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009 - Desarrollo Historico Del Pensamiento Cristiano

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Introducción a la Teología I

Hno. Dr. Alexandre José Rocha de Hollanda Cavalcanti

Texto 09: Desarrollo histórico del pensamiento cristiano


1. La comunidad primitiva

Después de Pentecostés los apóstoles constituyeron la co-


munidad primitiva, que inicialmente frecuentaba las sinagogas y el
Templo, sin una clara distinción entre cristianismo y judaísmo. Los
Hechos de los Apóstoles describen la conversión de san Pablo, cuyos
escritos son cronológicamente los más cercanos a Jesús y la expre-
sión más antigua del pensamiento cristiano posterior a la muerte del
Señor.

San Pablo intenta inicialmente evangelizar a los


judíos, pero es rechazado por las autoridades del ju-
daísmo. Inspirado por el Espíritu Santo, el Apóstol
inicia la evangelización de los pueblos de naciones dis-
tintas de los judíos, a quienes llamaban gentiles. Se for-
maron así comunidades en Tesalónica, Éfeso, Corinto,
Galacia, etc., en su mayoría de cultura helenizada, de-
bido a la gran influencia de los griegos en Oriente,
sobre todo a partir de Alejandro Magno.

Durante la persecución que se desató en Jerusalén a causa del


martirio de san Esteban, Bernabé fue enviado a Antioquía, donde al-
gunos hombres originarios de Chipre y de Cirene anunciaron a los
paganos el Evangelio. Una gran multitud de antioquenos se adhirió al
Señor. Bernabé llevó a san Pablo a Antioquía, aumentando el número
de prosélitos. Fue en Antioquía, donde por primera vez los discípulos
recibieron el nombre de «cristianos»1.

La influencia «judaizante» generó muchos conflictos en la pri-


mitiva comunidad cristiana, como lo atestigua la propia Escritura. El
kerigma cristiano y sobre todo, la realización en Cristo de todo lo espe-
rado en la Antigua Alianza, abría un período nuevo, en que la Iglesia
llevaba a los fieles la gracia de la salvación alcanzada por Cristo, a
través de la predicación y de los sacramentos.
2. Los Padres de la Iglesia

Después de la muerte de los apóstoles,


sus discípulos comenzaron a estructurar las en-
señanzas cristianas y estudiar con profundidad
las Escrituras, destacándose los que llamamos
los Padres Apostólicos, cuyas enseñanzas se con-
sideran ecos de las predicaciones apostólicas,
1 Cf. Hch 11, 19ss.
1
Desarrollo histórico del pensamiento cristiano

como por ejemplo san Ignacio de Antioquía, san Policarpo y san Clemente de Roma, tercer
sucesor de san Pedro, que, según san Ireneo, «había visto a los apóstoles Pedro y Pablo y con-
versado con ellos»2. Además de estos, se citan los autores de la Didaché y de la Epístola de Bernabé
y otros escritos no inspirados.

El pensamiento cristiano encontró mucho arraigo en las poblaciones paganas, pero tam-
bién oposiciones por parte de los judíos y de los paganos. Contra éstas se levantaron los primeros
escritores cristianos a quienes se designa como los Padres Apologistas y los Polemistas, puesto
que razonaban sobre la religión y defendían el cristianismo frente a las acusaciones o polemi-
zaban contra las herejías. Entre estos se destacan el filósofo san Justino, Arístides de Atenas, y
Melitón de Sardes.

En la más antigua apología que se posee históricamente, la


del filósofo Arístides de Atenas al Emperador Adriano, el apolo-
gista griego afirma que llegó al conocimiento del Creador y Con-
servador del universo por sus meditaciones sobre el orden y la
armonía del mundo. Arístides divide a la humanidad en cuatro
grupos: los bárbaros, los griegos, los judíos y los cristianos, mos-
trando cómo los tres primeros se han apartado en su religión de la
recta razón.

Los bárbaros adoraron a los cuatro


elementos, pero el cielo, la tierra, el fuego,
el sol, la luna y el mismo hombre son
obras de Dios. Los griegos se hicieron
dioses semejantes a los humanos, y aún
peores, que cometen adulterio y toda clase
de iniquidades, lo que prueba que no son
dioses. Los judíos a pesar de tener un con-
cepto más puro de la naturaleza divina y
normas más elevadas de moralidad, tribu-
taron más honor a los ángeles que a Dios
y dieron a los ritos externos del culto más
importancia que a la adoración auténtica.

2 San Ireneo de Lion. Adversus haereses, III, III, 3.


2
Desarrollo histórico del pensamiento cristiano
Solamente los cristianos están en posesión de la única idea justa de Dios. Por eso:
«Son los que, por encima de todas las naciones de la tierra, han hallado la verdad, pues conocen
al Dios creador y artífice del universo en su Hijo Unigénito y en el Espíritu Santo, no adorando a
ningún otro dios»3.

En su esfuerzo de presentar la fe cristiana de


modo a ser comprendida por los paganos, los cris-
tianos se ven obligados a sistematizar su pensamiento
y ordenar la doctrina, pudiendo ser considerados por
esta importante labor los primeros pensadores siste-
máticos del cristianismo, abriendo el camino al diálogo,
no siempre alcanzado, entre la fe cristiana y la cultura
clásica. Esta obra de los apologistas al mismo tiempo
que defiende, define la fe de la Iglesia, haciendo surgir
otros problemas que los primitivos cristianos no ha-
bían soñado siquiera. Así, el desarrollo de la doctrina
del Logos, con todas sus implicaciones filosóficas, va a
dar lugar algunos años más tarde a graves controversias
teológicas4.

3. La literatura herética y los Padres polemistas

Además de los enemigos anteriores como


el judaísmo y el paganismo, el cristianismo tuvo
que defenderse contra oposiciones nacidas en
su propio seno, como el gnosticismo y el mon-
tanismo. Los gnósticos eran partidarios de un
cristianismo adaptado al mundo, mientras los
montanistas predicaban la renuncia total del
mismo. Ambas sectas organizaron una propa-
ganda muy eficaz y ganaron adeptos en las co-
munidades cristianas. El gnosticismo se inicia
antes inclusive que el cristianismo, ya encon-
trándose señales de esta extraña mezcla de reli-
gión oriental y filosofía griega desde los inicios
del período helenístico consecuentes a las con-
quistas de Alejandro Magno (334-324 a.C.).

De las religiones orientales el gnosticismo heredó su fe en un dualismo absoluto entre Dios


y el mundo, entre el alma y el cuerpo, explicando el origen del bien y del mal de dos principios
substancialmente diferentes.

3 Cf. Quasten, Johannes. Patrología I. Hasta el concilio de Nicea. Madrid: BAC, 1978, pp.192-194.
4 Cf. González, Justo L. Historia del pensamiento cristiano. Tomo I: Desde los orígenes hasta el Concilio de Calcedonia. Nashville: Caribe,
2002, p. 90.
3
Desarrollo histórico del pensamiento cristiano
Cuando el cristianismo entró en las grandes ciudades de Oriente, se convirtieron a la nueva
religión muchos hombres de esmerada educación. Entre ellos figuraban algunos que habían per-
tenecidos a las sectas gnósticas precristianas.

No renunciando a sus antiguas creencias, buscaron añadir las nuevas doctrinas cristianas a
sus ideas gnósticas, dando inicio al llamado gnosticismo cristiano.

La producción literaria del gnosticismo fue


enorme, sobre todo en el siglo II. Forman parte de ese
grupo de escritos los evangelios apócrifos, epístolas y
apocalipsis apócrifos.

Otros grupos heréticos comenzaron a nacer y a


producir también una vasta literatura que desvirtuaban
las enseñanzas del cristianismo, como por ejemplo los
Valentinianos, los Marcionitas, etc5.

La reacción de la Iglesia no se dejó esperar.


Las autoridades eclesiásticas excomulgaron a los
herejes publicando cartas pastorales para res-
ponder a los errores. Este procedimiento fue
apoyado por los escritores teólogos que se encar-
garon de exponer los errores de los herejes expli-
cando la verdadera doctrina a la luz de la Escri-
tura y de la Tradición, naciendo los tratados contra
las herejías, destacándose entre los Padres de esta
época el obispo san Ireneo, que había sido discí-
pulo de san Policarpo. Ireneo produjo una vasta
literatura antiherética, en la cual se destaca su prin-
cipal obra Adversus haereses6.

Hasta el año 200, la literatura cristiana da muestra de un desarrollo extraordinario. Al de-


fender la fe con las armas de la razón, los escritores católicos prepararon el camino al estudio
científico de la revelación, considerando el conjunto de la doctrina cristiana como un todo y
presentándola de manera sistemática.

Cada vez que el cristianismo iba pene-


trando en el mundo antiguo, se iba sintiendo
más la necesidad de exponer su doctrina de
manera ordenada, completa y exacta. Así se
crearon las escuelas teológicas primeramente
en Oriente, siendo la más famosa la de Alejan-
dría, en Egipto.

5 Cf. Quasten, Johannes. Patrología I. Hasta el concilio de Nicea. Madrid: BAC, 1978, pp. 251-264.
6 Cf. Ibid., pp. 279-287.
4
Desarrollo histórico del pensamiento cristiano
En esta escuela se destaca especialmente a Clemente de Alejandría y Orígenes, que fue
sacerdote, pero no es considerado Padre de la Iglesia, sino un «escritor eclesiástico», así como
Tertuliano. Posteriormente se fundó también la escuela de Antioquía, en la cual se destaca san
Gregorio el Taumaturgo y san Metodio Mártir7.

Con la proclamación del Edicto de Milán, por


Constantino, el año 313, la Iglesia alcanzó plena li-
bertad de actuación en todo el Imperio Romano. En
esta época, las herejías que cuestionaban sobre todo
el Misterio de Cristo, exigieron un gran esfuerzo para
estructurar la doctrina de la Iglesia, con la actuación
de eminentes Padres como san Atanasio, san Cirilo y
san Gregorio Magno.

Los Padres de la Iglesia fueron los primeros maestros que la instruyeron y estructuraron la
doctrina del cristianismo en sus primeros años de vida. Con los primeros concilios ecuménicos:
Nicea (325), I de Constantinopla (381), Éfeso (431), Calcedonia (451) y el II de Constantinopla
(553), la doctrina de la Iglesia ya se encontraba fuertemente estructurada, considerándose como
último de los Padres de la Iglesia en Occidente a san Gregorio Magno y en Oriente a san Juan
Damasceno, aunque estos límites son muy discutidos.
4. El credo de la Iglesia

Durante el periodo de formación la Iglesia


fue elaborando las confesiones de fe, iniciadas
en los símbolos bautismales, en que se afirmaba,
de modo claro, el núcleo del mensaje cristiano.
La exigencia de fidelidad a la enseñanza apostó-
lica se traduce en la formulación de los credos o
profesiones de fe, que aparecen tanto en forma
de interrogantes seguidos de respuestas, como
en forma de símbolo recitado por el neófito. El
texto del llamado Símbolo apostólico se remonta al
credo romano del siglo IV.

Los Concilios de Nicea y Constantinopla produjeron el conocido Credo Niceno-Constan-


tinopolitano, como afirmación de fidelidad a la ortodoxia doctrinal8.
5. El diálogo entre fe y razón

El cristianismo no puede ser considerado


como una doctrina más en la filosofía de la re-
ligión, sino una relación única del hombre con
Dios, por haber sido establecida por Dios mismo,
que se hizo hombre como plenitud de esta revela-
ción, superando, desde el punto de vista de la his-
toria de la salvación las demás posturas religiosas
presentes en la humanidad.
7 Cf. Ibid., pp. 316-436
8 Cf. Vilanova, Evangelista. Historia de la teología cristiana I. De los orígenes al siglo XV. Barcelona: Herder, 1997, pp. 116-119.
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Desarrollo histórico del pensamiento cristiano
A esta revelación es debida la obediencia de la fe9 y por tanto debe basarse en el acto de
confianza y fidelidad a Dios, llevando a la razón a acoger su sentido más profundo.

La inteligencia y la voluntad deben poner en acción lo mejor de su naturaleza espiritual


para consentir que la persona realice un acto de aceptación en el pleno ejercicio de su libertad
personal.

La Revelación coloca dentro de la historia un punto


de referencia esencial que es el misterio de Dios, que tras-
ciende las posibilidades de la mente humana, que no lo
puede abarcar, pero sí recibir y acoger en la fe. Entre estos
dos momentos, la razón posee su espacio propio que le
permite investigar y comprender el misterio infinito de
Dios, auxiliada por las señales presentes en la Revela-
ción, que sirven para conducir la búsqueda de la verdad
y permitir que la mente pueda investigar incluso dentro
del misterio, produciendo el fructífero diálogo entre fe y
razón10. Por eso, afirma el papa Juan Pablo II en la presen-
tación de la Encíclica Fides et ratio:

«La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu
humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el
corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle
a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena
verdad sobre sí mismo».

9 Cf. Constitución Dei Verbum, n. 4.


10 Cf. Juan Pablo II. Carta Encíclica Fides et ratio, sobre las relaciones entre fe y razón, del 14 de septiembre de 1998.
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