios, poniendo nuestras herramientas a
disposición.

2. C.S.: Les queríamos preguntar sobre el modo en que funciona en su investigación


la cuestión –enorme– de la subjetividad. Sobre todo porque en este momento todo el
mundo habla de subjetividad, y a veces tenemos dudas sobre qué noción es realmente
la que está en juego en esos usos. En principio, nosotros comprendemos la
subjetividad como un proceso directamente político, de generación de una inteligencia
y una afectividad colectiva, y no como una dimensión pre o extra socio-histórica.
Tendemos a pensar la subjetividad como aquello que se produce materialmente en
todo acto productivo, cualquiera sea. Y hemos constatado en nuestra propia
experiencia la riqueza que fue desplegada en la Argentina de los últimos años. De allí
nuestro interés por este tipo de investigaciones, en las que se trabaja con
manifestaciones –asambleas y fábricas recuperadas– muy concretas de dicha
producción, y a las que cabe interrogar por el tipo de subjetividad que engendran. Por
lo mismo, entonces, que “todo es subjetividad” (sea como producción de subjetividad o
bien subjetividad producida) nos parece interesante comenzar por una serie de
precisiones sobre qué cosa entienden específicamente con esta palabra y cómo han
elaborado sus conceptos en torno a la subjetividad.

E.I.: Con la noción de producción de subjetividad aludimos a una subjetividad que no


es sinónimo de sujeto psíquico, que no es meramente mental y/o discursiva sino que
engloba las acciones y las prácticas, los cuerpos y sus intensidades; que se produce
en el entre con otros y que es, por tanto, un nudo de múltiples inscripciones
deseantes, históricas, políticas, económicas, simbólicas, psíquicas, sexuales, etc. Con
el término producción aludimos a considerar lo subjetivo básicamente como proceso,
como devenir en permanente transformación y no como algo ya dado. Presenta el
desafío de pensar la articulación entre los modos sociales de sujeción y su resto no
sujetado.

No se trata de un sujeto interior y un social histórico exterior a los que habría


que tratar de poner en relación. Se trata de pensar una dimensión subjetiva que se
produce en acto y que construye sus potencias en su propio accionar.

A su vez, hablar de dimensión política de la subjetividad implica pensar las


dimensiones deseantes de la política y las dimensiones políticas del deseo; en ambos
movimientos se vuelve estratégico pensar los cuerpos en clave de afectaciones e
intensidades colectivas.

Las acciones políticas registrables son sólo una de las bases materiales de la
producción política. Así como la subjetividad no puede pensarse sólo como mental, la
política no puede pensarse sólo como ideas y/o prácticas. Las acciones políticas
tampoco son sólo discurso o pura acción sin encarnadura.

Las conceptualizaciones que vamos elaborando confrontan con una modalidad


-bastante difundida en el campo “psi”- que interviene en los fenómenos sociales
psicologizando lo social. Así por ejemplo la dimensión política de la subjetividad suele
ser un fuerte impensado del psicoanálisis y las psicologías sociales. En el mismo
sentido puede decirse que la dimensión subjetiva también ha sido un impensable para
“la política”. Suponer que política y subjetividad son territorios diferentes es una
herencia del “conflicto de las facultades” y de un modo de pensar en términos binarios
que de alguna manera reproduce la vieja antinomia individuo/sociedad. Conforma un
paradigma epistémico y político del que tratamos de desmarcarnos desde hace
muchos años.

Delimitar como territorios separados y hasta antagónicos cuestiones referidas a


los individuos y cuestiones referidas a las sociedades ha sido toda una operatoria
política de varios siglos. Del mismo modo las estrategias de psicologización de lo
social han sido una herramienta decisiva en el paso de las sociedades disciplinarias a
las sociedades de control. Si bien es necesario distinguir las especificidades de ambas
dimensiones, es necesario subvertir las territorializaciones que las ubicaron como
campos antagónicos. Desde ya, si esa territorialización que implicó todo un
disciplinamiento en la producción de conocimientos ha sido una operatoria política,
subvertir dicha territorializacion y desdisciplinar los campos de saberes, también lo
será.

El pensamiento político que ha mantenido como un impensado la dimensión


subjetiva del accionar político, suponiendo como determinantes casi excluyentes las
estructuras económicas y los posicionamientos de clase, ha tenido altos costos. De allí
que podemos decir que la pregunta insoportable de Wilhelm Reich se mantiene
vigente ¿cómo las masas alemanas desearon el nazismo?

Ustedes subrayan bien la idea de lógicas productivas: la lógica productiva de la


política produce subjetividad y la lógica productiva de la subjetividad produce política.
Y cuando aquí se usa el término política éste incluye que las interacciones entre las
personas en algún punto, necesariamente, dirimen cuestiones de poder.

Una de las cuestiones que a partir de esta investigación nos ha resultado muy
contundente es que en la articulación de política y subjetividad es imprescindible
pensar los cuerpos: cómo operan, cómo se potencian y despotencian, cuándo arman
masa, cuándo se singularizan, etc. Es decir que para pensar la dimensión política de la
subjetividad o la dimensión subjetiva de la política es necesario habilitar herramientas
que den cuenta de intensidades y afectaciones muchas veces más allá de las
problemáticas del sentido y la representación. No hay que olvidar que mantener las
intensidades de los cuerpos como un impensado abre el camino a distintos tipos de
pensamiento esencialista.
Es notable que ni en las fábricas sin patrón ni en las asambleas barriales se
encuentran necesariamente las transformaciones subjetivas que clásicamente han
anhelado las izquierdas. El hecho de que un obrero/a descubra la plusvalía puede no
producir en él/ella ninguna gran transformación clasista. Era impactante escuchar
“¡sabés que en dos días pagamos todos los sueldos!”; hasta ese momento no se
habían dado cuenta que ellos habían sido productores de importantes ganancias de
las que no participaban y sobre las que tampoco decidían.

Ahora bien, no va de suyo que este descubrimiento, que es en acto, en


situación, devenga necesariamente en “conciencia de clase” o en voluntad
revolucionaria. Es decir que esta reconfiguración de la compresión de su realidad que
allí -en ese acto- se produce no necesariamente estará acompañada de un tipo de
anhelo político predeterminado que marcará un rumbo de acción preestablecido.

3. CS: ¿Y esto qué indica?

E.I.: Si pensamos en términos de producciones de subjetividad esto no


necesariamente implica que se constituya una molaridad o estabilidad. Se producen
diversos insights pero para que éstos tuvieran consecuencias “clasistas” necesitarían
formar parte de una revuelta que conmocionara y atravesara toda la sociedad.
Justamente es esta idea de revolución la que ha desfondado su sentido.

Aquí tal vez sea útil distinguir la noción foucaultiana de modos históricos de
subjetivación de la idea de producción de subjetividad. Los modos de subjetivación
son formas de dominio, pero siempre se mantiene un resto o exceso que no puede ser
disciplinado y que genera malestares diversos. Es desde allí desde donde pueden
establecerse las líneas de fuga, las posibilidades de inventar, de imaginar radicalidad,
de producir transformaciones que alteren lo instituido; de esto se trata la producción de
subjetividad.

Las experiencias autogestivas de asambleas barriales y fábricas recuperadas


han sido experienciarios permanentes de producción de subjetividad; quienes de ellos
participan han inventado prácticas de trabajar y de vivir, de relacionarse y de afectarse
muy distintas a las habituales pero nos parece que sería construir nosotros una nueva
molaridad si pensáramos que estas transformaciones afectan a todos por igual y que
han emprendido un camino lineal y progresivo hacía una transformación del conjunto
de la sociedad.

Es necesario aclarar que las estrategias de dominio que forman parte de los
modos de subjetivación operan en todos los niveles de la vida no sólo en la
conciencia. Por eso destacamos que una de las cuestiones muy importante que
lograron fue descomponer sus cuerpos de clase, es decir desarmar las sujeciones de
sus cuerpos fabriles. Hasta ahí es hasta donde lo vamos pensando y todo está sujeto
a revisión.
4. C.S.: ¿Estos procesos de transformación lograrían formar ciertas fronteras donde
quedarían establecidas nuevas formas de subjetividad?

E.I.: En principio habría que tener en cuenta que se trata de ensayos, de experiencias
de invención colectiva, donde no se puede aún determinar qué es lo estable y qué no
lo es. Las transformaciones que se producen no son lineales sino que establecen
múltiples derivas; por lo tanto nadie está en condiciones de anticipar hacía dónde irán.
Tampoco afectan a todas/os por igual. Se producen nuevas prácticas, algunos
sentidos cambian pero también hay mucho que permanece.

En las fábricas sin patrón, por ejemplo, muchos dicen: “no volveremos al
trabajo esclavo” y fue muy impactante ver cómo día a día, minuto a minuto, pasaban
los límites de lo imaginable horas atrás y cómo en cada uno de estos saltos iban
cayendo las naturalizaciones de las lógicas fabriles capitalistas.

Imaginar que ellos/as eran capaces de volver a poner la fabrica en


funcionamiento, producir sin gerentes ni patrones, inventar cómo comprar y producir
sin capital, aprender a vender, a llevar la contabilidad, inaugurar nuevas eficiencias
fabriles sin disciplinas tayloristas no fue sencillo. Disfrutaban sus invenciones y
transitaban los miedos de entrar en caminos tan desconocidos. En muchos de ellos/as
se han operado verdaderas “revoluciones” y así lo dicen. Sin embargo, esto no excluye
que en algunos casos puedan retomarse prácticas propias de la fábrica tradicional o
que se puedan armar modalidades burocráticas en sus nuevas formas organizativas.

El riesgo de pensarlo como reversible o irreversible es volver a totalizar.


Para hilar más fino puede ser interesante detenerse en las prácticas que
inventan y las afectaciones que éstas producen. Si pensamos que estas
experiencias han roto una por una con todas las naturalizaciones de las lógicas
capitalistas y que estos procesos subvertidores del orden del capital han roto
con todo un dispositivo de control social instalado en los cuerpos fabriles caen
las certezas que suponen irreversibles las formas de dominio. Sin embargo,
que estas invenciones se vuelvan perdurables no depende sólo de ellas. Por
eso es que, por lo pronto lo que podemos decir es que estas experiencias
lograron tensar la heteronomía más que producir autonomía.
Puede decirse que - de un modo minimal -han interpelado las lógicas
capitalistas, lo que sin duda no es poco. Pero, si en las transformaciones
subjetivas que se han producido para que las fábricas sin patrón sean posibles
buscáramos el nuevo sujeto social estaríamos otra vez perdiendo de vista la
especificidad de estos procesos.

5. C.S.: Lo que ustedes nos están contando es que no es posible hallar los signos que
busca cierta izquierda que pretende encontrar en todos los procesos de subjetividad
“obrera” los términos del pasaje de la clase “en sí” a la clase “para sí”. Como si todo lo
que pasara en una fábrica estuviera destinado a suceder según un guión previo que
culmina, siguiendo pasos predeterminados, en una conciencia revolucionaria. Y de
hecho, como ustedes lo cuentan, los obreros pueden comprender muy bien el
mecanismo de la plusvalía sin que este “descubrimiento” venga seguido
automáticamente de un deseo revolucionario. Ahora, si uno suspende el requisito de la
conciencia de clase como criterio último de comprensión, y se dispone a seguir las
derivas realmente existentes en la producción de subjetividad en estas experiencias,
es claro que las políticas de Farinello o Rico ya no quedan excluidas, y tienen
chances, como tantas otras, de ligar con la experiencia de la fábrica.

E.I.: No es un asunto fácil. La noción marxista de clase supone en ese pasaje del “en
sí” al “para si” un colectivo que construye homogeneidad y desde allí puede armar su
historia. Los colectivos que nos ocupan generalmente operan rechazando
homogeneizaciones y pertenencias estables; pueden hacer acuerdos puntuales con
organizaciones políticas muy diversas pero generalmente resisten la idea de adherir,
pertenecer, integrarse a organizaciones más amplias o a partidos políticos. Podemos
pensar que el propio dispositivo autogestivo está allí operando, obstaculizando
homogeneizaciones.

Así por ejemplo, en las asambleas barriales hubo fuertes discusiones en el


2003 respecto del voto a Kirchner y podían coexistir vecinos/as que pensaban que un
asambleísta sólo debía votar en blanco o abstenerse con vecinos/as que votaban con
bastante esperanza a Kirchner pero seguían participando de la asamblea. También
cuando en una fábrica están discutiendo qué hacer con el excedente de las ganancias
hemos escuchado frecuentemente obreros/as que dicen “yo no quiero ser un obrero
rico, sólo quiero ganar un salario digno”. Están muy lejos de una “conciencia de
clase”, pero también de una lógica de vida que valora el éxito personal por los bienes
que se puedan acumular.

En función de estas complejidades es que hemos insistido en que se trata de


experiencias autogestivas que parten de estrategias de supervivencia. Con ésto lo que
queremos subrayar es que estas experiencias estuvieron atravesadas desde el
principio por el imperativo de no perder el puesto de trabajo. Y allí justamente lo
impredecible, lo que no puede dejar de sorprender, ha sido la voluntad política
horizontal y autogestiva que han instalado. Que en plena ciudad de Buenos Aires,
durante más de dos años, primero miles y luego cientos de vecinos/as también se
dieran formas de democracia directa y llevaran adelante semejante diversidad de
emprendimientos, ha sido inédito. Como relatamos en el libro las que aún permanecen
mantienen estas modalidades de construcción política y lejos están de permanecer
inactivas; hace muy poco tiempo una de ellas no sólo denunció una organización de
trabajo esclavo en el barrio de Flores sino que ha jugado un papel muy importante en
la de documentación de los inmigrantes que allí trabajaban clandestinamente.

Suponer que estas experiencias han fracasado porque de allí no surgió una
nueva dirigencia política, reclamarles que no concretaran en su literalidad el que se
vayan todos es un modo de pensar estas experiencias que, como decíamos, no puede
captar su novedad, su especificidad. En ese sentido, más que medir conciencia de
clase o pensar en términos de una determinada teoría, a nosotras/os nos ha resultado
más fructífero preguntarnos: ¿en qué consiste la radicalidad de estas experiencias?.
6. C.S.: Nos pareció interesante su trabajo también desde otro punto de vista: por lo
que implica como investigación propiamente universitaria, en un contexto de una
universidad dormida, con su sueño de repetición burocrático-mercantil.

E.I.: Bueno, es claro que estamos instalados/as un poco a contramano de esta


universidad; afortunadamente hay otros grupos como el nuestro que resisten
cotidianamente la banalización, la burocratización, la mercantilización. Se trata de una
dura resistencia cotidiana tanto de los equipos como en cada uno/a de nosotros/as.
Cada tanto inventamos algún juguete rabioso; a lo largo de estos años hemos
aprendido que el modo de resistir las burocratizaciones y vaciamientos de sentido de
nuestras instituciones es inventar.

En nuestro caso se trata de inventar otros modos de producción de


conocimiento, otros modos de relaciones entre nosotros/as y con los/as alumnos/as.
Sólo así se puede mantener el entusiasmo y no ser devastados por el vacío de
sentido. A veces lo logramos. No se trata de lamentarnos nostalgiosamente por una
universidad que en otro tiempo fue mejor sino de habitar ésta haciendo diferencia.

Junto al desfondamiento de la producción de conocimiento y las


profesionalizaciones tecnologizadas que han desaparecido al intelectual crítico ha
habido –simultáneamente- un desfondamiento de la política universitaria. Nos
referimos al progresivo reemplazo de la política de claustros por partidos políticos
operando en la universidad. Hoy éstos ya no se enfrentan tanto por diferencias
políticas sino por cómo reproducir sus aparatos clientelares. Y hay que decir con dolor
que estos últimos procesos se han dado en el “período democrático”. Tanto el
desfondamiento de la producción de conocimiento como el desfondamiento de la
política universitaria han sido procesos profundamente funcionales uno al otro.

Esta crisis de la universidad pública es parte de un histórico social que


ha configurado una forma particular de Estado. Es un Estado estallado pero
muy activo donde lo público-estatal no desaparece, sino que se trasviste. Este
Estado trasvestido ya no pretende regular desigualdades sino que destituye
sus propios instituidos, vacía sus sentidos, camufla sus acciones.
Es importante hacer una caracterización del Estado que de cuenta de
sus capacidades de captura y de asedio a incipientes autonomías. Parecería
increíble, pero este Estado aún estallado y trasvestido es capaz nuevamente
de generar la ilusión de amparo;es capaz de provocar la idea de que pueden
arrancáresele prebendas sin consecuencias. Desenmascarado una y otra vez
en sus prácticas de impunidad -no sólo políticas sino también económicas e
institucionales- mantiene su capacidad de traccionar prácticas autogestivas
hacia lógicas estatales y prácticas comunitarias a lógicas de mercado.
Así por ejemplo, las inercias burocrático-estatales que han operado en
asambleas y fábricas recuperadas muchas veces han sido de gran eficiencia
para devastar la potencia colectiva. Sin embargo estos colectivos resisten y -
junto a este público estatal trasvestido- coexisten estas incipientes formaciones
ni privadas ni estatales.

7. C.S.: ¿Y cómo están pensando lo público en relación con este tipo de formaciones?
¿Cómo piensan lo público no estatal y los modos de la política en estos espacios?

E.I.: Lo público estatal durante mucho tiempo fue prácticamente tomado como
sinónimo de lo público. Las experiencias autogestivas de asambleas barriales y
fábricas recuperadas, en la construcción de sus horizontalidades, comenzaron a
producir espacios ni privados ni estatales que hemos llamado espacios social-
comunitarios. Son experiencias que no fundan institución sino que instalan situaciones.
Rechazan desde un primer momento formas de organización que establezcan
jerarquías, que operen por delegación o a través de representantes, etc. Ésta sería
una de las principales características de este tipo de experiencias. Son situaciones
que instalan un espacio público que está por fuera de lo público estatal; en las nuevas
dimensiones de lo público se van constituyendo multiplicidades de islas autogestivas
conectadas en redes y armando lo común.

Aquí hay algo importante a subrayar; las modalidades de construcción política


de lo común que se instalan en horizontalidad, democracia directa y autogestión
operan desde lógicas colectivas muy diferentes de aquellas que se instituyen
buscando fundar institución, armar partido político o sindicato, organizaciones
jerárquicas, etc. Básicamente es esta especificidad lo que hemos tratado de poner en
evidencia a lo largo del libro. En tal sentido, en el último capítulo encaramos un intento
de conceptualización en el que diferenciamos lógicas colectivas de la representación y
lógicas colectivas de la multiplicidad.

8. C.S.: Nos gustaría saber si es políticamente útil para ustedes distinguir entre lo
público- estatal y lo público como lo común, más allá del estado. De hecho, tenemos la
impresión de que las alteraciones del estado en relación a la crisis del neoliberalismo
no se comprenden sin la dinámica de disputa y producción del espacio público, como
modo de invención de lo “público”, en donde algo de lo público-común tiende a ser
inscripto, de modo ambiguo, en lo público estatal. ¿Se produce, entonces, un espacio
de lo público en la intersección entre lo que los movimientos lograron producir y lo que
el estado no puede evitar incorporar? O de otra forma: ¿emerge una intersección entre
elementos de sociabilidad que fueron producidos durante años por los movimientos y
que se fueron imponiendo y un nuevo conjunto de restricciones que el estado por
ahora debe respetar?

E.I.: Desde ya, políticamente es imprescindible distinguir entre lo público estatal y lo


público como lo común. Justamente una de las características de una diversidad de
accionares políticos de los últimos tiempos es que suelen no girar al interior de los
marcos público-estatales. De allí la dificultad que muchos políticos e intelectuales
presentan para entender las lógicas colectivas que se ponen en acción en estos
movimientos.

Al mismo tiempo, cuando se analizan experiencias como las relatadas en este


libro habría que tener la precaución de no suponer que desde el público-común que
inauguran necesariamente se opondrán a lo público-estatal. Nos parece más fructífero
indagar las tensiones que sostienen atravesamientos de todo tipo entre dimensiones
público-estatales y público-comunes. Muchas asambleas barriales y fábricas
recuperadas que han instalado público-común pueden mantener, en relación al
Estado, significaciones imaginarias clásicas. Es frecuente escucharles decir que sus
emprendimientos no podrían sobrevivir sin conseguir un subsidio del Estado. Es decir
que al mismo tiempo que inauguran, que inventan espacios y prácticas de lo público
común no estatal, el Estado estallado sigue generando la ilusión de proveedor..

Cada vez que uno de estos colectivos recibe la oferta de un subsidio estatal se
producen fuertes discusiones. Desde el punto de vista material sin duda les daría más
posibilidades, pero lo que puede constatarse es que en la medida en que ilusionan el
amparo estatal pierden potencia de inventar sus propios recursos. En ese sentido es
que decimos que permanentemente en estas experiencias se despliega la tensión
entre los espacios público-comunes que habilitan, practican y habitan y lo público-
estatal.

Cuando el Estado ofrece subsidios a estas experiencias autogestivas como un


modo de capturar la novedad de estos colectivos, produce dos movimientos
simultáneos: opera políticamente para suprimir la incipiente autogestión y al mismo
tiempo reinstala el imaginario de que ellos nunca podrán lograrlo por sí mismos.

Sus ofertas generan en los colectivos resistencia pero también seducción.


En tal sentido, la novedad no radica en que el Estado intente cooptar,
disciplinar, desgastar, impedir, vaciar; de algún modo es lo que siempre ha hecho
cuando no ha optado por reprimir abiertamente los movimientos que han intentado
formas de vivir y de accionar por fuera de lo público-estatal. La novedad estaría
justamente en que en medio de una de las crisis más terribles de nuestra historia
inventaron público-común y que aún hoy persiste en cada uno de esos espacios una
voluntad política de horizontalidad y autogestión que cuando puede resiste las
estrategias de cooptación.

Ahora bien, aún diciendo ésto no nos arriesgaríamos a pensar que esta
invención de un público-común se establezca en reemplazo de un público-estatal;
más bien se trata de una tensión permanente entre ambas dimensiones. Tampoco
hemos visto, por lo menos en nuestro país, que los gobiernos -reconociendo la
particularidad de estos movimientos- pongan en funcionamiento otros dispositivos que
no sean reprimir, judicializar, cooptar, desgastar, etc.

Otra cuestión que nos parece importante subrayar en medio de esta


complejidad es que la palabra común presenta, de algún modo, la característica de
provenir de un linaje comunitario-libertario en el que no podríamos estrictamente
encuadrar estas experiencias. Por otra parte muchas veces este término ha sido
usado considerando que la construcción del común implica necesariamente una
convivencia de grupo con una fuerte impronta de los lazos afectivos que se ponen en
juego. Este modo de pensar lo común atravesó las experiencias de las comunidades
anarquistas de los siglos XIX y XX, de las comunidades hippies de los ´60 y de
algunas comunidades campesinas en la actualidad. Pero como es obvio, en las formas
políticas comunitarias urbanas es mucho más difícil que se cumpla este requisito. Aquí
se trata de colectivos donde lo común no pasa necesariamente por la convivencia
física aún cuando se establezcan formas comunitarias de fuertes enlaces subjetivos.

También es importante resaltar que los experienciarios de los que intenta dar
cuenta este libro han constituido acciones políticas activas de resistencias a la
barbarización que las políticas neoliberales de la expulsión social producen. Así por
ejemplo, que una mujer piquetera en el marco de la miseria extrema les pida a los
estudiantes de la facultad que les enseñen a jugar al ajedrez a los chicos en la ruta
dice de una acción política de resistencia -en acto- a la barbarización. En muchas
fábricas se han instalado centros culturales; cuando ese obrero dice “nunca había ido
al teatro y ahora lo tenemos acá todas las noches” no sólo está apropiándose de un
valor cultural de otra clase social -el gusto por el teatro- sino que está inventando otros
modos de existencia. Hay algo que no sólo resiste ya que inventa otro modo de habitar
la vida, la vida cotidiana. Y esto a nuestro criterio es radicalidad política.

9. C.S.: Lo común puede ser pensando también como conjunto abierto de


capacidades colectivas, que va más allá del sentimiento grupal y hasta convivencial.
Un espacio que potencia lo común puede ser considerado un espacio público. Las
asambleas producen público, las fábricas producen público....

E.I.: Estamos de acuerdo; es muy interesante cómo ustedes están pensando la


producción de lo común porque toma distancia del sentido convivencial del que
veníamos hablando y abre a pensar en la producción de un público-común que
necesariamente se produce en estas experiencias autogestivas. En este punto ha sido
central para nosotras/os poder mostrar a lo largo de los capítulos la enorme capacidad
de invención de un colectivo potenciado. Al mismo tiempo, hemos intentado puntuar
algunos obstáculos y límites en la capacidad imaginante.

Ahora bien, aquí se vuelve fundamental señalar cómo realizamos algunas


operatorias de lectura. En este ir armando algo de lo común que produce público nos
parece que hay que poder distinguir y puntuar muchas veces pequeñas acciones,
gestos que podrían pasar desapercibidos pero que deslizan de una experiencia a otra
y que van armando una cartografía donde pueden encontrarse agenciamientos,
conexiones, cruces entre estos colectivos.

En uno de los primeros capítulos contamos cómo durante una asamblea que
estaba sesionando en su esquina pasa el camión de la basura y tira bolsas de
residuos para que los vecinos/as las quemen y corten la calle; hay allí -en acto- una
transmisión de un saber-hacer piquetero y en ese punto se establece un
agenciamiento, una conexión no previsible que instala -de hecho- un rasgo
mínimamente identitario entre ambos colectivos: piquete y cacerola. Sin embargo, la
discusión en las asambleas de eventuales alianzas con el movimiento piquetero dio
lugar a interminables y conflictivos debates. Entonces, aquí es importante pensar la
diversidad de conexiones por las que se inventa, se imagina, se hace ese público-
común en medio de la multiplicidad de tensiones que los atraviesan.

Estas tensiones hay que indagarlas en la singularidad de cada experiencia pero


sin omitir que todas ellas se han producido, desde el inicio, armando redes (redes
entre asambleas, redes entre fábricas, redes entre asambleas y fábricas, redes entre
asambleas, cartoneros, fábricas, piqueteros, etc.). Que las acciones hayan sido desde
un principio en red ha sido fundamental no sólo por la ayuda mutua que pudieran
brindarse; más de una vez, una asamblea o una fábrica que estaba en un momento de
despotenciación tomaba fuerza de otras experiencias que estaban en alza.

Otra cuestión que quisiéramos remarcar es que si bien nos ha interesado


subrayar la novedad, la invención de estas experiencias de ningún modo pensamos
que surjan de la nada. No son meramente producto del vaciamiento de la
representación que la clase política ha producido en la Argentina; están antecedidas
por múltiples y diversas experiencias colectivas que se han realizado a lo largo de
todos estos años sin que adquirieran demasiada visibilidad pero que fueron
configurando en un plano infrapolítico condiciones magmáticas, operando particulares
latencias en el sociohistórico, que sin duda han contribuido como germinal político a
que las experiencias que fuimos a indagar tomaran las formas que tomaron.

Por otra parte, si bien este libro analiza algunas experiencias locales,
no puede dejar de mencionarse que éstas de despliegan en un momento
político latinoamericano en el que resuenan con muchos otros movimientos.
Cada uno de ellos se constituye en su singularidad pero de algún modo, con
limitaciones y asedios de todo tipo, van configurando potencias colectivas que
presentan un rasgo en común. Producen sus acciones generalmente más allá
de los marcos de la representación política y no se agotan en reclamar sino
que resisten inventando sus propias condiciones de existencia.

10. C.S.: Queríamos preguntarles sobre su condición de investigadores: ¿siguen


sintiendo que las herramientas iniciales con las que se acercaron son las mismas, o
han sentido más bien que a partir de esta experiencia ya son otras?, ¿cómo afecta
esta situación de conexión con la inteligencia colectiva su propia trayectoria como
investigadores?, ¿en qué punto los deja esta investigación?

Ana Fernández: Por mi parte y pensándonos como equipo que realiza intervenciones
institucionales una primera cuestión que podría plantearse es que cae la función del
especialista. Cuando concurrimos a una institución que requiere nuestro saber-hacer
de especialistas, somos nosotros los que aportamos los dispositivos que diseñamos a
tal efecto y nuestra capacidad de lectura de lo que acontezca allí con el dispositivo en
acción. Nada de esto ocurrió en esta investigación ya que ellos mismos inventaban
sus propios dispositivos. Por lo tanto en ningún momento hemos operado como
especialistas en grupos e instituciones; ni ellos nos lo pidieron ni a nosotros se nos
ocurrió. Les decimos que estamos a disposición, acompañamos el devenir de ellos y
en ese devenir también se transforma el nuestro.

Laura Rivera: Nosotros podríamos haber seguido con el objeto de estudio de


la investigación anterior, sin embargo cuando se producen los acontecimientos
del 19 y 20 rápidamente se armaron subequipos para indagar lo que ocurría.
Creo que ir a investigar estos procesos fue todo un posicionamiento político; el
trabajar inmersos en esa realidad te obliga a revisar un montón de cosas, te
conmociona, etc.

Cecilia Calloway: Hemos tenido que trabajar también con nuestras propias
emociones. Muchas veces volvíamos contagiados por el entusiasmo y la
alegría con que ellos encaraban su proyecto, otras veces, sobre todo al
principio a algunos de nosotros nos daba miedo ir a Brukman. El estar en
contacto con sus experiencias nos ha forzado a pensar, a inventar y ésto no es
algo que uno aprenda en la Facultad. No sólo constatábamos su capacidad de
imaginar sino que ésto también nos estaba pasando a nosotros.

Candela Cabrera: A mí el hecho de investigar asambleas y fábricas me


movilizó todo, no sólo lo académico-conceptual; el encontrarte con estos
procesos en fábricas y asambleas te fuerza a pensar lo político en todos los
ámbitos en los que vos estás. Ellos han puesto en evidencia que nada está
dado, que es posible construir las propias condiciones de existencia y esto ha
formulado preguntas en cada uno/a de nosotros/as.

Ana Fernández: En la modalidad del trabajo colectivo entre nosotros se han dado
buenos momentos de paridad que van a contramano de jerarquías de cátedra.
Cuando un integrante del equipo, muy joven, dice algo tal vez al pasar y ésto resulta
todo un hallazgo, se produce un movimiento que arma complicidades y entre nosotros
se establece una fratría que no es propia de las modalidades universitarias clásicas.

También me queda una impronta muy fuerte en relación a la infinita capacidad


de inventar de un colectivo potenciado; ahí no hay lugar para un “esto no va a ser
posible”. Estos colectivos construyendo poder de potencia -cosa muy diferente a la
ilusión grupal- ponen en acción formas de horizontalidad que construyen intensidades
político subjetivas muy difíciles de transmitir en palabras pero que hacen que uno
renueve sus apuestas políticas.

Sandra Borakievich: A mí me llamaron la atención básicamente tres


cuestiones: cómo en esos espacios podía coexistir productivamente gente que
provenía de lugares y formas de pensar tan diversos; la alegría con la que
llevaban a cabo sus acciones y particularmente, algunos antiguos militantes
que aportaban toda su experiencia previa pero que no trataban de reproducirla
sino muy por el contrario, evidenciaban un profundo trabajo de reelaboración.

Xabier Imaz: Por mi parte hay dos cosas que cambiaron. Una es aprender a
trabajar con sentimientos; al ser una situación tan intensa uno siente
entusiasmo, simpatía, miedo, enojo, desilusión… pero se trata de seguir
pensando; conectarse con una realidad que te moviliza así no es fácil. La otra
cuestión que para mí fue inédita es el cambio en la forma de trabajo, es trabajar
a velocidad, pensar la inmediatez y esto es sumamente diferente a los tiempos
habituales en un equipo de investigación. En otro orden de cosas, me llamó
mucho la atención en estos modos de hacer política que lo importante no es el
debate de las ideas o el ganar la calle sino que es un accionar político que
produce transformaciones en escalas micropolíticas, donde se juega una
inmediatez de la acción directa tal vez con menos deliberación pero que se
construye en un ir haciendo.

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